Más allá de la política: el imaginario simbólico del nacionalismo vasco en el exilio francés

October 2, 2017 | Autor: Santiago de Pablo | Categoría: Spanish History, Basque History, Spanish Republican Exile, Basque nationalism
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MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA. EL IMAGINARIO SIMBÓLICO DEL NACIONALISMO VASCO EN EL EXILIO FRANCÉS* Santiago de Pablo Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

Los nacionalistas vascos en Francia El 19 de junio de 1937 el ejército franquista conquistó Bilbao. Poco después, todo el territorio vasco estaba ya en manos de los sublevados. Muchos dirigentes y militantes nacionalistas vascos pudieron huir a Cantabria y Asturias, desde donde —a pesar del fiasco del Pacto de Santoña, que supuso la rendición de los batallones nacionalistas a los italianos aliados de Franco— bastantes se desplazaron a Francia y a Cataluña, todavía en poder de la República, donde instaló su sede oficial el Gobierno Vasco, presidido por José Antonio Aguirre. Dada su mentalidad, estos miembros del Partido Nacionalista Vasco (PNV) que se refugiaron en la España republicana se consideraban ya en el exilio desde la conquista del País Vasco por Franco. Para ellos, ni siquiera Cataluña, a pesar de incrementarse durante la guerra los lazos con este pueblo hermano de los vascos, eran la patria por la que habían luchado desde que, en julio de 1936, sus dirigentes habían decidido apoyar a la República contra los alzados 1.

1 Aunque, además del católico PNV, desde 1930 existía Acción Nacionalista Vasca (ANV), como representante de un nacionalismo republicano y de izquierdas, la exigua base numérica de este partido, tanto en la Segunda República como en el exilio, nos lleva a centrarnos en el análisis del PNV, que prácticamente monopolizaba el campo nacionalista vasco en la posguerra. Sobre el nacionalismo vasco durante la Guerra Civil, cfr. : de Meer, Fernando, El Partido Nacionalista Vasco ante la Guerra de España (1936-1937), (Pamplona: EUNSA, 1992); de Pablo, Santiago, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, El péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco. II (1936-1979), Barcelona: Crítica, 2001), pp. 9-74; de la Granja, José Luis, El oasis vasco. El nacimiento de Euskadi en la República y la Guerra Civil, Madrid, Tecnos, 2007 y Núñez Seixas, Xosé M., «Los nacionalistas vascos durante la Guerra Civil (1936-1939): una cultura de guerra diferente», Historia Contemporánea, 35 (2007), pp. 559-599. Sobre el exilio en Cataluña, cfr. Arrien, Gregorio

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Pero, en abril de 1939, con la derrota final de la República, este primer exilio dio paso a un destierro más acusado, que ni siquiera contaba ya con el paraguas protector de la Generalitat catalana ni con la esperanza de que el bando republicano pudiera dar la vuelta a la situación militar y permitir la reconquista del territorio vasco. Desde el final de la guerra civil, Francia concentró casi todo el exilio nacionalista vasco, que fue muy heterogéneo en cuanto a condiciones de vida (desde campos provisionales de internamiento a elegantes villas vasco-francesas) y a posibilidades de acción política. La situación se tornó aún más difícil tras el inicio de la segunda guerra mundial, en septiembre de 1939, que aceleró el traslado —en muchos casos definitivo— de muchos vascos a América, huyendo de los efectos de un nuevo conflicto bélico. En Europa, la única esperanza del PNV en esos años fue la derrota de las potencias totalitarias. Su sueño era una victoria aliada, que supondría un cambio de régimen en España e iría unido al logro de mayores cotas de autogobierno para el País Vasco 2. Después de la derrota alemana, el PNV continuó su estrategia pro-aliada, manteniendo el Gobierno Vasco en el exilio, con sede en París y con Francia como centro neurálgico de su acción política, aunque numéricamente fueron más los nacionalistas que se establecieron en América. En la inmediata posguerra mundial, la situación internacional parecía buena para la oposición al franquismo y por ello el PNV llevó a cabo diversas actividades de propaganda y resistencia, que culminaron en las bastante exitosas huelgas generales de 1947 y 1951. Con ellas, el PNV y el Gobierno Vasco pretendían aprovechar la coyuntura internacional, tras el final de la segunda guerra mundial, para unir su futuro al de las democracias occidentales y llamar la atención de los aliados, y sobre todo de los Estados Unidos, sobre el mantenimiento de la dictadura franquista. Sin embargo, los dirigentes nacionalistas en Francia terminaron dándose cuenta de que los aliados no iban a expulsar a Franco. Paralelamente, la oposición al régimen comenzó a dar muestras de agotamiento en la década de 1950. La desmoralización de los militantes y el cambio de coyuntura de la política internacional, con la Guerra Fría, hicieron que el PNV perdiera fuerza. Ante

e Iñaki Goiogana, El primer exilio de los vascos. Cataluña, 1936-1939, (Barcelona: Fundació Ramon Trias Fargas/Fundación Sabino Arana, 2002). 2 Sobre la evolución política del exilio vasco en Francia en la posguerra, cfr. de Aberásturi, Juan Carlos Jiménez, De la derrota a la esperanza. Políticas vascas durante la Segunda Guerra Mundial (1937-1947), (Bilbao: Instituto Vasco de Administración Pública, 1999); Goiogana, Iñaki, Xabier Irujo y Josu Legarreta (eds.), Un nuevo 31. Ideología y estrategia del Gobierno de Euzkadi durante la Segunda Guerra Mundial a través de la correspondencia de José Antonio Aguirre y Manuel Irujo, (Bilbao: Fundación Sabino Arana, 2007); Mees, Ludger, El péndulo patriótico, pp. 75-324.

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esta crisis generalizada, unida al hecho de que el paso del tiempo permitía el regreso a la España franquista de los que habían tenido menos responsabilidades políticas, los nacionalistas vascos que permanecieron en Francia se aferraron como apuesta de futuro a su participación en el movimiento europeísta y en la internacional demócrata-cristiana 3. En 1960, la muerte del presidente del Gobierno Vasco José Antonio Aguirre (que fue sustituido por el también miembro del PNV Jesús María Leizaola) abrió una nueva etapa en la historia del exilio vasco en Francia. Aunque el PNV mantuvo encendida la llama del Gobierno Vasco en el exilio hasta el final de la dictadura, el principal protagonismo de la oposición nacionalista desde los años sesenta no estuvo ya en el PNV sino en una nueva organización, Euskadi ta Askatasuna [País Vasco y Libertad] (ETA), nacida en 1959. Al principio, ETA no supuso una ruptura ideológica con el nacionalismo vasco más radical, pero enseguida el PNV se distanció de su deriva revolucionaria y de sus métodos terroristas, acentuados desde 1968. Aunque los lazos de solidaridad nacional y antifranquista entre el PNV y ETA continuaron siendo fuertes durante toda esta etapa, la aparición de ETA supuso la ruptura más importante en la historia del nacionalismo vasco y la aparición de una fisura notable en el hasta entonces casi monolítico exilio nacionalista en Francia 4. Un exilio particular Francia fue, por tanto, el centro de operaciones del exilio de los nacionalistas vascos entre 1937/1939 y la recuperación de la democracia en España. En ocasiones Francia fue sólo un punto de paso intermedio para exiliados que buscaban trasladarse de forma definitiva a algún país americano o que esperaban poder regresar a España, cuando se aseguraban de que su situación personal no estaba ya amenazada por las autoridades franquistas. Otros exiliados vascos, por el contrario, permanecieron largo tiempo en Francia, que además fue —salvo en momentos puntuales, como los años finales de la guerra mundial y su inmediata posguerra—, el campo de batalla donde se jugaron los intereses políticos del exilio vasco entre 1939 y 1975. No obstante, el destierro nacionalista vasco en Francia fue, en cierto sentido, diferente tanto a otros exilios nacionales en este

3 Cfr. Arrieta Alberdi, Leyre, Estación Europa. La política europeísta del PNV en el exilio (1945-1977), (Madrid: Tecnos, 2007). 4 Sobre la primera ETA, cfr. Jáuregui, Gurutz, Ideología y estrategia política de ETA. Análisis de su evolución entre 1959 y 1968, (Madrid: Siglo XXI), 1981 y Watson, Cameron, Basque Nationalism and Political Violence. The Ideological and Intellectual Origins of ETA, (Reno, University of Nevada, 2007).

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país como al de Latinoamérica, el otro gran lugar de acogida de los vascos a partir de 1939. En primer lugar, el exilio nacionalista vasco posterior a la guerra civil estaba fuertemente estructurado y centralizado en torno a un solo partido (el PNV ), que a su vez controlaba con claridad el Gobierno Vasco en el exilio, a pesar de que en él estaban incluidos otros grupos políticos (el PSOE, ANV, Izquierda Republicana y, durante algún tiempo, el Partido Comunista y Unión Republicana). Tanto el PNV como el Gobierno Vasco mantuvieron razonablemente activa su estructura en el exilio, a pesar de las lógicas dificultades que tuvo que superar, comunes al conjunto del destierro republicano (conflictos internos, problemas económicos, desesperanza ante el paso del tiempo, desconexión entre el interior y el exilio, etc.). Pocos partidos tuvieron entre 1939 y 1975 tanta continuidad como el PNV y lo mismo sucede con el Gobierno Vasco, mucho mejor estructurado que el catalán o el propio Gobierno republicano español, por no hablar del caso de Galicia. Todo ello diferencia al exilio vasco del catalán, el gallego o incluso el español en su conjunto, pues en ellos no existía la misma centralidad organizativa ni la misma continuidad, que sólo se rompió en parte a partir de 1959, con la aparición de ETA. En segundo lugar, a diferencia de lo que sucedía en América, el exilio nacionalista en Francia no se encontró apenas con una inmigración económica vasca anterior a la guerra civil, que en varios países latinoamericanos había sido muy importante desde el siglo XIX. La llegada del exilio político de 1939 se tradujo en un recrudecimiento de las luchas identitarias entre los vascos residentes en diversos países, como Argentina o México. Aquí ya se habían producido antes enfrentamientos entre nacionalistas vascos y los que mantenían una identidad nacional española, centradas en el control de los Centros Vascos, que incluso dio lugar a la creación de espacios de sociabilidad específicamente nacionalistas, frente a los centros vasco-españoles 5. Esto no sucedió en Francia, donde la

5 Esta lucha identitaria se reflejó en que buena parte de los vascos residentes en América apoyaran a Franco, ante la sorpresa de los dirigentes del PNV. Así lo reflejaba, por ejemplo —aunque no en todos los países la proporción fuera la misma— una carta enviada desde México: «Para nosotros ha sido una dolorosa sorpresa la situación política de nuestros compatriotas; es decir, su modo de pensar en relación con la guerra. La mayoría simpatiza con Franco» (Citado en El péndulo patriótico, p. 57). Sobre el nacionalismo y la inmigración a América, cfr. Álvarez Gila, Óscar, «Ameriketako euskaldunak eta abertzaletasuna (1900-1940)», Muga, 93 (1995), pp. 86-96 e id., «Vascos y vascongados: luchas ideológicas entre carlistas y nacionalistas en los centros vascos en el Río de la Plata, 1890-1930», En de Zaballa, Ana, Ronald Escobedo y Óscar Álvarez Gila, (eds.), Emigración y redes sociales de los vascos en América, (Vitoria-Gasteiz: Universidad del País Vasco, 1996), pp. 171-192.

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identificación entre vasco, exiliado y nacionalista a partir de 1939 fue mucho más sencilla, al no existir apenas una base previa de emigración económica, apolítica o incluso españolista. Por último, hay que destacar, la presencia en el sur de Francia de un territorio (el País Vasco francés o Iparralde), cultural y lingüísticamente vasco, que el nacionalismo reivindicaba como propio desde Sabino Arana, pero con el que, en la práctica, el PNV apenas había tenido ningún contacto político en sus primeras décadas de existencia. De hecho, dejando a un lado los vínculos culturales, todavía en 1936 se podían contar con los dedos de una mano los afiliados al PNV en el País Vasco francés. Además, el más conocido de todos ellos, Eugène Goyheneche, participó en contactos con los nazis tras la ocupación de Francia en 1940, lo que supuso que después de la segunda guerra mundial fuera represaliado por las nuevas autoridades francesas y dejara de tener cualquier tipo de peso político dentro del PNV. Como es lógico, buena parte del exilio vasco escogió Iparralde como lugar de destino, por la proximidad a la frontera y por la relación cultural de esta zona con el País Vasco situado al sur del Bidasoa. La propia sede del PNV se estableció en el País Vasco francés, en un intento de facilitar la relación con el interior, de modo semejante a lo que sucedió con parte del exilio izquierdista español, que eligió a Toulouse, muy cerca de los Pirineos, como centro de operaciones. Pero, en el caso vasco, también se trataba de evitar la sensación de estar en el exilio, pues los nacionalistas vascos consideraban, al menos en teoría, que seguían estando en casa, en su patria, que para ellos era la misma a un lado y a otro de la frontera 6. Sin embargo, este tipo de afirmaciones eran quizás un truco psicológico para no cargar con la condición de transterrados. En la práctica, a pesar de las innegables concomitancias del País Vasco español con Iparralde y de que, al menos a partir de la década de 1960, pudieran ver —interpretada de forma casi folclórica— la ikurriña izada en algunos edificios no oficiales del País Vasco francés, para ellos sí había exilio. Aunque en teoría afirmaran que seguían estado en suelo nacional vasco, volver a casa era regresar al País Vasco al sur de la frontera francesa y desde luego, hacerlo cuando Franco ya no gobernara en España.

6 Así, cuando la revista del PNV Euzkadi preguntó, en plena Transición, al veterano dirigente del PNV Ignacio Unceta si iba a volver al País Vasco, éste respondió que no, que ya era muy mayor y que ya estaba adaptado a la vida francesa. Luego añadió (según la reportera, entre risas), que, además, él ya estaba «en Euzkadi», dando a entender que él nunca había estado en el exilio (como los españoles que habían tenido que huir a Francia, a un país distinto), pues durante su larga estancia fuera de su tierra había seguido viviendo en el País Vasco, aun dentro del Estado Francés.

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Podría pensarse que la presencia de tantos nacionalistas en Iparralde era una oportunidad única para que el Partido Nacionalista Vasco se extendiera por vez primera en territorio francés. Sin embargo, no sucedió así y el PNV se mantuvo al margen por completo de la política interior gala, sin promover directamente el sentimiento nacionalista entre la población autóctona vasco-francesa. Esto fue así en parte porque las condiciones que habían ayudado al crecimiento del PNV en España desde finales del siglo XIX eran muy diferentes a las del País Vasco francés, pero sobre todo por una cuestión de estrategia del propio partido. En efecto, las leyes francesas prohibían a los exiliados hacer política dentro del país y por tanto la mejor manera de que Francia siguiera siendo una tierra de acogida (acogida relativa, si tenemos en cuenta episodios como el del edificio del Gobierno Vasco en la Avenida Marceau, devuelto a la España franquista en 1951 por la justicia francesa y hoy sede del Instituto Cervantes, o el cierre de la emisora clandestina antifranquista Radio Euzkadi por el Gobierno francés en 1954) era no promover en absoluto el sentimiento nacionalista vasco en el país vecino, para evitar dificultades con las autoridades galas. Sólo el nacionalismo radical de ETA, a partir de la década de 1960, contactó con incipientes sectores nacionalistas vascos en Francia (básicamente con el grupo Enbata), lo que le llevó a tener algunos problemas con las autoridades francesas 7. Estas características peculiares facilitaban la existencia en el exilio francés de una identidad vasca vinculada sólo a la Euskadi al sur de la frontera franco-española, al PNV y al Gobierno Vasco en el exilio, que no necesitaba competir con una identidad vasco-española previa, producto de una emigración económica. Con estas particularidades, el largo exilio de los dirigentes y de un buen número de militantes nacionalistas vascos en Francia tras el final de la guerra civil española incidió, como ya hemos señalado, en un cambio de estrategia del PNV. La obligada convivencia en el exilio con republicanos, socialistas y, en menor medida, comunistas y anarquistas españoles hizo que los sectores más pragmáticos del PNV asumieran como propia una identidad política basada, tal y como señalaba su dirigente Manuel Irujo, en «la solidaridad de los demócratas españoles». Esta solidaridad no estaba en absoluto presente en la mentalidad

De hecho, el PNV no creó una organización propia en Francia hasta 1990 y todavía hoy sigue siendo un partido testimonial, frente a la mayor fuerza relativa en territorio vasco-francés, en el seno de un movimiento nacionalista muy minoritario, de la izquierda abertzale e incluso de Eusko Alkartasuna (la escisión socialdemócrata del PNV, fundada en 1987). Sobre el nacionalismo vasco en Francia, cfr. Jacob, James E., Hills of Conflict. Basque Nationalism in France, (Reno, University of Nevada, 1994); Ahedo Gurrutxaga, Igor, El viaje de la identidad y el nacionalismo vasco en Iparralde (1789-2005), (Vitoria-Gasteiz, Gobierno Vasco, 2006) y Urteaga, Eguzki, La question basque en France, (Toulouse: Editions Milan, 2004). 7

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del PNV antes de 1939. Aunque el antiespañolismo puro y duro, sin ningún tipo de matización táctica, del primer Sabino Arana había sido abandonado por la corriente mayoritaria del PNV en las primeras décadas del siglo XX, el nacionalismo vasco había vivido siempre de espaldas a España. A diferencia del nacionalismo catalán, el vasco, incluso en sus sectores moderados, no había tenido hasta 1936 verdaderamente un «proyecto», del tipo que fuera, para España. Incluso en ocasiones, el proyecto del nacionalismo vasco había sido más bien un proyecto contra España 8. No obstante, a pesar de ese hacer de la necesidad virtud, que para el PNV supuso a nivel político su obligada convivencia en el exilio con los demócratas españoles, dentro del partido seguía habiendo sectores radicales que todavía veían a España en su conjunto como un enemigo a batir, con independencia de que fuera la España franquista o una España democrática. La incidencia de este sector radical e independentista aumentó, debido a una cierta emulación, a partir de la creación de ETA, tal y como refleja la evolución del dirigente del PNV Telesforo Monzón, que terminaría convirtiéndose en uno de los líderes de la coalición radical Herri Batasuna durante la Transición. Este antiguo diputado a Cortes y consejero de Gobernación del Gobierno Vasco durante la guerra civil y en el exilio hasta 1953 defendió ya desde la década de 1960 la desaparición del ejecutivo autónomo en el exilio, que debería ser sustituido por un frente nacional, que excluyera a los sectores no nacionalistas. De alguna manera, la situación de destierro en Francia influyó en el campo de batalla entre los dos extremos del péndulo nacionalista vasco (el radical y el moderado), obligando a sus dirigentes y afiliados a decantarse, bien por una lucha común con el exilio democrático español frente a Franco, bien por una lucha aparte por la independencia vasca. Como ha sido habitual en la historia de este partido, casi siempre los sectores pragmáticos terminaron imponiéndose a los radicales. Desde el punto de vista político, por tanto, y a pesar de las reticencias de sus sectores más radicales, el exilio fue para el PNV una oportunidad de integrarse en la política democrática española. Aun superando siempre muchos problemas, derivados de su mentalidad antiespañola, que hundía sus raíces en el mismo Sabino Arana, la mayor parte de los dirigentes nacionalistas de la generación de 1936 ( José Antonio Aguirre, Jesús María Leizaola, Manuel Irujo,

8 Cfr. De Pablo, Santiago, «El nacionalismo vasco ante el Estado español (1895-1937)», Studia Historica, 18 (2000), pp. 79-93; Mees, Ludger, «El nacionalismo vasco y España: reflexiones en torno a un largo desencuentro», Espacio, Tiempo y Forma. Historia Contemporánea, 9 (1996), pp. 67-83 y de la Granja, José Luis, «La idea de España en el nacionalismo vasco», En id., El siglo de Euskadi. El nacionalismo vasco en la España del siglo XX, (Madrid: Tecnos, 2003), pp. 43-76.

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Francisco Javier Landáburu, José María Lasarte, etc.) llevaron al PNV a una implicación «sin parangón en la historia de las relaciones entre el nacionalismo vasco y la política española» 9. Así, no sólo el Gobierno Vasco siguió siendo de coalición entre nacionalistas y no nacionalistas hasta su disolución en 1979, sino que Irujo fue ministro del Gobierno republicano en el exilio entre 1945 y 1947, José Antonio Aguirre fue propuesto incluso como posible presidente de este Gobierno, el PNV participó en un sinfín de entidades políticas de ámbito español (SERE, JARE, Unión de Fuerzas Democráticas, Plataforma de Convergencia Democrática, etc.) e impulsó el Equipo del Estado Español de la Unión Europea Demócrata Cristiana y el Consejo Federal Español del Movimiento Europeo, del que Irujo llegó a ser presidente en 1973. Aunque cada uno de estos pasos de integración del PNV en la política española fue precedido de reticencias internas, aclaraciones terminológicas y reajustes organizativos, a nivel político el exilio supuso por tanto un sistema de oportunidades único para integrar al hasta ese momento casi siempre aislacionista Partido Nacionalista Vasco en el ámbito de la política democrática española. En efecto, tal y como escribió Javier Tusell, «el PNV forma parte del acervo de la oposición democrática española al franquismo y, por tanto, de la propia historia de la democracia española. El papel jugado desde una actitud a menudo incomprendida durante la guerra civil, su implantación durante el franquismo, su papel en el germinar de una de las grandes familias ideológicas que hicieron posible el nacimiento de Europa y del propio europeísmo, su tenacidad en la resistencia y en la defensa de opciones que son legítimas aunque puedan no ser compartidas, obligan a ver al nacionalismo vasco no como algo ajeno sino hasta cierto punto como un patrimonio común de los demócratas españoles» 10. Frente a la República española: convivir pero no celebrar Sin embargo, desconocemos hasta qué punto esta integración en la política española, como consecuencia del contacto con otros exiliados en Francia, afectó a la identidad y al imaginario colectivo de los nacionalistas vascos desterrados, tanto dirigentes como afiliados de base. Se trata de un aspecto a tener en cuenta, con independencia del cambio de actitud respecto a España (aunque fuera sólo respecto a la España democrática) que, a nivel político e institucional, supuso el exilio para el PNV. En efecto, en una cuestión de identidad, como es la nacional, Esta cita de Ludger Mees (El profeta pragmático: Aguirre, el primer lehendakari (19391960), Alberdania, Irún, 2006, p. 128) se refiere explícitamente al momento posterior a la Segunda Guerra Mundial, pero podría servir para casi toda la etapa 1945-1975. 10 Tusell, Javier, «Prólogo», En El péndulo patriótico, p. XV. 9

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más sentimental que racional, son más determinantes los aspectos simbólicos y de sociabilidad que los políticos. Y ello sucede especialmente durante el exilio, cuando el propio país se hace más que nunca un país imaginado, hecho que quizás explica la dificultad que muchos exiliados de a pie encontraron para adaptarse a su país real, cuando por fin pudieron regresar tras la muerte de Franco. Conocer hasta qué punto dirigentes y sobre todo afiliados de base del PNV se empaparon del imaginario democrático español durante el exilio en Francia es ciertamente complicado. Dar una respuesta unívoca y definitiva a esta cuestión supondría una investigación a fondo, con fuentes muy diversas y a veces de difícil acceso (un gran número de cartas privadas, historia oral, etc.), que todavía no se ha realizado. Por ello, aquí haré una primera aproximación al tema, a partir de prensa periódica y de documentación epistolar, para tratar de alcanzar al menos una aproximación a esa dicotomía entre exilio español e identidad nacional vasca a nivel simbólico. Así, algunas cartas personales, escritas durante el primer exilio, muestran que las reticencias ante los aliados españoles del PNV, presentes ya durante la guerra civil en Euskadi, no habían desaparecido, a pesar del común e incipiente destierro. Por ejemplo, un militante nacionalista escribió que, gracias al final de la guerra, el PNV podría optar por la «independencia pura y limpia. Quizás en este sentido sea un bien para Euzkadi la derrota de la República, pues si ésta hubiera triunfado (todos los españoles son iguales), hubiera no sólo impedido a nuestra Patria la consecución de la independencia, sino que hasta hubiese regateado un simple Estatuto». Por su parte, Telesforo Monzón afirmaba en 1939 que «si se ha perdido la guerra en Euzkadi, lo ha sido en parte por la obsesión de los militares, todos ellos españoles. Sin ellos hubiésemos hecho nuestra guerra, la que estaba de acuerdo con nuestro modo de ser, con nuestro temperamento» 11. Esta prevención ante lo español, fuera del signo que fuera, continuó a lo largo del exilio, tal y como se reflejó en el encaje de bolillos verbal que el PNV tuvo que llevar a cabo cuando aceptó participar en organismos o en actos políticos unitarios republicanos. Para no aparecer como miembro de pleno derecho de un organismo español —en el que, por otro lado, le interesaba estar presente, porque era allí donde se cocía el futuro de la España posfranquista—, el PNV silenciaba a veces públicamente su participación 12. En otras, recurrió a la restricción mental de explicar que quien participaba en esa institución no era

Citas en Ibidem, pp. 405 y 22. Ya en octubre de 1936, cuando Manuel Irujo entró a formar parte del Gobierno de la República, como ministro sin cartera, el diario oficial del PNV Euzkadi no dio la noticia de este nombramiento. Cualquier partido político hubiera destacado este hecho en su periódico a toda 11 12

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el PNV sino el Gobierno Vasco (aunque el representante fuera nacionalista); o creó un órgano intermedio vasco, que a su vez participaba en el español (en el caso del Consejo Vasco por la Federación Europea, miembro del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo); o trató de integrarse en el organismo español por medio de una entente previa de los tres nacionalismos periféricos (tal y como sucedió con Galeuzca y la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas). En resumen, trucos semánticos que permitían al PNV «tomar todos los tranvías» 13, sin aparecer ante sus sectores radicales y ante su propio prejuicio psicológico, como un traidor a sus ideas nacionalistas vascas. Las mismas reticencias existieron ante actos puntuales de carácter político o de sociabilidad. Así, cuando Manuel Irujo se planteó participar en un mitin conjunto organizado en París por la oposición democrática española, para protestar contra el referéndum franquista de diciembre de 1966, el miembro del Consejo Nacional del PNV Jesús Solaun le escribió explicándole que era «recomendable la máxima discreción en la exteriorización de nuestra obligada colaboración con los demócratas españoles, a fin de no proporcionar innecesarios argumentos a quienes vienen denunciando al Partido de ser una organización política española más, o de estar excesivamente ligado a aquéllos» 14. En cuanto a la sociabilidad formal, los nacionalistas vascos no se integraron en los centros o agrupaciones creadas por los exiliados españoles en Francia, sino que mantuvieron sus redes de convivencia propias, en torno a los diferentes batzokis o juntas del Partido Nacionalista Vasco en Francia o a centros de sociabilidad vasco-francesas, como Paris’eko Euskal Etchea (la «Casa Vasca» de París) 15. Incluso en las pocas ocasiones en que algunos miembros del PNV acudían a celebraciones en centros republicanos españoles en Francia, su presencia allí provocaba críticas por parte de los sectores más ortodoxos del partido. Ni siquiera el hecho de que estas estancias coincidieran con conmemoraciones especiales —como la del 14 de abril, aniversario de la proclamación de la Segunda República, que en teoría podía haber sido interiorizada como propia por el PNV— evitó los conflictos simbólicos en torno a esta sociabilidad

plana, pero las autoridades del PNV temían que esta implicación tan estrecha en la política española no fuera entendida por sus afiliados. 13 El péndulo patriótico, p. 144. 14 Citado en Ibídem, p. 293. 15 Sobre la acogida de la sede vasco-francesa de París al exilio nacionalista vasco y las disputas identitarias en el seno de este organismo, cfr. Camus Etchecopar, Argitxu, La Maison Basque de Paris/Pariseko Eskual Etxea (1952-2002), (Vitoria-Gasteiz: Gobierno Vasco, 2003). Por ejemplo, en Paris’eko Euskal Etchea se celebraron desde 1956 los sucesivos Aberri Eguna, convocados en el exilio por el Gobierno Vasco (id., p. 137).

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compartida. Es cierto que la distribución del calendario no ayudaba al PNV a celebrar la fiesta de la República, al estar situada siempre muy cerca de otras conmemoraciones del calendario nacionalista vasco: el más importante de ellos era el Aberri Eguna («Día de la Patria»), que tenía lugar cada año el domingo de resurrección, habitualmente por tanto cerca del 14 de abril. Apenas dos semanas después, el 26 de abril, se celebraba el aniversario del bombardeo de Guernica, una fecha republicana, pacifista y antifascista, pero que también tenía, como veremos, una impronta específica nacionalista vasca. Además, tanto el PNV como su sindicato afín (ELA-STV) celebraban en el exilio el 1.º de Mayo, otra fiesta también muy próxima al resto de sus conmemoraciones. En este caso, el PNV y ELA-STV sí aceptaron una celebración simbólica proveniente de la izquierda, frente a la fiesta tradicional de los obreros nacionalistas, que era el 30 de noviembre, día de san Andrés (fecha a la que ya Sabino Arana había identificado como una de las glorias patrias, entre otras cosas por ser el día del supuesto aniversario de la batalla de Arrigorriaga). En el caso del sindicato nacionalista, no se trataba de un cambio provocado por la guerra y el destierro, pues ya desde la década de 1920 ELA había comenzado a integrar el 1.º de Mayo en su cultura política. No obstante, el PNV dio durante el exilio a esta fecha un sentido más antifranquista que obrero o revolucionario, a lo que sin duda se unió el hecho de que la Iglesia católica aceptara y cristianizara esta fecha, con la creación en 1955 por Pío XII de la fiesta de san José obrero. Pero no se trataba sólo de un problema de agenda. El carácter español de la celebración del aniversario de la República ayudó a que el PNV no participara habitualmente, por los datos que tenemos, en los mítines y celebraciones festivas del 14 de abril en el exilio francés. Sin embargo, sabemos que en 1967 Manuel Irujo (el más republicano de todos los líderes nacionalistas vascos) acudió ese día a un «mitin conmemorativo de la proclamación de la República y de solidaridad con los obreros y estudiantes españoles». Poco parecía importar, sin embargo, a otros miembros del PNV, que esos «obreros y estudiantes españoles» fueran demócratas y hubieran luchado codo con codo en la guerra civil al lado de los gudaris nacionalistas. Para muchos, el abismo que separaba en su imaginario colectivo a Euskadi de España, como una antítesis excluyente, no se había superado ni siquiera compartiendo trincheras y exilio. Por ello, Peru Ajuria, miembro de la Junta Local del PNV de París, protestó enérgicamente ante el Consejo Nacional del partido cuando se enteró de que Irujo había participado en la conmemoración del 14 de abril en la capital francesa. Según Ajuria, no se entendía que un nacionalista hablara en nombre del PNV para «conmemorar la proclamación de la República Española, mientras nuestros jóvenes luchan y son encarcelados al grito de Gora Euzkadi Azkatuta [Viva Euskadi libre] (…). Si el PNV ha perdido parte de su prestigio delante

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de las juventudes de nuestro pueblo, ha sido precisamente por este exceso de colaboración con los españoles». Ajuria reconocía que al PNV le interesaba «tener contactos con los republicanos españoles, pero públicamente nuestra actuación debe ser pura y simplemente de patriotas vascos y no españoles». Dichos contactos debían valer «para servirse de ellos y no para que ellos se sirvan de nosotros». Demostrando que no se trataba sólo de una opinión personal de Ajuria, el Consejo Nacional del PNV afirmó compartir su «disgusto e irritación» y censuró a Irujo, que no había pedido autorización previa al partido para asistir a ese acto. Era una prueba de cómo el combate entre los sectores moderados y radicales del PNV, en torno a la relación con la España democrática, se estaba jugando no sólo en el campo de la acción política sino también en el de los símbolos y conmemoraciones 16. Un gran choque psicológico Así, la bandera republicana —aunque había sido utilizada en edificios oficiales y desfiles por el Gobierno Vasco durante la guerra civil en Vizcaya— casi desapareció del imaginario nacionalista vasco durante el exilio, y casi no se encuentra en carteles, revistas, fotografías de actos, etc. Por el contrario, la ikurriña aparece constantemente, casi como una bandera de un pueblo soberano. Incluso cuando, por excepción, se utilizaba la enseña republicana, ésta estaba siempre unida y casi subordinada a los colores de la bandera vasca. Por ejemplo, todavía durante la guerra, el equipo de fútbol Euzkadi, creado en 1937 por el Gobierno de Aguirre para hacer propaganda de la causa vasca y recaudar fondos para los exiliados, visitó París, donde disputó un partido contra un club de fútbol local. El equipo se presentó con una indumentaria —que todavía hoy usa básicamente la selección vasca de fútbol— que combinaba los colores de la ikurriña: camiseta verde, pantalón blanco con una raya lateral roja y medias rojas, con dos rayas verdes y una blanca. Los jugadores realizaron un homenaje en la Tumba del Soldado Desconocido, bajo el Arco del Triunfo, en la que depositaron cintas con los colores de la bandera vasca y de la republicana, poniendo ambas al mismo nivel. Además, los discursos realizados aquellos días por los jugadores y delegados del equipo Euzkadi no dejaban lugar a dudas sobre el carácter nacional, más vasco que republicano español, del combinado. Manu de la Sota, el delegado del equipo, explicó que «estos jugadores son los gudaris, los soldados que vienen de las trincheras donde han luchado por la paz y la fraternidad. Nuestra juventud quiere demostrar que es aliada de la preocupación por la libertad de su patria,

16

Citado en El péndulo patriótico, p. 292.

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por medio del deporte» 17. Pero, aparte de los discursos, la constante utilización de la ikurriña y de sus colores, en detrimento de los republicanos, reflejaba que también en el ámbito deportivo se estaba librando una batalla simbólica en la que los nacionalistas vascos querían dejar claro, en un terreno neutral como Francia, que su universo giraba en torno a la idea de Euskadi, compatible pero en absoluto subordinada a la de la España democrática en el exilio. Obviamente, la colisión mental era aún más fuerte si no se trataba de una relación con la España republicana, sino, según sucedió a medida que avanzaba el exilio, con los monárquicos españoles antifranquistas. Y una vez más, la cuestión no era sólo política o ideológica sino simbólica: eran las banderas y los himnos monárquicos (los mismos que Franco había adoptado para oponerse a la República) los que producían sarpullidos a los nacionalistas vascos. El propio lehendakari Leizaola señaló que la posibilidad de colaborar con los monárquicos de don Juan de Borbón había producido en Manuel Irujo «un gran choque psicológico, fundado en la caída de toda una gran construcción psíquico-política». En efecto, Irujo había protestado por la posibilidad de colaborar con don Juan, aludiendo a que, al abrir la puerta a este giro copernicano en la política del PNV, el partido estaba «dejando en la calle la bandera cuyo estímulo hizo surgir en el pueblo la mística que llevó a tantos vascos de más allá de nuestras filas a dar su vida a los gritos de ‘Gora Euzkadi’ ‘Viva la República’ ante los pelotones de ejecución, que desfilaban ya en aquél entonces, como ahora, a los acordes de la Marcha Real» 18. Con las banderas y los himnos de la República y de la Monarquía españolas frente a frente, no es extraño que Irujo hubiera sufrido un «choque psicológico», pensando en la posibilidad de asumir los símbolos monárquicos y, en aquel momento, todavía franquistas. Quizás todo ello ayude a explicar que el PNV, aun aceptando la Monarquía democrática española después de la muerte de Franco, no sólo no quisiera aprobar la Constitución de 1978 sino que se mostrara y se siga mostrando reticente a izar la bandera de España en edificios oficiales de las instituciones vascas que gobierna. Nacionalismo vasco e izquierda española: el Aberri Eguna y el Guernica Pero no se trataba sólo de batallas entre conmemoraciones y símbolos vascos y españoles. Significativamente, tras la aparición de ETA también la

17 Cfr. Estomba, Fernando, «El equipo Euzkadi: del mito político a la realidad histórica (1937-1939)», Historia Contemporánea, 35 (2007), pp. 791-816. 18 Citado en El péndulo patriótico, p. 299.

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celebración del Aberri Eguna comenzó a ser objeto de controversia en el seno de la comunidad nacionalista vasca en el exilio. Entre 1959 y 1963, por acuerdo unánime del Gobierno Vasco, el Aberri Eguna fue un acto de carácter unitario apoyado por todas las organizaciones políticas y sindicales que sustentaban al ejecutivo vasco en el exilio. De hecho, su celebración se vinculó a la conmemoración del Pacto de Bayona, acuerdo firmado el 31 de marzo de 1945 por todos los partidos y sindicatos antifranquistas vascos, que significó un espaldarazo al Gobierno Vasco y por tanto a la legalidad republicana del que derivaba este organismo. Sin embargo, enseguida el nacionalismo vasco radical comenzó a presionar para sustituir la unión vasca, cuyo eje era la alianza del PNV y del PSOE en el Gobierno Vasco, por un frente nacional, del que debían quedar excluidos los partidos españoles. En 1963, «a requerimiento» del movimiento nacionalista vasco-francés Enbata, el Gobierno Vasco renunció a convocar el Aberri Eguna, como había hecho en los años anteriores. Tratando de dar una imagen de unidad nacionalista, el PNV se sumó al Aberri Eguna organizado por Enbata en la localidad de Ichassou. Pero el PNV se dio cuenta de que tanto Enbata como ETA trataban de patrimonializar el acto festivo nacionalista, lo que significaba «haberse alterado a nuestro entender el espíritu y el carácter del Aberri Eguna». Ello hizo que, a partir de 1964, hubiera dos celebraciones paralelas: una organizada por Enbata, con el apoyo de ETA y la «actitud de reserva» del PNV, y otra unitaria del Gobierno Vasco, liderada por el PNV y apoyada por socialistas y republicanos. Además, desde 1964, junto al Aberri Eguna institucional del exilio se celebró, por primera vez desde la guerra civil, otro en el interior, que significativamente tuvo lugar en Guernica, el lugar de memoria por excelencia del nacionalismo vasco. Este Aberri Eguna fue apoyado por todos los partidos presentes en el Gobierno Vasco (incluyendo el PSOE e Izquierda Republicana), aunque en la práctica el protagonismo del PNV fue indiscutible. También aquí la rivalidad entre ETA y el PNV se hizo notar, a partir de la celebración del Aberri Eguna de 1966. Mientras el PNV, el PSOE, ANV y el Gobierno Vasco lo convocaban en Vitoria, ETA lo hizo en Irún y Hendaya. Era el origen de una lucha simbólica en torno a esta conmemoración, que ha continuado desde la Transición hasta nuestros días. La única diferencia es que la izquierda no nacionalista, que había asumido los símbolos abertzales durante el exilio, se desmarcó después de estas celebraciones. Así, 1977 fue el último Aberri Eguna celebrado tanto por los partidos nacionalistas como por el PSOE del País Vasco 19.

19 Cfr. Barandiaran Contreras, Miren, Aberri Eguna: 70 años de fiesta y reivindicación, (Bilbao: Fundación Sabino Arana, 2002). Sobre los Aberri Eguna de 1964 y 1977, ambos celebrados

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Todo ello indica que durante el exilio se produjo una transferencia o exportación de símbolos nacionalistas vascos a buena parte del destierro español. Aparte de celebrar una fiesta que hasta 1939 era exclusivamente nacionalista, como el Aberri Eguna, socialistas, comunistas y republicanos interiorizaron como propia la ikurriña, que había sido admitida ya durante la guerra civil por las izquierdas vascas, pero cuyo uso, sobre todo entre los socialistas, se popularizó en el exilio y en la Transición. Sin embargo, este préstamo o ampliación de los símbolos del PNV hacia la izquierda española no fue acompañado de una transferencia semejante desde el imaginario español al nacionalista vasco. En los casos en que el nacionalismo vasco sí aceptó un símbolo republicano, se produjo al mismo tiempo un cambio de sentido de dicho símbolo. Es el caso del Guernica de Picasso, cuadro que al principio fue muy mal recibido por el PNV, por entender que no contenía referencias explícitas a la villa foral bombardeada el 26 de abril de 1937 ni al País Vasco. De hecho, el periódico Euzko Deya, órgano del Gobierno Vasco editado en París, apenas mencionó una sola vez la pintura de Picasso en su reportaje sobre la inauguración del Pabellón español en la Exposición de París de 1937. Dado que Guernica era ya desde el siglo XIX un lugar de memoria ambivalente, al que el bombardeo y el cuadro del pintor malagueño habían añadido nuevos sentidos, el PNV se sentía más cómodo dejando a un lado la pintura de Picasso y volviendo a la idea tradicional de la Guernica foral y de su árbol, símbolo del autogobierno secular del País Vasco, que habría sido bombardeada por Franco y sus aliados nazis y fascistas, para acabar con la independencia de Euskadi. Por sus características formales y su abstracción apátrida, el Guernica de Picasso rompía con esta interpretación. Pero, una vez que el cuadro se convirtió en un referente mundial de la paz y del antifascismo, el nacionalismo vasco no podía dejar de aprovechar ese capital simbólico. Es significativo que —por los datos que tenemos— en las primeras décadas del exilio el Guernica no apareciera reproducido en la prensa, la publicística o los carteles del PNV en el exilio. Sólo a partir de finales de la década de 1960, cuando el cuadro ya era una de las obras de arte más famosas del siglo XX, el Guernica comenzó a hacer acto de presencia en el exilio nacionalista, sobre todo de la mano de nuevas generaciones, que no conocían la prevención de sus mayores ante el cuadro, vinculadas a EGI (las juventudes del PNV ) o a ETA. Pero, para el nacionalismo vasco, la pintura de Picasso no era sólo un símbolo internacional de la democracia, el antifascismo y la paz, sino que fue reinterpretado como el icono por excelencia de la libertad de Euskadi, atacada

en Vitoria, cfr. de Pablo, Santiago, En tierra de nadie. Los nacionalistas vascos en Álava, (VitoriaGasteiz, Ikusager, 2008), pp. 329-330 y 337.

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por España durante la guerra civil. Cuando llegó la Transición, nadie recordaba ya que el Guernica había sido en sus orígenes un símbolo republicano español, rechazado por los nacionalistas vascos, pues en este momento éstos ya lo habían interiorizado y fagocitado. A nadie le extrañó que el PNV y los demás grupos nacionalistas exigieran que, cuando el cuadro volviera del exilio, fuera instalado en el País Vasco, tal y como pedía la campaña Guernica Gernikara («El Guernica a Gernika»). No obstante, Guernica sigue siendo no sólo el lugar de memoria por excelencia del País Vasco sino un símbolo discutido y reinterpretado por todos los sectores políticos vascos 20. Euskadi, Cataluña y Galicia, pueblos hermanos Si el exilio común con los antifranquistas españoles no consiguió romper del todo las barreras psíquicas y simbólicas existentes entre la España democrática y la Euskadi de los nacionalistas, sí sirvió para incrementar la solidaridad nacionalista vasca con sus homónimos catalanes y gallegos. Lo cierto es que estas relaciones ya se habían iniciado en el primer tercio del siglo XX, culminando con los diversos pactos firmados entre partidos de las tres nacionalidades en 1923 (la Triple Alianza) y 1933 (Galeuzca) 21. No obstante, estas relaciones siempre estuvieron lastradas, tanto antes como después de la fuerra civil, por los diferentes niveles de implantación y organización de los tres nacionalismos. Además, el hecho de que —sobre todo en los casos vasco y gallego— fuera numéricamente más importante el exilio en América que en Francia, hizo que el continente americano se convirtiera en el epicentro de buena parte de los contactos políticos entre los tres nacionalismos, como los que dieron lugar a la firma de una especie de nueva Galeuzca en México en 1944. A pesar de todo, los símbolos de las nacionalidades hermanas aparecían con mucha más frecuencia que los republicanos españoles en la prensa nacionalista vasca del exilio francés. Por ejemplo, en dicha prensa nunca se conmemoraba a españoles de izquierdas fusilados por Franco, pero sí aparecían como auténticos héroes nacionales propios los catalanes Lluís Companys (presidente de la Generalitat) y Manuel

20 Cfr. Mees, Ludger, «Guernica/Gernika como símbolo», Historia Contemporánea, 35 (2007), pp. 529-557 y Luengo Félix y Ander Delgado, «El árbol de Gernika. Vicisitudes del símbolo foral de los vascos», Historia y Política, 15 (2006), pp. 23-44. 21 Cfr. De la Granja, José Luis, «Las alianzas políticas entre los nacionalismos periféricos en la España del siglo XX», Studia Histórica. Historia Contemporánea, 18 (2000), pp. 149-175; Estévez, Xose (ed.), Antología del Galeuzca en el exilio (1939-1969), (Donostia-San Sebastián: J. A. Ascunce, 1992).

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Carrasco Formiguera (líder de Unió Democràtica de Catalunya), con el que, además de su nacionalismo, el PNV compartía idéntico sentimiento religioso. Por último, si los nacionalistas vascos no se integraron ni asistían a celebraciones en centros de sociabilidad republicanos españoles en Francia, no sucedía lo mismo con los centros catalanistas, donde los miembros del PNV acudían sin ningún problema, como muestra de solidaridad entre los diversos nacionalismos peninsulares no estatales. A veces, esa solidaridad se hacía explícita, como sucedió en diciembre de 1953, cuando se celebró un homenaje conjunto en el Casal Catalá de París a Francesc Macià y a Sabino Arana, con la presencia de personalidades catalanistas y del PNV. Anclados en su historia Si, como hemos visto hasta aquí, la cultura política nacionalista no se impregnó durante su estancia en Francia de los elementos simbólicos del exilio republicano español, faltaría por comprobar si al menos los nacionalistas vascos aprovecharon las circunstancias del destierro y su lógico contacto con otras culturas políticas, tanto españolas como francesas, para renovar sus propios mitos fundacionales (símbolos, héroes nacionales, celebración de aniversarios históricos, etc.). Aunque haría falta un estudio más profundo para completar los datos con los que contamos, no parece que el PNV aprovechara su obligada y larga estancia en el exilio francés para remozar su capital simbólico. Frente a la ruptura que, también en este sentido, supuso la aparición de ETA, el análisis de la revista Alderdi, órgano oficial del PNV, editada en Bayona entre 1947 y 1974, parece demostrar que el exilio no cambió el imaginario simbólico de los militantes nacionalistas, aunque sí modificara la acción política de sus dirigentes 22. Así, el personaje más celebrado, con gran diferencia, siguió siendo Sabino Arana, cuyos aniversarios se conmemoraban anualmente con números especiales de la revista, profusión de imágenes del maestro, artículos históricos,

22 Soy consciente de que el análisis en exclusiva de la revista Alderdi puede no ser representativo de las imágenes, símbolos y conmemoraciones del nacionalismo vasco en el exilio francés y que esta fuente habría que completarla con otras, para un análisis más profundo. Sin embargo, esta revista es la mejor para conocer qué imaginario se difundía entre los miembros del PNV en el destierro, por su estabilidad (1947-1974, sin interrupción), su amplia difusión entre los afiliados y su carácter de órgano oficial del partido en todo el exilio, frente a otras publicaciones locales o discontinuas. Además, no era meramente informativo sino doctrinal e incluía material gráfico. Las únicas publicaciones del exilio vasco en Francia con una estabilidad similar a Alderdi fueron Euzko Deya y O.P.E., pero ambas eran del Gobierno Vasco (no del PNV ) y la segunda era más bien un boletín de noticias.

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etc. 23 Aparte de las fechas de nacimiento y muerte de Sabino Arana, Alderdi recordaba con frecuencia el aniversario de la fundación del propio Partido Nacionalista Vasco, del decisivo discurso de Arana en el caserío de Larrazábal, de la creación de Juventud Vasca y del nacimiento de la agrupación femenina nacionalista Emakume Abertzale Batza. Además, como ya hemos mencionado, el Aberri Eguna, profusamente celebrado en la prensa del exilio, estaba ligado en su origen al descubrimiento de la patria vasca por el propio Arana 24. Pero la obra del fundador del PNV no había finalizado con su temprana muerte en 1903. Por el contrario, había sido continuada por sus seguidores, tanto a nivel cultural como político, y esto llevaba a Alderdi a rememorar también a escritores euskéricos y a las principales personalidades del PNV hasta 1936. También se daba gran importancia, al igual que hacía el PNV antes de la guerra civil, a las fechas relacionadas con la historia vasca medieval —reinventada para ajustarla a la interpretación histórica de Sabino Arana— y con los Fueros vascos. Así, aparecían con gran frecuencia en Alderdi artículos conmemorativos de las aboliciones forales (leyes de 25 de octubre de 1839 y 21 de julio de 1876), la Ley paccionada navarra de 1841 (interpretada en clave nacionalista vasca y no navarrista), la rebelión de la sal (una revuelta vizcaína del siglo XVII, relacionada con los impuestos sobre la sal, que había enfrentado las atribuciones forales con las de la Monarquía), las batallas que Arana había rescatado como ejemplo de la lucha por la libertad de Vizcaya contra Castilla en la Edad Media (Arrigorriaga y Munguía) y las sostenidas por los navarros contra sus invasores (Roncesvalles y Amayur) 25.

23 Además, en la posguerra se creó en el País Vasco francés el Sabindiar Batza («Instituto Sabiniano»), ligado a los sectores más ortodoxos del PNV, cuyo objetivo era «suscitar el interés, el amor y la adhesión plena» a las ideas de Sabino Arana. Un inventario de los numerosos artículos sobre el fundador del PNV aparecidos en Alderdi puede consultarse en José Luis de la Granja, «Bibliografía sabiniana: Sabino de Arana Goiri y el nacionalismo vasco de J. E. L.», Anuario de Bibliografía Vasca 1981, (Vitoria-Gasteiz: Diputación Foral de Álava, 1983), pp. 77-110. 24 Cfr. De la Granja, José Luis, «El culto a Sabino Arana: la doble resurrección y el origen histórico del Aberri Eguna en la II República», Historia y Política, 15 (2006), pp. 65-116. 25 Sobre la guerra historiográfica e identitaria acerca de esta batalla, cfr. Sánchez Prieto, Juan María y José Luis Nieva Zardoya, Navarra: memoria, política e identidad, (Pamplona: Pamiela, 2004), pp. 221-260. Cfr. también Martín Duque, Ángel (dir.), Signos de identidad histórica para Navarra, (Pamplona: Caja de Ahorros de Navarra, 1996); García-Sanz, Ángel, Iñaki Iriarte y Fernando Mikelarena, Historia del navarrismo (1841-1936): sus relaciones con el vasquismo, (Pamplona, Universidad Pública de Navarra, 2002).

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La guerra civil, expresamente recordada a partir de 1965 por medio del Gudari Eguna («Día del Soldado Vasco») 26, y la resistencia nacionalista vasca contra Franco constituyen otro hito del imaginario simbólico nacionalista en el exilio 27. Cada año se conmemoraba la creación del primer Gobierno Vasco en octubre de 1936, el bombardeo de Guernica (con gran profusión de textos e imágenes pero, como ya hemos señalado, sin ninguna referencia al cuadro de Picasso) y a los nacionalistas —sólo nacionalistas— fusilados por los franquistas, durante la guerra o en la inmediata posguerra: Luis Álava, Esteban Urquiaga, Florencio Marquiegui, Ramón Azcue, Esteban Elguezábal, José Cortabarría, José Luis Abaitua, etc., formaban parte de un auténtico panteón de mártires por la patria, cuyo ejemplo se presentaba a las nuevas generaciones de nacionalistas como semilla del futuro en libertad de Euskadi 28. Lógicamente, el fallecimiento de líderes en el exilio era un buen momento para recordarlos y mantener encendida la llama por la que ellos habían luchado antes, durante y después de la guerra civil. Pero, mientras que de los republicanos y socialistas (Indalecio Prieto, Luis Jiménez de Asúa, etc.) se publicaba una mera nota necrológica, por supuesto elogiosa, justo después de su muerte, la memoria, casi hagiográfica, de los nacionalistas continuaba tras su fallecimiento, hasta convertirlos en auténticos lugares de memoria. Éste fue el caso del lehendakari José Antonio Aguirre, que ya en vida se había convertido en una encarnación del espíritu de resistencia del pueblo vasco, o en menor medida de Joseba Rezola. También puede sorprender que se hiciera referencia al fallecimiento de nacionalistas que morían de muerte natural en la España franquista. 26 El Gudari Eguna tenía lugar el domingo más próximo al 15 de octubre, aniversario del fusilamiento de 14 presos (casi todos ellos vascos, aunque sólo algunos nacionalistas) en Santoña en 1937. Ésta era la única conmemoración que se alejaba temporalmente de la primavera y que por tanto no interfería ni con las festividades nacionalistas de esa estación (Aberri Eguna, 26 de abril) ni eventualmente con el 14 de abril. Significativamente, esta celebración rememoraba sólo a los combatientes nacionalistas pero no a los milicianos de izquierdas, aunque en algún año sí se intentó ampliar la definición del término gudari, incluyendo en ella a los soldados izquierdistas. 27 Cfr. Aguilar, Paloma, «La peculiar evocación de la Guerra Civil por el nacionalismo vasco», Cuadernos de Alzate, 18 (1998), pp. 21-39. 28 Ni siquiera formaba parte de este panteón el único consejero del Gobierno Vasco fusilado durante la Guerra Civil, el miembro de Unión Republicana Alfredo Espinosa (Cfr. Sebastián García, Lorenzo, «Alfredo Espinosa Orive (1903-1937): Detención, procesamiento y ejecución de un consejero del Gobierno Vasco», Sancho el Sabio, 28 (2008), pp. 213-246). No obstante, la mayor parte de los grupos políticos actuaban de la misma manera, celebrando a sus muertos en la lucha contra Franco, pues el mártir por la causa (figura de amplias referencias religiosas, transferida al ámbito de lo político) es una constante en las batallas simbólicas ente grupos o ideologías políticas (Cfr. Casquete, Jesús y Rafael Cruz (eds.), Políticas de la muerte: Usos y abusos del ritual fúnebre en la Europa del siglo XX, (Madrid: Los Libros de la Catarata, 2009).

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Aunque éstos no habían ido al exilio (o habían vuelto de él voluntariamente) y hacían una vida normal en el interior, sí habían sufrido cárcel u otro tipo de persecuciones durante la guerra o la inmediata posguerra. Por ello, esta reinterpretación biográfica, aun en menor medida que la de los fusilados por la causa nacionalista, tenía también algo de martirial, puesto que ellos también habían sufrido, lo mismo que los exiliados, su particular via crucis en el interior. Ello demostraba, además, que no se había roto la comunidad nacionalista entre los exiliados y los miembros del PNV que habían continuado viviendo, con más o menos dificultades, o incluso adaptados a las circunstancias, en la España franquista. De este modo, en el imaginario nacionalista del exilio en Francia, la historia vasca seguía interpretándose, a la manera aranista, como un esquema que partía de la supuesta independencia primitiva vasca, representada por los Fueros, atacados sin descanso por España hasta lograr su desaparición plena en el siglo XIX. De ahí se pasaba al renacimiento vasco, propiciado por una figura providencial (Sabino Arana) y a la guerra civil de 1936, expresada como una lucha de independencia de Euskadi frente a la invasión española. Aquí, no sólo el Estatuto Vasco de 1936 se reinterpretaba en clave soberanista, con José Antonio Aguirre como representante de este nuevo renacimiento vasco, sino que el bombardeo de Guernica se convertía en símbolo de un ataque español para intentar exterminar al pueblo vasco. Aparte de los símbolos y conmemoraciones históricas, como no podía ser de otra forma, dado el carácter confesional del PNV, la cuestión religiosa tenía gran trascendencia. La conmemoración del día de san Miguel, patrono del nacionalismo vasco, iba acompañada de múltiples referencias a santos vascos (San Ignacio de Loyola, san Francisco Javier y el vasco-francés san Miguel de Garikoitz). Por el contrario, no aparecía celebrado ningún santo español, como tampoco se publicaban conmemoraciones de otro tipo de personalidades históricas españolas. Sin embargo, Alderdi sí se acordaba de vez en cuando de figuras procedentes de otros países, casi siempre luchadores por la libertad nacional, como Ghandi o Simón Bolívar, del que además se destacaba su origen vasco 29. A nivel iconográfico, nunca aparecían en Alderdi la bandera o el escudo de la España republicana, ni referencia alguna al himno de Riego o al 14 de abril 30. Por el contrario, los iconos más presentes eran la ikurriña, el Zazpiak bat

También en las publicaciones de ETA aparecían héroes de la independencia de otros países, pero solían ser líderes revolucionarios o guerrilleros del tercer mundo. 30 Sí aparecían algunas noticias sobre el Gobierno de la República en el exilio pero, además de ser muy escasas, eran puramente informativas. 29

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(escudo de las siete provincias vascas, incluyendo a Navarra y a las tres vascofrancesas), el himno nacionalista vasco Eusko Gudariak y el árbol de Guernica. Conclusión El exilio en territorio francés sirvió al PNV para incrementar sus lazos con la oposición democrática española. A nivel político, profundizando en una estrategia que el partido ya había ensayado en su época dorada de la Restauración (1917-1919) y en la Segunda República, los dirigentes nacionalistas vascos optaron por el pragmatismo. De esta forma, representantes del PNV participaron en organismos unitarios del exilio español, aunque para ello tuvieron que superar las reticencias de los sectores radicales del partido y justificar, a veces con restricciones mentales o eufemismos, su presencia en entidades netamente españolas, que chocaban con el imaginario antiespañol tradicional en el PNV desde el primer Sabino Arana. Así, el PNV tuvo muchas dificultades para equilibrar su tradicional movimiento pendular, entre la necesidad de integrar lo español como realidad fáctica de su acción política en el exilio y su reticencia, más sentimental que racional, a aceptar el universo simbólico español, aunque fuera democrático y republicano. Por tanto, la estancia de los exiliados nacionalistas vascos fuera de su territorio natural no difuminó su sentimiento identitario ni favoreció los puentes entre la identidad vasca y la española, con la que no tenían más remedio que convivir y colaborar políticamente. Es cierto que, precisamente por estar en el exilio, era lógico que se buscara mantener el fuego sagrado de la identidad tradicional del PNV, alejada de la realidad cambiante del País Vasco. Además, el propio hecho de defender y practicar un imaginario muy cerrado quizás ayudó también a mantener relativamente compacta la comunidad nacionalista vasca del exilio y del interior, explicando en parte su resurgir tras la muerte de Franco. Sin embargo, mostrando una vez más la particularidad histórica del nacionalismo vasco, otros exilios nacionales, como el catalán, mostraron mucha mayor capacidad de integrar el imaginario simbólico republicano español (o incluso del francés, como tierra de acogida, soslayando el carácter fuertemente centralista de Francia), profundizando en las diferencias que ya existían entre el nacionalismo vasco y el catalán antes de la guerra civil 31. Así, para los catalanistas exiliados en Francia, el 14 de abril, la

31 Llombart Huesca, Maria, Les exilés catalans en France: histoire d’une résistance culturelle (1939-1959), París: Université Paris 8, 2006).

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figura de Macià o la de Companys eran símbolos compartidos por el nacionalismo catalán y por la España republicana, algo que no sucedía en el caso vasco. En resumen, los símbolos, fechas conmemorativas, mitos, personajes, etc., celebrados por el PNV en el exilio en Francia continuaron siendo casi los mismos que antes de 1939. Los puentes políticos reales que se tendieron entre el PNV y el resto del exilio español no parecieron extenderse al campo del imaginario colectivo, para el que la única referencia seguía siendo casi en exclusiva vasca, sin renovar en absoluto —salvo en lo que respecta a la propia guerra civil y a la resistencia contra el franquismo— los elementos simbólicos que habían caracterizado al PNV desde su fundación hasta 1936. Los nacionalistas vascos en Francia no llegaron a empaparse ni a compartir el imaginario democrático español o republicano, pues todos sus símbolos (la bandera, el himno de la República, sus héroes históricos o de la guerra civil, etc.) siguieron viéndose como algo ajeno a una identidad vasca, que sin embargo sí aceptaba como propios los iconos nacionales catalanes o gallegos. De ese modo, la participación oficial del partido en organismos republicanos españoles fue más bien instrumental, sin lograr afectar a un cambio profundo de mentalidad en la actitud nacionalista vasca ante España como tal. La condición de expatriado común a los nacionalistas vascos y a las izquierdas españolas no parece que se convirtiera en un factor unificador de sus respectivas identidades o culturas políticas, a pesar de compartir un proyecto político semejante: la vuelta de la democracia a España, que debería ir unida a la recuperación de la autonomía vasca o a una mayor profundización en su autogobierno. Mientras el PNV intentó así, estratégicamente, nadar y guardar la ropa, con una relación política estrecha con el exilio español pero sin aceptar su imaginario simbólico, el nacionalismo radical de ETA y de sectores próximos a ella, aunque siguieran dentro del PNV (tal y como sucedía con Telesforo Monzón) lo tuvo mucho más claro. Ellos no tenían ningún problema para compatibilizar su corazón exclusivamente vasco y la razón pragmática que llevaba al PNV a actuar de acuerdo con el resto del exilio español. Para ellos, España en bloque era el enemigo. No sólo no aceptaban como propios ninguno de los símbolos de la identidad nacional democrática española, sino que el mero contacto político con sus representantes en el exilio quedaba excluido. Quizás aquí se estaban sembrando ya las diferentes actitudes del nacionalismo vasco ante la Transición democrática. Mientras el PNV iba a aceptar de forma pragmática las reglas del juego democrático, pero sin identificarse sentimental y simbólicamente con la nueva Monarquía española, el mundo estructurado en torno a ETA iba a rechazar, incluso por medio de la violencia, tanto a España como las normas de funcionamiento de la democracia española y vasca posterior a 1978.

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