\"Medio ambiente y turismo comunitario”. En Cultura, comunidad y turismo. Ensayos sobre el turismo comunitario en el Ecuador , Esteban Ballesteros y María Augusta Vintimilla (Coords.): 117-140. Quito: Abya Yala.

August 15, 2017 | Autor: Agustín Coca Pérez | Categoría: Turismo Comunitário
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Descripción

Medio Ambiente y Turismo Comunitario Agustín Coca Pérez Universidad Pablo de Olavide

El hecho turístico provoca que individuos/grupos pertenecientes a colectividades diversas se relacionen. En el espacio turístico concurren, de manera diferenciada, algo más que transferencia de capital y mediaciones de compraventa: también discursos, percepciones, ideologías, etc. Proporciona, en definitiva, una plataforma en la que confluyen, nunca de forma simétrica e igualitaria, maneras de entender el mundo de forma diversa. En el contexto latinoamericano, y más concretamente en el ámbito en el que se desarrolla el turismo comunitario en Ecuador, el espacio turístico conecta por lo general a unos visitantes, la mayoría de ellos perteneciente a los estados centrales del capitalismo trasnacional, con unos anfitriones, nativos. Tanto unos, como otros, tienen formas de mirar, percibir y entender la vida, a veces desde parámetros ontológicos diversos y radicalmente opuestos, otras desde posturas cercanas y afines. A continuación, queremos acercarnos a uno de los temas que aparece indisociablemente unidos a la mayoría de las experiencias turísticas comunitarias: el medio ambiente y lo ecológico. El medio ambiente, la naturaleza, se convierte en el producto turístico fundamental en el

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contexto ecuatoriano, donde -hasta el momento28- los restos arqueológicos, el otro gran reclamo turístico latinoamericano, no se encuentran con la asiduidad con la que se localizan en otros países vecinos. La naturaleza, el exotismo de sus selvas, la inmensidad de los Andes, los manglares del Pacífico o el bosque seco tropical y sus vecinos bosques húmedos, así como sus peculiaridades botánicas son, junto a la inigualable joya que suponen las Islas Galápagos, los principales elementos que se disponen en el escaparate global para atraer las remesas internacionales. Algunos especialistas consideran a Ecuador como el país más biodiverso del mundo por km2. Sólo Mindo, en sus 27 mil hectáreas, tiene 450 especies de aves. Esto es más que lo que tienen Estados Unidos y Europa juntas (Solís, 2007). Ecuador vende “lo natural” y a este respecto el turismo comunitario no queda al margen. Todo lo contrario, si se observa que las experiencias pioneras de esta modalidad turística aparecen englobadas dentro de lo que se conoce como ecoturismo. Lo medioambiental, lo ecológico, no es sólo un producto que forme parte de una oferta turística: encierra formas y maneras de ver el mundo, de interpretar el entorno. Por ello, es obligado detenerse en algunas cuestiones claves a la hora de entender el discurso de lo medioambiental y sus vínculos con el sistema socioeconómico global, así como con otras formas discursivas y prácticas diferentes. Y en las páginas que siguen reflexionamos sobre cuestiones tales como: ¿Cuándo y por qué surge la preocupación del medio ambiente y lo ecológico en Europa y Estados Unidos? ¿Qué se entiende por estos conceptos? ¿Cómo se normaliza e institucionaliza su uso desde la lógica del mercado? ¿Qué efectos tiene sobre las políticas económicas y ambientales en Ecuador? y ¿en qué contextos surgen las experiencias ecoturísticas ecuatorianas? ¿Qué relación tienen con el turismo comunitario? ¿En qué lugar quedan otras formas de entender el medio ambiente y lo ecológico? Se trata en definitiva de definir conceptos y situaciones que aparecen asiduamente asociados al hecho turístico pero que, en la mayoría de los casos, no se someten a una evaluación crítica. También de 28 El actual Instituto de Patrimonio está llevando a cabo una labor de inventario del patrimonio ecuatoriano que sin lugar a dudas aportará, en los próximos años, una nueva perspectiva sobre la riqueza patrimonial de estos territorios.

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indagar sobre la propuesta comunitaria, su relación con lo medioambiental y su significación en medio del actual contexto de desarrollo.

El medio ambiente y lo ecológico: orígenes, fundamentos e institucionalización Los términos medio ambiente y ecológico aparecen en muchos discursos apuntando a campos semánticos poco definidos. La generalización de su uso en el mercado es enorme. De hecho, en la actualidad no hay empresa que se precie (turística o de otra índole), que no proponga su intención de cuidar el medio ambiente, mediante prácticas ecológicas. E incluso adjetivarán así a sus productos, proporcionándole un valor añadido que los sitúe con ventaja en el mercado. Lo ecológico, lo medioambiental se convierte en la actualidad en una prerrogativa desde la que poder actuar competitivamente. Hasta las compañías más contaminantes usan estos adjetivos sin rubor, proponiendo garantías de certificación de sus actuaciones. Sin embargo, los conceptos de medio ambiente y ecológico apuntan a realidades diversas y no siempre estuvieron tan de moda. Ni por supuesto quedaron tan al servicio del mayor modo de acumulación de capital conocido por la humanidad. Por ello, creemos necesario atender al surgimiento de estos conceptos, para desde ahí, poder deconstruir su devenir hasta la actualidad. Estamos convencidos de que tras estas palabras hay una forma de entender el mundo y se convierte para algunos en una nueva ideología (Ojeda, 1999) que sustenta al propio sistema y que “contribuye a consolidar y perpetuar el control de las clases más poderosas y que se manifiesta en ‘juicios de valor’ que implican la adhesión, previa a cualquier argumentación, a unos determinados principios éticos, políticos o filosóficos” (Tamames, R., 1988). Hay que situarse en la Europa ilustrada para concebir la dualidad que en el pensamiento occidental existe entre cultura y naturaleza. Los ilustrados plantean desde posicionamientos antropocéntricos heredados del humanismo renacentista la existencia separada de la cultura (donde cabe todo lo humano) y la naturaleza (lo externo a la cultura). Ponen las bases, para cosificar, y convertir a la naturaleza en un objeto, sometiéndola a los intereses humanos. Es revelador, en este sentido, có-

120 Agustín Coca Pérez mo los únicos portadores de derechos sobre la naturaleza son las personas, con distintos grados de legitimidad dependiendo de los colectivos a los que pertenezcan. Como nos apuntan algunos autores (Ferry, 1994) se finaliza con determinadas prácticas de la Europa premoderna, que sugerían otro tipo de vínculos más inclusivos, que llegaba a atribuir a determinadas especies animales derechos jurídicos apelables29. Los siglos venideros y el modelo de acumulación capitalista alentado tras la revolución industrial harán especialmente útil esta consideración dualista. La visión de la naturaleza como fuente inagotable de “recursos” al servicio de la humanidad, su concepción fragmentada a la hora de ser explotada, es fundamental para ponerla al servicio de la mayor revolución energética habida desde el neolítico. La noción de progreso ilimitado, quedaba asegurada desde la creencia incuestionable en la ciencia y un “tecnocentrismo” que asegura la relación entre este dualismo al servicio del capital. El discurso científico hegemónico, que se pretende fuera de todo ámbito de poder, se impone ante otras lecturas de las relaciones de las personas con el medio. La naturaleza como categoría de análisis pasa a convertirse en ambiente, lo que en palabras de Escobar (1995) “representa una visión de la naturaleza de acuerdo con el sistema urbano-industrial. Todo lo que es indispensable para el sistema deviene en parte del ambiente. Lo que circula no es la vida, sino materias primas, productos industriales (…). La naturaleza es reducida a un ser inerte, a un mero apéndice del ambiente” (Escobar, 1995:13). Con ello, se muda en mercancía, que es necesaria explotar y, al mismo tiempo, proteger en cuanto recurso real o potencial. Esta idea sustenta el concepto de “medio ambiente”, que atiende al campo científico técnico (Comas, 1998). Y es esta concepción la que intenta legitimar la gestión que se produce desde el modelo de acumulación. El científico, el técnico se convierte en el tasador incontestable de los modos de hacer, de gestionar, de construir estos espacios, desde planteamientos que ahondan en el dualismo cultura- naturaleza. Visio29 Es interesante subrayar cómo en la actualidad en Ecuador la nueva Constitución aprobada por el gobierno de Rafael Correa y sancionada mayoritariamente por los ciudadanos ecuatorianos hace escasos meses, se convierte en pionera en cuanto al reconocimiento del medio ambiente como objeto de derecho jurídico.

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nes que conviven en una sociedad en la que el ser humano tiende a situarse por encima de la naturaleza, que es interpretada como un objeto a proteger o a explotar. Una idea que se reproduce también en las relaciones de desigualdad que se establecen entre los propios seres humanos: aquellos que saben proteger y explotar y aquellos que deben ser protegidos o explotados (Valcuende, 2003). En síntesis, el término medioambiente contiene y sanciona esa disociación cultura naturaleza, y plantea que los problemas derivados de esta relación son desajustes indeseados que presumiblemente pueden ser corregidos desde la aplicación del conocimiento científico, un saber sancionado desde la ciencia. Desde siempre ha habido una preocupación por las correspondencias que se establecen entre los seres vivos y el entorno. Lo que acontece de forma novedosa en el XIX es la concepción cientifista de esa relación. La mediación del pensamiento científico técnico como único proveedor de respuestas para concebir esos vínculos. Para plantear y disponer la acción sobre cualquier problemática que se identifique. En paralelo, la Ecología como disciplina, surge en el XIX, y entiende a la humanidad como parte de un sistema más amplio. Aparece en un contexto donde las barreras espaciales se amplían en la Europa industrial de manos del colonialismo decimonónico, cuando se está generando una revolución en cuanto a la concepción tecnológica del tiempo -el tiempo del reloj (Castells, 2000) - y hay un auge importante de la biología como ciencia (Deléage, 1991). La Ecología, que de manera autónoma se irá consolidando a lo largo del XX, transforma la concepción simplificada y parcelada de la naturaleza llenando de complejidad los vínculos entre sus componentes. Al centrarse en el estudio de las analogías de los organismos biológicos con su entorno, posibilitó nuevas formas de entender las relaciones de las sociedades con él. Desde esta perspectiva sitúa a las personas en un espacio sistémico, que hasta cierto punto contradice, los modelos fragmentados que las teorías economicistas del momento -y no tan del momento- desarrollan. Planteamientos que popularizarán los movimientos ecologistas cuando se genere allá por los años sesenta una de las “crisis” que regularmente sacuden al capitalismo.

122 Agustín Coca Pérez Muchos autores retrotraen al XIX las primeras vindicaciones ecologistas (Riechman y Fernandez Buey, 2001) en Europa, de manos de los sindicatos o de reformistas y filántropos burgueses. Las reivindicaciones obreras y el pensamiento fundamentalmente anarquista formulan bases que definen una relación más armónica entre las personas y la naturaleza. Reivindicaciones y filosofías a las que hay que unir las expresadas desde el pensamiento romántico o por las ideologías fascistas y nazis (Ferry, 1994), que apartándose del racionalismo implicaban otra vinculación menos tecnocéntrica. En América, y más concretamente en EE.UU., se inician las políticas de protección de amplios territorios30 en el s.XIX. Les siguen en estas prácticas estados que como Canadá, Australia o Nueva Zelanda presentan algunas características comunes: se trata de formaciones políticas de reciente constitución, nacidas como consecuencia de procesos de independencia de metrópolis europeas; demográficamente, y siempre con relación a los estados europeos, con reducidos índices de ocupación, y que mantienen vastos territorios bajo un escaso control político y/o económico en los que habitan distintas etnias y grupos humanos organizados en sistemas políticos preestatales, enfrentados, muchas veces, con estos mismos estados que los engloban. Es el caso, por ejemplo, de los shoshones en Yellowstone, los maoríes en Nueva Zelanda, los aborígenes australianos, etc. Por lo que a la vez que se establece toda una regulación normativa que implica la conservación de determinados ecosistemas, aparecen intenciones geopolíticas y económicas de estos estados que suponen la intervención en territorios que estaban fuera de su control. No es casual que en pleno desarrollo industrial estas políticas proteccionistas tardarán en llegar más de cuarenta años a los países europeos y que cuando se adopten se haga en formaciones políticas que presentan algunas de las características apuntadas: zonas “desiertas”, escaso control político y económico sobre ellas y habitadas por

30 La primera reserva natural creada en el mundo fue en Europa: el bosque de Fontainebleau, a mediados del XIX. Sin embargo, está comúnmente aceptada la consideración de que fue en Norteamérica donde se protege por primera vez grandes áreas.

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distintos grupos étnicos (Coca, 2008). Y que este modelo se repita en muchos estados americanos ya en la segunda mitad del siglo XX. Independientemente de dónde situemos el nacimiento de las políticas ambientales, son los años sesenta los que protagonizan el surgimiento de los movimientos ecologistas y se popularizan determinadas formas de entender la relación de las personas con su entorno. Es importante detenernos en este momento para observar cómo este proceso de generalización del concepto de lo ecológico- y todo el arrastre discursivo e interpretativo que supone- genera discursos que se contraponen al modelo político y económico, sacando a la luz sus contradicciones más palpables. Oposición beligerante y resistente de uno de los que se comienzan a considerar nuevos movimientos sociales – junto con el pacifismo y el feminismo (Fernández, 1998)- que mantiene una pluralidad semántica formidable. El análisis que realiza Santamarina Campos (2004) es enormemente esclarecedor de cómo lo ecológico como discurso y los movimientos ecologistas como forma vindicativa de entender otro modo de relación son encapsulados por el sistema. Un sistema que se apropia de una terminología que acaba reproduciendo. En este proceso resulta fundamental la articulación de un nuevo concepto el de “desarrollo sostenible” que se convierte en un “juicio moral y un deseo ético (sobre la pobreza, la igualdad, sobre la cooperación sincrónica y diacrónica) que una realidad factible, es decir, es (…) una construcción política e ideológica” (Santamarina, 2004). Lo ecológico, el medio ambiente y los discursos asociados comienzan a aparecer de forma normalizada en los medios de comunicación construyéndose desde tres ámbitos fundamentales: a) el ámbito científico, técnico, político e institucional, b) los movimientos ecologistas y c) las prácticas cotidianas (Santamarina, 2004). Y es desde el primer ámbito, desde donde se articula la relación entre el poder político y económico y el saber científico que deslegitima otro tipo de saber. Esa centralidad del pensamiento científico técnico a la hora de abordar esos vínculos cultura-naturaleza se convierte, además, en un asunto clave a la hora de resituar las relaciones del poder. El científico, supuestamente aséptico y objetivo, explica la realidad desde interpretaciones que impide la asunción de otras formas interpretativas acientíficas. La ciencia provoca dictámenes inapelables que legitiman las “buenas prácticas”, “con sentido”, que han

124 Agustín Coca Pérez de corregir los desajustes. Genera “la verdad” que nos ha de conducir a lo medioambientalmente aconsejable. Así, a pesar de nacer y de popularizarse el discurso de lo ecológico a través de publicaciones y actitudes trasgresoras- encabezadas por sectores urbanos que evidenciaban los diversos sumideros y catástrofes que habían ocasionado la segunda revolución tecnológica; a pesar de romper la barrera de un discurso oficial e impregnar prácticas cotidianas diversas; intencionalmente se vacía de lo trasgresor, para resituar lo ecológico, en el ámbito institucional. Los conceptos se descargan de virulencia. Y se intenta desactivar cualquier atisbo que pudiera discutir el sistema en el contexto de la llamada globalización económica. La institucionalización de la preocupación ecológica y la forma de afrontar la crisis entendida como ecológica mundial a lo largo de las diversas cumbres internacionales, y el empleo del concepto de “desarrollo sostenible” se convierten en una arquitectura necesaria para consolidar las prácticas ecológicas. Dentro, por supuesto, de la esfera legítima que imponga la lógica del sistema de acumulación que marca el mercado. Naredo (1996) plantea cómo a principios de los setenta, el Primer Informe del Club de Roma, alerta sobre los límites del crecimiento económico y su inviabilidad a escala planetaria. Es cuando se acuña el término ecodesarrollo con el que se “buscaba conciliar el aumento de la producción, que tan perentoriamente reclamaban los países del Tercer Mundo, con el respeto a los ecosistemas necesario para mantener las condiciones de habitabilidad en la tierra” (Naredo, 1996:134). Sintetiza la denuncia y la crítica al modelo de desarrollo del Primer Informe Meadows (1971) y la Conferencia de Estocolmo sobre Medio Ambiente Humano (1972) y se sustenta en “la crítica de I. Sachs a la solución neomalthusiana de países semidesarrollados (…) y su propuesta de soluciones alternativas para cada ecoregión, en función de sus culturas y sus condiciones ecológicas,[que] se suma a la propuesta de desconexión como única estrategia de desarrollo autocentrado para el Tercer Mundo, efectuada por S. Amín” (Ojeda, 1999:105). El despertar de los movimientos ecopacifistas en Europa y Norteamérica, tras las desastrosas consecuencias de los procesos de industrialización existentes tras la Segunda Guerra Mundial; el auge de la ecología en los ámbitos científicos y de los presupuestos de la ecología polí-

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tica a la hora de explicar las desigualdades sociales desde la interpretación del sistema económico mundial, propiciaron que la noción de ecodesarrollo se convirtiera en un ariete crítico y radical al sistema económico. Que desde la lógica del crecimiento ilimitado generaba en el mundo pobreza y desigualdad. Este término se difundió en los círculos internacionales relativos al desarrollo y el medioambiente. Sin embargo, pronto se encontraría con el disgusto de la administración estadounidense que lo sustituiría a la postre por el término de desarrollo sostenible. Un término que “los economistas más convencionales podían aceptar sin recelo al confundirse con el “desarrollo autosostenido” introducido años atrás por Rostow (…) se trataba de seguir promoviendo el desarrollo tal y como lo venía entendiendo la comunidad de economistas” (Naredo, 1996:134). De hecho “La reflexión y el debate inicial acerca de los límites de crecimiento fueron, poco a poco, sustituidos por el discurso sobre la necesidad de un crecimiento sin límites” (Santamaría, 2005:39). Desde entonces el término desarrollo sostenible es aceptado por las instituciones, explicándose “su aceptación de forma generalizada [ya que]“la sostenibilidad parece ser aceptada como un término mediador diseñado para tender un puente sobre el golfo que separa a los “desarrollistas” de los “ambientalistas”(O´Riordan T, 1988)” (Naredo, 1996:135). En este momento y para algunos autores “el ambientalismo se había convertido (…) en una conquista irrenunciable (…), pero su talante profético y denunciativo debía ir girando hacia un tono más conciliador y clorofílico” (Ojeda, 1999:107). Es lo que ocurre según este autor tras el Informe Brundtland (1986) y la Conferencia de Río (1992), que a su juicio “serán expresiones paradigmáticas de esta intención de decoloramiento- del rojo al verde- de lo ambiental y de su progresiva conversión en meta política del poder establecido(…) el desarrollo sostenible más que una fórmula práctica y precisa de actuación es una intención(…)perfectamente asumida por el discurso de la “modernización ecológica”[que habla del] desarrollo sostenible en lugar de “crecimiento limitado”” (Ojeda , 1999:105). Para Naredo (1996) “el término “desarrollo sostenible” está sirviendo para mantener en los países industrializados la fe en el crecimiento y (…)[hace] las veces de burladero para escapar a la problemática ecológica y a las connotaciones éticas que tal crecimiento conlleva [si bien]

126 Agustín Coca Pérez hace falta que la sociedad reaccione a las señales del deterioro en las condiciones de habitabilidad de la Tierra, corrigiendo el sistema económico que lo origina” (Naredo, 1996:135). Ojeda (1999) plantea cómo las categorías ambientales se institucionalizan ocupando un lugar concreto “en el modelo institucional y administrativo del sistema políticoeconómico. Dicho lugar vendrá marcado en cada formación social por el momento del desarrollo de sus fuerzas productivas. Pues resultaría económica y políticamente contraproducente introducirlas desde un primer momento en los circuitos nucleares del sistema, en función de su sobrevaloración discursiva. Tal introducción podría romper el engranaje del propio sistema, al producir una desaceleración o freno en su crecimiento lineal, enfrentándose a sus principios básicos.” (Ojeda, 1999:108). Las políticas de protección y conservación forman parte de la institucionalización de lo medioambiental “para protegerlos del crecimiento y desarrollo común” (Ojeda, 1999:109). En la actualidad, el medio ambiente aparece como un concepto fundamentalmente político. Que reduce lo natural a lo constitutivo de materia y energía o a recursos que se ponen al servicio del mercado y con ello a sus principales beneficiarios situados en los países centrales del capitalismo. Una naturaleza que pretendidamente sirve a un solo y exclusivo modelo cultural representado por un mundo modelado desde el mercado. Que se presenta como único e indiscutible. Los dictámenes sobre el medio ambiente, las agendas 21, los planes de reducción de los efectos contaminantes, etc. se esbozan como alternativas dirigidas a salvar el único modelo de explotación posible. Que lejos de ser discutido han de heredar las futuras generaciones. Los espacios de acción, los actores y las técnicas que han de propiciar los cambios recurrentes que perfeccionen el engranaje acaban siendo definidos -y excluidos otros, que no tienen voz- en el proceso de institucionalización de lo ecológico. Se lleva a cabo un desplazamiento “en el tiempo, en el espacio, en las culpas, en las responsabilidades o, simplemente en la forma de elaborar los problemas (…) el resultado es la negación del presente como espacio legítimo para la acción colectiva y la construcción de un futuro (incuestionable) cimentado en la educación (medioambiental) y en la tecnología(…)El resultado es la construcción de un discurso tan políticamente correcto como inoperante [y se plantea] La táctica de naturali-

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zar las culturas y culturizar la naturaleza” (Santamarina, 2004:133134). En definitiva, el discurso de lo medioambiental, de lo ecológico sumido en el mercado nos sitúa en un mundo donde se consolidan los valores asociados a la emergente sociedad industrial, pero ahora contextualizado en la etapa del auge del neoliberalismo global: antropocentrismo, progreso ilimitado, etnocentrismo, tecnocentrismo, superioridad de lo económico o material… (González, 2003). Y sin embargo, en paralelo, existen otros modos de relacionarse con el entorno. Otras maneras de entender el desarrollo sostenible, o de usar este concepto. Otras formas de explicarse en el mundo y de definir estrategias de futuro. Algunas dentro de las que representan las experiencias de turismo comunitario que hemos analizado. Experiencias que se establecen desde una situación determinada en el mercado global; que presentan determinadas características en cuanto al empoderamiento real sobre sus recursos y a la forma de decidir qué hacer con su mañana. Pero antes de detenernos en ellas, creemos importante, situar al Ecuador y al ecoturismo, en el contexto desde el que se produce esta generalización de lo medioambiental en las últimas décadas. Y preguntarnos: esta institucionalización del medio ambiente ¿qué consecuencias tiene en las políticas llevadas a cabo en Ecuador? ¿qué relación tiene con el surgimiento del ecoturismo? ¿Cómo se sitúa lo medioambiental en el hecho turístico comunitario?...

Ecoturismo, turismo comunitario y medio ambiente en el contexto ecuatoriano Cuando se habla del turismo en Ecuador hemos de referirnos a las tres últimas décadas especialmente, ya que, si bien nos podemos retrotraer a décadas anteriores, es ahora cuando se consolida como una actividad relevante. El turismo destaca por considerarse el tercer sector en importancia económica dentro del estado ecuatoriano generando el 4,4 % del producto interior bruto (Solís, 2007). Se favorece, fundamentalmente, desde la articulación del producto turístico que supone la visita a las Islas Galápagos que inicia una modalidad - de turismo ambiental o de ecoturismo- que tendrá su replica correspondiente en diversos puntos del territorio ecuatoriano. Y que en algunos casos representarán

128 Agustín Coca Pérez a experiencias concretas de turismo comunitario (Machacuyacu o Agua Blanca). Los inicios del turismo comunitario (Solís, 2007) coincide con el momento que nosotros hemos identificado en el apartado anterior de normalización, popularización e institucionalización del medio ambiente. Coincide con la demanda de destinos “naturales” que se produce con la sensibilización existente por las problemáticas ambientales y que hace elevar en un 20% los negocios de las touroperadoras especializadas en este tipo de turismo. El mercado fija una demanda que pronto será resuelta desde la puesta en marcha de una oferta que la satisfaga. Unos años donde nos detendremos a continuación con el fin de explorar, contextualizar y analizar las condiciones en las que surge el turismo comunitario asociado al ecoturismo en el Ecuador. Es en 1968 cuando las Islas Galápagos se comienzan a posicionar en el mercado internacional como producto turístico. Cuatro años antes se iniciaba la reforma agraria que en muchos puntos del estado, principalmente en los Andes y en la costa, acababa con el régimen de semiesclavitud que suponía el huasipungo, parcelando haciendas que pasan a manos de los nativos. En estos años, en paralelo a este proceso de parcelación, se intensifica la extracción petrolera en distintos puntos del territorio ecuatoriano, sin tener en cuenta sus costos socioambientales. Así, el año de 1972, inaugura más de dos décadas de nuevos contratos petrolíferos con distintas compañías externas (y nacionales) donde las precauciones socioambientales se quedan, a lo sumo, en una simple formulación de principios. Como consecuencia “la colonización indiscriminada del Oriente, el atropello a las etnias autóctonas y la contaminación provocada por las operaciones petroleras” (Gordillo, R., 2005: 263). Por otra parte, en estas décadas se declaran diversos territorios como áreas protegidas. No será hasta 1976 cuando se establezca el Sistema Nacional de Área Protegidas definido como una estrategia preliminar para la conservación de las Áreas Silvestres Sobresalientes del Ecuador. Prevé diversas categorías con relación al manejo intentando solventar los problemas con los nuevos colonos. Desde la publicación del decreto ejecutivo -1306- de 1971 se prohibía taxativamente cualquier explotación (agrícola, forestal, ganadera, minera, pesquera…) a

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fin de no perjudicar su estado “natural”. Con la única excepción de los usos científicos o turísticos. Es interesante, resaltar cómo la lógica de la protección sigue los parámetros enunciados en el apartado anterior e inaugurados por los gobiernos estadounidenses. En Ecuador, se protegen zonas consideradas como no alteradas por la mano del hombre, naturales, una gran parte de ellas propiedad del Estado. La mayoría se incluía en el 36% de la superficie del Ecuador continental en manos del Instituto Nacional de Desarrollo Agrario (Estrella, 2007). Y muchas de estas áreas se definieron como vacías. Una consideración que traerá diversas consecuencias a lo largo de los años ochenta y noventa, cuando se active el movimiento indigenista y se empiece a reclamar por parte de las diversas nacionalidades que conforman la República de Ecuador, la propiedad de las tierras. O cuando se discutan los derechos de apropiación ancestral por parte de colectividades que han pelear por sus intereses ante el peso de una legislación que les excluye. Si hemos de evaluar los fines de las políticas de protección, podemos considerarlas como una emulación de las habidas en otros estados centrales. Estrategias que estarán en consonancia con las económicas del momento y con las intenciones de los estados- al servicio de grandes compañías- por regular los territorios fuera de su control. Y por dirigir el uso de estos territorios formalmente, hacia la investigación científica y el turismo. El proceso de institucionalización de lo medioambiental en la esfera internacional, tiene en la cumbre de Río y en la articulación del desarrollo sostenible sus efectos en las políticas ambientales ecuatorianas. Unos efectos perversos, que lejos de replantear el tipo de desarrollo que se prefiere sirve de plataforma para incidir en el expolio secular y la relación de dependencia. Es más, como nos apunta Ramos (2002) “El Ecuador(…), han vivido los años siguientes a la Cumbre de Río de Janeiro de 1992 como uno de los períodos de mayor deterioro ecológico (…)En muchos casos, la aplicación de los Convenios de Biodiversidad y Cambio Climático han servido para poner en el mercado a la naturaleza. A partir de Río se inicia un entusiasmo casi unánime de prestarse al juego de masificar el concepto de “desarrollo sustentable”. Esto presentó la ventaja de que permanecían inalteradas las bases de desarrollo económico controlado por un puñado de países y sus empresas transnacionales, pero que esta vez se habían pintado el rostro (...) un rostro benefactor que justifica la so-

130 Agustín Coca Pérez bre explotación de recursos “para combatir la pobreza”, pues son cada vez más los pobres que resultan de la aplicación de las medidas neoliberales.” (Ramos, 2002). Por otra parte, para esta autora la aplicación del “Convenio de Biodiversidad(…) abrió un ámbito de transformaciones en la comprensión de la conservación, de la sustentabilidad y del rol de los pueblos que viven en medios con biodiversidad única: La conservación de las áreas protegidas, generalmente las más frágiles, dejó de ser importante pues se las podía “manejar sustentablemente” casi siempre con la participación de empresas interesadas en desarrollar actividades extractivas de gran escala. La sustentabilidad pasó a ser un camino amplio en el que la biodiversidad puede pasar a ser mercancía. Y los derechos Colectivos de los pueblos tradicionales se redujeron a su participación equitativa en el reparto de beneficios.” (Ramos, 2002). El proceso de institucionalización de lo medioambiental se presenta con toda su crudeza. Las actividades que se asocian con el turismo de la naturaleza se articulan con touroperadores en contextos locales donde hay una población a la que agentes externos subemplean. Se trata de actividades que en la gran mayoría de los casos no logran empoderar a las poblaciones. Sino todo lo contrario. Como plantea Vigna (2006) en su análisis del fenómeno ecoturístico en distintas regiones de mesoamérica en muchos casos incluso hoy: “está lejos de los compromisos asumidos por la Organización Mundial del Turismo (OMT) y los Estados en este ámbito, a través del Código Ético Mundial para el Turismo y la Declaración de Quebec sobre el Ecoturismo (…). Al amparo de la Conservación (real o no), este nombre ha dado lugar a una reacción más rápida de la privatización de los recursos naturales que el turismo convencional. Los proyectos tienen algunas mejoras ambientales, pero todos exigen garantías sobre la propiedad de la tierra y obligando a la gente a la salida.” 31 El ecoturismo surge en los años ochenta en el Ecuador, en consonancia con la lógica de un mercado trasnacional que en el ámbito turístico marca la necesidad de operativizar destinos turísticos que satisfagan la demanda proveniente de los países centrales del capitalismo. La situación de la economía ecuatoriana en el contexto global propicia 31 Traducción propia.

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la externalidad de la actividad turística que cuenta con las posibilidades generadas desde la ampliación y la articulación de una red de espacios protegidos al servicio de esta actividad. La institucionalización de lo medioambiental y la operatividad de “lo sostenible” amplían y justifican las posibilidades de explotación también en el ámbito turístico, desde la aplicación de la lógica tecnocéntrica, salvaguardada desde el saber científico como modulador de las relaciones “adecuadas” con el entorno. Pero a finales de los ochenta y principios de los noventa emerge el movimiento indigenista con toda su fuerza. Aparece un proceso de toma de conciencia de los pueblos nativos sobre su situación estructural en el estado de Ecuador. Y se suceden las protestas y las demandas, las peleas sin cuartel, los sitios a Quito, y las largas marchas indígenas. Los enfrentamientos con las petroleras aparecen vinculados con la reivindicación de las tierras comunales, desde discursos que sitúan las relaciones cultura-naturaleza en dimensiones opuestas. La posición activa y radical de los pueblos y nacionalidades indígenas y afroecuatorianas conseguirán algunos logros como el reconocimiento del carácter pluricultural del Ecuador “la oficialización de sus idiomas ancestrales, el reconocimiento de sus circunscripciones territoriales, el derecho a su identidad y la educación intercultural bilingüe entre otros” (Solis, 2007: 41). Se articula un proceso de empoderamiento nativo y local sobre sus recursos, sobre sus formas de entender el mundo, sobre la elección de las estrategias con las que afrontar el mañana. En este contexto surgen la RICANCIE32 en el Alto Napo y la experiencia turística de Agua Blanca en el Parque Nacional Machalilla principio de los noventa- que se arrogan ser las pioneras en el turismo comunitario en el Ecuador. Una forma distinta de gestionar el hecho turístico. Experiencias que, integradas en el mercado formulan nuevos modelos de relación con el entorno. Y que se caracterizan por ser “una forma de gestión del turismo que aúna tres perspectivas fundamentales: una sensibilidad especial con el entorno natural y las particularidades culturales, la búsqueda de la sostenibilidad integral (social y natu32 Red Indígena de Comunidades del Alto Napo para Convivencia Intercultural y Ecoturismo.

132 Agustín Coca Pérez ral), y el control efectivo del negocio turístico por parte de las comunidades.” (Ruiz y Solís, 2007: 11). Por ello, a continuación, veamos qué particularidades ofrece el turismo comunitario y su entendimiento del medio ambiente y lo ecológico. Desde ahí, podremos acercarnos a valorar la propuesta particular que desde nuestro punto de vista se encarna en determinadas experiencias comunitarias.

Lo medioambiental en las experiencias turísticas comunitarias analizadas Los conceptos medio ambiente o/y ecológico impregnan y legitiman determinadas lógicas económicas. El desarrollo sostenible se ha convertido en el paraguas ideal que articula discursos para consolidar el modelo de explotación económico desde la lógica del mercado. Para ello fue enormemente útil un tipo de naturaleza disociada de la cultura y racionalizada desde los parámetros del saber científico. Un saber que en la mayoría de los casos obvia a otro tipo de saber local. Un saber local, nativo, que en muchas ocasiones contiene otras formas de entender el mundo y que no recrea los modelos dualistas occidentales. Hay autores que, como Descola (2004), plantean, de forma general, que los pueblos amerindios tienen una particular forma de entender el entorno y de sentirse en él. De hecho sugiere que el dualismo tan occidental que contrapone a la naturaleza con la cultura, es desconocido para los pueblos amazónicos. Lejos de entenderse como mundos separados, los animales y las plantas tienen capacidades “atributos” idénticos a los humanos, llegando a la conclusión de que la “naturaleza” identificada por la ciencia occidental, no tendría cabida en un mundo donde los humanos no son sino una especie más entre otras muchas. Desde Brasil, Viveiros de Castro (2004) nos sumerge en lo que denomina “perspectivismo”, según el cual, la realidad no se divide entre las personas y sus ámbitos de relación y la naturaleza, sino que en determinadas culturas se entiende que en el mundo viven diferentes tipos de personas, humanas o no, que tienen sus particulares puntos de vista de percibir el entorno. Y si los humanos se ven a sí mismo como humanos y al resto como animales y plantas; los espíritus, los depredadores u

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otros animales y plantas se consideran humanas, distinguiéndose, cada cual, como “persona” desde su propia “perspectiva”. Es interesante su honda reflexión sobre las diferencias ontológicas a la hora de entender el cuerpo, lo sobrenatural, y el papel del chamán como elemento capaz de transgredir su propia condición de lo humano… Pone a discusión los planteamientos naturalistas y dualistas occidentales. Sugiere que las diferencias existentes entre las lógicas occidentales e indígenas, desde el punto de vista de estos últimos, no serían diferencias de pensamiento, como desde nuestro relativismo se apela, sino de mundo, subrayando el alejamiento entre las cosmovisiones indígenas y europeas. Estos planteamientos, resumen algunas de las reflexiones más certeras que inciden en la forma, contrastadamente demostrada, que tienen determinados grupos étnicos de concebir un mundo alejado de los planteamientos dualistas occidentales. Este tipo de razonamientos, de perspectivas sobre el mundo, y de conocimiento, han ido apareciendo a lo largo de la investigación efectuada en la Comunidad de Machacuyacu33. Se trata de retazos incompletos que salpican el cuaderno de campo y que requiere aún de una mayor concreción e investigación. El entendimiento del arcoiris como una conversación visual que desde un cauce de un río a otro se produce entre dos boas; la importancia estructural y funcional de los sueños en el devenir cotidiano; la relación particular con determinadas especies animales; las visiones y el papel crucial del chamán en momentos concretos y críticos personales; su importancia en determinadas crisis por la que pasó la comunidad; la relación introspectiva de un yo que se desarrolla desde parámetros de entendimiento diversos a los occidentales…son elementos que sugieren otras ontologías de concebirse. Hay una narrativa local que propone una forma distinta de entender el mundo, de sentirse en él. Y si desde la lógica del mercado se plantean modos de desarrollo concretos, creemos, que estas formas de entender el mundo, de sentirse en él, de saberse, provocan dentro del contexto comunitario otras posibles y distintas formas de afrontar el futuro. Desde estrategias que 33 Para más información sobre las características de la comunidad ver: Coca, A. (2007) Machacuyacu, turismo y organización comunitaria. En Turismo Comunitario en Ecuador. PP.93-124. Abya-Yala. Quito.

134 Agustín Coca Pérez consideran a lo propio, como algo fundamental, desde lo que articular sus acciones y propuestas. Desde planteamientos donde las personas y las comunidades se sienten “parte (mas que dueños) de una forma y contexto de vida (cultura y medio ambiente)” (Ruiz, 2007:308). Es enorme el valor de determinadas experiencias de turismo comunitario en cuanto que diseñan, desde el empoderamiento de sus recursos, desde la disponibilidad de lo propio, otras formas y lógicas de afrontar el mañana. Que resemantizan conceptos que como lo ecológico, lo ambiental o el desarrollo sostenible, se fueron descargando de todo el potencial renovador y trasgresor. Ruiz (2009) analiza en la comunidad de Agua Blanca los cambios y transformaciones ocurridos en los procesos de apropiación territorial que se llevaron a cabo en esta comunidad en las últimas décadas. Y se convierte en un ejemplo a la hora de definir las nuevas estrategias de apropiación que se materializan en prácticas sostenibles para lograr sobrevivir en el frágil equilibrio que impone en la actualidad el Parque Nacional Machalilla. Analiza los cambios de colectivos que pasaron de ser macheteros en una hacienda, a depender en exclusiva del carbón, de la tagua, del ganado o del expolio arqueológico, en un territorio que tuvieron que discutir al Estado. Precisa las transformaciones habidas en cuanto a la relación con los recursos en las diversas épocas y concreta como se fueron definiendo, no sin dificultad ni conflictos latentes, alternativas- entre ellas la turística- en este espacio natural protegido. Propuestas que maduraron en un sistema de equilibrios inestables que continúan definiendo la relación de las personas con el entorno. Y “los algarrobos han dejado de dibujar sacas de carbón en la retina de los aguablanqueses, se perciben como caminos para las ardillas y escaparates para el mot-mot; las vasijas y muñecos manteños no se traducen en dólares de parte de los coleccionistas, sino que se adivinan sus brillos expuestos en las vitrinas del museo” (Ruiz, 2009: 421-422). En su análisis de los procesos de patrimonialización llevados acabo en los últimos años éstos han propiciado que “cultura y naturaleza sean “objeto” de conocimiento y “objetivo” de intervención y protección (…) [y] la comunidad ha terminado siendo garante, tanto de la cultura como de la naturaleza” (Ruiz, 2009: 419-420).

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Experiencias que se sitúan en un ámbito de relación muy determinado con respecto al mercado en el que se sumerge, como es el caso de Agua Blanca, no convirtiendo lo propio en una mercancía sin más, sino controlando qué es lo que se ofrece y de qué manera. Y rearticulando una relación diversa y compleja con el entorno. Otro ejemplo lo encontramos en Machacuyacu. La iniciativa turística surge como respuesta a la agresión que suponía la explotación de áridos que se proyectaba sobre los territorios en los que se enclava la comunidad. El conocimiento del deterioro de otros entornos cercanos estaba en la base de la negativa a considerar un modelo de desarrollo que les destruyera su territorio, que les enajenara de su medio: la gente mayor y las mujeres dijeron que no eran buenas esas empresas. Porque se va a deteriorar nuestra propia naturaleza. E iba a haber otras intervenciones externas como la drogadicción, el alcoholismo, la prostitución. Y teníamos que decidir otra alternativa (…) que no rompa lo comunitario de nuestra gente nativa. Presidente de la Comunidad de Machacuyacu (2006)

De nuevo acá, en las puertas de la Amazonía aparece esta indisociabilidad entre cultura- naturaleza. La naturaleza nos contiene y no se concibe tal y como es entendida desde los parámetros occidentales sino desde nuestra gente nativa. Desde nuestra forma particular de entendernos. La comunidad de Machacuyacu se articula con otras comunidades dentro de una red: la RICANCIE, encargada de disponer en el mercado el producto turístico. Conscientes de los riesgos que esto supone para el mantenimiento de una relación no dependiente e intrusista, y tras las experiencias no deseadas vividas en otras comunidades vecinas, asumen unas normas de comportamiento que denotan la preocupación por que se respete su forma de vida. Articulan un código de principios desde el que modular los vínculos con el turista. Y donde se dicta cómo ha de respetar el entorno socioambiental kichwa: 1.No deje desechos plásticos, vidrio y otros materiales que no sean de fácil reciclaje; de haberlos traído regréselos consigo. 2. No se permite cambio o venta de ropa usada a los miembros de la comunidad. 3. La naturaleza brinda diversos pai-

136 Agustín Coca Pérez sajes y curiosidades para ser fotografiados; si desea tomar fotos a personas de la comunidad podrá hacerlo con la debida autorización. 4. Si usted participa en las curaciones con plantas u otros recursos del bosque, por favor, cumpla las normas establecidas para este efecto. 5. Debido a que deseamos conservar la integridad de nuestra forma de vida, no se permite a los visitantes permanecer en las instalaciones o en la comunidad más allá de lo acordado. 6. Evite el contacto íntimo con el guía o miembros de la comunidad, pues ello afectaría la moral y tradiciones culturales comunitarias...34 Unas normas que se definen desde una situación de empoderamiento sobre sus recursos y la propia actividad turística, de control sobre su medio y de no alienación (en el sentido marxista del término). Sólo así es entendida la actividad turística: como forma complementaria a sus economías y controlada por ellos. Son interesantes las palabras que al respecto pronunciaba el presidente de la Comunidad: el turismo es importante; pero el turismo no puede ser la única actividad…tenemos la chacra, el cultivo y también el turismo…el turismo puede ayudarnos pero no podemos depender sólo del turismo porque perderíamos nuestra forma de ser Presidente de la Comunidad de Machacuyacu, Febrero de 2009

En este espacio particular las relaciones mercantiles han de ser moduladas para seguir siendo dueños de su particular forma de ser, de su futuro y el de sus hijos, de su propia naturaleza… de su mañana. Para ello la importancia de la organización colectiva parece garantizar hasta el momento que la toma de decisiones se haga desde la discusión plural para la consecución de las mejores decisiones. Para ello, en Machacuyacu, al igual que en Agua Blanca (Ruiz, 2009) si bien los líderes son necesarios en momentos precisos, en el día a día no pueden faltar los dirigentes35. Los primeros fueron fundamentales para el na34 OIT/EQUIPO TECNICO MULTIDISCIPLINARIO PARA LOS PAISES ANDINOS. Documento de Trabajo 140. Turismo sostenible. Estado, comunidad y empresa frente al mercado. El caso del Ecuador. Lima, Oficina Internacional del Trabajo, 2001 35 Ruiz plantea cómo “la condición de líderes nace de uno mismo, por las formas que se relaciona con los demás, por sus conocimientos, por su capacidad de expresión, de iniciativa, de acción y sobre todo por su carisma; el liderazgo hace confluir una

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cimiento de la RICANCIE. Tanto en su surgimiento como organización, como en la captación de fondos externos había que tener carisma, iniciativa personal, oratoria…habilidades que no todos tienen. Sin embargo, en el devenir diario de la comunidad, son los dirigentes los necesarios, los servidores para llevar a buen puerto las decisiones que entre todos construyen colectivamente en las asambleas (Coca, 2007). Estos dirigentes son: como árboles en el camino…no son fáciles ser dirigente en las comunidades. Tienes que ser una persona no muy orgullosa. Son necesarios. Decimos que es como un árbol que está en el camino, que por todos lados tiene golpes, están rallados, pero pasa, sigue estando ahí…el árbol es necesario, y las personas hablan y dicen del dirigente, y todos ven los golpes y está ahí pero todos miran y nunca muere… Javier Grefa, 2006.

Es fundamental la existencia de una organización comunitaria sólida, que proponga la plataforma organizativa desde la que poder plantear otra alternativa al modelo externo de desarrollo. Y no es baladí que uno de los factores estructurales sin los que no se puede entender el turismo comunitario es la propia organización comunitaria. En este caso, la solidez de instituciones comunitarias como la asamblea o la minga son plataformas desde las que se discuten las particularidades concretas, desde la que se establecen las estrategias de futuro. Con ello se garantiza que cualquier acción y decisión cuente con el beneplácito del pensamiento comunitario. En el que no hay votos, sino consensos y desde el que se definen constantemente los intereses del nosotros colectivo como pieza angular desde la que implementar las acciones…

A modo de reflexión final ¿Formula el turismo comunitario otra propuesta de ecodesarrollo? Es difícil en el momento actual dar una respuesta contrastada. La pérdida de pluralidad cultural irremediablemente supone la perdida de naturaleza personal y un reconocimiento público.(…) Los dirigentes , en cambio son elegidos por la asamblea, para satisfacer las necesidades de todos.”(Ruiz, 2009: 312-313).

138 Agustín Coca Pérez biodiversidad. Y con ello la imposibilidad de conocer las contestaciones que pudieron ofrecer, esas culturas desaparecidas, para lograr diferentes caminos. Nuevas maneras desde donde articular formas de vivir en el presente en este mundo cada vez más globalizado. Las experiencias analizadas es posible que puedan convertirse en ejemplos que renueven la polisemia de conceptos, como el de ecodesarrollo, que en un principio despertaron tanto enojo en organismos internacionales. Y que la redujeron a la panoplia del desarrollo sostenible entendido como estrategia al servicio del capital. El turismo comunitario, en determinados contextos, intuye nuevos modelos de desarrollo: donde lo cultural o lo ambiental no se convierta en un bien de consumo sin más. Donde no se someta la conversión del patrimonio en estricta mercancía al servicio del turismo y que a la larga lo empobrezca y degrade. El desarrollo sostenible, lo ecológico, puede estar resemantizándose en el contexto americano. Desde experiencias concretas que pasan ineludiblemente por el aporte de nuevas formas de organización política. De nuevas formas de relación con los recursos. Desde otros planteamientos discursivos y prácticos que logren superar las limitaciones de un sistema socioeconómico global acabado e inoperante. Como han argumentado algunos, la crisis ecológica actual no es sino la expresión de una crisis de civilización y si esto es así “los verdaderos focos de alteridad civilizadora está en aquellos enclaves del planeta donde la cultura occidental no pudo (…) imponer y extender [totalmente] sus valores, prácticas, empresas y acciones de modernidad y supuesto progreso” (Toledo V. M., 1999: 43). Y es, sin lugar a dudas, un camino en el que la ciencia debe abrirse al conocimiento local, nativo. Abrir los raíles por donde circula el tren de su “verdad”, siguiendo la metáfora que empleó Levi Strauss (2002) a otras formas de conocimiento y perspectivas sobre el mundo.

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