Matrimonio en conflicto. Visiones rivales sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo

July 26, 2017 | Autor: Manfred Svensson | Categoría: Debate over Same-Sex Marriage, Matrimonio Igualitario, Homosexualidad y matrimonio
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Descripción

MATRIMONIO EN CONFLICTO Visiones rivales sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo

Mauro Basaure (Escuela de Sociología, Universidad Andrés Bello)

Manfred Svensson (Instituto de Filosofía, Universidad de los Andes)

(Editores)

Ensayo / Género

E D I T O R I A L CUARTOPROPIO

MATRIMONIO EN CONFLICTO Visiones rivales sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo © Mauro Basaure / Manfred Svensson (Editores)

Inscripción Nº 000.000 I.S.B.N. 978-956-260-000-0 © Editorial Cuarto Propio Valenzuela 990, Providencia, Santiago Fono/Fax: (56-2) 792 6520 Web: www.cuartopropio.cl Diseño y diagramación: Rosana Espino Edición: Paloma Bravo Impresión: DIMACOFI IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE 1ª edición, marzo de 2015 Queda prohibida la reproducción de este libro en Chile y en el exterior sin autorización previa de la Editorial.

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN EL RECONOCIMIENTO DEL MATRIMONIO ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO Y LA NO RAZONABILIDAD DEL ARGUMENTO CONSERVADOR Mauro Basaure

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EL MATRIMONIO HOMOSEXUAL Y LOS ARGUMENTOS RELIGIOSOS EN LA VIDA PÚBLICA Manfred Svensson

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MATRIMONIO ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO Y LA SELECCIÓN EVOLUTIVA DE LA CONDUCTA HOMOSEXUAL Aldo Mascareño

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¿UN CAMBIO DE CIVILIZACIÓN? Daniel Mansuy

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NEUTRALIDAD LIBERAL Y EL FIN DEL MATRIMONIO Daniel Loewe

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LO MATRIMONIAL Y LO PÚBLICO Eduardo Galaz

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DE LA ANDROGINIA MODERNA A LA ABOLICIÓN DEL MATRIMONIO Gonzalo Bustamante

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MATRIMONIO, PAREJAS DEL MISMO SEXO Y DERECHO DE FAMILIA Hernán Corral

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EL MATRIMONIO HOMOSEXUAL Y EL ORDEN DE GÉNERO Claudia Mora

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PRESUPUESTOS METODOLÓGICOS DE LA IDEA DE MATRIMONIO ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO Raúl Madrid

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MATRIMONIO, HOMOSEXUALIDAD Y DESCONOCIMIENTO Javier Wilenmann

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EL MATRIMONIO HOMOSEXUAL COMO NO-PROBLEMA Gonzalo Letelier

273

AUTORES

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Introducción

¿Necesitamos el matrimonio entre personas del mismo sexo? No es solo el contenido de esta pregunta el que agita los ánimos de nuestra cultura, sino que su misma formulación debiera ser –y es– objeto de disputa: no en vano quienes lo defienden prefieren hablar no de matrimonio homosexual sino de matrimonio igualitario, mientras que sus opositores prefieren ponerlo entre comillas: no sería matrimonio homosexual, sino “matrimonio” homosexual. Pero esa diferencia es apenas un indicio de las variadas ramificaciones de la controversia: la disputa se manifiesta ya en las palabras escogidas para denominar lo que está en discusión, y se extiende por una infinidad de tópicos que nos permiten considerar esta cuestión como un punto de cristalización de grandes preguntas de la filosofía política. Aquí dejan, en efecto, su huella concepciones rivales sobre el papel de la biología en la política, el estatuto epistemológico de las teorías de género, la naturaleza del pluralismo y de las políticas de reconocimiento, el papel de la religión (o de diversas “visiones comprehensivas del bien”) en la vida pública, los límites del gobierno, el lugar de los niños en la reflexión social, el significado de la diferencia sexual y los caminos que pueden ser seguidos para lograr consenso –o manejar adecuadamente el disenso– en materias como éstas. En suma, está implicada una discusión sobre la naturaleza –si es que la hay– del matrimonio mismo, y de un sinnúmero de realidades dentro y fuera de él. Dicha variedad de problemas capitales que aquí encuentran una importante concreción contrasta con el modo en que se lleva la discusión en la vida pública. Hay algo de trivial, tal vez, en quejarse por el estado del debate público, y quizá sea cierto que sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo la discusión no es menos de lamentar que sobre otras materias. Triste consuelo. Con todo, siempre es posible hacer algo al respecto. Se acostumbra calificar tales esfuerzos como intentos por “elevar el nivel del debate”. Eso puede significar muchas cosas. Se puede “elevar” los debates de un modo que de hecho los aleja de los restantes ciudadanos. Naturalmente, no es el objeto del presente volumen. Pero tampoco puede tratarse de un simple esfuerzo por ofrecer a los demás ciudadanos una mayor cantidad o una mejor calidad de argumentos para defender las convicciones que ya poseen. Aunque ésa es una tarea legítima, antes se debe buscar generar conciencia respecto de la complejidad de las preguntas. Abrirse a la complejidad de los problemas suele terminar en considerar una posición más problemática que otra, y tal vez en último término indefendible. Pero implica tam-

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bién abrirse a revisar la coherencia de la propia posición, y reconocerse en deber de explicarla o justificarla ante otros. Pero donde hay un deber de justificación, suele haber alguien sobre el que recae de modo más fuerte el peso de la prueba. Sobre quién recaiga tal peso depende no solo de lo que se esté discutiendo, sino también del momento en que se discuta. No hace mucho que el peso de la prueba recaía de un modo enfático sobre quien defendiera el matrimonio entre personas del mismo sexo. Parece claro que dicho peso se ha trasladado significativamente en los últimos años. Considérese, por ejemplo, el cambio en la percepción ciudadana en los Estados Unidos donde, en cuestión de una década, se invierten completamente los números: ahí donde a principios de siglo la mayoría desaprobaba el matrimonio entre personas del mismo sexo hoy hay una mayoría que lo aprueba. Tal cambio resulta tanto más interesante si consideramos que en parte significativa de ese periodo, hasta el año 2009, regían gobiernos conservadores. Si bien los cambios legales se consolidan en la era Obama, los cambios culturales subyacentes se habían desarrollado con no menor ímpetu bajo sus predecesores republicanos. Una similar tendencia y números comparables se repiten en la mayor parte de los países de occidente. Su primera manifestación tiende a ser la aprobación de regímenes comparables al matrimonio, aunque no lleven el nombre del mismo, como ocurre con el Acuerdo de Unión Civil recientemente aprobado en Chile. Aunque tales normativas sean aprobadas por algunos con el ánimo de bloquear la posterior discusión del matrimonio entre personas de un mismo sexo, la lógica de estos acuerdos parece en realidad conducir de modo invariable al mismo. Esta nueva realidad jurídica nació con el nuevo siglo: desde que se reconociese en el 2001 en los Países Bajos, no ha parado la seguidilla de Estados –todos ellos occidentales– que se han sumado al reconocimiento del matrimonio entre personas del mismo sexo, contando hoy 16 países –tal vez más en el momento en que estas líneas efectivamente sean publicadas. El caso de diversos países latinoamericanos, y en particular el de Chile, que es el que le queda más cerca a los autores reunidos en este volumen, se inscribe en la misma dinámica. En cuestión de pocos años la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo ha aumentado considerablemente, sobre todo entre los más jóvenes, aunque sus detractores y promotores puedan disputar respecto de la proporción en que distintos grupos sociales se inclinan en una u otra dirección. Lo menos que cabe decir es que ha dejado de ser una bandera de grupos marginados: una élite acomodada e ilustrada, cuyo poder de definición

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de la sociedad actual y futura supera relativamente al de otros sectores, se inclina crecientemente a su favor. Conviene, con todo, cuidarse de declaraciones muy radicales por lo que a la profundidad de tal cambio se refiere: aunque haya cambios respecto a la posición mayoritaria, no se trata de transformaciones tan abrumadoras que logren volver políticamente irrelevante a la contraparte. El cambio cultural puede ser profundo, pero está lejos de haber modificado las convicciones de todos. Pero es suficiente como para haber alterado el modo en que hablamos públicamente sobre esta materia: si una década atrás los opositores del matrimonio entre personas del mismo sexo podían a veces limitarse a formular su posición sin mucho esfuerzo argumentativo, recurriendo a fórmulas que simplemente reafirmaran el matrimonio “tradicional”, hoy están obligados a algo distinto. No todos, desde luego, perciben tal obligación. Pero quienes lo hacen, no parecen necesariamente encontrarse en un aprieto sin salida. Pues quienes se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo descansan sobre una tradición de reflexión muy considerable respecto del matrimonio mismo. El peso de la prueba se encuentra así repartido de un modo peculiar. Puede decirse que los opositores al matrimonio entre personas del mismo sexo llevan el peso de tener que justificarse ante un mundo contemporáneo que crecientemente se encoge de hombros ante sus convicciones; puede igualmente decirse que los defensores del matrimonio entre personas del mismo sexo llevan sobre sus hombros el peso de tener que justificarse ante el conjunto de la tradición previa de reflexión sobre el matrimonio. Pero a pocos cabrá duda de que esas no son exigencias equivalentes; ciertamente no lo son en la urgencia con que son percibidas. La percepción de este peso ha producido, en efecto, cambios en la manera en que la discusión es llevada. Puede decirse que en la reflexión tradicional sobre el matrimonio había solo de modo latente una posición respecto del matrimonio entre personas del mismo sexo, pero que la presión del debate actual la ha sacado de tal estado de latencia. Hoy hay un discurso, o un par de discursos, de articulada crítica al matrimonio entre personas del mismo sexo. Su articulación lleva a que también los defensores de ese matrimonio se vean enfrentados a un desafío argumentativo nuevo: ya no pueden limitarse a confiar en que una inexorable marcha de la historia les dé la razón. Así, hoy por ambos lados del debate hay una cantidad considerable de literatura. Una parte de dicha literatura, de hecho, tiene un formato similar al del presente libro: antologías u obras que deliberadamente confrontan a las partes de la discusión (Corvino y Gallagher; Sullivan; Wardle et al.; Rimmerman

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y Wilcox). La existencia de este tipo de obras colectivas, que aunque sea para un público reducido permiten una discusión algo más significativa, nos parece de cierta importancia. Ella demuestra que no basta afirmarse en el peso muerto de mayorías, sino que es necesario el intercambio de argumentos y justificaciones. Efectivamente, a ninguna de las partes le debiera hoy satisfacer el mero hecho de que su posición prevalezca en una sociedad dada: si por el lado de los opositores al matrimonio entre personas del mismo sexo eso revelaría una inconciencia escandalosa respecto de los cambios culturales que han tenido lugar, por el lado de quienes lo apoyan el riesgo de triunfar apelando únicamente a la marcha de la historia, sin que se sepa lo que había en ella de justificado o no, no puede ser menospreciado. Quienes contribuyen a este libro defienden, a veces de modo vehemente, posiciones opuestas; pero buscan comprender lo que está ocurriendo y esperan transmitir ese deseo también a sus lectores. Ellos deben tener presente que, al menos en la intención, no discutimos aquí sobre la moralidad de la homosexualidad o de la práctica homosexual. Discutimos sobre la idea de un matrimonio entre personas del mismo sexo, sobre los motivos que podría tener el Estado para apoyar o no las uniones homosexuales. Pero la medida en que esta pregunta pueda o deba ser separada de otras preguntas es por supuesto uno de los puntos en discusión. A ambos lados de la discusión cabe esperar una variedad argumentativa digna de atención. Con todo, cierto tipo de argumento estándar puede reconocerse en cada lado. En el caso de los autores que apoyan el reconocimiento jurídico del matrimonio entre personas del mismo sexo, tal argumento toma formas distintas, pues ellos se posicionan desde concepciones no necesariamente coincidentes. Los puntos de coincidencia residen ahí donde el esfuerzo consiste en mostrar las inconsistencias, contradicciones y la falta de una verdadera justificación razonable por parte de los detractores de dicho reconocimiento jurídico. La diversidad se hace patente ahí donde el esfuerzo consiste más bien en señalar de dónde proviene la exigencia de ese reconocimiento. La propia falta de justificación razonable es razón suficiente para aprobar la exigencia igualitaria respecto del matrimonio, pues no hacerlo es una arbitrariedad. En un gesto equivalente, se muestra que dicha arbitrariedad reside en el propio orden de género que es lo que, en última instancia, defiende la posición conservadora. Apoyándose en el pensamiento liberal, se argumenta a favor de dicho reconocimiento como una exigencia que se deriva necesariamente del principio de neutralidad y no discriminación al que el Estado se debe. Pero esa exigencia se puede derivar también de una comprensión sustantiva adecuada de lo que es el matrimonio; esto es, en tanto institución

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que expresa reconocimiento recíproco. Una última estrategia argumentativa consiste en derivar dicha exigencia del hecho de que la institucionalización del vínculo homosexual como matrimonio no viene sino a darle reconocimiento social a la conducta homosexual, que es un logro adaptativo, beneficioso, del género humano. Así, según esta diversidad de argumentos, lo más correcto sería llamarlo matrimonio igualitario, no matrimonio homosexual. Por el lado de quienes, en cambio, se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo, un argumento estándar sería el siguiente. El vínculo afectivo entre las personas de un mismo sexo es algo que tiene lugar en nuestra sociedad con plena libertad, y nadie está sugiriendo disminuir dicha libertad. La pregunta es si hay alguna razón por la que al Estado le debiese interesar dicho vínculo. Y la respuesta es que al Estado, por decirlo en términos simples, no le interesa el amor: si un matrimonio heterosexual deja de amarse, para el Estado su situación conyugal no cambia en lo más mínimo. No hay aquí una desigualdad que corregir, pues al Estado los afectos entre personas de distinto sexo le importan tan poco como los afectos entre los del mismo. Si al Estado le importa el matrimonio no es por el amor, sino por los otros bienes implicados en el mismo: fundamentalmente los niños. ¿Se encuentran éstos en riesgo al estar con padres homosexuales? Esa no es la pregunta, y no cabe por tanto responder reclamando que se estigmatiza a las parejas de un mismo sexo que crían niños. La pregunta es si acaso la paternidad es algo que solo existe de la mano de la diferencia sexual. Si es así, sigue siendo plenamente cierto que el matrimonio entre personas del mismo sexo solo puede existir como un producto artificial del Estado, en contraste con el matrimonio entre personas de sexo opuesto. Así, lo más correcto sería solo hablar de “matrimonio homosexual” entre comillas, como una concesión al interlocutor, a un interlocutor que tendría razón en su preocupación por las discriminaciones arbitrarias que padecen las personas homosexuales, pero que no la tendría respecto de la naturaleza del matrimonio. Aquí colaboran defensores de las dos perspectivas que hemos descrito, por lo que en el título de este libro no hemos optado ni por el matrimonio igualitario ni por el “matrimonio” homosexual. Los artículos aquí reunidos, en efecto, representan no solo distintos enfoques argumentativos al problema; sería, de hecho, erróneo verlos como defensas variadas de dos posiciones, estando también representada la posibilidad de que lo más recomendable sea la abolición del matrimonio.

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El libro abre con los artículos de los compiladores, ambos centrados en el tipo de argumentos que serían admisibles en la discusión, sin dejar por supuesto de evaluarlos y de tomar posición. En su artículo “El reconocimiento del matrimonio entre personas del mismo sexo y la no razonabilidad del argumento conservador”, Mauro Basaure, de la Universidad Andrés Bello, reconstruye largamente lo que considera el mejor argumento de los detractores del reconocimiento jurídico del matrimonio entre personas del mismo sexo para, en base a ello, en un ejercicio de crítica inmanente, mostrar que, independientemente de si la índole de ese argumento sea calificada como religiosa o no, él no puede ser considerado razonable, básicamente pues se desentiende del único patrón de racionalidad con que contamos, a saber, las conclusiones de las ciencias empíricas; las que, en este caso, contradicen amplia y consensuadamente dicho argumento. No contando con una justificación razonable, la petición conservadora de discriminar entre parejas heterosexuales y homosexuales respecto del matrimonio resulta inapelablemente arbitraria. En “El matrimonio homosexual y los argumentos religiosos en la vida pública”, Manfred Svensson, de la Universidad de los Andes, pregunta por la legitimidad de los argumentos religiosos en un contexto pluralista. Si bien no podrían pretender la legitimidad que tienen en sociedades religiosamente homogéneas, su aptitud para plantear preguntas últimas podría contribuir a esclarecer el tipo de visiones de mundo que sustentan las visiones en disputa respecto del sentido de la sexualidad. No una, sino ambas posiciones respecto del matrimonio entre personas del mismo sexo pueden ser descritas como reflejo de visiones religiosas específicas, pero ninguna de ellas impermeable a la discusión racional. Los dos artículos que siguen enmarcan la discusión en el más amplio contexto de los procesos evolutivos y civilizatorios. En “Matrimonio entre personas del mismo sexo y la selección evolutiva de la conducta homosexual”, Aldo Mascareño, de la Universidad Adolfo Ibáñez, argumenta que contra toda concepción del matrimonio entre personas del mismo sexo como una innovación de consecuencias inciertas o negativas para el conjunto de la comunidad, el reconocimiento de dicho matrimonio no es sino la institucionalización de una selección adaptativa del género humano, cual es la conducta homosexual, de amplios beneficios. El proceso evolutivo de la humanidad sustenta una posición normativa a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, que debió haber tenido lugar mucho antes y que viene a reparar un error arrastrado por siglos pero no originario. Daniel Mansuy, de la Universidad de los Andes, critica por su parte los intentos por resolver el conflicto respecto del matrimonio entre personas del mismo sexo con

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el lenguaje de derechos y la concentración en la afectividad. Dichas dos tendencias serían características de una disposición despolitizadora que impide hacerse cargo de los argumentos de la contraparte y de la frágil ecología de la institución matrimonial. El matrimonio entre personas del mismo sexo implicaría ante todo un cambio en nuestra comprensión de la filiación, una que la aproxima a la fabricación. Al introducirse el matrimonio entre personas del mismo sexo se produciría, pues, una alteración de un orden simbólico que no es arbitrario, sino que responde a un orden real: la pregunta central no sería “¿ampliamos derechos?”, sino si acaso tomamos en serio las posibles consecuencias que lo proyectado tendría para nuestra autocomprensión y para nuestra comprensión de los niños. De ahí la pregunta con que abre su exposición: “¿Un cambio de civilización?” Los cuatro artículos que siguen confluyen en la pregunta por el carácter público o privado de la institución matrimonial. En “Neutralidad liberal y el fin del matrimonio”, Daniel Loewe, de la Universidad Adolfo Ibáñez, responde a aquellos críticos del liberalismo que enrostran al mismo la ausencia de la neutralidad que se vincula con dicha tradición. Introduciendo el matrimonio entre personas del mismo sexo, concede, efectivamente se producirá algo más que una ampliación de la institución: se producirá una transformación del matrimonio que puede acabar con algunas formas de vida. Pero dicha transformación solo implica que no habrá neutralidad de resultados, cosa que la tradición liberal no necesariamente niega. Lo importante sería garantizar la neutralidad de objetivos, que es lo buscado por la justicia como imparcialidad. Asumida dicha imparcialidad, el Estado no tendría ninguna justificación razonable para favorecer la vida matrimonial sobre otras formas de vida; pero si lo hace, tiene que ser de modo igualitario. En “Lo matrimonial y lo público”, Eduardo Galaz, de la Pontificia Universidad Católica, invita a centrarnos en lo que hace públicamente relevante al matrimonio, que serían precisamente aquellos bienes vinculados al matrimonio que son exclusivos a las relaciones heterosexuales. Las parejas de un mismo sexo constituyen un tipo de relación privada, sostiene, que mereciendo respeto no pueden por lo mismo caber bajo el derecho de familia en que se expresa la preocupación de la comunidad por los bienes públicos. En “De la androginia moderna a la abolición del matrimonio”, Gonzalo Bustamante, de la Universidad Adolfo Ibáñez, aboga por la abolición del matrimonio como institución regulada estatalmente. De la neutralidad estatal no podría sino seguirse eso: la privatización del matrimonio, esto es, que cualquier institución u organización de la sociedad civil pudiese celebrarlo. Para él, por tanto, la verdadera disyuntiva no es entre matrimonio homosexual y heterosexual, sino entre la abolición del matrimonio (que sería la consecuencia más consistente con el principio del

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estado liberal) y el matrimonio igualitario. Si el Estado reclama injerencia en la regulación matrimonial, solo podría hacerlo reconociendo el matrimonio entre parejas de un mismo sexo. En “Matrimonio, parejas del mismo sexo y Derecho de Familia”, Hernán Corral, de la Universidad de los Andes, argumenta que el campo específico en que debe darse la discusión es el del Derecho de Familia. Propio de este derecho es su carácter discriminador: tal como el Derecho Laboral, busca privilegiar un tipo de relación necesaria para la preservación de la comunidad, y el privilegio concedido no resulta por tanto una discriminación arbitraria o injusta, ni atentaría contra el principio de igualdad. La única defensa consistente del matrimonio entre personas del mismo sexo sería la que va de la mano de una disolución del Derecho de Familia. Siguen dos artículos que por una parte fijan su atención en la noción de género, y por otra parte preguntan por el modo en que todo nuestro orden social se encuentra constituido por comprensiones rivales de dicha noción. En “El matrimonio homosexual y el orden de género”, Claudia Mora, de la Universidad Andrés Bello, sostiene que la discusión sobre el matrimonio entre parejas de un mismo sexo no solo invita a ampliar la institución matrimonial, sino sobre todo a desestabilizar el orden de género que se encuentra en la base de nuestras instituciones sociales. Eso, y no la sola oposición a la ampliación de la institución, es lo que a su vez explicaría la enérgica reacción contraria: en juego estaría la defensa o crítica de todo un orden social sustentado en la organización por género. En “Presupuestos metodológicos de la idea de matrimonio entre personas de mismo sexo”, Raúl Madrid, de la Pontificia Universidad Católica, enfrenta aquellas posiciones que defienden el matrimonio entre personas del mismo sexo desde alguna variante de las teorías de género. Lo que procura, es poner al descubierto las posturas filosóficas que sustentan a tales teorías. En cuestión está la base filosófica de la diferencia sexual, la comprensión del ser humano y del matrimonio: respecto de estas tres realidades habría una comprensión clásica en occidente, asaltada por teorías filosóficas de las que debe tomarse conciencia, en lugar de asumirlas acríticamente, para comprender la importancia de lo que está en juego. El volumen cierra con dos textos que ilustran de modo adecuado la radicalidad de la disyunción planteada por los textos anteriores. En “Matrimonio, homosexualidad y desconocimiento”, Javier Wilenmann, de la Universidad Adolfo Ibáñez, concede que la discusión no debe darse en el solo campo jurídico-formal. Esto es, afirma que la defensa del matrimonio entre personas del mismo sexo es posible y necesaria en términos de una concepción sustancial del matrimonio. El matrimonio sería un ritual de reconocimiento por parte de la comunidad a sujetos

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capaces de reconocimiento recíproco. Con ello se pretende establecer tanto los límites como las posibilidades de tal matrimonio: el matrimonio entre personas del mismo sexo sería posible sin que se tenga que asumir que cualquier tipo de unión pudiese buscar ser acogida bajo el mismo régimen (contra la sugerencia de algunos opositores al matrimonio entre personas del mismo sexo respecto de que este abriría la puerta a otras formas de unión). Gonzalo Letelier, de la Universidad de los Andes, defiende la visión según la cual no es acceso al matrimonio lo que se busca (dado que las relaciones homosexuales no tendrían de hecho relevancia jurídica), sino el diseño de una nueva institución que lleve el mismo nombre. De ahí el título que describe “el matrimonio homosexual como no-problema”. No existiendo un problema original, el artificio creado sí generaría una larga serie de problemas jurídicos y morales reales. En ese escenario, la carga de la prueba queda reasignada: no son los defensores del matrimonio tradicional los que deben explicar por qué no ampliarlo, sino los diseñadores de la nueva institución los que deben justificar la necesidad de la misma. Estas contribuciones, esperamos, enriquecerán la discusión. No la resolverán, pues como cualquier discusión con tan relevantes aristas, es también una discusión sobre cómo discutir, una controversia respecto de qué tipo de argumentos cabe presentar o aceptar. Hay aquí, en este esfuerzo conjunto, y en el camino entre academia y discusión pública que los textos recorren, una variedad de concepciones respecto del papel de las disciplinas que los autores practican. También tales discusiones contribuyen a la clarificación, pero no eximen al lector de la tarea de juzgar por sí mismo. Por lo demás, no está fuera de lugar recordar que en estas discusiones se juegan conclusiones no solo respecto del futuro del matrimonio, sino también conclusiones respecto de cómo seguimos viviendo juntos. En eso el libro tiene algo de performativo: de hecho estamos viviendo juntos, y en medio de las más profundas diferencias tiene sentido hacer un esfuerzo detenido por comprender a la contraparte. Los editores deseamos, naturalmente, manifestar nuestra gratitud con diversas personas e instituciones. En primer lugar, agradecemos precisamente a los colaboradores por su respuesta siempre oportuna a nuestras peticiones. En segundo lugar, agradecemos el apoyo de la Universidad Andrés Bello por su colaboración económica con el proyecto. En tercer lugar, igualmente, a Fondecyt, cuyos proyectos 1140344 y 1130493, a cargo de los editores, permitieron financiar labores vinculadas con esta obra y crear las condiciones para parte de la reflexión en ella reflejada. En cuarto lugar, agradecemos la entusiasta acogida de esta propuesta, cuando solo se presentó un germen del futuro proyecto, por

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parte de Marisol Vera, directora de Editorial Cuarto Propio. En la revisión final del manuscrito contamos con la más profesional de las ayudas, por parte de Nora Sieverding antes de ingresar a la editorial, y por parte de Paloma Bravo dentro de ella. Agradecemos el acucioso trabajo de ambas. Cabe, por último, mencionar el hecho de que este libro nació de dos columnas que los editores publicamos sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo en el medio digital El Dínamo, a cuya editora, Vanessa Azócar, también extendemos nuestro agradecimiento. Nacido no del debate académico, sino de la discusión pública, es a ese su mundo de origen que ahora entregamos estas páginas. Mauro Basaure y Manfred Svensson Santiago, Diciembre 2014.

BIBLIOGRAFÍA Corvino, John y Maggie Gallagher. Debatting Same-Sex Marriage. Oxford y New York: Oxford University Press, 2012. Rimmerman, Craig y Clyde Wilcox (Eds.). The Politics of Same Sex Marriage. Chicago: The University of Chicago Press, 2007. Sullivan, Andrew. Same-Sex marriage: Pro and Con. New York: Vintage books, 1997. Wardle, Lynn D. et al. (Eds.). Marriage and Same-Sex unions: A Debate. Westport: Praeger, 2003.

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