Mauro Vallejo_El ilusionista Onofroff en Buenos Aires (1895) y Ciudad de México (1900). Hipnosis, magnetismo y el problema de lo paranormal en dos contextos latinoamericanos

June 30, 2017 | Autor: S. La Locura | Categoría: Argentina, México, Hipnosis, Ilusionismo
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Descripción

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El ilusionista Onofroff en Buenos Aires (1895) y Ciudad de México (1900). Hipnosis, magnetismo y el problema de lo paranormal en dos contextos latinoamer…

Nuevo Mundo Mundos Nuevos Nouveaux mondes mondes nouveaux - Novo Mundo Mundos Novos - New world New worlds Colloques | 2015 La Locura. Historia, prácticas e instituciones. Siglos XIX­XX – Coord. Silvana Vetö y María José Correa

MAURO SEBASTIÁN VALLEJO

El ilusionista Onofroff en Buenos Aires (1895) y Ciudad de México (1900). Hipnosis, magnetismo y el problema de lo paranormal en dos contextos latinoamericanos The ilussionist Onofroff in Buenos Aires (1895) and Ciudad de México (1900). Hypnosis, magnetism and the problem of the paranormal in two Latin American contexts. [18/09/2015]

Résumés Español English El objetivo esencial de este artículo es realizar un estudio comparativo de las visitas que el ilusionista Onofroff realizó a las capitales de Argentina y México, en 1895 y 1900 respectivamente. Como parte de sus exitosos viajes por el continente americano, el ilusionista permaneció largo tiempo en aquellas dos ciudades, y su presencia generó distintas reacciones de parte de múltiples actores de los escenarios culturales. Médicos, espiritistas, escritores y http://nuevomundo.revues.org/68323

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políticos de cada contexto se sintieron atraídos por los espectáculos de telepatía e hipnotismo ofrecidos por el artista. Tal y como pretendemos mostrar a lo largo de estas páginas, el estudio de las demostraciones de Onofroff desborda el ámbito de la historia de los eventos teatrales de fines de siglo. Por el contrario, el análisis de su presencia inquietante puede funcionar como un prisma que refleja de modo privilegiado numerosas aristas de los entramados culturales, científicos e ideológicos de las mentadas ciudades de América Latina. A través de la toma en consideración de algunos aspectos de las culturas científicas de las capitales de ambos países, ensayaremos una explicación de las diferentes respuestas que supieron despertar los shows de Onofroff. The main purpose of this paper is to develop a comparative study of the trips that the illusionist Onofroff made to the capital cities of Argentina and Mexico, in 1895 and 1900 respectively. During his successful trips through America, the illusionist stayed a long period of time in those two cities, and his presence caused different reactions from many participants of the cultural life. Physicians, spiritualists, writers and politicians coming from both contexts, felt attracted by the artist's shows of telepathy and hypnotism. In this article we try to show that the study of Onofroff's performances goes beyond the scope of the fin­de­siècle history of theater. By contrast, the analysis of his disturbing presence can work as a prism that perfectly reflects many areas of the cultural, scientific and ideological life of those cities. Through the description of several angles of the scientific cultures of the two cities, an explanation of the different responses aroused by Onofroff's shows will be outlined.

Entrées d’index Keywords : Onofroff, Hypnosis, Illusionism, Argentina, Mexico Palabras claves : Onofroff, hipnosis, ilusionismo, Argentina, México

Texte intégral

Introducción: divulgadores heterodoxos 1

En marzo de 1895 llegó a la ciudad de Buenos Aires un ilusionista que durante tres meses tendría en vilo a la capital argentina gracias a sus poderes telepáticos e hipnóticos. Dejando de lado su apellido de misteriosa sonoridad –  Onofroff  –, no sabemos mucho sobre él. Su nombre de pila irá variando con el correr de los años, en cada ciudad los diarios le atribuirán uno distinto: Henry, Enrique, Augusto, Gaspodin, etc. Aún hoy en día, transcurridos más cien años de su primera visita a los territorios americanos, nos es difícil reconstruir su historia. Nacido en 1863 en Italia -aunque algunos dirán que en realidad era catalán-, fallece a fines de la década de 1930. La cobertura periodística de los exitosos espectáculos en Inglaterra (hacia fines de la década de 1880), en España (en varias oportunidades durante las dos primeras décadas del siglo pasado) y en numerosos países de América Latina, nos permiten tomar contacto con multiplicidad de retratos, entrevistas y crónicas de uno de los prestidigitadores más célebres del cambio de siglo. Pero de ese cúmulo de datos e imágenes es casi imposible deducir una historia unívoca o coherente. Suerte de maestro de las máscaras, Onofroff dejó tras de sí una dispersión de pistas contradictorias sobre su pasado, su formación o sus designios. En un diálogo con un periodista de Buenos Aires dirá que había aprendido el uso de la hipnosis cuando era un estudiante de medicina, pero años más tarde, durante una de sus recordadas giras españolas, dirá que esas habilidades las había adquirido cuando era marino mercante

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en altamar1. Veremos repetirse ese mismo gesto en lo atinente a muchas facetas de su vida, a resultas de lo cual, en aras de reconstruir su biografía, pareciera que estamos condenados a seguir la secuencia de simulacros. La llegada de Onofroff a Buenos Aires marcó aparentemente el inicio de sus giras por el Continente. Si bien no retornaría a la capital argentina, sí visitó en los años posteriores diversos países de América Latina. En Perú y Colombia realizó sus espectáculos en 1917. En Chile estuvo en dos ocasiones (en 1898 y 1913)2. Lo mismo sucedió con México; una primera visita tuvo lugar en 1900, y una segunda se produjo en el año 1917. El ilusionista recorría las ciudades siempre con el mismo espectáculo, que constaba de secciones de “adivinación del pensamiento” y de hipnotismo. Planteadas así las cosas, cabría suponer que la reconstrucción del quehacer de Onofroff concierne meramente a la narración histórica de los teatros de los países aludidos. La recuperación de las actuaciones del ilusionista sería apenas un capítulo menor y curioso de las efemérides de la vida teatral de las ciudades del Nuevo Continente3. La perspectiva que habremos de desplegar en estas páginas busca mostrar, por el contrario, que el estudio de este tipo de personajes puede aportar valiosas intelecciones sobre la vida cultural y científica de fines de siglo. Onofroff puede engrosar la lista de aquellos individuos que, moviéndose al margen de los circuitos oficiales del saber y la práctica científica, ocuparon un sitio muy particular en la cultura durante la segunda mitad del siglo XIX. Curanderos, sanadores, ilusionistas, “charlatanes”, vendedores de pócimas y talismanes recorrieron con relativa libertad el territorio latinoamericano en el período que nos ocupa. Con sus shows, sus ferias, sus “museos” y sus mercancías atravesaron una y mil veces las fronteras de los países que los recibían con una mezcla de entusiasmo y recelo. A contrapelo de las miradas más clásicas, que tendieron a interpretar la faena de esos actores sociales como el síntoma de la persistencia del irracionalismo, la superstición o la ignorancia entre amplios sectores de la sociedad finisecular –  o como las batallas finales de la guerra emprendida por los médicos y los científicos con el fin de imponer una cosmovisión “racional” de la salud y de la vida –, las líneas de investigación ensayadas de manera más reciente han propuesto una versión alternativa. Así, la relación entre esos personajes heterodoxos y las instituciones y circuitos académicos no debe ser entendida solamente en términos de confrontación y represión. De hecho, los curanderos e ilusionistas en más de una ocasión retroalimentaron el discurso académico, ayudando en la tarea de difusión de conocimientos y fenómenos4. Este último aspecto fue particularmente notorio, por ejemplo, en el caso de la conformación de un saber médico sobre los fenómenos inconscientes (hipnotismo, automatismos, etc.). Ya ha sido ampliamente documentado que los hipnotizadores de feria, las videntes o los mediums espiritistas cumplieron un rol protagónico en la construcción de una ciencia sobre algunos fenómenos nerviosos. Aquellos actores heterodoxos no solamente hicieron que los científicos se enfrentaran por vez primera con fenómenos que hasta entonces desconocían, sino que inmediatamente se transformaron en la materia prima imprescindible para el estudio de sus leyes y regularidades5. Pues bien, nuestro análisis de lo sucedido con Onofroff en Buenos Aires y México intentará proseguir tales líneas de indagación. En ambas ciudades la presencia del ilusionista generó reacciones de parte de múltiples vértices de los respectivos campos culturales y científicos. Explorar el conjunto de esas respuestas excede, por motivos obvios, las limitaciones de este artículo. Por ese motivo, en esta oportunidad nos ocuparemos mayormente de circunscribir el modo en que las presentaciones de Onofroff en los teatros fueron recodificadas desde los foros de la cultura científica. Más precisamente, prestaremos especial atención a las posiciones asumidas por los

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médicos en relación a las demostraciones del ilusionista. Tal y como veremos, anticipando lo que tres años más tarde sucedería en Chile, en 1895 los médicos de Buenos Aires intervinieron activamente en las discusiones sobre los prodigios de Onofroff. Por el contrario, en la ciudad de México, la voz de los galenos no fue tan presente. En ese sentido, uno de los cometidos de estas páginas será intentar explicar tal diferencia, y para ese fin ubicaremos las visitas del prestidigitador en el marco de la historia de las culturas científicas de ambos contextos latinoamericanos.

Onofroff, ese “hermoso pedazo de naturaleza” en Buenos Aires 5

El 8 de marzo de 1895 llegó a la ciudad de Buenos Aires el ilusionista Onofroff. Venía contratado por un empresario que era dueño de varios teatros de la capital argentina y de Montevideo. El proyecto original era que ofreciera sus espectáculos durante algunas semanas en la ciudad puerto, para luego repetir sus funciones en la capital de Uruguay. Pero varios factores –  entre ellos, la irrupción de un problema sanitario que paralizó durante muchos días las comunicaciones y transportes entre ambas capitales, la buena acogida que los porteños brindaron al artista y un debut escandaloso en la Banda Oriental  – hicieron que la estadía en Buenos Aires se prolongara más de lo previsto. En síntesis, descontando el traslado por una semana a Montevideo a comienzos de mayo, Onofroff permaneció en la metrópoli argentina durante más de tres meses, hasta mediados de Junio. En esos cien días, el ilusionista logró convertirse en uno de los personajes más populares de la ciudad; todos los diarios de Buenos Aires – desde los más grandes y tradicionales, hasta los periódicos de las diversas comunidades extranjeras que componían la Babel que por ese entonces era la ciudad – dedicaron al artista largas crónicas cotidianas. Gracias a esa pormenorizada cobertura, resulta muy sencillo seguir palmo a palmo el derrotero porteño del prestidigitador. Esas incontables notas no han de ser empero buscadas solamente en las secciones de espectáculos; todo lo contrario, una gran cantidad de esas columnas figuraron en lugares más centrales de los periódicos. Ellas fueron redactadas no por anónimos repórters sino por plumas que tenían una notoria gravitación en la vida cultural de la ciudad: desde el poeta Rubén Darío pasando por los médicos psiquiatras más encumbrados, importantes figuras de la escena científica y artística porteña tuvieron algo para decir sobre Onofroff. Imagen 1 – Onofroff supo llamar la atención de la alta sociedad de Buenos Aires.

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Aquí vemos el retrato del ilusionista aparecido en la Revue Illustrée du Rio de la Plata (sixième année, n° 62, mars 1895, p. 50), una de las más selectas revistas ilustradas que se imprimían en la ciudad. 6

La proliferación de artículos sobre Onofroff en los diarios no puede ser tomada, por razones muy claras, como el síntoma de una campaña publicitaria financiada directa o indirectamente por los teatros o los empresarios que tenían algún interés económico ligado con los shows. Por supuesto que ese interés pudo haber funcionado en algunas de las acciones que la prensa emprendió al inicio de esta historia, por ejemplo en las notas que celebraron las virtudes del artistas días antes del inicio de las funciones teatrales. De todas maneras, la participación de voces intelectuales en los órganos de prensa, y la rápida conformación de polémicas y debates entre esas voces respecto de Onofroff, muestran que la hipótesis de una campaña publicitaria no basta por sí misma. La presencia de Onofroff impactó evidentemente en ciertas fibras y zonas de sensibilidad de la trama cultural de los porteños letrados, y es

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precisamente ese impacto el que intentaremos desglosar en lo que sigue. Nuestro enfoque descansa, dicho en otros términos, en una disyunción entre el goce que Onofroff aportó a los bonaerenses y el discurso al que los empujó. Explicar porqué los bonaerenses llenaron noche a noche las salas de los teatros Odeón y Zarzuela es, a fin de cuentas, un interrogante que en sí mismo tiene valor, pero que nada nos explica acerca de los debates ilustrados en que el nombre de Onofroff quedó inserto. Para esclarecer el rotundo éxito teatral del artista podríamos recurrir a varios factores. De un lado, ese tipo de espectáculos había ganado a lo largo de los años una clara legitimidad por al menos dos motivos. Primero, porque en los años previos otros ilusionistas e hipnotizadores ya habían ofrecido sus shows en la ciudad, y por ende el público local estaba ya familiarizado con esos prodigios. Segundo, porque amplios sectores de la población local, gracias a su acceso a publicaciones del Viejo Continente, conocían el interés que los fenómenos de la telepatía y la hipnosis despertaba en las academias, los salones y los teatros europeos. Esos dos elementos hacían de los espectáculos que nos conciernen consumos culturales validados y reconocidos. De otro lado, en una ciudad con una oferta poco variada en lo que se refiere a géneros teatrales y eventos artísiticos, la llegada de prestidigitadores y otros explotadores de lo maravilloso era celebrada por los espectadores, pues introducían una novedad en el paisaje habitual de zarzuela, ópera y circo6. Ahora bien, lo que puede ser documentado con mucha mayor precisión es justamente la discusión ilustrada que tuvo lugar en diarios y revistas de la ciudad. Esa discusión giró en verdad alrededor de algunos núcleos temáticos. El reconocimiento de esos núcleos sirve para la identificación de los estratos científicoculturales que fueron movilizados de alguna forma por la presencia de Onofroff. La primera zona tuvo que ver con el tópico del hipnotismo. Incluso antes de que el ilusionista diera inicio a sus shows en el Teatro Odeón (el día 15 de marzo), tuvo lugar una serie de debates y medidas referidas a los peligros de que un artista hiciera uso de la hipnosis en un espectáculo teatral. El primer paso fue dado por el Departamento Nacional de Higiene, la entidad gubernamental que desde hacía unos años era la encargada de regular todos los asuntos ligados a la higiene pública. Desde 1892, la oficina era presidida por el médico José María Ramos Mejía, especialista en enfermedades nerviosas y figura destacada de la cultura científica finisecular. El Departamento citó a Onofroff a una audiencia para el día 14 de marzo. El objetivo era informarle sobre la existencia de una ordenanza que prohibía el uso de hipnotismo en espectáculos teatrales7. Diversos periódicos ofrecieron al día siguiente los detalles de esa reunión. Todos coincidieron en declarar que Onofroff había prometido a las autoridades no incluir experiencias de sonambulismo artificial en sus shows. Según las crónicas, el ilusionista se atrevió incluso a ensayar con los médicos allí presentes sus dotes en el campo de la telepatía. Esa prueba fue totalmente exitosa, y según el decir de los diarios: “El Dr. Ramos Mejía no ocultaba, como los demás médicos que presenciaron la experiencia, la favorable impresión que ésta les había producido”8. De hecho, al día siguiente otro diario de la ciudad publicaría una larga entrevista a Ramos Mejía, en la cual el médico elogiaba las capacidades del artista y se mostraba convencido acerca de la realidad de la telepatía9. Ese episodio cobra su verdadera relevancia cuando es colocado junto a un hecho de unos días después, que tendría como protagonista a otro célebre médico de la ciudad. A fin del mes de marzo los diarios de la ciudad comenzaron a informar que Domingo Cabred, director desde 1892 del manicomio de hombres, había invitado a Onofroff a hacer sus experiencias en el hospital. Lo que retiene nuestra atención es que una de las acciones principales que el ilusionista llevó a cabo allí fue realizar experiencias de hipnosis con los pacientes

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internados10. Lamentablemente no han quedado registros detallados de esas sesiones de hipnotismo. Sabemos que lo actuado por Onofroff conformó a los médicos e intelectuales que asistieron. Más aún, uno de los diarios más leídos de la ciudad se atrevió a plantear, a raíz de estos hechos, una comparación entre lo que Charcot había realizado en París  –al convertir a la hipnosis en un asunto médico respetable – y la labor de Onofroff en la ciudad11. Pues bien, vistas así las cosas, llama la atención el contraste entre las posturas asumidas por dos médicos –  y dos instituciones sanitarias  – respecto de las pericias de Onofroff en el terreno del hipnotismo. Al tiempo que Ramos Mejía –  y, a través suyo, la oficina de higiene  – hizo todo lo posible por que el ilusionista no hiciera uso de la hipnosis en los teatros, Cabred, por el contrario, lo alentaba para que aplicara ese remedio sobre los locos del manicomio. Esa especie de paradoja de la disciplina médica constituye a nuestro entender un revelador muy sintomático de una tensión que debió atravesar la ciencia galénica desde sus primeros ensayos para apropiarse del hipnotismo12. Al igual que en otros contextos geográficos, los doctores argentinos debieron establecer un diálogo conflictivo con otros actores y tradiciones sociales que también recurrían por esos mismos años al hipnotismo o al magnetismo. Una valiosa particularidad estuvo dada por la imposibilidad de los primeros por ganar el monopolio práctico o teórico sobre esos fenómenos. Toda esa historia estuvo marcada, de hecho, por el retraso de los doctores argentinos respecto de sus competidores. Mencionemos solamente dos ejemplos ilustrativos: para comenzar, la primer tesis médica sobre el asunto, escrita en 1886 por un estudiante que no poseía ninguna experiencia personal con la hipnosis, citaba y legitimaba curaciones hipnóticas narradas en un libro editado en Buenos Aires poco antes, escrito por un inmigrante francés que no poseía título médico13. Segundo, el primer consultorio “médico” de hipnotismo y la primera revista especializada en la materia fueron iniciativas concretadas entre 1889 y 1891 por un español llamado Alberto Diaz de la Quintana, que abandonó el país poco después de que el Departamento de Higiene lo acusara de ejercicio ilegal de la medicina14. Ante la imposibilidad de fundar una especialización neurológica que les brindase recursos teóricos con los cuales adueñarse de la hipnosis, los médicos de Buenos Aires debieron librar constantemente una batalla contra competidores profanos que no solamente mostraban una experiencia mayor en el manejo del sonambulismo artificial, sino que también eran bien vistos por el público local. Pues bien, lo sucedido con Onofroff en 1895 parece reactualizar esa relación conflictiva. En la distancia que media entre el gesto de Ramos Mejía y el de Cabred se percibe la paradójica postura de una ciencia que pretende establecer un monopolio en la materia, pero que en simultáneo reconoce que precisa del auxilio de sus competidores profanos para poder estudiar más de cerca ciertos fenómenos. En los mismos días en que Onofroff hacía sus experiencias en el Manicomio de hombres y el Departamento de Higiene reiteraba sus advertencias para que el ilusionista dejara de efectuar demostraciones de “fascinación” en sus funciones teatrales, tuvo lugar en los diarios de la ciudad un breve debate entre dos reconocidos médicos locales. Esa polémica parece ser una extensión de la campaña lanzada por la oficina de higiene, pues uno de sus vectores principales residirá justamente en la la clarificación de los argumentos contrarios a la utilización del hipnotismo en teatros (y por parte de no profesionales). Esto último será desarrollado sobre todo por uno de los participantes del debate, Román Pacheco, joven médico que, luego de obtener su título en 1889, había permanecido algunos meses en París para estudiar junto a Charcot. A través de cuatro columnas publicadas en el diario El  Tiempo, este profesional intentó alertar sobre los peligros que los shows de Onofroff podían provocar en el público porteño. Citemos, a modo de ejemplo, un pequeño fragmento

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de su primera intervención: “Hemos asistido con verdadera tristeza á esas funciones, en las que una persona no científica abusa del público repitiendo experiencias truncas y elementales del hipnotismo, que la ciencia médica estudia, clasifica y practica en los hospitales, con fines terapéuticos y en sujetos enfermos, cuyo diagnóstico ha sido bien establecido. Llevar ante el público, en general profano á esos conocimientos, fenómenos cuya explicación no es fácil para el que no haya practicado estudios especiales, es exactamente como usar indiscretamente de ciertos agentes medicamentosos, como la morfina, produciendo así enfermedades graves, que á veces se difunden con carácter epidémico, y que son tanto más imperdonables en el presente caso, cuanto que obedecen al afán del lucro”15 11

Esas declaraciones de Pacheco de inmediato tomaron la forma de una polémica con un profesional de mayor reputación, Antonio Piñero, por ese entonces director del Asilo de mujeres dementes de la ciudad y médico de cabecera de varios miembros de la elite política. En ese debate reconocemos un segundo núcleo temático agitado por la presencia de Onofroff, pues si bien el tópico del hipnotismo estaba aquí presente, en las intervenciones de Piñero cobró fuerza un deslizamiento hacia otro problema cercano. De hecho, este último médico, mediante una serie de notas aparecidas en La Nación, abordó más bien las experiencias de telepatía efectuadas por el artista. Según el punto de vista de Piñero, las demostraciones de telepatía de Onofroff no podían ser puestas en duda; él las había observado de cerca, y no cabía presumir la operatoria de un truco escénico o un engaño. En tal sentido, el desafío era más bien hallar la explicación racional de ese extraño poder. Pues bien, a lo largo de sus colaboraciones, Piñero ensayará varias respuestas. La primera de ellas, comunicada en su primer artículo, consistirá en postular la existencia de fuerzas que la ciencia aún no podía esclarecer: “¿Cómo se explican los fenómenos producidos por Onofroff? La producción de estos fenómenos, implica la intervención de fuerzas desconocidas, de agentes distintos de los que la ciencia ha descubierto y estudiado como en la telepatía. La ciencia está, por desgracia, muy lejos del conocimiento del cómo, del mecanismo de los actos producidos por Onofroff y otros fenómenos análogos.”16

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Con el correr de los días, sin embargo, cambiará de parecer. En sus artículos publicados pocos días más tarde, Piñero esclarece los prodigios de Onofroff recurriendo a algunas hipótesis auxiliares de la neurología europea más reciente, ligadas sobre todo a movimientos inconscientes y acrecentamiento de las capacidades sensoriales. No tenemos espacio aquí para revisar en detalle esos nuevos argumentos. Su mención viene a cuento aquí, pues nos sirve para introducir una tercera zona de la cultura científica en la que produjo un impacto muy claro la presencia del ilusionista. Nos referimos a lo que podríamos englobar bajo el rótulo de las “cientificidades heterodoxas”. Poco después de que las autoridades de higiene y los médicos se hubieran ocupado de Onofroff, los principales teóricos e intelectuales del espiritismo porteño siguieron sus pasos. A través de artículos sobre los poderes telepáticos del ilusionista – y de otros personajes que, a la sombra de la popularidad que Onofroff había cobrado para fines de marzo, repetían sus experiencias  –, los seguidores argentinos de la doctrina de Allan Kardec pretendieron mostrar públicamente que sus propias teorías eran las mejor preparadas para explicar los hechos que noche a noche maravillaban a los porteños que asistían al teatro Odeón. El interés de los espiritistas fue, en términos estrictos, doble. De un lado, vieron en la

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buena disposición de los diarios de la ciudad para publicar crónicas sobre telepatía y demás prodigios de Onofroff, la oportunidad ideal para recordar que ellos habían defendido desde siempre, y a contrapelo de los incrédulos, la realidad de esos poderes. De otro lado, la visibilidad adquirida por Onofroff era la ocasión inmejorable para intentar instalar en el escenario público más amplio el vocabulario y las hipótesis del espiritismo17. Pues bien, una de las estrategias usadas con ese fin consistió en criticar abiertamente los artículos de Piñero. Mediante la señalización de las debilidades del ensayo del alienista, los espiritistas buscaron resaltar las ventajas de sus propios razonamientos. Esa tarea fue emprendida más que nada por uno de los espiritistas con mejor formación científica, Pedro Serié18. Su táctica fue concentrarse en un pasaje en el que Piñero sugería, a modo de fundamentación de los poderes telepáticos de Onofroff, que éste era capaz, gracias a una hiperestesia sensorial, de sentir a la distancia las modificaciones respiratorias de quienes lo rodeaban. Serié veía allí el síntoma de las absurdidades a las que era conducida la ciencia oficial por su afán de explicarlo todo por la materia. Mientras ella insistiera en negar el rol desempeñado por el alma, sería incapaz de hallar una descripción de hechos como la telepatía, la cual, según Serié, respondía a una “irradiación voluntaria del fluido peri-espiral”. Para concluir, podemos afirmar que uno de los rasgos más sobresalientes de la visita realizada por Onofroff a la ciudad de Buenos Aires en 1895 consistió en su capacidad para reactualizar o catalizar zonas muy sensibles de la cultura científica local. Hizo mucho más que alegrar las tardes y las noches de los porteños que desde siempre se habían lamentado de la escasa oferta cultural de la ciudad. Hizo algo distinto a saciar la sed de fenómenos maravillosos. Puso al descubierto herramientas conceptuales e intereses letrados que de otra forma jamás se hubiesen exteriorizado –  fue el caso de la telepatía, que rara vez había sido abordado por los médicos locales  –. Mostró, por otro lado, mecanismos muy sutiles de lucha entre formas antagónicas de comprender la labor de la ciencia – pues evidenció de qué manera los espiritistas eran capaces de combatir las teorías de los representantes de ciencias más hegemónicas  –. Todo transcurrió como si los actores del mundo letrado hubiesen obedecido a un enunciado que un periodista había escrito el 22 de marzo: “La ciencia para enseñar empieza por aprender, aprender de la naturaleza. Onofroff es un hermoso pedazo de naturaleza para investigar verdades no esclarecidas”.19

Hipnotizadores, médicos y 'palurdos': Onofroff en México 14

Onofroff llegó a México a comienzos de abril de 1900. Brindó su espectáculo en la capital hasta fines de mayo de ese año, para luego emprender una gira por otras localidades del país. A diferencia de la suerte que había tenido en sus visitas a otras ciudades de la región, el ilusionista tuvo ciertas dificultades para ganarse el aprecio del público local. Aún así, poco a poco sus shows lograron atraer a una cantidad numerosa de espectadores. A pesar de que la cobertura periodística de la estadía de Onofroff no fue tan completa y detallada como en Buenos Aires, sí es posible reconstruir el modo en que ciertos vértices del escenario cultural se posicionaron respecto de las actuaciones del artista. Al igual que en el caso de la capital de Argentina, nos resulta imposible rastrear la totalidad de las marcas dejadas por el ilusionista en la trama cultural de la ciudad. Por ejemplo, dejaremos de lado en nuestro análisis el estudio del que quizá fue el impacto más notorio y duradero de esa

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visita. Nos referimos al hecho de que poco después de producido el arribo de Onofroff a México, el periodista Abraham Sanchez Arce fundó un periódico de sátira y caricatura políticas bautizado precisamente Onofroff20. Imagen 2 – Portada del número 11 (22 de Julio de 1900) del semanario Onofroff dirigido por Abraham Sánchez Arce.

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La estrategia desplegada por el ilusionista –  o implementada por sus representantes  – fue la habitual. Lo primero que hizo fue organizar una sesión especial, a la cual fueron invitados algunos médicos de la ciudad, periodistas y figuras destacadas de la vida social. Dicha función tuvo lugar el 16 de abril en el Teatro Nacional, y los diarios del día siguiente hablaron de ella extensamente. Lo

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más notorio es que todas las crónicas coincidieron en marcar que Onofroff no había sido capaz de realizar las pruebas más difíciles de telepatía21. Los diarios denunciaron incluso que los actos de Onofroff no tenían nada de sorprendente: “Hizo luego otras pruebas de esta sugestión, pero que no sobrepasan a las que se hacen en algunos de nuestros salones”22. El día 18 dió inicio a las funciones abiertas al público general. El debut no fue auspicioso, pues según los periódicos la asistencia fue ciertamente escasa. Peor aún, el público se mostró “un tanto desconfiado y lleno de recelos”23. El artista comenzó a visitar las redacciones de los diarios (el 18 la de El Imparcial, el 19 la de El Tiempo, etc.), y paulatinamente sus funciones comenzaron a llenarse. Ahora bien, lo interesante es comprobar los matices particulares que cobró Onofroff en el escenario cultural. De hecho, a la luz de lo sucedido en Buenos Aires unos años antes –  muy similar a lo que en 1898 había pasado en Chile –, el episodio mexicano de Onofroff presenta varios rasgos distintivos. De un lado, cierta insistencia de los periodistas en describir a Onofroff como un “científico” o un “investigador”. De otro, la utilización de su figura como un arma de ataque contra los médicos. Lejos de haber servido a los galenos para difundir a través de los diarios su ciencia, Onofroff fue utilizado, al contrario, para fortalecer una campaña de desprestigio de los profesionales. Al leer las notas y columnas dedicadas a las capacidades telepáticas e hipnóticas de Onofroff, se tiene la impresión de que los periodistas mexicanos del 1900 se guiaron por la misma proposición enunciada por Osvaldo Saavedra en Buenos Aires en 1895. Sin embargo, debajo de ese parecido superficial, se comprueba que en México se trató de algo muy distinto, su figura sirvió para motorizar entramados culturales diferentes. De hecho, si volvemos a tomar al ilusionista como un prisma que refleja ciertas líneas de tensión de la cultura científica finisecular, vemos que en esta oportunidad lo reflejado dista mucho del panorama que hacía 5 años había sido visible en Buenos Aires. Ya en una temprana semblanza aparecida el 18 de abril en El  Universal se afirmaba que era el estudio de la ciencia y no el “sortilegio empírico” lo que había fundado la celebridad mundial de Onofroff. Se lo describía como un “profesor científico”, miembro de reputadas academias del mundo entero y se recordaba que las grandes personalidades de la política y la cultura europeas habían celebrado sus cualidades24. Dos días más tarde, desde las columnas de ese mismo diario se recalcaba que “no se presenta con la pedantería charlatenesca de los magos teatrales sino con la sencillez del experimentador científico”25. Unos días después otro periódico proseguía esa misma senda, celebrando que Onofroff colaborase en la labor de difundir los conocimientos y las experiencias sobre la hipnosis; al respecto agregaba: “felicitamos al señor Onofroff por la altura a que ha llegado en el difícil género científico a que ha consagrado sus actividades”.26 A principios de mayo cuando las funciones del artista, luego de ser mudadas al Teatro Principal, habían comenzado a tener mejor éxito de público- se imprimió en otro órgano de prensa el texto que quizá más enfatizó ese cariz del retrato de nuestro personaje. Luego de trazar un paralelismo entre él y Mesmer –  pues este último también había sido tildado de charlatán en su tiempo –, el redactor de la nota afirma lo siguiente: “Onofroff es, sin duda alguna, un feliz intérprete, así reconocido en el mundo entero, de dicho procedimiento [del hipnotismo]. No es Onofroff el charlatán que cautiva y arrulla al auditorio, es el científico, el experimentador avezado que causa admiración entre muchos de nuestros hombres de ciencia, poco conocedores aún de los fenómenos psíquicos y fisiológicos”27

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¿Qué significación cabe otorgar a esos enunciados sobre Onofroff? ¿A qué

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respondía esa obstinación por poner de relieve su condición de científico y experimentador? Pues bien, el fragmento recién citado nos allana el camino hacia una respuesta posible. Tales enunciados deben ser leídos en consonancia con otras columnas impresas por esos mismos días, en las cuales la narración de las actuaciones de Onofroff alimentaban un discurso dirigido a socavar el prestigio de los médicos mexicanos. Dicho en otros términos, el realzamiento de las pericias científicas del ilusionista era una suerte de telón de fondo o reverso de otras voces que, diseñando una comparación explícita entre Onofroff y los doctores, buscaban poner en evidencia las flaquezas morales y científicas de estos últimos. Esa campaña contra los médicos fue proferida desde dos registros. Algunos de esos textos eran fieles al género burlesco; otros, en cambio, obedecían a un marco enunciativo más neutral o naturalista, en el cual primaba un tono de denuncia. Citemos dos de los ejemplos más ilustrativos del primer grupo. El 21 de abril apareció en El Universal una columna en la cual la ineficacia de las terapias médicas y sus altos costos económicos eran las víctimas de una burla que usaba a Onofroff solamente como excusa inicial o punto de arranque. A pesar de que la referencia a Onofroff era rápida, y su nombre aparecía solamente al comienzo de la nota, es claro el contraste que el narrador construye: de un lado sentencia que “nadie sabe lo que es Onofroff”, nadie puede establecer si es bueno o malo, pero por eso mismo sería menester ir a observarlo en sus shows; de otro, no ahorra críticas a la conducta de los médicos. Así, el diagnóstico neutral respecto del ilusionista se contrapone a la diatriba contra los doctores, sobre todo a su hábito de sacarle dinero a sus clientes a pesar de no aportarles alivio. “Pero Onofroffes aparte, esto del magnetismo, telepatismo, funambulismo, sugestionismo, etc., va llegando a la categoría de latismo, sin que los infelices que pecamos de ranas en la cuestión saquemos otra cosa que no sea la del perro en el sermón: los pies fríos y lo demás caliente. Padece usted, pongo por calamidad, una hepatitis sobreaguda, motivada por la duración de su matrimonio y por la duración de su suegra (...) y [se] pone usted en manos de uno de esos doctores recién salidos del caos, que se anuncian mucho, gastan levitas extravagantes y se dicen capaces de sacarle a usted un niño por las ventanas de la nariz.”28

21

Al día siguiente, en las páginas de El  Imparcial se publicó un texto del mismo cariz, en el cual se ridiculizaba a los médicos mediante la narración de un paciente que, aquejado de una molestia, recibía de distintos doctores diagnósticos y recomendaciones terapéuticas tan variadas como grotescas. A renglón seguido se incluía el siguiente comentario: “Un hombre que tiene una enfermedad extranjera en el dedo gordo, un riñón que no es el suyo ni se lo merece; un pulmón pulposo; un ojo agrio y un hueso íntimo vencido, no hay otro recurso que tomar un “tren de recreo” o mirar a la domadora de las serpientes, para reventar de una vez. (...) Hay derroche de fluido personal desde que Onofroff se perdió en el teatro y lo encontraron entre los doctores, que por una nadita le amputan cualquier hueso íntimo”29. En ese mismo ejemplar se incluía un segundo y extenso texto sobre Onofroff, el cual no obedecía ya al registro burlesco sino que ensayaba un ataque mucho más directo a las ideas y costumbres de los médicos mexicanos. Su autor era nada menos que el escritor y poeta Luis Urbina. En esas nutridas columnas se llevó al extremo tanto la defensa de la buena fe del ilusionista como la agria acusación contra los médicos, habituados, según la pluma de Urbina, a desechar con altanería y soberbia los hechos que les parecen maravillosos. Desde el inicio de su contribución Urbina deja que en claro su postura: “Sí, señor, creo en Onofroff, es decir, creo en la verdad de los fenómenos hipnóticos”30. El escritor dice además que cree en la ciencia, y ese agregado le sirve

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para recordar la costumbre de las academias oficiales que dictaminan que la ciencia no puede quedar en manos de “taumaturgos de feria”, “adivinos de plaza pública” o cualquier otro personaje que no haya salido de las aulas de la universidad. Esa actitud es la que, a ojos de Urbina, ha movido a muchos médicos a descreer de los fenómenos de hipnosis, precisamente porque eran producidos por profanos: “Los ignorantes que no negamos los profundos conocimientos del ilustre cuerpo [médico] y que sólo sabemos que un Charcot “hizo clínica” con esta clase de experimentos de hipnotismo (...), dejamos respetuosamente que pase el sagrado coro de sacerdotes y seguimos con inocente curiosidad todos los accidentes de esta fascinadora mistificación”. Según el parecer de Urbina, la presencia de Onofroff en la ciudad actualiza, de un lado, la resistencia de los doctores a tomar en serio hechos bien visibles, y de otro, su vergonzosa ignorancia sobre grandes territorios de la realidad humana. En un tono que nos recuerda con nitidez las palabras usadas por Osvaldo Saavedra en Buenos Aires, el poeta mexicano afirma: “Y sí que existe un problema científico en Onofroff: puede hacerse en él y con él un estudio fisio-psicológico, y derivar de ese estudio otros de mayor alcance que ensanchen los horizontes de la verdad (...). Onofroff no es un charlatán, es un ser dotado de poderosas energías que ha edificado y cultivado de un modo asombroso (...). En este sentido es digno de atención, porque trae al campo de la certidumbre hechos que antaño se tomaron por superchería, y que son hoy objeto de atentas investigaciones científicas. Pero – me van a decir los médicos – es que nosotros no negamos esas cosas que tú no entiendes; negamos sencillamente a Onofroff; eso que tú le has visto es 'asunto de compadres'; ahí hay clave; te engañan porque no eres perspicaz ni te hallas habituado como nosotros a conocer las proteicas transformaciones del error. Y a mí, que soy ignorante, estas explicaciones de señas, claves, aparatos y 'paleros' me parecen de la índole de la de aquel avisado palurdo que al ver por primera vez una locomotora, exclamó: 'No me hacen el tonto; los caballos van por dentro'”31 22

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Esos fragmentos de Urbina nos abren la senda para dos comentarios. El primero de ellos hace al designio comparativo de nuestro artículo. A pesar de que en los fragmentos recién citados cabía hallar un eco fidedigno de las palabras con que un periodista de Buenos Aires había definido a Onofroff como aquel “hermoso pedazo de naturaleza” – esto es, a pesar que en ambos contextos aparecían indicios de que sectores de la cultura ilustrada podían ver con buenos ojos tanto la posibilidad de estudiar científicamente fenómenos como la telepatía, como la ayuda que para ello podían aportar actores sociales ajenos a las universidades –, el estudio del contexto inmediato de esos comentarios esclarece diferencias sustanciales en cuanto a su significación. En el caso argentino, la aceptación de que Onofroff pudiera hacer las veces de experimentador y objeto de estudio válido fue sobre todo enunciada en un contexto de discusión donde la medicina aspiraba a mostrar públicamente las virtudes de su saber y su experiencia. En México, en cambio, el énfasis en el carácter de “científico” del ilusionista era un ingrediente inseparable de un discurso cuya meta más fuerte era socavar el prestigio de los doctores. Ahora bien, un segundo comentario se refiere al último punto señalado. Nuestra reconstrucción de la visita de Onofroff en 1900 no hace quizá otra cosa que aportar nuevas evidencias a anteriores trabajos que han prestado atención al modo en que los médicos mexicanos debieron enfrentar, a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX, diversas campañas periodísticas en su contra32. Por otro lado, complementa un recorrido que ya ha sido trazado en otra oportunidad33, cuyos dos puntos sobresalientes pueden ser resumidos como sigue. Primero, la llegada al territorio mexicano de hipnotizadores profanos e ilusionistas había desencadenado en

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oportunidades anteriores una toma de posición similar por parte de la prensa periódica. En esos episodios anteriores, escritores y periodistas tomaron las capacidades de los visitantes como un modelo a partir del cual era posible cuestionar las deficiencias de los médicos en cuanto a su formación científica y sus prácticas sanadoras. Segundo, si uno se concentra en los textos que los propios doctores redactaron sobre estos fenómenos –  sobre todo acerca del hipnotismo  –, llama poderosamente la atención la decisión de los galenos de no reclamar un monopolio en el estudio o aplicación de la hipnosis. Distanciándose de la política asumida por sus colegas de otras latitudes, los doctores mexicanos reconocieron en más de una oportunidad la legitimidad de los usos del hipnotismo por parte de otros actores sociales. Ante esas evidencias se está en condiciones de preguntar si esa excepcional buena disposición de los médicos no fue hasta cierto punto el resultado de la debilidad que sus opiniones (sobre recortes precisos de la materia médica) tenían a los ojos de otros integrantes del entramado cultural.

Palabras finales 24

25

Este texto resulta de una investigación cuyas evidencias e hipótesis van dirigidas en una doble dirección. De un lado, hemos querido aportar algunos elementos a una tradición reciente de estudio, que ha sabido iluminar en que medida un variopinto conjunto de personajes (ilusionistas, curanderos, magnetizadores, mercaderes de curiosidades) – que eran parte habitual de los paisajes urbanos de la segunda mitad del siglo XIX  – deben dejar de ser considerados como meros resabios (de irracionalismos, de supersticiones, incluso de modos antiguos de circulación de mercancías o saberes), para pasar a ser aprehendidos en su calidad de agentes y de reveladores. Agentes de prácticas activas de difusión de adelantos técnicos, objetos y conocimientos – fueron, de hecho, piezas claves de esa prematura globalización que se inició la segunda mitad de la centuria –. Y reveladores privilegiados de tensiones que aquejaban a la cultura letrada finisecular – de hecho, esos personajes estuvieron fuertemente implicados en los procesos que, como la abrupta profesionalización y sectorización de la ciencia, marcaron a fuego el pasaje del siglo XIX al XX –. De otro lado, hemos pretendido realizar algunas contribuciones al estudio del pasado de la medicina mental en América Latina a fines del siglo XIX. Más puntualmente, hemos querido concentrarnos en una herramienta curativa y de experimentación que, a pesar de haber tenido una fuerte presencia tanto en los esquemas explicativos que los médicos utilizaban para comprender los desarreglos nerviosos como en las ofertas de sanación que ellos brindaban, aún no ha sido objeto de reconstrucciones históricas en los países del continente. Si bien en esta oportunidad hemos enfocado el itinerario de un personaje que no estuvo directamente implicado en los dispositivos prácticos dirigidos al tratamiento de la locura, nuestra esperanza es que la narración de las peripecias de Onofroff haya servido para poner de manifiesto, en primera instancia, que las nociones y remedios que los médicos ensayaban en su abordaje de la alienación mental pertenecían a tramas culturales más extensas, en las que eran discutidas con otros vocabularios o cometidos; en segunda instancia, que en su afán de acercar terapias para la locura los doctores debían competir con otros actores sociales que muchas veces gozaban de mejor aceptación en el mercado de la sanación, y con los cuales cuales debían entablar mecanismos de negociación e intercambio, merced a los cuales podían generarse transformaciones al interior mismo del saber académico.

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Fuentes primarias Periódicos El Heraldo de Madrid (Madrid) El Imparcial (Ciudad de México) El País (Ciudad de México) El Tiempo (Ciudad de México) El Universal (Ciudad de México) La Nación (Buenos Aire) La Prensa (Buenos Aires) Tribuna (Buenos Aires)

Artículos y tesis Luque, Eliseo, Hipnotismo. Sus aplicaciones prácticas, Buenos Aires, Imprenta y Esterotipia del Courrier de La Plata, 1886. Pacheco, Román, “El “fascinador” Onofroff y sus representaciones teatrales. ¿Deben éstas tolerarse? ¿Estará “hipnotizado” el Departamento de Higiene?”, El Tiempo, 19-3-1895, p. 2. Parra, Guillermo, “¿El Hipnotismo puede producir histeria?”, El Observador Médico. Revista Científica de la Asociación Médica “Pedro Escobedo”, I.1 (1901), p. 2-4. Piñero, Antonio, “Onofroff. Los fenómenos que realiza. Algunas observaciones al respecto”, La Nación, 17-3-1895, p. 2. Saavedra, Osvaldo, “Onofroff”, El Tiempo, 22-3-1895, p. 2. Serié, Pedro, “Onofroff”, Constancia. Revista Semanal Sociológico­Espiritista y Órgano de la Sociedad “Constancia”, Año XVIII, n° 406, 7 de abril de 1895, p. 108-109. Urbina, Luis, “Onofroff”, El Imparcial, 22-4-1900, p. 1.

Fuentes secundarias Format APA MLA http://nuevomundo.revues.org/68323

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Notes 1 “Onofroff. Los primeros ensayos - Datos curiosos”, La  Prensa, 26-3-1895, p.  2; “Por el mundo del misterio... Onofroff, su ciencia, su arte y su trabajo”, El Heraldo de Madrid, 24 de marzo de 1925, p. 5. 2 Esas dos visitas han sido reconstruidas recientemente: Correa Gómez, María José, “Espacios y estrategias del saber. Conflictos de la ortodoxia médica en Chile (1850-1900)”, en Donoso, Carlos Donoso y Rubio, Pablo (eds.), Conflictos y tensiones en el Chile republicano, Santiago de Chile, Unab/RIL, 2014, p. 247-263; Peralta, Gonzalo, “Cuando los medios complotaron contra Onofroff, el hipnotizador”, The Clinic online, Santiago de Chile, 2014, [En línea], puesto en línea el 14 de febrero de 2014, URL: http://www.theclinic.cl/2014/02/14/cuando-losmedios-complotaron-contra-onofroff-el-hipnotizador/, consultado el 20 de junio de 2014. http://nuevomundo.revues.org/68323

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3 Es lo que sucede, por ejemplo, con el pasaje de Onofroff por Buenos Aires de 1895, sobre el cual nos extenderemos en este artículo. Hasta el presente, las únicas informaciones sobre ese episodio podían ser halladas en obras dedicadas, de un lado, al desarrollo del teatro en la ciudad, y de otro, a los orígenes de los espectáculos de magia: Taullard, Alfredo, Historia  de nuestros viejos teatros, Buenos Aires, Imprenta López, 1923; Fernández, Mauro, Historia de la  magia  y  el  ilusionismo  en  la  Argentina.  Desde  sus  orígenes  hasta  el  siglo  XIX  inclusive, Buenos Aires, s/d, 1996. 4 Para el contexto latinoamericano, vale mencionar el libro Armus, Diego (ed.), Entre médicos y curanderos: Cultura, historia y enfermedad en la América Latina moderna, Buenos Aires, Norma, 2003; véase asimismo Podgorny, Irina, Charlatanes.  Crónicas  de  remedios incurables, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2012. 5 Véase, a modo de ejemplo, Edelman, Nicole, Histoire de la voyance et du paranormal. Du XVIIIe siècle à nos jours, París, Seuil, 2006; Wolffram, Heather, The Stepchildren of Science: Psychical Research and Parapsychology in Germany, c.1870­1939, New York, Rodopi, 2009. 6 Pasolini, Ricardo, “La ópera y el circo en el Buenos Aires de fin de siglo. Consumos teatrales y lenguajes sociales”, en Devoto, Fernando y Madero, Marta (dir.), Historia de la vida privada en la Argentina, 2: La Argentina plural: 1870­1930, Buenos Aires, Taurus, 1999, p. 227-273. 7 El texto de esa ordenanza sería publicado unos días después en el diario La Nación. No ha sido posible establecer la fecha exacta de esa normativa. Dado que fue sancionada mientras Guillermo Udaondo presidía el Departamento de Higiene, la mismo tuvo que ser sancionada entre 1891 y 1892. 8 “Onofroff en el Departamento de Higiene”, La Prensa, 15-3-1895, p. 2. 9 “Onofroff. Sus pruebas en el Departamento de Higiene. Impresiones del D. Ramos Mejía”, Tribuna, 15-3-1895, p. 2. 10 “Onofroff en el manicomio”, La Nación, 23-3-1895, p. 2. 11 “Onofroff en el manicomio”, La Nación, 1-4-1895, p. 2. 12 Al respecto, véase Vallejo, Mauro, “Buenos Aires mesmérica. Hipnosis y magnetismo en la cultura y la ciencia de la capital argentina (1870-1900)”, Revista  Iberoamericana  ­  América Latina ­ España ­ Portugal, 14, n° 56, 2014, p. 7-26. 13 Luque, Eliseo, Hipnotismo.  Sus  aplicaciones  prácticas, Buenos Aires, Imprenta y Esterotipia del Courrier de La Plata, 1886. 14 Para ese entonces, el español poseía solamente el título de Licenciado en Medicina, y se había negado a revalidarlo en Argentina. Recién en 1893 obtendría su título de Doctor con una tesis presentada en Madrid. 15 Pacheco, Román, “El “fascinador” Onofroff y sus representaciones teatrales. ¿Deben éstas tolerarse? ¿Estará “hipnotizado” el Departamento de Higiene?”, El Tiempo, 19-3-1895, p. 2. 16 Piñero, Antonio, “Onofroff. Los fenómenos que realiza. Algunas observaciones al respecto”, La Nación, 17-3-1895, p. 2. 17 Si bien en la década de 1880 habían llevado a cabo exitosamente algunos intentos de colocar a su doctrina en la cultura general de la ciudad, hacía muchos años que los espiritistas eran incapaces de lograr un reconocimiento de los demás. Nuestra conjetura es que vieron en el episodio de Onofroff la ocasión para revertir ese ostracismo. 18 Serié, Pedro, “Onofroff”, Constancia. Revista Semanal Sociológico­Espiritista y Órgano de la Sociedad “Constancia”, Año XVIII, N° 406, 7 de abril de 1895, p. 108-109. 19 Saavedra, Osvaldo, “Onofroff”, El Tiempo, 22-3-1895, p. 2. 20 El título completo era Onofroff.  Semanario  hipnótico,  con  caricaturas  sujestivas. La publicación tuvo una vida efímera, y sus responsables fueron acusados en reiteradas ocasiones de difamación ante la justicia, razón por la cual fueron encarcelados en más de una oportunidad. No conocemos la fecha exacta de aparición del primer número, pero algunos indicios nos hacen sospechar que data del mes de abril. No pudimos hallar ningún ejemplar del semanario en ninguna hemeroteca o biblioteca de la Ciudad de México. El único ejemplar con el que pudimos dar figura dentro del expediente de la causa judicial abierta contra Sánchez Arce, acusado de difamación debido al contenido de uno de los números de su semanario (véase Archivo General de la Nación / Instituciones Gubernamentales: época moderna y contemporánea / Órganos Autónomos y Archivos Judiciales / Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal / Siglo XX / 1900 / Caja 9 / Folio 4140 / 15 fojas). 21 Uno de los médicos que asistió a la velada y que tomó un rol activo en la experiencia fue http://nuevomundo.revues.org/68323

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El ilusionista Onofroff en Buenos Aires (1895) y Ciudad de México (1900). Hipnosis, magnetismo y el problema de lo paranormal en dos contextos latinoamer…

Guillermo Parra. El profesional fue el encargado de idear la acción que, por telepatía, el artista debía adivinar y reproducir (“La función privada de Onofroff”, El Tiempo, 18-4-1900, p.  4). Cabe recordar que Parra pocos años más tarde redactaría varios artículos en los que criticó el uso de la hipnosis por parte de curanderos, ilusionistas y personas ajenas al gremio médico; véase Parra, Guillermo, “¿El Hipnotismo puede producir histeria?”, El  Observador  Médico. Revista Científica de la Asociación Médica “Pedro Escobedo”, I.1 (1901), p. 2-4. 22 “Onofroff”, El Imparcial, 17-4-1900, p. 3. 23 “Onofroff”, El Imparcial, 19-4-1900, p. 4. 24 “Augusto Balli Onofroff”, El Universal, 18-4-1900, p. 3. 25 “Onofroff en El Nacional”, El Universal, 20-4-1900, p. 4. 26 “Onofroff”, El País, 23-4-1900, p. 3. 27 “A propósito de Onofroff”, El País, 1-5-1900, p. 2. 28 “El hinptismo y el bolsillo”, El Universal, 21-4-1900, p. 3. 29 “Semana Alegre”, El Imparcial, 22-4-1900, p. 2. 30 Luis Urbina, “Onofroff”, El Imparcial, 22-4-1900, p. 1. 31 Urbina. 32 Agostoni, Claudia, “Médicos ecuestres, el arte de curar y los galenos en la historia nacional (Ciudad de México, 1877-1911)”, Ciência & Saúde coletiva, 13.3 (2008), p. 975-984. 33 Véase Vallejo, Mauro, “Magnetizadores, ilusionistas y médicos. Una aproximación a la historia del hipnotismo en México (1880-1900)”, Trashumante.  Revista  Americana  de Historia Social, 5, 2015, p. 200-219.

Table des illustrations Imagen 1 – Onofroff supo llamar la atención de la alta sociedad de Buenos Aires. Aquí vemos el retrato del ilusionista aparecido en la Revue Illustrée du Légende Rio de la Plata (sixième année, n° 62, mars 1895, p. 50), una de las más selectas revistas ilustradas que se imprimían en la ciudad.

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Imagen 2 – Portada del número 11 (22 de Julio de 1900) del semanario Onofroff dirigido por Abraham Sánchez Arce.

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Pour citer cet article Référence électronique

Mauro Sebastián Vallejo, « El ilusionista Onofroff en Buenos Aires (1895) y Ciudad de México (1900). Hipnosis, magnetismo y el problema de lo paranormal en dos contextos latinoamericanos », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En ligne], Colloques, mis en ligne le 18 septembre 2015, consulté le 10 janvier 2016. URL : http://nuevomundo.revues.org/68323 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.68323

Auteur Mauro Sebastián Vallejo CONICET ­ Universidad de Buenos Aires  [email protected] http://nuevomundo.revues.org/68323

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El ilusionista Onofroff en Buenos Aires (1895) y Ciudad de México (1900). Hipnosis, magnetismo y el problema de lo paranormal en dos contextos latinoamer…

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