Malaca: De los textos literarios a la evidencia arqueológica

June 7, 2017 | Autor: Corrales Pilar | Categoría: Poblamiento Romano
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Descripción

José Beltrán Fortes Oliva Rodríguez Gutiérrez (coordinadores científicos)

SEVILLA 2012

Serie: Historia y Geografía Núm.: 203 Comité editorial: Antonio Caballos Rufino (Director del Secretariado de Publicaciones) Carmen Barroso Castro Jaime Domínguez Abascal José Luis Escacena Carrasco Enrique Figueroa Clemente Mª Pilar Malet Maenner Inés Mª Martín Lacave Antonio Merchán Álvarez Carmen de Mora Valcárcel Mª del Carmen Osuna Fernández Juan José Sendra Salas Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito del Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla. Esta monografía corresponde a los resultados del Proyecto de Excelencia de la Junta de Andalucía Sevilla Arqueológica (SEARQ) (P06-HUM-01587), dentro de las actividades del Grupo I+D+I HUM 402 (Plan Andaluz de Investigación). Motivo de cubierta: composición realizada a partir de diferentes imágenes procedentes de trabajos contenidos en el volumen. Véanse créditos correspondientes © SECRETARIADO DE PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA 2012 Porvenir, 27 - 41013 Sevilla Tlfs.: 954 487 447; 954 487 451; Fax: 954 487 443 Correo electrónico: [email protected] Web: http://www.publius.us.es © JOSÉ BELTRÁN FORTES y OLIVA RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ (coordinadores científicos) 2012 © POR LOS TEXTOS, SUS AUTORES 2012 Impreso en papel ecológico Impreso en España-Printed in Spain ISBN 978-84-472-1277-4 Depósito Legal: SE 4606-2012 Maquetación e Impresión: Pinelo Talleres Gráficos, s.l.

ÍNDICE Presentación José Beltrán Fortes y Oliva Rodríguez Gutiérrez .................................

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I.

ESTUDIOS INTRODUCTORIOS Ciudad antigua: su concepción, el significado de la forma urbanística y sus consecuencias en la investigación y la política patrimonial Manuel Bendala Galán .......................................................................

21

Arqueología urbana en tiempos de crisis Ignacio Rodríguez Temiño .................................................................

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II.

ARQUEOLOGÍA Y CIUDAD. EXPERIENCIAS ESPAÑOLAS Arqueología urbana en el centro histórico de Tarragona Ricardo Mar y Joaquín Ruiz de Arbulo ..............................................

59

Valentia, ciudad romana: su evidencia arqueológica Albert Ribera i Lacomba y José Luis Jiménez Salvador........................

77

Carthago Nova: Vrbs privilegiada del Mediterráneo occidental José Miguel Noguera Celdrán ............................................................

121

Augusta Emerita. Reflexiones en torno a su arquitectura monumental y urbanismo Pedro Mateos Cruz y Antonio Pizzo ...................................................

191

Investigación científica y arqueología urbana en la ciudad de León Ángel Morillo Cerdán ........................................................................

211

Origen militar y desarrollo urbano de Astvrica Avgvsta María Luz González Fernández ..........................................................

257

La trama urbanística de Lucus Augusti: génesis y evolución Mª Covadonga Carreño Gascón y Antonio Rodríguez Colmenero .....

295

III. ARQUEOLOGÍA EN CIUDADES ANDALUZAS Un nuevo modelo de gestión de la arqueología urbana en Córdoba Alberto León Muñoz y Desiderio Vaquerizo Gil .................................

321

Malaca: de los textos literarios a la evidencia arqueológica Pilar Corrales Aguilar y Manuel Corrales Aguilar ...............................

363

Arqueología, moneda y ciudad: el ejemplo de Málaga Bartolomé Mora Serrano ....................................................................

403

Desenterrando a Gades. Hitos de la arqueología preventiva, mirando al futuro Darío Bernal Casasola y Macarena Lara Medina .................................

423

Granada antigua a través de la arqueología. Iliberri-Florentia Iliberritana Margarita Orfila Pons y Elena Sánchez López .....................................

475

Arqueología urbana en Huelva: la ciudad romana (Onoba Aestuaria) Juan Manuel Campos Carrasco ..........................................................

527

Almería, de la Antigüedad a la Edad Media. La evolución urbana través de la documentación arqueológica Carmen Ana Pardo Barrionuevo .........................................................

561

Evolución del urbanismo romano de Aurgi José Luis Serrano Peña y Vicente Salvatierra Cuenca...........................

585

IV. ARQUEOLOGÍA Y CIUDAD. EJEMPLOS DESDE SEVILLA Y SU PROVINCIA Sobre el origen y formación del urbanismo romano en la ciudad de Carmona Ricardo Lineros Romero y Juan Manuel Román Rodríguez................

607

Planificación y resultados básicos de la investigación en Itálica entre los años 2005-2010 Sandra Rodríguez de Guzmán Sánchez...............................................

645

Ilipa (Alcalá del Río, Sevilla) O. Rodríguez Gutiérrez, A. Fernández Flores y A. Rodríguez Azogue .

683

Colonia Augusta Firma Astigi (Écija, Sevilla) Sergio García-Dils de la Vega..............................................................

723

La Sevilla protohistórica J. L. Escacena Carrasco y F. J. García Fernández .................................

763

Sevilla arqueológica. Referencias a un marco general y algunas consideraciones sobre la arqueología de Hispalis José Beltrán Fortes..............................................................................

815

Planificación y gestión urbana en Hispalis Daniel González Acuña ......................................................................

859

La Sevilla tardoantigua. Diez años después (2000-2010) Enrique García Vargas ........................................................................

881

La transformación del Alcázar de Sevilla y sus implicaciones urbanas Miguel Ángel Tabales Rodríguez ........................................................

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MALACA: DE LOS TEXTOS LITERARIOS A LA EVIDENCIA ARQUEOLÓGICA Pilar Corrales Aguilar Universidad de Málaga Manuel Corrales Aguilar Junta de Andalucía

1. INTRODUCCIÓN El 29 de febrero de 1989, el Gobierno Central transfirió a la Comunidad Autónoma de Andalucía las funciones en materia de Patrimonio Arqueológico mediante el Real Decreto 864/1984, que a su vez fueron asignados a la Consejería de Cultura el 19 de Junio por Decreto 180/1984. La Dirección General de Bellas Artes (actualmente Dirección General de Bienes Culturales) partía de un primer análisis del Patrimonio Arqueológico de Andalucía y establecía dos ámbitos de actuación: uno primero de gestión, donde quedarán perfectamente definidas las vías administrativas necesarias para el desarrollo de las actividades arqueológicas y un segundo ámbito, complementario, al anterior de funcionamiento de los programas preventivos, científicos y divulgativos de la Dirección General de Bienes Culturales. Dentro del primer ámbito se creó la Comisión Andaluza de Arqueología (Decreto 284/1984 de 25 de septiembre. Boja nº 95 de 19 de Octubre de 1984) como órgano consultivo de la Consejería de Cultura. También se crearon desde junio de 1985 los equipos técnicos provinciales: Arqueólogos Provinciales. Adscritos a las Delegaciones Provinciales de la Consejería de Cultura con el propósito de descentralizar las tareas arqueológicas propias y realizar un seguimiento más específico de la realidad arqueológica provincial. Una vez creado estos equipos técnicos provinciales y el nombramiento de la Comisión Andaluza de Arqueología se establecieron las bases para una amplia planificación en relación con los Conjuntos Arqueológicos de manera muy particular con Itálica y Medinat al-Zahra. Tras esta primera fase de gestión o administrativa, se iniciaron distintos programas de actuación en materia de Patrimonio Arqueológico englobados en protección, intervención y divulgación que fueron ensayados previamente en los

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Planes Provinciales de Arqueología de la Diputación Provincial de Málaga de 1983 y 1984 respectivamente. Se realizó una profunda revisión de la documentación arqueológica existente, observándose desde el principio, una gran dicotomía entre su potencial arqueológico real y el conocido a nivel bibliográfico o documentados en catálogos o inventarios. Así pues, para paliar este problema se inicia una intensa labor, tanto de campo como de gabinete para la realización de los Catálogos del Patrimonio Arqueológico en cada una de las ocho provincias andaluzas. La base documental existente en Málaga se limitaba al Inventario del Patrimonio Arqueológico realizado por encargo del Ministerio de Cultura. Este inventario estaba realizado a nivel bibliográfico con las indudables lagunas que ello conllevaba. Como punto de partida, y a partir de los datos suministrados por el referido documento, se estableció un amplio programa de prospecciones arqueológicas, atendiendo a aquellas zonas peor conocidas, trabajos que, una vez se finalizaron configuraron el Catálogo de yacimientos arqueológicos de la provincia de Málaga. Pero al margen de esta labor, también se planificaron la elaboración de otros catálogos monográficos: el de los castillos, el de las pinturas rupestres y el de las necrópolis de la provincia de Málaga. Esta amplia información sirvió de base para que la Delegación Provincial de Cultura de Málaga mantuviera una constante coordinación con otros organismos públicos con objeto de llevar a cabo una mejor política de protección y defensa del Patrimonio Arqueológico. Especialmente interesante fue el contacto permanente con el Gobierno Civil con el fin de obtener una adecuada actuación de policía y vigilancia por parte de los Cuerpos de Seguridad del Estado, como medio más eficaz para frenar el expolio. También debemos destacar las comunicaciones llevadas con la Delegación Provincial de la Consejería de Política Territorial con el propósito de informar cuanta documentación relacionada con el planeamiento urbanístico fuera necesaria que pudiera tener incidencia en el deterioro del Patrimonio Arqueológico. Los planes de acción preventiva no siempre fueron efectivos para frenar el deterioro del Patrimonio Arqueológico. Con bastante frecuencia han tenido que ser necesariamente sustituida por las intervenciones arqueológicas, generalmente de urgencia, como único medio de salvamento de los yacimientos arqueológicos. Por lo que respecta a dichas intervenciones arqueológicas, antes de las transferencias del Gobierno Central a la Comunidad Autónoma de Andalucía era el Museo Arqueológico Provincial el organismo encargado de las intervenciones arqueológicas de urgencia en su ámbito provincial. En 1983, la Diputación Provincial de Málaga igualmente participa de forma activa en la protección del Patrimonio Arqueológico, gracias fundamentalmente, a los Planes Provinciales de Arqueología. A partir de 1985, con la incorporación del Arqueólogo Provincial a la Delegación Provincial de Cultura, se inicia una nueva etapa con la gestión

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directa por parte de la Delegación de cuantas actividades relacionadas con la Arqueología, se producen en la provincia. Desde el punto de vista de la intervención arqueológica, se establecía la necesidad de confeccionar un balance sobre el estado en que se encontraban los restos arqueológicos, controlarlos y protegerlos.  Una protección cuyo concepto y manera de hacerlo ha tenido mucho que ver con la Ley del Patrimonio Histórico Español y con la Ley del Patrimonio Histórico Andaluz. Investigación e intervención arqueológica de urgencia encuentran en ellas el marco de actuación, así como, en las Ordenes con la del 28 de enero de 1985, o en los Decretos como el 32/1993 de 16 de marzo o por el 168/2003 de 17 de junio por el que se aprobaba el Reglamento de Actividades Arqueológicas. Las actuaciones de los Arqueólogos Provinciales se realizaban bajo la observación de las Delegaciones y sus respectivos Servicios y Departamentos, así como de los Servicios y Departamentos de la Dirección General de Bienes Culturales, pero a su vez la gestión era explicada y aprobada en el marco de la Comisión Andaluza de Arqueología y la Comisión Provincial del Patrimonio Histórico. Con el cambio de administración y el traspaso de las competencias autonómicas se da una mayor preocupación por reorganizar la ciudad y se incide en lo que es su parte antigua, en la recuperación de la ciudad histórica a través de la lectura estratigráfica y en la compatibilidad de la nueva edificación. La labor de asesoramiento e información a los Ayuntamientos, ya desde el punto de vista preventivo o simplemente del divulgativo, ha constituido uno de los aspectos fundamentales desarrollados por la Consejería de Cultura. El conocimiento de los yacimientos arqueológicos, permite su incorporación a los planeamientos urbanísticos desde el punto de vista de su custodia con carácter preventivo. Por este motivo se potenciaron todas las iniciativas de los Organismos Públicos –Diputación y Ayuntamientos– en la elaboración de cartas arqueológicas destinadas a tal fin. No obstante, una de las lagunas más importantes detectadas para poder desarrollar la investigación en los centros históricos a la luz del cumplimiento de las normativas arqueológicas en los Planes Generales de Ordenación Urbana y Normas Subsidiarias era la financiación para la ejecución de los sondeos estipulados y la falta de perspectiva de futuro en zonas concretas dentro de los cascos urbanos. En este sentido, la excavación arqueológica realizada en un solar de la Plaza de la Merced dentro del Plan de Arqueología de la Diputación Provincial en 1983, supuso en la práctica la primera intervención de arqueología urbana financiada por el INEM en colaboración con la Diputación, pero el resultado condicionó en el tiempo nuevas intervenciones en el marco del Plan General de Ordenación Urbana y en la creación de un Servicio de Arqueología Municipal para desarrollar el cumplimientos de la normativa municipal en materia de protección arqueológica. La aparición de la muralla nazarí –tal como estaba prevista que apareciera– imposibilitaba la creación de los aparcamientos

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previstos para las viviendas con el consecuente perjuicio para el constructor quien veía que ni Ayuntamiento, ni Diputación, ni Consejería de Cultura querían correr con los gastos derivados de la imposibilidad de realizar los aparcamientos y el consiguiente modificado del proyecto de edificación. Es por ello, que durante 1985 sólo se excavó en un único solar en la ciudad de Málaga (Pozo del Rey, nº 5) aumentándose a cuatro en 1986 (Victoria, 70-74; Rita Luna en el barrio de la Trinidad; Yedra esquina avda. Barcelona; y Liborio García) y a nueve en 1987. Estos primeros pasos, consecuencia de la labor de negociación entre la Delegación Provincial de Cultura de la Junta a través del Arqueólogo Provincial y del Gerente de la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Málaga, dio como resultado que en 1989 se diera por creado el Servicio Municipal de Arqueología posibilitando el cumplimiento de la normativa urbanística para la protección del patrimonio arqueológico e institucionalizándose una amplia parcela de investigación en la ciudad superpuesta: la arqueología urbana. Carmen Peral Bejarano y algunos de sus colaboradores como Duarte Casanovas, Fernández Guirado o Mora Serrano sondearon en ese año distintos solares del centro de Málaga aportando importantes novedades en el urbanismo islámico. Podemos señalar en este sentido el solar de calle Alcazabilla, 3 donde aparecen restos de casas nazaríes con patio y ventanas. Mencionaremos también los sondeos en calle la Victoria 64 y 66 que sirvieron para evidenciar una de las más completas necrópolis andalusíes excavadas hasta entonces. Destacamos de estos momentos los sondeos llevados a cabo en el solar de la calle Cañón nº 7-9 y calle Beatas solar nº 12 por las aportaciones al conocimiento de la Málaga romana, la primera en cuanto al análisis de la Malaca industrial y la segunda porque sus excavadores estudiaron la existencia de una necrópolis de incineración. A esto hay que sumar los primeros trabajos arqueológicos encaminados a derribar la Casa de la Cultura y a recuperar el Teatro Romano de Málaga. El sondeo arqueológico en calle Afligidos, 3 en 1990, dirigido por José Antonio Rambla Torralvo da comienzo a la arqueología urbana a través de las empresas privadas de arqueología en la ciudad de Málaga, aunque muy de la mano de la Universidad de Málaga y del propio Servicio de Arqueología de la Gerencia Municipal del Ayuntamiento. Durante los primeros años de Autonomía pudo apreciarse el inicio de determinadas actividades encaminadas a la concretización de una política de conservación del patrimonio histórico, también fue necesaria la creación de contenidos conceptuales como el de transición hacia modelos técnicos y prácticos aún por definir o tal vez crear. La gestión de este patrimonio evidenciaba agresiones físicas a su integridad, exceso de burocracia y la falta de suficientes recursos económicos en los presupuestos generales para realizar óptimamente las responsabilidades adquiridas. En este sentido, podemos decir que la concretización de la arqueología urbana de Málaga es una línea de trabajo abierta por la Consejería de Cultura a través de la Delegación Provincial ante la falta de recursos propios suficientes para

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hacerse cargo de todas las intervenciones a las que obligaban los Planes de Ordenación General Urbana de Málaga. Las aplicaciones de medidas de emergencias o urgencias para la defensa del Patrimonio Histórico, quedaban lejos de ser la solución total al problema, ya que sólo constituyen después de un gran esfuerzo económico, el umbral de nuevos caminos revestidos de un gasto necesario, del que no suele disponerse. Una actuación de este tipo abre las puertas a una posible indemnización, expropiación o compra, consolidación o restauración, vallado o puesta en valor. La consecución de mayores presupuestos debe y puede permitir la investigación y la conservación del patrimonio arqueológico mediante una mejor respuesta de la administración más tecnificada, además de la ampliación de figuras, como son los BIC o Conjuntos Arqueológicos, quienes tienen que revertir en la sociedad actual a través de nuevos conductos distintos a los de la difusión. En 1993, los Proyectos de Investigación de Arqueología Urbana en Antequera, Ronda y Málaga aprobados y financiados por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía son un serio intento de racionalizar la legislación, la arqueología de las empresas privadas, la optimización de los recursos y la investigación entre todos los agentes implicados: instituciones (Consejería de Cultura, Universidad y Ayuntamiento) investigadores (de empresas privadas e instituciones) y sector privado (constructores, arquitectos, ingenieros…). Pero su análisis se sale ya de los objetivos de este artículo. En cualquier caso, éstas serán las bases por las que en los años posteriores se descubrirá mediante la arqueología en el casco histórico de Málaga lo que hoy sabemos de la Málaga romana y que aquí exponemos. 2. EL ESPACIO FÍSICO El área principal de la Málaga antigua se desarrolla sobre un promontorio costero-fluvial de escasa altura con un eje N-S desde la zona alta de calle Granada hasta la Catedral, presentando en su vertiente occidental la estructura de un escarpe de falla. Un arroyo que discurría en sentido NE-SO, desde el Calvario hacia la actual calle Granada, desembocando a la altura de la Plaza de la Constitución, actuaría de límite de este promontorio (Clavero et alii, 1999, 595-602). Este espacio constituye una plataforma sobre la línea costera que se extiende en sentido descendente e irregular, teniendo su límite occidental en la desembocadura del río Guadalmedina. La línea costera parece tener en esta zona, forma de una cala que discurriría entre el flanco sureste del actual Palacio de la Aduana y la zona meridional del promontorio de la Catedral, una ensenada que parece tener unas óptimas condiciones para ser el puerto de la ciudad antigua al ser un lugar abrigado y protegido

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de los vientos. Desde aquí la línea costera parece retraerse hacia la zona occidental de la actual Plaza del Obispo y zona meridional de la Plaza de la Constitución, enlazando por la calle Especerías hasta llegar al río. 3. FASE REPUBLICANA Desde el punto de vista estatutario, Malaca fue una de las pocas ciudades de la Hispania meridional que fueron federadas de Roma, aunque, al igual que sucede en el caso de Gades, no está claro el momento en el que se firma esta ventajosa alianza. De hecho es una de las tres que cita Plinio en su Naturalis Historia (III, 3, 8: Malaca cum fluvio foederatorum) y, junto con Ebusus (Ibiza), la única de las antiguas ciudades hispano-púnicas que todavía mantenía tal condición jurídica a principios del siglo I d.C., dado que Gades había dejado de serlo a mediados del siglo I a.C. para convertirse en municipio romano. Un primer análisis tanto del urbanismo como de la vida cotidiana malacitana en los años inmediatamente posteriores a su inclusión dentro de la órbita romana depara la quasi inexistencia de transformaciones significativas en las estructuras púnicas, lo se traduce en la ausencia de cambios relevantes en el aspecto físico de la ciudad que se mantuvo con una aparente continuidad urbanística durante la fase republicana. Es en este contexto en el que debemos entender las palabras de Estrabón (III, 4, 2) que aluden al estado de la ciudad a comienzos del siglo I a.C.: en tanto que Malaka está más cerca y tiene planta fenicia. Una continuidad en los usos y costumbres y una escasa presencia de itálicos en la ciudad según se desprende de la escasez de ánforas grecoitálicas o vajillas cerámicas de clara raigambre itálica, siendo muy escasas las protocampanienses y campanienses halladas en los yacimientos de la ciudad (Serrano, 2005, 209-211), comenzando a ser más frecuentes las importaciones en el último cuarto del siglo I a.C. ya de T.S.I. (Arcas, Merino y Sánchez, 2008, 413-436). Su presencia es un claro reflejo de que poco a poco se está produciendo un cambio ideológico que va haciendo que los mercados con los que se establecen relaciones comerciales sean los itálicos acorde con el gusto de las gentes que habitan ya en estas tierras, motivado también por la consolidación del papel hegemónico que va adquiriendo Roma en el Mediterráneo lo que llevará consigo la paulatina imposición de su cultura y sus formas de vida (Rodríguez Oliva, 1998, 313-337). Este conservadurismo se mantiene también en las acuñaciones monetales1, el mas que probable uso del

1. Aunque con un interesante precedente en la Segunda Guerra Púnica, el grueso de las amonedaciones malacitanas tuvo lugar durante los siglos II y I a.C. Sin embargo, tanto los pesos de estas monedas de bronce, especialmente en el siglo II a.C., como las iconografías e inscripciones empleadas

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neopúnico en la vida cotidiana tal y como se puede apreciar en los grafitos neopúnicos sobre campanienses y T.S.I. halladas en el Teatro romano (Snycer, 1985, 57-59), y más recientemente en otros puntos cercanos como los jardines de Ibn Gabirol, Museo Picasso, calle Cister (Mayorga, Escalante, Cisneros, 2005, 148) y calle Granada; en el mantenimiento del mismo espacio funerario como puede verse en la necrópolis feniciopúnica de Campos Elíseos (fig. 1), situada en la ladera meridional de Gibralfaro, que tiene un segundo momento de uso con sepulturas fechadas en los siglos II-I a.C. con tumbas caracterizadas por incineraciones en fosas e inhumaciones en cámaras y fosas con posiciones y orientaciones de los cadáveres variadas (Martín y Pérez-Malumbres, 2001, 299-326) o en la permanencia del trazado urbano precedente de la ciudad: Los últimos avances en el conocimiento de la ciudad fenicio-púnica están contribuyendo a la mejor percepción de la fase republicana de la misma: Así, paralelo a las construcciones de esta fase documentadas Figura 1. Unguentario de la Necrópolis de los Campos Elíseos. bajo el actual Museo Picasso (fig. 2) se identificó una calle, activa ya en el siglo VI a.C., permaneciendo su uso durante la etapa republicana; lo mismo ocurre con diversas estructuras de habitación, superpuestas con idénticas alineaciones hasta el siglo I a.C. No sólo se mantuvieron las trazas urbanas si no que además siguieron empleándose los mismos sistemas constructivos tal y como se ha podido documentar en los niveles republicanos de calle Císter-San Agustín, Museo Picasso y calle Alcazabilla, no observándose cambios significativos hasta la etapa augustea. Recientemente se ha propuesto la existencia en la ladera norte de la Colina de la Alcazaba de un santuario consagrado a una divinidad femenina, quizás Astarté

mantienen la tradición cultural y religiosa de estas poblaciones, no usándose el patrón romano hasta avanzado el siglo I a.C. Además del estudio específico que se realiza en esta misma obra por el Dr. Mora Serrano, véase Campo y Mora, 1995; Campo y Mora, 2000, 461-470; Mora, 2003, 47-66.

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Figura 2. Restos púnico-republicanos del Museo Picasso Málaga. Foto Taller Investigaciones arqueológicas.

o Tinnit, fechado entre los siglos IV al II a.C. (López y Mora, 2001, 190-191). La continuidad en el tiempo de este lugar sacro parece bastante probable a tenor de restos hallados aquí, como la presencia de una escultura femenina sedente, quizás Demeter, fechada en la segunda mitad del siglo I a.C. (Corrales, 2005). Ya de época imperial es una pequeña inscripción correspondiente a un sacellum consagrado a la Dea Luna Augusta, documentado en la falda meridional de la colina (Rodríguez Oliva, 1978, 49-54), un epígrafe que fue puesto en relación con el templo que aparece en las amonedaciones malacitanas (Rodríguez Oliva, 1976, 58; Mora, 1981, 37-42) (fig. 3). A los pies de esta ladera se documenta uno de los pocos edificios localizados hasta ahora de la Malaca de este momento: parte de una construcción termal (fig. 4), localizada bajo los niveles del Teatro romano que quedaría amortizada con la construcción del mismo. En lo que a las áreas funerarias se refiere, posiblemente a lo largo del camino costero que transitaría entre la ladera meridional del Monte Alcazaba-Gibralfaro y el mar, se encontraba la necrópolis de los Campos Elíseos (Martín y Pérez-Malumbres, 1999, 146-159; Martín y Figura 3. Moneda de Pérez-Malumbres, 2001, 299-326), relacionada con la Malaca.

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Figura 4. Termas republicanas bajo el Teatro romano de Málaga. Foto Consejería de Cultura.

hallada en la ladera norte, la de Mundo Nuevo: Nos referimos a la cámara funeraria subterránea hallada en la margen izquierda del Arroyo del Callao, al realizarse el parking de la Alcazaba (Pérez-Malumbres et al., 2003, 781-794), en uso durante los siglos VI al IV a.C. De la primera se han documentado tres enterramientos fechados en el siglo VI a.C., mientras que las restantes, catorce, se datan entre los siglos III al I a.C., coexistiendo los ritos de inhumación e incineración, siendo los materiales itálicos prácticamente inexistentes (Vaquerizo, 2007, 383). La tradición púnica parece estar presente también en otro espacio funerario que se configura en la zona septentrional de la ciudad, traspasado el curso de agua que procede de la zona de El Calvario y que debió constituir el límite a partir del cual se disponía el suburbio de la misma. Así, en torno a las actuales calles Ramón Franquelo y Beatas se dispuso un área funeraria que arrancaría en torno a mediados del siglo I a.C. y que se iría extendiendo hacia el suroeste y hacia el norte, documentándose ya el cambio de rito, ocupando el entorno de las calle Madre de Dios, donde se ha visto un silicernium en una fosa rectangular con huellas de fuego (Vaquerizo, 2007, 387) y Frailes ya en momentos bajoimperiales. A escasos metros al sur, muy cercano a este arroyo que discurriría por la actual calle Granada se han ido documentando niveles poco definidos de época púnica

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sobre los que iba estableciéndose indicios de época romano-republicana de difícil interpretación2, que continuaron en uso durante la fase altoimperial, posiblemente vinculado con el carácter industrial documentado en la zona septentrional. Especialmente interesantes son los datos de ocupación tardorrepublicana en el extremo noroccidental, muy próximo a lo que debía ser el cauce del río en esa fecha, en torno a la calle Andrés Pérez, donde Berlanga (Rodríguez de Berlanga, 1903, 139 y 160) documentaba una tumba de sillería, romana por su ajuar (Rodríguez Oliva, 1993-1994, 223-242) situada a escasos metros al sur de una zona que está deparando materiales cerámicos fechados en el siglo I a.C. y comienzos del I d.C., como se documenta en la calle Gigantes (Rambla y Gestoso, 2006, 62-67; Mayorga, 2006, 68-75). A poca distancia de este espacio funerario, hay noticias de una posible terracota romana que también pudo guardar relación con el anterior (en la calle Pozos Dulces, núm. 31 (Rodríguez de Berlanga, 1903, 166). En cuanto a la producción de garum, los comentarios de Estrabón (III 4.2) documentan su elaboración al menos para época tardorrepublicana. La elaboración de ánforas Mañá-Pascual A4 y la Mañá C2b tanto en alfares de la Bahía malacitana como en otros puntos cercanos del litoral o la masiva presencia de formas anfóricas tradicionalmente vinculadas con salazones (T.11.2.1.2 de Ramón) en lugares como el Museo Picasso (Mayorga, 2006, 98) serían claros indicadores de la elaboración de salazones en fases anteriores. En general no será hasta bien avanzado el siglo I a.C. cuando la pesca comience a explotarse de forma intensa con miras a la comercialización de unos productos que pronto tendrán una gran demanda por todo el Mediterráneo y que, junto con los metales (Lamboglia, 1974, 39-45) serán objeto de comercialización temprana aunque habrá que esperar a época augustea (Chic, 1985, nota 128) cuando se conviertan ya en productos prioritarios en el comercio bético, manteniéndose así hasta mediados del siglo II d.C., cuando la comercialización del aceite bético lo desplazará a un segundo lugar. En este sentido, aunque no tenemos testimonios claros de factorías tan antiguas si que contamos con suficientes testimonios indirectos de esa producción con la elaboración de Dressel 18 documentada en los fallos de cocción en la zona del Teatro romano, quizás en el alfar de calle Carretería, en el margen derecho del Guadalmedina, –en torno a las calles Almansa/Cerrojo y en el alfar de Puente Carranque–. A estas producciones tempranas debemos sumarles la continuidad en la producción de Beltrán I en los hornos del Teatro y en Puente Carranque, el inicio

2. Nos referimos a las excavaciones realizadas en los números 67 y 57-61 de esa calle (según noticia aparecida el 16/06/2008 en el periodíco Málaga hoy dada por su excavador A. Pérez-Malumbres) donde se han documentado restos significativos de ocupación de época republicana que perduran a lo largo del Imperio.

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Figura 5. Plano de la ciudad en época romano-republicana.

de otro alfar, el de Haza Honda y su prolongación hacia el Cerro de los Cañahones3 y, aguas arribas del Guadalhorce, el de Colmenares. Estos alfares situados entre los ríos Guadalmedina y Guadalhorce se disponen de manera regular siguiendo el eje de la línea de costa (véase Beltrán y Loza, 1997, 107-146), sin que parezcan estar asociados a factorías de salazones, siguiendo un modelo similar al observado en la zona gaditana (Lagóstena, 2001, 276), mientras que posteriormente veremos imponerse en la costa malacitana un modelo en el que factoría y la elaboración de ánforas forman parte de la pars fructuaria de las villas litorales (Mora y Corrales, 1997, 27-59), superando la vinculación al ámbito urbano propiamente dicho. Como vemos, el margen derecho del río Guadalmedina también presenta indicios de ocupación en época tardorrepublicana lindando con el litoral sin que podamos definir su funcionalidad. Sin embargo, poco tiempo después, a comienzos del Imperio, esta zona se configura como una importante área industrial en la que se entremezclan cetariae, hornos para la elaboración de ánforas, almacenes y dependencias diversas (Peral, 1990, 227-231; Mora, 1990, 241-244; Pineda, 2002, 479-489) relacionadas con las actividades pesqueras que se desarrollaban en una zona posteriormente conocida como El Perchel (fig. 5). 3. Localizado en la antigua carretera de Campanillas, en una zona de vega entre los ríos Campanillas y Guadalhorce, se localizó parte de un alfar activo entre el siglo I a.C. y el siglo V d.C., que sus excavadores vinculan con el cercano de Haza Honda (Suárez et alii, 2005, 42).

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4. FASE ALTOIMPERIAL Con la etapa imperial se da el impulso definitivo a la romanización de la ciudad. En primer lugar, la zona que queda a los pies de la colina de la Alcazaba, demasiado próxima al curso de agua que discurría por la actual calle Granada, verá realizarse toda una serie de infraestructuras que favorecerán el drenaje de la zona: se documentan cloacas y canalizaciones bajo las pavimentaciones, probablemente del área forense, localizadas en calle Alcazabilla 1-3 que parece perdurar toda la vida de la ciudad antigua (Peral, 2006, 219); a esta pavimentación debemos sumarle la presencia en el entorno de la Aduana de un suelo de losas grandes blancas y negras, que debieron formar parte de este espacio público de la ciudad (noticia dada por Díaz de Escovar, 1993, 5), o las documentadas bajo el edificio teatral que se levanta a comienzos de la etapa imperial. En este contexto se lleva a cabo durante los siglos I y primera mitad del II d.C. la monumentalización del espacio público de Malaca: no muy lejos del puerto de la ciudad se levanta junto al foro, el teatro en estrecha relación con esta plaza pública siguiendo un modelo documentado en otras ciudades como Bilbilis (Martín y Sáenz, 2004, 56-68; Martín, 2006, 721-739). Al construir el edificio de la Aduana halláronse por los trabajadores, á cinco varas del suelo actual, lápidas, estatuas, pedestales, ídolos ridículos, un horno de fundición de metales, un acueducto y estanques (según Díaz de Escovar, 1993, 5) corroborados por intervenciones puntuales realizadas recientemente4, apuntan un espacio con inscripciones y estatuas que debieron erigirse por la élite local, símbolo de los nuevos tiempos, eje en torno al cual se dispusieron los edificios más representativos de la ciudad. Estos espacios reúnen las funciones religiosas, políticas y administrativas y se convierten en el escenario ideal para los deseos de propaganda y autoproclamación de la ideología imperial y de aquellos privados que participan del nuevo sistema político. La presencia de edificios públicos levantados al servicio del culto imperial suelen, además, concentrarse en torno a este espacio, auténtico centro de la vida romana (Rodríguez Oliva, 1994, 347-356; Beltrán, 1994, 59-80; Corrales, 2002, 451-452). El culto imperial aparece así como un elemento fundamental que define la nueva romanidad, usado como un instrumento político dentro de la religión oficial, siendo una de las vertientes de este culto la deificación de las virtudes del emperador que aparecen así como Augustas. Entre ellas, una consagración de los ediles L. Octavio Rustico y L. Granio Balbo a la Victoria 4. En las intervenciones arqueológicas aún ineditas dirigidas por Dña. I. Cisneros (a quien le agradecemos la información) realizadas para la adecuación de este edificio como sede del Museo Arqueológico y Bellas Artes se ha documentado una pequeña parte de un edificio absidado realizado en mármol de época altoimperial, que formaría parte probablemente de un edificio termal que se localizó en la calle anexa al edificio de la Aduana, poco tiempo después.

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que aparece en una inscripción malacitana (CIL II 1967) y que, sin duda, debió ubicarse en esta zona. Desconocemos si el viejo templo púnico-republicano, que podía estar situado en la falda norte Colina de la Alcazaba, pudo ser remodelado para adecuarlo a la nueva ideología o bien se levantaría uno nuevo, quizás dedicado a Júpiter que, junto con la estatua de culto, costeaba un personaje probablemente de origen oriental, Marco Lucrecio Ciro, utilizando una fórmula dedicatoria –ex visu– anómala para este tipo de divinidades (Delgado, 1993, 344; Lozano, 1989, 231), documentado únicamente a partir de su constatación epigráfica Figura 6. Pedestal epigráfico del malacitano (CIL II, 1965). Gratius y su mujer. Teatro romano de Málaga. No se dudó en reorganizar todo Foto Consejería de Cultura. el espacio republicano para levantar aquí de forma aterrazada los edificios públicos más significativos de la ciudad imperial: con el fin de aprovechar las posibilidades ofrecidas por la ladera de la hoy Colina de la Alcazaba, la termas republicanas dispuestas en la parte baja de la misma quedarán destruidas al edificarse aquí un edificio teatral, erigido como un lugar de encuentro de la comunidad ciudadana y, sin duda, uno de los centros privilegiados del culto imperial de la ciudad (Gros, 1990, 381-390). Esta construcción iniciada en época augustea (Puertas, 1982, 203-214; Rodríguez Oliva, 1993, 183-194; Rodríguez Oliva, 2001, 47-59; Corrales, 2001, 60-78) sufriría diversas remodelaciones a lo largo de su historia, con especial énfasis en la etapa flavia y severiana, hasta su abandono como edificio lúdico muy avanzado ya el siglo III d.C. (fig. 6) Paralelamente a la construcción del teatro se levantan, a pocos metros de distancia, bajo el actual Convento del Císter, unas nuevas termas, cuyas dimensiones y suntuosidad5 se ajustaban a la importancia para la vida romana de este tipo de

5. Fernández, Suárez y Mayorga, 2001, 215. Rica construcción marmórea de la que se han localizado, además, dos fragmentos escultóricos realizados en mármol griego, de estilo arcaizante neoático (Rodríguez Oliva, 2004, 50-52). Queda por ver si pudieron tener relación con las localizadas bajo la Aduana. De ser así, estaríamos ante un edificio de grandes proporciones.

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edificios, en los que la higiene se mezcla con el ocio, el descanso y lo representativo. Que en esa zona nos encontramos con otros edificios de entidad lo demuestra parte de una construcción altoimperial realizada en sillares y ladrillos documentado en las excavaciones de Cister 3, sin que se pueda precisar más sobre su uso6. El único ambiente aparentemente doméstico de esta época son los restos de los siglos I y II d.C. identificados en los Jardines de Ibn Gabirol (Fernández, Peral y Corrales, 2003, 745); los restantes documentos que indicarían la presencia de construcciones privadas estarían ya situadas en áreas industriales próximas a las factorías localizadas en el Museo Picasso: Nos referimos a los restos musivarios documentados bajo una pileta en la calle San Agustín, esquina con calle San José (Corrales, 2004, 49; Peral, 2006, 22). Hay noticias de la presencia de varios elementos constructivos, entre ellos mosaicos, en calle Beatas aunque desconocemos su cronología y ubicación exacta (Guillén, 1985, 53, nota 6), o ya en casas levantadas próximas a la costa en las inmediaciones del río: bajo la estructura funeraria de calle San Telmo núm. 12 se encontraba una construcción decorada con un mosaico de grandes dimensiones que fechan en los siglos II-IV d.C. (Rambla y Mayorga, 1997, 392). En el solar contiguo se documentó en una intervención posterior el mismo mosaico bícromo con motivos geométricos que delimitaría un espacio de grandes dimensiones (Peral, 2006, 20). Este mosaico es similar a los fragmentos documentados en un solar muy cercano excavado en calle Compañía, frente a la Iglesia del Sagrado Corazón, bajo piletas de garum bajoimperiales (Corrales, 2004, 40). Si la actividad político-administrativa y comercial realizada bajo César se tradujo en un impulso significativo de las ciudades costeras del sur de Hispania que tenían en la comercialización de salazones y salsas una importante fuente de ingresos y en la consolidación de los puertos de esta zona, bajo Augusto, la incuestionable bonanza económica experimentada y la consolidación de las rutas comerciales terrestres y marítimas, impulsará la comercialización a gran escala de estos productos lo que, sin duda, favorecerá la proliferación de estas factorías a lo largo del siglo I d.C. Se ha vinculado el desarrollo de exportaciones hacia Roma desde las provincias con el consumo a partir de Augusto de vino procedente de las mismas, comercio que aprovecharían otros productos, como las salazones, para su difusión (Molina, 1997, 230-231). En este sentido, a no mucha distancia del edificio teatral, aprovechando el agua dulce proporcionada por el arroyo del Calvario se instalan diversas piletas dedicadas a la elaboración de salazones, activas a comienzos de época imperial: en la zona del actual túnel de la Alcazaba, una factoría que se mantuvo durante

6. Excavación inédita realizada por A. Arancibia y Mª M. Escalante, a las que le agradecemos la información facilitada.

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Figura 7. Factoría de salazones de la calle Beatas.

la primera centuria, hasta que una fuerte avenida de agua acabó por destruirla. Las instalaciones vinculadas con este tipo de industria debieron extenderse hacia la actual calle de La Victoria llegando hasta la calle San Juan de Letrán, núm. 11, donde se han documentado varias piletas, quizás de época altoimperial (Mayorga, Escalante y Cisneros, 2005, 159). Mas tiempo se mantuvieron las situadas algo más al norte, en la zona de la calle Beatas (fig. 7) donde, sobre la necrópolis tardorrepublicana, se dispuso todo un complejo industrial con piletas, salas de despiece de pescado y almacenes, activo hasta el siglo III d.C., extendiéndose a ambas orillas del arroyo hacia la zona occidental tal y como se observa en el Museo Picasso (aunque el grueso de los tres conjuntos de piletas y otra dependencias excavadas en el Museo Picasso parecen fecharse a comienzos del siglo III d.C., la presencia de una pileta apoyada directamente sobre la cerca muraria del siglo VI a.C., amortizada a finales del siglo II d.C. (Mayorga, Escalante y Cisneros, 2005, 158), documentaría la existencia de instalaciones salsarias en fecha temprana en este lugar, permaneciendo activo hasta mediados del siglo V d.C.; también por la Plaza del Carbón o la calle Denis Belgrano (Mayorga, Escalante y Cisneros, 2005, 158; Mejías, 1991, 326-333; Escalante y Arancibia, 2009, 2866-67) llegando hasta las proximidades de la actual Plaza de la Constitución, ya en las inmediaciones de la costa. De fecha temprana son igualmente las situadas en la sede del Rectorado de la Universidad (fig. 8), lindando con el mar, donde se constatan varios momentos de construcción con reparaciones y reutilizaciones o modificaciones de manera

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Figura 8. Factoría de salazones del Rectorado de la Universidad.

que las más antiguas, excavadas en los esquistos, sólo están documentadas a nivel de cimentación, aunque presentan grandes dimensiones (Chacón y Salvago, 2005, 23), sumándose a las numerosas piletas de las que ya teníamos constancia por Rodríguez de Berlanga (1906, 21-24). Pocas dudas existen sobre la consolidación de esta industria a lo largo de estas centurias, especialmente a partir de la municipalización flavia, en el marco de una ciudad en la que residían gentes de distintas procedencias como los negotiatores presididos por T. Clodius Iulianus (IG XIV, 2540), la presencia de navíos sirios que naufragaron en nuestras costas (Jáuregui y Beltrán, 1947, 334-345) o la significativa presencia de gente norteafricana (Rodríguez Oliva, 1987, 95-100; Idem, 1982-1983, 243-250) son un buen ejemplo de ello: mercatores, negotiatores y navicularii que comercializaban con productos tan lucrativos como estas salsas de pescado salado y que llevaron a malacitanos a otras zonas del Imperio para organizar ese comercio. Así, la estrecha relación entre los puertos de Ostia y Puteoli con el Mediterráneo Occidental queda manifiesta a través del comercio de los productos béticos, especialmente aceite y salazones. Que el comercio siguió siendo intenso en los siglos siguientes lo atestigua la presencia en Puteoli de comerciantes hispanos controlando los almacenes especializados en la estibación de ánforas salsarias, según Claudio Eliano (Ael. N.A. XIII, 6) en época severiana

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(Rovira, 2007, 1263-1268). Posiblemente sea el caso del negotiator M. Aemilius Malacitanus documentado en Ostia y que, por su cognomen, bien pudo ser originario de esta ciudad, o Publio Clodio Athenio, un quinquennalis corporis negontiantium malacitanorum documentado tanto en Roma como en la propia Malaca donde dedica una inscripción en honor del patrono malacitano L. Valerius Proculus (CIL XIV, 4778, CIL VI, 9677 y CIL II, 1970 respectivamente), Procurator de la Baetica, Prefecto de la Annona y de Egipto, ejemplos del ascenso social de estos personajes relacionados en calidad de difusores con la distribución del aceite bético que pasan a formar parte de la Administración imperial. No caben dudas sobre el control que estas grandes familias tienen sobre la exportación de las salazones béticas y el tráfico estatal de aceite, aunque la primera corresponda a un comercio libre y el segundo a un comercio controlado. Familias dedicadas a la organización comercial en su sentido más amplio que actúan en distintas zonas del Imperio negociando con todo tipo de productos, especialmente salsas de pescado y aceite –véase por ejemplo el caso de Port-Vendres II donde nueve mercatores llevaban cobre, estaño, plomo además de vino, aceite y salazones béticas en un mismo barco (Colls, Etienne, Lequement, Liou y Mayet, 1977, 91-92; Chic, 2006, 290)– algo lógico al ser ambos pilares fundamentales de la economía bética, aunque como ya hemos comentado fueron las salazones de pescados los primeros productos objetos de una comercialización masiva. En cuanto a los espacios funerarios, mientras que la necrópolis de Campos Elíseos no parece continuar durante esta etapa, en la zona norte, el área funeraria del entono de calle Beatas se consolida durante estos años, extendiéndose por los aledaños: A las mas antiguas situadas en torno a la calle Ramón Franquelo se suman otras incineraciones localizadas en la misma calle Beatas, fechadas entre la época flavia y el primer cuarto del siglo II (Duarte, Peral y Riñones, 1992, 394-404). Por otra parte, el margen derecho del río Guadalmedina se define como una zona de marcado carácter industrial en su lado meridional, mientras que el entorno de calle Mármoles estaría ocupado por un área funeraria, marcando posiblemente el camino de salida de la ciudad romana. Es una zona con niveles superficiales muy arrasados al ser zona de huertas en época musulmana, con una ocupación que se remonta a los siglos IX-VIII a.C. y que ha deparado restos de enterramientos del siglo VI a.C. en la confluencia de las calles Tiro y Zamorano, y otros más recientes en la esquina de calle Mármoles con Armengual de la Mota: Niveles cerámicos del Bronce Final se habían documentado en calle Mármoles, 20 (Fernández e Íñiguez, 2001, 305) aunque el yacimiento más significativo es el poblado indígena fuertemente semitizado situado en la calle San Pablo (Fernández et al., 1997, 215-251), documentándose en intervenciones posteriores fondos de cabañas y horno en una confluencia entre las calles Tiro y Zamorano. Será aquí donde se documenta una incineración de comienzos del siglo VI a.C. (Melero, 2009, 2430-2440). De la

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aparición de restos funerarios en esta zona nos dio noticias ya Rodríguez de Berlanga (1903, 167), mientras que el testimonio de López Malax-Echevarría nos situaba incineraciones en cajas de plomo de época romana en la zona occidental de calle Mármoles en las proximidades de su intersección con calle Armengual de la Mota (López, 1971-73, 52), no muy lejos de donde se ha documentado un ustrinum y una tumba con ajuar (excavación dirigida por J.B. Salado aún inédita) que nos confirma el uso continuado en el tiempo como necrópolis de toda esta zona. Más al norte quedaría una tumba aislada formada por sillares documentada en el Pasaje Zambrana (Mayorga, Escalante y Cisneros, 2005, 164, nota 90), y aún más al norte las noticias de hallazgos en Huerta Godino donde se documentó los restos de una necrópolis posiblemente de los siglos II-III d.C. (López, 1971-1973, 51), aunque hemos de suponer que estaría asociada a alguna villa no localizada. En la calle Tiro, en su confluencia con calle Trinidad se ha documentado un área funeraria en la que estaban presentes tanto incineraciones como inhumaciones, además de una serie de instalaciones asociadas con este tipo de establecimientos (Mayorga y Rambla, 1995, 491); también documentada hacia los números 10-12 de esa calle (Fernández e Íñiguez, 2001, 309). Relacionado con ella estaría la inhumación infantil en un ánfora Beltrán IV localizada en la fase IV de la intervención realizada en la intersección de esta calle con la de Zamorano (Melero, 2009, 2438). Desconocemos si los restos hallados en el número 28 de calle Zamorano (cerámicas diversas que van desde la campaniense A, ánforas Almagro 51, sigillata sudgálica, hispánica y africana hasta llegar a la forma TSA D y D2 (Fernández e Íñiguez, 2001, 308) formarían parte de este ambiente funerario ya que estos materiales no aparecen asociados a ninguna estructura. Avanzado el siglo II d.C. se dispuso una calle funeraria, continuando en uso la necrópolis hasta finales del III o primeros años del IV d.C. (Vaquerizo, 2007, 389). Desde aquí hacia el mar, destaca fundamentalmente la existencia de un barrio dedicado a actividades productivas: un área en plena expansión de cetariae y alfares de ánforas destinados, sobre todo, a producir envases para el almacenamiento de estos productos, ubicadas muy cerca del mar lo que facilitaría su transporte y comercialización. Aunque los restos del entorno de calle Cerrojo nos indican un apogeo bajoimperial de las instalaciones salsarias, tenemos documentada su presencia al menos desde el siglo I (las excavaciones realizadas en calle Cerrojo sacaron a la luz una factoría de salazones que estuvo en activo al menos desde el siglo I (Pineda, 2002, 479-489). Sin embargo, la ocupación de esta zona es anterior a tenor de los materiales deparados en el citado solar, que nos llevan la cronología al menos hasta finales del siglo I a.C., situadas muy próximas a las fliglinae que las iban a abastecer de las ánforas necesarias para el transporte de los productos que en ellas se elaboraban: Con la primera fase de esta factoría debemos relacionar las primeras producciones (Beltrán IV, Dressel 18 y 20) del alfar hallado en la misma calle Cerrojo lindando con calle Almansa (Suárez, 2001, 465-471) (fig. 9); así

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Figura 9. Hornos cerámicos de la calle Cerrojo.

como un horno en las inmediaciones de la Casa del Obispo en el que se elaboraban ánforas del tipo Dressel 14 (Corrales, 2003, 41). A ellos debemos sumarle, las ánforas elaboradas en el alfar de Carretería (además de la posibilidad de la Dressel 18, la Beltrán I, IIa y b, IVb, y V, tapaderas, cuencos-moteros y platos), en una zona de buenas arcillas que se mantuvo activo durante los siglos I y II (Rambla y Mayorga, 1997), bien comunicado con esta zona por vía fluvial. Las buenas posibilidades para esta actividad que ofrece esta zona hace que se hayan documentado en las cercanías otros hornos tanto de época romana como musulmana, como el hallado en Ollerías también dedicado a la elaboración de ánforas, activo por lo que parece hasta el siglo V d.C. (Mayorga, Escalante, Cisneros, 2005, 161), u otros cercanos en las inmediaciones de calle Álamos. Completando las instalaciones, una serie de almacenes y dependencias también activas en los primeros siglos del Imperio. Asociadas directamente a los alfares o en sus inmediaciones han aparecido edificios que fueron usados como almacenes como el constatado en el de Cerrojo/Almansa que estuvo en uso en la fase altoimperial del alfar (Suárez et alii, 2001, 468) así como una construcción difícilmente interpretable localizada en calle Cerrojo/esquina calle Jiménez, activa en los siglos I y II, que sus excavadores relacionaron con el mismo alfar. El emplazamiento resulta a todas luces privilegiado para este tipo de actividades dada su proximidad a la línea de costa, lo que le facilita el acceso a las materias primas imprescindibles para el proceso –pescado y sal– y la cercanía de un

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Figura 10. Plano de la ciudad en época altoimperial.

curso de agua dulce, el río, que proporciona el agua necesaria para las labores de limpieza tanto del pescado como de las instalaciones. No resultaría extraño, por tanto, que hubiera en esta zona una traída de agua desde el Guadalmedina hacia las factorías aquí instaladas; esto confirmaría las noticias dadas por Díaz de Escovar (1993, 4) quien alude a una construcción de este tipo en la antigua Casa del Matadero (fig. 10). 5. FASE BAJOIMPERIAL Si la ciudad altoimperial se construye a imagen y semejanza de Roma tanto en edificios como en las instituciones que albergan, destinada a ser el centro administrativo, político, y religioso de su territorium, la ciudad bajoimperial (Arce, 1993, 177-184) responderá, a partir de los hechos que se producen en el Imperio desde finales del siglo II d.C.: Las nuevas necesidades fiscales y militares del Imperio a raíz de los sucesivos conflictos que amenazaron Roma desde finales del siglo  II (Cfrs.  Martín, 1999, 117-122; Fernández Ubiña, 1998, 25-51) que propiciaron que a las clases económicamente fuertes les dejara de ser rentables las inversiones económicas en el mantenimiento de los edificios de su ciudad con el consiguiente deterioro y, posterior, abandono de estos espacios públicos, a otra escala de valores y a otra estética, en la que el cristianismo jugará un papel

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importante. En el caso de Malaca, la presencia de una clave de un arco honorífico en forma de Victoria alada, fechado en un momento avanzado del siglo II, se ha venido relacionando con momentos de cierta inestabilidad ocurridos a finales de esa centuria (García y Bellido, 1974, 13-14; Rodríguez Oliva, 1994, 335-336), aunque la moda de decorar los foros con arcos honoríficos era una costumbre asumida por las ciudades del Imperio siguiendo los modelos de la propia Roma (Scheckler, 1991) o estaba vinculado al propio culto imperial (Arce, 1987, 76). No será hasta algunos años después cuando realmente podamos hablar de un cambio significativo en el tejido interno de esta ciudad en el que las zonas de representación social van a quedar en segundo plano con un claro predominio de los factores económicos. Siguiendo el mismo esquema que otras ciudades occidentales, se produjo un desmantelamiento del foro, centro de la vida pública romana, y el abandono de los edificios públicos y, por tanto, de las actividades que aquí se realizaban (Gómez, 2006, 181-183). El aspecto de la Málaga bajoimperial se transforma: el abandono del, hasta ahora principal edificio romano de la ciudad, el teatro, viene a confirmar tanto el agotamiento de los ludi scaenici realizado en éstos, desplazados por los nuevos gustos de la población, sumado a las dificultades de financiación de los mismos, siendo también exponente de cambios en los usos de la zona pública, dando paso a la invasión de todo ese espacio por lucrativas factorías de salazones que se superponen tanto al edificio teatral como por los aledaños, configurando un barrio industrial, ya a finales del siglo III o comienzos del IV d.C., ligado al puerto. Otro aspecto controvertido son las cuestiones que llevan al amurallamiento de las ciudades en estas fechas: si responden a una necesidad de emular a la propia Roma y son, por tanto, un elemento de prestigio de una nueva sociedad en la que la militarización impone nuevos modelos urbanos (Fuentes, 1997, 482 ss.) o, por el contrario, son el resultado de la inestabilidad a la que estaban sometidas otras zonas del Imperio y cuyos ecos preocupaban a la población hispana (Gómez, 2006, 173), aunque es probable que no fueran tanto los problemas externos como los internos los que suscitaron estas costosas construcciones (Balil, 1960, 179-197). A esta fecha parecen corresponder algunos lienzos del frente de muralla que lindaba con el mar, documentados en diversas actuaciones de la ciudad, aunque presentan características edilicias diferenciadas. Los restos hallados en la Plaza del Obispo y Molina Larios con 2 m de grosor se realizan a base de opus caementicium recubierto el interior de mampostería y el exterior reforzado con ladrillo presentando un bastión semicircular en ladrillo al exterior (Navarro et alii, 1997, 80), mientras que los hallados en Cortina del Muelle utiliza sillares y sillarejos trabados con mortero y cuñas de ladrillo con interior de caementicium, alcanzando una altura conservada de cerca de 3 m y un grosor de 2,20 m. (Rambla, 1999, 316; Íñiguez, 2009, 2850-2864), a la que se le adosó una factoría de piletas activas hasta el siglo VI d.C., al igual que la muralla.

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Cambios, por tanto, a nivel urbanístico de la Malaca bajoimperial, mientras que, por el contrario, la producción de salazones y garum se afianza e incluso se expande por instalaciones que ocupa toda la ciudad, impulsando su comercialización a través de un puerto que continuaría teniendo un activo papel en la economía de la zona: Nexo de unión con África, con el Mediterráneo y, a la vez, la puerta de comunicación con el Atlántico (Rodríguez Oliva, 1987, 95-100; Idem, 1982-1983, 243-250), favorecido además por la reactivación de las rutas comerciales terrestres. Las conexiones de la ciudad con el rico interior bético continuaron durante el periodo bajoimperial, documentándose tanto por la permanencia en los Itineraria (Anónimo de Rávena IV 305,6; 343,18) como en los miliarios de los siglos III y IV d.C. (véase Sillières, 1990, 149, 401 ss., 420 ss. y 593; Corzo y Toscano, 1992, 83, 155-160; para el caso de la Vía Augusta, Corzo y Toscano, 1992, 50), consideran que siguió siendo la ruta en la que los emperadores romanos de los siglos III y IV pusieron un mayor cuidado. Junto a ellas, las posibilidades ofrecidas por los cauces fluviales permitían enlazar igualmente la zona costera con las fértiles tierras agrícolas del interior, con más o menos fortuna, dependiendo de las posibilidades de navegación que ofrecían o bien a través del aprovechamiento de los corredores que abrían en la complicada orografía de esta zona. En la actualidad, la vertiente penibético-mediterránea presenta ríos cortos de fuerte pendiente, de difícil navegabilidad (Ruiz, 1977, 25) aunque es probable que la situación en la Antigüedad fuera distinta, al menos con mayor regularidad en el régimen hidrográfico (véase Spaar, 1983, 163 y 167). Sin duda, el principal es el cauce del Guadalhorce por el que la Hoya de Málaga enlaza con la Depresión de Antequera y desde aquí con la Vega de Granada en un eje longitudinal que hacia el oeste conecta con la Depresión de Ronda, mientras que hacia el norte, el paso por Fuente Piedra le permite la comunicación con el Valle del Genil, y desde él hacia el Guadalquivir (Baetis), verdadera arteria paralela a la costa (Abad, 1975; Chic, 1990; Sillières, 2000-2001, 53-54; Chic, 2008). Existía una antigua ruta de salida del mineral y probablemente también de cereales, de la zona de Castulo hacia los puertos de Malaca y Gades en la que Asqua (Livio XXIII 27,2) era uno de sus hitos; esta ruta pudo mantenerse a lo largo de la etapa imperial, al menos en parte, según se deduce de la existencia de un miliario, hoy desaparecido, del emperador Maximino (CIL II 4695) hallado en Archidona, máxime cuando avanzado el Imperio, Cádiz y su puerto parecen vivir sus horas más bajas (Avieno, Ora Maritima, vs. 271 s.). A nivel general de la costa malacitana, se produce un notable auge en estas explotaciones marítimas durante el siglo II d.C. de la mano de la integración de este territorio en el marco municipal flavio. El siglo III d.C. verá producirse algunos cambios, quizás por los ecos de las vicisitudes político-económicas que sufre el Imperio tras los Severos, aunque en realidad todo parece indicar que se trata de una reestructuración económica que lleva a la consolidación de la industria salsaria en todo el litoral malagueño durante los últimos siglos del Imperio, a pesar

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de que la modificación provincial de Diocleciano incluiría dentro de la Diócesis Hispaniarum a una provincia tradicionalmente salazonera como fue la Tingitana. A partir de esta fecha y hasta mediados del siglo V d.C. contamos con numerosas factorías a lo largo de toda la costa así como con alfares anfóricos, como los de Torrox, La Cizaña, Huerta del Rincón, los Molinillos, El Secretario y los de la misma Málaga (Corrales, 2008, 174) para el envasado de estos productos destinado a su venta a través de amplio circuitos comerciales tanto con Italia, como con el Norte de África o los mercados orientales (Rodríguez Oliva, 1987, 95-100; Idem, 1982-1983, 243-250; Padilla, 2001, 413 ss.). Especialmente significativo es el desarrollo de cetariae en la propia ciudad de Malaca, constatándose tanto en el espacio urbano de la ciudad, como en los alrededores de la misma, cientos de piletas destinadas tanto a salar el pescado como a la preparación de salsas derivadas de éste. La expansión de este lucrativo negocio fue tan significativa que, sin duda, justificaba el uso de las, hasta ahora, zonas públicas de la ciudad a favor de estas instalaciones. Una actividad que debió contribuir a que sus propietarios alcanzaran elevados niveles económicos que redundarían en su beneficio personal, del que son buena muestra, lujosas construcciones domésticas como la de Puerta Oscura (Serrano y Rodríguez Oliva, 1975, 57-61) que, en su día, ya relacionamos hipotéticamente con las factorías de salazones instaladas en sus proximidades (Corrales, 1998, 230). Con dos niveles de ocupación, el primero en época severiana y el segundo a mediados del IV, es uno de los pocos ambientes domésticos localizados. O bien, tiempo después, participar en la cristianización de la ciudad sufragando los gastos de edificios religiosos acorde con la nueva religión (García, 1977-1978, 311-321) que estaría ya asentada en la zona a finales del siglo III o comienzos de la siguiente centuria, momento en que acudiría el obispo malacitano Patritius al Concilio celebrado en Elvira (Granada). Para estas fechas, el espacio urbano se ha ido transformando en un gran suburbium polivalente en el que se entremezclan diversas actividades económicas, principalmente salazones, posiblemente no solo de pescados si no también cárnicas, de ahí la cada vez más frecuente documentación de restos óseos de diversos animales en cantidades significativas localizados en las proximidades de piletas costeras. Es bastante probable que estas instalaciones funcionaran de forma continua a lo largo de todo el año y no de manera estacional vinculadas con la estacionalidad de túnidos en nuestras costas, ya fuera empleándose otro tipo de pescados para realizar estas salsamenta (Corrales, Compaña, Corrales y Suárez, 2011, 36-39), ya fuera salando carne, alfarerías y, puntualmente, otras como la elaboración de vidrio, junto con necrópolis y basureros. Esta última utilidad la tenemos documentada en la vaguada del arroyo de calle Granada usado, a la altura de la Plaza del Carbón, entre los siglos III y V como zona de vertedero (Escalante y Arancibia, 2009, 2865); el espacio entre la actual calle Tomás de Cózar y Álamos o el basurero acumulado al exterior

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de la muralla de Cortina del Muelle, que colmata su alzado ya en el siglo VI d.C. (Peral, 2006, 221 y 222 respectivamente). Vinculado con los desperdicios de la industria salsaria, se han relacionado los restos documentados en una fosa bajo una construcción de sillares, interpretada como almacén en la factoría bajoimperial de la calle Císter, núm. 3; sería, por tanto una fosa de desecho distinta de las documentadas ya en niveles ya de época bizantina donde parecen emplearse vertederos para nivelar el terreno (información de A. Arancibia y Mª M. Escalante; sobre los vertederos en el periodo bizantino cfrs. Vizcaino, 1999, 87-98). Las piletas invaden toda la parte urbana y suburbana de la ciudad: por un lado se mantienen buena parte de aquellas instalaciones que funcionaban ya en la fase anterior: algunas de las que se disponían próximas al arroyo de calle Granada, como el gran complejo salsario identificado en el Museo Picasso, con un alto número de piletas y diversas salas de trabajo del pescado y zonas de almacenaje del producto (Mayorga, 2006, 110 ss.) (fig. 11) que se extenderán por las calles San Agustín, Echegaray, Cister (también con dependencias relacionadas con estas actividades y zonas de limpieza del pescado), Pedro de Toledo hasta unirse con las localizadas en las calles Marquesa de Moya y Alcazabilla (fig. 12), superponiéndose al propio edificio teatral. En las del Rectorado de la Universidad, las 38 piletas localizadas muestran numerosas reparaciones y reutilizaciones, con una etapa de apogeo entre los siglos IV a finales del VI d.C. (Chacón y Salvago, 2005, 23). Desde aquí se extienden por toda la ladera sur y oriental de la Colina de la Alcazaba, ocupando toda la fachada costera tal y como se documenta en la zona de la Aduana, en Cortina del Muelle, donde, adosada a la muralla que delimitaba esta zona, había una batería de piletas activas hasta el siglo VI d.C.; las de Calle Afligidos y Cañón, mantenidas también hasta bien avanzada esa centuria, las de la Iglesia del Sagrario, Palacio Episcopal o Salinas7, siguiendo la costa. Estas instalaciones situadas en primera línea continuarían hacia el interior uniéndose con las que se sitúan en el entorno de calle Granada, ya citadas anteriormente, abarcando todo ese espacio. 7. Especialmente interesante es el nombre de esta calle ya que es el único referente que tenemos de la existencia de zonas de acopio de sal en nuestra ciudad, un elemento básico para estas producciones dado que las Geopónicas (XX, 46, 3) recogen una relación entre sal y pescado de 1:8 (Martínez, 2005, 122). En este sentido, no parece que las salinas fueran muy frecuentes en el ámbito malacitano por eso habría que tener en cuenta la posibilidad de que las calderas localizadas en algunas factorías salsarías norteafricanas, tradicionalmente vinculadas con el proceso de elaboración del garum (Ponsich y Tarradell, 1965, 43, 53, 57 y 103), se hayan reinterpretado como instalaciones para la necesaria obtención de sal (Hesnard, 1998, 173 y 182), lo que abre posibilidades en este sentido para nuestro caso. Resulta significativo que en el testamento de D. Salvador de Baeza y Olivos (5 de junio de 1647), consta que era propietario de la casa “de las Torrecillas” sita en la calle Don Diego de Baeza, calle que pasaría a llamarse de La Salina por la existencia de salinas en la misma. Aunque no sabemos si esta situación es extensible a los siglos anteriores, si que se han podido documentar en la misma una serie de piletas destinadas a salazones.

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Figura 11. Plano de la factoría de salazones del Museo Picasso Málaga. Taller Investigaciones arqueológicas.

Figura 12. Restos romanos en el Pasillo Guimbarda. Foto Taller Investigaciones arqueológicas.

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El citado arroyo que discurriría por esa zona desembocaba a la altura de la actual Plaza de la Constitución. Desde aquí hasta el río Guadalmedina, las piletas se siguen disponiendo a lo largo de la línea de costa que discurriría próxima a la actual calle Especerías (Íñiguez y Mayorga, 1992, 355-359; Sánchez, Cumpián y López, 2004, 644-654) donde se han localizado varias instalaciones, extendiéndose por toda esa zona hasta la confluencia con el río, en las calles Cisneros y Fernán González, alejándose del litoral hacia calle Compañía, superponiéndose a las viviendas que aquí se encontraban alcanzando hasta la actual Plaza de los Mártires. Significativos son los restos que se documentan en este entorno a partir del siglo III d.C., momento en el que se realizan construcciones levantadas a partir de sillares de arenisca con orientación NE-SW, como la documentada en calle Compañía núm. 6, que albergará en su interior una factoría de salazones a partir de mediados del siglo IV d.C. Esta misma orientación sería la seguida en una potente construcción de opus caementicium localizada bajo el actual Hotel Posada del Patio, en niveles de playa inmediato a la desembocadura del río y muy próximo a los restos de sillares que indicaban una zona de fondeadero entre las calles Marqués y Camas, con materiales que nos fechaban su actividad durante buena parte de la etapa imperial perdurando hasta el siglo VII d.C. (Corrales, 2005, 131 ss.). En una calle próxima, hacia el río, se documenta igualmente otro muro de sillares dispuesto en sentido N-S, de mas de 5 m de recorrido sin que se haya visto ninguna compartimentación interior, con una cronología de finales del siglo III hasta mediados del V d.C.; es el localizado en calle Pozos Dulces, núms. 7 y 9 (Peral, 2006, 222) que podría guardar relación con una serie de infraestructuras realizadas en la zona para acondicionar el entorno de la desembocadura del río dotándola de una serie de instalaciones en función del marcado carácter industrial que adquiere esta área en estas fechas. Posteriormente se reestructura modificando el eje de orientación y la edilicia empleada, estando en uso esta nueva construcción hasta finales de la siguiente centuria. Las actividades industriales continúan en la orilla opuesta del río donde se documenta la continuidad de las factorías pesqueras de época altoimperial, que se expanden durante los siglos IV y V d.C., especialmente en la zona litoral de calle Cerrojo a la que se asocian suelos de cantos rodados, losas de barro cocido, suelos de opus signinum, depósitos y canales para transportar agua y un horno de pequeño tamaño que pudo servir para la elaboración de piezas de sellado de las ánforas (Fernández e Íñiguez, 1991). Próximos a ellas, alfares dedicados a la elaboración de ánforas así como un buen número de dependencias asociadas a ambas actividades: almacenes y dependencias diversas como las de Cerrojo y calle Jiménez, en función de la cercana factoría de salazones de las inmediaciones (Salado, 2001, 455-464) desplazándose hacia zonas cercanas como el Llano de la Trinidad, donde la presencia de complejas instalaciones con abundantes restos anfóricos tipos Keay XIX y XXIII abogan por centros de almacenamiento, que continúan

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por las calles Pulidero/Puente/ Priego con construcciones de grandes dimensiones realizadas en opus caementicium con suelos de signinum que, aunque con niveles de usos anteriores, están activos en época tardorromana (Arancibia et alii, 2002, 459-470). Puede que dependencias de este tipo fueran las que se localizaron en el Pasillo Guimbarda, bajo el Hotel Ibis, muy próximo al río, donde se han constatado unos interesantes niveles de finales del siglo III que presentan abundantes ánforas vinarias Dressel 30 junto a Keay XIX; sobre ellos, una construcción de dos alturas, con una serie de dependencias en torno a un pasillo que han deparado abundantes Keay XIX incluso alguna pileta fechada ya en el siglo V, aunque la ausencia de restos de pescados y material relacionado con la pesca hacen dudar de su relación con las salazones. La presencia de enterramientos secundarios en una de las habitaciones ha hecho a sus excavadores vincular estos espacios con un ambiente doméstico (Mayorga y Rambla, 2009, 2794-2813) (fig. 12). El mantenimiento de la actividad alfarera en momentos avanzados del Imperio se constata en el mismo alfar de Cerrojo/Almansa que se mantuvo en época bajoimperial elaborando ánforas Keay XIII, XIX, XXIII, una producción similar a la que realizó el horno de calle Cerrojo/Fuentecilla que elaboraba ánforas Keay XIX y XXIII (Corrales, 2004, 41 ss.). La actividad alfarera bajoimperial en la otra orilla del río parece localizarse en la zona del antiguo teatro donde, en un ambiente claramente vinculado a las numerosas instalaciones pesqueras que allí se constatan, junto a abundantes restos de anillas de hierro, agujas de hueso y metal para la reparación de las redes, niveles con abundantes restos de espinas y escamas de pescado, se localizó una balsa de amasado o decantación de arcillas vinculada con la actividad alfarera (Fernández, Peral y Corrales, 2003, 745-46), lo que habría que poner en relación con la presencia de fallos de ánforas y las noticias de hornos sobre la zona del edificio teatral (Serrano, 2004, 176). Esta zona además se ve favorecida por la proximidad de arcillas pliocénicas, compactas y limpias de clastos en la zona de la Plaza de la Merced (Fernández, 2006, 31). Por ahora no tenemos seguridad de la producción del horno localizado en torno a la calle Ollerías /Sargento por lo que no sabemos si elaboraría ánforas salsarias para abastecer las factorías bajoimperiales, como lo hicieron con anterioridad los situados en las inmediaciones (Sánchez, Melero y Cumpián, 2005, 176). El carácter polivalente de toda esta zona queda además reforzada por la presencia de un horno para la fabricación de vidrio (Fernández, Peral y Corrales, 2003, 745), actividad que parece extenderse hacia la zonas aledañas como calle Granada. Estas actividades parecen estar próximas a un espacio doméstico de cierta suntuosidad con estructuras que presentan una planta claramente ortogonal, con enlucido blanco y rojo, con una cronología de los siglos III al V d.C. (Fernández, Peral y Corrales, 2003, 745). Próxima también a piletas salsarias se encuentra lo

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que parece otro espacio doméstico de cierta entidad situado en la zona norte del patio del Sagrario (Fernández et alii, 1997, 436-437), o el de calle Granada/Ascanio que indican un espacio suntuoso decorado con opus sectile fechados en los siglos IV-VI d.C. (Suárez y Salado, 2001, 514). En la calle San Telmo, núm. 14, sobre niveles domésticos anteriores se documenta una reestructuración, avanzado el siglo IV d.C., levantándose cinco estructuras hidráulicas que presentan un podium central a modo de fuentes (Melero, 2006, 46-54). Menor entidad edilicia y decorativa parecen tener otros documentados en varios puntos cercanos, como los de las calles Denis Belgrano, que presenta un pavimento de opus signinum, fechado en el siglo IV, los de la calle Convalecientes también con este tipo de pavimentos, fechado en el siglo III y colmatado repentinamente en los siglos IV-V d.C. (Rambla et alii, 2002, 473-474), o las casas que aparecen adosadas a la muralla del siglo IV d.C. de la Plaza del Obispo, Palacio Episcopal y Molina Larios (Suárez y Salado, 2002, 511). En lo que respecta a las necrópolis de esta época, el área funeraria localizada desde época temprana en la zona de calle Beatas fue expandiéndose durante la etapa imperial hacia las calles adyacentes alcanzando posiblemente la calle Frailes (Mayorga, Escalante y Cisneros, 2005, 163) o las inmediaciones de la calle la Victoria donde se han documentado dos niveles funerarios con varias tipologías de sepulturas, entre ellas alguna con carácter monumental (intervención aún inédita). Paulatinamente estas tumbas van a ir superponiéndose a espacios hasta entonces industriales como los situados en calle Granada o las factorías del área del Teatro romano, algunas con significativos ajuares fechados en los primeros años del siglo V d.C. (Corrales, 2004, 50, nota 63; para el ajuar, Koenig, 1981, 352) (fig. 13). Un elemento de ajuar funerario pudo ser la pátera argéntea con epígrafe (Mora, 2003, 366), fechada en la segunda mitad del siglo IV d.C. (sobre la pieza véase García y Bellido, 1963, 187, fig. 15). Otras, sin embargo, carecen de ellos (Fernández, Peral y Corrales, 2003, 745), un proceso que coincide con ocultaciones monetales en la zona (Mora, 2003, 365), fenómeno que se

Figura 13. Anillo de oro de una tumba sobre el Teatro romano de Málaga. Foto Consejería de Cultura.

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repetiría en otros yacimientos costeros malacitanos como el de Sabinillas (Rodríguez Oliva, 1979, 835-852), y con una progresiva disminución del material cerámico documentado en ese espacio a partir de la segunda mitad del siglo V d.C. (Serrano, 1993, 06). En algunos casos estas tumbas acabarán superponiéndose a espacios domésticos como los de calle San Telmo, bien como construcciones de cierta entidad con cierre de sillares y enterramientos múltiples en su interior (Rambla y Mayorga, 1997, 394), o bien tumbas cubiertas con tégulas, ladrillos o lajas de piedra dispuestas en horizontal, que también podían albergar enterramientos múltiples (Melero, 2006, 49-50). Los acontecimientos históricos que tuvieron lugar en las décadas centrales del siglo V d.C. debieron incrementar la pérdida de confianza en el sistema estatal abriéndose un periodo de cierta incertidumbre e inestabilidad en el que debemos entender las incursiones de germanos en la Península que, aunque de manera menos dramática que en otros territorios, debieron imprimir un cierto ritmo a determinados cambios políticos y culturales, incluso socioeconómicos en esta zona del Imperio, como la mayor relevancia del papel jugado por los obispos, preludiando un nuevo modelo de la ciudad como centro religioso durante la Antigüedad Tardía (Souvirón, 2009, 276). Desde el punto de vista económico, la segunda mitad del siglo V d.C. supone un punto de inflexión en la actividad de estas instalaciones, marcado tanto por la finalización de la actividad de los alfares anfóricos como por el abandono de buena parte de las factorías salsarias que funcionaban en las centurias anteriores. Aunque esto no supone el abandono total de esta actividad en el ámbito malacitano, así se desprende del funcionamiento de algunas instalaciones que perduran hasta finales de esta centuria o bien entrada la siguiente como las de calle Afligidos núm. 3, calle Especerías núm. 8 (Sánchez, Cumpián y López, 2004, 647), las piletas aparecidas entre las calles Cañón y Postigo de los Abades, con colmataciones que podría llevarnos a mediados del siglo VI (Martínez, Fernández, Merino y Arcas, e.p.), las del Sagrario (Rambla, 1999, 307-316), las de la calle Marquesa de Moya, o las del Rectorado de la Universidad que podrían perdurar hasta comienzos del VII d.C. (Chacón y Salvago, 2005, 23). Esta perduración está bien documentada al menos en determinadas zonas como Menorca o las cercanías de Cartagena (véase Ramallo y Vizcaino, 2002, 319; Bernal, 2008, 31-58, quien extiende la continuidad de esta actividad en momentos avanzados del Imperio a buena parte de Hispania) aunque si habría una merma considerable de la misma. Es probable que debamos relacionar este descenso con la primacía de las producciones tunecinas, que ya habían ido consolidándose en el mercado durante la segunda mitad del siglo IV d.C. y que parecen imponerse a mediados de la siguiente centuria, mas que con problemas en las rutas comerciales que relacionaban esta zona con Oriente, dado que se mantuvieron activas durante los siglos V y VI d.C. (Padilla, 2001, 397 y 416-17). No debemos olvidar que Oriente es la

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cuna histórica del Cristianismo, lo que generaba un continuo trasiego de peregrinos y eclesiásticos que suponían un constante intercambio de personas, ideas y mercancías entre ambas zonas (cfr. Castillo, 2005, 5-19). Que la comercialización vía marítima de este tipo de salsas continuó al menos durante la segunda mitad del siglo VI d.C. lo documenta la noticia de la llegada de barcos cargados de liquamen al puerto de Marsella, según recoge Gregorio de Tours (Hist. Franc. IV), aunque desconocemos la procedencia del mismo. Sin embargo, el carácter mercantil de esta ciudad debió continuar en estos años, manteniéndose las líneas comerciales con la zona oriental y el norte de África, incluso parece que este carácter favoreció el desembarco de los soldados bizantinos en el año 552, dirigidos por el patricius Liberius. Esta incorporación de la provincia bizantina de Spania parece que impulsó asimismo el comercio en un Mediterráneo controlado (Montanero, 2005, 60) con relaciones normalizadas al menos hasta finales del siglo VI (Mariezkurrena, 1999, 156; cfrs. Vallejo, 1993, 94 y 116-119). Los años que transcurrieron hasta la conquista de la ciudad por Sisebuto se van a caracterizar por presentar una intensa actividad comercial portuaria, una etapa de gran vigor económico que se mantendría, al menos en parte, tras su integración en el reino visigodo a tenor de la acuñación de trientes áureos bajo Sisenando (Mateu, 1945-1946, 243-244). Sin embargo, no cabe duda de que estas ciudades que, bajo el dominio bizantino habían mostrado signos inequívocos de revitalización económica, verán languidecer su actividad comercial a partir del siglo VII d.C. debido a la contracción comercial del Mediterráneo y a la pérdida de relaciones con la zona oriental (Vallejo, 1993, 486). En estos años, la significativa presencia de cerámicas y ánforas procedentes del norte de África y del Mediterráneo oriental corrobora esos contactos, mostrando el buen nivel comercial de la ciudad inserta en los circuitos comerciales del Mediterráneo, un hecho avalado por la documentación numismática (Mora y Martínez, 2008, 143-204). La presencia de indicios de elaboración cerámica en los niveles bizantinos de Císter, núm. 3 abriría la posibilidad de la producción de cerámica local como muestra de la diversificación económica que se vive en estas fechas. En un ambiente portuario, se han ido localizando una serie de dependencias caracterizadas por presentar un pavimento de tierra batida de color amarillento sobre el que aparecen depositadas cantidades significativas de ánforas importadas, prevaleciendo sobre el resto de materiales, lo que ha hecho que estos espacios sean interpretados como almacenes, como el hallado en Molina Larios, 12 (Navarro, Fernández et alii, 1999, 357 ss.), en Alcazabilla núm. 7 (Fernández, Salado et alii, 2001, 502), los jardines de Ibn Gabirol (Fernández et alii, 2003, 744), calle Cister 3 (fig. 14) y calle Echegaray; o los restos de tipo comercial, según sus excavadores, que se encontraron en los niveles superiores de las termas altoimperiales del Cister (Mayorga, Fernández, Suárez, 2001, 212 ss.).

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Figura 14. Niveles de época bizantina en Cister núm. 3. Foto A. Arancibia.

Todo parece indicar que en esta época la zona suroeste del promontorio de la Catedral experimentó un avance sedimentario que permitiría una ampliación paulatina del área habitable en detrimento de la línea costera. En este entorno, amortizando parte de la muralla de la Plaza del Obispo se documentaron materiales cerámicos fechados entre la segunda mitad del siglo VI y finales del VII asociados a estos almacenes portuarios, identificados además en las calles colindantes, donde además de las ánforas importadas se han documentado varios tipos de spatheia, unguentarios en Late Roman de Siria-Palestina, cerámica de mesa Focense tardía y sobre todo ánforas tipos Keay LXI, XXXIII, LXII, LXI-LXII, LIII, LXV, LIV bis, LIV y LXVI (Navarro, 1997, 80; Idem, 2001, 686) y abundante cerámica de cocina elaborada a torno lento (Serrano, 1994, 83-111). Este mismo ambiente identificado en torno a la Catedral y Plaza del Obispo, se extiende por las calles Molina Lario (fig. 15), San Agustín, Cister, Granada, Pasaje Chinitas y Alcazabilla, documentándose en los niveles superiores del teatro romano, donde se han localizado además espacios domésticos (Corrales, 2004, 22). Las últimas excavaciones en calle Alcazabilla han deparado además la presencia de un edificio de entidad realizado en sillares, aún en proceso de estudio, al igual que en calle Cister o los que se superponen a los del siglo IV adosados a la muralla

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Figura 15. Niveles bizantinos en la calle Molina Lario.

que discurría por la Plaza del Obispo y Molina Larios (según cita de Suárez y Salado, 2002, 511), extendiéndose hacia el sur por una zona ganada al mar, por las actuales calles La Bolsa, Strachan y Sancha de Lara (donde se han documentado estratos de gravas y ánforas tardías (Íñiguez, 1992, 349-354; Navarro, Suárez et alii, 1997, 353-354). Hacia el río, la presencia de materiales de esta cronología es muy puntual, pero aún así destaca su presencia en torno al embarcadero de calle Camas; por el momento, sin embargo, esta fase no parece estar documentada en la orilla opuesta del Guadalmedina. A pesar de la importancia y perduración de la etapa bizantina en esta ciudad, aún no tenemos documentadas la existencia de necrópolis asociadas con claridad a este periodo. El final del mismo viene marcado por una etapa violenta que deja su impronta en el registro arqueológico con niveles de incendios y desplomes de cierta envergadura (Peral, 2006, 224) y un retraimiento de la población hacia la parte superior del Cerro de la Alcazaba y una huida hacia zonas próximas (Navarro, Rambla et alii, 1999, 630) (fig. 16).

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Figura 16. Plano de la ciudad en época bajoimperial.

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