Medialidad: una visión contemporánea del concepto

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Descripción

Medialidad: una visión contemporánea del concepto Juan Ojeda Mena Universitat de València Resumen El presente estudio constituye un recorrido del pensamiento de Günther Anders en torno al concepto de medialidad. Como se podrá evidenciar, su concepción teórica no sólo tuvo un impacto en el concepto de banalidad del mal, sino que también fundamentó múltiples teorías psicológicas, entre ellas, el estado agéntico, la desconexión moral y la difusión de la responsabilidad. El estudio culmina con la revisión del estado patológico medial conocido como ceguera del apocalipsis, y el examen de la tarea pendiente de la filosofía en la educación moral del sujeto social. Palabras clave: Günther Anders; medialidad; Hannah Arendt; banalidad del mal; Adolf Eichmann; Stanley Milgram; obediencia a la autoridad; estado agéntico; Albert Bandura; desconexión moral; deshumanización; reificación; conformidad social; difusión de la responsabilidad; efecto espectador; desestimación de las consecuencias; ceguera del apocalipsis;

Abstract The current study develops over Günther Anders’ thought around the concept of mediality. As you may notice, his theoretical framework didn’t just affect in the concept of banality of evil, but it served as a base for multiple psychological theories, amongst them, the agentic state, the moral disengagement, and the diffusion of responsibility. The study finishes by revising the pathological state of mediality, known as apocalyptic blindness, and its demand over pending tasks of philosophy into moral education of social being. Keywords: Günther Anders; mediality; Hannah Arendt; banality of evil; Adolf Eichmann; Stanley Milgram; obedience to the authority; agentic state; Albert Bandura; moral disengagement; dehumanization; reification; social conformity; diffusion of responsibility; bystander effect; disregard of consequences; apocalyptic blindness.

En su Del libre Albedrío (387-389) San Agustín lo había dejado claro; «Cada hombre que no obra rectamente es el verdadero y propio autor de sus malos actos. Y si lo dudas, considera lo que antes dijimos, a saber: que la justicia de Dios castiga las malas acciones. Y claro está que no serían justamente castigadas si no procedieran de la voluntad libre del hombre» (de Hipona, 2006, pág. 23). El esencialismo agustiniano liberaba a Dios y las circunstancias de la maldad, algunos hombres nacían para caer, así como el Lucifer de Milton que se rebelaba ante Dios, caía. La maldad inherente o disposicional fue quizás, la única visión aceptada en la psicología hasta mediados del siglo XX. Sin embargo, ¿Qué fue lo que hizo pensar en otro origen de la maldad? ¿No bastaba, acaso, con aceptar que por cada canasta se pudrirían algunas manzanas? El siglo XX no fue solo un periodo de experimentación política, fue el «siglo de las matanzas», donde el asesinato se convirtió en un esfuerzo creativo1. Fue un siglo de aprendizaje, al entender que «el ser humano es capaz de renunciar por completo a su humanidad por una ideología irreflexiva, de cumplir hasta el exceso las órdenes de unas autoridades carismáticas de que destruya a todo aquel al que etiqueten como “enemigo”» (Zimbardo, 2008, pág. 39). El siglo veinte fue el primero en hacernos reflexionar en cómo gente “aparentemente buena” termina haciendo maldades sin pudor alguno2. A la filosofía le debemos el haber identificado los factores situacional y 1

Georges Didi-Huberman en su Imágenes pese a todo (2014), se refiere a la labor de los campos de concentración como una «maquinaria de desimaginación». A este hecho, es precisamente, al que nos referimos con esfuerzo creativo. En el siglo XX el hombre no podía conformarse con una gatling gun, debió manufacturarse algo más portátil como la AK-47 o M16. Para la batalla de trincheras contaminó el aire con gas mostaza y, para el genocidio judío utilizó zyklon-b. Los crematorios de Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Sobibor y Chelmno retornaban al polvo pre-adamítico al vecino, empero, su espectro destructivo era limitado. Con la bomba atómica, la posibilidad de freír ciudades enteras se hizo posible, pero el escándalo político, obligó a manufacturar bombas incendiarias, políticamente correctas, como el napalm. En fin, el corto siglo XX parece haber sido una batalla creativa por la desimaginación del prójimo. 2 Jean Hatzfeld en su libro Machete Season: The killers in Rwanda Speak (2005) publicó el testimonio de diez miembros de la milicia hutu que asesinaba sin piedad a los civiles tutsis. Considero que el siguiente

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sistémico antes que la psicología. Empero, la identificación no se realizó en aislamiento, para ello, algunos individuos arquetípicos debieron mediatizarse. La segunda gran guerra no sólo se caracterizó por haber extinguido 60 millones de personas, sino que también desarrolló un genocidio “ejemplar”, ante el que sus directivos demostraron ingenuidad, al haber asesinado por obediencia y contra su voluntad. De este evento, Adolf Eichmann, en el arquetipo se convirtió. Del juicio de Eichmann en Jerusalén (1963), Hannah Arendt logró sintetizar una teoría que habría de bautizar con el nombre de banalidad del mal. La teoría nos explica cómo «seres insignificantes» con personalidades de «vulgares carteros» pueden desarrollar actos de maldad extrema sin siquiera apercibirse del hecho3. El informe de Arendt, entre elogios y críticas, la catapultó a la fama mundial. Y, su teoría, exhortó a psicólogos sociales como Stanley Milgram a comprobarla. No obstante, valdría preguntarse; ¿Fue Arendt original en su concepción teórica? ¿Habría alguien identificado el factor situacional antes que ella? Lo cierto es que resulta imposible rastrear una respuesta verdadera, pero, analizando su entorno académico podemos comprender realidades alternativas. En este sentido, si investigamos la obra filosófica de su expareja, Günther Anders, notaremos que constituyó una fuente teórica para el desarrollo de su teoría. Anders publicó su antropología filosófica en 1956 bajo el título de Die Antiquiertheit des Menschen. Su obra, que es un diagnóstico del siglo, representa una exquisita filosofía de la técnica que en el camino aborda múltiples problemáticas. En el cuarto, y último ensayo llamado Sobre la bomba y las raíces de nuestra ceguera del testimonio resume el pulso del siglo: «Antes sabía que un hombre podía matar a otro porque es algo que siempre ha sucedido. Ahora sé que hasta la persona con la que has compartido comida, o con la que has dormido, te puede matar sin problemas. El vecino más cercano te puede matar con los dientes: esto es lo que he aprendido del genocidio, y mis ojos ya no ven al mundo como antes» (Zimbardo, 2008, pág. 40) 3 Arendt describe que el Dr. Wechtenbruch calificó a Eichmann como un ser insignificante, y el Dr. Servatius afirmó que «la personalidad de su cliente era la propia de un “vulgar cartero”» (Arendt, 2014, pág. 213). Ambos individuos conformaron la defensa de Eichmann en Jerusalén.

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apocalipsis, menciona el concepto de medialidad, cuyo significado es prácticamente idéntico al de la banalidad del mal.4 En las siguientes páginas se tratará de mostrar cómo Anders a través de los conceptos de medialidad y ceguera del apocalipsis, realizó un diagnóstico precoz del arquetipo Eichmann, así como de recientes teorías filosóficas y psicológicas sobre deshumanización, reificación, conformidad social, desconexión moral, difusión de la responsabilidad y desestimación de las consecuencias. Lo primero que se debe destacar es que antes de que Arendt identificara la banalidad del mal en las múltiples excusas de Eichmann, Anders ya había identificado la medialidad en los argumentos de los enjuiciados en Núremberg. «En los procesos en que se juzgaban “crímenes contra la humanidad” siempre se podía volver a experimentar que los acusados se veían ofendidos, espantados, a veces incluso escandalizados porque eran interpelados como “personas”, es decir, se los responsabilizaba de la brutalidad infligida». (Anders, 2011, pág. 274) Y, así como Eichmann se lavaba las manos aseverando que sólo había sido un «humilde engranaje en una máquina intimidante»5, dieciocho años antes los acusados de Núremberg desconocían los fundamentos del proceso, porque pese a todo “habían obrado moralmente”: «Si eran incapaces de sentir remordimiento, vergüenza o cualquier tipo de reacción moral, no fue porque “a pesar de todo” habían colaborado, sino casi siempre porque sólo habían colaborado; pero a veces porque habían colaborado, es decir, porque para ellos “ser moral” coincidía eo ipso con la absoluta “medialidad” y, por eso, tenían buena conciencia». (Anders, 2011, pág. 275) Anders no solo se limitó a identificar el concepto de medialidad, sino que también identificó la personalidad del sujeto prototípico. Para él, «la mayoría de ellos 4

Entender por qué la filosofía Andersiana es marginalmente conocida, no resulta difícil. Su Opus Magnum “La obsolescencia del hombre” de 1956 acabó de traducirse al francés en 2002, al español en 2011 y, en inglés aún no se traduce. Por el contrario, el informe de Arendt, Eichmann en Jerusalén (1963) se publicó en inglés, y se tradujo al francés en 1966 y al español en 1967. 5 En la película «Eichmann» de Young (2007), al inicio de la entrevista con el capitán Avner Less, Eichmann realiza una aserción sin precedentes. «I think you will find that I can prove I was only a humble cog in what was admittedly a highly intimidating machine». «Creo que usted encontrará que puedo probar que yo era sólo un humilde engranaje en lo que ha sido, ciertamente, una máquina muy intimidante».

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son hombres bonachones, respetables y pequeñoburgueses, incapaces de la melancolía o el cinismo […]; son “positivos” hasta la médula, sus cuentas están saneadas y sus principios no son menos sólidos» (Anders, 2011, pág. 282). Su descripción, coincide asombrosamente con el perfil psicológico de Eichmann antes de iniciar los interrogatorios: «Seis psiquiatras habían certificado que Eichmann era un hombre «normal». […] otro consideró que los rasgos psicológicos de Eichmann, su actitud hacia su esposa, hijos, padre y madre, hermanos, hermanas y amigos, era «no solo normal, sino ejemplar». Y, por último, el religioso que le visitó regularmente en la prisión, después de que el Tribunal Supremo hubiera denegado el último recurso, declaró que Eichmann era un hombre con «ideas muy positivas»» (Arendt, 2014, pág. 20). En el pensamiento de Anders, la antítesis del hombre medial6, es a breves rasgos, aquel que se hace responsable de sus actos. El arquetipo antitético de lo medial nació de la correspondencia con Claude Eatherly a quien en un extenso intercambio epistolar, dio a conocer como El piloto de Hiroshima (1961). Para Anders, la medialidad no es una hipótesis, sino que, es actualmente, moneda corriente; «esta “medialidad” impera en todas partes. No solo, por ejemplo, en los países que obligan violentamente al conformismo, sino también en los que lo imponen con suavidad» (Anders, 2011, pág. 274). Como resultado, aquel que ha servido al sistema, y en el transcurso se estaciona a reflexionar, no incurre en comportamiento anómalo, sino que trata de rescatar migajas de su humanidad; «así pues, dado que sus esfuerzos son inútiles, es perfectamente comprensible que reaccione con pánico y desorientación.

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Antes de 1961, la medialidad era representada por las SS hitlerianas que habían comparecido en Núremberg. Una vez hubo terminado su correspondencia con Eatherly, Anders adoptó formalmente a Eichmann como su arquetipo antitético. En el libro Nosotros los hijos de Eichmann: carta abierta a Klaus Eichmann (1964) Anders descarga toda su “batería ideológica” de La obsolescencia del hombre (1956) contra el primogénito de Eichmann. Sorprendentemente, la comprensión andersiana del problema, coincide con el diagnóstico de Arendt: «No, Eichmann no era estúpido. Únicamente la pura y simple irreflexión —que en modo alguno podemos equiparar a la estupidez— fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo» (Arendt, 2014, pág. 418).

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Incluso podría decirse que esta reacción es signo de su salud moral, pues demuestra que su conciencia sigue viva». (Anders, 2003, pág. 36). Empero, ¿Qué es, en definitiva, la medialidad? ¿Cuál podría ser su origen? ¿Está por doquier? ¿Le ocurre a todos? En su filosofía de la técnica, Anders considera que el trabajador es el individuo más propenso al comportamiento medial, y por lo tanto, la cuna de la medialidad sería la empresa: «La empresa es, pues, el lugar en que se produce el tipo de hombre “medial y sin conciencia”; el lugar de nacimiento del conformista […] La suspensión de la conciencia, que antes ya era un fait accompli, adquiere el aspecto de una pura falta de conciencia, a la vez que la suspensión de su responsabilidad el de la pura moral insanity». (Anders, 2011, p. 277) El diagnóstico de Anders describe diáfanamente al típico burócrata de las SS hitlerianas. El tecnócrata que al ingresar a la empresa pierde sus principios y se deja arrastrar por el hado, con el fin de evitar responsabilizarse de sí mismo. «[Eichmann] explicó que desde el momento en que recibió el encargo de llevar a la práctica la Solución Final, había dejado de vivir en consonancia con los principios kantianos, que se había dado cuenta de ello, y que se había consolado pensando que había dejado de ser «dueño de sus propios actos» y que él no podía «cambiar nada7» (Arendt, 2014, pág. 200). Al analizar con detenimiento la pura falta de conciencia en que deviene el trabajador en la empresa, comprendemos que la supuestamente omnipresente conciencia moral “superyóica” puede ser desenchufada a voluntad. En este sentido, Anders parece 7

En la Psicoterapia Existencial (1980) de Yalom se suele afirmar que existen dos defensas básicas ante la angustia fundamental de la muerte. La primera, el heroísmo compulsivo en la que el individuo se siente lo suficientemente especial como para combatir su inminente muerte; y, la segunda, el salvador en la que el individuo contempla la existencia del «ayudante mágico» de Fromm, que le permitirá solucionar el problema de la muerte sin dolor. Cuando se aplica la teoría de la localización del control de Rotter (1966), se comprende que Eichmann era claramente un «externalista» dependiente de un salvador, por lo que en esta medida, resultaba ser más convencional de lo que se creía: «Todo lo que preparaba y planeaba, cualquier cosa, iba mal, tanto mis asuntos personales como los largos años de esfuerzos para obtener patria y tierra para los judíos, todo parecía estar bajo el influjo de un hado maligno; cuanto deseaba y necesitaba y planeaba hacer, los hados lo impedían de alguna manera. Todo, no importa qué, se frustró» (Arendt, 2014, pág. 80).

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haberse adelantado en 30 años a la teoría de la desconexión moral de Albert Bandura8. Según esta teoría «las personas no incurren ordinariamente en conductas reprensibles hasta que hayan justificado a sí mismas la moralidad de sus acciones» (Bandura, 1990, pág. 29). Pero, para que lo malo advenga en lo bueno se debe pasar por una reconstrucción cognitiva9. De este modo, «la conversión de gente socializada en combatientes dedicados, se logra no alterando la estructura de personalidad, los impulsos agresivos, o los estándares morales. En cambio, se logra restructurando cognitivamente el valor moral del asesinato, para que pueda cometerse libre de restricciones de auto-censura (Kelman, 1973, pág. 35). Una de los modos más eficientes de autorizar lo moralmente incorrecto, es implantando una nueva moral que lo justifique. En este sentido, la ética medial fue identificada por Anders al entender que «propio del trabajador es “mover siendo movido” con los demás; permanecer excluido del conocimiento de las finalidades de la empresa, a cuya consecución contribuye, porque en eso consiste su único raison d'être; no ser nunca “propietario” del conocimiento de las finalidades de la producción» (Anders, 2011, pág. 275). La ética medial tendría sus bases en el principio deontológico del estar allende. El deber del trabajador consistiría, precisamente, en no deber10: «Nuestra obsesión por asignar competencias, esto es, nuestra convicción, fruto de la división del trabajo, de que cada cuestión cae dentro de un determinado ámbito de competencias en el que no debemos inmiscuirnos […]. Naturalmente,

Bandura (1986) en su libro “Social foundations of thought and action: A social cognitive theory” propone por vez primera que el hombre tiene la capacidad de desconectarse de sus responsabilidades morales, y, aún después de violar estándares morales generalmente aceptados no suele percibir su comportamiento como no-ético (Moss , 2010). 9 El filósofo Sam Keen (2004) en su libro “Faces of the enemy: Reflections on the hostile imagination” explica cómo los gobiernos utilizan la propaganda para justificar la Guerra al crear una imaginación hostil del país vecino. Una introducción a su pensamiento puede apreciarse en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=bryXdyv8lOA 10 La moral medial se evidencia en las palabras del Generaloberst Alfred Jodl. Previo a la horca se le preguntó «¿Cómo es posible que todos ustedes, honorables generales, siguieran al servicio de un asesino, con tan inquebrantable lealtad?», repuso que no era «misión del soldado ser juez de su comandante supremo. Esta es una función que corresponde a la Historia, o a Dios en los Cielos» (Arendt, 2014, pág. 219). 8

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este «No-deber (No-deber-inmiscuirse)» se convierte automáticamente en un «No-ser-necesario», en un «No-tener-necesidad-de»» (Anders, 2003, pág. 52). El arquetipo Eichmann también contaba con un principio del deber que justificara sus atrocidades. Para él, su vida laboral se había desarrollado conforme los principios morales del imperativo categórico kantiano: «Con mis palabras acerca de Kant quise decir que el principio de mi voluntad debe ser tal que pueda devenir el principio de las leyes generales» (Arendt, 2014, pág. 198). O, en palabras de Hans Franck, «compórtate de tal manera, que si el Führer te viera aprobara tus actos11» (Die Technik des Staates, 1942 como citado en Arendt, 2014, pág. 199). Ciertamente, pese al hecho de que Anders no mencionó la obediencia como una competencia laboral relevante para el hombre medial, sus continuas referencias a la instrucción, reclamos, demandas que la empresa impone, permiten comprender que la obediencia resulta vital: «Como trabajadores, los contemporáneos están instruidos para el colaborar como tal» (Anders, 2011, pág. 278), por lo que aquellos trabajadores que desobedecen o rechazan su rol laboral, están destinados a la condena social: «El trabajador de fábrica o el empleado de despacho que rehusara seguir colaborando en la maquinaria de la empresa con el razonamiento de que el producto de la empresa contradice su propia conciencia individual, o una ley moral universal, o de que su utilización es inmoral, en el mejor de los casos sería considerado un loco y rápidamente se dejarían sentir las consecuencias de su inusual comportamiento» (Anders, 2011, pág. 276). Cuando Eichmann afirmó que «él cumplía con su deber; no solo obedecía órdenes, sino que también obedecía la ley» (Arendt, 2014, pág. 84), el psicólogo social Stanley Milgram empezó a preguntarse si la Obediencia a la autoridad12 (1973) sería factor suficiente para legalizar la barbarie. El experimento de Yale, que grosso modo 11

Fórmula del Imperativo Categórico del III Reich. El desplazamiento de la responsabilidad al afirmar que se habían cometido atrocidades porque se seguían órdenes, fue un argumento continuamente esgrimido en Núremberg y Jerusalén. Consecuentemente, con el fin de evitar futuras ingenuidades, lo obvio debió elevarse a principio en los acuerdos de Núremberg. El principio IV dice que «El hecho de que una persona actúe bajo las órdenes de su Gobierno o de un superior no le exime de la responsabilidad bajo las leyes internacionales, siempre que se demuestre que tenía posibilidad de actuar de otra forma» (Dondé Matute, 2009, pág. 112). 12

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consistía en ordenar a un “maestro” que friera eléctricamente a su “aprendiz” por cuatro dólares13, permitió a Milgram «concluir que la concepción de Arendt sobre la banalidad del mal se halla mucho más cerca de la verdad de lo que pudiera uno atreverse a imaginar» (Milgram, 1980, pág. 19). Milgram logró demostrar que otra forma de legitimar lo inmoral es a través de la difusión de la responsabilidad. Según la teoría, «la persona que siente, por convicción interna, repugnancia por el robo, o por el crimen, o por una agresión cualquiera, puede de hecho llevar a cabo todas estas acciones con una relativa facilidad, una vez que le son ordenadas por la autoridad14» (Milgram, 1980, pág. 9). No obstante, resulta fascinante entender que Anders se había adelantado 17 años en esta concepción teórica: «Estamos tan encerrados en las fases de trabajo que se nos ha asignado como los prisioneros a sus celdas. En tanto que «prisioneros» nos agarramos a la imagen de nuestro trabajo especializado»; de este modo estamos excluidos de la representación del aparato como totalidad». (Anders, 2010, pág. 60) Así, queda claro que el problema de la medialidad surge con la especialización del trabajo sugerida por Adam Smith en su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), que desde el periodo decimonónico desplazó la figura del artesano de taller, comprometido con su obra, por la del obrero de fábrica, comprometido con su rendimiento (Sennett, 2013). En este sentido, la medialidad de

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Durante el experimento, Milgram se preguntaba continuamente, ¿Cuáles serían los factores obligantes que hacían obedecer? Él, consideró que tanto la autoridad del experimentador, como la reputación de la universidad, y la vergüenza de retirarse jugaron un rol crítico. No obstante, parece haber olvidado que la asistencia de los sujetos nunca fue voluntaria, sino que compensada. Considero que así como el dinero compra la dignidad, los 4 dólares por hora en Yale, y los 15 dólares por día en la cárcel de Stanford, fueron quizás, los factores obligantes más importantes. Zimbardo parece haber explorado este tema en su experimento, cuando al recluso 1037 se le preguntó: «¿Estaría usted dispuesto a renunciar a todo el dinero que ha ganado hasta ahora a cambio de recibir la libertad condicional?» «Sí, señor, sin pensármelo dos veces» (Zimbardo, 2008, pág. 201), no obstante, pese a haber respondido afirmativamente, jamás reclamó su derecho a la libertad condicional. 14 En el pensamiento de Milgram, «la primera condición que se precisa para la transformación a un estado agéntico, es la percepción de una autoridad legítima» (Milgram, 1980, pág. 132). Esto queda evidenciado cuando contemplamos la opinión de Eichmann sobre el su máximo líder: «Eichmann dijo que Hitler «quizá estuviera totalmente equivocado, pero una cosa hay que no se le puede negar: fue un hombre capaz de elevarse desde cabo del ejército alemán a Führer de un pueblo de ochenta millones de personas... Para mí, el éxito alcanzado por Hitler era razón suficiente para obedecerle» (Arendt, 2014, pág. 186).

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Anders sería una re-expresión de la alienación marxista.15 Milgram, en referencia a Eichmann, solía decir que «es sicológicamente fácil descargar de uno mismo la responsabilidad cuando no pasa de ser un eslabón intermedio16 dentro de la cadena de una acción perversa, hallándose alejado de las últimas consecuencias de la acción» (Milgram, 1980, pág. 23). Esta noción de distancia del espectador respecto a la víctima, jugaría un papel crítico en las variaciones experimentales de Milgram. Conforme más cerca se encontraba la víctima del victimario, más difícil resultaba hacer que el victimario involuntario ingresara en un estado agéntico17. Mientras más patente era el dolor del otro, mayor era la tensión que sufría el espectador del acto. En este ámbito, Anders también teorizó cuando publicó su parábola Der Blick vom Turf en 1932: «“Cuando desde la más alta de las atalayas la señora Glüp llevó su mirada hacia abajo, su hijo apareció en la calle como un minúsculo juguete. Lo reconoció por el color de su abrigo. Poco después, un camión de modelo reducido chocó contra el juguete. “Este acontecimiento que acababa de suceder sólo era un breve accidente, privado de realidad, que implicaba un juguete roto. “¡No quiero bajar!”, gritaba, debatiéndose ferozmente cuando la forzaban a descender la escalera. “¡No quiero bajar! ¡Abajo voy a volverme loca!”» (Dupuy, 2007, pág. 13)

41 años antes de Milgram, Anders no sólo empezaba a bosquejar su teoría del desnivel prometeico, sino que también debió reconocer que el peligro de la medialidad estribaba en la posibilidad de quedar atrapados en una máquina total; «¿Qué serían entonces? Piezas de máquinas. Es decir, piezas mecánicas de una única y gigantesca «máquina total» en la que se habrían fusionado» (Anders, 2010, pág. 64), y que pudiera

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Para Marx «El objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el producto es la objetivación del trabajo. […] La objetivación como pérdida del objeto y servidumbre a él, la apropiación como extrañamiento, como enajenación» (Marx, 2014, págs. 7374). En esta medida, la preocupación marxiana tiene sus raíces en la incapacidad del trabajador de hacerse y relacionarse con su producto. Por el contrario, para Anders el trabajador ha perdido la capacidad de hacerse y relacionarse con el objetivo de su trabajo, por lo que se encuentra ajeno al sentido, y en este ámbito; alienado. 16 En 1960, Eichmann fue entrevistado por la revista LIFE: «En verdad, yo no fui sino una pequeña pieza de la maquinaria, limitándome a cumplir las instrucciones y las órdenes del Reich. No soy ni un criminal ni un asesino en serie» (LIFE, 1960) 17 «Yo llamaría este estado el estado agéntico con lo que quiero dar a entender la condición en que se encuentra una persona cuando se considera a sí misma como un agente que ejecuta los deseos de otra persona» (Milgram, 1980, pág. 127)

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arrojarnos a una situación total como «aquella condición de completa inmersión en un contexto en el que no se acepta punto de vista o acción alternativa» (Ravven, 2013, pág. 111). Consecuentemente, así como el estado de agencia convertiría al hombre en un autómata, la situación total garantizaría el cumplimiento de «una “situación productorade-atrocidades” tan estructurada externamente (institucionalmente) que cualquier persona que ingresara cometería o se asociaría con atrocidades» (Jay Lifton, 2000, pág. 425). Pero la medialidad se torna radicalmente peligrosa en el largo plazo. Cuando un hombre ha sido expuesto continuamente a ella, enferma de glaucoma, por lo que su capacidad visual fenece. Por consiguiente, la enfermedad mortal del hombre medial sería la ceguera del apocalipsis. La incapacidad de comprender que con su rol de espectador18 en el papel de quietista moral, contribuye lenta y silentemente a su autodestrucción. «La finalidad de los fines consiste hoy en ser medios para medios» (Anders, 2011, pág. 242) que desafortunadamente, empujan el desarrollo técnico hacia tecnologías que destruyen en mayor proporción de lo que construyen. Para Anders, hemos devenido en seres incapaces de sentir la tensión agéntica milgramiana, la disonancia cognoscitiva abrahámica del acto filicida o la angustia kierkegaardiana del borde abisal. «En comparación con la cantidad de angustia que nos convendría y que propiamente deberíamos sentir, somos simplemente analfabetos de la angustia. Y si hay que aplicar un lema a nuestra época, lo mejor sería llamarla la época de la incapacidad para tener angustia19» (Anders, 2011, pág. 254).

La palabra espectador no se ha utilizado por azar. A inicios de los 70’s psicólogos sociales desarrollaron experimentos para comprobar la teoría del Bystander Effect o Efecto Espectador. De acuerdo a esta teoría, «la probabilidad de que un individuo ayude a otro en una situación de emergencia disminuye conforme la cantidad de testigos aumenta» (Clark & Word, 1972) 19 El traductor de Anders al español decidió traducir la palabra alemana angst por miedo. No obstante, considerando que Anders fue un discípulo de Heidegger, y que el angst heideggeriano y kierkegaardiano es generalmente aceptado como angustia, decidí ajustar la traducción de la cita en mención. 18

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Es posible que ante el avasallamiento mediático que infunde terror, hayamos retornado a un estado adamítico de inocencia. Que en el transcurso, hayamos olvidado que la «la responsabilidad es la carga de la libertad» (Jonas, 1995). Mas ciertamente, el miedo a la libertad contemporáneo sería un acto de mala fe sartriana que Anders repugna al afirmar que «la culpa no está en el pasado, sino en el presente y futuro. Culpables son no sólo los posibles asesinos, sino también nosotros, los posibles morituri» (Anders, 2011, pág. 245). La ceguera del apocalipsis sería lo que Brock & Buss (1964) entienden como desestimación de las consecuencias ocurrida cuando las personas infligen dolor a otros por razones personales, o inducción social, y evitan el acto de responsabilizarse de sus acciones. La disonancia postagresiva, sería precisamente, el conflicto interno por desaprender, la infantilmente inveterada20, conducta de reconocer lo humano en el rostro del otro, «por lo tanto, una postura de reconocimiento es expresión de la valoración del significado cualitativo que poseen otras personas o cosas para la ejecución de nuestra existencia» (Honneth, 2012, pág. 56). En esta medida, la ceguera implicaría la búsqueda de la desindividuación propia, con el fin de reificarse y hacerse sin mundo21. «El «pecado» consiste hoy en el aprovechamiento de nuestra ceguera ante los efectos de nuestra acción. Consiste en nuestra ceguera voluntaria ante ellos. Y, finalmente, en que fomentamos o engendramos esta ceguera en los demás; o en el hecho de que no la combatimos. Por sí mismo, esto ya es pecado». (Anders, 2010, pág. 110) 20

Según Honneth, el «reconocimiento debe preceder al conocimiento» puesto que «el hecho de que el niño alcance una comprensión objetiva de la realidad desde la perspectiva de la persona de referencia amada dice al mismo tiempo sobre nuestro conocimiento que éste es tanto más adecuado o preciso, cuantas más perspectivas sobre un objeto de la percepción logramos aprehender. Sin embargo, esta adopción de mayor número de perspectivas, donde cada una da a conocer un nuevo aspecto del objeto, está ligada, igual que en el niño pequeño, con la condición casi indominable, no epistémica, de una apertura emocional o identificación. En este sentido, para Adorno la exactitud de nuestro conocimiento se mide por la cuantía de reconocimiento emocional, de la aceptación de la validez de otras perspectivas y de la mayor cantidad de ellas» (Honneth, 2012, pág. 71) 21 En el esfuerzo de reificarse el hombre deviene en piedra. La piedra, a diferencia del animal y el hombre, carece de mundo de acuerdo a (Heidegger, 2010).

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Como se ha podido apreciar, Anders logró identificar que el factor situacional de la medialidad es el conductor de la decadencia humana. Su peligro radica en que todos podríamos ser susceptibles del silogismo Eichmann: «Yo no reconozco en absoluto lo monstruoso. Debido a la “desproporción”, soy absolutamente incapaz de reconocerlo. Luego nada se me puede imputar. Luego puedo hacer lo monstruoso» (Anders, 2010, pág. 51).

Quizá por ello, la solución se encuentre en el dejar de hacer filosofía para filósofos, y «encontrar un tono que se pueda percibir en un círculo más amplio, o sea, de filosofar popularmente» (Anders, 2011, pág. 229). El desiderátum de nuestro tiempo sería lograr una plasticidad de los sentimientos, en especial, de la capacidad de fantasía. Así talvez, los ejercicios de dilatación moral logren trascender la proporción humana; fija entre imaginación y sentir. «Lo que hemos de combatir no es solamente la maldad, sino también la estupidez, entendida como falta de imaginación. Ésta es precisamente nuestra tarea: educar la imaginación de los demás». (Anders, 2003, pág. 130)

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