Más allá del limes: Una aproximación a los commercia en la periferia del Imperio y su papel en la economía del mundo romano (s. I-II d.e.)

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Descripción

Máster Interuniversitario de Arqueología ULL-ULPGC IIª Edición, año 2015

Más allá del limes: Una aproximación a los commercia en la periferia del Imperio y su papel en la economía del mundo romano (s. I-II d.e.)

Trabajo realizado por SERGIO MIR RIVERO Dirigido por JOSÉ A. DELGADO DELGADO

A mis padres.

De toda la tierra y de todo el mar se traen los frutos de todas las estaciones y cuanto ofrecen todas las regiones, ríos, lagos y artes de los helenos y de los bárbaros. [...] No es posible que no abunde siempre aquí cuanto se produce o cuanto se construye en cada uno de ellos. Tantas son las naves que llegan transportando todos los productos de todas partes durante todas las estaciones. Elio Arístides, XXVI 11-13∗



Traducción de Llera Fueyo, 1997, BCG.

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Trabajos y fuentes de referencia: acrónimos y abreviaturas

AE

L’Anné Épigraphique

Caes.

Caesar (César)

BG. Cat. Agr. Cic.

De Bello Gallico (La Guerra de las Galias) Cato (Catón) De agricultura o De re rustica (Sobre la agricultura) Cicero (Cicerón)

Off.

De officis (Sobre los oficios)

Verr.

Contra Verres

CIL

Corpus Inscriptionum Latinarum

Dio.

Cassius Dio (Dión Casio)

EDH

Epigraphic Datenbank Heidelberg

IGRom

Inscriptiones Graecae ad res Romanas pertinentes

ILS

Inscriptiones Latinae Selectae

JRS

Journal of Roman Studies

Plin.

Plinius (Plinio el Viejo)

NH.

Naturalis Historiae (Historia Natural)

PME

Periplus Maris Erythraei (Periplo del Mar Eritreo)

Suet.

Suetonius (Suetonio)

Aug. Strabo. Geo.

Divus Augustus (Vida del divino Augusto) Strabo (Estrabón) Geographia (Geografía)

Tab. Peut.

Tabula Peutingeriana

Tac.

Tacitus (Tácito)

Ann.

Annales

Germ.

Germania

TLG

Thesaurus Linguae Graecae

TLL

Thesaurus Linguae Latinae

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Índice

1.Presentación....................................................................................................................5 2. Marco teórico.................................................................................................................7 2.1. La economía antigua: un problema de concepto............................................7 2.2. El debate historiográfico sobre la economía antigua......................................8 2.3. La contribución de la antropología sustantivista y de la “New Institution Economy”: en busca de un marco conceptual para el estudio de la economía romana imperial............................................................................................................................15 2.4. La economía romana imperial: un modelo teórico.......................................20 2.5. El papel del comercio...................................................................................24 3. Los commercia en la periferia del Imperio y más allá del limes.................................................................................................................................27 3.1. Antecedentes y estado de la cuestión............................................................27 3.2. Objetivos.......................................................................................................37 3.3. Problemas......................................................................................................37 3.4. Marco temporal y espacial............................................................................38 3.5. Aproximación a los commercia romanos en la periferia y el exterior del Imperio a través de las fuentes........................................................................................39 3.5.1. El testimonio directo: Commercium/a.......................................................40 3.5.2. Mercatores y negotiatores en la periferia del Imperio. Aproximación a los commercia a través de los agentes sociales implicados..................................................43 3.5.3. Manifestaciones materiales de los intercambios económicos con el exterior............................................................................................................................57 4. Conclusiones y futuras perspectivas...........................................................................63 5. Bibliografía.................................................................................................................68

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1 Presentación

Este Trabajo de Fin de Máster se enmarca en los parámetros establecidos por la IIª Edicción del Master Interuniversitario de Arqueología de la Universidad de La Laguna y la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, en el itinerario de intensificación de Investigación. Contemplamos por ello diferentes aspectos tratados en el programa docente, aplicando de forma práctica las competencias adquiridas a lo largo de dicho Máster a fin de llevar a cabo nuestra propia labor de investigación sobre el tema escogido desde una perspectiva crítica y con una base científico-técnica propia de las disciplinas histórica y arqueológica. Partimos desde una postura teórica concreta, atendiendo a los antecedentes, y proponiendo posibles vías para continuar con su posible investigación de cara a un futuro. Nuestro objeto de estudio principal es un modelo de actividad comercial desarrollado en el contexto de la periferia del Imperio Romano, durante los dos primeros siglos de la Era, y articulado a partir de una serie de enclaves comerciales – denominados commercia en las fuentes clásicas- para cuya localización y caracterización ofrecemos aquí un marco conceptual y metodológico. En el contexto de los estudios sobre la economía romana antigua existe un intenso debate, aún latente, acerca de la naturaleza de la misma, o su carácter definitorio. A su vez, en el marco de tal disputa, la esfera comercial, la de las actividades de intercambio “de mercado”, ha jugado como enfoque temático, un papel importante en el sentido de que un mayor o menor nivel de desarrollo de tales actividades pueden ser tomados como referente a la hora de establecer un punto de inflexión en ese proceso definitorio; en otras palabras: el debate trata de dilucidar si podemos definir a la economía romana antigua como “desarrollada”, con una notoria implicación de factores tales como los intercambios “de mercado”, la monetarización, notable peso de la especialización en manufacturas, etc; o si, al contrario, la hemos de considerar estrictamente “primitiva”, en el sentido de una vida económica limitada a los márgenes de la subsistencia y del autoabastecimiento con base agraria, y en la que sería escaso –anecdótico en algunos casos- cualquier otro tipo de esfera de la vida económica. Conscientes de esta discusión en el seno del mundo académico, pretendemos llamar la atención sobre un tema apenas contemplado en obras precedentes.

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Consideramos que, cuanto más exacto sea nuestro conocimiento sobre el comercio y, en particular, el comercio exterior del Imperio, más cerca estaremos de definir de forma satisfactoria el carácter que definió la vida económica en la antigua Roma. Por ello, planteamos en este trabajo un enfoque para la localización y caracterización de los enclaves comerciales romanos que pudieran hallarse en los entornos periféricos del Imperio y más allá del limes, configurando el modelo de actividad comercial cuyo carácter creemos que debe ser especificado a través de los diferentes tipos de testimonio de los que disponemos sobre el comercio exterior romano. Procuramos por tanto presentar un método de aproximación y análisis de estos commercia a fin de que se valoren como sujeto histórico y arqueológico en subsiguientes procesos de investigación, indagando en los factores que permitan constatar esta particular materialización del comercio exterior del Imperio Romano a partir de los testimonios dispersos en la literatura, la epigrafía, la arqueología y otros posibles tipos de fuentes; todo ello con la intención de contribuir al debate teórico que existe, desde hace décadas, en torno a la cuestión del carácter de la economía romana, su nivel de desarrollo, su alcance, sus estructuras y otros elementos definitorios. En definitiva, presentamos un factor no tenido en cuenta hasta ahora pero que, a nuestro juicio, juega un importante papel respecto a la cuestión general de la economía del mundo romano, a los problemas que sigue presentando desde un punto de vista teórico y que, con sus variantes, se han venido arrastrando hasta nuestros días. La inclusión de este nuevo elemento en debate puede traer consigo, si no nuevas respuestas, al menos, nuevas perspectivas al respecto.

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2 Marco Teórico

Nuestro trabajo va a consistir, principalmente, en una labor teórica, por lo que creemos conveniente dedicar este apartado a la reflexión en torno a las bases conceptuales sobre las cuales asentaremos la exposición de nuestro particular objeto de estudio. En este sentido, es necesario exponer cuál ha sido la tradición académica concerniente a los estudios económicos aplicados a la Antigüedad. Los problemas de concepto, así como metodológicos, que han marcado la línea del debate sobre la naturaleza de la economía en el Mundo Antiguo nos permitirán visualizar una vía apropiada por la que encauzar nuestra propia labor, al desechar aquellos elementos que hayan sido refutados en el proceso, armándonos en su defecto con un aparato conceptual apropiado para abordar por nuestra parte el estudio de la economía en la Roma Antigua en general, de sus estructuras y dinámicas de funcionamiento, especialmente aquellas concernientes al comercio, a fin de poder usarlas como base teórica sobre la que plantear el modelo de actividad comercial particular que es nuestro objeto principal de estudio.

2.1. La economía antigua: un problema de concepto

En el s. XVIII, y a lo largo del XIX, de la mano de pensadores como Adam Smith, Thomas Malthus, o Jean-Baptiste Say, surge la idea de la Economía como concepto que abarca la totalidad de las relaciones de producción presentes en una comunidad humana –ciudad, estado, imperio-. Junto a esta idea, se desarrollará también una ciencia, mediante la cual pueden mesurarse, predecirse e incluso manipularse, a través de una serie de parámetros y fórmulas, los elementos involucrados en esa economía. De inmediato, esta ciencia económica habría de servir como herramienta a los gobiernos de los estados-nación europeos para regular y llevar a cabo de forma adecuada sus políticas en el campo1, explotando y administrando convenientemente sus recursos, evitando a su vez incurrir en los errores del pasado. 1

El mejor exponente de este caso es el del propio Adam Smith, cuya obra jugó un importante papel en las políticas económicas del Reino Unido durante el mandato de William Pitt.

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Considerando que habían encontrado una dialéctica universal, los economistas del XVIII y del XIX trataron de aplicar sus principios al análisis de la Antigüedad, que a su juicio no habría sido muy diferente del Mundo Contemporáneo en lo que se refiere a sus estructuras y funcionamiento económicos, siendo la principal diferencia una cuestión meramente cuantitativa2. Así, estos padres de la economía moderna se remitían a las circunstancias de las civilizaciones griega y romana como ejemplos de sociedades con una notable base de prosperidad material que soportaba sus estructuras políticas y sociales, pero que debido principalmente a su desconocimiento de las leyes económicas, habrían incurrido en una serie de omisiones y decisiones erróneas, conduciendo a su colapso3. Esta idea de la Antigüedad entendida desde un punto de vista capitalista, en lo que respecta a las bases analíticas y conceptuales,

será la que defina una de las

principales líneas en la investigación durante los dos próximos siglos, cuyas tesis han sido englobadas bajo el nombre de “modernismo”. En contraposición a esta postura, como ya tendremos ocasión de observar más adelante, se encuentran los “primitivistas”, que abogan por un modelo estático y precario para la economía antigua, negando cualquier implicación en la misma de aquellos conceptos y prácticas que se consideran propios y exclusivos del capitalismo. Ciertamente, es impropio de cualquier período preindustrial la idea de una economía en el sentido actual, esto es, como un “conglomerado enorme de mercados interdependientes”4, si tomamos prestada la definición de Finley. No existen pruebas que avalen la existencia de tal concepto en la mentalidad y vocabulario de los antiguos. En el caso de los clásicos grecolatinos, lo más aproximado que encontramos a esta idea es la oikonomía (οικονοµία), claro orígen etimológico del actual término pero cuya definición se circunscribe exclusivamente a un ámbito doméstico, entendido como la administración de los bienes y recursos de la hacienda agrícola5. Por otra parte, sin 2

En parte, señala Morley (2004), esto habría sido debido a que aún no se habrían percatado de la influencia de la Revolución Industrial y los cambios que esta llevaba aparejados consigo. 3 Esta idea aún puede encontrarse en la obra de autores más actuales, como es el caso de Pekáry (1986) a cuyo juicio el pensamiento económico de los antiguos no habría mostrado progreso alguno en seis siglos, como demuestran las actas de precios de Diocleciano en su intento por controlar la inflación. 4 Roll, citado en Finley (1973: 22). 5 Un ejemplo de esta acepción clásica se muestra en la obra “Económico” (Οικονoµικός) de Jenofonte, o en la obra del pseudo-Aristóteles “Economías” (Οἰκονοµικῶν) sobre las cuatro “economías”: real, satrápica, estatal y privada, pero que lejos de ser principios establecidos, aparecen usados más bien como parábolas en una reflexión acerca de los factores involucrados en la administración y gobierno de estos diferentes espacios.

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embargo, no se puede negar la evidencia de que existen diversos indicios de una comprensión, por parte de los antiguos, de que distintos aspectos de la “producción” podían ser entendidos como rasgos varios de un solo concepto, aunque nunca se refirieron a ello con un nombre específico6. De esta circunstancia deriva uno de los principales problemas con los que se encuentra todo historiador que decida involucrarse en el estudio de este aspecto concreto. Sin haber desarrollado ese concepto de economía, los antiguos rara vez se preocuparon de compilar datos relativos a sus sistemas de producción y distribución, tales como tasas impositivas, precios, y otras cuestiones relativas a este sector. No existen datos, a día de hoy, que permitan desarrollar ningún tipo de estudio estadístico o historia cuantitativa de las sociedades griega y romana. El otro gran problema al que nos enfrentamos es el riesgo de incurrir en la siempre temida falacia del anacronismo, al trasladar al pasado conceptos y términos exclusivamente modernos, o dicho de otra forma, impropios de aquellas sociedades que analizamos. Nos aborda, dicho de otra forma, una duda: ¿podemos hablar de una economía antigua sin resultar, como decimos, anacrónicos? ¿De qué hablamos cuando hablamos de economía en la Antigüedad? A fin de encontrar una solución al dilema, acudiremos a las lecciones que pueden sustraerse del debate que se librará a lo largo de dos siglos de investigaciones entre las diferentes formas de interpretar la economía en la Antigüedad Clásica.

2.2. El debate historiográfico sobre la economía antigua

Los primeros intentos de categorizar el funcionamiento y la naturaleza de la economía antigua se remontan, como viéramos antes, al propio surgimiento de la ciencia económica. Los economistas clásicos abordaron el estudio del pasado con el convencimiento de que las leyes que se aplicaban al sistema capitalista funcionarían

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Principalmente vemos cómo se recurre al término οικονοµία, pero, de nuevo, no como un concepto teórico sólido, sino como un recurso retórico con el que se busca comparar distintos niveles de administración (la polis, el estado), con la hacienda doméstica, el οἶκος, como expresión primordial y modélica. En otras palabras, el buen político administra el Estado como el buen terrateniente administra su hacienda (Morley, 2004).

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igualmente para con las sociedades preindustriales. Una cita de James Steuart es muy ilustrativa al respecto:

“the principles of political economy are eternal and immutable; but one nation is acquainted with them, and another not.” 7

El desconocimiento de estas leyes por parte de los propios antiguos explicaba la falta de desarrollo de sus sistemas económicos, su estancamiento debido a la falta de racionalismo económico. No obstante, ya a mediados del siglo XIX, algunos autores plantearían la existencia de significativas diferencias entre la sociedad capitalista de su propio tiempo y las sociedades del pasado. En este sentido, sería el materialismo histórico, de la mano de Karl Marx, el que sentaría las bases de una nueva forma de interpretar las realidades económicas del pasado. Para el materialismo marxista, el capitalismo y sus leyes, lejos de ser universales y perpetuas, no eran mas que un estadio de los varios que marcaban la evolución de los sistemas económicos a lo largo de la Historia (MORLEY 2004). Así, las sociedades humanas habrían conocido diversas etapas, o “modos de producción”, comenzando por el comunismo tribal primitivo, para dar luego paso al esclavismo propio de las sociedades clásicas, al feudalismo medieval y culminando con el capitalismo moderno. En el caso de la Antigüedad Clásica, el modo de producción esclavista se fundamentaba en la explotación de la mano de obra esclava, la cual, en sí misma, era un medio más de producción y donde no existe incentivo alguno para la inversión de capital por parte de los propietarios; nada que ver con el sistema empleado en el modo de producción capitalista, donde los trabajadores libres prestaban su fuerza de trabajo a cambio de una paga a aquellos capitalistas, que poseían los medios de producción e invertían en los mismos para garantizar su adecuada explotación. Más adelante, en las postrimerías del XIX, en la búsqueda de otros elementos que explicasen las diferencias entre las sociedades antiguas y moderna –por tanto, no adscrito a la escuela materialista- Karl Bücher, en su obra de 1893, El Origen de la Economía Nacional, plantea igualmente la existencia de diferentes “estadios” (Stufen) 7

“Los principios de la economía política son eternos e inmutables, pero una nación está familiarizada con ellos, y otra no lo está.”citado en Morley (2004: 36). Traducción propia.

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conocidos por las sociedades europeas durante la Historia. Si Marx basaba su modelo teórico en torno a la cuestión de las formas de organización y explotación del trabajo, Bücher se muestra más preocupado por los lugares en los que se lleva a cabo la actividad económica y los niveles que esta alcanza, lo que le lleva a elaborar un esquema de tres estadios, con una primera fase de “economía doméstica” (Hauswirtschaft o Oikenwirtschaft) correspondiente a la Antigüedad, en la que, como su nombre indica, predominarían las prácticas agrarias y la artesanía restringidas a un circuito exclusivamente doméstico, al oikos. Este estadio estaría seguido por el de una economía urbana (Stadtwirtschaft), que llevaría, por último, al de la economía nacional (Volkswirtschaft) (LO CASCIO 1991: 314; REIBIG 2001: 16; POLANYI et al. [1957] 1976: 53-4). La idea de una Antigüedad con un desarrollo económico limitado al ámbito de la hacienda agrícola, el Oikenwirtschaft de Bücher, provocará la airada respuesta de E. Meyer, filólogo e historiador especializado en la Grecia Antigua. Según Meyer, Bücher había fallado al valorar las evidencias que a su juicio testimoniaban la existencia de una economía desarrollada, poseedora de las características del capitalismo, tales como comercio e industria, si bien con una presencia menos intensa. A su vez, Meyer consideraba que los procesos de transformación vividos en Europa durante los siglos XVI al XVIII y XIX, con el paso de un feudalismo a una economía de mercado, ya se habían vivido igualmente en la Grecia Antigua, con las crisis y transformaciones que llevarían de la Época Arcaica a la Época Clásica. Esta disputa entre Bücher y Meyer es lo que sienta las bases del debate teórico entre “primitivismo” y “modernismo” (REIBIG 2001) propiamente dicho, pero en ambos casos presentan problemas conceptuales serios, como ya hiciera notar Max Weber, quien por su parte elaboraría una tercera vía interpretativa en torno a la cuestión económica, con una visión crítica de las posturas precedentes, preocupado por localizar y definir los elementos caracterísicos de la economía en la Antigüedad, y de qué forma se encontraba está organizada. Algunos autores han definido como “capitalismo antiguo” (LO CASCIO 1991: 314; REIBIG 2001: 233, 242, 254) al modelo propuesto por Weber para una economía antigua en la que los elementos propios –no exclusivos- y fundamentales del capitalismo están presentes: el mercado y la moneda. Las ciudades, en un esquema de

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“economía urbana” son exclusivamente centros de vida política y de consumo, donde no se producen manufacturas, a diferencia de lo que ocurrirá con la ciudad medieval (WEBER [1896] 1980). Los estados de la Antigüedad no tienen ningún interés en promocionar el comercio, relegado al nivel de actividad propia de representantes de sectores sociales de categorías inferiores o marginales, excluídas de la vida política, como es el caso de los extranjeros en Grecia. Por otra parte, el motor de este capitalismo es la guerra y la conquista, lo que también lleva a que nos refiramos a este como un “capitalismo de rapiña”. En el caso de Roma, la época tardorrepublicana supone el auge de este sistema, puesto que las constantes anexiones territoriales aseguran un suministro regular de capital humano, la mano de obra esclava, necesaria para la explotación de los centros de producción, haciendas rurales que generan el suministro alimentario que ha de ser consumido por las ciudades, cuyos esfuerzos están destinados por su parte a mantener la maquinaria bélica. El mercado, en Roma, existe para garantizar la distribución de ese producto agrícola a lo largo y ancho del Imperio, concebido así por el Estado como una herramienta para garantizar el suministro alimentario necesario. Este esquema se vendrá abajo, precisamente, con el fin de las conquistas. La detención de la expansión del Imperio Romano generaría, a la larga, el estancamiento del sistema, la crisis del mismo, y una necesidad de renovación que, según Weber, lleva al abandono del “capitalismo antiguo” y al paso a una economía natural, germen de lo que será luego el sistema de explotación feudal, con las formas de colonato que tendrán lugar en el Imperio a partir del siglo III, en un proceso de involución. En su famosa Historia Social y Económica del Imperio Romano, de 1926, Rostovtzeff se moverá en un aparato conceptual bastante similar al de Weber (LO CASCIO 1991: 316-17), pero su perspectiva será la opuesta. La idea de una economía capitalista para la Antigüedad, basada en el mercado y la moneda, siguen ahí, pero Rostovtzeff destacará el importante papel que en el sistema jugarán aquellos agentes sociales, los emprendedores, asentados en los núcleos urbanos del imperio y a los que Rostovtzeff se refiere en su obra como “burguesía urbana” (ROSTOVTZEFF [1926] 1972: 15). Desde este punto de vista, los caballeros (equites) de la Roma imperial no difieren en demasía de sus homólogos capitalistas de época industrial (D’ ARMS 1981). La pax romana, garante de una estabilidad política, configura el escenario idóneo para que prosperen las actividades económicas de todo tipo, alcanzando su auge en época de

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los Flavios, momento en el cual los emperadores siguieron una política favorable a estas clases urbanas e impulsaron políticas que enderezaran y fomentaran la vida urbana (ROSTOVTZEFF ibíd). Diversos problemas relativos a la tesis de Rostovtzeff han sido apuntados por D’Arms; el primero de ellos, que tambien señalara Momigliano, es el empleo de conceptos derivados del mundo actual, tales como burguesía, producción en masa, clase media, etc., basándose en su presunción de que las diferencias entre la antigüedad y el mundo conteporáneo son meramente cuantitativas. Por otra parte, apunta a la invalidez de un concepto de burguesía urbana cuya riqueza tuviese una base en las actividades comerciales, cuando es evidente que la mayoría de la vida económica en la Antigüedad descansaba en la producción agrícola (D’ ARMS 1981: 12-13). En cualquier caso, el modelo esbozado por Rostovtzeff choca de frente con la tesis de Weber. Si para el alemán, la época tardorrepublicana suponía el cúlmen del modelo de “capitalismo antiguo”, para el ruso esa época corresponde con lo que él bautizó con el irónico termino de “capitalismo feudal” (y en clara referencia a Weber), un momento de estancamiento para la vida económica, sin posibilidades de desarrollo bajo la hegemonía de los “privilegiados” esto es, los órdenes ecuestre y senatorial, que vería su fin tras las guerras civiles y con el advenimiento del Imperio. No obstante, este “capitalismo urbano” traería incorporada la semilla de su propia destrucción en la mentalidad de sus propios protagonistas: La ideología romana no casaba con una continuidad del sistema. Los ideales de la “burguesía urbana” eran los de un rentista, con el objetivo único de asegurar una vida “tranquila e inactiva, basada en ingresos seguros aunque fuesen modestos” (ROSTOVTZEFF [1926] 1972: 17). Estas aspiraciones acabarían desembocando en la explotación de las clases inferiores, a la inversión del capital en tierras, y al fin de la industria y del comercio como actividades predominantes para convertirlas en elementos subsidiarios de un sistema económico cada vez más vinculado a la tierra, proceso que culminaría en el Bajo Imperio. El modernismo de Rostovtzeff será enfrentado por Mosses Finley, con la presentación de una economía estática que se encuentra presente en cualquier momento de la Historia Antigua, independientemente de que hablemos de Grecia, Cartago o Roma (MORLEY 2004). Para Finley, los antiguos toman decisiones económicas basándose no en las ideas modernas de pérdida o beneficio, sino en concordancia con

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una serie de normas sociales y culturales concernientes a su estatus político y al ideal de autosuficiencia. Esta mentalidad aristocrática es un freno constante, por lo tanto, al desarrollo económico (FINLEY 1973a: 23, 60). No hay, según esta concepción, crecimiento que no esté vinculado a la conquista y al consecuente botín, mientras que la producción se reduce a un carácter meramente subsistencial, dejando al comercio y las manufacturas a un nivel subsidiario. En esta radicalizacióin de la tesis weberiana (LO CASCIO 1991: 321-22), las ciudades siguen apareciendo como los centros de consumo a los que se dirigen los productos del sector agropecuario, a la vez que son las sedes de la clase política y propietaria de las tierras y la mano de obra esclava que sostienen este aparato económico con unas dimensiones “de subsistencia”, como considera el autor norteamericano, donde las manufacturas y el comercio son actividades económicas con un caracter marginal, secundario e incluso anecdótico, que nunca involucran a las élites sociales. Este debate parte, como podemos apreciar, de un error de base fundamental. En ambas posturas encontramos la idea subyacente de que un sistema económico complejo, con la presencia de elementos tales como moneda, manufactura, lugares específicos para el intercambio, comercio, etc. se traduce como un sistema de economía de mercado (POLANYI et al. [1957] 1976: 56-8). Mientras los modernistas, más optimistas en sus valoraciones, consideran que estas instituciones ya señalan la existencia de un capitalismo en la Antigüedad, como hemos tenido ocasión de señalar, los primitivistas no pueden considerar la presencia de tales elementos en las sociedades antiguas como algo relevante8, lo que les lleva a plantear por su parte un análisis excesivamente reduccionista de la realidad económica en el pasado, obviando la constatable existencia de esos elementos mencionados y considerando que la presencia de estos tan sólo testimonia el fracaso de los antiguos en su camino a un sistema económico de mercado. Consideramos que el análisis de la economía en la Antigüedad ha de hacerse teniendo en cuenta formas alternativas de la misma, que no han de corresponderse con preconcepciones basadas en los modernos análisis económicos. Hemos de evitar categorizaciones absolutas, con las que siempre correremos el riesgo de obviar y excluir factores fundamentales del fenómeno estudiado. 8

Y en el caso de Weber, así como en el de Finley, la presencia de tales instituciones son testimonio del fracaso económico de las sociedades antiguas, en la medida en que no fueron capaces de establecer los procesos adecuados para que estas se desarrollaran adecuadamente. (Weber [1896] 1973; Finley 1973a; Morley 2004).

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2.3. La contribución de la antropología sustantivista y de la “New Institution Economy”: en busca de un marco conceptual para el estudio de la economía romana imperial

Los lastres conceptuales que se aprecian en el debate historiográfico del s. XX han sido superados, en mayor o menor medida, por las nuevas perspectivas adoptadas por los historiadores a la hora de elaborar modelos teóricos acerca de la economía antigua en general y de la del mundo romano en particular. Sin embargo, por parte de algunos autores se aprecian aún ciertos problemas de concepto que, a nuestro juicio, podrían responder o bien a la falta de formación o familiaridad de estos autores con el lenguaje empleado y los conceptos que manejan, o bien al hecho de que todavía está por construir un lenguaje o un aparato conceptual apropiado para el manejo de estos temas por parte de los historiadores y arqueólogos. Algunos ejemplos9 de dicha confusión conceptual podemos encontrarlos en Ferrer Maestro (2012: 248), quien recurre a Temin reconociendo la existencia de un “conglomerado de mercados interdependientes” (sic) (?). También confunde comercio con otros procesos de intercambio que no entran en esta categoría, como los tributos en especie que hacen posible la annona en sus diferentes formas. Otro ejemplo lo vemos en el trabajo de Martín i Oliveras (2015: 20) sobre la producción y comercialización del vino tarraconense. Dicho autor parece tener problemas para entender el debate teórico entre economistas de la escuela sustantivista y la formalista, confundiendo a esta última con el Nuevo Institucionalismo, cuando sus posturas precisamente son totalmente opuestas. Erdkamp (2012: 340), en su negación de cualquier forma de comercio o de intercambios mercantiles en el seno de la sociedad romana, no interpreta la transacción de productos agrarios a las ciudades como un intercambio de mercado, o comercial, sino como una transferencia que no recibe ninguna compensación por parte de su modelo de ciudad consumidora: “the relationship is reciprocal when the agriculturally productive sections of society receive in return economically relevant products or services, in other words, when the extraction of surplus would involve economic exchange [...] some of 9

. Las obras aquí referidas, a pesar de estos problemas, no ven anulados otros aportes importantes en sus respectivas áreas.

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the elements of Roman towns that may be proposed as the urban contribution in a reciprocal relationship with the country-side are obviously economically irrelevant”10. Esto a nuestro juicio deriva también de cierta confusión conceptual por parte del autor, que no termina de comprender la posibilidad de que se den intercambios de mercado en un sistema que no sea el de una economía de mercado en el sentido moderno. Por otra parte, la discusión en torno a la intensidad o el peso de los intercambios de mercado en la sociedad romana, o la extensión que alcanzó el área de mercado -la mayor o menor coordinación entre los distintos mercados existentes en el Imperio-, es una discusión de naturaleza totalmente distinta, una vez que se han establecido las bases conceptuales de forma precisa y se habla un lenguaje coherente entre los disputantes.11 En este sentido, no es nuestra intención elaborar un modelo definitivo para la economía romana, puesto que sobrepasaría las limitaciones y el tema de este trabajo. Tampoco pretendemos construir un aparato conceptual desde cero. Ambas pretensiones se alejan de nuestras capacidades y, lo que es más importante, de los límites de este trabajo y nuestro tema de investigación principal, que nunca debemos perder de vista. Cuando en este trabajo abordemos el estudio de un fenómeno particular como es el de los commercia, así como cuando expongamos un modelo teórico en el que manejarnos, habremos de tener en cuenta una serie de conceptos clave que doten de una mayor solidez a nuestro discruso. Si seguimos la definición de Polanyi, economía es el proceso por el que los seres humanos satisfacen sus necesidades materiales naturales –esto es, las necesarias para su subsistencia- así como de integración social (POLANYI [1977] 2009: 76). Por tanto, entendemos como tal la interacción institucionalizada establecida con el medio, así como entre los individuos12. Esto se contrapone a la definición formalista propia de una economía de mercado, aquella que lleva inherente el sentido de maximización de los

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“[...] la relación es recíproca cuando los sectores productivos agrarios de la sociedad reciben a cambio relevantes productos o servicios, en otras palabras, cuando la extracción de excedente implica intercambio económico [...] algunos de los elementos de las ciudades romanas que pueden ser propuestos como la contribución urbana en una relación recíproca con el campo son obviamente irrelevantes en un sentido económico”. 11 Con respecto a esta última idea, algunos ejemplos: Lo Cascio 2006; Temin 2013. con el último apoyando esa existencia de un conglomerado de mercados interdependientes en el Imperio Romano – como motor de su economía, además- frente a un Lo Cascio más precavido, reconociendo la existencia de un área de mercado pero sin garantizar la existencia de una interdependencia “global” ente los mismos. 12 Estas necesidades no se reducen meramente a las más básicas, como son el alimento y el cobijo, sino que pueden comprender también necesidades de tipo militar, político, religioso, etc. (Polanyi, [1977] 2009: 76).

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recursos, mediante la racionalización del proceso económico –basado en el principio de escasez de dichos recursos y de competencia por los mismos-. Ese proceso de racionalización, presente en la economía de mercado moderna –y prácticamente definitorio de la misma- nos permite valorar y estudiar el fenómeno económico como un autónomo, con unas instituciones propias tales como un mercado regulador de precios, leyes de oferta y demanda o la moneda como elemento de intercambio. Sin embargo, en contextos preindustriales, y en particular en el caso de la Antigüedad, la economía se confunde con el resto del corpus social (PLÁCIDO 1982; POLANYI et al. [1957] 1976: 144-24; FERRER 2012; LO CASCIO 1991: 326), regida por instituciones que no han de ser excusivamente económicas13. Esto explica la ausencia de un concepto de economía entre los antiguos (POLANYI et al. [1957] 1976:117-18; PLÁCIDO 1982: 32), como antes observáramos, puesto que no la perciben como ese elemento autónomo al confundirse sus relaciones de producción y de intercambio con otros componentes de su vida social. No obstante, esto no implica que los antiguos no tuvieran economía (en el ya explicado sentido sustantivo del término). Más bien al contrario, lo único que debemos lamentar es la dificultad que esta circunstancia conlleva para el historiador que pretenda sonsacar, de esa compleja maraña social, los preceptos y las leyes que regulan su economía y fenómenos particulares de esta –como el comercio, en nuestro caso-. Como decíamos, se trata de adaptar la teoría y la metodología a un escenario diferente a aquel para el cual fue creada la ciencia económica moderna (POLANYI et al. [1957] 1976: 19-22, NORTH 1991). Tratando de definir, en un marco más específico y en esta labor de clarificación conceptual, qué entendemos por comercio, podemos adscribirnos fácilmente a la siguiente definición: “Exchange of goods in which a desire for profits is the motive of one party or both.”14

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No puede existir racionalismo económico cuando los individuos no pueden llevar a cabo decisiones racionales en el sentido de la maximización de los recursos a su alcancee y disposición, en el sentido de que la información que poseen es imperfecta y no les concede la habilidad para descifrar la realidad – económica- que generan y que les envuelve (Lo Cascio 2006: 219). 14 “Intercambio de bienes en el cual el deseo de sacar provecho está presente en una o ambas de las partes.” (HARRIS 2000: 710). Traducción propia.

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Sin embargo, en el mundo romano –y en cualquier otra forma de organización socioeconómica- existen distintas formas de intercambio de bienes y servicios, lo que hace que esta definición resulte demasiado generalista (MORLEY 2007b: 11). De hecho, por “sacar provecho” podemos entender que se refiere a un provecho de tipo económico o ganancial, cuando en realidad podemos también interpretar un provecho social de prestigio o de orden público –por parte del Estado-. La annona civica, por utilizar un ejemplo fácilmente reconocible, sería uno de esos casos que, aún tratándose de una clara institución o fenómeno económico de transporte y distribución de bienes – cereales en principio, carnes u otro tipo de alimentos según la época (MARTÍN i OLIVERAS 2015: 31)- desde unas determinadas zonas del Imperio a la ciudad de Roma, no termina de adscibirse a la categoría de comercio, o, al menos, no en todas sus formas. Para clarificar esto, acudiremos a las propuestas de Pryor sobre el intercambio. En su obra de 1977, The Origins of the Economy, planteaba éste la diferenciación entre transferencias e intercambios. Por los primeros, Pryor se refiere a aquellas transacciones no balanceadas, esto es, aquellos movimientos de bienes o servicios de tipo unidireccional, sin compensación o contraprestación para la parte dada. En esta categoría entran, como ejemplo más reconocible, los impuestos o los tributos. En cuanto a los segundos, Pryor se refiere a ellos como las transacciones en las que sí existe un balance, al haber un intercambio entre bienes y servicios por otros de igual valor. Ahora bien, los intercambios pueden ser a su vez de dos tipos: intercambios en los que el ratio de bienes o servicios intercambiados es variable, y aquellos en los que no lo es. En la primera forma, que Pryor define también como intercambio de mercado, puede darse o no el uso de dinero, mientras que en la segunda –el intercambio recíproco, el regalo- el uso de moneda no tiene nunca lugar (PRYOR 1977: 31-33). Cualquiera de estas formas de intercambio, así como las transferencias, son compatibles en el seno de cualquier sistema socioeconómico en las que se den, a propósito de lo cual, si con estos conceptos a mano retomamos el ejemplo de la annona, podemos establecer una nueva valoración sobre la misma: conociendo que el aprovisionamiento de grano y otros alimentos a la ciudad se efectuaba mediante la imposición de tributos (HOPKINS 1980; SORACI 2005-06; LO CASCIO 2006) a determinados productores, podemos entender que se está ante el uso de una transferencia, más que ante un intercambio. No obstante, si existen formas de

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intercambio involucradas en la consecución de ese grano, o lo que es lo mismo, si las autoridades imperiales, o el officium del praefectus annonae en Roma compra el suministro a esos productores15, estaremos hablando de un intercambio de mercado. En el esfuerzo por comprender la forma de determinados fenómenos económicos en la Antigüedad y su evolución a lo largo del tiempo, la New Institution Economy, también referida como New Institutionalism a secas, o Nuevo Institucionalismo, ha prestado también una gran contribución con sus preceptos. Dicha escuela económica, heredera de los principios originalmente planteados por la escuela de sustantivismo económico, plantea el estudio de la influencia que las instituciones, a lo largo de la Historia, ejercen sobre la economía en el seno de las sociedades (NORTH 1981; TEMIN 2013). En palabras del propio North, estas instituciones son definidas como:

“...the humanly devised constraints that structure political, economic and social interaction. They consist of both informal constraints (sanctions, taboos, customs, traditions, and codes of conduct), and formal rules (constitutions, laws, property rights). Throghout history, institutions have been devised by human beings to create order and reduce uncertainity in exchange. Together with the standard constraints of economics they define the choice set and therefore determine transaction and production cost and hence the profitability and feasibility of engaging in economic activity. They evolve incrementally, connecting the past with the present and the future. Institutions provide the incentive structure of economy: as the structure evolves, it shapes the direction of economic change towards growth, stagnation, or decline.”16

Por tanto, como también han suscrito Lo Cascio (2006), o Temin (2013: prefacio, 3-24), los códigos legales, las estructuras políticas, las tradiciones culturales o corrientes filosóficas –como el estoicismo en el caso de Roma-, son instituciones que influyen en el proceso económico y en su configuración en el seno de una sociedad. Las 15

Remesal valora ambas posibilidades en lo que respecta a la annona militaris, con la consecución del aceite de oliva mediante ambas vías por parte del mentado praefectus. (Remesal Rodríguez 1986: 88). 16 “...las restricciones de origen humano que estructuran la interacción política, económica y social. Consisten tanto en restricciones informales (sanciones, tabúes, costumbres tradiciones y códigos conductuales), como en reglas formales (constituciones, leyes, derechos de propiedad). A través de la historia, las instituciones han sido diseñadas por seres humanos para crear orden reduciendo a cambio la incertidumbre. Junto con estándares de restricción de tipo económico, definen la elección y por tanto determinan los costes de transacción y de producción conjuntamente con la rentabilidad y la viabilidad de la participación en la actividad económica. Evolucionan de forma incrementada, conectando el pasado con el presente y con el futuro. Las instituciones proveen el incentivo estructural de la economía: como estructura evoluciona, ajusta la dirección del cambio económico a través del crecimiento, el estancamiento o el declinar.” (North 1991: 97) Traducción propia.

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mismas instituciones pueden ser a su vez afectadas por la presión económica, de modo que se da una dinámica retroactiva entre una sociedad y sus dinámicas económicas (NORTH 1981). Otro elemento fundamental que tiene en cuenta la NIE es el estudio de los costos de transacción como factor decisivo a la hora de explicar el incremento de las operaciones comerciales dentro de un sitema socioeconómico, frente a la tendencia de los economistas clásicos, que no los consideran en sus modelos (NORTH 1981; BANG, 2007). Esto es especialmente relevante en el caso del Imperio Romano, como tendremos ocasión de detallar más adelante. Como veremos, esta línea de pensamiento es aplicable a la elaboración de un modelo para la economía romana, así como a la hora de especificar qué lugar ocupa el comercio en la misma.

2.4. La economía romana imperial: un modelo teórico

Teniendo en cuenta las cuestiones expuestas en las páginas precedentes, pasamos en la presente sección a exponer un modelo de la que fuera la situación económica del Imperio Romano en los primeros dos siglos de su desarrollo histórico, para posteriormente valorar el impacto de las actividades comerciales, su naturaleza, y de qué forma podemos incluir en este sistema el modelo de commercium. A la hora de presentar un modelo para la economía romana no pretendemos que este sea definitivo, sino que partimos del mismo como una base teórica sobre la que desarrollar nuestro discurso y nuestra propuesta de estudio. En este trabajo nos adscribimos a las tesis (KEHOE 2007; MATTINGLY 2010; LO CASCIO 1991 y TEMIN 2013) que proponen la existencia de un modelo dual a la hora de interpretar la economía del mundo romano imperial. Con esto nos referimos a la convivencia entre una economía de autoconsumo, predominantemente agropecuaria, con una serie de elementos propios de un área de mercado, tales como la presencia de un sistema monetario unificado (LO CASCIO 2000; D’ ARMS 1981; MATTINGLY 2010: 292) y procesos de intercambio a distintas escalas. Esta dualidad en la economía romana deriva de las circunstancias históricas en las que se encuentra el Imperio; esto es, la existencia de un poder político centralizado en un Estado que es eminentemente mediterráneo y urbano. Es precisamente el carácter urbano del Imperio uno de los elementos fundamentales a la hora de comprender y

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explicar el funcionamiento económico del mismo. La importancia de las ciudades romanas17 se corresponde con la notable densidad demográfica que estas alcanzan, no conociéndose en Europa un panorama similar hasta la llegada de la Revolución Industrial18. A un nivel regional, estas ciudades generan una enorme demanda de bienes básicos por parte de una masa no implicada en los procesos de producción (HOPKINS 1980; LO CASCIO 1991: 328; MATTINGLY 2010: 285, 290), relegándose este cometido al agro, donde, conviviendo con sistemas de explotación “precarios”, las granjas de los pequeños propietarios que generan un mínimo excedente que destinar al mercado local encontramos también el sistema de las grandes villas rurales (WHITE 1970; HOPKINS 1980; GARNSEY 2000; MATTINGLY 2010). Las villas itálicas, situadas en las regiones de Campania, Etruria y el Lacio, propiedad tanto de los enriquecidos miembros de la élite social como del estado, comprenden extensiones de unas pocas hectáreas (WHITE 1970: 387-8; KEHOE 2007: 554), y se basan en un sistema de producción esclavista, con cuadrillas de cincuenta a cien trabajadores. Esta organización permitía mantenerlos bajo control, a la vez que hacía posible una explotación intensiva del suelo agrícola (LO CASCIO 1991; KEHOE ibíd.)19. Varios autores han apuntado la existencia de formas de trabajo contractual por parte de trabajadores “libres”. Son los que en las fuentes, tal como nos recuerda White, aparecen mencionados como operarii o mercenarii: personas que viajaban por los campos ofreciendo su fuerza de trabajo a los propietarios, tanto grandes como pequeños (WHITE, 1970: 347-8; LO CASCIO 1991: 343). Igualmente existe la fórmula del arrendamiento de tierras a colonii20, una práctica que se irá intensificando a partir del siglo I de nuestra era (WHITE 1970: 389). El sistema de explotación de la villa romana verá desarrollar una serie de transformaciones en su modelo, culminando en el siglo II con una transferencia de las

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De las cuales Alföldy (1987:145) contabiliza unas 1000, aproximadamente. Mientras que la ciudad de Roma alcanzaría, como es bien sabido, la cifra del millón de habitantes en su época de mayor apogeo, en fechas previas–y concretamente aquellas en las que nos movemos nosotrosno debió de haber sido muy inferior (Harris 2000; Edmondson 2010). Para el imperio en su conjunto, por otra parte, se ha calculado una población de 60 millones de habitantes en los dos primeros siglos de la Era (Finley 1973b; Hopkins 1980). 19 Para profundizar en distintos aspectos referentes al uso de mano de obra esclava en el mundo romano y sus distintas implicaciones –la administración de la misma por parte de los propietarios, la procedencia de los esclavos, su lugar en la sociedad romana, etc.- se puede consultar Bradley (1998), así como Phillips (1989). 20 Para una explicación más detallada de las fórmulas bajo las que se desarrollaban esta clase de contratos, ver Management and Labour en Garnsey, 2000. 18

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mismas a las zonas de provincias, con un incremento de su tamaño y productividad, así como una tendencia a la especialización, como ocurre, por ejemplo con la Bética y el aceite de oliva, aspecto en el que volveremos a incidir más adelante. Junto a esta figura de la gran propiedad -especializada en la producción de excedentes comercializables, por lo general vinos y aceites-, el modelo agrícola romano presenta también una forma de economía campesina, si seguimos la terminología chayanoviana (LO CASCIO 1991: 327; GARNSEY 2000: 700-01), basada en la pequeña propiedad21, común tanto en Italia como en las provincias, resultado muchas veces de la política estatal de repartir tierras a los colonos y a los veteranos, a título individual o colectivo (GARNSEY 2000: 700) como primera vía de romanización y de control post-conquista. El sistema de funcionamiento de estas modestas propiedades dependía de los problemas derivados del medio mediterráneo, convirtiéndolas en explotaciones que tendían al multicultivo (GARNSEY 2000: 701), apostando por fórmulas que aseguraran la subsistencia, tratando de burlar o eludir adversidades climáticas. El estado libraba a estas explotaciones de cargas fiscales, no estando el granjero romano sujeto a ningún tipo de tasa impositiva por el terreno (ídem)22. Igualmente, su política de almacenamiento de los excedentes, los vínculos interpersonales con parientes y vecinos del entorno inmediato, como los vínculos “verticales” establecido con beneficiarios, que bien podían ser grandes propietarios, el propio estado u otros campesinos en situación de convertirse en tales. Estas condiciones aseguraron que la situación precaria del pequeño campesinado romano no impidiera su supervivencia, e incluso en algún momento, sin duda, habría producido suficientes excedente como para que fuera viable su comercialización en las ciudades23. No obstante, este papel corresponde en mayor medida a las villas rurales de la élite propietaria. En efecto, en la ciudad romana vemos instaurada la institución del mercado (macellum) como lugar físico de intercambio, si

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Garnsey nos ha ofrecido una visión del pronunciado contraste que se da en las cifras concernientes a la distribución de la propedad de las tierras cultivables en el caso de sendas ciudades itálicas, Ligures Baebiani y Veleia; en el caso de la primera, los más ricos de los propietarios, un 3,5%, poseían el 21,3% de la tierra, mientras que los más pobres, el 14% de la población rural de ese entonrno, poseían un 3,6%. En el caso de Veleia, un solo propietario concentraba un 12,3% del suelo, mientras el 23,9% de los pobres se repartían un escaso 5,2% del mismo (Garnsey 2000:695). 22 Habría que preguntarse si era una medida proteccionista para con los más modestos granjeros o para con los grandes terratenientes. 23 La existencia de tal contribución por parte del pequeño campesinado es en todo caso “imposible de cuantificar” (Morley 2007a: 583).

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bien estará fuertemente regulado por el poder político, basado en el interés del estado imperial de garantizar un suministro regular de alimentos básicos –grano y aceite(REMESAL RODRÍGUEZ 1986: 96; KEHOE 2007: 553-57; LO CASCIO 2007; MATTINGLY 2010: 292-93) sin depender de las fluctuaciones propias del libre mercado, y para lo cual orientará también la explotación de sus propias tierras, que irán in crescendo a lo largo del tiempo (KEHOE 2007: 556). La explotación agraria no es un espacio autárquico, como en su apartado correspondiente vimos que defendían los más acérrimos primitivistas. De hecho, estamos de acuerdo con Morley (2007a: 571) cuando nos dice que la completa autosuficiencia fue siempre una idea irrealizable en la Antigüedad. El campo es la base sobre la que se levanta una compleja estructura económica en la que los distintos elementos se interrelacionan y se retroalimentan: El campo no actúa solo como esfera de producción, sino también como centro de consumo, al igual que las ciudades son a la vez consumidoras y manufactureras (MATTINGLY 2010: 290)24. En estas vemos también el desarrollo de aquello a lo que nos referimos como “industria” (KEHOE 2007: 559). Si bien no es posible considerar que se de en ningún momento una producción en masa, es sin duda importante el impacto que algunos sectores tienen en la economía, con unos niveles de la tasa manufacturera que puede constatarse en el registro material que ha perdurado, como es el caso de la cerámica. La elaboración de estos productos implicaba la necesidad de un abastecimiento constante de materia prima desde los lugares en los que esta se extraía o generaba. A este respecto, son las élites propietaras los principales actores financieros, viendo limitado a esto su papel en todo el proceso. En cualquier caso, la tenencia y la producción de la materia prima estaba separada, como proceso y “empresa” económica, de la organización y manufactura de las mismas por parte de los industriales o artesanos (KEHOE 2007: 560-61). Los talleres artesanales habrían conocido multitud de formas de gestión y organización, según la zona, la especialidad y el lugar. En la literatura especializada se ha recurrido a los talleres de cerámica y terra sigillata25 como base a la hora de plantear

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Ya Finley había declarado (1973a: 125-49) la existencia de centros urbanos con tendencia a la especialización tanto en el área del comercio como de la industria. No obstante, las presenta como casos excepcionales, ya que las ganancias seguían procediendo, en elevada proporción, del campo. Secundando esta idea, más recientemente: Erdkamp 2001. 25 Los talleres no habrán de encontrarse siempre necesariamente a un conexto urbano. Más bien su existencia suele deberse, y adaptarse, a las fuentes en las que se localiza la materia prima, dando como

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el funcionamiento y la organización de la “industria” en Roma. En concordancia, se ha planteado que los talleres en los que se llevaba a cabo cualquier tipo de labor de manufactura en los espacios urbanos habrían sido de modesto tamaño, dotados de la infraestructura necesaria y en los cuales la labor recaería en manos de esclavos especializados. Se ha especulado con la posibilidad de que los propietarios de estos talleres fuesen los mismos maestros artesanos que controlaban la producción y su buen funcionamiento, que a su vez serían libertos emanados de esas cuadrillas de esclavos artesanos. Así, una vez conseguida su libertad, podrían usar sus conocimientos en el ramo para hacer de ello su medio de vida, estableciendo su propio taller (PHILLIPS 1989), ahora con independencia económica pero aún atados a sus antiguos patrones mediante la fórmula del clientelismo que normalmente se aplicaba a los libertos (ÄLFÖLDY 1987:192-93). Diversas ciudades alcanzaron, siguiendo estas fórmulas de gestión y explotación de la manufactura, un notable desarrollo en determinadas especialidades en la producción de bienes. Algunos casos son especialmente reconocibles, como ocurre con Alejandría, Tarso y Laodicea, para el caso de telas que resultaban ser especialmente caras (KEHOE 2007: 565). No toda la producción alcanza estos niveles de sofisticación en sus productos, ni mucho menos. En la mayoría de los casos hemos de considerar que la demanda de la mayor parte de la masa cívica en el imperio se resolvía con productos más asequibles. Igualmente, hay que destacar que en ningún momento se abandona la práctica de la producción “doméstica”, del autoabastecimiento no ya solo en lo que concierne al ámbito rural, sino también en los propios centros urbanos (ídem).

2.5. El papel del comercio

En la exposición de nuestro modelo de la economía romana, podemos apreciar cómo los distintos espacios de producción agrícolas y urbanos- se entrelazan, y son interdependientes, a través de transacciones que adoptarán distintas formas. No nos concierne a nosotros estudiar todas esas fromas de transacción; los bienes y servicios resultado –lo cual es demostrable en el caso concreto de los talleres de terra sigillata-, la presencia de estos en lugares indistintamente rurales o urbanos. (Kehoe 2007: 561-63; Mattingly 2010: 291).

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pueden ser prestados, transferidos o intercambiados de múltiples maneras, pero es tan solo la actividad comercial (=intercambios de mercado) la que vamos a considerar, en pos de nuestro particular tema de investigación en este trabajo. Sin embargo, algunas de estas prácticas paralelas al comercio influirán en las actividades comerciales, e incluso serán la raíz de las mismas, en tanto que son prácticas derivadas de la existencia de ciertas instituciones características del mundo romano, como ocurre con la annona o el tributum soli, entre otras, y que derivan de una activa participación del Estado en la vida económica, con unos marcados niveles de intervencionismo. Para comprender mejor esto, acudimos al modelo desarrollado por K. Hopkins (1980) -al que nos referiremos a partir de aquí como Modelo de Hopkins-, en el que los diversos elementos económicos del mundo romano se interrelacionan a varios niveles, partiendo de la dinámica generada por la relación existente entre las que él identifica como regiones tributarias, por un lado, y Roma como centro receptor y de redistribución, por otro. Según este esquema, el Imperio constaría de varios “círculos” o áreas diferenciadas por el papel que jugarían en el ordenamiento tributario imperial. La primera de esas áreas sería la central, comprendida por Italia y Roma, consumidora de una gran cantidad de recursos e impuestos. La segunda, la intermedia, constituida por las provincias tributarias –tales como Hispania, Siria, Egipto o el Sur de la Galia-. tercer anillo o área del modelo es el de las regiones fronterizas, consumidoras también de recursos que serían primordialmente destinados a mantener a los ejércitos defensivos estacionados en el limes. Así pues, tenemos un sistema estructurado en torno a regiones tributarias, que pagan a un área central una serie de impuestos o tributos –el tributum soli es el más reconocible entre todos los que se dieron de este tipo en el Imperio-. Usando la terminología de Pryor (1977), que ya explicáramos en el apartado correspondiente, estas transferencias, los movimientos de bienes en un solo sentido, sin reciprocidad, generan la necesidad en estas regiones tributarias de buscar los gananciales que les permitan ser solventes y cumplir con sus obligaciones fiscales (HOPKINS 1980; LO CASCIO 2007). Uno de los recursos principales a este respecto, según el Modelo de Hopkins, sería la entrada de tales provincias en los circuitos comerciales del Imperio, con la exportación de productos básicos o de manufacturas de distinto tipo. Este proceso no tiene únicamente implicaciones a nivel macrorregional, sino también a pequeña escala, a

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nivel local, con el papel de una ciudad consumidora-productora26 que ya tuvimos ocasión de comentar, que propociona, tanto a las masas urbanas como campesinas, la posibilidad de ser partícipes del sistema monetario a partir de la venta en el mercado de sus bienes y servicios (LO CASIO 1991; 2000)27. A su vez, los tributos e impuestos, una vez redistribuidos por los distintos territorios, posibilitan unos hábitos de consumo acordes a los patrones culturales romanos. Así, aunque la moneda fuera acuñada principalmente como una herramienta para satisfacer las necesidades financieras del Estado, lo cierto es que terminaría estimulando y financiando actividades mercantiles de toda índole (LO CASCIO 2000). Como han apuntado algunos autores, existía la necesidad28 de importación de distintos productos, una consecuencia derivada de las dificultades de satifacer la demanda en un medio mediterráneo heterogéneo (MORLEY 2007a: 571): el territorio imperial se extiende, en estos momentos (ss. I-II) sobre áreas que conocen distintas formas y niveles de desarrollo, pero en todas ellas se implanta un estilo de vida común, a través del llamado proceso de romanización (LO CASCIO 1991). El comercio, de nuevo, es una herramienta fundamental para satisfacer esa demanda en lugares remotos entre sí. Cuando anteriormente habláramos de los aportes del Nuevo Institucionalismo, tuvimos oportunidad de comentar la atención por esta escuela prestada a las instituciones existentes en el seno de un sistema socioeconómico, así como a los costes de transacción a la hora de explicar el desarrollo y alcance de la esfera de mercado. En este sentido, el escenario presentado por el mundo romano en los dos primeros siglos de la Era, con una hegemonía mediterránea por parte de un Estado centralizado, garantiza la efectiva aplicación de un sistema jurídico que, entre otras cosas, asegura los derechos de propiedad, ya no solo en la península itálica sino también en las provincias (LO CASCIO 2000; MORLEY 2007b: 13-14). Unas condiciones más seguras y pacíficas habrían facilitado los transportes por tierra y mar, reduciéndose además los costos de las 26

No podemos estar de acuerdo con Erdkamp (2001) cuando categoriza la relación campo-ciudad consumidora como unidireccional, con una mínima prestación de bienes y servicios por parte de esta última al área rural de la que es dependiente. 27 Si bien, “no resulta verosímil que el trueque y el autoabastecimiento desaparecieran en el seno de una sociedad rural” (Ferrer Maestro, 2012: 249), aunque no podemos precisar el nivel de impacto del trueque y los pagos en especie. 28 Y recordemos que la necesidad no se limita sólo a los elementos subsistenciales más básicos, sino también a necesidades motivadas por usos y costumbres particulares de cada sociedad y cultura, esto es, a sus instituciones de tipo ideológico o mental (Polanyi [1977] 2009; North 1991).

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transacciones. No en vano, como la arqueología ha demostrado, en esta época se vive precisamente una escalada sin parangón de los transportes interregionales que no conocerían parangón hasta épocas muy recientes (PARKER 1992). Por ello, una de las formas básicas que el comercio va a presentar en el mundo romano es el de una exportación de bienes manufacturados a las regiones menos desarrolladas del mismo, a cambio de materias primas en crudo (HARRIS 2000: 731). Esto incluye como no, regiones limítrofes y de más allá de la frontera, cuya integracón en los circuitos mercantiles del Imperio responden al modelo de actividad comercial que trataremos de exponer a continuación.

3 Los commercia en la periferia del Imperio y más allá del limes

3.1. Antecedentes y estado de la cuestión

Un famoso pasaje de Plinio dice así:

“Verum Arabiae etiamnum felicius mare est: ex illo namque margaritas mittit, minimaque computatione milies centena milia sestertium annis omnibus India et Seres et paeninsula illa imperio nostro adimunt: tanti nobis deliciae et feminae constant.”/“Pero Arabia tiene un mar que es bien feliz hasta ahora, y es que obtiene de él perlas; y según un cálculo hecho por lo bajo, resulta que la India, los seres29 y la península aquella arrebatan a nuestro Imperio todos los años cien millones de sestercios; así de caros nos cuestan los refinamientos y las mujeres.”30 Plin., NH., XII, 84.

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Oriundos del país de Sérica. Muchos autores en la actualidad traducen el término de Sérica por China, pero esto no es del todo correcto si tenemos en cuenta que los romanos se referían con este nombre, de forma poco específica y en conjunto, a los territorios del Extremo Oriente de los que procedía la seda (por lo que incluye la región de Cachemira). Si bien los romanos estaban aparentemente bastante famliarizados con la seda, tenían por el contrario muy vagas ideas en lo referente a su fabricación; casi tan vaga como la que tenían sobre los territorios de la que esta se importaba (Robert, 1996). 30 Traducción de Manzanero Cano, 2010, BCG.

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Tomando estas palabras como punto de partida, diversos sabios y eruditos del XVIII, en sus averiguaciones acerca del impacto que el tráfico comercial con el Índico pudo ejercer sobre la economía del Imperio Romano31, llegaron a la conclusión de que tal fenómeno supuso, a la larga, uno de los motivos fundamentales para explicar el colapso de Roma. Más tarde, sin embargo, Gibbon alegaría en su famosa Decadencia y Caída del Imperio Romano que la declaración de Plinio estaba distorsionada por la exageración y que el comercio con India, lejos de drenar al Imperio, habría de ser considerado como un signo de su buena salud y alto nivel de desarrollo (DE ROMANIS y MAIURO 2015)32. Sin embargo, tal aportación y esclarecimiento por parte de Gibbon tuvo la consecuencia negativa de que el interés de los escolares por el comercio con la India disminuyera, en la obsesión de estos por encontrar objetos de estudio más atrayentes; en concreto, resultaba aún muy enigmática la caída del Imperio, y las causas que la explicaran era el tema que mayor interés suscitaba. Por otra parte, fue construyéndose la idea de que los antiguos descubrieron el comercio a través del Índico, pero que habrían de ser los modernos estados europeos los que lo explotaran y lo llevaran a su cénit.33 A similares causas responde –al menos en parte- la poca atención prestada a los contactos interculturales que se vivieron en los escenarios europeos. Las fronteras renana y danubiana, como veremos, fueron de las áreas más activas en este sentido, según atestiguan numerosos testimonios de diversa naturaleza. Sin embargo, la tradición académica en estos lugares repondía a intereses circunscritos a esferas ideológicas muy concretas que valoraban más otros aspectos susceptibles de ser estudiados mediante las disciplinas históricas y arqueológicas; en otras palabras, el surgimiento de los nacionalismos y las “arqueologías nacionales” que buscaban las raíces de las distintas culturas europeas, se define por un mayor interés en encontrar las diferencias, las particularidades y el carácter único de las culturas europeas, en base a sus orígenes, que en conocer los procesos que implican el intercambio y el multiculturalismo (DÍAZ31

Como señalan De Romanis y Maiuro (2015), el primer trabajo en este sentido, Historie du commerce et de la navigation des anciens, de Pierre-Daniel Huet, obedece a un encargo de Jean-Baptiste Colbert, justo tras la fundación de la Compagnie française pour le commerce des Indes orientales. 32 Hacen referencia, concretamente, a GIBBON, Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano, Cap. II. 33 Íbid, 2015. Esto no entra sin embargo en conflicto con las tendencias “modernistas” de las primeras perspectivas sobre la economía Antigua. Que el comercio exterior en general, y con la India en particular, sean vistos como secundarios se hace en base a la consideración de que el comercio en el interior del Mediterráneo estaba enormemente desarrollado y explotado.

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ANDREU 1996). Esto se aplica incluso en el caso del estudio, por parte de los tan conocidos autores alemanes del XIX, sobre la propia Roma. Se acercan a ella con la voluntad de “aprender de una civilización que le era muy lejana en el espacio y en el tiempo” como un “vehículo de autocomprensión del pueblo alemán”34, lo que implica un estudio de la misma desde un punto de vista que no incide en estos fenómenos de contacto y encuentros en la frontera –más allá, claro, de los puramente militares-. En general, el comercio extraprovincial del Imperio Romano ha sido un objeto de estudio muy limitado en la tradición académica. Si bien ha llamado ocasionalmente la atención de los escolares, tales acometidas resultan aún insuficientes. Desde nuestro punto de vista, esto puede responder a diversos motivos, aparte de lo ya comentado. El principal de los mismos, deducimos, es la falta de perspectivas: el comercio exterior, en muchos de estos trabajos, se ha abordado como una mera manifestación de las actividades comerciales en general, con ocasional mención en obras de carácter más generalista35. Rara vez ha sido valorado, en este sentido, como un marco en el que comprender las dinámicas de intercambio cultural que Roma pudo tener con sus vecinos, así como procesos vividos en el seno de las culturas o pueblos implicados: las oportunidades de promoción social que presentaba a los individuos implicados en el mismo, así como lo que se puede deducir de las demandas de productos existentes a uno y a otro lado, o de qué forma la existencia de tal fenómeno condiciona y genera unos hábitos de vida concretos. Percatados de tales posibilidades, algunos estudiosos del siglo pasado ya enfocaron su atención sobre este terreno aún sin hollar, pero con un enorme potencial. En 1928 vio la luz una obra titulada The Commerce between the Roman Empire and India, de la mano de E. H. Warmington, consistente en un laborioso estudio de las rutas comerciales que conectaban el mundo romano con la India a través del Índico, incluyendo en el marco de análisis las costas árabes y del Golfo de Omán. Era este un estudio únicamente basado en las fuentes literarias que presenta hoy severas carencias. Su importancia radica, básicamente, en el hecho de que dejara sentado un precedente, como también ocurriera con la obra de similar naturaleza de M. P. Charlesworth, Trade34

Schwartz, Gesammelte Schriften, 1938, citado en Cánfora, ([1980] 2012: 40). Esta idea de Schwartz se enmarca precisamente en el contexto de su reflexión sobre el “divorcio” entre Alemania y Europa en una época de tensiones que, hoy sabemos, culminaría con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. 35 Ocurre igualmente en obras de principios del s. XX, (Charlesworth 1926) como en las más recientes y de mayor actualidad (Morley 2007a, por ejemplo), demostrando que aún queda camino por recorrer al respecto.

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routes and Commerce of the Roman Empire (1926), que como su título indica, comprende un estudio de las distintas rutas a través de las que se desarrollaba el comercio. Ambos casos suponen un importante punto de partida, que marcarán el rumbo de las investigaciones posteriores en este campo. La arqueóloga O. Brogan (1936) fue una de las primeras figuras en prestar atención a la existencia de constatables fenómenos de contacto entre los pueblos de más allá del Rin y del Danubio –los denominados Free German, o Germanos Libres36-, analizándolos de forma explícita. Es un estudio planteado sobre todo desde la perspectiva de la existencia de una serie de rutas comerciales que conectarían el Imperio con estos territorios transrenanos y transdanubianos, llegando a entornos tan remotos como el Báltico o el valle del Vístula, así como Jutlandia. Brogan traza un mapa general del comercio a partir de las evidencias de tales rutas, con los restos arqueológicos hallados en estos lugares, que contrasta y complementa con las fuentes literarias, ofreciendo una imagen global del fenómeno en distintos momentos de la Antigüedad, que no se limita al intecambio de objetos de lujo sino también a los productos alimentarios más básicos. En su estudio encontramos una de las primeras referencias en la literatura moderna a los commercia mencionados por Plinio -en su pasaje sobre la ruta del ambar báltico-, en relación a la posibilidad de que un yacimiento en la región de Elbing (Polonia) pueda identificarse con uno de estos. Mención especial merecen las décadas de los 40-50, marcadas por el fin del colonialismo, como episodio que supone un paréntesis en las investigaciones arqueológicas sobre los procesos de contacto entre Roma y otras culturas. En tal contexto, las regiones que podrían presentar un mayor potencial eran también aquellas en las que empezó a desarrollarse una arqueología nacional post-colonialista, que buscaría definir las particularidades identitarias de las nuevas naciones soberanas antes que sus puntos en común con la extraña cultura romana y mediterránea. El carácter “imperial” de esta era demasiado similar al de los recientes invasores europeos. Esto supuso un impacto importante en el caso de los estudios sobre las rutas indo-romanas, con el abandono de las prometedoras líneas de investigación centradas en torno

a

yacimientos

como

Khor

Rori

en

el

Yemen

(SELAND

2014).

No obstante, sería en estos años cuando vería la luz, de la mano de Mortimer Wheeler, 36

Así llamados aquellos pueblos que se encontraban, en esta zona, fuera de los dominios del Imperio (WHEELER [1954] 1955: 12)

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una de las obras más destacables en la materia. Rome Beyond the Imperial Frontiers, surgida a partir de su experiencia en Arikamedu37, fue en su día el mejor trabajo de compilación disponible sobre este tema, y aún goza de actualidad en el sentido de cómo fue elaborado, así como por la vigencia de algunas de las cuestiones planteadas en el mismo. Consciente de que los procesos de contacto y comercio extraprovinciales no constituyeron una rareza, Wheeler acomete el análisis de todas las regiones limítrofes del Imperio, revelando un mapa de las dinámicas de tal fenómeno en el que incluye las zonas de origen de los materiales importados desde el exterior, según el caso, todo ello con la exposición de las rutas y las circunstancias históricas que, en los diferentes escenarios, acompañaron a tal fenómeno. La de Wheeler es una labor de hábil contrastación de las fuentes con los materiales arqueológicos38 que trata de arrojar luz, no ya sobre los para entonces conocidos escenarios de la India y de la Germania Libre, sino también sobre los menos estudiados y enigmáticos escenarios del comercio exterior en África, concretamente en torno a la hipotética existencia de una ruta a través del Sahara, tema aún hoy debatido. Las conclusiones en general alcanzadas por Wheeler son el motivo por el cual esta obra sigue siendo -a pesar del marcado sesgo etnocéntrico que deja en una posición secundaria a los pueblos “bárbaros”, a los “otros”- una referencia bibliográfica fundamental en el tema. Plantea la existencia de cinco productos, a los que se refiere como the Great Five, imprescindibles para el estilo de vida romano en el Imperio. Los cinco productos, el ambar, el marfil, el incienso, la pimienta y la seda, serían el principal incentivo del comercio exterior romano, y según Wheeler, dibujar un mapa de los mismos era, esencialmente, elaborar un mapa del comercio en el Imperio (WHEELER [1954] 1955: 177-78). Por otra parte, pone sobre la mesa la necesidad de responder a varias preguntas que se enmarcan directamente en el contexto del debate sobre la naturaleza de la economía romana: la existencia o no de una organización, desde el 37

A este propósito, Seland (2014:370) lamenta, en primer lugar, los problemas habidos con el yacimiento de Khor Rori que no vio publicados sus informes hasta 30 años después de que las excavaciones tuvieran lugar, así como la larga sombra que sobre el mismo proyectó la publicitada ciudad de Arikamedu, cuyo carácter de puerto indo-romano vio subrayar la parte romana del mismo en detrimendo de la nativa. A su juicio, nuestra noción de los fenómenos de comercio a larga distancia en el Índico durante la Antigüedad serían muy distintos de no ser por estos dos factores. 38 Uno de los principales recursos de Wheeler fue el inventario de importaciones romanas en Europa que Hans Jurgen Eggens elaborara poco antes, en 1951, y que actualmente dispone de sendas actualizaciones, una en 1987, por Hansen, y otra en 1983, de la mano de Kunow (WELLS 1992: 177).

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aparato administrativo del Estado, del comercio exterior. Wheeler asegura concretamente que sí, sobre todo en aquel comercio relacionado con la consecución de estos “Great Five”. Y en este sentido, para el arqueólogo británico, los commercia citados por Plinio en su Historia Natural, así como otros puestos en los escenarios orientales, son clara evidencia de tal intervención gubernamental en los procesos de transporte y adquisición de estos productos fundamentales. Pero a pesar de esto, el comercio exterior siguió siendo un tema poco atrayente para los especialistas. Se hubo de sumar el peso de las tesis primitivistas sobre la economía romana, que ya viéramos en páginas precedentes, las cuales, en el sentido de considerar el comercio como un elemento subsidiario de un sistema precario y sin un alto nivel de soficticación, sientan también un obstáculo importante durante las décadas subsiguientes. A partir de los 70, sin embargo, las ideas emanadas de la nueva orientación teórica y antropológica de la Arqueología planteó un enfoque distinto en las formas en que debían ser contemplados estos episodios, lo que nos lleva a apreciar, a partir de los años 80, la aparición de distintos trabajos que comienzan a abordar el estudio de los fenómenos de contacto y de intercambio aplicados a distintas regiones y con nuevos puntos de vista. Dentro de este nuevo capítulo en las investigaciones encontramos trabajos como el de Pitts sobre el Danubio (1989), que estudia los procesos políticos que benefician el desempeño comercial en esta frontera, entendiendo que la voluntad de mantener las actividades mercantiles y protegerlas en un escenario a priori hostil lleva al Imperio ha adoptar ciertas posturas para con sus estados cliente y al establecimiento, por parte del mismo, de diversas estaciones comerciales a lo largo de la frontera en este contexto. Igualmente valora la influencia, como más tarde hará Wilkes, del contacto en la cultura material de los pueblos nativos transdanubianos, con la implantación de usos romanos, especialmente en la arquitectura y en el empleo del espacio (PITTS 1987: 54; WILKES 2000: 599), que terminan presentando una imagen de frontera permeable, bastante alejada de la idea de un limes rígido e infranqueable, prejuicio sin duda reforzado por la existencia de las tan notorias fortificaciones que se alzaban en algunos puntos de este limes, pero que lejos de ser norma general, habríamos de entender como medidas extremas en contextos y momentos en los que lo transfronterizo suponía una amenaza más que un potencial beneficio, realidad que no invalida la que aquí presentamos.

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Semejante idea se ha visto aseverada con los estudios hechos sobre la economía del ejército romano estacionado en la frontera. Las guarniciones encargadas de guardar el limes han sido frecuentemente señaladas como un factor de peso en el funcionamiento de la economía imperial, principalmente como sector de demanda de productos de todo tipo que, lejos de ser producidas localmente, eran importadas (HOPKINS 1980; MORLEY 2007a: 575-76; CHERRY 2007: 734-35). Aún cuando gran parte de estos bienes, como ya hemos tenido ocasión de señalar, procedían del interior del Imperio, en no pocas ocasiones la demanda era suplida, igualmente, mediante el comercio con el exterior (WILKES 2000: 594). Una prueba incuestionable es la que deriva de los análisis palinológicos en ánforas halladas en los castra romanos de la frontera británica o renano-danubiana, cuyos resultados apuntan a la procedencia exterior del grano que contuvieron (SANZ PALOMERA 2009: 1028). Por otra parte, los recientes estudios sobre los objetos de manufactura claramente romana descubiertos en tumbas del Norte de Europa, incluyendo la península de Jutlandia o Escandinavia, así como las orillas del Báltico (NATUNIEWICZ-SEKULA 2010; REIN SEEHUSEN 2010), han permitido arrojar por otra parte nueva luz sobre las funciones sociales que, en el seno de las sociedades de este entorno, habría jugado la comercialización de tales bienes como objetos vinculados al poder y al prestigio de las élites locales. Algunos autores (GREEN 2007) han visto un uso vinculado a la advocación de la romanitas de estos objetos por parte de las élites, mediante el uso de estos objetos. En este sentido, se manifiesta la importancia de valorar las dinámicas internas de las propias sociedades extranjeras, de los bárbaros que comercian con Roma, en cuanto que podemos encontrar en ellas pistas sobre los motivos y las consecuencias de este comercio transfronterizo, sus implicaciones históricas. Desde una perspectiva metodológica distinta, estudios como el de Mª del Henar Gallego (1996) han contemplado las posibilidades contenidas en los estudios epigráficos y prosopográficos con respecto a los agentes sociales implicados en tales actividades mercantiles transfronterizas. Si bien es este un trabajo que abarca a los negotiatores y sus actividades en todo el ámbito de las provincias danubianas, y no tan solo en las fronteras exteriores, ha podido servir para determinar, por un lado, la procedencia tanto social como geográfica de tales negotiatores y mercatores, así como

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para verificar la localización de los principales centros comerciales, especializados en determinados productos, en todo el ámbito provincial incluyendo la frontera. Las diversas aproximaciones al registro arqueológico están siendo especialmente fructíferas en el contexto del Índico, con los estudios que desde perspectivas diversas se efectúan sobre los cada vez más numerosos hallazgos en estos lugares. Thomas (2012) llevó a cabo un estudio de los marcadores culturales –religión, dieta, compartimentación de los espacios domésticos- visibles en el registro arqueológico de Myos Hormos, lo que le permitió observar la distribución –y procedencia- de las distintas etnias que habitaban en este puerto comercial del Mar Rojo. Otros especialistas, con igualmente satisfactorios resultados, han recurrido a análisis de muestras epigráficas, que pueden ir desde la vertiente filológica hasta la iconográfica o del estudio de las religiones (SELAND 2014:386-87)39. Esta labor ha servido para consolidar las tesis que abogan por una presencia Mediterránea en los puertos del Índico, -que en su día apuntaron Charlesworth y Wheeler- así como la presencia de mercaderes orientales en los puertos romanos del Mar Rojo. A su vez, estos resultados constatan la gran movilidad del Mundo Antiguo, fruto del profundo nivel de conectividad existente, que podemos equiparar al modelo que han expuesto Horden y Purcell en The Corrupting Sea (2000), pero con las particularidades presentes en el entorno del Índico, únicas del mismo, como el Monzón y otros condicionantes insalvables (SELAND 2014: 387). En definitiva, si tomamos prestada la premisa de Remesal Rodríguez de que “solo a partir de estudios pormenorizados, centrados en temas muy reducidos, localizables y definibles dentro de la evolución económica de un período histórico se podrá profundizar en el conocimiento de la estructura económica de dicho período” (REMESAL RODRÍGUEZ 1986: 11), los diversos aspectos que componen el fenómeno histórico del contacto entre Roma y los pueblos allende sus fronteras, encuentra en el intercambio

comercial

una

de

sus

expresiones

menos

identificables

pero

presumiblemente más frecuentes y constantes a lo largo del tiempo (WHEELER [1954] 1955; WILKES 2000: 594; HARRIS 2000). Podemos contemplar estas prácticas como manifestaciones aislables, pero interrelacionadas, de un proceso hisórico más grande y complejo.

39

Este autor da a su vez algunos ejemplos.

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Una de esas realidades particulares, es el modelo de los commercia. Estos, como objeto independiente de estudio, no han conocido muchos precedentes. Han sido escuetamente referenciados en el marco del ya citado ensayo de Brogan (1936:196), quien apunta al planteamiento que hace Ebert en 1926 en el contexto de su estudio arqueológico sobre el yacimiento de la presunta ciudad de Truso, ante la posibilidad de que su fase romana se corresponda con uno de los commercia mencionados por Plinio. Por otra parte, Wheeler, en Rome Beyond... dejó abierta la cuestión -aún no satisfactoriamente resuelta- de que los commercia o enclaves comerciales de la periferia jugasen algún tipo de papel en las redes de comercio extraprovincial, sobre todo como manifestaciones de una posible administración, por parte del Estado, de dicho comercio. Algunos de estos enclaves comerciales han sido señalados también en el contexto de otros trabajos sobre la influencia romana más allá de la frontera. Es el caso del estudio de Isténic (2009) acerca de las rutas militares en el entorno del rio Ljubljanica40 en Eslovenia, que incluye una referencia al antiguo enclave comercial de Emona, en el punto en el que se entrecruzaban varias rutas comerciales: la ruta del Ámbar, la de los Argonautas y la ruta que cruzaba las planicies de la Panonia. En los años 90 del pasado siglo se descubrió en este yacimiento un nivel de ocupación indígena (Edad del Hierro) con una significativa cantidad de material romano preaugústeo que se vería incrementado a mediados del período augústeo. La misma autora asume a su vez la existencia de otro enclave comercial en el área de Banke, aunque este nunca se ha localizado, a tenor del estudio epigráfico efectuado por Šašel Kos sobre un monumento epigráfico en este mismo lugar, en el que se delimita el área jurídico-administrativa (fines civitatis) de una ciudad autónoma. Podemos traer a colación, llegados a este punto, la rara ocasión en la que un commercium romano en sí ha sido objeto de estudio directo. Es aquel en el que Delgado (2011), trata de refutar la tesis de Jodin para la funcionalidad del enclave romano de Mogador (Esaouira, Marruecos), según la cual este era un lugar para la extracción y procesado de la púrpura del murex, es errada. Poniendo de manifiesto la falta de evidencias que apoyaron esta idea, especialmente en el registro arqueológico. Delgado sugiere en contrapartida la posibilidad de que se tratara en verdad de un commercium,

40

Nauportus o Emona para los romanos, según la propia Istenič (2009: 856) y Šašel Kos (2002: 377).

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esto es, un enclave para la adquisición de bienes diversos, representativo un modelo comercial propio de las zonas periféricas y exteriores del Imperio. Esta idea la fundamenta Delgado en las pruebas que presentan las fuentes, en tanto que testimonian la existencia de un modelo comercial de este tipo –los ya mencionados textos de Plinio – como también en cuanto a que pueden ser tomadas como referencia a la hora de identificar el recurso –la madera del arbor citri, muy apreciado en la fabricación de muebles de lujo- que motiva la existencia de este enclave en particular. En este último sentido, el uso de las fuentes literarias es de utilidad tanto por los testimonios que hablan de la procedencia de dicho producto en esta zona, como por los que apuntan a la naturaleza de la demanda de parte de la sociedad imperial. Aparte del que supone la recategorización de este enclave como un puesto comercial en lugar de una factoría purpuraria, el aspecto más valioso del ensayo de Delgado sobre Mogador es, a nuestro juicio, la observación hecha sobre los propios commercia como sujeto histórico, ofreciéndonos un somero pero sustancioso planteamiento acerca de las diferentes vertientes que puede tomar el análisis de los mismos, con la observación de dos vías fundamentales de aproximación a este tema: En primer lugar, la ya mencionada vía de los análisis críticos de las fuentes de todo tipo. En segundo lugar, la vía de estudio que podríamos llamar social, a través de la valoración de los distintos agentes sociales implicados en el comercio extraprovincial, los negotiatores. Ambas vías no se prestan en el comentado artículo a mayor cometido que los circunscritos al límite de dicho trabajo, esto es, demostrar que Mogador fue un enclave comercial romano en la perfieria del Imperio. Pero las observaciones que se hacen acerca de los patrones de demanda y de consumo, de la distribución de los productos comercializados, de la financiación, de los agentes implicados –tanto particulares como estatales- etc, pueden ser usados como referencia a la hora de abordar nuestro propio estudio de este modelo de comercio en la periferia a un nivel global, en nuestra búsqueda de un proceso de caracterización del mismo, contribuyendo con ello a dar respuesta a algunos de los interrogantes que aún pesan sobre el tema del comercio exterior, de la economía romana y de los procesos de intercambio cultural entre Roma y sus vecinos que tendría en este modelo comercial de la periferia una de sus máximas expresiones.

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3.2. Objetivos

Tenemos como principal objeto en este trabajo el presentar un marco para la localización, identificación y caracterización de estos commercia en la periferia del Imperio, entendidos como elementos fundamentales de un modelo de comercio extraprovincial. Este marco lo elaboraremos teniendo en cuenta las diferentes manifestaciones que pudiera presentar dicho fenómeno socioeconómico: Su rastro histórico, literario y arqueológico.

3.3. Problemas

Sin embargo, la localización de tales commercia, en base al material propuesto, presenta una serie de complicaciones que no deben ser pasadas por alto. Uno de estos problemas fundamentales viene dado, sin duda, por la dificultad que existe a la hora de rastrear el fenómeno a través de las fuentes arqueológicas. Es bastante evidente que la presencia de material romano en zonas del exterior del Imperio no derivará siempre de procesos o actividades de naturaleza comercial. Los múliples elementos romanos que se han podido testimoniar en diferentes entornos allende el antiguo limes pueden estar testimoniando, más que intercambios de mercado, procesos de reciprocidad (regalos o subsidios) entre Roma y sus vecinos, o incluso de pillaje y saqueo por parte de estos pueblos (WHEELER [1954] 1955: 68; CHERRY 2007: 735) en diferentes épocas. Algunos ejemplos de estas particulares cirunstancias pueden ser los numerosos conjuntos de monedas romanas encontrados en Escocia (HUNTER 2006), que pueden estar relacionados con episodios como el que relata Dion Casio (LXV.5) en el que Virio Lupo hace a los Maeatae uno de estos pagos. Igualmente ocurre en la zona de la Germania Libre, donde no ya monedas, sino copas de plata son enviadas a los jefes bárbaros como regalos por parte de Roma (Tácito, Germ. 5). Por este motivo, enclaves como el famoso fortín de Drumanagh, en Irlanda (KURZMAN 2006), que ha sido referido como un enclave comercial romano, deberían ser revisados bajo una perspectiva menos entusiasta en este sentido, entendiendo que la presencia de material romano en un lugar periférico, nuevamente, no significa ni mucho menos presencia romana directa, así como tampoco testimonia prácticas concretas, del tipo que sean

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(colonización, explotación de recursos o, en nuestro caso comercio) si no existe un respaldo suficiente por parte de los materiales que avalen tal hipótesis. Entre los problemas, igualmente, debemos apuntar la existencia de desiguales patrones de representación del registro arqueológico entre los diferentes lugares que comprendieron el contorno fronterizo del Imperio, su periferia. Mientras que en algunas zonas existe material arqueológico en relativa abundancia –en convivencia con testimonios de otra naturaleza, bien epigráficas, o bien en fuentes escritas, como veremos-, en otros casos cualquier evidencia brilla por su ausencia. Esto puede deberse tanto a la brecha que separa a unos territorios de otros en lo que respecta a su tradición arqueológica (CHERRY 2007: 735-38), como al simple hecho de que el comercio transfronterizo siempre fue más abundante en unas zonas que en otras.

3.4. Marco temporal y espacial

Hemos decidido delimitar nuestro trabajo a los dos primeros siglos de la Era. Brevemente exponemos los motivos de nuestra elección, que no es ni mucho menos arbitraria. Con la instauración del Principado de Augusto en torno al cambio de Era, se sientan las bases apropiadas para el desarrollo del modelo económico que ya hemos expuesto previamente. La hegemonía romana sobre el Mediterráneo proporcionará toda una serie de circunstancias, conscientes o fortuitas, que favorecerán el crecimiento económico y la expansión del área de mercado. Estas mismas circunstancias, menores costos de transacción, la pacificiación interna del Mediterráneo, la fiscalización estatal41 y un sistema legal que patrocina la propiedad privada y protege las actividades comerciales y mercantiles, construyen un escenario histórico que favorecerá al comercio, desarrollándose este de una forma que hasta entonces no conociera precedentes. Este modelo solo puede aplicarse, como decimos, a los siglos I y II, puesto que en períodos posteriores, ya desde finales del siglo II (CHIC GARCÍA 2005), devendrán una serie de circunstancias propias de un período de crisis y posteriores 41

Que favorece el comercio a pequeña escala y a larga distancia, como ya explicaramos al exponer el Modelo de Hopkins en el apartado 2.4.

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transformaciones que darán lugar a un escenario histórico totalmente diferente a partir del siglo III. Por lo que respecta al marco espacial, este trabajo no excluye ningún área periférica o de frontera del Imperio, pero entendemos que existe un problema fundamental en la cuantía de datos disponibles a la hora de evaluar la presencia de commercia en los diversos territorios. Por ello, la mayor parte de los elementos que vamos a presentar para la construcción de nuestro modelo teórico se adscriben a aquellas zonas en las que los procesos de comercio transfronterizo son más visibles.

3.5. Aproximación a los commercia romanos en la periferia y el exterior del Imperio a través de las fuentes

En el momento de lanzarnos a la búsqueda de estos enclaves comerciales en el limes y más allá, hemos de valorar aquellas áreas, propias de la investigación históricoarqueológica, que pueden proporcionarnos testimonio e información relevantes a tal efecto. Nuestro particular caso cuenta con múltiples posibilidades. Comentábamos que las primeras obras que abordaban el estudio del comercio como fenómeno se basaron únicamente en el análisis de las fuentes literarias clásicas, lo que repercute negativamente en el resultado final alcanzado. Igual podríamos decir de los estudios que limitaran su aparato metodológico al análisis de fuentes arqueológicas o de cualquier otro tipo. A nadie escapan ya los peligros y riesgos que, para la construcción de una narrativa histórica seria, encierra la imposición de tales limitaciones en la investigación. Consideramos que un método de visión crítico ha de ser fundamental en la visualización y caracterización de cualquier fenómeno histórico en la Antigüedad, y este caso concreto no es menos. Los commercia han dejado un rastro leve, apenas perceptible, y ciertamente puede resultar desalentador el tratar de encontrar elementos que explícitamente apunten a tal sujeto. Pero si hacemos las preguntas adecuadas a aquellas fuentes y testimonios de los que disponemos, podemos ser capaces de suplir esta carencia. Igualmente, la complementariedad entre los distintos tipos de fuentes literarias, epigráficas, arqueológicas, etc.- son un recurso de gran valor, indispensable, por otra parte, en la tarea que nos traemos entre manos.

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3.5.1. El testimonio directo: Commercium/a

Commercia es un término latino, huelga decir, con unas connotaciones diversas. Es cierto que en la mayoría de diccionarios de lengua latina que consultemos encontraremos una definición sencilla, trasladándose a nuestro idioma como “comercio”, “negocio” o incluso “tráfico”. En las fuentes clásicas, podemos ver cómo el término es también empleado, sin embargo, para referirse a enclaves con clara finalidad comercial, esto es, “lugares de comercio”42. A este respecto resulta ilustrativa la siguiente referecia de Plinio, en la que describe el viaje al norte de un caballero romano, enviado por el emperador Nerón en la búsqueda de cuantiosos suministros de ámbar con los que adornar sus festividades:

“DC M P. fere a Carnunto Pannoniae abesse litus id Germaniae, ex quo invehitur, percognitum nuper, vivitque eques R. ad id comparandum missus ab Iuliano curante gladiatorum munus Neronis principis. Qui et commercia ea et litora peregravit, tanta copia invecta, ut retia coercendis feris podium proteventia sucinis nodarentur, arma vero et libitina totusque unius diei apparatus in variatione pompae singulorum dierum esset e sucino.”/ “Aproximadamente 600 millas separan a Carnuntum, en la Pannonia, de la costa de Germania, desde donde [el ámbar] se importa; hecho bien conocido sólo recientemente, y aún sigue vivo el caballero romano que fue enviado para su adquisición por Juliano, organizador de los juegos de gladiadores financiados por el emperador Nerón. Recorrío las costas y los lugares de comercio, y trajo consigo tal cantidad que las redes protectoras que separaban a las bestias feroces de la grada estaban atadas por piezas de ámbar, y las armas, las andas funerarias y todo el aparato empleado en un solo día estaban incrustadas de ámbar.”43 Plin., NH, XXXVII, 45

Esta cita, tan recurrente en la literatura especializada que ha tratado la cuestión del comercio extraprovincial y la presencia romana más allá del limes, es un testimonio directo y propio del término commercium; no el único en emplearlo en ese sentido de enclave comercial, pero sí la única, en las fuentes literarias, que lo emplea en referencia a lugares situados más allá de los límites del Imperio. Otra excepcional muestra la encontramos en la Tabula Peutingeriana, uno de ellos en el entorno del limes siríaco (Tab. Peut. XI, 2) y en el corazón del Imperio Persa –la propia Persépolis- (Tab. Peut. XII, 2). En el Periplus Maris Erythraei existen 42 43

TLL., s/v. s. s. “commercium”; SEGURA MUNGÍA, 2006, s. v. “commercium”. Traducción propuesta por Delgado Delgado (1999).

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constantes referencias a emporios (ἐµπόριου ένθεσµον), tal y como ocurre también en la Geographia de Ptolomeo. Este término aparece de forma selectiva, refiriéndose a puertos designados para el comercio exterior, tal y como ocurre con las Capitulaciones o Puertos de Comericio durante la Edad Media y cuya figura aún existía en la India en el S. XVI (Whittaker 2004: 167). En estos ἐµπόριου ένθεσµον los comerciantes romanos de los siglos I y II tratarían directamente con las poblaciones de esos lejanos territorios. Los testimonios directos de este tipo no se limitan tan sólo a las fuentes literarias, y podemos apreciarlos también en las epigráficas. En los límites de la Pannonia Inferior una inscripción nos ha proporcionado la existencia de un enclave que habría recibido, propia y directamente, el nombre de Commercium:

Iudicio principali dominorum nostrorum / Valentiniani Valentis et Gratiani / principum maximorum dispositione etiam / illustris viri utriusque militiae magistri / Equiti{s} comitis Foscanus praepositus / legionis primae Martiorum una cum militibus sibi creditis hunc burgum / cui nomen Commercium qua causa et factus / est a fundamentis et construxit et / ad summam manum operis in diebbus XXXXVIII / consulatus di nostri Gratiani Augusti bis / et Probi viri clarissimi fecit pervenire CIL III, 3653

Aunque de época ya tardía –371 e. c.-, este caso tiene clara correlación con esos ejemplos más tempranos que ya hemos expuesto. Es decir, alude a un enclave, en este caso también de carácter urbano -como testimonia el término burgum- y cuya razón de ser, tal y como la inscripción estipula, habría sido la de funcionar como puesto comercial, como centro vertebrador de los procesos de intercambio con las regiones de más allá de la fronera de la Pannonia. En efecto, en la misma región44, como oportunamente han señalado también Le Glay (1991) y Delgado (2011), aparece una inscripción con la titulatura de Cómodo, en la que se incluye el inusual restitutor commerciorum (restitutor de los lugares de comercio) que se relaciona muy pobablemente con los esfuerzos -y presumibles éxitosdel emperador por restablecer el tráfico comercial con el exterior tras los episodios de las guerras fronterizas contra cuados, marcomanos y yázigas (LE GLAY 1991:155) que librara su padre y predecesor en el trono, Marco Aurelio. 44

En Porolissum, en la región más septentrional de la Dacia, en un contexto de frontera.

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Pro salute / et victoria / Imp(eratoris) Caes(aris) [[M(arci)]] / [[Aur(eli) Antonini]] / [[Commodi P(ii) F(elicis)]] / Aug(usti) n(ostri) restitu/toris(s) commerc(iorum) / et Genio p(ublici) p(ortorii Illy/rici Cl(audius) Xenophon / proc(urator) Aug(usti) n(ostri) per / Marcion(em) et Pol(lionem) vil(icos) AE 1988, 977

En sintonía con esto encontramos también otras inscripciones que, en la misma región, apuntan a la importancia de las actividades comerciales en este entorno de frontera, auspiciadas por el propio poder estatal y que cuentan incluso con una proyección religiosa testimoniada por sendas inscripciones votivas:

(EDH)

Genio com / merc(i)et ne/gotiantium / Primiti(v)us / Iuli Proc(u)li / cond(uctoris) VIII ser(vus) / vil(icus) XX CIL III, 4288 = ILS 1861

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En Apulum, y también en un ámbito de frontera, aparece la alusión a un conductor commerciorum, o sea, administrador de los commercia, vinculado probablemente a la gestión de estos lugares de comercio (DELGADO 2011: 162; LE GLAY 1991: 53).

P(ublio) Ael(io) P(ubli) fil(io) Pap(iria) / Sternuo eq(uo) / p(ublico) sacerd(oti) arae / Aug(usti) auguri et / Ilviral(i) col(oniae) / Sarm(izegetusae) augur(i) /col(oniae) Apul(ensis) dec(urioni)/ col(oniae) Drob(etensis) pat/ron(o) collegior (um) / fabr(um) cento/nar(iorum) et naut/ar(um) conduc(tori) pas/cui salinar(um) / et commer/cior(um) Rufinus / eius CIL III, 1209 = ILS 7147

Nos adentramos aquí en el análisis de una nueva naturaleza de testimonio, el concerniente a las figuras implicadas en el funcionamiento de estos commercia, tanto sus gestores o administradores como aquellos que a nivel particular participan de las actividades mercantiles que en ellos se llevaban a cabo.

3.5.2. Mercatores y negotiatores en la periferia del Imperio. Aproximación a los commercia a través de los agentes sociales implicados

Especialmente reveladoras son las referencias a los individuos y grupos que se involucran con estos “puestos de comercio”, ya que nos permiten rastrear, a través de su mayor presencia, los posibles lugares en el que el comercio de frontera fuera más intenso. Las fuentes clásicas se refieren

usualmente a ellos como negotiatores y

mercatores. Ambos términos no son, sin embargo, sinónimos, aunque en ciertas circunstancias puedan verse equiparados. Como ha señalado García Brosa (1999), el término mercator contaba con un valor peyorativo que se asociaba a aquellos individuos, de baja extracción social, que llevaban a cabo intercambos comerciales, de bienes y productos, con medio de subsistencia o de incrementar –en ocasiones cuantiosamente- su patrimonio. Tal concepción negativa es muy patente en el caso de las fuentes literarias, emanadas de la aristocracia y que, por ende, responden a sus

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valores; los mercatores son individuos obscuro loco nato, desarraigados de la sociedad por su constante movilidad, motivados por sus deseos personales y no adscritos a las características ideales de virtud romana. No debemos caer sin embargo en la trampa de aceptar esta representación como fidedigna, y asumir que toda actividad comercial quedaba relegada a estos mercatores y a sus prácticas. Esto se aprecia cuando acudimos al término negotiator, con el que las antiguas fuentes se refieren a aquellos individuos de más alta posición social que se involucran en toda clase de prácticas financieras y de negocios, entre las que figura el comercio. La ambigüedad del término es equiparable a la que podríamos encontrar en su traducción más literal de “negociante” u “hombre de negocios”45, y responde, como han señalado algunos autores (D’ARMS 1981; GARCÍA BROSA 1999) a un intento de proteger la imagen de aquellas élites que efectivamente participaran en este tipo de negocios. No hemos de olvidar que la defensa de los valores tradicionales romanos, el mos maiorum, implica un rechazo a las formas de enriquecimiento que no deriven de las rentas agrícolas (MAS 2006); el rechazo a la figura de los mercatores, a los prestamistas, a los usureros, aseguradores y especuladores implica que el hombre virtuoso (vir bonus) no puede enriquecerse con estas prácticas (Cic. Off. III, 50; Cic. II Verr. V, 18,72; Cic. II Verr. V, 60,155; Cat. Agr. 3 (praefatio); Plin. NH. XVIII, 225, 55), destacándose por un estilo de vida ocioso y sustentado en los benefcios que derivan de esas rentas. En relación con esto, negotia es -como se deriva de su propia etimología neg-otium46-, la ausencia de ocio, un término que logra conjugar satisfactoriamente la idea de “ocupación” sin que esta pasase a adquirir el sinónimo de “profesión”, incompatible con las ideas del mos maiorum (GARCÍA BROSA 1999; REMESAL RODRÍGUEZ 2004: 126), algo que las élites gobernantes en el Imperio siempre procurarán evitar. Pero las fórmulas escogidas para el desempeño de tales actividades o negocios -la amicitia, la familia, la clientela (ÄLFOLDY 1987)- servían igualmente para mantener un razonable nivel de distanciamiento entre estas élites y esos procesos de ganancia “deshonrosos” (VERBOVEN 2004). La élite senatorial consigue así formar parte de un ámbito de actividad del que estaban excluidos por una cuestión ética de severa importancia (REMESAL RODRÍGUEZ 2004: 126-27), evitando una asociación directa pero sin renunciar a los beneficios derivados de las mismas. La notable presencia de 45 46

Esta acepción eufemística del término sigue vigente, sin ir más lejos, en nuestra propia época. -SEGURA MUNGUÍA 2006, s. v. “otium”.

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negotiatores en entornos con un alto nivel de vida comercial y mercantil (D’ ARMS 1981), incluyendo los ámbitos de frontera que nos ocupan (GALLEGO FRANCO 1996; ELTON 1996), implica que la naturaleza de sus actividades eran, en niveles importantes, de tipo comercial. Resulta interesante, en el marco del estudio que nos ocupa, apreciar el nivel de implicación que, a través de estos negotiatores, los grupos políticos pueden tener en el desempeño de actividades de intercambio de mercado, puesto que, como ha señalado Harris, pueden evidenciar la existencia de intereses vinculados a quienes llevan las riendas del propio Estado, solapándose sus motivaciones como particulares con el rumbo que toma la política del Imperio en ámbitos tan variados como la expansión territorial o la política exterior. Los mercatores, por otra parte, a pesar del comentado carácter peyorativo y de su baja extracción social, también han de ser tenidos en consideración en la medida en que siguen siendo sujetos relacionados con la movilidad de mercancías a gran escala. Sin embargo, como podremos apreciar, su incidencia en nuestro ámbito de estudio es mínima, siendo los negotiatores los principales protagonistas de los testimonios de participación en comercio extraprovincial. Abordamos aquí por tanto la presencia de tales personajes en los ámbitos territoriales que son de nuestra incumbencia: en áreas de frontera y de más allá, como testimonio de esas prácticas comerciales en ámbitos ajenos al Imperio. Como ya hemos expuesto previamente, las condiciones históricas derivadas de la hegemonía romana en el Mediterráneo y tierras de interior da pie a una serie de condiciones notablemente favorables. Sirva el siguiente extracto de la Vida de Augusto, de Suetonio, para testimoniar la percepción, entre los propios romanos, de que eran las circunstancias proporcionadas o derivadas de la existencia del Imperio –y su administración y su gobierno- las que posibilitaban y facilitaban las prácticas comerciales a larga distancia: “per illum se vivere, per illum navigare, libertate ac fortunis per illum frui”/ “Por él vivían, por él podían navegar y por él disfrutar de su libertad y de sus bienes”47 Suet. Aug, 98

47

Traducción de Agudo Cubas, 1992, BCG .

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El Estado romano siempre tendrá un gran nivel de implicación en la vida económica del Imperio, como ya expusimos en el apartado correspondiente. Su papel como potencia en la Antigüedad se debe en gran parte a elementos de orden económico y, a su vez, conlleva la práctica, por parte del mismo, de una serie de estrategias que involucran la gestión directa de determinados procesos en este ámbito. Ya hemos comentado la existencia de aquellos agentes sociales que, en profunda conexión con el poder político, guían el rumbo de gobierno romano en cuestiones relacionadas con la política exterior y sus relaciones comerciales La posibilidad de que los negotiatores fueran la vanguardia de los procesos de conquista es algo que bien ha señalado Harris en su análisis más general de los elementos fundamentales que explican el por él llamado “imperialismo” romano (HARRIS [1979] 1989). En relación con esto que comentamos, varias muestras de mercatores y negotiatores romanos en el exterior siguen a continuación, remontándose algunos de estos testimonios a épocas inmediatamente anteriores a nuestro marco temporal. A finales del período republicano, Julio César escribía:

“Ad alteram partem succedunt Ubii, quorum fuit civitas ampla atque florens, ut est captus Germanorum, et paulo quam sunt eiusdem generis et ceteris humaniores, propterea quod Rhenum attingunt multumque ad eos mercatores48 ventitant, et ipsi propter propinquitatem quod Gallicis sunt moribus assuefacti.”/ “en la otra parte se encuentran los ubios, pueblo que, con arreglo a las posibilidades de los germanos, fue grande y floreciente: son un poco más civilizados que los otros de esta raza, porque lindan con el Rin y los mercaderes los visitan con frecuencia, y ellos mismos, por su cercanía, están habituados a las costumbres galas”.49 Caes., BG., IV, I-3

Refiriéndose a las costumbres de los galos, apunta también:

“mercatores in oppidis vulgus circumsisat, quibusque ex regionibus veniant quasque ibi res cognoverint pronuntiare cogant.”/ “a los mercaderes el gentío los rodea en las plazas (oppida), obligándoles a declarar de qué regiones vienen y de qué se han enterado allí” 48 49

Romanos, claro. Traducción de José Joaquín Caerols, 2002, Alianza.

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Caes., BG., IV, I-5

En ambos casos, la mención a mercaderes romanos en tierras extranjeras apunta a la práctica de este tipo de comercio extraprovincial. César, en el primero de los fragmentos citados, parece sencillamente preocupado en destacar el valor civilizador que tal contacto ejercía con los germanos más próximos a la frontera, pero precisamente por esto, es un dato revelador: los mercaderes se aventuraban a lugares más allá de la influencia de la romanitas que a priori podían resular hostiles, circunstancias salvables al merecer la pena el negocio y la promesa de beneficio a ojos de estos pioneros y, desde luego, también a ojos de aquellos pueblos que les acogieron y establecieron trato con ellos. El segundo caso presentado habla de la presencia de mercaderes romanos en enclaves galos, los oppida. La terminación elegida por César para el lugar es ambivalente, no haciendo sólo referencia a una fortificación militar, sino también a los enclaves civiles de los pueblos indígenas, en los que, incluso, se desarrolla una notable actividad comercial, ajustándose a la acepción que este término ya detentaba en el período en que dicha obra fue escrita (FUMADÓ ORTEGA 2013: 176). Tácito, por su parte, menciona a los negotiatores que a principios del siglo I encontraban asilo en la capital del reino germánico de Moroboduus, llevados allí por el ius commercii: “negotiatores reperti quos ius commercii”50 Tac., Ann. II, 62

Esta breve frase contiene un concepto claramente extraído del Derecho Romano, aspecto que por su parte puede ayudarnos también a tratar de caracterizar los commercia, en tanto que puede estar identificando algún tipo de fórmula jurídica aplicable a espacios extraprovinciales, de más allá del limes y del marco en el que cabría esperar la efectividad de tales conceptos.

50

Texto original en latín extraído de la edición publicada por la Scriptorum Classicorum Bibliotheca Oxoniensis, 1986 La traducción de este pasaje presenta problemas, alterando el sentido original de ius commercia en todas las traducciones que hemos tenido oportunidad de consultar. Todas parecen obviar o desesimar el aspecto manifiestamente jurídico del concepto. Sirva de muestra la traducción de Coloma 1965: “mercaderes llevados aquí por la causa de comercio” o la de López de Juan 1993: “la posibilidad de hacer comercio”.

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No ya solo las fuentes literarias, sino también los testimonios epigráficos, aparecidos en diferentes regiones limítrofes, apuntan a la presencia de activos comerciantes en estos espacios. Por ejemplo, como dejan patente los ya mencionados estudios de Gallego Franco (1996), en todo el espacio fronterizo exterior de las provincias renano-danubianas encontramos, en diferentes momentos cronológicos, una buena cantidad

de negotiatores

que se encontraban involucrados en procesos

comerciales con el otro lado de la frontera, intercambiando todo tipo de productos. Inscripciones como la de un centurión e interprex (intérprete) de la XV Apollinaris, que muy probablemente empleó sus habilidades lingüísticas en el trato comercial con los pueblos al otro lado del limes y falleció a los 80 años siendo dueño del esclavo Martialis y patrono de la liberta Atilia, lo cual a su vez puede hablar de cierto nivel de comodidad alcanzado, tal vez, gracias a su carrera mercantil: Q(uintus) Atilius / Sp(uri) f(ilius) Vot(uria) Pri/mus interprex / leg(ionis) XV idem |(centurio) / negotiator an(norum) / LXXX h(ic) s(itus) e(st) / Q(uintus) Atilius Cog(i)ta/tus Atilia Q(uinti) l(iberta) Fau/sta Privatus et / Martialis hered(es) / l(ibentes) p(osuerunt)

AE 1978, 635

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(EDH)

La localización geográfica de tales testimonios –y las propias referencias que en estos se pueden apreciar a los lugares de residencia y actividad de estos negotiatoresratifican el carácter fronterizo de estas actividades, como ocurre con el siguiente caso, que remite a los comerciantes de Brigantium:

Dis deabusq(ue) / cives L[a]t(ini) negot(iatores) / Brig[a]ntiens(es) CIL III, 13542

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(EDH)

En Castra Regina, también en la frontera, los negotiatores restauran en una acción colectiva el aedes cum signo en honor a Mercurio Censualis –divinidad de más que reconocido carácter comercial-.

In h(onorem) d(omus) d(ivinae) deo M[ercurio] / Censuali pro s[alute dd(ominorum)] / nn(ostrorum) Augg(ustorum) Impp(eratorum) S[everi et] / Antonini Part(hici) m[aximi nobi]/lissimi Caes(aris) n(egotiatores) t[emplum] / restituerunt [et aram] / cum signi[s in argenta]/tis vetus[tate conlapsis] / Iul(ius) Verax [et ---] / neg(otiatores) d(e)d(icatum) Cil[one II et Libone] / co(n)s(ulibus) V Id(us) S[eptembres] CIL III, 5943

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(EDH)

También en Augusta Vindelicorum, lugar que habría centralizado la actividad comercial de la provincia, incluidos los intercambios a través del limes (GALLEGO FRANCO 1996), encontramos ejemplos de aedes cum suis ornamentis restaurados por negotiatores particulares, lo cual es también muestra de la prosperidad alcanzada por su modo de vida:

[In h(onorem) d(omus)] d(ivinae) / [Mercurio? M]atutino / [---]us decur(io) m(unicipii) / [Ael(iae) Aug(ustae) negotiator] porcarius / [---] aedem / [vetustate conla]bsam(!) a solo / [sua pecunia res]tituit l(ibens) l(aetus) m(erito). CIL III, 14370

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(EDH)

Y especialmente adinerado debió también ser el comerciante de nombre C. Iulius Sextinus, quien aparece como dedicante de esta inscripción de una obra monumental en Aquincum, edificada en “sitio/suelo público” (locus publico). Nótese que el texto se refiere a él como “conductor”, es decir, como procurador de abastecimiento de algún producto, no especificado, requerido por el senado de la villa militar. El monumento y la presente inscripción, que dejaba constancia de la obra, sería algún tipo de ratificación de la iniciativa evergética de este negotiator para con dicha comunidad (GALLEGO FRANCO 1996).

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(EDH)

Deae Syri(ae) // et [Balti De]//ae pro sa//lut[e Aug(usti)] // C(aius) Iul(ius) Sextinus con/ductor ex decr(eto) ordin(is) / k(anabarum) secund(um) conduct(ionem) arcum / cum ianuis tegula tectum / inpendi(i)s suis fecit mag(istris) / Iul(io) Viatore et Bellic(io) Firmino // l(ocus) p(ublice) d(atus) d(ecreto) d(ecurionum) AE 1982, 803

Son también frecuentes las dedicatorias colectivas, a nombre de un collegium bajo el cual se reunían varios negotiatores a través de fórmulas como las ya mencionadas amicitia, patronazgo y clientela, buscando protección mutua, manejando fondos comunes y compartiendo riesgos y beneficios. Como no podía ser de otra forma, estas dedicatorias van dirigidas a divinidades asociadas al comercio, como Mercurio:

Municipi(i) Ael(i) [Aug(usti)] negotiator(es) / vestiariae et [lint]iariae aedem / cum suis orn[ame]ntis sibi et P(ublio?) Pat(ernio?) / C(aio) Antoni[o Aelia]no equiti Romano / decurioni m[uni]cipi(i) Ael(i) Aug(usti) [meri]to. CIL III, 5800

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O en el caso de determinadas especializaciones, a Hércules, por los tratantes de ganado (bubulariorum), en tanto que remite al mito del héroe como pastor de bueyes:

Hercul(i) / Aug(usto) sa[c(rum)] / colle(gium) / bubu[l(ariorum)] / ex v(oto) [p(osuit)?] / l(ibens) l(aetus) m(erito) AE 1984, 708

Una dedicatoria colectiva, mencionada por Gallego Franco, expone muy claramente el ámbito “transdanubiano” de los negocios mercantiles llevados a cabo por los componentes del collegium que dedican la siguiente inscripción a la Fortuna “por enriquecerles”.51

Merecen igual mención las inscripciones de Raetia que testimonian una presencia de itálicos en estos territorios bastante temprana, anterior a la formación de la provincia. Esto lo ha podido establecer Gallego Franco, en su ya referido estudio, a través de la constante presencia de apellidos tales como Iulii, Claudii y Antonii, lo cual a su vez también puede estar indicando la existencia de unos intereses romanos en el lugar bastante tempranos, con una perspectiva muy probablemente de tipo comercial y centrada sobre todo en el control de las rutas (GALLEGO FRANCO 1996) y que culminarían con la ocupacion militar por este móvil (HARRIS [1979] 1989: 53-102). Sin duda, la presencia de la frontera fue un estímulo fundamental para estos comerciantes. Como oportunamente se ha apuntado, una buena cantidad (73%) de las inscripciones relativas a estos individuos se encuentran en enclaves civiles-militares52 del limes, mientras que prácticamente la mitad de las mismas (53%) corresponden a los siglos I-II (GALLEGO FRANCO 1996), lo cual encaja de manera muy lógica con la tesis, por nosotros compartida y previamente expuesta, de que es ésta la época de mayor actividad comercial del Imperio, tanto a nivel interno como externo. Hay que interpretar la presencia de estos negotiatores en las fronteras renanodanubianas como indicativo de una intensa vida comercial en estos entornos. Un panorama similar lo encontramos hacia el oriente imperial, en las costas del Mar Rojo,

51

Citado por Gallego Franco, quien da esta referencia: VOLLMER, Inscriptiones Baviariae Romanae sive Inscriptiones provinciae Raetiae, adiectís aliquot Noricis Italicisque, München, 1915, nº 249B 52 Como Brigetio, Carnuntum, Scarbantia, Aquincum o Intercissa.

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en conexión con las rutas que llevaban el comercio a través del Índico, hasta la propia India. El archivo de Nicanor, hallado en la antigua ciudad de Coptos, incluye una serie de recibos referentes a los servicios de transporte prestados por los camelleros (Καµηλίτης) de Nicanor –un particular y sus familiares asociados, esto es, un collegia como lo ha identificado Sidebotham (1986)-, que durante la primera mitad del sigo I cubrió la ruta que unía el puerto de Berenice con la dicha ciudad de Coptos. En tales documentos se revela un intenso tráfico comercial entre el Nilo y el Mar Rojo, en el que participaban mercaderes griegos, egipcios, egipcios helenizados, romanos y algún individuo procedente del sur de la península arábiga, probablemente helenizado (SIDEBOTHAM 1986). En Coptos pareció centralizarse todo este comercio exterior, ligándose a las rutas del Mar Rojo a través de Berenice, permitiendo transportar los bienes desde el Egipto romano hasta el Yemen y las costas del Índico. Se han encontrado interesantes correlaciones entre algunos nombres mencionados en los ostraca y otros hallazgos epigráficos, como es el caso de Gaius Norbanus, un negotiator cuyo nombre aparece tanto en el archivo Nicanor y en los tituli picti de unas ánforas vinarias encontradas en la propia Coptos (McLAUGHLIN 2010), lo cual a su vez puede darnos una pista del tipo de productos que los romanos exportaban al exterior, o que utilizaban como bien de intercambio en el marco de estas actividades comerciales con puertos extranjeros. No en vano, otras muestras al respecto parecen hablar de la abundancia pues son varios los negotiatores cuyos nombres aparecen asociados a ánforas de este tipo. En algunos casos, estos comerciantes eran libertos y esclavos que, bajo el auspicio de sus patronos imperiales, llevaban a cabo la exportación de los productos de las haciendas imperiales, de las fincas propiedad del fisco y patrimonio del propio emperador, hacia las regiones del Mar Rojo (SIDEBOTHAM 1986). Al igual que ocurría en el caso de la frontera danubiana, los centros desde los que estos negotiatores dirigen sus actividades de comercio con el exterior han proporcionado datos de su nivel de enriquecimiento, con muestras como la inscripción votiva IGRom I, 5, 1172 en la que un comerciante de nombre Parthenios (Παρθένιος) consagra con su dinero un templo a Isis. Igualmente, en el censo de Arsinoé,

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afortunadamente preservado, se menciona la visita de un negotiator romano a la India (τη Ίνδιϰη)53 Partiendo, pues, de estos puertos egipcios, como Berenice o Myos Hormos, surgía un entramado de rutas y enclaves que comunicaban las regiones árabes y del Índico con el mismo corazón del Imperio romano, y cuya principal razón de ser eran los aromata –incienso, mirra y especias-. También en Coptos se ha encontrado la referencia a un mercader greco-egipcio de nombre Hermeros, hijo de Athenion, que procedente del emporion de Aden, en el sur de Arabia, visitó la mentada ciudad egipcia, dejando en el proceso su rastro en una inscripción (McLAUGHLIN 2010: 34). En el sur de Arabia, en la antigua localidad de Marib, cerca de la actual Baraqish (COSTA 1986) fue hallada una inscripción bilingüe (griego-latín), en la que se menciona a un Publius Cornelius Eques, comerciante de incienso.

[P(ublius)] Corn[elius ---] / eques [---] // Πούβλις Κορν[ήλις] AE 1980, 890

La presencia de negotiatores romanos en estos entornos también se atestigua a través de las fuentes literarias. Estrabón menciona a los que residían en Petra, la capital del reino Nabateo:

“γενόµενος γοῦν παρὰ τοῖς Πετραίοις Ἀθηνόδωρος, ἀνὴρ φιλόσοφος καὶ ἡµῖν ἑταῖρος, διηγεῖτο θαυµάζων· εὑρεῖν γὰρ ἐπιδηµοῦντας ἔφη πολλοὺς µὲν Ῥωµαίων πολλοὺς δὲ καὶ τῶν ἄλλων ξένων” / ”Un filósofo y compañero mío de nombre Atenodoro pasó algo de tiempo en la ciudad de Petra, y solía hablar con admiración acerca de su gobierno. Comentó que en ese lugar había un gran número de Romanos y otros muchos comerciantes residiendo”. 54 Strabo., Geog, 16.4.21

En conexión con este importante centro comercial, se encontraba también el puerto de Leuke Kome, del que hablaremos más adelante.

53

P. Lond. 2. 260, 1. 42. Texto original griego extraído de Hachiette et cie., 1865. Traducción es propia, a partir de la inglesa proporcionada por McLaughlin (2010:63). 54

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3.5.3. Manifestaciones materiales de los intercambios económicos con el exterior

La relaciones transfronterizas de tipo económico, con una base de intercambios de mercado, son el sustento y la fuente de enriquecimiento de los individuos y asociaciones comerciales que aparecen en estos testimonios literarios y epigráficos antes expuestos. Tal fenómeno, a su vez, deja una huella arqueológica visible, en tanto que las propias actividades giran en torno a un conjunto de bienes y productos que dejan huella arqueológica. Por otra parte, el registro también puede proporcionar datos en forma de la caracterización de espacios destinados a facilitar y materializar las prácticas de dicho fenómeno: los enclaves comerciales, tanto en la periferia como en el exterior del Imperio, cuya localización nos planteamos en el contexto de este modelo de comercio extraprovincial. En otras palabras, en la relación que seamos capaces de establecer entre los testimonios arqueológicos y los propios espacios en que se encuentran, podremos plantear la localización de los commercia romanos en entornos territoriales potenciales. Hemos mencionado el principio de Wheeler de que existen cinco productos fundamentales en torno a los cuales se articula toda actividad comercial romana con el exterior. Él cataloga así a las especias, el incienso, la seda, el ámbar y el marfil (WHEELER

[1954]

1955).

Como

él

mismo

considera,

existen

productos

complementarios que se suman a estos grandes conjuntos, y a su vez existe, como veremos, una práctica inversa por la cual Roma exporta producciones propias al exterior. Es lo que ocurre, por ejemplo, con las más arriba señaladas exportaciones de vino que se hacían desde Egipto al Índico, o en el contexto renano-danubiano del que hablara Tácito. Así, la presencia de materiales romanos en determinados entornos, como expondremos, también nos ayuda a caracterizar ciertos espacios como susceptibles de haber articulado escenarios de comercio exterior a gran escala. Salvando el problema de que múltiples hallazgos romanos, especialmente en las regiones más remotas con respecto a las fronteras imperiales, están decontextualizados –por lo cual, no se los puede categorizar como resultantes de una práctica comercial y ni mucho menos como prueba de que en tales enclaves residían y ejercían sus actividades los negotiatores y mercatores más allá de la frontera-, existen aquellos conjuntos arqueológicos, bien monedas, bien otro tipo de materiales, que sí que se pueden asociar con los ya señalados

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testimonios de contactos y prácticas comerciales entre Roma y sus vecinos, tanto los más inmediatos como los más lejanos. En la Germania Libre son muy comunes los hallazgos numismáticos55, la mayoría de ellos fechados entre los dos primeros siglos de la Era y la primera mitad del siglo III, con una enorme concentración de los mismos en los espacios protagónicos de los procesos comerciales apuntados por la literatura y la epigrafía, en áreas cercanas a la frontera y en los lindes de las rutas que unen el Imperio con las zonas productoras de bienes de importación, así como con los focos receptores de las que habrían sido algunas de las exportaciones romanas durante los siglos I-II (WHEELER [1954] 1955). Esto puede observarse bien en el siguiente mapa, donde una notoria acumulación se atestigua en las fuentes del ámbar Báltico entre el Vístula y el Niemen (DELGADO DELGADO 1999)56 y en torno a las rutas principales.

(JRS 26)

55 “quamqueam proximi ob usum commerciorum aurum et argentum in pretio habent formasque quasdam nostrae pecuniae agnoscunt atque eligunt” / “los más cercanos a nosotros, y debido al tráfico comercial, tienen aprecio al oro y la plata, y conocen y prefieren ciertos tipos de nuestra moneda”. (Tac. Germ. 5) 56 ¿Gotland como la isla de la que habla Piteas de Massalia? También en Delgado (1999).

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Atendiendo a esta distribución de los hallazgos numismáticos, vemos cómo guardan una relación directa con las rutas (como ilustra el mapa de O. Brogan adjunto más abajo) sobre las que se configuraba el comercio noreuropeo. A su vez, este tipo de distribución se ajusta a la proyección de otros materiales romanos sobre estos territorios, en particular la terra sigillata, una producción originaria de los talleres localizados en Heiligenberg, Rheinzalen, Blickweiler, Trier y Westerndorf para el caso de la Germania Libre occidental (desde Bohemia hasta la actual Holanda).

(JRS 26)

En el caso de los conjuntos de sigillata encontrados en las regiones europeas nororientales, especialmente en las zonas del Báltico, el foco de origen parece haber estado en Carnuntum, con una ruta de dispersión a lo largo de la Ruta del Ámbar. Igualmente encontramos, en todo este entorno, un notable conjunto de importaciones romanas más reconocidas, como las artesanías en plata y bronce que con frecuencia han

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completado los ajuares funerarios de las élites locales de los distintos pueblos germanos durante varias generaciones (PITTS 1989; GREEN 2007), pero sobre las que destacan, por su importancia en el campo del estudio y la comprensión del fenómeno comercial que nos ocupa, las cerámicas de uso cotidiano halladas en los territorios de las actuales, Moravia y Eslovaquia también de manufactura romana, intencionadamente fabricada para los compradores germanos al otro lado de la frontera (PITTS 1989) y cuyo foco de producción parece enconrarse en los centros alfareros de la provincia de Pannonia, que como comprobáramos en el apartado anterior, parece haber sido un entorno de concentración de multitud de negotiatores especializados en el comercio transfronterizo. Esta parcial romanización de los pueblos colindantes al limes danubiano, fruto de las actividades comerciales recíprocas con Roma -y de la que ya hablaba Tácito en su Germania57- también se testimonia en la existencia de edificaciones que responden a los usos constructivos romanos (PITTS 1987).

(PRZEWOZNA 1965)

57

“proximi ripae et vinum mercantur” / “los ribereños compran también vino”. (Germ. 23) Traducción de Requejo Prieto, 1981, BCG.

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La Ruta del Ámbar es uno de los entornos más caracterizables como potenciales localizaciones de los commercia romanos a los que hace referencia Plinio en el pasaje anteriormente citado. Precisamente, en toda la zona de la Pomerania, en la actual Polonia, el cauce del Vístula parece haber estado jalonado por múltiples enclaves que aparecen en torno a los dos primeros siglos de la Era, en clara vinculación con el incremento del tráfico comercial que tiene su origen en el Imperio Romano y llega hasta las costas del Báltico. Así, los yacimientos arqueológicos que aparecen en los entornos de Chelmo o de Elblag se asocian a una influencia de este flujo comercial, cuya importancia parece despuntar, precisamente, en estas fechas (PRZEWOZNA 1965: 167). En las costas del Océano Índico, tanto en el oriente africano, como en el Yemen o la propia India, los testimonios arqueológicos apuntan también a la existencia de enclaves comerciales romanos. En el Periplo del Mar Eritreo, fuente cuyo enorme potencial ya hemos destacado, existen constantes referencias a los puertos comerciales, los ἐµπόρια -plural de ἐµπόριον, relacionado semánticamente con la forma latina commercium/a-.58 Myos Hormos, en el Egipto romano, es una buena muestra de este tipo de enclaves, así como Berenice, en el que sucesivas campañas arqueológicas han sacado a la luz ánforas itálicas que también se han encontrado en la costa occidental de la India, y que habrían servido para contener los productos de intercambio detallados en el propio Periplo, tales como vino o aceite (TOMBER 2012: 206, 212). Estas ánforas también aparecen en el enclave de Adulis, en la antigua Eritrea. Aparte de estos puertos, no se han localizado otros puertos de similar escala en la costa africana que canalizaran el comercio con el Índico y el Mar Rojo. Destaca sin embargo Rhapta, en la costa de Tanzania, como enclave de importancia, y que en el marco temporal que nos ocupa parecía responder al control del soberano árabe de Mapharitis (PME, 16). En el Yemen, una de nuestras principales referencias para la caracterización de un emporio comercial en el contexto de estas rutas es Leuke Kome. Aunque multitud de estudios se han hecho a fin de poder localizar este lugar (NAPPO 2010), lo cierto es que su situación aún resulta incierta, pero habría sido, en concordancia con el Periplo, un puerto fundamental en el que se canalizaría todo el comercio procedente desde el Mar

58

TLG., s/v. s. s. “ἐµπόριον”.

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Rojo, hacia la India. En territorio del Reino Nabateo, daba acogida a mercaderes romanos implicados en el trato de los aromata y otros productos. Tal presencia romana se atestigua por parte del propio Periplo (PME, 19), en donde se puede leer que una guarnición militar bajo el mando de un centurión tenía la misión de proteger el lugar. Es de suponer que tales fuerzas velaban por la seguridad de los comerciantes y sus productos en este lugar, del mismo modo que existían agentes romanos –así como nabateos subordinados al gobierno de Roma-, encargados del control de los impuestos y de las tarifas (PINA POLO 2010: 105). La antigua Qana ha proporcionado también importante evidencia material en su propio desarrollo como enclave. Establecido en el siglo I en el entorno de la colina de Husn-al Ghurb, crece exponencialmente a medida que aumenta el tráfico comercial en la región, coincidiendo con el apogeo de la economía de intercambio entre Roma y la India, hasta bien entrado el siglo III (SELAND 2014: 376). Ya en sus más tempranas fases de ocupación encontramos ánforas Dressel 2-4 y Dressel 1 b y 7-11, empledas en el transporte de garum, vino y probablemente también trigo (PINA POLO 2010: 110). La dispersión de hallazgos arqueológicos en las más alejadas regiones de la India, por otra parte, ofrece el marco interpretativo adecuado para establecer una potencial área de localización de commercia en este territorio, puesto que los cuantiosos testimonios numismáticos y cerámicos (TOMBER 2012) se relacionan con la aparición de estos puestos en la Tabula Peutingeriana en la que incluso existe una referencia inequívoca a un Templo de Augusto (Tab. Peut. XII, 5) cerca en Muziris, y que ha sido asociado al sitio arqueológico de Pattanam, excavado sólo muy recientemente y que comienza a dar importantes frutos, en forma de cerámicas mediteráneas –romanas- y otros materiales del mismo origen junto a un sustrato arqueológico de variada procedencia y nativo (SELAND 2014: 372). Las evidencias romanas pueden estar señalando, hasta cierto punto, una presencia directa de agentes comerciales de tal origen, lo que los convertiría en emporios romanos y no meramente en espacios receptores indirectos de las cuantiosas importaciones romanas en ellos localizadas junto a aquellas de producción local: vidrios mediterráneos, terra sigillata y ánforas vinarias, datadas todas entre los siglos I a. e. c.II e. c. (SELAND 2014: 372-73). Esto es especialmente constatable en el caso de Pattara y de Arikamedu, donde importantes lotes de sigillata, sin paralelo en otros yacimientos del entorno, se interpreta como señal de la presencia permanente de

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comerciantes romanos en este lugar, importada o llevada allí por estos para su propio consumo (PINA POLO 2010: 110).

Enclaves comerciales con testimonio arqueológico de presencia romana directa. Elaboración propia, mapa de base Esri 2015

Este planteamiento se puede acompañar de las propuestas de Whittaker según las cuales las lejanas regiones de la India, a ojos de los romanos, habrían formado parte del dominio imperial, un dominio, según Whittaker, definido no por las fronteras sino por vías (WHITTAKER 2004). Esta idea se sustenta en múltiples representaciones iconográficas que pueden ayudarnos a entender mejor la percepción que los romanos tenían de estos territorios, y a valorarlos consecuentemente como entornos de localización de los commercia. A este respecto, podemos traer a colación aquellas representaciones artísticas en las que la India, en figuraciones antropomórficas, se nos aparece con los atributos propios de una provincia civilizada según los estándares romanos, que contrasta fuertemente con las representaciones del mismo tipo, que atañen a regiones bárbaras conquistadas, que toman la forma de mujeres despojadas de toda dignidad y sometidas al Emperador reinante (WHITTAKER 2004: Figuras 2, 3, 5, 6).

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4 Conclusiones y futuras perspectivas

Llegados a este punto, podemos establecer una primera conclusión de base: Existe una notable, aunque inmesurable, actividad de intercambio establecida entre el Imperio Romano y los espacios exteriores del mismo, que da pie al desarrollo de un modelo comercial en la perferia y más allá del limes caracterizado por el establecimiento de una serie de enclaves a los que podemos referirnos como commercia o, en su variante griega, ἐµπόρια –y que parece en exclusiva limitada, esta última, a la esfera oriental-. Estos espacios se pueden identificar en distintos lugares, aplicando una serie de características que les son comunes como realidad histórica: Dejan clara huella arqueológica, dejan huella en las fuentes literarias, y se ajustan a un modelo de funcionamiento acorde a las dinámicas socioeconómicas propias del Imperio, aquellas que ya hemos expuesto en nuestro marco teórico. Esta huella no siempre será un testimonio directo y en muchos casos, en el manejo de metodologías para la localización y estudio de los enclaves comerciales extraprovinciales habremos de buscar pistas indirectas, elementos que puedan servir en la elaboración de un esquema general que nos permita conocer la efectiva presencia, en determinadas regiones, de nuestro esquivo objeto de interés. La propia existencia de un término específico con el que referirse a estos enclaves, tanto en latín como en griego, parece estar haciendo referencia a una suerte de actividad organizada, por parte de Roma, a la hora de abordar los mercados exteriores y encauzar, mediante vías administrativas, este tráfico de bienes y productos. Si bien no podemos contestar la pregunta de hasta qué punto estuvo organizado este comercio, nos parecen bastante evidentes las implicaciones del poder estatal romano en un esfuerzo por amparar este comercio, que se manifiesta en una toma de conciencia, por parte del propio poder imperial, de su papel como benefactor de estas actividades. Igualmente, la existencia de ciertos “grupos de presión” en el seno de la sociedad romana, con intereses particularmente centrados en el comercio a larga distancia, habría influído en la política exterior del Imperio; una dinámica que se habría remontado ya en épocas inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Púnica (DELGADO DELGADO 2011: 160). A lo largo del tiempo, como sugiere Harris (1989: 96-97), la presencia de estos

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negotiatores en determinados territorios se puede considerar como una antesala a la ocupación y conquista militares por parte de Roma; proceso en el cual estos grupos acaban ostentando, en consecuencia, la categoría de auténticos grupos de presión que consiguen focalizar la atención y los recursos del Estado en sus propias y particulares áreas de interés. La presencia de negotiatores en entornos limítrofes y extraprovinciales testimonia a su vez la existencia de intereses comerciales en estas regiones, implicando el desarrollo de procesos comerciales y de intercambio de bienes a larga distancia. Aparte de la compraventa de mercancías a través de la utilización de la moneda romana, bienes tales como el vino o artefactos cerámicos habrían sido canjeados con los pueblos extranjeros por otros de la más diversa naturaleza (MORELL 1990: 406), la mayoría de los cuales habrían tenido una procedencia exclusiva mediante estas vías, ya que no podían ser suplidos desde dentro del mismo Imperio. Existía, así lo creemos, un marco jurídico por el que se establecía cierto orden de seguridad y legalidad para los comerciantes romanos que operaban fuera de los espacios provinciales. La figura del ius commerci que apunta Tácito está en relación con una condición jurídica propia del Derecho Romano, facultad emanada del ius civile que Roma reconocía a diversas categorías de personas jurídicas59, incluidas los peregrini los extranjeros o exterae nationes et gentes- (BETANCOURT 2010: 57-58). Este ius commercii o commercium se ha definido como el derecho recíproco de comprar y vender que se hacía inter vivos –es decir, no excluye a personas no ciudadanas-, pero en el caso de los extranjeros, la realización de tales intercambios de mercado debía estar reconocida políticamente, bien fuera por tratados o por concesión unilateral de Roma como potencia (PONTORIERO 2012: 133). Los mercaderes romanos viajaban a tierras lejanas y extrañas en busca de oportunidades de negocio, y debían disponer de lugares de encuentro adecuados para el establecimiento y la continuidad de este tipo de tratos. Esto permite pensar en un adecuado marco jurídico bajo el que pudieran los negotiatores romanos en entornos ajenos al Estado, a través de pactos y negociaciones con los poderes de los reinos extranjeros y cuya ausencia en épocas de crisis y conflictos, en las que tal marco jurídico quedaba derogado, podía

59

En el Derecho Romano clásico, como es sabido, no todo ser humano o individuo (caput) es persona y no todas las personas poseen el mismo estatuto jurídico. Esto establece diferentes categorías: los Cives -a su vez divididos en ingenui y libertini-, los latini (Betancourt ibíd.)

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conducir a situaciones como la matanza de ciudadanos romanos de la que habla Dión Casio60. Consideramos por esto que los enclaves extraprovinciales en los que se llevaba a cabo la materialización de estos acuerdos son los lugares que Plinio, en el pasaje anteriormente citado, define como commercia, en virtud de que son lugares destinados a actividades comerciales o mercantiles en espacios que escapaban al ámbito jurídicoadministrativo de las provincias, al igual que los ἐµπόριου ένθεσµον. Es preciso hacer una valoración del aporte que el estudio de estos commmercia, su localización y caracterización pueden traer al seno del debate académico sobre la naturaleza de la economía romana imperial. Debate tratado en las fases preliminares de este trabajo en tanto que fundamento teórico ineludible en todo estudio que involucre cuestiones de carácter económico relativas a la Antigüedad Clásica en general y al mundo romano en particular. Ya hemos comentado el carácter que, a la luz de los diferentes testimonios, define a estos commercia como articuladores de un modelo de actividad comercial cuyo fin era el abastecer al Imperio de determinados productos. En efecto, la distribución espacial, a nivel regional, de los testimonios de actividad comerical exterior, parecen indicar que los así llamados artículos de lujo eran los principales bienes que buscaban ser adquiridos. Pero igualmente, en paralelo con estos productos, existe un notable tráfico de bienes básicos hacia el interior del Imperio y viceversa. Podemos considerar así que la esfera comercial de la economía romana se encuentra en un lugar preeminente del esquema económico durante los dos primeros siglos de la Era, en convivencia con la extensa base agropecuaria que sustenta el sistema. Como hemos señalado varias veces, el contexto territorial y político en este marco temporal es un terreno muy propicio para la expansión del área de mercado, gracias a las facilidades proporcionadas por las instituciones, formales o informales, y aunque aún no podamos llegar a caracterizar plenamente el alcance de dicha esfera de comercial, no cabe duda de que la economía romana, en futuros trabajos, habrá de ser valorada en función de esta realidad en la que conviven ambas dinámicas. En definitiva, podemos decir que la superación de las antiguas líneas del debate entre modernistas y primitivistas se superan a través de la articulación de un discurso con una base 60

“Μᾶρκος Οὐινίκιος Κελτῶν τινας µετελθών, ὅτι Ῥωµαίους ἄνδρας ἐς τὴν χώραν σφῶν κατὰ τὴν ἐπιµιξίαν ἐσελθόντας συλλαβόντες ἔφθειραν, τὸ ὄνοµα καὶ αὐτὸς τὸ τοῦ αὐτοκράτορος τῷ Αὐγούστῳ ἔδωκε.” / “Marco Vinicio también hizo que se le concediera la aclamación imperial a Augusto, quien dirigió una operación de venganza contra algunos celtas porque habían hecho prisioneros a unos ciudadanos romanos que se habían introducido en su territorio con la intención de establecer relaciones comerciales y los habían acabado matando.” Dio., LIII, 26. Traducción de García Gual, 2011, BCG.

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conceptual que permita superar el estancamiento teórico, apoyado a su vez en nuevas perspectivas en la investigación, con el tratamiento de nuevos sujetos de estudio que hasta ahora apenas habían sido valorados en todo su potencial. Consideramos también preciso reflexionar acerca de la desigualdad que existe entre las distintas regiones en lo referente a la información disponible. En la elaboración de este trabajo, cuyo objeto es el establecer un marco para futuras labores de investigación sobre los commercia, hemos tenido que dejar de lado ciertas regiones para las cuales puede existir, en efecto, un potencial, pero en la medida en que no han proporcionado evidencias suficientes no han podido ser contempladas en nuestro estudio. La región más perjudicada en este sentido ha sido el África sahariana, para la cual se ha sugerido la existencia de rutas comerciales que atravesaban el desierto, pero como algunos autores se han apresurado a señalar (SWANSON 1975), la escasa cantidad de evidencias no pueden respaldar esta afirmación. En este sentido futuras investigaciones son necesarias, en todos los ámbitos territoriales del Impero, pero en especial en los que menos fructíferos se muestran a día de hoy, a fin de poder establecer un adecuado punto de partida en la búsqueda de estos commercia en la periferia del Imperio. En los casos que hemos contemplado en este trabajo, si bien la cantidad de información disponible no se encuentra tan dramáticamente reducida como la que existe para el estudio del comercio transahariano, lo cierto es que sí que resulta desequilibrada, planteando un panorama heterogéneo. Es ilustrativo, por ejemplo, el enorme detalle que existe por parte del Periplo del Mar Eritreo en comparación con la inexistencia de guías que cumplieran similar función, y reportaran de igual manera los territorios de la Germania Libre, por ejemplo. Hay que señalar como muy posible culpable de tal mutismo a la pérdida de obras literarias romanas durante los siglos que nos separan del momento en que fueron escritas. Sin embargo, también hay que considerar que la propia naturaleza del comercio en las regiones oceánicas del Índico hacían más necesaria la existencia de este tipo de hojas de ruta que guiaran a los mercantes que se aventuraran en tales aguas; en definitiva, un medio más hostil, geográficamente hablando, que el Germano, en el que las numerosas caravanas habrían debido limitarse a recorrer los commercia a través de los caminos que los frecuentaban –una imagen que encaja muy bien con la breve descripción del viaje que Plinio hace en el fragmento más arriba citado-. Es importante destacar esto ya que en un primer vistazo puede dar la justificada

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impresión de que el comercio entre Roma y los pueblos de la llamada Germania Libre fue precario y de poco peso en comparación con lo que sucede en Oriente, algo que muchos autores, aún hoy, parecen asumir precipitadamente61. Por esto es que consideramos conveniente el adecuado abordaje de las distintas fuentes disponibles, complementando

adecuadamente los

datos

epigráficos

y literarios

con

los

arqueológicos, a fin de poder aproximarnos con el mayor rigor posible al análisis de estos enclaves, los commercia, en la periferia y más allá del limes.

61

Por ejemplo, Albaladejo (2012-13), quien considera que los esfuerzos de la política exterior romana se concentraban en oriente más que sobre cualquier otro tipo de entorno, motivados especialmente por la fascinación que en ellos ejercía este entorno.

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