Manzanilla 2009 Los túneles bajo Teotihuacan. Memoria El Colegio Nacional

July 13, 2017 | Autor: L. Manzanilla Naim | Categoría: Teotihuacan, Epiclassic Mesoamerica
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Descripción

LOS TÚNELES BAJO TEOTIHUACAN CONSTRUCCIÓN DE UN INFRAMUNDO, JUSTIFICACIÓN DE UN COSMOGRAMA*

LINDA R. MANZANILLA Miembro de El Colegio Nacional IIA-UNAM INTRODUCCIÓN (figura 1) Las oquedadas subterráneas, espacios oscuros y sugerentes de fantasías y mitos, fueron para los pueblos prehispánicos muchas cosas (figura 2). Desde canteras de materiales constructivos, sitios de habitación, lugares de manufacturas que requieren humedad, centros de reformulación del poder político, sitios de generación de agua sagrada y manantiales, origen y matriz de pueblos, escenarios de rituales de paso, sitios de observación solar (figura 3), espacios de tránsito del sol nocturno, lugar de la muerte, pivote de axis mundi. I. E L CLÁSICO EN TEOTIHUACAN La existencia de oquedades subterráneas en Teotihuacan (Manzanilla 2005) es un hecho que se ve a simple vista, y que está reiterada por topónimos como Oztoyahualco y Oztotícpac (figura 4). Los túneles del valle de Teotihuacan fueron originalmente canteras de tezontle excavadas por los mismos teotihuacanos durante el primer siglo de la era, y posteriormente se convirtieron en lugares de abundancia de agua y semillas, moradas del sol nocturno, observatorios del sol diurno, y posiblemente centros de investidura del poder político y simbólico. En Mesoamérica, un uso de las oquedades que habría que destacar “sería el de yacimientos para la extracción de determinadas materias pri* Simposio “Paisaje y diseño urbano: interdependencias conceptuales en la ciudad mesoamericana, precolonial y colonial”. 53vo. Congreso Internacional de Americanistas, Ciudad de México, 21 de julio 2009.

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mas. Las grutas de Loltún en Yucatán fueron usadas principalmente para explotar los yacimientos de arcilla y material pétreo con que elaboraban cerámica y lítica pulida (Millet et al. 1978). De igual forma, numerosos túneles del valle de Teotihuacan se crearon por haber sido sitios de extracción de toba y tezontle (observación hecha originalmente por el proyecto de William T. Sanders), materiales que formaron el núcleo de las estructuras y muros (Manzanilla, López y Freter 1996; Basante 1982, 1986). Dado que en Mesoamércia, es frecuente también que la cueva sea recipiente de manantiales o ríos subterráneos, de ahí que las poblaciones prehispánicas acudiesen a ellos para proveerse del líquido que, en el caso del área maya, llegó a considerarse “agua virgen” (zuhuy ha) para rituales (Bonor 1989: 17; Zapata et al. 1991: 13). En Teotihuacan —un valle volcánico desprovisto de tubos de lava, y donde abundan piroclastos, tobas y en las estribaciones, basaltos y andesitas—, algunas de las canteras de tezontle, por estar asociadas a estructuras de importancia primordial (figura 5) a nivel simbólico, se convirtieron en la base del axis mundi; si no tuvieron manantiales de manera natural, se captaba el agua de filtración, y se recogía en canaletas de piedra (véase, como ejemplo, el túnel prehispánico bajo la Pirámide del Sol). La Pirámide del Sol de Teotihuacan es la única estructura cuyo núcleo no está construido con tezontle que proviene de los túneles, excepto en su revestimiento. En lugar de esto, tiene tierra orgánica y pequeños fragmentos de toba (Rattray 1974), que al flotarse contuvo semillas carbonizadas de maíz, frijol, tomate, amaranto, etc. (Aurora Montúfar, comunicación personal, 1994), como si hubiesen raspado campos de cultivo del Formativo y acumulada esta tierra en una gran elevación. En 1989 entrevistamos a hombres y mujeres de edad sobre las oquedades de Teotihuacan; mencionaron el mito de que en tiempos antiguos, en febrero, se veía a un hombre salir de bajo la Pirámide del Sol con maíz, amaranto, ejotes y calabazas en las manos. Muchos añadían que, bajo la construcción, había campos tipo chinampa donde se recogían estos productos alimenticios. En lugar de albergar manantiales, como Heyden (1973) propuso originalmente para la Pirámide del Sol, y que sería un fenómeno muy improbable en una geología de materiales volcánicos porosos como el tezontle, quizá hubo filtraciones en el túnel mismo, como pueden ser observadas hoy en día, filtraciones que eran canalizadas en piedras de drenaje, quizá con propósitos rituales. 298

Para las primeras épocas teotihuacanas, la construcción de la Pirámide del Sol podría ser vista como un acto de apaciguamiento dirigido a los volcanes en erupción de fines del Formativo (hacia 80 d. C.), y la consecuente creación de montañas sagradas de los mantenimientos y la fertilidad. El concepto de montaña de mantenimientos —el Tonacatépetl de la tradición nahua— es frecuente en Mesoamérica, y también lo es la montaña sagrada sobre una cueva de donde emerge agua. Proponemos que la Pirámide del Sol fue concebida como un tonacatépetl o cerro de los mantenimientos (Manzanilla 1994a, 1994b, 2005), por lo que la mención en la Relación de Teotihuacan (Paso y Troncoso 1979) de que en su cima había un ídolo de piedra denominado Tonacateuctli no nos sorprende. Otras “montañas de los mantenimientos” fueron construidas en montañas sagradas importantes, productoras de lluvia, como el Tetzcotzingo y el Monte Tláloc, como Townsend (1993a) señala. Finalmente, el Templo Mayor de Tenochtitlan sería una continuación de esta tradición. La Pirámide del Sol sería la síntesis de tres conceptos íntimamente relacionados: el Tonacatépetl, por un lado; el templo principal de una advocación del dios estatal de las Tormentas (la presencia de entierros de infantes en las esquinas de sus diversos cuerpos [Batres 1906; Millon 1981; 213] así lo sugiere), como deidad de la fertilidad; y la montaña sagrada, centro del universo, representada como el centro de la flor de cuatro pétalos, como López Austin (1989) sugirió. El túnel prehispánico en forma de serpiente que cruza de la fachada oeste al centro, y que termina en una cámara de cuatro “pétalos” sería la materialización del inframundo, el plano inferior del cosmograma mesoamericano, pero también el pasaje del sol nocturno hacia el este. Frente a la entrada del túnel se halló una gran escultura pétrea que podría referir a este concepto (figura 1). Por otro lado, los tiros verticales de algunos túneles o cámaras en forma de botellón tuvieron una función de observatorio solar. Un ejemplo epiclásico destacado de este uso es el “observatorio” de Xochicalco, una oquedad con un agujero en la cima en la que aproximadamente a mediados de mayo se puede ver penetrar el sol cenital en línea recta. Desde el siglo XVIII, hay descripciones precisas de estos túneles de Xochicalco por Alzate y Ramírez (Peñafiel 1890). Togno (1903) describe nueve túneles interconectados en los sectores norte y noreste del sitio. Sus muros estaban estucados y pintados de rojo (Krickeberg 1946: 212). En Teotihuacan contamos con un ejemplo parecido: la “cueva astronómica” que yace detrás de la Pirámide del Sol (a 250 m al sureste), 299

Figura 1. Monolito hallado frente a la Pirámide del Sol.

sobre el circuito empedrado que rodea a la malla. En su excavación, Soruco (1985, 1991); determinó que tenía forma de botellón (con 4.20 m de altura), tenía un acceso de menos de un metro de diámetro tallado en la roca, y era utilizada para la observación del paso zenital del sol en mayo, en tiempos teotihuacanos (véase también Moragas 1996). En su interior se halló un altar con una lápida de basalto por la cual se observa la entrada perpendicular del sol a mediados de mayo (figura 2). A su alrededor se encontraron numerosas ofrendas de ollas, cajetes, miniaturas, vasos, una figurilla de Xipe Tótec, tiestos de la costa del Golfo y 20 navajillas prismáticas. Según el informe paleobotánico a cargo de Lauro González Quintero, las ofrendas consistían en pigmentos rojos 300

Figura 2. “Cueva astronómica” de Teotihuacan con lápida y rayo de luz que la cruza en mayo (fotografía de Linda R. Manzanilla).

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y verdes, húmeros de ranas, amaranto, chile, tomate, quelites, nopal y maíz, además de carbón bañado con resina de copal. La reiteración del concepto de oquedad asociada a semillas, fertilidad y abundancia aparece particularmente en el mural denominado “Tlalocan” de Tepantitla —uno de los principales de Teotihuacan— en el que se puede observar a un ídolo (que algunos autores remiten a la “Gran Diosa”) sobre una estructura con tablero-talud, que yace sobre una cueva con semillas. Asociado a estos motivos hay un batracio con un manantial (véase De la Fuente 1996, v. II: 233).

Figuras 3a. Cosmograma de los cuatro rumbos con el centro representado en una vasija hallada en Teopancazco, por el proyecto “Teotihuacan: elite y gobierno” (dirigido por Linda R. Manzanilla. Dibujo de Fernando Botas). 3b. Representación de la flor de cuatro pétalos, quizás el glifo de Teotihuacan, según López Austin. 3c. Vista del núcleo de Teotihuacan, con la yuxtaposición visual de las pirámide y montañas del horizonte.

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Las ideas que hemos planteado anteriormente y las sugerencias de Doris Heyden (1975, 1981) estimularon nuestra curiosidad en torno a la probable existencia de un sistema de túneles y cuevas en Teotihuacan, que pudiese ser un modelo de inframundo o Tlalocan. Las exploraciones de cuevas de Linné (1934) en San Francisco Mazapa; Carmen Cook de Leonard, Juan Leonard y Alfonso Soto Soria (Millon 1957: 12) en Oztoyahualco; Heyden (1975) para el túnel que pasa bajo la Pirámide del Sol; Basante Gutiérrez (1982, 1986) en varios sectores del valle; Soruco (1985) en la cueva astronómica al sureste de la Pirámide del Sol antecedieron a nuestros estudios. Nuestro proyecto “Estudio de túneles y cuevas en Teotihuacan” (Manzanilla 1994a, 1994b, 2005; Manzanilla et al. 1989, 1994, 1996; Barba et al., 1990; Arzate et al., 1990; Chávez et al. 1988, 1994) ha proporcionado evidencia de que virtualmente todas las cavidades subterráneas del valle de Teotihuacan fueron originalmente lugares de extracción de tezontle para la construcción de la futura ciudad, hacia las fases Patlachique o Tzacualli, comprobando la hipótesis de William T. Sanders; posteriormente, fueron reutilizados: algunos, como lugares de obser vación solar, quizás otros probablemente como sitios de almacenamiento de semillas y una recreación del Tlalocan en una manera similar a Balankanché, Yucatán [Andrews IV 1970], y elucubramos que el de la Pirámide del Sol, para rituales funerarios de la elite gobernante. Después de la caída de la gran metrópolis clásica, estos huecos fueron usados ritual o domésticamente por grupos post-teotihuacanos. Así pues, Teotihuacan fue construido como una copia sagrada del cosmos mesoamericano. Su plano terrestre estaba dividido a los cuatro rumbos del universo (véase la traza de la ciudad), y tenía además un plano celestial y un inframundo (figuras 3a, b y c). Su avenida principal conectaba la montaña sagrada del cerro Gordo, denominada Tenan, “nuestra madre”, donde Tobriner (1972) detectó una cueva que hacía ruido de viento o agua, con la Pirámide del Sol y con los manantiales del suroeste (Townsend 1993a: 41). Un poco más tarde, en otra región, comienza a desarrollarse otra idea del inframundo: el concepto del Mictlan como mundo de los muertos. En el Montículo 2 del sitio Clásico tardío de El Zapotal en Veracruz se halló un Mictlan o mundo de los muertos. Enormes figuras humanas en arcilla representan sea a Mictlantecuhtli, Señor de los Muertos, sea a las mujeres que murieron durante el parto, las cihuateteo, asociadas a entierros humanos (Torres Guzmán 1972). 303

Mary Pohl (1983: 86), al citar al obispo Núñez de Vega, señala que los huesos de los fundadores de linajes que introdujeron el calendario maya eran guardados en cuevas. La gente los veneraba ofrendándoles flores y copal. Pohl (op. cit.: 99) también consigna que hay varios centros mayas que tienen conexión ceremonial con cuevas, entre los cuales cita a la Tumba del Gran Sacerdote en Chichén Itzá, que es un templo construido sobre una cueva. Por otro lado, Pohl (Ibid.) menciona que el rito cuch se llevaba a cabo por los gobernantes mayas al ascender al trono y para renovar la energía de su linaje. La parte más sagrada de dicho rito se hacía en una cueva, a la cual el gobernante descendía para recibir las profecías de los dioses. No descartamos que en túneles como el que corre bajo la Pirámide del Sol se guardaran reliquias de ancestros, o se hiciesen rituales funerarios de los linajes dirigentes.

EL EPICLÁSICO EN EL VALLE DE TEOTIHUACAN La existencia de cuevas en Teotihuacan no es un dato nuevo. Heyden (1981) reproduce el glifo de Teotihuacan del Códice Xólotl; en él se aprecian las dos grandes pirámides del sitio, bajo las cuales hay una cueva con un personaje dentro. No sería improbable que esta figura se refiriese a los oráculos que frecuentemente se hallaban dentro de cuevas, como la Relación de Teotihuacan lo señala (Soruco 1985: 107). Durante el Epiclásico y el Posclásico temprano, las oquedades del valle de Teotihuacan cobraron de nuevo importancia. En el valle de Teotihuacan, ya Obermeyer (1963) había evidenciado ocupación epiclásica en las cuevas de Oxtotícpac. En nuestro proyecto, hemos excavado cuatro túneles ubicados inmediatamente al este de la Pirámide del Sol (Manzanilla 1994; Manzanilla et al. 1996), y hemos constatado ocupaciones superpuestas de tiempos Coyotlatelco, Mazapa y Azteca. La cueva es la entrada al inframundo (y, por lo tanto, una cámara funeraria), pero también es el acceso al vientre de la tierra o la boca del monstruo terrestre. Por extensión, es el sitio donde la fertilidad puede ser propiciada. De ahí que, en ciertos lugares del México antiguo, las ceremonias de petición de agua para las cosechas se hiciesen en cuevas, ya que éstas, junto con las cimas de los montes y los manantiales, eran casa de los espíritus del agua (Weitlaner y Leonard 1959). Hallamos evidencias de estos elementos en los túneles que excavamos al este de la Pirámide del Sol. 304

Figura 4. Concentración de entierros de tiempos Coyotlatelco tardío en el Túnel del Pirul.

Figura 5. Esqueletos de perros hallados en el Túnel del Pirul.

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La Cueva del Pirul contuvo 14 entierros, la mayoría de tiempos Coyotlatelco tardío-transición Mazapa: dos adultos sedentes (uno con cráneo bilobulado), dos adultos jóvenes dispuestos en posición fetal, y grupos de infantes (cuatro) y perinatales (seis). Uno de los grupos consistió en seis individuos (figura 4), la mayor parte infantes y perinatales, alrededor de un cuenco matado del tipo “Jiménez Café Sellado”. Este tipo ha sido atribuido por Cobean (1990) a la Esfera Coyotlatelco y al complejo Corral; sugiere que sirvieron para tomar chocolate. En nuestra excavación hemos hallado numerosos ejemplos de este tipo, con diferentes motivos sellados. Otro tipo que hemos hallado frecuentemente en el nivel de los entierros es el de cuencos pintados al negativo, con círculos probablemente hechos con juncos. Cerca de dos infantes y un neonato, se hallaron tres esqueletos completos y articulados de perro (figura 5): dos adultos (uno con malformaciones) y un cachorro. Podrían haber representado los perros guías del inframundo. También se hallaron algunos fondos modestos de silos, en la primera cámara de este túnel (Manzanilla 1994a; Manzanilla, López y Freter 1996). En otro sector, se halló un neonato dentro de un cuenco (siguiendo la tradición teotihuacana), cerca de uno de los adultos sedentes y otro bebé de unos ocho meses en posición fetal cubierto con otro cuenco. La presencia de los perros sugirió que la concepción del inframundo de tiempos Coyotlatelco podría ser más bien la del mundo de los muertos, en donde éstos son guiados por perros en su tránsito al más allá, mientras que la gente Mazapa se adhería más firmemente a la tradición mesoamericana, y por ende al Tlalocan.

POSCLÁSICO TEMPRANO EN EL VALLE DE TEOTIHUACAN Desde tiempos prehistóricos, las cuevas y túneles naturales representaron opciones de habitación. Sin embargo, en horizontes posteriores, como el Posclásico, grupos nómadas continuaron con la vieja tradición del uso habitacional de la cueva. En el Códice Xólotl, se puede observar a los jefes chichimecas (Xólotl y Nopaltzin) en los alrededores de cuevas; así se hace alusión al hecho de que estos grupos de origen nómada vivieron muchos años en ellas. También las Relaciones de Michoacán tienen representaciones de gente que vive en cuevas, en la vecindad de otros grupos que habitan chozas (Weitlaner y Leonard 1959). 306

Figura 6. Vista de la cámara principal del Túnel de las Varillas.

Figura 7. Contextos Mazapa (entierros y fondos de silos) hallados en la cámara funeraria del Túnel de las Varillas.

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En particular en el valle de Teotihuacan y región de Texcoco, los grupos chichimecas habitaron cuevas en Oztotícpac, Tepetlaóztoc, Tzinacanóztoc, Huexotla, Techachalco, Oztotlítec tlacoyan, Tlallanóztoc y Tenayuca (Pérez Elías 1956: 34). Otro de los túneles de nuestro proyecto, la Cueva de las Varillas, tuvo 50 metros de largo. Su cámara principal (figura 6), de 18 metros de diámetro, tuvo siete nichos pequeños y un túnel largo. La cámara funeraria (denominada como Cámara 2) contuvo 13 entierros bajo pisos mexicas: un grupo de tres adultos sedentes que miran al sur, y dos entierros infantiles cerca de los adultos, pero al nivel de sus cráneos, con vasijas enteras o matadas ritualmente, así como puntas de proyectil fuera de los cuerpos, que pertenecían a la época Mazapa (figura 7).

Figura 8. Agujero en la parte superior de la Cámara 2 del Túnel de las Varillas.

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Bajo el agujero del techo en esta cámara y que seguramente dejaba caer un fuerte chorro de agua en tiempo de lluvias (figura 8), se hallaron varios entierros de neonatos de tiempos Coyotlatelco tardío, dispuestos en una banda este-oeste, como si bordearan la silueta a plomada del agujero. Éstos sólo tuvieron triángulos o rectángulos de mica cortada, así como algún fogón con candeleros teotihuacanos y puntas de proyectil (Manzanilla 1994a; Manzanilla, López y Freter 1996). En los túneles detrás de la Pirámide del Sol, la gente del Epiclásico/Posclásico temprano construyó un santuario a los tlaloques o asistentes del dios Tláloc, representados por los siete recién nacidos depositados en la parte central de la cámara funeraria de la Cueva de las Varillas. Los entierros de adultos, probablemente víctimas de sacrificio a Tláloc, yacían sedentes viendo al sur. En algunos fondos de silos o cuexcomates, se halló amaranto, una planta de la cual se hacían las máscaras para los sacrificados a Tláloc (Manzanilla y McClung de Tapia, 1997). En San Francisco Mazapa, Linné (1934: 37) halló una casa Mazapa sobre un túnel, y en esta cavidad se hallaron grandes ánforas de almacenamiento y una gran figura de Xipe Tótec. En esta cámara funeraria también se hallaron siete fondos de probables silos distribuidos en diferentes sectores y profundidades. A 50 m de la entrada de la cueva se hallaron, en una cámara interior, seis fondos de silos sin asociación a entierros, uno de los cuales aún tenía las improntas de manos y sandalias de quienes apisonaron su fondo. La mayoría de éstos contuvo semillas de huauhzontle (Manzanilla y McClung de Tapia 1996). La cámara funeraria nos dio, pues, elementos para confirmar las tres funciones que hipotéticamente hallaríamos en los túneles: áreas de almacenamiento quizá relacionadas con ritos de fertilidad en el vientre de la tierra, entierros vinculados al concepto del inframundo, y cuerpos de bebés asociados a la idea del Tlalocan, es decir, sitios de petición de lluvia. Un último aspecto que debe ser mencionado es que Xipe Tótec tenía un templo en Tenochtitlan denominado Netlatiloyan, en cuya base había una cueva donde las pieles de los desollados se guardaban (Sahagún 1969, t. I: 237). Es interesante notar que Linné (1934; Scott 1993) halló una escultura de Xipe Tótec asociada con 16 entierros del periodo Mazapa en sus excavaciones en San Francisco Mazapa, en el valle de Teotihuacan. 309

EL POSCLÁSICO TARDÍO EN EL VALLE DE TEOTIHUACAN En Mesoamérica, varios mitos hablan de la creación del sol y de la luna haciéndolos surgir de una cueva. En otros, la humanidad completa o ciertos grupos (por ejemplo, las siete tribus de Chicomóztoc) emergieron del interior de la tierra. Incluso los alimentos mismos fueron obtenidos del mundo subterráneo cuando Quetzalcóatl robó el maíz a las hormigas (Heyden 1981; Taube 1986). Entre otros pueblos de Mesoamérica, pero también del área andina, existía la idea de que sus antepasados habían surgido de cuevas. Los mixtecos, zapotecos, tzeltales y otomíes compartían esta idea, y por ello algunos enterraban a sus nobles en cuevas (Limón Olvera 1990: 92). La idea de Chicomóztoc, como lugar de origen, tiene paralelismo con lo enunciado anteriormente. Aquí, quizá el elemento que domina es la idea de la cueva como vientre de la tierra. Los nahuas disociaban al inframundo en tres conceptos: el Mictlan, el Tlillan y el Tlalocan. Sobre el Mictlan diremos que los primeros indicios de la formación de este concepto yacen en el Epiclásico. Los mexicas, sin embargo, nos legaron, en las excavaciones arqueológicas del Templo Mayor, esculturas alusivas al concepto del Mictlan (López Luján 1996). En 1981 un monolito de Huehuetéotl, el Dios del Fuego, se halló, con rasgos atípicos como la máscara de Tláloc y símbolos acuáticos, y fue identificado por López Austin (1985) como el Dios del Fuego en el mundo de los muertos. Sus otros nombres, Ayamictlan y Xiuhtecuhtli, son mencionados en el Códice Florentino como relacionados con la residencia de este dios: el vientre de la tierra, el recinto de agua (López Austin 1985: 262). Respecto del Tlalocan, hay múltiples menciones en las fuentes y que no citaremos aquí, y una materialización del Tlalocan en la cima del Monte Tláloc (Townsend 1993b; Iwaniszewski 1994). En el Códice Florentino se dice que las montañas eran concebidas como vasijas llenas de agua y volteadas boca abajo, y Torquemada añade que cada una estaba habitada por un asistente de Tláloc, que engendraba nubes y provocaba lluvias (De Vega Nova y Pelz Marín 1994). Así, en tiempos del Posclásico tardío, los montes y las cuevas estaban íntimamente relacionados. En esos tiempos, hay numerosos ejemplos de culto en cuevas en el México central. Por ejemplo, tenemos la Cueva Chimalacatepec en Morelos (Broda y Maldonado 1994; De Vega Nova y Pelz Marín 1994), un verdadero tubo de lava en el cual se hallaron varias ofrendas: incensarios, vasijas, figurillas antropomorfas y de patos, piedras verdes, pen310

dientes, ídolos negros y verdes, etc. Las vasijas pudieron haber sido dispuestas para recibir el agua de infiltración. Los incensarios son citados a menudo en las ceremonias de petición de lluvia, y los ídolos son símbolos de la fertilidad (Broda y Maldonado 1994). El monte Tetzcutzingo cerca de Texcoco es una “montaña de los mantenimientos” hacedora de lluvia (Townsend 1993a), en la que el complejo manantial-depósito de agua-batracios es hallado al aire libre. Así, el Tonacatépetl, la montaña sagrada arquetípica, era la casa del maíz y del agua, y los tlaloques eran sus guardianes. Por otro lado, la mitad de Tláloc en el Templo Mayor de Tenochtitlan era la recreación mítica de la montaña primigenia de los mantenimientos (Broda 1989: 40). Diferentes ceremonias que relacionan el agua y las deidades de la lluvia con los montes y las cuevas han sido estudiadas por Broda (1971, 1982, 1987, 1989, 1991a, 1991b, 1994). En aquellos ritos relacionados con las cuevas, Broda enfatiza que el Tonacatépetl era el depósito de agua y alimentos, y que el agua salía del Tlalocan a través de los manantiales (Broda 1971: 259). Si en el Posclásico el Mictlan cobra importancia especial, no por ello minimiza la relevancia del Tlalocan como inframundo donde cursos de agua, fertilidad de la tierra, montañas sagradas y deidades acuáticas se conjugan.

RITUALES MODERNOS EN CUEVAS (MANZANILLA 2005) En nuestros días, hay una persistencia de las ceremonias contra el granizo en diferentes partes del centro de México: la sierra Nevada (Bonfil 1968; Glockner 1996), el valle de Teotihuacan (Martel 1922), el valle de Toluca (Christensen 1962), etc. Bonfil registró cuidadosamente estos ritos en Amecameca, cerca de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, entre los “graniceros”, “aureros”, “tiemperos”, “trabajadores temporaleños”, términos derivados de los sacerdotes prehispánicos llamados “teciuhtlazqui” o “teciuhpeuhqui” (“aquellos que avientan o conquistan el granizo”)(Bonfil 1968: 101). Las ofrendas más importantes son dispuestas en la cueva-templo de Las Cruces. Sahagún describió las ceremonias a las deidades acuáticas en los volcanes del centro de México, durante las cuales se ofrecían figuras de amaranto durante los primeros días de mayo, en la fiesta de la Santa Cruz (Glockner 1996: 51-52). 311

En San Francisco Mazapa, en el valle de Teotihuacan, se registró una leyenda en 1922, en la cual una cueva era usada para predecir buenas o malas cosechas. Si las piedras de la boca de la cueva estaban húmedas, se esperaba buen clima (Christensen 1962: 247). En la montaña de Guerrero, se pueden constatar ceremonias de petición de lluvia, particularmente en Ostotempa (Sepúlveda 1973), donde una falla profunda recibe las ofrendas propiciatorias para que los cuatro gigantes que viven en cuevas (y que son representantes de los vientos), traigan lluvia benéfica. En trabajos etnográficos recientes en la sierra de Puebla, con grupos de habla náhuat, Aramoni (1990) y Knab (1991) han evidenciado la persistencia del concepto de Tlalocan (Talokan). Sus entradas son cuevas, y los informantes señalaron que Tamoanchan es la parte más profunda del Talokan. Dice Aramoni: “Más allá de las puertas del inframundo, en las profundidades, hay un mundo esplendente. Allí reside el milagro de la fertilidad...” (Aramoni 1990: 144). “En el Talokan se encuentran, además, los seres humanos que vendrán al mundo, así como todas las especies de animales...” (Aramoni 1990: 145). “Las semillas, plantas y demás sustentos del hombre se piensa que brotan en el Talokan... De Talokan surge también todo poder, dinero y riqueza, la cual se encuentra concentrada en el Corazón del Cerro, el Tepeyólot o ‘tesoro del cerro’” (Aramoni 1990: 146; véase también López Austin 1994). En su reciente estudio sobre los grupos de habla náhuat de la sierra de Puebla, Tim Knab describe la geografía del inframundo o Talocan, según concebida por los moradores de San Miguel Tzinacapan. Las cuevas son entradas al inframundo; éste tiene todas las características de la superficie del mundo: montañas, ríos, lagos, cascadas, pero no tiene plantas. Existe un gran árbol de tierra en el centro del inframundo, sobre el cual apoya la Tierra. El Talocan es un mundo de oscuridad; no hay luz, día ni sol. Tiene cuatro entradas, de las cuales las del oriente y el occidente son también entradas y salidas para el sol en su viaje por el inframundo. Debajo de la plaza de San Miguel hay una cueva, que es la residencia de Táloc melaw, Señor del Inframundo; las posiciones de la iglesia y la presidencia municipal no son azarosas; también en la parte central de la plaza existe un pozo de donde sale una corriente de agua que se dirige a la cueva (Knab 1991: 27). Esta última, denominada “la iglesia del Talocan”, ha sido equiparada con la cámara tetralobulada debajo de la Pirámide del Sol (Knab 1991: 51). 312

Por último nos referiremos a la geografía del inframundo o Talocan concebida por los grupos de habla náhuatl de la Sierra de Puebla (Knab 1991). En el inframundo, la entrada del norte se llama mictalli o miquitalan; está representada por una “cueva de los vientos” y el acceso al mundo de los muertos. Los dueños de esta porción son el Señor de los Vientos y el Señor de la Muerte que viven en grandes cuevas. La entrada del sur se llama atotonican y es un lugar de calor. El punto focal es un manantial de agua hirviente que produce vapor y nubes. Este manantial se encuentra al fondo de una cueva. El acceso del oriente es apan, un gran lago en el inframundo que se une con el mar. En medio del lago viven los Señores del Agua. La entrada del occidente está en un sitio denominado tonalan, en el que hay una montaña donde se para el sol en su viaje. El portal del inframundo del oeste está encima de la montaña que captura al sol, y sólo se puede pasar después de medianoche. Un hecho que llamó nuestra atención es que de las cuatro entradas, dos son topónimos cercanos al valle de Teotihuacan, que tiene la cuenca lacustre de Apan al este (paralela al lago del inframundo que se llama apan también en el mito) y el monte Tonalan al oeste (paralelo a la montaña tonalan del oeste en el mito). Las otras dos entradas también tienen paralelismos con detalles geomorfológicos del Valle de Teotihuacan. Hemos hecho un recorrido por el tiempo y el espacio en el valle de Teotihuacan. Sin duda, la tradición mesoamericana fue construida de manera conjunta por pueblos que, aun con lenguas diversas, concebían al mundo como una sucesión vertical de planos en cuyo centro yacía un monte de los mantenimientos, un árbol con raíces profundas y ramas entrelazadas, fincado en un inframundo lleno de sorpresas. Agradecimientos: El proyecto “Estudio de túneles y cuevas en Teotihuacan” fue posible gracias al financiamiento del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, de la Dirección General de Apoyo Académico de la UNAM (DGAPA-UNAM IN214694), del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (n. P218CC00892832, H9106-0060, y 400358-55412-S) y de la Foundation for the Advancement of Mesoamerican Studies (Famsi 95007). El trabajo fue posible gracias a los permisos del Consejo de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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