Luz de agosto

May 24, 2017 | Autor: Julio Carreras | Categoría: Argentina, Historia, Córdoba, Guerrillas, Santiago del Estero
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Descripción

Julio Carreras

Luz de agosto

Quipu Editorial

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© Julio Carreras ‒ 2014 Santiago del Estero, Argentina

® Quipu Editorial

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Nota del autor: este es un libro escrito durante años, a través un blog. Por ello se verán aparecer, cada tanto, comentarios de lectoras o lectores. Hemos conservado, para la presente edición, sólo aquellos que acercasen algún aporte conceptual.

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Mi pensamiento estaba siempre tan lejos de los objetos que una mañana, yendo a la escuela, perdí el portafolios que llevaba en la mano y no me di cuenta de eso hasta llegar al banco del aula en cuyo cajón quise guardarlo. Tenía entonces 5 años.

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1. Everness Sólo una cosa no hay. Es el olvido. Dios, que salva el metal, salva la escoria. Y cifra en Su profética memoria Las lunas que serán y las que han sido. Ya todo está. Los miles de reflejos Que entre los dos crepúsculos del día Tu rostro fue dejando en los espejos Y los que irá dejando todavía. Y todo es una parte del diverso Cristal de esa memoria, el universo; No tienen fin sus arduos corredores Y las puertas se cierran a tu paso; Sólo del otro lado del ocaso Verás los Arquetipos y Esplendores. Jorge Luis Borges

Un cielo azul marino, en un rectángulo. En él, lucecitas titilantes, emanando ese acariciante resplandor. Hasta que otro resplandor, esta vez intenso, se expande, uniforme, en el ámbito donde está el que observa: y el cielo se pone negro, las lucecitas se deslíen, derrotadas por la electricidad, que acaba de anegar la habitación. -4-

Luego de esto, todo es suponer. Supongo que ese cuadro lo vi desde mi cuna, no sé cuántos meses ‒o días‒ después de habérseme abierto las mirillas. No tenía noción de mi cuerpo, sólo me interesaba el cielo. Percibía sonidos apagados, voces, sombras que se manifestaban pálidamente cuando se encendía la otra luz. Vagamente me fastidiaban. Quería que siga el cielo, tranquilo, emanando su amable resplandor. Yo era ese cielo. Cuando irrumpía la luz eléctrica, me encarcelaba. Quedaba inmóvil, muerto, en el estrecho rectángulo de esa ventana.

Mi abuelo, Brígido Carreras, mi abuela, Corina Coria.

Campo Verde era una planicie inmensa en 1952. Mi tío Agustín era el director de la escuela. Mi abuelo Brígido, comisario de Guampacha, el pueblo más cercano. En la foto está mi abuelo como era entonces, junto a mi abuela Corina. Recuerdo a don Olegario Ávila, un estanciero vecino. Hombre más bien bajo, muy fornido, de vientre -5-

impetuoso, que se destacaba por la rastra: sobreorlada con grandes monedas de plata. Usaba bombacha gris y botas acordeonadas ‒era la moda‒, espuelas, camisa blanca, pañuelo al cuello, chaleco azul, sombrero, negro, redondo, anchísimo como merecía este sol, único en su fuerza para toda la república Argentina. La gente solía transportarse a caballo o en sulki. Pero mi tío Agustín tenía una bicicleta. Con ella íbamos a la ciudad. ¡Muy lejos! Recién de adulto comprendo el esfuerzo que aquello representaba. ¡Más de cien kilómetros, por caminos de tierra, por serranías! Entonces, con tres años recién cumplidos, lo vivía como un muy lindo paseo.

La bicicleta de mi tío Agustín tenía los manubrios combados. Vueltos hacia arriba, se me representaban las astas de un toro, como los que se veían frecuentemente en Campo Verde; la bicicleta me inspiraba por ello más respeto. Era un ser vivo ‒sentía yo‒, sólo que en otro plano de vida. Mi tío Agustín fumaba. Sólo de vez en cuando. En ocasiones felices, supongo, pues lo veía encender un cigarrillo luego de abrir cuidadosamente el paquete blanco, con rayitas doradas: Kent, cuando estábamos en la ciudad, al ponerse a escuchar música junto a la vitrola. ¡Era todo un acontecimiento! La vitrola era una caja de madera, un plato invertido encima y una bocina con forma de flor metálica, emergiendo hacia arriba. Mi tío sacaba de su portafolios una cajita con púas ‒clavitos sin cabeza‒, luego de seleccionar una la encasquillaba en el pesado puño del brazo para colocarla pronto sobre el disco que giraba muy rápidamente. No sé cuántos discos se podían escuchar con cada púa. Sé que eran pocos. Ellos venían -6-

con sólo un tema musical de cada lado; grandes y pesados, negros, algunos ‒los de RCA, creo ‒tenían en el centro, pegado, el rótulo circular con una imagen dibujada de la misma vitrola que teníamos, y un perrito escuchando, perplejo. “Fumando espero, a la que yo más quiero... “tras los cristales, de abiertos ventanales” La lógica de los mayores era evidente y no merecía duda alguna en mi pensamiento: un hombre fumando, al lado del instrumento más preciado de la casa ‒junto a la radio‒; ambas declaraban musicalmente, en su oportunidad: “Fumar es un placer, genial, sensual...” Eso bastaba para legitimar al cigarrillo. Me resultaban pues muy simpáticos los hombres que fumaban. Y su olor. El que más me gustaba era el de mi tío Antonio Revainera, que cuando nos visitaba me abrazaba muy fuerte. Entonces yo sentía alegría exquisita junto al olor de cigarrillos emanando mezclado con su masculino perfume desde las anchas solapas del traje a rayas, marrón oscuro a rayas: mi tío vestía con mesurada elegancia. Creo que contribuía al inmenso afecto que me despertaba el que jamás olvidara traer chocolates. Luego se sentaba en el sillón grande, en el ancho hall de la casa de mi abuelo, en la ciudad. Siempre elegía el sillón grande. Quizás porque en ese entonces ‒el único tiempo donde lo recuerdo, antes de su desaparición‒ andaba rengo. Limpiando la escopeta, el largo caño doble hacia abajo, se había disparado una perdigonada en el pie derecho; al introducir la baqueta, no había advertido la presencia de un cartucho viejo. Mi tío Antonio Revainera lucía bigotito fino, meticulosamente recortado, sobre un rostro impenetrable, completamente limpio. Usaba el oscuro pelo lacio muy -7-

corto, aplastado a la gomina. Algunos años después, al ver de cerca a Atahualpa Yupanqui, me pareció que su rostro copiaba casi a la perfección el de mi tío. Era hermano del padre de mi madre ‒debido a lo cual, en rigor de precisiones, tíoabuelo: mas nadie dice “tioabuelo” a sus tíoabuelos. Debemos llamarlos “tío”. Como a mi tío Sandalio Carreras, que vivía junto al canal. Él era hermano de mi abuelo, y como mi abuelo, también, hombre de armas. En los febriscentes años de La Forestal, había formado parte de su temible “Guardia del Monte”. Los que se movían a caballo y llevaban winchester ‒además de revólver, 38 largo‒ y uniforme rojo. Recién luego de cumplir 20 años comprendí lo siniestro del papel cumplido por aquella “guardia especial”, ocupada en perseguir “bandidos” como Bairoletto o Mate Cocido en El Chaco y Santa Fe. Instrumento al servicio de los capitalistas británicos, su función principal era contener la indignación de los trabajadores explotados, o los “gauchos pobres” que se oponían al desmonte irracional de tantas tierras selváticas, convertidas finalmente en desierto por la multinacional. Pero ya hablaré más tarde sobre esos temas. Ahora volvamos a 1952, año en que como dije, yo contaba en mi haber poco menos de tres años sobre este planeta. Por ese entonces mi tío (abuelo) Sandalio había dejado ya su puesto de sargento en la Guardia del Monte y trabajaba con un reposado cargo de mantenimiento, en el hangar del aeropuerto estatal.

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A la izquierda de la foto, mi tía Teodora Barros, esposa de Mariano Carreras, mi tío (extrema derecha). Luego de ella, hacia la derecha, mi tío Agustín. Enseguida, en el centro, mi abuelo, Brígido Carreras. A su lado, “Tato” Barros, hermano de mi tía Teodora. En el centro, mi abuela, Corina Coria; arriba de ella, yo.

Mi papá no fumaba. Tarde advertí eso, recién como a los seis años. Para entonces ya vivíamos en la ciudad, con mi abuela Corina, pues mi mamá se había ido. De los tres hermanos varones ‒él, que se llamaba Julio, como yo, el mencionado Agustín y Mariano, el mayor‒, mi papá era el único que no fumaba. Mi tío Mariano fumaba negros ‒como corresponde a su carácter, cosa que tal vez en los próximos textos se verá. Hasta mi abuelo fumaba, pero -9-

prefería los cigarros en chala (con el tiempo, ya “exiliado” del campo, en su espaciosa casa de la ciudad, solía mandarme ‒aunque yo tuviera veinte años‒ a comprarle cigarrillos negros, muy fuertes, para sustituir penosamente aquellos cigarros que muy pocas veces se conseguían ya, en la “progresista” ciudad.

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2. Los Carreras

Mi abuelo tenía 12 hermanos. “Tata” Pancho (Francisco Carreras), su padre, era Encargado de una gigantesca estancia, La Noria, en el sur de Santiago. Mi abuelo despreciaba a su padre, por haberse entregado al alcohol. Sin embargo, por muchos Francisco era considerado un hombre sabio, muy bonachón, amigable, un buen patriarca. De aquellos 12 hermanos hijos de Tata Pancho con Delia Santillán, la mayoría terminó yéndose a Buenos Aires. Una de las dos mujeres se casó con un alemán, los vi por última vez hacia 1967, en un gigantesco rascacielos porteño que administraban. La otra enviudó de un porteño para casarse con otro ‒burrero, es decir, afecto a las apuestas en el hipódromo‒, hacia los `60. También me alojaron alguna vez, en las incursiones a Buenos Aires que empecé a practicar con alguna frecuencia, luego de que me fugara de mi casa paterna en 1963. Algunos de los demás o sus descendientes son personajes prestigiosos en la provincia de Buenos Aires. Se hablaba de la hermosura física de Manuel, uno de los hermanos mayores de mi abuelo. Tez morena ‒como casi todos en esa tierra de exuberante sol‒ pelo negro, como los bigotes, y hermosos ojos azules, alto, elocuente, era perseguido por las mujeres loretanas. Se casó con una, pero no tuvo hijos, ya que se suicidó a los 34 años. Su muerte fue algo truculenta. Mientras su esposa conversaba con una amiga, afuera de la casa, junto al cerco que la delimitaba, él se pegó un tiro en la sien con un revólver 38 largo. Al parecer ese tiro le apartó la mano, haciendo que la bala rozara su frente, dejándole un - 11 -

rasguño y fuera a incrustarse en la pared. Su esposa y la amiga, que habían venido corriendo al escuchar el estampido, llegaron a tiempo sólo para ver que Manuel se descerrajaba otro tiro ‒esta vez fatal, pues había introducido el caño del revólver en su boca, para no fallar. “Carreras” viene de “Carrera”, el apellido original. El primero en estar aquí fue un español de Toledo, Bernardo Carrera, quien se desempeñaba como platero en El Cuzco hacia 1736. Por esa época fue que sus hijos se desplazan hacia la zona que hoy es Entre Ríos, en la Argentina, para ingresar desde allí a Santiago del Estero entre 1817 y 1822. José Miguel Carrera, el caudillo chileno en conflicto con las clases dominantes había vuelto y estaba en Entre Ríos entonces. Y la emigración de mis antepasados ocurre aproximadamente al mismo tiempo que la derrota de Carrera y su amigo, Estanislao López. ¿Tienen alguna relación estos dos sucesos? No lo sé. Hombres rudos y de combate, no se sabe mucho de ellos, más allá de un Napoleón Carrera, que se destacó en las batallas de la Independencia, junto al caudillo Juan Felipe Ibarra, hasta la generación de mis abuelos ‒bisnietos de él. De entre mis abuelos, Brígido ‒padre de mi papá‒ era el más peligroso. A los 14 años era capaz de voltear un torito a la carrera, tomándolo de las guampas. Se destacaba por ello, por su masculina hermosura física ‒moreno de ojos verdes‒ su metálica voz de mando, su velocidad con el cuchillo. Esto último le valió determinar quién danzaba con quién en cada fiesta, donde llegaba y después de bajarse del caballo se ubicaba en el centro de la pista, elegía a la niña que le agradara más, luego a un joven, y les ordenaba que bailaran para él, a los veintiún años. Félix Cruz fue un guapo muy famoso, de la - 12 -

provincia de Buenos Aires, a quien mi abuelo derrotó. Vestido enteramente de negro, rastra de plata, espuelas relumbrantes, Cruz era muy buen mozo y más alto que mi abuelo. De bigotes negros (mi abuelo los tenía rubios) Cruz impresionaba por su mirada fija y su parsimonia al andar. Fumaba serenamente mientras esperaba el momento en que su rival se echaría sobre él empuñando el facón. Mi abuelo le hizo un tajo en la muñeca derecha, Cruz tomó el pesado facón de plata en el aire con su mano izquierda sólo para recibir como un rayo otro profundo tajo allí, del facón de mi abuelo, que por entonces tenía 22 años. El sureño, cuarentón, no tuvo más remedio que retirarse pues ya no podría pelear.

Comentarios

Origen del apellido Carrera Por Ana María Ried Undurraga

Junio de 2007 La Arqueología Nobiliaria de don Fernando Márquez de la Plata menciona el documento más antiguo relacionado con esta familia que está en la Biblioteca Nacional de Madrid: el manuscrito Gracia Dei que fue escrito durante el reinado de los Reyes Católicos, que dice “Los del Apellido y Linaje de Carrera y Camino son muy emparentados y vienen de un mismo tronco, porque proceden de dos - 13 -

hermanos, naturales de las montañas y valle de Trasmiera, que llaman de Aco. En tiempo del rey don Alonso, que ganó a Cuenca y a su Obispado, y la villa, estos hermanos sirvieron al rey, y mucho, en estas guerras; ganaron mucha honra y loor y así llevaron su apellido de esta manera: “Teniendo el dicho rey don Alonso cercado uno de los dichos Castillos, estos hermanos se señalaron grandemente en la toma de él, porque ambos hermanos, antes de amanecer, a caballo, siguiendo el uno al otro, tomaron el camino donde estaba la gente que lo defendía. El hermano que iba adelante fue muerto por un centinela, y el otro, que lo seguía apuró con furia su caballo, de manera que los que le seguían en su carrera, mataron a los guardias, entraron al castillo y colocaron la bandera del rey en la torre de homenaje. Al saber el rey la hazaña de estos hidalgos, los mandó llamar, y al ver que había uno solo, preguntó por el otro hermano, y le contestaron que el otro había muerto en la carrera. Dijo el Rey: sea su nuevo apellido Carrera, y haya por armas un escudo partido, con un castillo con tres torres, y en la parte del homenaje salga un brazo, armado que tenga en la mano un pendón colorado, y encima de cada torre una estrella azul, en señal de que se hizo esta hazaña antes del amanecer, y póngase una banda negra que los atraviese, en señal de haber muerto el otro hermano en la carrera”. Estas armas constan en la certificación de blasones dada por Juan de Mendoza, cronista y Rey de Armas de Felipe IV, el 8 de enero de 1632, a favor de Domingo de la Carrera, dueño, en aquella época de la casa de Amezqueta, del país vasco. - 14 -

Carreras de Chile Quizás Borges, el maestro de la convergencia de sucesos, pueda darnos la explicación. Estimado Julio: Hoy estuve revisando tu blog. Llegué aquí al googlear mi nombre para saber si ya estaba en internet un artículo que publiqué. Ahí di con la sorpresa de que tu abuelo tenía el mismo nombre que yo. Te cuento que para mi familia nuestro apellido tiene mucho de incógnita. No manejaba el dato de Bernardo Carrera, lo que sí puedo decirte es que José Miguel Carrera Verdugo fue quien encabezó el primer gobierno en mi país, derrocando a la Primera Junta de 1810 que se debatía entre moderados y realistas. Con Carrera se inaugura la llamada Patria Vieja, período en el cual Chile declara por primera vez su Independencia ‒ sin reconocimiento internacional y mucho menos de España. Por entonces, José Miguel junto a sus hermanos Juan José y Luis, y al otro gran prócer (el más popular y querido por los chilenos), Manuel Rodríguez Erdoiza crean los “Húsares de la Muerte”, un escuadrón militar patriota bien organizado y cuyo símbolo era la calavera. Los Húsares eran bastante controvertidos: católicos y aristócratas, defendían más el derecho a rebelión de los pueblos que la necesidad de organización política. Conocidos bohemios y mujeriegos, simpatizaban con una suerte de protoanarquismo, años antes de Proudhon y Bakunin. Alguna vez Manuel Rodríguez acuñó la frase de que “Si a mí me nombraran Director Supremo me derrocaría a mí mismo”. José Miguel fue uno de los primeros héroes de la región que creyó en la necesidad de construir una gran nación de los pueblos del Sur, aún antes que Bolívar. Su - 15 -

hermana Javiera coció ella misma el primer estandarte patrio: una bandera de 3 franjas horizontales con los colores amarillo, blanco y azul. En 1814 se produce en Chile el desastre de Rancagua, los españoles retoman el poder, viene la Reconquista y las acusaciones recíprocas entre o'higginistas y carrerinos respecto de quien forzó la rendición. O'higgins, secundando a José de San Martín y fuertemente influenciado por la Logia Lautariana ‒ sociedad masónica secreta y cuyo ideólogo fue Francisco de Miranda ‒ sostiene fuertes roces con Manuel Rodríguez y los heramnos Juan José y Luis Carrera en la expedición a Mendoza que prepara la vuelta a Santiago hacia 1817. José Miguel no concurre a la expedición y decide partir a Estados Unidos para reunir fondos y construir una flota que lo lleve de regreso a Chile para su liberación definitiva. El resto de la historia es más conocida. O'higgins, San Martín y la Logia se deshacen de Juan José y Luis, y de Rodríguez. José Miguel junta a sus hombres, haciéndose acompañar sin distinciones por gran cantidad de indígenas, y a punto de sitiar Buenos Aires, ciudad a la que llegó a interrumpir el flujo de agua para consumo, huye con una indígena y pierde la oportunidad de torcer la mano de la autoridad local y de San Martín. En otra de estas revueltas Carrera es traicionado por un caudillo argentino en la provincia de Entre Ríos, y debe enfrentarse al gobierno federal al internarse en la Pampa tratando de huir a Chile en compañía de un ejército diezmado de chilenos e indígenas. Es derrotado, apresado y llevado a Mendoza para su fusilamiento. Antes de morir dejó en claro su profundo sentimiento panamericanista: “Muero por la Independencia de América”. Responsabilizado en Chile por su muerte, O'higgins cursa a Javiera, la hermana de José Miguel, la boleta con los gastos de fusilamiento - 16 -

para que sean cubiertos por la familia. O'higgins es acusado de ser cómplice de los hechos, y hacer de títere de San Martín y la Logia, y dos años después es forzado a abdicar de su cargo de Director Supremo. El hijo del prócer chileno, José Miguel Carrera Fontecilla participó en la fundación de la Sociedad de la Igualdad, primera agrupación de carácter socialista que conoció la historia de Chile, y el hijo de éste último Ignacio Carrera Pinto, (nieto del héroe) fue el militar que debió dirigir la resistencia en la Batalla de la Concepción en el marco de la Guerra del Pacífico (Chile frente a la alianza Perú-Bolivia). La historia señala que un escuadrón chileno de 77 hombres quedó rezagado y que, decidido a no llevar a cabo la rendición, optó por morir combatiendo frente a 300 hombres peruanos, sabiendo que no existían opciones de éxito. Espero esto te sirva, sobre todo, si ‒ como he revisado ‒ eres escritor. Con respecto a los vínculos con los Carrera, reconozco estar más perdido, quizás tú puedas ayudarme. Sé que el padre de José Miguel se llamaba Ignacio de la Carrera y participó en la Primera Junta Nacional de Gobierno de Chile. Y no sé mucho más para atrás. Lo que me inquieta es que el apellido Carreras, es común en España, tal como el del tenor, y no es improbable que la división de las ramas se haya producido en la madre patria antes que acá. ¿Tienes más datos al respecto? Te cuento que yo soy sociólogo (30 años), trabajo en la ONG Genera y hago clases en la Escuela de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado. Afectuosamente, - 17 -

Francisco Carreras Vicuña Sociólogo Área de Análisis y Estudios Genera, Ideas y Acciones Colectivas PD: Te reenvío un email dirigido a mi padre y hermana. Papá y Mapy: Hace muchísimos años que tengo la curiosidad por saber de dónde viene nuestro apellido y si se relaciona o no con el de los hermanos Carrera. ¿Cuáles eran los antecedentes que yo manejaba? No mucho. Que alguna vez algún antepasado ordenó una investigación que no llegó a buen puerto, que el Tata aseguraba que existía una línea lateral a partir de un hijo natural de Luis Carrera y – según lo que me habría dicho la mamá – sería el fruto de un romance de éste con una indígena. Bueno, hace unos meses tú, Mapy, me señalaste que el tronco común partía con Ignacio de la Carrera, vocal de la Primera Junta Nacional de Gobierno, de cual provenían 3 ramas: Los de la Carrera, los Carrera y los Carreras. La teoría no es mala, teniendo en cuenta que si el padre es “de la Carrera”, algo sucedió para que Javiera, José Miguel, Luis y Juan José se apellidaran Carrera, a secas. Pero el inconveniente que surge es de dónde salen las otras ramas. ¿Tuvo Ignacio otra descendencia que mantuviera su apellido, y además la variante de los Carreras? Complejo. Pero vamos a cosas claras: - 18 -

1‒ No se puede dudar que existe un tronco común. Tal como el de los “Fernández” y los “Fernandes”, los “Enríquez” y los “Henríquez”. 2‒ Existen entonces tres opciones: a) Que las ramas se hayan formado en España y que, por tanto, el tronco común sea anterior al de los héroes patrios. Caso en el que probablemente tendríamos algo que ver con el tenor español, José Carreras. b) Que las ramas se hayan formado también en Chile (o Sudamérica), caso en el que el vínculo con José Miguel y sus hermanos sería más próximo. c) Que el apellido nuestro surja por una derivación de los Carrera, y no de los Carreras españoles, apellido que – por lo que he constatado en internet – no es inusual en la madre patria. Les envío un sitio de internet de un escritor argentino, patria donde fueron fusilados los 3 hermanos varones, que puede ayudar a comprender más el entuerto: http://fulgor.blogspirit.com/archive/2005/05/index.html Pancho. Anotado por: Francisco Carreras Vicuña | 22/04/07

Respuesta del autor Estimado Francisco: Muchas gracias por tu rico e interesante comentario. En verdad yo también me siento algo desconcertado ante nuestro apellido. Pese a que es indudablemente de - 19 -

origen español, no es tan “común” como otros (Gómez, Jiménez, López). También están los “De las Carreras”, que no sé muy bien de dónde vienen; en Córdoba (Argentina) hay un barrio que se llama Chateau Carreras porque allí hubo en tiempos coloniales una familia De las Carreras y se refiere a la casa donde residían (especie de castillo). En Uruguay hubo también un escritor de muy buen nivel literario que llevaba el apellido De las Carreras (a principios de siglo). Te confieso que al igual que muchos de mis antepasados, no he tenido tiempo suficiente para investigar si existen vínculos o no entre nosotros. Me quedé sólo con los más directos, como los mencionados en el texto de arriba, es decir familiares en la provincia de Buenos Aires, algunos en Córdoba... y poco más. Una cuestión que complica más este asunto es que nuestro apellido familiar fue en realidad “Carrera”. Mi padre, y varios de mis tíos, fueron consignados así en los registros de nacimiento. Pero con el tiempo prevaleció “Carreras”. Dado que esta no es una progenie tan extendida como los Gutiérrez o los Fernández, tiendo a considerar posible que todos tengamos un origen común. Por último –aunque más no fuera como anécdota de color- en Santiago del Estero, donde vivo, hubo un gobernador de apellido Pinto, emigrado desde Córdoba. Hacia 1994, compramos una casa y nos trasladamos a vivir en una calle que lleva su nombre: Luis Pinto. Como veinte años después nos enteramos de que el apellido completo de este cordobés era Pinto Carreras. Un saludo afectuoso, si encuentro más datos que puedan ayudarte los consignaré aquí apenas los obtenga. - 20 -

Anotado por: Julio Carreras | 22/04/07

Descendientes de Javiera También tengo algo que ver en esto y estoy tratando de averiguar más... Se que por parte de mi abuelo paterno, somos descendientes de Javiera, la hermana de José Miguel, Juan José y Luis. Entiendo que viene por el lado de los Echiburu Carrera y de ahí salta a Albornoz Echiburu. Si ustedes tuvieran alguna información que me pueda servir se los agradecería. Anotado por: Raul Albornoz | 21/05/07

Los Carrera de Buenos Aires Hablando del apellido Carrera, hubo un Pedro N. Carrera viviendo en la zona de Tres Arroyos, Provincia de Buenos Aires. Él fue uno de los fundadores de esa ciudad y era un estanciero acaudalado dueño de un establecimiento denominado “La Ballena”. Según diarios de Tres Arroyos Don Pedro N. Carrera (nombre que lleva una de las pocas calles que no son simplemente números en dicha ciudad Bonaerense) fue Diputado de la Nación, fue quien eligió el lugar donde debía fundarse Tres Arroyos y amén de ello tenía transportes de carretas. Tuvo hijos e hijas Uno de sus nietos fue Leopoldo N. Carrera, campeón mundial de billar por ahí de 1950. - 21 -

Leopoldo Carrera, campeón Mundial de billar.

Otra de las hijas, Margarita casó con el Dr. Ramón Vivas, doctor en leyes cuyo padre o abuelo también acaudalado era dueño de un “Palacio” llamado así “Palacio de Tristán Vivas” en un departamento del norte de Córdoba, lindante con Santiago del Estero y con Catamarca (Departamento Tulumba) La finca creo se llamaba El Carrizal y podría haber sido comprada por el ex gobernador de Córdoba Angeloz. Según comentario aparecido en la Revista del diario La Nación de Buenos Aires, Argentina, algún domingo de 1971 o comienzos de 1972, en una entrevista realizada a un Santamarina (también un hombre de mucha fortuna) él habría comentado que su patrimonio lo hizo gracias al apoyo de Pedro N. Carrera. Es posible ‒no seguro‒ que Santamarina (¿Pedro N.?) podría haberse casado con una de las hijas de Carrera pues él era albacea y Carrera falleció relativamente joven. Uno de los Carrera trabajó durante - 22 -

muchos años en la biblioteca del Congreso de la Nación Argentina. Anotado por: Julio Voget | 28/05/07

Respuesta del autor Mi abuelo, Brígido Carreras, cuando quería significar que alguien era muy rico, lo comparaba con un tal “Horacio Santamarina”; también hablaba, en esos casos, de “Benjamín Zubiaurre”. Personalmente nunca di mayor importancia a esos nombres, tomándolos sólo como cuando ahora, en una conversación alguien dice “Macri” o “Grobocopatel” para un propósito parecido. Además siendo niño uno se abstrae, generalmente, de la conversación de los mayores. Vagamente rescato fragmentos de las conversaciones, donde creo recordar alguna mención, cierta vez, de que “Benjamín Zubiaurre supervisaba personalmente el ingreso del ganado”. Es que mi abuelo ‒como creo haber consignado arriba ya‒ desde los doce o trece años iba junto a otra gente de la estancia La Noria, en Santiago, llevando miles de vacas a la provincia de Buenos Aires (1.300 km a caballo y los equipajes en carros). Mi bisabuelo Francisco, Tata Pancho, había sido el iniciador de ese ciclo en el siglo XIX (fines de la década de 1880) entonces es probable que ese Santamarina que tan gentilmente trae ahora a cuento el Sr. Julio Voget, haya sido uno de los protagonistas regulares de las transacciones entre la estancia de Santiago y Buenos Aires en aquella época. - 23 -

Muchas gracias y un saludo cordial. Anotado por: Julio Carreras | 28/05/07

Origen de los Carreras Mis amigos: Como yo soy estudiosa de estos temas les aporto algo: El apellido “de la Carrera” es el original, y tiene más de 350 años, en España. Eran dos hermanos que no se llamaban así y que fueron héroes en la toma de un castillo en Navarra. Uno de ellos murió y el otro “a la carrera” de su caballo abrió las puertas del castillo enemigo mencionado. El rey les dio ese nombre para recordar la hazaña, y a la vez le dió muchos bienes y títulos al hermano “De la Carrera”. De allí vienen todos. El primer De la Carrera llegado a Chile fue don Ignacio de la Carrera e Yturgoyen, algo así como abuelo del Padre de la Patria, don José Miguel de Carrera. Los apellidos Carreras y Carrera, y De Carrera, son variaciones del mismo apellido. Puede haber hijos naturales, esclavos que se llamaron como sus amos (había negros), etcétera. Don José Miguel de Carrera dejó un solo hijo hombre y de él hasta ahora no quedan descendientes directos con su apellido. Los que encontramos pueden ser descendientes de sus parientes o de otros que quedaron en España, son más de 300 años. Vivan ellos por siempre en nuestros corazones, junto a Manuel Rodríguez y a Ignacio Carrera Pinto. También hay que saber mucho de él, porque de tal abuelo tal nieto.

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Si alguien quiere saber la descendencia de nuestros 4 hermanos Carrera, están en la Internet. Juan José no tuvo hijos, Luis fue soltero. José Miguel tuvo 4 hijas y un hijo. En Chile tenemos un completo arbol genealógico de José Miguel. También de Javiera, que se casó dos veces. Sus hijos fueron Lastra Carrera y Díaz de Valdés Carrera. Ya se estaban sacando el “de”. Como ejemplo, el primero de mi apellido se llamó Juan Francisco Martínez de Aldunate de Uxoé y Garro. Su padre era Martín de Uxoé. El “Martínez” es porque era “hijo de Martín”. Era del lugar de Aldunate en Uxoé, Navarra. Garro era por su madre. Doña Fausta de Garro. ¡Hace 500 años! No había computación, ni internet, ni autos, ni teléfonos, ni electricidad, ni aviones, ni TV, ni DVDs. Era en la Edad Media. Y antes aún, habían Aldunate en Almería, en el sur de España, lugar que fue invadido por los moros como el año 800 DC. En árabe Aldunate quiere decir “el que vive a la subida de la loma”. Ya tenían riquezas, pero las invasiones moras los obligaron a huir a las provincias vascas sólo con lo puesto. Seguramente eran visigodos. A estudiar, niños. Yo tuve en mis manos un sable de José Miguel, y en el lomo de la hoja dice “José Miguel de Carrera”, grabado en el acero. Se van a poner viejos leyendo. Chauuuuu Anotado por: Vicky | 12/08/07

Respuesta del autor - 25 -

Vicky, gracias por tus interesantes comentarios. Magnífico el dato que anotas respecto de que algunos Carrera eran negros. En Cuba, hay un gran escritor, abogado, penalista, especializado en los Derechos Humanos de los reclusos, llamado Julio Carreras. Hombre muy moreno, seguramente en su sangre fluyen ríos africanos. Sus numerosos libros pueden encontrarse con buscadores de Internet. También -¡sorpresa poco agradable!- pude hallar, hace poco, un Julio Carreras negro, acusado por el FBI de Estados Unidos como delincuente común y escrachado poniendo sus fotos en tal sentido en la red, con un número debajo, pese a haber sido liberado por la Justicia. Anotado por: Julio Carreras | 13/08/07

Pichi Rey “Carrera y sus hombres fueron por esos años un vendaval, especialmente después del tratado de Arroyo del Medio en 1820, entre Buenos Aires y Santa Fe, por el cual el chileno perdió su condición de asilado político entre los caudillos. Se hundió entonces entre las tolderías de Pablo el Vorogano, que lo recibió efusivamente. [...]Al unirse a los caudillos [Carrera] logró fortalecerse; cuando fue abandonado por ellos consolidó sus lazos con los indígenas [...] ...cómodo entre los mapuches, recibía los halagos de cada vez mayor cantidad de comunidades. Respetado y protegido ya era para ellos el “Pequeño Rey” (Pichi-Rey). Así se lo demostraron, en un gran parlamento celebrado en su campamento en 1821 a través de un lenguaraz que se - 26 -

dirigió a Carrera, para decirle que, habiéndose reunido en consejo las tribus indias, él había sido elegido para congratular y dar la bienvenida al Pichi Rey, para informarse de su salud y de las dificultades que había encontrado en su camino, la situación del país que había dejado, las fuerzas militares de que disponían, cómo las empleaban y qué planes se proyectaban. [...] Hízole presente que, en testimonio de adhesión, se ponían todos a sus órdenes y no tenía más que encabezar las tribus para que volaran a vengar sus agravios [...] una copla mapuche declamaba: Carrera Pichi Rey... Grande cuando habla con nuestro Padre Sol todos los días por la vida de nosotros, los humanos. Pichi Rey habla al Sol y el Sol contesta a Pichi Rey. Nuestros, juntos, sabios, el Sol y el Rey hablando de nosotros, cuidando los toldos. La fiesta, la tierra, la risa. (Fragmentos del libro “Nuestros paisanos los indios”, del antropólogo argentino Carlos Martínez Sarásola.) Anotado por: Fernando Gutiérrez Pinto | 13/08/07

José Miguel Carrera (Dos fragmentos) - 27 -

“Había en ese hombre algo de Alcibíades griego. Poseía la flexibilidad de maneras de ese héroe ateniense que, en Esparta, ejemplarizaba con su sobriedad a los discípulos de Licurgo, que en Jonia, era el más voluptuoso; que en Tracia pasaba por el mejor jinete y el mayor bebedor; y que en Persia asustaba con sus lujos a los sátrapas del rey. Carrera también había sido en España un oficial bravo y alegre; en Chile, un revolucionario hábil y audaz; en Estados Unidos, un proscrito circunspecto y emprendedor; en Montevideo, escritor y diarista; entre los montoneros de Entre Ríos y Santa Fe incansable batallador; en la pampa, un gaucho en el manejo del caballo y de la lanza”. (Miguel Luis Amunátegui) Aún ausente y forzado a permanecer ajeno a todos estos hechos, la historia de Carrera en este período resultará en una epopeya insólita y sobrecogedora. Su venganza contra los asesinos de sus hermanos, contra los tiranos, sería un verdadero azote sobre el territorio argentino. Desde su imprenta clandestina publica “El Hurón”, un periódico que devela hasta la intimidad los escándalos de la administración de Pueyrredón y las argucias del masón liberal San Martín en Chile. Desnuda también los afanes imperialistas de los “patriotas” argentinos. La indignación popular creció en Buenos Aires y en las provincias como un reguero de pólvora al conocerse las denuncias de estos impresos, motivando a las autoridades a redoblar los esfuerzos por dar cacería al rebelde militar chileno. En “José Miguel Carrera. Su vida. Sus vicisitudes. Su época”, Manuel Reyno Gutiérrez apunta:

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“No caerán en terreno estéril las palabras de don José Miguel Carrera y la guerra civil no tarda en asomar su sangrienta cabeza sobre las márgenes del Plata. Sus adversarios se defienden, cargándolo de acusaciones y de ofensas, y anotan en el haber de su cuenta todo lo malo que ocurre, presentándolo como un aborto del infierno. La lucha es a muerte y no hay tregua posible. En ella caerán todos los actores: Carrera, Pueyrredón, O'Higgins, San Martín. La sangre va a llenar muchas páginas de la historia argentina, y mientras la marea arroja a las playas del Plata a Rosas y sus mazorqueros, encarnados en las ideas federales, y se funde en dolor el futuro de la República Argentina al este de los Andes...” Había comenzado, entonces, la Anarquía argentina. El proscrito logró armar un ejército enorme, conformado por rebeldes y más tarde indígenas que lo reconocieron con el título del “Pichi Rey”. Aplastó militarmente a Buenos Aires en dos ocasiones y puso en jaque a sus enemigos en el gobierno. Dejemos que Fernando Campos Harriet termine de contar esta etapa: “José Miguel Carrera se unió con los federales. Aparte de su conveniencia política, había una razón ideológica: acababa de llegar de Estados Unidos y en la gran nación del norte había podido comprobar los asombrosos y felices resultados de ese régimen institucional que, aparte de un breve ensayo, nunca se ha estudiado seriamente establecer en Chile”. “La lucha de los federales con el Director Supremo Pueyrredón fue acaudillada por Ramírez, el jefe de Entre Ríos, instigado por Carrera, que colaboró con su pluma predicando la federación y denunciando un plan de - 29 -

Pueyrredón con las brasileños para entregar la Argentina a un príncipe Borbón”. “Pueyrredón renunció a causa de la gran impopularidad de su persona y entregó el 10 de julio de 1819 el solio presidencial al Brigadier Rondeau. Este recibió por herencia la guerra civil”. “El triunfo de los federales fue incontenible. Ocuparon Buenos Aires. Manuel Sarratea fue nombrado Gobernador. A los diez días, Balcarce, unitario, que había salvado su división de la derrota, derribó a Sarratea. Pidió a José Miguel Carrera que sirviera de mediador con los federales. Carrera aceptó y con el pretexto de desempeñar esta comisión se dirigió con la celeridad del rayo a entrevistarse con su amigo Ramírez, que estaba a alguna distancia de la capital. Unas cuantas palabras le bastaron par entenderse. Era necesario desalojar a Balcarce. Era absurdo sostener en el poder a un enemigo, pudiendo derribarle”. “Con doscientos hombres, Ramírez y Carrera marcharon sobre Buenos Aires y entraron sin ninguna resistencia, viendo incorporarse a sus filas a los defensores de la ciudad”. “Balcarce huyó, abandonado de sus leales, dejando el puesto a Sarratea. Carrera había sido el promotor de todos estos acontecimientos increíbles. Miguel Zañartu, Ministro de Chile en Buenos Aires, escribió a O'Higgins: “Carrera es el alma de todos estos movimientos.” Carrera continuó planeando su regreso a Chile. A diferencia de lo sucedido con el Ejército de los Andes, no quería extranjeros en sus filas que repitieran el espectáculo de intervención política que ofrecían los militares mendocinos en Santiago. Para ello convino con Sarratea - 30 -

en un acuerdo para sacar a todos los chilenos de la guarnición de Buenos Aires, reuniendo 600 hombres que quedaron al mando de José María Benavente, designado Comandante en Jefe por Carrera. Pero Zañartu puso en alerta al Gobierno de Chile y escribió una seria advertencia a Sarratea, por nota del 16 de marzo de 1820: “Ya no puedo por más tiempo ser indiferente a la voz pública que, con los preparativos de esta expedición, ha divulgado también la protección que Usía le dispensa, al extremo de franquear a don José Miguel Carrera, autor de ella, todos los soldados que paga este país; y que bajo el nombre de desertores, existen en la ciudad y en la comprensión de la provincia. Si es verdadero este permiso o más bien esta cooperación, ella expresa una declaración abierta de guerra contra el Estado y Gobierno que represento y me impone el deber de pedir a Usía, con los motivos de esta resolución, el pasaporte correspondiente para retirarme a mi Estado”. Sarratea no respondió la nota, por lo que Zañartu se volcó a los medios difamando sin piedad a Carrera y relatando el éxito de la campaña de Lord Cochrane sobre Valdivia, que veremos más abajo. Agregaba que una interferencia de Carrera podría en peligro la Expedición Libertadora al Perú, con lo que consiguió reclutar antipatías contra Carrera. Incorporado ya entre los indios, el “Guerrillero de las Pampas” sembró el terror en las provincias donde las fuerzas argentinas bloqueaban el paso a la cordillera, hacia su propia patria, sabiendo que su regreso a Santiago volvería a convertirlo en el líder indiscutido de las masas arrebatándole a los lautarinos la posibilidad de repartirse en poder político. Infatigable, había pactado con el - 31 -

Gobernador de Entre Ríos, Ramírez, para algunas de sus acciones. Sitiando Córdoba hasta conseguir su rendición, se le unió el Coronel argentino Felipe Álvarez, con 800 hombres. Luego de separarse de Ramírez, Carrera derrotó a las tropas mendocinas en villa Concepción de Río Claro. Se había vuelto con ello la peor y más humillante pesadilla para el Plata. Miguel Luis Amunátegui escribe sobre ello: “Esta facilidad para triunfar, a pesar de la escasez de sus recursos, dio a Carrera entre los campesinos la fama de hechicero. Aquellas pobres gentes no podían explicarse tan constante y buena fortuna en la guerra, sino atribuyéndola a causas sobrenaturales. Referían mil patrañas al respecto. Contaban, entre otras cosas, que había quien había visto a Carrera durante un combate sacar del bolsillo un papel blanco, arrojarlo al viento, y hacer brotar de la tierra por la virtud de tal conjuro, legiones de soldados cuyo empuje nadie era capaz de resistir. Una reputación como ésta no dejaba de aprovecharle y apartaba de su camino más de un enemigo”. Anotado por: Luciana Estévez | 11/03/09

El Testamento de Carrera “Príncipe de los caminos / Hermoso como un clavel / embriagador como el vino / era don José Miguel.

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¿Quien fue el primero que dijo, / libertad en nuestra tierra, / sin reyes y sin tiranos....? / ¡Don José Miguel Carrera!” (Poema de Pablo Neruda) El 25 de junio de 1819, sintiendo la posibilidad de la muerte cerca, el General Carrera redactó su elocuente Testamento, en los siguientes términos: “En el nombre de Dios. Yo, José Miguel de Carrera, natural y vecino de Santiago de Chile, hijo legítimo de don Ignacio de Carrera y de doña Paula Verdugo, ya difunta, naturales también de aquella ciudad, hallándome en mi sano y entero juicio, para estar prevenido con disposición testamentaria cuando llegue la muerte, y para resolver con maduro acuerdo todo lo concerniente a evitar dudas y pleitos que por defecto de claridad pueden suscitarse después de mi fallecimiento, otorgo mi testamento cerrado en la forma siguiente. Declaro hallarme casado legítimamente con doña Mercedes Fontecilla, en cuyo matrimonio hemos tenido por hijas a Francisca Javiera, Roberta, Rosa y Josefa, que aún están en la edad de la infancia, declarando asimismo hallarse a la fecha embarazada, cuyo fruto reconozco igualmente que a los demás por mi hijo; de los cuales, usando de la facultad que me confiere la ley, nombro por tutor y curador en primer lugar a don Francisco Tagle, en segundo lugar a don Pedro Vidal, y en tercero a don Nicolás Cerda, todos naturales y vecinos de la misma ciudad de Santiago de Chile; esperando de la buena conducta, fe y amistad del que admitiese este encargo que - 33 -

cuidará con el mayor celo de la conservación y aumento de sus bienes, de su mejor crianza y educación sobre que le encargo la más empeñada atención y esmero. En el caso de que mi cuarto hijo, del que queda mi mujer embarazada, fuese varón, es mi voluntad que a los siete años de edad sea mandado a Estados Unidos al cuidado de mi íntimo amigo el comodoro David Porter para que sea educado por su dirección en uno de aquellos colegios. Si desgraciadamente faltase mi mujer antes que mis hijas tengan la edad de ocho años, es también mi voluntad que sean mandadas a Estados Unidos para que al cuidado y dirección de dicho mi amigo reciban su educación debiendo volverlas a su patria luego que cumplan trece años. Declaro que la expresada mi mujer no aportó a nuestro matrimonio por dote cosa alguna, y que, lejos de haber gananciales, hemos sufrido pérdidas y menoscabos causados por los contrastes de la revolución. Mis bienes al presente deben consistir en la parte que, como a uno de cuatro herederos forzosos de mi difunta madre, me corresponden, cuyas particiones no se han practicado, existiendo aún aquellos bienes hereditarios en poder de mi padre. Con respecto a que con la muerte de don Luis, mi hermano, debe recaer en mí la mejora que mi madre le hizo de una casa que está en Santiago de Chile, según todo consta de su disposición testamentaria, la declaro parte de mis bienes. Por el fallecimiento de Juan José, mi hermano, deben venir a mí las capellanías de legos que gozaba, lo declaro para que conste. En 1814 di boletos de manumisión a mis esclavos María de los Santos Carrera y a un negro que me fue - 34 -

regalado por el obispo Guerrero, cuyo nombre no recuerdo por ahora: para su mayor firmeza lo declaro en este testamento, y si necesario fuere la doy de nuevo, mandando que desde la fecha de dichos boletos se tengan por libres; como igualmente desde la presente a Dionisia Blanco, mi esclava, que actualmente está en mi servicio (y a todos sus hijos, si algún derecho me corresponde sobre ellos), a quienes desde luego manifiesto para que, como tales libres, puedan tratar, testar o hacer todo cuanto se permite al que es naturalmente tal; y en consecuencia de lo que proviene el derecho, renuncio enteramente por mí y mis sucesores el de patronazgo que tengo en ellos por las leyes, para quede esta suerte sea más firme su manumisión y jamás pueda yo reclamarla. A la mencionada doña Mercedes, mi mujer, lego el remanente del quinto de mis bienes: lo declaro para que conste. Para diligenciar la expedición que conduje de Estados Unidos, compuesta de cuatro buques de guerra la “Clifton” el “Salvaje” la “Davey” y el “Tupac Amaru” con armamentos y pertrechos suficientes para la formación de un ejército, con oficiales militares, y artesanos para los ramos de guerra, etc., etc., fue necesario emprender gastos considerables a que ocurrí con dinero a mi responsabilidad, ellos constan de las cuentas que quedan entre mis albaceas que, formalizadas, reclamen la cantidad a que asciendan del Estado de Chile que creo obligado a cubrir en razón de su libertad y por sus órdenes fue consumida. Entre estos gastos se ven los de la conducción de oficiales y artesanos de los que dispusieron el Gobierno de Chile y el de Buenos Aires, que deben abonarlos; de estas cantidades se pagarán dos mil pesos fuertes al coronel Joel Robert Poinsett vecino de - 35 -

Charlestown en Sud Carolina, los que deberán entrar en mis bienes, caso de haberse cubierto antes de mis fondos. La flotilla y demás auxilios conducidos de Estados Unidos para libertar a Chile, mi patria, debe considerarse y fue la obra del Presidente del Gobierno de aquel país y del general de sus tropa al tiempo de la retirada de Mendoza: mi viaje a este objeto a Estados Unidos fue de acuerdo con el vocal Orive, y con consentimiento del Director de las provincias unidas don Ignacio Álvarez quien me recomendó oficialmente al Presidente de aquella nación el señor Madison. Habrían tenido efecto mis sacrificios y Chile habría disfrutado ventajas incalculables, si mi expedición no hubiese sido detenida y destruida por la arbitrariedad y despotismo del Director Pueyrredón. En esta virtud y en la de que las mismas contratas que celebré en Estados Unidos sobre la expedición, acreditan no haber por mi parte responsabilidad alguna, mando a mis albaceas y herederos no se mezclen en gestiones que sobre dichos contratos ocurran, dejando que por sí solos reclamen sus derechos los interesados como, cuando y contra quien vieren convenirles. Mis dependencias pasivas constan de letras que he girado contra mi casa; mando que se paguen y que si apareciesen algunas activas, se cobren. Nombro por mis albaceas a don Francisco Tagle, a don Pedro Vidal y a don Nicolás Cerda a cada uno in solidum confiriéndoles amplia facultad para que de mis bienes se cumpla y pague todo lo prevenido en este testamento, cuyo encargo les dure el año legal y aún más tiempo si lo necesitaran. Después de cumplido y satisfecho todo lo expresado, en el remanente de todos mis bienes y derechos presentes y - 36 -

futuros, instituyo por mis únicos herederos a las referidas Javiera, Roberta, Rosa y Josefa, igualmente que el que está en el vientre, cuando por la ley puedan serlo, y a los demás descendientes de legítimo matrimonio que hubiese al tiempo de mi muerte y deban heredarme para que lo lleven según lo dispuesto por las leyes. Solo formalicé disposición testamentos en 1806 a favor de mi hermana Javiera; ésta y cualquiera otra que pareciera anterior a la presente las doy por nulas, y, en caso necesario, las revoco para que fe judicial ni extrajudicialmente excepto este testamento o se tenga por tal, se cumpla en todas sus partes como mi última voluntad o en la forma que más haya lugar en derecho. Montevideo, 25 de Junio de 1819. (Firma) J. MIGUEL DE CARRERA” Hacia fines de 1820, la autoridad de Cuyo reforzó su fuerza contra Carrera y sus hombres, que ya controlaban la totalidad de la Pampa y de Córdoba. La decisión se tomó por instrucciones de Buenos Aires, obedeciendo a su vez a los consejos de Zañartu. El General Morón partió rumbo a San Luis con las divisiones de San Juan y de Mendoza, para enfrentarse con Carrera y Ramírez. El azote de Morón fue despiadado, apresando y fusilando a cuanto mendocino despertaba sospechas de ser aliado de la guerrilla. Confiaba ya en su superioridad a razón de su crueldad, cuando en junio de 1821 cayó derrotado y muerto por los hombres Carrera tras iniciar el argentino un combate “sorpresa” que alcanzó a ser advertida por los montoneros al toque anunciando a retaguardia. La muerte de uno de los mejores generales del Plata y el escape despavorido de las fuerzas de Cuyo serían una dolorosa - 37 -

mácula en el orgullo bonaerense, que exigía ser lavada con la sangre de Carrera. El prócer chileno, quizás excesivamente confiado en sus triunfos, pretendió dar el golpe final para atravesar la cordillera de los Andes. El fracaso de su intento de salir desde San Luis le había demostrado que debía proveerse de una caballería acorde a las necesidades de tal empresa, por lo que el 21 de agosto partió con 500 hombres hasta Punta del Médano, cerca de San Juan, con tal propósito. Inesperadamente, fue rodeado por 800 hombres del Ejército de Mendoza, al mando del Coronel José Albino Gutiérrez, que habían sido alertados de su presencia. La lucha fue desigual, batiéndose en retirada Carrera, Benavente y Álvarez. Viendo todo el proyecto fracasado, el ilustre patriota chileno fue traicionado vilmente por los jefes argentinos que hasta sólo unas horas antes le juraban lealtad, y tres oficiales a su servicio decidieron volverse mercenarios tras secretas ofertas de Buenos Aires para comprar su libertad: José María Moya, José Manuel Arias y un tal Inchauste. La deslealtad de estos personajes ha hecho historia. Consiguieron rebelar a gran parte de la tropa para apresar a todos los demás oficiales salvo a Benavente, a pesar de su negativa a pasarse al bando de los traidores. Carrera fue amarrado de pies y manos, siendo conducido a Mendoza la noche del 1º de septiembre. Lo encerraron con Benavente y Álvarez en el mismo calabozo. Al día siguiente, El Coronel Albino Gutiérrez llegaba a la ciudad exigiendo la ejecución de los detenidos, siendo procesados durante esa misma noche en un escandaloso libelo plagado de injusticias, sin derecho a defensa para la parte acusada y ausente de todo apego al derecho, con una sentencia concebida entre cuatro paredes y sin ajuste ni - 38 -

referencia a legislación alguna, que le fue leída a los detenidos a las ocho de la noche del día 3: “Visto, conformándome con el parecer del Consejo de Guerra, serán pasados por las armas en el perentorio término de 16 horas el Brigadier don José Miguel Carrera, el Coronel José María Benavente y el de igual clase don Felipe Álvarez”. El 4 de septiembre de 1821, durante la mañana y a dos horas de la ejecución de la sentencia, Carrera pidió papel y lápiz para escribir su carta de despedida a la mujer de su vida, su paciente y sacrificada esposa Mercedes Fontecilla, diciéndole: “Ten resignación para escuchar que moriré hoy a las once. Sí, mi querida, moriré con el solo pesar de dejarte abandonada con nuestros tiernos cinco hijos, en país extranjero, sin amigos, sin relaciones, sin recursos. ¡Más puede la providencia que los hombres!” Ya con la hora final encima, escribió una pequeña nota que guardó dentro de la caja de su reloj: “Miro con indiferencia la muerte; sólo la idea de separarme de mi adorada Mercedes y tiernos hijos despedaza mi corazón. Adiós, adiós”. Carrera fue sacado a la Plaza Mayor de Mendoza. Al enfrentarse a las chusmas gritando en su contra y pidiendo su cabeza, exclamó desafiante: “¡Qué pueblo tan incivil”. Tal como lo hicieran antes sus hermanos, se negó a enfrentar al pelotón de fusilamiento con los ojos vendados. - 39 -

“¡Muero por la libertad de América!”, alcanzó a gritar, según su mito. Luego, vino la descarga. Partió para siempre el libertador de Chile e impulsor del federalismo argentino. Murió así, con el mismo valor que vivió. Siguiendo la senda de patriotas como José Miguel Neira, Juan José y Luis Carrera, y Manuel Rodríguez, el costo de la participación argentina en la liberación de Chile volvía a cobrar como cuota un terrible magnicidio. Las pertenencias personales de Carrera le fueron robadas como trofeos aún sangrantes. La leyenda dice que sólo unas horas después, llegó la orden de San Martín de cancelar la ejecución, atrasada por un contratiempo de la diligencia. A la larga, sin embargo, el asesinato de Carrera, Benavente y Álvarez sería contraproducente para el interés argentino, sin embargo. La noticia de la muerte daría una nueva excusa a la acumulativa ira popular chilena contra los masones lautarinos.

Anotado por: Juan José de Heredia | 15/07/09

Los Carrera argentinos Muy bueno el comentario histórico sobre los últimos tiempos del Brigadier José M. Carrera en Argentina. Parecería que el Brigadier y su familia chilena no tienen relación con los de Tres Arroyos porque los nombres de los hijos no tienen aparentemente descendencia argentina. Los Carrera de Tres Arroyos estaban emparentados con el - 40 -

General José María Paz, creo que de una manera casi directa. Anotado por: Julio Voget | 16/08/07

Brígido Carreras He llegado aquí por casualidad y veo que Julio Carreras es descendiente de Brígido. Este hombre era famoso por su coraje a principios de siglo XX en la provincia de Buenos Aires, de donde es oriunda mi familia. Mi abuelo decía que los Carreras de Santiago del Estero, nuestros parientes, eran primos de los Carrera chilenos. Mi abuelo contaba ‒más lo recuerdo por las versiones de mi padre‒ que algunos de los numerosos Carreras que había en el siglo XIX en la zona de Santa Fe, Entre Ríos y la Provincia de Buenos Aires, había luchado junto con los indios contra los comerciantes del puerto. Yo vivo ahora en Australia, no creo que regrese a Argentina pues ya superé los 60 pero estas lecturas me han traído remembranzas gratas. Anotado por: Luis Edgardo Carrera | 19/10/07

El Cható Carreras Por: María Navajas [email protected] - 41 -

En Argentina, si bien nunca hubo nobleza hay castillos. Este es el caso del Chateau Carreras, en la ciudad de Córdoba. Sin blasones de reyes, fosos ni murallas esta imponente casa solariega estuvo enclavada en un predio denominado San Gerónimo y ocupaba 475 hectáreas del sector noroeste. Fue construida en 1890 por David Carreras Ponce de León, poderoso empresario que ocupó la primera presidencia del Banco de la Provincia de Córdoba. Casado con Rosario Gavier, ocupó la casa que estaba dividida en dos sectores, uno destinado a los cuartos y respectivos baños de los cinco hijos, y en el otro, las dependencias matrimoniales; el living, el comedor y la cocina. Lunes cerca del mediodía, el intenso frío cede levemente ante el avance del sol. Tordos, loras y gorriones celebran el luminoso día con vuelos de árbol a árbol. Luego de ascender las escaleras de mármol nos reciben el profesor Jorge Torres, director del Centro de Arte Contemporáneo y Carlos Plutman, asesor técnico. Ambos, presentes a pesar del feriado nacional. En sus orígenes el predio de la imponente mansión, más bien casco de la estancia, se extendía hasta las barrancas del hoy barrio Cerro de las Rosas por el este; hasta el actual predio del camping municipal General San Martín por el oeste y a El Tropezón (barrio Don Bosco), por el sur. Ahí una tranquera franqueaba el acceso que se abría en cinco caminos que llevaban el nombre de cada uno de los hijos del matrimonio. El Chateau Carreras da la espalda a las sierras y mira de frente el nacimiento del sol. Un inmenso jardín diseñado a fines del siglo 19, por el paisajista francés Carlos Thays, acoge a la magnífica construcción de estilo italiano con - 42 -

materiales importados mayormente de Francia. Una torre que a modo de atalaya permite observar varios kilómetros a la redonda acrecienta la magnificencia de la residencia. Búsqueda del tesoro. Los imponentes muros atesoran una profusa historia que incluye el supuesto enterramiento del tesoro del virrey Sobre Monte como atestiguó Carlos María Carreras Saavedra, uno de los descendientes, al plástico Antonio Seguí. En la búsqueda de ese botín participaron tres grupos internacionales pero sólo encontraron unas viejas monedas y un sable colonial al derrumbar un túnel. Viejos fastos y reuniones lujosas, con la marca de la austeridad criolla, cortaban las tediosas jornadas de época. Los invitados a las alegres tertulias en ocasiones de mal tiempo se veían obligados a permanecer varios días en el solar por el estado de los caminos. El río Suquía alimentaba un lago que los veranos hacía las veces de centro recreativo a la vez de ser bebedero de animales. Muchas de las dependencias dan a un patio interno en cuyo perímetro un coqueto brocal denuncia el aljibe. Enfrentadas estaban las habitaciones del numeroso personal destinado al servicio que hoy cumplen otras funciones. Durante más de dos décadas en el lugar se dictaron los primeros grados del primario que fue fundamental para chicos de la zona. Con el transcurrir del tiempo el magnífico solar fue habitado por miembros de las distintas ramas de descendientes hasta que en 1971 murió María Luisa Saavedra de Carreras quien más se ocupó del lugar.

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Abandono y después. En 1972 durante el gobierno de facto del general Agustín Lanusse, ocupaba la Gobernación provincial el contraalmirante Guozden a través del cual se ejecutó la expropiación del predio con miras a la construcción de un centro político y administrativo provincial que nunca se concretó. Por la expropiación, que se pagó en cuotas, el solar quedó abandonado. Uno de los descendientes de la familia, el martillero Manuel Carreras realizó el remate del mobiliario menos el altar de la capilla que ahí funcionaba y se donó a una orden religiosa. La subasta duró tres días y el castillo quedó vacío durante casi 14 años. La soledad del entorno y la falta de guardia facilitaron el hurto de objetos de valor como los mármoles de la escalera principal, esculturas, el teléfono de característica “40 Argüello” y otros elementos muy preciados por los anticuarios. Luego llegó el turno de la devastación cuando se arrancaron de cuajo puertas, ventanas y el entablonado. Hora del arte. El cordobés Antonio Seguí siguió la corriente de muchos artistas latinoamericanos que decidieron “motorizar” el arte en sus lugares de origen. Así lo hicieron Rufino Tamayo y José Luis Cuevas (llamado el Picasso latinoamericano) en México y Oswaldo Guayazamin en Ecuador. Seguí proyectó la creación de un centro de arte y la restauración del castillo y para ello en marzo de 1987 se hizo la Fundación Centro de Arte Contemporáneo con importantes aportes de empresas locales y apoyo gubernamental. Tras su refuncionalización y puesta en valor fue inaugurado el 12 de noviembre de 1988. Sin embargo, los cambios de una frágil economía retiraron el apoyo oficial y la fundación se desarticuló. - 44 -

El nuevo milenio viró el destino y el proyecto del centro fue reflotado a través de la Agencia Córdoba Cultura. Desde entonces se consolida como referente artístico con la exposición de muestras itinerantes de consagrados y nuevos talentos. El Chateau Carreras hoy da cobijo a presentaciones de libros, conciertos, obras teatrales, encuentros corales y conferencias. Pasaron por el Centro de Arte Contemporáneo maestros de la talla de Enio Iommi quien donó una escultura que en la actualidad integra la colección propia. Anotado por: Van Cliburg | 04/01/08

Carreras cordobeses Estimados: He llegado aqui por casualidad, al buscar el origen de mi apellido y la necesidad de saber si está emparentado con David Carreras Ponce del León de la Provincia de Córdoba. Me quedé absorto al leer los antecedentes históricos del Apellido en la gesta libertadora de Latinoamérica. Esta parte de la historia ninguna manual de estudio me la relata. Quisiera saber si hay más datos al respecto. Les cuento que soy de Villa Dolores , Provincia de Córdoba, límite con San Luis, Argentina. En la región no somos muchos que llevan este apellido y todos a mi entender estamos emparentados. No se mucho sobre mis antepasados, sólo llego a mi abuelo don Tomás Carreras, que tenía cuatro hermanos. Anotado por: Carlos Hugo Carreras | 11/09/11

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En el Alto Perú Estimado Carlos: gracias por su aporte. Disculpe nuestra demora en contestar. Respecto del tema tratado, son estos los únicos datos con que contamos hasta ahora. Tenemos la presunción de que los Carreras de Córdoba, Tucumán y Santiago del Estero, provenimos de un mismo núcleo entrerriano. El cual, más remotamente emigró desde el Alto Perú. Mi suposición es que todos arribaron al Perú hacia mediados del siglo XVII y se bifurcaron en dos ramas: una que fuese a Chile y otra a la región del Litoral Argentino. De esta última provendríamos nosotros. Anotado por: Julio | 15/09/11

Pedro Carrera He leído lo escrito por el Sr. Julio Voget allá por el 28/05/07 y confirmo que Pedro N. Carrera fue un acaudalado hacendado y prominente político con gran influencia en la zona de Tres Arroyos, en la Provincia de Buenos Aires. Ciertamente era propietario del enorme establecimiento “La Ballena” y participó activamente en el desarrollo de la urbanización de la provincia aportando tierras propias para la fundación de otros poblados como Las Copetonas y San Cayetano. Respecto a la entrevista realizada por la Revista del Diario La Nación que Ud. menciona, me permito decir que - 46 -

no se recuerda que alguna hija de Pedro N. Carrera se hubiera casado con alguien de apellido Santamarina. Probablemente sea cierto que alguien con este apellido fuera albacea y también que sú patrimonio lo hizo gracias al apoyo de Pedro N. Carrera. Lo cierto es que despues de la temprana muerte de Don Pedro N. Carrera la familia se empobreció paulatinamente. Anotado por: Juan Carrera | 07/07/14

3. Los Revainera El apellido de mi madre proviene de los Rivadeneira, familia de origen portugués, entre ellos un fraile. Se establecieron en las Misiones Jesuíticas a principios del siglo XVIII. Al disolverse la Misiones, la acrecentada familia se dispersó hacia las provincias de Salta y Tucumán. Algunos ingresaron a Santiago del Estero ya iniciando el siglo XIX. En 1892 mi tatarabuelo emigra de Villa Atamisqui, con sus once hijos, formando una caravana de carretas que decide establecerse finalmente en un paraje llamado Garza, como a 100 kilómetros hacia el Este de allí. Fuera de esta familia había muy pocos pobladores en aquellos montes, por lo cual tomaron unas 5.000 hectáreas bajo su dominio y rápidamente obtuvieron de ellas todo lo que precisaban para vivir bien. Construyeron un complejo edificio de once casas pegadas, comunicadas por una galería; allí cada uno vivía cómodamente con su respectiva progenie. Pronto eran una - 47 -

organizada cooperativa, donde las mujeres cocinaban y cosían, los hombres sembraban trigo, fabricaban harina, atendían un negocio que más tarde acrecentarían. Ello surgió casi de un modo espontáneo pues, además de hacer el pan en cantidades, allí se faenaban reses, se fabricaban muebles u otros numerosos objetos necesarios para las labores de campo en la carpintería; se elaboraban arneses, riendas, lazos, rebenques, guardamontes, en la talabartería, se manufacturaban herramientas de labranza, en la herrería, etcétera. Varios hombres y mujeres aborígenes trabajaban en la factoría. Cuando llegaron los ingleses, en 1896, trayendo su Ferrocarril, el pequeño emporio que habían construido mis abuelos vino de perillas para abastecerlos. Y a la segunda generación garceña de Revaineras esta inmigración jerarquizada los enriqueció. En Garza, hacia 1898 pues, se había construido, entre otros lujos europeos desconocidos por entonces en Santiago del Estero, la primera cancha de tenis que hubo en la provincia. Para que se divirtieran los ingleses y los pocos criollos ‒entre los cuales la familia Revainera‒ que podían compartir sus reuniones, sus juegos y sus veladas. Todo lo que es hoy la ciudad de Garza (plaza pública, Jefatura de Policía, Escuelas, Municipalidad, etcétera), fue establecido en terrenos que originalmente eran propiedad de la familia Revainera.

Comentarios

“Revaynera” - 48 -

Mi apellido es Revaynera originario de Villa Atamisqui Santiago del Estero, mi padre don Santos Eloy Revaynera por una equivocación en la policía federal le pusieron con i latina , lo cual nos quedó así mi abuelo se llamaba Eloy Santos y mi bisabuelo ALEJANDRO REVAYNERA ¿tenemos algo en comun? Le agradecería que me contesten ya que no sé nada de mi árbol genealógico, gracias. Anotado por: Carlos Marcelo Revainera | 06/07/07

Respuesta del autor Supongo que provenimos del mismo origen. Era muy común en la época de la Colonia usar la “y” en lugar de la “i”. Si le interesa el tema, en la capilla de Garza puede encontrar algunos nombres nuestros abuelos Revainera, en sus epitafios. Un saludo cordial. Anotado por: Julio Carreras (h) | 06/07/07

Sobreviviente Hola! solo quería comentarles que mi abuela REVAINERA vive actualmente en garza, y yo soy un Revainera que lucha para sobrevivir en Buenos Aires. Saludos. Anotado por: Santiago | 23/07/07

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Respuesta del autor Pariente, dime cómo se llama tu abuela (seguramente mi tía) para que trate de visitarla. Yo creía que el último Revainera era mi tíoabuelo Segundo, a quien visité en 1987 y falleció poco después. Teníamos el propósito de escribir la historia de Garza. Como quizás tú sabes, los Revainera son los fundadores de Garza. Todo lo que hoy es el municipio eran sus propiedades. Dos gobiernos les expropiaron las tierras para hacer lo que actualmente es la plaza, la comisaría, etcétera. Anotado por: Julio | 23/07/07

Hermanas Hola... nosotras somos hijas de dos hermanos de apellido Revainera y queremos saber cuál es el nombre de tu abuela, y saber si somos parientes, todos los años vamos a Garza, para los carnavales… Bueno espero me puedas contestar chau, muy buena la página. Anotado por: melina | 08/11/07

Respuesta del autor Mi abuela se llamaba Salma Jorge Salvatierra. Falleció hace poco. Era de Beltrán. Estaba casada con Alberto Revainera, quien falleció hace bastante. Cuando él murió ella se fue a Mar del Plata, allí se casó con un uruguayo y fueron a vivir a Montevideo. Luego de que falleciera el uruguayo, se casó con un brasileño y fue a vivir a Brasil. - 50 -

Cerca de los 80 años y después de haberse jubilado en Brasil regresó a Santiago. Vivió bastante tiempo con su hermana viuda (Saida Jorge de Morellini), luego sola, un tiempo en la ciudad de Santiago, alternando por temporadas con Beltrán. Tuvo únicamente tres hijas: mi madre Dina Elizabeth Revainera, la mayor, casada con Julio Carreras (mi padre), la segunda Azucena “Coca” Revainera, casada con Luis Carol y mi tía Teresa Revainera, casada con un brasileño y que vivió allá prácticamente toda su vida. De los Revainera sé que permaneció en Garza sólo Segundo. Este tuvo una compañera de la cual adoptó un hijo, de apellido Azar, quien falleció hace algunos años. Su hija con el esposo administraban unas 3.000 hectáreas (según me dijo Hugo Azar) que luego de la muerte de tío Segundo ninguno de nosotros reclamó. En verdad no sé cuántos Revainera surgimos de allí, pues los que yo conozco son únicamente mis primos hermanos Luis y Susana Carol, con quienes tuve relaciones desde la infancia y justamente hoy estuve conversando con Luis. De mi tía Teresa de Jesús, la tercer Revainera, sé que ella tuvo hijos, creo que en dos matrimonios, pero son todos brasileños y yo no los conozco. Anotado por: Julio | 08/11/07

Simón Soy nieta de Simón Revainera, hija de Andrés Revainera, el menor de los hijos de Simón y Marcelina. Necesito conseguir más datos sobre la llegada de mis antepasados a Argentina porque me gustaría hacer la ciudadanía portuguesa. Si alguien me puede pasar alguna - 51 -

información se lo voy a agradecer porque creo que ya no quedan personas que tengan datos específicos como por ejemplo el nombre verdadero o cuándo llegaron a Argentina, cómo llegaron, etcétera. Me gustó mucho saber que hay otras personas con mi apellido. Es muy interesante todo lo que leí. Anotado por: Mariela Viviana Revainera | 16/11/07

Más Revaineras Hola soy yo de nuevo, estuve preguntándole a mi papá y él también quiere saber cómo era el nombre de su abuelo. Este hombre, mi bisabuelo tenía 5 hijos varones que se llamaban: Sixto, Simón (mi abuelo), Demetrio, Cristóbal, Narciso y tenía una hija, pero no recuerdo el nombre, no sé tampoco el orden de nacimiento de estas personas. ¿Usted sabe algo de mis bisabuelos ? Cualquier información que tenga se lo voy a agradecer. Nosotros vivimos en Moreno y aquí está lleno de “Revaineras”. Anotado por: Mariela Viviana Revainera | 17/11/07

Respuesta del autor Mariela, gracias por la información que proporcionas. En tal sentido, creo que estás en mejores condiciones que yo. Por causa de haber vivido desde los cinco años casi únicamente con los Carreras y sus familiares -debido a la separación de mis padres, en condiciones de enemistad-, no conozco más que lo escrito arriba. Tampoco es mi - 52 -

especialidad la genealogía, sino simplemente comencé esto un domingo lluvioso por la mañana, como una especie de diario, mientras en casa todos dormían. Tal vez por medio de una búsqueda en los registros civiles puedas completar los datos que te faltan. Un saludo cordial. Julio Anotado por: Julio | 18/11/07

Autor de monografías Hola Familia!!! jajá , mi viejo es de garza!!!! se llama Rosmiro de Jesús Revainera, y yo me llamo Miguel Angel Revainera!!! Soy autor de algunas monografías que pululan por la web, bueno eso es todo, les mando un saludo a todos!!!! Anotado por: Miguel Ángel Revainera | 11/04/08

Carlos Hola me llamo Mónica y quisiera saber si alguien me puede dar alguna información. Mi abuelo se llamaba Carlos Revainera, era originario de Villa Atamisqui pero nació en el Hoyón, la mamá de él se llamaba Sara Revainera, no tenía papá. La mamá de él se casó con un hombre de apellido Navarro. La hermana de él se llamaba Hilda no sé qué apellido tenía. Él se crió con los abuelos y nació el 14/12/1920 - 53 -

A los 14 años se fue a trabajar con un tío al campo, estuvo por muchos lugares hasta que se quedó en Ferré y luego se fue a Alberdi (Buenos Aires). Se casó y tuvo tres hijas. Como ven no tengo mucha información, ya que a él no le gustaba hablar de la familia. Se fue de muy chico y no volvió nunca más. Lo poco que sabemos él lo contó un año antes de que se enfermara. Él murió el 31/12/1999 Contó que la familia de él era muy importante, que habían fundado un pueblo, que habían sido los primeros en el pueblo en tener un auto, etcétera. Tanto yo como mi tía pensamos que era mentira pero ahora no dimos cuenta que era verdad. Me gustó mucho esta página y me aprecio muy importante todo lo que leí arriba. Aguardo comentarios. Saludos. Anotado por: Monica Montes | 09/08/08

Respuesta del autor Mónica, efectivamente los Revainera fueron una familia poderosa en Garza hacia fines del siglo XIX. Prácticamente todo lo que es el pueblo eran sus propiedades. La plaza, la escuela, la comisaría, todo fue construyéndose sucesivamente en espacios que el gobierno les (nos) fue expropiando. El templo ‒una bella construcción románica‒, también perteneció a la familia, hasta que mi tíoabuelo, Segundo Revainera, la donó a la Iglesia en 1982. Allí, en sus paredes internas, puedes ver algunos nombres de nuestros antepasados, pues sus - 54 -

cenizas fueron colocadas en urnas sobre sus paredes, con placas de mármol. Bueno, mi mamá vive en Buenos Aires, así que si puedes contactar con ella, tal vez quiera darte más detalles de la familia Revainera. Un saludo cordial. Julio Anotado por: Julio | 09/08/08

Historia Hola soy Maximiliano Revainera, me es grato saber que mi apellido tiene toda una historia rica en la argentina más puntualmente en Garza, un abrazo. Anotado por: maximo | 02/04/09

Rivadeneyra Hola, yo soy nieta de Félix Rivadeneyra somos de Juan Bautista Alberdi, Prov. de Buenos Aires y di con ustedes por una amiga de mi abuelo, que le mandó toda la historia del principio, por sí nuestro apellido tiene que ver con ustedes, a mi abuelo le interesó, por eso mi comentario. Mil gracias. Anotado por: juliana | 19/04/09

Don Segundo - 55 -

Hola como está, bueno yo quería comentarle que yo me crié con don Segundo Revainera, quisiera saber si me puedo contactar con usted, actualmente en Garza vive una nieta de don Segundo. Mi nombre es Miguel López. Anotado por: miguel a lopez | 19/10/11

Aurelio Hola, bueno yo te comento que nací en Atamisqui, mis abuelos fueron doña Evangelista y don Aurelio Revainera, mi mamá, Elisa Revainera, ninguno vive, yo soy Tévez porque me dieron en adopción a esta familia, no sé nada de mi apellido, ni familiares ¡nada! Me encantó esta página, hasta veo que hay una Azucena como yo, me emocioné mucho, bueno no sé que más decirte, espero sigas poniendo más cosas, me encantó, no sé si tenemos algo que ver, pero me llamó la atención cuando vi que eran de Atamisqui. Besos! Anotado por: azucena del valle revainera | 10/03/12

Más parientes hola parientes /._./ Anotado por: maria revainera | 15/06/13

Buenas noches HERMOSA PAGINA esta, que bueno es saber el origen de los REVAINERA! Bueno, mi Papá es de ATAMISQUI, y me contó que Mi Abuelo don CECILIO REVAINERA allá por 1940 y tantos supo ser comisario, juez de paz y no sé que otras cosas más, estaba - 56 -

casado con ANTONIA IÑIGUEZ. Allá por el 50 vinieron a Buenos Aires, TAPIALES, ellos eran 6 hermanos, hoy Mi Viejo vive, mis tíos fallecieron y a la fecha vivimos en Carlos Spegazzini, partido de Ezeiza. Me interesó y mucho la historia de los pagos de Garza. Bueno me gustarla saber si con alguien de esta página tenemos parentezco. Un ABRAZO a los REVAINERA parientes o no, JA. Anotado por: ricardo daniel revainera | 25/07/13

Respuesta del autor Estimada María: seguramente somos parientes. Soy descendiente de los Revainera de Garza. Si alguna vez usted visita ese pueblo de Santiago del Estero, le recomiendo entrar a la capilla. Como era propiedad de nuestros antepasados, allí, en nichos empotrados en las paredes, reposan las cenizas de algunos de ellos. Verá pues los mármoles que las recubren con sus nombres grabados. En realidad, todo lo que hoy es el pueblo de Garza (plaza principal, escuela, comisaría, hospital, etcétera) está emplazado en lo que eran propiedades de nuestros abuelos. Un saludo cordial. Anotado por: Julio Carreras Revainera | 26/07/13

Pacto con Mandinga Hola, mi abuelito fue don Sixto Revainera, esposo de doña Lorenza yo soy hijo de Juan Manuel Revainera, de - 57 -

Garza, me muero por conocer las calles que mi viejo caminó; Salamanca se lo llevó el día de su cumpleaños 06_06_2013, él siempre me contó de su pacto con la Salamanca y le creo, murió justo como dijo y quiero conocer de boca de algún pariente, ya que son parecidos, otra vez esa historia, busco un hermano de parte de mi viejo, hijo con Azucena, creo, que se llama Marcos, de unos 50 años, de Garza o Añatuya, siento que me falta una parte de mi vida. Anotado por: Juan Francisco Revainera | 29/07/13

La hija de Demetrio Hola, muchas gracias por contestar! …también por la información... mi abuela se puso muy contenta al conocer los orígenes de su apellido... Ella dejó el pueblo de Garza a los 12 años y desde entonces no volvió allí (era hija de Demetrio Revainera) ¡Saludos! Anotado por: María Revainera | 07/09/13

Revadeneira Hola! quería comentarles, que también soy Revainera... Y siempre confunden mi apellido con Revadeneira (ni siquiera sabía que habia un apellido así .. D:) Anotado por: Revainera | 28/02/14

De Quilmes

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Hola a todos los Revainera, yo soy una más, me alegra saber que somos tantos, soy de Quilmes y tengo familia en Garza, mis abuelos se llamaban Cristóbal Revainera y Felisa Reinoso, mi viejo Ángel. Besos. Anotado por: Maria Revainera | 10/03/14

Randulfo Hola Gente! cómo están?....espero que muy bien… La verdad siempre fui curioso de chico con mis viejos acerca de mis antepasados. Les preguntaba por los padres de mis abuelos, bisabuelos (evidentemente se darán cuenta esos nombres particulares que tenían). Paso el tiempo y gracias a los medios actuales de comunicación, Internet, redes sociales me pasó algo muy inusual, había un montón de personas con mi apellido. Lo que conseguí es el acta de matrimonio original de mis abuelos ahí les paso el dato: Mi papa se llama Randulfo Revainera, una de sus hermanas Lucrecia Revainera vive actualmente en Garza. Mi abuelo fallecido se llamaba Dolores Agustín Revainera, su papá José Revainera casado con Robustiana Anchava o Achával. Otro dato concreto en el acta mi bisabuelo: fue nacido en Villa Atamisqui, no sé si migró a Garza. Esto es parte de mi genealogía, que desde ya comparto con ustedes junto con mi hermana Laura Revainera que es muy fanática del folclore y la famosa guaracha que pone a bailar a los jóvenes santiagueños. Cualquier información que me puedan brindar bienvenida sea, quizá encuentre tíos de mi papá, tíos abuelos etcétera... ¡Que tengan una buena semana! Reciban un cordial saludo. Santiago - 59 -

Anotado por: Santiago Agustín | 11/03/14

Antonio

Antonio Revainera, hermano de Segundo, fue Jefe Político de Garza entre 1946 y 1955, más o menos. Anotado por: Andres Revainera | 13/08/14

Hola, Pablo. Abajo copiaré un fragmento de otro libro, en preparación. En el se corrigen las fechas, que me habían sido indicadas por un tío bisabuelo. Respecto de tu ciudadanía española, no sé si esto será posible. Debido a que luego de unos 400 años que los Revainera llevan en América, quizá consideren a los descendiente estrictamente americanos. Durante el invierno de 1888 Leonardo Revainera, Esmeralda Sosa y sus once hijos partieron de Villa Atamisqui hacia el norte. Además de la familia –Leonardo era un hombre de 59 años, el menor de sus hijos tenía 21– iban con ellos unas treinta personas, hombres, mujeres y niños, a su servicio. También un irlandés, Darrick Mc Lean, técnico especializado en molinos. Al atardecer de ese mismo día arribaron al destino elegido: un lugar prácticamente deshabitado de la región, que los nativos solían llamar “Garza”. Seguramente por la abundancia de aquellos elegantes pájaros sobre los numerosos esteros. Luego de dos años de duro trabajo (de sus peones), los Revainera tenían montada una verdadera factoría. 4.500 hectáreas se habían marcado ya como su propiedad. En parte de ellas, cultivaban tomates, melón y sandías para su exportación. Asimismo, trigo, con el cual se fabricaba el pan para las ya cerca de 120 personas que formaban parte de su negocio y además –esto es un dato clave– para las decenas, a veces cientos de trabajadores que iban terminando la construcción del ramal del Ferrocarril Central Argentino que unía La Banda con Buenos Aires. A los ingenieros ingleses y sus equipos europeos, los Revainera Sosa

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proveyeron durante aquel periodo –1889-1908, apróximadamente– no sólo alimentos. Advertida de la llegada de los ingleses y el auge de la explotación forestal, la familia tenía montadas una ferretería, una tienda de ropa, carnicería, talabartería, fábrica de sulkys y tilburís: en fin, prácticamente todo lo que se necesitaba para subsistir en aquella población pionera. Financiados por los ingleses, también, construyeron una cancha de tenis, cuando aún en la capital de Santiago del Estero este deporte ni se practicaba ni se conocía. Su prosperidad alcanzó tal grado de solidez que sólo por ostentarla, Leonardo Revainera mandó fundir en oro la campana de la bonita capilla que poseía en su estancia, para uso privado. Pero poco tiempo más tarde –en 1905–, falleció. Esto dejó sin liderazgo a la familia. Que comenzó a decaer. Los Revainera Sosa eran por parte de padre y madre descendientes de antiguas familias ibéricas. Posiblemente cargaban el estigma de tales razas: una tendencia irrefrenable a los lujos y al refinamiento cultural, debido a lo que gastaban, generalmente, mucho más de lo que producían. Así, en la década de 1920, cuando la crisis económica global azotó gravemente a la Argentina, los Revainera subsistían cargados de deudas; habían vendido el 30 por ciento de su propiedad –donde se desarrollaba la ciudad de Garza– y los ingleses hacía rato que se habían ido. Una de las familias a quienes los Revainera debían mucho dinero eran los Jorge, comerciantes prósperos de origen sirio, radicados en la ciudad de Beltrán. Por entonces, Alberto, el menor de los Revainera estaba de novio con una chica de Santiago, descendiente de italianos y apellidada Meneghini. El clan entero lo conminó a abandonar lo que consideraban una mera ilusión romántica para acceder al requerimiento unánime de contraer matrimonio con Salma Jorge. Alberto aceptó resignadamente el matrimonio por conveniencia. Mas aquello, al parecer, amargó su vida. Pronto iba a ser un alcohólico empedernido. Tuvieron tiempo de concebir tres hijas –Dina Elízabeth, Azucena María y Teresita del Niño Jesús– antes de que el jefe de familia falleciera, por cirrosis, a los 32 años. A mediados de la década de 1940 Salma Jorge decidió emigrar en busca de un mejor horizonte para su economía. Llevó consigo a su hija más pequeña –Teresita del Niño Jesús–. ** A las otras dos, que ya cursaban la secundaria, las dejó internadas como pupilas en el Convento de Belén.

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El 21 de septiembre de 1947, Dina Elizabeth, de quince años, participó en representación de la Escuela Normal del Centenario y el Colegio de Belén en el Certamen Anual para elegir la Reina de la Primavera. Allí le fue presentado el poeta ganador de la medalla de oro y cinco mil pesos, por haber presentado la mejor oda conmemorativa de aquel año a la soberana. Se llamaba Julio Carreras. El segundo premio, en aquella oportunidad, fue asignado a Dalmiro Coronel Lugones. Hasta octubre del año siguiente se vieron a escondidas, pues ni los Revainera, ni los Jorge, ni las monjas, aprobaban esta relación. Por fin, poco antes de que terminaran las clases, y la niña fuese retirada por su familia de Garza para transcurrir allí las vacaciones, se fugaron. Un sábado, después del almuerzo, la Madre Superiora le dio permiso a Dina Elizabeth para que fuera a pasar un rato con sus amigas en casa de una compañera de curso, Marta Daúd, dos cuadras al Sur del Convento de Belén por sobre la avenida Belgrano. Debía regresar de allí, como máximo, después de “la hora del té”; es decir, más o menos a las 18:00. A las cuatro de la tarde, luciendo riguroso traje negro, capa y sombrero al tono, Julio pasó a buscar a Elizabeth por el domicilio de los Daúd. Venía en Mateo. *** De blanco, con un traje que la madre de Marta le había regalado especialmente para la ocasión, Dina Elizabeth ascendió ceremoniosamente al coche. Al paso regular de los dos caballos, llegarían a la Villa de El Zanjón como a las cinco y media. El párroco de la capilla local, previamente advertido, los esperaba. Allí, con estremecida unción, aceptaron unirse en matrimonio “hasta que la muerte los separase”. Por aquellos tiempos en Santiago del Estero el matrimonio por la Iglesia era más importante que el civil. Por eso, cuando al día siguiente presentaron la libreta con la firma y el sello del cura, en el Registro Civil de la Capital no tuvieron inconvenientes para registralos como un matrimonio legítimo. Julio Carreras había cumplido 20 años, entonces. Dina Elízabeth, 16. Anotado por: Julio | 07/01/15 Los comentarios son cerrados

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4. El Universo interior Alejandra, mi hija menor, iba a la escuela primaria aún, cuando a la pregunta “¿Qué profesión tiene tu papá?”, contestó: “Es imprentor”. Es que yo tenía una imprenta, y a la vez esta hijita, desde que naciera había presenciado mis labores como escritor. “Imprentor”, era pues la conjunción de “Imprentero” y “Escritor”, que su desprejuiciada mente infantil había naturalmente engendrado. También es verdad que la vocación editorial me viene desde la infancia. Nació a consecuencia ‒creo‒ de “toda una vida” entre asombradas lecturas. Es que mi padre y mi madre ‒ambos maestros rurales‒ me habían enseñado a leer... ¡a los tres años!... Así, a los diez, mi mente estaba constelada de innumerables figuras, historias, especulaciones fantásticas... debía darles alguna salida, pensé, pues de otro modo ¡correría el riesgo de estallar!... La maravillosa época en que me tocó vivir la primera infancia lo fue entre otras circunstancias porque se había desplegado sobre toda la Argentina una pléyade historietística como jamás viera nación alguna antes ‒y - 63 -

creo que tampoco después: Oesterheld, Hugo Pratt, José Luis Salinas, Carlos Roume, Breccia, Vogt, Solano López, Ongaro, eran sólo una pequeña parte de los grandes artistas que se expresaban por medio de publicaciones diarias o semanales, por entonces, en nuestra nación. “Los Doce Famosos Artistas”, era una Academia que habían instalado cierto grupo de dibujantes ‒los mencionados junto a otros‒ con un programa tan exigente que no eran muchos quienes lograban superar los exámenes de ingreso, y más pocos aún los egresados. Incluso después, cuando tenía ya 14 o 15 años, podría deleitarme con grandes dibujantes que habían resultado como secuelas de esa generación magnífica. (¡Ay!, no tanto como hubiese querido, pues eran tantas las publicaciones, que sólo para comprar una parte de ellas debía uno disponer de bastante dinero que, como miembro dependiente en una familia de clase media más bien modesta, no me era accesible.) Entonces, decía, a los diez años ya no daba más con mis ganas de publicar. A los nueve había comenzado a dibujar, y como no podía ser de otra manera, pronto deseché todos los consejos de mis mayores, que intentaban inducirme hacia las “Bellas Artes” (pintura, escultura, xilografía, dibujo), para lanzarme apenas dejando mis tareas escolares, a los grandes pliegos de cartulina que me solía procurar, para llenarlos aplicadamente de cuadros con historietas cuyos argumentos también inventaba. No es que fuera un gran dibujante. Por el contrario, me costaba horrores cada trazo, cada pequeño avance en mis nunca serenas prácticas antes de alcanzar algún resultado más o menos rescatable. Ni qué decir lo padecido cuando descubrí ‒gracias a un historietista profesional‒ que a mis dibujos a lápiz luego debería terminarlos con tinta china, condición imprescindible para darles alguna aspiración - 64 -

profesional. Manchaba las líneas con el dorso de la mano, jamás lograba el terminado que esperaba, los grises me resultaban imposibles... ¡y cuando mi esporádico “profesor” (Víctor Rivas) me dijo que “los verdaderos dibujantes de historietas trabajaban a pincel”!... sentí que el suelo se me abría. Yo era un niño nervioso y colérico. Además, fuerte. Esto era peligroso para mis semejantes, pues temprano había aprendido a usar mis puños para golpear. No tenía nada de intelectual, salvo que casi desde que naciera la puerta de mi cerebro estuvo abierta a numerosas lecturas (mayormente cuentos ilustrados e historietas) y el ambiente que me rodeaba era tan lleno de estímulos, con los amigos de mi padre, un poeta, además locutor de radio, talentoso, seductor, y la extremadamente intensa época de la Resistencia Peronista como escenario, pues también de esas luchas políticas mis familiares más próximos participaban.

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5. Rompococo y Gatito Supongo que los grandes árboles representaban para mí un desafío semejante al de los picos elevados ante los ojos de los alpinistas. Lo cierto es que a mis tres años difícilmente podía ver ante mí un árbol muy alto sin que me lanzara en el acto a escalarlo, con el afán de alcanzar su cumbre. Eso fue lo que ocurrió un mediodía de 1952, apenas llegados de la ciudad, luego de un viaje de cinco horas por entre caminos polvorientos. Un muchacho desensillaba nuestro sulki, junto al alambrado de púas que marcaba el comienzo de los sembrados, mientras yo lo había atravesado ya, rumbo a un altísimo pino que me llamó, aún antes de pisar el suelo de Villa Rosa. Mi madre se había sentado junto a unas mujeres, que desplegaban sobre la mesa tendida, bajo la gratificante sombra de la galería, todo tipo de panes en que se especializan los santiagueños, mientras preparaban el mate. La escalada no fue feliz. En mi fervor por alcanzar la cumbre no advertí que las ramas del pino eran ya demasiado frágiles, y por pisar una de ellas que se rompió me precipité hacia la tierra desde unos cinco metros de altura. Recuerdo claramente la sensación de volar vertiginosamente hacia el abismo, como también el breve espanto mientras veía acercarse a mí las afiladas puntas de las leñas, recién cortadas, como cuchillos, hacia donde como un proyectil me dirigía. Recuerdo también sentir de - 66 -

repente un tirón en la espalda, cerca de la cintura, y una sensación de rebotar en el aire, una o dos veces, para seguir cayendo luego pero ya en forma lenta. ¿Qué había ocurrido? La vara de un carro, elevada por el peso de la parte trasera, que descansaba junto al montón de leña, se había introducido en los tiradores de mi pantalón, deteniéndome en el aire y amortiguando enormemente la caída. ¿Cómo pudo ocurrir esto? Hasta el día de hoy, no lo entiendo. De otra forma, los afilados leños, de una madera muy dura, hubiesen atravesado, con seguridad, mi cuerpo, por la velocidad con que venía. Al detenerme la providencial vara de carro, sólo me causaron una herida, profunda, en la pantorrilla izquierda. Me quité la leña de la herida y en el acto emergió una capa de gordura, blanca, de dentro de mi pequeña pierna, junto a la sangre y algo como agua. Luego de contemplarme unos segundos, muy asustado, empecé a gritar: ‒¡¡¡Mamáaaá! ¡Me están saliendo las tripas!!! “¡Te vas a lastimar y te van a salir las tripas!”, era la amenaza con que intentaba mi madre disuadirme de jugar con objetos puntiagudos o escalar paredes, árboles o los techos de las casas. Ante mis ojos, esto era lo que fatalmente se había concretado, ahora. ¡Pero no me creían! Desde la distancia, escuché a mi madre decir a sus amigas... ‒¡No le hagan caso! ¡Siempre chilla!... Entonces protesté con más fuerza: ¡Mamá, me salen las tripas, en serio!... El muchacho que terminaba de acomodar nuestro sulki se acercó, y dijo: “¡Es verdad, señora... está muy lastimado!” Con un revuelo de largas polleras floreadas y pálidas las tres mujeres se lanzaron hacia mí, - 67 -

levantándome con infinitos cuidados, para trasladarme al reparo de la anchurosa alquería.

Recuerdo luego el pecho de mi padre, donde mi cabecita empapada de sudor se apoyaba para dormitar de tanto en tanto mientras atravesábamos el rudo bosque bajo un sol abrasante. Con uno de sus brazos me sostenía, envolviéndome la cintura, mientras con el otro controlaba las riendas del caballo. A veces miraba hacia arriba, me maravillaba desde niño lo que se ve cuando se levantan los ojos casi hasta su límite natural: el cielo, ramas y ramas y más ramas de árboles, enmarañadas, tortuosas, bajo el resplandor amarillo, en vaharadas, y el sombrero de mi padre, un disco negro contra el sol. Mi padre. Él era un hombre refinado, de voz exquisita y pronunciación perfecta. La barba negrísima acentuaba sus ojos, gigantescos y expresivos, de una belleza que incomodaba. Sin almorzar, sin asearse, luego del larguísimo viaje en sulki de la mañana, había tenido que ensillar su caballo otra vez, para traerme de nuevo a la ciudad. Llegamos al atardecer. En el hospital me hicieron cinco puntos. Debe de haber sido muy rústica la medicina de aquel tiempo, pues para siempre conservé una gran cicatriz, en la cual estos puntos se ven como otros tantos medallones rugosos, de diferente color al resto de la piel. Por lo demás, fueron para mí un orgullo. Los exhibía, más tarde, ante mis amigos, como testimonio de mi intrepidez. Y aún cuando adolescente, si quería impresionar a alguna chica con la cual había intimado, levantaba mi pantalón hasta ahí, la parte interior más prominente de la pantorrilla, disfrutando entonces cuando alguna de ellas se tapaba con la mano la boca en señal de admiración. - 68 -

Por cierto no dejé de escalar árboles ni techos. Algunos meses más tarde, las araucarias de la casa de mi abuelo, en Villa Evita, solían albergarme en sus ramas más altas, durante largos minutos, mientras me extasiaba el alma la visión del campanario eclesial a la distancia, y esa magnífica esencia del aire, que por estas tierras a cada instante adquiere como un renovado dulzor. Había aprendido a pisar con cauteloso cuidado en las ramas más pequeñas, y a detenerme, cuando calculaba que ya no me iban a sostener.

El 19 de agosto de 1951 yo había cumplido los dos años. En Buenos Aires, capital de mi país, tres días después la CGT* convocó a una inmensa concentración para apoyar la fórmula presidencial Perón-Evita. En la avenida 9 de Julio, una muchedumbre escuchó sus discursos; los líderes no efectuaban postulación alguna. Sorpresivamente, el secretario general de la CGT, José Espejo, reclama a Evita un respuesta a la solicitud de ser vice-presidenta, que, según el sindicalista, le habían hecho los trabajadores. El pedido es retomado por la multitud, que entabla con la “Dama de la Esperanza” un diálogo tenso. En forma cada vez más perentoria la muchedumbre le exige una respuesta, que Evita procura dilatar; finalmente, ella dice que “hará lo que diga el pueblo”, pero pide una semana de plazo para contestar. La gente abandona la plaza convencida de su aceptación. Una semana después, en un sobrio discurso radial, Eva Perón declina el ofrecimiento. De inmediato, los dirigentes partidarios elogian lo que empieza a denominarse “el renunciamiento” de Evita. - 69 -

Mi familia era peronista. No había uno solo que no lo fuera. Excepto mi madre. Mi madre no era peronista. Por el contrario, detestaba al peronismo y a todos sus símbolos. Poco me llegaba a mí de estos asuntos, salvo la exteriorización iconográfica, que por entonces solía ser profusa. Sólo más tarde, cuando buscara una y otra vez explicaciones a la intempestiva separación de mis progenitores, que iba a sobrevenir, iría profundizando en ellos. Por mi parte, hasta los cuatro años, pasaba la mayor parte de los días con mi Tío Agustín ‒por entonces soltero‒ y mis abuelos. Mi padre era como una visita, que solía recibir con agrado, de vez en cuando. Y mi madre era directamente una figura abstracta. No sé muy bien por qué yo no quería vivir con mi madre, que era maestra en una escuelita distante de Campo Verde ‒donde enseñaba mi tío Agustín‒ apenas cuatro o cinco kilómetros. Ella habitaba un pequeño rancho, con mi hermano Gustavo, dos años menor, junto a la Escuelita que atendía. En este punto se hace necesario explicar cómo eran las escuelas y sus sistemas de enseñanza por aquel entonces, en “la campaña” de Santiago. Un maestro era a la vez director y casi propietario de las escuelas ‒normalmente ranchos de troncos y barro con techos de ramas, construidos por los pobladores del lugar. Diez o quince bancos acogían a los niños, que recibían las lecciones, de acuerdo con su nivel, en diferentes horarios. No había otra forma de comunicación entre estas escuelas y la ciudad que los carros, sulkis, caballos, burros o mulas con que se trasladaba la gente de un lado a otro, hasta las pocas rutas nacionales, donde se podía, a veces, abordar algún incómodo colectivo. - 70 -

Como dije, yo habitaba normalmente, pues, con mi tío Agustín, en la muy amplia Escuela Primaria de Campo Verde, en cuyas inmediaciones vivían también mi abuelo Brígido ‒que era comisario del pueblo‒ y mi abuela Corina. Mi papá venía de vez en cuando y me traía Gatito. ¡Cómo amaba estos pequeños libros, para mí tan grandes! Recortados alrededor de las ilustraciones de tapa ‒cosa que a mí me fascinaba‒, narraban las aventuras de un caballero galante, Gatito, que solía rescatar una y otra vez a una princesa encantadora de las acechanzas de un ogro terrible, Rompococo. Una ética embrionaria comenzó a esbozarse entonces en mi corazón: por el ansia de comprender estos libritos fue que aprendí a leer a los tres años. Mucho más tarde, recién hacia los 90, iba a enterarme que estaban hechos por dos de los mayores genios del pensamiento y el arte argentino contemporáneo: Héctor Germán Ohesterheld, y Alberto Breccia. * Confederación General del Trabajo.

Comentarios

Devolución ¡Fantástico! Carreras me devuelve un recuerdo olvidado: “Gatito”, de Oesterheld y Breccia; en efecto. - 71 -

Lo editaba “Abril”, horno de “Rayo Rojo”, “Misterix”, “El Pato Donald” y otras perlas olvidadas(“Cinemisterio” y Salgari”, por ejemplo). Césare Cívita fue un modelo de editor de historietas. Los Muchnick fueron otros. Todos cambiaron el paso editando semanarios de actualidad o libros. Entre 1941 y 1955 los niños argentinos (o inmigrantes como yo), fuimos inmensamente felices, semana tras semana, con la cantidad y calidad de revistas de historietas editadas en el país. Me sirvieron para formarme y escribirlas luego, durante breve tiempo. En mi casa de Barcelona hay colecciones de ellas. Hoy escribo biografías, pero nunca dejaré de hojear mis preciados tesoros de aquella infancia, vivida en un país querido y lejano. Un saludo: Joan Benavent Anotado por: Joan Benavent | 01/10/05

Respuesta del autor Muchas gracias por tu comentario, Joan. Aún espero compartir contigo otros recuerdos, pues al igual que en ti moldearon mi espíritu de un modo singular. Me refiero a Misterix, Sgto. Kirk, Ernie Pike, Juan Salvo, y otros que intentaré revivir con la intensidad que estuvieron presentes cada día de nuestra infancia. Anotado por: Julio | 05/10/05

El hijo de Benavent - 72 -

Estoy de acuerdo con mi papi Joan Benavent. ¡Carreras me devuelve un recuerdo olvidado!! ¡Excelente! Anotado por: D. Freijomil | 08/10/05

Más encuentros Es fantástico encontrar algo que jamás pensé que podía encontrar alguna vez y que llegando casi desde la noche de los tiempos, gracias a esta magia moderna que es Internet: el espectacular relato de ese gatito inocente con dos padres que fueron, son y serán dos pilares de la historieta argentina y del mundo, autores de el Eternauta y Vito Nervio, respectivamente y además leer un comentario sobre el tema de alguien que mucho sabe de historia e historieta argentina (que es casi lo mismo) Joao Freijomil Benavent, con quien quizás alguna (no puedo equivocarme) más de una vez compartimos un café en la calle Corrientes la noche que una patrulla de la intolerancia lo llevara tras las rejas, honor que sólo les cabía a los que pensaban mucho y diferente. Mucho nos agradaría poder volver a encontrarlo a “Nano” si con Piturro supiesemos su E-mail. Agradecería que alguien me lo hiciese llegar. Julio Olivera [email protected].

Gracias Anotado por: Julio Olivera | 26/11/07

Respuesta - 73 -

Me encantaría darle el correo-e de Benavent, Julio, pero lamentablemente lo he perdido. Espero que él regrese por aquí, a lo mejor le escribe personalmente. Un saludo cordial. Anotado por: Julio Carreras (h) | 27/11/07

Respuesta a la respuesta Señor Carreras, Es muy atento de su parte y créame que mucho me gustaría poder tener noticias de un personaje inolvidable que es Freijomil Benavent. Le envío mis saludos desde Córdoba, republica Argentina. Anotado por: Julio Olivera | 04/12/07 De Buenos Aires a Valencia Fue mi tío Eduardo quien me trajo, desde Argentina hasta Valencia (España) un álbum de Gatito y Rompococo en lo más profundo y remoto de mi infancia, a comienzos de los años cincuenta. Lo que más recuerdo es una viñeta donde Rompococo, calzado con unas botas de siete leguas que le obligaban a una carrera desaforada alrededor del mundo, “atravesaba” literalmente el papel en el que estaba impresa la historia. “Esta página quedó arruinada”, decía el narrador. Ahora me entero de por qué me impresionó tanto el efecto: sus creadores eran dos genios del comic cuya obra he podido degustar en mi madurez. Anotado por: Juan Miguel | 06/08/11

Un discípulo de Breccia - 74 -

Fuí alumno de A. Breccia, Pablo Pereyra y Angel Borisoff, y ...¡vaya!! recién me entero que el pequeño felino (Gatito), héroe de mi niñez, había nacido de sus manos conjuntamente con las de Oesterheld, lo cual me trajo el recuerdo de la Princesa Tilina, los inefables Parmesano y Gorgonzola, la evocación de las aventuras infantiles y aquella sana ansiedad que cada semana nos embargaba hasta la aparición del próximo número. Gracias por el grato momento. Saludos. Anotado por: Miguel A. | 23/09/13

5. Conservatorio Rossini Mi padre tenía un violín. Poco antes de alcanzar los tres años, descubrí que golpeándolo contra el soporte de una maciza cama metálica iba a poder abrirlo. Buscaba encontrar allí el secreto de su música. Mi padre me pegó - 75 -

por ello. No sé si demasiado fuerte. Pero la experiencia fue traumática. Así que cuando mi madre preguntó, con tono autoritario: “¿Qué quieres estudiar... violín o piano?”, luego de reflexionar unos segundos opté, resignadamente, por decir: “Piano”. Yo había pasado los cuatro años ya, pero la palabra “violín” me traía de inmediato reflejos incómodos. Conocí un piano recién al entrar por primera vez al Conservatorio Rossini - De Paula. Mi profesora no era demasiado paciente. Luisa Santini de Vélez, se llamaba. A regañadientes, me había aceptado: la edad límite hacia abajo estaba fijada en seis años. Y como dije yo apenas superaba los cuatro... “No, no, no”, dijo la señora, sin tomar para nada en cuenta mi presencia. “Yo no quiero renegar con chicos de menos de seis años”. Mi madre no era una persona cuyos propósitos pudieran doblegarse fácilmente. Con insistencia y esa suficiencia de “mujer de alta sociedad” que tenía, impuso finalmente mi inscripción. Debido a lo cual, desde mi primera clase debí componerme como pude, con una anciana algo predispuesta en mi contra. Y que no iba a tolerar muchos errores. “¡Las muñecas arriba! ¡Las muñecas arriba!”, me espetaba, “¿no ves que así endureces los dedos?” Y cuando me equivocaba en una nota, me pegaba en la mano con una lapicera de metal, muy pesada, que tenía. “Do”, me decía “Do, no si, do.” Tenía una hija, relativamente joven (¿unos 22 años, en 1954?... tal vez). Rogaba que me atendiera ella, en lugar de la anciana, pero esto sucedía muy rara vez. Todos los días a la siesta debía ir a practicar. Y presentar la lección dos veces por semana. - 76 -

El señor Vélez era un sesentón elegante. Como a las cinco de la tarde, brotaba de la espléndida galería con traje y sombrero. Impecable, solía gastar ambos naturales o azulados en el verano, marrones, ocres y grises en invierno. Sombreros según la ocasión. Zapatos relucientes, también de acuerdo con las tonalidades en el resto del vestuario. Un eterno bastón ‒a veces con manivela en gancho, otras recto (¿tendrá un estoque dentro?, me preguntaba al verlo, influido por tempranas lecturas). Con voz seca nos saludaba, echándonos una mirada de cierta repugnancia, a los chicos y chicas que esperábamos, en los sillones de una salita interna. Más tarde descubrí para qué se acicalaba tan meticulosamente aquel hombre, todas las tardes. Iba a la plaza. Cierta tarde ‒como uno o dos años después, cuando me atrevía ya a desviarme un poco del camino prefijado‒, en vez de ir hacia la esquina de Independencia y Avellaneda donde debía esperar el colectivo doblé hacia el norte, por la plaza, como yendo hacia la Catedral. Me sorprendí al encontrarme con el señor Vélez allí, impecable, erecto, solo y con expresión aburrida, en uno de esos anchos bancos de madera pintados de verde oscuro, que había. No me atreví a saludarlo. El tampoco me saludó, pese a que no se divisaban otras personas en más de veinte metros a la redonda. Años más tarde, incluso cuando ya ni siquiera iba al conservatorio y me había convertido en un adolescente presuntuoso y algo fatuo, una que otra vez me daba con el ya anciano Vélez en aquel mismo banco. Entonces era yo quien lo miraba levantando la nariz. A veces, él departía con otros ancianos. Todos emperifollados y ceremoniosos, a su semejanza. La última vez que lo vi fue cuando yo tenía como 19 años y tocaba la guitarra eléctrica, en un grupo de - 77 -

jazz, con cierto pianista bonaerense afincado en Santiago. Incluso me acerqué, para saludar a don Carlitos Lugones, a quien guardaba algún afecto. Según decían, don Carlitos era hermano de Leopoldo Lugones. Por razones que nunca conocí, habitaba entonces en una modesta pensión del centro. Yo lo trataba desde hacía poco, debido a mi relación con el bonaerense, que también alquilaba allí. Muy anciano, apenas caminaba, por lo cual debía ayudarlo a cruzar las calles, algunas veces, cuando me lo encontraba. Volvamos al Conservatorio Rossini. Estaba en la esquina de calles Sarmiento y Entre Ríos. Creo que el rigor era un ingrediente sustentado en el éxito que se obtenía, al final. Había dos pianistas ‒Rodríguez y Rosales, los recuerdo‒, como de 18 años, que nos dejaban pasmados con sus interpretaciones. Nosotros ‒los más chicos‒, escuchábamos de fuera, por cierto. Pero lo que oíamos nos asombraba e intimidaba: parecía imposible que dedos humanos estuviesen gestando aquella música, sin una falla, sin una vacilación... las más ligeras polonesas de Chopin, las sonatas más difíciles de Beethoven, las pitagóricas fugas de Bach... “¡Mucho mejor que un disco!”, se decía. (Concedamos que los discos, en aquellos tiempos, se escuchaban con ruidos y los parlantes no siempre tenían bastante fidelidad). La anciana estaba orgullosa de ellos. Cuando se fueron, yo tenía ya edad suficiente ‒unos once años‒ como para que doña Luisa me hiciera una que otra confidencia. Una tarde en que la pillé melancólica, me mostró la carta que acababa de recibir de Rodríguez (joven atildado y un tanto zalamero, por quien ella tuviese - 78 -

especial predilección). “¡Está triunfando en Nueva York!”, me dijo. “¡Y es como si fuera mi hijo!...” Otra de las confidencias que la anciana me hizo ‒y esta vez hasta lagrimeó‒, fue la desgracia de su sobrino, Alfredo Alaria. “¡En lo mejor de su carrera!”, gimió la anciana. “Se le cortó el tendón de Aquiles! ¡A la altura del tobillo! ¿Te imaginas lo que eso significa como un gran bailarín?” Yo era muy empático: sentí un dolor agudo en el mismo lugar cuando gráficamente la profesora me contó “dicen que fue como un disparo de pistola, cuando se le cortó el tendón ‒arriba del escenario, durante un ensayo‒”. Para mi perplejidad bajó una revista El Hogar, que estaba sobre el estante, y abriéndola, me mostró una gran foto: “...mirá... mirá... ¡que expresión desolada!... ¡Ay... pobre mi sobrino! ¡jamás volverá a bailar!” Luego, me sorprendía siempre de hallar, cada tanto, información sobre Alaria, quien había sido un famosísimo bailarín, coreógrafo, actor de numerosos filmes y recorriera el mundo, triunfando en París con su profesión. Tal como me dijese mi profesora. Recién ahora, al buscar datos sobre el artista, percibo que su segundo apellido era De Paula. Y como nuestro conservatorio se llamaba Rossini - De Paula, infiero que por aquella rama se introducía el parentesco de doña Luisa. Finalmente, dejé el conservatorio antes de llegar al grado de Profesor Elemental. No regresé jamás a sus aulas. Pero en ellas habían pasado tantas horas de mi existencia, durante los seis años transcurridos, que no bastarían doscientas páginas para contar mis vivencias de aquel periodo. Por ello es que decidí dejarlas ‒provisoriamente‒ fuera de esta breve reseña general, de lo que fuese mi experiencia en el hoy desaparecido conservatorio, Rossini - De Paula. - 79 -

Esquina de Avellaneda e Independencia, en 1937. Fotografía tomada por el señor Vicente Gigli. Santiago no cambió demasiado hasta finales de la década de 1960. Así que aproximadamente como se ve era la esquina donde yo esperaba el colectivo para volver a casa. Fuente: Archivo de la Municipalidad de la Capital de Santiago del Estero.

Comentarios

Concertista Hola, yo soy Profesora Superior de Piano de este conservatorio y estudié más años pues soy Concertista, estoy muy orgullosa de los profesores que tuve, fueron los mismos que tuvo mi madre, la cual era igualmente profesora de ahí. Respecto a Alfredo Alaria siempre lo vi como el gran bailarín, lo que me gustaba a mí como profesión, pero lamentablemente mi madre no me ayudó, - 80 -

eran otros tiempos y para una mujer, no lo veían tan bien, entonces como había piano en casa, seguí el piano. La mamá de Alfredo era una gran persona, como la hermana. Todos en gral, hasta los profes. Eran excepcionales, quisiera volver a esos años, estaban en Bartolomé Mitre 1237 de Capital Federal, era hermoso el conservatorio. Y el gran piano de cola en el cual dábamos examen, siempre saqué 10 puntos y medalla de... qué lindo, volvería a esos días... Anotado por: Antonieta Bonardi | 04/02/11

Más datos Qué hermoso haber leído esta nota. Esa profesora, tan poco dispuesta a enseñarle a un niño, era mi abuela: Luisa Santini de Vélez. Mi mamá: “Negri” Luisa del Valle Vélez Santini de Rodríguez, su hija mayor. ¡Qué hermoso recuerdo! He revivido mi infancia y las mañanas despertando ahí y escuchando los pianos. Mi mamá, su hermana, mi abuela, ya murieron todas y hace mucho tiempo. La Tía Élida, mamá de Alfredo Allaria, hasta hacen 10 años, aproximadamente, estaba muy lúcida, en un geriátrico. Del resto no he vuelto a tener contacto. Sí recuerdo la amistad profunda e inquebrantable entre mi abuela y la Tía Elida. Y las fotos y regalos que traía cuando volvía de sus viajes por Europa, donde brillaba Alfredo. Mil gracias a los que pasaron por el conservatorio Rossini de Paula. Mi abuela, era la directora de la sucursal del Norte del país. En Santiago del Estero. De esa casa, donde yo escuchaba los pianos o jugaba entre sus - 81 -

alumnos, salieron muchísimas profesionales y sucursales dentro mismo de Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy. De esas sucursales, a cuyas directoras yo llamaba Tía, en este momento quisiera nombrar a “Rubia” Luccioni (de La Banda) y a Sarita Neme (de Jujuy) y a su marido “Don Carlos”, el “Güemes” de San Salvador. También a Nete Aragonés recuerdo en este momento, compañera de estudios de Haydée “Toty” Vélez Santini, la hija menor de mi abuela, en Tucumán. Un viaje al recuerdo, a la ternura, a la infancia. Gracias. Nereida Anotado por: Nereida Rodríguez | 19/05/11

Alfredo Alaria

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Bach, Chopin… Me emocionó mucho esta reseña. Yo tambien pasé por el conservatorio entre los años 1981-1991, con sus infinitos cursos y sus mudanzas. Me recibí de Profesora Superior de Piano. Estudiabamos todo el año en casa de nuestra profesora Hilda, en Ramos Mejía (Pcia. de Buenos Aires), una mujer maravillosa. Era exigente, pero con dulzura y con esa miel lograba sacar lo mejor de nosotros. Me enterneció tanto leer esta nota... mi profesora también repetía con suavidad “La muñeca, la muñeca... como una arañita”. Me trasmitió ese mismo oído exigente y que las piezas musicales no sólo exigian técnica, sino que conllevaban sentimientos y pasión. A fin de año íbamos a rendir al conservatorio y nos tomaba examen Élida con alguna otra profesora más, o en ocasiones el mismo Alfredo Alaria. Él tocaba maravillosamente bien, sin mirar las teclas, intensamente. Nosotros éramos pequeños, pero mi profesora sentía verdadero afecto por doña Élida y Alfredo, y se ocupó de trasmitirnos el honor que significaba estar sentados a su lado oyéndolo tocar. También se nos dijo (y con el tiempo lo pude comprobar) que el Programa de Estudios que manejábamos era de los mejores. Mi profesora jamás se atrevía a llevarnos a rendir si el nivel no era excelente, y resplandecía de satisfacción cuando alguien se recibía con un “Diez con mención Honorífica”. Bach, Chopin con sus Polonesas y la Fantasía Impromptu, la Patética de Beethoven… eran piezas predilectas y añoro los tiempos en que un mínimo de - 83 -

cuatro horas diarias al piano me permitía alcanzar el cielo de la interpretación sublime de los grandes maestros. ¡Hermosos recuerdos!! ¡GRACIAS!!!! Anotado por: Paola Arrojo | 18/06/11

6. Tit-Bits El señor Pasté aparecía hacia las 8 de la mañana por la vereda viniendo del este. Llevaba con alta dignidad su enanez, y a diferencia de muchos tocados por ese sino, exhibía francamente su seriedad, con un toque a veces de malhumor. Se peinaba a la gomina, lucía bigote hitleriano, vestía un raro uniforme gris oscuro, como los presos o internos del hospicio, con un saco abotonado al cuello. Por esos tiempos los hombres indefectiblemente solían ponerse corbata al salir. ¿El enano quería manifestar abiertamente su diferencia y, a la vez, que no le importaba? Estas reflexiones sólo se me ocurren ahora, ya que en ese entonces me interesaba principalmente lo que traía bajo el brazo: un apretado bulto, sostenido con un cinto, que en su extensión rodeaba su pecho para dar vuelta pasando sobre su hombro y espalda hasta terminar envolviendo todo ‒incluso el bulto. El bulto con revistas. - 84 -

Revistas de política, revistas para la mujer, revistas deportivas... revistas de historietas. Mi abuelo acababa de salir aquella mañana y yo me había quedado mirándolo desde lejos, apoyado en la verja entre los ligustros que parecía haber sido hecha a la medida justa para que apoyase mis brazos con comodidad. Elegante, mi abuelo esperaba el colectivo al otro lado del boulevard, cuando simultáneamente llegó hasta mí el señor Pasté. Lo detuve para preguntarle si ya había llegado Tit-Bits. Me dijo que sí y mi ansiedad me hizo subirme esta vez completamente a la verja ‒tenía ya tres años y medio‒ observando con ansioso arrobamiento al Señor Pasté destrabar la gruesa hebilla con que aseguraba las publicaciones, hasta extraer la revista luego, con el mismo cuidado con que un joyero sacaría un diamante del estuche... ¡Tit-Bits era de tamaño muy grande! ¡Casi como un diario (luego sabría que ese tamaño se denominaba “tabloid”)! ¿O nosotros, cliente y revistero, éramos demasiado pequeños?. “¿Cuánto cuesta?”, pregunté. “Cuarenta y cinco centavos”, dijo el Señor Pasté. “¡Espere un poquito”, pedí, y sin esperar respuesta grité “¡¡¡Papavejoooo!!!”, antes de salir disparado hacia donde mi abuelo esperaba el colectivo “¡Dame cuarenta y cinco centavos!” Mi abuelo Brígido esperaba entre varias personas, la mayor parte de ellas mujeres, elegantes, pues en ese entonces la gente se calzaba, para ir al centro, sus mejores ropas; él mismo llevaba un traje marrón con finas rayas hecho a medida, corbata ocre, zapatos abotinados y relucientes. Volé por entre los pinos y las flores del boulevard alcanzando a mi abuelo, quien esbozó un rictus de impaciencia enseguida ahuyentada por mi manita extendida como pude percibir en la infinitesimal humedad de sus ojos verdes e - 85 -

introduciendo con cierta dificultad sus grandes dedos ‒en el horizonte oeste aparecía ya el colectivo‒ extrajo del bolsillito delantero de su pantalón, bajo del cinto, las monedas que le pedía y las puso en mi manita. A la siesta de ese día continué con mi examen minucioso de Tit‒Bits, que había comenzado por la mañana y luego debí interrumpir, para almorzar con mi familia (que en tal circunstancia estaba compuesta por mi abuelo Brígido, mi abuela Corina, mi tío Agustín y una empleada doméstica, apodada “La Petiza”). ¿Estuve dotado desde pequeño para la crítica o los conceptos que vertiré a continuación surgieron después? Esto último es improbable, pues Tit‒Bits cambió de formato al poco tiempo ‒hacia los `60‒ como un intento final para evitar su ruina por falta de lectores. Tit‒Bits era una revista pasada de moda. No entendía los argumentos de sus historietas a los tres años, pero los dibujos se me representaban como muy cursis, en algunos casos relajantes de tan relamidos; los parlamentos eran barrocos ‒con el estilo de Víctor Hugo, o Vargas Vila quizás‒ y solía publicar páginas con extensas novelas clásicas por entregas, de las cuales yo por cierto sólo miraba las ilustraciones. Comoquiera que fuese, el fulgor de las ediciones impresas, que se había introducido en mí desde los primeros años, me aceleraba la sangre induciéndome inmediatamente el deseo de poseer casi cualquier revista de historietas que se presentara ante mí (algún tiempo más tarde, ocurriría lo mismo con los libros). No con el sentido utilitario de aquellos que las leían comiendo y ensuciándolas al mismo tiempo sólo para tirarlas luego, como veía hacer con asombrado horror a alguna gente, sino como codificadas entelequias, de semejante valor a los cuadros, a los cuales - 86 -

se debía volver una y otra vez para obtener ‒o dotarlos de‒ nuevos contenidos.

Por alguna razón que desconozco me había criado hasta los tres años con mi tío Agustín y mis abuelos. Como ya dije en otra parte (creo) mi papá era como una visita, que aparecía de vez en cuando trayendo en sus manos Gatito, y es uno de mis mejores recuerdos. De la vida en el campo, con mi tío y mis abuelos, en cambio, tengo muchísimos recuerdos, todos gratos, todos medulosos para mi existencia. Ya hablaré de ellos; es que me he propuesto hoy hablar de las historietas (cosa que también tendré que hacer en varias etapas, pues representaron uno de los factores más importantes para la formación de mi carácter en aquel periodo). El otro factor, un poco más tarde, fue la música: precisamente aprovechando esa debilidad fue que mi madre logró que diera mi asentimiento para trasladarme a vivir con ellos poco antes de mis cuatro años. Mi abuela me recriminaría, con frecuencia, más tarde: “Te has ido con ella porque tenía combinado”. Lo peor para mí (cosa que retorcía mi corazón avergonzándome), es que era cierto. El “combinado” era un voluminoso mueble que contenía en sí los mayores adelantos de la tecnología entonces: tocadiscos y radio. Completamente de madera, lustroso, se abría por medio de una tapa bruñida para lo cual colgaba una argolla decorada en su frente, incluso con llave para cerrarla herméticamente si se lo deseaba. Abajo, forrado por un ancho fragmento de paño, rojo, que presentaba motivos floridos del mismo tono en relieve, ¡los parlantes! Más tarde, en ausencia de mi madre, me las ingeniaría para verlos apartando con mucho esfuerzo el mueble de la - 87 -

pared y asomándome lo que este me permitía sólo para asombrarme una vez más ¡eran grandes, como pocos vistos por mí hasta entonces! Por lo demás el argumento había sido como una zanahoria ante el burro pues no se me permitía manejar el aparato, y por él recibiría recriminaciones y hasta algún varazo en las manos cuando me descubrieran tocándolo. “Indisciplinado”, según mi madre, por haber sido “entregado en los primeros años a gente rústica y sin formación social”, de la permisividad casi absoluta de aquellos amables campesinos debí pasar, sin términos medios, a la estrictísima educación que pretendía imponer mi madre, llena de normas para todas las áreas de la conducta humana. Por eso al irse ella, apenas dos años después ‒pero en mis vivencias de transcurso asaz extenso‒, sentí a la ruptura más bien como una parcial liberación. Parcial porque aún pesaría sobre mi alborotada imaginación e indisciplina espontánea, la vigilancia de mi padre. Pero su yugo era más leve. Mi madre solía prohibirme comprar revistas de historietas, no tanto por su contenido ‒en lo cual coincidía en parte con mi padre‒ sino por economía. Me daba el dinero justo para el pasaje de ida y vuelta cuando debía ir a piano (a la escuela, que era más cerca, tenía que llegar caminando) y como la mayor parte de los guardas me dejaban viajar sin cobrarme, por simpatía hacia mi gurruminés o quizás mis parloteos, ella me exigía al regresar que le devolviera la plata. Un día fui y volví caminando sólo por gusto y al detenerme frente al kiosco de Santiago Vicente, ya muy cerca de mi casa, descubrí que la revista Rayo Rojo ‒que NO podía comprar‒ costaba justo lo que había ahorrado: ¡cuarenta centavos! Con impulso que se repetiría a lo largo de mi vida atrayéndome luego amargos desenlaces, entré decididamente al Kiosco y la compré. La escondí - 88 -

cuidadosamente dentro de un grueso “Bach” que llevaba, junto al “Lizt” y la carpeta pentagramada, y volví a casa con parecido talante al que debió animar al indio Tupac Amaru cuando decidió enfrentar los opresores. Entonces mentí por primera vez: cuando mi madre se plantó ante mí con mirada interrogatoria, sólo le dije una frase, con frío laconismo y sin dejar de mirarla a los ojos: “El Negro”. (El Negro era un chofer taciturno y de mal carácter, el único que ordenaba al guarda, apenas verme, que me cobrara el boleto.) Funcionó. A partir de ahí, empecé a calcular cuántas veces por semana mi madre podría tolerar que me tocara a mí precisamente El Negro, y combinando la entrega de las monedas con otras donde mentía para ahorrar, fui desarrollando un sistema administrativo por el cual iría accediendo cada vez a más revistas. Pues ahorrar tres boletos me permitía comprar un Misterix, cuatro un Patoruzito... Cada uno de estos ocultamientos me provocaba una torturante desazón, la cual veía pese a mi corta edad como inevitable, dada la injusticia de las reglas asfixiantes. ¿Quién me había enseñado que eran injustas? Nadie. Por eso precisamente es que las vivía con muchas dudas, y por eso también me torturaban. Pero como ya dije en un momento no muy lejano iban a aflojarse las limitaciones para mí en este campo, pues con el divorcio de mis progenitores y el regreso al cuidado laxo y amoroso de mi abuela, si bien no lograría independencia plena respecto de las historietas, pues mi padre también se oponía a ellas ‒pero a su modo, más bien cultural‒, la norma del boleto desapareció (quizá mi papá, que trabajaba entonces como maestro en el campo y venía a casa sólo cada dos o tres semanas, nunca la conoció) y empecé al menos a exhibir sin mayores consecuencias mis - 89 -

colecciones de Rayo Rojo y Misterix, que por entonces ya habían crecido bastante. El momento en que se fue mi madre coincidió con el periodo más feliz de la actividad historietística en la Argentina. Fue cuando empezaban a salir las magníficas publicaciones de Oesterheld, Hora Cero y Frontera, destinadas a revolucionar ese arte no sólo en nuestro país sino, según creo, en el mundo entero. Si bien las creaciones de Alex Raymond y otros creadores norteamericanos ya habían llevado el arte a niveles extraordinarios, la introducción de las geniales tiras de Ohesterheld ‒secundado por una increíble pléyada de dibujantes, con la talla de Breccia, Hugo Pratt, José Luis Salinas, Carlos Roume, Solano López...‒ establecerían un arrollador tono particular, jamás expresado de tal manera y en conjunto luego, que a falta de alguna denominación más técnica por ahora sólo puedo llamar “argentino”. Fue un momento único y luminoso de nuestra historia, nunca vivido antes y no repetido después, que me tocó vivir junto a los de mi generación, del cual comprendí más tarde recién su gran mérito ‒pero cuya incomprensión racional no me impidió vivirlo con intensidad extraordinaria en su momento. ¡Ay! No siempre, o mejor dicho, en numerosísimas oportunidades, no podía obtener por mi cuenta o de mis mayores el dinero suficiente para adquirir TODAS las hermosas revistas que por entonces se publicaban. Pues en una seguidilla fascinante, comenzaron a aparecer, además de Hora Cero y Frontera, semanales, “Hora Cero Extra” y “Frontera Extra”, quincenales creo, en tamaños más grandes y con episodios completos, lo cual venía a desentrañar en nuestra imaginación algunos aspectos misteriosos de las personalidades que ocupaban - 90 -

la acción semanal, y de otro modo no hubiésemos conocido (eso creíamos). El problema de los recursos financieros siempre ocupaba un lugar problemático. Yo me esmeraba en hallar soluciones, ejerciendo mis primeras estrategias de sobrevivencia. Por otra parte, después del ausentamiento de mi madre el dinero volvió a fluir desde mis mayores hacia mis manos de un modo menos tortuoso: nunca con la abundancia que hubiese querido, pero nuevamente tenía acceso a las billeteras de mi abuelo, mis tíos Mariano y Agustín, mi propio padre, todos ellos bastante difuminados durante el periodo de la dominación materna. Era mi abuela Corina, sin embargo, quien actuaba como un ángel incesante (aún no suficientemente valorado por mí) presto siempre a satisfacer hasta nuestros más mínimos intereses (pues desde el interregno materno mi realidad sentimental se había completado al reintegrarme la presencia de Gustavo, mi hermanito, de quien en los primeros tres años poca cosa me fuera dado conocer). Gustavo era un niño pacífico y de modos aplomados; actuaba de tal manera como un complemento perfecto para mi carácter volcánico y apresurado. En aquél periodo mi abuela pronunció una sentencia que marcaría mi carácter para siempre: “Mis hijos” ‒aseveró (ella nos llamaba ya a Gustavo “mis hijos” ‒ “jamás roban”. Y añadió: “Usted puede dejar sobre la mesa de luz todo el dinero que quiera… ellos no van a tocar un centavo, sin pedirle”. ¡Maravillosa confianza que obtuvo por empatía nuestro absoluto compromiso interior en ser honestos a rajatabla! So pena –de haber actuado en modo contrario– de haber traicionado la confianza de nuestra abuela, a quien percibíamos casi como a una santa. - 91 -

Por esos tiempos teníamos por fortuna en Santiago varios sitios donde se compraban, canjeaban y vendían “revistas viejas”. La mayor parte de ellos estaban en el mercado “Armonía”, un centro comercial muy al estilo de la Colonia, caótico y multifacético. En un edificio gigantesco, de tres plantas, construido en forma de arcadas alrededor de un inmenso atrio central, se acumulaban casi encimándose innumerables puestos de venta, donde se podía encontrar cualquier tipo de alimento regional que se nos ocurriera, y también ropas, arneses para los animales, mates, facones, objetos de plata, yuyos curativos, toda clase de condimentos en estado natural, animales de granja vivos... etcétera. El mercado Armonía era además un espacio cultural de intercambio vertiginoso, donde se reunían las personas que durante generaciones vinieran emigrando desde el campo a la ciudad, con sus familiares y amigos que aún seguían allí. Un bullicio de conversaciones en aluvión envolvía al paseante que ingresaba al lugar, diálogos en los que se captaba el brillo de la alegría en el aire, palabras o conversaciones enteras en quichua, tonadas distintas ‒incluyendo porteñas, pues desde principios de siglo había comenzado la diáspora hacia Buenos Aires, que los santiagueños subsanaban regresando cada vez que podían a este “pago” especial que, nunca supe bien por qué razón, todos amamos de un modo tan entrañable. En el mercado Armonía encontrábamos, pues, revistas a mitad de precio, revistas menos solicitadas que podíamos cambiar de igual a igual por una “nueva”, disminuyendo o aumentando su valor en relación directa con el estado de conservación o el interés del público en ellas. No me resultaba muy fácil darme un tiempo para llegar al Mercado, por mis numerosas obligaciones - 92 -

(escuela, Academia de Piano, además de que nos agradaba jugar, cosa imprescindible para nosotros entonces). Pero en los barrios también había personas que se ocupaban de canjear revistas (frecuentemente sin ánimo comercial, como mi propio caso más tarde, cuando hube obtenido suficientes revistas que no me interesaban, acumulación capitalista originaria que me permitiría empezar a negociar, con creciente habilidad, para suplir los huecos en mi colección).

Comentarios

Hamlet y Perón Estimado Carreras. Vuelve a deleitarme con brisas del pasado y perfumes de tinta y papel. En 1959 compré la colección de “Tit Bits” desde 1940 hasta 1955. Aún conservo algunos números. El avance de mi adolescencia, las milongas y la política enviaron el resto al botellero. Una pena. Le cuento otra. Para viajar debí vender colecciones entomadas de “El Gorrión” (1940-1956), “Espinaca” (1942-1948), “El Tony” (1941-1954) y otras yerbas. Por fortuna cayeron en mis manos, en la barcelonesa Vía Laietana, “Espinacas” de entre 1945 y 1948; entomadas per moi y bien guardadas en mis bibliotecas. Ellas almacenan unas 13.000 piezas entre libros, revistas, VHS, CD, y DVD. Mi piso parece una biblioteca pública. Reinan los ácaros y mi pasión por leer, ver, oír y ...vivir. - 93 -

La pasión de escribir me estalló como un sol nuevo a los 54 años. Desde entonces he publicado 5 libros. Por orden de aparición, son ellos. Clark gable. La corona del rey. La piel de los Dioses Greta Garbo. El dolor de la Esfinge Close Up. Vidas, estrellato y sexo en Hollywood. y… Perón, Luz y Sombras. Los colores del cielo (18931946) Probablemente sea éste el mejor. Los otros toman el cine como referente vital de muchos ídolos del Hollywood ido. Perón, es una experiencia más vital. Cuenta con 37 capítulos de 45 renglones en cada cada una de sus 576 páginas. Tanto en el cine como en la historia, me interesan las personas. Mi Perón es shakespeariano. Él era un sujeto diverso y fue varios personajes de Shakespeare. Hamlet con su madre y el origen nebuloso, conectado a un turbio país gobernado por la oligarquía. Otelo en su complejo étnico, celosamente ocultado hasta que su vejez nos descubrió un clon de Atahulpa Yupanqui. Romeo de su Julieta en 1944. Macbeth de su Lady en el Poder. Lear en sus últimos años. El enfoque entronca con mis años de obrero fabril descolgado de la Universidad, y un interés permanente en la psicología y la sociedad. ¿Por qué las personas obran de deteminada manera?¿Qué las mueve? That´s the question... Voy por el segundo libro. El Cielo de Piedra (19461955). Es el poder, el mal de los males que en ocasiones precipita una ambición que crece, hasta tragarse al poderoso, sin dejar rastros de su condición humana. - 94 -

Paso a hablar de penosos asuntos. El progreso material con baja instrucción y la cierta desaparición de ideas sociales están provocando serios daños en la estructura cultural de esta Europa cómoda, tan lejana de las necesidades mínimas como cercana a la apatía. Abelardo Castillo globaliza el efecto y habla de “siesta cultural”. Es verdad. Pero si en Argentina duermen ‒muchos aún en las veredas‒ acá lo hacemos en el féretro, como Drácula. La diferencia es que nos levantamos cuando sale el sol, para laburar, consumir y chau. Los chicos de quince años no superan el manejo de 150 palabras. La educación está cayendo en picada desde hace una década. Esto es España, más allá de que una reducida elite escriba, comente o etcétera, etcétera. Estimado. Si ud me envía su E-Mail, le giraré algunos capítulos del libro que quiera. Ud. podrá hacer lo mismo si lo desea. Mi Perón es obtenible en la Librería Lorraine, de Pedro Sirera. O en Prometeo, ambas en la calle Corrientes, Capital Federal. Le envío un saludo. Joan Benavent Anotado por: Joan Benavent | 08/10/05

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7. El cartero A los cuatro años deseaba llegar a mayor sólo para ser cartero. Me habían dicho ya ‒jocosamente‒ que no necesitaba estudiar demasiado para ello, lo cual había estimulado mi interés. En aquel tiempo, claro, la Argentina gozaba de una cierta prosperidad. No existían los “servicios privados de mensajería” que hoy nos acosan con sus motocicletas y avisos de vencimientos, amenazas de embargo o publicidad indeseada. Los carteros de los 50 eran sonrientes amigos uniformados, que llegaban en bicicletas con dos espejos retrovisores y adornos, un coqueto baúl de madera en el portaequipaje, donde guardaban su preciosa carga. Que consistía en cartas de los amigos, de familiares viviendo en otras provincias o países, invitaciones, tarjetas de felicitaciones, Navidad, Año Nuevo, lecciones de algún curso a distancia. A veces llegaban paquetes. Mi padre o mi abuelo solían comprar libros, discos u otros objetos por correspondencia. Entonces la felicidad aumentaba ‒especialmente para nosotros, los niños. El uniforme del cartero en esos tiempos merece una especial descripción. Gris, imitaba al de los soldados, incluyendo correajes de cuero, que cruzaban el pecho y la espalda para confluir en el grueso cinto, constelados de hebillas. Su gorra era también como la de los soldados, mas no esos feos birretes de trapo que se usan hoy, sino verdaderos prodigios de elegancia, con precinto de cuero, - 96 -

visera lustrosa y un escudo de la República Argentina al frente. A lo largo de los años, quizás por habitar una provincia lejana al mar y con poco desarrollo económico, el cartero siguió jugando un papel de importancia para mí. En Santiago del Estero no se conseguían, por ejemplo, ciertos discos que me interesaban. Así, compré a los 14 años, por medio de un cupón que, luego de recortarlo de una revista, debíamos enviar a Buenos Aires, mi primera colección de música. En ese tiempo ‒1964‒, el LP (long play, larga duración), era todavía una gran novedad. Nacido hacia fines de los 50, daba por primera vez la oportunidad de una audición prolongada, sin el fastidio de tener que levantarnos para cambiar el disco cada vez que finalizaba un tema. Había incorporado, además, notables ventajas, eliminando ruidos y convirtiéndose en un objeto sucesivamente más liviano, fácil de transportar incluso pues podían llevarse, tranquilamente, muchos de ellos en un portafolios o bajo del brazo. El día que el cartero llegó a mi casa y me entregó el paquete con los discos fue tan emocionante que aún recuerdo los sentimientos que me alegraron el alma. Poniéndolo sobre una mesa, cuidadosamente corté con una trincheta uno a uno los hilos que envolvían la caja de cartón, cubierta a su vez por dos o tres capas de papel de astrasa. Mi nombre en el rótulo, la marca con logotipo de la casa comercial que lo remitía, cada detalle me provocaba deliquio. Estaba a punto de iniciar una ceremonia maravillosa. Con cuidado desprendí aún la tapa lateral para extraer los discos... y aparecieron flamantes, algunos sellados con - 97 -

cubiertas de plástico, 7 discos... siete hermosos longplays, que influyeron desde entonces sobre toda mi vida... Aún los recuerdo: tres (uno doble) de Ray Charles, uno de Duke Ellington, uno con la selección de “Modart en la Noche” (esta era la empresa que promovía la oferta), uno de Al Caiola, uno de Benny Goodman... por causa de este último, es que insistí como sólo algunos chicos obstinados saben hacerlo para que mi padre me pagara los estudios de clarinete... pero eso ya es otra historia.

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8. La aurora Caído se le ha un clavel, hoy, a la aurora del seno... ¡Qué glorioso que está el heno porque ha caído sobre él!... ...desde el lecho escuchábamos los versos, recitados por la voz modulada, cadenciosa, melódica, de mi padre. Los conceptos dibujaban una danza como de humo suave en nuestras recién venidas conciencias. Gustavo, en la cama de al lado, no sé si escuchaba, supongo que sí. Nos quedábamos quietecitos, hasta que llegase la hora en que nuestra abuela viniera a despertarme para desayunar. Mi padre, mientras se afeitaba con la puerta de la toilette abierta, cada mañana articulaba un poema diferente con su voz que nos parecía notablemente superior a la de cualquier otro, incluyendo a Oscar Casco: Una tarde de otoño subí a la sierra y al sembrador, sembrando, miré risueño. ¡Desde que existen hombres sobre la tierra nunca se ha trabajado con tanto empeño! Quise saber, curioso, lo que el demente sembraba en la montaña sola y bravía; el infeliz oyóme benignamente y me dijo con honda melancolía: ‒Siembro robles y pinos y sicomoros; quiero llenar de frondas esta ladera, quiero que otros disfruten de los tesoros que darán estas plantas cuando yo muera.

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Para nuestros oídos de niños, cada concepto adquiría un valor misterioso, trascendental, pues nuestro padre ‒junto a nuestra Abuela Jita, el Papavejo, nuestros tíos Mariano y Agustín‒ conformaba una especie de Consejo Superior de la Existencia Humana, todos cuyos actos, hasta el más mínimo ‒aunque ninguno de los actos de mi padre, según tal criterio, podía ser considerado “mínimo”‒ tenía algún sentido referencial que nosotros, niños, debíamos empeñarnos en discernir cómo podía ser llevado a la práctica. Había adoptado esta convicción de un modo tácito y la ejercitaba, cada día de mi existencia. Entonces, a los seis años, iba a segundo grado (un alumno aventajado); Gustavo era considerado aún demasiado pequeño para la escuela: se quedaba en casa. Mientras aún meditaba sobre alguna ensoñación mixturada con los conceptos recitados ese amanecer por mi padre venía la Mamáviejita; suavemente deslizaba la mano rugosa sobre mi frente; luego de unos segundos podía escuchar a su voz tranquila susurrarme: ‒Levante, muchacho... ¡ya está listo el matecocido!... ¡Matecocido con chipaco!... era el desayuno nuestro. Uno podía comer cuantos chipacos se le antojara, incluso era animado a eso por su abuela; el tema es que comerse un chipaco entero no era muy fácil, aún para el más glotón: son panes circulares, de unos 10 a 12 centímetros de radio, con una masa medulosa cuya corteza resulta semejante al hojaldre y se va haciendo cada vez más mullida hacia el interior, constelado de chicharrones. (Los chicharrones, son trocitos de grasa vacuna gratinados, que se diseminan en el interior de la masa, dando al paladar toques algo salinos, singularmente sabrosos, con cada bocado.) Pocas combinaciones de la gastronomía universal, comenzando por Babilonia y terminando por - 100 -

Maxim´s, deben de haber acertado con una combinación de gustos tan sublime, como la compuesta por el matecocido con chipaco de los santiagueños. (Exagero, por cierto.) Mi padre, ajustándose la corbata negra frente al espejo, continuaba, a veces: Hoy es el egoísmo torpe maestro a quien rendimos culto de varios modos: si rezamos... pedimos sólo el pan nuestro. ¡Nunca al cielo pedimos pan para todos! En la propia miseria los ojos fijos, buscamos las riquezas que nos convienen y todo lo arrostramos por nuestros hijos. ¿Es que los demás padres hijos no tienen?... Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre y, en las guerras brutales con sed de robo, hay siempre un fratricida dentro del hombre, y el hombre para el hombre siempre es un lobo. Yo me sentía abrumadoramente próspero frente al tazón con matecocido humeante y alrededor de la canastilla con chipaco dos o tres botellones con mermelada, de higos, de membrillos, de zapallitos... ¡Cuánta gente se preocupaba por mí! ¿Es que los demás padres hijos no tienen? ¡Sin hacer absolutamente nada para merecerlo yo tenía cada mañana un desayuno como para cinco más, luego podía caminar hasta la escuela imaginando historias por el camino, allí sólo me divertía y peleaba a trompadas de vez en cuando, para volver al mediodía y encontrar el almuerzo listo, asado, bifes, milanesas, locros, sopa, pucheros abundantes, en fin, que me proveían de tantas energías que después debería - 101 -

esforzarme por encontrar juegos tan intensos como para que no se acumularan en mí, causándome inquietud! Mi padre usaba sólo corbatas negras. Esto era mencionado como una especie de misterio, a veces, durante su ausencia. Y si alguna visita le preguntaba a mi abuela: “¿Por qué Julio usa siempre corbata negra”. Mi abuela decía: “Él usa corbata negra”, impenetrable. El vestuario de mi padre contenía códigos preceptivos: podía usar trajes grises, marrones, azul oscuro o negros, según la oportunidad. Pero siempre usaba corbata negra. Y zapatos negros, de cuero simple, sin el más mínimo adorno: detestaba los “detalles”. Su ropa tenía que ser simple, de un solo tono. Podía usar sombrero marrón, si el traje lo permitía, o negro, o gris. Sólo la banda, siempre tenía que ser negra. Las alas no debían ser muy anchas y se lo colocaba apenas inclinado sobre el lado derecho de la cara. Por eso cuando al mundo, triste contemplo, yo me afano y me impongo ruda tarea y sé que vale mucho mi pobre ejemplo, aunque pobre y humilde parezca y sea. ¡Hay que luchar por todos los que no luchan! ¡Hay que pedir por todos los que no imploran! ¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan! ¡Hay que llorar por todos los que no lloran! Hay que ser cual abejas que en la colmena fabrican para todos dulces panales. Hay que ser como el agua que va serena brindando al mundo entero frescos raudales. Hay que imitar al viento, que siembra flores lo mismo en la montaña que en la llanura. Y hay que vivir la vida sembrando amores, con la vista y el alma siempre en la altura. - 102 -

El sombrero ya estaba sobre su cabeza, constataba que en su bolsillo interior contaba con la lapicera; mientras se abrochaba el primero de dos botones, concluía: ...Dijo el loco, y con noble melancolía por las breñas del monte siguió trepando, y al perderse en las sombras, aún repetía: ¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!... Salía sin hacer ninguna recomendación, cerraba la puerta sin hacer ruido y dejábamos de verlo. Entonces, como a las siete y media, yo solía calzarme, recién, el guardapolvos blanco para ir a la escuela.

9. Mi padre

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Cruzando la plaza Juan Figueroa del barrio Autonomía, en el 2003, me abordó una señora como de sesenta años, delgada, rubia, elegante. “Disculpe, ¿usted es hijo de Julio Carreras?”, preguntó. ‒Así es, contesté... ‒Ah... era tan buen mozo... y vestía tan bien... era como un príncipe... -comenzó. Como íbamos en la misma dirección, crucé la plaza escuchándola. ‒Con mi hermana, poníamos la alarma del reloj todas las tardes, a las seis menos cuarto, porque él pasaba como a las seis... Y salíamos a esperar su paso, para mirarlo... Confesiones como estas fueron frecuentes a lo largo de mi vida. No sólo mujeres: también hombres elogiaban la prestancia e inteligencia restallante de mi padre. Tito Lobo, hermano del vicegobernador, una vez me dijo: ‒Julito...vos sos inteligente... pero tu papá era luminoso, brillante... Supongo que se levantaría cada mañana como a las 6:30. Pues a eso de las siete, escuchábamos su voz. Recitaba poesías, mientras se afeitaba. Nuestra casa tenía tres habitaciones, dispuestas alrededor de una cocina, un comedor y un baño. En la primera, que daba a la calle, dormía mi papá. Luego había un pequeño hall, el baño y la habitación más interior, la que daba al patio, era ocupada por nosotros: mi hermano y yo. La restante era ocupada por nuestra abuela, Corina Coria. Julio Carreras trabajaba mañana, tarde y noche. Salía antes de que nosotros fuéramos a la escuela. Regresaba a las doce del mediodía, salía nuevamente a las tres de la tarde, para regresar recién hacia las once o doce de la - 104 -

noche. A esa hora, normalmente nosotros ya estábamos dormidos. Únicamente su madre lo esperaba. A veces solíamos escuchar sus conversaciones, entre sueños. Entraba en nuestra habitación, nos acariciaba levemente la cabeza... ‒Mamá...este chiquito tiene fiebre... ‒escuchaba yo, su susurro... ‒¡su cabecita transpira!... ‒Nohai ser, m' hijo. Es el calor nomás... io lo hi tapao bien, porque andaba resfriado, hai ser por eso que transpira... le hei dao té de limón, antes de acostarlo: con eso se hai de limpiar... Jamás encendía las luces para no despertarnos con brusquedad. Cuando nos dormíamos, en horario de levantarnos para desayunar, sentíamos una cosquilla suave, en la frente... eran sus manos, que con tranquilidad acariciaban nuestras frentes... ‒Goletash... Pecholas... hora de levantarse para ir a la escuela... ‒murmuraba, suavemente. Nuestra abuela Jita nos había preparado ya la mesa con chipaco, tortilla, moroncitos y los tazones donde tomaríamos el café con leche en invierno o matecocido en verano, luego de higienizarnos y ya con los guardapolvos puestos. Cantaba a veces, con voz melodiosa. Podía alcanzar un registro de tenor si se lo proponía. No desentonaba en absoluto. Sin embargo, se negaba a cantar en público. Pocas veces ‒quizá dos o tres‒ lo escuché conceder algún bolero, ante la insistencia de sus hermanos, en las fiestas familiares. Había tocado ‒o intentado tocar‒ el violín, antes de que naciera yo. A los dos años y medio, estrellé contra el brazo metálico de una cama su instrumento, arruinándolo. Nunca volvió a adquirir otro. Por eso no sé si lo tocaba mal o bien. - 105 -

La capital de Santiago constituyó un ámbito humano culturalmente cerrado, casi hasta finales de los años setenta. Nítidamente ordenada por clases sociales, también establecía lugares y espacios “adecuados” para cada una de ellas. Así, el centro era habitado únicamente por familias de clases más altas. Una leve excepción a ello era la franja residencial, constituida por un ancho corredor que abarcaba la avenida Belgrano, hacia el Sur, aproximadamente hasta la placita Belgrano, la Independencia, y la calle 24 de septiembre ‒paralela a las anteriores‒ hasta el barrio Belgrano. Visto desde un avión, entonces, este trazamiento urbano podía ser comparado a un gran ojo de cerradura, con su cabeza hacia el Norte y la franja más angosta apuntando hacia el Sur. Todo el resto de la ciudad ‒y sus barrios‒ eran considerados espacios para “las clases trabajadoras” (manera educada de mencionar a quienes, en lo íntimo, las clases altas denominaban “negros”, “chinos” o “arañas”). Con tal ordenamiento, los habitantes de los barrios únicamente podían ingresar al centro como sirvientas o empleados en diversos rubros. Cada mañana, centenares de varones y mujeres de origen modesto, acicalados, se dirigían a sus puestos, en casas de comercios, bares, estudios jurídicos, oficinas del Estado, etcétera. Para salir al mediodía y volver a sus tareas por las tardes, más o menos hasta las nueve de la noche. Tales personas únicamente podían participar en las fiestas de las clases altas si eran invitados ‒excepcionalmente‒ o para cumplir alguna función servil. Por entonces las fiestas más brillantes solían celebrarse en el centro: sea en casonas familiares, sea en los espacios sociales destinados a ello. Es decir: Jockey Club, confiterías Ideal, El Molino, - 106 -

Sociedad Española e Italiana, Sociedad Sirio Libanesa, Lawn Tennis y Club Bancario. En los sesenta se iba a agregar Trevi, confitería de Ángel Prieto. Casi al filo de los sesenta hicieron su irrupción lo que aquí se llamaron “wishquerías”: Help, Vértigo, La Jaula, Safari. Equipadas con alta tecnología sonora y lumínica, decoradas lujosamente. Las clases modestas, en cambio, tenían sus espacios de diversión en clubes de fútbol o de básquet. Que los sábados por las noches se transformaban en pistas de baile. Sobre un escenario ‒algunos clubes lo tenían permanentemente montado, otros lo habían construido, especialmente incluso, con ladrillos y cemento ‒actuaban cada fin de semana conjuntos populares. Algunos de ellos fueron, entre los '50 y los '70, Carlinhos y su pequeña bandita, El Morocho Martín, Los Demonios del Ritmo con Leo Dan, los Rockland's con Johny Dellara, Yayi y los Sudamericanos, los Diamantes Imperiales. Un ámbito intermedio era el Parque de Grandes Espectáculos. Gigantesco espacio amurallado, con dos grandes pistas de baile y dos grandes escenarios, rodeadas de sólidas estructuras y diseño modernista. Funcionaba en el Parque Aguirre, bucólico ámbito donde en las noches de verano se respiraba un frescor paradisíaco proveniente del río, entre jardines y procelosos árboles, flores, perfumes dulzones o leves, de las innumerables plantitas, que ornaban decenas de canteros primorosamente diseminados en todo aquel inmenso espacio abarcando como diez cuadras. En el Santiago de entonces no se hablaba de Rita Hayworth o de Clark Gable. Los personajes más importantes eran siempre locales: Bernardo Canal Feijóo, los Hermanos Wagner, Olimpia Righetti, Carlos Sánchez - 107 -

Gramajo, José F. L.Castiglione, Luis Ledesma Medina, Carlos Christensen, Mario Navarro, Irma Reynolds, Julio Carreras... En fin, varias otras y otros más que, en conjunto, representaban los dramas centrales, cada día, en este gran teatro abierto que por entonces se conocía como “Santiago”. ‒Prendé la radio muchacho... a ver si lo nombran a Julio Carreras -nos decía nuestra abuela. Entre 1955 y 1958, su nombre sonaba continuamente. Libretista de la mayor parte de los programas que se emitían, era mencionado en las propagandas. Todas las noches, a las 21, se emitía en vivo su audición “La Hora de las Madres”. Con lenguaje sensiblero ‒conscientemente influido por Vargas Vila‒ y melodiosa voz actoral, suscitaba llantos en las mujeres y hasta en algunos hombres, narrando historias de madres arquetípicas. Todas inventadas por él, supongo. Aunque quizás sus lecturas de Victor Hugo, los románticos alemanes y franceses, las novelas de Dostoievsky, Tolstoi, Gorki, le hayan servido como inspiración para algunos personajes. Hasta los domingos, trabajaba, en nuestra casa, escribiendo guiones. Lo recuerdo una tarde en que regresé luego de haberme escapado para que no me castigase después de haberlo despertado durante su siesta. Desordenado el pelo negrísimo y fino, con ondas muy grandes como las de un mar. En piyama y pantuflas. Sobre la mesa del comedor, su máquina de escribir, resonando como una ametralladora. Yo había escapado refugiándome en la casa de Pelusa Curi, quien era mi amiguito y su madre una mujer muy tierna. Cuando calculé que le había pasado el enojo, volví. Por las dudas, no quise ingresar al comedor. Mi padre ni siquiera se había dado vuelta. “¿Qué - 108 -

haces ahí?... Pasá...” Me dijo. Comprendí que ya no iba a castigarme. Estaba muy concentrado con su trabajo. El peronismo pasaba por una época de persecuciones; los más audaces organizaban grupos violentos y perpetraban atentados. La dictadura militar había pasado a retiro a decenas de oficiales, varios incluso con cicatrices de heridas, obtenidas en combates donde habían defendido el gobierno constitucional de Perón. Algunos de ellos ‒Montiel, Phillipeux‒ mantenían contactos frecuentes con los tres hermanos Carreras. Mi tío Mariano era miembro activo en la dirigencia sindical docente, desde donde una y otra vez se resistían las medidas económicas de la dictadura. Un mediodía vi el gran revólver que tío Agustín tenía sobre su escritorio y ese símbolo quedó grabado en mi imaginario de siete años de edad, para siempre. Pese a todo aquello, el director de la radio ‒un porteño, creo que se llamaba Bergara Bay‒, comprendió el valor laboral de mi padre, y lo mantuvo en su cargo, ascendiéndolo más tarde a Director Artístico. Julio era un hombre capaz de escribir libretos para cinco o seis audiciones radiales en poquísimo tiempo. Estaba dotado de una voz masculina y dúctil, que sabía modular con dicción perfecta, para transmitir, prácticamente, las emociones que él quisiera, a través de recursos teatrales que, seguramente, debía de haber estudiado. Por entonces la radio era una empresa mixta: un porcentaje del capital de una empresa privada, a la sazón propietaria también de El Liberal. Otro, de la estatal Radio Belgrano, de Buenos Aires. El grupo empresario local era fervientemente antiperonista ‒habían sufrido hasta prohibiciones editoriales durante el derrocado gobierno‒. El porteño, otro tanto, ya que dependía de la dictadura - 109 -

militar. Pese a ello, los directivos de LV11 consideraron que valía la pena contar con la inteligencia, la voz y la eficacia práctica de Julio Carreras. Solo, hacía el trabajo de tres o cuatro personas. Era capaz, asimismo, de organizar perfectos espectáculos públicos, musicales, dramáticos ‒o de cualquier otro tipo, en el Salón Teatro Auditorium de la radio, que por entonces funcionaba como uno de los principales centros culturales de la provincia. Entre aquellos espectáculos singulares, tres quedaron grabados en mi memoria de niño como películas indelebles: la extensa actuación de Atahualpa Yupanqui y un numeroso grupo de músicos que lo acompañaron. La mágica representación ‒semejante a la del hoy Teatro Negro de Praga, sólo que con títeres‒ de “Los Piccoli de Torino”. Y la muestra de pinturas al óleo, hechas con los dedos, frente al público y sobre platos de porcelana, por el también italiano Pietro Antonuccio. Mi padre casi no necesitaba peinarse pues su cabello formaba naturalmente ondas que por sí mismas se organizaban. Cuando redactaba sus textos a máquina parecían desbaratarse un poco, acentuando el magnetismo que irradiaba su figura durante el proceso de creación. Para nosotros era habitual verlo escribiendo, mañana, tarde y noche. Y si por alguna razón íbamos a buscarlo al trabajo, lo encontrábamos escribiendo. Cuando leía ‒los fines de semana‒, tomaba apuntes frondosos, llenando cuadernos enteros con una letra de molde singularmente barroca. Se le terminaban los cuadernos y comenzaba a usar los márgenes. Así, teníamos pilas de cuadernos en la biblioteca y sobre su escritorio, con dos o tres tipos de letras: una más o menos grande, la segunda pequeña ‒en los márgenes‒ y otra más pequeña aún, apenas entendible - 110 -

para ojos entrenados, con sus sobre apuntes y reflexiones postreras acerca de los libros que leía. Y qué leía... Todo. El Estudio de la Historia, de Arnold J. Toynbee y las Obras Completas de Ortega y Gasset se contaban entre sus preferidas (hasta losúltimos días de su vida, cuarenta años después, volvía sobre los libros del filósofo español, a quien admiraba y sobre cuyas ideas seguía tomando apuntes, en sus cuadernos). Cuando se creó la Corporación del Río Dulce en Santiago del Estero, lo convocaron a participar. Este fue un ambicioso proyecto de desarrollo para todo el Noroeste Argentino ‒que entonces comenzó a ser llamado “NOA”, por los especialistas. Creo que este periodo fue importante para su vida, por las relaciones que allí estableció. Dos ingenieros ‒Pierre y Braceras‒ continuaron luego frecuentándolo, pese a haber desaparecido ya el ambicioso proyecto. Y sus aportes solían ser importantes en aquella especie de Foro Cultural que había ido formándose, de un modo casi espontáneo, alrededor de él. Decenas de pinturas y esculturas se ordenaban en ese espacioso ámbito aquella tarde. Una larguísima galería, cubierta hacia arriba por semisombra, cuatro grandes salones, un patio trasero amplio y arbolado. La antigua residencia era ocupada ahora por la Dirección de Servicios Técnicos Educacionales y el Centro de Documentación Informativa. Solamente los dos salones de este último habían sido excluidos de la muestra y permanecían cerrados. El público desbordaba el espacio disponible, algunos habían tenido que quedarse en la vereda. Supongo que debe haber sido a mediados, tal vez junio o julio de - 111 -

1962, pues los invitados iban vestidos con trajes gruesos, los hombres, y las mujeres cubriéndose con tapados. Para inaugurar la Gran Muestra de Artistas Plásticos santiagueños habló el profesor Gaspar Baltasar Orieta. En nombre de los artistas, lo hizo el pintor Alfredo Gogna. Gogna ‒de unos treintaicinco años por entonces-, constituía el más “polémico” de los artistas de entonces. No sólo debido a sus cuadros ‒magníficos, rozando la abstracción‒, también por sus ideas: era comunista. En su misma línea ‒no tanto por sus afinidades plásticas o políticas sino por su personalidad transgresora‒ se inscribía otro, por entonces muy joven: Juan Alberto “Pocho” Scarone Moyano. Sus grandes dibujos proyectaban reflejos subliminales refiriendo a Picasso. Agudamente cuestionado, desde los grupos tradicionales, se constituyó aquel nuevo escenario artístico santiagueño como nuestro “Salon des refusés” *. Varios de lo que allí exponían eran habitualmente rechazados u obstaculizados para usar los espacios públicos, por quienes constituían entonces “la Academia”. Schettini, Martín López o el mismo Scarone, creaban incomodidad y no solían ser incluidos en las exposiciones oficiales. Tampoco Gogna. Entre los expositores que recuerdo estaban Lea Vignale, Juan Carlos García, Incarnatto, Marinoni. Una exposición de arte constituía ‒en aquel tiempo depocos entretenimientos‒ un espectáculo muy popular. Así que su inauguración tendría muy amplia trascendencia en la provincia. Supongo que el espacio abierto en la Dirección de Servicios Técnicos Educacionales para esos artistas alternativos, fue una de las acciones que le granjearía más rencores entre los miembros del “establishment”. Aparte de aquél sentimiento de pertenencia que induce a todas las - 112 -

sociedades la imposición de “áreas”, celosamente custodiadas por quienes creen ser sus legítimos poseedores. Las grandes exposiciones en las oficinas que dirigía mi padre ‒se hicieron casi de un modo habitual y permanecían abiertas al público todos los días‒, continuaron prácticamente hasta fines de aquella década, unos siete u ocho años después. Decenas de personas entraban allí cada día, atraídos por las grandes pinturas y esculturas, que se veían desde fuera. Habitualmente, los alumnos de la Escuela Normal que “hacían la cuca”, salían antes, o tenían horas libres, tomaban la exposición como un lugar donde pasar el rato. De esa manera tan poco solemne, numerosos santiagueños conocieron obras a las que difícilmente hubiesen accedido en el Museo de Bellas Artes, por entonces ubicado en la planta alta de un antiguo y oscuro edificio. Desde cierta universidad privada de Buenos Aires, Julio recibe por correspondencia lecciones, rinde más tarde exámenes finales y alcanza la Licenciatura en Relaciones Humanas. Junto con Guillermo Dargoltz son los únicos santiagueños en obtener ese diploma. El título era una versión del más frío y utilitario “Relaciones Públicas” ‒acorde con esos tiempos en que campeaba el “capitalismo de bienestar”. Se entusiasma con la idea de cambiar al mundo cambiando las conciencias. Y emprende una exitosa campaña de conferencias públicas, donde comparte un corpus ideológico adoptado, mayormente, de las concepciones de Dale Carnegie y Erich Fromm. A nuestra casa ‒en 24 de septiembre 1377‒, llegaban a su nombre, regularmente y desde Estados Unidos, grandes sobres, con lecciones de la “Antigua y Mística Orden Rosacruz”. Mi padre los guardaba en el único cajón - 113 -

cerrado con llave de su escritorio. La primera vez que los ví fue hacia el año 1957... no sé si continuó con aquellos estudios, no sé si obtuvo algún título de ellos. Por entonces no manifestaba interés por las ceremonias religiosas católicas ‒ni por ninguna otra. A Gustavo y a mí no nos inscribió en los grupos de niños que recibían catequesis; por lo tanto, yo no hice la primera comunión. Creo que mi hermano sí, pues por no sé qué conducto, él había comenzado, desde muy niño, a participar de actividades eclesiales. Yo, en cambio, si iba misa, lo hacía más bien por curiosidad y por el espectáculo que representaban. Por lo general me aburría hacia la mitad y me iba. O salía y entraba, rondando la capilla de La Inmaculada. Nada de esto era inducción de mi padre. Es posible que él ni lo supiera. ¡Pasaba muchísimo tiempo fuera de casa!... Tal circunstancia, lo había convertido ‒para mi hermano Gustavo y para mí, al menos- en alguien distante y un poco temido. Mi padre raramente apelaba a castigos físicos. Cuando se enojaba, se quitaba el cinto y nos llamaba para darnos unos azotes, no demasiado fuertes. No sé si a mí habrá logrado aplicármelos alguna vez. Gustavo obedecía y se entregaba como un corderito a ellos. Yo huía. Desde los cuatro años había aprendido a correr por sobre las tapias. Apenas percibía los signos amenazadores en mi padre, saltaba por una ventana, hacia el patio, como un gato escalaba la tapia y corría sobre ella poniéndome a salvo. Dejaba pasar tres o cuatro horas antes de regresar ‒y esto cautelosamente. Lo que más temía de él, lo que me paralizaba a veces, quitándome la voluntad de expresión, era su desdén. - 114 -

Cuando nos expresábamos de un modo rústico, con palabras inadecuadas o groseras, la mirada sardónica y alguna palabra precisa solía fulminarnos, psicológicamente. Él no usaba jamás las llamadas “malas palabras”. Cuando llevado por un arrebato, luego de acciones fallidas o pequeños accidentes, expresaba fastidio, lo hacía con imitaciones fonéticas de los insultos comunes, como “¡Me caigo y me levanto!”... o “La yegua madrina”...

No todo eran rosas. Por el contrario, frecuentemente escuchaba conversaciones con mis tíos, de las cuales discerníamos alguna amenaza, potencial o concreta. Debíamos esforzarnos para ello, pues nuestros mayores evitaban tratar asuntos graves en presencia nuestra. Mariano, Agustín y Julio conformaban un equipo formidable; absolutamente leales entre sí, solían planear en conjunto estrategias defensivas u ataques, si los consideraban necesarios. Los tres férreamente peronistas ‒al igual que nuestros abuelos‒, se alinearon con cautela pero sin vacilar en lo que luego se llamaría “La Resistencia”. Así, podían participar en actividades semiclandestinas, como la preparación de Los Uturuncos, u otras como las manifestaciones sindicales encabezadas por Vandor o José Alonso, aunque no prohibidas, sí combatidas, a veces con saña, por el régimen antiperonista gobernante. Por entonces comenzó a sonar con alguna frecuencia la palabra “traidor”, en nuestra casa. “Alma de Gallina”, habían bautizado a un personaje que nunca supe cómo se llamaba (y tal vez aunque lo hubiese sabido no lo pondría: no tanto por él sino por sus descendientes). - 115 -

Ya a mediados de los sesenta, un obeso profesor de Castellano, enrolado en un ala “negociadora” del peronismo, atacó por medio de solicitadas y notas en El Liberal la actividad que desarrollaba mi padre. Una acusación fuerte era que en la Dirección de Servicios Técnicos Educacionales, mi padre se permitía efectuar reuniones con “destacados comunistas”. ¿La presencia de Francisco René Santucho y Alfredo Gogna habría motivado tal acusación? No lo sé. Mi padre evitaba contestar: tenía el concepto de que su acusador era un despreciable mercenario y pigmeo intelectual. Sin caer en la réplica, pese a ello, oportunamente solía publicar uno que otro suelto, en el diario La Hora. Un joven correntino, a quien mi padre había acogido con generosidad, por alguna razón se resintió con él y salió junto con el anterior a despotricar usando los mismos argumentos. ** “Comunista”, había sido una palabra infamante en los años '50. Por medio de ella, el senador Mc Carthy provocó dolor, persecuciones, cárceles y hasta ejecuciones en los Estados Unidos. Fogoneada internacionalmente por el inmenso aparato propagandístico del país más poderoso del mundo, se convirtió muy pronto en insulto político, a lo largo y lo ancho del mundo “occidental y cristiano”. Si tuviéramos que caracterizar objetivamente a nuestra familia, deberíamos colocarla más bien en los casilleros de la derecha. Durante la Segunda Guerra Mundial mi abuelo había deseado que la ganaran los alemanes; algo de esa tendencia, aunque mitigada, se había transferido a sus hijos más tarde. A mí mismo: uno de los primeros libros que pedí a mi padre, como regalo, fue la voluminosa biografía del mariscal Rommel, con magníficas fotos, que - 116 -

había visto en los anaqueles de Librería Difusión. Tenía ocho años de edad. Eran distintos sentimientos los que se manifestaban ‒ahora lo comprendo‒ cuando entre otras acusaciones se intentaba colgar a mi padre el mote de “comunista”. De hecho, era más peligroso para el régimen gobernante que los comunistas (quienes, por otra parte, habían acompañado al antiperonismo, con actos legales e ilegales, en la famosa Unión Democrática). Mi padre no era un comunista. Nunca lo fue, ni siquiera aceptaba el marxismo, salvo alguno que otro concepto de carácter económico. ¿Por qué lo atacaron, tantas veces, desde los poderes? Creo que por su inmensa popularidad entre los sectores más humildes de nuestra población. Semejante a los campeones deportivos como Gatica, o a la misma Eva Perón, en nuestra provinciana sociedad era amado por los más modestos habitantes de los barrios. Quienes percibían en él a uno de sus iguales, convertido en una especie de “héroe cultural” indiscutible. Cotidianamente lo veían triunfar ante los cajetillas del centro, infatuados y llenos de títulos, pero incapaces de soportar un debate público de diez minutos con este sensitivo actor. O de estremecer el alma de las masas populares, tan profundamente como lo hacía cada noche él, a través de sus audiciones radiales. Debo decir que esto suscitaba en el protagonista, asimismo, una altivez egoica considerable. Desde muy niño recuerdo haber escuchado a mi padre predicar la humildad. Reconozco, sin embargo, que aún de un modo elíptico, solía despreciar, constantemente, a sus ocasionales contendientes, políticos o literarios.

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1999. ‒¡Pila Herrera y Pajarito Salvatierra la pretendían a tu mamá! - me dice el doctor Moya. Estamos en el living de su casa. El doctor Moya debe rondar ya los ochenta..., pienso. Se ha jubilado, hace unos diez años, como presidente del Superior Tribunal de Justicia. Pero aún viste impecable traje gris, corbata y se expresa con parsimoniosa pompa. Su gran rostro en forma de carozo tiene la majestad sacramental de un búho. “No eran los únicos que la pretendían, por supuesto... solamente los más audaces, pues se animaban a hacérselo saber... -¡Qué hermosa era! ‒continúa. ‒¡La reina de nuestra generación! ‒. Los ojos castaño claro se le humedecen por los recuerdos. ‒¡Vieras, cuando ella aparecía!¡Pajarito y Pila se desvivían por llamar su atención, la cortejaban sin cesar, sin desanimarse por ningún desdén!... En cada fiesta, en cada reunión, competían por ella... (Los dos eran altos, elegantes, muy buenmozos... inteligentes...) Hace una pausa, contemplando la película que proyecta su imaginación. ‒Les ganó tu papá... -articula luego, reflexivamente-: Ella lo eligió a tu papá...

Agosto de 1963. ‒Tu padre era, en el fondo, un rústico... su “nivel intelectual”, sólo un barniz con el que engañaba al público... Quien dice esto es mi madre. Estamos en una coqueta casita que posee en Thompson y Pedro Goyena. Luego de haberme provisto ropa fina, moderna, quemó mi único traje gris ‒que tenía para ir a la escuela y salir‒ en un incinerador de basura. ‒Esa ropa espantosa que traías tenía olor a campesinos... ‒dice. Ocho años después de haber huido de - 118 -

Santiago, mi madre se ha convertido en una comerciante acomodada. Es dueña de una perfumería, en Villa Devoto. Ha comenzado a adquirir “propiedades horizontales” en barrios de Buenos Aires, incluyendo al centro. ‒En la vida íntima él era vulgar, desagradable... recuerdo la pésima impresión que me llevé al despertarme, luego de dormir juntos por primera vez... él se había levantado ya... y andaba por allí, haciendo de chancletas con unas feas alpargatas... ¡alpargatas, usaba alpargatas!... ¡y con un piyama viejo, en el que las rodillas de los pantalones se habían hinchado como bolsas! ¡Qué mersa era!... ¡Como todos los peronistas! ¡Como tu abuelo nazi!...

Sábado 26 de julio de 1952. Julio llega a Campo Verde hacia el mediodía. Desde la madrugada viene transitando a caballo decenas de kilómetros desde la escuela de Quebrachos, donde es maestro. No ha salido el sol. Hace mucho frío, las manos se le han endurecido. Cada tanto suelta las riendas para masajear sus dedos y recuperar así la circulación. Su padre, comisario de Guampacha y su hermano Agustín lo reciben. Los nota apagados. ¿Qué ocurre?, pregunta. Ha muerto Evita, le contestan. Por la tarde continúa su camino. Debe hacer unos diez kilómetros más para compartir, hasta el lunes, la escuela rancho donde está su esposa, Dina Elizabeth, con su segundo hijito, de apenas cinco meses. El niño ha nacido un tanto enfermizo y deben efectuar larguísimas travesías en sulky, hasta Santiago, para hacerlo revisar por un médico, cada tanto. - 119 -

Aunque no quieren reconocerlo aún el matrimonio de Julio y Dina Elizabeth ya naufraga. El arrebato que la llevó a escaparse con ese poeta joven se ha transformado para ella en dolorosa frustración. De los ámbitos pulcros frecuentados desde su infancia, abruptamente se ha convertido en “maestra de labores” bajo un techo de barro y ramas, en un paraje inhóspito del campo, donde casi todos sus alumnos van a la escuela descalzos. Tierra, viento, sequedad. Es lo que ha adquirido a cambio de habitaciones amplias, conversación amena con personas distinguidas, ropas a la moda o estimulantes reuniones de sociedad. Julio ha encontrado, por su parte, a una mujer temperamental, exigente, liberal, independiente, a poco de convivir. Haber obtenido ese trabajito para ella fue una excusa, en realidad, buscando mitigar la permanente irritabilidad de su muy breve convivencia. Habían dejado a su hijo mayor, Julito, con Agustín ‒que era soltero y director de una escuela. Donde compartían un gigantesco rancho con Brígido y Corina, sus abuelos. Brígido era por entonces comisario de Guampacha ‒otro pueblo del departamento Guasayán. El caballo se internó por un senderito montuoso. Estaba oscuro ya. Julio sintió de repente una sensación húmeda sobre su mejilla. Venía abstraído en las imágenes de sus pensamientos. Se tocó: una gota fría. El rocío de alguna hoja, pensó. Se tocó el otro lado del rostro: mojado. Recién entonces se dio cuenta que había estado llorando.

1952. La cabecita sudorosa del niño se apoya contra el pecho del hombre joven que atraviesa a caballo el monte bajo el sol. Tiene los ojos hinchados. No hay médicos en - 120 -

Guampacha, de modo que, suponiendo que lo había contagiado una vinchuca, Julio cargó con él para llevarlo a Santiago. Llegan allá cerca del mediodía. Un médico del hospital Mixto le dice que no hay equipos en ese lugar para hacer los análisis y mucho menos tratamientos para el Mal de Chagas. Deberá llevarlo a Tucumán. ¡En Santiago del Estero, la provincia con mayor índice chagásico de todo el país... no hay un lugar donde se cure esta enfermedad endémica! Julio decide salir inmediatamente con su hijo hacia Tucumán. Llegan como a las tres de la tarde. No tiene dinero suficiente para tomar una habitación de hotel, así que deberán esperar hasta las seis de la tarde, hasta que llegue el especialista, al único laboratorio equipado en el Noroeste Argentino. El doctor Canal Feijóo. Para entretener al niño, luego de caminar un rato y tomar refrescos en un bar, Julio lleva a su hijo Julito a pasear en tranvía. En Santiago no hay. El niño recuerda aquellos trances como mágicos tours. La voz melodiosa de su padre, narrando historias de gestas caballerescas y romances. El sol ardiente rutilando el metal de cientos de vehículos que atosigaban las angostas calles de Tucumán. El tranvía como un monstruo cordial tomado de la imaginación de Julio Verne. Una y otra vez deben ir a Tucumán, para cumplir el tratamiento. Una y otra vez Julito paseará en tranvía, con su padre. Hasta la hora en que ese tranquilo médico lo atenderá. Julio piensa en los miles de niños cuyos padres no saben de la existencia de este Centro Médico Estatal o no pueden venir hasta aquí. Niños condenados a la muerte o a la idiotez, por la pobreza humana de esta provincia rica.

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*En 1863 el emperador francés Napoleón III autorizó que se abriera un llamado Salón de los rechazados (Salon des refusés) en que pudieran exponerse las obras que el jurado académico había rechazado de la exposición oficial. En este Salón se dio a conocer el famoso Almuerzo sobre la hierba de Édouard Manet y prácticamente fue la primera aparición pública de los Impresionistas, como corriente artística renovadora. **Años después, ya transcurrida la sangrienta dictadura militar del “Proceso”, reencontré a este personaje correntino en Santiago. Avejentado y calvo. Me dijo haber estado preso también. Cuando le pregunté por qué, me contó que un cierto “capitán Blanco”, con quien compartiera orgías de alcohol y prostitutas, lo había hecho encarcelar, por un asunto turbio. Al salir, se reintegró a ese submundo de la prostitución, las drogas y el noctambulismo orgiástico. Trabajando como empleado de un conocido empresario de estaciones de servicio, que también poseía prostíbulos aquí. Creo que a principios de los 90 (cierta madrugada en que desvelado por el calor salí a caminar por la ciudad ansiosa) fue la última vez que lo vi. No sé si vive aún o ha muerto ya.

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10. ¡Oh, Carol! Gracias a Amílcar Vergara por recordármelo.

Fue el primer tema que en mi vida bailé. Tenía entonces diez años, era una fiesta de Fin de Año de la primaria. Una muchacha robusta y alta, impetuosamente me sacó a bailar. A su segundo tirón de mi mano cedí. Me superaba en estatura, como por una cabeza. Nunca habíamos hablado, aunque la conocía de lejos. Hija de una maestra de la escuela, en mi imaginación historietística su rostro se presentaba semejante al de Aleta, la enamorada vikinga del Príncipe Valiente (que por entonces dibujaba Harold Foster). La canción es lo que más recuerdo de aquella primera vez. Pero también la sensación dulce de estar en brazos de aquella muchacha decidida, la suavidad de su vestido de verano, su perfume a lilas. Criado entre hombres, rodeado de mayores, jugando con niños agrestes, con quienes debía estar en guardia constante para prevenir a tiempo desde dónde podría provenir el primer puñetazo, aquél mecerse en brazos tan acogedores me permitió conocer una felicidad hasta entonces ni siquiera soñada. Desde el día siguiente decidí comenzar a bailar. No se presentaron ocasiones muy rápidamente. Pero al ingresar a la escuela secundaria, como iba a una escuela mixta, la posibilidad estaba latente. - 123 -

Los únicos compañeros de primaria que continué frecuentando fueron el Gringo Bianchi y Tutti Delgado. Ello porque ambos ingresaron ‒al igual que yo‒ a la Academia de Bellas Artes. El Gringo solía organizar fiestitas en su casa. Con un tocadiscos Winco ‒alta tecnología de entonces‒, clausuraba el living comedor para un grupo de chicos y chicas que cuidadosamente seleccionaba. Sin embargo fracasé de un modo notable en mis primeros intentos. No era inhibido, por lo cual iba hacia la chica que me gustaba y la sacaba a bailar. Ella aceptaba; mas ninguna me duraba dos temas. ¡Incluso hubo alguna que me abandonó a la mitad del primero!... Comencé a notar que luego cuchicheaban; los otros varones me miraban y se reían. Después comenzaron a cargarme: “Eh, bailate un rock and roll con fulana”, me decían los changos, en tono sobrador. (Por entonces estaban de moda los Teen Tops, con Enrique Guzmán.) Tenía un amigo fraterno, tres o cuatro años mayor que yo, se llamaba Domingo Bravo. En la vereda del Hogar Escuela (su padre era el director) le consulté mi caso. “A ver, mostrame como bailas”, me dijo. Lo hice. “No, no... vos bailas de cualquier manera...”, censuró de inmediato. “¡Hay pasos, tienes que aprenderlos, porque si no la chica no te va a seguir!” Entonces me dio un par de lecciones. Fuimos a casa, sacamos una radio a transistores y bajo la sombra de un paraíso, Mingo haciendo de chica y yo siguiendo sus directivas, aprendí los pasos. Algunos meses después, durante un vermouth que organizó en su casa una compañera, Clarita Fernández, obtendría los primeros frutos de tales esfuerzos. Pude bailar, con una muchacha amable, durante casi todo lo que - 124 -

duró aquella nocturna fiestita invernal. Sin pisarla ni una sola vez. Me acercaba con desprejuiciada candidez a las chicas que me atraían... A los doce años, por las mañanas iba caminando hasta la Escuela Normal. Por la tarde, a la Academia de Bellas Artes. Antes de llegar al Molino Sur había una muchacha bonita y prolija que me agradaba. Vivía en una casa con planta alta. Allí, una tarde, ella miraba los pocos vehículos que pasaban, desde el balcón. Me detuve y desde abajo, la saludé: ‒Hola. Me llamo Julio ‒dije‒: ¿Y vos? ‒María Elena ‒contestó ella. ‒Bueno, chau ‒, dije yo. Y continué mi viaje hacia la Academia. Más adelante había unos chiquitos apellidados Durgam. Otra tarde iba fumando, pues creía que eso iba a dotarme por fin de una voz realmente gruesa. Los niños Durgam jugaban en la vereda. Ella, la chiquita, como de seis o siete años, me interpeló: ‒¡Ché, ché... ¿qué hora es?... En el acto, su hermano la reconvino: ‒¡No le digas Chéee!... ¡Decile “señor”...! ¿No ves que fuma?... Con María Elena Paz hice mis primeros ensayos de voz gruesa. Me detenía, a veces, cuando fortuitamente ella estaba en la puerta. El esfuerzo que hacía para sostener un tono muy grave me quitaba el aire. Entonces debía irme siempre enseguida. Y me veía obligado a componer frases breves. Una tarde la encontré y le di un beso (en la mejilla). - 125 -

‒¡Qué dulce tu perfume!...‒le dije. ‒No me puse ningún perfume...‒respondió ella. ‒Ah. Entonces es tu perfume natural. Le hizo mucha gracia. Me lo recordaba medio en broma, después, cuando nos encontrábamos. En Buenos Aires, como un año más tarde, me llamaron dos chicas bonitas y rubias. Era una cuadra más adelante de donde vivían mi mamá y mi pequeña hermana. Yo iba por la vereda de enfrente. ‒¡Eh, pibe!‒me chistó una:‒¿podés venir? Obedientemente, crucé. Estaban en la puerta de su casa. Debían de tener entre doce y trece años. ‒¿Es cierto que vos le dijiste “adiós preciosa” a ella? ‒me preguntó la que parecía mayor. ‒Así es ‒contesté. ‒¿Y por qué? ‒Bueno ‒dije‒ me parece que un caballero puede decirle un piropo a una dama que le gusta... Esto pareció hacerles tanta gracia, que se desternillaban de risa. ‒¿Un piropo?‒decía la mayor, imitando mi modo de hablar: ‒¡¿Un piropo?! ¡Jájajajajá!... Yo estaba desconcertado. Casi ahogada por la risa, la porteñita quiso saber: ‒¿De dónde sos? ‒De Santiago del Estero. ‒¡Ah! ¡Sos muy gracioso!...‒exclamó: se reían sin parar las dos. Entonces yo murmuré “bueno, hasta luego”, y me fui. Desde entonces, cuando las veía venir, trataba de alejarme. Como se daban cuenta, ellas volvían a reírse a carcajadas. - 126 -

11. Los Grinberg con Cacho Monges - 127 -

Hugo se levantó como a las 11, aquel domingo primaveral. En el espejo del baño, desde lejos, se miró. Tenía algo oscuro en el cuello. Al acercarse, descubrió un moretón, como si hubiera caminado por allí una araña pollito con su baba. ¿Qué iba a hacer ahora? Para el mediodía estaban invitados, con Julio, a almorzar en la casa de Chongo. Decidió atarse un pañuelo de su mamá, amarillo con flores rojas. Más o menos hacía juego, bajo la camisa marrón. Ya en el almuerzo, sentados ante la suntuosa mesa de la familia de Chongo, con Julio a su frente, la señora le preguntó: -¿Por qué llevas ese pañuelo al cuello, Huguito? ¿No te da mucho calor? -Es que anoche, mientras actuábamos, se me ha cortado la cuerda del bajo y me ha pegado en el cuello, señora... me ha quemado, dejándome una marca muy fea -Hugo mintió lo primero que se le ocurrió. -Ohhh -exclamó doña Elvira asombrada -¿Y cómo es que te quemó? ¿Se calientan las cuerdas del bajo eléctrico?... -Sí -mintió otra vez Hugo. -Se calientan mucho. De mirarlo con ojos muy abiertos, Chongo y Julio pasaron a bajar los párpados, concentrándose en la comida para no tentarse. -Mmm...-murmuró con tono de dudas la señora -no sabía que se calentaban tanto las cuerdas de los instrumentos... Hugo contaba con 17 años, entonces. Julio 15. Chongo, 14 y medio.

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Eso fue cuando los Grinberg con Cacho Monges llevaban ya más de un año de éxitos, en Santiago. El grupo original, iniciado en el invierno de 1964, estaba compuesto por “Beby” Juárez en la batería, “Nuni” Santillán primera guitarra, el “Loco” Villa en bajo, el “Negro Silva” en guitarra rítmica y Cacho Monges, cantor. Por razones que Julio nunca averiguó, los miembros originales tuvieron que separarse y lo hablaron para reemplazar a “Nuni”. Muy poco tiempo después, también Villa abandonó el grupo. Fue reemplazado por “Pinocho” Saldaña. Pero la inestabilidad parecía empecinarse: enseguida se retiraría, asimismo, el “Negro Silva”. En su lugar, tocó “Julito” Gutiérrez, un chico amable y rubio, con guitarra eléctrica recién comprada. Todos -menos Julio- vivían en La Banda. La fatalidad, sin embargo, se encargaría de seguir dándole jaques al ensamble: Julito -en un accidente automovilístico que conmovió a la población de La Banda- murió. Tenía 15 años... Entonces Julio invitó a “su hermano” (por entonces el mejor amigo que tenía) Carlos Sánchez Gramajo (h), a integrar Los Grinberg. “Chongo” aceptó el desafío. Compró una guitarra Jakim, excelente, e ingresó. Julio aún tocaba con su guitarra blanca, nacarada, de dos micrófonos, fabricada por “Chinche” García, adquirida cuando cumplió los catorce años. Para señalar su vocación de pintor, Julito la había mandado a fabricar con forma de paleta. Esa guitarra tenía un inconveniente: era muy pesada. Debido a la ausencia de fábricas metalúrgicas en Santiago, y como debía proveerlas de una resistencia especial, para soportar sin arquearse la tensión de las cuerdas de acero -cosa que en las industriales se solucionaba con un fuerte núcleo metálico-, “Chinche” utilizaba madera de quebracho blanco. Pero así, los - 129 -

músicos, se veían obligados a cargar instrumentos que parecían de plomo, durante horas, sobre los escenarios. Chinche proveía de guitarras eléctricas, por entonces, a todos los grupos. En el Santiago aún escasamente comunicado con los grandes centros industriales y comerciales, comprar una guitarra eléctrica traída de fuera constituía todo un riesgo. Había que pedírselas a las únicas dos casas de música que por entonces había -Bazar Imperio y Olivares-, y casi sin ninguna seguridad. Los comerciantes pedían “una” guitarra eléctrica (no era un instrumento con mucho mercado en Santiago). Y si la que llegaba de Buenos Aires traía un diapasón duro, o pequeñas fallas... “a mamarla”. Entonces los Rocklands, los Demonios y los Demonios del Ritmo, además de otros grupos menos importantes, solían encargar sus guitarras directamente al “Chinche” García, un electrotécnico de ojos azules, a quien llamaban así por el subido tono rojo de sus mejillas sobre una cara muy pálida. Chinche vivía en la avenida Belgrano, entre Pedro León Gallo y Mitre, a la mano izquierda yendo hacia el Sur. Era una casa antigua, medio ruinosa ya, en cuyos dos primeros salones el hombre tenía montados su taller de electricidad y carpintería. A Julio lo habían llevado allí “Meca” Helmans y “Pachi” Pinto. Pachi -que vivía en el Pasaje Figueroa, por allí cerca- tenía la primera guitarra eléctrica que Julio conoció, a sus trece años. Julio había quedado tan fascinado con el sonido de esa guitarra, que desde entonces acosaba a su padre para que le pagara una. Cuando llegó la ocasión -casi un año después-, la diseñó escrupulosamente. Una mañana, mientras estaba haciendo cola en una inmensa sala del edificio de Salud Pública, para obtener - 130 -

certificado de Buena Salud, se le acercó un muchacho más o menos de su edad. -Hola gato -le dijo- ¿vos sos Julito Carreras? Sí. Contestó Julio. Más sorprendido en realidad porque lo llamara “gato”. Es que Beby, luego iba a saberlo, llamaba a todos así. Por los “Gatos Salvajes”, un conjunto rosarino que le encantaba. -Nosotros estamos formando un conjunto -explicó desinhibidamente Beby, adolescente muy morocho, que llevaba el pelo cortado al rape en los costados y arriba levantándose como flechas, pese a la gomina-, necesitamos una guitarra. El chango que toca no tiene...agregó con franqueza- y nos han dicho que vos tienes una... Debido a esa cuestión tan pragmática, fue que Julio comenzó a ensayar con aquel grupito, llamado “Los Juveniles”, en La Banda. Nuni Santillán tocaba la segunda guitarra y Cacho Monges cantaba. Todos eran menores de quince años. Su primera -y única- actuación- fue en el Club Tabla Redonda, de La Banda. No había corriente eléctrica allí, por lo que debieron conectar los equipos a una batería. Para un público de hombres con aspecto de campesinos, con sombreros negros y pañuelos al cuello, y muchachas oscuras en vestidos floreados, bajo los algarrobos y unos raquíticos faroles, tocaron “Gavilán Pollero”, “Despierta Lorenzo”, “Muñequita”, de los Pick Ups, conjunto por entonces de Moda. Allí Julio conocería también a un tipo entrañable, ya “grande” (más de veinte años): el “Ñoño” Gallegos. “Ñoño”, un rubio muy parecido al actor inglés Michael Caine, iba a ser el “chofer oficial” de los Grinberg, durante toda su trayectoria. Y los acompañaría siempre, con su auto sedán, no sólo en sus viajes, sino también en las farras. - 131 -

Carlos “Chongo” Sánchez Gramajo era por entonces el mejor amigo de Julio. No tocaba demasiado la guitarra, apenas conocía los acordes. Pacientemente, Julio acompañaría a su amigo a practicar los principales rasguidos: rock, bossa nova, rock lento... El propósito era incorporarlo al grupo musical. Cuando lo consiguió, la madre de su amigo accedió a regalarle una guitarra eléctrica Jakim, con caja liviana, comprada en Casa Olivares. Con el ingreso de Chongo Julio adquirió mayor influencia en el conjunto. Ya por entonces -mediados del 65-, tocaban temas de los Gatos Salvajes, Horacio Ascheri, Los Iracundos: “La respuesta”, “Ojos sin luz”, “Mi promesa”, “El Golpe”, “Calla”. Esta hegemonía iba a consolidarse cuando, debido al abandono de “Pinocho” Saldaña, quien debía trasladarse a Córdoba, ingresara Hugo Mansilla. A instancias de Julio, Hugo compró un bajo eléctrico y comenzó a practicar “matando caballos”, pues apenas tuvieron unos días, antes de lanzarlo sobre un escenario. Que no era cualquiera, pues se trataba del Parque de Grandes Espectáculos. Y además actuaban esa noche quienes, por entonces, ya eran “monstruos sagrados”: Los Demonios, con Johnny Dellara. Pasaron bien la prueba. El grupo, que al principio alquilaba un equipo para sus guitarras a quien llamaban “El Petiso Barrón”, pudo adquirir instrumentos nuevos y amplificadores, con el producto de sus remuneraciones. Todos los fines de semana tenían contratos, casi siempre en tres o cuatro clubes. Para cumplir con lo cual debían desarmar los instrumentos, cargarlos en el auto de Ñoño, bajarlos nuevamente y volverlos a armar en el club - 132 -

siguiente, para repetir el operativo cuantas veces fuera necesario. Un buen ejercicio, que les exigía alimentarse bien y cierto descanso luego. Algunas veces, tocaban hasta tres actuaciones en cada club, por noche. Y si tocaban en tres clubes, debían hacer en total nueve actuaciones de media hora cada una, trasladándose para esto y repitiendo el operativo de armar, acarrear, subir y bajar equipos, una y otra vez, entre distintos sitios con seis o siete kilómetros en el medio. Esto se intensificaba aún más en los carnavales, período durante el que actuaban todos los días, pero a la siesta y a la noche. Cierta vez Julio le preguntó a Beby por qué había bautizado “Los Grinberg”, al grupo. “Por el judío que nos alquilaba los equipos”, contestó el negro. “Todos los equipos tenían, pintado con letra grande, el letrero Grinberg... incluyendo el bombo de la batería... entonces, lo más fácil fue seguir llamándonos así” Durante los carnavales del 66 Julio se hizo amigo de unos chicos de Tucumán, que cantaban temas de los Beatles traducidos al castellano. Y también cierto potpurrí de cancioncillas populares. Los “sponsoreaba” un joven empresario tucumano, de origen árabe: Karim Melem Dip. Por eso, se llamaban “Los Karim”. Se alojaban en el “Grand Hotel”, de Diéguez. Como Los Grinberg tocaban también en los bailes y confiterías de Diéguez -Rio Dulce Grill, Parque de Grandes Espectáculos, Confitería Ideal-, se conocieron y confraternizaron. A Julio lo deslumbró el tren de vida que llevaban. Almorzaban opíparamente, cenaban en los mejores restaurantes, se calzaban con los más caros mocasines, exhibían pantalones y remeras de boutique. Y esto impresionaba especialmente a las chicas de las clases más altas. Cuando le propusieron ir a tocar con ellos, Julio no - 133 -

dudó. Se sentía ya -a los 16 años- “un profesional”. Pensó que iba a hacer mucha plata, en Tucumán. Así que terminando el carnaval, anunció a sus compañeros la decisión, para que buscaran un guitarrista cuanto antes. No demoraron más de un par de días en hacerlo. En su lugar entraría “Ruly” Barrionuevo, un joven alto y rubio, con cierto aire a Ricky Martin. Sólo que Ricky Martin aún no había nacido. Y este joven era de La Banda. Muy buen músico, poseía un excelente guitarra... así que el conjunto siguió sin trabas. Y Julito pudo viajar, con “Johnny Perkins y Los Karim”, a Tucumán.

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12. Cuatro anécdotas cortitas de mis hijitas: Anahí (1975)

El día en que nació Anahí me sentía tan contento que fui a casa, me bañé y me puse el traje que sólo había usado para nuestro casamiento. Cuando regresé, la empleada de la recepción en el Hospital de San Francisco (Córdoba), me informó que el horario de visitas era por la tarde. Pese a ello, seguí hasta Neonatología y encarando a una mujer de blanco que venía hacia mí con un registro en las manos, pregunté: -¿Sabe dónde está la paciente Gloria Gallegos? La mujer miró el registro y me dijo: en la sala 5, cama 104. -Entraré a verla...-manifesté. -¡Por supuesto, pase, doctor!... Contestó la enfermera. Debido a mi aspecto elegante me había tomado por alguna autoridad, quizá... A causa de ello me permitía ingeresar, aún fuera de los horarios de visita para familiares comunes. Por cierto no le aclaré nada y fui a acompañar a mi esposa y mi hijita en aquella habitación serena. Quedándome allí hasta el atardecer, sin que nadie me molestara. Rocío (1984) Rocío fue la primera hija que tuvimos con mi esposa Gloria luego de salir ambos de la cárcel, y reencontrarnos. - 135 -

Por cierto, una bendición. Poco tiempo más tarde, Gloria quedó nuevamente embarazada. A sus 7 u 8 meses, necesitaba descansar bien, pero Rocío se despertaba cada vez que tenía hambre y lanzaba un imperioso alarido exigiendo su mamadera. (Esto más o menos cada tres horas.) Entonces decidimos que me trasladaría a otra habitación, donde tenía mi taller de pintura, llevándome a la vozarrona conmigo. Todo bien: el tema era que Rocío no sólo gritaba por la leche, sino por los gasesitos posteriores o cualquier otra molestia -a veces indiscernible- que la acometía. Una mañana, como a las 6, yacíamos una al lado del otro, con la ventana abierta. Acababa de levantarme y le había dado su mamadera. Pese a ello, la hijita se lanzó a berrear... Simultáneamente, aún antes de levantarme para atenderla, vi un gigantesco gato gris que nos miraba con redondos ojos transparentes desde el alféizar en la ventana... “¡Gato!”, exclamé, levantando mi mano para espantarlo. Cuando me incliné sobre la cunita... vi a mi pequeña hija alerta, con los ojitos muy abiertos, expectante... ¡había dejado de llorar!... A partir de entonces, cuando comenzaba a chillar sin razón aparente, yo exclamaba “¡Gato!”... y la Rocío, inmediatamente, se callaba. Guadalupe (1985) Guadalupe fue la única persona que en mi vida escuché y vi generar con su boquita aquel sonido tan especialmente original. Cuando yo regresaba del trabajo, al mediodía o al final de la tarde, ella estaba en su sillita alta y desde allí me veía entrar (teníamos un jardín y la puerta del living - 136 -

comedor daba directamente a una veredita que lo atravesaba). Guadalupe estiraba la trompita, aspiraba y soplaba, a la vez que reía, y sacudía la sillita en señal de alegría, produciendo un sonidito semejante al de un instrumento incaico, el Sihku... particularmente rítmico y musical... Cuando tenía dos años, en el campo, Guadalupe se cayó a una acequia. Lloviznaba ese día, no había nadie fuera. Gracias a los oportunos gritos de Rocío, pudimos salir rápidamente y salvarla. Fue uno de los momentos más milagrosos que vivimos y muchas veces lo recordamos hoy, cuando vemos a nuestra hija, ya adulta, tan rica en su personalidad, tan inteligente y tan hermosa. Alejandra (1987) Alejandra era inusualmente inquieta y dotada con una inteligencia penetrante. De las cuatro, fue la que con mayor precocidad aprendió hablar, cuando aún no había llegado al año de edad. El día en que nació era un jueves, estaba suavemente lluvioso, algo tibio a pesar que era invierno. Se había demorado un poco y por ello, Gloria quedó en la ciudad a esperar el parto mientras yo volvía con las otras chiquitas al campo. Recién nos habíamos acostado a dormir la siesta cuando escuchamos ladrar al Chacho, un ovejero alemán que teníamos. Salí: un longuilíneo empleado de la municipalidad de Fernández, con uniforme y gorra, no se atrevía a avanzar como a unos cincuenta metros. Desde el portón de la finca me comunicó que lo mandaban a avisarme que mi esposa iba a dar a luz en cualquier - 137 -

momento. Bañé y vestí como pude a las chiquitas, fuimos al almacén de un amigo para cambiar un cheque y enseguida tomamos el colectivo para la ciudad (unos sesenta quilómetros). Cuando llegamos decidí bajar en la Roca y Rivadavia, a unas quince cuadras del sanatorio. Llevando a mis hijas en brazos crucé la ajetreada avenida Roca mientras buscaba con los ojos un taxi. Como no había ninguno, como por reflejo le abrí la puerta trasera de su automóvil a un joven que iba solo y esperaba que le dira luz verde el semáforo. El muchacho -como de veinte añosme miró, algo asustado, por el retrovisor. -¿Vas hacia el sur? - pregunté. -Sí, contestó. -Bueno, por favor llevame hasta la 9 de Julio... debo ver cuanto antes a mi esposa... esta teniendo un bebé... -le dije con calma. Por suerte el muchacho aceptó generosamente y nos llevó hasta el sanatorio. Alejandra era una beba gordita y hermosa. Ya estaba en brazos de Gloria cuando llegamos, con mis otras hijitas. Más tarde, salí con mi tío Agustín en su auto, a comprar algunos medicamentos y otras cositas que mi esposa necesitaba. Al pasar por el kiosco de Rico Díaz, le pedí a mi tío que parase un momento y me bajé a comprar La Voz del Interior. Regresé rápidamente: llovía; ya dentro del espacioso automóvil de mi tío Agustín abrí el diario, saqué el suplemento Cultura y tuve una satisfacción muy grande. En la primera plana habían publicado, con una notable ilustración, un cuento mío. Fue el primero que me iba a publicar ese diario, uno de los más prestigiosos de la Argentina. Dirigido entonces por Alfredo Mathé, director de Cine, un “procer” famoso por su alta exigencia literaria. - 138 -

Mi hijita Alejandra vino pues con un gran pan espiritual bajo del brazo.

13. Anécdotas adolescentes

Biografía de mis sueños A los ocho años proyecté irme a los Estados Unidos. Y obtener allí, rápidamente, una fortuna extraordinaria. Eso lo debía hacer entre los doce y los dieciocho años. Luego ya millonario-, regresaría a Santiago. Iba a crear varias industrias, contratando a miles de personas pobres. Solucionaría así el dilema de la pobreza en mi provincia. El tigre calcado Juan Carlos Paz Manzione había hecho un león africano sobre papel canson. Ambos llegábamos, más o menos a lo nueve años de edad. Mientras me lo mostraba, su madre me dijo “¿Perfecto, verdad? Mi hijo es un artista. Se nota que es descendiente genético de Homero Manzi”. La mujer -petisa, gordita- introducía como una cuña en la conversación, cada vez que se presentaba una oportunidad, o aún sin ella, el tema de que su padre había sido hermano de Homero Manzi. La cuestión es que yo por entonces no tenía la menor idea de quien fuese el tal Homero Manzi, incluso me parecía frívolo que hubiese debido acortar su apellido para convertirlo en algo fácil. Lo único que me importaba es - 139 -

que Carlos Paz Manzione había dibujado un león perfecto y su madre se burlaba de mí, sugiriendo de que yo era absolutamente incapaz de crear algo semejante. Era un mediodía invernal; apenas dejé los útiles sobre el escritorio de mi padre y abrí la vitrina de la biblioteca, para sacar un hermoso libro sobre los dibujos de Alex Raymond que el señor Bazán, otro vecino, me había prestado. Casi al azar, abrí el magnífico volumen y apareció ante mí un tigre. Era tan magnífico ese dibujo que lo habían impreso a toda página. Estaba aún allí fascinado por la ilustración, sin quitarme el guardapolvos blanco, cuando nuestra Abuela Jita me avisó que había servido el almuerzo. Apenas después del postre desplegué sobre una mesa mis herramientas de dibujo. Iba a superar aquel león: copiaría el tigre de Alex Raymond hasta en su más mínimos detalles. No sólo ésto: lo terminaría a tinta china (Carlos había trabajado solamente con lápiz). Como a las tres de la tarde ya era muy evidente que no podría copiar perfectamente al tigre. Había desechado seis o siete bocetos, luego de gastar el papel canson con el borrador de goma tratando de disimular mis errores. Entonces, apelé a un recurso ilegal: calcaría el tigre. Sin dudarlo, extraje de un estante superior una extensa hoja de papel “manteca”. En pocos minutos el tigre quedó totalmente copiado sobre el fantasmal elemento. Era relativamente fácil, se trataba sólo de recorrer con el lápiz, línea por línea, el dibujo original, que, al colocar sobre su figura el papel transparente, se manifestaba allí con claridad. Luego, con un lápiz de mina gruesa, volví a recorrer todas las líneas del dibujo pero en su reverso. Sombreándolas escrupulosamente, convertía a aquella - 140 -

copia en un molde, donde el reverso actuaría como carbónico. Mi hermano Gustavo, todo el tiempo, me observaba. Yo lo trataba con impaciencia, a menudo le ordenaba con malos modos que se fuese a jugar en otro lado. Gustavo era por entonces un niño de 6 años. Se me representaba como un muñequito rosado, con su bonita nariz respingada, sus hermosos y grandes ojos muy abiertos, su pelo suave, dulcemente ondulado... un pequeño ángel, feliz, noble, cándido. Por mi parte, yo era un gañán irascible, taciturno, presto a dañar como una filosa espada a cualquiera que me fastidiara. Como a las cinco de la tarde terminé de calcar el dibujo sobre el papel canson. Luego vino el trabajo delicado, engorroso, de rellenar todo con tinta china. Esto era complejo: se trataba de recorrer las líneas del dibujo con plumas o plumines de diferente grosor, de acuerdo con su expresión. Y llenar las sombras -incluyendo algunos árboles, atrás- con pinceles. La tinta demoraba en secarse, y un solo roce del dorso de la mano, o un dedo que se apoyase sobre ella, corriéndola, solía arruinar trabajos de horas. Había que ir soplando los trazos, mientras se los efectuaba, para ayudar a secarlos rápido. Finalmente lo logré. El dibujo quedó maravillosamente concretado. Todavía había que quitar los signos del boceto a lápiz. Con meticulosa paciencia, asegurándome por medio de suavísimos toques con las yemas de los dedos que la tinta ya no estaba húmeda, froté apenas una inmaculada goma de borrar sobre los trazos grises que en porciones milimétricas escapaban de bajo las firmes líneas de tinta. Esto debe de haber ocupado como quince minutos más. Ahora sí. El trabajo quedaba terminado. Lo fijé con chinches, desde sus esquinas, sobre un - 141 -

tablero. Lo coloqué vertical, entonces, apoyándolo para que se sostenga sobre una pila de libros. Recién entonces sentí que desde la suave penumbra del salón -casi había anochecido ya- mi abuela me observaba discretamente. Un dulce halo de empatía me unió entonces con aquella anciana que me amaba tanto y cuyo amor yo sentía en todo mi ser de un modo parecido al gas con que funcionaban durante el siglo diecinueve las primeras lámparas. Entonces me sentí habilitado para dar el siguiente paso. “Andá llamalo a Carlos Paz”, le ordené a Gustavo. “Decile que venga a ver mi lámina”. Cinco minutos después entraban, no sólo Carlos Paz sino otros cuatro chicos acompañándolo, en nuestro comedor. Los ignoré. -Mirá... -le dije, dirigiéndome sólo a Carlos Paz- ...lo dibujé hoy... ¿qué te parece? No sólo él, sino los otros chicos estaban asombrados... la magnífica lámina, con ese tigre cuyos ojos parecían fulgurar en medio de las lianas y los árboles del perfecto bosque desde el que emergía, generaba en ellos un pasmo de admiración. Nadie decía nada, pero podía percibirse su asombro y se había creado un clima sacro. Fue entonces que Gustavo dijo: -Mientes, Julito... no lo has dibujado... lo has calcado... Como una holografía que se desbarata cuando oprimimos cierto interruptor del rayo láser, la escena cambió. Los niños no parecieron sentirse inducidos a proclamar algo. Sólo se dieron vuelta, repentinamente, y se fueron corriendo, en medio de una algarabía de chanzas. Luego de que todos se hubieran ido, quedamos inmóviles durante algunos minutos, Gustavo, nuestra - 142 -

abuela, y yo. En medio, alumbrado por una lámpara, el dibujo magnífico que se había desangelado. Entonces fue que nuestra Abuela Jita sentenció, dirigiéndose a Gustavo: -Eso no tiene que hacerlo nunca, hijo. Nunca desmienta, en público, a su hermano. Fue todo. Como dije, yo era un niño agresivo. Con frecuencia mi hermano solía padecer sobre su cuerpecito rosáceo mis imprevisibles reacciones. Nada que lo hiriese, por cierto, pero sí coscorrones, sopapos. Nunca lloraba. Solía reírse y huir. O buscar refugio, en la pollera sagrada de nuestra abuela Jita. Esta vez no intenté represalias. Sólo fui a darme un baño. Mientras cenábamos, silenciosamente, los tres, sentí flotar sobre mí algo extraño. Como un apocamiento. Que me impedía mirar directamente a los ojos, a mi hermanito Gustavo.

“Linchamiento” Mi hermano Gustavo y yo habíamos inventado un jueguito. (Debíamos haber tenido seis y ocho años, respectivamente.) Con una goma encontrada en la calle, yo me “suicidaba”. Mi hermano ponía un banquito, sobre el - 143 -

cual yo subía. Atábamos una punta de la goma en algún sitio alto, como por ejemplo, la rama de un árbol. Luego yo me ponía la otra punta, donde habíamos anundado un gran ojal, en el cuello. Gustavo sacaba el banquito cuando yo le decía “¡Ya!”. Como la goma era muy flexible, yo quedaba parado sobre el suelo, con la goma extendida pero sin asfixiarme en absoluto. Esto nos hacía mucha gracia. Lo repetíamos una y otra vez. Solo yo me “ahorcaba”, pues Gustavo era demasiado bajito, para mi valoración. Y temíamos que pudiera lastimarse realmente. Una tarde casi provocamos un desastre. El Sr. Maximiliano Costas, gerente del Banco Hipotecario, sacaba su Jeep para ir a trabajar. Al frente de su casa, estaban construyendo lo que sería más tarde la vivienda de los Roldán. Gustavo y yo habíamos descubierto que el marco de la puerta, en su travesaño superior, daba la altura justa para practicar el juego sin inconvenientes.Justo en el momento en que el Sr. Costas salía del garage con su Jeep, por casualidad, le decía a mi hermano: “¡Ya!” Gustavo sacó el banquito. Yo me precipité con la goma alrededor de mi cuello. En esos segundos vimos al Sr. Costas saltar de su Jeep en marcha, dejando la puerta abierta y correr hacia nosotros. El vehículo se detuvo recién al chocar contra un ancho paraíso, en la casa de las Gómez Arce. El hombre, al darse cuenta de que todo era una farsa, se sintió incómodo y algo ridículo. Entonces, como todo comentario, masculló: -¡Muchachos traviesos!... ¡Esta goma era de mi Jeep! - 144 -

Y nos la quitó.

Parcialidad Entre los ocho y diez años, más o menos, mi principal amigo era Carlos Paz Manzione. De personalidad algo irónica, creo que acentuada por su madre, quien consideraba necesario destacar, constantemente, que eran descendientes directos de Homero Manzi. Al lado de la casa de Carlos Paz vivía Alejandro Curi. Un empresario, que por períodos solía viajar, dejando su morada solitaria. En uno de estos períodos de ausencia fue que estábamos con Carlos, algo aburridos, cuando me dijo: “vamos a romperle los vidrios a Curi”. En los fondos de su casa -adonde nosotros ingresábamos como si fuera nuestra-, Curi tenía un vitraux de vidrio escarchado. -Meta -le dije yo. -Bueno-, propuso Carlos -vamo a juntar piedras, cuando tengamos un montón suficiente, yo digo “iá” y largamos. Así lo hicimos. Seleccionamos ripio filoso y de peso suficiente como para tirar con honda, amontonándolo cada uno por su lado, como a diez metros enfrente al vitraux. La casa de Curi había sufrido un derrumbe en la pared trasera del patio; para su reparación tenía depositados allí materiales de obra. Y a la vez, quienes vivían detrás, podían ver hacia dentro. A la distancia habitaba una - 145 -

modesta familia, de apellido Naveda, con dos hijos que se llamaban Julio y Jorge, más o menos de nuestra edad. Ellos nos temían y creo que también, en parte, nos aborrecían. Iban a ser quienes nos denunciaran. -¡Ya!-dijo Carlos Paz Manzione cuando tuvimos los dos montones de piedras listos. Y como verdaderas ametralladoras, nuestros brazos en aspas dispararon el fragoroso aluvión de piedras sobre el vitraux, cuyas decenas de recuadros fueron estallando, uno a uno, en sucesión, durante varios minutos, lanzando, como chispazos al aire, los filamentos de vidrios, que caían destrozados sobre el suelo de mosaico bajo la galería. En unos cinco minutos, no quedó un solo vidrio en los marcos de madera y metal. A través del esqueleto, podíamos ver la cocina y el living. No recuerdo qué hicimos después. Lo más probable es que luego de aquella “hazaña”, nos fuéramos cada uno a su casa. Eran como las cinco de la tarde. Al día siguiente, por la tarde, alguien golpeó las manos desde nuestra vereda, frente al jardín. Mi abuela escudriñó por la mirilla. Se dio vuelta hacia mí, asombrada. -¡Un policía!-me dijo. Y fue a atenderlo. Cuando regresó, estaba preocupada. -Los han denunciado-, dijo. -Dicen que con ese muchacho Carlos Paz han roto los vidrios de Curi. Ahora tu papá va a tener que ir a la policía. Nada más. No me dijo de esto nada más. Algunos días después, golpearon las manos desde la vereda. Mi abuela miró. Era Carlos Paz. Yo, que lo había visto a través de la ventana, quise salir a atenderlo. -¡No! -me ordenó mi abuela Jita. -Déjeme a mí. Yo - 146 -

tengo que hablar con ese muchacho. Usted quédese aquí. Abrí la ventana para escuchar la monserga que le asestaba mi abuela al pobre Carlos, quien escuchaba cabizbajo. -¡Que sea la última vez que usted le ande metiendo ideas malas en la cabeza a mi muchacho! ¡Y ahora mándese a mudar! ¡Y no vuelva más! ¡No quiero que mi muchacho se junte con usted! Carlos dio vuelta su bicicleta, de la cual no se había bajado, y desapareció. Cuando había pasado una semana, más o menos, al mediodía, volviendo de la Escuela, pensé que ya podría ir en busca de mi amigo Carlos Paz. Aunque más no fuera para saber cómo se las había arreglado él, con este asunto de la policía. De guardapolvos blanco, pantalón corto, zapatos de suela ancha, dejé mi portafolios escolar sobre el mosaico de la vereda y golpeé las manos. A los pocos segundos salió la madre. Era una mujer pequeña, regordeta. Al parecer, cocinaba, pues tenía desde la cintura hacia abajo, un delantal floreado. Apenas vi empequeñecerse aún más sus ojitos me di cuenta de que el ánimo hacia mí no iba a ser cordial. -¡Te atreves a venir!...- me dijo. -¡Después de lo que le has hecho a mi hijo!... ¡Hemos tenido que andar en la policía por tu culpa!... -masculló. -¡Retirate de aquí!ordenó luego. -¡Y no vuelvas más! Mi hijo no se va a juntar más con vos. Lo cierto es que tanto malhumor pasó. Creo que los dos nos sentimos muy arrepentidos de lo que habíamos hecho. Pues no recuerdo haber hablado nunca más del asunto. Pero una vez aventado el temporal, seguimos siendo amigos y frecuentándonos en nuestras casas. Hasta la - 147 -

adolescencia, cuando Carlos y su familia se fueron a vivir a Buenos Aires.

La dama de negro Tenía trece años. Le había pedido prestado a Bado Sández un saco negro. Pues me parecía poco elegante usar el trajecito gris con que todos los día iba a la escuela, para mi primera salida nocturna. Me quedaba algo grande. Tomé el colectivo y me fui al Club Bancario. Crucé el Parque Aguirre y entré con decisión por el ancho portal. Subí los enormes escalones y crucé el ancho hall para ingresar al salón. Amplísimo, de techos muy altos, de los cuales colgaban aquí y allá consteladas arañas de cristal. ¡No había nadie! Más que el mozo de frac, yo... y ante una de las labradas mesas de madera... una mujer joven. Era demasiado temprano aún, tal vez las nueve de la noche. Me quedé mirando a esa hermosa joven de negro con la que trazábamos una diagonal, mientras el mozo le servía pomposamente champán en su copa. Crucé los cincuenta metros que nos separaban. La invité a bailar. Ella aceptó. Sus cabellos y sus ojos eran negros. Una belleza árabe. Como de veinte años. Aún yo no sabía que entre tema y tema se debía conversar. Así que me mantenía silencioso mientras ella me miraba con un cordial interés. Luego de tres temas me dijo que deseaba volver a su mesa. La acompañé y al llegar puse mi mano izquierda sobre el pecho: haciendo una leve inclinación y con la palma de la otra mano hacia arriba, agradecí. Como me había enseñado Mingo Bravo. Después de eso salí por donde había venido. Cruzando el parque maravilloso de Santiago bajo el cielo negro con estrellas, me sentía contento. Debía - 148 -

llegar a casa antes que mi padre: para evitar que se enojara.

14. The Stockers El nombre fue idea de Kililo. Según él significaba algo así como “los loquitos”. ‒Aunque no se puede traducir - 149 -

literalmente, porque es una expresión idiomática de los ingleses‒, explicó doctoralmente Kililo, mientras Hugo Mansilla y yo, legos, callábamos respetuosamente. Hoy buscando en internet hallé sólo tres traducciones: “los maniáticos”, “los obsesivos”, “los acosadores”. Éramos cuatro: Marcelo Oller, en batería, Kililo Alfano, guitarra y voz, Hugo Mansilla, bajo y voz, y yo guitarra. Hugo no había podido resignarse a la humillación inferida por el Flaco Curto, y andaba empeñado en demostrar su capacidad para organizar un conjunto de primera. Lo del Flaco había ocurrido varios meses atrás, en la primavera del 66, según creo, durante una actuación en el Lawn Tennis. Estábamos todos nerviosos, pues la Coca Cola, que organizaba esto a lo grande, había montado un altísimo escenario metálico, desde donde se veía a la gente desde la distancia. Y nos sentíamos demasiado exhibidos, con la agravante de unos poderosísimos reflectores que nos iluminaban, encegueciéndonos. Desde mi puesto únicamente alcanzaba a distinguir bien los reflejos en la gran pileta de natación y los lejanos eucaliptus del parque. Todo el tiempo el Flaco Curto ‒quien como muchos porteños era hiperactivo, neurótico y agresivo‒ se la había pasado regañando a Hugo sobre el escenario. Como se sabe, este tipo de actitudes no hacen más que aumentar la inseguridad en quien las recibe, provocándole más errores. Lo cierto es que al día siguiente, en el Grand Hotel donde ensayábamos, sucedió una discusión muy desagradable entre el Flaco y Hugo. Después de la cual terminaron su relación de una manera fulminante. En el discurso del Flaco habían abundado las consideraciones despectivas. - 150 -

Por ello mi alusión del principio: esto resultó a la postre, para Hugo, un incentivo más. Los ensayos de los Stockers ‒como terminaron llamándonos, pues el “The” solía perderse en nuestra charla coloquial‒ solíamos hacerlos en Trevi, donde también transcurriría nuestra breve pero intensa actividad artística. Era el otoño del 67. Nos llevábamos bien. Marcelo era un joven agradable, bastante parco, y disciplinado. Hugo, inquieto, rezongón, sustentaba sin embargo por formación familiar la sociabilidad barroca de los santiagueños, lo cual era imprescindible en nuestra cultura, aún colonial en los 60. Kililo, “loquito”, cultivaba este aspecto en realidad más como un rol, por medio del cual obtenía extraordinaria popularidad entre la juventud de entonces. Desde las primeras actuaciones fuimos aclamados. Enseguida “Johnny” Diéguez ‒el magnate rector de entonces‒, puso sus ojos en nosotros. Y como Lito Prieto, el empresario de Trevi, era su competidor inmediato, nos hizo ofertas para actuar “exclusivamente” en su confitería, La Ideal. La música que tocábamos, siguiendo la actitud de los Mod´s, era aún bastante ecléctica. Con el ingreso de Kililo, introdujimos los temas famosos de los Beatles, que él manejaba a la perfección. Pero seguimos tocando composiciones de Status Quo, The Who o Credence Clearwater Revival, de acuerdo a una tradición iniciada entre Hugo y yo. Una noche ‒ya casi al final de nuestro ensamble‒ tuvimos oportunidad de lucir otro aspecto de nuestras posibilidades musicales. Por alguna razón que no puedo determinar muy bien hoy, Kililo no había venido. Era un sábado, la noche de mayor concurrencia en Trevi. - 151 -

Nosotros debíamos actuar dos veces, pero lo que provocaba mayor inquietud era la presencia de un conjunto de Buenos Aires, que había sido promocionado como excelente. Estábamos algo nerviosos, entonces, pues temíamos resultar opacados por los porteños ante nuestro público. Así las cosas, la confitería comenzó a llenarse y llegó la hora de subir al escenario. Pero Kililo no aparecía. En su casa no estaba y tampoco habíamos podido localizarlo en otros lugares adonde llamamos. Hugo estaba demudado, y cuando decidimos subir pese a todo me dijo: “yo no quiero cantar, vamos a hacer temas instrumentales”. Fue algo inusual. Tal vez intimidado también por la presencia de los porteños, Hugo no quiso arriesgarse. Además, creo que tenía algún problema de garganta (un resfrío o algo así). Entonces subimos los tres, Marcelo, Hugo y yo, al escenario. Desde arriba se veían las luces y la multitud alrededor de la pista, aún vacía, como un espectáculo ominoso. Arrancamos con un rock improvisado, en mi mayor. De inmediato, salieron cuatro parejas a bailar. Eso nos dio ánimo. Nuestro sonido era excelente, lo cual nos ayudó mucho a la hora de competir. Pues como se verá, los porteños resultaron un fiasco, principalmente por la endebles de sus equipos. Tocamos temas populares deljazz y bossa nova, como “De buen humor”, “Caravana”, “Acuarela Brasileña”, “Tico Tico no fuba”; otros de moda por entonces, como “Rezo una pequeña plegaria”, en la versión de los Tijuana Brass y también canciones populares adaptadas, como “Dalila” de Tom Jones o “Penny Lane”. Eran todos temas con los cuales yo estaba muy familiarizado, por haber estado tocando ya casi un año con mi anterior grupo, instrumental. - 152 -

Como dije, la actuación de los porteños no satisfizo. Apenas lograron colocar unas pocas parejas en la pista, y aún estas la abandonaron enseguida. En las posteriores charlas con aquellos jóvenes, pues compartíamos una mesa de la confitería, Hugo había perdido por completo las arrugas que antes surcaran su frente y exhibía un talante ganador. Estaba, por lo demás, eufórico. Pero debo rescatar nuevamente un matiz de su personalidad. Y es que aún en tales circunstancias, cuando habíamos demostrado notablemente ser superiores a los otros chicos, no se permitió el más mínimo gesto de suficiencia en su conversación con los porteños. Por esos tiempos yo tenía un benefactor: Homero Luna. Trabajaba como representante en Santiago de todos los sellos discográficos más importantes: RCA, EMI, Odeón. Supongo que se hizo amigo de mi papá en el periodo en que este era director artístico de LV11, la Radio. Este hombre solía regalarme discos, que él recibía para promoción, casi todas las semanas. Por lo demás era jovial, agradable. Impecablemente vestido ‒aunque sin ostentación‒, un poco calvo, apenas regordete, de rasgos en la misma constitución étnica de Gardel, cultivaba una sonrisa, además, semejante a la del Zorzal Criollo. Todas las semanas iba yo a su casa, sobre la calle Mitre, a pocos metros de la Independencia. Miraba con anhelo apenas reprimido las cajas recién abiertas sobre la mesa, de donde este amigo comenzaba a extraer long plays flamantes (algunos encerrados en plástico, ¡una novedad “tecnológica” que además nos proveía la certeza de ser los primeros en manipular ese disco!) ... - 153 -

The Who, Status Quo, Three Dog Night, Fletwod Mac... ¡todos ellos los conocimos nosotros gracias a Homero!... Y por varios años yo había conocido y conocería también, las últimas grabaciones de Joao y Astrud Gilberto con Stan Getz, Sergio Mendes y Brazil '66, Frank Sinatra, Eric Burdon, Jetrho Tull... Como allí a la vuelta nomás estaba la oficina de mi papá, yo caminaba esos pocos metros del ángulo recto con tanta ansiedad como si hubieran sido kilómetros, pues en aquel sitio estaban los equipos con los que iba a escuchar estos tesoros recién adquiridos. Ya he dicho que mi padre manejaba la repartición donde era autoridad máxima como si fuese un feudo propio. En tal carácter, ser su hijo me había otorgado un privilegio importante: podía usar el poderoso equipo con el que habitualmente se proyectaba cine y sus gigantescos parlantes, para escuchar música hasta saciarme. Esto iba a durar varios años aún ‒sumándose a los que ya traía de antes, desde fines de los 50‒, por lo cual en mi consciencia no existían fronteras de pertenencia. Podía ir allí a la hora que se me antojara, fuese de noche o de día, pues para facilitar todo, mi padre me había permitido hacer una copia de la llave para la entrada principal y su oficina y conocía el sitio donde hallar las llaves de las otras dependencias. (Era un edificio inmenso, al estilo de las antiguas casas “chorizo”, con un larguísimo patio embaldosado en el medio y un parquecito atrás.) Bien. Solía llamarlo por teléfono a Hugo. Pocas palabras bastaban. “Tengo discos nuevos”, decía. “Ahora voy”, contestaba él. Y nos poníamos, juntos, a descubrir los temas que podíamos (o nos atrevíamos) a tocar. El loro brasileño - 154 -

Mi abuela tenía un loro muy colorido. Pero no hablaba. Solamente chillaba, todo el tiempo, ¡y cómo! Ella decía que era brasileño. Una mañana de sábado, estaba yo cavilando muy preocupado en la esquina de la Ideal. Mi preocupación sucedía porque Hugo Mansilla, la tarde anterior, me había dicho: ‒Mañana a la noche tengo dos pendejas para salir, ¡haceme pierna! ‒Bueno, pero no me vayas a enchufar un bagayo‒, contesté yo. ‒¡No, boludo! ¡Qué pendejas! ¡Y chicas bien, no arañas! Pero esa mañana, cuando fui a pedirle plata a mi papá, había dicho: ‒¡Eh, chango! ¡Ayer te he dado cien pesos! ¿Ya no tienes nada? ‒Es que tenía que pagarle a la modista, que me había hecho cuatro camisas, si no no me las iba a entregar...‒contesté yo y era verdad. ‒Bueno, querido, disculpame pero no voy a mantener todos tus gastos, ¿acaso no dijiste que ibas a sostenerte con lo que ganabas en el conjunto, para no estudiar? Me mató. Cada vez que mi papá hablaba de “estudiar” entrábamos en área tormentosa, por lo que yo prefería retirarme. Bueno, estaba pues aquel sábado en la esquina de la Ideal, que los changos habían bautizado “Mar del Plata” (“Viento y Arena”: Diéguez estaba construyendo lo que sería su Grand Hotel), y las toneladas de arena soltaban efluvios ásperos que nos envolvían a veces en aquella esquina, con forma de cruz, donde quién sabe por qué - 155 -

fenómeno físico el viento parecía soplar con mayor fuerza que en cualquier otro lugar de Santiago. Pues allí estaba, como dije, preocupado. Cuando llegó Alejandro Bruhn Gauna. Alejandro ‒un año y medio menor que yo, así que por entonces debía andar por los quince años‒, era muy elegante. Hijo predilecto, su madre se ocupaba hasta del último detalle en su vestuario. Alto, espigado, llevaba una camisa con grandes cuadros azules, arremangada sin una arruga hasta la mitad de los bíceps. ‒¿Qué andas haciendo? ‒le dije, luego que nos saludamos. ‒¡Eh, callate, estoy re embolado!‒ contestó. ‒¿Por qué? ‒He ido al mercado, para buscar un loro que me gustaba, pero ya lo habían vendido. ‒¿Y no había otro? ‒pregunté. ‒¡Sí, pero no me gustan, son loros ordinarios! ‒Yo tengo un loro brasileño ‒dije, intuyendo que estaba a punto de cometer un pecado. ‒¿Ah, sí? ‒se interesó vivamente Alejandro‒ ¿cómo es? ‒¡Bellísimo! ‒exageré‒ ¡tiene muchos colores, es pequeñito, con un piquito inclinado!... A partir de ese momento, pese a la advertencia interior (“no lo hagas, no lo hagas”), continué implacable con el plan que se había perfilado instantáneamente en la corteza de mi cerebro. ‒¿Y habla? ‒preguntó mi amigo. ‒Todavía no. Pero aprenderá... es muy chiquito, aún... sólo es cuestión de enseñarle, con paciencia... (¡Una vil mentira! El loro chillaba como un condenado, nos habían dicho que era lo único capaz de hacer, todos en la casa deseábamos que se escapase o le ocurriera algún - 156 -

accidente, menos mi abuela... Pero el loro estaba de lo más contento sobre un travesaño del comedor, ni por asomo intentaba irse, aunque permanecía suelto.) ‒¿Y no lo quieres vender? Si Alejandro no hubiera preguntado eso. Si no hubiese caído en el influjo de mi seductora descripción del animalito. Una culpa menos hubiese atormentado después mi consciencia. (Pero tampoco habría podido hacerle de pierna con las chicas esa noche a Hugo Mansilla, lo cual hubiese resultado asimismo un papelón. La vida nos somete a contradictorias encrucijadas.) Yo estaba esperando que me preguntara si lo queríamos vender. ‒¿Cuánto pagas? ‒ lancé como respuesta. ‒Cuarenta pesos... es todo lo que tengo ‒contestó Alejandro, que era muy honesto y un poco cándido. ‒Bueno, dame la plata, y hoy a la siesta te lo llevo a tu casa. ‒¿En serio? ‒quiso saber Alejandro. ‒Claro, boludo, sabes que no me gusta perder el tiempo en huevadas, a mí. No hablo al pedo. ‒Bueno, tomá ‒, confió en mí mi amigo, sacando los cuatro billetes crujientes de su bolsillo y entregándomelos. Me fui con una sensación de culpa que con el tiempo no haría más que acrecentarse (aunque solía bloquearla, por ratos). Apenas llegué a casa, busqué una caja de zapatos, vacía, y la llevé disimuladamente a mi pieza. Allí le hice varios agujeritos en su tapa, con una tijera. También preparé una bolsa de lona, con manijas, de las que se usaban para ir al almacén. Durante el almuerzo no hablé una palabra, enfrascado en mi plan. Esto debe de haber suscitado las sospechas de mi abuela, quizás. - 157 -

Pacientemente, esperé que todos fueran a dormir la siesta. Mi habitación quedaba hacia un costado de la casa, junto al patio, con una galería pequeña de por medio con la cocina y esta al lado del comedor. Arriba, sobre un travesaño de metal, que servía para sostener las varas de las cortinas, tranquilamente dormía el lorito. Mi plan era capturar al loro, introducirlo en la caja, y salir luego por el costado de la casa, que daba a un jardín frente a la vereda. Había preparado una vendita como de quince centímetros por tres de ancho, cortando una sábana vieja. Era para atarle el pico al animalito. Ninguna puerta hizo ruido. Pese a que afuera había resolana, las cortinas y persianas mantenían una penumbra tenue en la cocina y el comedor. Con un movimiento rapidísimo cacé a loro de la cabecita, apretándole también el pico, para impedirle chillar. Diestramente se lo até luego con la venda, sin hacerle daño. Sin inconvenientes lo puse dentro de la caja. La tapé, y en puntas de pie, sin el menor ruido pues iba calzado con alpargatas, me dirigí otra vez hacia la puerta de la galería. Fue en ese momento que escuché la voz: ‒Adónde vas, muchacho, con ese loro. Era mi abuela. Como un fantasma, en camisón blanco, desde la densa penumbra que respaldaba el hueco rectangular constituido por la puerta de su habitación y el baño, me observaba. Tal vez había observado todo. ¡No me salió ninguna respuesta! ¡Ninguna explicación! Luego de un silencio larguísimo, la venerable anciana dijo: ‒Ponelo otra vez en el travesaño. Con la cabeza abatida, contrito, caminé nuevamente hacia “el hogar” de nuestro lorito y luego de acuclillarme para desatarlo, tomándole cuidadosamente el pico con dos dedos para que no me mordiera, lo regresé a su travesaño. - 158 -

Él sacudió un poco la cabeza, pero no chilló. Parecía sorprendido, sin comprender muy bien lo que había pasado. No fui a la casa de Alejandro ni lo llamé para darle ninguna explicación. Las cartas estaban echadas. Como el hermano de Taras Bulba, marchando hacia el combate donde iba a asesinar su propia sangre, decidí no devolver el dinero, confiando en que más adelante iba a hacerlo, cuando nos pagaran las actuaciones del grupo. “Será como un préstamo”, intenté convencerme. Pero no lo conseguí. A todas luces, si no entregaba el loro, constituiría una estafa. Quise dormir la siesta pero no pude. Esa noche salimos con las chicas, como había prometido Hugo, pero en vez de dos se vinieron tres. De cualquier modo, no hubo interés de uno ni otro lado en algún tipo de romance. Así que todo transcurrió como una salida más. Fuimos a la Ideal, arriba, sitio de moda. Meticulosamente pagué mi parte de los carlitos, gaseosas y helados luego... con la plata de Alejandro. No recuerdo a la que parecía interesarle a Hugo, pero las otras dos eran esa clase de changuitas frívolas, educadas para interesarse sólo en ropas o historias banales. Así que no ocurrió aquella noche nada singular. Salvo un “pequeño” incidente: Camilo Camilo Luñíz era el terror de los “chicos bien” por entonces. Más menos de nuestra edad ‒17 años promedio‒, deambulaba por el centro mirando con ojos penentrantes a uno y otro lado, para elegir a quién perturbar. Deficiente mental, era peligroso, pues solía - 159 -

enojarse con facilidad y sus modales resultaban sumamente ásperos. Además, sus hermanos o su padre, normales pero también violentos, tomaban revancha si alguien reaccionaba en contra del muchacho. Por lo demás, todos los miembros de la familia eran robustos, y se parecían en esos ojos fríos, duros, pequeñitos, muy claros y con el iris negro, como los de los perros siberianos. Departíamos muy tranquilamente con las tres chicas, al fondo del ancho entrepiso, alrededor de una mesita junto al escenario y un gran ventanal, cuando lo vimos aparecer, salvando con grandes trancos la breve escalinata. Lo que temíamos sucedió. Para infortunio de Hugo, la única silla desocupada de nuestra mesa estaba junto a él, a su izquierda. Odio confesar que esta circunstancia me alivió, cuando vi sentarse al voluminoso muchacho al lado de mi amigo. Hugo se puso pálido. A su derecha tenía a la bella muchacha, rubia, con quien hasta el momento se había enfrascado en una conversación intimista, dejando al resto bajo mi cuidado. Y del otro lado... a Camilo. Como era habitual, Camilo llevaba saco y pantalón verdosos, desteñidos, sobre camisa oscura, con el cuello prendido sin corbata... ¡y zapatillas! Algo que no se usaba ni por error entonces. Un tanto pelirrojo, le hacían un corte medio‒americano, pero sus pelos quedaban erectos, como flechas, en la región superior de la cabeza (más tarde podría haber sido clasificado entre los punk). Mansilla hizo como si no lo hubiera visto. Siguió conversando con su amiguita, sin volverse en ningún momento hacia donde se asentara el “stocker”. Una estrategia arriesgadísima tratándose de Camilo. Como era de esperar, este comenzó a importunarlo. “Ché, ché...”, le decía, con su voz áspera, tironeando el - 160 -

hombro de la fina campera que Hugo calzaba. “¡Chéeé! ¿A qué hora juega Argentina con Brasil!?” Hugo tal vez no sabía ni le importaba eso, pero aunque lo supiese, había decidido directamente ignorarlo, apostando tal vez a que se aburriera y se fuese. Yo no las tenía todas conmigo. Con las chicas estábamos cortados, casi no hablábamos, pendientes de lo que ocurría enfrente nuestro. Obstinado, el anormal no se ocupaba de nosotros, sin embargo. Miraba como a través nuestro, fastidiado, luego de cada intento por llamar la atención de Hugo, quien seguía hablando como si disertara, mirando directamente al rostro de la otra chica. “¡Chéeé! ¡Chéeé! ¡A qué hora juega Brasil!”, insistía Camilo. Hasta que pareció cansarse. Con un hilo de esperanza, contuvimos la respiración, al ver sus ojos vacíos volverse hacia la escalera, y escrutar rápidamente hacia otras mesas. Pero repentinaemente, se dio vuelta hacia Hugo y con su manota abierta, le dió una cachetada en la pierna cuyo chasquido debió de percibirse en todo el salón, a pesar de la música (que no estaba muy alta). El palmadón hizo temblar a Hugo ‒y debe de haberle dolido bastante‒. De pálido antes, su rostro se puso como la grana. Pero no hizo nada. De manera augusta, mi amigo, habitualmente movedizo e inquieto, permanecía ahora como Palemón, aquél asceta inmóvil en la estilita. ¡Otra vez Camilo le dió un cachetazo sonoro sobre la pierna!... Después de pegarle, y ante la absoluta indiferencia de Hugo, que asimilaba el dolor con estoicismo, el bodoque miraba otra vez hacia la escalera... sólo para volver a golpear con más fuerza sobre el muslo de nuestro amigo. A la tercera vez que lo hizo, yo temí que Hugo le pegase una trompada. Seguramente entre los dos, no sólo - 161 -

íbamos a dominarlo, sino que podríamos haberlo tirado por la ventana si nos lo proponíamos. Pero con los antecedentes de esa familia, esto significaría introducirnos en un porvenir minado. Además ‒esto era lo que realmente nos detenía‒, ¡qué papelón! ¡qué vergüenza, pelearnos como animales con aquel insano, generar un escándalo, en aquel ambiente de jóvenes tan refinados, bellos, elegantes!... Pero para nuestra fortuna, todo terminó allí. Bruscamente, como se había sentado, Camilo se incorporó para irse. Fue como si una bendición nos hubiera soplado, entonces. Y ya nada impropio sucedió. Corolario Varias semanas después no había logrado devolver el dinero a Alejandro. Cuando tenía algún billete, priorizaba mis gastos en el acto. Como todo adolescente pequeño burgués y egoísta ‒yo lo era a veces hasta el extremo‒, siempre que tenía dinero... tenía también algo personal que me interesaba comprar. O alguna salida con chicas, o una nueva funda para mi guitarra... El recuerdo de mi mala acción se introducía en mis pensamientos, apenas Lito Prieto empezaba a contar los billetes para entregárnolos. Pero inmediatamente después, las buenas intenciones eran desplazadas por los deseos. Hasta que una mañana ‒nunca la olvidaré‒ como a eso de las once, iba caminando por la vereda de las confiterías, pavoneándome entre las mesitas repletas de chicas lindas y conocidos, cuando me topé de frente en ese angosto pasillo con la mamá de Alejandro. Era una bella mujer, como de 38 años, morena. Llevaba un vestido floreado, ancho, de cintura ajustada y vuelos, - 162 -

como solían usar entonces las mujeres adultas, hasta las pantorrillas. Si había algo que me impresionaba de aquella señora era su dignidad. Su rostro, sobre un cuello largo, siempre orgulloso, proyectándose hacia delante, inducía al respeto. ‒Buenos días, señora‒ saludé, con la mejor sonrisa que pude, mientras sentía ese frío como el de un ascensor arrancando de golpe con nosotros dentro. ‒Buenos días ‒contestó ella‒. Pero cuando quise pasar, agregó: ‒vení para acá, Julio. Como Caín me detuve, alelado. ‒¡Me parece increíble lo que le has hecho a mi hijo! ‒espetó, con voz severa pero sin perder su suavidad elegante. ‒Sí, señora, es que... ‒¡No me des ninguna explicación! ‒siguió‒ Escuchame: le vas a devolver hoy mismo ese dinero que le arrebataste a mi hijo, ¿entiendes? ‒Sí señora, hoy mismo... ‒alcancé a articular. ‒Antes del atardecer de hoy quiero que mi hijo me diga que le has devuelto el dinero, ¿entiendes? ‒Sí, señora, hoy mismo, hoy mismo... ‒tartamudeé. Lo hice. No recuerdo ahora si tenía el dinero o lo pedí prestado a alguien. Lo cierto es que esa misma tarde, Alejandro pudo decirle a su mamá que yo había ido a llevarle la suma de la operación fallida a su casa.

Comentarios

1. Corrección - 163 -

Marcelo Oller me ha corregido diciendo: “Yo nunca toqué en los Stockers... nuestro conjunto se llamó Les Zombies”. Tiene razón. Es que no cruzamos tantas veces, de un grupo a otro, casi los mismos protagonistas. Que se me grabó haber tocado en The Stockers... cosa que en realidad no sucedió. Yo tampoco toqué en The Stockers. Estos se formaron, por breve tiempo, sólo con Hugo Mansilla, Kililo Alfano, Cacho Rigourd y Alejandro Bruhn Gauna (otro aporte de la buena memoria de Marcelo). Ahora recuerdo que esa explicación sobre el significado del nombre, nos la dio Kililo, mientras esperábamos para actuar en Trevi. Él iba a vernos a Trevi, en algún intermedio que hacía su grupo ‒The Stockers‒, quienes tocaban por entonces en La Ideal. Bueno, entonces, en todos los lugares de arriba donde dice “The Stockers”, deberá leerse, pues: “Les Zombies”... Anotado por: Julio | 07/08/09

15. Sufriendo por amor - 164 -

Escuchar “Afiches” de Roberto Goyeneche mientras trabajo me induce a tomar conciencia de que casi no recuerdo una etapa de mi vida en que no haya estado sufriendo por amor. Por suerte los años fueron trayendo el aquietamiento de mi alma, y la capacidad de permanecer alejado de los entusiamos que luego suelen originar las penas. Debido a un proceso natural, por cierto. Mas también por la comprensión de que, generalmente, solemos llamar “amor” a un sentimiento posesivo. El mismo que lleva a un pintor a plasmar en la tela un paisaje, con la ilusión de inmovilizarlo para siempre. Me enamoré por primera vez a los 14 años. La muchacha se llamaba (¿se llama? no volví desde entonces a verla) María Elena Paz. Su figura se me apareció entre tules una tarde gris, cuando regresaba de piano. Gustaba hacer el relativamente largo camino ‒unas 35 cuadras‒ a pie. Constantemente iba pensando. En ese medioensueño de mis ideas levanté casualmente la mirada. De tras de un ventanal, con cortinas blancas, semitransparentes, vi su rostro y su impecable aliño color rosa. Llevaba el pelo atado con moños a los costados. Me enamoré. Era el tiempo en que Leo Dan triunfaba en buenos aires con su canción “María Elena”, que decía: María Elena, tu boquita es flor y tus ojos... ¡ay qué lindos son!

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En esencia la cancioncilla de Leo Dan era estúpida, como casi todas ellas, mas a un alma estimulada por las quimeras servía para contribuir a su ordenación en un mundo redescubierto donde todo parece orientarse hacia el núcleo surgido repentinamente en el amor. Fue un amor platónico. Durante meses viví mentalmente todo tipo de situaciones con María Elena, desde una serenata con mi guitarra bajo la luna llena (había averiguado que ella ocupaba la pieza cuyo balcón daba a la calle, donde la descubriera) hasta la de numerosos bailes de gala, donde bailábamos cual pájaros, ella en glamorosos vestidos largos yo en oscuros atuendos que acentuaban hasta donde era posible a un hombre hacerlo mi natural elegancia. Necesitaba enamorarme (creo). Mi vida... ¿sentimental?... se había presentado bajo modos decepcionantes, hasta cruentos en mi breve existencia. La vinculación entre mi padre y mi madre había sido bastante confusa para mi mente en los primeros años. Prácticamente vivían separados ‒pues él era maestro en una escuela muy distante de la otra donde mi madre enseñaba, y a la vez yo me criaba con un tío soltero, Agustín, y mis abuelos‒. Ello hasta cerca de mis cuatro años. Puede decirse que casi comencé a conocer a mi padre y mi madre entonces, al mismo tiempo que a mi hermanito Gustavo, quien ya tenía unos dos años. Desde varios puntos de vista la experiencia fue algo deprimente. Mi padre y mi madre tenían una relación como de perro y gato, atenuada por la educación y el refinamiento cultural de ambos, que no alcanzaba a ocultar una especie de rencor mutuo, cáustico, activo y pertinaz, que se dispensaban. - 166 -

Eso no iba a durar mucho, pues mi madre se fue de casa menos de un año después. A la edad en que los niños comienzan a interesarse positivamente por el sexo opuesto, nosotros con Gustavo éramos dos mozalbetes que se habían criado en completa ignorancia respecto de las mujeres y todo lo que a ellas se refería. Así que supongo que mi hermano vivía, en esas primeras etapas de intentos sentimentales, generalmente frustrados, como yo: haciendo el ridículo frecuentemente, por nuestra candidez e ignorancia. De tal manera el amor emergió en nuestro interior como un reflejo de las endulcoradas ensoñaciones historietísticas de una que otra revista “Intervalo”, que lográbamos escamotear cada tanto a la vigilancia de nuestros mayores, quienes por aquellos tiempos la consideraban “revista de mujeres” y “para grandes”. Con el tiempo, esa insatisfacción interior, el dolor mutante de oscuras tensiones absorbidas subliminalmente en nuestros primeros tres o cuatro años de infancia incómoda, inestable, bajo el tormentoso desamparo de un matrimonio distante y desavenido, se fue convirtiendo en un ansia de “amor”, adolescente. Cuyo verdadero objeto ‒más tarde, ya en la avanzada madurez, lo entendí‒, era el consuelo, más que la sexualidad. 22 de septiembre de 2005.

16. El Cristo de La Higuera - 167 -

En 1967 me sucedieron muchas buenas cosas. El 19 de agosto, cumplí 18 años. Entonces obtuve mi carnet de conductor, para lo cual me había estado preparando desde el verano, tomando lecciones de conducción en una academia. Mi padre había comprado un auto flamante, Ford Falcon “Futura”, modelo del año. Era un vehículo poderoso: blanco, techo negro, reluciente por todos lados, tapicería mullida, radio con FM y casetera. Yo le había ayudado a elegir. Pero aún no podía manejarlo tanto, porque sentía dolorido y frágil el pie derecho, debido a un accidente de motocicleta que tuviese en junio. Allí, me partí por la mitad un pequeño hueso del empeine. El enyesamiento me había obligado a guardar cama durante unos quince días ‒a esa edad un verdadero castigo‒; lo único que saqué en limpio de aquel período fue un simpático programa de televisión que descubrí. Era un tal Publio Araujo, elegante criollo cincuentón, que conducía una hora de presentaciones folclóricas en Canal 7 ‒por entonces el único canal de televisión en Santiago. No es que tuviera demasiado para elegir: las emisiones televisivas, por aquel tiempo, comenzaban a las seis de la tarde y terminaban a las doce de la noche. Mayormente difundían series yankis, y aparte del noticiero casi no había programas locales. Uno era el de Nacho Araujo, locutor atildado, un tanto empalagoso y remilgón, proveniente de las últimas generaciones radiales... y me parece que, además, solamente el de Publio Araujo. Este ciclo se actuaba, directamente, todos los días a las siete de la tarde. Por esos tiempos yo era feliz; sin exageraciones, tenía mi buen pasar. Se habían apagado los reproches por mi abandono del colegio, para dedicarme a “trabajar” con la - 168 -

guitarra, y aunque cada año mi padre insistía en que volviese a la escuela, me iba aposentando en la obstinación asumida originalmente, a cada mes que pasaba, llevándome un poco más cerca de la “mayoría de edad”. Los 18 años me tomaron entonces como “músico profesional” y caminando con bastón. Gustaba por entonces de vestir con afectada elegancia, dentro de la moda epocal, que ya había deglutido al hippismo. Con los dineros obtenidos por mis actuaciones, compraba pantalones “oxford” y zapatos a discreción, me había mandado a hacer a medida unas 18 camisas, aparte de contar ya con gran número de cintos, remeras, alpargatas, etcétera. Ni por asomo se me ocurría comprar un libro, menos leerlo. Tenía dos amigos muy cercanos, singularmente obtenidos luego de que ambos me odiaran por mi talante presuntuoso antes de conocerme. Uno era el “Gallego” Dougnac, con quien veníamos desarrollando esta amistad desde 1966, año en que él fuese llamado a España para cumplir con su servicio militar. Otro, Ramón Marcos. Mis afectos hacia Carlos E. Sánchez Gramajo, que fuese mi mejor amigo desde 1964, se habían ido enfriando, por razones que tal vez en otra parte contaré, limitándose ahora a nuestras relaciones como compañeros del conjunto musical, mundo donde yo mismo lo había introducido. Pero el Gallego estaba en España, así que me quedaba solamente Ramón Marcos. No es que fuese el único amigo, por cierto... estaba Tito Únzaga, además de Hugo Mansilla, Manolo Gómez Aguilar y otros que en realidad ya formaban sólo un amplio horizonte de relaciones que se iban difuminando en intensidad a partir de los mencionados. - 169 -

Así las cosas, el 21 de septiembre conocí a la que iba a ser mi primera novia. No es que no hubiese tenido relaciones sentimentales ‒y hasta algunas, aunque muy pocas, sexuales‒ con otras chicas, no. Sólo que esta sería la primera a quien consideré “una novia”, por la seriedad que estaba decidido a infundir a nuestras relaciones y por una crisis que entonces atravesaba, debido a la cual me sentía ¡a los 18 años! un falso “Don Juan” deplorable e impío, angustiosamente dispuesto a “enmendarme”. Ocurrió así: todavía algo rengo por lo de la moto, entré a una de las tantas “Fiestas de la Primavera”, organizada por un tercer año de la Escuela Normal. Allí saqué a bailar a una bonita chica, aunque algo petiza, de la cual recuerdo ahora solamente que se apodaba “Guti”. Pero de un momento a otro, con el “juego de la escoba” me vi con otra pareja en mis brazos, esta vez una muchacha alta, más bien flaca, de anteojos, quien me diría enseguida que se llamaba Silvia Josefina Castro García. Sospechosamente el juego de la escoba terminó, apenas hubimos cambiado nosotros de parejas. Luego me enteré de que había sido una artimaña, para arrancar a Guti de mis brazos y echarla en los de Hugo Rojas, con quien desde el comienzo las chicas de su barra ‒entre ellas Silvia‒ buscaban promover un encuentro. Lo cierto es que terminé bailando, toda la noche, con Silvia Castro García, quien me invitó a un picnic que harían al día siguiente. En esa finca iba a comenzar, entonces, nuestro noviazgo. Pero en octubre de 1967 iba a ocurrir, también, la muerte del Ché Guevara. ¿Y a mí qué podía importarme eso? Sin embargo, misteriosamente, me importó... ¡y mucho! Mi padre compraba casi todas las revistas que salían, por una voracidad lectora que lo arrebataba, a - 170 -

diferencia de mí, que sólo miraba las figuras. Pero, ¡qué figuras! Hojeando Life en Español, O´Cruzeiro, Siete Días Ilustrados, uno se encontraba por entonces con extraordinarias fotos de lo que ocurría en el mundo, con seguridad fundando las bases del fotoperiodismo contemporáneo. Allí, precisamente en la revista Life en Español, fue que me encontré de pronto, al dar vuelta una página, con aquella fotografía del Ché Guevara... ¿Qué ocurrió en mi alma? No lo sé. Lo cierto es que me sentí irresistiblemente invadido por unas profundas ganas de llorar. Por poco lo hago: miré a mi alrededor un tanto despavorido, pues en mis tierras suele calificarse de “maricones” a los hombres que lloran... no había nadie, sólo yo, sentado en el gran canapé central de la oficina de mi padre, y una silenciosa empleada que acomodaba papeles, a lo lejos, en la dependencia siguiente... Pero ya había pasado el momento. Recuperada la calma, seguí con mi inspección rutinaria de imágenes, viendo quizá algunas de Ted Serious ‒que por esos tiempos asombraba con sus “fotografías psíquicas”, logradas al mirar con fijeza una cámara‒, o quizá Brigitte Bardot. No lo recuerdo. Sólo recuerdo esa foto, que iba a influir tan profundamete en mi vida; no la he olvidado hasta hoy.

17. A Hard Day’s Night Escuché por primera vez a los Beatles en la radio de mi tío Mariano. Eran principios del año 1964. Sintonizaba Radio Chilena, lo recuerdo, cuando me magnetizó un tema desde sus primeros acordes. A hard day´s night... - 171 -

Ese día por la tarde yo tenía que ir a casa de un joven que me había propuesto hacer un reemplazo en su conjunto. Se hacía llamar “Ruben Perkins”. Su contrabajista se había enfermado y ellos debían actuar en el Parque de Grandes Espectáculos. Caminé esa tarde las seis cuadras más o menos que separaban mi casa de la suya con esa música en la cabeza: A hard day´s night... Rubén Perkins conocía también a Los Beatles. Pero no le gustaban. “Esa música nunca va a tener éxito aquí”, dijo. Qué música deberíamos tocar nosotros: la de Los Teenagers, Los Pick Up... conjuntos porteños que cantaban en castellano. Y por cierto, la de Leo Dan. Imitándolo, Rubén ensayaba con temas propios, pues ‒aunque no me lo dijo ni yo lo sabía‒ tenía el propósito ya de grabar un LP en Buenos Aires. Mi primer actuación en un escenario tan importante iba a ser un poco traumática. Sucedió así: Como yo era un chico de 14 años, los otros se veían en la obligación de “cargarme”. El primero Rubén Perkins. “Vos tienes que bailar con mucha fuerza al tocar”, me había asegurado. Desde el primer tema, que era un rock´n roll, me puse a moverme como un parkinsoniano. Abajo, los Demonios del Ritmo ‒que también eran tipos grandes (bueno, como de veinte años promedio…)‒ comenzaron a hacer palmas. Se reían mucho; al principio yo creía que era por estar divertidos. Cuando se empezaron a juntar más y más changos para acompañar mis contorsiones con palmas, y se reían a carcajadas, no me agradó. Entonces me di vuelta para mirar a mis costados, y vi que ninguno de los miembros del grupo bailaba. Todos me miraban ‒incluyendo una - 172 -

chica, novia de Ruben Perkins, que cantaba‒, riéndose de mí. Entonces comprendí la cargada, y dejé de moverme. ‒¡Eh, movete, lo estás haciendo bien!‒, me espetó Rubén Perkins, que tenía el labio inferior avanzado y con una especie de plataforma decreciente, como los tucanes. ‒No ‒contesté yo‒, ya no. Como todos desde muy niño había padecido bromas crueles y una que otra paliza de muchachos mayores, casi siempre en patotas. A diferencia de muchos, quizá, yo no olvidaba fácilmente. Y como si la vida tuviese algún secreto mecanismo de compensación, tarde o temprano terminaba encontrándome con el desgraciado en alguna situación donde me era posible, ya, ejercer una superioridad otorgada por los años. Pero quizá más tarde podremos hablar de estas cosas; ahora habíamos empezado a escribir para contar, algo, sobre la infuencia de los Vétales en mi adolescencia musical.

Los Grinberg Hugo Mansilla fue la primer “alma gemela” que encontré en este, uno de mis más íntimos entusiasmos. No fue mucho después; creo que, más o menos, hacia fines de 1965... Por aquél tiempo mi padre era director de Técnicas Audiovisuales en la Provincia y su secretaria se llamaba Emalina López de Mansilla. Como suele ocurrir en la provincia de Santiago del Estero, de tradición “hidalga”, el jefe de una oficina administrativa es considerado casi como un Señor Feudal propietario de todos sus elementos, incluyendo edificios públicos que los contienen. Se comprende entonces que - 173 -

para mí la oficina “de mi padre” fuera una especie de continuación de la casa familiar. Iba allí todas las tardes, y lo singular (visto desde una perspectiva que no sea la santiagueña) es que era tratado como una (semi) autoridad por carácter transitivo. Con más razón si se consideraba que mi padre había fundado esa institución, con lo cual había adquirido un carácter conductor que se consideraba ya prácticamente vitalicio. La señora Emalina era una dama impecable en su indumentaria ‒de carácter severo aunque gusto refinado‒, sumamente educada en su expresión oral. Lloviznaba y me había puesto a hojear unos libros con grandes fotografías, aburrido, cuando nuestra conversación se introdujo quién sabe por qué vericuetos en mi “profesión”: la música. ‒Tengo un hijo que es músico, también... ‒dijo ella. ‒¿Ah sí‒, me interesé rápido. ‒Acaba de regresar de Córdoba... lo mandamos a estudiar en la Escuela de Mecánica de la Aeronáutica, pero no le gustó... ‒¿Qué toca? ‒Dice que el bajo...‒ contestó ella. ‒¡Mire usted! ¡Precisamente nos está haciendo falta un bajo en el conjunto!‒ exclamé. ‒Si quieres, vete a verlo... seguro que debe estar ahí, porque se pasa escuchando música todo el día... La casa de los Mansilla era un edificio imponente para el Santiago de ese tiempo, con dos plantas y ocupando una extensión que parecía prolongarse hacia la cuadra paralela por detrás. Me atendió un chico rubio, más bien pequeño de estatura pero un tanto fornido, que me invitó a pasar. Entrar por primera vez a la casa de Hugo Mansilla fue para mí como hacerlo en una película extranjera. Pocas veces ingresaba en esos ambientes tan limpios, ordenados, - 174 -

amplios, amoblados con gusto como eran aquellas habitaciones. Mas lo que me fascinó haciéndome ignorar cualquier otra consideración fue que en un living anchísimo, junto a un “combinado” impresionante, había esparcidos sobre la alfombra tres o cuatro LP de los Beatles... ¡prácticamente todos los que habían salido!... Desde entonces hasta hoy la vida unió nuestros destinos. Y aunque por largos años ni siquiera nos vimos, y cada uno eligió caminos e incluso ideas muy diferentes, esta amistad sobrevivió a todo cambio. Por entonces yo tocaba en un conjunto de muchachos humildes, de La Banda, que me habían ido a buscar a principios del 64 por el solo factor de que tenía guitarra eléctrica... Se llamaban Los Grinberg. Cuando pregunté al baterista y líder del conjunto por qué lo habían bautizado así, me contestó con sencillez. “Porque así se llamaba el judío que nos alquilaba los equipos”. Tocábamos temas de un grupo muy famoso entonces, “Los Pick Up”, que tenía a Horacio Ascheri como vocalista: una hermosa voz con letras bastante profundas para lo que por entonces se escuchaba. Tuvimos la suerte de que enseguida aparecieron “Los Iracundos” con muy buenos temas y casi al mismo tiempo “Los Gatos Salvajes”. Este era un grupo rosarino con mucha imaginación: su cantante, Litto Nebbia, trascendería con vuelo propio más tarde, pero todo el grupo salía de lo común. Nosotros tocábamos “La respuesta” (primer simple de ese conjunto), apenas salió. Al momento de conocer a Hugo yo llevaba ya más de un año de actuaciones exitosas. Nuestro grupo era disciplinado, manteniendo un régimen de tres o cuatro ensayos por semana, nos actualizábamos constantemente y teníamos bastantes buenos equipos. La edad promedio, 17 - 175 -

años, permitía que casi todo lo que ganábamos pudiéramos reinvertirlo en el grupo. Así fue que en poco tiempo me armé de una hermosa guitarra Jakim ‒imitación Fender, pues en 1965 para tener una fender había que importarla de Inglaterra‒ y mi primer equipo propio, además de la guitarra nacarada que a los trece años me había regalado mi padre. Hacia fines del invierno ocurrió algo trágico: nuestro segundo guitarrista, Julito, un joven rubiecito, agraciado, murió en un accidente de tránsito. Por un breve lapso lo reemplazó un muchacho a quien le decían “cancer” (por lo feo, aunque en realidad no era para tanto); pero cáncer era demasiado buen guitarrista como para soportar mucho tiempo el dejarme el primer lugar a mí que ‒debo reconocer‒ técnicamente era inferior. Así que después de unas pocas actuaciones se fue. Encima Pinocho, nuestro bajista, tenía que dejarnos en diciembre pues iba a comenzar sus estudios de medicina y para ello había que trasladarse a la provincia de Córdoba. Así que Hugo vino a aparecer como anillo al dedo. Con dos inconvenientes: el primero, que no tenía instrumento (algo de fácil solución, como se verá) y el que resultaría más problemático era que nunca había estado arriba de un escenario. El padre de Hugo le facilitó los recursos para que este adquiriera un hermoso bajo Jakim y un equipo a crédito, así que a los tres días de habernos conocido Hugo ya estaba ensayando con Los Grinberg, en La Banda. Así llegamos a la noche del sábado en que debíamos actuar en el Parque de Grandes Espectáculos, un lugar imponente, donde se reunían unas 1.000 personas cada semana para bailar con las mejores orquestas. Para los músicos santiagueños ser contratado por la empresa - 176 -

Diéguez ‒que regenteaba el coliseo‒ era un signo de haber alcanzado los primeros lugares en la preferencia popular. Nos tocó actuar primeros ‒otro signo, el de que no éramos tan importantes como Los Demonios con Johnny Dellara, quienes actuarían en el horario central. Apenas subimos a armar los instrumentos Beby ‒el baterista‒ nos cuchicheó, “ché gatos, miren, ahí están los Demonios, qué hijos de puta, se han puesto justo abajo del escenario para sacarnos el cuero: tenemos que tocar bien”. Cacho Monges, el cantor, decidió empezar con “El golpe”, un tema que nos permitía lucirnos por sus arreglos ingeniosos: empezaba con una exclamación: “El golpe”, anunciaba, con la voz más gruesa que le saliese, Cacho Monges e inmediatamente el bajo iniciaba un punteo rítmico y contagioso. ‒¡El Golpe!‒, exclamó Cacho Monges... y no pasó nada. Todos nos dimos vuelta a mirar a Hugo Mansilla: estaba duro, como si hubiese visto un fantasma... ¡no atinaba a tocar! En esa fracción de segundo comprendí lo que debía hacer y como por reflejo bajé el botón de graves y empecé a bordonear el canto que debía haber efectuado el contrabajo eléctrico. Los Demonios, que nos miraban de abajo... ¡no se dieron cuenta del cambio!... Hugo, paralizado por el pánico escénico, no había comenzado a tocar hasta que se largó toda la orquesta, pero finalmente se integró a la perfección. Después de las cargadas, que le llovieron, le “bajamos la caña” a Cacho, pues no debió haber elegido un tema donde quedaba tan expuesto un joven que por primera vez subía a un escenario... ¡y un escenario tan importante! - 177 -

Con los Grinberg vivimos momentos felices e interesantes, que tal vez en otro apartado contaré. Hasta que comenzando el 66 yo me fui a Tucumán y Hugo continuó, pero solamente hasta el invierno de ese mismo año. Hacia fines de 1966 regresé a Santiago, y Hugo, que estaba formando un grupo para abordar temas de los Beatles, me habló. Sucedía que Pancho Vinotti, un joven que iba a iniciar sus estudios para oficial en el Liceo Militar, debía irse justamente cuando el conjunto estaba listo para comenzar a actuar... entonces yo debía llenar ese espacio. Pancho tocó en la presentación del grupo, que fue en Trevi, para la Navidad de 1966 e inmediatamente yo lo reemplacé. Además de Pancho Vinotti en el grupo tocaba Mario Busnelli, batería, Carlos Sánchez Gramajo (h) segunda guitarra y Hugo Mansilla (el bajo). Si bien decíamos que en el grupo “no había líderes” Hugo se había constituido en su conductor natural pues era el más disciplinado y empeñoso, además de conocer algo de electrónica, lo cual lo dotaba de un aura de “protector de los equipos”. Los Mods Una pequeña referencia: por entonces todos éramos en cierta manera conservadores, de ninguna manera queríamos asumir actitudes de ruptura con la sociedad ni mucho menos ofensivas. Por ello fue que entre otros más audaces, preferimos elegir un nombre, “Los Mods”, que aludía al sector más prolijo de los nuevos pelilargos ingleses, aquel que aún cuidaba el aspecto exterior a diferencia de los Hippies, cuyos exponentes solían - 178 -

escandalizar a los mayores por su desaliño y aparente suciedad. Por aquél entonces ‒comienzos de 1967‒ había en Santiago dos grandes empresas que rivalizaban en el área de los espectáculos bailables: la de Ramón Diéguez (h) y la del emergente “Lito” Prieto. Ambas apuntaban a los sectores altos y medios de la sociedad, por lo cual frecuentemente apelaban a recursos extraordinarios y hasta al espionaje para ventajar al competidor con sus programaciones. Lito Prieto había traído números tan importantes entonces como Los Iracundos o Leo Dan, además de un sinfín de ventrílocuos, magos y otros músicos de carteleras nacionales. Diéguez no necesitaba acciones demasiado esforzadas pues traía el capital cultural de más de veinte años de grandes números en el Parque de Grandes Espectáculos, propiedad de su padre. Pero el anciano Diéguez estaba traspasando las responsabilidades por completo a su hijo, “Johnny”, quien para garantizar buen desempeño al frente de la empresa había adquirido el título de Doctor en Ciencias Económicas en la Universidad de La Plata. Un camino exitoso Los Zombies fueron el resultado feliz de una experiencia de tres años y medio sobre los escenarios, periodo tan intenso que debiera ser computado quizá como diez. Era el tiempo de nuestra adolescencia además, y sus avatares tan fervorosos, como los numerosos enamoramientos aunque más no fuesen platónicos, envolvían cada una de nuestras por entonces agitadas actividades de músicos requeridos y respetados por - 179 -

público y empresarios. De algún modo comprendía yo que cada una de las sensaciones del alma, tanto sea al conocer una muchacha marplatense junto a la orilla del Canal San Martín en Huaico Hondo, como aquellas lánguidas montañas azules percibidas por entre la llovizna durante la breve y extensa experiencia tucumana, iban a enriquecer haciendo más medulosa la música que luego entregaría a la gente desde el escenario. Los Zombies fueron resultado de Los Juveniles, Los Grinberg, el Equipo C, los Mods, los Stockers y alguno que otro grupo donde toqué circunstancialmente aquellos tres años y medio mencionados, varios en compañía de Hugo Mansilla, Carlos Sánchez Gramajo, Cacho Rigourd, Daniel Nassif, Kililo Alfano y Alejandro Bruhn Gauna, con quienes iríamos a conformar el team ganador, destinado a acaparar la preferencia de las clases más altas de la juventud santiagueña desde 1968 hasta 1972 más o menos, aún después que yo me fuera en 1970. Luego de aquella fecha se incorporaría Body Torresi, de quien no hablaré pues corresponde al periodo en que yo ya no estaba, pero es necesario reconocer. Con Hugo Mansilla no habíamos sido los primeros en organizar un grupo que abordara temas de los Beatles y en inglés. Nos habían precedido Los Duendes, grupo conformado con fines estudiantiles primero, cuyo ámbito original fuese el Colegio Nacional, para expandirse luego a cumpleaños en casas de familia y terminar convirtiéndose en famoso en todo Santiago sin haber intentado siquiera promocionarse. En 1965 cuatro estudiantes secundarios de unos dieciséis años cada uno, Kililo Alfano, Cacho Rigourd, Alejandro Bruhn Gauna y Pancho Vinotti, comenzaron en Santiago la aventura de imitar a los Beatles. - 180 -

De ellos el alma era sin duda Kililo Alfano. De cabellos finos y rubios que pese a no llevar muy largos caían ingobernables sobre la ancha frente, y extraordinariamente sensibles ojos azules, que parecían estar siempre al borde de las lágrimas, Kililo, además profesor de inglés, poseía el singular don de cantar con el mismo timbre y entonación que John Lennon. Ninguno de nosotros queríamos ser músicos de bailes toda la vida, pero había algunos padres que lo veían además como una amenaza para los estudios de sus hijos. Por esa razón Los Duendes se desarmaron antes de alcanzar los escenarios comerciales. Y entonces fue que Hugo pergeñó la idea de organizar un grupo que los continuara. Al disolverse Los Duendes Hugo buscó a aquellos dispuestos a emprender la actividad musical como un trabajo, para proponerles un régimen de tareas exigente, disciplinado, pero que nos rendiría muy pronto ganancias económicas notables. Creo que Hugo perseguía en segundo plano librarse de la presión familiar por haber abandonado sus estudios, generando una actividad económica respetable, dentro de nuestra vocación, otra de las cosas que por entonces lo hacían tan semejante a mí. Ello sustentaría el hecho de que durante aquel periodo él y yo fuésemos siempre los motores del grupo, los más interesados en que todo saliera a la perfección. Trevi Aquella víspera de Navidad de 1966 todo salió bien en Trevi, entonces, y yo me fui tranquilo a bailar esa noche en el Lawn Tennis seguro de que tendría trabajo - 181 -

nuevamente y comenzaría el año muy próximo con renovadas responsabilidades. Es que desde mi regreso en septiembre de Tucumán, de donde el único beneficio objetivo conseguido en seis largos meses era una damajuana de vino “patero” traído como regalo no desinteresado para mi papá, tampoco había logrado reinsertarme en algún grupo, vagaba, para la visión de mis mayores, sin rumbo claro. Aunque muy bien ocupaba yo mi vida leyendo historias de músicos, historietas o dibujando, saliendo con amigos para intercambiar no pocas conversaciones profundas, sensibles, que nos dejaban enriquecidos con la experiencia compartida, de fuera se percibía seguramente sólo a un adolescente algo hosco, que “jugaba” con la guitarra, se encerraba durante horas en su habitación y al anochecer salía para regresar en horas en que los demás dormían. Mi tío Agustín coincidió conmigo en caminar hasta la plaza Libertad una de esas tardes en que salía y todo el tiempo que insumió nuestro camino fue ocupado por un sermón durísimo, que debí soportar con oscuro dolor, pues creía sinceramente que desde la perspectiva familiar y la sensatez él estaba en lo cierto, mientras sangraba impotente y desesperado en mi interior, pues una misteriosa tendencia ingobernable me arrastraba hacia el sentido incomprensible, opuesto, por el que me llevaban mis propios actos. Así la conformación de Los Mods fue una pequeña bendición para mí: con el paraguas protector de ese trabajo remunerado pude resistir durante un año la embestida de mi padre que esta vez quería inscribirme en el colegio privado “San José”. Nuestras primeras presentaciones públicas “en serio” con los Mods fueron para el carnaval de 1967. Y allí - 182 -

comenzó una cadena de éxitos que no se detendría hasta el momento de retirarme en los 70. Hugo Mansilla había conseguido un buen contrato en la nueva Confitería Ideal, que había construido Johnny Diéguez, la cual en poco tiempo se había ganado la preferencia de las clases altas en Santiago. El doctor en Economía había derribado la antigua confitería Ideal, que enriqueciera a su padre ‒un inmigrante español‒ para levantar en su sitio un gigantesco hotel de ¡diez pisos!, una enormidad para el Santiago de Entonces, y en las plantas baja y entrepisos, hasta el segundo, había iniciado un complejo que después se ampliaría, de lugares de esparcimiento para todas las edades. La modernizada Ideal de la planta baja era ocupada pues por los mayores de 30 años, mientras que la juventud se reunía en el primero y segundo entrepiso. Generalmente estos sitios altos eran copados por una generación de entre 15 y 19 años promedio, lo cual dejaba una franja importante fuera (quienes, entre los 20 y 30, no querían compartir espacio con los “pendejos”, y tampoco estar entre los “viejos”), tal circunstancia se resolvería más tarde, con una remodelación que convertiría esos espacios en La Jaula, uno de los primeros boliches a media luz de Santiago, pero eso llegaría recién en los 70). Los fans de los Mods Pese a las intenciones de Hugo Mansilla, los Mods resultaron finalmente golondrinas de verano. Mario Busnelli debió trasladarse a Tucumán en marzo de 1967, por razones de familia que no recuerdo, y nos quedamos sin baterista. No es que fuese muy bueno en realidad, creo que estaba allí más que nada por ser primo de Hugo. Nos - 183 -

había costado una enormidad que aprendiera los temas necesarios, y otro tanto para lograr que se adaptase al escenario. Demasiado fuerte, de brazos pesados, rompía palillos a granel. Pero en Santiago los bateristas eran los integrantes más difíciles de conseguir, pues no cualquiera podía desembolsar lo que costaba un equipo completo al menos con redoblante, platillo, bombo, charleston y tamtam que se necesitaba. El Carnaval de 1967 en la Confitería Ideal, fue para las clases altas de Santiago también el de nuestra revelación. Por primera vez podían bailar con un grupo que ponía sobre el escenario una representación extraordinariamente eficaz de Los Beatles. Aunque Hugo Mansilla, quien poseía una personalidad pragmática, había insistido que sólo una parte de nuestro repertorio fuese de los Beatles. Por esos tiempos había salido en Uruguay cierto grupo llamado Los Shakers (que en inglés significaba “cocteleras”), quienes habían pergeñado una imitación simplificada de los por entonces endiosados Beatles, los cuales por otra parte abordaban ya temas muy complejos, incluyendo instrumentos exóticos como el citar. Hugo, además, era la primera voz: y tenía un timbre más parecido al de John Fogerty ‒que por esos tiempos no había tenido mucha difusión‒ que al de alguno de los Beatles. Por ello también intentábamos mezclar temas de Status Quo ‒grupo casi desconocido por entonces en la Argentina‒, que permitieran ciertas licencias protectoras a nuestra falta de posibilidades aún de imitar a la perfección a “los genios de Liverpool”. Como decía, la primera actuación de los Mods tuvo un suceso extraordinario. Sólo éramos cuatro: “Chongo” Sánchez, Hugo Mansilla, Mario Busnelli y yo. Pero nuestro sonido ‒logrado durante extenuantes horas de - 184 -

ensayo‒ era poderoso y preciso, una imitación casi perfecta de los originales. Otro aspecto, enojoso de comentar pero objetivo, consistía que éramos muy jóvenes, agraciados, “blancos” (en una sociedad y sector social que aprecia mucho este factor) y pertenecientes a familias más o menos “conocidas” entre las clases altas. Cuando arrancamos con Eight Days a Week, un tema que a nuestro baterista le había costado “sangre dolor y lágrimas” hasta afianzar por fin los golpes justos, se levantó un clamor. Jamás se había escuchado un conjunto así en Santiago. Pronto se formaría en nuestro entorno un grupito de jóvenes que conformaría un “Club de Fans”, dispuesto a acompañarnos y aclamarnos adonde fuéramos (no eran muchos los lugares pues en aquellos tiempos la sociedad más selecta bailaba sólo en el Lawn Tennis, el Jockey Club, La Ideal y fiestas particulares. Aún Trevi, que había nacido con el objeto de albergarlos, era mirado con cierta reserva por las clases altas santiagueñas, particularmente las chicas, quienes fijaban lógicamente esas pautas). De ellos recuerdo sólo algunos nombres: Carlín Díaz Yolde, Toti Lindow, Susana Taboada, Alejandro Gómez Jensen, Viviana Jozami, Teresita Lastra, Mónica Utrera... Yo no conocía los nombres de todos, pues aparte del núcleo central se movían más de cincuenta chicos y chicas a su alrededor, e iban a cualquier lugar adonde nosotros tocáramos. Alejandro Bruhn Gauna, otro de nuestros fans, había formado parte en Los Duendes y pronto subiría también a los escenarios. Al desarmarse los Mods, un músico de Balcarce (Buenos Aires) que había decidido quedarse en Santiago luego de arribar con otro grupo, nos propuso formar un - 185 -

conjunto “instrumental”. El “Flaco” Curto ‒pues de él se trataba‒ había comprado un pequeño órgano eléctrico (novedad por entonces) y quería hacer temas populares. Como suele ocurrir tenía ya un contrato para actuar en cierto baile de gala del Lawn Tennis a mediados de marzo y teníamos poco más de una semana para ensayar. Chongo, Hugo y yo aceptamos la propuesta con gusto pues aunque no nos entusiasmaba mucho el tipo de música que el Flaco proponía ‒dentro de la tradición melódica y el jazz‒, eso ahuyentaba el fantasma de la inactividad y carencia de recursos económicos, por el momento. Desde un principio nos dimos cuenta que habría problemas entre el Flaco Curto y Hugo Mansilla. El bonaerense era un músico de academia, demasiado exigente y algo cólerico, en tanto que Hugo ‒al igual que nosotros‒ venía de una formación autodidáctica. Aunque el factor central quizá fuese que Curto además de organista era bajista, amante del liderazgo y Hugo por su parte también gustaba de cierta ubicación conductora, al menos autonomía, en su integración al grupo. Lo cierto es que después de aquella actuación del Lawn Tennis, cumplida con bastante esfuerzo y contradicciones muy incómodas (arriba del escenario surgían desacuerdos entre el Flaco y Hugo que los otros tratábamos de morigerar), el Flaco Curto decidió disolver el conjunto. Ni siquiera recuerdo su nombre, pues nos lo pusimos para esa única actuación. Equipo C Recibí un llamado del Flaco Curto, algunos días después, invitándome a una reunión en Trevi. Trevi además de su pista de baile ‒en la 24 de Septimbre, entre 9 - 186 -

de Julio y Urquiza‒, tenía delante un rectángulo, coquetamente decorado en rojo y negro, que funcionaba como Café. Cuando llegué, a eso de las nueve de la noche, estaba con un joven alto y buen mozo. Era Cacho Rigourd. Lito Prieto, que apoyaba económicamente a Curto, lo había convencido para que se integrara, aunque sus padres no estuvieran de acuerdo pues temían por sus estudios en el Colegio Nacional. El Flaco enseguida nos comunicó su proyecto: hacer entre los tres “el mejor conjunto instrumental de Santiago”. Cacho iba a ser el baterista. Lo había sido ya con éxito de Los Duendes. El Flaco se había jugado invirtiendo todos sus ahorros en un órgano mucho más grande que el anterior, verdadero prodigio que imitaba el bajo, la trompeta y el saxo, además de otros varios efectos, con un poder de sustentación en sus manos que necesitaba sólo de una batería y mi guitarra para instalar un sonido muy potente sobre el escenario. Dentro de la oferta se incluía un poderoso equipo amplificador que Lito Prieto compraría al contado para mí y yo debería pagar en cuotas a descontar de las actuaciones, que convertiría a mi guitarra en una de las mejores de la ciudad. Acepté porque había quedado sin trabajo y cuando me preguntaron qué nombre se me ocurría pensé un poco y dije: ‒”Equipo C”, pues somos tres, ¿no?... “A”, “B” y “C”... El más grande del grupo era el Flaco, que ya tenía sus buenos 23 años, mientras que Cacho y yo contábamos con sólo 17 cada uno. Cacho, buen mozo, de rasgos finos, ojos grandes y cabello castaño claro, era un joven parco y nervioso. Parecía siempre apurado y, al igual que Hugo Mansilla, - 187 -

estaba dotado con un inusual sentido práctico. Sea por su carácter reservado, sea por tener conciencia de lo difícil que era conseguir un baterista, el Flaco nunca se metió con él, a diferencia de a mí, disparándome de vez en cuando alguna chicana que nos llevaría a pequeñas disputas. Es que el Flaco era muy nervioso y al parecer necesitaba disputar, muy al estilo de los porteños, tierra de donde provenía. En cambio nosotros, los santiagueños, solemos ser de discutir poco y pasar rápidamente a los golpes… mas no por cualquier pequeñez. Hicimos un grupo muy ajustado en lo musical y eso nos benefició con un contrato exclusivo por el cual debíamos tocar en Trevi todas las noches hasta finalizar el año. Los días de semana debíamos hacer una sola presentación y si daba el público podíamos extendernos a dos: en cambio los sábados necesariamente teníamos que subir al escenario tres veces. Los domingos, en invierno, requerían a veces que tocásemos en horas de siesta. Esto era muy cómodo ya que permitía dejar los instrumentos armados indefinidamente sobre el escenario, donde los miércoles y viernes debíamos, además, ensayar. Hacíamos esto entre las cinco y las siete de la tarde, más o menos. De cualquier manera el grupo corrió peligro nuevamente pues Cacho Rigourd en cierto momento tuvo que dejar de tocar, por presiones familiares según creímos. Pero el Flaco tenía un as en la manga. Pidió a Cacho que tocara una semana más y en el próximo ensayo se apareció con Daniel Nassif, un baterista que ya tenía apalabrado. Daniel también era muy joven ‒unos 16 años‒ y era extraordinariamente buen mozo. No lo conocíamos pues se había desempeñado hasta entonces en grupos que tocaban música popular en bailes de barrio, aunque muy profesionales. Sus hermanos, que lo tenían como niño - 188 -

mimado, lo habían provisto de una de las baterías más completas que existían en Santiago. Así que la baja de Cacho, antes de ser un problema, se convirtió en un avance gracias a la previsión del Flaco, pues adquirimos no sólo un excelente baterista, sino también unos instrumentos impresionantes, ya que además de bombo, redoblante y charleston su batería reluciente contaba con tres tam-tams, bongó y dos platillos gigantescos. Así, el verano del 68 nos sorprendió con el Equipo C trabajando a full y considerado el mejor y más cotizado grupo instrumental de Santiago, tal como el Flaco Curto quería. Hacíamos temas de Stan Getz ‒que por entonces, con Astrud y Joao Gilberto, se había puesto otra vez de moda‒, clásicos adaptados como el Sueño de Amor, de Lizt, y jazz, además de la adaptacion de muchos boleros tradicionales. Nuestra música se dirigía principalemente a personas de entre 30 y 50 años, de clases media y alta, que era una franja generacional disputada entre Diéguez y Lito Prieto para su oferta comercial. Durante todo el año 67, entonces, gracias a la idea del Flaco Curto Lito Prieto disfrutó de superioridad en convocatoria, y especialmente mayores ingresos en este rubro, ya que como se sabe esta franja suele disponer de mayores recursos que los adolescentes. Pero Hugo Mansilla no se había quedado quieto. Pronto ‒en el invierno‒ lanzó su nuevo grupo, los Stockers, en la Confitería Ideal. Estaba compuesto, además de él, por Alejandro Bruhn Gauna, Kililo Alfano... ¡y Cacho Rigourd! Al parecer una cuestión de lealtad había primado en los sentimientos de Cacho, pues se trataba, aparte de Hugo, de sus dos compañeros en el inicio de esta actividad, los ex Duendes Alejandro y Kililo. - 189 -

De verdad hicieron un conjunto muy bueno. Alejandro imitaba a la perfección a Paul McCarthney, y con Kililo haciendo la voz de John Lennon y Hugo los temas más fuertes, como Twist and shouts, ya que poseía una voz muy potente, pudieron lanzarse de lleno hacia los temas de los Beatles. Los Zombies En los carnavales de 1966 yo había conocido una muchachita porteña, “Vikinga” singular, de mi misma edad, que durante mi aventura tucumana me había sorprendido con algunas cartas. (Ver “Carmina”.) En el verano de 1968 me dieron ganas de verla y como había ahorrado bastantes pesos por ganancias excepcionales a Fin de Año, decidí hacerlo. Simplemente se lo comuniqué al Flaco Curto, que se fastidió muchísimo y me prohibió hacerlo, so pena de reemplazarme si me iba. Solamente lo miré con indiferencia y me fui. El resultado fue que al regresar de Buenos Aires Toti Sequeira había ingresado al Equipo C en mi lugar. Todavía seguía llamándose así, pero su número había aumentado hasta llegar a cinco integrantes. Chongo Sánchez, a quien yo había incluido por ser mi mejor amigo, seguía tocando y esto a mí me dolió. “Cómo mi hermano ‒así nos llamábamos‒ va a permitir que pongan a otro en mi lugar y no ha renunciado”, pensaba, y me quedó una llaga en el corazón. La decisión de Curto era de lo más comprensible: Carnaval es el tiempo en que más se gana en Santiago, pues los conjuntos conocidos tocan durante jornadas extenuantes en horarios corridos que a veces comienzan al mediodía y terminan a la madrugada del día siguiente; - 190 -

pero se pagan también tres o cuatro veces más de lo normal. Curto tenía proyectado acaparar un abanico de clubes, además de Trevi y el Río Dulce Grill, que ya nos habían contratado, y no es que yo fuera a faltar durante ese periodo, sino que el Flaco quería ensayar más temas, con mayor rigor, para ofrecer un espectáculo “impresionante” en cada actuación. Y yo no regresaría más que dos o tres días antes. Entonces por ese capricho de ir a ver a una chica a Buenos Aires por durante diez días, me quedé nuevamente sin trabajo. Por suerte se enfermó el guitarrista de un conjunto mediocre y pude tocar en unos bailes de La Banda, de donde regresaba cada madrugada a mirar con melancolía los últimos estertores de los bailes en La Ideal. De verdad no recuerdo ahora cómo fue que también los Stockers desaparecieron, y un buen día Hugo Mansilla me volvió a hablar para construir un tercer grupo imitando a los Beatles. Por cierto la invitación me encantó pues no solamente era esa música la que yo ansiaba tocar sino también volvía a insertarme en un medio ‒el de las clases más altas‒ al que ellos pertenecían, mucho más estimulante para un joven que el de los bailes populares. En el paréntesis después de terminados los Mods, los selectos fans habían seguido a sus sucesores, los Stockers, y yo había ingresado a una nueva realidad, la de Trevi, compuesta por una clase media menos pudiente, que a pesar de resultar animada de vez en cuando por turistas de otras provincias, no se presentaba tan atractiva como la anterior. Cuando Hugo Mansilla me preguntó qué nombre podíamos ponerle al conjunto, le pedí que me dejara pensar. En casa estaba leyendo la historia de “Papá Doc” - 191 -

Duvalier, el terrible dictador que gobernaba Haití en base a la magia negra, y me gustó la sonoridad de un nombre que allí vi: “Zombie”. Anoté dos o tres más, para elegir. Pero a Hugo le gustó el primero, y nos quedamos con ese. La formación original de Los Zombies estaba compuesta así: Kililo Alfano, primera voz y segunda guitarra; Alejandro Bruhn Gauna, segunda voz y guitarra, yo primer guitarra y ninguna voz, Cacho Rigourd batería sin voz y Hugo Mansilla, bajo y voz. Desde fines de 1968 hasta fines de 1969 este conjunto alcanzaría el máximo nivel en su capacidad tanto para imitar a los Beatles como en la preferencia popular. Ampliando nuestro espectro social, nos habíamos abierto a la gente de Trevi, además de tocar algunas veces en otros bailes un poquito más populares. No daba para más: los Beatles eran por entonces una música aceptada únicamente por sectores medios y altos en Santiago. Mas dentro de esa franja ‒constituida por centenares de jóvenes‒, los Zombies reinaron indiscutidamente hasta su disolución final, según creo hacia 1972, dos años después de que yo me fuera, por razones que tal vez en otra parte contaré. 18. El alma Mi abuela se llamaba Corina Coria. Tenía 60 años cuando sintió a su nietito Chimbi arrastrarse de un modo angustiante sobre sus pies, a la madrugada. Chimbi falleció, esa madrugada, a cientos de kilómetros de distancia. El día anterior, por la tarde, habíamos estado acomodando algunas prendas en un cajón del ropero donde dormíamos con mi hermano Gustavo. Gustavo - 192 -

debía de tener unos 4 años, yo 7. Mi abuela estaba en el medio. Todos arrodillados ante el cajón, ordenábamos calzoncillos, camisetas, medias, que en ese entonces se hacían de hilo y eran casi todos blancos. Arriba del ropero había un ancho placard, donde habíamos arrumbado el sulkiciclo de mis primeros años y también escondido el cuadro con la foto de Evita. De repente cayó algo: los tres levantamos la cabeza, asustados, y vimos descender una gran forma blanca, como si fuese una sábana. Mi abuela dejó escapar una exclamación de susto, pero al llegar a nosotros la forma se desvaneció. Simplemente pasó por nosotros, nos atravesó, sin que la sintiéramos físicamente, en absoluto y desapareció a ras del suelo. Como narrábamos al comienzo, aquella madrugada el cuerpito de Chimbi se arrastró durante horas sobre las piernas de mi abuela. “No me dejaba dormir”, contó a la mañana siguiente Corina “parecía que le faltaba el aire”. Una y otra vez se esforzaba por tomarse de sus piernas “como si se ahogara”. Lo que estaba ocurriendo, esa misma noche, era lo siguiente: Mi tío Mariano, maestro de campo, estaba solo con su hijito Chimbi, de cuatro años, en una escuelita‒rancho muy alejada, donde enseñaba. Desde la tarde su pequeño hijo había sufrido ataques como de asma, perdiendo el conocimiento incluso, por momentos. Esa noche, ya convencido de que no podría sacarlo de la crisis, y con el niño en estado febril, Mariano lo cargó en el sulki y se dirigió hacia la población más cercana, donde había una posta sanitaria. Durante horas viajó por entre medio del monte ‒una verdadera selva donde los caminos eran apenas estrechos túneles polvorientos entre retamas espinosas y árboles centenarios‒. Con desesperación, pues - 193 -

sentía a su hijito sufriendo convulsiones, azuzó todo lo que pudo a los caballos. Pero esa carrera febril no sirvió de nada. A la madrugada, llegó a la posta sanitaria sólo para que la enfermera le confirmase lo que poco antes intuyera, sin animarse a pensarlo. Su hijito Chimbi había muerto.

Esta historia tremenda nos conmovió para siempre y modificó profundamente la existencia de mi tío Mariano. Dejo por eso un espacio en blanco, para pasar al tema, netamente racional, por el que empecé a escribir mi apunte hoy.

¿Qué fue lo que vimos con mi hermano Gustavo y mi abuela aquella tarde, desplomándose sobre nosotros y atravesándonos sin afectarnos? ¿Qué fue la presencia infantil invisible, pero físicamente perceptible, durante gran parte de esa noche, sobre las piernas de mi abuela? De acuerdo con lo estudiado mucho más tarde, pude determinar que se trataba del alma de nuestro primito agonizante. Debo aclarar algo: en la cultura popular santiagueña, era un conocimiento aceptado que el alma humana suele buscar a quienes ama o desea ver, antes de partir definitivamente. Especialmente si en tal momento está atravesando situaciones angustiosas. Como durante una enfermedad destructora, o después de un grave accidente. Nosotros absorbimos desde niños esta convicción, por lo cual mis posteriores estudios sólo aportarían definiciones más técnicas.

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De acuerdo con ellas, el alma constituye una parte inasible de los humanos, que sin embargo cumple un papel esencial (sin ella sería imposible la vida). Lo que nosotros llamamos alma, es llamada por algunas escuelas esotéricas como “Doble Etérico”, o “Cuerpo Vital”. Lo primero por constituir una réplica exacta de nuestra figura, en un plano más sutil que la materia humanamente perceptible. La denominación de Cuerpo Vital, asignada por los rosacruces, es debido a que este “doble” contiene la energía etérica, necesaria para mantener en acción a las células físicas de nuestro cuerpo. Una comparación rústica es posible afirmando que para el cuerpo de una computadora, pues, el alma estaría constituida por la electricidad. El alma humana ‒muchísimo más compleja y sutil‒, constituye entonces un sistema etérico, vital, con numerosas funciones en el organismo: una de ellas, proveerle de energía para mantener su vida, obteniéndola entre otras fuentes de la naturaleza exterior, la luna y el sol. La segunda función del alma es registrar toda la información que vamos acumulando durante nuestra actividad cotidiana. De tal manera almacena una historia completa de nuestra existencia, hasta en sus más mínimos detalles. Una tercera función podría ser la de vehículo eficaz para la “Resurrección de los Muertos” propugnada por el catolicismo. En caso de realizarse el renacimiento etérico de la Humanidad, como aparentemente se sugiere en algunos textos de San Pablo y otros teólogos (los Testigos de Jehová sustentan creencias semejantes), difícilmente este Paraíso Natural podría adquirir un carácter material. Pues la materia física es básicamente limitada, por ello mismo fuente de dolor y en definitiva mortal. Así que la - 195 -

“Resurrección de los Cuerpos”, no sería otra cosa, entonces, que la “Resurrección de las Almas” (entendiendo al alma como Cuerpo Vital, es decir, uno de nuestros cuerpos, superior desde una perspectiva trascendente al cuerpo físico). Según los estudiosos de varios períodos históricos, la función de almacenar los recuerdos, asignada al alma, tiene un sentido preciso. Esta es dotar al Espíritu (verdadero Ser de los humanos) de la experiencia necesaria para ir alcanzando, sucesivamente, los niveles siguientes de su evolución hacia un estadio superior. Este propósito tiene su culminación al finalizar una existencia física: el alma, en el proceso de ascensión del Espíritu hacia planos superiores, le iría transmitiendo, como en una proyección cinematográfica, toda la existencia humana de ese individuo, para poder aprovecharla en próximas etapas de su evolución. Las figuras de personas que se presentan inesperadamente aunque estén separadas por miles de kilómetros (más sorprendentes hace siglos, cuando los transportes eran sumamente lentos), apariciones fantasmales poco antes de morir, o presencias nocturnas fugaces de seres amados ‒u odiados‒, responderían, según estas consideraciones, a facultades del alma. Por último una enfermedad morbosa ‒e inquietante para los humanos‒, suele afectar al alma impidiéndole cumplir sus funciones esenciales. Esta es la de caer víctima de pasiones externas, que la compelen a permanecer aferrada a los planos físicos de la materia, a veces durante siglos o milenios. Según los esoteristas, dichas enfermedades provienen principalmente de vicios corporales, como el alcoholismo, la erotomanía, drogadicción, o desviaciones del carácter, - 196 -

como la criminalidad, adicción a las riquezas, vesanía moral u obsesiones semejantes. Otras compulsiones pueden provenir de afectos muy intensos, convicciones erróneas o proyectos sin terminar. Ellas suelen ser frecuentes en personas que mueren “antes de tiempo”, por causa de accidentes o dolencias repentinas. Pero estas últimas ‒una de cuyas variantes fue magníficamente presentada por la película estadounidense Ghost‒, tienen por lo general duración breve. Una vez comprendida por parte del alma la situación real, suele continuar con su proceso natural, esto es volar alejándose del mundo físico y colaborando con el Espíritu en el proceso de evolución. Las otras almas, en cambio, pertenecientes a seres afectos a las drogas o a los placeres exacerbantes, acciones que además ocasionan daños permanentes en otros componentes vitales del organismo humano, padecen consecuencias más extremas. Ellas suelen quedar, como decíamos, durante siglos o milenios vagando sobre la Tierra, y son las que la cultura popular denomina, sabiamente, “almas en pena”. Suelen ser peligrosas, inclusive, para los humanos, debido a su necesidad de poseer cuerpos para cumplir con sus propósitos, imposibles de llevar a cabo sin una herramienta física. Muchas de las acciones perversas de los humanos tienen explicación en esta circunstancia: un “alma en pena” ha poseído la razón de individuos débiles. Por hoy no fatigaré más con estas reflexiones. Espero, por cierto, que puedan ser útiles para alguien.

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19. La novia de Leo Dan En el verano de 1960 nadie escuchaba a los Beatles en Santiago. Elvis Presley: apenas una referencia lejana. En los “vermús” juveniles, se bailaba con los Teen Tops y Brenda Lee. Las verdaderas estrellas eran “Los Demonios, con Leo Dan”. En una sociedad sin televisión (esta llegaría en 1964), nuestra cultura consistía en un circuito cerrado. Siempre animado por personas tangibles... Yo cumpliría los 11 años en agosto, y aún no iba a los bailes. Los sábados, alguna fiesta de las cercanías proyectaba figuras en mi mente. Acostado en la oscuridad, con la suave brisa inflando las cortinas, y la sombra de los árboles facetando las paredes, me dormía extasiado con las parejas que danzaban (en mi imaginación). Ellas llevaban blancos vestidos largos; ellos trajes oscuros, zapatos relucientes, cabellos aplastados con fijador. - 198 -

Mi mente percibía detalles. Por ejemplo, un collar de perlas en el largo cuello de una muchacha hispana. Nuestro modelo de belleza, eran las hispanas. Aún no había irrumpido con tanta fuerza como lo haría muy pronto, la rubiez. Una mujer o un hombre rubios eran un tanto exóticos por entonces. Lo deseable, lo socialmente consagrado, eran las personas blancas con cabellos negros, ondulados. Y unos hermosos ojos oscuros, profundos, bajo una frente serena, sobre un cuello largo, aunque no muy delgado. Del mismo modo como imaginaba los bailes y las fiestas de gala, yo me representaba las actuaciones de Los Demonios del Ritmo con Leo Dan. Sentado en una reposera, bajo un nutrido paraíso, que proyectaba sobre mí una sombra suave pues el único farol estaba como a cien metros de mi vereda, debía colocar un cable largo que me permitiera enchufar la radio poniéndola sobre una silla, en el jardín. Algunas noches venía una vecinita, como de 8 o 9 años, y con una naturalidad que me sobrecogía tomaba su lugar a mi lado. Con frecuencia me sentía pecaminoso, debido a las sensaciones que provocaba en mi cuerpo su pierna suave, apoyándose sobre la mía, cuando ambos llevábamos shorts. Ella era muy bonita, un tipo parecido al de “Liz” Taylor, sólo que ¡tan niña!, como para obligarme a constantes autorreproches, cuando osaba sentir siquiera un dejo de erotismo (aunque tampoco sabía entonces que dicha sensación se llamaba así) con su contacto. De inmediato asumía la actitud de “un hombre grande”, ponía a la niña bajo mi responsabilidad, sintiéndome un Caballero medieval y le enseñaba “cuestiones sabias”. Como por ejemplo que la figura de las lunas llenas - 199 -

develaba el perfil de la Virgen sobre un burrito, con el niño en brazos y San José, durante su huida a Egipto. Entonces escuchaba a Los Demonios con Leo Dan, viendo en mi cerebro las multitudes que los aclamaban en el Salón Teatro Auditorium de LV 11, Radio del Norte, desde la ciudad de Santiago del Estero, como se ocupaba de recordar constantemente el excelente locutor, un hombre muy buen mozo y engolado, a quien llamaban “El Pibe” Hernández. Los Demonios del Ritmo tocaban “El rock de la cárcel” y Leo Dan cantaba imitándolo a Enrique Guzmán. Después venían “Confidente de secundaria”, “Buen rock esta noche”, “Muchacho triste y solitario”... Yo escuchaba esos temas no como mera música bailable, sino como genuinas lecciones de vida. Hacía míos los conceptos expresados por las letras, consideraba aprender sobre la existencia humana a través de sus sentencias. “Cuando te tomo, de la mano... y tú me dices: yo te quiero... no necesitas ni decirlo... cuando te vi, yo lo comprendí... Es el amor que soñé, y sin pensar me enamoré...”: tales conceptos dibujaban en mi mente un proyecto, el que debería cumplir cuando tuviera edad suficiente y pudiese tener novia: “...Cuando de pronto te miré... no sé explicar lo que sentí... supe que sólo esa mujer, sabría hacerme feliz... sin meditarlo me acerqué: te dije “nena” quiero ser, el que te lleve hasta el altar...” Tomaba en serio cada cuestión que en mi vida emprendía. Entonces me decidí a tocar la guitarra, pues quería subir a un escenario y compartir desde allí lo que mi corazón decía. En realidad ya lo venía haciendo, más o menos irregularmente, desde los 7 u 8 años, pues odiaba - 200 -

las lecciones de piano (no por el instrumento, sino por las tiránicas profesoras), pero no podía vivir sin música. Entonces Víctor Landriel, un muchacho del campo, entenado de mi tío Mariano, que endulzaba sus horas nostálgicas con la guitarra, comenzó a enseñarme con afecto y paciencia algunos punteos. Lo primero que aprendí, recuerdo, fue “Nunca en Domingo”. Leo Dan representaba, para mi criterio, la encarnación de Enrique Guzmán en Santiago del Estero. Además era buen mozo, peinaba su cabello castaño con el “jopo Presley”, y ostentaba una personalidad agradable. Nunca hablé con él, ni siquiera lo vi de cerca; sólo escuchaba decir: “Leo Dan es humilde”, bueno, “nunca se siente una estrella, comparte su existencia con todos”, es “responsable” (esto con referencia a sus estudios, pues estaba a punto de graduarse como Técnico Agropecuario). Entonces, representaba también, para mí, un modelo. Poco más tarde, cuando él ya había viajado a Buenos Aires, “para triunfar” completé esa composición de ensueño conociendo a su novia. Debe de haber sido en 1961, según creo, pues este fue el año en que trasladaron la Academia de Bellas Artes a la avenida Belgrano, entre Pueyrredón y Tres de Febrero, muy cerca de mi casa. Debido a ello, podía ir caminando. Solía cambiar de itinerario, siguiendo repentinas intuiciones, pero con lo rutinario eran las veredas de la ancha avenida Independencia. Allí, sobre la mano izquierda ‒yendo desde el Sur‒, poco antes de la calle Tres de Febrero, donde debía doblar, habitaba esa muchacha... La vi una tarde, recuerdo, suave, apoyada en su ventana del primer piso... Vivían en un chalet morisco, con paredes blancas, techos de tejas a dos aguas, apoyados en tirantes de madera marrón. Casi me detengo extasiado - 201 -

al verla: muchacha rosada, de cabellos castaños, usaba siempre vestidos claros, con volados, y su expresión era dulce y calma. Alguien me dijo luego ‒no sé quién: “esa es la novia de Leo Dan”. Pronto tuve más detalles sobre aquella aparición divina: “¡es hija de José Fahrat!...” Esto significaba mucho para mí. José Fahrat era un hombre imponente, a quien yo veía de lejos algunas veces, cuando iba a buscar a mi padre en su trabajo. Tiempos de persecución para familias como la nuestra, con un gobierno impuesto por militares pro norteamericanos, cada recuperación de un espacio político para la Cultura Nacional era saludado en mi hogar con entusiasmo. El hombre, de grandes bigotes, ojos sardios, fumaba en pipa y usaba un poncho marrón sobre el traje, en invierno. Ello lo hacía lejanamente parecido a Jauretche (todos signos positivos, en nuestra estética nacionalista). Por esas tardes yo había decidido fumar. Creía que esto aceleraría mi madurez y deseaba tener muy rápido una voz bien gruesa. En esa misma vereda donde vivía la novia de Leo Dan, solían jugar dos chicos, varoncito y mujer, hermanos, de unos siete u ocho años, apellidados Durgam. Una tarde al pasar yo, la chiquilla, rubia, levantó sus ojitos desde los juguetes y me habló: “Ché, ché...”, exclamó: “qué hora es” (yo llevaba un reluciente relojito cuadrado, chato, sobre mi muñeca e iba en mangas cortas). En el acto reaccionó su hermano, reconviniéndola: “¡No le digas ché...!”, censuró a la niña “¡decile señor!... ¿no ves que fuma?...” Quizá la tarde de un sábado ‒pues sucedió en un horario en que durante la semana debía ir a la Academia‒, - 202 -

regresaba del centro por aquella vereda, preferida ya al saber que allí vivía esa muchacha ‒y también otra de la que ya conté algo en estos mismos apuntes. Singularmente, ambas referían a Leo Dan: la primera, por ser su novia, la segunda, por llevar un nombre ‒María Helena‒, que el cantante iba a hacer famoso más tarde, con una canción. Apenas cruzando la esquina de La Normal, mi corazón dio un salto: ¡ella estaba en la puerta!... vaporosa, como en un cuadro de Monet, vestía de blanco y miraba lánguidamente hacia el cielo, apoyada sobre el grueso portón de madera. Fui reduciendo la velocidad de los pasos a medida que iba acercándome a ella y sin quitar mis ojos de su persona. Al llegar donde estaba, sencillamente me detuve: “Buenas tardes...”, dije... “Hola...”, contestó ella... “¿Es usted la novia de Leo Dan?”, pregunté. La joven lanzó una corta carcajada, cristalina... “¡Sí...!”, contestó “pero no me trates de usted... me haces sentir vieja...” No recuerdo los detalles de nuestra conversación. Recuerdo sólo que yo me sentía volar. Debo de haber estado allí unos veinte minutos, media hora tal vez, hasta que la joven me despidió con un beso luego de avisarme que ya debía entrar. A partir de entonces me sentí comprometido con su destino. Seguía por las revistas, la radio o los comentarios, la trayectoria de su novio, Leo Dan. Imaginaba un futuro feliz para esa pareja, de cuya mitad femenina me sentía ahora “amigo”.

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Pasando por su vereda, de lejos, a veces la veía en su ventana en lo alto: desde allí, con sus manitas blancas, ella me saludaba. Muy pronto padecería una de las primeras decepciones sentimentales de mi vida. Por una revista frívola ‒Radiolandia, creo...‒ me enteré de que Leo Dan se había casado: ¡con una Reina de Belleza... de Mar del Plata! Me sentí muy mal, molesto, indignado... ¡ella, mi amiga, su novia, lo estaba esperando! ¡Era lo que había prometido él!...: ¡Ir a Buenos Aires, triunfar, y volver ya con una sólida posición económica, formar una familia, tener niños en su provincia, Santiago...! Pero no. Olvidándose de su origen humilde, de que pese a ser de extracción social superior a la suya, la niña lo había aceptado, confiando en su palabra... el ahora exitoso cantante había renegado, no sólo de sus afectos, sino también de su provincia... ¡de su raza!... ¡Pues la marplatense era, incluso, una especie de sajona o germana, muy rubia, de ojos claros!... Muchos símbolos nefastos para mi educación familiar. A la novia de Leo Dan ‒que llamo así pues no he grabado su nombre en mi memoria‒, nunca más la vi. En verdad, desde lo sucedido, evitaba esa vereda, como avergonzado por el contratiempo. Quise borrar, desde entonces, esta pequeña historia que ‒para mi sensibilidad de niño recién asomando a la juventud, lleno de esperanzas‒ había salido tan mal.

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20. Nieve en el Trópico Lirios de escarcha muy lentamente sobre mis alas cayendo van; no los apartes, deja la nieve que están mis alas vencidas ya. Virgen de ensueños, princesa lírica bajo tu alcázar voy a morir... Los cisnes cantan en su agonía, mi último acorde sea por tí. Con una poesía que comenzaba de este modo mi padre ganó el concurso “A la Reina de la Primavera” en 1947. Esto no hubiese alcanzado tan singular relevancia para mí si además la Reina, elegida por un meticuloso jurado, no hubiera sido la que, poco menos de un año después, iría a convertirse en mi mamá. Virgen de 16 años ‒como quería el poema‒ Elizabeth Revainera estaba interna, desde la muerte de su padre, en un colegio de monjas en Santiago. Pensado para la aristocracia, con muros que rodeaban la capilla y frondosos árboles ocultando su interior a improbables espías, debieron planear una estrategia especial para poder casarse. Logrando la complicidad de una compañera de mi madre, quien “la invitó a tomar el té en su casa” un sábado, y la de un viejo cura, que casaba a - 205 -

enamorados irredimibles en El Zanjón, pudieron sortear las precauciones de las monjas y emprendieron el camino hacia su propia infelicidad. Detengámonos aquí por ahora, ya que en tren de recuerdos, quiero situar a mis discretos lectores en un rápido cuadro acerca de cómo era Santiago del Estero por entonces. Para ello copiaré textualmente una crónica del El Liberal, rescatada por mi compadre Tasso: Como un viejo verde, achacoso y arruinado por la acción del tiempo y el abandono, sobre ser mal configurado de nacimiento, reía anoche con fruición envidiable nuestro enteco coliseo, al sentir acariciada su enmarañada y cenicienta cabellera por un soplo de juventud y de vida, orgulloso y avaro del rico tesoro que por breves instantes le era dado poseer. Y en verdad que la risa, no siempre favorecedora a todas las fisonomías, tornaba hermosa la faz del Ollantay, como quiera que su carcajada era la carcajada encantadora de los claveles rosas, que ríen cuando la gran abundancia de delicados pétalos necesita romper la barrera del estrecho cáliz para derramarse en silenciosa cascada de suavidades y perfumes. Hermoso pues se mostraba anoche nuestro teatro, pletórico de granada concurrencia cuya mitad femenina volcaba sus irresistibles encantos desde el escenario, los palcos y la platea. Pocas veces como anoche se ha logrado un lleno tan completo en la modesta sala, debido sin duda al indiscutible prestigio de que gozan las distinguidas señoritas que forman la Pía Unión de las Hijas de María, organizadora de la fiesta, en primer lugar, y luego a lo atrayente del programa confeccionado para el certamen. Al levantarse el telón, un núcleo de hermosísimas niñas - 206 -

ocupaba el escenario para cantar el coro a dos voces con que se iniciaba el programa, a cuyo brillante desarrollo contribuyeron en armónico consorcio la música, la poesía, las flores, las siluetas vaporosas, los ojos de serafines, los labios con el rojo del incendio, las cabelleras virginales, las frentes de purísimo armiño, las mejillas de color de rosa, que llevaron al alma emociones que no son para ser contadas, y que traducen sueños dorados como evocan purezas celestiales. Sobre aquel enjambre de cabezas privilegiadas por la estética, rubias y morenas, destacábase a manera de luminosa aureola la inscripción “Hijas de María”; y si de la madre canta la iglesia que es “tota pulchra”, tendrá que reconocer a sus hijas de Santiago como muy dignas de heredar ese elogioso concepto quien las haya contemplado en el instante que nos ocupa. Todas ellas lucían atavíos sonrientes de colores tenues, predominando el rosa pálido, emblema de dulcísimos amores, de ilusiones castas. Veamos quiénes eran: María Arredondo, de crespón de seda color de rosa, con adornos de gasa blanca; Leonor Pedraza, traje escotado, de gasa blanca sobre fondo color oro, con cintas; Lola Posse, de seda celeste, con encajes crema; María Luisa Pinto, de seda adamascada rosa, con gasas y cintas del mismo color; Argentina Neirot, vestido enterizo, de gasa calada blanca, con cintas de terciopelo negro; Elena Gallego, traje de pequín celeste artísticamente confeccionado; María Isabel Romay, color verde luz; Ernestina Voget y Olaechea, de faya celeste con adornos blancos; y otras diez no menos elegantes niñas. * Bien es cierto que esta crónica del periodista anónimo pertenece a 1902, y en el caso presente estamos hablando de 46 años más tarde. En tal interregno el viejo Ollantay - 207 -

había sido derribado ya, para construir en su lugar el majestuoso 25 de Mayo, cuya arrogancia exhibía a la vez cierta efímera prosperidad obtenida por el remate de la foresta provincial y nuestra dependencia arquitectónica de París ‒ calcada por cierto de Buenos Aires. Pero también es verdad que Santiago en poco se modificó, esencialmente, hasta el tardío advenimiento de la televisión (1964). Lis de alabastro, cáliz de octubre, narciso blanco del valle azul, mientras la brisa mece tus bucles brota el suspiro de mi laúd... Vuelve a tu imperio de margaritas que está nevando en mi corazón... Poema de nieve, sueño de lira ángel de nácar, rayo de sol ...dice en otro pasaje el poema de mi padre: suspiro, azul, nácar, laúd... nieve, blancor, blanduras vaporosas, fulgores tamizados por jardines floridos, era el untuoso clima psicológico que absorbía aquella generación, emanando del todavía insuperado modernismo, algo Lugoniano**, pero principalmente de Rubén Darío, más su versión prosaica y popular: Vargas Vila, que mi padre devoraba, como pude comprobar en mi adolescencia, revisando con interés más bien paleográfico los anaqueles donde se apilaban decenas de sus novelas, de la editorial Tor, junto a otros de Victor Hugo, Arnold J. Toynbee y Ortega y Gasset, sus siguientes mentores, hacia fines ya de los 50. Portadas coloridas con barroquísimos dibujos art noveau, siempre ostentaban figuras de elegantes caballeros - 208 -

y las damas en encajes, delicadamente gaseosas y de manos largas, rosáceas se parecían bastante a mi madre.

Poco probable es la existencia. Pues lo que aparentemente sucede en el exterior, arraiga profundamente sus esencias adentro nuestro. Desde Einstein hacia acá, la física ha ido descubriendo perpleja que lo objetivo se deshace. Recientes estudios indican que la Tau ‒partícula infinitesimal, la última pasible de ser captada por nuestros sentidos a través de un super‒ microscopio‒, de acuerdo a las comprobaciones de quienes obtuvieran el Premio Nobel en 1994, es dúctil a ser influida en su forma... por nuestras intenciones. Si alguien ha podido llegar en la lectura de mi narración hasta aquí, seguramente podrá también coincidir con nosotros en que, de esta proposición de la Física contemporánea a la del Discípulo Preferido, en los cinco primeros versos de su libro magno, dista ya una muy exigua franja. Vivíamos entonces los santiagueños una realidad imaginaria, dejando de lado la pobreza y el sol, que en nuestra provincia azotaban la tierra, yerma tras el paso del huracán inglés. 80.000 habitantes sobre una superficie que era ‒es‒ tres veces y un poco más la de Suiza, algo más de dos veces la de Austria, Checoslovaquia o Dinamarca, en la que hubiesen entrado con holgura 68.175 Principados de Mónaco. De los cuales las 25.000 almas que por entonces habitaban su capital, Santiago, eran incapaces de establecer un sistema productivo para dotar aún siquiera de las comodidades mínimas a su propios hogares. Lo que veían viajeros provenientes de otras latitudes era que aún en las “residencias” de las clases medias y altas faltaban - 209 -

adminículos comunes del occidental confort, particularmente los mecánicos. Gregarios, extremadamente “espirituales”, los santiagueños eran capaces, sin embargo de remendar sus vestidos una y mil veces, para presentarse ante los ojos de cronistas como el citado ‒también santiagueño, por cierto‒ bajo un consensuado espejismo donde aparecían, ante sí mismos y sus semejantes, para nada inferiores a las distinguidas sociedades que asimilaban, desde los libros de Vargas Vila o las poco frecuentes películas, todavía mayormente argentinas, mexicanas o europeas. Pero otros cronistas, menos complacientes, los veían así (ya en 1858): “Esta ciudad, colocada a 650 millas de Rosario y a 590 de Santa Fe carece de las ventajas que se encuentran espontáneamente en los países del centro y de la orilla”... “Con sus calles desiertas [...], sus espesos bosques de naranjos y duraznos, que parece como si quisieran cubrirla por entero, ofrece un aspecto triste que conmueve el corazón del viajero...” “El que ha nacido [aquí] puede encontrar amable la vida en aquella completa familiaridad de las gentes, toda bondad y dulzura; pero el forastero que a nadie conoce, no lee sobre esas casas sepulcrales sino la historia de un pasado lleno de desventuras” (Pablo Mantegazza, Viajes por el Río de La Plata y el Interior de la Confederación Argentina). ¿Cuál era la realidad real entonces?, ¿la de mi padre, que veía “lechos de polen”, “pétalos de marfil”, “abejas de oro”, “cisnes alacordes”, “Guzlas enfermas de melodía”, “nieves de luna”, “fugas de Bach”? ¿O la de Mantegaza, quien saca como conclusión de su visita a Santiago que “[si algún europeo] ambiciona rápida fortuna y vicisitudes tempestuosas, debe buscarlas en otra parte”? - 210 -

Ni la una ni la otra, posiblemente. Lo cierto es que sobre esa imago vargasviliana se traza el romance de mi padre, un maestro‒poeta, egresado con medalla de oro dos años atrás, y mi madre, una rebelde novicia de una aristocrática familia ‒ya casi venida a menos. Aquella fuga hacia El Zanjón y una luna de miel donde se consumirían los únicos recursos de la parejita, traería sobre nosotros ‒yo y mi hermano Gustavo, quien iba a nacer casi tres años después‒ vivencias goyescas o turnerianas, pasando por las más queridas y frecuentes “mo-li-na-cam-pianas”. Acerca de si fueron felices o desgraciados en el escaso quinquenio que duró su matrimonio solamente ellos pueden hablar y casi siempre han evitado hacerlo. Por mi parte, intentaré reflejar, en lo que duren estas remembranzas, lo que nuestras constataciones de niños han conservado de él.

* Alberto Tasso. Santiago del Estero. Colección: Historia Testimonial Argentina, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1984. ** Lugones, si bien nació en Río Seco, provincia de Córdoba, en el límite con Santiago, pertenecía a familias santiagueñas, y varios de sus descendientes viven hoy en Santiago del Estero.

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21. El Petiso Fantasma

La muerte es una puerta sin regreso para quienes sobrevivimos a alguien amado. Esto le sucedería a mi tío Mariano con el fallecimiento de Chimbi ‒su primogénito de cinco años‒ alrededor de 1957. Y a mí algo más tarde al morir, también, Mariano, en 1972. Nada es igual ya. Tal vez fuera esa desgracia lo que impulsó el regreso ‒hacia 1958‒ definitivo de mi tío Mariano a la ciudad. Talentoso, refinado, prontamente ocuparía puestos de importancia en el área docente. Pero su rostro develaba ya, al costado de su fina boca, dos líneas profundas. Lo designaron director de una bonita Escuela, cuyas ruinas invito a mis lectores apresurarse a ver, pues en cualquier momento algún “avisado” mercader comprará ese espacio por monedas para convertirlo en “Shopping Center”. Las ruinas del hermoso edificio ‒que posee - 212 -

incluso una amplia vivienda para sus cuidadores‒, está frente a la placita Belgrano. De allí hasta nuestras casas ‒Tío Mariano vivía sobre la General Paz, nosotros en la 24 de Septiembre, ambas detrás del Hogar Escuela‒, había unas pocas cuadras. Caminar por esos lugares era una delicia. Donde terminaba nuestro pequeño barrio de clase media, hacia el sur, había una cancha de fútbol (“Palmeira”); a su derecha, un montecito. Y más a la derecha aún, cerraba el circuito una frondosa finca, propiedad de un matrimonio italiano. No recuerdo su apellido ‒tal vez nunca lo supe, pues lo que importaba era nuestra amistad con sus hijos, dos mellizos rubiecitos, maravillosamente buenos: Franco y Giorgio. Patéticas, las ruinas de un esquelético edificio monumental se dibujaban sobre el perfil del horizonte al finalizar la cancha ‒por lo demás escasamente utilizada. Se decía que allí había sido un monasterio, abandonado por causas misteriosas. Y que de noche, “las almas de las monjas, espantaban”. Luego una placita con juegos, y enseguida un barrio, también de clase media, pero ya extenso, no recoleto como el nuestro: el Barrio Belgrano. En aquel tenía una amiga a quien nunca más vi, pero recuerdo mucho por su bondad y talento. Se llamaba Ana María Cassé (tal vez se escriba Casseaux, incluso creo que ella algunas veces me lo aclaraba). Nos unía la música. Era mayor que yo ‒¿tendría entonces quince o dieciséis años?, y yo apenas ocho o nueve... De cabellos castaños, ondulados, vestía con decoro, prolijamente; era bella pero sin estridencias. Sobresalía su carácter: afable y calmo. Cuando iba a su casa en bicicleta ‒imprevistamente, sólo por algún impulso del momento‒, me atendía en la vereda, junto a - 213 -

un florido jardín, en el verano. O según el día, me invitaba a pasar. Generosamente, me prestaba discos. Ella tocaba el piano. A veces, solía hacerlo para mí: temas de jazz, alguna cancioncilla popular... Hacia el Oeste, estaba limitado el Barrio Belgrano por una Capilla y la mencionada escuela donde ejercía mi tío, rodeando a una preciosa placita. Procelosa, la Acequia Belgrano, constelada de gigantescos árboles, abría paso, con sólo cruzar alguno de sus puentecitos, a la franja señorial. A su derecha, siempre al Oeste, se levantaban imponentes edificios, rodeados por parques de ensueño. Entre ellas, justamente donde terminaba la herradura de la placita, estaba la Casa del Gobernador. Una noticia conmovió a toda la sociedad santiagueña: ¡por las noches, andaba apareciendo, sistemáticamente, un ser sobrenatural! Repentinamente, se acercaba a los pequeños grupos de colegialas, que regresaban de sus escuelas. Muy al estilo “Chito Vozza” (es decir, con erudición, elegancia y respeto), se dirigía a ellas, tras el sólo propósito de disfrutar con su compañía. A modo de advertencia, sin embargo, comenzó a aparecerse también ante algunas autoridades. Curas párrocos, conductores de “mateos”, comisarios... se lo encontraban de repente, mirándolos de un modo sombrío, antes de esfumarse en la oscuridad. De distintas fuentes de información, todas confiables, llegaban nuevas noticias: ¡el Petiso había sido visto en Tala Pozo! ¡El Petiso, anoche, se les apareció a las chicas de la Escuela del Centenario! ¡El Petiso en el Profesorado de la Normal! ¡El petiso en La Sarmiento!... - 214 -

A las chicas que iban a la escuela de mi tío Mariano se les apareció cierta noche y al día siguiente nuestra familia sólo hablaba de eso. Si bien de Enseñanza Primaria, al ser Nocturna, iban allí muchachas que por una u otra causa no habían podido hacer sus estudios en edad normal (durante la infancia). Presentaban entonces edades que iban entre los 13 y hasta veinte años, con un promedio de dieciséis. ¡Este era precisamente el target del Petiso! Mi tío Mariano tenía una alumna a quien alojaba en su casa.* Bella muchacha blanca, de cabellos oscuros cayendo en graciosa melenita alrededor de su cara ovalada, la mañana siguiente nos contó asustada lo ocurrido. “Salíamos con tres chicas compañeras de la escuela, como a las nueve y media”, se estremecía ante la asombrada rueda que componíamos mi abuela Corina, tía Teodora, mi hermanito Gustavo de seis años, yo de ocho, mi pequeña prima Carmen Graciela y detrás nuestras dos muchachas, paradas. “Queríamos comprar caramelos en el almacén, y cuando íbamos cruzando la placita, de repente... un hombre apareció en medio de nosotros”... Ninguna de las cuatro lo había escuchado llegar (pese a que por entonces y especialmente de noche, nuestra ciudad era muy silenciosa, escasos motores turbaban su calma y apenas los cascos de uno que otro “mateo” resonaba alejándose por momentos). “Se metió en el medio de nosotros”, se estremecía Catalina, la joven protegida de mis tíos, la cual rondaría entonces los dieciocho años. “¡A mí y Dorita, nos ha tomado del brazo!” Las chicas se asustaron tanto que perdieron el habla. Después de saludarlas, el Petiso siguió con ellas, - 215 -

diciéndoles galanterías, hasta el final de la plaza. Mas desapareció, apenas las jóvenes hubieron pisado la vereda del Almacén. Entonces gobernaba Santiago del Estero don Eduardo Miguel. Hombre campechano, elegante y alto, de cuidado bigote cano, gustaba trasladarse hasta la sede gubernamental ‒frente a la plaza San Martín‒ en mateo. Declinaba de vez en cuando el auto oficial, para que la gente lo pudiera ver y saludarlos. En esos finales de los 50 no se reunían multitudes tensas al mezclarse las celebridades con el público: se las contemplaba con naturalidad. Don Eduardo Miguel solía atravesar por la mano derecha de la Acequia Belgrano, saludando con la mano cada tanto a los transeúntes, en un “coche de plaza”, ** las más o menos veinte cuadras que separaban su residencia del edificio gubernamental. “Don Eduardo”, le gritaba repentinamente algún ciudadano, al verlo venir: “¿cuándo lo van a agarrar al Petiso?” “¡Para qué quieres que lo agarremos, m´hijo! ¡Si las trata a las chicas mejor que sus maridos!”, bromeaba el gobernador. Tanta popularidad alcanzó el Petiso, tanto se hablaba de él en casas, reuniones, bailes y confiterías, que los Hermanos Simón, por entonces el conjunto musical más popular de Santiago, decidieron dedicarle una chacarera: “Tanto ruido hace la gente, por el petiso fantasma; si se topa con mi suegra se le va a acabar la fama” ...decía en su primera estrofa. Y después: - 216 -

“Dicen que a un conductor se le sentó en el pescante; falta que al gobernador, a él también me lo espante. “Un guapo salió a buscarlo por las termas de Río Hondo; al otro día lo hallaron disparando por Huaico Hondo. “¡Ahijuna con el petiso, que no respeta las canas! Si es que no le meten preso, seguirá haciendo macanas. Y si, por casualidad, la mujer tiene mellizos: uno se parece al padre y el otro igual al petiso... Viuditas y solteronas ya no cierran las ventanas: deseando están la visita de algún “petiso fantasma”. Dicen que es peludo y chueco, narigudo y cabezón, pero que nadie le oculte a los hermanos Simón. ¡Ahijuna con el petiso, que no respeta las canas! - 217 -

Si es que no le meten preso, seguirá haciendo macanas... Durante varios meses la figura fea pero impecablemente vestida y seductora del fantasmal petiso coloreó las anécdotas de toda una población que por entonces constituía, en realidad, sólo una “gran familia”. Ninguna tragedia ni situación desagradable vino a empañar esta singular incursión temporaria de aquel personaje, a quien el consenso de indoctos y sabios otorgaba, unánimemente, la condición de “sobrenatural”. Sin ningún aviso, también, tal como había iniciado su vigencia, el Petiso desapareció. Para no volver. Y hasta hoy, pocas veces ‒quizá ninguna públicamente‒ se lo recordó.

* Era frecuente que Mariano Carreras Coria trajese niños o niñas de lugares remotos y sin escuelas, para que completasen sus estudios en la ciudad. Lo hacía desinteresadamente, sólo para cumplir hasta los extremos, dentro de sus posibilidades, la vocación docente. ** Comúnmente llamado “Mateo” era un carruaje con techo de gruesa tela impermeabilizada sobre estructuras de metal, tirado por un caballo o dos. Desde el pescante, lo conducía un chofer, quien vestía de traje y sombrero. Los mateos alquilados para entierros, obligaban a sus conductores llevar fraques negros y sombreros de copa. Brindaron servicios de “taxi” en Santiago y eran guardados por las noches en una “remise” (garage). De donde proviene la costumbre de llamar “remises” a ciertos automóviles de alquiler. *** La foto de santiagueños en el Puente Carretero, que se ve al inicio de esta nota, fue tomada en 1926 por el Sr. Gigli, y

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pertenece al archivo de la Municipalidad de la Capital de Santiago del Estero.

22. El fotón La Ciencia ha descubierto que el ojo puede ver el fotón. Ahora tal vez pueda explicar lo que me sucedió una tardecita en la cárcel de La Plata. Estaba acurrucado sobre el elástico de acero del camastro, con la frazada que debía cubrirlo puesta sobre mis hombros y mi cabeza, pues pese - 219 -

a que había sol hacía mucho frío. Calculaba por los ruidos de abrirse puertas el acercamiento de los guardiacárceles, que venían por ambas filas del pabellón sacándonos a recreo. En profunda concentración, me atrajo lo que parecía un rayo de luz filtrado por algún hueco y viniendo a reflejarse sobre un hilito de la frazada que me cubría. En la penumbra creada por mí mismo al envolverme la cabeza con la frazada, fijé mis ojos en ese punto. Se amplió, como pantalla de cine. Y comencé a ver. Vi a Jorge Rulli, un grandote que estaba en las primeras celdas, saliendo a la arena del patio, mirando rápidamente hacia uno y otro lado, como un dinosaurio; lo vi luego levantar una pierna, y apoyándola en los piletones del costado, hacer sus flexiones descontracturantes. ¡Veía perfectamente lo iba sucediendo en el patio, en un radio como de diez metros, sobre la pantalla circular (que era el puntito de luz ampliado). Vi a nuestro compañero y amigo común, Carlos Courault, Poncho, aparecer y luego de mirar a Rulli seguir hacia un costado. Vi al alemán Rudolf Staltzer, un viejo ex nazi que fabricaba armas para vendérselas clandestinamente a todas las guerrillas sin distinción de ideologías. En fin, ¡estaba viendo todo lo que pasaba en el patio!... Sentí acercarse los ruidos de puertas y me paré de un salto. En tres movimientos plegué la colcha y la coloqué, con gran prolijidad, sobre el elástico. Donde mi colchón arrollado y cubierto por la otra frazada me había servido hasta ese momento de respaldo. Alisé el uniforme del Borda que nos proveía la cárcel y me paré con las manos tomadas atrás ante la puerta de mi celda, listo para salir a recreo.

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La noticia: La tecnología cuántica pone a prueba el ojo humano: somos capaces de detectar un solo fotón

Matías S. Zavia Comprobado: el ojo humano es un detector de luz tan sensible que es capaz de percibir fotones individuales. Llevamos 70 años poniendo a prueba los límites de la visión, pero no ha sido hasta la llegada de la tecnología cuántica que hemos podido resolver el misterio: podemos ver un fotón. Por supuesto, este detector supersensible son los bastones: las células fotorreceptoras de la retina que se encargan de la visión a baja luminosidad. Experimentos con células de rana habían demostrado ya que los bastones pueden activarse como respuesta a un único fotón, pero los científicos no habían podido comprobar si una señal así llega al cerebro porque la retina procesa la información para reducir el ruido. Tampoco estaba claro que las personas pudiéramos percibir conscientemente algo tan minúsculo. Un experimento llevado a cabo por la Universidad de Vienna despeja las dudas. Tres voluntarios pasaron 40 minutos completamente a oscuras antes de dirigir la mirada hacia un avanzado sistema ópticocuántico. Cuando pulsaban un botón, escuchaban dos sonidos separados por un lapso de un segundo. A veces, con uno de los dos sonidos se disparaba un fotón. A veces no. Los participantes tenían que decidir cuándo habían visto el fotón y ofrecer un determinado grado de confianza (de 1 a 3) sobre lo que creían. El sistema se basa en la propiedad cuántica de los fotones de estar en dos lugares al mismo tiempo. Para comprobar los resultados, produce dos fotones entrelazados, uno dirigido al ojo del participante y otro a una cámara de alta sensibilidad que detecta si había o no fotón. Se llevaron a cabo miles de ensayos: en 2.400 ocasiones se emitió un fotón, y en muchas otras no. Dado el volumen de pruebas, los investigadores creen que hay una fuerte evidencia estadística de que el ojo humano puede detectar un solo fotón. “Lo más sorprendente es que no es como ver la luz. Es casi una sensación en el umbral de la imaginación” dice Alipasha Vaziri, físico

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de la Universidad Rockefeller de Nueva York que dirigió el experimento y lo probó con sus propios ojos. Algunos científicos critican que Vaziri sólo utilizara a hombres para el estudio, ya que mujeres y hombres tienen fisiologías visuales sutilmente distintas. Aun así creen que el método es válido para resolver el misterio de una vez por todas, si se utilizan más voluntarios. [Nature]

Maía Shandalia Guadalupe, cuando era chiquita y quedaba conmigo pues su madre iba a trabajar, solía cantar todo el tiempo. Pero si yo le pedía que lo hiciera para mí, callaba. Entonces negociábamos: las cosas que ella quería para jugar, se las daba a cambio de una canción. Por entonces yo tenía una gigantesca mesa de dibujo, que había hecho fabricar especialmente para mi trabajo. Encima de ella había numerosos objetos, incluyendo un radiograbador. Una vez Guadalupe (Lupita) quería algo que, al parecer, había divisado sobre aquella mesa de dibujo. Desde su pequeña estatura -dos años y medio-, no le era posible alcanzarlo. -Papi, upa- dijo cierta mañana. La levanté. -Quero eshe... -después. Mientras tocaba uno y otro objeto con mi mano derecha para saber qué deseaba, teniéndola envuelta en mi brazo izquierdo, preparé disimuladamente el grabador y lo dejé en pausa. Me daba cuenta de que señalaba la tijera, pero temía que se lastimase con ella. Así que me hacía el tonto y le alcanzaba algo inofensivo. - 222 -

-¡No! ¡eshe no! -me reconvenía, rechazando un carretel de hilo, o algún otro objeto sin importancia para ella que yo le alcanzaba. Así, con varias otras cositas. Finalmente simulé darme cuenta de cuál era el objeto de su interés: una gran tijera, que nos había regalado mi cuñado Raúl, quien por entonces tenía una fábrica metalúrgica México. -¿Esa tijera?... ¡No!... ¡es peligrosa, te puedes lastimar!... -alegué. -Eshe quero, papi -insistió con esa calma constante que tenía y su vocecita irresistible Lupita. -Bueno, mirá -concedí finalmente- te la doy para que cortes con cuidadito... pero si me cantas una canción... -Beno...-contestó ella, y arrancó:

-Maía Shandalia póque shora niño pod una shandalia que she le ha peeedido....

pashe po mi casha - 223 -

sho le daré dosh una pada niño ota pada vosh...

Por cierto yo había puesto el grabador en funcionamiento con disimulo. Durante varios años, ese casette nos enterneció cuando lo escuchábamos. Creo que duró hasta que nuestras hijas tuvieron entre unos veinte y veinticinco años. La cinta era demasiado frágil, sin embargo y se cortó. Pese a que la reparé con monástica paciencia una y otra vez, finalmente perdió casi por completo el sonido. Queda en nuestra memoria, sin embargo, el eco permanente de aquella canción. Columna importante del nuestro castillo interior, donde hoy mora, sin apartarse, doña Felicidad.

P.D.: lo de “Maía Shandalia”, era por cierto de su cosecha. La protagonista de la canción se llama realmente “María Santana” (como muchas personas sin duda saben).

Ringo Mi hermano Gustavo admiraba mucho a Ringo Bonavena. En una ocasión nuestro padre había viajado a - 224 -

Buenos Aires. Recuerdo su regreso, muy temprano. Y la cara de mi hermano Gustavo (12 años), cuando nuestro padre, apenas luego de haberse quitado el sombrero, sacó del portafolios un sobre blanco y se lo extendió. Tembloroso, Gustavo extrajo con cuidado reverencial una fotografía. Quedó tan fascinado al ver en ella a Ringo, que por un momento creí que sus ojos iban a estallar. Sus ojos grandes. Jamás antes los había visto tan grandes y pareció que iba a llorar. No lo hizo, se quedó extático, en cambio, contemplando la fotografía. Descalzos ambos, en pijamas, nos estuvimos allí con nuestro padre, algunos minutos. Hasta que nuestra abuelita dijo que ya estaba listo el matecocido para los dos.

23. SER

Otoño es la estación más hermosa en Santiago. Comenzando la década de los 70, la Libertad desde la Moreno bordeaba la antigua estación del Ferrocarril Belgrano y sus árboles, fragantes y frondosos, eran tan - 225 -

antiguos como los mismos rieles. Cerca de las doce y media estábamos terminando nuestra conversación con Guillermo Bravo, bajo una providencial cornisa en la esquina de 12 de Octubre, frente a la comisaría cuarta. Eso porque lloviznaba. Cuando bajando desde las vías, por la vereda, vimos aparecer a Lali Alcorta. Era un joven buenmozo, de modos sencillos y cordiales, pero llamaba mucho la atención porque en un tiempo en que esto era raro, llevaba los cabellos largos, casi hasta la altura de los hombros. Así comenzó para mí la historia del Grupo SER. Ahora pienso que hubiera sido interesante poner cuatro personas a las cinco de la mañana, hora en que llegaba el tren, en las esquinas de la Moreno, Pedro León Gallo, Rivadavia y Francisco de Aguirre. Las que tomando como centro la Estación del Ferrocarril formaban exactamente una cruz. Para después pedirles una descripción del fenómeno y sus sensaciones ante él. Seguramente escucharíamos historias diferentes (que coincidirían en cuestiones generales, pero posiblemente con importantes disidencias). Algo así ocurrió con el Grupo SER. Desde su paulatina disolución ‒que comenzaría por motivos políticos, antes de finalizar el 72‒, hasta hoy se discuten muchos detalles, se cuentan y se recuentan datos sobre aquél o este episodio. Yo soy una de esas personas que vio llegar el tren. Narraré aquí sólo una de tales experiencias. La ropa del Ché Juan Navarro dice que yo iba caminando por las vías del ferrocarril, como a las tres de la tarde, bajo la llovizna - 226 -

y él, que iba en sentido contrario por la calle lateral, en bicicleta, me invitó a la zappada.* Y es cierto. Pero también es cierto que Lali Alcorta, ese mismo mediodía en que nos encontrara en la esquina de 12 de Octubre y Libertad conversando con Guillermo Bravo, ya lo había hecho. Así que había ido a mi casa, sobre la Libertad pasando la Aguirre, allí muy cerca, para almorzar junto a mi abuelo y mi abuela, con quienes vivía y enseguida, sin apenas echar una leve siestita, regresé. Por ese tiempo yo usaba borceguíes y al caminar por sobre las elevadas vías entre las piedrecillas y bajo la llovizna me felicitaba de encontrar una ocasión para probar su resistencia. También vaqueros viejos y camisa de Grafa. El pelo me había crecido bastante y no me lo peinaba. La barba, incipiente, sombreaba mi mejilla aún con rasgos de adolescente. Por qué iba así. Porque con frecuencia me imaginaba ser el Ché Guevara. Y en vez de caminar por unas antiguas vías de mi bucólico barrio en Santiago, caminar por entre los guijarros en los áridos montes de Bolivia, buscando un senderito para huir de los esbirros del régimen proimperialista. Poco antes ‒apenas dos o tres meses atrás‒ había sido un “pendejo concheto”, con negocio propio y auto en un medio donde aún no había demasiadas personas que contasen con un vehículo propio. Por cierto el auto era de mi padre y el negocio mismo jamás hubiese existido sin su apoyo económico. Pero éstos eran aspectos que no podían percibirse desde el exterior. Para los chicos y chicas que me veían yo era un joven agraciado, elegante al estilo de fines de los '60 (buenas remeras, pantalones de hilo, mocasines de cuero crudo, etcétera) y siempre con bastante dinero en el bolsillo. - 227 -

Violentamente comencé a aparecer con la indumentaria “del Ché Guevara”. Por si esto fuese poco, cerré el negocio. No era de revolucionarios sacar partido de las necesidades de sus hermanos. El tema era que, pese a estar lleno de intenciones combativas y sociedades fraternas en la imaginación, aún no había encontrado ningún partido en el que ingresar. Y en eso andaba. Por ello mi conversación con Guillermo Bravo, en la esquina donde nos encontró Lali Alcorta: Guillermo, dirigente máximo de la Juventud Socialista, estaba poco a poco persuadiéndome para que me afiliase al Partido Socialista Popular.

* Zappada. En aquél tiempo se usaba tal designación para un encuentro entre músicos, libre, en el cual cada quien aportaba sus instrumentos y conocimientos musicales para improvisar en conjunto. La palabra había nacido por los proverbiales encuentros en el departamento de Frank Zappa, músico underground estadounidense, conocido entonces solamente por los iniciados.

La zappada Al entrar en la casa de Lali ‒donde se hacía la zappada‒, me sorprendí. En el patio, bajo un galpón, se había formado ya un impresionante grupo. A los primeros que discerní fue a Mario Abraham (a quien le decíamos “El Gordo”), Lucky Gómez, Tito Galván. Los había visto sobre algún escenario en el pasado, por eso los reconocí enseguida. A Tito lo conocía por haber compartido presentaciones de nuestro conjunto y el suyo en algún club. Había varios muchachos más, y dos tres chicas, a quienes no conocía. - 228 -

Lo impresionante para mí (como para todo músico), eran los instrumentos. Dos baterías, equipos poderosos para guitarras, bajo, voces... Dos muchachos analizaban el sonido de un gigantesco platillo Zildjian, otros miraban, dándolo vueltas, de un lado u otro, un bajo Fender... En un medio modesto (el cual ni siquiera miré demasiado), se había logrado reunir una cantidad de instrumentos valiosos, como para un megarecital. Esta impresión se agigantó cuando salí, para escuchar desde lejos... ‒¡Suena como Deep Purple!... ‒les dije asombrado a tres o cuatro con quienes me junté en la vereda. Era de noche ya. No había parado de lloviznar. Con los cabellos y la ropa humedecida, éramos felices sin embargo. La música envolvía nuestros espíritus y los unificaba. Entonces fue que dije: ‒¿Qué les parece si nos juntamos y damos a esto un carácter más permanente? En realidad la conversación fue más larga. En realidad yo ya iba con la intención de buscar algún tipo de organización con aquellos muchachos de barrio. Después que se fuera Lali, por la mañana, Guillermo me había dicho “a ver si se puede trabajar políticamente con estos chicos”. Y a mí me había interesado la idea. No para unirlos al Partido Socialista Popular, como sugería Guillermo, sino porque había comprendido el valor político de la organización social y andaba buscando precisamente eso: un grupo con el que trabajar. Había frecuentado la Juventud Peronista, y de vez en cuando iba con la Juventud del PSP ‒a la cual me acercara un amigo, Guido Picco, estudiante avanzado de Ciencias Económicas. Ninguna me satisfacía por completo. Uno de los factores para esto consistía en que ambas - 229 -

organizaciones “juveniles”, finalmente eran manipuladas por los viejos, que controlaban el Partido. Yo quería una organización de jóvenes y para los jóvenes, trabajando desinteresadamente por un mundo mejor. También frecuentamos, con mi novia Clary, los grupos estudiantiles. Ella era estudiante de Ingeniería Forestal, la facultad donde estaban los más combativos y politizados. Pero yo no era estudiante. Tampoco me interesaba demasiado su mundo, ni sus organizaciones, las cuales por otro lado tenían pautas propias y a veces, también, respondían a algún partido político igualmente manejado de afuera... Así que mis intenciones, al proponer esa noche una reunión organizativa para la siguiente semana, eran políticas, lo confieso. Pero sin ningún objetivo partidario, sino con el único propósito de conformar una agrupación fuerte, de músicos de rock y artistas, que nos permitiera imprimir nuestra huella en la vida social de Santiago. E integrarnos, independientemente, a las luchas revolucionarias en que gran parte de la juventud argentina se empeñaba ‒a veces, hasta perdiendo la vida‒ entonces.

Reunión en lo de Loro La reunión en la casa de Loro (así le decían, amistosamente, a “Lucky” Gómez, de quien se me olvidó su nombre real pues ambos, “Loro” y “Lucky” bastaban), fue muy exitosa. Unos veinte o treinta jóvenes participaron, entre músicos y amigos. Ya esa primera noche, sorpresivamente, se presentaron unos estudiantes de Ingeniería Forestal que se habían enterado del asunto. - 230 -

Después sabría que militaban en el PRT*. También fue Guillermo Bravo. De entrada supe que iba a convertirme en una especie de líder en el naciente grupo. Nos ubicaron, con Clara (a quien conocieron y empezaron a amar esa noche), en la cabecera de una larga mesa, al fondo. Desde allí dominábamos todo, incluyendo la entrada a la casa que Loro habitaba con sus padres. Clara tenía una personalidad muy luminosa, por su simpatía, que parecía emanar de sus poros, envolviendo a quien la trataba. Propuse organizarnos como un grupo comunitario, para compartir todo lo que teníamos. Instrumentos, dinero, tiempo, conocimientos. ¿El propósito? Hacer buena música y llevarla a los más humildes. “Buena” para nosotros significaba para nosotros diferente de la música comercial, que por entonces inundaba a la humanidad con melodías pegadizas e insustanciales. Con Clara habíamos conversado mucho sobre cómo los mejores grupos musicales que visitaran Santiago sólo podían ser vistos y escuchados por sectores de elite en Santiago. Por ejemplo, Arco Iris, de Gustavo Santaolalla, había actuado las dos veces que viniera en el Lawn Tennis. Como agravante a ser este un club para clases altas, sólo un puñadito de “iniciados” de estas clases gustaban un tipo de música como la que por entonces hacía el grupo de Santaolalla. Entonces, nuestro propósito más fuerte era “llevar la música a sus verdaderos dueños”, los sectores populares. Porque también veíamos, con Clara, que casi todos los grandes músicos, a lo largo de la historia, no surgían de las clases llamadas “altas”, sino precisamente de las clases más humildes. Entonces constituía un verdadero robo el que solamente los adinerados pudiesen gozar finalmente - 231 -

de esos productos elevados de la Cultura, que se habían fraguado durante siglos a veces en el riquísimo cuenco social del pueblo. * Partido Revolucionario de los Trabajadores. Dirección política del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), una de las dos organizaciones guerrilleras más fuertes por entonces en la Argentina.

Escenario Para que se tenga una idea de cómo era Santiago, transcribo aquí textualmente el capítulo introductorio a la novela El Alma en Cada Abrazo, que escribí hacia fines de los 80 sobre estos mismos temas. Durante el periodo referido aquí (1970-1972), la ciudad de Santiago del Estero está habitada por unas 50.000 familias (algo más de 150.000 personas). De ellas, el 10 por ciento vive en el centro de la ciudad y está conformada por las clases de mayores ingresos. Estas controlan el poder político y social. El resto habita en diferentes barrios, cada vez más pobres cuanto más lejos del centro han logrado ubicarse. Sólo algunos espacios relativamente alejados, como una franja del Sur de la ciudad, sobre la Avenida Belgrano, o un poco menos, El Zanjón –a unos 15 kilómetros– han sido elegidos por miembros de las clases pudientes para edificar viviendas residenciales o fincas de fin de semana. En los barrios, el 10 por ciento de su población es muy pobre, el 50 por ciento subsiste mayoritariamente por ingresos provenientes de empleos subalternos en la administración pública y el 30 por ciento restante son empleados de comercio. - 232 -

Del 10 por ciento dominante, más de la mitad ocupan puestos jerárquicos de la Administración Pública. El resto son comerciantes. Los profesionales universitarios – mayormente médicos, abogados, escribanos y contadores– , superponen su actividad privada con algún cargo en la Administración Pública. En lo cultural la población ciudadana vive todavía una especie de autismo aldeano, que comienza a ser fisurado, lentamente, por la televisión. Prevalece, sin embargo, una mentalidad medieval, “actualizada” a través de pátinas sucesivas de conservadorismo liberal decimonónico. Un catolicismo en todo semejante al de la España franquista reina, de un modo agobiante y absoluto. En los barrios, predomina completamente el peronismo y su imaginario nacionalista. El folklore y el tango son patrimonio casi exclusivo de los barrios, mientras en el centro se escucha Jazz, Bossa Nova y clásicos, entre los mayores, mientras que los jóvenes bailan con The Beatles, y rock estadounidense o europeo. Los jóvenes de los barrios bailan con Los Iracundos, Palito Ortega, Leonardo Favio, Los Ángeles Negros y grupos locales de cumbia. El tipo racial predominante oscila entre lo latino y aborigen, constituyendo alrededor de un 95 % de la población. Las características predominantes en hombres y mujeres es un tipo de tez trigueña, cabellos castaños oscuros, ojos marrones, estatura media –promedio en hombres, 1,70, en mujeres 1,60 – de cuerpos esbeltos. Un 2 por ciento se compone de árabes y el 3 por ciento restante se divide entre centroeuropeos, aborígenes más puros, y otras etnias apenas representadas. Por cierto este esquema no alcanza para comprender las numerosas variedades étnicas que habitan la ciudad de Santiago, donde pueden hallarse desde rubios y rubias de cabellos - 233 -

muy claros, con ojos azules, en un extremo del abanico, hasta personas con tez muy oscura y ojos negros. El color es también un indicador social, puesto que los más blancos suelen formar parte de la clase que habita el centro, mientras en los barrios es normal el tono oscuro de la piel. Pero no resulta extraña la presencia de rubios entre las clases más humildes y personas de piel oscura entre los más ricos. Las clases pudientes se reúnen en dos confiterías céntricas: la Ideal y Siroco, y dos clubes: el Jockey Club y el Lawn Tennis Club. El Club Sirio Libanés, donde también se reúnen bastantes familias del centro, sólo convoca a fiestas abiertas excepcionalmente. Sus instalaciones, bastante lujosas, son frecuentadas normalmente por descendientes de árabes. Apenas un par de años antes entraron en la aceptación social los “boliches” donde, imitando los de otras ciudades más grandes, se baila a media luz. Los que existen en 1971 son cuatro: Help, La Jaula, Safari, Vinicius. Las clases populares, en cambio, se divierten en clubes de fútbol o básquet, que organizan bailes cada fin de semana en sus instalaciones. Los más importantes de entonces llegan a siete: Red Star BBC, Huaico Hondo BBC, Comercio BBC, Gimnasia y Esgrima BBC, Villa Constantina BBC, Central Córdoba y Mitre. Sin la regularidad de estos, muchas bibliotecas populares o clubes más pequeños organizan también bailes, generalmente contratando conjuntos locales. Mientras que de los espacios festivos céntricos el único capaz de albergar una concurrencia masiva es el Lawn Tennis, los clubes de barrio han sido pensados para mucha gente: algunos de ellos tienen capacidad para más de mil personas. - 234 -

Espacios sociales de diversión vigentes durante muchos años, como el Club Bancario o el Parque de Grandes Espectáculos han caído recientemente en desuso. El Río Dulce Grill, gigantesca pista de baile con un monumental escenario, construida casi encima del río por un empresario hotelero, fue pionera en el intento de generar un espacio abierto para los barrios en las cercanías del centro. Tuvo una vigencia relativa entre 1965 y 1970, más o menos. Existe una férrea delimitación clasista de los espacios públicos: el centro –salvo la zona del Mercado Armonía–, constituye el dominio exclusivo de las clases pudientes, que se manejan allí a sus anchas. Raramente los miembros de familias barriales se aventuran en el centro de la ciudad, salvo para algún trámite administrativo o alguna compra especial. Recíprocamente, resulta muy extraño ver a alguien de las clases altas visitando los barrios. Hay jóvenes del centro –especialmente las mujeres– que jamás han pisado las calles absolutamente de ningún barrio de la ciudad. Muchos de ellos conocen Buenos Aires y Mar del Plata. Algunos viajan allí habitualmente o en sus vacaciones. Los jóvenes del centro que estudian carreras universitarias lo hacen en Córdoba o Tucumán. En Santiago se ha abierto sólo una universidad católica, a fines de los 60, pero ofrece muy pocas carreras. La Facultad de Ingeniería Forestal, de creación reciente, es una especie de delegación del Estado nacional, y su estudiantado, que pronto se convertiría en un importante factor de cambio ideológico, proviene en un gran porcentaje de otras provincias argentinas. Pocos jóvenes de los barrios estudian carreras universitarias. De entre ellos, quienes pueden costearse los aranceles se inscriben - 235 -

en la Universidad Católica. También Ingeniería Forestal capta, a inicios de los 70, algunos estudiantes de estos sectores. La arquitectura del centro de Santiago está dominada por las Iglesias, todas de estilos más o menos góticos. La Catedral es la de mayor tamaño y está al frente de la plaza principal, donde también se levanta el Cabildo, ocupado entonces por la Policía Provincial. Otras grandes capillas son La Merced, San Francisco y Las Franciscanas, Belén, Santo Domingo, y San Roque –esta última la única más o menos alejada de la plaza céntrica, ya que las demás se han levantado todas en un recuadro de no más de 10 cuadras de lado. Perduran en el centro muchos edificios de los siglos XVIII y XIX, algunos construidos con adobe, de techos altos, anchas galerías y patios espaciosos. En los barrios prevalece, sobre un relativo caos estético, la casa cuadrada, chata, de ladrillos, también con galerías, jardines y a veces muchísimo espacio ocupado por los patios, donde es frecuente hallar árboles gigantescos. Muchas de ellas colindan con pequeñas zonas montuosas. Mientras en el centro todas las calles son pavimentadas – existen todavía algunas pocas con adoquines– en los barrios son de tierra, y sólo pavimentadas algunas avenidas, siempre las que conducen al centro. No hay muchos automóviles en el Santiago de entonces, y casi todos son propiedad de alguna familia céntrica. En los barrios sólo se ven muy pocas camionetas, usadas para repartos, algunos camiones –frecuentemente de propiedad del Estado o empresas, que los dejan en manos de sus choferes–, y algunas motocicletas, aunque tampoco de un modo abundante. El vehículo popular por - 236 -

excelencia es la bicicleta. Todavía algunas familias de barrio poseen pequeños carruajes con sus caballos. La Sáenz Peña era en ese entonces un bulevar. Frente a la casa de Loro había pues un espacio arbolado, con bancos y canteros de ladrillo henchidos de flores, que dividía la ancha avenida en dos manos. Todo esto nos han quitado los idiotas que han gobernado la provincia de Santiago en los últimos 40 años. Ahora allí queda sólo una anchísima franja de cemento, con olor a podrido, pues han tapado la acequia de la Colón y una ancha cloaca que corría por debajo del bulevar. Casi no quedan árboles, miles de vehículos de todo tipo rugen constantemente y en días de calor este sector se convierte en un verdadero infierno. Igual tarea han efectuado los gobernantes idiotas ‒civiles o militares‒ con la acequia de la Belgrano. En el tiempo en que se formaba el Grupo SER todavía existían estas hermosas avenidas pletóricas de jardines y árboles. En la misma esquina donde se juntaban la Belgrano y la Sáenz Peña había un gran kiosco, construido sobre un puente en la acequia, donde los jóvenes íbamos a comer lomitos o desayunar luego de las fiestas al amanecer. Preparando el Recital En la casa de Loro, la primera noche, se decidió organizar un Recital de Música Contemporánea. Esto se haría por primera vez en Santiago. Fieles a nuestra propuesta de hacerlo en un lugar adonde tuvieran acceso los sectores más humildes de la sociedad, se decidió también solicitar en préstamo el local de la biblioteca Francisco de Aguirre, en Villa Constantina. Muy cerca de allí había nacido prácticamente, SER, pues en la casa de - 237 -

Lali Alcorta, a una cuadra y media, se había hecho la primera zappada. De entrada se destacaron nítidamente los músicos profesionales: Tito Galván, Lucky Gómez, “German” Ledesma, Mario Abraham. Acostumbrados a la disciplina de los ensayos y las actuaciones a horario, comprendieron el valor de la organización enseguida. Ellos serían también quienes iban a aportar casi todos los instrumentos. Había otro grupo ‒los de músicos más bien vocacionales pero sin práctica en escenarios‒, que tampoco habían podido adquirir instrumentos. La mayor parte de ellos eran a quienes llamaban “los hippies”, pues llevaban el pelo muy largo y en general adherían a las doctrinas pacifistas de esa corriente norteamericana. Se decidió también hacer una revista, para difundir nuestras ideas. Por de pronto, se harían volantes. Designados para hacer los trámites y conseguir la biblioteca para el Recital: Clary y Julio. Designados para para hacer la revista: Clary y Julio. Designados para redactar, diseñar, diagramar e imprimir los volantes: Clary y Julio. Como se ve, una gran responsabilidad había recaído sobre la parejita. En parte por esto es que Julio decidió no tocar en ningún grupo. Pese a que tenía dos guitarras eléctricas (que en este tráfago perdería), las puso a disposición del grupo, mas él mismo no tocaría. Atravesaba ese período imbuido por una especie de fervor místico revolucionario. Su modelo era entonces ‒y lo sigue siendo hoy‒ la primitiva comunidad cristiana, por ello cuando hubo que proponer un símbolo que representara a SER, él enseguida dibujó un pez. El ICHTUS, con el que los primeros cristianos se identificaban entre sí, en las catacumbas, durante la época de la cruel persecución romana. - 238 -

Pero a decir verdad, se trató sólo de una sabia división de tareas, pues cada quien se ocuparía de lo que manejaba mejor. Así, los músicos deberían organizarse en grupos, por afinidades, y ensayar a presión para llegar con los suficientes temas para el Recital, que deseaban hacer en invierno, en julio a más tardar. Era una tarea para la que debían poner gran empeño, pues los profesionales tocaban en grupos donde se hacía desde cumbia a ese rock pasatista como el de Los Iracundos. Y lo que se iba a ensayar era Almendra, Manal, La Cofradía de la Flor Solar, Alma y Vida, Vox Dei, Aquelarre... como máxima concesión Pedro y Pablo, el dúo de Cantilo, que se proponían tomar de modelo Cacho Galván y Severo. En realidad, se trataba de algo más difícil aún, pues los mencionados grupos argentinos se tomaban sólo como referencia (como también Jimi Hendrix o Crosby, Stills, Nash & Young). El desafío era hacer nuestros propios temas, con letras propias dirigidas a los más humildes en Santiago del Estero. Y fue lo que se presentaría más tarde en el Recital. Un aniversario del cordobazo Los sucesos anteriores transcurrieron durante el mes de abril de 1972. Para el 29 de Mayo de ese año, las organizaciones estudiantiles habían convocado a una gran manifestación conmemorativa del Tercer Aniversario del Cordobazo. Se defenderían, además, varias consignas: contra la dictadura militar (que ya llevaba cinco años sobre la Argentina), por la libertad para elegir Centros de Estudiantes, por la Universidad Nacional, contra los altísimos aranceles de la Universidad Católica. - 239 -

La Universidad Católica, controlada por un pequeño grupo de la Democracia Cristiana, imponía sus intereses a la sociedad, impidiendo que se estableciera aquí una delegación de la Universidad Nacional. Esto era fácil para el grupo de poder, pues gobernaba la provincia Carlos Jensen, un abogado representante de la Democracia Cristiana. Una pequeña grieta parecía abierta con la reciente instalación de la Facultad de Ingeniería Forestal, no como parte de la Universidad Católica sino como embrión de la futura UNSE. Pero aún esta era controlada por “Maquinita” Ledesma, un democristiano “de la primera hora”. Tal vez algo ecléctico, pues le había salido un hijo peronista-montonero y otro del ERP. El segundo pronto moriría durante un enfrentamiento armado contra el Ejército Antinacional en Tucumán. El mismo Juan Carlos Onganía, fundador de la dictadura militar, era cursillista, es decir, un cofrade nacional de la camarilla que gobernaba Santiago. Por si todo esto fuera poco, otros miembros de la Democracia Cristiana eran propietarios de El Liberal ‒único y secular diario de la provincia‒, Canal 7 (el único medio televisivo) y LV11 (la única radio). El anillo de poder estaba entonces cerrado, de un modo férreo y hermético. Santiago era un feudo militar democristiano. Pese a todo, se había ido conformando un fuerte movimiento estudiantil, cuyos principales animadores eran estudiantes de Ingeniería Forestal, muchos de ellos de otras provincias argentinas. Pero también “La Católica” había parido notables líderes estudiantiles, como Coli Bader, dirigente estudiantil de la Facultad de Ciencias Sociales. - 240 -

Niño mimado de los mismos democristianos al principio, que lo hicieron destacado periodista en Canal 7 aún sin cumplir los 21 años, Coli rompió con valentía esos vínculos, optando por la militancia contra el poder. Hijo de alemanes, era rubio, alto, elocuente y buen mozo, cosa que seguramente influyó mucho en los propietarios de la TV santiagueña, a la hora de intentar cooptarlo. Esa tarde tibia de mediados de otoño unos 700 estudiantes habían tomado prácticamente la plaza Libertad, principal en Santiago. Era una cantidad inusitada, teniendo en cuenta que la totalidad de alumnos universitarios tal vez no alcanzase entonces el número de 3.000. Pero debieron dispersarse. La policía había embestido con bastones de goma y lanzando gases lacrimógenos. Pero el altísimo grado de organización existente entre los estudiantes santiagueños había previsto esa posibilidad. Entonces se habían formado comandos, que coordinaba una mesa de todas los agrupaciones estudiantiles, fijando postas de recambio para reconcentrarse una y otra vez, continuando con los actos. Así, jóvenes, parejitas o pequeños grupos que simulaban ser inocentes paseantes, iban rápidamente en autos y motocicletas, o a pie, al encuentro de los grupos que se dispersaban, avisándoles de los nuevos lugares para el encuentro. De la plaza Libertad se pasó al Pasaje Diego de Rojas, ancho espacio que ofrecía múltiples vías de escape, y ante un nuevo avance policial, la placita San Martín. Esta, frente a la Casa de Gobierno, era un lugar clave porque además, a su costado se levantaba el Convento de Belén. Esta casa religiosa era, además de Colegio Secundario - 241 -

para las clases altas, sede nocturna de la Facultad de Ciencias Económicas. Y se consideraba un conflicto emblemático el que llevaba adelante el semiclandestino Centro de Estudiantes de Económicas con la dirección democristiana de la Universidad. Así que uno de los propósitos de máxima, formulados por los activistas, era tomar la Facultad de Ciencias Económicas, un hecho sin precedentes en Santiago. Efectivamente, ante un nuevo embate policial, cubiertos de gases lacrimógenos y resistiendo tras barricadas que habían montado hasta cortar la calle Jujuy entre Belgrano y Juárez Celman, los estudiantes lograron convencer a las monjas para que abriesen las gigantescas puertas de roble en el costado del Convento. Una marea humana atravesó entonces ese portal, que se volvió a cerrar albergando dentro una asamblea estudiantil fervorosa y triunfal. Coli Bader, que actuaba como coordinador de los oradores, cedió entonces la palabra a Julio, quien habló en nombre de SER para adherirse a la toma de la facultad, la conmemoración del Cordobazo y el repudio a la dictadura militar. Pero no sólo eso, sino propuso buscar el apoyo obrero y popular, afirmando que era la única manera de dar continuidad a este primer éxito. Por asamblea fue facultado, junto a “Kike”, un militante del PRT, para ir a la sede del Partido Socialista Popular, donde se reunían sus delegados del interior. Otros estudiantes fueron designados para hablar con los delegados de la CGT, también esa noche en asamblea. Eludiendo los controles policiales, los dos equipos cumplieron eficazmente con su misión. Pero ambos fracasaron: las ancianas burocracias del Partido Socialista Popular y de la CGT, escandalizadas por lo que hacían los - 242 -

jóvenes, rechazaron en absoluto siquiera emitir una sencilla nota de adhesión para difundir por los medios. Esa noche, Julio y Clary no sólo se quedaron a tomar la facultad de Ciencias Económicas, sino que provistos con aerosol se ocuparon de llenar las paredes interiores del Convento con pintadas de SER y su pez cristiano (al cual nadie interpretó como tal). El Liberal publicaría al día siguiente: “una nueva agrupación subversiva ha aparecido en Santiago: se denomina SER, y las fuerzas de seguridad no conocen muy claramente su origen”. Por solicitud del rector de la Universidad Católica y el gobernador Jensen, ambos “cristianos”, fuerzas militares rodearon completamente la manzana donde se levantaba el Convento de Nuestra Señora de Belén. Desde sus altos techos, a la madrugada, Julio y Clara vieron las sombras de los soldados, ocupando toda la plaza San Martín, echados tras los morteros y ametralladoras pesadas con los que apuntaban al Convento. Finalmente, cerca de las seis de la mañana, se pactó el fin de la toma, con la condición de que no se maltrataría a los jóvenes ni se los encarcelaría. Jensen y Cerro, acompañados por el jefe de la guarnición militar, un coronel, prometieron que sólo se los llevaría a la Jefatura Policial “para identificarlos” y luego se los liberaría. Y así se hizo. En grupos de a 10 fueron trasladados en camiones militares o celulares a la jefatura de policía, a la cual los hicieron ingresar por atrás (calle Pellegrini). Allí, en larguísimas filas, tuvieron que esperar a que los policías les entintaran los dedos y consignaran sus datos en una ficha con sus datos. Julio se desocupó cerca del mediodía y lo primero que hizo fue llamar a la casa de Clara, pues los militares habían separado hombres de mujeres. Clara estaba bien. - 243 -

Pero él tuvo un incidente muy duro con su padre, quien advertido, había quitado los afiches con las figuras de Marx y el Ché Guevara de su habitación. Y la tormenta que Clara vivió con sus padres, asimismo, fue indecible. Ambas familias eran de derecha (la de Clara, liberal, la de Julio, nacionalista). Pero esto no fue lo peor, ya que estaban acostumbrados y agobiados por estas situaciones, que se repetían casi cotidianamente para ambos jóvenes novios. Por la tarde, con un diario El Liberal arrugado en las manos, Lali Alcorta recibió con reclamos a Julio cuando fue a visitarlo: “un grupo de miembros de SER estamos muy desconformes con esto”, le dijo Lali a Julio. “Nadie autorizó a que se utilice nuestro nombre en acciones subversivas”. El grupo que estaba desconforme eran unos ocho o diez: a quienes internamente se denominaba “los hippies”. Uno de los miembros de ese grupo sería quien vendería más tarde la guitarra eléctrica que Julio generosamente le había prestado. Pero mentiría que “unos hippies porteños se la habían robado”. Otro de ellos, no pudiendo soportar tanta deslealtad, le contaría un tiempo después a Julio la verdad. El mismo que vendiera la mejor guitarra de Julio es quien después se esforzaría por conseguir que la historia de SER se contara “a su modo”. El recital Ese 2 de julio amaneció lluvioso y muy frío. De cualquier modo, todos fueron a la biblioteca Francisco de Aguirre en Villa Constantina, a las 8 de la mañana. Sólo para decidir que postergarían el recital para el próximo domingo. El contratiempo no hizo más que estimularlos: - 244 -

en una campaña que fortalecía la anterior, empapelaron los rincones y las paredes de la ciudad con un afichito en tamaño papel oficio. Tras del rostro perfilado de Jimi Hendrix, el volante manifestaba los fundamentos del Grupo SER: comunidad de bienes, solidaridad, preferencia por los más humildes, Paz, Amor, Libertad. Abajo, habían dibujado el pez. Dibujado sobre un stencil, el volante había sido impreso subrepticiamente en un mimeógrafo del banco COSCREA, donde trabajaba un hermano de Tito Galván. Ninguno de los escasos medios locales había publicado la más mínima referencia al recital. Pero aquel domingo 9 de julio de 1972, de hermoso sol, la biblioteca Francisco de Aguirre se llenó completamente de jóvenes que fueron de todos lados a escuchar los conjuntos presentados por el Grupo SER. Durante todo aquel día, los grupos desfilaron sobre el escenario, haciendo los temas que con tanto esfuerzo habían compuesto y ensayado una y otra vez sacrificando horas de sus noches varias veces por semana, durante aquellos dos meses transcurridos. Coli Bader hacía de presentador, y entre conjunto y conjunto, leía proclamas revolucionarias. Ana María Amado, una periodista que luego de pasar por la TV local había recalado en el Canal 13 de Buenos Aires, estaba en Santiago y había venido especialmente a ver el recital. Más tarde, Lito Garay, uno de los miembros más silenciosos de SER, escribiría una crónica que publicaría la revista Pelo, por entonces la principal de Argentina especializada en rock. Julio había pedido a un amigo un grabador SONY de potencia extraordinaria, para registrar toda la música. - 245 -

Jorge Castro, quien era ingeniero electrónica y se había perfeccionado en EE.UU., había traído este grabador desde allí. El Negro Gramajo sacó muchas fotos: creemos que la de Clary y la del grupo sobre el escenario (únicas que tenemos) fueron tomadas por él. Julio y Clara habían trajinado desde las 6 de la mañana, el primero en la Estanciera de su tío Mariano, la segunda en el Mehari de su padre, trayendo los equipos y a algunos miembros de los conjuntos que vivían lejos. A las 10 de la mañana, cuando empezó el Recital, bajo un sol esplendoroso, la potencia de los equipos atrajo cada vez a más gente, hasta completar la capacidad de la cancha. Pronto los curiosos, que ya no podían entrar, comenzaron a montarse sobre las pareder linderas, para ver desde allí el espectáculo. SER junto una relativamente importante cantidad de dinero con las entradas, que se vendían a un costo bajísimo, y la venta de gaseosas y choripanes durante todo el día. Estas ganancias serían aplicadas íntegramente a pagar la cantidad fijada por la Comisión de la biblioteca, en concepto de gastos de electricidad, y con el resto se compraría papel y stenciles para imprimir el número 1 de la revista. Hasta que se fue el sol y avanzó la noche sobre la ciudad, los grupos siguieron actuando sobre el escenario. Algunos improvisando, otros que no estaban programados y pidieron subir. Habían ido ese día estudiantes universitarios, jóvenes del centro de Santiago y de diferentes barrios. Cansados, felices, con el corazón y la mente llenos de música, se dispersaron al fin, en pequeños grupos, cerca de las once de la noche. - 246 -

El revoltijo de SER Enrique Gavioli era un chico del centro que había integrado los grupos de fans de Los Zombies y conocía a Julio desde entonces. Rubio y de ojos claros, bien parecido, tocaba con seguridad la guitarra eléctrica y cantaba. Él bautizó a su grupo “Claridad”, en homenaje a Clara, de quien todos decían que era “el alma de SER”. Sin embargo, las acciones del 29 de mayo y otras posteriores, menos espectaculares pero también políticas, inquietaban al grupo de hippies. SER había sido detectado por los grupos estudiantiles y partidos de izquierda como presa potencial, y muchos jóvenes de esa procedencia participaban de sus reuniones con el propósito de captar militantes. Julio tenía la idea de no adherir como organización a ninguna otra, y con tal propósito determinó la realización de grupos de estudio, cuya función sería estudiar en conjunto, reuniéndose dos o tres veces por semana. Para ello contaban ahora con una casa, que un primo de Lucky, residente en Buenos Aires, había cedido en préstamo. Pero ocurría que como eran ya demasiados ‒unos cincuenta, más o menos‒, él no podía participar en todas las reuniones. Clara, que participaba de uno de los grupos en que se habían dividido, le contó cierta vez que Eduardo Hisse, al parecer dirigente estudiantil del PRT, había ido a una reunión a proponerles que se adhiriesen a ese partido, brazo político de la guerrilla del ERP. Hecho una furia, Julio buscó a Hisse, y lo halló frente a su casa, sobre la avenida Irigoyen, cuando este se aprestaba a salir. Es que Hisse no sólo había roto así la - 247 -

intimidad del grupo, sino cuando Clara le dijo que cualquier decisión que tomaran debía ser con el conocimiento de Julio, el militante guerrillero contestó: “tu novio es un pequeño burgués individualista... para él no es esta invitación”. La discusión con el otro fue durísima y Julio la terminó diciéndole: “veremos quién de los dos va a hacer más por la revolución, vos o yo”. Por otra parte, un grupo del Poder Joven, de Silo, se había adherido también a SER y participaban de sus reuniones. Integrado por Eduardo Martinez, Pancho Aragonés, y otros cuyos nombres no recuerdo, entre ellos una porteña de la cual se decía que era informante de la cana, no sabíamos bien si intentaban captar gente en nuestro grupo o sólo buscaban cobijo en él, por afinidad general. Un médico, del cual lo único que recuerdo es que llevaba como apellido Tarchini, iba de vez en cuando en representación del Partido Revolucionario Trotskista Posadista. Con su esposa, también médica, ellos contaron que este minúsculo partido, conducido desde Francia por un ex futbolista, exigía a sus militantes donar todo el producto de sus salarios. Luego el comité central determinaba cuánto de esos salarios volvería a cada uno de quienes lo ganaban, analizando “sus necesidades reales”. Este singular partido sostenía que las tareas principales del militante eran tratar de tomar contacto con los extraterrestres y hacer un frente con ellos. Pues ‒según Posada‒, como ellos estaban mucho más evolucionados que nosotros, pues con seguridad ya eran socialistas. En una de estas reuniones de estudio, cuando Julio decía que no debíamos confundir el concepto de Revolución, pues a veces los militares la habían utilizado - 248 -

para designar sus golpes, Mario Mignani, se despachó con que también en la TV nos confundían cuando a veces usaban esa palabra en frases como “revolución en el lavado”... una propaganda de Jabón Ala. La revista de SER Un domingo desde las 8 de la mañana nos encerramos con Tito Galván en el subsuelo del Banco Coscrea para imprimir la revista. Salimos de allí con la cara, las manos y la ropa embadurnados con esa tinta aceitosa, cuando ya sobre la ciudad el cielo se había puesto oscuro. Creo que los dos éramos felices. El hermano de Tito trabajaba en el Banco, y arriesgando su empleo había puesto a disposición de nosotros la llave del local. Por supuesto lo único que usamos fue el mimeógrafo. Lo demás, papel, tinta, broches, dos sanguches de milanesa (que, si no me equivoco había preparado la madre de Tito) y una gaseosa para el almuerzo, lo habíamos traído nosotros. Tuvimos que lavar el mimeógrafo con nafta, dejando todo impecable, por respeto y para que nadie se diera cuenta de que habíamos estado. Al salir, llevábamos como podíamos, bajo los brazos, cada uno cuatro paquetes, que contenían en total 500 revistas, de 28 páginas cada una. Así, caminando con los paquetes, llegamos hasta la casa de Loro, en la Sáenz Peña y Colón, donde las guardamos. Todo, desde los textos, los dibujos que ilustraban los artículos, el tipeado y grabación de los sténciles, era obra nuestra. Nos habíamos dividido por equipos, dos o tres, los que se animaban a escribir o tipear algo. Así, Chupo (Ramón Orlando Ledesma), con Tito, habían emprendido la historia de Sandino, el antiimperialista nicaragüense, - 249 -

Lucky y Clary la historia del Rock Nacional, creo... y poco más, pues no había demasiados que quisieran, o pudieran, escribir. Al día siguiente volvimos a organizarnos por equipos para recorrer las escuelas secundarias. Loro, Enrique Gavioli y Tito fueron a la Escuela Normal, me parece; con Chupo y Clary elegimos las escuelas Centenario y Patricias Argentinas (turno tarde). Luego de pedir autorización a las directoras, recorríamos aula por aula estas escuelas, ofreciendo la revista. Primero explicábamos qué era SER (o qué queríamos que fuese). Mientras yo hablaba, Clary iba dejando, banco por banco, un ejemplar de la revista para que la hojearan. Luego, decíamos que solicitábamos 1 peso a los interesados, no en concepto de “venta”, sino sólo para recuperar gastos y poder sacar el número siguiente. Tuvimos un éxito moderado en ello. Logramos reunir algún dinero. Pero la sombra de la censura, el miedo y la represión se abatía sobre nosotros nuevamente: ‒Una señora de mi barrio me ha dicho que esta revista parece hecha por resentidos sociales... ‒dijo Chupo durante una reunión. El Negro Gramajo, que casualmente estaba allí, reflexionó: ‒Habría que contestarle a la señora que en esta sociedad perversa, el que no se sienta resentido seguro que es un enfermo... Pedimos dos o tres presupuestos para imprimir el segundo número (por respeto al hermano de Tito, a quien no queríamos volver a arriesgar y porque sin duda lograríamos una edición con más nitidez). El más barato era el de Amoroso. Allí fuimos, pero cuando debíamos retirar la publicación ya lista, no nos alcanzaba el dinero ni - 250 -

para los dos tercios de lo que nos cobraban. El encargado nos solicitó esto: que al menos pagásemos los dos tercios y firmásemos un documento por el resto. La revista había quedado hermosa. Perfecta, prolija, llevaba, recuerdo, un dibujo de Quino en la tapa, que durante horas había copiado cuidadosamente, con pluma y tinta china para que hicieran el clissé. Mi abuela materna, que vivía en Brasil, me había hecho un regalo ese fin de año al venir. Un crucifijo de oro y piedras, con cadena también de oro. “Este crucifijo me dejó tu abuelo, al morir...”, había dicho. “...ha permanecido por más de 150 años en manos de los Revainera... te lo doy a vos, porque sos el que más se parece a él”. Era tan pesado, con una cadena tan gruesa, además, que nunca lo usé. Lo tenía guardado por allí, en mi pieza. En la calle Pellegrini había un localcito donde recibían joyas y otros objetos en empeño. Fuimos con Clara una tarde y lo dejamos, a cambio de más o menos la cantidad que nos faltaba. El tipo nos dio mucho menos de lo que esperaba. Sentí repugnancia e indignación, por la manera en que aquel mercader se aprovechaba de la gente en apuros que concurría allí, ofreciendo precios ridículos a cambio de objetos valisímos como este, que por necesidad uno debía dejar en sus manos. Hasta el día de hoy siento un poco de angustia y dudas respecto de si actué bien o no. Más para convencerme a mí mismo, pues me sentía violando una herencia sagrada, dije a Clara al salir: ‒Un verdadero cristiano, como intentamos ser nosotros, no puede tener semejantes joyas... hay tanta gente que no come, tantos niños que no pueden educarse... debemos - 251 -

hacer algo para cambiar todo esto... la revista que estamos haciendo, vale más que cualquier joya... La imprenta quedaba apenas a dos cuadras de allí, así que retiramos los paquetes con los 500 ejemplares, los cargamos en el Citröen de Clary y los llevamos otra vez a la casa de Loro.

Clara Beatriz Ledesma Medina

El final de SER Con Clara habíamos tenido varias reuniones con jóvenes de Huaico Hondo y la comisión directiva de su club. Acordamos organizar un recital de SER, semejante al de la biblioteca Francisco de Aguirre, para septiembre. Estábamos llegando a agosto ya y el plazo era muy breve. Es cierto que el anterior recital se había preparado también en un lapso corto. Pero cada vez surgían más diferencias y - 252 -

divisiones en SER, en proporción directa con el crecimiento numérico de sus miembros o simpatizantes. Yo me esforzaba por hacer las mil actividades que me había propuesto; frecuentaba, además de SER, los centros de estudiantes universitarios, la Juventud Peronista, el FIP, en fin, cualquier organización política o social que nos permitiera ampliar nuestra inserción en la efervescencia popular de entonces. Con ese propósito viajamos con mi novia, también, en un colectivo del PSP, a una Asamblea Nacional de la Federación Universitaria Argentina, en Rosario. Clary y yo queríamos un SER independiente, pero politizado. No nos iba a ser posible conseguirlo. Por una parte, se había ido formando un grupo interno opuesto a toda politización. Por otra parte, el PRT (dirección del ERP), había captado, sin mi conocimiento, a varios de nuestros mejores cuadros. Poco a poco me había ido dando cuenta, y más tarde uno de ellos me lo dijo claramente. El 22 de agosto de 1972 mataron a los guerrilleros que no habían podido huir en Trelew. Una de las asesinadas, Ana María Villarreal de Santucho, había sido una dulce maestra de Arte en mi tránsito a la adolescencia desde la niñez. ¿Cómo podían haber matado tan bárbaramente a aquel ángel? Recuerdo que esa mañana lloré mirando sus fotografías, con el diario en las manos. Entonces me dije que había llegado para mí la hora de combatir. Pero no sabía cómo ni donde hacerlo. Los del ERP, habían hablado con mis compañeros de SER para integrarlos, pero no conmigo. Me consideraban “un individualista pequeño burgués”. Como si todo esto fuera poco, nuestra relación con mi familia y la familia de Clary atravesaba su peor momento. - 253 -

Fue entonces que decidí llamar a una asamblea de SER y proponer una medida audaz: dotar al nombre, SER, de una denominación explicativa: “Santiago del Estero Revolucionario”. Quería reconstruir la mística, proponiendo nuevos objetivos. Pero fracasé. Sólo ocho miembros no estuvieron de acuerdo pero la discusión fue intensa y ellos se retiraron para siempre. El resto, sin embargo, no tenía demasiado entusiasmo con llevar adelante un programa de acción. Infiltrados por el PRT, los compañeros captados se guiaban ahora por pautas que les bajaba su organización. Quienes habíamos quedado éramos una mayoría, pero una gran parte pertenecían a partidos u organizaciones externas: PC, PSP, JP, FIP, Poder Joven... SER, prácticamente, se estaba disolviendo... Entonces postergamos el recital de Huaico Hondo hasta una fecha indefinida. Las angustias provocadas por todos estos acontecimientos nos llevaron a una ruptura con Clary en octubre. Por entonces, mis nervios estaban tan sobrecargados que una noche, durante una reunión multitudinaria de la Juventud Peronista en Huaico Hondo, entre la música para mí insoportable y la gente que se divertía, sentí que me iba a desvanecer. Entonces empecé a caminar hacia cualquier lado, buscando aire. Recuerdo que me metí, con mis alpargatas y mi pantalón de Grafa, entre unos matorrales pues a cada rato debía detenerme debido a las espinas que entraban bajo mi planta o me arañaban la piel. Eran como las 2 de la madrugada, y lo peor es que me perdí, además de que a cada tanto debía aferrarme a algún árbol para no caerme. Estaba atacado, además, por unas náuseas insoportables. - 254 -

Al día siguiente, apenas me levanté ‒cerca del mediodía‒, tomé el poquito dinero que tenía y me fuí a Tucumán. Allí, con la recomendación de mi hermano, que entonces era seminarista, me aceptaron para hacer un retiro espiritual en el Monasterio de El Siambón. Cuando regresé había recuperado el control de mí mismo pero nada sería igual. El peor infierno que atravesé en mi existencia se avecinaba, a galope tendido. Sobrevendría hundiéndome cuando muriese mi novia Clara, el 5 de enero de 1973. Mas eso ya no forma parte de la presente historia. Lo narrado hasta aquí, es lo más esencial que yo puedo contar de SER. Conozco otras historias, pues el grupo separatista logró reconstruirlo, con propósitos exclusivamente musicales, y organizó otros recitales. Pero evito narrarlos, pues temo caer en errores o imprecisiones.

24. Enamorado de Galeano - 255 -

(Autonomía, sábado 9 de agosto de 2003)

Hoy, mientras tomaba mate a las cinco y media de la mañana, proyecté escribir dos artículos. Uno se iba a llamar “Iraq resiste”. Otro “El Fondo lo sabe todo” (referido a Kirchner). Pero al incorporarme para ir a la computadora, me llegó no sé de dónde una frase de Sarlanga. Esa del título. 1. Entre las balas No he tenido hasta ahora la suerte de conocer a Galeano. Debo aclarar que soy religioso y por lo tanto creo en la suerte (o providencia). No dejé de serlo ni aún cuando militaba en el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) y los compañeros, afligidos pues se me hallaban algunos méritos pero resultaba inadmisible que un verdadero marxista‒leninista conservara esa “zona oscura”, asignaron a un militante antiguo la tarea de “darme lucha ideológica”. Hasta demostrar que en el universo no existía otra cosa que la infinita, serena, combinación de innumerables manifestaciones de La Materia. El “Gallego” Hermida, excelente compañero, venía de los tupamaros. Se lo respetaba muchísimo, entre otras cosas, porque había sido uno de los autores del famoso túnel, desde la cárcel de Punta Carretas. Dos veces por semana tenía que reunirse conmigo, a solas, para leer “los clásicos” (Marx, Engels, Lenin) e ir desmoronando, uno a uno, los argumentos idealistas que aún me mantenían atado a “supersticiones”. Era tarea que urgía, pues estaban matando muchos combatientes y se necesitaba gente - 256 -

nueva, decidida, joven, para cubrir los huecos en la conducción que iban quedando. 2. Crisis En 1975, desde San Francisco de Córdoba, le escribí a Galeano por primera (y última) vez. En un sobre grande, enviaba un cuento, que redactara un par de años antes y había conservado en un cuaderno. Luego de varias revisiones lo había pasado a máquina. Con una breve nota de presentación, se lo remití, solicitando con primeriza humildad su consideración para ser publicado Crisis ‒la nunca igualada revista que editaba Galeano. No tenía la menor esperanza de que se publicara, en parte porque conocía la proverbial suficiencia porteña hacia todo lo salido del interior. También porque sentía ‒como todo el que hace algún arte‒ esa inquietante sensación de que “le faltaba algo”, de no haber logrado hacerlo perfecto. Pero debía cumplir con el mandato que me impusiera dos años antes (y por lo cual escribiera el cuento): obligarme a trabajar cada día para llegar a ser, alguna vez, escritor. No había hecho nada prácticamente, según lo entendía entonces, para cumplir con tal propósito. Asignado a la revista Posición, desde mediados de 1973, componía largos artículos (en su mayor parte sintetizando o mixturando datos económicos, históricos o políticos, tomados de innumerables fuentes), diagramaba la revista, escribía alguna noticia cordobesa para el diario El Mundo, cubría las conferencias de prensa de los sindicatos combativos, por las noches corregía sintaxis y diagramaba las revistas de esos mismos sindicatos, manejaba una camioneta Fiat 1500 para llevar papel a Oncativo, donde teníamos la imprenta, entregaba vehículos con armas a - 257 -

algún compañero que no podía llegar hasta la ciudad, organizaba reuniones del FAS (Frente Antiimperialista y por el Socialismo) en los barrios pobres, redactaba volantes; en fin, era un militante, a tiempo completo y para lo que guste mandar. Se imaginará que pocos momentos me quedaban para redactar ficciones. Mi cabeza estaba siempre llena con “la realidad”. Como una semana después recibí un sobre blanco, tamaño A4, en cuyo reverso tenía escrito, a mano, “Remitente: Eduardo Galeano” (y la dirección). No lo quise creer. Lo miré un largo rato, antes de abrirlo con el mayor cuidado, cortando con una tijera apenas un milímetro del borde superior, para no dañar su contenido. Una sola hojita de papel, proporcionada con el sobre, también escrita a mano. En ella me decía ‒Galeano, pues miré la firma antes que nada‒ haber recibido mi cuento. Que estaba bien escrito, pero le había dejado un sabor, como de “historia real” (su protagonista eran un niño, su papá y su mamá maestros, en el vasto interior santiagueño). Le parecía que la historia daba para mayor extensión y terminaba proponiéndome convertirlo en artículo sociológico. En ese caso, podría ser publicado. Me senté por la emoción. ¡Me había escrito Galeano! ¡Él, en persona! ¡Era su letra (aunque no la conocía, llevaba su firma abajo, lo cual refrendaba su autenticidad)! Galeano, entonces, era el para mí inmenso, inalcanzable director de Crisis. El gigantesco autor de Las Venas Abiertas de América Latina. Un libro que había cambiado mi vida. 3. FRIP Leí Las Venas Abiertas de América Latina en 1971, mientras hacía la colimba. No pude dejar de leerlo ni un - 258 -

sólo día, desde que lo compré, en la vieja librería Dimensión, fundada por el Negro Francisco René Santucho, que por entonces atendía la Gilda (el Negro andaba ya clandestino). El Negro había influido mucho en mi pensamiento (de un modo indirecto, pues apenas lo recordaba desde la infancia, cuando junto a poetas y pintores solían reunirse a discutir con mi padre, que era peronista). Indirecta porque, luego de un periodo de deserción que empezó hacia los 14 años, cuando empezaron a gustarme las chicas y algunas me hicieron caso, pero además tocaba la guitarra eléctrica en un grupo y ambas pasiones ocupaban todo mi tiempo, regresé a la lectura y lo hice como un Hijo Pródigo. Entonces volví naturalmente a Dimensión, donde bastaba con decirle a la Gilda “llevo este libro” para que ella contestara “está bien” y lo anotara en mi cuenta (antes lo había hecho en la de mi papá). Allí conocí los folletos del FRIP (Frente Revolucionario Indoamericano y Popular) fundado por Francisco René Santucho. El FRIP promovía la equidistancia entre los intereses yanquis y los soviéticos, aún reconociendo sus diferencias. Reivindicaba al marxismo, pero el de Trotsky. El de la URSS era llamado “stalinismo”. Por ese tiempo el FRIP hacia causa común con el peronismo (el de Ongaro, el de “los Argentinos”). Esta posición era perfecta para mí, que venía de una familia peronista, uno de cuyos textos capitales fuese el Martín Fierro, y se hablaba de los comunistas del PC como una especie de marcianos generalmente aliados con los enemigos: la Unión Democrática de Balbín y “Norteamérico” Ghioldi. 4. Clara - 259 -

Poco después conocí a Clara. Ella era como un septiembre, o como los lapachos. Desde su aparición a la distancia, en piernas melodiosas, los cabellos al aire, toda naturaleza cambiaba. Morena y fuerte, cualquier brillo se le subordinaba. Juntos leímos “La revolución permanente”, “El medio pelo”, “El dios de los lugares ocultos” ‒de Hal Bennet, 1972, que nos hizo estremecer. Allí, un soldado negro volviendo de Vietnam, se halló en la habitación casualmente solitaria con su hijito de pocos días. Lo asfixió con un almohadón. Quería evitarle la existencia que le había tocado a él. Leíamos además toda revista cultural o informativa que cayese a nuestro alcance (Primera Plana, Planeta, Transformaciones, Los Libros...). La gente nos decía que “éramos lindos”, pero vestíamos con desaliño. Todo el dinero lo invertíamos en cine, revistas, discos, libros. Ella empezó a estudiar Ingeniería Forestal, por coherencia política, y también formamos el grupo SER, con el cual trajimos La Biblia de Vox Dei y organizamos el primer recital de Rock Nacional, en un barrio. Juntos leíamos, en reuniones de grupo, “Las Venas Abiertas”. Y también “Alma encadenada”, de Eldridge Cleaver. Y las “Cartas desde la cárcel” de Angela Davis, pues por entonces redoblabábamos nuestro amor a los negros: por el jazz, por el soul, por Jimi Hendrix, por su inclaudicable dignidad, por haber creado los Black Panthers. Proyectábamos avanzar unidos “hasta que la muerte nos separe”. Desdichadamente esa circunstancia iba a llegar pronto: el 6 de enero de 1973. No tras una bala enemiga, sino por un aborto. Su familia se oponía tozudamente a nuestra relación, mi padre también. Fui lo suficientemente cobarde como para aceptar sus argumentos (“son unos irresponsables... ¿de qué van a vivir?... no tienen - 260 -

profesión, se van a morir de hambre y el chiquito también... le van a arruinar la vida, ¿se creen que es joda traer un niño al mundo”). Ellos murieron y yo también. Durante cuarenta días estuve encerrado, solamente dibujando de memoria con un lápiz el rostro de Clara en la pared. No me suicidé: pensé que debía enfrentar el inmenso pecado y redimirme ante Dios. Los compañeros sugirieron que mi vida podría ser altamente útil entregándola a la Revolución. Eso intenté hacer. Y también decidí ser escritor. 5. Días de ardor y empeño En aquel lapso sucedían muchas cosas. Fusilaron a los Héroes de Trelew. Había regresado Perón, aunque por unos días. Y el 25 de Mayo: “Cámpora al gobierno”. Y la Masacre de Ezeiza. Agustín Tosco vino a hablar en Santiago. Se formó el FAS. ¿En qué momento apareció Crisis? En abril de 1973, creo. Para mí fue una revelación. El equilibrio justo entre marxismo revolucionario y nacionalismo, que andaba buscando. Pero además ¡ese diseño! ¡Era algo extraordinario! Crisis representaba una innovación total, por su contenido y por su presentación. Era audaz: por primera vez veíamos una revista que titulaba en minúscula, usar los recuadros con punta redondeada otorgaba una plasticidad visual y movimientos hasta entonces desconocidos, el papel, rústico, un poco amarillento, era la textura justa para el tipo de publicación que era, a la vez fuerte y refinada: como el Hombre Nuevo de Guevara o el Verdadero Intelectual de Jauretche, de Marechal. Me fui a Córdoba. Empecé a trabajar intensamente, como ya narré, y a militar sin dormir siesta, desde las cinco de la mañana hasta el día siguiente a las - 261 -

dos o tres. Con el financiamiento del FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo) hacíamos una revista: Posición. Tirábamos 5.000 ejemplares que se distribuían en Córdoba y todo el norte. Me asignaron la diagramación desde el número 3, que inauguré con una portada en azul contra blanco: la efigie del Che, y únicamente las letras, que afirmaban “Posición” como si fuera una pintada, un poco chorreante, en rojo. Por lo demás, en todo, imitaba a Crisis. Hasta en el papel (debido a lo cual descubrí la existencia del “diario brasileño extrapesado”). 6. Gloria El 14 de septiembre de 1973, durante un acto donde al menos cinco mil cordobeses repudiaban el golpe de Pinochet, creí sentir en la nuca una presencia. Me di vuelta. Ojos como avellanas luminosas, estaban causándome aquel cosquilleo. Comprobé con asombro no racional la perfecta posibilidad de los rostros de Modigliani. La hermosa muchacha estaba flanqueda por otra un poco mayor, y del otro lado El Pato, un gringuito estudiante de medicina que conociera en el FAS. Me toqué la campera sobre el corazón y comprobé que no tenía cigarrillos. Entonces salvé los veinte pasos que me separaban de El Pato y le dije: “disculpá, todos los negocios están cerrados por la manifestación... ¿no podrás convidarme un faso?” Todos fumábamos Particulares Negros. Pero el asunto era ver de cerca a Gloria. Pues de ella se trataba. Aunque por entonces la llamaban “Myriam”. “Susuki”. O “la cuñada de Chanchón” (uno de los capos máximos del ERP, destinado a morir poco más tarde durante el copamiento de Villa María). - 262 -

El sábado siguiente la encontré en una peña; la saqué a bailar. Desde entonces bailaríamos juntos en todas las pistas de la vida. Así viniera salsa o tango. Nos casó un sacerdote que se ganaba el sueldo trabajando como obrero metalúrgico. Acompañados por “La Biblia” de Vox Dei, que tocaba por un conjunto de jóvenes montoneros. En la capilla del Perpetuo Socorro, de San Francisco, logramos pues “la unidad en la práctica de los grupos revolucionarios”. Gloria es hoy la madre de mis hijas, aún está conmigo y creo que llegaremos juntos al final de nuestras existencias. Hemos compartido la militancia y la cárcel, la pobreza y la prosperidad, las luchas, muchas penas e innumerables alegrías. Ella me sacó de todas las muertes cada vez, estirando su noble mano siempre que la necesité. A lo largo de nuestra ya larga alianza, aprendí el significado de la palabra amor. 7. Zona Este En noviembre de 1974 todos los diarios publicaron en la primera plana una lista de treinta guerrilleros, buscados por copar el cuartel de Villa María. Mi nombre estaba, así que debí pasar a la clandestinidad. Como mi esposa era de San Francisco (en el límite con Santa Fe), decidimos trasladarnos hacia allí. Gloria estaba embarazada de nuestra primera hija, Anahí, por lo cual debía procurarme un trabajo. Ella, además, estudiaba medicina; así que debíamos obtener fondos. Como ya no podía usar mi nombre, un compañero me ofreció trabajo en su cuadrilla de albañiles. Jamás había tomado una cuchara en las manos salvo para comer, ni tenía idea de cómo se preparaba la mezcla o el hormigón, pero pronto aprendí. - 263 -

Me fue tan bien que cuando se terminó el contrato (dos galpones para una fábrica de plásticos), fui a ofrecerme en la empresa de construcción más grande de San Francisco y conseguí el puesto. Enseguida me afilié a la UOCRA, así que mi hija nació con Obra Social. Hacia la primavera de 1975 conseguí otro trabajo... ¡como encargado de personal en una fábrica metalúrgica!... Nuestra situación económica mejoró notablemente, había nacido nuestra primera hijita. Durante esa situación relativamente feliz fue que decidí escribirle a Galeano. En aquella respuesta que ya describí, me indicó pues que transformara esta narración en artículo. Y a ello me puse, un día domingo. Solía levantarme muy temprano para escribir; aún así, me costaba. Por cierta impericia natural, pero también por agotamiento. Nuestra militancia de entonces resultaba sobrehumana: ahora lo veo. Después de trabajar ‒de 7 a 12 y de 2 a 6 de la tarde‒ debía participar casi todos los días en reuniones, que duraban a veces hasta las dos o tres de la mañana. Otras veces debía viajar, a localidades cercanas, como Porteña o Brinckmann, pues era el responsable general del partido en esa Zona. O participar en acciones, por más pequeñas que fuesen, siempre peligrosas. Pese a ello terminé el artículo. Y lo mandé. Pero poco después me detuvieron (el 12 de enero de 1976). Y pasé en la cárcel hasta el 16 de octubre de 1982. A mi esposa Gloria la detuvieron esa misma noche, y salió un año antes. Nunca supe si el artículo había llegado a manos de Galeano. O si lo habían publicado. O si no le había gustado, desechándolo, en cuyo caso tal vez me habría contestado, con su gentileza inaudita, algo así como: “...lo siento mucho, amigo Carreras, siga escribiendo, por ahora su texto no...” No sé. - 264 -

8. De las catacumbas En la cárcel hablábamos de Galeano. Algunos lo denostaban. Por diferentes razones. Desde la izquierda, ciertos compañeros lo homologaban a Benedetti, Mercedes Sosa, u otros “intelectuales de izquierda” diciendo: “serían incapaces de tomar las armas” ‒lo cual para muchos era semejante a decir minusválidos. Otros, desde la derecha, decían más tarde, cuando ya se vio claramente la derrota del proyecto revolucionario: “Galeano es uno de los responsables de que hayamos elegido la lucha armada”. Por supuesto en la cárcel no nos permitían ingresar la revista Crisis (que por otra parte, había dejado de salir, y su productor, Vogelius, incluso había estado preso en La Plata). Milagrosamente, al salir, recuperé muchos números de Crisis: se habían salvado del saqueo, los habían conservado mi cuñado y mi suegra. Algún tiempo después conocí a un poeta de Buenos Aires, algo misántropo, que tenía la colección completa... ¡desde el primero hasta el último número! Durante unos días que pase en su casa, en 1984, se las envidié. No sé que fin habrán tenido. Pues este hombre ‒que ya entonces contaba cerca de sesenta años‒ murió, hacia 1989. Vivía solo, y nunca supe que tuviese otra familia que un par de gatos. El mundo había cambiado (eso es lo que se nos pretendía hacer creer). Ya no existía la izquierda. Ahora, hasta los más “progresistas” abrevaban fuentes postmodernas. Junto a Marx, había desaparecido Galeano. 1990 iba a ser la apoteosis del Pensamiento Único, con la unificación de Alemania, la espectacular demostración norteamericana en El Golfo y el menemismo en - 265 -

Argentina. Pero Galeano parecía dispuesto a no dejarse vencer tan fácilmente. Hacia 1995 supe que había venido a Termas de Río Hondo, una localidad 70 kilómetros al oeste de Santiago. Me fue imposible ir a verlo, pero una de mis hermanas contaba que había concitado a una multitud. Hacia 1997, con internet, empecé a recuperarlo. ¡Era uno de los pocos autores que aparecía fácilmente en todos los buscadores! Aquí y allá encontré artículos suyos, narraciones cortas, comentarios. Su estilo se había pulido, se había concentrado, pero era el mismo, genial, Galeano... Hasta su extraordinario resurgimiento de los últimos años, ya entre dos milenios, que lo ha colocado de nuevo en boca de casi todos, tanto o más como en aquellos años de sus primeros triunfos. 9. Quipu En aquellos años intermedios hice una revista: Quipu de cultura. Por supuesto, intenté imitar a Crisis. Aunque era tabloide, diagramé sus páginas adaptando lo mejor posible el estilo genial de la querida revista a este nuevo intento. Tuvo un moderado éxito, en el interior. Entre Córdoba, Santiago, Chaco, Entre Ríos y Santa Fe vendíamos unos 500 ejemplares. Por causa de ello me invitaron a Córdoba, a una Reunión de Editores de Revistas Culturales. Allí, durante la celebración de cierre, iba a tener una intensa emoción. En cierto momento invitaron a Sarlanga... ¡el creador del diseño gráfico de Crisis!... Vivía ahora en Córdoba, trabajaba para el gobierno en una revista, Papeles. No era otra cosa que una versión manierista de Crisis. El diseño de Papeles dejaba con el aliento cortado... ¡hermosa! Hasta habían concebido la excelente idea de imprimir, en cada tapa, una magnífica - 266 -

reproducción de pinturas cordobesas. Y en la contratapa, el dibujo a todo color de humoristas (con Hortensia, Córdoba había dado a la Argentina ya grandes maestros). Para preservar la edición, se había dispuesto una sobretapa de plástico grueso, transparente. Era, en fin, un verdadero objeto de arte. Pero, ¡ay!, flojeaba el contenido. Allí estaba Sarlanga, es cierto... pero faltaba Galeano. Fue precisamente esa noche, en que se rendía un homenaje a Sarlanga, que él comenzó su discurso de agradecimiento con estas palabras: “Si un hombre puede enamorarse de otro hombre... entonces, yo estaba enamorado de Eduardo Galeano”. Narró a continuación las experiencias inolvidables durante su trabajo en la redacción de Crisis, donde se veía aparecer de improviso a Gabriel García Márquez, a Jorge Amado, a Paco Urondo... o se levantaba el tubo para escuchar del otro lado la voz de Pablo Neruda, que llamaba para saber la fecha de cierre del próximo número... pero, “el verdadero genio de todo este calidoscopio genial era Galeano ‒indicó Sarlanga‒: él estaba en todo, en los textos, en los títulos de tapa, en la diagramación”...

10. Galeano Me quedó en la mente esa frase de Sarlanga: “enamorado de Galeano”. Creo, que de algún modo, yo también he estado, una gran parte de mi vida, enamorado de Galeano. Enamorado de su coraje, su lucidez para dotarnos ‒a los Americanos del Sur‒ de un instrumento ideológico tan potente como su pensamiento y su labor intelectual. Que a la vez nos permite amarnos más los unos a los otros, mirarnos de frente, amar a nuestra tierra, - 267 -

nuestra pertenencia y cuya pertenencia somos, pese a la perversa trama establecida desde la Edad Media para inducirnos a la negación infinita. Hace algunos meses he leído de nuevo “Las venas abiertas de América Latina”. Otra vez la compré en lo de la Gilda (quien ya no espera a su esposo, Francisco René Santucho: fue secuestrado en 1975, por bandas parapoliciales de Tucumán). Ella con gran dignidad conservó Dimensión, entre zozobras pero revitalizada, no casualmente, para estos nuevos tiempos. El libro es para mis hijas. Pero no pude resistir la tentación: y otra vez sus páginas me absorbieron durante diez o quince días hasta que llegué al final. Otra vez me he conmovido hasta la médula con este conciso, extraordinario documento histórico, con el lúcido alegato ideológico de sus capítulos. Y otra vez me dije, al terminar... “¡Qué extraordinario tipo, este Galeano! ¡Cómo me gustaría conocerlo!” Aún tengo ciertas esperanzas. No soy tan viejo (53 años) y aún estoy convencido de que.... ¡el futuro es nuestro!

Comentarios te entiendo Por mariana ‒ Monday, Aug. 11, 2003 at 12:09 PM

Yo no vivi la epoca que te toco vivir a vos, y descubrí a Galeano ahora de grande...a mi también me cambió la cabeza y siempre tengo la fantasía de encontrármelo en algún viejo bar de Montevideo, sólo para agradecerle el - 268 -

habernos enseñado tantas cosas. Un abrazo y gracias a vos también por tu compromiso con los demás.

Hasta aquí he llegado... Por desilusionado ‒ Tuesday, Aug. 12, 2003 at 12:42 AM

Qué lástima, Galeano, qué lástima... No siempre sabemos interpretar las coyunturas, no? En el momento histórico de la más salvaje agresión imperialista y de mayores posibilidades de ataque a Cuba, te pones a criticar la defensa del pueblo cubano a la descarada agresión yanqui. Es una verdadera pena, ya que son muchos los progresistas de clase media a quienes iluminas. Es por eso, y por tu magnífica obra que todos seguimos, que estoy apenado. El tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos...

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25. Alicia En su cumpleaños, el 12 de septiembre de 2009.

‒La compañera fotógrafa te va a esperar en Sarachaga y Salgueiro ‒dijo el compañero responsable ‒ A las 8:00 en punto. ‒¿Llevará algo especial, para reconocerla? El responsable me miró como si hubiese dicho una tontería. Con paciencia pedagógica, contestó: ‒No te preocupes. Hay pocas tan grandotas como ella. Y va a estar en un fitito amarillo. En efecto. Me resultó sencillo reconocerla. “Subí”, me dijo, abriendo la puerta del fitito. La “compañera fotógrafa” era Alicia Wieland. La fecha: invierno de 1973. Teníamos que hacer un boletín para el sindicato SMATA. Pero nadie debía enterarse. Era una de las tantas “tareas de solidaridad” de nuestro Partido (Revolucionario de los Trabajadores, dirección política del Ejército Revolucionario del Pueblo). Es que el sindicato de SMATA estaba controlado entonces por los “chinos” (un partido maoísta que repudiaba a las guerrillas y había decidido ponerse a la cola del peronismo). Aunque René Salamanca (su Secretario General), estaba al tanto. El PRT pasaba entonces por su momento de mayor poderío y operatividad. - 270 -

Desde entonces, por más o menos un año nos encontraríamos ‒prácticamente todos los días. “Ana y Alicia”, eran las fotógrafas principales del Equipo de Prensa del PRT. Que abarcaba funciones muy vastas: nuestro ámbito de acción consistía en proveer material informativo para tres medios impresos: el diario El Mundo, de Buenos Aires (corresponsalía Córdoba), la revista Patria Nueva y Posición. Eventualmente colaborábamos con el diario Córdoba, que salía entonces por las tardes. Fuera de ello, debíamos ocuparnos de hacer prensa para varios sindicatos, agrupados en el Movimiento Sindical Combativo, que conducía Agustín Tosco. En el lenguaje militante, “hacer prensa” podía tratarse desde cubrir periodísticamente un acto hasta imprimir volantes (o escribir artículos, diagramar revistas, supervisar su impresión, distribuir los paquetes, con nuestros vehículos, por todos los centros operativos sindicales de la ciudad). De tal manera, no parábamos. Desde las seis o siete de la mañana, hasta pasadas las once de la noche, sin dormir la siesta, trajinábamos cada día por mil tareas. A veces, una “tarea urgente” nos obligaba a levantarnos de madrugada. Como aquella noche que “El Vasco” (responsable del PRT), nos despertó a las 3 para leer un documento que debía estar impreso a las 7 para su distribución. “Cebá mate”, le decía El Vasco a Nelso del Vecchio, que se dormía. “El Zorro”, dirigente de “Poder Obrero”, sonreía. Y yo renegaba. Por si esto fuera poco, cerca de las cuatro debí llevar a “El Zorro” en camioneta hasta un alejado barrio en Ferreyra, donde vivía. Y de allá nomás, partir hacia la imprenta de Oncativo, para que los cinco mil volantes estuvieran impresos a las siete de la mañana, hora en que debíamos comenzar a distribuirlos. - 271 -

Ya que en esa franja horaria se desplegaban sobre la ciudad los miles de trabajadores que comenzaban a ocupar sus puestos de trabajo en las fábricas. Por si todo esto fuera poco, nos asignaban también tareas de prensa y propaganda del FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo). No de su conjunto, pues por entonces este era un movimiento que concitaba a miles de jóvenes en Córdoba, provenientes de partidos revolucionarios, sindicatos, centros vecinales, grupos de artistas, cine, teatro, en los cuales había también ‒por suerte‒ compañeros que editaban por sí mismos sus volantes, afiches, revistas o boletines. Pero casi todo confluía, finalmente, en nuestras dos imprentas y la Redacción central de Posición: una espaciosa casa del barrio Güemes, donde además vivíamos Nelso del Vecchio, “Quico” Pettigianni, su novia Andrea y yo. Junto al PRT, en el FAS confluían el partido Poder Obrero, el Frente Peronista Revolucionario, las FAL “América Latina”, “Ché Guevara” y “22 de Agosto”, la “Columna Sabino Navarro” de Montoneros y los Comandos Populares de Liberación (peronistas). Además, una nube de pequeños grupos de izquierda, como “Espartaco” o T.A.R. , con vigencia únicamente en los ámbitos de la Universidad. La noche del miércoles 27 de febrero de 1974 un grupo de más de cincuenta policías cordobeses ingresó a la Casa de Gobierno provincial y depuso al gobernador peronista Ricardo Obregón Cano y a su vice, el dirigente sindical Atilio López. Los rebeldes procedían bajo el mando de un Teniente Coronel: Antonio Domingo Navarro. Eran las 22.55. En la habitación donde se había reunido un grupo de funcionarios provinciales, palpitaba un clima - 272 -

de extremada tensión. De pronto, la puerta se abrió violentamente y tres hombres armados con ametralladoras irrumpieron, obligando a los allí reunidos a salir al pasillo. Uno de los funcionarios inquirió: ‒¿Quién es el jefe de este operativo? ‒¡Retírese, señor! Oportunamente se le informará‒, respondió imperativamente uno de los hombres armados y, acto seguido, obligó al grupo a colocarse en fila para marchar hacia la salida principal de la Casa de Gobierno. Junto a los mandatarios, los sediciosos detuvieron a unas setenta personas que encontraron en la gobernación. Entre ellos estaban los ministros de Bienestar Social y de Gobierno, Antonio Lombardich y Elio Alfredo Bonetto; los diputados Luis Bruno y Blas García; el presidente del Banco de la Provincia de Córdoba, Julio Aliciardi; el Fiscal de Estado, Juan Carlos Bruera; el director de Prensa, Alejo Díaz Tiliar; y el hijo y secretario personal del gobernador, Horacio Obregón Cano. Navarro había sido relevado de su cargo de Jefe de Policía provincial, ese día, por el gobernador, ya que se lo consideraba “poco confiable”. Al enterarse del relevo, el militar acuarteló unos siete mil efectivos, aduciendo ser víctima de una “infiltración marxista” en el gobierno. Esa misma tarde, grupos de civiles habían tomado las emisoras LV2 ‒La Voz del Pueblo‒ y LV3 ‒Radio Córdoba‒ comenzando a emitir comunicados en apoyo al jefe de la insurrección. Una de las transmisiones sostenía que Navarro representaba “una garantía de orden” y era “el vehículo necesario para el proceso de liberación”. Al caer la noche, se escucharon tiroteos en distintas partes de la ciudad. Particulares que portaban armas e identificados con brazaletes rojos comenzaron a circular por la ciudad. - 273 -

Acusados por Navarro de “proveer armamento a grupos civiles de conocida militancia marxista”, el gobernador y su vice gobernador, Atilio López, fueron llevados esa misma noche al Comando Radioeléctrico. Donde permanecerían cautivos hasta el viernes 1° de marzo a las cinco y media de la tarde. El jueves 28 a las siete de la mañana andábamos con Alicia en el Centro de Córdoba cubriendo toda la parafernalia desplegada por los insurrectos. Miles de policías, con cascos y uniformes de combate dirigían el fragoroso tránsito de la ciudad, armados como para una guerra. Tanquetas, camiones hidrantes, motociclistas con cascos y escopetas recortadas se acantonaban en las callejas laterales. Recuerdo a Alicia, rubia grandota, de short y ojotas, metiéndose entre los temibles represores para sacarles fotos con su Nikon dotada de varios teleobjetivos. ‒¡Adonde va usted! ‒le gritaban. ‒¡Periodista! ¡Diario El Mundo!‒, contestaba Alicia, exhibiendo un carnet. A la distancia pienso: ¡qué locos éramos! Todos ‒especialmente los canas‒ sabían que el diario El Mundo, la revista Posición y Patria Nueva, eran solventados por la guerrilla. ¡Y nosotros íbamos a meternos, así, con nuestros carnecitos, en la boca del lobo, para obtener las notas! Cerca de las nueve decidí regresar a la Redacción para escribir algo. ‒¡Cuidate, nena! ‒le dije, al despedirme. ‒¡Cuidate vos, “changuito”! ‒bromeó ella ‒¡a mí no me va a pasar nada!

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Pero le pasó. Ese día la metieron presa, y los abogados del FAS debieron trajinar toda la tarde para poder liberarla. No era broma: el peligro de aquellos represores está apenas patentizado por el horrendo suceso que transcribiré a continuación (Página\12 ‒4 de febrero de 2007): El Partido Comunista acaba de entrar en la causa de la AAA con un caso siniestro y bien documentado: la destrucción de su local en Córdoba el 10 de octubre de 1974, con detenciones y un asesinato. El acta notarial lleva la firma de dirigentes políticos y funcionarios policiales. Relata las condiciones en que la policía cordobesa entrega el local allanado al Partido Comunista de la ciudad de Córdoba el 10 de octubre de 1974, donde la brutal irrupción a los balazos de policías y civiles continuó con torturas, golpes, simulacros de fusilamientos y la muerte de una militante comunista que se desangró por la hemorragia que le provocó “la introducción del cañón de un arma en la vagina”. La patota rompió todo, baleó y saqueó las cajas fuertes y dejó sus marcas en las paredes de la casona de Obispo Trejo 354: varias leyendas con amenazas de muerte y la firma de las Tres A (Alianza Anticomunista Argentina). Ese documento acaba de ser incorporado a la causa en la que el juez Norberto Oyarbide pidió la detención y extradición de la ex presidente Isabel Perón, por el supuesto delito de haber cobijado bajo el amparo del Estado a la banda paramilitar que asesinó a más de 1000 personas antes del golpe de Estado de 1976. “Si son comunistas como (Horacio) Guaraní más bien váyanse del país porque los vamos a matar uno por uno. Si cae un policía van a caer tres de ustedes bolches hijos de puta. Las Tres A” (sic), decía la leyenda más extensa que dejaron policías y civiles en una de las paredes del local

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comunista de la ciudad de Córdoba en octubre del ’74. Las otras, también realizadas con aerosol negro, eran más ofensivas que políticas: “bolches hijos de putas. Tres A”; “zurdos putos”, y “zurdos hijos de putas”. En el acta también figura el “pomo de aerosol” lleno de “huellas digitales” de quienes hicieron las pintadas en el operativo del que participaba la policía cordobesa. Los comunistas acusaron del crimen de Tita Clelia Hidalgo, una joven de 30 años oriunda de Río Tercero, y las torturas que sufrieron otros 46 militantes que estaban en el local, al interventor federal de la provincia, el brigadier Oscar Lacabanne, y su jefe de policía, Héctor García Rey. “Aquí está la punta del ovillo para descubrir quiénes son las Tres A”, denunciaron entonces los dirigentes del PC en Córdoba y Buenos Aires. El acta notarial, el informe médico realizado por los doctores Osvaldo Khan y Emilio Ruderman sobre los golpes y torturas que recibieron los militantes, documentos fotográficos y el relato de quienes sufrieron los vejámenes y tormentos fueron entregados hace unos días al juez Oyarbide por una delegación del PC. Los comunistas también entregaron otros documentos y una extensa lista de militantes asesinados por las Tres A, y otra con testigos y sobrevivientes de los atentados de la banda paramilitar. Pero le pidieron al juez federal que los incorpore como querellantes en la causa, a la que ya se habían presentado junto a otras organizaciones políticas y de derechos humanos. El asalto al local comunista en Córdoba fue una de las huellas claras que dejaron las Tres A de sus vínculos con todo el aparato estatal. Poco después de las siete de la tarde del 10 de octubre de 1974, policías y comandos civiles ingresan en la casona de Obispo Trejo disparando ráfagas de armas de guerra ‒”Itaka, metralletas, pistolas 45”‒ después de volar la cerradura de la puerta de entrada. El único recaudo que tomaron los comandos cordobeses es que no les vieran las caras. “Nos tiraron a todos boca al piso, mientras

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disparaban sobre nuestras cabezas y caminaban por encima nuestro repartiendo culatazos y patadas” al grito de “bolches hijos de puta, los vamos a matar a todos”, relataron varios de los que vivieron el tormento. Luego fueron separando a distintas personas para torturarlas y exigir que aparezcan “las armas”. Así comenzaron los simulacros de fusilamiento a los pequeños grupos que sacaban al patio mientras gatillaban las armas y los disparos repiqueteaban cerca de sus cuerpos. A otras salas del local se llevaban a las mujeres, desde donde “se escuchaban gritos desgarradores”. Tras dos horas de tormentos en los que nunca cesaron los disparos dentro del local, los hicieron formar “con las manos en la nuca” y la “obligación” de mantener los ojos cerrados para pasar por una doble fila de asaltantes que descargaron “patadas, latigazos, culatazos y trompadas” a su paso. “A ver, uno con credencial de la Federal que salga a la calle” y “sáquenlos, los primeros al móvil 184”, ordenó uno de los asaltantes según el relato del dirigente comunista Jorge Caselles. Afuera los subieron a un camión y “nos fueron apilando como fardos uno arriba de otro, lo que hacía que los que quedaran abajo casi ni pudieran respirar”, dijo entonces Enrique de Dios. “A estos los vamos a rociar con nafta y los vamos a quemar a todos”, volvió a escuchar Caselles antes de que el jefe le ordenara a un subordinado “no tires gases a la esquina (de Trejo y Quirós) porque el viento lo trae para acá”. En la retirada, los comandos volvieron a disparar ráfagas de tiros y proferir amenazas para ahuyentar a los curiosos. La recorrida duró poco. Enseguida llegaron a la División Informaciones de la policía provincial. Allí los volvieron a tirar de cara al piso, formar la fila con las manos en la nuca y los ojos cerrados. Adentro, les vendaron los ojos con jirones de trapos de los carteles que habían traído del asalto, aunque antes algunos lograron ver el patio del lugar con decenas de personas (ver aparte) en las mismas condiciones: con los ojos vendados y manos en la nuca esparcidos por el piso o

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contra las paredes, varios de ellos esposados. Así estuvieron más de 40 horas, antes de recuperar la libertad, tras otros interrogatorios, amenazas y acusaciones de “asociación ilícita” y “tenencia de munición de guerra”. Pocos días después Clelia Hidalgo murió en el Hospital de Clínicas cordobés. Un policía advirtió la intensa hemorragia ‒que le produjo que “le introdujeran el cañón de un arma en la vagina”‒ mientras la interrogaba. Ordenaron su traslado “en calidad de detenida” a la sala policial del policlínico del barrio San Rafael. Tras reiteradas denuncias, y por su delicado estado de salud, fue nuevamente trasladada al Clínicas, pero Clelia no soportó las lesiones que sufrió en el asalto. El 15 de octubre la policía entregó el local del PC ante un escribano, por exigencia de los comunistas. Allí consta la forma ruinosa en que quedó la casona, los disparos en las paredes, las vainas servidas y las leyendas de las Tres A que dejó el operativo. El acta lleva la rúbrica de tres agentes de la seccional primera de la policía cordobesa: el suboficial ayudante José Amadeo, el sargento Ismael Salta (chapa 162) y el agente de consigna José Moldia (chapa 111). Isabel Perón había decretado la intervención federal de la provincia tras el golpe institucional que pasó a la historia como “el Navarrazo”. El ex jefe de la policía de Córdoba, el teniente coronel Antonio Navarro, tomó la ciudad a punta de pistola con comandos policiales y civiles que arrestaron al gobernador Ricardo Obregón Cano y a su vice Atilio López (luego amenazado y acribillado por las Tres A). Lacabanne, un brigadier que siempre decía actuar en nombre de Isabel, volvió a colgar en el cuartel de la policía cordobesa la fotografía del ex jefe Navarro, que entonces estaba prófugo de la Justicia.

De las cuatro situaciones con Alicia que más recuerdo, dos son festivas. Esto seguramente por la simpatía - 278 -

chispeante y el carácter eternamente bien dispuesto que tenía. La primera transcurre durante todo un día domingo en el río Cosquín. A la altura de Río Ceballos, habíamos arribado en dos vehículos con varios compañeros del PRT y el Frente Peronista Revolucionario. Recuerdo que en un momento de nuestro recreo, luego del asado, jugando en el agua me acerqué a ella desde atrás, y empujando fuertemente con mis dos manos sobre sus hombros, la hundí. Durante un rato logré mantenerla abajo, pero su formidable fortaleza pronto le permitió librarse de mi presión. Por dos veces, ella me devolvería la broma. Era tan fuerte, que al hundirme resultaba desesperante tratar de quitar de mi cabeza aquella potencia de sus manos, que me mantenía bajo del agua. Cuando lo hizo por segunda vez, luego de emerger casi ahogado aduje, pues, que “me estaba congelando”, y salí del río, pisando cuidadosamente sobre las piedras que, como un puentecito, conducían a la orilla. ‒¡Ahhhh! ¡huyes, cobarde...! ‒me cargaba Alicia, dándose cuenta de los verdaderos motivos de mi salida. La segunda fue una fiesta nocturna. Una chica rubiecita, de apellido Gómez, santiagueña, paseaba por Córdoba entonces y me parece haberla encontrado por casualidad. Ella es socióloga ahora, y enseña en la UNSE, según creo. Era ‒es‒ muy bonita y algo ingenua. Recuerdo sus ojos muy abiertos al vernos, esa noche, exhibiendo escopetas recortadas, pistolas, y fotografiándonos con esas armas contra un fondo de afiches revolucionarios. La casa ‒amplia, de estilo antiguo‒ era de un dirigente sindical de los trabajadores de Perkins, fábrica asociada a Ford. Ya bastante borracho, “La Cigüeña” (lo llamaban así - 279 -

por ser un flaco muy alto), no tuvo mejor idea que llevarnos a una habitación donde comenzó a extraer, de cajones y armarios, todo tipo de armas. ‒¡Te saco una foto!‒, le anunció Alicia, trayendo la súper cámara que eternamente llevaba como si fuese una parte más de su cuerpo. La Cigüeña se puso entonces una boina, ladeada sobre el lado izquierdo de su cara, y se atusó los gigantescos bigotes. Se cruzó una canana con balas de escopeta sobre el pecho y enarboló una recortada. Así ataviado posó frente a un gigantesco retrato del Ché, que tenía pegado arriba del espaldar de su cama. Todos nos sacamos fotos como esa. Juntos o separados. Ya a la madrugada, Alicia se quedó dormida, en el suelo, a lado de unas macetas... Entonces a mí se me ocurrió ponerle granadas al lado, un fusil entre sus brazos, y fotografiarla... De allí, directamente, Alicia había ido a trabajar. Durante el día anterior, antes de la fiesta, había cubierto actividades sindicales y de los barrios. Cometió el error de entregar el rollo, tal como lo llevaba, a otros compañeros para que lo revelasen... ¡Cuando los compañeros vieron aquellas fotos, casi cayeron de espaldas!... “¡Qué liberalada!”, nos dirían los compañeros después, en tono reprobatorio. Por aquellas fotografías ‒que por supuesto suprimieron‒ nos sancionarían, a ella y a mí, dejándonos sin salir el siguiente fin de semana. El 14 de septiembre de 1973, en un gigantesco acto convocado sobre la avenida Vélez Sársfield para repudiar el golpe militar en Chile, conocí a quien sería la compañera de toda mi vida y madre de mis hijas. Gloria - 280 -

estaba detrás de mí, como a veinte metros de distancia, entre los estudiantes universitarios. La segunda vez que me di vuelta y encontré sus ojos, que brillaban, me acerqué con la excusa de pedirle un cigarrillo al “Pato”, un gringuito estudiante de medicina, que conocía y las acompañaba junto a su hermana. Desde entonces, con Gloria, no nos separaríamos más. La cárcel lo hizo, corporalmente, en 1976, pero nuestras almas siguieron unidas, hasta nuestro reencuentro definitivo, en 1982. Por mi esposa es que sé algo más de Alicia, que compartiría esta etapa de su existencia con ella en algunas de las mazmorras del Proceso. Sé que fue detenida en Córdoba, luego trasladada a Devoto. Durante su detención sufrió varias amenazas de muerte, entre las cuales se contó su traslado de regreso a la Penitenciaría de Córdoba, donde reinaba el tenebroso Menéndez. Luego de su libertad estuvo un tiempo en Europa, hasta que las condiciones políticas argentinas le permitieron regresar. Desde entonces, continuó trabajando con organizaciones sociales y asociaciones de Derechos Humanos. También me enteré, por compañeras de mi esposa, de su fallecimiento, el año pasado. Como un corolario de mi modesta recordación, en el día de su cumpleaños, reproduciré, abajo, el último e-mail que, a sus amigas y amigos, envió “Alisota” ‒como la llamábamos cariñosamente quienes la conocimos: Original Message ‒‒‒‒‒ From: Alicia Wieland To: Amigos Sent: 23 de julio de 2008

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Subject: Alisota / Amigos Mis queridos amigos, amigas, reenvío esto que me llegó... hasta su introducción representa todo lo que hubiese dicho y diría para tal día, los quiero mucho y les deseo lo Mejor, Alicia... Hola amigos: les envío estas líneas de Vinicius, que hace muchos años la publicó en los clasificados de un diario de Brasil. Por supuesto que no es una búsqueda: es la mejor descripción de la amistad que encontré. Para Ustedes, con el deseo de que sigamos así: siendo amigos... Se busca un amigo No necesita ser hombre o mujer, basta que sea humano. Basta que tenga sentimientos, que tenga corazón. Necesita hablar y saber callar, y sobre todo oír. Tiene que disfrutar de la poesía, de la madrugada, del sol, de la luna, del canto de los vientos y de la canción de la brisa. Debe tener un gran amor, o de lo contrario sentir la ausencia de ese amor. Debe respetar el dolor que todas las personas llevan consigo. Debe guardar secretos sin sacrificarse; pudo haber sido engañado (todos los amigos son engañados). No es necesario que sea puro, ni del todo impuro, pero no debe ser vulgar.

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Debe tener un ideal y miedo a perderlo. Debe sentir pena de la persona triste y comprender el inmenso vacío de los solitarios. Debe ser Don Quijote sin despreciar a Sancho. Que sepa conversar de cosas simples, del rocío, de las grandes lluvias, de los recuerdos de la infancia. Se busca un amigo para no enloquecer, para escuchar la noche o lo que se vio bello o triste durante el día. Los anhelos y las realizaciones, los sueños y la realidad. Se necesita un amigo para llorar, para asomarse al pasado en busca de memorias queridas. Un amigo que nos abrace sonriendo o llorando, pero que nos abrace. Vinicius de Moraes Gracias a Marta Quiroga (quien envió un pps con las fotografías al Grupo “Caramelo Mágico”: [email protected]).

Comentarios

Nelso Del Vecchio

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Gracias Julio por el relato !!! me dio mucha emoción encontrar en la historia de Alicia Weiland el nombre de un compañero de exilio, Nelso Del Vecchio!... él vivió en Bruselas varios años... y después de la vuelta a la democracia volvió a Oncativo, su pueblo (también murió hace unos dos años). Qué historias... tantos recuerdos... Ahora me voy a tomar unos mates, me entró la nostalgia, entremezclada de tristezas y lindos recuerdos de aquellas negras épocas... Un abrazo y buen finde ! Alicia Jardel Professeur Belgique Anotado por: Alicia | 12/09/09

Reuniones políticas Hola Julito: Conocía a Alicia por algunas reuniones políticas de aquellos años, pero nunca hablé con ella. Sí conozco a Guillermo (que vive en Francia) y a Moira, su hermana pintora... Gracias por el recuerdo. Te cuento que el diputado Blas García, detenido en esa ocasión con Obregón Cano, es mi cuñado, casado con mi hermana Marta. ¡Qué recuerdos!!! Un abrazo fraterno. Piro. Anotado por: Carlos Garro Aguilar | 12/09/09

Hermana de Nelso - 284 -

Julio: no te conozco pero leer todo lo que contás me conmueve profundamente. Mi nombre es Mari, soy la hermana menor de Nelso Del Vecchio, al que he querido y admirado muchísimo. De él aprendí tantas cosas y aunque a veces discutíamos sobre política porque yo soy peronista, ahora entiendo que en esa época él no estuviera de acuerdo por lo que vos sabrás. Él murió en noviembre de 2000. Me gustaría que pudiésemos hablar personalmente, porque habrá tantas cosas que vos sabes de él y nosotros no y viceversa. Ojalá leas este mensaje y me contestes. Besos. Mary Anotado por: MARY | 14/07/10

Respuesta del autor Mary: ¡me da mucho gusto conocerte! Tuve mucho afecto por Nelso... ahora comprendo una impresión que tuve, la primera vez que conversamos de política. Estábamos en mi casa, en presencia de mi abuelo... también estaban el Dr. Pettigianni, su hijo y su novia... Nelso hablaba sobre “el proyecto burgués de Perón”. De repente mi abuelo, que era un peronista “de la primera hora”, lo interrumpió, defendiendo a Perón. Y Nelso, con mucha serenidad, cambió de tema... esa diplomacia me llamó la atención, generalmente los compañeros del PRT eran algo cerrados respecto del peronismo... Ahora comprendo que él, - 285 -

teniendo miembros de ese origen en su familia, fuera cauteloso. Bueno, tengo el propósito de escribir algo sobre nuestras experiencias en común con Nelso. Apenas lo tenga lo publicaré aquí... Un saludo afectuoso. Julio Anotado por: Julio | 15/07/10

Pocos con quienes hablar de los ‘70s… Gracias julio por contestarme. Hay tan poca gente con la que se pueda hablar de aquello, y lo entiendo. No era fácil para el común de la sociedad estar al tanto de lo que realmente ocurría porque desde los medios, que por otra parte estaban en manos de la dictadura, no te comunicaban la realidad. Nosotros sí sabíamos algo pero el miedo no nos dejaba hablar. Es un gusto haberme enterado de cosas que nunca supimos. Te agradezco la extensa nota q escribiste. Te envío cariños. Anotado por: MARY | 15/07/10

Memoria El recuerdo es lo que quedará por siempre, y creo que gracias al recuerdo, podremos tener siempre presente lo que sucedió, para que jamás vuelva a repetirse. Creo que estáis haciendo una labor muy importante, y es que estos casos no se pueden olvidar jamás para que no se vuelvan a repetir. Anotado por: Silvia Segades | 28/08/10

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Silvia, los españoles parece que no quieren recordar, porque apenas el juez Garzón quiso investigar el genocidio de Franco, le pararon la mano y encima lo enjuiciaron. Patético. Anotado por: Rolo Diez | 28/08/10

Hermana de Alicia Julio No te conozco.... te agradezco enormemente lo que has escrito sobre mi querida hermana, Alicia. Me ha conmovido de tal manera, que recién hoy, después de casi dos años de su muerte he podido volver a retomar su lectura... Me gustaría mucho conversar contigo, espero te comuniques vía mail… Un abrazo grande Moira Anotado por: Moira Wieland | 28/11/10

Respuesta del autor Moira, gracias por tu comentario. También le tuve muchísimo afecto a mi amiga Alicia. Anotado por: Julio | 28/11/10

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Poema Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo; un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar. La vida es corta y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha, la muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor. La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada; lo que era todo tiene que ser nada. Sólo me queda el goce de estar triste, esa vana costumbre que me inclina al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina. J.L.Borges. In Memoriam Alicia Wieland (Septiembre, 1948 - Agosto, 2008) Hoy 30 de enero 2013, más de cuatro años después, te tenemos presente Eileen Anotado por: Eileen Wieland | 31/01/13

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26. El Bonzo Querido Bonzo: Fue una sorpresa, te fuiste sin avisar , no sabemos que te estaría pasando... , nos quedamos un poco más solos, pero siempre acompañados con tu sonrisa , y tu fuerza para pelear y tu alegría para vivir. Siempre un poco “ inconsciente” encarando contra los molinos de viento. Propugnando la unidad. No viviste la vida al pedo, te jugaste por lo que creías que había que hacer y te fuiste dejando en otros corazones lo que en el tuyo se apagó; el fuego de la lucha por un país socialista… ¡¡¡Hasta la victoria siempre!!!! Chirola (Enviado al foro Caramelo Mágico, el 17 de marzo de 2010).

El 23 de enero de 1976 como a las siete de la mañana, me sacaron del calabozo mugriento donde me tiraban, con los ojos vendados y las manos esposadas a la espalda, durante once días, cuando descansaban de torturarme. - 289 -

De la Dirección de Informaciones, donde un mes antes habían matado con la picana a un muchacho de la JP ‒y “gracias a ello” quienes caíamos después, recibimos un trato “más benévolo”. (1) Es decir, nos torturaban hasta un cierto límite, con la asistencia de un médico, que nos auscultaba cada tanto para constatar si podía seguir resistiendo nuestro corazón. Al llegar a la cárcel, luego de pasar otro “examen” médico, fui llevado al pabellón de los guerrilleros. Me recibieron una multitud de caras sonrientes. De ellas recuerdo particularmente cuatro: las del Bonzo, Mataco, Larguirucho y Miguel. Trataré aquí de reconstruir algunos pasajes de ese periodo, entre enero y septiembre de 1976, en el cual compartimos con Atilio Basso ‒”El Bonzo”‒, aquella cárcel que muy pronto se convertiría en un Campo de Concentración. Ternura Luego de que hube desayunado abundantemente, dialogando con los compañeros que me rodeaban, algunas horas después de mi llegada dos mujeres guardiacárles me trajeron a mi hija. Anahí tenía seis meses, estaba con mi esposa Gloria, a quien gracias a un Hábeas Corpus presentado la misma madrugada de nuestra detención, habían trasladado al pabellón femenino de esta cárcel. En ese momento yo no sabía eso; cada hora de los once días vividos mi alma había padecido por encima de las torturas la espantosa angustia de pensar que mi compañera y mi hijita estarían pasando por iguales o peores circunstancias. Cuando la recibí en brazos, junto con el bolso de los pañales, me sentí arrobado... ¡ella estaba tranquilita, como - 290 -

si no hubiese ocurrido nada!... Como transportándome en un sueño, me retiré a una de las últimas camas de la inmensa celda, que compartíamos con otros treinta compañeros. Dejando el bolso a un costado, me sumí durante un largo rato en la contemplación de mi hijita. Cuando volví un poco en mí, noté que había tres compañeros que me observaban sonriendo, desde la hilera de camas de enfrente. Eran Larguirucho, Mataco y El Bonzo. Entonces Larguirucho, que era músico, trajo su guitarra para dedicarnos un tema. ‒¿Cuál era tu nombre de guerra? ‒me preguntó Mataco, cuando se acercaron. ‒Mariano, contesté. ‒Bueno ‒dijo el Bonzo‒, te lo hemos cambiado. A partir de ahora, te llamarás “Ternura”. Una escuela de cuadros Aún dentro de las restricciones que la cárcel impone, los militantes presos disfrutaban a principios de 1976 un estatus privilegiado. Los aproximadamente doscientos varones y cien mujeres alojados en la Unidad Penitenciaria N° 1 podíamos elegir nuestra “ranchada”. De tal modo, el PRT y Montoneros ‒las mayores organizaciones‒ controlaban prácticamente áreas completas de cada pabellón. Casi como una “zona liberada”, donde los empleados carcelarios entraban con prudencia, luego de solicitar autorización. Así también, nuestras celdas funcionaban como “escuelas de cuadros”. Es decir, lugares donde los compañeros con mayor experiencia impartían sus conocimientos. Por lo demás, teníamos derecho a ingresar libros, con lo cual habíamos formado una inmensa biblioteca - 291 -

comunitaria, a tener “visita privada” de nuestras esposas o novias, una vez por semana, y a manejar dinero, recibir paquetes, cartas, ropa de todo tipo. Nuestro régimen interno ‒establecido de común acuerdo por PRT y Montoneros‒ era estricto: a las siete gimnasia, ocho desayuno, nueve reuniones de equipos, doce almuerzo, dos de la tarde actividades artesanales, cuatro de la tarde merienda, seis reuniones de estudio hasta las nueve de la noche, en que se cenaba. Cotidianamente se salía al patio, donde se practicaba gimnasia y los diferentes equipos disputaban rotativamente un campeonato de fútbol. Contábamos con tres pabellones, donde las decisiones colectivas se tomaban entre las conducciones del PRT y Montoneros. Ellos eran el pabellón seis (planta baja), el ocho (planta alta) y el once (en un sector nuevo del penal). El pabellón nueve ‒en ángulo recto con el ocho, y que también era de presos políticos‒ se había constituido con miembros de otras organizaciones de izquierda, no guerrilleras, sindicalistas o políticos, que habían pedido ser trasladados allí. Hacia febrero de 1976 nuestras organizaciones decidieron establecer una Dirección General en la cárcel. Para ello, se seleccionaron a los compañeros que se consideraban adecuados y se solicitó a la dirección del penal su traslado a un mismo pabellón. Debido a esto el Bonzo, Larguirucho, Miguel y yo fuimos trasladados arriba, al Pabellón 8, donde se constituiría la dirección de PRT y Montoneros. El golpe

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El 24 de marzo de 1976 nos despertaron las marchas militares, desde las radios. En la cárcel disponíamos aún de libertad para dormir el tiempo que quisiéramos, pero nadie se levantaba después de las 6:00. Nuestro Partido (Revolucionario de los Trabajadores) había fijado el inicio de actividades a las 5:30 en verano, a las seis en invierno. Los montoneros solían ser más flexibles; no demasiado. “¡Golpe!: están leyendo el comunicado de los milicos, una y otra vez”. La noticia recorrió las celdas, donde se desayunaba en equipos o se practicaba gimnasia. Eran celdas colectivas, habitadas por un promedio de entre 15 o 20 presos políticos. Una enervante desazón recorrió fugazmente los ánimos; aún estaban frescos los recuerdos de las masacres de Pinochet. Y por nuestra realidad reciente, se esperaban acciones similares aquí. El tiempo demostraría que la masacre a efectuarse en la Argentina sería diez veces peor y aún más perversa que la sufrida por los chilenos. No ocurrió nada, en lo inmediato. Sólo dos días después nos dirían que se habían suspendido las visitas. Tampoco se podían sacar cartas: estábamos incomunicados. Al tercer día por la tarde, vinieron los guardiacárceles con presos comunes y nos quitaron lo que calificaban como “excedente”: libros, mercadería de reserva, radios, ollas y otros adminículos, dejándonos casi únicamente con lo puesto. También nos quitaron frazadas y almohadones: quedó solamente una colcha, una almohada y dos sábanas por persona. Ante los airados reclamos, los oficiales del servicio penitenciario decían hacerlo “por orden superior”. Sólo mirando furtivamente hacia los costados un guardiacárcel se atrevió a cuchichearle a un compañero: “¡Tengan - 293 -

cuidado: los milicos se han hecho cargo del penal... estamos rodeados de «verdes» por todos lados!” Primeras ráfagas Surgieron diferencias con la dirección de Montoneros. Ellos sostenían que debíamos manifestarnos “con firmeza” frente a la ocupación militar del penal, y lanzar ese mismo día una “cacerolada”. Esto es, manifestarnos frente a las rejas de entrada al pabellón, golpeando cacerolas y haciendo el mayor ruido posible. Incluso se había hablado de quemar colchones. Finalmente se concedió que esto no era conveniente, pues no había ninguna garantía de recobrar los colchones una vez quemados. Nuestro partido consideraba que esto era imprudente. Que no se debía subestimar a los militares: una manifestación podría darles una excusa para que se lanzasen sobre nosotros a asesinarnos. Los compañeros de Montoneros alegaban que hasta ahora siempre se habían obtenido resultados favorables con la manifestación. A esto respondían los directivos del PRT que la situación hoy era diferente: se habían eliminado las garantías constitucionales, estábamos prácticamente a disposición absoluta de ellos, y encima, incomunicados. Y no eran bebés de pecho: durante el periodo anterior, se había registrado un promedio de 40 a 80 muertes semanales en Córdoba, y esto bajo un gobierno constitucional. ¿Qué serían capaces de hacer los milicos con todo el poder a su disposición?... Finalmente no se llegó a acuerdos; ellos se manifestarían y nosotros tampoco pediríamos cambio de pabellón ni mucho menos, pero nos mantendríamos silenciosos. A las tres de la tarde la organización - 294 -

Montoneros comenzó una ruidosa manifestación frente a las rejas de entrada, en el pabellón. Golpeaban todos los objetos metálicos de que disponían, gritaban “Aquí están, ellos son, los soldados de Perón”, y desfilaban cantando a voz en cuello, con la música de una marcha militar: “No, no, no respetamos las botas Ni, ni, ni la vamo´a respetar Por, por, porque tenemos los fierros y el, y el, y el, ejercitó popular”... La manifestación terminó como a las cinco de la tarde, sin que se percibiera la menor presencia militar. Se veía, como siempre a los “empleados”, con sus uniformes grises acerados. Algunos de sus oficiales se habían acercado para ordenar volver a las celdas. Los compañeros montoneros les habían dicho que se iban a continuar las manifestaciones, todos los días, hasta que devolvieran los elementos secuestrados y se restableciera la comunicación normal con los familiares. Un compañero de nuestra dirección, el “Turco” Moukarsel, se acercó también a dialogar con los oficiales, para decirles que el PRT apoyaba los reclamos de Montoneros. A las seis de la tarde tomábamos el matecocido cuando entró un compañero pálido: “¡Los milicos!”, dijo “¡Hay como un millón frente a la reja!... ¡Están todos armados con FAL!”... Se nos congeló la sangre. Por reflejo fui hasta la ventana: en el ancho patio, en cada esquina había un paracaidista tirado en el suelo, ante ametralladoras pesadas. Gritaron “¡Atenciooooón! ¡Todo el mundo contra la pared!”... y comenzó el infierno. - 295 -

Bauduco El primer día que entraron los militares en nuestro pabellón dejaría un muerto. A las cinco de la mañana, con griterío alucinante, ruido de botas y bayonetas, unos cien soldados, suboficiales y oficiales del Cuerpo de Paracaidistas ingresaron al pabellón ocho. Celda por celda, las iban abriendo y mientras los oficiales ordenaban que nos desnudáramos poniéndonos contra las paredes, los suboficiales y soldados nos golpeaban usando garrotes de goma con núcleo de acero. Desnudos, nos gritaban que bajáramos al patio, azuzando con las puntas de sus bayonetas a quienes se rezagaban. Para ello debíamos lanzarnos por una estrecha escalera, en cuya entrada había tres soldados que golpeaban en los testículos a los que íbamos llegando. Para evitar ese golpe me lancé hecho un ovillo hacia los escalones, e increíblemente llegué abajo, salvando el descanso y otros soldados sin un rasguño. Corrí al patio y me puse contra la pared. Tiritábamos: esa madrugada la temperatura estaba por debajo de cero. En el medio del extenso perímetro, dos soldados con ametralladoras pesadas, tirados en el suelo nos apuntaban. Allí, en la semioscuridad del amanecer, continuaban golpeándonos, gritando insultos e “interrogando” de un modo absurdo a los prisioneros, que ya habíamos llenado el largo de las paredes. De repente, se escuchó el estampido de un tiro. Y vi pasar una mancha oscura, densa, por la canaleta del desagüe bajo mis pies descalzos. Era la sangre de Paco Bauduco. Un suboficial lo había golpeado con la goma en la nuca y no se había podido levantar. Un oficial ‒creo que Monner Ruiz‒ le había dado la orden de que lo ultimara. - 296 -

Miguel A Miguel lo mataron más tarde. Por entonces ya habían empezado a fusilar compañeros sacándolos de la cárcel de madrugada. Así, fueron ejecutados Vaca Narvaja, De Breuil, Miguel Ángel Mozé, José Svagusa, Ricardo Verón, Ricardo Yung, Diana Fidelman, Marta Rosetti, María Barberis... y varios más, hasta llegar a veintinueve. (2) Miguel era uno de los dirigentes del PRT que más éxito con las chicas tenía: moreno, de ojos verde claro, por lo demás era un Adonis. ¿Habrá sido esto uno de los factores que exacerbó la saña de los milicos? El primer factor, aparentemente, fue que durante una de esas “requisas” cotidianas, donde nos desnudaban, un oficialito descubrió cerca de su ingle una tira de cicatrices. ‒¡Esto es una ráfaga de ametralladora!... ‒gritó.‒¿Adónde te la han hecho, hijo de puta?... Miguel, por cierto, no contestó nada y resistió heroicamente la paliza posterior. Pero el oficial fue a la alcaidía y consultando los expedientes supo que había sido capturado durante el famoso ataque a la Jefatura, donde unos cien guerrilleros del ERP habían puesto en jaque durante varias horas al principal cuerpo policial, en pleno centro. A partir de entonces comenzaron a sacarlo mañana y tarde. Bajo la vigilancia de tres o cuatro soldados armados, otros dos, un oficial y un suboficial, lo golpeaban con las pesadas gomas ‒y alguna vez con bolsas de arena‒, hasta quedar cansados. Miguel iba saliendo más dificultosamente de cada paliza. Cuando volvía a la celda, su cuerpo empezaba a no soportar las curaciones improvisadas a que tratábamos de - 297 -

someterlo. Se iba hinchando y la piel comenzaba a caérsele por pedazos. Entonces yo solicité una reunión urgente y propuse insurreccionarnos. ‒La próxima requisa grande que entre, los primeros en salir inmovilicemos al oficial, los suboficiales y quitémosles las armas. Luego soltemos a los demás compañeros y avancemos hacia fuera. Dos compañeros armados que vayan inmediatamente a liberar a las compañeras... Así seguía mi propuesta, surgida de la indignación. El Bonzo, Dico Assadurián y Larguirucho acordaban conmigo. Con nobleza que me conmovió profundamente, uno de los pocos que se opuso, fue el mismo Miguel. Pese a ello, se envió la propuesta rápidamente, en papelitos, a todas las celdas del PRT y Montoneros, incluyendo las compañeras. Pero prevaleció la “prudencia”; nuestra moción fue rechazada. Miguel murió luego de quince días de golpes brutales, punzadas de bayoneta, pisotones, trompadas. Su cuerpo hermoso se había convertido en un guiñapo sanguinolento. Su nombre real era Carlos Alberto Sgandurra. Era tucumano, y arquitecto. La sonrisa del Bonzo Cada noche nos contábamos películas, rotativamente, para distraer nuestra imaginación. También rotativamente, cambiábamos de camas, pues de ese modo quienes quedaban más cerca de la puerta ‒y por ello recibían los primeros golpes cuando entraban los milicos‒, no eran siempre los mismos. - 298 -

Convivíamos unos veinticinco compañeros, en una ancha celda más o menos semejantes a las demás. Cada día, además de la gimnasia, reuniones de análisis político, escribíamos lo que iba sucediendo con Federico Bazán. Por ser él director de cine y yo periodista, nos habían designado para informar lo que estaba sucediendo. En “canutos” (huecos hechos durante el período democrático), en pisos y paredes, guardábamos papeles de cigarrillos, yerba, lapiceras, azúcar. En esos papelitos de cigarrillos, enrollados y envueltos en pequeños plásticos que sellábamos con fuego de fósforos, salieron los primeros informes sobre la UP1, que los organismos de Derechos Humanos publicaron en Colombia, México y Europa luego. Los presos comunes, con quienes nos conectábamos por las noches y las madrugadas, eran los encargados de sacar nuestros textos garrapateados bajo la luz de una vela. Entre otras actividades que organizábamos ya como resistencia, bromeábamos. Era la forma más linda de resistir. El Bonzo y Larguirucho se destacaban. Larguirucho por sus canciones, el Bonzo por su chispa cómica y su indeclinable sonrisa. “Para vos, todos somos personajes... porque tu mundo, es de historieta”, le contestó Federico Bazán a “Larguirucho”, una tarde. Porque Larguirucho le había repetido “Federico... qué personaje que sos....” Días más tarde a Larguirucho lo mataron. Vinieron tres oficiales del ejército, poco después de las nueve de la noche. Él era muy alto. Sobresalía entre los militares, le ataron con una soga sus manos a la espalda. Sus manos de violonchelista. Yo lo vi. Pues me tocaba dormir frente a la puerta de la celda. Los ojos azules de un oficial brillaron bajo la franja negra que proyectaba el casco. No los olvidaré jamás. - 299 -

El Bonzo estaba al lado de mí cuando lo sacaron a Larguirucho Tramontini, para matarlo. Desde el siguiente día su sonrisa y sus reflexiones, siempre sensatas, me ayudarían a soportar esta nueva pérdida. Creo que el Bonzo era el militante perfecto. Aquél hombre nuevo que todos queríamos ser, pero la mayor parte de nosotros no alcanzábamos. Él sí. Por eso creo que ahora mi amigo, Atilio Basso, “El Bonzo”, está definitivamente en el Cielo.

(1) El peronista de derecha Bercovich Rodríguez, interventor de Córdoba, había “ordenado terminantemente” que “cesen los apremios ilegales de fuerzas policiales para combatir a la subversión. Esto debido al escándalo político suscitado por la muerte del joven Ciriani, quien indignado por las torturas salvajes a que sometían a una joven embarazada, aún con los ojos vendados y manos esposadas atrás, la había emprendido a patadas contra los policías de Investigaciones. Luego de reducirlo, se habían ensañado con él, y prácticamente lo habían destrozado. Su padre, un antiguo dirigente peronista de Río Cuarto, había conseguido que La Voz del Interior publicase las fotos del cuerpo lacerado de su hijo, y en el Senado provincial se solicitara un informe sobre las torturas a la Intervención Federal. (2) Los militantes populares asesinados, entre abril y octubre de 1976, en la UP1, cárcel de Córdoba: Raúl Augusto Bauducco - 300 -

Eduardo Daniel Bartoli Miguel Ángel Mozé José Alberto Svagusa Luis Ricardo Verón Eduardo Alberto Hernández Diana Beatriz Fidelman Ricardo Alberto Yung Carlos Alberto Sgandurra José Ángel Pucheta Claudio Aníbal Zorrilla Miguel Ángel Barrera Mirta Abdon Esther María Barberis Marta Rossetti de Arqueola José Cristián Funes José René Moukarzel Osvaldo De Benedetti Miguel Hugo Vaca Narvaja Higinio Arnaldo Toranzo Gustavo Adolfo De Breuil Ricardo Daniel Tramontini Liliana Páez Florencio Esteban Díaz Pablo Alberto Balustra Jorge Oscar García Oscar Hugo Hubert Miguel Ángel Ceballos Marta González de Baronetto

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27. El que ordenaba a todos En 1955, cuando derrocan al peronismo, mi tío Agustín queda sin trabajo por su militancia. Poco después, Spaini, un empresario peronista, consigue que lo designen, como gerente, en la Cámara de Comercio e Industria de Santiago del Estero. Mi abuela Corina, cuyo idioma natural era el quichua, intenta contarle eso en castellano a una verdulera, que detenía su caballo cotidianamente frente a casa. -Usté no sabe, señora, qué puesto importante le han dado a mi hijo... -¿En dónde?, se interesa la mujer, desde el caballo, agobiado por dos gigantescas alforjas rebozantes de zapallos, lechugas, zanahorias, rabanitos. -En la cámara de comercio -contesta mi abuela. -Ah... ¿y qué puesto es?... -No sé... no me acuerdo cómo le llaman...-titubea la abuela Jita-...pero es el que les ordena a todos... -Entonces...-ayuda la verdulera-: debe ser ordenanza... -¡Sí! ¡eso! ¡Ordenanza lo han nombrao a mi hijo!... celebra, mi abuela Jita.

En el techo Cuando mi hijita Alejandra inició el Segundo Jardín encontró una compañerita nueva. - 302 -

-¿Con quién vives? -le preguntó. -Con mi mamá -contestó la niña. -¿Y tu papá?... ¿dónde está? -preguntó Alejandra. Entonces la chiquita, con ojos muy abiertos y cierta reverencialidad, señaló con el dedo índice, silenciosamente, hacia arriba. -¡¿En el techo?!... -se asombró Alejandra. -No... -aclaró tímidamente la niña: -mi papá... está... ¡en el cielo!...

El Universo plano De niño me extasiaba con las pinturas de Giotto. Más tarde, en la Academia, me resistía interiormente a encasillarlo entre los “primitivos”. Es decir, aquellos artistas previos al Renacimiento que “no conocían aún” la Perspectiva. A lo largo de esta existencia me sublevó que grandes artistas egipcios, sumerios, hindos, mayas, fueran colocados en casilleros de lo “no evolucionado”. La imposición europea del Renacimiento, cual cima del saber humano, me resultaba incómoda. Me esforzaba por controlar sus técnicas, pese a ello, para evitar el desdén de los profesores, o lo que era peor, una baja nota. A los 13 me entusiasmé mucho con Pablo Ruiz, más conocido como Picasso, quien reverenciaba al arte africano y ponía en cuestionamiento grave las pautas matemáticas y culturales del Iluminismo. Aunque me atrajo una “derrota” dialéctica frente un presuntuoso abogado porteño amigo de mi madre, en el fondo de mí, quedó la obstinada sospecha de haber sustentado intuiciones correctas. Pese a no contar, en esa edad tan temprana, con argumentos racionales para demostrarlo. Ya saliendo de mi juventud y - 303 -

en la cárcel (a los 28 años), comencé a comprender la indemostrabilidad de cualquier concepto. Y la demostrabilidad de todos. Puesto que la Razón es sólo un artilugio de los sentidos. Y lo que llamamos Realidad un entramado de convicciones, desarrolladas o impuestas por la Conciencia Humana. Hace relativamente poco (unos treinta años) la Física Cuántica estudia, como acercamientos muy precisos a un panorama relativamente cierto, dos concepciones: la de una “gelatina cósmica” (energía en constante movimiento infinitesimal, modelada por las conciencias humanas para determinar procesos materiales) y la Teoría de Cuerdas. Según la cual universos paralelos co existirían, debiendo sus respectivas existencias a combinaciones sonoras, extraídas de las finísimas “cuerdas” cósmicas, en parte, por nuestras consciencias. La humana “realidad” contingente sería pues, para esta concepción científica, “un horizonte plano”. Es decir: exactamente como la concebían los antiguos artistas egipcios, sumerios, hindos, o nuestros mayas. Incluyendo, también, a uno de los más amados de mi infancia: el campesino Giotto Bondone. El terror y la calma Uno de los primeros días de septiembre de mil novecientos setenta y dos invité a Clara a rezar. Me dijo que no. Me esperaría afuera. Estábamos en la vereda de La Merced, yo quería demorar lo más posible el momento de la despedida. Pues sabía que entonces ella me iba a dejar. Subí la escalinata dejándola atrás, en la vereda, como un condenado podría haberlo hecho hacia la plataforma donde lo espera el patíbulo. No quería darme vuelta para mirarla pues comencé a temer que inmediatamente se - 304 -

fuera. Me dio terror la posibilidad de darme vuelta y no hallarla. Era un día tibio y luminoso como solían esas primaveras en Santiago, cuando no habían tantos autos y los lapachos todavía respiraban. Clara no había anunciado nada pero la media hora anterior que estuvo conmigo se había mantenido inusualmente seria y seca. Entonces comencé a percibir, en mi interior, que se estaba preparando para decirme lo peor.

La Felicidad La inasible felicidad suele venir envuelta con una plácida melancolía. Estudio la Felicidad desde niño. Tal vez porque me fue extremada, constantemente elusiva. Como el panadero que pierde su gracilidad al intentar cazarlo, la felicidad se presentaba para mí cual relámpago. O la pasajera imagen de un instante perfecto, sin posibilidad de constatación. Me internaba en el monte durante horas, casi siempre con mi hermano. Él era tan silencioso, tan unido a mí que ahora mismo me sorprendo al decir que iba conmigo. Ni él ni yo éramos otra persona, sino uno mismo. Con mi hermano aprendimos que no debíamos tratar de cazar a los panaderos. Cierta vez, a los seis años de edad, venía de piano una tarde nublada y pasé por el kiosco de Santiago Vicente. Este hombre amable me permitía hojear las revistas. El flamante número del Patoruzito semanal lucía sobre el estante pero no me alcanzaba el dinero para comprarlo. Entonces, con delicadeza extrema y ánimo furtivo lo tomé - 305 -

para leer, casi completo, el episodio de Vito Nervio (lo que por entonces más me interesaba). Salí del kiosco edificado. Por la suave tibieza de la tarde me parecía volar. A media cuadra, sobre la vereda del Hogar Escuela, había una especie de mástil (nunca supe con qué fin). En su basamento, apenas asomando un extremo, yacía una revista. No había nadie más que yo transitando por el lugar. La reconocí de inmediato: ¡Patoruzito! La levanté, hojeé nuevamente sus páginas... ¡Déjà vu! Era la misma que unos minutos atrás había hojeado en el kiosco. ¿Cómo podía ser que estuviera allí? Era el último número... Sin insistir en preguntarme algo, puse la cartera a un costado y me senté allí mismo, a leer completo el último número de Patoruzito. Después, lo dejé en el exacto lugar donde lo hallase. Y terminé de regresar a casa, maravillado.

28. Nelso Del Vecchio A: María Del Vecchio Agustín Giraudo Ana Cittadini

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Dormíamos profundamente; había sido un día muy agitado (uno más). Pero yo escuché un ruido: alguien estaba entrando a la casa. Con calzoncillo, sin nada arriba, me incorporé en la cama. Abajo había una escopeta, la tomé. Luego lo pensé mejor: “si salgo con esto, me van a acribillar...” La dejé a un costado, y enfilé hacia el pasillo. En la otra cama, dormía Nelso Del Vecchio. En la habitación de al lado, sobre un sofá, Rodolfo Mattarollo. Enfilé hacia el pasillo. El choque de un objeto metálico en mi cara me detuvo: simultáneamente, alguien gritó: “¡Quedate ahí! ¡Prendé la luz! ¡Prendé la luz!” La llave estaba a mi costado. Había un tubo fluorescente arriba; luego de parpadear un poco, nos iluminó. Un hombre fornido, rubio, como de cuarenta años, portando una pistola 45 en sus dos manos, que temblaban, gritó: ‒¡Dónde están los otros! Tras él había cuatro o cinco más, con escopetas recortadas y metralletas. ‒Durmiendo ‒contesté. ‒¡Ténganlo aquí!‒ordenó. Habían entrado forzando la persiana que daba a la vereda. ‒¿Quienes son ustedes? ‒me atreví a preguntar. Un morocho maduro estudió mi cara como considerando si valía la pena contestar. ‒Policía ‒murmuró luego. Era un allanamiento. Por suerte. Hoy puede parecer extraño que diga esto. Pero en aquella época ‒septiembre de 1973‒ que te vaya a buscar la policía y no las Tres A, - 307 -

para los militantes revolucionarios constituía aún el mal menor. Una multitud inmensa abarrotaba el estadio de Villa Luján. Las gradas repletas vitoreaban consignas: “¡Se van, se van, y nunca volverán!”, refiriéndose a los militares. El peronismo había ganado las elecciones, por mayoría absoluta, dos meses atrás. “El Tío” Cámpora presidía la república; muchos Montoneros ocupaban puestos clave en la Administración Pública nacional y las legislaturas. Se habían obtenido, además, gobernaciones, intendencias. Pero nosotros no éramos peronistas. Aún más: queríamos quitarle, al peronismo, su protagonismo social que considerábamos como un engaño a las masas. Estábamos en Tucumán por: “la necesidad de constituir una auténtica expresión de los trabajadores y el pueblo, de unir las luchas de todos los sectores sociales, los obreros, los campesinos pobres y pequeños comerciantes... verdaderamente interesados en llevar adelante una lucha por la democracia, en el camino de la liberación nacional y social, que acabe con el injusto sistema de dominación burgués‒imperialista... “y de constituir una sociedad más justa, sin explotadores y opresores, sin explotados y oprimidos, en la necesidad de unir todas las fuerzas del conjunto del pueblo ya sean socialistas, comunistas, peronistas, progresistas y revolucionarias, radicales y cristianos de izquierda, y demás sectores, que estén interesados en hacer la revolución contra la gran burguesía, la oligarquía y el imperialismo e instaurar un gobierno obrero y popular socialista” (Documento del FAS, febrero de 1973).

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Pregunté, a los jóvenes que llevaban brazaletes con una estrella roja, dónde estaba el sector de la Prensa. Me lo indicaron. En el centro del estadio, frente al escenario, un pequeño grupo de personas ocupaba la ancha tarima. Aquel espacio estaba separado de las graderías por una baja pared oval, sobre la que se levantaba una extensa valla alambrada. “Soy de la revista Posición”, les dije a quienes custodian el ancho portón. Me abrieron. Fotógrafos, jóvenes y muchachas, algunos con aspecto de extranjeros, caminaban por el reducido sector. Junto a brigadas de militantes revolucionarios. Una cámara de filmación cinematográfica había sido instalada frente al escenario. Pregunté a uno, al azar, si sabía cuáles eran los periodistas de la revista Posición. ‒Los que están allí‒, lacónicamente me contestó. Tres hombres y una mujer. Uno, canoso, como de cincuenta años. El otro, muy joven; la chica también, rubia. El restante ‒tal vez treintaicinco años‒, tenía algo, como unas herramientas metálicas, a su costado. Miré con atención y percibí las muletas. Era Nelso del Vecchio. Por una enfermedad de la infancia, sus piernas habían dejado de crecer. Entonces necesitaba esas herramientas de metal para desplazarse. Además de ellas ‒esto lo supe cuando fui a vivir con él, y ocupamos la misma habitación‒, debía colocarse unos zapatos especiales, que ajustaba alrededor de sus piernas con otros mecanismos metálicos, reforzados. Por lo demás, era un hombre agraciado. Su rostro poseía ese aire distinguido que vemos en algunos retratos - 309 -

nobiliarios, del Renacimiento italiano. Frente amplia, con entradas, cabello castaño suave, que llevaba corto y peinaba hacia atrás. Su personalidad era extraordinariamente cordial. Jamás profería alguna frase que pudiera ofender a sus interlocutores. Al convivir con él, comprobé que no era sólo una actitud pública. Constituía su verdadera personalidad. Un hombre calmo, refinadísimo en sus modales, medido. Algunos meses atrás ‒hacia fines de 1972‒ yo había recibido una misteriosa carta. Su contenido era gratificante: se me ofrecía trabajo como corresponsal de Posición, revista de Córdoba. ¿Cómo habían obtenido mi dirección? Rápidamente decidí que debían de habérsela enviado los compañeros de Nuevo Hombre, quincenario de Buenos Aires para el que por entonces escribía. En realidad no había sido así; pero eso es ya otra historia. Era una revista de izquierda, con tapa a color, de sesenta y cuatro páginas. Tiraba cinco mil ejemplares. Su propósito era cubrir la región centro‒norte del país. Mi primer artículo que se publicó allí, lo recuerdo, se llamaba “Santiago del Estero: la madre violada”... Era una historia de los obrajes y sus hacheros. Por entonces, con veintidós años de edad, estaba cortando, no sin dolores, mi cordón umbilical político. Toda mi familia era peronista, y desde 1946... me había criado bajo aquella mística. La revista Posición no me había marcado condiciones para los contenidos de mis notas. Así que comencé a escribir lo que quise y como quise. Mi tío, candidato a diputado por el justicialismo ‒en la vertiente que conducía Carlos Juárez‒, me había convencido de su voluntad industrializadora. En aquella - 310 -

ardiente defensa, había llegado a traerme copias de las futuras leyes, donde se abrían proyectos para instalar fábricas de todo tipo en Santiago. Dado que de los textos marxistas yo interpretaba que para sustentar al socialismo era preciso, primero, que se desarrollara suficientemente el capitalismo industrial... terminé escribiendo un artículo a favor del “proyecto industrial” de Carlos Juárez. Y en contra del otro sector justicialista, que minoritariamente, en Santiago, se recostaba sobre los simpatizantes de Montoneros. Esto llevó a equívocos, que con el tiempo pueden resultar jocosos. Unos meses después, cierta mañana me encontré en el centro de Córdoba con “Acho” Vidal. Este comprovinciano se detuvo para felicitarme, por la nota que había escrito en Posición... Me dijo ‒ante mi curiosidad‒ que estudiaba Ciencias de la Comunicación e integraba un agrupación justicialista de allí. Cuando a mediados de 1974, un teniente coronel apoyado por la policía derrocó al gobierno “por comunista”, me sorprendió ver, al día siguiente, que un comando había tomado, con armas de guerra, la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Lo había hecho para “librarla” de la “manipulación comunista” (el Partido Comunista controlaba el Centro de Estudiantes). La Voz del Interior publicaba una foto de la conferencia de prensa, que convocaron los atacantes... los conducía... “Acho” Vidal... Nelso Del Vecchio era quien decidía todo en Posición. El Dr. Ernesto Pettigianni (ese hombre canoso, alto, que se sentaba a su lado, en el congreso del FAS), figuraba como director. Pero el PRT (Partido Revolucionario de los - 311 -

Trabajadores), había dejado el control político, económico y operativo en manos de Nelso. Por eso cuando me presenté, ya que hasta entonces sólo nos habíamos comunicado por carta, fue Nelso quien me contestó que, al día siguiente, luego de finalizado el Congreso, querían ir a mi casa, para conversar. Iban a proponerme que fuese a vivir en Córdoba, para integrarme en el equipo de Redacción. La conversación sería para coordinar los detalles. Tomábamos mate con mi abuelo cuando llegaron. El invierno estaba transcurriendo muy frío, pero esa mañana había sol. Lo cual en Santiago siempre mejora extraordinariamente todo. Los invité a pasar y Nelso, Quico, Alicia y Pettigianni se ubicaron alrededor de mi abuelo, que presidía desde el interior la mesa rectangular. Nelso, por su limitación estructural, ocupó la cabecera contraria. Como una premonición de lo que enseguida iba a suceder. Tomamos mate dulce, acompañado por facturas, chipaco y tortilla. Una silenciosa mucama nos asistía, desde un lugar discreto, procurando que el agua nunca se enfriara. Entusiasmados por la repercusión del encuentro de Tucumán, que había sido verdaderamente multitudinario y donde había actuado Agustín Tosco, como su principal referencia, los hombres introdujeron algunos comentarios políticos. Hablaron del crecimiento de las organizaciones revolucionarias armadas, de la difusión de las ideas socialistas entre las masas. Mi abuelo los escuchaba en silencio. De repente preguntó: - 312 -

‒¿Ustedes de qué partido son?... Con paciencia, Nelso inició una medulosa explicación acerca de las fuerzas políticas, sindicatos combativos, agrupaciones campesinas, que constituían el FAS, Frente Antiimperialista por el Socialismo. Después de escucharlo un rato, mi abuelo Brígido redondeó: ‒En síntesis, ustedes están en contra de Perón... ‒Bueno, en realidad... Perón expresa una alternativa burguesa más, el bonapartismo, que busca la conciliación de clases y ha sido superada ya por el proletariado, que aspira hoy en día a una verdadera revolución socialista...‒contestó cautelosamente Nelso. Por un segundo, en los verdes ojos de mi abuelo percibí un brillo peligroso. Sin embargo, optó por la sorna. Lanzando una carcajada, dijo: ‒Vea su ocurrencia, amigo... ilusionarse con la idea de que cualquier grupito insignificante pueda ser capaz de derrotarlo a Perón... Incómodo, me preparé para una contienda de imprevisibles derivaciones. Nelso, sin embargo, no perdió en lo más mínimo su tranquilidad. Y con voz calma, respondió: ‒Don Brígido, respetamos y tenemos mucho cariño por el pueblo peronista... sólo tratamos de buscar un camino propio, para la juventud... ¿es que no tenemos derecho a pensar, también?... Mi abuelo observó por un momento la faz calma de Nelso y luego de algunos segundos dijo: ‒Bueno amigo... ojalá tengan suerte... pero yo les aviso no más que, ganarle a Perón... no creo que les sea posible.

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Los militantes del PRT no debíamos conocer demasiado acerca de nuestros compañeros. Por “cuestiones de seguridad”. Así que sobre Nelso Del Vecchio puedo recordar no demasiados detalles identificatorios. Su historia fue dibujándose en mi consciencia de un modo accidental, por una u otra alusión, a través de diálogos con otras personas. Que me permitieron reconstruir, aproximadamente, lo que sigue. Nelso y el doctor Pettigianni, quien ejercía como director en el Hospital Psiquiátrico de Oliva, eran amigos y habían comenzado a publicar un periódico en Oncativo, ciudad vecina donde residían. Esto debió haber sido más o menos hacia 1971 o 72. La imprenta en la que lo confeccionaban, pertenecía a un hombre de origen español, de apellido Díaz. Excelente impresor, trabajaba con la asistencia de un hijo, quien por entonces debía haber tenido unos veinte años. Recuerdo vagamente que allí solía trabajar también una joven, no sé si hermana o esposa de este muchacho Díaz. La imprenta contaba con una gran linotipo e impresora ‒herramientas antiguas pero muy eficaces. Además, guillotina profesional, otros accesorios como largas mesas de madera sólida, decenas de cajas con tipografía de bronce o aluminio, e instalaciones adecuadas, en una casa antigua del centro de Oncativo. En tales empeños toman contacto con alguien del PRT, que les propone hacer una revista de izquierda. Ofreciéndoles además financiamiento, para convertir al pequeño periódico de pueblo en publicación de tirada regional. En el “paquete” introducen también la adquisición de la imprenta. Los Díaz, al parecer, no lograban una renta suficiente. Entonces, al proponérseles vender su imprenta - 314 -

y continuar trabajando en esta como asalariados, aceptan enseguida. Además de la revista Posición y otros impresos políticos para el FAS (Frente Antiimperialista y por el Socialismo), esta empresa tomaba también trabajos comerciales. Por ejemplo, la revista Santiago Educacional, que había creado y dirigía mi padre. Estaba solventada con fondos del gobierno provincial. Se tiraban tres mil ejemplares, de 32 páginas, interior en blanco y negro, tapa a color. Los cuales luego se distribuían entre los docentes de la provincia de Santiago del Estero. Córdoba entre mediados de 1973 y fines de 1974 era un abigarrado infierno. Aunque por tramos muy estimulante ‒para quienes habíamos tomado como eje de nuestras vidas la acción revolucionaria. Combates a tiros casi todos los días, entre grupos revolucionarios y fuerzas policiales, que se desarrollaban en diferentes lugares de la gran ciudad. Grandes movilizaciones ‒ cualquier convocatoria socializante juntaba cuatro o cinco mil personas, que bloqueaban por completo la Vélez Sarsfield (una de las avenidas más anchas de Córdoba). El movimiento universitario era una ola constante; anegaban cotidianamente las calles con actos, volanteadas, carteles de todo tipo, pintadas, imaginativas o rústicas, cortes de calles, teatro callejero, títeres, hasta cine, en barrios y plazas públicas. La efervescencia sindical combativa, otro tanto. Organizaciones obreras protagonizaban paros, tomas de fábricas, volanteadas en los colectivos, además de seminarios culturales, encuentros sociales, actividades públicas en común con los estudiantes o centros vecinales. - 315 -

Miles de chicas y chicos universitarios, morenos, rubios, hispanos o asiáticos, que habían venido en algunos casos de otras provincias argentinas, le daban color especial a estas calles. El comedor universitario, inmenso espacio donde se desayunaba, almorzaba o cenaba pero también se efectuaban asambleas, prácticamente de un modo permanente, constituía asimismo un damero de bellas y bellos jóvenes, en su mayor parte muy politizados. Salir al parque, monumental y profusamente arbolado, luego de haber estado en el comedor universitario, significaba internarse en otro ámbito calidoscópico. Jóvenes que leían libros y los comentaban en grupos, sentados en rueda sobre el césped, acciones propagandísticas de asociaciones universitarias, pequeños puestos vendiendo libros y revistas, generalmente relacionados con el socialismo. Los marxistas Agustín Tosco en el sindicato de Luz y Fuerza, René Salamanca en el poderosísimo SMATA y el peronista Atilio López en la vice gobernación y la CGT, ofrecían un paraguas político formidable, para toda esta gigantesca ebullición política, que emergía, cotidianamente, en la segunda ciudad más grande de la Argentina. El bando contrario desarrollaba una actividad gigantesca, también. Aunque generalmente entre las sombras. No eran populares; casi en ningún momento se atrevían a efectuar actividades abiertas o a pleno sol. Pues solían recibir un inmediato repudio social. El “Comando Libertadores de América” (delegación de la AAA), integrado por ex policías y militares, asesinos comunes y peronistas de ultraderecha, tenía por entonces en Córdoba un centro operativo, tal vez mayor, incluso, del que rodeaba al gobierno de Perón en Buenos Aires. - 316 -

Pretendidamente la revista Posición, que editábamos, debía representar a un amplio espectro del “antiimperialismo y el socialismo”. Para ello, se había integrado un Consejo de Redacción integrado por representantes de cada una de las fuerzas políticas que integraban el FAS (Frente Antiimperialista y por el Socialismo). Periódicamente nos reuníamos, pues, con “El Negro” Reyna, periodista del diario Córdoba y representante de los CPL (Comandos Populares de Liberación, peronistas), Bischoff, periodista de La Voz del Interior y representante de las FAL (Fuerzas Armadas de Liberación, marxistas) fracción “Ché Guevara”, el Negro Jorge de la “Columna Sabino Navarro” regional Córdoba, Montoneros; un gordo librero, cuyo nombre no recuerdo, de la fracción de las FAL que se hacía llamar “América Latina”, César Argañarás (diario El Mundo), “Bigote” Colautti o “El Vasco”, por el PRT, El Gato, de OCPO (Organización Comunista Poder Obrero) y Graciela Palacio, representando al Frente Peronista Revolucionario. Este consejo asesor era coordinado por Nelso y Pettigianni. (1) Dije “pretendidamente” al comienzo de este parágrafo, pues en los hechos solía terminarse haciendo lo que el PRT decidía. No abiertamente, pues durante las reuniones, sus representantes “oficiales” mantenían una actitud amplia (en lo posible para sus concepciones, por lo general de ultraizquierda). Más tarde, en reunión del Buró Político partidario (donde nosotros no participábamos), se decidía, realmente, lo que se iba a publicar. Y qué cosas jamás llegarían a las páginas impresas de la revista Posición. Se lo comunicaban a Nelso, quien era el responsable político - 317 -

de la revista y él nos indicaba, luego, los trabajos correspondientes para la próxima edición. Nelso, pese a su limitación motriz, manejaba con gran eficacia su auto u otros vehículos. Nuestros criterios eran comunitarios. Así, un automóvil, una camioneta, grabadores, cámaras fotográficas u otras herramientas, no eran “propiedad de fulana o mengano”. Se ponía todo a disposición de la causa revolucionaria. Y lo usaba ‒o más bien‒, manejaba‒, quien fuese designado momentáneamente para ello. Se trabajaba con mucha intensidad. Sin horarios. Aunque, para intentar una apariencia de “legalidad”, manteníamos abierta al público la Redacción de la revista sólo en los términos comerciales. Llegué, ya con la decisión de quedarme en Córdoba, mediando el invierno de 1973, como a las seis. Para esa misma mañana, Nelso tenía programado un trabajo para mí. A las diez, debía buscarme un sindicalista metalúrgico. Que me llevaría a entrevistar al secretario General del SMATA, René Salamanca. Era el más poderoso dirigente sindical de entonces y pertenecía a un partido de izquierda “china” (creo que Vanguardia Comunista). Vinieron a buscarme, fuimos al SMATA y todo salió como estaba planeado. Nelso tenía una personalidad de cura. Su serenidad alentaba a tomarlo como consejero. Si a eso agregamos que vivíamos juntos, por las noches debíamos conversar un poco, casi obligadamente. Él solía mantenerse más bien reservado, aunque con actitud cordial. Fumaba mucho; ya en la cama, incluso, de acuerdo a la extensión de nuestros diálogos, llegaba en algunos casos a encender tres o cuatro - 318 -

cigarrillos. En eso se distinguía de todos nosotros. Para los revolucionarios de entonces, era casi un distintivo el fumar Particulares fuertes, sin filtro. Pronto algunos de nosotros adoptaríamos los Parisiennes, por entonces nuevos. Nelso fumaba rubios; si mal no recuerdo, Colorados con filtro. Con nosotros vivieron durante un tiempo, dos chicos, también de Oncativo, que formaban una pareja. Él se llamaba (le decíamos) Quico, era hijo del doctor Pettigianni; ella, Alicia (he olvidado su apellido, sólo recuerdo que era de origen gringo). Pero hacia fines de año se fueron a vivir en otra parte. Los fines de semana, viajaban todos a Oncativo. Entonces me quedaba solo, a veces con algunos vehículos en la vereda ‒de los cuales me dejaban las llaves‒. Solíamos andar juntos, con Nelso, casi por todas partes. Creo haberme convertido, de alguna manera, en su “mano derecha”. Mi incorporación al staff de Posición había sido una decisión del PRT, por un afán de profesionalizar técnicamente su producto. En sus autocríticas, el Buró Político había reconocido que se estaba componiendo una revista poco eficaz. Artículos mal redactados, diagramación deplorable, muchos errores de impresión. Entonces decidieron integrar a personas que consideraban “periodistas profesionales”. Pero “profesional” yo... ¿a los veintidós años?... Es cierto que ya había publicado artículos semanales, en el diario El Liberal. Y dos números de una revista cultural, SER. Pero ni en mi fuero íntimo me consideraba, aún, alguien suficientemente avezado en el campo del periodismo gráfico. ¿Qué los había llevado, entonces, a convocarme? - 319 -

Mi integración al Staff cordobés había venido por caminos poco convencionales. Francisco René Santucho, por entonces en la clandestinidad, y uno de los miembros del Comité Central del PRT, había sido amigo de mi padre. Y me había observado desde la infancia. Sólo después de haber trabajado por algunos meses en Córdoba llegué a enterarme ‒por caminos que en otro momento narraré‒ de su “recomendación”. En verdad integrábamos un abanico de publicaciones mayor. Sólo que nuestros vínculos permanecían disimulados ante el público. Controlábamos las ediciones de las revistas Posición y Patria Nueva. Esta última, a color y tamaño tabloide, se hacía en otra imprenta, de la ciudad de Córdoba. También la corresponsalía del diario El Mundo, de Buenos Aires. Y de vez en cuando introducíamos artículos en el diario Córdoba, vespertino que por entonces ocupaba el segundo lugar en el mercado local, junto con la Voz del Interior. Además de eso, hacíamos libros, varias revistas de sindicatos poderosos, como Perkins o Luz y Fuerza, e innumerables folletos, afiches, o desplegables para asociaciones vecinales, grupos artísticos, centros universitarios... Nuestro equipo completo estaba compuesto por unas catorce o quince personas, entre los cuales había fotógrafos, redactores y diseñadores. También un par de abogados. Pronto una situación fortuita ampliaría mi responsabilidad editorial. El Gordo T., arquitecto, y responsable de la diagramación, cometió un formidable error. Por su desacierto en el armado de los originales, un número de Posición salió con páginas que, en vez de ser consecutivas, se disgregaban. Es decir, en vez de pasar de la página 56, a la 57, por ejemplo, llevaban impresa en su - 320 -

reverso la página 7, por ejemplo; o de la 9 pasaba a la 43. Así con varios artículos. Con la agravante de que, al ser esta disposición involuntaria, no había ningún indicativo de dónde podía encontrarse el resto del artículo que se interrumpía abruptamente, pasando a otro tema, con frecuencia sin relación. Esto desconcertaba, pues en una revista voluminosa, con muchos textos y a veces letra pequeña, no era fácil encontrar una continuidad a las notas. Que sin duda impulsaban a los lectores a dejar de lado su lectura, directamente. La pérdida de aquella edición sulfuró a la cúpula del partido. Fue así que al día siguiente, mientras desayunábamos, Nelso me preguntó: ‒¿Te animás a diagramar la revista? Lo miré y dije: ‒¿Y el Gordo? ¿No va a trabajar más? ‒Hemos decidido enviarlo a otro frente, me contestó. El de los arquitectos y profesionales. Y ofrecerte a vos la diagramación. Eso por cierto, no aumentaba en un centavo mi salario. Significaba sólo un aumento de mi trabajo. Pero me gustaba dibujar ‒ellos lo sabían‒, y había estado trabajando, antes de venir, como diagramador de originales en la imprenta más moderna de Santiago. Entonces, siendo prácticamente el principal redactor de la revista, y ahora el diagramador, puede decirse que casi todo el aspecto formal quedaba concentrado en dos personas: Nelso y yo. Nelso proyectaba una editorial sobre las luchas sindicales de los trabajadores de la alimentación, por decir algo. Solía decírmelo enseguida: yo la escribía (generalmente a mano). Luego se la pasábamos a la mecanógrafa, esta chica Palacio que mencioné, del Frente Peronista - 321 -

Revolucionario. Ella la tipeaba en una máquina eléctrica, prolijamente sobre hojas de oficio. Que luego debíamos llevar al tipógrafo de la imprenta, el señor Díaz. Cuando todo el material estaba listo, nos avisaban. Entonces yo viajaba a Oncativo en una camioneta ‒a veces con Nelso, a veces solo‒, llevando resmas de papel, tarros de tinta u otros insumos, para aprovechar el viaje. También me llevaba el último número de la revista Crisis, o Militancia, para leer mientras el señor Díaz fraguaba la tipografía en plomo de los originales. Luego había que sacar pruebas y revisar escrupulosamente todo el material. Para, finalmente, armarlo en bloques de 16 páginas, que la máquina imprimía juntas en cada tirada. El 11 de septiembre de 1973 se abatió sobre Chile el golpe criminal de los militares conducidos por Pinochet. Inmediatamente recibimos un análisis de situación, enviado por compañeros del MIR. En este se denunciaba ‒con documentación probatoria‒, el papel auspiciante de la CIA en el armado de la masacre, a través, principalmente, de la ITT (International Telephone & Telegraph). Salvador Allende, que había cambiado el rostro de América del Sur, con su política socialista, había sido derrocado y asesinado. Al día siguiente ya recibimos algunos compañeros de Chile, que venían buscando apoyo para enfrentar la carnicería. Más tarde, comenzaron a llegar otros, que trabajosamente habían logrado cruzar la cordillera. Córdoba se convertiría en núcleo de agitación popular en contra de la dictadura genocida de Pinochet. Que - 322 -

auguraba un futuro negro para todos los países con gobiernos populares. El viernes 14 de septiembre se efectuó un acto que concitaría unas diez mil personas, llenando por completo la avenida Vélez Sarsfield, entre la Avenida Colón y La Cañada. El FAS, Posición, Patria Nueva y el diario El Mundo estuvieron entre sus organizadores. Habló Agustín Tosco, quien fervorosamente llamó a consolidar la unidad de los partidos y movimientos políticos con los trabajadores y estudiantes. “Para evitar, en las calles, el avance del imperialismo que utilizaba tácticas criminales, a través de ejércitos como el de Chile, y obligar a un retroceso en las aspiraciones legítimas de los pueblos”. Otros grandes oradores ocuparon la tribuna; aquella noche, estuvieron el dirigente nacional de la UOM, Alberto Piccinini, y René Salamanca, secretario general del SMATA Córdoba. El PRT había delineado certeramente el ámbito de radiación y carácter de sus publicaciones legales. Las noticias cotidianas, pues, se difundían a través del diario El Mundo. Su redacción estaba en un piso aledaño a la redacción del principal diario cordobés, La Voz del Interior. César Argañarás, su responsable político, solía reunirse todas las mañanas, muy temprano, con Nelso y el responsable de Patria Nueva, arquitecto Laje. Patria Nueva era una revista quincenal. Impresa a color y en tamaño de diario, presentaba artículos breves, amenos. Con un lenguaje sencillo, pues se intentaba llegar al público de masas. Especialmente a los obreros de las fábricas, en cuyas puertas se lo solía vender, a un precio bastante bajo. Ana y Alicia, sus dos fotógrafas, se encargaban de proveerles imágenes de todos los temas - 323 -

importantes de la quincena. Que después se publicaban en tamaños muy grandes ‒para el uso de la época. Su diagramación, daba especial importancia a estas fotografías. Posición era una revista de análisis. Solía editar información económica, documentos históricos, estudios de la situación política de la región. Daba preferencia a la narración de situaciones ejemplares, como El Sanfranciscaso. En este, toda una población de una ciudad fabril ‒San Francisco‒ había salido a movilizarse para apoyar las reivindicaciones de sus obreros. Logrando un éxito de resonancia provincial. Posición eludía un abordaje directo de los postulados del PRT o su ala combatiente, el ERP. Para ello, el partido contaba con otras dos revistas poderosísimas: El Combatiente y Estrella Roja. Que se hacían en imprentas nacionales (nosotros no conocíamos su ubicación, sí, que una estaba en Córdoba). Estas publicaciones, durante la “Primavera de Cámpora” llegaron a ser legales y venderse en los kioscos. Pero muy pronto debieron volver a la clandestinidad. Con Nelso, solíamos andar siempre juntos. Lo complementaba. Yo le compraba cigarrillos. Le acercaba el micrófono, cuando debía hablar ante mucha gente. Él me sostenía con su personalidad fraternal y su prestigio. A veces también con dinero, que yo siempre gastaba de más. En algunas reuniones me pedía que hablara, también. Teníamos gran afinidad. Era alguien muy conocido y respetado en los ambientes juveniles de la política revolucionaria. Íbamos al local del Frente Antiimperialista por el Socialismo, en la calle Maipú, y siempre teníamos un corrillo de chicas y chicos - 324 -

universitarios a nuestro alrededor. En aquel local desfilaban por centenares, durante todo el día. Grupos barriales, agrupaciones estudiantiles, conjuntos de teatro, artistas de todo tipo. La Primavera Democrática permitía un intercambio extraordinario, también, con otros países. Especialmente de Latinoamérica. Los jóvenes habíamos revalorizado nuestras identidades. Y nos interesaba más interactuar con peruanos, bolivianos, chilenos, que con europeos, como fuera habitual entre las franjas aculturadas del mediopelo argentino. Jóvenes de estos países, entonces, enriquecían esa gran asamblea cultural permanente, que era el FAS. Cada cual con sus estilos, a veces originales, cada cual con su obra de arte o su boletín. En el gran local había también una pequeña impresora, donde se hacían todo tipo de volantes y revistitas. Pero en eso no participábamos nosotros. Éramos, por cierto “la gran” revista de la izquierda, en Córdoba. Y debido a eso el prestigio de Nelso, que figuraba en letras impresas como su Secretario de Redacción. Sólo figuraban él y Pettigianni (porque la ley exigía editores responsables). Los demás, hacíamos nuestro trabajo de un modo anónimo. Por causa de esta familiaridad entre Nelso y yo nos iba a ocurrir un incidente desagradable, con el PRT. Habíamos ido al congreso del FAS en la capital de El Chaco. Durante dos días habíamos viajado, participado del multitudinario encuentro, regresado y aún sin haber ido a nuestra casa, siquiera a quitarnos el polvo de los caminos, en el local cordobés del FAS, Nelso me preguntó: ‒¿Podés hacer una síntesis rápida del congreso, para un volante? - 325 -

Le dije que sí; regresé y la escribí, a mano, con letra lo más clara que pude, para que fuese rápidamente entendible al tipógrafo. Actuamos con gran eficiencia. Sin descansar en absoluto, Nelso viajó a Oncativo, entregó el texto a la imprenta y a las cinco de la mañana ya estaba de regreso con los volantes, nuevamente en el local del FAS. Varios grupos de chicos y chicas, convocados por Nelso, salieron a volantear. Hasta allí todo bien. No recuerdo los detalles menores de ese día. Lo que sí recuerdo, es que aquella misma tarde, estando en el FAS, llegó El Vasco, uno de los responsables del PRT. Como cada vez que entraba un “peso pesado” la atmósfera se ponía algo tensa. Con extrema seriedad y sin saludar se dirigió a Nelso. ‒Quién hizo esto‒, dijo mostrando uno de nuestros volantes, impresos en papel amarillo, que tenía en la mano. ‒Nosotros, ¿por?... ‒Quién lo escribió... ‒machacó El Vasco. ‒Bueno... él lo escribió... ‒titubeó Nelso‒, pero es sólo una síntesis del Congreso... ‒Saquen eso, inmediatamente, de circulación‒ ordenó con frialdad El Vasco. ‒Pero... hemos hecho quince mil volantes...‒protestó tibiamente, Nelso. ‒Los sacan inmediatamente de circulación. Pásenles la guillotina y tírenlos a la basura ‒ordenó con voz impersonal el dirigente del PRT. Luego se retiró. Fue una situación tan incómoda. Tan indignante. No habíamos descansado un segundo para contribuir con lo que considerábamos un bien para la revolución, para el - 326 -

pueblo y para nuestro partido... y este cabecilla de aparato venía a decirnos que... tirásemos todo lo hecho a la basura. La causa ‒me lo narró después Nelso, quien fue convocado a una reunión y sancionado‒, era el no haber esperado a que, desde una reunión del Comité Central del Partido, nos “bajaran” (así se decía) un texto discutido por ellos, para recién publicarlo. * Ese y otros incidentes parecidos irían provocando en mí una actitud rebelde, que no iba a ser tolerada por la cúpula del PRT. Y que muy pronto me iba a traer consecuencias. La revista Posición fue invitada a participar, como organizadora, en un Congreso Internacional de Periodismo que se concretaría a mediados de septiembre de 1973. Organizada por la Facultad de Ciencias de la Comunicación, la acción ejecutiva era llevada adelante por el Centro de Estudiantes. Este a su vez convocó a los medios locales y organizaciones periodísticas profesionales. Se conformó un Consejo Organizador, que tendría a su cargo la supervisión de las actividades, su diseño, difusión, etcétera. Cada organización debía designar un representante. Fuimos a la primera reunión con Nelso y él me propuso, para representar al grupo a nuestra revista. Así, pasé a reunirme luego con los miembros del consejo, a veces en una señorial casa de las afueras de Córdoba, donde residía el dirigente del PC que conducía entonces al Centro de Estudiantes de Comunicación Social. Disponíamos de un gran número de locales y presupuesto suficiente para garantizar un buen congreso. Y así fue. Vinieron periodistas de diferentes partes del mundo, incluso, lo que para nosotros fue un orgullo, de Vietnam, que aún estaba en guerra con Estados Unidos. - 327 -

Se realizaron conferencias en el anfiteatro del Sindicato de Luz y Fuerza, proyecciones de películas en cines locales, almuerzos, cenas de camaradería, espectáculos artísticos. Entre muchos otros, actuaron Los Olimareños. Fue la última noche, luego del multitudinario cierre de este Congreso, que nos allanaron la casa. Habíamos regresado, luego de un debate en el local de Luz y Fuerza (con gente hasta en los pasillos), gratificados por el éxito, como a las dos de la madrugada. Mattarollo, que por entonces dirigía la revista porteña Nuevo Hombre, se acostó de inmediato. Con Nelso nos tomamos un té de boldo, para bajar la opípara cena de poco antes, e hicimos lo propio. No deben haber pasado más de dos horas de esto, cuando sucedió lo que conté en el primer capítulo de esta narración. Nos detuvieron el domingo por la madrugada. Para esa noche, estaba prevista una reunión del Comité Central del PRT en el local de la revista Posición. Por comodidad, los miembros del partido habían decidido juntarse allí. Era un local muy conocido por los militantes, así que quienes venían de las otras provincias llegarían a él con facilidad. Esto no era correcto: se mezclaban así los frentes Legal y Clandestino, cometiendo un “liberalismo” machaconamente censurado en los papeles por el Partido. Pero las cúpulas solían permitirse, frecuentemente, “liberalismos” que no toleraban a los de “más abajo”; me había dado cuenta de esto en el poco tiempo que llevaba allí. Posición era un centro neurálgico de la propaganda revolucionaria. Y a la vez, un lugar público. Tanto pasaban por allí “estrellas” de los sectores populares, como Agustín Tosco, René Salamanca, el “Negro” Vélez (de Sitrac‒Sitram) o el “Negro” Vila (Perkins), como - 328 -

distinguidos abogados, legisladores, revolucionarios cubanos, chilenos, y de todas las provincias argentinas. Resultaba, pues, un lugar atractivo; y aunque las autoridades del PRT (partido en guerra revolucionaria, cuyos combatientes no debían arriesgarse a contactos públicos) tenían prohibida su llegada a nuestro local... cada tanto se daban una vueltita ‒a veces a deshora‒ por nuestra Redacción. Aquella reunión dominguera, pues, pudo haberse convertido en una catástrofe. Toda la dirección nacional pudo haber caído, esa noche, en manos de la policía. Pero el “Negro Mauro”, alto dirigente del PRT y el primero en llegar, lo hizo caminando. Desde la esquina nomás vio a un policía uniformado, que custodiaba la puerta. No se amilanó, siguió andando y con audacia le pidió fuego. Mientras encendía su cigarrillo, sin demasiado interés le preguntó: ‒¿Qué pasó en esta casa? ¿Les han robado? ‒No ‒contestó el policía, un hombre común‒. Parece que estaba habitada por guerrilleros. El Negro Mauro caminó hasta la esquina despacito, como había venido y al dar la vuelta dizque empezó a correr como un condenado. Por suerte, logró comunicarse rápidamente con casi todos los compañeros y evitar que fuesen a la casa allanada. Todavía alguien inadvertido del PRT apareció por las inmediaciones. Pero nuevamente la vista del policía en la puerta bastó para alertarlo y simplemente no se acercó. La casa donde residíamos y fungía a la vez como Redacción, estaba sobre una callecita arborescida, muy agradable, que bajaba ondulando hasta La Cañada, como una colina, con bastante empinación. Tanto si se venía - 329 -

desde arriba ‒Oeste‒, o de abajo ‒Este‒, los caminantes podían visualizarla, con mucha facilidad. A Nelso y mí nos trataron bastante bien, en la división Informaciones. Por esos tiempos, gobernaba aún la provincia Obregón Cano. Y no se torturaba. Sólo a Mattarollo, parecían empeñados en humillarlo. Especialmente el oficial que nos detuvo, de apellido Infante. Creo que lo hacían porque era porteño, y le molestaban los modales algo atildados del jurista. Además, fumaba en pipa... en un momento imprevisto, el tal Infante fue y le quitó bruscamente su implemento. Además de insultarlo con dureza. Mattarollo no estaba en condiciones de contestar, por cierto. Pero mantuvo una actitud imperturbable y una mirada, con cierto desprecio en su brillo, que al otro lo mantendría furioso durante un rato. Lo supimos porque volvía, una y otra vez, a hostilizarlo. Pero sólo de palabra. Afuera se estaba dando una intensa movilización para conseguir que nos suelten. El Movimiento Sindical Combativo había convocado a una conferencia de prensa, que salió el lunes, con fotografía, en La Voz del Interior. También los canales de televisión, la radio de la universidad ‒por entonces una de las más escuchadas de Córdoba‒, el Sindicato de Periodistas; en fin, desde todo el frente de organizaciones populares, efectuaban actos y solicitadas, exigiendo que nos pusieran en libertad. No habían justificativos legales para nuestra detención. Todo el mundo sabía que éramos de izquierda, pero las publicaciones y nosotros estábamos perfectamente enmarcados, para nuestros actos públicos, dentro de la legislación vigente. - 330 -

Se estaba gestando el avance de los sectores políticos, militares, policiales y judiciales de ultraderecha. Que haría eclosión algunos meses más tarde, con “El Navarrazo”. Nosotros aún no lo estábamos captando. El propósito de nuestra detención, posiblemente, era lanzar un mensaje a todos los “zurdos” de la gran ciudad: “No van a andar haciendo tanta alharaca, llenando los principales escenarios de Córdoba con comunistas de todo el mundo, impunemente”. Entonces, la detención de tres tipos que habían actuado como destacados actores del Congreso Internacional de Periodismo, debía cumplir una función de advertencia. No les arredraba que se publicara en todos los medios; al contrario, eso buscaban. De nada sirvieron los Hábeas Corpus, presentados por una pléyade de abogados. Los jueces hacían oídos sordos... pasaban los días y nosotros seguíamos detenidos. Nuestra liberación ‒cuando se cumplía una semana‒ vino de una manera algo insólita. Mi padre era amigo de un senador justicialista cordobés. Creo recordar que el senador llevaba, como apellido, Mosquera. Silenciosamente, mi padre viajó a la residencia de este senador, en Río Cuarto. Desde allí, el hombre habló directamente con Obregón Cano. Tan imprevista fue nuestra liberación, que cuando llegamos al sindicato de Perkins, el domingo por la mañana, un numeroso grupo de sindicalistas, abogados y dirigentes de izquierda se habían reunido para tratar nuestro caso, allí. Y se planeaba convocar a un gran acto y movilización para el lunes. Mi padre, que estaba enterado, fue con nosotros hasta el sindicato. En todo momento permaneció en un rincón, discreto. Se hicieron discursos y publicaciones celebrando nuestra salida. Nelso viajó a Oncativo. Mi padre regresó a - 331 -

Santiago. Con Mattarollo y su esposa ‒que había venido de Buenos Aires, fuimos a cenar aquella noche, tranquilamente. Hacia fines de 1973 Posición se había convertido en la revista de izquierda más exitosa de Córdoba. Sus ediciones desaparecían rápidamente de los kioscos. Pero un día también descubrimos que algunos individuos de aspecto sospechoso, compraban todos los ejemplares en los principales kioscos del centro. La represión nos tenía claramente identificados y trataba de impedir que nuestras ediciones llegaran a la gente. En reunión del Consejo se había resuelto publicar un análisis sobre El Fascismo. Y sus implicancias ‒o no‒ en la ideología del peronismo gobernante. Nelso sugirió que lo redactase yo; en realidad, lo redacté, lo diagramé y lo entregué a una imprenta de offset, para su impresión. Sus conclusiones afirmaban que el peronismo no era “un tipo de fascismo”. Aunque tuviera ciertas influencias políticas sobre sus concepciones. Esto por la trayectoria militar de Perón, quien había asistido, como delegado militar de Argentina, al período más brillante de estos movimientos derechistas en el continente europeo. Como era un suplemento especial, se hizo en la ciudad de Córdoba. En forma de librito, con la foto de un desfile nazi en su tapa, iba acompañando una edición que presentaba la efigie del Ché Guevara ‒en la famosa fotografía de Korda‒ sobre su portada general. Se agotó. Habíamos tirado cinco mil ejemplares del librito, al igual que la revista. Por pedido de la Facultad de Trabajo Social, debimos imprimir cinco mil más, que fueron adquiridos por la Universidad de Córdoba. Una tercera edición, llevaría el trabajo hasta quince mil. - 332 -

Fue nuestro momento más alto. Después de eso, vino muy rápido el descenso. No porque la revista perdiera popularidad. Al contrario, se hacía cada vez más conocida. Sucedió que la represión comenzó a hacerse paulatinamente más dura sobre nuestros distribuidores. Y el PRT había empezado a diseñar, también, otros planes para nuestro equipo. A fines de de 1973 los trabajadores del transporte habían conseguido del gobierno un aumento salarial. Al mismo tiempo la Legislatura provincial aprueba el Estatuto del Empleado Público. Que les otorgaba una mayor jerarquía, y numerosos beneficios. Desde Buenos Aires acusan entonces al gobierno (“montonero”) de Córdoba, por “romper el Pacto Social”. En lo que luego se muestra como un movimiento concertado entre las patronales y la ultraderecha conducida por López Rega, inmediatamente comienza un ataque empresario. La FETAP (Federación de Empresarios del Transporte) se niega a aceptar el aumento salarial acordado. Y a partir del 19 de febrero, inicia un lock‒out patronal. De los aproximadamente 1.000 colectivos que cubrían los recorridos de Córdoba, unos 400 dejan de andar. Dentro de este clima caótico, el jefe de policía, teniente coronel Navarro, es denunciado públicamente de mantener “reuniones clandestinas para conspirar contra la continuidad institucional de la provincia” (Diario Córdoba). En dichas reuniones, con la derecha peronista y las 62 organizaciones se preparaba el golpe del día 28. El 27 de febrero de 1974 el Gobierno comunica a Navarro el cese de su cargo como jefe de Policía. Pocas horas después las guarniciones policiales se amotinan en el - 333 -

Cabildo. Informa La Voz del Interior: “la gente no podía pasar hacia la Plaza San Martín. Todas las vías estaban cortadas. Policías con ropa de fajina y cascos de acero, lucían armas largas, impidiendo la circulación de peatones”. Por la noche, comandos de infantería policial toman la Casa de Gobierno. Capturan allí a Obregón Cano, Atilio López y otros varios funcionarios peronistas de izquierda. Esa madrugada se llevarán a cabo ataques con bombas contra La Voz del Interior, la casa del gobernador y su ministro de gobierno, entre otros. Grupos parapoliciales coparán las principales radios de la ciudad para transmitir el apoyo a Navarro. En los dos días siguientes serán detenidas más de 80 personas y se efectuarán decenas de allanamientos ilegales. La sede del Partido Comunista es arrasada y numerosos jóvenes torturados, en un avance brutal de lo que sobrevendría, masivamente más tarde, con el golpe de Estado de 1976. El rol golpista de la FETAP es muy evidente: los colectivos, ausentes de las calles durante varios días, serán parte de las barricadas, montadas contra la población por los grupos parapoliciales. Se combinarán tres elementos para consolidar el golpe: en primer lugar, la acción de las bandas paramilitares y la policía; en segundo lugar, la actuación del gobierno nacional, impulsando abiertamente un proyecto de intervención de la provincia (de esta forma el peronismo de derecha legaliza el golpe del insurrecto Navarro). Finalmente, los empresarios y la burocracia de las 62 organizaciones, actuando en común, para impedir una respuesta orgánica del movimiento obrero. El lock‒out patronal se generaliza y las 62 organizaciones convocan a un paro, por tiempo indeterminado: “en adhesión a la - 334 -

valiente y patriótica actitud tomada por el peronismo de Córdoba en apoyo a su Policía”. De esta forma, entre el 28 de febrero y el 5 de marzo, la ciudad estuvo prácticamente paralizada. Con las calles ocupadas por tanquetas, camiones hidrantes y policías vestidos de combate, portando escopetas itaka y armas largas. Se nos presentaba la capital de Córdoba con una imagen parecida a lo que hoy puede ostentar una población de Gaza. Después del Navarrazo, bandas armadas de las Tres A recorrían las calles de Córdoba noche a noche. Llegábamos a contar 14 o 15 personas muertas, por día, solamente entre los que publicaban los diarios. Todos militantes populares, sindicalistas, abogados de izquierda, dirigentes vecinales. Aparecían con cuarenta o cincuenta tiros en su cuerpo. Era la “marca” demoníaca de las Tres A, en su vertiente cordobesa: el “Comando Libertadores de América”. Con Nelso, aunque no dijéramos nada, nos preguntábamos interiormente, cada noche, si amaneceríamos vivos. Él fumaba tranquilamente su último cigarrillo. Yo escuchaba Radio Universidad y leía algún libro, o la revista Satiricón. Desde las cinco y media, hora en que habitualmente nos levantábamos, comenzaba nuevamente el trajín vertiginoso de la actividad editorial. Se preparaba ahora el Vº Congreso del FAS, convocado para el mes de junio de 1974 en Rosario. Gran parte de la folletería, volantes, algunos afiches, pasaban por nuestras manos. Como no dábamos abasto, se había reforzado nuestro equipo con cuatro o cinco jóvenes, varones y mujeres, que venían cotidianamente a trabajar - 335 -

junto a nosotros. El espacio resultaba, debido a ello, saturado e insuficiente. Se fumaba mucho; por momentos, estábamos envueltos en una nube. Por todas partes había pan, restos de fiambres, papeles con apuntes o bocetos, fotografías. Para “no perder tiempo” un compañero de San Francisco se llevaba matecocido, pan criollo y un documento del PRT... que leía mientras desayunaba y defecaba, simultáneamente. Todo esto iba a durar hasta fines de mayo. Fue entonces que se decidió dejar de publicar la revista. Y convertir a la editorial meramente en una imprenta. “Legal” ‒aunque eso era cada vez más temerario‒, pero al servicio, principalmente, del PRT. A pesar de sus limitaciones motrices, Nelso comandó el traslado de las maquinarias a un nuevo local, aún en el barrio Observatorio, un poco más abajo, casi en el Güemes. Era un gran galpón con dependencias, ocupando toda la esquina y por uno de sus lados, casi hasta la mitad de la cuadra. Se compró una nueva máquina de offset y algunos otros elementos, como una computadora (por entonces eran equipos tan grandes como las heladeras), mesas de dibujo, bloques de Letraset, etcétera. Allí se hizo el último número de la Revista Santiago Educacional, homenajeando a Perón luego de su fallecimiento. Fue el último porque inmediatamente, el gobernador Carlos Juárez decretó suspenderla. Según le manifestó a mi padre, lo había hecho “por solicitud expresa del jefe de Regimiento de Santiago del Estero”. Un coronel de apellido Pizarro. ¿La causa? Haber elegido para editarla “las frases más subversivas de Perón” (según los asesores del coronel). ¡Dentro de un gobierno constitucional, los - 336 -

militares obligaban el acallamiento de publicaciones oficiales! Un día gris de fines de mayo Nelso convocó a una reunión general. Todos los miembros de Posición, Patria Nueva y algunos del consejo ampliado, estuvimos alrededor de la gran mesa rectangular de nuestra Redacción, como a las 10 de la mañana. Con voz ronca, nuestro Secretario de Redacción dijo que “se había decidido no editar más nuestras publicaciones legales”. El “cerco represivo se ha vuelto tremendamente peligroso”, afirmó Nelso. “En este contexto”, continuó “la infraestructura burguesa colabora con la represión. La empresa que nos distribuía las revistas, comunica que no lo hará más. Según han dicho, les hicieron ya dos atentados, por distribuir propaganda marxista»... ustedes saben que han mandado a comprar todas las revistas de los kioscos del centro, para quitarlas del mercado”. Y no teníamos alternativas: sólo una empresa estaba autorizada legalmente a distribuir todas las publicaciones, nacionales o locales, en Córdoba. Estaba muy triste. Por momentos parecía que Nelso iba a llorar. Con la colilla del cigarrillo que acababa de fumar, prendía otro. “A los compañeros que distribuyen las revistas en los barrios obreros, varias veces los han golpeado, quitándoles los paquetes”. Debido a esta circunstancia, el Comité Central del PRT había decidido no continuar con sus publicaciones legales. Esta decisión se llevó a la Mesa Directiva del FAS, que estuvo de acuerdo con la postura del principal partido que lo sustentaba. - 337 -

Posición no saldría más. Lo que había sido la “niña mimada” de nuestros esfuerzos, para Nelso y para mí, así como para varios otros compañeros, a partir de hoy, dejaba de existir. Me sentí tan triste como si hubiera muerto mi mejor amigo. Nadie hablaba. Después de algunas consideraciones generales de Nelso, y algunos momentos un tanto embarazosos, terminamos levantándonos, uno a uno. Y comenzamos a despedirnos. Algunos de los que estábamos allí no nos veríamos ya, nunca más. De vez en cuando me visitaba Francisco René Santucho. Él integraba el Comité Central del PRT. Estaba a cargo de las ediciones de libros. Quería iniciar una colección de textos con formato de bolsillo, de circulación legal. Había que idear un nombre para la editorial. Le sugerí Nuestra América ‒que parodiaba, un tanto, a la exitosa serie editorial de Crisis, Esta América. Le pareció bien. Y me encargó un trabajo. La historia del cabo Paz. Yo no sabía nada sobre eso, pero él me proveería los fondos para que viajase, las veces que fuera necesario, a Santiago, para obtener datos. Así lo hice y el libro estuvo listo para su edición hacia junio de 1974. Fue el último trabajo que hice para la ex editorial Posición (convertida ya en una mera imprenta “comercial”). Nelso no había podido impedir que los compañeros del partido fueran relegándome en la medida que no me necesitaban. Aunque más que ello gravitaba mi carácter: “ingobernable”. ** Se atribuía esto a mi “origen pequeño burgués”. Debido a tal estigma, se me mandaba urgentemente a “proletarizarme”. Se me otorgaba un plazo, para conseguir un puesto (productivo, no administrativo) preferentemente en alguna fábrica. - 338 -

Nelso me comunicó esta decisión del partido, con lágrimas en los ojos, poco antes del V Congreso del FAS. Que fue un gigantesco encuentro de revolucionarios, en la ciudad más industrial de Santa Fe. También por última vez. Todo fervor primaveral parecía estar en trance de fenecer. Aunque esto no se advertía del todo. E increíblemente, quienes menos parecían advertir esto eran las cúpulas de los partidos revolucionarios. Que tenían la mayor responsablidad estratégica en esta lucha. A partir de entonces se comenzaron a vivir las peores tragedias. La muerte de Perón marcó tal vez ese momento dramático de catastrófico declive, en aquel auge revolucionario de masas. Recuerdo que escuché la noticia en la radio del colectivo, viniendo de la casa donde ahora vivía, en Alta Córdoba. E hice las cuatro o cinco cuadras desde la parada hasta la imprenta entre la llovizna helada, sin poder parar de llorar. No recuerdo con exactitud cuánto tiempo más seguí trabajando en la imprenta. Pero no fue mucho. Meticulosamente armé el librito encargado por Santucho, “El fusilamiento del cabo Paz”, hoja por hoja. Sarita, la nueva tipeadora, lo había hecho en largas cintas celulósicas, de computación. Tomándolo de mis manuscritos que le entregase, en un cuaderno. Sabía que una vez que llegara a la última hoja, después que pusiera “Este libro se terminó de imprimir en el mes de julio de 1974 en los talleres de Editorial Nuestra América”... me tendría que ir. Para siempre. Nelso fumaba cada vez más. El señor Díaz y su hijo, habían tenido que trasladarse a la ciudad, para manejar esta nueva imprenta. Todo estaba en desorden, el espacio - 339 -

era distinto y las ediciones también. Ahora tendrían que hacer mayormente afiches, volantes, cartillas semiclandestinas. El trabajo era mucho, las máquinas nuevas, los técnicos no sabían manejarlas muy bien, aún. Todo esto preocupaba a Nelso, y se le notaba. Tenía ojeras muy azules alrededor de sus ojos. Ya no vivíamos juntos. Nuestras conversaciones, por ello, se habían limitado prácticamente a cuestiones prácticas. Cuando le entregué el libro terminado, me preguntó: ‒¿Vas a venir a mirar cuando lo impriman?... ‒No creo que sea necesario... ‒contesté. Él se dio cuenta de que me resultaba incómodo regresar, luego de mis desencuentros con las cúpulas del PRT. Hizo un gesto como de resignación, abriendo las manos hacia los costados. Lo abracé. Me abrazó. Fue la última vez que estuvimos juntos.

(1) La mayor parte de estos compañeros iban a caer más tarde, presos, muertos o desaparecidos. * Las sanciones del PRT eran, por lo general, más morales que físicas. Aunque constituían, en algunos casos, reducción de atribuciones o beneficios. Por ejemplo, si el compañero que había cometido una falta usaba un vehículo del partido, se le prohibía su uso por un determinado tiempo. O si se le pagaba algún salario por su trabajo, se le quitaba un porcentaje. Otras veces, a medida que se agravaban las faltas, solía castigarse con reducciones en su categoría. Por ejemplo, de militante a simpatizante, de simpatizante a contacto. Únicamente situaciones muy graves ‒delaciones, traición, entrega de material comprometedor para el Partido‒, podían castigarse con la detención en una cárcel del Pueblo o hasta fusilamiento. Creo que hubo muy pocos casos de tamaña gravedad. Por mi parte no conozco ninguno, fuera del más célebre, el del “Oso”, infiltrado que entregaría Monte Chingolo. Lo de Nelso distaba sideralmente de tales extremos.

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Creo que lo “castigaron” quitándole, por dos fechas consecutivas, su derecho a viajar a Oncativo, adonde iba a pasar los fines de semana con sus padres y familia. ** Singularmente ‒o no‒, más de veinte años después, parecidas razones fueron usadas por la derechista y autoritaria directora del diario El Liberal, María Luisa Castiglione, para despedirme.

29. Posición

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No sé si fue más o menos importante para la Historia Argentina. Sé que sus editores a cada minuto arriesgábamos nuestras vidas para hacerla. Y que la experiencia valió la pena.

1 A las 3 de la madrugada del sábado 13 de octubre de 1973, Julio escuchó ruidos sospechosos en el exterior. Tenía sueño liviano, por eso, aunque la actividad de aquella semana había sido agotadora, se despertó. Nelso roncaba suavemente en la otra cama. Sea porque los que intentaban entrar se impacientaron, sea porque los cortinados de madera fuesen demasiado resistentes, comenzó a escucharse un estruendo. Lograron aflojar la oposición de la cortina, al fin y Julio oyó cómo ingresaban, tropezándose con los muebles de la oficina donde funcionaba la Dirección. En la otra habitación, antes de la que ocupaban Nelso y Julio, dormía Rodolfo Mattarollo. Julio acarició la escopeta de caza que tenía bajo su cama. En tres segundos decidió no tomarla. Si era un comando de las AAA, venían con metralletas e Itakas. Antes de que Julio cambiara el cartucho su cuerpo iba a quedar despedazado. Como estaba, en calzoncillos y descalzo, se levantó. Al llegar al pasillo, entre el escritorio de Recepción y el baño, un objeto metálico surgió de las sombras apoyándose con brusquedad en su frente. ‒¡Prendé la luz! ¡Prendé la luz!‒oyó que le gritaban. Con calma, levantó la mano lentamente y oprimió la llave. Una luz blanca mostró por completo la escena: cinco o seis tipos armados, detrás del rubio, grandote, cuya pistola - 342 -

45 temblaba sobre la frente de Julio. El que le apuntaba venía muy nervioso y vociferaba, como drogado: ‒¡Hijo de Puta! ¡Quién sós!¡Cuántos son! ¡Dónde están los otros! ‒Soy santiagueño, empleado. Ahora están sólo dos de mis compañeros, duermen ‒respondió Julio con la misma deliberada calma usada en su infancia para apaciguar un perro en ataque. ‒Esposenló ‒ordenó el rubio y se metió, junto con dos más, en las habitaciones. ‒¿Quiénes son ustedes? ‒preguntó el santiagueño al que le colocaba las esposas. Era un gordo, cincuentón, parecía tranquilo. ‒Policía‒, escuchó. Tuvo la leve intuición de que era cierto. O tal vez quiso creerlo: El 29 de junio de 1973, Eduardo Jiménez, militante del PRT, había sido asesinado en Córdoba. Sólo estaba pegando afiches, junto a otros compañeros. Cuando lo hallaron, tenía un tiro en la frente y moretones de golpes por todo el cuerpo. El ERP consideró que era responsabilidad de las AAA y la policía cordobesa. Por ello, levantó la tregua pactada un par de meses atrás con el presidente Cámpora. Luego de eso, se habían multiplicado los muertos. Algunos cadáveres aparecían acribillados, con una soga al cuello y torpes mensajes redactados a máquina. Donde se informaba que la “Alianza Anticomunista Argentina”, estaba dispuesta a terminar con todos “los zurdos, sinarquistas y apátridas” de la Argentina. Comoquiera que fuese, si iban a matarlos, era mejor que lo hicieran después. Y al menos simularan una detención. Vio salir a Matarollo tapándose con una colcha. - 343 -

‒¡Este tipo duerme desnudo! ‒, farfulló el rubio que parecía jefe, como si tal cuestión le pareciera algo asombroso. Julio oía cómo maltrataban a Nelso por su demora en alistarse. En la infancia había padecido parálisis de sus piernas. Necesitaba, ahora, calzarse una compleja estructura metálica para poder caminar. Esta vez salieron por la puerta. Julio entregó la llave al rubio gritón ‒décadas después sabría que se trataba del oficial Romero, de la D2 cordobesa‒, al salir vio que habían estacionado como cinco vehículos. En la esquina, cortaba la calle un patrullero. Fue, realmente, una detención. Que iba a durar justamente una semana. Durante toda la anterior, había tenido lugar en Córdoba un encuentro de Periodismo Internacional. Organizado por el Centro de Estudiantes y la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad, se habían efectuado actos celebratorios ‒entre ellos un multitudinario homenaje al Ché Guevara, otro multitudinario repudio al reciente golpe de Pinochet en Chile‒, conferencias, debates, seminarios, en la Facultad de Ciencias de Comunicación, el sindicato de Luz y Fuerza ‒entonces conducido por Agustín Tosco‒ y otros ámbitos estudiantiles u obreros de Córdoba. Matarollo había venido desde Buenos Aires para participar del panel de cierre en el Sindicato de Luz y Fuerza. El abogado era por entonces un miembro destacado de la intelectualidad del PRT-ERP. Y director de su publicación legal Nuevo Hombre. Julio había sido designado por la revista Posición para formar parte de la Coordinación del Encuentro, junto a periodistas de La Voz del Interior, diario El Mundo, diario Córdoba, revista Patria Nueva, revista América Latina, y otras varias - 344 -

publicaciones de entonces. También formaban parte de ese equipo coordinador sindicalistas de Perkins, Luz y Fuerza, Smata, la CGT y otros. Sin embargo, cuando ya en el siniestro edificio del pasaje Santa Catalina el rubio gritón le preguntó “¡¿Y qué hacés vos en la revista?!”, Julio, mansamente y mirándolo rectamente a los ojos, contestó: ‒Tipeo los artículos, llevo y traigo las resmas de papel para la imprenta, me ocupo de empaquetar y cargar las revistas para enviar a las diferentes provincias, llevo los paquetes a las distribuidoras... ‒¿Cuánto te pagan? ‒Ciento veinte... * ‒¡Una miseria! ¡te explotan estos culiaos!... El santiagueño bajó la cabeza, sin contestar. ‒Te hubieras quedado en tu provincia, chango‒le aconsejó entonces el gritón ‒¡No te va a ir bien, con estos zurdos!... ‒Escasea el trabajo en mi provincia... ‒murmuró, con aire resignado, Julio. En realidad el trato de los policías a los tres detenidos no fue tan malo, considerando lo que vendría muy pronto. Solamente Matarollo fue, en varias ocasiones, hostigado... principalmente ‒supuso Julio‒ por el talante doctoral con que se expresaba y su condición de porteño. En tanto, el Juzgado de Instrucción de 9ª Nominación, llenaría expedientes acusando a Rodolfo Matarollo, Nelso Del Vecchio y Julio Carreras por “Atentar contra el orden público”. Se habían movilizado miles de jóvenes, estudiantes, obreros, algunos campesinos, viajando desde otras provincias, para participar del Congreso Internacional de Periodismo. Habían venido periodistas de todo el país, de Francia, Rusia, Cuba, Vietnam... Eso había - 345 -

“alterado” un “orden público” pretendidamente sostenido por fuerzas que aún se manejaban sigilosamente y en la semipenumbra de los despachos judiciales, policiales o militares. Porque, públicamente, la provincia estaba gobernada por la izquierda, conducida entonces por los peronistas Obregón Cano y Atilio López. Circunstancia “anómala” que ‒pocos meses después‒ sería “rectificada”, con la venia encubierta de Perón, por un levantamiento policial‒militar‒parapolicial, de ultraderecha. * 120 pesos Ley 18.188 equivalían a doce mil de 1970, momento en que se convirtió la moneda para controlar la inflación.

2 La revista Posición se editó en Córdoba, quincenalmente. Tiraba cinco mil ejemplares y saldría entre los meses de diciembre de 1972 y julio de 1974. Algunos militantes decían que había sido idea personal de Mario Roberto Santucho y, en la estructura jerárquica del PRT, dependía directamente de su hermano, Francisco René. Por entonces Responsable de Cultura y Propaganda en el Comité Central del PRT-ERP. Sin embargo, dada la escrupulosa atención a “los mandos naturales” que cultivaba el PRT, para cuestiones prácticas dependía en los hechos del responsable general en Córdoba, a quien llamaban “El Negro Mauro”. Debo consignar esta información como trascendidos, pues en aquél periodo cada militante debía conocer lo menos posible. Cada dato ignorado era información que seguramente no lograrían arrancarle los represores, aunque - 346 -

lo torturasen hasta morir. Así de simple. Esas eran las normas que entonces nos regían. Entonces, si un compañero nuevo llegaba y se presentaba: ‒Me llamo Fernando, soy entrerriano‒, había que creerle, aunque tuviese tonada tucumana o extranjera. Y grabarse en la mente sólo esa información, la que el compañero había dado. Es curioso ‒o tal vez no tanto‒: muchas de las cuestiones que se debaten hoy sobre “periodismo militante” o “periodismo objetivo” eran las que se debatían, también, pública y masivamente entonces. De hecho, recuerdo que en el cierre del Congreso Internacional de Periodistas, ante un inmenso público colmando totalmente el gran salón del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, Matarollo defendió la tesis de que “los periodistas debíamos intentar que subiera la conciencia de las masas, para comprender las cuestiones complejas (por ejemplo, sobre Política Social, Historia o Economía)” y no “rebajar nuestro discurso a niveles demagógicos o frivolizándolo, para obtener la simpatía masiva de los menos capacitados”. Narraré de Posición lo que sé. Su antecedente inmediato había sido “Zona”, revista editada en Oncativo por Nelso Del Vecchio y Ernesto Pettigianni. Pettigianni era psiquiatra, director del Hospital de Oliva, por entonces uno de los más prestigiosos en aquella provincia. Una de sus primeras acciones “empresarias” había sido comprar la imprenta de Oncativo ‒propiedad hasta entonces de una familia Díaz‒, sólo con el propósito de salvarla de la quiebra. No sólo compraron las máquinas y el local, sino conservaron al señor Díaz ‒un sesentón‒, con su hijo y su hija veinteañaros, como - 347 -

empleados. Una medida por demás sensata ‒además de generosa‒, puesto que los tres conocían al dedillo los complejos mecanismos técnicos con que entonces se imprimía. Cuando ingresé al equipo ‒mediados de 1973‒ la imprenta aún estaba en Oncativo. Se editaba con grandes máquinas de hierro y acero, usando cobre, plomo, bronce y madera en el proceso. Además de ácidos u otros elementos químicos para grabar figuras o letras especiales. Una gigantesca impresora de tipos móviles ocupaba la mayor sala, luego del pequeño vestíbulo, que oficiaba de recepción. En la habitación siguiente, se levantaba una gran linotipo. En otra, las mesas de armado, la biblioteca de tipos metálicos, la gran guillotina. Se trabajaba así: Todos los textos para llenar las entre 60 y 80 páginas de la revista, debía llevarse tipeada con máquina de escribir sobre papel oficio. Estos eran tipeados, nuevamente, con la linotipo. Máquina que funcionaba a calor, fundiendo en pequeñas tiras de plomo ‒del ancho de las columnas‒, las líneas de texto y apilándolas ordenadamente. Los títulos eran armados a mano por el señor Díaz y su hijo, usando tipos de bronce, que iban extrayendo de numerosas cajas de madera. En la misma sala de linotipo había, contra la pared numerosos estantes, donde se ordenaban, como en una biblioteca, aquellas cajas con tipos móviles, de acuerdo con su forma y tamaños. Las fotografías solían grabarse a fuego sobre una plancha de cobre, por medio de otra máquina. Que con pequeños puntos, reproducía la imagen tomada del original sobre la plancha. Luego el artesano calzaba y fijaba con cola de brea esa reproducción, sobre un taco - 348 -

demadera, para darle la misma altura de los textos en linotipo. Todo eso era armado, como un rompecabezas, dentro de un marco ajustable de acero. El cual, por medio de pernos, se atornillaba a su vez a las otras páginas metálicas, para configurar la superficie de impresión completa. Aquella máquina podía imprimir 16 páginas juntas, sobre una cara del papel. Por ello, se la cargaba con las resmas más grandes, de la cual nuestra imprenta debía estar constantemente provista. Al imprimir la segunda cara, debía activarse la dobladora, otra máquina que teníamos adosada a la impresora. Automáticamente, iban saliendo los pliegos. El trabajo final, era ordenar manualmente los cuatro o cinco pliegos ‒de acuerdo con la cantidad de páginas impresas‒, abrocharlos (“a caballo”, se decía, por el aspecto de la máquina que lo efectuaba). Una vez abrochados los pliegos, llegaba la etapa de guillotinar. Cosa que se hacía de a cien o más ejemplares por vez, cortando prolijamente los bordes de arriba, abajo y el frente a las revistas. Con lo cual quedaba lista para leerla.

3 En sus primeros números ‒si mal no recuerdo hasta el 5 o 6‒, Posición publicaba los nombres de quienes integraban su equipo periodístico. Y los colaboradores solíamos firmar nuestros artículos o comentarios. Esto fue cambiando, con las diferentes interpretaciones de su rol por la conducción partidaria. Y de acuerdo, también, con el aumento de la represión. En sus números - 349 -

finales, se había llevado a una de las últimas páginas interiores las especificaciones legales de la revista y figuraban únicamente el director y subdirector. En los primeros números, como decía, junto al Editorial campeaban, pues, los datos siguientes: Propósito: Llegar a todos los sectores de la población, en forma directa, incursionando en todos los temas de interés general, pero con claro y definido sentido social. Director: Eugenio Pettigianni; Co‒Director, Nelso Del Vecchio; Secretaria de Redacción: Silvia Pettigianni. Diagramación: Nolberto Torri. Redactores: Dr. Héctor A. Ferrari, Manuel Rodríguez, Ricardo Césari, Antonio Loos, Hugo Echalar, Roberto Campbell, Jorge Márquez, Enrique Torres. Relaciones Públicas: Sara Tahan. Colaboradores: Agustín Tosco, René Salamanca, Atilio López, Manuel Gaggero, Roberto Reyna, Carlos Enrique Bischoff, Padre Miguel Ramondetti. Corresponsales en Tucumán, Rosario, Santa Fe, El Chaco, Santiago del Estero, Salta, Jujuy, La Paz (Bolivia), San Luis, San Juan, La Rioja. Agencias Prensa Argentina y AGS (Agencia Noticiera Sindical). Suscripciones: Rioja 338, Of. 3. Redacción: Brasil 670, Bº Güemes, Tel. 34157. Distribuidores en S.R.L. En el Interior: DAESA.

Luego de la quijotada periodística que intentaran durante 1972 Nelso Del Vecchio y el Dr. Pettigianni, Posición pasó a ser ‒al menos en su propósito‒ “vocero legal del FAS”. - 350 -

Y qué era el FAS. Una amalgama popular, nacido hacia fines de ese mismo año, cuyo nombre desplegado decía “Frente Antiimperialista y por el Socialismo”. Integraban el Frente los siguientes grupos políticos: Comandos Populares de Liberación, Partido El Obrero, Fuerzas Armadas de Liberación “América Latina” y “Ché Guevara” (una escisión de la anterior), Peronismo de Base, Frente Revolucionario Peronista, Columna Sabino Navarro de Montoneros, Espartaco (grupo universitario), Movimiento Sindical de Base, Comisiones Sindicales internas de Luz y Fuerza, Perkins, Fiat, Smata y otras fábricas metalúrgicas. Ligas Agrarias de El Chaco. Sindicatos de trabajadores de los Ingenios Azucareros, en Tucumán. Comisiones Vecinales, y otros grupos comunitarios de diferentes provincias. El PRT, por ser la fuerza política más numerosa y organizada, constituyó, también, su núcleo hegemónico. Otro factor ‒seguramente decisivo‒ para el establecimiento firme de dicha hegemonía ideológica, lo constituía el hecho de que todos sus enormes gastos a nivel nacional estaban financiados por esta fuerza. Cuando el partido decidió dar impulso a esta organización legal, pues, determinó también que sus expresiones de difusión periodística serían tres publicaciones: Nuevo Hombre (quincenal, desde Buenos Aires), Patria Nueva (quincenal, Córdoba) y Posición (quincenal, Córdoba). Además del instrumento más periodísticamente eficaz con que se contó: El Mundo, un diario distribuido con gran éxito por todo el país, desde Buenos Aires. Pero que sólo alcanzó a durar menos de un año. Entre otras “sugerencias” el mismísimo Perón amenazó a una de sus jóvenes periodisas ‒Ana Guzzetti‒ con acciones judiciales, por una pregunta que le hizo. La - 351 -

Triple A hizo volar con una poderosa bomba su redacción, en 1974. Y la Policía Federal secuestró en dos oportunidades su edición completa de 100.000 ejemplares.

4 René Salamanca era un talentoso dirigente sindical cordobés. Secretario del SMATA, el más poderoso gremio de los obreros metalúrgicos de Córdoba, junto a la UOM. Mientras la UOM estaba conducida por sectores de la derecha peronista, el SMATA de Salamanca solía alinearse con los sectores revolucionarios. Aunque no aprobaba la lucha guerrillera. Pese a ello, tenía buenos tratos con Posición, donde solíamos publicar constantemente sus opiniones (a veces, para no malquistarse con su propio partido, el PCR, enviada con intermediarios y firmada por algún miembro de su equipo de prensa). Los gremios importantes solían convocar manifestaciones de cinco mil personas con sólo un chasquear los dedos sus dirigentes. Se vivía un fervor revolucionario y reivindicativo, en aquella primavera democrática. La inmensa mayoría de las sociedades argentinas sentían ese cosquilleo magnífico de estar construyendo algo nuevo. Después de haber derrotado a las ominosas potencias de lo viejo, encarnadas desde 1955 hasta 1973 por los militares, los políticos “liberales” (oligárquicos), “nacionalistas” (fascistas) o “cristianos” (católicos preconciliares) que les daban sustento. A pesar de la juventud de nuestros dirigentes ‒promedio de 23 a 28 años‒, el PRT llevó en Córdoba una buena “política de alianzas”. Lo hizo a través de - 352 -

organizaciones frentistas, como el ya mencionado FAS o el MSC (Movimiento Sindical Combativo). Bajo el cordial apoyo estructural de Agustín Tosco y el talento organizativo del “Negro” Gregorio Flores (SITRAC‒SITRAM), Salamanca ingresó a la red de contactos vitales con que se manejó nuestra organización en todos los campos en aquel periodo. Desde la acción guerrillera hasta la propagandística o territorial. Esta formidable máquina movilizadora comenzó a agrietarse y dividirse después del “Navarrazo” (golpe policial‒militar que derribaría a Obregón Cano). Pues la Triple A (que en Córdoba iba a cometer sus crímenes bajo el nombre de “Comando Libertadores de América), pasó a una ofensiva sangrienta y meticulosa. Cada día eran hallados en baldíos o basurales cuatro, cinco o seis cadáveres. Mayormente de jóvenes, torturados, acribillados a balazos, a veces con algunos de sus miembros seccionados. Eran dirigentes o militantes estudiantiles, gremiales, representantes de movimientos vecinales. En Estados Unidos comenzaron a aparecer filmaciones de algunos de estos asesinatos. Una organización de Derechos Humanos denunció que en cines pornográficos, se proyectaban películas caseras argentinas... Mostrando violaciones de jóvenes y en algunos casos su descuartizamiento frente a las cámaras... Personas que habían sido secuestradas por la Triple A. Algunos de sus perversos miembros había atado un convenio, al parecer, con empresas siniestras que se ocupaban de dicho tráfico execrable. Tal realidad determinó que muchas de las organizaciones que no estuvieron nunca de acuerdo con las guerrillas, manifestaran públicamente sus diferencias. - 353 -

Y para acentuarlas se alejaran de los ámbitos otrora compartidos. Fue el caso de Salamanca. Desde 1974, se apartó de los grupos sindicales pro guerrilleros. Y comenzó a denunciar los preparativos militares para derrocar al gobierno a través de un golpe de Estado. Llamó a defender el gobierno de María Estela Martínez de Perón “con el pueblo en las calles”. Pese a esto el poderoso SMATA Córdoba fue intervenido por su Secretario Nacional, el peronista de derecha José Rodríguez. René Salamanca, ya a la defensiva, tuvo que pasar a la clandestinidad. Desde allí hizo públicas dos cartas, llamando a unir fuerzas contra el golpe. Vienen “para voltear las chimeneas” de las fábricas, afirmaba en dichos documentos, distribuidos clandestinamente: “tras de los milicos, operan sectores prorrusos y proyanquis”, denunció. Ninguna de estas acciones ni su fuerte organización sindical pudieron salvar su vida, de apenas 36 años de edad. Fue uno de los primeros desaparecidos en dictadura, secuestrado la misma madrugada del 24 de marzo de 1976.

5 Al ser interrogado en la D2 Julio había dicho parte de la verdad. Realmente hacía aquellas tareas en Posición. Y cobraba ese sueldo. No era cierto, en cambio, que escasearan puestos para él en Santiago. Antes de venir a Córdoba trabajaba como diagramador en la Imprenta Libertad, de Isaac Perelmuter. La primera en incorporar el offset a su tecnología. Y ganaba más del doble. Por menos de la mitad de las horas que dedicaba a su actividad en Posición. - 354 -

Pues tampoco había dicho que, además de cargar y descargar resmas, manejar la camioneta para llevarlas a la imprenta de Oncativo y tipear, Julio redactaba extensos artículos, corregía los textos de todos, controlaba el tipeado en linotipo, vigilaba el armado de las páginas antes de la impresión. El trabajo de Posición no era sólo editorial, por cierto. Tres o cuatro veces por semana debían participar en las reuniones de los equipos de Prensa o Vecinales del FAS. Para quienes Posición imprimía boletines, folletos, volantes, etcétera. Que generalmente solían caer sobre la gran mesa de dibujo que durante 12 horas por día, al menos, utilizaba Julio. ¿Por que había desechado un trabajo tranquilo, donde cumplía relativamente su vocación de dibujante, mejor pagado y sin el menor riesgo? Incluso más: su tío, Agustín Carreras, diputado peronista, había obtenido su designación en la imprenta de la Legislatura, con un salario aún superior. Su padre, por otra parte, había logrado, asimismo, que le otorgaran un puesto en Radio Nacional. Al optar por trasladarse a Córdoba, Julio desdeñó todo ello. Para quienes lo miraban desde fuera, parecía “cosa de locos”. No era el único que había elegido esta aventura, sin embargo. El “Pata” ‒un gringuito simpático, estudiante universitario, que había venido desde Corrientes‒, Alicia Wieland, Ana, el “Negro” Laje (arquitecto) y decenas, cientos de jóvenes de las clases medias o altas, agraciados, talentosos, inteligentes, sin necesidad aparente de arriesgar sus vidas por esta causa, lo hacían. Qué buscaban con ello. Sin duda en cada caso habrían influido diversas razones psicológicas. Esencialmente los unía, en su vertiginoso empeño, la idea de alumbrar un - 355 -

mundo nuevo. Donde no hubiera niños pobres hurgando basurales para poder comer. Donde cada ser humano tuviese un nombre digno y profesión vocacional. Un mundo sin violencia: de armonía, paz, igualdad para todos. Algunos pocos eran cristianos, la mayoría se declaraban ateos. Aunque no solía tocarse este tema, para evitar discusiones. Todos eran, pese a ello, extraordinariamente parecidos en su conducta y su ética a personajes caballerescos que podríamos hallar en novelas medievales como Policisne de Boecia, o Los Cuentos del Grial. Una mañana se sorprendió, al ingresar temprano a la Redacción de la revista Mariano Llórens. Era un joven más o menos de su edad ‒22, 23 quizá‒, que había tratado superficialmente en ámbitos aristocráticas durante su adolescencia, en Santiago. Impecable en su traje oscuro, peinado a la gomina, perfumado, lo hizo sentirse incómodo: por entonces, Julio adoptaba el porte de la mayoría de los militantes. Esto es, camisa obrera (de Grafa), vaqueros viejos y sucios, borceguíes. Llorens era delgado y buen mozo; lo saludó apenas denotando familiaridad. Y Julio no quiso preguntarle nada. Cuando se fue, luego de reunirse por una media hora con dos o tres compañeros que también habían acudido, Nelso le preguntó: ‒¿Conocías al compañero?... ‒Sí...‒contestó Julio. ‒Bueno: tratá de olvidar sus datos. Es un excelente cuadro del Partido. Pero debe ir vestido así pues está inserto en niveles empresariales. Donde cumple tareas importantes para la Revolución. En el caso de Julio, desde mediados de 1972 se desempeñaba como corresponsal del periódico Nuevo Hombre, que dirigía Silvio Frondizi, en Santiago. En - 356 -

diciembre de ese año, recibió por correo el primer número de Posición. Junto a una carta formal, redactada con máquina de escribir, donde se lo invitaba a ser su corresponsal. El segundo número publicó un extenso artículo suyo: “Santiago del Estero: La Madre Violada”. Donde historiaba la destrucción de la cultura aborigen por los conquistadores españoles. Y el posterior hundimiento de la provincia por la descendencia cada vez más inútil y parasitaria de sus “hidalgos”. Sostenía como corolario lo que ya entonces, a sus veintidos años, creía: el único camino para salir de la miserable pobreza en la que se debatía un pueblo postergado de un territorio rico en recursos naturales, era el socialismo. Por el mismo medio en que había sido invitado, antes, a actuar como corresponsal de Nuevo Hombre ‒un misterioso mensaje sin remitente ni firma‒, le llegó la propuesta de trasladarse a Córdoba para integrarse plenamente a la editorial. Gilda ‒dueña de la Librería Dimensión y esposa de Francisco René Santucho‒, le dijo una tarde, en junio de 1973: ‒Una persona que me pidió reserva dejó este sobre para vos. Aunque pueda parecer obvio relacionar esta circunstancia con el marido de Gilda, quien había estado preso y vivía en la clandestinidad, Julio no lo hizo. No imaginó que un dirigente nacional del PRT se dignase a escribirle. Más bien pensó en algún militante regional, que lo conocía a través de su reciente acercamiento a este grupo político. Proveniente del peronismo más rancio ‒su abuelo, comisario de Policía, germanófilo, había sido uno de los - 357 -

primeros peronistas de Santiago‒, Julio había venido procesando largamente, desde sus dieciocho años, una mentalidad socialista. Y concluyó que el único camino para lograrla era profundizar la lucha guerrillera. Que había obtenido por aquellos años un formidable triunfo ‒junto a un pueblo movilizado‒ al obligar a la dictadura militar a abrir una etapa democrática. En abril de 1973 aceptó integrarse a una célula del PRT-ERP, invitado por Mario Giribaldi. Junto a ellos, militaban la novia de Mario y María Rosa Di Chiara. Mario era el “responsable político” y por lo tanto enlace con el Partido. Quizá sólo por haber sido jugador de rugby y haber hecho “la colimba”, Julio fue designado “responsable militar”. En el escaso periodo que duró esta célula lo único que hicieron como tales fue leer El Estado y la Revolución, de Lenin. Y una sola vez, con la ausencia de la novia de Mario, organizar una sesión de gimnasia en el Parque. Por otra parte se había venido reuniendo regularmente con otro equipo, espontáneo, formado por Clara Ledesma Medina, Tito Galván, Lucky Gómez y Chupo Ledesma. También leían, sistemáticamente, libros y revistas revolucionarios. Durante todo el año anterior, habían participado por su cuenta de numerosas movilizaciones: universitarias, barriales. Habían organizado el Primer Recital de Música Contemporánea en la biblioteca Francisco de Aguirre. Habían fundado el Grupo SER, con el cual editaron dos números de una revista. Convocaban, periódicamente, a reuniones más o menos masivas donde promovían el socialismo. Etcétera. Todo ello le hizo pensar a Julio que el nexo con Posición había seguido “canales orgánicos”. Es decir, que un compañero de la estructura local, había observado desde las sombras su actividad y había decidido invitarlo. - 358 -

No era del todo así. Mas esto lo sabría recién algún tiempo más tarde. De momento, la carta, redactada con máquina de escribir y tono sobrio, decía nuclearmente lo que sigue: “Por decisión del Comité Central entramos en un proceso de profesionalización de nuestra Prensa Partidaria”. Debido a ello y “conociendo el desempeño” de Julio, se le proponía trabajar ya no como corresponsal esporádico, sino integrarse al Equipo de Redacción de la revista, en Córdoba. 6 “Bigote” Colautti habia solicitado su retiro del Ejército por una “crisis de identidad”. Inmediatamente pasó a formar parte de una comunidad de hippies. Hasta que se relacionó con militantes del PRT y decidió cortarse el pelo, vestirse de fajina, regresar al combate. Esta vez para derribar a las fuerzas pro imperialistas e implantar la justicia y el socialismo en la Patria. Sustituyó entonces el uniforme militar por un mameluco de obrero. Grandote, buen mozo, de talante muy amable, era uno de los responsables del PRT en Córdoba cuando ingresé a Posición. Cada tanto venía a visitarnos. Participaba en las reuniones donde se aprobaba el temario para las ediciones de la revista. * Ese mismo grupo, más tarde, revisaba escrupulosamente los artículos, antes de su publicación. Lo integraban miembros de la dirección del PRT, junto a representantes de cada fuerza que constituía el FAS. A algunos de ellos los conocíamos sólo por seudónimos, de otros sabíamos sus apellidos o incluso el nombre completo. Además de Bigote, por el PRT, habitualmente - 359 -

participaban “El Vasco” y César Argañarás con “La Negra”, su esposa. (Que no era negra, como frecuentemente sucedía, en esos tiempos que por una opción identitaria cultural, todos ansiaban haber sido de tez oscura, aborígenes u obreros). Junto a ellos, un rubio de apellido Bischoff, que representaba a las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) “Fraccción Ché Guevara”, “El Gordo”, también por las FAL, pero de su fracción “América Latina”. Roberto Reyna, periodista del diario Córdoba, por los CPL (Comandos Populares de Liberación). Otra “Negra” por la “Columna Sabino Navarro” de Montoneros. El Zorro, del Partido El Obrero (1). Roberto Campbell, por el Movimiento Sindical Combativo. El “Negro” Flores, de SITRAC‒SITRAM. El “Negro” Villa, por el Sindicato de Perkins. “Chacho”, del Frente Revolucionario Peronista. En fin, un grupo de “notables”, de número variable aunque por lo general no menos de diez personas, solía reunirse antes de cada publicación de la revista. Entre ellos, el “Cura Gringo”. De quien jamás supe el nombre verdadero. Se susurraba que venía de Tucumán. Cosa que después confirmaría cuando, ya en 1975 y lejos de Posición, una compañera me contó que el Ejército lo había capturado en el monte. Al parecer, el “Cura Gringo” (un hombre de más o menos cuarenta años, amable y bien parecido), organizaba grupos de apoyo al ERP entre los trabajadores de los ingenios azucareros. Según la versión que me trasmitió esta compañera, luego de torturarlo salvajemente, al cura gringo los militares lo habían crucificado, cabeza abajo. Para luego terminar con su vida acribillándolo a balazos. Mujeres hermosas iban y venían por nuestra Redacción. La mayor parte de ellas de entre 18 y 24 años. Aunque de - 360 -

vez en cuando solía aparecer alguna cuarentona. U otras algo mayores, como Alicia Eguren de Cooke, bellísima y elegante en su madurez inextricable. Las mujeres revolucionarias solían llevar el pelo apenas sostenido por una tira detrás, para que no molestara. O suelto, aunque sin peinar. A veces cortado casi al rape. Sabían todo sobre la Revolución Vietnamita y podían discutir mano a mano, con cualquier compañero de otros sectores revolucionarios o el propio, sobre las etapas históricas de la evolución social de la Humanidad. Como también cantar, acompañándose con la guitarra, en deliciosos asados junto a los compañeros, algún tema de Violeta Parra. Desdeñosas de su atuendo, no podían ocultar, pese a sus manos ahora ásperas y su hábito de fumar Parissienes (el cigarrillo más fuerte) una belleza física que con frecuencia desataba tormentas sentimentales en el PRT. Cuando esto ocurría ‒cuando alguien se enamoraba de la persona equivocada‒ se efectuaban reuniones de análisis partidario para superar la circunstancia. Este “error” (ocurrido con harta frecuencia en aquellos agitados, tórridos tiempos de militancia) podía ser, por ejemplo, que un compañero del sindicalismo legal se enamorase de una compañera que integraba un grupo de combate (obviamente fuera de la legalidad y precisamente por ello, que no debía ser conocida ni por su nombre verdadero ni relacionarse con actividades públicas). O ‒aún peor‒ que el compañero de una militante de grado elevado se enamorase de una joven recién ingresada al partido. Y por tanto de una categoría inferior. Con lo cual se cometían dos trangresiones: una, poner en riesgo datos relevantes de la organización, que conocía el militante de mayor rango y ser infiel o abandonar a su - 361 -

compañera legítima, con quien había venido ascendiendo, paso a paso, por varios años, dentro del estricto sistema de promociones que ejercía el PRT. Pues bien. Las cosas solían resolverse, generalmente. Aunque no sin dejar heridas sentimentales. Se convocaban tediosas y numerosas reuniones de las células que por una u otra razón efectuaban alguna actividad con los implicados. Y finalmente se elevaban las conclusiones a la Dirección del Partido. La cual debía fallar acerca del camino a seguir. Que en muchos casos era separar a quienes se habían dejado llevar por la atracción mutua, para resguardar la seguridad del Partido, no obstaculizar las tareas que triunfalmente se iban desarrollando para instaurar el socialismo en la Argentina. E incluso ‒se sostenía‒ en beneficio de los propios transgresores, quienes, de tal manera, recibían una lección de moral revolucionaria, la cual seguramente, si eran capaces de absorberla, contribuiría formidablemente con su propia auto construcción como Hombres y Mujeres Nuevos, objetivo esencial, para las vidas de los entonces militantes del PRT-ERP.

* Hugo Colautti murió a los 32 años, poco después, durante la noche del 23 de diciembre de 1975, combatiendo contra el Ejército durante el copamiento del Batallón de Arsenales 601 de Monte Chingolo. (1) * Luis Alberto Fabbri, dirigente del partido comunista El Obrero. Secuestrado en 1977, junto a Catalina Juliana Oviedo de Ciuffo, Daniel Jesús Ciuffo, Luis Eduardo De Cristófaro, María Cristina Bernat, Julián Bernat, Claudio Giombini, Elisabeth Käsemann, Rodolfo Goldín, Mario Sgroy, Esteban Silvestre Andreani, Miguel Harasymiw y Nelo Antonio Gasparini. Trasladados y

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mantenidos en cautiverio en condiciones inhumanas en el centro clandestino de detención el “Vesubio” (Buenos Aires), donde además fueron sometidos a diversos métodos de torturas. En un reciente juicio por delitos de lesa humanidad, se tuvo por acreditado que “la noche del 23 al 24 de mayo de 1977, todas las víctimas fueron sacadas de ese ccd para ser asesinadas, en un operativo especialmente montado para ello por personal del Ejército Argentino, al cual se intentó dar la apariencia de un enfrentamiento, y luego los restos de las víctimas fueron dejados en la puerta del cementerio de Monte Grande, para ser inhumados como N.N”.

7 En 1973 Córdoba era una fiesta para los revolucionarios. Movilizaciones inmensas ‒cinco a diez mil personas, normalmente‒, tomaban las calles casi todas las semanas, desde los primeros meses de aquel año. Desde las victorias populares de 1969 y 1971 (Cordobazo y Viborazo), los cordobeses vivían un fervor constante que los hacía creer en la pronta llegada del socialismo al poder. Las elecciones de marzo de 1973 no hicieron otra cosa que confirmar tales expectativas. Obregón Cano ‒abogado de la izquierda peronista‒ y Atilio López, derrotaron tanto a la oposición interna como al radicalismo ‒segunda fuerza mayoritaria‒, totalmente. Cuando asumió Héctor J. Cámpora como presidente, Salvador Allende y Osvaldo Dorticos ‒mandatarios de Chile socialista y Cuba‒, tuvieron un lugar preferencial en su palco. Dos días después Cámpora firmó el decreto de renovación de las relaciones de Argentina con Cuba, convirtiéndose así en el tercer país que se atrevía a contrariar la directivas estadounidenses. La misma tarde de su asunción una inmensa multitud rodeó la cárcel de Villa Devoto, sumándose familiares de - 363 -

los presos y otros grupos simpatizantes de las guerrillas. Con unas cincuenta mil personas apoyándolos en la calle, los presos políticos comenzaron a controlar la cárcel. Abal Medina ‒enviado por el presidente Cámpora, junto a diputados montoneros‒ habló a la multitud, tratando de calmarla con la promesa de liberación de todos los presos políticos. Pidió, como lo había hecho ya uno de los diputados justicialistas, que se desconcentraran: pero no obtuvo resultados. Inmediatamente después, desde los muros de la cárcel donde estaba detenido, habló con un megáfono el dirigente del ERP Pedro Cazes Camarero, diciendo todo lo contrario: que no se fueran, hasta arrancar a todos los presos políticos de las cárceles argentinas. A las 20:45 Cazes Camarero y Fredy Ernest, de Montoneros, hablaron con la multitud diciéndoles que habían dado 40 minutos de plazo a las autoridades para que expresaran una definición. A las 21, Abal Medina volvió a comunicarse con ellos para anunciar que la liberación sería esa misma noche. Mientras en la Casa Rosada se preparaba un decreto de indulto, en la cárcel se levantó un acta, haciendo constar que los presos eran liberados bajo responsabilidad de los siete diputados presentes. Los militantes comenzaron a salir del penal, junto con buena parte de los presos comunes, que aprovecharon la confusión para escaparse. La liberación de presos políticos se realizó también en algunas cárceles del interior del país, donde, con matices, se vivieron situaciones parecidas. En tanto, cada día de mayo, abril y junio se movilizaban multitudes en todo la Argentina, celebrando la maravillosa democracia. Obtenida con la lucha del pueblo en las calles y sus guerrillas juveniles hostigando permanentemente al Ejército y la Policía por entonces al - 364 -

servicio del capitalismo local y sus patrocinantes extranjeros. La revista Estrella Roja, del ERP (hasta entonces prohibida), comenzó a venderse por miles en los kioscos de todo el país. El presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós, celebró junto a los revolucionarios argentinos el aniversario del Cordobazo. Junto a los dirigentes gremiales de izquierda y autoridades gubernamentales, encabezaron un gigantesco acto en la capital de Córdoba, el 29 de mayo de 1973. La delegación chilena ‒por entonces con un gobierno socialista‒, también se trasladó a Córdoba. Este país veía en nosotros un potencial aliado ante el avance de las fuerzas derechistas. Enviado por nuestros corresponsales del MIR Chileno, Posición, en febrero de 1973 publicaba un análisis de la situación política que señalaba lo siguiente: “La clase trabajadora chilena hasta el momento, sólo ha conquistado el poder ejecutivo, algunos puestos dentro del Estado burgués y algunos sillones en el Congreso. Todo el resto del Estado aún está en manos de la burguesía.” Y más adelante: “la clase obrera tendrá que aplastar a la burguesía y conquistar el poder o la burguesía derrocará al gobierno de la U.P. para luego aplastar al pueblo a sangre y fuego”.

8

El centro neurálgico de la revista Posición era una bonita casa del barrio Güemes. Ubicada sobre una callecita en declive ‒si se la miraba desde el oeste, viniendo del Observatorio‒ o en ascensión, si se venía del - 365 -

Centro. La calle Brasil, tres cuadras más abajo, se unía con La Cañada. Arriba, se perdía en el horizonte hasta terminar chocando con la calle Río Negro. Con techo a dos aguas y tejas, la casa había sido construida sobre una plataforma. Debido a lo cual debían remontarse tres escalones para alcanzar la ancha puerta de madera. Se ingresaba a un vestíbulo, limitado por otra puerta, cancel. Atravesando ésta se arribaba a una recepción, donde se había intalado un escritorio, con teléfono y una canasta para recibir las colaboraciones periodísticas. A su izquierda, una cómoda sala, sobriamente amoblada, constituía la Dirección. (Forzando su cortina de tablas iban a ingresar en octubre los policías, sin necesitar hacerlo con las ventanas interiores, que permanecían abiertas.) A la derecha, la Redacción propiamente dicha: una extensa sala ‒la más espaciosa de la construcción‒, con una larga mesa en el medio, dos mesas de dibujo contra su pared izquierda, y otra mesa larga cruzada muy cerca de la ventana exterior, de tal modo que formaba una T con la mesa más larga. Entre ambas, un escritorio y una flamante máquina IBM (a la cual por entonces se llamaba “computadora”). Consistía básicamente en el teclado de una especie de máquina de escribir eléctrica cuya tipografía se cambiaba con “bochas” metálicas. Conectada a una alta y rectangular caja metálica, con una boca, por donde salía, impresa con láser sobre papel fotográfico, una tira con las columnas de texto. Quienes efectivamente trabajaban en la revista, además de Julio, eran el “Gordo” Torri ‒un estudiante de arquitectura, diagramador‒, Alicia y Quico (Quico, de 19 años, era hijo de Pettigianni, Alicia, de 18, su novia). Y - 366 -

Alfredo Ferreyra, quien se ocupaba de las cuestiones contables. Además de ellos, Nelso y Julio, quienes con Quico y Alicia (no Alicia Wieland, sino otra) residían, además, en aquella casa. La parejita pernoctaba bastante incómodamente en un sofá instalado en la Biblioteca ‒la habitación siguiente, hacia atrás, a la Redacción‒. Nelso y Julio ocupaban la habitación más grande, aledaña a la biblioteca y la última antes de un patio bastante ancho, donde había plantas de naranja, mandarina y pomelos. Ellos formaban parte de un equipo más numeroso, que abarcaba tareas en lo que se denominó “Prensa Legal Partidaria”. Estaba consituido ‒además de los ya mencionados‒, por el psiquiatra Eugenio Pettigianni ‒quien figuraba como Director de la revista Posición‒, César Argañaráz ‒jefe de la Corresponsalía del diario El Mundo, la cual funcionaba en una cómoda oficina en el mismo edificio y arriba del diario La Voz del Interior‒, Ana y Alicia (Wieland), el “Negro” Laje, Roberto Campbell, y “El Pata”, un joven correntino, todos ellos editores de la revista Patria Nueva. Los salarios de cada uno de estos periodistas se fijaban en reunión con todos los miembros. Donde cada quien debía expresar cuánto era lo mínimo que necesitara para subsistir dignamente. Luego de discutirlo brevemente se aprobaban, generalmente sin mayores trámites. A poco de llegar ‒invierno de 1973‒, Julio debió hacerse cargo inesperadamente, asimismo, de la diagramación. El Gordo Torri había cometido un error fatal: varias páginas salieron impresas de un modo equivocado (por ejemplo, la página 23 había sido impresa en el reverso de la 8, y así sucesivamente). Lo cual provocó grandes dificultades para la lectura de aquel número, que ya había sido distribuido en la mayor parte de - 367 -

sus cinco mil ejemplares. Torri fue sancionado destinándolo al Frente Universitario del PRT (los militantes del PRT detestaban el ambiente estudiantil, se ansiaba, en cambio, la actividad política en las fábricas, sindicatos o barriadas obreras). Otra novedad se produjo al incorporarse la computadora al proceso de composición (hacia el mes de septiembre). Lili ‒una joven militante del Frente Peronista Revolucionario‒ se incorporó al equipo como tipeadora. Esta modernización se fue aplicando de modo paulatino. Al principio, se armaban los originales y se imprimían con offset únicamente los suplementos. Finalmente toda la revista iba a ser editada e impresa con el sistema offset. Pues el partido se avino a adquirir una gigantesca impresora con este nuevo sistema. Para que nuestros lectores entiendan la diferencia, lo explicaremos. El offset eliminaba etapas, puesto que con aquellas tiras de papel que salían de la IBM se armaban directamente los originales, sobre una gran cartulina, donde solían configurarse, de a ocho, las páginas. Este era el tamaño de las planchas metálicas que luego, por un proceso efectuado con negativos fotográficos y laser (también el PRT debió comprar los equipos necesarios para ello) se grababan sobre delgadas planchas de aluminio para su impresión final. Pues bien, a lo largo de este proceso, el trabajo de Posición terminaría recayendo únicamente en Julio y Lili. La primera tipeaba todo el material periodístico (en muchos casos redactado también por Julio). El santiagueño debía cortar y armar luego, las columnas, con las tiras que iban saliendo de la máquina. Construyéndolas sobre las cartulinas junto a fotografías que recortaba u obtenía de otras publicaciones, enmarcándolas en - 368 -

recuadros que dibujaba con tinta china y modelando los títulos con Letraset. Julio sustentaba gran aprecio por la diagramación de la revista Crisis, considerando que revolucionó la Gráfica. La adoptó, pues, como un modelo, desde el momento mismo en que re diseñó y comenzó a diagramar Posición. 9 ‒Así que vos sos el “ahijado” de Antonio‒ le dijo un hombre maduro a Julio apenas lo vio. El santiagueño lo observó sin contestar. Eran los primeros días de agosto, como a las ocho y media de la mañana. Acababa de regresar de Santiago, adonde había viajado para buscar algunos de sus libros. Encontró al llegar a un grupo como de diez personas, hombres y mujeres, entre ellos el que le había hecho esa observación. No conocía al tipo. Medio rubio ‒con aquel pelo casi pelirrojo, seco‒, bigotazos barcinos (luego sabría que de tanto fumar), era más bien bajo; vestía ‒obviamente‒ camisa y pantalón de Grafa. ‒¡No te enojés!‒ chanceó el desconocido, ante la mirada oscura de Julio: ¡yo también soy santiagueño! Lo era. Se trataba de César Argañaráz, aunque nacido en Córdoba, descendiente de antiguas familias, entre ellas, los Lescano. Julio no sabía quién era Antonio y lo sorprendió el escuchar que, en algún estamento del PRT, él tenía un “padrino”. Se dio cuenta, sin embargo, que debería trabajar fuerte para aventar los celos de viejos militantes. Algunos de ellos iban a verlo como un “paracaidista”, entrando por la ventana a un espacio de vital importancia para la política revolucionaria. - 369 -

Era comprensible. Apenas llevaba algunos meses relacionado con el PRT. Su categoría era la mínima: “contacto organizado”. Entraba en relación cotidiana, pese a ello, con casi todos los “pesos pesados” quienes, por una u otra razón debían concurrir frecuentemente a la revista. Y, por su función periodística, con algunos íconos de la izquierda, como René Salamanca, el Negro Villa de Perkins, El Negrito Castello, Jaime, Silvio Frondizi, Alicia Eguren, en fin... El 19 de agosto de 1973 Julio cumplió 24 años. Y en los primeros días de septiembre realizó su primer aporte de relevancia. Hasta el momento se había ocupado de efectuar entrevistas ‒como a la Delegación Comercial cubana, que había venido a negociar un promisorio intercambio con la poderosa ciudad industrial que por entonces era Córdoba, o la Comisión Interna del SMATA, Tosco, etcétera. Y escribir artículos medianos y largos, algunos de ellos, cuando resultaba pertinente, con su firma. Debido al problema de diagramación ocurrido con el número 7, tuvo que asumir esa responsabilidad, como se dijo, en lugar de Torri. Preparado en Artes Plásticas desde su infancia, se dijo que para lograr algún impacto gráfico en aquel tamaño más bien chico y con recursos desactualizados, debía apelar a un re diseño contudente. El linotipo ‒como se describió más arriba‒, era extraordinariamente inferior al offset: las fotografías solían aparecer punteadas, además de que cada imagen encarecía sideralmente la edición. El offset, en cambio, literalmente eliminaba el costo de las fotos (y el de los operarios que solían crearlas artesanalmente) llevándolas a una calidad casi tan perfectas como las originales. - 370 -

Como se aproximaba el aniversario del asesinato del Ché Guevara, propuso ilustrar con su foto la tapa. Al recibir aprobación la diseñó así: fondo blanco. Una sola foto, grande, la cabeza del Ché (la famosa foto de Korda) “quemada”, como se llamaba entonces a los clissés donde se habían eliminado prácticamente los grises. Arriba, las letras con el título de la revista, chorreando pintura, grandes, en rojo. Y abajo, un sólo título, también en rojo. Nada más. La tapa tuvo un éxito extraordinario. El resto de la revista quedó, también, impecable. Julio había dividido los artículos largos, extrayendo sus párrafos destacados y colocándolos en recuadros. Para garantizar la edición había viajado varias veces a la imprenta de Oncativo, donde controló meticulosamente el tipeado con la linotipo. Se había quedado hasta el anochecer del último día revisando y corrigiendo las pruebas de imprentas, para la tirada final. El lanzamiento de ese número de Posición había coincidido con un lapso en que se efectuaban varios encuentros políticos. Entre ellos el Encuentro Internacional de Periodismo, donde Posición participaba, asimismo, como uno de sus organizadores. La edición de 5.000 ejemplares se agotó en pocos días. Nelso quedó muy impresionado. Pocos días más tarde, luego de una extensa reunión con “notables” como El Vasco, Bigote, El Zorro, “El Tuerto Abel”, Bischoff, Reyna, La Negra (de quien más tarde Julio sabría que era la esposa de César: una de las tantas “negras” blancas) Quico le dijo que lo llamaban a la Dirección. Solamente habían quedado Pettigianni, El Vasco y Nelso. Le explicaron lo que habían decidido. Puesto que se hablaba mucho de “fascismo” ‒por el surgimiento de aquellos grupos de ultraderecha en el - 371 -

peronismo‒, el “bonapartismo” de Perón y algunos rasgos corporativistas de su política, Posición debía explicar con claridad a sus lectores qué era el fascismo. ¿Era posible un nuevo tipo de fascismo en América Latina? ¿Perón era fascista? ¿Corría riesgo de convertirse en un fascismo sui generis el peronismo argentino? Todos aquellos interrogantes se habían planteado en la reunión. Y como no hallaran respuesta clara, se comprendió que era necesario indagarlos. Se había decidido, entonces, publicar un suplemento especial, sobre el fascismo. Luego de haberse retirado los dirigentes del FAS, Nelso, Pettigianni y El Vasco, dirigentes del PRT, habían decidido encomendarle aquella tarea. ‒¿Te animás a hacerlo? ‒inquirió Nelso. A Nelso nadie podía decirle que no. Era tan amable, tan, incluso, tierno en su relación con los compañeros... Pese a ello, por algunos segundos Julio vaciló. Era un trabajo delicado... Bajó la cabeza. Después, sencillamente, contestó: ‒Sí. Lo haré. Debido al nacionalismo peronista de su familia Julio conocía mucho sobre el fascismo. Particularmente el alemán. Su abuelo le había regalado, incluso, una voluminosa biografía de Rommel, cuando cumplió 8 años... por saber que al niño le interesaba con avidez el desempeño alemán durante la 2ª Guerra. Etcétera. Mas sobre el análisis marxista acerca del fascismo no sabía prácticamente nada... Esa misma tarde fue al centro en un R4 que había disponible y compró Socialismo o fascismo, dilema latinoamericano, del sociólogo brasileño Theotonio Dos Santos, libro editado en 1972. La elección resultó providencial. - 372 -

Todo ese fin de semana lo pasó leyendo meticulosamente aquel libro. Iba al parque Sarmiento, tempranísimo, buscaba el banco más aislado de aquel lugar paradisíaco. Y se zambullía en el texto. La noche del sábado, se encontró por casualidad con Abel, a quien apenas conocía por haber visto un par de veces en Posición o el FAS. Era un médico, que solía usar el apellido Potzlasky. Debido a lo cual Julio supuso que podría ser de origen eslavo. A sus espaldas, solían criticarlo: “es un intelectual de laboratorio”, deslizaban. Como ya se dijo, el obrerismo y “la práctica” estaban a la orden del día en el PRT. Julio creía que Abel debía pertenecer a uno de aquellos pequeños partidos trotzkistas que abundaban en el ámbito del FAS. Eso también le agradaba. Admiraba a Trotzky, en gran medida por su maravillosa habilidad literaria. Abel hablaba mucho y con gran conocimiento, de todos los temas relacionados con el marxismo. Esa noche habían ido a ver a Los Olimareños, que tocaban en un anfiteatro muy bonito de la Ciudad Universitaria. Abel había concurrido con su novia. Era una muchacha flaca, muy blanca ‒como él‒, un tanto lánguida. La pobre casi no pudo introducir una palabra. Su novio y el santiagueño se la pasaron hablando sobre el fascismo, su interpretación marxista y las perspectivas de su vigencia en América Latina. El domingo Julio comenzó a escribir un extenso artículo, que finalmente resultaría casi un pequeño libro. El lunes lo terminó. En él consignó las conclusiones a que llegara: “el fascismo es ecléctico” fue una de las frases que extrajo como epígrafe posteriormente para la diagramación. Mas, para su satisfacción, Theotonio Dos Santos lo había consolidado en su intuición de que “el fascismo no era - 373 -

posible en América Latina”. Ergo, Perón no podía ser fascista... Nadie, salvo un esquizofrenico, puede dar vuelta sus ideas y convertirse en enemigo de lo que antes amaba... De hecho, Julio seguía amando a Perón, y lo combatía ahora, políticamente, sin dejar de guardarle un afecto como de nieto rebelde... “El fascismo no es posible en América Latina”... decía pues en una de sus conclusiones aquella monografía. “Pues una de las características fundamentales del fascismo, es su vocación imperialista...” Ningún país latinoamericano estaba en condiciones de ser imperialista. El Peronismo jamás se había planteado propósitos imperialistas ‒ni la realidad económica y estructural de su país le permitía planteárselas‒: ergo, el Peronismo no era fascista... Se volvió a reunir el Comité de Notables de Posición. Leyeron atentamente, por unas dos horas, el trabajo de Julio. Finalmente, mientras se retiraban bromendo entre sí, como buenos camaradas, Nelso le devolvió el trabajo mecanografiado. ‒Está aprobado sin correcciones‒, dijo, sonriente.‒Puedes comenzar a armarlo. Lo imprimiremos en offset. El folleto, de unas cuarenta páginas, primorosamente diagramado e impreso sobre un papel rugoso, color ocre‒dorado, tuvo un éxito inmenso. La revista se agotó, mas no tanto por sí misma sino por aquél suplemento. “Cuqui” Curutchet, un abogado del PRT que dirigía la por entonces “subversiva” Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Córdoba, pidió mil ejemplares más para su alumnado. Entonces Nelso dijo: “imprimiremos otra tirada de cinco mil”. - 374 -

Así fue que la siguiente edición de El Fascismo circuló (esta vez en papel verde, pues se había terminado el anterior) despertando un debate espectacular en la izquierda cordobesa, particularmente la universitaria. * Se trataba, en realidad, de Abel Bohoslavsky, del PRT, quien iba a salir del país durante la siguiente dictadura y participaría de la Revolución Sandinista en Nicaragua.

10 El FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo) tenía su local en la Avenida Maipú entre Libertad y Oncativo. Muy cerca del centro de la ciudad. Era una casa bastante espaciosa, con un gran patio al medio y varias habitaciones. Cada una de ellas funcionaba como “sede” para algún área de la actividad: Villas, Sindicalismo, Prensa, Salud, etcétera. Nutridos grupos de jóvenes entraban y salían, se entrecruzaban en el patio central, o los pasillos que conectaban las cuatro habitaciones enfrentadas que daban a la vereda. Grandes carteles con la imagen del CHE, pintadas en las paredes, mate y bizcochos circulando por decenas entre las manos jóvenes que preparaban las pancartas para la próxima movilización o abrochaban los boletines informativos de cada sub agrupación. Frecuentemente algún personaje destacado ‒Alicia Eguren, Manuel Gaggero‒ concurría y se suscitaba un revuelo. Armando Jaime aparecía en medio de un nutrido grupo de hombres con rostros aindiados y una multitud llenaba el local para escuchar sus palabras. A veces, venía - 375 -

el Negro Arroyo, carismático dirigente del Frente Revolucionario Peronista jujeño. Juan Carlos Arroyo, muy joven por entonces, poseía el don de la elocuencia. En el primer encuentro masivo del FAS de Tucumán, fue el orador más celebrado. Incluso más que Agustín Tosco, quien en aquella oportunidad rechazó el ofrecimiento que se le había hecho de competir por la presidencia con Perón. Se dijo que presionado por el Partido Comunista, el cual repudiaba a la guerrilla y proveía de una custodia armada al dirigente cordobés de Luz y Fuerza. Pues bien, Arroyo, para muchos, debía haber sido el candidato elegido, en lugar de Tosco‒Jaime, como se promovió la fórmula. Nadie suponía que se le iba a ganar a Perón las elecciones de septiembre de 1973 ‒convocadas luego del golpe institucional de derecha que derribó a Cámpora. Se trataba de una participación testimonial. Las multitudes de jóvenes que habían migrado hacia el FAS debido al rápido deterioro del peronismo, buscaban una expresión de izquierda que permitiera garantizar desde las urnas cierta pervivencia de las ideas defendidas por una gran parte de la población desde El Cordobazo para acá. Arroyo era el líder carismatico que se necesitaba ‒sostenían numerosos jóvenes dirigentes del FAS. Por alguna razón ‒que el autor de estas notas no conoce‒ su candidatura, finalmente, no cuajó. Pero ello no evitaría que fuese, siempre, el líder más aplaudido, el que encendía el fervor de las multitudes cada vez que tomaba el micrófono en las grandes movilizaciones de aquel periodo. Cada fin de semana se organizaban Peñas Populares en el FAS. Allí solían destacarse como cantores “Lucky” Gómez, un santiagueño que fuera fundador del Grupo SER en su provincia, antes de viajar a Córdoba para - 376 -

estudiar Medicina. O Martín Federico, un abogado que había estado preso en Rawson junto con Agustín Tosco y Mario Roberto Santucho. A veces, cuando la concurrencia se calculaba multitudinaria, las Peñas del FAS solían trasladarse a algún Club Deportivo de las inmediaciones, alquilado. Con frecuencia se proyectaban películas. Como El Traidor, de Raymundo Gleyzer ‒también conspicuo integrante del FAS‒. O clásicas, como La Batalla de Argelia, Estado de Sitio ‒de Costa Gavras‒ o El Cóndor Pasa. El famoso escritor Haroldo Conti ‒Premio Casa de las Américas‒, era otro de los prestigiosos integrantes del FAS. Un conjunto de Teatro ‒LTL, Libre Teatro Libre‒, integrado por agraciadas muchachas y muchachos, se había hecho famoso en todo el país por sus representaciones callejeras. Este semillero de conciencia popular iba a tener su eclosión más influyente cuando, en junio de 1974, efectuara su gigantesco Congreso Nacional de Rosario, adonde algunos participantes consideran que hubo hasta 25.000 jóvenes revolucionarios.

Continuará

N. del A.: se aceptan contribuciones de los protagonistas, otros datos o correcciones. Pueden consignarlos aquí mismo o por medio de un email: [email protected]

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Comentarios

Compañeros Julio: Gracias a un compañero, recién accedo a conocer estos relatos tuyos sobre la Revista Posición. Conocí a muchos de los personajes que se recuerdan: el dentista Petti, el rengo Del Vecchio, el “buzón” Colautti, el “Zorro” Luis Fabri, al Checha Argañaraz, al periodista Roberto Reyna, a Bosarelli. También conocí esa casa de calle Brasil en barrio Güemes. Hace muchísimos años que ando en la búsqueda de dos “separatas” que en color verde publicó Posición entre 73 y 74. Textos que recuerdo como muy valiosos. Uno se titulaba “El fascismo”. El otro era “Carta del viejo Pedro a las bases peronistas” (escrita en 1971 y que en realidad el original mimeografiado era “Carta a los compañeros del Peronismo de Base”, en la que Pedro Milesi cuenta su participación en el 17 de octubre de 1945 en Buenos Aires, cuando aún era empedrador municipal de calles). Preguntas: ¿tenés esos textos? ¿Sabés dónde se pueden encontrar esos folletos? Gracias, un saludo Abel Anotado por: abajero | 18/01/13

Respuesta del autor - 378 -

Abel: agradezco tu comunicación. El suplemento sobre El Fascismo lo escribí, edité y diagramé yo pero, hasta ahora, nunca pude recuperar ese texto. La Carta del Viejo Pedro puedes bajarla de El Topo Blindado http://eltopoblindado.com/, así como algunos pocos números de Posición Anotado por: Julio | 18/01/13

Debates Recuerdo muy bien el debate en la mesa de la casa de calle Brasil, el intercambio de ideas, algunos de los presentes (Petty seguro estaba y creo el rengo y el zorro también). Yo fui miembro del equipo de Redacción más o menos desde el segundo semestre del 73 hasta su cierre. Cuando Petty “se fue” (claro, no me iba a explicar el por qué, que después supimos), me regaló su consultorio odontológico que yo inmediatamente lo doné al Sindicato del Caucho, vecino a nuestro Sindicato de Perkins. Recuerdo incluso de ese debate unos textos que aportó Petty que hablaban muy claro acerca del uso de terminología socialista mezclada con patrioterismo y exaltaciones a la verticalidad, momento en que yo añadí con picardía “Primero la patria, después el movimiento, luego los hombres”. También recuerdo que repasamos “El fascismo” de Trotsky y “Fascismo y frente único” de Dimitrov, ya que algunos no conocían esos textos. Recuerdo otro artículo titulado “La Gendarmería cutodia las fronteras... del capitalismo”. Soy medio bruto para buscar en internet, pero intentaré recuperar lo del Viejo Pedro para republicarlo. Es un texto - 379 -

imperdible...¡y de actualidad histórica! Me reuní con él dos veces en la clandestinidad en Buenos Aires, ya bajo la dictadura. Me daba citas frente al Sanatorio de los Municipales, porque ‒decía‒ era su coartada, ya que era afiliado de esa Obra Social. También me reunía ocasionalmente con el Zorro Luis manteniendo los vínculos PRT - OCPO y después supe de su caída. Y en enero 78 supe por testimonio directo de una sobreviviente, que había estado en El Vesubio, donde ya estaba Oesterheld y a donde también fue a parar el Sopa Oscar Guidot, activista del SUOEM, dirigente gremial hospitalario del Rawson y muy activo participante del FAS. También recuerdo que tratábamos de emular en Posición el tipo de revista que era la chilena Punto Final, del MIR. En numerosas exposiciones, relatos y escritos que he hecho durante varios años, divulgué mucho la existencia efímera de Posición, publicación desconocida por casi la mayoría de los militantes “porteños” y aledaños y que permanece injustamente ignorada. Recuerdo como anécdota que llevamos la revista al plenario de Villa Constitución y yo hice de “canillita” en las puertas de la cancha, voceando “Compre la última revista cerrada por el gobierno popular”. Entre los conocidos que te mencioné, omití a Campbell, con quien me reencontré a mi regreso de Nicaragua en 1986, y al Negro Laje (que un día cualquiera me llamó por teléfono desde el aeropuerto Sandino a mi laburo en Managua para que lo vaya a buscar y yo casi me caigo de culo). El Negro estuvo el 22 de marzo del año pasado en la presentación de mi libro, Biografías y relatos insurgentes, en el Museo de la Memoria. - 380 -

Vaya pues este anecdotario para añadirlo al rescate de Posición. Un abrazo ABEL Anotado por: abajero | 18/01/13

Familia Díaz Estimado Julio, soy el hijo mayor de Díaz de la imprenta de Oncativo, compañero de Nelso. Por el relato no tengo dudas que sos el compañero que compartimos gratos momentos de trabajo y militancia. Seguro que la escopeta que refieres es la que te entregó mi viejo, era una de un caño calibre 16. Un abrazo Anotado por: MARIO | 24/08/13

Respuesta del autor ¡Gracias, Mario! Sí, la escopeta nos la entregó tu papá, es cierto... ¡Los recuerdo con gran afecto, a vos y a tu familia! Nuestra lucha no fue en vano, como la de tantos patriotas argentinos que fuimos construyendo esta nación. La Historia no se olvidará de nosotros. ¡Un abrazo grande! Anotado por: Julio | 24/08/13

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30. La Dignidad

Ellas eran hermosas ‒aunque algunas no fueran bonitas‒: y lo continúan siendo. Ellos eran magníficos ‒aún cuando no todos fuesen apuestos‒: y lo continúan siendo. Solían estudiar ‒algunas pocas, obreras, u obreros ellos, aunque menos de los que hubieran deseado. Sus edades iban entre los 16 a los 24 años. Estaban en el periodo en que las personas comunes planean su felicidad. - 382 -

Ellas y ellos eran diferentes: planeaban la felicidad de todos. Sus padres y madres querían que fuesen ingenieras, médicos, abogados, arquitectas y arquitectos. Ellas y ellos eligieron ser revolucionarios. Ni ellas ni ellos buscaban beneficios personales con su lucha. En la cual arriesgaban, conscientemente, la vida entera. Llegaron a ser unos cuarenta mil jóvenes argentinos, entre mediados de los sesenta y setenta. Más o menos quince mil de ellos militaron en las organizaciones guerrilleras. Incapaces de comprender aquel inmenso entusiasmo, los represores solían decir, cada tanto, que aquellos jóvenes “se drogaban”. La única droga que corría por sus venas era el amor. Sus mentes, llenas con imágenes de un mundo mejor, ni siquiera solían interesarse por sus propios cuerpos. De aquellas revolucionarias y revolucionarios, aproximadamente diez mil sobrevivieron a la monstruosa represión, que desplegaría el Estado Argentino desde el mes de junio de 1973. Sus enemigos ‒la Vieja Argentina: sanguijuelas políticas, militares, burócratas sindicales, corruptos eclesiásticos, empresarios prósperos sobre la superexplotación de un pueblo hambriento‒, los que administraban desde siglos atrás la Injusticia, obteniendo grandes beneficios materiales por ello, quisieron exterminarlos. Literalmente: las leyes represivas aprobadas por el Congreso de la Nación durante aquel periodo falsamente “democrático”, consignaron aquella palabra: “aniquilamiento”. Los diez mil sobrevivientes pasaron situaciones prácticamente imposibles siquiera de imaginar por alguien que no las hubiese vivido. En campos de exterminio, gestionados por el Estado represor, fueron torturados - 383 -

durante días, algunos durante meses. En cárceles de las que se habían eliminado los elementos básicos subsistieron durante años: despojados de los más mínimos derechos, que sí protegían a los presos comunes, es decir, criminales o ladrones. Por más que el único “crimen” de los castigados hubiera sido organizar comedores en barrios humildes, o tener en sus casas muchos libros de Marx, Lenin, León Trotsky o el Ché Guevara. El Estado Represor llegó a montar equipos donde había psicólogos, militares, psiquiatras, médicos, guardiacárceles, sacerdotes, abogados, con el sólo propósito de quebrar la voluntad de estos combatientes presos. Cuyas únicas armas, cuyos últimos reductos de resistencia, estaban en su interior, en sus propias consciencias. En muy pocos casos lo lograron. Incluso en aquellos que parecieron haber obtenido algún tipo de mutación, pudo comprobarse con los años, luego de que las víctimas hubiesen recuperado su libertad, que sólo se trataba de simulaciones. Al salir en muy precaria libertad, hacia los ochenta, la inmensa mayoría de estos militantes no fueron a llorar en las iglesias. Ni en organismos de Derechos Humanos. A estos últimos, en todo caso, concurrían algunas veces sólo para saludar. Dado que estaban compuestos por madres y familiares de compañeras y compañeros. O a las iglesias iban quienes siempre lo habían hecho, antes, durante o después de su militancia, por convicciones genuinas. La dignidad de estas jóvenes y jóvenes ‒ya casi todos treintañeros‒, les impedía esgrimir la bárbara represión padecida para obtener conmiseración pública o algún beneficio económico. Aunque hubiesen salido en condiciones de gigantesca inferioridad respecto de sus - 384 -

conciudadanos. Con sus estudios tronchados ‒la inmensa mayoría no logró nunca terminar sus carreras universitarias‒, con la señal de Caín sobre la frente, por haberse atrevido a luchar contra El Mal, que por entonces aún gobernaba plenamente, sin trabajo, sin casa, sin dinero, muchas veces con familias, padres, madres, hermanos, que habían sido también criminalmente golpeados por saqueos, encarcelamientos, atentados y ataques de todo tipo durante aquella década aciaga. La inmensa mayoría de aquellas hermosas y hermosos jóvenes que se habían atrevido a luchar con sus inteligencias brillantes y sus manos contra Todo el Mal, fueron capaces de valerse de sus propios medios al salir de las cárceles. Aquellas donde habían utilizado los métodos más perversos para destruirlos. Retomaron o refundaron sus familias, gestaron y educaron hijas e hijos, plantaron árboles, construyeron casas, crearon bibliotecas públicas, asociaciones vecinales, sindicales, o las enriquecieron. No sólo eso: siguieron oponiéndose al Mal, cada segundo de cada uno de los días que vivieron hasta hoy. Por ello continúan siendo hermosos... Su simiente creó una generación de jóvenes doblemente revolucionarios: sus hijas e hijos. Que a la nobleza de sus principios, a la generosidad de sus corazones, a la hermosura de sus ideales, suman la experiencia invalorable de sus madres y padres. Muchos de los que levantaron las manos para aprobar la legislación criminal, entre 1973 y 1976, corrieron a anotarse para obtener en primer lugar sus jubilaciones de privilegio. Cuando el dictador Bignone instaló dichas prebendas para ex legisladores, funcionarios de alto rango y jueces. Muchos de aquellos corruptos de entonces se reinsertaron en el Estado, luego del “retroceso en orden” - 385 -

de los genocidas. Los jueces que condenaron ilegalmente a decenas de militantes políticos, que consintieron torturas inenarrables o incluso las presenciaron, siguieron engulliendo la gran tajada de torta que habían sabido cazar, ya en épocas de pretendida democracia. Los peores canallas, criminales, políticos ostentosamente corruptos, asolaron impunemente las arcas del Estado y arrodillaron a nuestra Patria durante muy largos años aún después de enterrada la dictadura militar asesina. La mayor parte de estos saqueadores, corruptos, criminales ‒aún cuando son hoy estúpidos y temblorosos ancianos vacilantes‒, cobran grandes jubilaciones o pensiones del Estado Argentino. Aquellas hermosas y hermosos jóvenes que arriesgaron sus vidas por los más pobres y débiles, por una Patria Feliz y Soberana, aún aguardan un mínimo reconocimiento de esta nueva generación de legisladores. Entre los cuales hay muchos recuperando los ideales que, toda nación que se precie de intentar serlo, debe sustentar. Lo esperan porque ya no son jóvenes, aunque sigan siendo hermosas y hermosos. Pero principalmente porque es un derecho que se han ganado con sus vidas. En las cuales han faltado repetidamente elementos materiales necesarios, ha faltado trabajo, reconocimiento social o incluso, casi constantemente, ha faltado Justicia. Vidas, sin embargo, que jamás carecieron de un elemento esencial, profundo, trascendentalmente significativo: la dignidad.

Santiago del Estero, 21 de septiembre de 2013.

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