Max Weber, los fundamentos metodológicos de Economía y Sociedad y la naturaleza de los fenómenos económico-sociales: comentarios y críticas

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P ERSONA Y S OCIEDAD / Universidad Alberto Hurtado | 37 Vol. XXIX / Nº 1 / enero-abril 2015 / 37-61

Max Weber, los fundamentos metodológicos de Economía y Sociedad y la naturaleza de los fenómenos económico-sociales: comentarios y críticas* Daniel Silva Escobar** Universidad Central de Chile, Santiago, Chile

RESUMEN Este artículo tiene por objetivo contribuir a un estudio crítico-inmanente de la metodología científica propuesta por el sociólogo alemán Max Weber en la sección metodológica de su obra Economía y Sociedad, y de la naturaleza de los fenómenos económico-sociales propuesta por el mismo autor. Para dar cumplimiento a esta meta, acudimos a la fuente directa, procediendo a resumir los planteamientos de Weber desarrollados en dicha sección, siendo a la vez complementados con aserciones relativas a la naturaleza de los fenómenos económico-sociales, provenientes de su ensayo titulado “La ‘objetividad’ cognoscitiva de la ciencia social y de la política social”. Los comentarios se insertan dentro del mismo hilo descriptivo; las críticas se sintetizan y exponen en una sección aparte. El principal hallazgo de este artículo guarda relación con la constatación de sustanciales debilidades en lo concerniente a i) aspectos sumamente relevantes de la metodología weberiana; a saber, su objetivo de explicar causal y unívocamente acciones sociales –esto es, su motivación y sentido mentados, además del medio usado para la consecución del fin–; y ii) su definición respecto de lo que constituyen los fenómenos económico-sociales.

Palabras clave Max Weber, Economía y Sociedad, metodología sociológica, crítica metodológica inmanente, fenómenos económico-sociales

* Agradecemos las observaciones que los árbitros anónimos nos hicieron llegar respecto de una versión preliminar de este documento. Como siempre, cualquier error o afirmación es de nuestra exclusiva responsabilidad. ** Sociólogo y licenciado en sociología, Universidad Central de Chile. Profesor ayudante, Facultad de Ciencias Sociales de dicha casa de estudios. Correo electrónico: [email protected].

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Max Weber, the methodological principles of Economy and Society and the nature of socioeconomic phenomena: comments and criticisms

ABSTR AC T This paper seeks to contribute to a critical-immanent survey of the scientific methodology proposed by the German sociologist Max Weber, in the methodological section of his work Economy and Society, and of the nature of the socioeconomic phenomena proposed by the same author. To fulfill our goal we chose to go directly to the source, to read Weber’s work and summarize the arguments he developed in the mentioned section –complemented at the same time with some assertions on the nature of socioeconomic phenomena expressed in his essay “The ‘Objectivity’ of Knowledge in Social Science and Social Policy”. Our comments are inserted into the mentioned summary; while the criticisms formulated by us are synthesized and exposed in an autonomous section. Our main finding is that there are several weaknesses related to i) highly relevant aspects of Weber’s methodology, i.e. the purpose pursued by Weber of univocally and causally explaining social actions –in particular, the motive, the sense and the means that the actor uses to achieve his goal–; and ii) his definition of what socioeconomic phenomena are.

Keywords Max Weber, Economy and Society, immanent methodological critique, socioeconomic phenomena

Introducción Las principales reflexiones metodológicas de Weber se encuentran en el capítulo uno de su obra Economía y Sociedad, dedicado a la exposición de sus conceptos sociológicos fundamentales, y en una serie de ensayos publicados –originalmente– entre 1904 y 1917, en la famosa revista académica codirigida por Weber –la denominada Archiv. Bien es sabido lo que Economía y Sociedad ha representado –y continúa representando– para la comunidad académico-sociológica a nivel mundial. Un sinnúmero de autores de renombre y prestigio han estudiado esta obra (desde Talcott Parsons hasta Jurgen Habermas, pasando por Robert K. Merton, Raymond Aron, Gino Germani y José Medina Echavarría), haciendo un significativo uso de sus nociones conceptuales –bien adoptándolas y aplicándolas, bien criticándolas y reformulándolas. Esto ha redundado, en último término, en el hecho

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de que Economía y Sociedad haya sido escogida como la obra sociológica más importante e influyente del siglo XX para la comunidad de sociólogos ligada a la International Sociological Association, en una encuesta efectuada por la misma institución en el año 1998. En este mismo sentido, los fundamentos metodológicos expuestos por Weber en dicho tratado poseen una relevancia enorme para la disciplina, dada –justamente– la vasta influencia que ha tenido el libro en el transcurso de los casi cien años desde su publicación. Teniendo a la vista los anteriores hechos, se transforma en una necesidad siempre fértil y enriquecedora –además de una oportunidad en extremo valiosa, valga decir– releer la sección metodológica de Economía y Sociedad, máxime si se hace en forma crítica. Ahora bien, habida cuenta de que nuestro interés está referido a la conexión entre los aspectos metodológicos de la sociología comprensiva de Weber, y la naturaleza de los fenómenos económico-sociales, se hará uso de extractos que aluden a este último tema, provenientes del ensayo de Weber titulado “La ‘objetividad’ cognoscitiva de la ciencia social y de la política social”, aparecido originalmente en el Archiv –en 1904– y publicado en lengua castellana en el libro compilatorio llamado Ensayos sobre metodología sociológica. Sumado a este interés principalmente teórico, hemos de decir que un estudio crítico de la metodología weberiana puede servir para fomentar un debate respecto del programa de investigación de los sociólogos que adscriben al proyecto científico de Weber, especialmente en el caso de Chile. Esto, basado en la influencia que el paradigma weberiano (entre otros) tiene sobre los sociólogos chilenos que realizan investigación empírica, específicamente en la variante interpretativa fuerte (para la cual la comprensión del sentido de los fenómenos sociales resulta ser un objetivo de primer orden) (Ramos, 2005, pp. 106-107). Consideramos importante aclarar que las críticas que expondremos en lo que sigue, son inmanentes a la posición weberiana, y que una de las metas que pretendemos alcanzar dice relación con restar verosimilitud a su argumentación metodológica. En este sentido, nos situamos a favor de la perspectiva epistemológica que sostiene la imposibilidad de refutar teorías científicas, y en la necesidad de abordarlas críticamente sobre la base de sus propios supuestos, desarrollos y conclusiones (Pérez Soto, 1994, pp. 4-5). En definitiva, en lo que sigue se expondrán de forma resumida los principales conceptos, argumentos e hipótesis de los que se vale el sociólogo alemán en su tarea de cimentar los preceptos metodológicos de la sociología comprensiva, y de definir la naturaleza de los fenómenos económico-sociales. En un segundo mo-

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mento se presentarán y detallarán las críticas que, según pensamos, cabe efectuar al andamiaje teórico-metodológico de Weber. Finalmente, en la tercera parte se extraerán algunas conclusiones al respecto.

La metodología sociológica de Weber en Economía y Sociedad En el primer capítulo de la obra cumbre de Max Weber se presentan detalladamente los pilares conceptuales fundamentales del voluminoso tratado –incluyendo los aspectos metodológicos esenciales. Es, pues, sin lugar a dudas, la pieza clave que permite armar y entender el rompecabezas teórico que Weber desarrolla a lo largo de poco más de 1.200 páginas. Iniciemos, pues, la exposición. La sociología y el significado de la acción social. Weber (2002) define la sociología como una ciencia que pretende explicar acciones sociales, basándose en el entendimiento de ellas por parte del investigador. Para poder entenderlas, no obstante, es necesario recurrir a su interpretación. El acento aquí está puesto en comprender las causas y efectos en su propio desarrollo (Weber, 2002, p. 5). Ahora bien, las acciones sociales son propias de los seres humanos, consistiendo estas en un ‘hacer’ físico-exterior o mental-interior, que toma en consideración el actuar de otros seres humanos, y al cual se le endosa un sentido de carácter subjetivo (Weber, 2002, p. 5). Fundamentos metodológicos. El sentido de la acción puede referir a: i) hechos, propiamente tales; o ii) reconstrucciones tipológicas de carácter ideal. Es importante recalcar que el sentido de una acción social es siempre de carácter subjetivo (Weber, 2002, p. 6). Weber distingue entre acción con sentido y acción reactiva. En la medida en que –empíricamente– suelen estar unidas, tan solo el análisis sociológico puede distinguirlas. La diferencia radica en que la acción reactiva es una acción automática, las más de las veces no-consciente, o inclusive netamente fisiológica (Weber, 2002, p. 6). Ahora bien, existen dos modos básicos de evidenciar que se ha comprendido una acción social. El primero es de tipo racional; aquí, el fenómeno de la comprensión se relaciona con captar intelectualmente el sentido de la acción social. El segundo es de tipo endopático; en él se comprende la acción social en su dimensión emotivo-afectiva. Según Weber indica: En el dominio de la acción es racionalmente evidente, ante todo, lo que de su ‘conexión de sentido’ se comprende intelectualmente de un modo

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diáfano y exhaustivo. Y hay evidencia endopática de la acción cuando se revive plenamente la ‘conexión de sentimientos’ que se vivió en ella. (Weber, 2002, p. 6; énfasis original)

La sociología –según Weber–, en tanto que ciencia, intenta formular generalizaciones (Weber, 2002, p. 16). Ahora bien, es importante destacar que estas generalizaciones no constituyen el objetivo exclusivo de la ciencia sociológica –al contrario de la teoría de Durkheim–, ni pretenden descubrir algo así como un curso histórico teleológico (Bravo, Díaz-Polanco y Michel, 1997, p. 92). El método sociológico-científico de investigación propuesto por Weber se basa en la elaboración de lo que el sociólogo alemán bautizó como ‘tipos ideales’. Este método, afirma Weber, “investiga y expone todas las conexiones de sentido irracionales, afectivamente condicionadas, del comportamiento que influyen en la acción, como ‘ desviaciones’ de un desarrollo de la misma ‘construido’ como puramente racional con arreglo a fines” (2002, p. 7; énfasis añadido). Sumado a esto, hay que mencionar que “los elementos que serán destacados en el tipo ideal, son seleccionados unilateralmente por el investigador” (Bravo, Díaz-Polanco y Michel, p. 71), o, como lo describe explícitamente Freund, los tipos ideales “constituyen procedimientos experimentales que el sabio crea voluntaria y arbitrariamente, según las necesidades de la investigación” (cit. por Duek, 2007, p. 143). A su vez, Weber aclara que los tipos ideales son escasamente hallables en la realidad empírica, cosa que no puede ser considerada una debilidad metodológica, ya que esto brinda la posibilidad de establecer un mayor grado de precisión en la elaboración de los conceptos sociológicos (Jahnke, 2014, p. 184; Quintaneiro, de Oliveira y Monteiro, 2002, p. 102). Si bien Weber asume como una posibilidad factible el crear tipos ideales basados –primeramente– en acciones sociales irracionales (Weber, 2002, p. 17), no entrega descripción ni explicación alguna respecto de cómo obrar en esta dirección. Las elaboraciones típico-ideales deben ser construidas, en la absoluta mayoría de las ocasiones, siguiendo el orden racionalidad-irracionalidad ya mencionado. De esto se sigue que para Weber el método de los tipos ideales requiere atenerse al orden por él ejemplificado. Eso sí, acto seguido, nuestro autor acota que no está a favor de una noción racionalizante de la sociedad, o de un estudio racionalizante de ella mediante la sociología (Weber, 2002, p. 7). Por otra parte, Weber sostiene que uno de los grandes beneficios de su metodología de tipos ideales refiere al alto grado de univocidad que se puede alcanzar al utilizarla. En este sentido, el sociólogo alemán señala:

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Lo que puede ofrecer […] [la sociología, al hacer uso de los tipos ideales] es la univocidad acrecentada de sus conceptos. Esta acrecentada univocidad se alcanza en virtud de la posibilidad de un óptimo en la adecuación de sentido, tal como es perseguido por la conceptuación sociológica. A su vez, esta adecuación puede alcanzarse en su forma más plena –de lo que hemos tratado sobre todo hasta ahora– mediante conceptos y reglas racionales (racionales con arreglo a valores o arreglo a fines). (Weber, 2002, pp. 16-17; énfasis original)

Ahora bien, “Los procesos y objetos ajenos al sentido entran en el ámbito de las ciencias de la acción como ocasión, resultado, estímulo u obstáculo de la acción humana” (Weber, 2002, p. 7; énfasis original). En general, todo aquello que no se encuentre en la situación de ser medio o fin de una acción está ajeno al sentido (Weber, 2002, pp. 7-8). En lo que respecta a los tipos de comprensión, Weber efectúa una diferenciación entre la comprensión actual del sentido asociado a la acción social y la comprensión explicativa de la misma. La comprensión actual refiere al reconocimiento intelectual de la acción en sí (por ejemplo, de una sentencia, de una fórmula matemática o de una expresión facial de alegría, etc.). Por su parte, la comprensión explicativa refiere al entendimiento de la motivación asociada a una acción social (Weber, 2002, pp. 8-9). Adicionalmente, Weber ofrece una segunda clasificación de los tipos de comprensión de las acciones sociales: esta refiere a la captación interpretativa del sentido […] a) mentado realmente en la acción particular (en la consideración histórica); b) mentado en promedio y de modo aproximativo (en la consideración sociológica en masa); c) construido científicamente (por el método tipológico) para la elaboración del tipo ideal de un fenómeno frecuente. (2002, p. 9; énfasis original)

Para Weber, los motivos son el fundamento de sentido de las conductas propias o de terceros (Weber, 2002, pp. 8, 9 y 10) y, aun cuando pueda parecer evidente el sentido otorgado a la acción por parte de un individuo, este no puede ser considerado –ipso facto– como la causa válida de la misma para el científico social que la estudia (Weber, 2002, p. 9). Respecto de la causalidad, Weber señala: “la explicación causal significa […] que, de acuerdo con una determinada regla de probabilidad […], a un determinado proceso (interno o externo) observado sigue otro proceso determinado (o aparece juntamente con él)” (2002, p. 11). Profundizando en la materia, específicamente

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en lo tocante a la adecuación de las interpretaciones causales, Weber afirma que debe haber conocimiento certero tanto de motivos como de acciones (en su desarrollo visible). O sea, deben ser evaluadas según su adecuación por sentido y su adecuación causal (ambas adecuaciones deben estar presentes en mayor o menor grado) (Weber, 2002, p. 11). Según Weber, es posible detectar de manera científica leyes sociológicas. Estas son acciones típicas comprensibles, que se presentan empíricamente con regularidad estadística. En sus propias palabras: Las “leyes”, como se acostumbra a llamar a muchas proposiciones de la sociología comprensiva […] son determinadas probabilidades típicas, confirmadas por la observación, de que, dadas determinadas situaciones de hecho, transcurran en la forma esperada ciertas acciones sociales que son comprensibles por sus motivos típicos y por el sentido típico mentado por los sujetos de la acción. (Weber, 2002, p. 16; énfasis original)

Ahora bien, Weber considera que las acciones sociales son claras y comprensibles, en su más alto grado, cuando el motivo subyacente en el desarrollo típico de la acción (o que ha sido puesto como fundamento del tipo ideal construido metódicamente) es puramente racional con arreglo a fines y, por tanto, la relación de medio a fin, según enseña la experiencia es unívoca (es decir, los medios son “ineludibles”). (2002, p. 16)

Gracias a esto, Weber continúa: es admisible la afirmación de que cuando se ha actuado de un modo rigurosamente racional, así y no de otra manera ha debido de actuarse (porque por razones “técnicas”, los partícipes, en servicio de sus fines –claramente dados–, sólo podían disponer de estos medios y no de otro alguno). (p. 16; énfasis original)

Otro aspecto que le interesa resaltar al autor alemán dice relación con la diferencia entre la sociología y la historia como disciplinas científicas: la primera tiene por objetivo elaborar tipologías y leyes de carácter general, mientras que la segunda busca dar cuenta del accionar de los sujetos sociales en su particularidad y contexto específicos. Ambas están interesadas en las motivaciones que impulsan a los actores

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a comportarse de un determinado modo, pero la sociología lo hace con un afán universal, aplicable a diversos contextos (Weber, 2002, p. 16). Adicionalmente, en cuanto a la relación entre ambas disciplinas, se tiene que la sociología brinda a la historia la posibilidad de efectuar clasificaciones de sucesos históricos, conforme a diversos conceptos sociológicos pertinentes (Weber, 2002, p. 17). Los ya mencionados tipos ideales con que trabaja la sociología solo pueden construirse en la medida en que las múltiples acciones sociales, abordadas por el científico en su investigación, poseen un carácter cualitativo común respecto de su sentido (Weber, 2002, p. 17). Sin embargo, Weber reconoce que dicho requisito es difícilmente conseguible, ya que “la acción de importancia histórica o sociológica está influida por motivos cualitativamente heterogéneos, entre los cuales no puede obtenerse un ‘promedio’ propiamente dicho” (2002, p. 17). En el capítulo dos de Economía y Sociedad, Weber da cuenta de una situación en la cual se ve reflejada la heterogeneidad de motivos asociados a acciones sociales y, yendo inclusive aún más lejos, manifiesta que la evaluación respecto de la racionalidad de la acción social misma admite diversas lecturas, dependiendo de la perspectiva que se asuma al momento de analizarla.1 Acerca del método de imputación causal basado en los tipos ideales, cabe reseñar lo siguiente: el científico tiene que averiguar (idealmente) […] cómo hubieran procedido […] [los actores involucrados, de haberse orientado su conducta según una] […] absoluta racionalidad, en un caso de un conocimiento cabal tanto de su propia situación como […] [de la del resto], para compararlo con la que fue su actuación real y explicar luego causalmente la distancia entre ambas conductas (sea por causa de información falsa, errores de hecho, equivocaciones, temperamento personal o consideraciones no estratégicas). También aquí se aplica una (latente) construcción racional típico-ideal. (Weber, 2002, p. 18; énfasis original)

Explayándose respecto del asunto, Weber aclara: La acción real sucede en la mayor parte de los casos con oscura semiconsciencia o plena inconsciencia de su “sentido mentado”. El agente

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“La intromisión de aquellos intereses extraños a la explotación en el nombramiento de los puestos directivos, lo que ocurre cabalmente en el caso supremo de racionalidad formal en su selección, es otra irracionalidad material específica del moderno orden económico” (Weber, 2002, p. 111; énfasis original). Este tema será abordado en la sección de consideraciones críticas del presente artículo.

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más bien “siente” de un modo indeterminado que “sabe”, o tiene clara idea; actúa en la mayor parte de los casos por instinto o costumbre. Sólo ocasionalmente –y en una masa de acciones análogas únicamente en algunos individuos– se eleva a conciencia un sentido (sea racional o irracional) de la acción. Una acción con sentido efectivamente tal, es decir, clara y con absoluta conciencia es, en la realidad, un caso límite. Toda consideración histórica o sociológica tiene que tener en cuenta este hecho en sus análisis de la realidad. Pero esto no debe impedir que la sociología construya sus conceptos mediante una clasificación de los posibles “sentidos mentados” y como si la acción real transcurriera orientada conscientemente según sentido. Siempre tiene que tener en cuenta y esforzarse por precisar el modo y medida de la distancia existente frente a la realidad, cuando se trate del conocimiento de ésta en su concreción. (Weber, 2002, p. 18; énfasis original)

Respecto de la caracterización de los fenómenos económico-sociales. Weber considera que los fenómenos económico-sociales están indisolublemente ligados al hecho de “Que nuestra existencia física, así como la satisfacción de nuestras necesidades más espirituales, […] [chocan] en todas partes con la limitación cuantitativa y la insuficiencia cualitativa de los medios externos necesarios para tal fin” (Weber, 1990, p. 53). Asimismo, dicha satisfacción requiere de “la previsión planificada y el trabajo, al par [sic] que la lucha contra la naturaleza y la asociación con los otros hombres” (Weber, 1990, p. 53). Ahora bien, la cualidad ‘económico-social’ no emana directamente de alguna naturaleza intrínseca de los mencionados fenómenos. Por el contrario, dicha cualidad se desprende de la “significación cultural específica” (Weber, 1990, p. 53) que los actores asocian a los fenómenos económico-sociales. Weber distingue tres tipos básicos de fenómenos económico-sociales. En primer lugar se encuentran aquellos procesos e instituciones cuya significación cultural se asocia casi exclusivamente a la cuestión económica. Respecto de esos procesos e instituciones se puede decir, con propiedad, que son económicos. Luego, en un segundo lugar, están los fenómenos económicamente pertinentes, los cuales no poseen una significación ligada primordialmente al aspecto económico, pero que –en ocasiones– tienen repercusiones económicas significativas. Por último se encuentran los fenómenos económicamente condicionados, los cuales –según plantea Weber– no poseen ni significación económica directa, ni efectos económicos significativos, pero sí son influidos por fenómenos del primer y segundo tipo (1990, pp. 53 y 54). Weber prosigue añadiendo que “un fenómeno tiene la

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cualidad de ‘económico’ sólo en la medida y por el tiempo en que nuestro interés se dirija de manera exclusiva a la significación que posee respecto de la lucha por la existencia material” (1990, p. 54; énfasis original).

Críticas a los fundamentos metodológicos de Economía y Sociedad Acerca de la motivación subjetiva como causa que permite explicar fenómenos sociales. Sostenemos que toda pregunta relativa a los motivos –como explicación última de las causas de un fenómeno social– no hace sino mantenerse en el más puro terreno de la especulación, en el peor sentido de la palabra. Esto, debido a las siguientes razones: i) No se puede tener certeza respecto de la verosimilitud de los motivos ofrecidos por el actor –cosa que el mismo Weber hace notar (ver supra). El problema aquí es más grave de lo que pudiese parecer, ya que –al contrario de lo que postula Weber (2002, p. 9)– no es posible siquiera efectuar una aproximación probabilística al grado de verosimilitud de la motivación desencadenante. Aún más, suponiendo que los actores sociales son honestos respecto de sus motivos, el problema no desaparece; ¿por qué?, sencillamente porque, tal cual el mismo Weber reconoce que la motivación de la acción social está cruzada por los fenómenos de la semiconsciencia e inconsciencia. De hecho, Weber considera que la plena conciencia respecto de la motivación de la acción social es un caso extremadamente infrecuente (2002, pp. 9 y 18). Tomando todo esto en cuenta ¿cómo identificar de manera fiable la motivación real de la acción social? Weber pasa por alto olímpicamente esta cuestión. Nosotros, por el contrario, sostenemos que no existe procedimiento científico alguno que permita realizar una evaluación aproximada de la verosimilitud de la motivación asociada a una acción social. Por ende, ni la adecuación por sentido ni la adecuación causal pueden establecerse con sólidas garantías. ii) Weber hace alusión al hecho de que en muchas ocasiones los elementos comprensibles de una acción social están indisolublemente mezclados con los incomprensibles. En sus propias palabras: “A menudo los elementos comprensibles y los no comprensibles de un proceso están unidos y mezclados entre sí” (2002, p. 6). ¿Cómo diferenciarlos y aislarlos? Weber no se encarga de entregar herramientas metodológicas que permitan a los investigadores ‘separar la paja del trigo’. Todo queda reducido, finalmente, a un muy elemental y artesanal método de investigación, en el cual pueden filtrarse innumerables arbitrariedades por parte de los científicos sociales, sin que alguien siquiera lo note.

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En definitiva, si no se pueden separar de forma rigurosa (o, al menos, aproximada) los componentes comprensibles de los no comprensibles ¿cómo se puede asegurar que la motivación de la acción social ha sido encontrada? iii) Las técnicas que postula Weber como adecuadas para comprender exitosamente la motivación de las acciones sociales de terceros, se reducen lisa y llanamente a dos: 1) revivir empíricamente la acción por parte del investigador, y 2) revivir intelectualmente (esto es, idealmente) la acción por parte del investigador (Weber, 2002, pp. 6, 7 y 17). No obstante, Weber afirma –con una liviandad abismal– que “‘no es necesario ser un César para comprender a César’” (Weber, 2002, p. 6). De lo anterior se sigue que la comprensión endopática puede verse mermada significativamente por una debilidad en la ‘capacidad empática’ del investigador, cosa que –en última instancia– puede ser remediada apelando a la elaboración de tipos ideales. Según Weber, muchos de los ‘valores’ y ‘fines’ de carácter último que parecen orientar la acción de un hombre no los podemos comprender a menudo, con plena evidencia, sino tan sólo, en ciertas circunstancias, captarlos intelectualmente; mas tropezando con dificultades crecientes para poder ‘revivirlos’ por medio de la fantasía endopática a medida en que se alejan más radicalmente de nuestras propias valoraciones últimas. Tenemos entonces que contentarnos, según el caso, con su interpretación exclusivamente intelectual o, en determinadas circunstancias –si bien esto puede fallar–, con aceptar aquellos fines o valores sencillamente como datos para tratar luego de hacernos comprensible el desarrollo de la acción por ellos motivada por la mejor interpretación intelectual posible o por un revivir sus puntos de orientación lo más cercano posible. (Weber, 2002, pp. 6-7; énfasis original)

En otras palabras, a la fantasía endopática se le ha de oponer –en estos casos– la fantasía intelectual; eso sí, siempre procurando conseguir la ‘mejor interpretación posible’. Para Weber –creemos que no está demás decirlo– todo esto parece evidente, razonable y concluyente de por sí; para nosotros, por el contrario, esto adolece de sistematicidad y rigurosidad. En este sentido, consideramos que deben suministrarse orientaciones metodológicas concretas y procedimientos precisos.2

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No pretendemos, valga agregar, resucitar el prejuicio positivista, sino tan solo exigir rigurosidad argumentativa.

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Para concluir este punto, si sumamos la crítica i) y la crítica ii), resulta fácilmente deducible que la posición weberiana –a este respecto– contiene grietas que amenazan con desestabilizar su edificio teórico. iv) Una evaluación atenta respecto de la relación entre motivación y conducta nos llevará a constatar lo muy frecuente que es el hecho de que los resultados de una acción social sean completamente distintos a los esperados, basándose en las motivaciones que la engendraron. De esto se desprende que, ante la eventual evidencia de una acción social concreta, el proceso de rastreo de la motivación desencadenante –por parte del investigador– puede fácilmente perderse dentro de un laberinto en el cual no haya un hilo de Ariadna que seguir. Todo lo expuesto hasta aquí nos lleva a considerar que la pregunta acerca del sentido o motivación de la acción social no conduce ni puede conducir, bajo ninguna circunstancia, a la determinación de la o las causas de una acción social. Como mucho, responder dicha pregunta nos puede ilustrar descriptivamente acerca de la autopercepción que los sujetos tienen respecto de sus propias conductas sociales, o de la percepción de las conductas sociales de terceros. Esto último, sin duda, es valioso en términos científicos, pero está lejos de poder ofrecer conexiones explicativas. Sostenemos, por el contrario, que lo importante para la explicación de fenómenos sociales no es lo que los actores creen que hicieron o dejaron de hacer, así como tampoco sus creencias respecto de por qué ejecutaron o no ejecutaron una acción social. Lo que es menester averiguar para ofrecer explicaciones a fenómenos sociales son las interconexiones causales en relación a lo que efectivamente hicieron los sujetos; el contenido de sus acciones concretas, además de sus formas de manifestación (esta tesis será decisiva al momento de analizar críticamente, más adelante, la caracterización subjetivista de los fenómenos económico-sociales). Por ende, nos posicionamos a favor de Díaz-Polanco, quien arguye que “Weber, en varios sentidos, eleva a la categoría de conocimiento científico, el conocimiento de sentido común” (Bravo, Díaz-Polanco y Michel, 1997, p. 73). Ahora bien, tomando en cuenta algunas de las críticas que se podrían esgrimir en contra de nuestra postura, trataremos de ofrecer aclaraciones. En primer lugar, se podría aducir que es imposible para el ser humano explicar fenómeno alguno si no se echa mano a las creencias que poseen los actores sociales respecto de su propio actuar, o respecto de cualquier fenómeno capaz de ser dotado de significado. Esta posición puede ser traducida del siguiente modo: toda acción social reviste algún significado para el sujeto que la ejecuta. Ahora, si bien –desde nuestra particular perspectiva– puede que efectivamente las acciones sociales de los actores sean adscritas a un sentido –por así decirlo– de forma irrenunciable, dicha constatación no afecta nuestra crítica, ya que no estamos poniendo en duda

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el hecho de que las creencias de los sujetos –efectivamente– les permiten orientarse en su accionar social concreto. La crítica que estamos poniendo sobre la mesa, por el contrario, se relaciona con el cuestionamiento a la posibilidad de ofrecer una explicación científica respecto de acciones sociales, basada en motivaciones y opiniones (ya sea de los mismos sujetos que las ejecutan, o del científico social que las está estudiando). Trataremos de clarificar la cuestión a base de un ejemplo económico-social. Si nos acercáramos a un grupo organizado de capitalistas –digamos, a alguna asociación gremial–, con la intención de explicar por qué se niegan a la instauración de una reforma laboral, podríamos –razonablemente– encontrarnos con una respuesta del siguiente tenor: ‘nos negamos debido a que nosotros, los empresarios, estamos comprometidos con el desarrollo de nuestro país y, por lo tanto, no podemos avalar una reforma que vaya en contra de los intereses nacionales’. Si decidimos cerrar los ojos ante i) el evidente problema asociado a la verosimilitud de la respuesta, y ii) el crucial problema en torno a la conciencia/semiconsciencia de la motivación de la acción, y decidimos adoptar –sin más– la perspectiva explicativa weberiana, podríamos encontrarnos frente a un tercer gran conflicto: el dilema de aceptar, o no, la explicación de la acción social basada en la motivación que el empresariado ofrece respecto de su propia conducta. En este sentido, es perfectamente posible que decidamos negar la validez de la respuesta del empresariado, y que tratemos –por el contrario– de ensayar una explicación alternativa basada en nuestro propio criterio. Esto es, afirmar que la motivación ‘efectiva’ o ‘real’ de ese grupo de capitalistas es tal o cual. A este respecto, Weber no ofrece criterios para tomar una decisión científicamente fundamentada. Sea como fuere –esto es, nos decantemos por una o por otra opción–, enfrentaremos el siguiente problema (que representa –en cuanto a su solución– un desafío de enormes proporciones), a saber, ¿qué grado de generalización podemos conferir a dicha motivación? Esto no representa una cuestión menor. ¿Por qué? Sencillamente debido a que Weber considera la generalización como un objetivo a ser alcanzado por la sociología comprensiva (Weber, 2002, p. 16; Ritzer, 2001, p. 250). Expliquemos esto con mayor detenimiento. Es cierto que Weber –a través de la influencia que ejerció en autores como Alfred Schütz y los construccionistas sociales estadounidenses– se ha llegado a erigir como una especie de ‘antepasado’ de la investigación cualitativa. Quizás alguien podría llegar a pensar que el hecho de que aquellas metodologías apelen a ‘comprender’ las motivaciones –o percepción/opinión en general– de los actores, respecto de determinados fenómenos sociales, constituye una causa suficiente para absolver a Weber de la crítica que hemos formulado hasta el momento.

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Lo cierto, sin embargo, es que la diferencia entre el método expuesto por Weber en Economía y Sociedad y aquel que predomina en la mayoría de las vertientes de la metodología cualitativa contemporánea es sumamente grande. Siendo aún más específicos, resulta que los actuales métodos cualitativos de investigación reconocen las limitaciones y alcances de su accionar investigativo, y –sobre todo– de la capacidad de generalización a la que pueden aspirar a partir de sus conclusiones. De hecho, la gran mayoría de sus cultores tiene plena conciencia de que dicha generalización es imposible de ser llevada a cabo de manera rigurosa y, en consecuencia, renuncia deliberadamente a perseguir tal objetivo. Nos atrevemos a afirmar que Weber, por el contrario, se encuentra atrapado en el limbo que le impone la época histórica en que le tocó vivir. En otras palabras, si bien Weber rechaza la concepción positivista/nomotética de la ciencia social (Ritzer, 2001, pp. 247 y 250), sigue proponiendo como meta de la sociología la elaboración de generalizaciones,3 y el descubrimiento de una legalidad en los fenómenos sociales (Weber, 2002, p. 16). Sobre la alegada preeminencia de la racionalidad de la acción social al elaborar los tipos ideales.4 Resulta evidente aquí, por los ejemplos que ofrece Weber (2002, pp. 7 y 18), que este método i) es profundamente contrafáctico; ii) adolece de considerar como actos irracionales, a priori, conductas que –dadas las circunstancias del fenómeno– pueden perfectamente resultar racionales, en tanto se cambie la perspectiva desde la cual se analizan las acciones individuales; y que –basándonos en él– iii) ni el sentido subjetivo asociado a una acción social por los actores, ni la racionalidad de la misma –así como tampoco el medio para conseguir un fin–, pueden ser establecidos de manera unívoca. Analicemos todo esto en detalle. En lo tocante al primer punto, de aceptar la formulación weberiana, el investigador estaría obligado a estudiar los fenómenos culturales basándose permanentemente en la pregunta ‘¿qué hubiese pasado si…?’, alejándose deliberadamente del estudio del fenómeno tal como se dio empíricamente, para adentrarse en el nebuloso terreno de la especulación. Los posibles beneficios de una metodología contrafáctica pierden peso al ser contrastados con el hecho de que para Weber la atención que debe prestarse a los fenómenos empíricos es elevada. Como vimos

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“La sociología […] se afana por encontrar reglas generales del acaecer” (Weber, 2002, p. 16; énfasis original). Queremos ser enfáticos a este respecto. Nuestra crítica no apunta al método de los ‘tipos ideales’ en general –abstractamente considerado–, sino única y exclusivamente a la descripción y ejemplos que Weber ofrece de él en la sección metodológica del capítulo uno de Economía y Sociedad, todos los cuales refieren a fenómenos que pueden ser caracterizados como micro o mesosociales.

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anteriormente, Weber estipula con vehemencia que se debe precisar la ‘distancia’ entre el modelo típico-ideal y los hechos de la experiencia. En lo tocante al segundo punto, y según recomienda Weber de manera taxativa (2002, p. 7), el investigador requiere reconstruir el sentido de las acciones sociales de los sujetos, a base de una parcelación que tome en cuenta lo clásicamente ‘racional’ e ‘irracional’. Para explicar el pánico bursátil, Weber aconseja indagar cuál habría sido el curso de acción que los individuos habrían seguido, en tanto hubiesen tenido a la mano toda la información intelectualmente asequible, y la hubiesen procesado de manera perfectamente racional, comportándose –por ende– de una forma acorde. Luego, estima que el investigador necesita adicionar las ‘perturbaciones’ irracionales –consideradas por Weber como íntima y esencialmente ligadas a aspectos emotivo-afectivos– al esquema de conducta racional esperable. En palabras del propio autor, en la explicación de una acción […] tendríamos que fijar, primero, cómo se hubiera desarrollado esa acción de haberse conocido todas las circunstancias y todas las intenciones de los protagonistas y de haberse orientado la elección de los medios –a tenor de los datos de la experiencia considerados por nosotros como existentes– de un modo rigurosamente racional con arreglo a fines. Sólo así sería posible la imputación de las desviaciones a las irracionalidades que las condicionaron. La construcción de una acción rigurosamente racional con arreglo a fines sirve en estos casos a la sociología –en méritos de su evidente inteligibilidad y, en cuanto racional, de su univocidad– como un tipo (tipo ideal), mediante el cual comprender la acción real, influida por irracionalidades de toda especie (afectos, errores), como una desviación del desarrollo esperado de la acción racional. (Weber, 2002, p. 7; énfasis original)

Resulta altamente llamativo el hecho de que Weber afirme como evidente la inteligibilidad y univocidad de la acción racional con arreglo a fines. Solo esto le basta al autor alemán para sostener su hipótesis: única y exclusivamente un no-argumento. Ahora bien, el primer problema que podemos detectar acá es que Weber no imagina la posibilidad de que, a partir de acciones sociales individuales –orientadas de manera estricta por el uso de medios racionales–, y que tienen por objetivo conseguir un fin racional, se puedan derivar consecuencias colectivas que resulten en fenómenos como crisis financieras, aparentemente irracionales y supuestamente ‘erróneas’. Si se estudian algunos tipos de crisis bursátiles capitalistas se puede

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llegar a la conclusión de que estas no son sino una consecuencia lógica, necesaria y esperable del funcionamiento normal del modo de producción capitalista (Tarassiouk, 2010). En segundo lugar, podemos detectar un problema para nada irrelevante: el investigador está obligado a definir a priori determinadas motivaciones, sentidos y medios usados por los actores individuales –a modo de desencadenantes del pánico bursátil–, como irracionales. Pero, tal cual admite Weber en un pasaje del segundo capítulo de Economía y Sociedad, la racionalidad o irracionalidad de la acción social económica está sometida a evaluación divergente (Weber, 2002, p. 111). Esto nos permite deducir que el imperativo weberiano de que es necesario caracterizar la acción social inicialmente como racional, para luego atribuir a la irracionalidad de motivos, sentidos y medios los supuestos ‘errores’ o fallas que se desencadenen a partir de dicha acción es –lisa y llanamente– una arbitrariedad. Expongamos esto a través de un ejemplo. Pensemos en un caso similar al planteado por Weber: el de un pánico bursátil. Los accionistas de una empresa de petróleo, ubicada en un país de Medio Oriente, ante la presencia de una amenaza creíble de perder los derechos de propiedad de sus instalaciones, y el derecho monopólico de extraer petróleo en un área específicamente delimitada del país (todo a consecuencia de la inminente invasión por parte de un grupo religioso fundamentalista), se apresuran a poner en venta sus acciones. En la medida en que la posibilidad de guerra se incrementa, y el resto de los agentes del mercado adquieren también dicha información, el precio de sus acciones cae sustancialmente. De manera adicional, en vista de que la superioridad militar del ejército fundamentalista es apreciablemente significativa, y de que el tiempo para escapar se les agota, deciden vender sus acciones a una quincuagésima parte de su precio original. Pues bien, analizando la situación a la luz de las recomendaciones metodológicas planteadas por Weber, podríamos considerar que la venta de las acciones a un precio ínfimo resulta ser una irracionalidad, desde el punto de vista de una acción racional con arreglo a fines de unos capitalistas típicos, que pretenden obtener una ganancia a partir de la venta –en este caso– de las instalaciones que constituyen la base de sus explotaciones5 lucrativas. Pero si giramos el ángulo de visión en apenas un par de grados, podemos argüir que la venta de las acciones a tan bajo precio constituyó una conducta perfectamente racional con arreglo a fines, en vistas de que la intención de los accionistas era recuperar, aunque fuese en una proporción mínima, el dinero desembolsado en la compra original de las

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Es importante aclarar que se utiliza aquí el término ‘explotación’ en el sentido dado a él por Weber, y no en el de Marx.

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acciones. La misma ambigüedad de sentido puede también encontrarse en el caso de los sujetos compradores. Adquirir las instalaciones petroleras y los derechos monopólicos de extracción de crudo, puede ser evaluado como una acción social con arreglo a fines del todo irracional, en la medida en que la explotación efectiva de las mismas está fuertemente cuestionada por la eventual invasión y guerra; pero, en la misma medida, podría ser argumentado que la mentada acción social se constituyó como perfectamente racional con arreglo a fines, ya que la oportunidad de comprar a un precio tan exiguo las acciones –y el derecho de explotación– no podía ser desaprovechada, máxime si se tiene a la vista el hecho de que la posibilidad de entrar en guerra podía, en última instancia, no actualizarse. Denominamos a la ambigüedad explicativa que surge de aquí como indeterminación de la racionalidad de la acción social, a nivel individual, tanto en lo que dice relación con los motivos como en lo tocante a los medios y fines seleccionados por los actores en la ejecución de acciones sociales. Todas las explicaciones ofrecidas para el fenómeno de nuestro ejemplo poseen sólidos argumentos motivacionales de fondo, pero difieren radicalmente en cuanto a la evaluación y caracterización que se hace de la racionalidad o irracionalidad que motivó la ejecución de la acción social, el sentido atribuido a la misma y los medios ocupados para conseguir el fin. Ahora bien, es menester explicar aquí cuáles son las consecuencias de la imposibilidad de determinar la racionalidad de la acción social de manera unívoca. En primer lugar, si bien Weber sostiene que la motivación de cada acción social debe ser estudiada de manera particular en su especificidad –en orden a poder discernir el carácter racional o irracional de la misma– y, para ello, señala que a veces esto se debe efectuar atendiendo a los motivos expresados por el propio sujeto de la acción (Weber, 2002, p. 16), mientras que en otras atendiendo al criterio del sociólogo o científico social que investiga el fenómeno (Weber, 2002, p. 9), lo cierto es que en ningún momento ofrece una guía en la cual se expliciten los criterios necesarios para poder decidir, con algún grado de objetividad mínimo, en qué circunstancias optar por la explicación motivacional dada por el sujeto de la acción, y en cuáles decantarse por la interpretación efectuada por el observador, en tanto que científico social. En segundo lugar, se vuelve completamente imposible sostener sólidamente la premisa metodológica weberiana respecto de elaborar el modelo típico ideal a base de una reconstrucción mental de la situación, basada en conductas –en primer lugar– estrictamente racionales, para pasar –tan solo después– a adicionar las acciones sociales irracionales. Ningún argumento de peso hay en la sección metodológica de Economía y Sociedad que le permita proclamar, categóricamente,

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que el orden de elaboración del modelo típico ideal requiere partir por la caracterización de supuestas acciones estrictamente racionales. En este sentido, es evidente que carece de fundamentación objetiva, y no pasa de ser una petición de principio. A este respecto (y solo en referencia a él) podemos decir, por lo tanto, que el método de los tipos ideales no logra captar la cualidad contradictoria presente en algunos fenómenos sociales, como el ejemplificado más arriba. Esto, inclusive tomando en consideración la perspectiva epistemológica que Weber maneja respecto de la realidad. Para la tipología ideal elaborada por el científico social, à la Weber, todo lo que hay de ‘irracional’ en las acciones individuales y colectivas no es sino un ‘agregado’ al tipo puro, fundamentalmente asociado a conductas racionales. Ese agregado en ningún caso forma parte fundamental de la caracterización ideal del fenómeno. No es, por lo tanto, esencial. Es meramente contingente: una posibilidad que puede tanto actualizarse como puede no hacerlo; no está implícita en la raíz del fenómeno, ergo, es accesoria. A este respecto es necesario comentar, finalmente, lo siguiente: Weber hace hincapié en que el científico social requiere determinar, con el mayor grado de exactitud posible, la distancia entre el modelo racional creado y las irracionalidades empíricas (Weber, 2002, p. 18), habida cuenta de que los tipos ideales casi no pueden encontrarse en la realidad efectiva (Weber, 2002, p. 9). Pero esta recomendación se vuelve del todo estéril si tomamos en cuenta las objeciones por nosotros efectuadas hasta el momento. Ya hemos descartado el método de la diferenciación entre conductas racionales e irracionales como guía para acercarnos a la comprensión del sentido mentado de una acción social. Esta crítica también aplica para la distinción entre acción con sentido y acción reactiva, además de los dos tipos de comprensión de la acción social –definidos por Weber como comprensión racional y comprensión endopática. La pregunta fundamental que debería haber efectuado el sociólogo alemán (y, al menos, haber tratado de responder) no es otra que la siguiente: ¿qué garantías hay de que es posible realizar las mentadas distinciones (de forma precisa, coherente y racional)? Ante tal evidencia, no queda más que afirmar –sin temor a equivocarnos– que Weber señala cuál es el objetivo metodológico de un tratamiento científico en el estudio de la acción social, pero no explicita cómo y con cuáles herramientas se puede proceder en esa dirección de forma medianamente estándar y acertada (¡siquiera!). Finalmente, en tercer lugar –y esta nos parece una de las consecuencias de más amplio alcance y significación– sostenemos que es imposible cumplir con uno de los objetivos más importantes del proyecto de sociología comprensiva de Weber, a saber, el descubrimiento de leyes sociológicas (tal cual él las define) referidas

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a la racionalidad/irracionalidad de las motivaciones de la acción social (Weber, 2002, p. 16). Precisemos esto: si tomamos en cuenta que i) tanto la determinación científica de la racionalidad/irracionalidad del motivo de la acción social, como ii) la detección de leyes sociológicas empíricamente constatables, son pilares esenciales del proyecto sociológico weberiano, llegamos al resultado de que la imposibilidad lógica y metodológica de enlazar ambos aspectos constituye una profunda falla del programa de investigación científica del sociólogo alemán. La conclusión aquí es clara: si no se puede determinar de manera unívoca –y mucho menos científicamente– el sentido subjetivamente mentado de la acción social con arreglo a fines (ni el medio o medios para alcanzarlos, así como tampoco su racionalidad/irracionalidad), mucho menos se podrán establecer leyes sociológicas respecto de los mencionados fenómenos. Ahora bien, llegados a este punto aclararemos nuestra posición respecto de una crítica que podría formulársenos. Algunos estudiosos del tema podrían considerar que no estamos tomando en cuenta la posición que Weber tiene respecto de la relación entre realidad y ciencia. Un autor tan reputado en lo que al estudio de Weber refiere –tal como Julien Freund–, sostiene que “Fiel al espíritu de la epistemología kantiana, Weber niega que el conocimiento pueda ser una reproducción o una copia integral de la realidad, tanto en lo relativo a la extensión, como a la comprensión. Lo real es infinito e inagotable” (Freund, 2003, p. 33; traducción propia). A esto se suma la cuestión de la multicausalidad de los fenómenos sociales, vehementemente defendida por Weber (Kalberg, 2007, p. 28). Pues bien, resulta ser que ninguno de estos fundamentos epistemológicos ha sido puesto en duda en el curso de nuestra argumentación. Lisa y llanamente hemos asumido los axiomas weberianos y hemos puesto a prueba su coherencia interna –además de la verosimilitud de sus afirmaciones–, ateniéndonos estrictamente a su propio criterio evaluativo. Aún más, a este respecto nos situamos junto a Baran (1969), quien afirma que ninguna explicación científica puede prescindir de la elaboración de modelos que –conscientemente– decidan centrar su atención en determinados aspectos de un fenómeno, relegando ciertas características de los mismos a un segundo o tercer plano. En efecto, la realidad no podría ser ‘leída’ científicamente en el caso de que los científicos no obraran de esta manera. Respecto de la racionalidad de la acción social, la univocidad de medios y la comprensibilidad. Íntimamente relacionado con la crítica recién expuesta se encuentra el hecho de que, al revés de lo sostenido por Weber (2002, p. 16), no puede decirse que la racionalidad de la acción social, y su consecuente comprensibilidad por parte del investigador, estén garantizadas en su más alto grado sobre la base de una supuesta univocidad de medios racionales. La garantía a la cual apela Weber

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solo se puede encontrar en el campo de la lógica y de la matemática. Con respecto al resto de las acciones sociales difícilmente se podría sostener que los medios racionales para alcanzar un determinado fin son unívocos, inclusive en los casos de calculabilidad racional. Lo importante aquí es notar el nexo que atribuye Weber a la racionalidad y univocidad de medios de la acción social para alcanzar un fin, y el grado de comprensibilidad óptimo por parte del científico social. Si la mentada univocidad queda en entredicho, la garantía de comprensibilidad óptima se esfuma, propinando un duro golpe al programa científico weberiano. Acerca de la asociación weberiana entre acción económica racional y eficiencia. Partamos con una cita de Weber. Dice el sociólogo alemán que los tipos ideales se dan, por ejemplo, en los conceptos y leyes de la teoría económica pura. Exponen cómo se desarrollaría una forma especial de conducta humana, si lo hiciera con todo rigor con arreglo al fin, sin perturbación alguna de errores y afectos, y de estar orientada de un modo unívoco por un solo fin (el económico). (Weber, 2002, p. 9; énfasis original)

Este pasaje es muy significativo, ya que en él Weber vuelve a mostrarse proclive a considerar que los efectos indeseables de las acciones racionales –orientadas con arreglo a fines económicos–, solo pueden provenir de errores y ‘perturbaciones’ afectivas (en líneas generales, irracionalidades). A este respecto, nos parece evidente la similitud de la posición asumida por Weber –en un lenguaje un tanto más preciso– con la de Adam Smith, en lo tocante a la ya emblemática ‘mano invisible’. Pero cabe precisar lo siguiente: aun cuando en el primero no está presente la noción de ‘bien común’ –que sí se encuentra en Smith (1981, p. 402)–, aquella es reemplazada por el oculto supuesto de que la racionalidad de los agentes individuales promueve –de no intervenir el influjo de las pasiones– resultados globales eficientes y armónicos (la ya mencionada asociación weberiana entre irracionalidad y errores lo demuestra). Podemos decir que en Weber, por lo tanto, la intervención ineficiente del Estado en las actividades económicas privadas es reemplazada por la ineficiencia de la irracionalidad de las acciones económicas individuales, en un sentido amplio. Sobre la causalidad y las leyes sociológicas. Existe una falta de rigurosidad en lo que respecta a la definición de lo que es una ley sociológica. Weber plantea que esta es una acción social típica afecta a comprensión, la cual se manifiesta con alguna regularidad estadística de manera empírica (2002, p. 16). Cabe razonablemente cuestionar acá lo siguiente: ¿la regularidad estadística a la que se refiere Weber dice relación con la acción social en sí misma, por ejemplo, con el consumo de bienes

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suntuarios? ¿O, por el contrario, dicha regularidad tiene que ver con el sentido típico atribuido a la acción social, por ejemplo, la posibilidad de acceder a círculos sociales en los cuales los miembros gozan de un alto grado de prestigio? El dilema que emerge de esta ambigüedad no admite respuestas fáciles. Veamos por qué. Si Weber se decanta por la opción número uno, entonces su definición de ley sociológica no resiste análisis crítico alguno. El que una acción social se presente de manera consistente a lo largo del tiempo sujeta a una determinada regularidad estadística, difícilmente podría ser considerado como la manifestación, en sí misma, de una ley sociológica. Falta acá, como es evidente, el ingrediente más importante de la ecuación, a saber, la explicitación de la o las causas de la acción social típica. Por otro lado, omitiendo nuestras críticas antes expuestas, si Weber estaba pensando en la opción número dos, el reparo que surge de manera inmediata es el siguiente: ¿quién –y a través de qué métodos– puede determinar unívocamente el sentido típico de una acción social, manifestada con regularidad estadística, a nivel empírico? ¿Acaso es el científico quien lo determina? De ser así, ¿operando con qué criterios, técnicas y/o métodos? Por el contrario, en caso de ser los propios sujetos protagonistas de la mentada acción social los indicados para detectar el sentido subjetivo de aquella, ¿de qué manera se puede llegar a determinar el mismo? ¿Habría, acaso, que apelar a la realización de encuestas? En tal caso ¿cómo decidir cuál de las motivaciones o sentidos atribuidos a la acción social típica es la objetivamente correcta? Suponiendo que las opciones de respuesta dadas a los encuestados fuesen cerradas y definidas de acuerdo a los criterios del investigador, ¿no cabría la posibilidad, como mínimo razonable, de que el sentido o motivación última de la acción no se encontrase presente entre las alternativas? Por el contrario, en caso de que la pregunta fuese abierta, ¿cómo detectar entre un universo tan amplio de posibles respuestas la que mejor dé cuenta del motivo o sentido típicamente asociado a una acción social típica? Evidentemente, Weber no zanjó la cuestión. Para él, este no fue siquiera un asunto a ser problematizado. En otras palabras, Weber jamás percibió el conflicto latente que hay en su formulación de lo que es una ley sociológica, su metodología y su proyecto de sociología comprensiva. Sobre la influencia de las costumbres y hábitos en la determinación del sentido de una acción social. Si los actores sociales que llevan a cabo acciones con sentido mentado se comportan –en una proporción no despreciable de ocasiones, según dice el mismo Weber– de acuerdo a estipulaciones derivadas de costumbres o hábitos (por ejemplo, Weber, 2002, p. 15), ¿sería insensato pensar que el propio científico pudiese estar condicionado de esta manera también? ¿Que los sentidos y motivaciones que atribuye a un conjunto de acciones sociales estén basados en una ‘costumbre’ o ‘hábito’ científico inconsciente?

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Crítica respecto de la caracterización subjetivista de los fenómenos económicosociales. En lo que concierne a este punto, sostenemos:6 las limitaciones de considerar a diversos fenómenos culturales tan solo como ‘económicos’, en la medida en que son significados por los actores sociales como asociados primordialmente a la preservación de la existencia física humana, resultan evidentes desde el momento en que ponemos en duda –como el mismo Weber hace ocasionalmente– la capacidad de los sujetos para dilucidar conscientemente la motivación esencial de la acción social (Weber, 2002, pp. 9 y 18). Por otro lado, es razonable sostener que uno de los más graves errores a los que conduce necesariamente la perspectiva subjetivista radical de Weber, a este respecto, consiste en absolutizar la capacidad evaluativa de los actores sociales en lo tocante al ‘potencial de realidad’ que poseen los fenómenos económico-sociales. Poniéndolo en otras palabras, lo que Weber hace –quizás involuntaria e inconscientemente, no nos atrevemos a juzgar esto– es sostener de manera implícita que el estatus de realidad de un fenómeno económico –como, por ejemplo, el intercambio de mercancías–, se desvanece tan pronto como desaparece la cualidad económica del mismo en el horizonte de significados mentados por el sujeto. Expresemos lo dicho mediante un ejemplo. Si el carácter económico del intercambio de determinadas mercancías –como regalos durante las fiestas navideñas en el Occidente moderno del siglo XX– dependiese del sentido mentado por parte de los actores sociales, podría resultar perfectamente posible que ellos asignasen a ese tipo de intercambio particular un significado primordialmente religioso, normativo o afectivo, o una combinación de los tres. La pregunta que nacería razonablemente de aquí es esta: ¿deja de ser el intercambio de mercancías bajo la forma de regalos, durante las navidades, un fenómeno económico a causa de lo anterior? Sostenemos que, empíricamente, la respuesta es un rotundo no. Ahora bien, algún partidario de la metodología weberiana podría argüir que, si bien a base de la significación dada al fenómeno por los actores sociales, el mismo no es estrictamente económico, sí podría ser caracterizado como económicamente pertinente y/o condicionado, y que –en ese sentido– podría seguir siendo materia de estudio de la sociología o la economía política. Sostenemos que esta salida a la encrucijada también es un profundo error. A base de las definiciones proporcionadas por Weber respecto de los tres tipos de fenómenos económico-sociales (Weber, 1990, pp. 53-54), se puede indicar que en ningún caso tendría una relevancia económica secundaria el intercambio de mercancías, aun cuando no le fuese asignado un sentido tal por

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Cabe señalar que la crítica que sigue está estrechamente ligada al parágrafo titulado Acerca de la motivación subjetiva como causa que permite explicar fenómenos sociales (ver supra).

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los actores sociales. La cualidad económica del fenómeno sigue estando presente, sea reconocida subjetivamente o no a través de las significaciones culturales. Aún más, el esperado incremento en las ventas de determinadas mercancías –y, por ende, en su previa producción–, se desarrolla con arreglo a condicionantes que trascienden la subjetividad, consciente o inconsciente, de los actores sociales. Por lo tanto, no es en modo alguno la alegada significación cultural subjetiva la que dota al fenómeno de su carácter económico-social. Esta puede estar presente como puede no estarlo, y aun así el intercambio de mercancías bajo la forma de regalos –en una específica época del año– seguirá siendo un factor que desencadene un incremento previsible de ventas por parte de los capitalistas industriales, comerciales y financieros, poniendo en marcha toda una maquinaria social de producción y consumo de bienes y servicios, que afecta la vida de millones de seres humanos alrededor del mundo, en tanto que productores directos de riqueza, en tanto que asalariados y en tanto que consumidores.

Conclusiones La principal conclusión del presente artículo refiere a que la metodología expuesta por Weber (en el primer capítulo de su Economía y Sociedad) no puede ser considerada ni válida ni suficiente para alcanzar el objetivo científico fundamental propuesto por él mismo en dicha obra, a saber, explicar causalmente fenómenos culturales subjetivamente significativos –de manera unívoca–, en lo referente a motivos, sentidos y medios asociados a la ejecución de una acción social. Expresándolo de una manera ligeramente distinta: la metodología weberiana expuesta en Economía y Sociedad posee serias deficiencias y lagunas, lo cual pone en duda el éxito con que Weber consiguió ligar coherentemente su método comprensivo con la meta explicativa (asociada, tal como vimos, a su noción de causalidad) que él mismo reconoce como imprescindible para el ejercicio científico (en este caso, el sociológico). En segundo lugar, mostramos la fragilidad de la definición subjetivista que Weber propone para caracterizar los fenómenos económico-sociales. Establecimos que, a partir de la motivación dada por los actores sociales al contenido de sus acciones, no se puede derivar un canon que permita a los investigadores definir –de manera consistente con la realidad– el carácter económico-social de un fenómeno. En tercer lugar, afirmamos que la metodología de la sociología comprensiva de Weber tiene una validez de alcance descriptivo. Sirve, por ende, en casos en que sea preciso indagar en los determinantes motivacionales de la acción social autopercibidos por los sujetos, respecto de sí mismos o de terceros (sean estos individuos o

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grupos). Se puede decir, en esta misma línea, que la sociología comprensiva –tal cual es formulada por Weber– constituye una posible fuente de información rica y fructífera en lo tocante a los estudios de opinión –especialmente, estudios de opinión pública–, siempre y cuando se respete la explicación motivacional autopercibida por los sujetos mismos (y no se aplique la imposición ‘explicativa’, metodológicamente infundada, del científico ‘experto’, avalada por Weber sin justificación alguna). Sintetizando, todas las críticas formuladas en este artículo nos llevan a sostener que: i) la metodología propuesta por Weber como la adecuada para abordar el estudio científico de las acciones sociales con sentido, presenta serias deficiencias en lo tocante a su coherencia, consistencia lógica y capacidad heurística; y, por lo tanto, ii) que, en caso de querer operar investigativamente sobre la base del proyecto sociológico weberiano, es menester que los nuevos científicos sociales reformulen y perfeccionen sustancialmente el núcleo metodológico del mismo. Recibido febrero 15, 2015 Aceptado abril 15, 2015

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