Macroeconomía de la solidaridad

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Descripción

Macroeconomía de la solidaridad

Ponencia que presenta Mario Rechy
En el Foro Social Mundial
México D.F. a 24 de enero de 2008.

.

La solidaridad no es un asunto solamente ético sino una norma que debe
regir la economía
Se ha vuelto un lugar común concebir la solidaridad como un acto o
relación entre dos personas, o de una persona hacia los demás. Como si
solamente al interactuar de manera directa las personas se mostraran
el género del vínculo que guardan. Cuando más, se llega a creer que la
solidaridad es un principio que se puede ejercer en las economías
donde los sujetos que se interrelacionan están cara a cara. Se trata
de reducir el ámbito de los valores a la esfera moral o a las
relaciones donde las personas, más que un vínculo económico, tienen
una relación humana.

En este texto rechazamos de entrada que la solidaridad tenga que
concebirse de esa manera antieconómica, y rechazamos también que la
solidaridad sólo pueda darse o existir en la pequeña escala.
Postulamos que las relaciones económicas generan o dan lugar a normas
y principios. Y que cada economía gesta su expresión ideológica. En
sentido inverso también, postulamos que las relaciones que quieren
construir los grupos humanos pueden desarrollarse empezando con
valores que se adoptan como fundamento de las relaciones sociales y
económicas que persiguen. Lo primero es fácil de entender. De lo
segundo es de lo que ahora vamos a ocuparnos.

No venimos hoy a exponer un principio que únicamente caracterice a las
cooperativas o los organismos de las sociedades arcaicas. Como si se
tratara de un resabio del pasado, un vestigio de cosas que quedaron
atrás o de una propuesta circunscrita a la ética o la moral. Creemos
en una manera de concebir las relaciones de trabajo, y en una forma de
organizar la economía, acorde con principios determinados. Que no se
originan en consideraciones ideológicas sino en la experiencia social
de siglos.

Venimos a replantearnos lo que constituye el fundamento de un pacto
social. Nacemos y vivimos en una sociedad en la que por el sólo hecho
de estar en ella aceptamos, de entrada, o como dice el dicho
"concedemos sin preguntar", que tenemos que guardar ciertas normas de
conducta. Vivir en sociedad implica desde hace muchos siglos que
todos y cada uno estemos dispuestos a acatar el consenso. Es decir, a
comportarnos acorde con lo que todos aceptamos o consideramos
necesario. Este es un sobreentendido que se vuelve costumbre y nadie
lo descalifica porque su carácter sea moral, legal, económico o
ideológico. Así es y punto.

Ciertamente existen sujetos que ante la necesidad o en razón de su
historia personal infringen las normas de conducta y actúan en contra
o al margen de lo que los demás consideran normal, posible o
necesario. Pero el que existan individuos que infringen la ley, la
norma o la costumbre no borra ninguna de las tres cosas ni las
cuestiona. Por ello es que las sociedades, todas, han puesto por
escrito sus normas y han definido sanciones y castigos para quien las
infrinja.

La forma o procedimiento como la sociedad castiga a los infractores de
la norma es asunto aparte, y puede inscribirse en un mecanismo penal o
en un cuestionamiento ético. Sin que el segundo sea menos severo y
sufriente que la cárcel o el pago pecuniario de multas. De hecho
existen sociedades que hacen tan grande el peso de la infracción
contra el interés colectivo que los infractores llegan a preferir la
muerte antes que soportar el juicio, la condena o el ostracismo de sus
conciudadanos.

Las conductas antisociales o delictivas son motivo de penas, decimos,
y gracias a ello y a la vigilancia que las instituciones creadas ex
profeso mantienen es que la sociedad puede seguir existiendo y la
convivencia tiene bases que refrendan el pacto social. Sin embargo
estas normas, costumbres y leyes no son eternas o inalterables. La
experiencia social y los cambios en la economía, las instituciones y
la educación van modificando las leyes, las normas, las costumbres.

En toda sociedad los ciudadanos se hacen una idea sobre lo que
conviene a la mayoría, sobre lo que debe estar permitido y sobre la
forma de evaluar o juzgar la conducta de los demás.

Nuestra conducta, por otra parte, se compone de varios aspectos o
esferas de la práctica. Está por ejemplo lo que hacemos en nuestra
vida personal sin afectar a lo social. Está lo que constituye nuestro
ámbito familiar, donde se comparten normas y prácticas de ejercicio
universal, pero donde también se asumen conductas o estilos que
caracterizan una tradición más restringida, que puede estar ligada a
una provincia, a un terruño, a un linaje o a una religión.

Y luego se encuentra lo que hacemos, la forma como ejercemos nuestros
derechos individuales, y las maneras como resolvemos nuestras
necesidades económicas, intelectivas, ideológicas, cosmogónicas,
culturales.

Cada una de esas esferas guarda alguna relación con el resto, sin que
todas ejerzan la misma presencia o tengan la misma fuerza o coacción
sobre nuestra conducta, y sin que todas se cumplan de manera conciente
o expresa. Hacemos muchas cosas porque así hemos visto que los demás
las hacen. Y hacemos muchas cosas porque en el terreno del pensamiento
se nos ha dicho o reiterado que es lo que conviene o lo que nos puede
reportar el mejor resultado o imagen de buena conducta.

Esto quiere decir, que algunas esferas de la conducta están
subordinadas a otras, o que la conciencia, sea esta de carácter
cotidiano o social histórico, puede determinar esferas del desempeño
personal o crear las condiciones para que una forma de ser o de
actuar sea vista por los demás con aquiescencia o buenos ojos.

En la sociedad existen convenciones escritas y convenciones
acostumbradas. Tenemos normas muy perdurables y reglas que van
cambiando en razón de su estrecha relación con las esferas de la vida
que están también experimentando transformaciones de vértigo.

Existen por último grupos sociales en los que las normas se ajustan de
manera distinta que en el resto de la sociedad porque ahí los
intereses determinan la manera como puede verse la conducta o como
puede medirse la eficacia.

Entre los componentes de un equipo deportivo que juega siempre de
manera conjunta, la capacidad de coordinación, de cooperación entre
los sujetos resulta fundamental. En el caso de los competidores
individuales, en cambio, el que el sujeto de desentienda de los
ejercicios de coordinación o cooperación no afectará su imagen ante
los demás..

En el terreno de la medicina institucional, la buena relación entre el
área clínica, el laboratorio, los archivos donde se guarden registros
y los facultativos que ausculten, diagnostiquen y receten resultan
fundamentales la complementariedad y la congruencia.

En una fábrica, a nivel de la producción, por ejemplo de pantalones,
la sincronía y proporción entre tiempos y movimientos puede ser la
clave entre contar con partes que se traduzcan en un número dado de
pantalones, y no en pedazos de pantalón que no arman una pieza
completa.

Los que conocen las difíciles condiciones de producción en la pesca
establecen reglas muy estrictas sobre cuándo salir a mar abierto, cómo
tirar las redes, de qué manera jalarlas y cómo separar los peces de su
trama para que la jornada sea lo más productiva posible.

En condiciones extremas, el aprovechamiento medido de recursos y la
conjunción armoniosa de fuerzas puede inclusive representar la
diferencia entre el éxito y la muerte. Como en las torres de
perforación de petróleo.

Cuando en una actividad nos comportamos según la costumbre de otra
actividad, lo más probable es que rompamos la armonía del conjunto, o
que vayamos contra el interés del equipo. Y socialmente hablando,
cuando los intereses de la esfera privada se transfieren o aplican al
terreno de las relaciones sociales lo más probable es que se impongan
los intereses personales sobre el interés mayoritario. Tishner, el
gran teólogo polaco, decía en los tiempos del sindicato Solidaridad
que ser solidario quiere decir compartir la carga de los demás, y que
esa solidaridad mana de la buena voluntad.

Existen personas que se conducen en todos los ámbitos o espacios de su
conducta de manera congruente o armónica. Son los mismos en la esfera
privada, en el ámbito familiar, en su trabajo o como ciudadanos. Pero
también existen personas que en lo personal muestran el predominio de
formas muy compatibles o cuidadosas del interés de grupo, y que en el
ámbito social se conducen como si todos fueran sus enemigos o sus
víctimas potenciales.

Esto desde luego depende de varios factores. Por una parte de la
experiencia social, esto es, de lo que sean las formas prevalecientes
de conducta, tanto hacia el interior de las familias como en la más
vasta de las convivencias.

Ciertamente también cuenta la dimensión social o tamaño de los grupos
de los que formamos parte. En una familia estrecha las relaciones de
complementariedad y apoyo son fundamentales, y tanto la expectativa de
reciprocidad como el sentido de ser responsable se magnifican. En una
familia muy extensa unos suplen las funciones en las que otros llegan
a ser inexpertos o infuncionales; los distintos miembros viven grados
diversos de compromiso, y el conjunto es una red donde se generan
liderazgos según el grado de servicio o apoyo que cada uno puede y
quiere brindar a los demás. El filósofo Abagnano dice que la
solidaridad se refiere precisamente a la reciprocidad y a la
interdependencia, a la asistencia que unos y otros se prestan entre
si. Y el mismo Abagnano agrega que no es sólo un principio moral sino
también una doctrina jurídica.

Lo primero que tendríamos que plantearnos es entonces si una economía
puede adoptar normas jurídicas que la determinen, o si las normas se
crean o se adoptan porque en la vida económica se hayan probado y
comprobado.

Yo en lo personal creo que antes de ser ley, las normas son uso y
costumbre. Pero que no todo lo que llega a ley pasó necesariamente por
la práctica social, ni todo lo que las sociedades generalizan en su
forma de ser, de producir, de organizarse alcanza a ser visto por los
legisladores para elevarlo a la categoría de ley. Tenemos así formas
de la identidad que quisiéramos ver elevadas al texto que regule
nuestras relaciones, y quisiéramos al mismo tiempo que algunos
reglamentos y leyes que no son el resultado de la experiencia social
fueran abolidos.

Las comunidades pequeñas permiten el trato personal entre todos, y
ello expone la conducta de cada uno frente a los otros. Si en esa
sociedad existen valores de autoestima, prestigio o jerarquía, todos
cuidarán de acercarse, en la medida de sus facultades, al arquetipo de
virtudes. En las comunidades extensas la conducta social se vuelve
anónima, y sólo en la esfera personal es que resalta la presencia o
inexistencia de cualidades y de virtudes. Ahí sólo la convicción y la
educación que se adquirieron socialmente son las que van a determinar
la conducta.

Las sociedades cuidan de los valores, las normas y las leyes. Pero
cuidan de ellas siempre según sea el clima ideológico de la época. Una
sociedad de la escasez va a destacar las virtudes de la
responsabilidad, de la capacidad para ser austero y del consumo que no
limite el derecho de los otros a procurarse lo mismo. Una sociedad
opulenta, en cambio, va a destacar la capacidad de consumo de los más
exitosos, va a glorificar la capacidad de triunfo o el premio al
esfuerzo desplegado.

En la sociedad contemporánea, en la que la técnica se ha convertido en
uno de sus signos característicos, la destreza y amplitud tecnológica
va a destacarse como aquello que potencializa las capacidades humanas.
Y de la misma manera, en este mundo en que los grandes grupos
publicitarios y de comercio muestran y exhiben los bienes que
distribuyen a lo ancho y largo de la globalidad, se acicatea la
generación de dinero para acceder a tales lujos.

Recibe así una mayor relevancia la exaltación o promoción de los
principios que permiten el gozo personalizado, y se difunden como
aquellos que deben dictar la conducta generalizada. Es uno de los
signos de la época.

Hubo otros momentos y otros procesos de sanción o preferencia. En el
México que se construía en la posguerra, cuando el Estado levantaba
las instituciones sociales y el influjo de la revolución dominaba en
la educación pública y el discurso político, lo que se exaltaba era el
sacrificio por el bien común y la capacidad para mantenerse dentro de
un ámbito de aspiraciones modestas.

En la época de Juárez él, como ejemplo y autoridad, había llegado a
decir y escribir que los funcionarios públicos deberían vivir
conformes con la medianía de su paga o emolumento, pues lo que les
premiaría más era su satisfacción de servicio, y lo que los mediría
era su compromiso con la sociedad y la Nación.

Ideología neoliberal contra principios solidarios
Hoy, la ideología global nos ha invadido. Una ideología que nace entre
los grupos beneficiarios del comercio global y la especulación
financiera. Bajo su influjo, mucha gente piensa que lo que vincula a
los seres humanos es la competencia, y que la sociedad necesariamente
separa a los que son capaces de los que menos se esfuerzan, dejando a
estos últimos en una condición subordinada.

La sociedad ha creado instituciones dentro de cada uno de los climas
ideológicos que han tenido las sociedades. Instituciones donde
prevalece el interés de la mayoría cuando la sociedad funcionaba
gracias a los vínculos de cooperación y complementariedad. E
instituciones para favorecer a una minoría cuando lo que predomina es
la competencia y cuando la esfera de lo privado se ha generalizado
como norma de conducta impersonal que caracteriza todas las relaciones
entre los ciudadanos.

Un especulador puede hoy considerar que lo colectivo es atrasado,
ineficiente o populista. Su interés le hace ver como lerdo o
incompetente lo que no tiene como característica distintiva la
acumulación. Él, como cualquier otro conciudadano está en su derecho
de ver la economía y las relaciones entre los individuos acorde con
las convicciones que son suyas. Pero quien estudia el comportamiento
económico, y más aún quien dirige la economía, tiene que tener muy
claro por qué existen diversos enfoques y planteamientos sobre la
forma como debe normarse la relación entre las personas, entre los
grupos humanos y entre las instituciones y los ciudadanos.

Y el problema comienza cuando precisamente en el Estado, es decir en
el ámbito o la esfera que debe velar por el pacto social y el
consenso, se adoptan los puntos de vista, los valores, los principios
y por ende los intereses y las normas que rigen en el ámbito del
interés privado, haciendo a un lado lo que dio origen al pacto social,
al interés de la mayoría y a las mismas leyes.

Se dice que la política económica tiene por objeto la estabilidad
social y el control de lo que llaman las variables macroeconómicas.
Sin embargo se trata más bien de una manera de encubrir con terminajos
el criterio antisocial y privatizador de la riqueza que prevalece en
la política económica.

Aunque se afirma que la economía es una ciencia social o
administrativa, en el momento que se convierte en política es en
realidad una visión sobre la sociedad que define con qué criterio se
aplica el presupuesto, se favorece a determinados grupos y se
establecen las reglas del comportamiento económico de los ciudadanos y
las personas morales. En este sentido resulta fundamental dejar claro
que la política económica es lo que le da un carácter a la
macroeconomía. O dicho de otra manera, es el conjunto de valores y de
principios que constituyen una forma de pensar o una ideología, lo que
define la política económica.

Cuando el estado se normaba por principios que buscaban la equidad y
la austeridad republicana, como en la época de Juárez para volver a
nuestro ejemplo, la política económica alentaba la prosperidad
económica pero sin violentar el pacto social o los consensos. Y la ley
o las leyes se distinguían por velar ese pacto y el interés general.

Hoy por hoy, sin embargo, se esgrimen argumentos técnicos que pocos
cuestionarían en su aparente objetivo o significado, para en realidad
aplicar principios y normas que sirven al interés privado. Cuando se
dice que la estabilidad requiere del control de la inflación, de un
gasto público que no rebase los ingresos de la administración, de un
tipo de cambio determinado y de una tasa de interés vigilada y
modulada por el estado, se oculta lo que realmente se está haciendo.

La inflación, como petate de muerto, es decir la inflación que sabemos
que a todos perjudica, es el argumento para impedir el alza de
salarios, pues se ha generalizado la idea de que a toda alza de
salarios le sigue el alza de precios. Técnicamente hablando ello es
injustificable, pues es una verdad de perogrullo el coeficiente de
impacto de los salarios que ha sido entre un quinto y un décimo sobre
el costo de producción de los bienes; cuando el alza de precios, que
ha sido mucho mayor, obedece a una búsqueda creciente de utilidades
que provoca una concentración del ingreso. Pero ahí el estado, en
lugar de definir políticas que aumenten la oferta para bajar los
precios, se hace de la vista gorda ante la voracidad de los
empresarios.

El gasto público equilibrado es otro mito. Pues si bien es cierto que
a los gobiernos priístas, desde Luis Echeverría, les dio por gastar
más de lo que recaudaban, para tener que pedir luego prestado, los
periodos anteriores no dejaron de gastar e invertir, con la simple
diferencia que de lo hacían en renglones en los que toda erogación
debía recuperarse al final del calendario fiscal o el ciclo económico.
Y no es lo mismo aumentar la inversión pública que exagerar el gasto
corriente. Lo primero debe generar mayor riqueza, lo segundo sólo
aumenta la burocracia, los altos salarios de los funcionarios y el
dispendio gubernamental. De tal forma que gasto equilibrado para no
hacer nada no quiere decir economía sana. Y gasto desequilibrado para
que la administración se dé a si misma créditos para generar riqueza
sí representa una economía sana.

El tercer mito es el del tipo de cambio elevado. Después de tantas
devaluaciones ciertamente estamos preocupados de que nuestra moneda
pudiera caer frente al exterior. Sin embargo una cosa es la tasa de
cambio real, que responde al nivel comparable de productividad, la
evolución de la misma comparándola con el exterior, el flujo de
mercancías y su saldo, el flujo de capitales, su riesgo y el monto de
su interés, y la tasa de rentabilidad de las inversiones; y otra cosa,
muy distinta es la tasa de cambio artificialmente elevada. La tasa de
cambio real depende de cómo y cuánto producimos, de cuánto puede
obtenerse de utilidad de una inversión y de cuánto puede ingresar a
una economía por ventas. Pero una tasa de interés elevada sólo alienta
un flujo mayor de importaciones. Y éste, a su vez, trae productos que
desplazan la producción y el empleo nacionales. Y ello conlleva una
creciente desocupación, que a su vez restringe y reduce el mercado
interno, con su impacto final en la reducción del Producto Interno.

El cuarto mito de las variables es el de la conveniente tasa de
interés para garantizar la inversión. Sobre esto me permitiré citar a
Arturo Huerta, quien ha resumido el punto de la siguiente manera: "…la
política económica que se establece para promover el ingreso de
capitales crea mejores condiciones de rentabilidad en la esfera no
productiva…" (Arturo Huerta, La política macroeconómica de la
globalización, en Estrategias… Ciestaam Chapingo, 2001) Por eso donde
más han invertido los capitales extranjeros es en la banca. Porque la
banca no es hoy lo que fue. Dejó de prestar para producir y hoy sólo
intermedia entre los consumidores y los comercializadores. Da crédito
para consumir y con altas tasas de interés. Y luego se lleva las
utilidades a sus matrices en el exterior.

"La entrada de capitales, agrega Huerta, es la que hace posible la
apreciación cambiaria y la pérdida de competitividad, lo que
contribuye al gran crecimiento de importaciones y al rompimiento de
cadenas productivas, debido a que la producción nacional se ve
desplazada del mercado interno, además de reducir el componente
nacional en las propias exportaciones". El resultado final de esa
medida de política lo resume el mismo Huerta al decir que "nos hace
dependientes tanto de la entrada de capitales como del crecimiento de
las exportaciones." Y ello es peor todavía, pues nosotros diríamos
que a costa del establecimiento de un proceso de desempleo
estructural, pues no es otro el resultado último de toda esta política
económica, que el desplazamiento de la mano de obra tanto de la planta
productiva rural como de la urbana a causa de las importaciones.

Los cuatro principios de política económica, independientemente de que
puedan ser vistos desde la perspectiva de su falta de rigor técnico
como parte de la teoría, lo que crean es una realidad donde quienes
especulan pueden ganar más que los que producen, los que sacan las
utilidades del país son los que tienen ventajas sobre los que las
dejan aquí, los que utilizan capital extranjero tienen ventajas para
adquirir materias primas y bienes de capital sobre los que se apoyan
en el desarrollo nacional, y los que exportan ganan más que los que
venden en el mercado interno. El resultado de todo esto es creciente
desocupación y concentración del ingreso, dependencia del exterior y
desnacionalización de la economía.

Es ante ese panorama que nos planteamos una macroeconomía de diferente
carácter y orientación. El Estado debe responder al imperativo de la
defensa del interés común y no crear el marco macroeconómico y legal
que implante la ley del embudo. Un estado que de manera falaz utiliza
supuestos argumentos técnicos que en realidad provocan pobreza pierde
su carácter, deja de tener una razón de estado y deviene en una
oligarquía o administrador de los ricos.

No es un asunto de moral o de ética sino de política. El estado tiene,
y cuando decimos tiene es que su sentido y razón de existir están en
la responsabilidad para velar por el pacto social, por los consensos y
no por el interés de los que están sacando ventaja a costa de la
mayoría. Es ante los resultados demostrados de la política económica
que los ciudadanos tienen que evaluar a los gobiernos. Es ante el
cumplimiento de los ideales, expectativas y dictados de las leyes, y
en particular de los dictados recogidos en la Constitución, que los
ciudadanos pueden cuestionar el papel, las funciones y políticas del
Estado.

Y yo propongo que la ideología que hoy domina en las políticas
públicas sea puesta en cuestión. El solidarismo o la solidaridad, dice
el Oxford companion to politics (pag. 842) es la construcción de una
esfera vibrante de la organización ciudadana que se erige en vigilante
de la esfera pública. Y la solidaridad, como esa relación de
reciprocidad que plantean los filósofos, y que los teólogos califican
como compartir la carga de los otros, sólo puede cumplirse si las
políticas instrumentadas por el estado en lugar de alentar la
concentración del ingreso y de favorecer a los especuladores, sientan
bases para favorecer la producción, fortalecer el mercado interno y
poner coto a la concentración de capital.

Ello implica desde luego que las variables macroeconómicas sean otras,
claramente distintas a las que están ahora vigentes. En lugar de
control de la inflación lo que se debe plantear es utilización del
presupuesto con objeto productivo. En vez de buscar la atracción de
capital externo utilizar el ahorro nacional. Contrariamente a un tipo
de cambio que sobrevalúe la moneda ajustar el peso de tal manera que
paremos en seco las importaciones y podamos entonces sí alentar al
conjunto de la economía. Y en lugar de altas tasas de interés que sólo
inflan la actividad especuladora, gravar toda actividad que no vaya a
la inversión productiva.

Estos principios de política económica tendrían desde luego una
expresión todavía más concreta. En lo del control de la inflación
podríamos volver a la emisión de dinero, o más fácil todavía, a la
utilización de las reservas que tiene el banco de México y que hoy
sólo son garantía para las importaciones. En lugar de seguir dando la
bienvenida al capital externo tendríamos que forzar a la banca para
que canalice sus recursos al financiamiento de la producción o a
retirarse y dejar en manos nacionales la tarea que ya no sabe cumplir.
En lugar de seguir financiando las importaciones baratas tendríamos
que pagar bien a los productores para que el mercado nacional se
ampliara y la demanda agregada generara una recuperación. Y en lugar
de mantener el pago de altas tasas de interés para competir con otras
economías emergentes deberíamos ocuparnos de elevar la rentabilidad de
cada proyecto de producción, sobre la base de nuevas formas de
incremento de la productividad. Sin duda incluyendo en este último
caso la autogestión y las formas participativas en todo el proceso
económico.

Esta reorientación de la política económica en función de las
prioridades solidarias y no de las prioridades privadas no será una
iniciativa de quienes hoy gobiernan. Hay que entender que ellos están
a su vez gobernados por una ideología. Una ideología que ve bien el
que los ciudadanos hagan negocios, pero no ven con interés en que
quienes hacen negocio compartan la carga de los demás. Una ideología
que considera avance o progreso el que la suma de lo que se produjo
sea mayor, aunque el número de los que disfruten el beneficio de ello
sea de cada vez más pocos. Una ideología que mira al capital
extranjero como bendición y no siente necesidad de poner por delante
ninguna buena voluntad.

Son los ciudadanos, como dicen los especialistas del Oxford companion,
los que a semejanza de otros países, tienen que construir esa esfera
vibrante de la organización ciudadana que se erija en vigilante de la
esfera pública.

Estos ciudadanos ciertamente no son ni pueden ser los que hoy tienen
como forma de participación a los partidos. Los partidos organizan
candidaturas para participar en elecciones. Y la construcción de esa
esfera vibrante de la organización ciudadana no puede estar
subordinada al poder temporal, gubernamental, pues de lo que se trata
es de cambiar su carácter no de llegar a él.

La esfera vibrante tiene que mantener su autonomía, su independencia,
y reclamar su carácter beligerante ante la autoridad. Hoy esa esfera
vibrante está activa, está presente. Y lo primero que tienen que hacer
los ciudadanos es descubrirla. Esa esfera vibrante está en el
cooperativismo, que es la única parte de nuestra economía y nuestra
sociedad donde están vivos y presentes los principios de la economía
social y solidaria.

Si los ciudadanos lo entienden, y si se encaminan a defender lo que
queda de pacto social y herencia común, han de convertir el
cooperativismo en un gran movimiento ciudadano de solidaridad. Hoy el
cooperativismo viene librando una formidable batalla en defensa de su
identidad y misión. Y quienes defienden la ideología de la
privatización quieren quitarle a las cooperativas su carácter
solidario. Quieren convertir a cada grupo de ciudadanos agrupados en
torno a la solidaridad en un grupo enchufado a la lógica de la
intermediación financiera.

Las cooperativas son el germen de una sociedad renovada bajo los
principios del solidarismo. Y hoy suman miles de millones en el mundo.
Porque el mundo no va a ninguna parte por el camino de lo neoliberal.
Pero hay que comprenderlo y actuar en consecuencia. Los ciudadanos
están hoy emplazados a levantar esta bandera y a combatir por ella.
Sin esperar a que nadie les conduzca o les cumpla nuevas promesas. Es
la hora de la autogestión.

Si lo hacemos entraremos en sincronía con la marcha que otras naciones
han emprendido. Si no lo entendemos o no actuamos a tiempo quedaremos
a atrás y seremos devorados por el vecino que es el mayor
representante del egoísmo y la destrucción de la solidaridad. Si nos
organizamos recuperaremos el papel de avanzada que alguna vez
distinguió a México. De otra manera pasaremos al lugar más
despreciable como apéndice vergonzoso de la globalidad.
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