Marie-Dominique Chenu, Une école de théologie: Le Saulchoir Presentación de un ensayo teológico pionero

July 29, 2017 | Autor: Maria Jose Caram | Categoría: Teologia, Teologia Contemporânea
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Descripción

Reflexión

Reflexión Marie-Dominique Chenu, Une école de théologie: Le Saulchoir

Presentación de un ensayo teológico pionero María José Caram El objetivo de este artículo es presentar a los lectores contemporáneos una obra pionera, escrita durante la primera mitad del siglo XX, titulada Une école de Théologie: Le Saulchoir1. Su autor es Fr. MarieDominique Chenu, o.p. quien, a pesar de no haber sido nombrado perito oficial del concilio Vaticano II, fue uno de sus teólogos más influyentes. Tres razones avalan esta opción: La primera tiene que ver con el carácter de una obra que contribuye a la inserción de la razón histórica (y de otras razones científicas) en el quehacer teológico, planteando una fuerte crítica a la teología oficial de aquel momento y aportando vías de superación al intenso conflicto vivido entre la Iglesia y el mundo moderno, contribuciones que sólo podrán visibilizarse en el ámbito oficial de la cristiandad con el advenimiento del concilio Vaticano II.

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* Este artículo tiene su origen en un trabajo redactado con ocasión del Seminario de posgrado titulado “Modernidades, secularizaciones y transformaciones de lo religioso en América Latina”, dirigido por el Dr. Gustavo Morello, sj, en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Córdoba, Argentina, durante el primer semestre lectivo del año 2013. 1 En castellano: Una escuela de teología: Le Saulchoir. En adelante, todos los textos citados de esta obra serán de traducción propia. Páginas 233. Marzo, 2014.

La segunda razón está en el hecho de que, aunque de modo todavía germinal, el ensayo de Chenu plantea los fundamentos de una teología de los signos de los tiempos, asumida años más tarde por el papa Juan XXIII y Gaudium et spes, y que marcaría profundamente la autocomprensión de la Iglesia y de su misión en el mundo de hoy. El tercer motivo de mi elección está relacionado con la influencia que tuvo el pensamiento de Chenu en la teología de la liberación, la cual aparece explícita en la obra de Gustavo Gutiérrez, quien no sólo lo cita numerosas veces en su libro Teología de la Liberación, publicado por primera vez en 1971, sino que también reconoce claramente que la lectura de Una Escuela le descubrió “el alcance de la historia humana y la vida misma de la Iglesia como un lugar teológico”2.

Circunstancias y repercusiones Una escuela de Teología: Le Saulchoir es un antiguo ensayo sobre los métodos de trabajo y las orientaciones espirituales que animaban a los integrantes del studium generale de la provincia de Francia de la Orden de Predicadores3. La obra se origina en una alocución pronunciada durante la fiesta de Santo Tomás de Aquino, el 7 de marzo de 1936. Según la costumbre del Centro de Estudios de los Dominicos franceses, el programa de estas celebraciones incluía la disertación de un profesor sobre algún tema que animara el trabajo común. Aquel año le tocó compartir sus reflexiones a su regente de estudios, Fr. Marie Dominique Chenu. En el curso de una entrevista que tuvo lugar mucho tiempo después, el autor explica las circunstancias que lo llevaron a publicarlas y dice así: “La exposición impresionó a los profesores y estudiantes, quienes me pidieron mis notas para publicarlas. Pero, como se trataba de una improvisación, decidí redactar un texto un poco 2 Gustavo Gutiérrez, “Quehacer teológico y experiencia eclesial”, en Tamayo Acosta J. – Bosch J. (Eds), Panorama de la teología en Latinoamérica, Navarra, 2001, 242. 3 Los dominicos, expulsados de Francia en 1903, ubicaron su studium generale en Bélgica en una antigua abadía cisterciense, lugar conocido como Le Saulchoir (El sauzal), en la localidad de Kain, a pocos kilómetros de la frontera francesa. Luego, entre 1937-1939 se ubicó en Étiolles, cerca de París, conservando el nombre adquirido en el exilio belga. Finalmente, en 1971 se trasladó al Convento de Saint-Jacques de París. En 1974 sus Facultades de Filosofía y Teología suspendieron la enseñanza universitaria. Actualmente, la biblioteca se encuentra habilitada y puesta al servicio de la investigación y, además, se ofrecen seminarios de investigación, coloquios y jornadas de estudio en las áreas de teología, filosofía y ciencias humanas, en colaboración con universidades privadas y públicas (Cf. Chenu,M.-D.,Une école de Théologie: Le Saulchoir. Avec les études de Giuseppe Alberigo, Étienne Fouilloux, Jean Ladrière et Jean-Pierre Jossua, Cerf, París, 1985, 7, nota 1 y (en línea)

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más consistente en el que desarrollé nuestras ideas sobre el método histórico”4. El libro se publica en 1937 y su circulación fue más bien restringida. Sin embargo, casi inmediatamente despierta las sospechas de las autoridades romanas, a pesar de contar con el imprimatur canónico5. En 1938, el P. Chenu es convocado a Roma y obligado a aceptar diez breves proposiciones doctrinales donde se le imputaba una concepción histórico-relativista de las fórmulas dogmáticas, un concepto dinámico de tradición en el sentido de que la tradición viva de la Iglesia incrementa, con nuevas verdades, el depósito revelado cerrado definitivamente con el último apóstol y la relativización del pensamiento teológico y filosófico de Tomás de Aquino6. Posteriormente, en 1942, la obra fue puesta en el índice de libros prohibidos por un decreto del Santo Oficio, su autor destituido de su cargo de rector y separado de la docencia. En 1982, casi 40 años después de su proscripción, el libro comienza un nuevo derrotero con motivo de la publicación en italiano por Ediciones Marietti: Le Saulchoir: una scuola di teología. Esta vez el camino será de reconocimiento. Con motivo de esta nueva publicación, algunos amigos del P. Chenu del grupo de Confrontations organizan un coloquio en París en el que teólogos, historiadores y filósofos reconstruyen las circunstancias en las que el ensayo vio la luz y ponen de relieve su novedad y actualidad. En 1985, Lés Éditions du Cerf de París lanzan una nueva edición, precedida por un texto de G. Alberigo, que introducía la edición italiana, y otros estudios presentados en aquel Coloquio por Étienne Fouilloux, Jean Ladrière y Jean-Pierre Jossua7.

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4 Jacques Duquesne, Un théologien en liberté. J. Duquesne interroge le P. Chenu, Le Centurion, París, 1975. Texto citado por René Rémond, en el prefacio a Marie Dominique Chenu, Une école de Théologie: Le Saulchoir. Avec les études de Giuseppe Alberigo, Étienne Fouilloux, Jean Ladrière et Jean-Pierre Jossua, Cerf, París, 1985, 7. 5 Giuseppe Alberigo, “Christianisme en tant qu’histoire et «Théologie confesante»”, en M.D. Chenu, Une école de Théologie, 11, nota 2. Alberigo piensa que el hecho de tratarse de una obra escrita en francés y no en latín contribuyó a suscitar la desconfianza. 6 Cf. Franco Antonino, Marie-Dominique Chenu, San Pablo, Madrid, 2007, 37. Las proposiciones estaban manuscritas, redactadas en latín y no contaban con ningún encabezamiento ni firma. Un facsímil del documento puede verse en Une école de Théologie, 35. 7 Es la edición que utilizo para realizar este trabajo y que en adelante citaré como Une École de Théologie.

Importancia de la obra Ciertamente, Le Saulchoir era un centro de reflexión y de investigación teológica e histórica, fiel a la tradición tomista y, al mismo tiempo, comprometido con las grandes cuestiones que la cultura del momento planteaba a los cristianos8. Sin embargo, como afirma G. Alberigo, si ésta fuera la única clave de lectura no estaría justificada una nueva edición de la obra de Chenu. La actualidad del ensayo se encuentra en el tercer capítulo, dedicado a la teología, dentro del cual Chenu condensa sus principales tesis sobre la renovación teológica. Ellas son, principalmente, tres9:

Primacía del dato revelado Lo primero que hay que señalar es la recuperación de la primacía del dato revelado (conclusión fundamental de uno de los inspiradores de Le Saulchoir, el P. A. Gardeil). La polémica antiprotestante y la escolástica de los siglos XVI y XVII lo habían relegado, dejándolo en un lugar marginal con respecto a las formulaciones dogmáticas, los datos teológicos y las exigencias de coherencia interna de los sistemas teológicos. En este contexto, la teología católica, alimentada por una actitud polémica, sustituía la fe del teólogo por la sumisión dogmática; utilizaba la Escritura y la Tradición como repertorio de argumentos probatorios y, de este modo, ponía la Revelación bajo su autoridad en lugar de servir a su inteligencia. Inversión de planos del cual la teología debe ser liberada para que sea posible percibir que “toda la vida positiva de la Iglesia, sus costumbres y sus pensamientos, sus devociones y sus sacramentos, sus espiritualidades, sus instituciones, sus filosofías son lugares teológicos para la comprensión del cristianismo”10.

Aplicación del método histórico-crítico Esta referencia a la vida positiva de la Iglesia introduce, según Alberigo, la segunda tesis central del libro: la superación de la crisis teológica mediante la aplicación del método histórico-crítico, utilizado en

8 Es significativo que Le Saulchoir recibiera regularmente a los capellanes y a los militantes de la Joc. Dice Chenu que estas personas “hicieron de ese convento, lleno de libros y de teología intemporal, uno de los lugares espirituales más amados y más verdaderos. Para los teólogos estos encuentros espontáneos de la Joc eran un inapreciable criterio de su presencia; veían allí un testimonio de la autenticidad cristiana y de la vitalidad sobrenatural de su austero trabajo teológico” (Une École de Théologie, 143). 9 En la exposición de estas tesis centrales sigo a G. Alberigo, “Christianisme en tant qu’histoire”, en Une École de Théologie, 12-15. 10 Une École de Théologie, 134. La traducción es mía.

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la investigación bíblica y promovido por el P. Lagrange, fundador de la Escuela Bíblica de Jerusalén11. “Si la Revelación –dice Chenu– se inserta así en el tiempo, en el curso de una historia, historia santa, pero historia, centrada sobre el hecho histórico de la Encarnación, si desde entonces el dato revelado se inscribe y se presenta en hechos y en textos históricos, nos encontramos directa y brutalmente ante esta pregunta: la teología, así como la fe que la inspira, ¿no precisan, entonces, de una crítica histórica?”12. Es una posición, reconoce Chenu, y puede conllevar un riesgo de relativismo. Sin embargo, la realidad es que el cristianismo, arraigado en el misterio de la Encarnación, tiene un estatuto histórico: el Cristo de la fe se conoce en el Cristo de la historia13. Por lo tanto, “el teólogo no podrá encontrar su dato fuera de la historia, fuera de ese auditus fidei expandido a través del tiempo desde Abrahán… hasta Cristo, y en la Iglesia de Cristo de manera permanente a lo largo de los siglos”14. De ahí que las fuentes de la teología sean acontecimientos históricos y no formas intemporales o esencias metafísicas. De ahí que pueda hablarse de un verdadero desarrollo de la inteligencia del dato revelado. De ahí la necesidad de leer y discernir los lugares teológicos en actos tales como la expansión misionera sin pretensiones colonialistas, el pluralismo de las civilizaciones humanas, las grandezas originales de Oriente y del islam, el deseo de unidad entre los cristianos, la efervescencia social provocada por la presencia de las masas populares en la vida pública, la participación de los laicos en la vida eclesial15. Con esto, dice Alberigo, “La teología de los signos de los tiempos se presentaba ante la conciencia católica contemporánea con toda su riqueza, poniendo en evidencia el aspecto temeroso y estéril de una teología concebida como un edificio conceptual superpuesto a la realidad, de una teología que se alimenta de catálogos de proposiciones tipo Denzinger en lugar de nutrirse de la materia viviente, copiosa, siempre en devenir de la Revelación que anima la historia”16.

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11 Este dominico fue una de las personas más influyentes en el pensamiento de Chenu. 12 Une École de Théologie, 134. 13 Une École de Théologie, 137. Nota Alberigo que la encíclica Pascendi había impugnado la distinción de los modernistas entre Cristo histórico y Cristo de la fe, entre Iglesia de la historia e Iglesia de la fe (Cf. Une École de Théologie, 14, nota 7). 14 Une École de Théologie, 137. 15 Une École de Théologie, 142. 16 Une École de Théologie, 15.

Unidad entre mística y teología En tercer lugar, el P. Chenu reivindicaba una continuidad entre mística y teología cuando afirmaba que ésta, entendida como la fe aplicada a la inteligencia teológica, es verdadera y propiamente un factor de vida espiritual, es decir, una manera de vivir la fe, porque, en efecto, “no se hace teología agregando corolaria pietatis a tesis abstractas, separadas de su dato objetivo y subjetivo, sino manteniéndose en la unidad profunda del orden teologal”17. Lo asombroso es ver cómo “una misma fe cristiana suscita una variedad de espiritualidades”. Así ejemplifica el autor su convicción: “La grandeza y la verdad del agustinismo buenaventuriano o escotista se encuentran enteramente en la experiencia espiritual de san Francisco, quien fuera el alma de sus hijos; la grandeza y la verdad del molinismo están en la experiencia espiritual de los Ejercicios de san Ignacio. No se ingresa en un sistema por la coherencia lógica de su construcción o la verosimilitud de sus conclusiones; nos encontramos allí como naciendo por medio de la intuición maestra con la que se ha comprometido nuestra vida espiritual, con el régimen de inteligibilidad que comporta. Una teología digna de ese nombre es una espiritualidad que ha encontrado instrumentos racionales adecuados para comprender su experiencia religiosa. No es un accidente de la historia que santo Tomás haya entrado en la orden de santo Domingo; y no es una gracia incoherente que la Orden de Santo Domingo haya recibido a santo Tomás de Aquino. La institución y la doctrina son estrechamente solidarias –en la inspiración que una y otra trajeron a un nuevo siglo–, y en la contemplación que, fin de una y de otra, garantiza el fervor, el método, la pureza, la libertad de su espíritu”18. Con estas palabras Chenu realiza una fuerte crítica a quienes en su época pretendieron desnaturalizar el pensamiento teológico de santo Tomás, presentando sus conclusiones como verdades eternas e inmutables, abstraídas de su historicidad y sintetizadas en las 24 tesis tomistas que debían aceptar todos los candidatos al doctorado y a la enseñanza de la teología. No es de extrañar, por lo tanto, que los defensores de la ortodoxia incluyeran entre las proposiciones que debió firmar Chenu en Roma durante el año 1938, una que afirmaba lo siguiente:

17 Une École de Théologie, 146. 18 Une École de Théologie, 148-149. Las cursivas han sido colocadas por mí.

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“La sagrada Teología no es una especie de espiritualidad que encuentra instrumentos adaptados a su propia experiencia religiosa, sino una verdadera ciencia que, con la bendición de Dios, se adquiere por el estudio, y cuyos principios son los artículos de la fe e igualmente todas las verdades reveladas a las que el teólogo se adhiere, por fe divina, aun informe (Cuarta Proposición)”19. En definitiva, los sistemas teológicos no son ortodoxias sin proyecciones audaces y fecundas de un estilo de fe. Hoy aceptamos naturalmente y con agrado esta perspectiva. Los trabajos de von Balthasar, Gustavo Gutiérrez y Michael Schneider dan cuenta de la importancia fontal que tiene para la teología la fe vivida. Las biografías de los santos, canonizados o no, han adquirido en nuestro tiempo la categoría de un lugar teológico por excelencia, en el que puede apreciarse la fecundidad del Espíritu en la historia del cristianismo. Como afirma Schneider: “El conocimiento dogmático no es algo que se transmita primaria y únicamente a través del concepto, sino en el acontecimiento del seguimiento, es decir, en aquellos hombres que hacen del evangelio su experiencia anunciándolo por medio de su propia vida”20.

Contenido de la exposición El carácter de este trabajo no me permite extenderme en la exposición que Chenu hace de los métodos adoptados por Le Saulchoir. Baste indicar que las tesis centrales indicadas en el apartado anterior atraviesan de alguna manera cada uno de los cinco capítulos que componen su opúsculo. La obra pone de manifiesto un fundamentado y erudito conocimiento, por parte de su autor, de la historia del cristianismo en general y de la Orden de Predicadores en particular, y de la legislación que fue pautando el perfil intelectual de los dominicos a lo largo de los siglos. El studium de Le Saulchoir responde a las intuiciones fundacionales del siglo XIII, gracias a las cuales Domingo de Guzmán pudo enviar a los primeros frailes a establecerse en el corazón mismo de las nacientes ciudades universitarias europeas, en cuyos procesos de emancipación intelectual y social se implicaron rápidamente.

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19 Une École de Théologie, 15, nota 13. 20 M. Schneider, Teología como biografía. Una fundamentación dogmática, Desclée, Bilbao, 2000, 27.

En el corazón de la cultura moderna, en un lugar del exilio belga, el trabajo intelectual de Le Saulchoir se compromete con firmeza en los procesos históricos contemporáneos, sin que las atrocidades de la guerra hayan podido menguar la convicción que animara sus labores. Una Escuela de Teología da cuenta asimismo de un riguroso conocimiento de los métodos de trabajo intelectual en el campo de la filosofía, de la historia y, particularmente, de los estudios medievales. Al mismo tiempo, manifiesta una enorme clarividencia respecto a la naturaleza del trabajo teológico. El teólogo, en efecto, trabaja en la búsqueda de la inteligencia de la fe, es decir, del dato revelado. Pero, en virtud de la ley de la encarnación, por la cual “la fe reside en la razón”21, debe hacerlo recurriendo a los instrumentos especulativos que contribuyen a esta inteligibilidad. Estos instrumentos –dice Chenu–“han devenido factores decisivos de esta inteligibilidad, de modo que sus conclusiones no son sino el humano y frágil contexto del misterio, reflejo de la fe en un pensamiento autónomo”22. Como dice Ladrière: “La fe “busca su propia inteligibilidad, pero asumiendo la búsqueda de inteligibilidad que está en la razón y que es verdaderamente constitutiva de la razón. No se trata, por lo tanto, de una suerte de curiosidad, ni de un análisis gratuito que permanecería exterior en relación a la experiencia de la fe. No hay extrinsecismo en la teología. Ella no es en absoluto reductible a una filosofía de la religión que se limitara a mirar la fe desde el exterior; ella es una exigencia que proviene de la misma fe y que permanece en ella. El trabajo teológico se inscribe, pues, en la historicidad de la vida de la Iglesia. La teología tiene sin duda su propia historicidad, pero ésta es interior a la historicidad propiamente eclesial, a la historicidad propiamente espiritual de la historia de la salvación”23. La opción de Le Saulchoir por los estudios medievales responde a una comprensión de la historia del cristianismo como “fuente de conocimiento teológico, pues lleva en sí una inteligibilidad siempre nueva por la presencia de la fe en las nuevas generaciones”24.

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Une École de Théologie, 144. Une École de Théologie, 147. J. Ladrière, “Théologie et historicité”, en Une École de Théologie, 66. Une École de Théologie, 169.

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Un motivo especial para la especialización de los estudios medievales es el carácter fundante que tiene la teología de Santo Tomás de Aquino para la Orden de Predicadores: “El representante eminente de esta teología medieval es santo Tomás de Aquino: santo Tomás es nuestro maestro y su texto nuestro libro de cabecera. Texto, doctrina, sistema, encuentran en un ciclo orgánico de estudios medievales los recursos para la inteligencia histórica a la que nos hemos referido… Es necesario reconstituir todo el tejido humano sobre el cual trabaja santo Tomás y en el cual encuentra, a la vez, su materia, sus técnicas, su lenguaje, sus procedimientos de expresión, sus vínculos y su libertad. En la vida del espíritu, por otro lado, ni los factores históricos y sociales ni la íntima e incomunicable luz del genio son entidades separadas. La vida es una, y los liga desde su mismo nacimiento, antes que hayan emergido sus propiedades opuestas. No es desarraigándola de su tiempo como una obra se mostrará intemporal; no alcanzamos la eternidad expulsando el tiempo de nuestras vidas, sino asumiéndolo con todo su contenido hacia lo eterno. Así la historia de la filosofía une el amor a la sabiduría y, en él, lo absoluto de la verdad”25. Los estudios tomistas incorporan el método histórico-crítico utilizado en exégesis bíblica con el fin de devolver vitalidad y frescura al doctor Angélico, ubicándolo en su tiempo. El esfuerzo se opone a la utilización que la teología oficial estaba haciendo de sus textos. Al absolutizarlo, se le quitaba actualidad y con ello “se convertía a la teología en ideología, es decir, en instrumento de poder”26.

Conclusiones La breve exposición realizada muestra que Una Escuela de Teología es una obra representativa del comienzo de la transformación, durante la primera mitad del siglo XX, del acelerado proceso de secularización que ha marcado las relaciones entre fe y razón y entre Iglesia-mundo. Aporta a la superación de los dualismos y contraposiciones presentes en la reflexión con oportunas distinciones que permitirán a la teología posterior profundizar en la autonomía de las realidades creadas y de las ciencias que de ellas se ocupan.

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25 Une École de Théologie, 169. 26 J. Bosch, “Marie-Dominique Chenu,” en Juan Bosch, Diccionario de teólogos/as contemporáneos, Monte Carmelo, Burgos, 2004, 253.

Si bien es cierto, como afirma P. Hünermann, que la Iglesia del Vaticano II se despidió de un tiempo de 100 años de ambigüedad frente a los tiempos modernos27, la necesidad de un diálogo entre la fe y la cultura contemporánea continúa siendo exigente en estos tiempos de recepción conciliar. La introducción de la razón histórica en la teología y de la preeminencia en ésta del dato revelado fue un gran aporte de la Escuela del Saulchoir, no sólo del P. Chenu, sino también de sus grandes maestros: los padres Gardeil, Lagrange, Lemonnyer, Mandonnet y de todo el equipo comprometido en la gran tarea de anunciar el evangelio en un lenguaje acorde a nuestro tiempo, como lo había hecho Tomás de Aquino en el suyo. Sin duda alguna, sus métodos de trabajo y las conclusiones a las que arribaron se unieron al repertorio de las grandes búsquedas teológicas del momento y contribuyeron a la transformación no sólo del lenguaje de la fe y de su vivencia, sino también de la autocomprensión de la Iglesia en su ubicación en el mundo y en la historia. Son aportes que quizás no podrían haberse realizado sin una inserción concreta, sin un compromiso firme con los movimientos sociales y culturales de la época y sin apertura a las grandes aspiraciones que los marcaron. En esta actitud va tomando forma y relieve una teología de las realidades terrenas. El epílogo de la obra comentada, redactado por el mismo Chenu, da testimonio de su propia trayectoria vital, siempre abierta a ulteriores maduraciones, en la medida en que el creyente se abra a la presencia de un Dios que obra su salvación utilizando los cauces mismos de lo humano. Chenu, sin restar importancia a las valoraciones hechas por los impulsores del proyecto de reedición italiana y francesa acerca de la actualidad de su obra, da cuenta de los frutos de un camino de maduración enraizado en las antiguas intuiciones de Le Saulchoir. Transcribo a continuación algunas de sus palabras: “El desplazamiento de las energías se reveló cada vez más eficaz, sin que se atrofiaran las intuiciones primeras, ya conectadas con el realismo de la Encarnación, Dios introducido en la historia. La teología llamada especulativa se basa en la teología pastoral. De allí que la verdad del acto cristiano dependa no

27 P. Hünermann, “Criterios para la recepción del Vaticano II”, en Selecciones de Teología, 205, 2012, 41.

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solamente de una ortodoxia sino también –palabra nueva– de una ortopraxis que mana del sensus fidei del pueblo de Dios… He tomado alguna distancia en relación con la audacia conceptual que animaron mis primeras obras, la cual no estuvo exenta de un cierto elitismo. De hecho, mis investigaciones históricas se conjugaban, por una coincidencia significativa, con la nueva historiografía, liberada de la historia de los grandes hombres, inclinada hacia la vida cotidiana, las sensibilidades elementales, las mentalidades, el anonimato de las masas, la oralidad de los relatos, resumiendo, la fe vivida y no solamente la fe enseñada. El mensaje y el testimonio son más importantes que la “doctrina”, tanto en la homilética como en la catequesis. El evangelio vuelve a ser allí “buena noticia”. Hoy la Iglesia toma conciencia de que ella debe ser a la medida del mundo y de sus evoluciones, incluso en el espacio (nuevas iglesias del Tercer Mundo): la humanidad toda entera es el pueblo de Dios y no una corporación clerical donde los laicos permanecen menores. Así, yo me siento hoy en día, en el cincuentenario que celebran mis amigos, presente en mi tiempo”28. Dos pasiones, aparentemente contrapuestas, dan sentido a la vida de este gran creyente y teólogo del siglo XX: la historia medieval, que conocía con mucha erudición, y el tiempo presente, inspirador permanente desde su juventud de su trabajo intelectual. Como le gustaba decir cuando hablaba de sí mismo y de su experiencia: “No hay dos Chenu… hay un solo y mismo Chenu”. Es la búsqueda de unicidad consigo mismo, con Dios y con todas las cosas lo que caracterizó su biografía y la vocación contemplativa que lo llevó a elegir la Orden de Predicadores. Allí aprendió a contemplar la presencia del Misterio en el seno de la historia humana. □

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28 Une école de Théologie, 175-176.

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