Más Allá de la Vida ACADÉMICA…

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Descripción

Más Allá de la Vida ACADÉMICA… Mtro. Leonardo da Silveira Borne Universidade Federal do Ceará –Sobral Brasil/Facultad de Música, Universidad Nacional Autónoma de México.



Alguien que no se preocupa por el proceso educativo y no piensa cómo mejorarlo, para mí es un simple impartidor de clases, no un educador

Leonardo da Silveira Borne El Mtro. Leonardo da Silveira Borne es flautista licenciado en composición por la Universidad Federal do Rio Grande do Sul, misma institución en donde obtuvo el grado de maestro en educación en el 2011. Cursó la licenciatura en musicoterapia en Facultades EST de Brasil. Es catedrático e investigador de la Universidade Federal do Ceará campus Sobral y de la Facultad de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México, misma institución en donde actualmente concluye sus estudios de doctorado. Algunas de sus líneas de investigación son: la educación musical, la formación de maestros, diseño curricular, el solfeo, el entrenamiento auditivo, la armonía, el contrapunto y la pedagogía universitaria. 42

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¿Dónde nació? Nací y toda mi crianza fue en el estado sureño-gaucho Rio Grande del Sur, frontera de Brasil con Uruguay y Argentina. Es un contexto peculiar en Brasil, ya que la migración europea ahí fue muy fuerte y, por lo tanto, muchos de los rasgos vistos como “brasileños” a mí casi no me han tocado. Nuestra música es distinta, formas de cultura, de relación entre las personas, etc. Tenemos mucho orgullo de nuestra identidad gaucha, aunque frecuentemente somos prepotentes en relación a nuestra herencia cultural.

Háblenos sobre su familia nuclear, pareja, hijos, padres, hermanos u otros familiares cercanos: ¿Cómo son o eran? ¿A qué se dedican? ¿Cuál es el papel jugaron o juegan en su vida personal y en su vida profesional?

Mi núcleo familiar está dotado de personas que entienden el valor que tiene la educación escolarizado (o, por lo menos, la función social de tal). Mi mamá es bibliotecaria jubilada y mi papa era profesional autónomo, hoy jubilado. Crecí en un ambiente de muchas letras, en donde, aunque estábamos económicamente mal, los libros y el conocimiento nunca se nos eran negados a mí o a mi hermano. Trataban de equilibrar el desarrollo intelectual con incursiones en el deporte, pero como no veíamos el ejemplo en mis papás, esto lo fuimos descubriendo cada uno de nosotros. A mí hermano le tocó aprender la danza (tradicional y típica de nuestra región y de Latinoamérica) y jugaba volei. Por otro lado, yo había recibido un diagnóstico de TDAH (variante falsa, tipología que no sé si sigue vigente), hice terapia lacaniana, mis deportes fueron el volei, lo que mantengo hasta el día de hoy, y después el futbol americano y la danza de salón. Cuando estaba por cumplir los 13 años, mi mamá me inscribió en un proyecto de extensión de la universidad autónoma de allá, llamado “Proyecto Preludio”. Ahí fue mi inicio en la formación musical (había cantado en un coro infantil antes, pero la verdad no me acuerdo mucho, sólo que hicimos un viaje y que cantamos en una radio de la ciudad). El Proyecto Preludio era vanguardista, pues se basaba en los preceptos de la pedagogía crítica de Paulo Freire, y la trataba de acercar a la educación musical. Pese a la discusión académica por detrás de ello, lo que sí sé es que la música para mí siempre fue una experiencia alegre, respetuosa y social –hoy estoy seguro que esto enmarcó y enmarca mucho de mis creencias y de mi quehacer docente e investigativo.

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Háblenos sobre su infancia y adolescencia: ¿Qué gustos y aficiones tenía? Soy una persona típica de la generación X latina, nacido en una familia de clase media, por lo que mis papás (especialmente mi mamá) han intentado darme las mejores oportunidades educacionales. Por cuestiones económicas, toda mi educación primaria y secundaria fue en escuela pública y la preparatoria la cursé en privada, para prepararme mejor para las pruebas de ingreso a la universidad. Mi formación musical siempre fue extracurricular, aunque he tenido por ahí un par de clases de música en la escuela. Un hecho significativo de mi vida fue el cambio de la secundaria a la prepa: salí de una escuela pública ubicada en una zona noble de la ciudad, en donde yo estudiaba con los hijos de los empleados domésticos, y empecé la prepa en una escuela La Sallista en la parte noble del centro de la ciudad, en donde estudiaban muchos wannabes, y sus papás eran los que contratarían los empleados domésticos que eran papás de mis ex colegas. Este choque de realidades en un principio fue muy difícil, me dejó severas marcas en mi personalidad, especialmente el hecho de siempre tratar a todos como iguales. Por otro lado, sufrí mucho bullying durante el período escolar, especialmente en la prepa, pues siempre fui alto, grande, llenito, sacaba las mejores calificaciones sin esforzarme mucho, estudiaba música, ya daba señales de mi orientación sexual, participaba de los grupos extracurriculares que nos proponía la escuela y que eran vistos como ñoños (como club de química, club de teatro, coro juvenil, pastoral de la juventud, etc.), lo que me ha llevado a no vivir mi adolescencia como mis compañeros la vivieron. Esto me llevó a decidir por la música como carrera, y fui aprobado la primera vez que me presenté en el concurso para ingresar a la autónoma de mi estado (que en Brasil se llama “Vestibular”), con 17 años.

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¿Qué sucesos o experiencias de esas etapas tuvieron especial influencia para que usted se dedicara a la vida académica? Cuando entro en la “uni”, yo soy el bebé de mi generación, con mis compañeros con edades entre 25 y 55 años… es decir, yo: nerd, ñoño, adolescente… mis compañeros con familia, trabajos fijos… Puedo decir que no tuve un “grupo social” como tal allá, sino amigos puntuales. Por diferencias con la maestra de instrumento y con la propuesta curricular vigente de la licenciatura en educación musical –curso al cual había ingresado–, decidí cambiar mi carrera para composición. Soy titulado en composición musical, pero no me considero compositor; si me preguntan, siempre digo que soy educador, educador a través de la música. Por un arreglo “técnico” que hice con mi mamá, concomitantemente a la licenciatura, saqué una carrera técnica en informática –que me sirvió para ganar una lana por un tiempo y para decir que me gusta trabajar con personas, no con máquinas– (y para ser un excelente usuario de computadoras, ya que las mías difícilmente se descomponen). Mientras estudiaba ambas carreras, empecé a impartir clases en la educación infantil (mi primer empleo fue un fracaso, los otros pues ya había aprendido) y en educación especial. Esto me llevó con que quisiera empezar una segunda licenciatura, mientras cursaba composición y después de haber terminado la carrera técnica. Oportunamente hacía un par de años que en una ciudad cercana de la mía, en la zona metropolitana, abrió un curso de musicoterapia, licenciatura. Fui. Me enamoré. Este era mi mundo. Y viví feliz para siempre. Pero no… curiosamente, durante la prepa hice de estos test vocacionales, y me acuerdo perfectamente que las áreas de interés que salieron, conforme mi personalidad, fueron: 1- Artes; 2- Investigación; 3- Salud. El (pseudo)psicólogo me dijo que debería intentar medicina, y yo le preguntaba de la vocación para las artes y la investigación. Su respuesta fue “esto es tu inconsciente, vete a estudiar medicina y tendrás mucho dinero”. Bueno… no me hace falta lo económico, tampoco soy rico, pero estoy muy a gusto en dónde estoy, y sí, soy feliz haciendo esto.

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Regresando al curso de musicoterapia, desafortunadamente las cuestiones de la vida no me dejaron concluir la carrera (¡me faltan nada más 100 horas de práctica clínica!), pero uno puede salir de la musicoterapia, y la musicoterapia no sale de ti. En el 2008 concluí la carrera de composición y en este mismo año fui aprobado para la maestría en educación en la misma universidad. Fue una cuestión más de conveniencia para mí que una verdadera vocación (acuérdense: soy educador, después todo el resto). Soy educador. Alguien que no se preocupa por el proceso educativo y no piensa como mejorarlo, para mí es un simple “impartidor de clases”, no un educador. Pensar el proceso educativo significa pesquisar, buscar, investigar. Investigar no como una investigación en los moldes APA, sino la investigación de cómo ser más efectivo en tu quehacer docente. Así nace el investigador en mí, que después aprende a ser investigador APA. Pero esto pasa ya dentro de la maestría, no antes de esto (aunque he participado en proyectos de iniciación temprana a la investigación, pero esto no me ha aportado mucho). En este sentido, para mí el investigador no se desvincula del educador, y este soy yo como ser humano. Aunque mis compañeros y amigos siempre me halagaban por ser (o parecer ser) inteligente, yo nunca me he creído así. De hecho, desde la carrera tuve que pasar, sin saber, por un proceso de empoderamiento de “Sí, puedo”. Cada evento académico que me aprobaban una ponencia o taller, cada gira o concierto que tocaba, cada conquista personal me fue empoderando poco a poco. Hoy puedo decir que confío en mis capacidades, pero fue un largo proceso, ya que la academia lo que te hace es jalarte hacia abajo. Tuve muchos maestros que preferían tener una visión obscura, negativa y pesimista de los estudiantes en lugar de promover las capacidades de cada quien, buscando mejorar desde ahí.

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Sobre la investigación: ¿Qué papel considera que juega la investigación en la formación de estudiantes de licenciatura y posgrado? ¿Qué le gustaría decirle a nuestros lectores acerca de la investigación, sobre su relevancia y pertinencia? Muchas personas han pasado por mi vida y me han apoyado en la investigación, sin embargo las que han sido más importantes no son las que sabían el APA de memoria, sino las que eran humanas y traían el afecto como elemento constituyente de la práctica docente. Esther Beyer y Leda Maffioletti son ejemplos de personas humanas e íntegras, que fueron mis moldes de cómo ser humano (incluido ahí ser educador y, consecuentemente, investigador). Esther fue mi primera asesora, falleció muy joven, pero dejó marcas en mí y en otros amigos y asesorados a través de su conocimiento, buen carácter y felicidad. Leda fue mi tutora de maestría, con quien he compartido mucho. Imagínense: yo un chavo lleno de ideas (y como buen joven del signo Leo, queriendo imponer mis ideas a todos, porque lo que decía yo era lo correcto), ella ya cerca de sus 60s tratando de agarrarme de la mano y decirme que hay “muchos correctos”. Nos peleamos un par de veces, pero nuestras personalidades nos han facilitado mucho la convivencia. Aquí fue cuando “me cayó el 20” de que la afectividad entre estudiante y profesor es esencial para un aprendizaje significativo, en cualquier nivel educacional. Y esto también ocurre con la investigación: si no tienes afectividad por ella, es una chamba más, no una vocación. O por lo manos así la veo yo. Para mí, la investigación sirve para mejorarse como ser humano, y como consecuencia el mundo ya sabe un poquito más de esto, bajo una visión específica y “científica”.

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En investigación educativa, opino que no se halla el hilo negro, más bien tratamos de entender un contexto por el cual estamos enamorados y ver lo que puede ser más adecuado como acción educativa, y los frutos académicos de la investigación (como publicaciones, participaciones en eventos académicos, etc.) son consecuencias padres. Yo no hago investigación para tener publicaciones o para los otros, hago para mí mismo y para mi desarrollo personal y profesional (ok, admito que me masajea el ego cuando veo mi nombre en alguna publicación, pero entiendo esto como consecuencia sana de mi trabajo y aprendizaje). Es por esto que mi mayor dificultad con la investigación es la mega y estúpida importancia que se ha puesto en ella en el medio académico, en donde no importa la calidad de tu trabajo o cómo es tu práctica académica y docente; lo que se requiere son muchas publicaciones en journals indizados con alto factor de impacto para el área. Esto no es hacer investigación, esto es producir resultados que, frecuentemente, son sin importancia (esto sin hablar de los refritos…). Es difícil jugar este juego, las reglas son claras, pero las personas en posición de destaque son perversas, y todo el proceso no se me hace justo ni verdadero.

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Bueno, todo esto para decir que la investigación es parte de la persona, pero la persona debería ser más que su investigación. Mi persona es compuesta del Léo (con signo Leo) que, además de educador, músico e investigador, también juega volei, baila salsa, cocina, viaja y le encantan los paseos al tianguis con un café fuerte o una copa de vino. No soy el “doctorante”, no soy el “maestro”, soy Léo. Así de sencillo. Como tengo la costumbre de decir, dejo los títulos a los que no tienen otros atributos más interesantes en su vida, los que necesitan de ellos para sentirse alguien. Y esto para mí no es ser investigador y, por lo tanto, sus investigaciones poco me dicen, puesto que no son parte de sí mismos. O quizá ellos sepan cuántas páginas de currículo vitae y de artículos publicados se puedan llevar cuando partan de este mundo, yo no.

Revista Electrónica de la Maestría en Educación Año 03 No. 04 Ener o Juni o de 2016

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Las fotografías incluidas en los artículos de este número son de uso libre (CC0 Public Domain).

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