MARÍN SUÁREZ, C. (2015) Seis claves para una contra-Arqueología de la Guerra Civil Española y el Franquismo, en Actes de la I Jornada d´Arqueologia i Patrimoni de la Guerra Civil al front de l´Ebre. COMEBE i Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya, Tortosa: 95-106.

June 16, 2017 | Autor: Carlos Marín Suárez | Categoría: Contemporary Archaeology, Spanish Civil War, Archaeology of the Contemporary Past
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ACTES DE LA I JORNADA D’ARQUEOLOGIA I PATRIMONI DE LA GUERRA CIVIL AL FRONT DE L’EBRE

JOAN MARTÍNEZ I TOMÀS i DAVID TORMO I BENAVENT (COORD)

SEIS CLAVES PARA UNA CONTRA-ARQUEOLOGÍA DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y EL FRANQUISMO

SEIS CLAVES PARA UNA CONTRA-ARQUEOLOGÍA DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y EL FRANQUISMO Carlos Marín Suárez La arqueología de la Guerra Civil española y el Franquismo es menos reciente de lo que creemos. De hecho, ya durante la Guerra Civil y dentro del propio bando franquista se oyeron las primeras voces para dejar algunos escenarios de la contienda como paisajes de guerra monumentalizados que reflejaran la «barbarie marxista». Es el caso de algunos de los lugares en los que hemos intervenido en los últimos años. En la Ciudad Universitaria de Madrid (González Ruibal et al., 2010), por ejemplo, tal y como documentaron nuestras compañeras historiadoras (Quintero et al., 2013 ep), nada más terminar la guerra la Comandancia General de Ingenieros le pedía al caudillo: «Tengo el honor de proponer a V. E. que se declare monumento nacional la Ciudad Universitaria, tal como se encuentra en la actualidad, y para que se conserve indefinidamente se empiecen con toda actividad los trabajos necesarios de consolidación de edificios y trincheras, haciendo los revestimientos necesarios y concediendo al Ejército el honor de su conservación y el de su custodia al glorioso Cuerpo de Mutilados de Guerra”, pues “de los grandes hechos históricos acontecidos en nuestra Nación apenas quedan vestigios» (Archivo General Militar de Ávila: C.2326, L.50, Cp. 31) Pese a que la respuesta de Franco fue contundente: «No deben conservarse vestigios de esta guerra una vez hecha la debida depuración», el caso es que durante un tiempo, hasta que la Ciudad Universitaria fue reinaugurada en 1943, hubo visitas guiadas por este espacio de ambigua memoria para el bando ganador. Se instaló una

cartelería, un discurso museográfico diríamos hoy, en las propias trincheras. Estos carteles elocuentemente rezaban: «Ellos» y «Nosotros». Pensemos que este paisaje de guerra simbolizaba el primer encontronazo del imparable avance franquista, allá por noviembre de 1936, y quizás la causa de que la contienda durara tanto tiempo. Allí estuvo el frente de guerra más duradero —858 días—, recordando incesantemente que la toma de la capital no era posible. Finalmente el paisaje bélico fue borrado, tal y como deseaba el dictador. Pero la memoria histórica del bando vencedor no desapareció con esas trincheras, sino que se monumentalizó en la entrada del campus, precisamente por donde las tropas franquistas entraron en Madrid en abril de 1939. El arco de la victoria, el ministerio del aire de estilo neoherreriano, el panteón dedicado a los caídos del bando «nacional», el águila fascista... se concentran en el entorno de la plaza de Moncloa, reproduciendo y naturalizando a día de hoy la memoria histórica del franquismo, sin que por el momento, casi 40 años después de la muerte del dictador, hayamos realizado ninguna relectura democrática (González Ruibal, 2009: 111-112). De igual modo, en multitud de calles y plazas de España se mantiene el nomenclátor de la dictadura, que, evidentemente, sólo recuerda a aquel «Nosotros» de los carteles de la Ciudad Universitaria de Madrid. Un nosotros con nombres y apellidos, como podemos leer en los listados de los «Caídos por Dios y por España» que se sitúan a modo de epígrafes monumentales en los muros externos de muchas iglesias. El conjunto iconográfico se suele completar con una gran cruz cristiana, presidida por el nombre del fundador y el símbolo del partido fascista Falange. 95

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Carteles musealizando los restos de la Guerra Civil Española en la Ciudad Universitaria de Madrid, al poco tiempo de finalizar la contienda.

En el caso de Belchite (Zaragoza), en donde acabamos de terminar nuestro último proyecto de arqueología de la Guerra Civil y el franquismo (que puede seguirse en el blog Arqueología de la Guerra Civil Española http://guerraenlauniversidad.blogspot.com/), volvemos a encontrar otro intento de «parque arqueológico» franquista. El pueblo sufrió dos asedios y consiguientes tomas. Una en agosto-septiembre de 1937, protagonizada por el bando republicano y con un importante rol de las Brigadas Internacionales, y otra por el bando sublevado en marzo del año siguiente (Martínez de Baños, 2010). El propio Franco visitó las ruinas del pueblo viejo de Belchite en 1938, en donde dio un discurso prometiendo que junto a «estas ruinas de Belchite se construirá una nueva ciudad, hermosa y amplia en homenaje a su heroísmo único» (García Enguita, 2014: 29-35). Lo cierto es que los técnicos de la Dirección General de Regiones Devastadas sobredimensionaron la destrucción del pueblo ya que tan sólo un tercio de los inmuebles quedó en ruinas. Un número 96

pequeño si se compara con la casi total destrucción de pueblos cercanos como Rodén. La reconstrucción del pueblo era perfectamente factible, sin embargo, ya se había decidido que estas ruinas iban a tener un importante simbolismo en la «Nueva España». En 1938 el ministro de Interior del primer gobierno franquista, Ramón Serrano Suñer, diría: «Se respetarán las ruinas, pero al lado de ellas se levantará una gran ciudad». No es casual que la revista Reconstrucción, publicación de la mencionada Dirección General de Regiones Devastadas, abriera su primer número en 1940 con un fotomontaje de Franco con las ruinas de Belchite al fondo. El párroco de Belchite, fiel seguidor del nuevo régimen, escribió en la prensa de la época: «Las ruinas de Belchite, escuela de patriotismo y virtudes cívicas. Si la destrucción de Belchite no hubiera sido tan honestamente trágica, diríamos que las ruinas de este pueblo se prestan a ser un lugar objetivo para el turismo. Los españoles, con el tiempo,

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rrectamente rodeadas por un muro, durarán para la posteridad, un monumento vivo de la raza.» Las razones políticas para no reconstruir el pueblo viejo de Belchite eran claras. Franco quería mantener estas ruinas como testimonio del heroísmo de los ganadores y de la crueldad de la batalla que tuvo lugar. Pero más allá de eso, el contraste entre las ruinas del pueblo viejo y el Nuevo Belchite, construido con mano de obra esclava —unos 1.500 presos políticos que «redimían sus pecados» mediante el trabajo y la fe católica— (Rodrigo, 2006), tenía la intención de marcar de forma material y duradera un contraste dramático y sensacionalista entre el afán destructivo del marxismo y la capacidad creativa de la España de Franco. En el primer número de la mencionada revista Reconstrucción puede leerse:

Fotomontaje del primer número de la revista Reconstrucción en el que se sitúa a Franco delante de las ruinas de Belchite.

llegarán a la antigua villa de Belchite como los verdaderos patriotas van a visitar las ruinas de Numancia. [...] Cuando la guerra haya terminado se impondrá una excursión obligatoria a las escuelas nacionales y sus maestros darán una conferencia sobre el simbolismo de estas ruinas sagradas y preciosas. ¿Qué lección puede ser mejor? No importa si la nueva ciudad no se erigió sobre las ruinas porque éstas, co-

«Junto a las piedras heroicas de viejo Belchite el diseño cálido y acogedor de Nueva Belchite va a ser erigido. Escombros y reconstrucción, montones de ruinas repartidas por el marxismo como una huella de su fugacidad y el monumento de la paz construido por Franco. Símbolos de dos épocas y dos sistemas, ambos Belchites hablan, con el lenguaje silencioso de sus escombros y sus piedras blancas, sobre la brutalidad y la cultura, la miseria y el Imperio, la materia y el espíritu, la «Anti-España» subyugada y la España victoriosa y eterna. [...] Regiones Devastadas se puso manos a la obra. Cientos de prisioneros, redimiendo sus pecados anteriores mediante el trabajo, ya la están levantando. Y cuando, muy pronto, bajo el sonido de sus campanas, Belchite se convierta en un pueblo tranquilo y sólido, amable y trabajador, pacífico y cristiano, ofrecerá a las personas el magnífico símbolo de sus dos pueblos, tan diferentes y opuestos como los sistemas que fueron la causa de la guerra en nuestro país: el Belchite devastado por el marxismo y el reconstruido por la España de Franco.» 97

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El simbolismo de estas ruinas fue tan grande que en plena guerra se consideró la posibilidad de hacer rutas turísticas que conectaran Belchite con las ruinas de otros pueblos y ciudades aragonesas destruidos por los combates, como Teruel, Sierra de Alcubierre y Huesca (García Enguita, 2014: 29-35). Estas ruinas así entendidas supusieron para los miles de prisioneros que estaban construyendo el nuevo Belchite la violencia directa por parte del Estado, mediante la humillación, la explotación y la re-educación política / ideológica. Lo que estos prisioneros vivieron de forma amplificada, es lo que el resto de vecinos de Belchite, y en general toda la sociedad española, vivió bajo el franquismo. Esta gestión franquista de la materialidad de la Guerra Civil no se circunscribió exclusivamente a las ruinas y a los paisajes de guerra, o a la erección de monumentos. Los muertos del bando sublevado, los «caídos por Dios y por España», no fueron sólo honrados y homenajeados en las fachadas de las iglesias y en monumentos como el panteón de Moncloa, sino que un año después de terminada la guerra, con la Orden del 6 de mayo de 1940, la inmensa mayoría de las personas ejecutadas en territorio republicano fueron localizadas, exhumadas, identificadas, re-enterradas y homenajeadas por las autoridades franquistas en sus lugares de origen, al tiempo que sus familiares recibieron todo tipo de ayudas (Etxeberría Gabilondo, 2012: 13; Montero, 2010: 68). Evidentemente en ese momento aquellas exhumaciones no siguieron ningún protocolo arqueológico o forense. Las musealizaciones de paisajes de guerra y ruinas o las exhumaciones fueron prácticas para-arqueológicas del franquismo que en ningún caso pudieron ser asimiladas en la tradición arqueológica de la Academia hispana. Se trataba de una Arqueología que por aquel entonces era fundamentalmente prehistórica. Restaba aún mucho tiempo para que se atendiera a los periodos históricos desde esta disciplina. Pero ¿qué ocurrió con 98

la Arqueología, como disciplina académica, mientras se desarrollaban todas estas prácticas para-arqueológicas? Básicamente que la Arqueología se disciplinó, en el doble sentido de institucionalizarse aún más como disciplina, pero sobre todo en el de integrarse en los principios del nuevo orden jerárquico, racista y machista de la dictadura. La Arqueología sufrió una reorganización general (Díaz Andreu, 1993). Las principales figuras se exiliaron o fueron sustituidas —como Pere Bosch Gimpera, Hugo Obermaier o J.M. Barandiarán— e institucionalmente la Arqueología estuvo marcada por un fuerte centralismo desde Madrid. Se prohibieron instituciones científicas previas, como el Institut d´Estudis Catalans o el Seminario de Estudios Galegos. La Arqueología pasó a formar parte de un régimen jerárquico que se controlaba desde Madrid y que estaba en manos de muy pocos hombres fieles al régimen, como J. Martínez Santa-Olalla, Joaquín Mª de Navascués, Blas Taracena Aguirre o Martín Almagro Basch. La mejor metáfora visual del momento es la entrada de este último en marzo de 1939, vestido de falangista y pistola en mano, en el Museo de Arqueología de Cataluña (Barcelona), del cual acababa de ser nombrado director. La influencia del nuevo orden político fue palpable, dentro del campo arqueológico, en la profunda reforma institucional llevada a cabo, con la creación en 1939 del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que centralizó y organizó jerárquicamente la investigación científica (Mora, 2003). Y en concreto para la Arqueología en la inauguración de la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas, que sustituyó a la Sección de Excavaciones de la Junta Superior del Tesoro Artístico (1933-39), y que pasó a estar dirigida por Julio Martínez Santa-Olalla, militar de alto rango y falangista progermánico (Díaz Andreu, 1993: 76-77). Ello nos lleva a otra característica del momento: la potenciación de las carreras de determinados profesionales afines al régimen, quienes, desde sus

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posiciones de poder, hicieron lo posible para moldear la disciplina al servicio del franquismo (Díaz Andreu, 2003: 57). Uno de los casos más relevantes fue el panceltismo de los mencionados Almagro Basch y Martínez Santa-Olalla, como prueba de la primitiva unidad del pueblo español y base racial de la hispanidad, al modo de los arios para la Alemania nazi (Ruiz Zapatero, 2003: 228229). Las ruinas de Numancia, que estuvieron habitadas por el pueblo celta por excelencia de la península, los Celtíberos, fueron un referente racial y heroico de la hispanidad (de la Torre, 1998: 208-209), que, como hemos visto más arriba, se equipararon con las de Belchite, dentro de una perspectiva esencialista y antihistórica, pero que fue amparada y promocionada desde el monopolio disciplinar que cultivaron estos arqueólogos del régimen. Si bien estos arqueólogos no participaron directamente de la gestión franquista de la materialidad de la Guerra Civil, ya que en aquel momento estos restos no tenían cabida en la disciplina arqueológica, sí que corroboraron con su trabajo y desde el omnipresente paradigma histórico-cultural los principios raciales y esencialistas de la «Nueva España». Formaron parte del engranaje institucional e ideológico que convirtió estos lugares en lieux dominants, es decir, en lugares al servicio del poder, absorbidos dentro de un aparato monumental ideado para mantener un discurso ideológico (Nora y Olivier en González Ruibal, 2008: 256). Las fuerzas reaccionarias nos llevan 75 años de adelanto en la gestión de toda esta materialidad de la Guerra Civil y en la erección de monumentos para consolidar el relato de los vencedores. Mientras exhumaban a sus muertos asesinaban impunemente a decenas de miles de personas que acabaron en fosas comunes. Los principios ideológicos anclados a aquellos monumentos y ruinas se basaron en la exclusión, humillación y memoricidio de aquella anti-España a la que se estaba asesinando, esclavizando y adoctrinando en el nacional-catolicismo.

Discursos y prácticas franquistas que se siguen reproduciendo continuamente, a día de hoy, y además de forma naturalizada. La violencia simbólica fijada a estos lugares sigue teniendo la misma fuerza que antaño. El miedo con el que nos seguimos enfrentando a estos restos, el miedo a no revolver en el pasado para no herir sensibilidades, es buena prueba de ello. El franquismo hizo bien su trabajo. Cierta Arqueología, centrada en los restos de este conflicto contemporáneo, lleva al menos desde el año 2000 trabajando para revertir esta situación. Pero vista la gestión de la materialidad de la guerra y de la dictadura que hizo el propio franquismo ¿no será que lo que llevamos haciendo estas últimas dos décadas no es tanto una Arqueología como una contra-Arqueología de la Guerra Civil y el franquismo? Para desarrollar esa contra-Arqueología, con todo su potencial subversivo y emancipador, proponemos una serie de seis puntos a seguir:

Una arqueología indisciplinada Desde Sudamérica oímos voces que piden indisciplinar la práctica arqueológica para reducir toda su carga colonial y la violencia típica de la Academia en la imposición de su visión del mundo. El problema es que incluso aquella ciencia social protagonizada por personas con las mejores intenciones en muchas ocasiones aporta, más veces de las que combate, a la reproducción del orden de desigualdad, injusticia y muerte. Se plantea por ello problematizar el propio problema de investigación, al sujeto investigador, la metodología. La violencia colonial de toda investigación social podría ser atajada mediante el potenciamiento de capacidades que raramente se tiene en cuenta en la investigación: el reconocimiento, el aprendizaje y la solidaridad. Uno de los logros de este indisciplinamiento sería que el arqueólogo no estudie las relaciones sociales sino que pase a formar parte de las mismas (Haber, 2011: 15 y ss.). 99

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En el panorama arqueológico español, heredero del parón teórico y de la reformulación jerárquica de la práctica arqueológica que supuso el franquismo, parece que aún estamos lejos de una práctica decolonial. El paradigma histórico-cultural aún sigue siendo imperante en la Academia, sigue siendo la ortodoxia de nuestro campo científico (sensu Bourdieu, 1999). Y los proyectos arqueológicos en su inmensa mayoría siguen teniendo un fin utilitarista, dentro de una lógica capitalista de obtener datos e información para el beneficio del investigador principal o director del proyecto, ni siquiera para el grueso del equipo arqueológico. Una arqueología comunitaria, situada, sensible a las problemáticas de los contextos locales en los que se interviene aún no existe en España. Con todas las críticas que se le pueda hacer a la Arqueología Multicultural, por no desprenderse realmente del monopolio que la caracteriza (Gnecco, 2012), sería un gran avance si algo parecido se viera aquí. Sin embargo, quizás la arqueología de la Guerra Civil y el franquismo sea una de las arqueologías menos disciplinadas de las que se practican en el estado español. En primer lugar porque un amplio número de personas interesadas y estudiosas de estos restos no pertenecen a la disciplina, y abordan esta materialidad con lógicas y métodos completamente ajenos a nuestra tradición. Tanto es así que en multitud de casos a estos particulares «yacimientos arqueológicos» los arqueólogos somos los últimos en llegar. Se trata de lugares y restos tan significativos para un abanico tan amplio de personas que por mucho que la Arqueología quisiera reproducir el monopolio en el que se siente cómoda no podría llevarlo a cabo, debido a todas las voces que tendría en contra. Se trata de una característica exclusiva de la Arqueología de la Guerra Civil. Respecto a los que sí son arqueólogos, por ejemplo los cientos de compañeros y compañeras que han participado en exhumaciones en los últimos años, en muchos 100

casos lo han hecho como trabajo voluntario, organizados desde asociaciones de memoria histórica o instituciones al margen de la universidad (Etxeberría, 2012). También es necesario señalar los importantes avances que se han realizado, como en el caso de la arquitectura bélica, gracias principalmente a las intervenciones de la arqueología de gestión, no de la arqueología académica (resumen en González Ruibal, 2007: 267-268). Los escasos proyectos de investigación, tampoco son ejemplo de una arqueología académica al uso. No han sido equipos de investigación financiados y estables, sino que se han creado para cada proyecto concreto. La mayoría de los miembros son arqueólogos y arqueólogas freelance, al margen de la Academia. Hoy por hoy, uno de los escasos departamentos universitarios desde los que se cultiva este tipo de Arqueología es Did-Patri de la Universidad de Barcelona (http://www.didpatri.cat/). Sin embargo, lo más frecuente en la arqueología disciplinada queda resumido en una pregunta-aseveración que hizo una profesora del departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense cuando empezamos nuestro proyecto con los restos de la Ciudad Universitaria, en el año 2008: «¿Tú también estás con eso de la Guerra Civil? Eso es una gilipollez. Eso no es Arqueología. Eso es CSI». Mientras esta sea la tónica general creo que vamos por el buen camino.

Una arqueología que rompa con los sistemas expertos Familiares que desde finales de los años 60 comenzaron a investigar y a exhumar los restos de sus seres queridos, asociaciones de memoria histórica, grupos de recreación de la Guerra Civil, asociaciones de investigación de la arquitectura bélica de la Guerra Civil, investigadores amateur, guías amateur, eruditos locales, detectoristas, furtivos... Desde que empezamos en el año 2006 con el proyecto arqueológico del destacamento penal de Bustarviejo (Madrid), hasta el último, el de las trazas materia-

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materiales y estructuras, insertar otras sensibilidades y conocimientos, etc. Es hora de que reconozcamos que hay muchos expertos sobre la Guerra Civil al margen de la Academia y que cuanto más integrador sea un proyecto de investigación más haremos por la disolución de los sistemas expertos y por el desarrollo de prácticas democráticas en Arqueología (Rolland, 2011: 213). Se trata de una característica propia de la arqueología contemporánea que merece la pena ser debatida, desarrollada y exportada a otro tipo de proyectos arqueológicos.

El recreacionista inglés Alan Warren, gran conocedor de la historia de las Brigadas internacionales, en las excavaciones de la Paridera del Saso (Belchite, Zaragoza)

les de las Brigadas Internacionales en Belchite (Zaragoza), que ha terminado hace escasas semanas, la nómina de personas y colectivos conocedores y estudiosos de la materialidad de la Guerra Civil con los que hemos entrado en contacto es muy amplia. Antes o durante el mismo proyecto lo habitual ha sido colaborar con todas estas personas, que son las que llevan investigando estos lugares durante décadas. En colaboración con ellos conseguimos reorientar los proyectos, abordar elementos inimaginados en la fase de preparación, interpretar

Sin embargo, el afán por democratizar el conocimiento y de escuchar otras voces que interpretan el pasado e incorporarlas, a modo de una multivocalidad coral (Hodder, 1992: 186), y la idea de que la del arqueólogo es una voz más, en el fondo no está reconociendo que los diálogos siempre se dan en relaciones de desigualdad, que no todas las voces son iguales, y que dejar hablar a todo el mundo no hace que las cosas cambien (González Ruibal, 2010). ¿Qué sucede con los grupos fascistas que celebran sus actos en las ruinas de Belchite todo los años? ¿Debemos dejar que los furtivos destruyan contextos de la Guerra Civil y atenten contra la dignidad de las personas desenterrando cadáveres para tomar su chapa de identificación? La disolución de los sistemas expertos no es excluyente con el hecho de que los arqueólogos tengan que tomar partido, mantener una postura política e intentar potenciar las voces de los subalternos (por ejemplo víctimas de la Guerra Civil) frente a las voces hegemónicas (por ejemplo los grupos fascistas). El consenso no sólo no es posible, sino ni siquiera deseable. Para ello la clave es que los arqueólogos mantengan cierta autoridad, no fundamentada en el poder y la jerarquía, como en el caso de los arqueólogos promocionados por el franquismo, sino una autoridad basada en la especialización de nuestro conocimiento, la capacidad de crítica y el trabajo por el bien común (González Ruibal, 2010: 21-26; 2012: 107). 101

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Una arqueología pública Una buena estrategia para indisciplinarnos es que los proyectos arqueológicos sean desarrollados integralmente como formas de arqueología pública. En numerosos casos hemos podido observar que nuestras intervenciones son ocasiones inmejorables para que todos los agentes y colectivos involucrados en el estudio y memoria de ciertos restos nos conozcamos y compartamos información. Las excavaciones son escenarios ideales para hacer que los hechos que se esconden tras estas ruinas se debatan públicamente, para reconectar a las personas con los discursos y los restos (González Ruibal, 2007: 270-271). Pero para ello es necesario que la arqueología pública se entienda en un sentido dialógico y emancipador, no en la típica lavada de conciencia en la que unidireccionalmente se transmite información desde el ámbito docto al populacho inculto. Mantener una posición indisciplinada indica, como decíamos, estar abiertos al aprendizaje, a sorprendernos por lo insospechado. Sin duda escribir un diario de campo on line con posts diarios en nuestro blog, debatir y plantear nuestras dudas de la investigación en la página de Facebook, publicar rápido y colgar en la web los informes y artículos, dar charlas al empezar y terminar cada proyecto, hacer visitas guiadas, etc. son partes fundamentales de una práctica de arqueología pública, pero no suficientes. Están más vinculadas a la publicidad de la Arqueología que a la arqueología pública. La arqueología pública tendría que ver más bien con replantear nuestra relación como investigadores con la comunidad, con el otro, en ingresar en lo público. Además, el ejercicio de una arqueología del conflicto contemporáneo requiere especialmente una reflexión arqueológica acerca de lo público. Una arqueología pública entendida entonces como la práctica que concibe su interacción con la comunidad en tanto medida primordial para solucionar un problema. Problema en el que, por cierto, en el caso de la arqueología contemporánea, la comunidad es protagonista, y los 102

investigadores también. Que la Arqueología, además de una ciencia social sea pública, implica algo más que la sociedad sea su destinataria, fundamentalmente que sea la esencia misma de su trabajo. La pregunta debe formularse entonces acerca de si debemos «llegar» o «partir» de la comunidad (Marín et al., 2013: 434-436).

Una arqueología que trabaje por los derechos humanos Si bien en los departamentos universitarios de Arqueología aún no se ha asumido que existe una arqueología contemporánea, sí ha sucedido a nivel social. A través de los medios de comunicación se ha naturalizado la figura del arqueólogo exhumando fosas del franquismo. A nadie le extraña, ni siquiera a la gente de derechas, que los arqueólogos aporten como especialistas para que las familias de los represaliados, de toda esa «anti-España» que sigue enterrada boca abajo en las cunetas, pueda enterrar a sus seres queridos. Desde la primera excavación con protocolos científicos, la del año 2000 en Priaranza del Bierzo, hasta el 2012, estaríamos hablando de unas 278 fosas excavadas con unos 5000 esqueletos recuperados (Etxeberría, 2012: 14). Es evidente que el colectivo de arqueólogos y antropólogos forenses está haciendo mucho más por los derechos humanos que los gobiernos del periodo democrático. De la triada verdad, memoria y justicia la Arqueología ha impulsado enormemente las dos primeras, hasta el punto de que estas exhumaciones han modificado enormemente a nivel social la visión naturalizada de la transición española. Los muertos están saliendo de debajo de la alfombra y se está tambaleando el orden del 78 (Monedero, 2013: 19-23). Pero, más allá de esta exhumaciones que responden a las demandas de familiares y a la resolución de los crímenes de lesa humanidad del franquismo, ¿qué ocurre con los cuerpos que nadie reclama? ¿Qué hacemos con los cuerpos recuperados en las trincheras? ¿A quién le

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compete su excavación e identificación? Sin duda en última instancia, al igual que con las fosas comunes, le correspondería al gobierno hacerse cargo de estos otros muertos, cuyo protagonismo en el debate público español es aún muy minoritario. De momento nuestras excavaciones están sirviendo para poner el problema sobre la mesa, tal y como pudimos comprobar con el conflicto político y el tono del debate en los medios de comunicación catalanes tras la exhumación en 2011 del soldado republicano que bautizamos como Charlie (Ayán, 2013).

Una arqueología política Indisciplinar la Arqueología y atender a la resolución de los problemas generados por la Guerra Civil y el franquismo junto a las comunidades en las que se trabaja supone una toma de posición política. Toda Arqueología es política. Incluso aquella que niega ser política está decantándose por una postura política determinada, en muchos casos de tinte reaccionario y heredera del paradigma histórico-cultural y positivista reforzado en el franquismo (Falquina, Marín y Rolland, 2006). Si política fue la gestión franquista de la materialidad de la Guerra Civil, política ha de ser la respuesta. Como vimos, conseguir un consenso en estos temas no sólo no es posible, sino que no es deseable. La auténtica política debe basarse en la división y la exclusión (González Ruibal, 2010: 23). El mejor homenaje que le podemos hacer a la España que perdió la Guerra Civil es rescatar sus proyectos políticos, actualizándolos. Uno de los modos en los que podemos llevarlo a cabo desde la Arqueología es señalando las formas de violencia franquista que siguen operando en nuestra sociedad. Toda violencia física está estrechamente interrelacionada con la violencia sistémica y con la violencia simbólica (Žižek, 2009: 22). Desde esta perspectiva podríamos defender que pese a que la violen-

cia física vinculada a la Guerra Civil y el franquismo, por ejemplo la que documentamos en las fosas comunes, sea pasada y no vivida directamente por la generación más joven, está presente a nivel familiar en lo vivido por nuestros padres y abuelos, y a nivel colectivo por el profundo trauma social que provocó. Pero sin duda son las violencias sistémica y simbólica forjadas en el franquismo las que siguen operando hoy día en todos y cada uno de nosotros, y en la sociedad española en general. Y este tipo de violencias también son rastreables arqueológicamente. A nivel sistémico la violencia del capitalismo, que hoy nos golpea con dureza, fue ampliamente consolidada en el franquismo. Muchas de las constructoras y banqueros que se enriquecieron con el trabajo esclavo de los «rojos» hoy cotizan el IBEX 35, como pudimos comprobar en nuestro proyecto arqueológico en el destacamento penal de Bustarviejo (Marín et al., 2012). Por otro lado, la violencia simbólica que siguen ejerciendo las ruinas y los monumentos gestionados por el franquismo puede ser anulada con otros discursos alternativos, generados desde la Arqueología. Para desnaturalizar aquella debemos desenterrar objetos y estructuras que nos cuenten otras historias, ya que «debajo de la fantasía de poder se esconde el espectro de lo reprimido». Bajo la inquietante presencia del Arco de Triunfo de Madrid se encuentran las cicatrices de un conflicto que no se ha podido camuflar y los otros muertos que se niegan a permanecer en el olvido (González Ruibal, 2009: 110-112).

Una arqueología que sustente la memoria Tras excavar en un determinado contexto solemos generar narrativas históricas, más en el sentido de microhistorias que de grandes relatos. Nuestras excavaciones no van a cambiar sustancialmente la Historia de la Guerra Civil, pero las microhistorias narradas en el propio contexto generan una cercanía y una intimidad con los he103

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chos relatados que difícilmente se pueden alcanzar por otros medios. Pero, además, en el ámbito concreto de la arqueología de la represión más reciente, el régimen de verdad de la narrativa histórica no puede pretender mantenerse en la exclusión de la memoria, sino que en todo caso debe apoyarse en su colaboración y sostenimiento. Ello no hace que la narrativa resultante sea menos académica, ni menos científica, sino todo lo contrario. El proceso de investigación es relevante tanto académica como socialmente precisamente por la inclusión de los intereses subjetivos extra-académicos en la definición de sus objetivos y condicionamientos (Haber, 2006: 143). En esta línea son muchos los historiadores que difuminan los límites entre memoria e historia, entre conocimiento subjetivo y objetivo, entre forma de recordar popular y forma de recordar erudita (por ejemplo Aróstegui, 2004). De hecho en temas como el que estamos tratando, el arqueólogo participa de un tipo de memoria definida como posmemoria (Hirsch en Zarankin y Salerno, 2012: 144145), y que tiene la característica de incluir recuerdos asociados a las historias de vida o memorias ajenas, recuerdos de generaciones previas, las que protagonizaron los acontecimientos en cuestión. Recuerdos producidos por otros que terminan generando una historia de las historias. En ese enlace entre memoria e historia es en el que los proyectos arqueológicos pueden ayudar a producir cambios ontológicos en la percepción de las ruinas de la Guerra Civil y el franquismo, mediante el tránsito de lugares abyectos, o de difícil memoria, a mnemotopoi, o lugares en donde se anclen memorias hasta el momento marginadas o negadas. Ello no supone en ningún caso que desde la Arqueología se cierren los discursos y las interpretaciones sobre esos lugares (González Ruibal, 2008: 254-259), pero sí al menos que se contrarresten los discursos y memorias impuestas por el franquismo y que siguen todavía tan tristemente vigentes. 104

Prospección arqueológica en el pueblo viejo de Belchite (Zaragoza), dentro del International Brigades Archaeology Project 2014, que tiene como uno de sus objetivos rescatar la memoria de los brigadistas internacionales que lucharon en el frente de Aragón

SEIS CLAVES PARA UNA CONTRA-ARQUEOLOGÍA DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y EL FRANQUISMO

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ÍNDEX PRÒLEG . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 I Jornada d’Arqueologia i Patrimoni de la Guerra Civil al Front de l’Ebre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 La recuperació d’un dels refugis antiaeris de Flix Pere Rams Folch; Josep Maria Pérez Suñé . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Intervencions realitzades pel Comebe: espais de les Devees i Barrancs, lloc de comandament de la Fatarella, turó de Valljordà i puntes de Millet David Tormo Benavent . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21 Arqueologia preventiva en els espais de la Batalla de l’Ebre. De la cultura material d’un camp de batalla de la Guerra Civil a les infraestructures eòliques actuals Cesc Busquets Costa; Jordi Ramos Ruiz; Damià Griñó Màrquez; Vanesa Camarasa Pedraza; Lourdes Forcades Vidal; Àlex Moreno Gómez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33 El sector Gandesa de la línia fortificada del Cinca: Estat de la recerca Josep M. Pérez Suñé; Pere Rams Folch; Miquel Sunyer Sunyer; David Tormo Benavent. . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 Vinaròs y la Batalla del Ebro Un centro logístico, sanitario y represivo Antonio Arnau Munuera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 La descoberta de la Línia Fortificada de La Fatarella: de l’entusiasme de la societat civil al rigor de la recerca arqueològica científica Angel Solà Mauri. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 Arqueologia per a la preservació i recuperació de la memòria històrica. La línia defensiva de la costa de l’Ebre Jordi Ramos Ruiz; Vanesa Camarasa Pedraza; Damià Griñó Màrquez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 Seis claves para una contra-Arqueología de la Guerra Civil Española y el Franquismo Carlos Marín Suárez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

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