Mariana Labarca_Emociones, locura y familia en el siglo XVIII_ apuntes sobre un debate historiográfico en curso

June 14, 2017 | Autor: S. La Locura | Categoría: Historiografía, Emociones, Transnacionalismo, Interdicción, Circulación De Saberes
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Emociones, locura y familia en el siglo XVIII: apuntes sobre un debate historiográfico en curso

Nuevo Mundo Mundos Nuevos Nouveaux mondes mondes nouveaux - Novo Mundo Mundos Novos - New world New worlds Colloques | 2015 La Locura. Historia, prácticas e instituciones. Siglos XIX­XX – Coord. Silvana Vetö y María José Correa

MARIANA LABARCA PINTO

Emociones, locura y familia en el siglo XVIII: apuntes sobre un debate historiográfico en curso [01/12/2015]

Résumés Español English Este estudio explora las conexiones que pueden trazarse entre emociones, locura y familia a partir de algunos aspectos del debate historiográfico reciente, con el propósito de reflexionar sobre las posibilidades que entrega la introducción de las emociones como categoría de análisis histórico. El estudio revisa el debate historiográfico que posicionó a la familia y el espacio doméstico en el centro del análisis de la historia de la locura, giro que significó una apertura hacia la dimensión experiencial. A partir de este debate, se sugiere un enfoque que considere el rol atribuido y ejercido por las emociones en la interpretación, experiencia y respuestas a la desviación mental, proponiendo además cruces entre la escala local y la dimensión transnacional. Aproximarse a la historia de la locura a través del enfoque de las emociones permite una mayor comprensión de los efectos contextuales y relacionales que operan en la configuración social de los límites entre sanidad mental y locura. This study explores the connexions that can be drawn between emotions, madness and the family through a discussion of relevant historiographical debates, aiming to propose a critical reflection on the possibilities of introducing emotions as a category of historical analysis. It examines the debate that placed the family and the domestic space at the centre of the analysis of the history of madness, a turn that resulted in the introduction of the dimension of http://nuevomundo.revues.org/68648

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experience. Building on this debate, the study suggests an approach to the history of madness that considers the critical role attributed and played by emotions in the interpretation, experience and responses to mental deviance, reflecting on the interconnections between the local and the transnational dimension. To approach the history of madness through the lens of emotions provides a valuable way to grasp the contextual and relational aspects behind the social configuration of the boundaries between sanity and insanity.

Entrées d’index Keywords : emotion, historiography, interdiction, circulation of knowledge, transnational Palabras claves : emociones, historiografía, interdicción, circulación de saberes, transnacional

Texte intégral 1

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El siglo XXI se inició posicionando a las emociones en el debate académico. Desde distintos ámbitos disciplinares, y desde diversas partes del mundo, las emociones constituyen actualmente objetos de estudio y análisis que suscitan intenso debate. Aunque no es primera vez que las emociones entran en la esfera de ocupación de la historia, si es posible aseverar que la historiografía durante los últimos 15 años ha renovado su interés en el área, dando pie a un debate enriquecedor respecto de sus alcances, límites y posibilidades epistemológicas1. El debate ha comprendido variados ámbitos, desde qué es lo que entendemos hoy y qué se entendió en el pasado por emoción, afectividad y sensibilidad, a la expresión y manifestación de las emociones en el pasado. Se ha indagado sobre sus significados, códigos y vocabularios, sobre el rol que se les atribuía en la formación del carácter, en la concepción de la personalidad, y en la configuración del yo. También se han examinado el lugar de las emociones en la relación entre individuo y sociedad, su impacto en la vida pública, la vida política o la vida económica. Se han sugerido modelos de análisis, como el de “comunidades emocionales” propuesto por Barbara Rosenwein, los de “regímenes emocionales”, “navegación de las emociones”, “libertad emocional” y “refugio emocional”, propuestos por William Reddy, o el de prácticas emocionales de Monique Scheer, por citar algunos de los más influyentes2. Ahora bien, como han señalado varios de sus propulsores, la historia de las emociones, más que constituir una temática en sí misma, encuentra su mayor fortaleza en su capacidad de constituirse en una categoría útil de análisis histórico junto al género, la raza y la clase. Las emociones, subraya esta historiografía, conforman una realidad ineludible del entramado social, conformando un sustrato subyacente a todos los ámbitos del devenir humano. La historia de las emociones respondía así a las preocupaciones de la Nueva Historia Cultural. Aparecía como una forma de hacerse cargo de la búsqueda por dotar a la historia de la dimensión experiencial, a la vez que servía como vía de escape a las amenazas del giro linguístico, como recuerda Plamper –  aunque, paradójicamente, la vía de acceso a la experiencia y la vida afectiva siga estando ineludiblemente modelada y mediada por el discurso –3. Ocuparse de la historia de las emociones servía así como una vuelta a la realidad a través de la experiencia corporal y psíquica del ser humano, una vivencia que era a la vez subjetiva e intersubjetiva, y que podía entregar mayores claves de causalidad histórica. La preocupación por la experiencia, categorización y concepción de las emociones en el pasado puede así ser leída como otra estrategia más de la historia “desde abajo” y

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“descentralizada”. Los estudios sobre historia de la locura, insertos en una tradición de más larga data que la historia de las emociones, durante las décadas de los 80 y 90 persiguieron aspiraciones análogas. De forma similar a lo observado para la historia de las emociones, la historia de la locura buscó trasladar el centro de atención de su indagación desde la psiquiatría y la mirada médica a la experiencia del paciente, desde el hospital a la comunidad y la familia. Como recordara Michael MacDonald en 1981, el “descubrimiento” de la locura había sido siempre prerrogativa de la familia4. En consecuencia, el estudio de la locura no podía sino partir desde la experiencia cotidiana, devolviéndole su protagonismo al enfermo y su entorno cercano, que eran quienes configuraban la primera aproximación al problema. Sin embargo, la atracción que generaba el asilo y sus expedientes resultó más difícil de combatir de lo que en un principio se pensó. Este trabajo se propone realizar un recorrido por algunas de las propuestas y enfoques de la historiografía reciente sobre la locura y las emociones. Me propongo reflexionar sobre los frutos de investigar la locura a través del enfoque de la historia de las emociones, y particularmente, explorar las posibilidades que aporta la introducción de las emociones como categoría de análisis útil en la indagación sobre cómo ha sido identificada, experimentada e interpretada la locura en el pasado. El trabajo se funda en algunas reflexiones surgidas durante la realización de mi tesis doctoral sobre los itinerarios y lenguajes de la locura en el Gran Ducado de Toscana en el siglo XVIII, y sugiere algunos alcances de tipo teórico y metodológico para la investigación en historia de la locura en su sentido amplio y de alcance transnacional5. Me interesa proponer un enfoque de análisis que, posicionándose en la familia y el espacio doméstico como epicentro de la creación del saber y la experiencia de la enfermedad mental, tenga en cuenta la variable de lo emocional. Esto significa examinar el rol atribuido a las emociones en los relatos de la locura, pero también indagar sobre la injerencia de la dimensión emocional en la experiencia y reacción a la desviación mental. Si hemos dejado los márgenes del hospital para devolverle su justo protagonismo a las familias y los sujetos directamente afectados por la aflicción mental, debemos realizar ahora una nueva descentralización, tomando prestado el feliz término propuesto por Natalie Zemon Davis6. Quisiera proponer una descentralización en dos niveles. Por un lado, asumir el desafío propuesto por la historia de las emociones y examinar la articulación de lo que significó la locura en el pasado considerando el rol ejercido y atribuido por las emociones en la interpretación y vivencia de la desviación mental. A la vez propongo asumir el desafío propuesto por la misma Natalie Davis en relación a la descentralización espacial del estudio de la historia, para así emprender investigaciones cuyo punto de enfoque y alcance espacial no esté limitado a los marcos referenciales eurocéntricos del estado-nación.

Desde las instituciones asilares al espacio doméstico: El protagonismo de la familia 7

La consagración de una historia de la locura centrada en la experiencia de la enfermedad mental no se entiende sin el aporte de la investigación desarrollada por los historiadores británicos Michael MacDonald y Roy Porter. La fuerte impronta

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ejercida por el trabajo de Michel Foucault es evidente en ambos historiadores, aunque con consecuencias radicalmente opuestas. Mientras MacDonald sostenía que el siglo XVIII marcaba el fin del sistema de cuidado familiar que había imperado hasta entonces, y coincidía con Michel Foucault en que el siglo XVIII había significado un “desastre” para la locura, Roy Porter destinó gran parte de sus energías a discutir esta visión, argumentando que la teoría del Gran Encierro carecía de sustento empírico. Sin embargo, a pesar de sostener visiones opuestas respecto de los alcances y consecuencias de la institucionalización de la locura durante el siglo XVIII, MacDonald y Porter compartían la preocupación por la dimensión experiencial, y ambos se abocaron a indagar cómo los propios enfermos y sus familias interpretaron la desviación mental y lidiaron con sus consecuencias7. Utilizando una fuente cuya originalidad marcó profundamente el éxito de su estudio, MacDonald propuso explorar cómo personas “comunes” experimentaron la locura en el siglo XVII a partir del estudio de los cuadernos del médico-astrólogo Richard Napier. Luego de realizar un catastro exhaustivo de las causas que los mismos pacientes de Napier atribuían como origen de sus aflicciones, MacDonald llegó a la conclusión que los hombres y mujeres del siglo XVII estaban “tan convencidos como nosotros que el estrés social y psicológico perturbaba las mentes y corroía la salud de sus víctimas”8. Por su parte, el señero estudio de Porter sobre la historia de la locura en la Inglaterra georgiana tenía como objetivo principal explorar las codificaciones culturales y sociales de la locura en el siglo XVIII. Su argumento central consistía en que la locura debía ser entendida como una construcción socio-cultural que comprendía una miríada de significados, manifestaciones y lenguajes. Por otro lado, en abierta confrontación con Foucault, Porter sostenía que en vez de ser objeto de coerción estatal, los enfermos mentales durante toda la época moderna se habían mantenido en su gran mayoría bajo el cuidado de sus familias y de la comunidad. En consecuencia, dado que la locura se encontraba inmersa en la sociedad, la enfermedad mental, sus manifestaciones y significados debían ser examinados teniendo en cuenta las interconexiones entre el imaginario cultural, el contexto social, la dimensión política, el marco legal y el pensamiento médico. El trabajo de Porter dejó una marca indeleble en la historiografía, sobre todo porque el cambio de enfoque que proponía expandió significativamente las posibilidades metodológicas y las claves de interpretación de la historia de la locura. Tomando la premisa de que la locura era primariamente articulada “desde abajo”, Porter llamó a introducir la voz de los enfermos, para así dotar a esta historia de su dimensión experiencial, humana y subjetiva. Con este llamado a incorporar la perspectiva del paciente, Porter se tomaba del concepto “desde abajo”, tan importante en la discusión de la historia social por esos años, para ampliar su connotación. “Desde abajo” suponía aquí trasladar el foco de atención desde la medicina y la formación de la psiquiatría, al paciente y su entorno, lo que permitía acercarse al fenómeno de la salud y la enfermedad reconociendo el sustrato cultural que acompaña al desarrollo médico9. Como consecuencia de las voces que discutían la base empírica que había dado sustento a la teoría foucaultiana del Gran Encierro, la indagación de la historiografía de la locura se volcó a la comunidad y la familia, traspasando así los muros de las instituciones asilares. La mayoría de los estudios convenían en que el asilo, aunque había alcanzado una importancia creciente durante el siglo XVIII y con mayor fuerza durante el siglo XIX, no llegó a reemplazar a la familia como la principal responsable del cuidado de la locura10. Es necesario recordar que la historiografía reciente ha llegado a la conclusión que las medidas existentes para hacer frente a las

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consecuencias de la locura, ya se trate de la institucionalización en hospitales, el encarcelamiento o reclusión forzada, la incapacitación legal, el tratamiento médico en el espacio doméstico, las amonestaciones o la variedad de estrategias persuasivas existentes (desde las más suaves a las más coercitivas), se caracterizaban por ser flexibles y eminentemente transitorias. Si hubo una creciente intervención estatal (y con ello, médica) en el manejo de la locura, esto fue producto de la acción conjunta y negociada entre las familias y el aparato estatal. Para visibilizar esta negociación era necesario estudiar todas las facetas de la historia de la locura y no centrarse únicamente en su aparición en la institución asilar, reconociéndole su protagonismo al espacio doméstico incluso luego del surgimiento de las instituciones asilares11.

La ampliación de los registros y la apertura a nuevas temáticas de investigación: procesos judiciales por incapacidad mental 12

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Aunque existieran una serie de mecanismos a disposición de las familias para ayudarlas a enfrentar los diversos problemas ocasionados por la locura, el espacio domestico y sus integrantes continuaron ejerciendo un papel protagónico en la identificación y conceptualización de las distintas formas de enfermedad mental. De esto se derivan al menos dos consecuencias metodológicas importantes. Por un lado, toda aproximación al fenómeno de la experiencia, interpretación y respuesta a la locura debe considerar la amplia gama de espacios donde la locura quedó registrada en el pasado. Por otro lado, la centralidad del espacio doméstico lo posiciona como epicentro de la articulación del saber sobre la locura, como espacio de intersección entre los intereses privados e intereses públicos, entre el conocimiento médico, la tradición legal y los saberes no especializados. En términos metodológicos, salir de los muros de las instituciones asilares significó ampliar el espectro de las vías de acceso a la historia de la locura. Nuevas fuentes fueron incorporadas a la investigación para complementar los resultados arrojados por los registros hospitalarios y la literatura médica. Si en primera instancia los estudios se habían centrado en registros médicos, la historiografía empezó ahora a integrar archivos de justicia criminal y civil, registros parroquiales y archivos de policía. Dado que cada uno de estos registros correspondían a un espacio de aparición de la locura, con requerimientos institucionales y vocabulario propios, estudiarlos permitía dar cuenta de la multiplicidad de facetas que la enfermedad mental era capaz de asumir. De particular riqueza resultó el estudio de los archivos de justicia civil, especialmente aquellos que registraban los procesos judiciales para establecer la capacidad mental de un individuo denunciado por sus familiares como incapaz de administrar sus bienes y cuidar de su persona12. Estas instancias judiciales están presentes en diversos marcos legales, aunque presentando variantes en sus procedimientos, categorías y consecuencias. Por ejemplo, en el sistema legal inglés encontramos las commissions of lunacy y commissions of idiocy, en el marco legal escocés, las brieves  of  idiotry y brieves  of  furiosity y en los sistemas de tradición legal romana, luego influenciados por el Código Napoleónico, la curatela y la interdicción13. Este tipo de registros judiciales iluminan las negociaciones entre la justicia y las familias en su intento por articular respuestas a los desafíos de la

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enfermedad mental que resultaran satisfactorias, entregando información sobre los usos de la justicia y el debate sobre las diferenciaciones entre un comportamiento normal y uno anormal14. El desafío de devolverle a la familia su posición protagónica en la articulación de saberes y respuestas a la locura se vio estimulado por los estudios realizados por Akihito Suzuki, quien siguiera la senda trazada por Roy Porter. Con el objetivo de estudiar la interacción entre el cuidado doméstico y las respuestas institucionales al problema de la locura en Inglaterra, Suzuki examinó registros que hasta ese entonces no habían sido considerados. Inicialmente se centró en archivos parroquiales de los siglos XVII y XVIII, pero su mayor contribución se encuentra en el estudio de las commissions  of  lunacy del siglo XIX, la variante provista por el marco legal inglés equivalente al proceso de interdicción de la tradición legal latina15. Acercarse al fenómeno de la locura desde la perspectiva de la familia le permitió poner en perspectiva tanto la originalidad de algunas de las estrategias insignes de la primera psiquiatría, en especial el tratamiento moral, como su supuesta aislación del contexto socio-cultural que las viera nacer. El recurso a la persuasión para controlar a los pacientes, la importancia de establecer relaciones de poder y la preocupación por crear canales de comunicación con ellos eran todos mecanismos característicos de las estrategias de cuidado desarrolladas al interior del espacio doméstico. Más aún, según sostiene este historiador, el desarrollo del ideal de domesticidad victoriano, cuyas raíces debemos buscar en el siglo XVIII, marcó profundamente la experiencia de la locura, por lo que resulta fundamental para comprender cómo las familias la entendieron y reaccionaron ante ella. Ahora bien, el desarrollo del ideal de domesticidad resulta indisociable de la configuración de patrones de reacción emocional según género y edad, debate que a su vez se ve profundamente inmiscuido en las descripciones de la incapacidad mental. Estudiar qué impulsaba a las familias a recurrir al aparato institucional y por qué las autoridades decidían intervenir nos vincula de esta manera a procesos que tienen que ver con la articulación y la circulación de saberes sobre la locura, por un lado, pero también nos posiciona en el epicentro de la configuración y negociación sobre los significados de la vida familiar y de la experiencia emocional.

Los significados de la locura: la dimensión contextual y relacional 16

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Los procesos judiciales para determinar la capacidad mental de un individuo resultan particularmente ricos para explorar los significados de la locura desde una perspectiva capaz de visibilizar las distintas voces, intereses y percepciones que construían la percepción de la locura en cada sociedad. Son fuentes que entregan una imagen flexible y rica de lo que significaba la locura, iluminándola en sus distintas etapas y a través de su desarrollo. Mediante esta perspectiva, la locura adquiere su forma en acuerdo a los espacios culturales y situaciones concretas que acompañan su aparición, cambiando y adaptándose a preocupaciones particulares y asumiendo variados lenguajes. Los estudios que durante las últimas décadas se han dedicado a investigar la experiencia y conceptualización de la locura fuera de los muros del hospital coinciden en poner de relieve su condición profundamente contextual y relacional. En el momento en que dejamos las definiciones médicas contenidas en testimonios judiciales, en registros hospitalarios o bien en la literatura médica, el universo de

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significados y su consiguiente vocabulario se expanden en formas infinitas para dar cabida a las situaciones individuales y familiares que acompañan la aparición e identificación de la locura en el seno de la familia. Acá, los procesos de interdicción se presentan como una puerta de entrada privilegiada. Como ha señalado María José Correa recientemente, este tipo de documentos sugieren que las personas que se vieron enfrentadas al fenómeno de la locura en sus más diversas variables no la concibieron como “un concepto abstracto”, sino como “una idea variable, cuya movilidad o permanencia dependió de las condiciones cotidianas que delimitaron las identidades de los sujetos expuestos a ella”16. La locura asume así, nos propone esta historiadora, una condición “versátil” y “caprichosa”, supeditada a las particularidades de cada caso. Las interpretaciones de la locura, entonces, cambian en acuerdo a quién la identifica y quién la experimenta, en lo que debemos tener también en cuenta el contexto en que ocurre dicha identificación y experiencia (como, por ejemplo, ante quiénes, dónde, o por qué). Es teniendo en cuenta este contexto que las posibilidades de las emociones como categoría de análisis cobran su mayor sentido. Volvamos pues a la versatilidad y flexibilidad de las definiciones de la locura. Quisiera aquí hacer alusión a dos dimensiones que se desprenden de esta aseveración. Por un lado, impulsa a realizar estudios que utilicen el enfoque transnacional y de circulación de saberes, y por otro, hace casi imperativo considerar las propuestas teóricometodológicas de la historia de las emociones, tanto para contribuir a sus resultados como para nutrirse de ellos. La judicialización de la locura nos invita a ampliar los marcos espaciales de la investigación histórica. El estudio que señaláramos anteriormente de María José Correa hacía referencia a procesos judiciales de interdicción por demencia de la zona central de Chile, registrados entre 1857 y 1900. Ahora bien, en la medida que el marco legal chileno durante el siglo XIX mantiene lazos de influencia con el Código Napoleónico, la tradición romana y las Siete Partidas, y ejerció una fuerte influencia en el resto de las codificaciones legales latinoamericanas, los procesos de interdicción desarrollados en Chile presentan importantes similitudes con sus homólogos en diversas latitudes, tanto en el continente Americano como en Europa. Esta similitud basal se mantiene incluso si retrocedemos a los siglos anteriores, y observamos las características asumidas por los procesos de interdicción para los cuales contamos con estudios, es decir, el Gran Ducado de Toscana y Francia. Pues aunque el código napoleónico (que ejerciera una influencia determinante en las codificaciones del siglo XIX de raíz romana) introdujera cambios al diferenciar las consecuencias de la interdicción por demencia y la interdicción por prodigalidad (disipación), la impronta fuertemente lega de las definiciones de la locura, esa versatilidad y maleabilidad a que se hacía alusión más arriba, constituyen características heredadas de la tradición legal romana, más que una novedad. Lejos de pretender con esto sugerir una visión “naturalizada” o “universal” del fenómeno de identificación y clasificación de la locura, me interesa aquí resaltar hasta qué punto tener presente estas similitudes puede ayudar a identificar sus diferencias contextuales –  culturales, espaciales y temporales. Por ejemplo, tener presente que estamos ante un marco legal cuyas categorías básicas, la demencia y la prodigalidad, tienden a perdurar en el tiempo como causales genéricas para la incapacitación, permite identificar mejor qué corresponde a las particularidades de la sociedad y época que se estudie, y qué al marco legal. Esto queda claro si pensamos en la asociación entre las evaluaciones que realizaban las familias respecto a la correcta gestión del patrimonio. La defensa de la reproducción social de la familia se encuentra a la base de la configuración misma del sistema en la Roma clásica17, y sin

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embargo, los comportamientos y actitudes que acompañan la gestión económica y sobre todo, las reacciones emocionales que en cada momento las familias sindicaron como sus fuentes de peligro han ido cambiando18. Como varios estudios han propuesto, las razones que impulsaban a las familias a hacer pública la enfermedad mental hacen más relación con cambios en la estructura y dinámicas familiares que con el desarrollo o características de la enfermedad en cuestión. Tener presente las “contingencias” que marcan la aparición de la locura en los registros del pasado supone, así, no solo adentrarnos en la historia de la familia, sino también en la historia de las emociones19. Dentro de las contingencias que determinaban el que una enfermedad mental fuera revelada a la luz pública y registrada para la posteridad, me gustaría detenerme en los conflictos familiares.

El lugar de las emociones en la historia de la locura 22

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Durante el siglo XVIII, los conflictos y los desórdenes familiares eran expuestos a la luz pública a través de peticiones de padres, madres e hijos que solicitaban el encierro de un familiar como medida coercitiva desesperada para frenar sus desórdenes20. Esta misma situación la vemos reflejada en litigios matrimoniales o en procesos de interdicción. Los litigantes discutían cada vez con mayor precisión sobre las fronteras del comportamiento admisible, identificando en gestos, actitudes y reacciones emocionales el paso hacia la anormalidad21. Adentrarse en la codificación e instrumentalización de estos conflictos a través de las narrativas de la incapacidad mental ilumina el problema desde una perspectiva novedosa. La historiografía concuerda en reconocer que las emociones adquirieron una nueva visibilidad durante el siglo XVIII. Más aún, sabemos que esta época produjo un activo debate acerca del rol de las emociones en la vida social, en las relaciones familiares, en la práctica religiosa, en las actividades económicas o en la esfera política. Eso sí, durante las últimas décadas la historiografía ocupada de la familia se ha encargado de poner en duda que de esto se pueda concluir que solo a partir del siglo XVIII asistimos al nacimiento de la familia romántica22. No obstante, es evidente que este siglo aportó una nueva codificación de la vida emocional en el mundo público. Tildada a la vez como la era de la razón y como la era de la sensibilidad, el siglo XVIII no fue indiferente al lugar que cabía a las emociones en la vida humana. Si los ilustrados discutían sobre los peligros de la pasión en el ejercicio de la opinión pública, o si ciertos discursos moralizadores advertían sobre los peligros de la pasión amorosa en el temido desorden familiar, vemos también que la literatura sentimental en boga de la época idealizaba los sentimientos puros del amor y los beneficios de conmoverse hasta las lágrimas23. De la misma manera, desde el punto de vista médico las emociones asumían un lugar sin precedentes en las etiologías y explicaciones de las enfermedades, y en particular, de la locura24. Este mismo fenómeno lo vemos reflejado en los cambios que se pueden observar en las narrativas de interdicción a lo largo del siglo. Las descripciones de familiares para graficar las manifestaciones de la incapacidad mental de un imputado también otorgaron una creciente atención a sus reacciones emocionales. El estudio de expedientes de interdicción entrega la invaluable oportunidad de estudiar la aparición, instrumentalización y discusión sobre las emociones. Más aún, este tipo de fuentes nos permite indagar sobre las conexiones que una determinada

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cultura delineó entre locura y alteración emocional. Dado que el proceso de denunciar a un familiar como incapaz de manejar sus bienes y su vida suponía un cuidadoso examen sobre sus comportamientos y actitudes, pensar la anormalidad suponía pensar qué signos denotaban la presencia de la alteración mental. Esta reflexión llevó a que durante el siglo XVIII los demandantes, en consonancia con las preocupaciones de la literatura de ficción, filosófica, moral y médica, otorgaran un espacio cada vez más preponderante a la identificación de reacciones emocionales de los imputados consideradas desviadas, exageradas, ilógicas o simplemente incorrectas. Las definiciones de incapacidad mental que encontramos en los procesos de interdicción en la Toscana moderna adjudicaron cada vez mayor importancia a ciertas reacciones emocionales como síntoma de enfermedad mental25. Es importante recalcar aquí que esto no siempre fue así. Si a principios del siglo XVIII los suplicantes tendían a centrar sus descripciones en el comportamiento económico de sus familiares, con el correr del siglo empezaron a centrarse en la incapacidad de la persona de manejar sus emociones como el indicador preferido para demostrar la presencia de alteración mental. Esto no significa que en las interpretaciones anteriores el mundo emocional estuviera ausente del universo de preocupaciones. Todo lo contrario. Como es sabido, el siglo XVII produjo una “epidemia” de melancolía cuyos alcances, incluso si matizados por la historiografía reciente, sugieren una preocupación por las peligrosas consecuencias ocasionadas por el desorden emocional que constituía su impronta principal26. Sin embargo, la tristeza, desesperación o desolación de la melancolía en ese siglo no ejerció la misma función en los procesos por incapacidad mental que observamos en los procesos del siglo XVIII27. De descripciones cuyo argumento se centraba en el comportamiento económico, comunes en los siglos anteriores, las narrativas dan paso a la evaluación de la vida emocional. La inestabilidad emocional, la inquietud, la volubilidad, o ciertas manifestaciones catalogadas como signos de irregularidad o extravagancia de espíritu y/o ánimo constituyen parte de las referencias a perturbaciones emocionales que las narrativas legas sindicaban como evidencia de la presencia de enfermedad mental. Tal como la historiografía especializada ha estado señalando desde la aparición de los trabajos de Barbara Rosenwein y William Reddy a inicios del 2000, el estudio de las emociones exige un especial cuidado por el lenguaje y su contexto28. El solo hecho de hablar de “emociones” produce de por sí un problema. Es necesario tener en cuenta, por ejemplo, que el vocablo emoción es de tardía data en Europa, con una tímida aparición a mediados del siglo XVIII, pero consolidándose como lo que entendemos hoy día solo durante el siglo XIX. Entre las palabras para denominar el mundo emocional que circulaban antes de la aparición de emoción, encontramos pasión y pasiones de ánimo, accidentes del alma, agitaciones de ánimo, aflicciones del alma o de la mente, y su utilización dependía de la disciplina, contexto cultural y espacio social29. Estas denominaciones iban acompañada de una serie de descriptores, que en el caso de las narrativas de interdicción servían para caracterizar hasta qué punto se consideraba que la manifestación bajo escrutinio demostraba un desorden mental. Por ello, siguiendo las propuestas de la historia de las emociones, al examinar con especial cuidado qué calificadores acompañaban a estos términos, quién los utilizaba, cuándo y para qué situaciones, podremos llegar a conclusiones más complejas respecto de cómo se articulaba la conceptualización de la locura. Es en la contextualización de la emoción, en el vocabulario utilizado para describirla, en la situación en que es teatralizada, y en la voz de quien lo describe donde encontramos materia fértil para el análisis histórico. Este tipo de análisis, por tanto, no supone indagar sobre la tristeza que “realmente” pudo haber sentido una

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persona en el pasado (de hecho, puede no haberla “sentido” como nosotros creemos). Por el contrario, el interés radica en por qué y para qué esa reacción emocional fue registrada, quién la registró y con qué resultados. En este sentido son útiles las reflexiones propuestas por William Reddy respecto del carácter performativo de las emociones (expresar la emoción afecta cómo la sentimos, produce un efecto relacional y cambia el mundo). Para ello propone trabajar con el concepto de “emotives” (actos del habla), lo que permite centrarse en la realidad creada por la emoción en tanto expresada por uno e identificada por un otro, y evita el problema de la emoción “realmente sentida”30. Es posible observar, de esta manera, hasta qué punto la conceptualización de la locura llevaba aparejada una determinada reflexión sobre el rol de las emociones en la vida doméstica y la vida social. En este sentido, podríamos tomarnos del modelo de las “comunidades emocionales” propuesto por Rosenwein para estudiar cómo distintas comunidades sociales realizaban cada una evaluación distinta respecto de los patrones de reacción emocional esperable en acuerdo a su identidad de grupo, cruzada con consideraciones respecto al género, la edad y el rol que la persona ejercía en la estructura familiar. Las posibilidades de un análisis de este tipo son, a mi juicio, prometedoras. Podríamos, por ejemplo, emprender un análisis comparativo entre la configuración de la incapacidad mental masculina de hombres ancianos burgueses, nobles y artesanos, teniendo en consideración qué reacciones emocionales se condenaban (y por oposición, se esperaban) en cada caso. ¿Es que los grupos nobles eran más permisivos respecto de los exabruptos de ira de sus padres ancianos que los burgueses? ¿Cuáles eran los límites trazados a la irritabilidad, a la volubilidad, a las demostraciones de afectividad lasciva en cada caso? Estas inquietudes constituyen solo un pequeño ejemplo de la infinidad de preguntas que pueden surgir al seguir esta veta de indagación. Las descripciones sobre estados emocionales que encontramos en registros de interdicción del siglo XVII en la Toscana son muy distintas a las que encontramos en el siglo XVIII en la misma localidad, o a las del Chile del siglo XIX. La descripción de los estados emocionales que cada época y cada cultura identificó como signos de desviación mental son indicativos de los cambios culturales de cada época que los produjo. Un enfoque transnacional sería aquí, una vez más, de gran interés. Por ejemplo, ¿solo en la Toscana del siglo XVIII las reacciones emocionales exageradas, que denotan inestabilidad o resultan ilógicas son citadas como evidencia de perturbación mental, o es un cambio que podemos observar también en otros espacios culturales europeos o americanos? En vez de borrar la importancia del contexto local, una perspectiva de análisis transnacional permitiría resaltar las particularidades de la dimensión local, en un juego de escalas que enriquecería las posibilidades de interpretación.31

Bibliographie “AHR Conversation: The Historical Study of Emotions”, participants: Nicole Eustace, Eugenia Lean, Julie Livingston, Jan Plamper, William Reddy y Barbara Rosenwein, en American Historical Review, 2012, 120, 5, p. 1487-153. Bartlett, Peter y Wright, David, Outside the Walls of the Asylum. The History of Care in the Community 1750­2000, Londres, The Athlone Press, 1999. Bartlett, Peter, “Legal Madness in the Nineteenth Century”, Social History of Medicine, v. 14, no. 1, 2001, p. 107-131. Boari, Marco, Qui venit contra iura. Il furiosis nella criminalistica dei secoli XV e XVI, Milán, Giuffré, 1983. http://nuevomundo.revues.org/68648

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Carrera, Elena, Emotions and Health. 1200­1700, Leiden, Boston, Brill, 2013. Cartayrade, Laurent, “Property, Prodigality, and Madness: A Study of Interdiction Records in Eighteenth-Century Paris”, Tesis doctoral, University of Maryland, 1997. Cavallo, Sandra y Storey, Tessa, Healthy  Living  in  Late  Renaissance  Italy, Oxford, Oxford University Press, 2013. Correa, María José, Historias de Locura e Incapacidad. Santiago y Valparaíso (1857­1900), Santiago, Acto Editores, 2013. Correa, María José, “Lay People, Medical Experts and Mental Disorders. The Medicalization of Insanity through the Incapacitation of the Mentally Ill, 1830-1925”, Tesis doctoral, University College London, 2012. Davis, Natalie Zemon, “Descentralizando la historia: relatos locales y cruces culturales en un mundo globalizado”, Historia Social, v. 75, 2013, p. 165-179. Dixon, Thomas, From  Passions  to  Emotions:  The  Creation  of  a  Secular  Psychological Category, Cambridge, Cambridge University Press, 2003. Gazmuri, Susana, “The mentally ill in Roman Society”, Argos, v. 30, 2006, p. 87-102. Gowland, Angus, The  worlds  of  Renaissance  melancholy:  Robert  Burton  in  context, Cambridge-Nueva York, Cambridge University Press, 2006. Farge, Arlette y Foucault, Michel, Le Désordre des familles: lettres de cachet des Archives de la Bastille au XVIIIe siècle, Paris: Gallimard, Julliard, 1982. Foucault, Michel, History of Madness, London, Routledge, 2006. Houston, Robert Allan, Madness and Society in Eighteenth­Century Scotland, Oxford, Oxford University Press, 2000. Labarca, Mariana, “Itineraries and Languages of Madness. Family Experience, Legal Practice and Medical Knowledge in Eighteenth-Century Tuscany”, Tesis conducente al grado de Doctor en Historia no publicada, Florencia, European University Institute, 2015. Labarca, Mariana, “The Emotional Disturbances of Old Age: On the Articulation of Old-Age Mental Incapacity in Eighteenth-Century Tuscany”, Historical  Reflections/Reflexions Historiques v. 41, n° 2, 2015, p. 19-36. Labarca, Mariana, “Locura, género y familia en procesos de interdicción por incapacidad mental. Gran Ducado de Toscana, siglo XVIII”, en Rafael Gaune y Verónica Undurraga (eds.), Formas  de  control  y  disciplinamiento.  Chile,  América  y  Europa,  siglos  XVI­XIX, Santiago, Uqbar editores, 2014, p. 241-261. La Rocca, Chiara, Tra  moglie  e  marito.  Matrimoni  e  separazioni  a  Livorno  nel  Settecento, Bologna, Società editrice Il Molino, 2009. Mellyn, Elizabeth W., Mad  Tuscans  and  Their  Families.  A  History  of  Mental  Disorder  in Early Modern Italy, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 2014. MacDonald, Michael, Mystical  Bedlam:  Madness,  Anxiety,  and  Healing  in  Seventeenth­ Century England, Cambridge, Cambridge University Press, 1981. Morant Deusa, Isabel y Bolufer Peruga, Mónica, Amor,  Matrimonio  y  Familia, Madrid, Editorial Síntesis, 1998. Nootens, Thierry, Fous, prodigues et ivrognes: Familles et déviance à Montréal au XIX siècle, Montreal, McGill-Queen’s University Press, 2007. Pender, Stephen, “Subventing Disease: Anger, Passions, and the Non-Naturals”, en Jennifer C. Vaught (ed.), Rethorics  of  Bodily  Disease  and  Health  in  Medieval  and  Early  Modern England, Burlington, VT, Ashgate, 2010, p. 193-218. Plamper, Jan, “Historia de las emociones: caminos y retos”, Cuadernos  de  Historia Contemporánea, v. 36, 2014, p. 17-29. Porter, Roy, “‘The hunger of imagination’: approaching Samuel Johnson’s melancholy”, en Bynum, William F., Porter, Roy y Shepherd, Michael (eds.), The  Anatomy  of  Madness, v.  I, Londres, Routledge, 2004, p. 63-88. Porter, Roy, Mind­Forg’d manacles: a history of madness in England from the Restoration to the Regency, Londres, Penguin Books, 1990. Porter, Roy, “The patient’s view: Doing medial history from below”, Theory and Society, v. 14, no. 2, 1985, p. 175-198. http://nuevomundo.revues.org/68648

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Reddy, William, The  Navigation  of  Feeling. A  framework  for  the  History  of  Emotions, Cambridge, Cambridge University Press, 2001. Roscioni, Lisa, Il governo della follia. Ospedali, medici e pazzi nell’età moderna, Milan, Bruno Mondadori, 2003. Rosenwein, Barbara H., “Worrying about Emotions in History”, The  American  Historical Review, v. 107, n° 3, 2002, p. 821-845. Rushton, Peter, “Lunatics and Idiots: Mental Disorder, the Community, and the Poor Law in North-East England 1600-1800”, Medical History v. 32, n° 1, 1988, p. 34-50. Scheer, Monique, “Are emotions a kind of practice (and is that what makes them have a history)? A bourdieuian approach to understanding emotion”, History  and  Theory, v. 51, 2012, p. 193-220. Scull, Andrew, The Most Solitary of Afflictions. Madness and Society in Britain, 1700­1900, New Haven, Yale University Press, 1993. Seidel Menchi, Silvana y Quaglioni, Diego, Coniugi nemici. La separazione in Italia dal XII al XVIII secolo, Bologna, Il Molino, 2000. Suzuki, Akihito, Madness at Home: The Psychiatrist, the Patient, and the Family in England, 1820­1860, Berkeley, University of California Press, 2006. Suzuki, Akihito, “The Household and the Care of Lunatics in Eighteenth-Century London”, en Horden, Peregrine y Smith, Richard (eds.), The  Locus  of  Care:  Families,  Communities, Institutions, and the Provision of Welfare Since Antiquity, Londres, Routledge, 1998, p. 153175. Suzuki, Akihito, “Lunacy in Seventeenth- and Eighteenth-Century England: Analysis of Quarter Sessions Records”, History of Psychiatry, v. 2, 1991, p. 437-456 y v. 3, 1992, p. 29-44. Wright David, y Digby, Anne (eds.), From  Idiocy  to  Mental  Deficiency, Londres, Routledge, 1996. Werner, Michael y Zimmermann, Bénédicte, “Beyond comparison: Histoire Croisée and the challenge of reflexivity”, History and Theory, v. 45, 2006, p. 30-50. Yun Casalilla, Bartolomé, “‘Localism’, global history and transnational history. A reflection from the historian of early modern Europe”, Historisjk Tidskrift, v. 127, n°4, 2007, 659-678. Zaragoza, Juan Manuel, “Historia de las emociones: una corriente historiográfica en expansión”, Asclepio. Revista de historia de la medicina y de la ciencia, v. 65, n° 1, 2013, p. 110.

Notes 1 Para un recuento de la incursión de la historiografía en el ámbito de las emociones, desde Johan Huizinga y Lucien Febvre en adelante, ver el influyente artículo de Rosenwein, Barbara H., “Worrying about Emotions in History”, The  American  Historical  Review, v. 107, n°  3, 2002, p. 821-845. 2 Rosenwein, “Worrying about Emotions in History”; Reddy, William, The  Navigation  of Feeling. A framework for the History of Emotions, Cambridge, Cambridge University Press, 2001; Scheer, Monique, “Are emotions a kind of practice (and is that what makes them have a history)? A bourdieuian approach to understanding emotion”, History  and  Theory, v. 51, 2012, p.  193-220. Se pueden encontrar dos reseñas sobre las principales propuestas de la historiografía de las emociones (especialmente la anglosajona) en español  : Plamper, Jan, “Historia de las emociones : caminos y retos”, Cuadernos de Historia Contemporánea, v. 36, 2014, p.  17-29 y Zaragoza, Juan Manuel, “Historia de las emociones  : una corriente historiográfica en expansión”, Asclepio. Revista de historia de la medicina y de la ciencia, v. 65, n° 1, 2013, p. 1-10. 3 “AHR Conversation: The Historical Study of Emotions”, participants: Nicole Eustace, Eugenia Lean, Julie Livingston, Jan Plamper, William Reddy y Barbara Rosenwein, en American Historical Review, 2012, 120, 5, p. 1487-153. 4 MacDonald, Michael, Mystical  Bedlam:  Madness,  Anxiety,  and  Healing  in  Seventeenth­ Century England, Cambridge, Cambridge University Press, 1981, p. 113. 5 Labarca, Mariana, “Itineraries and Languages of Madness. Family Experience, Legal Practice http://nuevomundo.revues.org/68648

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and Medical Knowledge in Eighteenth-Century Tuscany”, Tesis conducente al grado de Doctor en Historia no publicada, Florencia, European University Institute, 2015. 6 Davis, Natalie Zemon, “Descentralizando la historia : relatos locales y cruces culturales en un mundo globalizado”, Historia Social, v. 75, 2013, p. 165-179. Ver también el sugerente artículo de Werner, Michael y Zimmermann, Bénédicte, “Beyond comparison  : Histoire Croisée and the challenge of reflexivity”, History and Theory, v. 45, 2006, p. 30-50. 7 Me refiero acá a MacDonald, Mystical  Bedlam y Porter, Roy, Mind­Forg’d  manacles:  a history of madness in England from the Restoration to the Regency, Londres, Penguin Books, 1990. Para una versión completa de la Historia de la locura de Michel Foucault, ver History of Madness, London, Routledge, 2006. 8 MacDonald, Mystical Bedlam, p. 72. La traducción es mía. 9 Ver, por ejemplo, Porter, Roy, “‘The hunger of imagination’: approaching Samuel Johnson’s melancholy”, en Bynum, William F., Porter, Roy y Shepherd, Michael (eds.), The Anatomy of Madness, v. I, Londres, Routledge, 2004, p.  63-88 y Porter, Roy, “The patient’s view: Doing medial history from below”, Theory and Society, v. 14, n° 2, 1985, p. 175-198. 10 Bartlett, Peter y Wright, David, Outside the Walls of the Asylum. The History of Care in the Community 1750­2000, Londres, The Athlone Press, 1999, p. 4. 11 Este es el epicentro de la crítica realizada, por ejemplo, a la obra de Andrew Scull en el volumen de Bartlett y Wright. Ver, respectivamente, Scull, Andrew, The  Most  Solitary  of Afflictions.  Madness  and  Society  in  Britain,  1700­1900, New Haven, Yale University Press, 1993 y Bartlett y Wright, Outside the Walls of the Asylum. 12 La centralidad de los marcos legales como elementos organizadores del saber sobre la locura y las lógicas tras los mecanismos desarrollados para responder a ella han sido puesta de manifiesto por historiadores como Marco Boari y Peter Barlett. Tal como señala Boari, la ley en muchos aspectos precedió a la medicina en proveer una respuesta centralizada a los problemas sociales y domésticos ocasionados por la locura. Boari, Marco, Qui  venit  contra iura. Il furiosis nella criminalistica dei secoli XV e XVI, Milán, Giuffré, 1983 y Bartlett, Peter, “Legal Madness in the Nineteenth Century”, Social  History  of  Medicine, v. 14, n°  1, 2001, p. 107-131. 13 Por razones de espacio, no profundizo aquí en las características de cada uno de estos procesos judiciales. He realizado un análisis comparativo en mi tesis doctoral. Labarca, “Itineraries and Languages of Madness”. 14 Durante los últimos 15 años varios estudios centrados en este tipo de registros han visto la luz. No obstante, esta fuente aún constituye un territorio fértil a la exploración historiográfica. Ver Mellyn, Elizabeth W., Mad Tuscans and Their Families. A History of Mental Disorder in Early  Modern  Italy,  Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 2014  ; Labarca, Mariana, “Locura, género y familia en procesos de interdicción por incapacidad mental. Gran Ducado de Toscana, siglo XVIII”, en Rafael Gaune y Verónica Undurraga (eds.), Formas  de  control  y disciplinamiento. Chile, América y Europa, siglos XVI­XIX, Santiago, Uqbar editores, 2014, p.  241-261  ; Houston, Robert Allan, Madness  and  Society  in  Eighteenth­Century  Scotland, Oxford, Oxford University Press, 2000  ; Cartayrade, Laurent, “Property, Prodigality, and Madness  : A Study of Interdiction Records in Eighteenth-Century Paris”, Tesis doctoral, University of Maryland, 1997  ; Nootens, Thierry, Fous,  prodigues  et  ivrognes  :  Familles  et déviance à Montréal au XIX siècle, Montreal, McGill-Queen’s University Press, 2007 ; Suzuki, Akihito, Madness at Home : The Psychiatrist, the Patient, and the Family in England, 1820­ 1860, Berkeley, University of California Press, 2006 ; Correa, María José, “Lay People, Medical Experts and Mental Disorders. The Medicalization of Insanity through the Incapacitation of the Mentally Ill, 1830-1925”, Tesis doctoral, University College London, 2012. 15 Suzuki, Akihito, “The Household and the Care of Lunatics in Eighteenth-Century London”, en Horden, Peregrine y Smith, Richard (eds.), The  Locus  of  Care:  Families,  Communities, Institutions, and the Provision of Welfare Since Antiquity, Londres, Routledge, 1998, p. 153175  ; Suzuki, Akihito, “Lunacy in Seventeenth- and Eighteenth-Century England: Analysis of Quarter Sessions Records”, History of Psychiatry, v. 2, 1991, p. 437-456 y v. 3, 1992, p. 29-44, y Suzuki, Madness  at  Home. Siguiendo una senda similar encontramos los estudios de Rushton, Peter “Lunatics and Idiots: Mental Disorder, the Community, and the Poor Law in North-East England 1600-1800”, Medical  History v. 32, n°  1, 1988, p.  34-50 y Rushton, “Idiocy, the Family and the Community in Early Modern North-East England”, David Wright y Anne Digby (eds.), From Idiocy to Mental Deficiency, Londres, Routledge, 1996, p. 44-64. 16 Correa, María José, Historias  de  Locura  e  Incapacidad.  Santiago  y  Valparaíso  (1857­ 1900), Santiago, Acto Editores, 2013, p. 10. http://nuevomundo.revues.org/68648

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17 Gazmuri, Susana, “The mentally ill in Roman Society”, Argos, v. 30, 2006, p. 87-102. 18 Estoy pensando acá en una comparación entre los resultados a los que llega Mellyn para la Toscana de los siglos XV-XVII, los resultados que arrojó mi propia investigación doctoral sobre la Toscana del siglo XVIII, los resultados de Cartayrade para Francia y de Houston para Escocia, ambos en el siglo XVIII y las sugerencias de María José Correa para el siglo XIX chileno. Ver referencias de nota 14. 19 Para la adopción del término de Ervin Goffman (Internados.  Ensayos  sobre  la  situación social de los enfermos mentales, 1961) en este contexto sigo el ejemplo de Houston, Madness and  Society  in  Eighteenth­Century  Scotland. Sobre las razones que llevaban a las familias a recurrir al aparato estatal, ver también Jonathan Andrews, “Identifying and providing for the mentally disabled”, en Wright y Digby, From Idiocy to Mental Deficiency, p. 65-92. 20 Farge, Arlette y Foucault, Michel, Le Désordre des familles : lettres de cachet des Archives de la Bastille au XVIIIe siècle, Paris : Gallimard, Julliard, 1982. 21 Ver, por ejemplo, La Rocca, Chiara, Tra  moglie  e  marito.  Matrimoni  e  separazioni  a Livorno nel Settecento, Bologna, Società editrice Il Molino, 2009. 22 Para una síntesis útil sobre esta discusión ver Seidel Menchi, Silvana, “I processi matrimoniali come fonte storica”, in Silvana Seidel Menchi y Diego Quaglioni, Coniugi nemici. La separazione in Italia dal XII al XVIII secolo, Bologna, Il Molino, 2000, p. 15-94. 23 Morant Deusa, Isabel y Bolufer Peruga, Mónica, Amor,  Matrimonio  y  Familia, Madrid, Editorial Síntesis, 1998  ; Dixon, Thomas, From  Passions  to  Emotions  :  The  Creation  of  a Secular Psychological Category, Cambridge, Cambridge University Press, 2003 ; Reddy, The Navigation of Feeling. 24 Ver, por ejemplo, Roscioni, Lisa, Il  governo  della  follia.  Ospedali,  medici  e  pazzi  nell’età moderna, Milan, Bruno Mondadori, 2003 o Porter, Mind­Forg’d manacles. 25 Al respecto, aunque en exclusiva relación con la incapacidad mental de hombres y mujeres ancianos, ver Labarca, Mariana, “The Emotional Disturbances of Old Age : On the Articulation of Old-Age Mental Incapacity in Eighteenth-Century Tuscany”, Historical Reflections/Reflexions Historiques v. 41, n° 2, 2015, p. 19-36. 26 La historiografía sobre la melancolía es demasiado basta para ser citada aquí. Permítaseme remitir al lector/a a dos trabajos recientes de interés en este contexto. Gowland, Angus, The worlds  of  Renaissance  melancholy  :  Robert  Burton  in  context, Cambridge-Nueva York, Cambridge University Press, 2006 y Cavallo, Sandra y Storey, Tessa, Healthy  Living  in  Late Renaissance Italy, Oxford, Oxford University Press, 2013, esp. p. 179-208. 27 Estoy pensando acá en los resultados aportados por la investigación de Mellyn, Mad Tuscans and Their Families. 28 Rosenwein, “Worrying about Emotions in History” y Reddy, The Navigation of Feeling. 29 Dixon, From  Passions  to  Emotions  ; Carrera, Elena, Emotions  and  Health.  1200­1700, Leiden, Boston, Brill, 2013 ; Pender, Stephen, “Subventing Disease : Anger, Passions, and the Non-Naturals”, en Jennifer C. Vaught (ed.), Rethorics  of  Bodily  Disease  and  Health  in Medieval and Early Modern England, Burlington, VT, Ashgate, 2010, p. 193-218. 30 Reddy, The Navigation of Feeling, p. 96-111. 31 Ver las reflexiones de Yun Casalilla, Bartolomé, “‘Localism’, global history and transnational history. A reflection from the historian of early modern Europe”, Historisjk Tidskrift, v. 127, n ° 4, 2007, 659-678.

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Mariana Labarca Pinto, « Emociones, locura y familia en el siglo XVIII: apuntes sobre un debate historiográfico en curso », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En ligne], Colloques, mis en ligne le 01 décembre 2015, consulté le 11 janvier 2016. URL : http://nuevomundo.revues.org/68648 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.68648

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Emociones, locura y familia en el siglo XVIII: apuntes sobre un debate historiográfico en curso

Mariana Labarca Pinto Doctora en Historia y Civilización, European University Institute, Florencia.

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