Luis Federico Leloir. Historia de una investigación Nobel

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Descripción

Texto, diseño y versión digital de César Lorenzano ISBN del autor

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Copyright ISBN Lorenzano, César Julio Luis Federico Leloir. Historia de una investigación Nobel. / César Julio Lorenzano. - 1a ed. . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Lorenzano, César Julio, 2015. Libro digital, Book app for iOS Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-33-8627-5 1. Epistemología. 2. Historia de la Ciencia Argentina . 3. Filosofía de la Historia. I. Título. CDD 509.2

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Dedicatoria Dedico este escrito a la memoria de Luis Federico Leloir, científico ejemplar,  a su equipo  de  colaboradores  más  cercano,  con  quienes  obtuviera  el  premio  Nobel . Agradezco especialmente al Dr. Marcelo Dankert  la cuidadosa lectura que hizo de este manuscrito, y las indicaciones que me sugirió. Y, cómo si no, a mi familia, que tanto me acompaña.

ii

Festejo en el Instituto por el premio Nobel

2

Indice

Capítulo

Sección

Página

Dedicatoria

1

Capítulo 1

ISBN

Capítulo 2

Indice

3

Capítulo 3

Introducción

6

Capítulo 4

El hombre. La vida cotidiana

14

Capítulo 5

La bioquímica. Un paradigma

22 Sección 1

3

Nace un paradigma

28

Capítulo 6

Leloir el científico. Los años de formación

36

Capítulo 7

El investigador maduro

42

Capítulo 8

La estadía en Estados Unidos

50

Capítulo 9

En el Instituto de Investigaciones Bioquímicas

58

Capítulo

4

Sección

Página

Capítulo 10

Los artículos

63

Capítulo 11

Método científico y ciencia normal

100

Capítulo 12

Los días en el Instituto

106

Capítulo 13

Su comunidad científica

114

Capítulo 14

El entorno social

126

Capítulo 15

El sentido de las investigaciones

140

Capítulo 16

Coda metodológica

148

Capítulo 17

Glosario

156

Capítulo 18

Apéndice I

Entrevista

158

Capítulo 19

Apéndice II

Artículos originales

166

Capítulo 20

Contratapa

183

3

Introducción

Alejado del país por uno de esos estremecimientos cíclicos que tanto daño le han hecho -el más reciente y terrible-, soñaba con investigar los avatares de la ciencia argentina. Por fin iba a realizar mi deseo, lo que acariciara durante los largos años de ausencia. Marchaba a reencontrarme con la historia de la ciencia argentina, con sus personajes y sus archivos, sus logros y sus dificultades. Iba, finalmente, a intentar develar el secreto de un sabio afable, sencillo, silencioso, de natural modestia, tan alejada de las estridencias en boga, cuya importancia se ocultaba tras las complejidades de la bioquímica, sólo transparente para iniciados. Me encaminaba esa mañana de primavera, a mi encuentro con Luis Leloir, ejemplo notorio de cómo la mejor ciencia puede hacerse en quizás no el mejor de los mundos posibles, nuestro remoto, empobrecido mundo periférico. Conocía de él apenas algunas generalidades del dominio público. La escasez de medios con los que investiga-

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ba; la silla rota y remendada de su laboratorio; los artículos y entrevistas que se tejieron a su alrededor. A la hora fijada, llego al Instituto de Investigaciones Biológicas "Fundación Campomar". Me espera allí un hombre mayor, con ojos celestes muy vivaces que desmienten la edad corporal. Vamos hacia un despacho de la biblioteca, con grandes ventanales que dan al Parque Centenario. Demora pacientemente su entrada, a fin de que lo anteceda -yo, su visitante, un absoluto desconocido-. Al iniciarse la entrevista, hace gestos de levantarse. No era, como temí, para dejarme plantado por haber sacado el grabador y ponerlo en funcionamiento. Por lo contrario. Cierra la puerta a fin de que los ruidos -casi nulos en la biblioteca- no nos molestaran, y la grabación saliera mejor. Pequeños episodios, gestos mínimos que revelaban su natural gentileza, el respeto profundo que sentía por sus interlocutores. Actuando como si no fuera Leloir, el sabio laureado ante un ignoto investigador de la ciencia, sino sólo un caballero que recibe a un amigo. El diálogo fluye naturalmente. Al terminar la entrevista, muestra en las estanterías el tesoro que buscara yo desde hace años; cuatro, cinco tomos de hojas amarillas, polvorientas, que contienen las Memorias del Instituto. En ellos se encuentra la totalidad de su obra escrita: artículos especializados en los que expone sus investigaciones, algunas monografías en las que resume para sus colegas el conocimiento ya aceptado. No las firma solo. Lo hace, habitualmente, junto con miembros de su equipo. Nos despedimos. No fue nuestro único encuentro. Pude reafirmar, luego, que la calidez con la que me recibió formaba parte de una forma de ser, la misma que hizo que cuantos lo conocieran lo respetaran y apreciaran. Durante largos meses analicé el material del que disponía. Aprendí, en ese lapso, a apreciar su obra, pero pese a mis esfuerzos, las piezas no se integraban en un relato coherente. Quisiera compartir algunas de las dificultades con las que tropezaba, y que hacían al secreto íntimo de narrar una historia. Descartaba el presentar una simple sucesión de fechas y hallazgos, una historia ordenada por el fluir temporal de los acontecimientos, una historia de datos. 7

Habría sido críptica, sólo para iniciados en los meandros de la bioquímica, y no hubiera revelado su coherencia interna, oculta tras las fórmulas y los experimentos. Se intentaba, sobre todo, narrar una historia conceptual que mostrara cómo se inicia y se desarrolla un personalísimo estilo de pensamiento científico, los motivos por los cuales había merecido el mayor de los reconocimientos por parte de la comunidad científica. En suma, una historia que permitiera comprender los avatares de una investigación Nobel, y no sólo ofrecer información acerca de lo ocurrido. Las fuentes documentales de las que se disponía -la totalidad de los artículos que publicara Leloir- eran las ideales para captarlo. Al contrario de los libros de texto, en los que el pensamiento científico se muestra cristalizado, inmóvil, sin vacilaciones -producto de exhibir el punto de acuerdo al que llega la comunidad científica en ese preciso momento-, en esa sucesión de artículos se desenvolvía -vivo- con sus dudas, los caminos que se abren, las elecciones en las vías de investigación. Sin embargo, en este punto de partida, residía asimismo la mayor dificultad, la mayor debilidad. Si, como habíamos dicho, se trataba de comprenderlo, es decir, interpretarlo según los esquemas conceptuales con los que se estudia la racionalidad de la ciencia, el más difundido de ellos se mostraba insuficiente, aun a simple vista. Me refiero al método hipotético deductivo, que supuestamente agota todo lo que pudiera decirse acerca de la estructura de la ciencia, y por lo tanto de la secuencia ordenada de pasos que siguen los escritos científicos. Si interpretar la labor científica consiste, tal como lo exige el método, en mostrar: 1. cuáles son los problemas de los que parte la investigación, 2. cuál es la hipótesis que formula -imagina- Leloir para solucionarlo, 3. cómo se deducen de ella, en ciertas situaciones experimentales, resultados que estaban en condiciones de refutarla o de corroborarla, entonces se renunciaba a entender la obra de Leloir, la unidad esencial que había hecho de cada artículo un eslabón en un proyecto de investigación personal, la trayectoria, la aventura intelectual que había sido reconocida con el Premio Nobel. Se fragmentaba en mil pedazos, sin nexo posible entre ellos. 8

El método resultaba apto -quizás- para comprender cómo se ponen a prueba hipótesis aisladas. La riqueza del material que se debía analizar parecía un bocado demasiado grande para un esquema tan restringido. ¿Qué hacer cuando, en vez de uno solo, se dispone de decenas de artículos? Una respuesta probable era pensar que cada uno de ellos se encuentra estructurado a la manera hipotético-deductiva, y que esto es todo lo que puede decirse acerca de ellos. Debían considerarse, pues, como hipótesis aisladas, una al lado de la otra, en una secuencia histórica, pero inconexa, dado que el método no nos provee de elementos conceptuales para hablar de su ligazón . El relato saltaría de hipótesis en hipótesis, estudiando el lazo que se establecía entre cada una de ellas, con los resultados de los experimentos, pero al mismo tiempo renunciando a saber si había algo que las uniera. El precio de esta comprensión -de esta racionalidad- en el interior de cada artículo, era que al tener entre las manos decenas de hipótesis puestas en hilera, separadas, reducía el relato a espasmos desacoplados. Era un precio demasiado alto, pero no el único a pagar. Dentro del ascetismo de los pasos metodológicos, no cabían las circunstancias personales y sociales en las que se desenvuelve la investigación. En los términos del método, pertenecen al contexto de descubrimiento, tierra de datos y detalles, sin estructura racional, la cual queda reservada únicamente al contexto de justificación, al que pertenece la secuencia de pasos que mencionáramos anteriormente, y que permiten o desechar por falsa la hipótesis originaria, o continuar sosteniéndola, luego de ser corroborada por el resultado del experimento. Por lo contrario, interesaba sobremanera estudiar, a la par de la coherencia de toda la secuencia de artículos, el entorno en el que se desenvuelven y la manera en que podrían haber sido influidos por él. Era insuficiente responder al primero de los interrogantes -el nexo entre los artículos- diciendo que la unión estaba daba por la bioquímica con su búsqueda de enzimas; de hacerlo así, simplemente trasladaba el problema de la coherencia -la racionalidad- a la bioquímica en su conjunto, y no se aportaban elementos para pensar la relación entre las investigaciones y su medio social. 9

Existía, sin embargo, otra manera de comprender a la ciencia, en la que el método ocupa sin duda un lugar, mas no el central. A partir de los trabajos de Thomas Kuhn, es posible entender que la ciencia no consiste sólo en hipótesis o teorías aisladas que se ponen a prueba sucesivamente. Ellas sólo cobran sentido si se las considera parte de un paradigma, una estructura compleja que persiste durante largos períodos. Una vez instituido, el paradigma guía el curso de las investigaciones, y los descubrimientos aislados -que son puestos a prueba siguiendo los parámetros del método hipotético-deductivo-, son vistos como contribuciones a su desarrollo, que constituye en su desenvolvimiento en el tiempo el objeto específico de esa narración que llamamos historia de la ciencia. Entonces se abría la posibilidad de estudiar el nexo -la racionalidad- que existía entre las investigaciones separadas que aparecían en los diversos artículos, y que me había negado a concebir como unidades estancas. Se disponía, ya, de la herramienta fundamental de análisis para comprender la obra de Leloir. Más aún. En la concepción de Kuhn, las investigaciones no flotan en un vacío social. Un paradigma -la ciencia- es algo vivo, que crece y se desarrolla por los aportes de muchos científicos a lo largo y a lo ancho del tiempo. No lo produce un científico aislado, por más genial que sea: necesita para concretar su obra de los conocimientos que elaboraron los científicos del pasado, y se enriquece y fortalece en su confrontación e intercambio con sus contemporáneos, que edifican constantemente sobre sus aportes. En este sentido, la ciencia es una actividad social, producida por una comunidad científica. Comprender la obra de un científico es, precisamente, situarla en la red que forja un paradigma, y estudiar su inserción en la sociedad de los investigadores, sujeta, como toda formación social, a los vaivenes de la historia más general de la que son parte. Existía una dificultad adicional que debía ser resuelta: lo que se tenía entre manos no era la evolución de un paradigma, sino una secuencia de investigaciones de un científico individual, con una racionalidad propia, que no podía ser la del paradigma general. Los moldes generales debían ser transfigurados para captarla en toda su riqueza, de tal manera que se entendieran como la culminación de un programa de investigación personal, con un estilo propio de plantear, encarar y resolver dificultades. 10

Se trataba de problemas metodológicos que, unidos a lo arduo de enfrentarme a un material quizás demasiado abundante, hicieron que demorara largamente la escritura, sin encontrar la forma de organizarlo. Cualquier manera que imaginaba, dejaba de lado elementos esenciales. La solución a estos problemas de método, la que me permitiría narrar la historia que ahora presento, apareció, como sucede habitualmente, luego de un brusco reacomodo de las posibilidades que explorara -inútilmente- durante meses, en la mañana del 2 de diciembre de 1987. Pocos minutos después, la voz del locutor de turno anunció por la radio la noticia de la muerte de Leloir. Curiosa coincidencia que me estimuló a plasmar cuanto antes la historia que ahora escribo. No podré, ya, cumplir la promesa que le hiciera de entregarle mi manuscrito para que le diera su visto bueno. Fue escrito para contribuir a la mejor comprensión de una empresa intelectual rigurosa, sólida, edificada tenazmente en más de cincuenta años de investigaciones originales, que culminó en 1970 con el reconocimiento supremo que significa el premio Nobel. Narra los caminos por los que transitó su vida, y los que siguieron sus investigaciones, cuando desbrozó para nuestro conocimiento las rutas metabólicas que llevan su nombre. Espero que le haga justicia. Citas en el texto 1. Popper, Karl. La lógica de la investigación científica. Madrid. Tecnos. 1973 2 Popper, Karl. op. cit. p. 30-31: "La cuestión acerca de cómo se le ocurre una idea nueva a una persona -ya sea un tema musical, un conflicto dramático o una teoría científica- puede ser de gran interés para la psicología empírica, pero carece de importancia para el análisis lógico del conocimiento científico. Este no se interesa por cuestiones de hecho (el quid facti? de Kant), sino únicamente por cuestiones de justificación o validez." 3 Kuhn, Thomas. La estructura de las revoluciones científicas. F.C.E. México. 1971. Se trata de la historia que refiere los avatares de la ciencia normal; otro seg11

mento de la misma está destinado a mostrar los cambios revolucionarios entre paradigmas.

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4 El hombre. La vida cotidiana Leloir fue nieto de inmigrantes. Por rama paterna, desciende de vascos franceses con raíces en Lilly, que se establecieron posteriormente en la región bearnesa en el curso de la Revolución Francesa. El primer Leloir, Cónsul francés en Buenos Aires, compra campos aprovechando el bajo costo que tenían en esa época -comentará Luis Leloir en su artículo autobiográfico-. Es casi ocioso decir que así se inicia un tronco familiar que hace de los Leloir -en conjunto- los mayores poseedores de tierras de la provincia de Buenos Aires. Casado con una hija del país, tiene dos hijos, uno de los cuales muere ahogado. El sobreviviente estudia abogacía -profesión que no ejerce- y se dedica a las tareas del campo en Balcarce y General Madariaga. Tiene nueve hijos, cinco de ellos de un segundo matrimonio que contrae luego de enviudar, y que lo emparienta con otra rama vasca, esta vez española, a la que pertenece su esposa, Hortensia Aguirre. Cuando a los 50 años se traslada a París, su esposa está embarazada de quien será su hijo menor. El motivo del viaje no era simple turismo. Viaja para tratarse de una dolencia en el estómago. Será en vano. Muere en agosto de 1906. No llega a conocer a su último hijo, quien nace a los pocos días de su fallecimiento, el 6 de setiembre de 1906, en la avenida Víctor Hugo 81, a pocas cuadras del Arco de Triunfo. Es bautizado con el nombre de Luis Federico.

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Nuestro futuro investigador, parisino de nacimiento, cumplirá los dos años antes de conocer Buenos Aires, cuando su madre se instala en un departamento de la calle Florida al 900. Encuentra aquí a su numerosa familia; primos lejanos, descendientes de Pueyrredon, de José Hernández; otros más próximos, como su prima Victoria Ocampo. Estudia en un colegio estatal de la calle San Martín, el Lacordaire, luego en otro privado, El Salvador. Quedan escasas anécdotas familiares de ese tiempo; algunas lo muestran con una enorme dosis de curiosidad ante todas las cosas, entre ellas los misterios del diario con sus noticias, que se hace contar antes de aprender a leer. Mantendrá el mismo interés durante toda su vida pero volcado fundamentalmente a la ciencia, ninguno de cuyos temas le es ajeno. Desde la bioquímica de sus amores, a la física atómica, la termodinámica, el cálculo diferencial. Durante la Primera Guerra Mundial, la familia se traslada a Inglaterra. Con su hermano Guillermo, a los diez años se inscribe en un colegio jesuita de Winsdord 
 -Beaumont- cercano a Londres. Antes de estudiar medicina en Buenos Aires, intenta estudiar arquitectura en la Escuela Politécnica de París. Cuando tiene edad para optar, renuncia a la ciudadanía francesa, a la que tenía derecho por nacimiento, y opta por la argentina.. Hace pocos meses de servicio militar. 15

Hasta ese momento, su vida no se distingue de la de cualquier miembro de las clases altas argentinas. Viajes, educación en el exterior, una intensa vida familiar. Incluso juega al polo. Quizás difiere únicamente en cómo cultiva su enorme habilidad manual, gracias a la cual aprende a arreglar toda clase de máquinas, y que le fue de suma utilidad en el Instituto Campomar. El placer que le brindaba el trabajo manual se refleja en la crianza de su hija, a la que le regala de pequeña un equipo de carpintero, y le enseña a arreglar enchufes a los 7 años. “Su carácter era mesurado, introvertido. Jamás criticaba a nadie, y pensaba que en todo había algo bueno. Ayudaba al que se lo pidiera; era el primero en parar en el camino si veía a alguien en dificultades. Le gustaban las cosas simples, la naturaleza, los animales. Tenía un buen sentido del humor, que se reflejaba en dibujos que hacía en toda oportunidad, y que serían una tradición en el Instituto Campomar, cuando vuelca en ellos las vivencias cotidianas. Sumamente unido a su familia, cada reunión era una fiesta. La misma unión y el mismo espíritu de familia que despliega cuando forma la propia.” (Agradezco a la Sra. Amelia de Leloir los datos sobre la vida y carácter de su esposo. Algunas de sus precisiones aparecen citadas textualmente.) Probablemente tenga en cuenta este conjunto de disposiciones personales y las derivadas de su aprendizaje en la niñez cuando hace en un conmovedor y desapasionado autorretrato el balance de sus cualidades y defectos con la misma distancia con la que observaría un experimento, y la misma modestia con la que sólo pudo observarse a sí mismo. “No sé cómo ocurrió que seguí una carrera científica. No era una tradición familiar ya que mis padres y hermanos estaban principalmente interesados en las actividades rurales. Supongo que el factor más importante fue el recibir un grupo de genes que dieron las habilidades negativas y positivas requeridas. Entre las habilidades negativas podría mencionar que mi oído musical era muy pobre y por lo tanto no podía ser un compositor ni un músico. En la mayoría de los deportes era mediocre, y por lo tanto esta actividad no me atraía demasiado. Mi falta de habilidad para la oratoria me cerró las puertas a la política y al derecho. 16

Creo que no podía ser buen médico porque nunca estaba seguro del diagnóstico o del tratamiento. Estas condiciones negativas estaban acompañadas presumiblemente por otras no tan negativas: gran curiosidad por entender los fenómenos naturales, capacidad de trabajo normal o ligeramente subnormal, una inteligencia corriente y una excelente capacidad para trabajar en equipo. Lo más importante probablemente fue la oportunidad de pasar mis días en el laboratorio y efectuar muchos experimentos. La mayoría fracasaron, pero algunos tuvieron éxito, debido sólo a la buena suerte o al hecho de haber cometido el error adecuado.” (Leloir, Luis Federico. 50 años con la ciencia. Allá lejos y hace tiempo. Acta Bioquímica Clínica Latinoamericana. Vol. XX. No. 3. 1982. p. 301-31.) Y agregaríamos, viendo su trayectoria, una voluntad de hierro, una dureza en sus determinaciones que ningún contratiempo pudo torcer, una paciencia enorme hasta lograr que todos los factores -personales, económicos, institucionales, sociales- contribuyeran a la formación de un sólido equipo de investigación con el que explorar la bioquímica del cuerpo humano. Sin estas condiciones -alejadas de la imagen habitual que se tiene de los sabios, distraídos y desapegados de la realidad- no hubiera podido obtener los resultados que obtuvo en un medio esquivo, en un país periférico. Podríamos adelantar la hipótesis de que Leloir crece hasta transformarse en quien fue a partir de las decisiones de vida que lo alejan de lo más usual entre los de su clase, -la abogacía, el cuidado de los 17

establecimientos agropecuarios, la simple frivolidad, etc.- para elegir una profesión de servicio, para la cual el cuidado de los demás es fundamental: la medicina. A partir de este momento, sucesivas elecciones vocacionales, y correctas decisiones acerca de en qué sitios ejercerlas, lo llevan a construir la personalidad del investigador maduro que historiaremos, seguro de sus medios y de sus posibilidades.. La investigación fisiológica primero, bioquímica luego, su formación inicial junto al maestro de la ciencia argentina, Bernardo Houssay, el aprendizaje en Londres, Nueva York, Saint Louis, hasta su definitiva instalación en el Instituto de Investigaciones Biomédicas, son pasos decisivos en los que Leloir se hace a sí mismo. Forja a través de ellos su personalidad distintiva. Quedan atrás los años de miembro de las clases altas. Vive en adelante como lo hace un investigador de ciencias básicas. Pensiones, pequeños departamentos en sus estadías de estudio en el exterior, trabajo cotidiano, vida sencilla, marcan la forma de vida de Leloir, el científico. Únicamente el poder investigar de tiempo completo en una época en la que no existía la carrera de investigador, pone una nota de privilegio en su vida. El punto de inflexión lo marca cuando, desesperado ante los escasos medios de los que disponían los médicos alrededor de los años 30 para curar a sus pacientes, decide dedicarse a la investigación. Corría 1932. Quizás no sea demasiado aventurado sugerir que en la decisión primera de estudiar medicina, y que lo lleva luego a la investigación, pudo haber pesado la muerte de su padre por una enfermedad en la que fracasaron los tratamientos de la época. Una de sus hermanas, casada con el Dr. Bonorino Udaondo, profesor del Hospital de Clínicas en el que trabaja al recibirse, lo presenta al Dr. Bernardo Houssay. Junto con las indicaciones para elaborar su tesis, es introducido en los ritos, las costumbres, las aficiones, las formas de percibir la realidad y de actuar de los investigadores por parte de quien estaba autorizado, por la fuerza de su prestigio, a oficiar su iniciación. El Dr. Houssay, artífice de la ciencia moderna argentina, será su maestro. A partir de ese momento, su finalidad es la búsqueda del conocimiento científico. Sus amigos serán su grupo de trabajo, y los miembros más notables de la comunidad científica internacional. 18

Nunca olvidará mencionar a sus compañeros de investigaciones a la hora de narrar las experiencias del Instituto Campomar, la importancia que tuvieron en los trabajos propiamente dichos, en las vías de investigación, y en el clima humano que propiciaron. Siendo la ciencia, como es, una actividad predominantemente social, es determinante en su desarrollo la constitución de sus núcleos fundamentales, los equipos humanos de los laboratorios. Dirá Leloir: "La investigación posee muchos aspectos que la transforman en una aventura atractiva. Hay también aspectos humanos dignos de mencionar. Algunos de los períodos más placenteros de mi carrera fueron aquellos en los cuales trabajé con personas inteligentes y entusiastas, con buen sentido del humor. La discusión de los problemas de investigación con ellas, fue siempre una experiencia muy estimulante". ( Leloir, Luis F. op. cit.) Se casa en 1943, ya cumplidos los 37 años, con una muchacha que conociera dos años atrás en el casamiento de un amigo y que reencuentra, esta vez para siempre, durante unas vacaciones en Mar del Plata. Amelia Zuberbühler será la compañera de toda su vida, y la madre de su hija, Amelita, a la que crían cuidando de consentirla o mimarla en exceso. Hija de un pintor, al que sirve repetidamente de modelo, aficionada a la pintura ella misma, comparte este gusto con Leloir. Juntos disfrutan las visitas a los museos cuando viajan al exterior. Dentro del ascetismo de Leloir, que alterna casi únicamente la lectura de material científico con la de novelas policiales -a las que es muy aficionado- o de historia de la medicina, representa quizás su punto principal de contacto con un mundo que no entra en el laboratorio, el del arte, al que estaba familiarmente ligado a través de su prima Victoria Ocampo, y del hijo de su hermana mayor, el pintor Miguel Ocampo. Comparten las vicisitudes de un investigador científico en la Argentina. El casi exilio en Estados Unidos cuando Houssay es dejado cesante de su cátedra de Fisiología en 1943 por el gobierno resultante del golpe militar de ese año. La amistad que inician en ese entonces en Nueva York con el Dr. Severo Ochoa -futuro premio Nobel de Medicina- y su esposa Carmen, y con los esposos Carl y Gerty Cori en Saint Louis, ambos investigadores, que obtienen en 1947 el premio Nobel de Fisiología conjuntamente con Houssay. 19

Por ese tiempo, ya Leloir es un investigador maduro. Su vida privada se superpone a su carrera profesional, al punto de ser casi inseparables. Su hija, Amelita, nacida para esas fechas, heredará su carácter: serena, inquisitiva, introvertida, al decir de su madre. Estudiante en un principio de Bellas Artes, su afición al campo la lleva a recibirse de técnica en producción agropecuaria. Se casa con un ingeniero agrónomo, y da a Leloir nueve nietos. Quizás aquí también podremos encontrar un motivo para las investigaciones acerca de la bioquímica de los suelos que emprende en sus últimos años. Hacia 1947, cuando comienza a dirigir el recién fundado Instituto de Investigaciones Biológicas, su rutina diaria puede trazarse con toda nitidez. Inicia la jornada con una visita al Dr. Houssay en su Instituto de Fisiología, que se encontraba pared por medio de su laboratorio. A las 9 de la mañana comienza sus experimentos. Nunca emplea más de seis tubos de ensayo, en una muestra de claridad de ideas, economía de recursos y aprovechamiento del tiempo que serían casi inimitables. A las 16.45 comienza a ordenar la mesa de trabajo, dejando todo listo para la mañana siguiente. Elige las revistas científicas que leerá en su casa, y que comentará a la mañana siguiente. Se retira aproximadamente a las 17, cuando su esposa pasa a buscarlo. Almuerza en el Instituto, muy frugalmente, un sandwich y, en épocas posteriores, comida que trae en una vianda, preparada por su esposa, quien se reconoce mala cocinera. Existe una anécdota desopilante alrededor de un bife incomible de hígado, que Leloir deja por algún lado, oculto en un sobre, y que alguien trae de vuelta, alcanzándoselo a la señora Amelia, pensado que debía ser una valiosa muestra extraviada de alguna investigación del laboratorio. Toma pocas vacaciones por año, apenas diez días en el campo que tanto quiere -y que cita largamente en su autobiografía a través de las palabras de W.H. Hudson, al punto de subtitularla igual que su libro, "Allá lejos y hace tiempo"-, pues cree que como Director debe dar el ejemplo en el trabajo. Antes de comenzar a hablar de sus investigaciones, no quisiera dejar de mencionar algunos aspectos de su personalidad relativos a su vida cotidiana como científico, y que van más allá de sus proverbiales modestia y bonhomía. Me refiero al ambiente de trabajo que genera en el Instituto de Investigaciones Biomédicas, su manera de relacionarse con los colegas, que puede ser descripto como profundamente democrático. 20

No existen allí diferencia entre los integrantes del equipo, sean antiguos o recién llegados, jóvenes becarios o director del instituto, a la hora de hacer los trabajos menos gratos, de discutir ampliamente cualquier tipo de temas, científicos o de otro género, sin trabas burocráticas, ni conciliábulos secretos. Aunque se haya insistido escasamente en el tema, probablemente sea uno de los condicionantes del éxito del equipo de investigación nucleado alrededor de Leloir. La actividad intelectual en general, y la ciencia en particular, son especialmente sensibles a la democracia más básica, la que se da en los sitios de trabajo, por su índole cooperativa y social. Sin igualdad, sin discusión libre, sin cooperación entre los investigadores, la ciencia se agosta y muere. Esto también forma parte del legado de Leloir, que debemos rescatar para nosotros y para las futuras generaciones. Es hora que comencemos a hablar de sus investigaciones. Para comprenderlas, iniciaremos un análisis de los grandes marcos conceptuales en los que se inscriben. 




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La bioquímica. Un paradigma Tomas Kuhn

DE LA QUÍMICA A LA BIOQUÍMICA Según Thomas Kuhn las teorías científicas no está a"í para ser refutadas, como sostiene Popper; extienden su vigencia durante largos períodos históricos, a veces de centenares de años, como pudiera ser el caso de la mecánica clásica, en los que no son puestas en discusión. Al contrario, constituyen los grandes marcos conceptuales a partir de los cuales se investiga. Llama paradigmas a estos marcos conceptuales, y ciencia normal la que se realiza bajo sus presupuestos. Cuando un paradigma se agota en su potencialidad de guiar investigaciones $uctíferas, es reemplazado por otro incompatible e inconmensurable con él. Se ha verificado una revolución científica. La secuencia ciencia normal-revolución científica es lo característico de la ciencia. Esta concepción de la ciencia se encuentra en la estructura de nuestro relato histórico, no sin adaptarla a las particularidades de nuestra investigación, que no trata de una revolución científica como las de Newton o Galileo, sino de los aportes de Leloir a la evolución del conocimiento bioquímico. Kuhn la caracterizaría como un episodio importante de la ciencia normal bioquímica. Un aspecto poco estudiando, dado que los filósofos e historiadores prefieren estudiar y volver a estudiar las grandes revoluciones. Nuestro análisis, además, lo es de artículos de investigación, de ciencia en desarro"o, no de conocimiento cristalizado y consagrado en los libros de texto. Nuevamente explora una vía poco usual, ya que al apartarse del análisis de los textos de bioquímica puede o$ecer aspectos diferentes de la actividad científica, otra imagen de la ciencia. Por eso caracterizaremos primero a la bioquímica a partir de su instalación como concepción aceptada cuando terminan de articularse sus elementos centrales. En términos kuhnianos, cuando está listo su primer caso exitoso -paradigmático-.

Comenzaremos esbozando a grandes rasgos la historia del campo de estudios al que pertenece la bioquímica -el de la química-, esa gran disciplina científica que concreta expe22

rimentalmente los sueños de otras disciplinas a las que escasamente se puedan llamar ciencia: la metafísica griega y la alquimia. De la primera, la metafísica, toma la idea de que la enorme disparidad de sustancias que forman la naturaleza son sólo la expresión de unos pocos elementos básicos que permanecen inalterados. El desafío es enorme, pues lo que observamos es precisamente lo contrario, innúmeros elementos que se transforman continuamente. En la naturaleza todo crece, evoluciona, cambia. En sus primeras respuestas, los griegos nos dicen que dichos cambios -pese a su gran variedad- pueden ser reducidos a los que experimentan cuatro elementos fundamentales: el aire, el agua, la tierra y el fuego. Son respuestas erróneas, pero indican que las investigaciones deben encaminarse a encontrar tanto los elementos básicos como de qué manera explicar los infinitos cambios que percibimos. La química contemporánea, respondiendo con mucho mayor justeza el acertijo, dirá que los elementos no son cuatro, sino aproximadamente cien: los elementos atómicos que comenzamos a conocer a fines del siglo pasado. De la alquimia, conserva los métodos de investigación que se inician en las técnicas de destilación y separación de elementos empleados por los alquimistas medievales árabes, las que se continúan naturalmente con los analizadores computados que aporta la tecnología de nuestros días. Cuando Lavoisier, a fines del siglo VIII, realiza sus experiencias acerca de los mecanismos de la combustión y sitúa el papel central que desempeña el oxígeno, sintetiza ambas fuentes ancestrales, la metafísica y la alquímica, verdaderas proto-ideas que guiaron las investigaciones durante siglos. Las funda en su forma moderna, la de la química que se desarrolla hasta la actualidad. En un principio, la atención se dirige a develar la constitución de las sustancias inorgánicas -provenientes del mundo inanimado-, y que en esa época no parecían diferenciarse mayormente de las orgánicas -o del mundo animado-. Sólo se aprecia su distinta reacción ante el calor. Mientras que las inorgánicas permanecen básicamente inalteradas ante el calor, las orgánicas cambiaban de manera irreversible. Se observa que el agua se evapora, el plomo se funde, la sal se vuelve incandescente bajo la acción del calor, pero esta acción es reversible. En cambio, el azúcar se transforma para siempre en caramelo, el aceite no condensa su vapor a su forma primitiva luego de hervir. 23

Esta separación primitiva basada en el efecto del calor pronto se reveló como inadecuada, y es reemplazado por otra que tenía en cuenta factores más profundos, provenientes de la propia teoría química: mientras que las primeras -las sustancias inorgánicas- no poseen carbono entre sus componentes, su presencia es esencial en las orgánicas. Hay otras diferencias que surgen una vez que se analiza su composición química. Inexplicablemente, sustancias que parecen tener idéntica fórmula -los mismos elementos atómicos en la misma cantidad-, son radicalmente distintas. No sólo en su aspecto, sino en sus cualidades; unas son amargas y otras dulces, unas líquidas y otras sólidas. Como la química se revelaba impotente para resolver la índole de la diferencia, y las sustancias que poseían carbono provenían invariablemente del universo de las cosas vivas, durante algún tiempo se pensó que era debido a algo que excedía a la química. Se pensó que lo vivo poseía algo diferente, el principio vital, que se introducía en el acto de creación que es la reproducción, la transmisión de la vida de un ser a otro. En consecuencia, se creyó que sólo lo vivo podía producir sustancias orgánicas y que la química era incapaz de añadir algo a su conocimiento. Cuando en 1828 Friedrich Wöhler produce en el laboratorio urea, una sustancia orgánica, sometiendo al calor una inorgánica, refuta la supuesta peculiaridad de lo orgánico. A partir de allí comienza una nueva química que se plantea y resuelve progresivamente la composición de la materia viva, su análisis y su síntesis. La diferencia no reside en el principio vital, sino en su estructura química, y el fenómeno anteriormente inexplicable de que dos sustancias orgánicas distintas tengan idéntica fórmula y propiedades dispares, reside en que los elementos, aunque son los mismos, están distribuidos de otra manera. Había nacido la química orgánica. (Para la historia de la química se tomaron en cuenta los siguientes autores y textos: Asimov, Isaac. Introducción a la ciencia. Orbis. Barcelona. 1983. Baldwin, Ernst. The nature of Biochemestry. Cambridge U.P. New York. 1962. Bernal, John D. La ciencia en la historia. UNAM-Nueva Imagen. México. 1979. Dampier, X. C. Historia de la ciencia. Tecnos. Madrid. 1972. Nordensköld, Erik. The history of biology. Tudor Publishing Co. New York. 1928. Pauling, Limus. The Nature of the Chemical Bond. Cornell U.P. New York. 1960.) Llegamos finalmente a nuestro campo. Es hora de referirnos a la bioquímica, una química orgánica especializada en estudiar los procesos biológicos, que se confunde prácticamente con ella cuando estudia la composición química de lo vivo, con sus sustancias fundamentales: glúcidos, lípidos, proteínas, pero de la que se diferencia y adquie24

re especificidad en la medida en que intenta estudiar los mecanismos por medio de los cuales, en el interior de los organismos, se transforman unas en otras. Estudia, fundamentalmente, este fenómeno que se denomina metabolismo. Desde sus inicios se visualizó que con ella se podrían explicar en un plano más profundo los procesos descubiertos por esa ciencia que se interesa en el funcionamiento de los cuerpos vivos, y sobretodo el humano, que adviene a la madurez con los escritos de Claude Bernard a mediados del siglo pasado: la fisiología. (Bernard, Claude. Introducción al método de la medicina experimental. El Ateneo. Bs. As. 1957) Química inorgánica, química orgánica, bioquímica, constituyen eslabones de una red de conocimientos íntimamente entrelazada, con bases teóricas comunes, pero con campos de estudio e intereses diversos, lo que les otorga individualidad conceptual y profesional. Es en la última de estas ramificaciones en la que se inscribe la obra de Luis Federico Leloir. La bioquímica, nacida de las preocupaciones de químicos orgánicos y de fisiólogos, será el terreno privilegiado en el que continuará la labor de la escuela fisiológica argentina fundada por su maestro y amigo, el Dr. Bernardo A. Houssay. Permítanseme algunas puntualizaciones adicionales para terminar de situar histórica y teóricamente sus investigaciones. A principios de siglo, estaban cumplidos ya a grandes rasgos los objetivos centrales de estas dos grandes ciencias. La química orgánica conocía con el suficiente detalle los componentes de la materia viva, trazando un "mapa" acabado de la distribución de sus elementos en órganos y tejidos. La fisiología -por su parte- había estudiado al menos en sus grandes rasgos las rutas que seguían las transformaciones que experimentan en el interior de los organismos, desde su asimilación hasta su utilización con destrucción parcial y eliminación ulterior. Por ejemplo, se sabía que los hidratos de carbono -azúcares- complejos, los almidones del pan y de las papas, eran absorbidos, probablemente desarmados, puesto que circulaban en la sangre en la forma de sus eslabones más elementales, la glucosa, y luego se encontraban en los músculos y el hígado como otro azúcar complejo, el glucógeno. La ruta metabólica trazaba un arco que iba desde los almidones al glucógeno, pasando por la glucosa. ¿Cómo sucedía esto? 25

No bastaba con señalar con mayor detalle, con infinito detalle, los sucesivos pasos intermedios de transformaciones entre los azúcares iniciales y los terminales. Tampoco bastaba con señalar el rol que cumplían, acelerando, retardando, provocando los cambios las glándulas de secreción interna, y probablemente el sistema nervioso. El mecanismo íntimo del proceso permanecía oculto, y las herramientas de la química y la fisiología fueron insuficientes para descubrirlo. Las preguntas van a ser satisfechas por una ciencia más joven, que adquiere carta de ciudadanía propia por los mismos años en los que nace Leloir. El descubrimiento por parte de Eduard Buchner en 1896 de las enzimas, moléculas de proteínas que actúan sobre los compuestos orgánicos, transformándolos en otros, es la respuesta esperada a los problemas planteados por químicos y fisiólogos. Glucosa (2C6H12O6) = Alcohol (C2H6O) + Gas Carbónico (CO2) El premio Nobel que se le otorga en 1907 es un indicador fiel de la importancia del hallazgo, que no se circunscribe a una respuesta puntual a un problema aislado, sino que abre anchos caminos de investigación en vastos campos donde antes sólo se visualizaban dificultades, los que son transitados por una comunidad de investigadores. Dos revistas, que comienzan a editarse en 1906, la Biochemische Zeitschrift, y el Biochemical Journal, se suman al Journal of Biological Chemestry, aparecido un año antes, y son prueba fehaciente de la vitalidad social de la nueva ciencia. Ese mismo año Arthur Harden y Hans Von Euler descubren el rol de las coenzimas; comparten el premio Nobel de 1929. Había nacido -aceptada ya como ciencia madura- la bioquímica. Veamos brevemente la historia de estos descubrimientos, que es al mismo tiempo el de la constitución de la bioquímica como ciencia, como forma de introducirnos en la comprensión de su problemática, de sus principios y de su racionalidad interna.

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S EC C I Ó N 1

Nace un paradigma Eduard Buchner Descubre el mecanismo de la transformación metabólica del azúcar en alcohol por la acción de enzima

Desde épocas inmemoriales se usaron levaduras para levantar -leudar, de allí el nombre- el pan, y para acelerar las transformaciones de jugos de frutas o granos en bebidas alcohólicas. Si hacemos un esquema con el conocido proceso por el cual el jugo de uvas se transforma en vino, liberando burbujas de gas en la fermentación, tenemos que: jugo de uvas + levadura = vino + espuma de gas

Egipcios pisando uvas

La química va a estudiar este fenómeno, e identifica a los elementos implicados, los que son:

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1. la glucosa, azúcar del jugo de uvas, la que se desdobla en: 2. el etanol, un alcohol, característico del vino y otras bebidas espiritosas; 3. el dióxico de carbono (CO2), un gas, la típica espuma de la fermentación alcohólica. Si reemplazamos con su equivalente químico los elementos del esquema anterior, tendremos la siguiente fórmula, que oculta bajo su ascetismo los secretos del vino: glucosa + células = etanol + dióxido de carbono Uno de los reemplazos que hicimos de un término popular por uno científico - levaduras por células- pudo efectuarse casi cien años antes que la química precisara los elementos involucrados en el fenómeno, y sus transformaciones. Van Leewenhock, observando al microscopio la levadura, constató que estaba formada por un conjunto de pequeños elementos vivos, pequeñas células microscópicas. Por este motivo escribimos en nuestro esquema células, donde antes decía levadura. Durante algún tiempo pudo pensarse que las transformaciones eran debidas a la acción de esos organismos microscópicos. Lo vivo, nuevamente -el vitalismo- y no lo químico era aducido para explicarlas, como antes había acontecido con las peculiaridades de las sustancias orgánicas. El descubrimiento de Buchner, como lo hizo anteriormente el de la síntesis química de la urea, permite refutarlo una vez más, y regresar las problemática que plantean los seres vivos a los dominios químicos. Consistió en lo siguiente. Prensa un cultivo de levaduras, obteniendo un jugo que ya no contiene ninguna célula. De acuerdo al vitalismo, al no poseer organismos vivos, no podía tener acción alguna. Sin embargo, al ser añadido al azúcar, provoca los fenómenos clásicos de la fermentación. Buchner concluye correctamente que una sustancia, presente en los microorganismos, pero que no se identifica con ellos, era la responsable del proceso. Le da el nombre de enzima, que quiere decir levadura. Posteriormente, Harden y Young filtran con una membrana el jugo proveniente de prensar la levadura, y encuentran que está integrado dos tipos de moléculas: unas 29

grandes, que quedan retenidas en la membrana, y otras más pequeñas que la traspasan. Ninguna de ellas por separado tenía actividad fermentativa o de otro género sobre la glucosa, aunque la recuperan al juntarse. Las mayores son inactivadas por el calor, mientras que las menores eran estables frente al aumento de la temperatura, lo que permite separarlas sin necesidad de filtrarlas con la membrana. A este último factor formado por moléculas proteicas pequeñas resistentes al calor, por ser indispensable para que la reacción se llevara a cabo se lo llamó coenzima. Era un compuesto muy rico en fosfatos, como se demostró cuando una mezcla de azúcares y enzimas, cuya potencia disminuía conforme pasaba el tiempo, se reactivaba si se le añadía fosfato. Su fórmula química la determinó con exactitud Von Euler. El reemplazo correcto en nuestro esquema del término "células" por "enzimas" y "coenzimas", termina de poner el elemento que transforma un fenómeno observado desde antiguo, en una ejemplo, el primero -quizás el más importante-, de la bioquímica. Tenemos definidos ya en su constitución histórica los integrantes del paradigma bioquímico. “Kuhne introduce la palabra "enzima", casi veinte años antes del descubrimiento por parte de Buchner de esto que ahora llamamos enzimas. La denominación, cuando la emplea no puede referirse a algo cuya existencia se ignoraba en 1878. Kuhne y Buchner usan la misma etiqueta para referirse a cosas distintas. El que Buchner denominara "enzima" aquello que descubrió se encuentra mencionado en "The Enzyme Theory and the Origin of Biochemestry" de Robert E. Kohler, Jr., y del mismo autor "The Background to Eduard Buchner´s Discovery of Cellfree Fermentation", Journal of the History of Biology, 1971, 4:35-61. El artículo original de Buchner es: "Alkoholische Gährung ohne Hefezellen", Ber. Deut. Chem. Ges., 1897, 30:117, 117-124”. Ahora, luego de esta introducción histórica, estamos preparados para comprender la índole de las investigaciones en la que se encuentran embarcados los bioquímicos. Si según Thomas Kuhn un paradigma indica: i. qué entes pueblan el universo a investigar -a qué cosas corresponde investigar-; ii. qué preguntas es lícito hacerles; iii. cuáles son las respuestas tentativas a las buenas preguntas; 30

iv. y cuáles son los métodos adecuados para ponerlos a prueba, no hay dudas de que estamos frente a un paradigma, el bioquímico, puesto que estipula: i. los entes son las sustancias químicas presentes en los organismos vivos; ii. es necesario preguntarse cómo se transforman unas en otras -su metabolismo-; iii. las respuestas consiste fundamentalmente en encontrar las enzimas, y si las hubiera, las coenzimas que guían dichos cambios; iv. los medios idóneos son los distintos métodos de análisis; El paradigma bioquímico completa el círculo de sus investigaciones cuando finalmente, v. define la fórmula química de enzimas y coenzimas intervinientes en el proceso. En el primer problema que resuelve exitosamente el paradigma, la fermentación del jugo de uva por la levadura y su transformación en vino, notamos que: i. los entes son la glucosa, el etanol y el dióxido de carbono; ii. se estudia la transformación de la glucosa en etanol y CO2; iii. las enzimas se derivan de la levadura, demostrándose que están formadas por dos complejos moleculares de distinto tamaño, uno de los cuales actúa como coenzima; iv. los medios empleados son el prensar células, el separar los elementos por filtración y diálisis, probar su permanencia con el calor; v. determina que la coenzima es un compuesto fosforado. Es el primer caso, el primer ejemplar de la bioquímica, paradigmático, dado que todos los demás se le parecerán en su estructura. Los fisiólogos -comunidad científica a la que pertenece originariamente Leloirpodían emprender una monumental ciencia normal guiados por este paradigma, puesto que su disciplina había puesto en su camino numerosas sustancias orgánicas que se transformaban unas en otras. Se lanzaron entonces a buscar las enzimas que determinaban los procesos, suponiéndose que cada transformación era regida por una enzima específica. 31

Al hacerlo, se transfiguraron en bioquímicos. Al iniciarse investigaciones acerca de las transformaciones que ocurrían entre sustancias ya conocidas, solían encontrarse nuevas sustancias intermedias, que a su vez necesitaban nuevos mecanismos enzimáticos que las explicaran. Es decir que no sólo se llegaba a descubrir lo que indicaba la química orgánica, sino que al mismo tiempo, al encontrar todas las sustancias involucradas en las transformaciones, se completaba el y corregía el mapa trazado por la fisiología y la química orgánica. Siguiendo a Thomas Kuhn en su Posdata de 1969, diremos que un paradigma está constituido fundamentalmente por: (En rigor, esta es una interpretación del escrito de Kuhn a la luz de las indicaciones de la concepción estructural de las teorías científicas.) a) generalizaciones simbólicas: enunciados muy generales -matematizados o no- acerca del campo de fenómenos que explora el paradigma. En el caso de la bioquímica, su generalización simbólica dirá aproximadamente: Las sustancias se transforman unas en otras por la acción de enzimas, y eventualmente de coenzimas. b) ejemplares de aplicación, llamando ejemplar a la zona de la realidad a la que se aplica la generalización simbólica. (mucho tiempo después de escribir este libro, dejamos de utilizar el término modelo para mencionar el sistema -estructura- en las reconstrucciones estructuralista de teorías científicos) Modelo, en este sentido, no es lo abstracto, sino el ejemplo efectivo en el que se cumplen las prescripciones de la generalización simbólica. En el caso de la bioquímica, serán modelos -una vez más, ejemplos suyos- aquellas sustancias químicas cuya transformación es regida por enzimas y coenzimas. Resulta natural ver que la bioquímica en sus comienzos tuvo un solo modelo, un solo ejemplo inicial, el que explica la fermentación del jugo de uvas, que se construye arduamente en cerca de diez años. Es un ejemplo paradigmático, pues se constituye en el prototipo que deberán imitar en adelante, con las debidas modificaciones del caso, todas las investigaciones bioquímicas. Sin tener la vista fija en él, y en los hallazgos sucesivos, un científico no sabría ni siquiera cómo iniciar su tarea. Esto hace decir a Kuhn que para la ciencia lo conceptual se encuentra unido inseparablemente con los hechos, al contrario de la concepción tradicional que pensaba que únicamente consistía en lo más abstracto y conceptual, las leyes. 32

Notemos que las generalizaciones simbólicas no pueden, por su misma generalidad, explicar ninguna transformación específica. Es necesario para ello estipular, en la terminología kuhniana, el tercer elemento del paradigma: c) las leyes especiales que corresponden a cada ejemplar, y que consisten precisamente en un enunciado que mencione las enzimas y coenzimas que corresponden a cada transformación en particular. Las generalizaciones simbólicas son el molde que deben seguir las leyes especiales, así como los modelos paradigmáticos exhiben la estructura de los demás modelos del paradigma, aquello en lo que deben parecerse. La labor del científico bioquímico, en este contexto, es transformar un modelo posible de la teoría, como lo es el paso ya conocido de una sustancia en otra, en modelo efectivo, encontrando las enzimas que rigen dicho paso, siguiendo las indicaciones que surgen de las generalizaciones simbólicas, y de la mayor riqueza que le van añadiendo los sucesivos modelos que se incorporen a su estructura.

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Ley fundamental Principio guía

Ley especial

Ley especial

Ley especial

Aplicaciones

Aplicaciones

Aplicaciones

Una versión más completa de esta interpretación, puede verse en: Lorenzano, C. "Métodos y paradigmas", en: La estructura del conocimiento científico. Zavalía. Bs. As. 1988 p. 89. y sobretodo, en: Estructura y métodos de la ciencia. Escritos básicos de epistemología. Buenos Aires. Edición digital del autor. 2015. En: www.clorenzano.com.ar/Epistemologia

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Las limitaciones del método hipotético-deductivo que habíamos comentado anteriormente aparecen ahora con mayor claridad. Un científico no inventa hipótesis desde la nada; por el contrario, ellas surgen coherentes con el paradigma, y consisten básicamente en sospechar hipotéticamente cuál sector de la realidad será un modelo efectivo. La respuesta sólo puede consistir en: i. expresar que es aquél que presenta un parecido sustancial a otros modelos ya comprobados; ii. en proponer leyes especiales para él, que deben ser necesariamente, parecidas a otras leyes especiales de modelos existentes. Estas son las dos hipótesis que pone a prueba con sus experimentos, y no el paradigma en su conjunto, al que sólo le puede suceder que no pueda agregársele un modelo más a los que posee hasta el momento. Como lo expresa Kuhn, el fracaso en el experimento, es el fracaso de las propuestas del científico, y no del paradigma. La historia de la bioquímica -y de cualquier otro paradigma- es la historia de la constitución de su estructura específica, conceptual y empírica, que hemos narrado muy brevemente, y de la sucesiva construcción -invención, descubrimiento- de sus modelos efectivos, y de las leyes especiales que los rigen. En esta última categoría se inscriben las investigaciones de Leloir. No inaugura un paradigma. No es un Galileo, ni un Newton, ni un Einstein. Es de la estirpe de los que profundizaron durante doscientos años la mecánica clásica, la estirpe a la que pertenecen los Laplace, los Hamilton, los Lagrange. Según la conocida terminología de Thomas Kuhn, las investigaciones de Leloir son parte de su período de ciencia normal, aquel en el que se desarrolla investigando durante un largo período histórico los mecanismos enzimáticos por medio de los cuales se transforman las sustancias orgánicas en el seno de los organismos vivos. Únicamente desde estos puntos de vista comprenderemos acabadamente la grandeza de sus trabajos, al integrarlos en la secuencia histórica de la que forman parte y en la que adquieren sentido.

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Leloir, el científico. Los años de formación

LOS AÑOS DE FORMACIÓN Historiemos brevemente los años que transcurren entre su egreso de la Universidad de Buenos Aires, y su regreso de Cambridge. En ese corto período -cuatro años- se forja su personalidad como investigador. Recién recibido, comienza a trabajar en el Hospital de Clínicas, en el que permanece aproximadamente dos años. Existían pocos, escasos medicamentos eficaces en ese entonces. Su práctica médica lo lleva al convencimiento de que el porvenir de la medicina dependía de la investigación básica. Sólo en ella se conocería el mecanismo íntimo de funcionamiento del organismo sano y del enfermo, como plataforma desde la cual incidir con seguridad en la restauración de la salud perdida. Llegado el momento de escribir su tesis de doctorado, se inclina por hacerla en fisiología, esa gran disciplina médica que iniciara Claude Bernard, y que aquí desarrolla-

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ba, en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, el Dr. Bernardo A. Houssay. El padre de la investigación biomédica en la Argentina se encontraba inmerso en la serie de investigaciones que lo llevarían al premio Nobel. Muy recientemente había dado a conocer algunas de ellas, realizadas en parte en colaboración con el Dr. Alfredo Biasotti, por las que establecía el papel de la hipófisis en el metabolismo de los hidratos de carbono.

Leloir se incorpora a este equipo. (Deulofeu, Venancio. Dr. Luis. F. Leloir. El investigador. Boletín de la Academia Nacional de Medicina. Vol. 50. 1972. p. 6.) La experiencia será crucial. Tendrá su lugar allí, en el sótano del Instituto, amoblado con media docena de mesas con tapa de lava, a cuyo lado se disponía otra pequeña mesa de azulejos bajo una ventana y un pequeño armarito de madera, junto a otros investigadores.

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Se inicia en la investigación con un tema característico de la escuela argentina: estudiar el papel de las suprarrenales en el metabolismo de los hidratos de carbono. Es fácil advertir que el tópico que Houssay le propone para su tesis es un capítulo del programa de investigación que se desarrollaba en el Instituto, que exploraba consistentemente la relación entre las glándulas de secreción interna y el metabolismo de los hidratos de carbono. Un modelo -potencial- a desarrollar, del que las propias investigaciones de Houssay acerca de la hipófisis eran el modelo paradigmático. Houssay guía muy de cerca la investigación, e incluso realiza la mayoría de las extirpaciones de glándula suprarrenal que eran necesarias para llevarla a cabo. Leloir adquiere bajo su dirección las habilidades manuales e intelectuales que hacen a la investigación científica. La influencia es tan fuerte, que aprende de él incluso a ser ahorrativo, a no derrochar, a moverse en ámbitos con fuerte restricción económica. De esa época data su costumbre de escribir sobre hojas ya usadas de un lado. Comprueba, mientras intenta medir azúcar en sangre, la necesidad de aprender los rudimentos de la química, e inicia cursos en la Facultad de Ciencias. Se encuentra, sin saberlo todavía, en los umbrales de su propio camino. La tesis obtiene el Premio Facultad de 1934. Dirá Leloir, con su habitual modestia, que fue más mérito de Houssay que suyo. Participa con este último, Novelli, Dambrosi, Foglia, y del Castillo en una serie de artículos que rondaban el tema de su tesis y que fueron publicados en la Revista de la Sociedad Argentina de Biología y en los Comptes Rendus de la Societé de Biologie de Paris entre 1933 y 1935. 38

Por consejo de Houssay -quien era un firme convencido de la necesidad de que los jóvenes investigadores terminen su formación en el exterior, como forma de integrarse en el conocimiento más avanzado de sus disciplinas y en la comunidad científica internacional-, se propone trabajar un tiempo fuera del país. Decide hacerlo para profundizar sus estudios en bioquímica, como forma de comprender la naturaleza íntima de los procesos fisiológicos. La elección recae, luego de consultarlo con su profesor de bioquímica, el Dr. Venancio Deulofeu, en el Laboratorio de Bioquímica de la Universidad de Cambridge, dirigido por Sr. Frederic Gowland Hopkins, quien había obtenido el premio Nobel en 1929 por su descubrimiento de las vitaminas. Cuando viaja en 1936, vive y produce en el centro más estimulante de la investigación bioquímica mundial. Purifica enzimas, estudia el bloqueo enzimático por el cianuro, aprende a usar trozos de tejidos para ver transformaciones de sustancias junto a los brillantes integrantes del equipo de investigaciones de Cambridge. Consulta la decisión con el Dr. Venancio Deulofeu, profesor de bioquímica, y con el Dr. Romano de Meio. En: Leloir "Cincuenta años..." op. cit. 14 "Comencé a trabajar inmediatamente bajo la dirección de Malcom Dixon en el efecto del cianuro y pirofosfatosobre la succínico dehidrogenasa. Después trabajé con Norman L. Edson en cetogénesis usando trozos de hígado. Cuando Edson regresó a su pais natal en Nueva Zelanda, trabajé con David E. Green en la purificación y propiedades del hidrosibutirato dehidrogenasa. La atmósfera del laboratorio bioquímico era muy estimulante debido a la cantidad de personas con talento, tales como Marjorie Stephenson, una de las pioneras de la bioquímica bacteriana; Norman Pirie que cristalizó el virus del tabaco; Robin Hill, bien conocido por su trabajo en fotosíntesis (el efecto Hill); Joseph Needham, que comenzó la embriología química y terminó como un orientalista; Dorothy Moyle Needham, una experta en química muscular y muchos otros." En: Leloir "Cincuenta años..." op. cit. Internaliza, hace suyo, el paradigma bioquímico de la mejor manera posible: en la práctica cotidiana de la investigación, guiado por los especialistas más notorios del momento.

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Aprende, también, el estilo inglés de hacer ciencia, tan próximo a sus necesidades y a sus propias convicciones, hecho de la elección cuidadosa de problemas fundamentales, desarrollados con pocos elementos instrumentales, una sólida habilidad manual, y efectuados en espacios pequeños. Thomas Kuhn nos cuenta que el paradigma se aprende de manera no-teórica, no discursiva, mediante ejercicios prácticos en los que el aprendiz interioriza las habilidades teóricas y prácticas con las que encarar las investigaciones. En Leloir, con entrenamiento ya, el aprendizaje será concentrado, formando por interiorización inconsciente, no conceptual, esa segura intuición que lo llevará habitualmente por el buen camino, y ese sólido sentido común de científico que dará a todas sus expresiones la suprema naturalidad que sólo se encuentra cuando coinciden ellas el sentido común, la ideología, la teoría y la práctica. Todo en él parecerá fácil, espontáneo, sin contradicciones; su método de trabajo, y lo que expresa acerca de él. Es lo propio de un científico de ciencia normal -en el sentido kuhniano-, seguro de su paradigma, al que no cuestiona. Coinciden de esta manera sus formas de trabajar, sus escritos no científicos, sus opiniones vertidas en entrevistas, los testimonios de sus colaboradores, otorgándole la imagen engañosa de sabio sencillo. Cuando en verdad, la apariencia de sencillez es producto del más acabado dominio de los medios que emplea, y de una predisposición temperamental sin estridencias.

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El investigador maduro

De regreso en el país, y provisto con los equipos para estudiar enzimas que trae de Cambridge, se instala nuevamente en el Instituto de Fisiología. Estudia con el Dr. Juan Mauricio Muñoz el metabolismo del alcohol, y posteriormente la formación de ácidos grasos en el hígado, "aprovechando que Muñoz tenía un método confiable de medir etanol usando un pequeño y hermoso aparato de destilación", nos confía en su autobiografía. En sus palabras, pareciera que la dirección que imprime a las investigaciones se debiera casi con exclusividad a la posesión de un medio técnico de análisis. Poco antes de morir, en la entrevista que me concedió, al preguntarle por la importancia de la tecnología en la investigación, contesta simplemente: "uno usa lo que tiene a mano...", en la misma línea de sencilla naturalidad de sus afirmaciones de siempre. Es necesario completarlas, pues cubren sólo una parte, importante sin duda, de las motivaciones que hacen decidir rumbos. Falta el ingrediente teórico, las intuiciones provenientes de otros modelos del paradigma. Recordemos para esclarecerlo que trabaja en Cambridge con Norman L. Edson en problemas de cetogénesis usando rebanadas de hígado; en consecuencia la investigación que emprende luego usando la misma técnica de rebanadas con hígado ahora aplicada a los ácidos grasos pudiera verse como su continuación natural.

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La investigación es ejemplar, y muestra en efecto, la perfecta conjunción de medios técnicos y de un problema de ciencia normal del paradigma que puede resolverse por su intermedio. En síntesis, consiguen la oxidación de ácidos grasos a partir de una preparación -un extracto- de hígado libre de células. Es suficiente recordar las experiencias de Buchner cuando fermenta azúcares con un extracto de levadura sin células para concordar que se trata de una investigación "normal" -nuevamente en el sentido de ser bajo las normas del paradigma- típica. En la terminología que hemos adoptado, se proponen demostrar que la oxidación de los ácidos grasos por el hígado es un modelo -un ejemplo- nuevo y característico de la bioquímica. Anteriomente se suponía que era debida a elementos celulares: mitocondrias, núcleos, etc., pero no a enzimas. Se reproducía al respecto la discusión anterior a la fundación de la bioquímica, cuando se pensaba que las fermentaciones eran atribuibles a las células. El extracto que obtiene luego de prensar hígado, al estar libre de células, corrobora que la oxidación debía ser causada por enzimas. Es notable cómo el experimento reproduce en otro campo, y luego de sortear sus dificultades específicas, las condiciones que se dieron en la explicación bioquímica de la fermentación del jugo de uvas. Un nuevo modelo se había añadido al paradigma químico, ampliándolo, desarrollándolo. El artículo en que lo comunican muestra: i. su inserción en las discusiones previas de la comunidad científica, mostrando el contexto problemático que aborda; ii. la imposibilidad anterior de lograr la transformación con el producto del prensado de hígado, que atribuyen parcialmente a que la rápida destrucción de las enzimas hacía que cuando se intentaba la oxidación, éstas ya no existían; iii. el diseño experimental que soluciona esta dificultad hipotética, y mediante el cual consigue la oxidación de los ácidos grasos; iv. el rechazo experimental de otras causas que pudieran explicar los resultados obtenidos -refutación de contrahipótesis en la terminología popperiana, o eliminación de 43

otros factores, que tan sabiamente adaptara Claude Bernard para la fisiología, luego de tomarlo de Stuart-Mill. Su lectura constituye una delicia metodológica que nos muestra a un investigador cabal en la plena posesión de sus recursos. Causó una honda repercusión en el medio científico, y fue sin duda muy tenido en cuenta a la hora de su elección para el premio Nobel. Sin embargo, no continúa por este camino. Comentará Paladini: "Este fue el comienzo de una larga serie de investigaciones llevada a cabo por bioquímicos de todo el mundo que permitieron aclarar el complejo metabolismo de esas sustancias. Varios premios Nobel se originaron durante ese periplo, pero Leloir no participó en él, llamado a trabajar en otro problema que pronto adquirió preeminencia en el Instituto: el mecanismo de la hipertensión vascular de origen renal". (15 Leloir, L.F. y Muñoz, J.M. Fatty Acid Oxidation in Liver. En: Biochemical Journal. Vol. 33. p. 734. 1939. Leloir recapitulará el tema en: The mecanism of fatty acid oxidation. En: Enzimology. Recibido el 23-IV-47. 16 Paladini, Alejandro C. Luis F. Leloir. Notas para su biografía y la historia del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Fundación Campomar. En: Acta Bioquímica Clínica Latinoamericana. Vol XX. No. 4. 510. 1986.) ¿A qué se debió esta brusca desviación en las investigaciones de Leloir? Recordemos algunas respuestas clásicas que elaboran los teóricos de la historia de la ciencia, para evaluar su poder explicativo en situaciones concretas. "Se investiga aquello que la misma ciencia -o el paradigma, o el programa de investigación, según sea la versión que se prefiera- señala como digno de ser investigado", dirá la visión internalista de la ciencia, llamada así porque cree que el motor que impulsa las investigaciones proviene del interior de la propia ciencia.

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"Se investiga aquello que la sociedad -o las condiciones materiales, o las clases sociales, o el poder- decide que debe ser investigado", dirá la visión externalista, que sostiene que lo determinante para la ciencia se encuentra por fuera de la misma. Sin embargo, y contrariando estas previsiones teóricas, la motivación de la investigación acerca de la hipertensión no es provocada por la sociedad, en cualquiera de sus versiones, ni por las necesidades del desarrollo de la ciencia como estructura conceptual. Ninguna de ellas previó, ni en sus versiones más extremas o más atenuadas, la direccionalidad de una secuencia de investigaciones en un científico concreto. Apenas si señalan muy aproximativamente -o muy lejanamente- algunos indicios. Es curiosos como en el análisis de una vida se desdibujan las opciones contrapuestas que parten de análisis globales de la historia de la ciencia, que debemos modificar si queremos entenderla en toda su particularidad. Pero, después de todo, ¿qué puede ser la historia sino la resultante de los destinos humanos? Cuando la observamos a este nivel, los esquemas son insuficientes. La vemos, entonces, como la intensa combinatoria de decisiones y proyectos individuales, interactuando con la ciencia objetiva, la de los libros y las publicaciones -la ciencia del Mundo III de Karl Popper-, en una circunstancia social, institucional, de comunidad científica y personal, perfectamente definida, concreta y siempre irrepetible, mediante la cual los hombres van entretejiendo su devenir con el devenir de los otros. Se ha sugerido que si un paradigma plantea en sus términos innúmeras preguntas a las que se puede responder si se lo acepta como guía para la investigación, y si la ciencia es el desarrollo de las respuestas a estas preguntas, y si en cada punto de la evolución existen múltiples alternativas posibles, entonces la autonomía de la ciencia y del científico individual consiste en la posibilidad de elegir desde esa combinatoria a la que hicimos alusión, a qué modelo posible, a qué zona de la realidad dedicar los esfuerzos. (17 Popper, Karl. Conocimiento objetivo. Tecnos. Madrid. 1974. Allí aparece el artículo Epistemología sin sujeto cognoscente, en el que plantea la existencia de un Mundo III, de conocimiento objetivo, teorías y problemas, que se encuentran independientemente de nosotros en bibliotecas, archivos, etc. Es la ciencia ya hecha y escrita, que se encuentra separada de un Mundo II, el de nuestros pensa45

mientos y creencias, con el que interactúa y del que es producto; finalmente, existe un Mundo I, el mundo de la naturaleza, cuyo conocimiento perseguimos. 18 Lorenzano, César. Relaciones entre estructura e historia de la ciencia. En: op. cit) Pues bien. La investigación acerca de la hipertensión maligna es motivada por la muerte debida a esta enfermedad de uno de los mejores colaboradores jóvenes de Houssay -el Dr. Juan Guglielmetti-, a la temprana edad de 31 años, tronchando una vida que se vislumbraba brillante. Houssay le sugiere a Eduardo Braun Menendez estudiar experimentalmente el papel del riñón en el proceso. Leloir y Muñoz pasan a integrar el equipo recién constituido, que se completa con Juan C. Fasciolo y Alberto C. Taquini Está dadas las situaciones institucionales y personales. En este contexto, de entre los innúmeros modelos que pueden investigar juntos fisiólogos y bioquímicos, se elige uno, el de la hipertensión -que muestra además la enorme influencia de la clínica médica en la determinación de las búsquedas fisiológicas- siendo el condicionante último la profunda conmoción que provocó hacia 1922 la muerte de un amigo. (Síntoma también de la persistencia de las obsesiones científicas de Houssay y de su tenacidad para abordarlas) Hay algo de quijotesco, de gesto romántico en la actitud de un maduro grupo de investigadores que deciden derrotar al responsable de su muerte. Todos recuerdan con nostalgia esa época -que duró dos años- de aventura y camaradería, cuando con equipos rudimentarios pero enorme entusiasmo, atacaron el problema de la hipertensión 46

de origen renal. Leloir habla de la calidad humana de sus compañeros de equipo, y de cómo el trabajo era en esas condiciones, una diversión. Recuerda cuando después de investigaciones exitosas, él exclamaba: "Ven, nada puede resistir la investigación sistemática", lo que era respondido por Fasciolo luego de algunos esfuerzos infructuosos diciendo: "Ves, nadie puede resistir la investigación sistemática" Encontramos aquí, en vez de los determinismos rígidos -internos o externos- que mencionáramos, una multi-causalidad cambiante en cada situación, a la que es posible desentrañar, pero que no permite extrapolar a otro contexto para predecir con pretensiones de validez basados en sus conclusiones. Tienen éxito en la búsqueda. Demuestran que el riñón con poca circulación -provocan pinzando sus arterias una situación similar a la que actúa durante la enfermedadgenera una sustancia, la renina, la que al actuar sobre una sustancia proteica produce angiotensina, la responsable del aumento de la presión arterial. La forma de actuar de la renina era la de una enzima. Leloir fue el que señaló esta característica. (19 Deulofeu, V. op. cit.) La comunicación -sumamente breve- en la que comentan estos hallazgos, fue publicada en Nature en 1939. Posteriormente publican un libro en 1943, Hipertensión arterial nefrógena, en el que desarrollan todas las experiencias. Obtienen con él el Tercer Premio Nacional de Ciencias. Espero no equivocarme cuando pienso que el tiempo ha borrado la memoria de las dos investigaciones que fueron encontradas más importantes que ésta sobre la hipertensión. Fueron trabajos señeros, que abrieron nuevos rumbos a la investigación sobre la hipertensión maligna, comentadas y reproducidas en todo el mundo. Ignoraban que por la misma época en los laboratorios de Eli Lilly de Indianápolis, Irwin Page y sus colaboradores trabajaban en la misma dirección, llegando a conclusiones similares. Aunque el trabajo del grupo de Buenos Aires fue publicado antes, en rigor se trató de un co-descubrimiento, realizado casi simultáneamente por dos grupos de investigadores que trabajaban sobre el mismo tema, sin estar mutuamente informados.

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La situación se ha presentado a menudo en la historia de la ciencia, y ha sido comúnmente interpretada como que el estado del conocimiento estaba lo suficientemente maduro como para incubar dos proyectos similares, con soluciones similares en lugares distantes. No había dudas de que la hipertensión era un problema agudo, aquí, y en Estados Unidos, aunque no se registrara la muerte de ningún investigador de Eli Lilly por ella, y que las herramientas teóricas estaban disponibles para todos. Diferían sobre todo en los nombres puestos a las sustancias descubiertas. Leloir hacía tiempo se había alejado del problema, siguiendo sus propios proyectos, cuando continuaban las disputas -tan ajenas a su manera de ser- sobre prioridades en el descubrimiento. El acuerdo salomónico de Braun Menéndez y Page fue reconocer el co-descubrimiento y fusionar las dos denominaciones en una sola. Los nombres de angiotensina y angiotensinógeno, fruto del acuerdo, son los que conocemos hoy día. Comenta Paladini que la decisión de Leloir de abandonar el intento de aislar la angiotensina indica su habilidad para detectar cuándo un problema está maduro para ser resuelto, y cuándo presenta demasiadas dificultades. Sobre su acierto habla elocuentemente el hecho de que el aislamiento se logró recién después de 20 años de avances tecnológicos e instrumentales.

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8 La estadía en Estados Unidos y el regreso Habíamos dejado nuestra historia en el año 43, cuando se publica el libro acerca los mecanismos fisiopatológicos que regulan la hipertensión de origen renal. Va a ser un año crucial para el país, para los investigadores del Instituto de Fisiología, y para Luis Leloir. La historia va a irrumpir, como no lo había hecho nunca, en sus vidas. Hasta ese momento, Leloir había vivido con una cierta distancia con respecto a su contexto histórico y social más general. Es cierto que había conocido la Primera Guerra Mundial en Inglaterra, llevado por su familia cuando rozaba la adolescencia, y que en 1936, año de su iniciación como bioquímico había residido en Cambridge, en un clima que preludiaba a la Segunda Guerra Mundial. Pero no lo afectaron personalmente. Durante los años treintas, vive una situación sin cambios notables desde el golpe militar de 1930, que inaugura el período que se llamó la Década Infame, pero que no toca al pequeño círculo de investigadores al que se integra. Por el contrario, Bernardo Houssay convence tempranamente al dictador de turno, el general Agustín Pedro Justo, de la necesidad de apoyar la investigación básica, personalmente, y sobretodo a través del intenso trabajo que desempeña al frente de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, que funda en 1933 para desmentir a un senador que expresa públicamente que no había en el país gente dedicada a la ciencia. En 1936, el Congreso de la Nación aprueba la ley No. 12338 por la que se instituye un fondo permanente de un millón de pesos en títulos de la deuda pública con cuya renta

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se otorgarían subsidios y becas internas y externas para la formación de investigadores científicos. En 1943 ocurre la revolución -en rigor un nuevo golpe de estado militar- del 4 de junio, cuya interpretación todavía despierta controversias, dado que de él surgió la figura del entonces Coronel Juan D. Perón, quien será presidente en tres oportunidades, y liderará uno de los mayores movimientos políticos de Latinoamérica. Houssay -quien según afirma Leloir nunca se mezclaba en política-, firma una carta pública a mediados de octubre junto con numerosas personalidades en la que se pide "democracia efectiva, normalización constitucional, solidaridad americana". Leído correctamente, pedía elecciones -terminación de la intervención militar-, y apoyo decidido a los aliados en la guerra contra el nazismo. El gobierno militar, entre cuyos miembros se encontraban firmes simpatizantes de Alemania nazi, y había nombrado Ministro de Educación y Justicia al escritor Gustavo Martínez Zuviría -Hugo Wast era su nombre literario-, connotado autor de libros antisemitas, además de novelas que gozaban de cierta popularidad, y Ministro de Interior al General Perlinger, conocido filonazi y antisemita. La represión cayó sobre los militantes políticos de los partidos de oposición. Encarcelamientos, torturas son actividades que golpearon a la tranquila sociedad argentina, que había aprendido a enriquecerse con la neutralidad en medio de la guerra mundial. Los firmantes de la solicitada fueron dejados cesantes. La intolerancia se extendió a los intelectuales, a los profesores universitarios. Entre otros, son cesanteados Aldo Mieli, reconocido historiador de la ciencia italiano que residía en Rosario, desde donde editaba una revista de circulación internacional, y Bernardo Houssay. La ley de enseñanza religiosa obligatoria de Martinez Zuviría, que subsistiría durante los posteriores gobiernos de Perón, no fueron precisamente una prueba de la tolerancia intelectual del gobierno. Mas bien lo contrario. (20 "Cuatro de junio, antesala de Perón". En: Todo es historia. No. 193. Junio de 1983.) Mientras Houssay funda en la calle Costa Rica, donde todavía se encuentra, un Instituto de Biología y Medicina Experimental privado desde el cual continúa sus investigaciones, Leloir- recién casado con Amelia Zuberbuhler-, emprende viaje a Estados Unidos, donde permanecerá cerca de un año y medio.

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Primeramente reside seis meses en Saint Louis, donde se encontraba el laboratorio de los esposos Carl y Gerty Cori, quienes reciben calurosamente a los Leloir. Amelia todavía recuerda las invitaciones a almorzar los domingos -en las que Gerty los convidaba con sandwiches-, la duradera amistad que entablaron, rota parcialmente por la muerte temprana de Gerty, y el posterior casamiento de Carl con una mujer más joven, coqueta y mundana, que hace del severo investigador de Saint Louis un hombre más sociable. Conoce allí de primera mano los estudios que habían hecho sobre la cristalización y preparación de la enzima fosforilasa, como parte de unas amplias investigaciones acerca del metabolismo de los hidratos de carbono. Adquiere una segura maestría en la investigación de los compuestos fosforados que forman a las enzimas y coenzimas, que es parte del secreto de sus investigaciones. Mientras colabora con Ed Hunter en la investigación acerca de la formación de ácido cítrico, se codea con lo más selecto de la comunidad científica bioquímica. Los siguientes ocho meses los pasa en Nueva York, junto a David I. Green, quien fuera compañero suyo en Cambridge, y que en un pequeño espacio de dos habitaciones en el College of Physicians and Surgeons de la Universidad de Columbia había armado su laboratorio, y reunido un pequeño grupo de investigadores de peso, como Sara Ratner, Eugene Knox y Paul Stumpf. De regreso en Buenos Aires en 1945, se reintegra a su sitio de trabajo junto a Houssay, quien se encuentra de vuelta en el Instituto de Fisiología, al ser reincorporado a la Universidad por el primer gobierno de Perón. Este período durará hasta 1947, cuando nuevas desavenencias políticas hacen que Houssay sea jubilado de oficio, y permanezca fuera de la Universidad, en su Instituto de Biología y Medicina Experimental, hasta 1955. Fue un lapso breve, pero sumamente importante en la vida de Leloir. En primer lugar, comienza a trabajar junto al Dr. Ranwell Caputto, quien acababa de concluir una beca de la Asociación para el Progreso de las Ciencias en el mismo laboratorio de Cambridge donde estudiara Leloir. Posteriormente se incorpora a su pequeño equipo el Dr. Raul E. Trucco, iniciado en la microbiología, pero con una sólida formación científica adquirida junto a los profesores Sordelli y Soriano, y también desplazado de su sitio habitual de trabajo por el gobierno. Ambos lo siguen cuando acepta la dirección -cerca de dos años después-, del recién fundado Instituto de Investigaciones Biomédicas. Constituyen el inicio de su equipo de investigadores, el núcleo básico que compartió la aventura intelectual de investigar en Palermo, Buenos Aires, la bioquímica más avanzada de su tiempo. Si recordamos la naturaleza social de la ciencia en líneas generales, pero sobre todo la importancia que asignaba Leloir a las relaciones humanas en el trabajo cotidiano, comprenderemos el peso que tuvo este período en el desenvolvimiento posterior.

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En segundo término, su asociación con Caputto lo lleva a investigar un tema que éste había desarrollado en Córdoba mientras realiza su tesis de Doctorado, y al que no había renunciado durante su permanencia en Inglaterra: la formación de la lactosa -el azúcar característico de la leche- en la glándula mamaria. Nuevamente nos encontramos ante una circunstancia que pesará en el futuro. No sólo marca el marca el regreso de las investigaciones de Leloir a los azúcares de los primeros años -recordemos los que se refieren la función de las suprarrenales en su metabolismo-, en un tema que coincide con algunos problemas y métodos estudiados en su estadía con los esposos Cori en Saint Louis. Significa también poner en el centro de sus preocupaciones una zona del metabolismo de los hidratos de carbono de la que surgirán todos sus descubrimientos posteriores. No interesa que la investigación terminara en un fracaso. Es el germen tanto del núcleo problemático de lo que será su programa personal de investigación, como del grupo humano que lo llevará a cabo. Por este motivo iniciamos con ella el análisis de la serie de trabajos fundamentales que culminaron con el premio Nobel. La lactosa. Un primer fracaso. La pregunta que intentan responder en este momento es sobre la naturaleza de los mecanismo de formación de la lactosa en la glándula mamaria. Presuponen, a la manera de hipótesis empírica, que el glucógeno -un azúcar formado por una larga cadena de azúcares simples- se transforma en lactosa -un azúcar simple-, siguiendo mecanismos enzimáticos estudiables con el paradigma bioquímico. Usan para las experiencias, como material de trabajo, la glándula mamaria de la rata. Se suponía que la transformación no era directa, sino a través de sustancias intermedias. Quizás éstas -desconocidas al momento- fueran demasiadas. La investigación no progresó grandemente, abrumada por las dificultades. Diríamos que la hipótesis fue refutada, o al menos que nuestros investigadores, ante los magros resultados, no se sintieron estimulados a perseverar en la búsqueda. Años después, Leloir recuerda el episodio y hace referencia, para explicar lo sucedido, a los escasos medios técnicos disponibles por esa época. El camino hacia la lactosa desde el glucógeno estaba cerrado. Deciden entonces estudiar el mecanismo dando un rodeo: en vez de partir del glucógeno, comienzan desde el otro extremo, la lactosa, y observan sus transformaciones. 53

Pero esta es otra historia, y se va a desarrollar en el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, que todavía no se ha fundado. Allí seguiremos nuestra narración.

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9 En el Instituto de Investigacion es Bioquímicas

En los últimos meses de 1946, el industrial textil Jaime Campomar decide crear en memoria de sus padres, don Juan Campomar y María Scasso de Campomar, una Fundación destinada a sostener la investigación básica bioquímica. Probablemente por consejo del Dr. Carlos E. Cardini, farmacéutico y bioquímico, profesor de la universidad de Tucumán, de la que debe salir por presiones políticas, y cuñado de Campomar, éste piensa en los Dres. Houssay y Leloir como los más adecuados para llevar adelante sus propósitos. Se crea el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, que Houssay sugiere sea dirigido por Leloir. La Fundación alquila una casa en Costa Rica 4181, donde se inaugura el Instituto el 3 de noviembre de 1947, y destina a su funcionamiento una contribución anual de 100.000 pesos, que eran equivalentes a a 25.000 dólares de la época, con los que se instala el laboratorio, se adquiere equipo, y se pagan algunos sueldos. No se piense en un gran edificio; se trataba de una casa antigua, con cinco habitaciones, un hall central, baño, co-

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cina, un altillo y un patio, que requería permanentes esfuerzos para evitar inundaciones y goteras. Para ese entonces, Carlos Cardini se había incorporado al grupo de investigadores, siendo el subdirector del Instituto.

Leloir

Amalia

Campomar

Completan el equipo humano Naum Mittelman, experto en proteínas que pronto seguiría su propio camino, y en agosto de 1947, un primer becario, que responde al llamado de "investigar química biológica, en especial enzimología", convocado como "joven con buena preparación básica que haya demostrado inclinación hacia la investigación científica, y desee dedicarse exclusivamente a ella", el Dr. Alejando Paladini. (Mittelman, acosado los bajos ingresos como investigador, decide abandonarla y ejercer su profesión, entrando además en la docencia. Es recordado por sus magnificas clases, amneas e incentivantes, por sus alumnos del Joaquín V,González) Los medios de los que se disponía eran modestos: un espectrofotómetro de Beckman, un manómetro de Warburg, una heladera, un congelador y una biblioteca, cedida por el Dr. Leloir. Posteriormente la Fundación Rockefeller dona una centrífuga refrigerada, y un colector automático de fracciones. El aparato de cubas de cromatografía fue construido por el Dr. Paladini, lo mismo que otros aparatos. Quienes hayan visitado un laboratorio incluso de análisis clínico de nuestros días, se encuentran en condiciones de apreciar los recursos casi franciscanos en los que se de57

senvolvía el Instituto, y de aquilatar lo magro de la contribución de la Fundación Rockefeller. LO QUE CONOCÍA LA FISIOLOGÍA, Y LO QUE INVESTIGABA LA BIOQUÍMICA EN ESOS DÍAS La fisiología había mostrado que los hidratos de carbono en el interior del organismo humano forman una secuencia inexorable entre sus desdoblamientos, por los que pasaban de ser hidratos de carbono complejos a ser monosacáridos, y la posterior síntesis, en la que revertían el camino recorrido, conduciendo a la formación de nuevos hidratos de carbono complejos. La secuencia de la que habláramos era la siguiente:

Alimentos

Glucosa

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Consumo como energía

Glucógeno

Almacenaje

Glucosa

Consumo como energía

l. Los alimentos contienen hidratos de carbono -fundamentalmente almidones, sacarosa, lactosa-, que al ser absorbidos por el intestino, se desdoblan hasta llegar a sus formas más elementales; 2. circulan en la sangre bajo la forma de glucosa, en un delicado equilibrio que mantiene su valor siempre constante; 3. lo que no circula, ni se consume en el ejercicio de las funciones de todo el organismo, se almacena en: 4. hígado y músculos, a la espera de su utilización, en la forma de glucógeno; 5. para poder ser utilizados como energía, deben volver a transformarse en glucosa. La secuencia era entonces: Es en este ciclo de los hidratos de carbono en el que se inscriben las investigaciones de Leloir, que seguiremos con todo detalle. Recordemos que en el proceso intervenían algunas sustancias intermedias, y enzimas, que provocaban el cambio de unas sustancias en otras. Como hemos visto, su investigación sigue los objetivos propios de la bioquímica. EL HALLAZGO DE LA GALACTOQUINASA Habíamos dejado nuestra historia en el inicio de las investigaciones dentro de lo que sería su gran campo de estudio, los hidratos de carbono. Las había realizado en el Instituto de Medicina Experimental y Biología de Houssay. Habían terminado en un fracaso. El camino que llevaba en la glándula mamaria desde el glucógeno hasta la lactosa, estaba cerrado.

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Instalado en el Instituto Leloir recientemente fundado, y con su equipo de trabajo completo, las reinicia. Esta vez, desde el otro extremo de la secuencia metabólica, comienza a explorar los mecanismos bioquímicos que parten desde la lactosa. Se sabía que este azúcar estaba formado por dos moléculas, una de glucosa y otra de galactosa. Se sabía asimismo que la lactosa fermentaba, y que esta fermentación no era de sus componentes -que también fermentaban-, sino que le era propia. Es precisamente esta fermentación la que comienza a estudiar el grupo del Instituto Campomar. Mencionemos que los Cori habían descubierto una enzima, la sacarosa fosforilasa, que desdoblaba a la sacarosa -el azúcar común-, un di-sacárido, como habíamos visto, en dos moléculas, una de glucosa y otra de fructosa. Leloir arma sus experimento en el 60

supuestode que la lactosa debería comportarse en sus transformaciones de manera parecida a la sacarosa. Como acostumbra a suceder en ciencia, sin que esto se haga totalmente explícito, los hallazgos cambian el rumbo de las investigaciones posteriores, que pasan desde la lactosa, a las transformaciones de sus componentes, la galactosa y la glucosa. Reiteremos que la investigación científica durante el período de ciencia normal consiste en encontrar nuevos modelos de aplicación del paradigma en otras zonas de la realidad distintas a las que ya se ha aplicado con éxito. El nuevo modelo al que se pretende aplicar es "parecido" a otros modelos ya existentes, y las soluciones deben ser semejantes a las que demostraron su eficacia. La lactosa -el modelo que debía explorarse- era "parecida" -se trataba de otro disacárido- a la sacarosa -el modelo conocido-, y los mecanismos de las transformaciones debían ser similares. El olfato del científico consiste en intuir acertadamente que en efecto, el parecido es tal como se lo percibe, y no un engaño, y que la forma tentativa de solución del problema -que posee un parecido a la encontrada en el otro-, es efectiva. El planteo era el siguiente:

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Glucosa Leloir acababa de obtener reconocimiento por sus trabajos -presentados en congresos internacionales- acerca de las transferencias de fosfato en los azúcares. Podrá utilizar, entonces, con toda maestría, los mecanismos en los que actuaban el ATP (adenosin-trifosfato) y el ADP (adenosin-difosfato), compuestos que intervienen en la transferencia de fosfato de una sustancia a otra, tal como lo habían hecho los Cori en sus experiencias con la sacarosa. Está armado el escenario. Existen: i. el tema -la zona de la realidad a explorar, el modelo nuevo-; ii. la habilidad científico-técnica para investigarlo; y sobre todo, la experiencia científica para abordarlo y cambiar sobre la marcha, pues ninguna solución puede ser igual a otra y, por lo tanto, es imposible el traslado mecánico de un modelo a otro; la analogía entre modelos sólo actúa como mecanismo inspirador. En ocasiones, las soluciones difieren considerablemente, y es necesario actuar en consecuencia. Ahora se entiende la racionalidad de las expresiones de Kuhn, cuando dice que la ciencia normal pone a prueba la habilidad de un científico a la manera de un acertijo con -presuntamente-, una solución satisfactoria al final del camino. En consecuencia, es natural que exprese que un experimento fallido indica el fracaso del científico que lo usa, no del paradigma con el que trabaja, bioquímico u otro. Si hay fallas, eso sucede por una elección equivocada del tema, o por proponer soluciones incorrectas. Habíamos visto que otra de las causas posibles de fracaso, reside en una incorrecta apreciación de los medios técnicos disponibles en el momento para encarar las experiencias. Cuando es así, el científico no abandona - por considerarla refutada-, a la bioquímica. Simplemente, asimila el fracaso y sigue su búsqueda por otras zonas, por otros modelos. Los grandes marcos conceptuales, que abarcan mucho más que las hipótesis con las que trabaja una investigación en especial, no son puestos a prueba por ellas; lo único que puede ser rechazado es una solución a un acertijo, una hipótesis aislada y, en oca62

siones, la idoneidad del científico que reincide en la propuestas si son desmentidas reiteradamente por la experiencia. En este momento, con este escenario, se inicia una secuencia de investigaciones brillantes, exitosas, que le valdrán a Leloir y su equipo el premio Nobel de 1970. Las analizaremos. La primera con todo detalle. No porque sea la más importante: no hay escritos más importantes que otros en la serie, que por otra parte no concluye en 1970. Lo hacemos para dar un testimonio fiel, casi puntual de su estilo de trabajo y de los cambios de dirección que aparecen en el curso de las investigaciones. De los siguientes, comentaremos únicamente los hallazgos principales, hasta 1950, año del descubrimiento, como luego veremos, del UDPG pues allí está el corazón, el núcleo del programa de investigación de Leloir. Luego el paso será más ligero, y se detendrá sólo en los grandes hitos, para llegar hasta la síntesis del glucógeno. Quien sepa seguirlas en sus complejidades químicas aprehenderá la esencia de su talento. Comencemos la tarea. Expongamos el primer artículo.

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10 Los artículos Leloir con Cabib

En esta sección analizaremos la sucesión de artículos que van construyendo los “caminos metabólicos de Leloir” -nombre con el que se conoce la ruta metabólica de los hidratos de carbono desde la glucosa -un hidrato de carbono simple- que resulta de la ingesta de los alimentos hasta el glucógeno, un hidrato de carbono complejo que se almacena en el hígado. EL PRIMER ARTICULO Su título: "La lactasa y la fermentación de la lactosa en el Saccharomyces fragilis". (Caputto R., Leloir, L.F., Trucco, R.E. Lactase and lactose fermentation in Saccharomyces fragilis. En: Enzimology. 12. 350. 1948. Recibido el 4-X-47. El artículo original se encuentra traducido en el Apéndice II. Esta es una versión comentada del mismo.) Fue publicado en Enzymology, XII, 35, 1948, luego de ser enviada el 4 de octubre de1947, apenas un mes después de inaugurado el Instituto. El artículo comienza con unas pocas consideraciones previas de los autores con respecto a: 64

i. lo que se sabía acerca de la fermentación de la lactosa: que efectivamente se realiza sin que medie una hidrólisis previa que la transforme en glucosa y galactosa; de ser éste el caso, la fermentación hubiera sido de estas sustancias por separado y no de la lactosa; ii. cuáles eran las transformaciones metabólicas involucradas en el proceso y que usaban fosfato; iii. la necesidad de evaluar qué podría suceder si se emplea ATP en la investigación. iv. Hagamos unas aclaraciones: i. el Saccharomyces fragilis del título es una levadura, las que son fuente, como sabemos, de enzimas; ii. la lactasa es la enzima que fermenta al azúcar lactosa; iii. el ATP es un compuesto de tres átomos de fosfato. Puede ceder uno a cualquier otro compuesto, transformándose en ADP, compuesto con dos átomos de fosfato, que a su vez puede ganar uno de otra sustancia y volver a ser ATP. De esta manera guía el paso del fosfato entre distinta sustancias. Leamos entonces el trabajo examinando su armazón metodológico, dividiéndolo, como lo hacen los autores, en una descripción del material de trabajo, y luego en el diseño experimental. Material de trabajo Bajo este apartado comentan todos los elementos que utilizaron en la preparación del experimento, los motivos de su elección, las formas que encontraron para estandarizarlos y los métodos de controlar los resultados., de tal manera que pudiera ser repetido por quien quisiera hacerlo. Se refieren a: i. las características de los cultivos de Saccharamyces fragilis; ii. la manera en que prepararon la enzima específica del azúcar lactosa, la lactasa; iii. los métodos empleados para medir el nivel de azúcares en los preparados. En las tres instancias introducen mejoras técnicas que controlan mediante experimentos especialmente diseñados al efecto.

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Veámoslos, a fin de apreciar el rigor con que ponen a funcionar el diseño experimental. i. Cultivo de Saccharomices fragilis Las cepas fueron obtenidas en el Departamento de Micología de la Universidad de la Plata, y cultivadas con un procedimiento cuidadosamente estudiado, que hace decir a los autores en un escrito posterior que de esta manera mejoraban la cantidad de enzima que habían obtenido otros investigadores. El método es narrado minuciosamente. Consiste en enriquecer el medio de cultivo con lactosa -el azúcar que debían estudiar- para que así la levadura -el Saccharomyces fragilis- produjera la mayor cantidad de lactasa -la enzima que fermenta a la lactosa-. Partían del principio de que si las levaduras se adaptan al medio como lo hace cualquier ser vivo, entonces producirán las enzimas que les son necesarias para este fin. En síntesis, si éste contiene lactosa, su respuesta adaptativa consistirá en producir lactasa en abundancia. ii. Preparación de la lactasa La lactasa contenida en las levaduras se obtiene de tres maneras: i. destruyendo las células, y dejando libre de esta manera a la enzima; se obtiene un lisado de células rico en lactasa; ii. prensando a la manera clásica las levaduras, para obtener un extracto; iii. purificando parcialmente al extracto, a fin de conseguir una mayor concentración de la enzima. Emplean en sus investigaciones los tres procedimientos, usando cada uno de ellos para poner a prueba distintos aspectos del comportamiento del azúcar frente a su enzima específica, y buscar de esta manera datos enzimáticos diferentes. iii. Métodos para medir el nivel de azúcar. Primeramente descartan el reactivo empleado por otros investigadores en experiencias previas. Optan a continuación por el reactivo de Steinhoff, modificándolo hasta adaptarlo a sus necesidades experimentales. Concebido para medir cantidades considerables de azúcar, lo alteran para que pueda medir confiablemente cantidades mucho menores, llevándolo a una micro-escala de valores. Simultáneamente, comprueban su sensibilidad para registrar lactosa y glucosa.

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Diseño experimental Consta de tres pasos, en los que investigan sucesivamente: i. el efecto de la enzima -lactasa- sobre la lactosa; ii. el papel del ATP en el proceso iii. el papel del ATP en el metabolismo de uno de los dos compuestos de la lactosa, la galactosa. ii. La acción de la lactasa Se determinó la correlación entre la hidrólisis de la lactosa -su división en glucosa y galactosa- y la concentración existente de la enzima lactasa, hallándose que era muy alta. Habíendose producido la reacción esperada, investigan el efecto que tienen sobre la misma distintos elementos, que añaden a los tubos de ensayo: •citratos •fosfatos •metales pesados, etc. como una forma habitual de comprobar si existían otros factores que actuaran favoreciéndola o entorpeciéndola. Se encuentran en plena tarea de explorar de manera exhaustiva el universo tan restringido que presenta el paradigma ante la vista del investigador. Precisamente es esta restricción la que permite su exhaustividad, y al mismo tiempo, aunque llevan a resultados que en cierto sentido son los esperados, conducen, por su misma lógica, y tal como lo veremos luego, a nuevos descubrimientos. Encontraron que en algunos casos había, efectivamente, una activación mayor con el añadido de esas sustancias -lo que indicaría que actuaban como coenzimas de la reacción-. Sin embargo, se atribuyó el hecho no a su propia acción, sino a que purificaban el preparado eliminando metales intoxicantes tales como el zinc o el cobre, lo que fue demostrado a continuación. El papel del ATP

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hexoquinasa + ATP

Se sabía que el metabolismo de la glucosa tenía un primer paso que consistía en la adquisición de un átomo de fosfato, el que era cedido por el adenosin-trifosfato, bajo la acción de una enzima específica, la hexoquinasa.

Era natural, entonces, que como segunda parte del experimento, ya sólidamente establecida la degradación de la lactosa por acción de la lactasa, se buscara en la misma la intervención de un mecanismo similar al de la glucosa. Sobre todo cuando existían constancias de que el consumo de la enzima lactasa era bajo, aunque la degradación de la lactosa se efectuaba rápidamente, lo que podría ser explicada por la acción concurrente del ATP. Existían bases para suponerlo, puesto que se había observado un importante consumo de ATP en el proceso, aunque la ya mencionada rapidez de las reacciones no permitía apreciar correctamente todos los pasos, obligando a un extremo rigor metodológico. Se puso a prueba la siguiente situación:

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Al no encontrarse la enzima buscada, se concluye que la lactasa actuaba sin utilizar ATP, y que éste era consumido luego por la glucosa y la galactosa, que adquirían después de la hidrólisis de la lactosa, y no antes, sus átomos de fosfato. Reacción de la galactosa con el ATP Esta parte de la experiencia era consecuencia obligada de la exploración cuidadosa del campo de estudios elegido, el paso siguiente luego de estudiar a la lactosa. En el otro extremo de la reacción, se encontraban la glucosa y la galactosa. Deciden estudiar la galactosa, ya que la glucosa había sido explorada hacía poco tiempo por los Cori. Aparentemente se trataba de una investigación rutinaria, destinada sobre todo a repetir resultados conocidos, puesto que se sabía que el ATP reaccionaba con la galactosa. Sin embargo, condujo a un resultado nuevo, aunque previsible, dentro de la lógica de una investigación de ciencia normal bajo el paradigma bioquímico. Se encontró que dicha reacción era catalizada por una enzima, y que esta enzima era diferente a la hexoquinasa, la enzima que actuaba sobre la glucosa, como pudo constatarse al separar la hexoquinasa del preparado enzimático, y observarse la persistencia de la acción catalisadora. Un autor anterior había sugerido la existencia de tal enzima, pero no había podido demostrarla. (24 Kosterlitz, H.W. Biochemestry Journal. 37. 322. 1943) Se la llamó galactoquinasa, puesto que actuaba sobre la galactosa. Era la primera enzima encontrada en el país. El éxito había coronado la primera investigación de Leloir en su Instituto, confirmando la justeza del camino elegido. Nuevas cuestiones metodológicas y el comienzo del relato Para un especialista en bioquímica -y para nuestro análisis histórico-metodológico-, es sumamente interesante la manera en está escrito el artículo. En cada sector del mismo se exponen resultados que ponen a prueba múltiples hipótesis alternativas, descartándose sucesivamente todas excepto una, la que se 69

intenta demostrar, con una mezcla de presentación de hechos y de razonamiento discursivo que evalúa para aprobar o rechazar. Luego de leerlo, queda el convencimiento de que las cosas no pueden ser sino como se las presenta, y que todo otro mundo posible ha sido excluido. La meticulosidad abarca cada paso, desde los materiales usados -los que fueron adaptados por Leloir y su equipo a la medida de sus necesidades, mejorándolos en el proceso- hasta el análisis de los resultados, armando una sucesión de experimentos que dejan en pie sólo una de las posibilidades. La galactoquinasa ha sido detectada, ha sido comprobada su existencia, mas se desconoce todavía su composición química, su estructura. En este punto seguirán las búsquedas, que relataremos luego. Quisiera que me fuera permitida una disgresión, que tiene que ver con el orden del relato en el que estamos sumergidos. En un primer momento, nos habíamos propuesto comenzarlo con el artículo que acabamos de presentar -dado que era una publicación que inaugura la secuencia de investigaciones- inmediatamente después de unas consideraciones generales, para practicar en él un análisis hipotético-deductivista, el supuesto método de la ciencia. La intención era mostrar que una vez realizado, era insuficiente, pues no permitía hablar de su inserción en una tradición investigativa que lo hiciera comprensible -el paradigma bioquímico-, ni nos dejaba comprender su rol en el proyecto de investigación que acababa de iniciar Leloir, que no se agotaba aquí, sino que iba a tener una prolongada continuidad, hasta conducir al premio Nobel. El hipotético-deductivismo, que autoriza sólo al análisis exclusivo de hipótesis aisladas, se mostraría en ese momento impotente para estudiar investigaciones sucesivas e interconectadas, impotente para mostrar su racionalidad, el hilo conductor que las unificaba en un proyecto sólido, coherente. De esta manera resultaría evidente que, sin un análisis del paradigma correspondiente, era imposible dar cuenta de la actividad científica. Los sucesivos problemas, constataciones y refutaciones que se narraran se incorporarían a una amplia corriente histórica, que los enlaza, y a cuyo desarrollo contribuyen. Este primer comienzo fue dejado de lado, luego de algunas vacilaciones. El motivo de dejarlo, fue que se pensó que la presentación sin más de un artículo que habla de enzimas, coenzimas, ATP, etc. hubiera sido inintelegible. Kuhn nos cuenta que el lenguaje de una ciencia madura es esotérico, es decir, para entendidos. 70

Fue sencillo comprobar la justeza de esta afirmación en el caso de las investigaciones de Leloir. Preferimos entonces comenzar con una introducción histórica al paradigma bioquímico, como una manera natural de presentar la terminología y la problemática especializada. Todavía en ese momento se pensaba que era posible realizar un buen estudio hipotético-deductivista del artículo, que lo presentara fielmente en todas sus aristas. Esta creencia se mantuvo hasta el mismo instante en el que, luego de presentado el artículo, se intentó llevarlo a cabo como ejercicio metodológico. Habíamos sostenido que dicho método se conserva en medio del paradigma como medio para poner a prueba las hipótesis que surgen en él. Mas al intentarlo, aparecieron tropiezos que minaron esa creencia hasta desbaratarla casi por completo, presentando una situación mucho más compleja de lo supuesto. Debía exponer la hipótesis principal que era puesta a prueba con la experiencia, y corroborada o refutada por los resultados obtenidos. Pero, ¿cuál era ésta? Quizás la del problema planteado por las experiencias realizadas por otros investigadores que hacían presumir que la lactosa degradaba pero con una escasa actividad de la enzima específica, la lactasa. Lo que obligaba a explorar primeramente esta acción, y luego el posible papel de otras sustancias, el ATP, por ejemplo. Al menos así aparece escrito en el artículo -los autores conocen a fondo las formas standard de presentación de los mismos, y saben que deben comenzar exponiendo un problema-, sin mencionar el origen real, que como sabemos, consistía en analizar la lactosa como un medio de llegar a conocer su formación desde el glucógeno. Sin embargo, en la lectura del artículo -denominado "Lactasa y la fermentación de la lactosa"- resalta el hecho de que la experiencia termina en el descubrimiento de una nueva enzima para la galactosa, y no corrobora o refuta ninguna supuesta hipótesis principal acerca de la lactosa y su fermentación. Además, ¿por qué enzimas? ¿por qué buscar la actividad fosforolítica? ¿porqué constatar las reacciones con el ATP? ¿por qué el cultivo con Saccharomyces fragilis? Si todo punto de vista en la investigación surge de una teoría, depende de una hipótesis que señale su importancia, entonces se necesitan multiplicar considerablemente las hipótesis en danza para entender un corto artículo -seis páginasde bioquímica. 71

En vez de una, tenemos entre las manos un puñado de hipótesis. ¿Separadas, sin ligazón entre sí? Así parecen en una primera lectura hipotético- deductivista. ¿O con una coherencia, con una unidad que no se puede explicar sólo apelando a un conocimiento anterior bioquímico, que se encontraría presupuesto? La simple consideración de estas posibilidades hace que la visión paradigmatica sea la más natural, la que mejor se adapta para comprender el accionar real del científico. Resulta claro que es desde allí como adquiere inteligibilidad el conjunto de la problemática planteada, al igual que la índole de las respuestas y de las experiencias para justificarlas. El análisis hipotético-deductivista hubiera oscurecido relaciones esenciales establecidas entre los distintos apartados del escrito. Desde el paradigma, los entendemos como partes interrelacionadas, que siguen su lógica -elementos químicos, enzimas, coenzimas-, a la luz de los hallazgos efectuados en un modelo análogo al explorado por Leloir: el de la glucosa por los Cori. Una investigación -desde la perspectiva del paradigma- que se parece a otra investigación, y que en su desarrollo cambia bajo la presión de las diferencias reales entre la lactosa y la glucosa. Incluso adquieren racionalidad sus posibles continuaciones: identificación química de las enzimas, nuevas coenzimas para esta enzima de reciente descubrimiento, búsqueda de su existencia en el organismo humano y no sólo en el Sacharomyces fragilis, etc. Prosigamos, pues, con la secuencia de artículos que van a perseguir su objetivo - resolver paradigmáticamente las transformaciones que van desde la galactosa, puesta ahora bajo la mira merced a las investigaciones realizadas, hasta el glucógeno- con la seguridad, el ingenio, la tenacidad y la intuición de las grandes investigaciones. En el siguiente artículo, Galactokinase, enviado pocos meses después, el 4 de febrero de 1948, y publicado en los Archives of Biochemestry, repasan los tópicos del artículo anterior, dándole una consistencia mayor a lo que aparece casi de sorpresa en los últimos renglones, el hallazgo de la galactoquinasa. 25 Agregan a lo ya expuesto al escrito anterior la búsqueda en el hígado de los mamíferos, para certificar que lo hallado en el laboratorio tiene importancia fisiológica real. Aunque no se la encuentra fácilmente, afirman su papel basados en consideraciones razonables. 72

Recordemos que sus intereses -el de su paradigma bioquímico que busca las trasnformaciones metabólicas señaladas por la fisiología- residen en encontrar los mecanismos metabólicos del organismo humano, no los del Saccharomyses fragilis. El proceso estudiado es interesante, pues la lactosa -principal azúcar de la leche, alimento básico de los mamíferos-, se degrada en glucosa, de utilización fisiológica directa, y en galactosa, que se absorbe para finalmente transformarse en glucosa. Por eso se la encuentra en el hígado: del intestino pasa al hígado, donde se transforman en glucosa para su ulterior utilización. El final del artículo, como sucede en las buenas historias por entregas, nos pone en la pista del próximo paso que dará el grupo de Leloir, coherente por otra parte con el paradigma, que investiga con las herramientas conceptuales de la bioquímica los caminos metabólicos que señala la fisiología. Los encontraremos a continuación estudiando los cambios de la galactosa en glucosa. (25 Trucco, R., Caputto, R., Leloir, L.F., Mittelman, N. En: Archives of Biochemestry. Vol. 18. No. 1. Jul. 1948.)

Galactokinase.

Recuerdan que había sido postulada la existencia de una enzima que catalizara el pasaje de un ion fosfato desde el ATP a la galactosa, sin haberse aportado evidencias experimentales al respecto. Descartan que pudiera tratarse de la hexoquinasa -enzima que cataliza el pasaje de fosfato desde el ATP a la glucosa- inactivándola con alcohol o acetona y observando que pese a ello subsiste la reacción. Mencionan que los extractos parcialmente purificados son los más activos frente a la galactosa, poseen mayor contenido de la enzima a la que llaman galactoquinasa, proponiendo a continuación el siguiente esquema para describir la reacción: ATP + galactosa ---------------------------- galactosa-1-fosfato + ADP Investigan la presencia de galactoquinasa en el hígado de los mamíferos, no encontrándola fácilmente, aunque suponen tener una prueba indirecta de ella en la acumulación hepática de galactosa-1-fosfato luego de una comida rica en galactosa. Consideran que luego se transformará en glucosa, forma común de circulación de los azúcares en el organismo.

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S EC C I Ó N 1

Los caminos metabólicos de Leloir Los siguientes artículos serán de suma importancia en la descripción del descubrimiento de un compuesto químico nuevo, llamado con posterioridad éster de Leloir, que inaugura unas rutas metabólicas antes desconocidas bautizadas asimismo con su nombre.26 El primero de ellos es una corta comunicación publicada el 1 de julio en los Archives of Biochemestry, en la que se informa de la existencia de "una coenzima para la fosfoglucomutasa ".27 Pese a su brevedad, apenas una página y media, será esencial para entender el proyecto de investigación de Leloir, su implementación real, alejada de esquematismos rígidos, y sumamente instructivo para apreciar su fibra de investigador. Le dedicaremos un largo comentario, en la presunción que en él se encuentra parte del secreto del éxito del equipo de Leloir, que reside, como se verá, en su temple como investigadores maduros. Hasta ese momento, existían los siguientes antecedentes para la investigación: i. en 1935, Parnas y Baranowsky encontraron que la desintegración del glucógeno en el hígado se realiza mediante una reacción que sintetizaron así: glucosa + fosfato

glucosa-6-fosfato

Era una reacción distinta a la que ocurría con agua -hidrólisis-, y fue llamada fosforólisis, puesto que empleaba fosfato. ii. Los Cori encontraron que el proceso se hacía en dos etapas, obteniéndose primero glucosa-1-fosfato, que cambiaba a glucosa-6-fosfato por acción de la enzima fosfoglucomutasa. En esquema:

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iii. la galactosa-1-fosfato, que es el compuesto en el que habíamos dejado la investigación anteriormente, y que resultaba de la reacción de la galactosa con el ATP, se transformaba en glucosa-1-fosfato, sobre la que actuaba, como vimos, la fosfoglucomutasa. Las investigaciones con la glucosa-1-fosfato que van a emprender son una consecuencia inevitable de la ruta metabólica elegida. (Se los denomino Leloir pathways, senderos o caminos de Leloir. A estos caminos hace referencia el título del libro.) (Por los mismos autores del artículo anterior: A coenzyme for phosphoglucomutase. En: Archives of Biochemestry. Vol. 18. No. 1. Jul. 1948.) La comunicación El artículo comienza narrando que en la transformación enzimática de la galactosa-1fosfato, formada por la reacción de la galactosa con el ATP bajo la acción de la galactoquinasa recién descubierta, se constató que existía un factor termoestable, una coenzima, pues. Es necesario recordar que en el corto artículo que termina comunicando la existencia de la galactoquinasa, no era mencionada la presencia de una coenzima. Se proponen investigar si el mismo factor termoestable intervendría en la transformación de la glucosa-1-fosfato en glucosa-6-fosfato bajo la acción de la fosfoglucomutasa. Si esquematizamos, uniendo las investigaciones anteriores con ésta, tendremos primeramente: 77

Con estos antecedentes, procedentes de sus propias investigaciones, emprenden el estudio detallado de las transformaciones metabólicas que siguen a continuación, cuyo esquema presentamos. En esquema:

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Emplean, para demostrar la existencia de una coenzima en la reacción que cataliza la fosfoglucomutasa, una preparación que contiene únicamente esta enzima, y otra en la que ademas existía la coenzima, obteniéndose una reacción mucho más activa con esta última. Intentan identificarla, pero fracasan, pues no se trataba de un compuesto conocido. Entre las características que pueden reconocer, se encuentra la de ser incolora y la de mostrar una absorción ultravioleta en el rango de los 260 mu, sin saber si le son propias, o si corresponden a otra fracción del preparado. El artículo termina con una breve referencia a que Kendal y Stickland había obtenido una activación de la fosfoglucomutasa con fructosa-1-6-difosfato, por lo que habían interpretado que ésta era la coenzima de la reacción. El resultado no había podido ser reproducido por los Cori, lo que refutaba a los ojos de la comunidad científica los hallazgos de Kendal y Stickland. Un comentario final del equipo de Leloir: la preparación utilizada por ambos investigadores pudo haber obtenido la activación por encontrarse contaminada con la coenzima descripta por ellos. Los artículos siguientes En el siguiente artículo, publicado en noviembre de 1948, afirman que las mismas condiciones experimentales que llevan a la acumulación de la coenzima encontrada, también hacían acumular fructosa-1-6-difosfato.28 (Los mismos autores: "The coenzyme of phosphoglucomutase". op. cit. Vol. XIX. No. 2. Nov. 1948) Por consiguiente, existían en la preparación ambas sustancias; se pudo comprobar la efectividad de la coenzima cuando, al destruir la fructosa-1-6-difosfato con alcalinos, la reacción se mantiene. Como la coenzima se forma en una reacción que contiene ATP -que sabemos, actúa donando fosfato-, y glucosa-1-fosfato, piensan que debe tratarse de un compuesto con dos átomos de fosfato, proponiendo que su fórmula sea: glucosa-1-6-difosfato 79

La presunción es audaz, pues se trataba de una sustancia cuya existencia -aunque no estuviera prohibida por las leyes de la química- nunca había sido sospechada. A esto agregan una audacia mayor, la de proponer el mecanismo de su formación:

Un mecanismo complejo y sutil, que se lee de la siguiente manera: el átomo en la posición 1 de la glucosa-1-6-difosfato pasa a la glucosa-1-fosfato en la solución en que ambas están juntas, transformándola en glucosa-1-6-difosfato, regenerando de esta manera a la coenzima, y quedando ella misma en glucosa-6-fosfato, término final de la reacción. Un mecanismo elegante para entender la siguiente transformación:

glucosa-1-6difosfato

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La audacia tiene una corroboración mayor cuando encuentran este compuesto desconocido, esta coenzima, en el riñón y el corazón de ratas de experimentación. Posteriormente, afirman que se trata de una coenzima distinta a la que actúa en la transformación de la galactosa-1-fosfato en glucosa-6-fosfato. Recordemos que habían comenzado la investigación suponiendo que una misma coenzima actuaba en ambos procesos. (Recordemos que en “A coenzime for phosphoglucomutase” se menciona una sola coenzima que actúa en ambas reacciones. La cuestión la exponen los mismos autores con mayor profundidad en “The coenzyme of phosphoglucomutasa”, y en: “The enzymatic transformation of galactose into glucose derivatives’. En: The Journal of Biologycal Chemestry. Vol. 179. No. 1. May 1949.) Los trabajos siguientes están destinados a demostrar la actividad de la coenzima en músculo y corazón de conejo -actividad, y no únicamente presencia-, probada hasta el momento únicamente en levaduras, mas no en animales de organismos más complejos. (Los mismos autores: “The isolation of a coenzume of phosphoglucomutase”. En: Archives of Biochemestry. Vol. 22. No. 1. May 1949) Lo consiguen, obteniendo datos experimentales que avalaban la presunción de que el mecanismo de su formación era a partir de la glucosa-1-fosfato a la que nuestro viejo conocido, el ATP, dona un átomo de fosfato, bajo la acción de una enzima nueva, que aíslan, a la sugieren llamar glucosa-1-fosfato-quinasa. (Los mismos autores: “The enzymatic synthesis of glucosa-1-6-diphostate”. En: Archives of Biochemestry. Vol. 23. No. 1. Nov. 1949.) Las investigaciones y las audacias Es hora de que comentemos los resultados obtenidos hasta el momento. Pese a su brevedad en papel impreso y en tiempo -apenas han transcurrido dos años y medio desde que comenzaran a publicarlos-, poseen en sus silencios, sus presupues81

tos y sus cambios de dirección elementos suficientes para evaluar la empresa emprendida. Han descubierto, hasta el momento, dos enzimas: i. una que actúa sobre la galactosa, ii. otra sobre la glucosa-1-fosfato (al interactuar con el ATP en la síntesis de la glucosa-1-6-difosfato iii. una coenzima, la glucosa-1-6-difosfato, conocida luego como éster de Leloir, que inicia los caminos metabólicos de Leloir -nombres con los que se los menciona internacionalmente-. Haremos un resumen de lo actuado, a fin de que resalte con mayor nitidez el hilo conductor que los une, para avanzar luego en algunas consideraciones que surgen de los mismos. La secuencia fue la siguiente: i. exploran la fermentación de la lactosa por su enzima lactasa; al estudiar los mecanismos intermedios que actúan sobre uno de sus derivados, la galactosa, encuentran una enzima, la galactoquinasa; ii. precisan su mecanismo de acción, que es a través del ATP: ATP + galactosa = ADP + galactosa-1-fosfato iii. encuentran un factor termoestable -una coenzima- para la transformación de galactosa-1-fosfato en glucosa-1-fosfato, y demuestran que también existe en el pasaje de esta última a glucosa-6-fosfato catalizada por la fosfoglucomutasa; en ese momento presumen que se trata del mismo cofactor actuando en ambas reacciones; iv. pueden separarlo de la fructosa-1-6-difosfato que lo contaminaba, y proponen que se trata del éster glucosa-1-6-difosfato; v. exploran su fórmula química, demostrando que se trata de la que habían supuesto, y la aíslan de diversos tejidos animales; vi. logran su síntesis enzimática a partir de la glucosa-1-fosfato y el ATP por la acción de una enzima, descubierta asimismo en el curso de las investigaciones; vii. establecen su presencia activa en los tejidos animales;

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viii. demuestran que actúa asimismo en un organismo vivo, el escherichia coli, en el que se estudia un mecanismo de formación distinto al demostrado con anterioridad; ix. demuestran que se trata de una coenzima distinta a la que actúa en la reacción de la galactosa; x. describen un mecanismo de una gran prestancia formal, con enorme sencillez y economía de recursos, mediante el cual con un solo pasaje de un átomo del éster de Leloir en posición 6 de la glucosa-1-fosfato se consigue el doble efecto de crear la glucosa-6-fosfato y al mismo tiempo recrear la glucosa-1-6-difosfato, lista ya para la próxima reacción. La investigación es exhaustiva. El hallazgo de la coenzima en animales descarta que se trate sólo de un hallazgo de laboratorio, mientras que otros experimentos establecen que actúa en la fisiología de organismos vivos, y no simplemente en un tubo de ensayo. Para lograrlo, se debió recorrer un camino en el que no estuvieron ausentes los errores, como la primera experiencia fallida de obtener lactosa a partir del glucógeno, que les sirvió para iniciar otro camino; el ya mencionado de suponer que las dos coenzimas termoestables fueran la misma, y otro error casi hilarante al que nos referiremos más adelante. Pero por sobre todo campea una audacia de concepción y de realización que no aparece espontáneamente en el lenguaje neutro de los artículos. Las hipótesis que se van generando dentro de un paradigma ya establecido, el bioquímico, una ciencia normal, implican impensadamente al menos tres audacia que el recién constituido equipo de investigaciones se permitía desde su modesto Instituto de la calle Julián Alvarez 1719: (Por supuesto, esto escrito en el lenguaje circunspecto y casi telegráfico de las comunicaciones científicas: "Kendal y Stickland obtuvieron la activación de la fosfoglucomutasa añadiendo hexosa-difosfato, pero Cori y colaboradores fueron incapaces de obtener ningún efecto. La preparación de hexosa-difosfato de Kendal pudo haber estado contaminada por la coenzima que reportamos en este artículo." En: A coenzyme for phosphoglucomutase (traducción de C.J.L.) i. enviaba a los Cori -con quienes Leloir había trabajado casi un año, y que habían obtenido ese año el premio Nobel por sus investigaciones en el mismo campo de estudios que exploran las comunicaciones- un mensaje no escrito, pero audible para quien 83

quisiera entender. El mensaje dice que la fosfoglucomutasa, la enzima aislada por ellos, necesita una coenzima de cuya presencia no se habían percatado, pese a haber sopesado esa posibilidad al intentar reproducir el trabajo de Kendal y Stickland con la fructosa-1-6-difosfato; ii. a éstos últimos les dice que su preparación estaba contaminada con la nueva coenzima, y que ésta era la razón de los resultados que habían atribuido erróneamente a la fructosa-1-6-difosfato; iii. postulan más tarde que la coenzima es un éster de la glucosa, la glucosa-1-6- difosfato, nunca mencionada por nadie hasta ese momento; brevemente, habían inventado un éster y lo propusieron como coenzima. En estas audacias y en sus subsiguientes consecuencias se revela la madurez de los investigadores del joven equipo. Atrevimientos mayores, puesto que los Cori habían excluido experimentalmente la acción de la fructosa-1-6-difosfato y con ella la de una actividad coenzimática. No poseían, además, evidencia alguna de que el preparado de Kendal estuviera contaminado. Disponen únicamente de un experimento -falible, como cualquier experimento- en el que obtienen una coenzima que actúa en la transformación enzimática de la galactosa-1-fosfato por extractos de Saccharomyces fragilis, factor termoestable que trasladan a la reacción que cataliza la fosfoglucomutasa. Interviene aquí el tercer error que mencionara antes, y que Leloir narra irónicamente en su conferencia Nobel. Sucedió lo siguiente: Inmediatamente después de enviar esa corta comunicación en la que narran el descubrimiento de la coenzima, estudian nuevamente la preparación que habían empleado en el experimento, y constatan que estaba totalmente contaminada ¡ con fructosa-16-difosfato, la sustancia de Kendal ! Es decir, que en vez de estar contaminado el preparado de Kendal por la coenzima supuestamente descubierta, tal como casi jactanciosamente lo afirmaban en el artículo, era su extracto el que contenía fructosa-1-6-difosfato. Siendo así, únicamente habían aportado pruebas a lo dicho por Kendal y Stickland.

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La desesperación cundió en el equipo, y estuvieron a punto de pedir a los editores la devolución de la comunicación, todavía no publicada. En el interín, persistieron tozudamente en lo que habían sostenido, esta vez tratando de separar la coenzima que supuestamente habían encontrado de la fructosa-1-6- difosfato presente en el preparado. Fracasaron reiteradamente en lograrlo. La evidencia parecía dar la razón cada vez más a Kendal. Finalmente, inactivaron la fructosa-1-6-difosfato calentando el preparado con álcali, y notaron que la acción coenzimática se mantenía. Habían triunfado. La escasa sustancia activa que quedaba luego de la inactivación narrada, menos del 1 % del preparado, catalizaba junto con la fosfoglucomutasa la transformación de la glucosa-1-fosfato en glucosa-6-fosfato. De allí en adelante la ruta estaba abierta, con algunos inconvenientes que pronto serán superados. Por ejemplo, las dificultades en demostrar en tejidos reales la efectividad del mecanismo descripto.

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S EC C I Ó N 2

El UDPG (Uridino-difosfato-glucosa)

Retomamos ahora el relato de las investigaciones de Leloir y su equipo de trabajo. Estos serán los últimos que analizaremos con minuciosidad; luego describiremos brevemente los hallazgos acerca de la sacarosa, el glucógeno y los almidones para completar el panorama de una de las etapas más fecundas de la historia de la bioquímica. Sabemos que continuarán hasta los últimos días de Leloir en diciembre de 1987, y que todavía en 1970, año del premio Nobel, publican artículos sobre el glucógeno. Algunos indicios metodológicos, sumados a la necesidad de acotar el análisis, nos hacen proceder así. Hasta el momento se estudiaron las investigaciones como parte de una ciencia normal realizada bajo el paradigma bioquímico. Seguiremos sosteniendo lo mismo. Esta certeza no se modificará. Quisiera no obstante introducir algunos matices adicionales. Pareciera que hablar de paradigma bioquímico en general no hiciera justicia a la labor de los investigadores, que habitualmente dedican sus esfuerzos a un subconjunto del paradigma, el que se ramifica en sectores que estudian distintas porciones del metabolismo: hidratos de carbono, prótidos, glúcidos, vitaminas, etc., que difieren por la índole de las sustancias que investigan, y al menos parcialmente, por los métodos de análisis que emplean. El estudio de los hidratos de carbono que realiza Leloir, continuando otros trabajos, quedaría, si no concluido, al menos redondeado en su obra.

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En el punto en el que lo dejaremos, su proyecto de investigación personal sufriría una inflexión que lo llevaría a incursionar en otras ramas de la bioquímica, que luego mencionaremos brevemente. Pero volvamos al 4 de febrero de 1950. Leloir y sus colaboradores publican un corto artículo en Nature titulado: "Uridino-difosfato-glucosa: la coenzima de la isomerización fosfórica del sistema galactosa glucosa".36 (“36 Cardini, C. Caputto, R., Paladini, A. Leloir, L.F. "Uridine Diphosfate Glucose: the Coenzyme of the Galactose-Glucose Phosphate Isomerization". En: Nature. Vol. 165. p. 191. Feb. 4. 1950.) El trabajo se inicia recordándonos que en la conversión enzimática de la galactosa-1fosfato en glucosa-1-fosfato habían encontrado una coenzima. (Y nosotros recordemos, aunque no se diga en el artículo, que se pensó que era la misma que actuaba entre la glucosa-1-fosfato y la glucosa-6-fosfato, el recientemente descubierto éster de Leloir.) El objeto del artículo es comunicar que dicho factor fue obtenido prácticamente puro, y que por sólidos motivos químicos se creía que se trataba de Uridino-difosfato- glucosa, cuya escritura abreviada UDPG usaremos en adelante. El mecanismo mediante el cual actúa el UDPG no se encuentra todavía aclarado, por lo que proponen investigarlo a continuación. Señalan, crípticamente, en un camino que no continuarán recorriendo, que es interesante que dicho compuesto sea similar a uno que se acumula cuando el microbio de la supuración más común, el Staphylococcus aureus, es sometido a la acción de la penicilina. Cuando lo hacen, probablemente están pensando en la utilidad clínica de su descubrimiento, y en buscarle algún rol médico y biológico, más amplio que su función coenzimática puntual. Como veremos luego, averiguar para qué servía el UDPG se va a constituir en casi una obsesión para el equipo de investigación de Leloir. 87

Nosotros también veremos a su debido tiempo la importancia del descubrimiento, que no se agota en ser una coenzima en esta reacción específica. Quisiéramos señalar que en el artículo se dan pistas explícitas sobre la continuación de las investigaciones. Habitualmente dicho desenvolvimiento se encuentra implícito en la estructura del paradigma, de tal manera que una vez ubicado -descubierto- un nudo de su red de relaciones, se abren caminos -preguntas fértiles- que son previsibles. Se sabe que deben ser respondidas tales o cuales preguntas que son consecuencia inmediata de lo comunicado. Lo que no es previsible, es cuál de ellas será resuelta, de qué manera lo será, cuál será el resultado, cuáles las dificultades, o si lo que se previó fuera un solo paso, se transforma en un conjunto de interrogantes que amplían la red, añadiéndole sectores impensados. Visto desde afuera de la lógica pura de la investigación, la secuencia completa de los trabajos posee un nexo similar a la de las historias por entregas, en las que cada episodio retoma el relato en los misterios presentados en el anterior, y dejándolo luego de haber planteado otros nuevos. Leerlos posee el encanto intelectual de conocer una historia de enigmas y secretos, mediante la cual se desenvuelven ante nuestros ojos los nudos de la trama. Participamos con los autores, igual que en los relatos literarios, de la sorpresa que implica un descubrimiento esperado, que nunca coincide con nuestras expectativas de lectores. Sabemos que el culpable va a aparecer, que se va a identificar a la víctima y que se encontrará el arma homicida, aunque no sepamos cuáles son, ni a través de qué vicisitudes se resolverá el caso. La comparación que acabamos de hacer -y que responde a la auténtica impresión que causa la lectura de los artículos- podría indicar algo más profundo que la semejanza superficial. 88

Habíamos indicado que la investigación posee una estructura proporcionada por el paradigma, de cuya raíz brotan los distintos interrogantes. Pero precisamente esto de lo típico de los relatos de intriga -si hemos de seguir las huellas del estructuralismo literario para su análisis-, el poseer una estructura que se repite aunque con diferentes actores y situaciones.37 (37 Teoría de la literatura de los formalistas rusos. Antología preparada y presentada por Tzvetan Todorov. Siglo XXI. México. 1980. El presentar de manera distinta una situación -una estructura- por todos conocida aunque su conocimiento sea difuso y casi inconsciente- es lo propio también de las series televisivas, algunos programas cómicos, relatos folklóricos, novelas policiales, etc. En ambos casos, investigación científica y ficciones, se siguen las huellas de una estructura. En el caso de la ciencia, se trata de una estructura sólidamente elaborada por una comunidad científica, con decenios de persistencia. Gracias a ella, esperamos con impaciencia el próximo paso, sabiendo que debe ser de una cierta índole, aunque no conozcamos anticipadamente qué nuevos personajes llenarán ese hueco de la estructura, ni la peculiaridad de las relaciones que entablarán, siempre una variación de las ya conocidas, siendo del orden del placer intelectual apreciar el ingenio y los recursos sorpresivos con los que los resuelven los autores. Esperamos, también aquí, que Perry Mason saque una prueba sorpresiva de la manga, o arranque una declaración inesperada al testigo más reacio. En ese sentido, Perry Mason -Leloir y su equipo- nunca nos defraudan. El artículo siguiente, "Aislamiento de la coenzima de la transformación galactosa- fosfato en glucosa-fosfato",

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describe dos procedimientos a los que sometieron a la coenzima que introducen al lector, ducho a esta altura en los vericuetos del paradigma bioquímico, en dos nuevos enigmas, al mismo tiempo que resuelve los planteados originariamente.38 (38 Cardini, C., Caputto, R., Paladini, A., Leloir, L.F.: "Isolation of the coenzyme of the galactose phosphate-glucose phosphate transformation". En: The Journal of Biological Chemestry. Vol. 184. No. 1. May 1950.) El primero tiene que ver con el aislamiento del UDPG de la levadura común de panadería, que lo contiene en grandes cantidades. El segundo, con el establecimiento de su fórmula química. Ambos tienen que ver con la seguridad con que Leloir muestra a sus colegas lo que no conocían, aunque siempre lo tuvieran delante de los ojos. Al igual que la anterior coenzima, que estaba presente e inadvertida en una de las zonas más explorada por la comunidad científica internacional, ésta era un constituyente obvio, y no visto de una de las levaduras centrales en la historia de la humanidad, la que leuda -levanta- el pan. La que da nombre a la estirpe de las levaduras. Quizás provocó una sorpresa similar en la comunidad científica a la que causó Roentgen cuando mostró ante los ojos azorados de sus colegas que los tubos de rayos catódicos que manipulaban a diario en los laboratorios producían unos rayos sumamente curiosos e importantes sin que siquiera se sospechara su presencia, los rayos X. Esa misma abundancia iba a ser la fuente de los subsiguientes interrogantes, puesto que parecía impensable que una coenzima tan abundante interviniera únicamente en una única reacción bioquímica. Leloir enseña cómo se obtiene la coenzima de la levadura, y a renglón seguido muestra los procedimientos por los cuales establecen su fórmula química. Era una sustancia derivada de la uridina, recientemente descubierta.

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La narración que hace Leloir del descubrimiento, nos pone en la pista una vez más del carácter colectivo de la investigación científica, y de la justeza de las apreciaciones de Thomas Kuhn al respecto. Leámosla: “Se encontró que los concentrados absorbían la luz a 280 nanómetros y tenían un aspecto similar a la adenosina, pero con ciertas diferencias. En ese entonces, los únicos nucleótidos solubles presentes en el tejido que se conocían eran los ácidos adenílicos y el inosínico. Fue muy emocionante el día en que Caputto llegó temprano con un ejemplar del Journal of Biological Chemestry, el cual mostraba el espectro de la uridina. Después de medir el contenido de glucosa y fosfato, y realizar una curva de titulación, se propuso una cierta estructura química.” 39 (39. Leloir, L.F. Conferencia Nobel. op. cit.) Resulta claro que el descubrimiento resulta de la interacción de una comunidad, que no existe genio solitario, pues el conocimiento se construye con la participación del conjunto de los investigadores. Desde el la publicación de los resultados acerca de la uridina en la revista especializada, hasta la inmediata comprensión de la importancia que poseía para la investigación en curso por parte de Caputto, leemos siempre una intercambio constante, una construcción común del descubrimiento, que nos lleva desde la comunidad internacional hasta el microgrupo del Instituto Campomar. Este proceso, este continuo en la investigación hará precisar a Kuhn de que no es posible poner fecha o decir quién descubrió algo. Su ejemplificación con respecto al oxígeno es -valga el uso del término para quien lo introdujo en las reflexiones acerca de la ciencia- paradigmática.40 ¿Cuándo fue descubierto el oxígeno, y por quien? ¿Lo descubrió Schelle cuando obtuvo una muestra relativamente pura de oxígeno en 1770? ¿O lo hizo Priestley en 1774 cuando en el curso de una investigación normal derivada del paradigma de la química del flogisto lo libera al calentar óxido rojo de 91

mercurio, pero lo identifica como óxido nitroso en 1774? ¿O fue Lavoisier en 1775, cuando continúa los trabajos de Priestley, y dice que obtiene aire puro, entero, sin alteración, más respirable? ¿O en 1777, cuando piensa que se trata de un gas bien definido? Observa que el estudio de la historia real, no permite dar una respuesta unívoca a las preguntas. La misma situación se presenta en el descubrimiento del UDPG. ¿Fue descubierto cuando se supo que había un factor termoestable, una coenzima en juego, aunque se pensara que era el mismo que actuaba entre la galactosa-fosfato y la glucosa-fosfato? ¿Lo fue cuando se descubrió que era un factor distinto a la glucosa-difosfato? ¿O acaso cuando se lo aisló y se encontró su espectro? ¿O un poco más tardíamente, cuando se propuso su fórmula, a la que se llegó por una mezcla de hallazgos e intuiciones, identificándosela con un compuesto de la uridina, cuya existencia recién había publicado el Journal? ¿No debiéramos considerar el momento correcto aquel en que cinco años después fue confirmada su estructura química al lograrse su síntesis en los laboratorios de Todd y sus colaboradores en Cambridge? Basta releer las preguntas, para saber que todas ellas -y ninguna en particularresponde correctamente a un inquietud que supuestamente debiera tener una sola, inequívoca respuesta. Ya que esto no es así, señala con agudeza Kuhn, lo erróneo no se encuentra en las respuestas, sino en la índole de la pregunta, que corresponde a una visión individualista y tradicional de la empresa científica, que debiera remarcar por lo contrario su carácter colectivo y de construcción progresiva.

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Una historia de fechas, descubrimientos, héroes, intuiciones globales y geniales, es una historia que brinda una imagen incorrecta de la ciencia, que nos muestra, por lo contrario, una lenta construcción del conocimiento humano, mezcla de acumulación durante largos períodos y de rupturas revolucionarias en otros, con una estructura lógica precisa, logro común del trabajo colectivo de generaciones de científicos. El descubrimiento del UDPG, con el que se corona una larga búsqueda que conocerá todavía cerca de cuarenta años de desarrollo, y que marca con firmeza los pasos que transita el metabolismo de los hidratos de carbono en los "senderos de Leloir", sigue las pautas epistemológicas que señalara Thomas Kuhn. La modestia natural de Leloir hubiera coincidido con esta interpretación social de la ciencia, y sus términos le hubieran sido familiares, pues su maestro, Sir Frederick Gowland Hopkins, se hacía preguntas que podrían conducir a conceptos análogos aunque mucho menos radicales- que la de estos historiadores y teóricos de la ciencia. Expresa en su Conferencia Nobel: ¿Quién fue el descubridor de las vitaminas? Esta pregunta no tiene una respuesta clara. En el desarrollo de la ciencia sucede a menudo que una idea es esbozada en muchos lugares pero tiene que esperar mucho antes de que emerja como base de conocimiento aceptado. Como en otros casos, tal sucedió con el reconocimiento de las necesidades fisiológicas de vitaminas. Su existencia fue anunciada hace mucho tiempo, pero tenía que alcanzarse un cierto estado de la ciencia de la nutrición antes de que alcanzara una aceptación universal. Algunos investigadores habían descubierto hechos sugerentes, pero fracasaron al tratar de entender su total significado.41

(41 Gowland Hopkins, Frederick. Conferencia Nobel. 1929.)

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S EC C I Ó N 3

Más allá del UDPG: sacarosa, glucógeno, almidón Había concluido el periplo metabólico que llevaba desde la lactosa, el primer compuesto que deciden estudiar, y la galactosa que la forma, hasta la glucosa, la forma primaria bajo la cual circulan los hidratos de carbono en el organismo. Habíamos mencionado lo intrigante de que una sustancia, el UDPG, tuviera como único papel el de mediar en el metabolismo de la galactosa -y ningún otro-, siendo, como era, tan abundante en la levadura común, que paradójicamente, no utiliza esta sustancia. Comienza entonces una búsqueda que Paladini califica de obsesiva: ver si el UDPG cumplía otros roles metabólicos. Leloir acota que la pregunta "¿para qué sirve el UDPG?" se convirtió en una broma en el laboratorio.42 (42 Paladini, A. op. cit, Leloir, L.F. Conferencia Nobel. op. cit.) Recién en 1953, en un artículo publicado junto con Cabib en el Journal of the American Chemical Society, aparece una función más del UDPG: permite a una levadura formar trehalosa.43 (43 Leloir, L.F., Cabib, E. "The enzymic synthesis of trehalosephosphate". En: American Chemical Society. 75. 5445. 1953.) Remarquemos cuál era el significado de la investigación. Existía al comienzo del experimento un cultivo de levadura con glucosa que -lo sabemos- es un monosacárido, un azúcar elemental. Pues bien. Con la adición de UDPG aparece en el cultivo trehalosa, que es un di- sacárido, un azúcar más complejo, formado por dos moléculas de glucosa.

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¿Cómo adquirió la glucosa-fosfato del cultivo su molécula adicional de glucosa, para transformarse así en trehalosa? Es suficiente analizar el UDPG que se añadió al cultivo y ver que ha transformado en UDP, perdiendo su molécula de glucosa, para darse cuenta que la ha "donado" a la glucosa-fosfato. Esquemáticamente:

UDP glucosa

UDP + trehalosa-fosfato

Si comparamos esta función de donante de glucosa con la que cumplía anteriormente, mucho menos significativa, evaluaremos en su justa importancia el descubrimiento. Mientras que antes "cambiaba" de lugar su glucosa por la galactosa de la galactosafosfato, quedando ella misma como U.D.P. Galactosa, y dejando su glucosa como glucosa-fosfato, ahora libera glucosa sin condicionamientos. A partir de esta potencialidad, se encuentra lista para sintetizar, armar, hidratos de carbono más complejos. La pregunta que obsesionaba al equipo de Leloir tenía una respuesta: el UDPG actúa también liberando glucosa. Recordemos el alcance que tuvo el hallazgo de otro conocido mecanismo donador, esta vez de fosfato, el ATP, que dominó la escena de la bioquímica durante un largo período, a fin de comprender que ante nuestros investigadores se abría una perspectiva pletórica de resultados interesantes, por la que se lanzaron decididamente. 96

Van a recorrerla a un ritmo vertiginoso, con la seguridad de los grandes científicos. El artículo siguiente, publicado ahora con Cardini, es una inmediata consecuencia del anterior: consiguen sintetizar sacarosa usando el mismo procedimiento, haciendo actuar ahora el UDPG sobre la fructosa, el monosacárido predominante en los vegetales.44 (44 Cardini, C., Leloir, L.F. "The biosynthesis of sucrose". En: American Chemical Society. 75. 6084. 1953). La enzima que provoca la síntesis de la sacarosa la obtienen del germen del trigo, excluyendo con buen orden metodológico otros mecanismos. La trascendencia del nuevo hallazgo en el que se encontraba involucrado el UDPG puede medirse en su real valor si recordamos que la sacarosa -otro di-sacárido- es el azúcar común, el más utilizado por el hombre y fabricado durante siglos en enorme escala industrial sin que hasta ese momento se conociera el mecanismo íntimo de su producción. El próximo paso fue constatar que incluso el glucógeno, el mayor hidrato de carbono del organismo -un polisacárido- se sintetiza a partir del UDPG que dona su molécula de glucosa a un glucógeno ya existente, haciéndola más compleja, por intermedio de una enzima, la glucógeno-sintetasa.45 (45 Cardini, C., Leloir, L.F. "Biosynthesis of glycogen from uridine diphosphate glucose". En: Journal of American Chemical Society. Vol. 79. 6340. 1957.) 97

A renglón seguido se establece que ese glucógeno es idéntico al del hígado, y no un simple producto de laboratorio, puesto que su formación corresponde a la que tiene lugar en los seres vivos. Nuevamente contradice a sus amigos los Cori, quienes, habiendo descubierto los mecanismos por los cuales el glucógeno se transformaba en compuestos más simples hasta llegar a la glucosa, postularon que eran los mismos que regían su síntesis, aquellos pasos que llevaba, inversamente, desde la glucosa al glucógeno.46 (46 Leloir, L.F., Olavarría, J., Goldember, S., Carminatti, H. "Biosynthesis of glycogen from uridine diphosphate glucose". En: Archives of Biochemistry and Biophysic. Vol. 81. 508. 1959. Parodi, A., Krisman, C., Leloir, L.F., Mordoh, J. "Propieties of synthetic and native liver glycogen".) Los Cori habían establecido el mecanismo de degradación del glucógeno, y habían sostenido que el de síntesis era el mismo. Rectificándolos una vez más, Leloir demuestra el mecanismo de síntesis, el que es distinto al de degradación.) Armoniosamente, el equipo del Instituto de Investigaciones Biomédicas iba estableciendo los senderos por los que transitaban los hidratos de carbono, sin dejar brechas sin despejar. Mediante investigaciones similares a las efectuadas con respecto al glucógeno, se demuestra que en idéntica forma el UDPG dona glucosa para sintetizar esta vez al almidón, el polisacárido vegetal.47 (47 Fekete, M., Leloir, L.F., Cardini, C. "Mecanism of starch biosynthesis". En: Nature. Vol. 187. 918. 1960. Los mismos autores: "Starch and oligosaccharide synthesis from uridine diphosphate glucose". En: The Journal of Biological Chemestry. Vol. 236. 636. 1961.) Resulta casi superfluo recordar que los almidones del maíz, del trigo, el arroz, la papa, son los hidratos de carbono fundamentales de la alimentación humana, cada uno de los cuales posibilitó el surgimiento de grandes civilizaciones anteriores a la nuestra. La formación de los hidratos de carbono de la leche de la temprana infancia, de las harinas más tarde, su absorción por el organismo, su acumulación como glucógeno, y fi98

nalmente su consumo, constituyen prácticamente todos los pasos del metabolismo de los hidratos de carbono. En cada uno de ellos fue esencial la contribución de Luis F. Leloir. Algunas acotaciones más. El UDPG -de la familia denominada técnicamente nucleótido-azúcares- es el primero de una larga fila de otros nucleótidos que cumplen funciones metabólicas, y que en última instancia pueden ser vistos como variaciones del UDPG. La simplicidad, la elegancia teórica que se obtiene reemplazando muchos factores actuando en el proceso del metabolismo por pocos, y que éstos sean variantes de un primer hallazgo, hace sin duda a la importancia que sus pares otorgaron a las investigaciones del grupo de Luis Leloir. No olvidemos que el paradigma bioquímico autorizaba a encontrar una enzima distinta para cada transformación, multiplicándolas de manera casi infinita. Resumamos esquemáticamente los hallazgos de esta etapa: i. UDPG ii. trehalosa iii. sacarosa iv. glucógeno v. almidón No terminan aquí las investigaciones acerca de los hidratos de carbono. Se sintetizará la celulosa, hidrato de carbono complejo que forma la envoltura de las harinas. En años sucesivos atacan con éxito problemas residuales, pero el interés principal pasará por otros tópicos: intermediarios grasos, poliprenoles, etc.

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No deja de ser curiosa la coincidencia cronológica entre la vida de Luis Leloir y el paradigma bioquímico, como él mismo lo hace notar en su autobiografía. Nace prácticamente con la bioquímica, a principios de siglo. Escribe en ella una de las etapas más brillantes de su ciencia normal. Mas advierte a sus ochenta años que dicho paradigma tiende a mostrar señales de agotamiento. Diríase que toda una época se encuentra llegando a su fin: precisamente la que nace de describir la geografía química del organismo vivo, la distribución en sus tejidos de las distintas sustancias y la investigación subsiguiente acerca de cómo se realiza la transformación de unas en otras, siguiendo las señales con las que la fisiología indicó las rutas de las transformaciones. Lo más importante de ese programa ha sido cubierto. Los campos problemáticos se diversifican y dan lugar a distintos paradigmas: biología molecular, biología celular, genética química, teoría de membranas, originando otras respuestas y otras preguntas, aunque conservando lo avanzado por la bioquímica como conocimiento presupuesto, tal como ésta había procedido con la química orgánica. En esta situación, el cambio de paradigmas se lleva a cabo sin abandono del primitivo. La ruptura existe, pero la convivencia de paradigmas anteriores y posteriores pareciera ser lo habitual en ciencias biológicas, al contrario del cuadro de discontinuidades bruscas y definitivas de las que habla Kuhn, quien estudia principalmente a la física y la astronomía. Quizás por este motivo, el teórico que antecede a Kuhn, Ludwig Fleck -quien emplea el término "estilo de pensamiento" para referirse a aquella construcción que comparte un "colectivo de pensamiento"-, al estudiar minuciosamente la historia de sucesos de las ciencias biomédicas, está más predispuesto a ver estos cambios de estilos -o paradigmas- sin revoluciones, sólo evolución del pensamiento.48 (48 Fleck, Ludwig. Génesis y desarrollo de un hecho científico. Alianza. Madrid. 1986.) Cambios de estilo en el que se pierde algo, y se ganan nuevas perspectivas, nuevas formas de ver los campos de estudio, continuidades y rupturas, en que se embarcan las mismas comunidades científicas -colectivos de pensamiento- que sostenían los anteriores, es lo que observábamos entre la bioquímica y los saberes y prácticas que la continúan, y estaba ya presente en las relaciones entre la primera, y las disciplinas que la antecedieron y fundaron, la química orgánica y la fisiología, junto a las cuales crece sin repudiarlas.) 100

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Método científico y ciencia normal

Es necesario recordar que las metodologías más en boga, el inductivismo y el hipotético-deductivismo, autorizan fundamentalmente, el primero, a apegarse a lo encontrado, para luego generalizar, y el segundo, a considerar refutada una hipótesis, terminante, inexorablemente, ante la respuesta negativa de la experiencia. ¿Cómo encuadrar metodológicamente, entonces, estas audacias, ese persistir en ellas, tan alejadas de las secuencias inductivistas o hipotético-deductivistas habituales? Contra las previsiones del inductivismo, se inventan soluciones que no se encuentran en la experiencia previa. Es cierto que la invención es una parte inseparable de la metodología hipotético-deductivista, pero al contrario de lo que predica su versión más tosca, el equipo de Leloir no acepta las refutaciones reiteradas de los experimentos que van desde que se envía la comunicación, hasta que se inactiva la fructosa 1-6-difosfato del preparado. Podría pensarse que es necesario acudir para encuadrarlas a las máximas audacias metodológicas. 33 (33Feyerabend, Paul. Contra el método. Ariel Barcelona. 1981.) Vamos a sostener que esto no es así. Que pese a lo impactante de lo ocurrido es innecesario apartarse de las prescripciones del hipotético-deductivismo -en su versión liberalizada-, y de la concepción de la ciencia de Thomas Kuhn.. El primero autoriza a demorar la refutación por medio de hipótesis ad-hoc, por las que se introducen nuevas conjeturas -en este caso acerca de la pureza del propio material de trabajo-, con las que se elude el dictamen negativo de la experiencia ... siempre que luego se constate la corrección de estas hipótesis. El segundo, contra los que piensan que se ha separado por completo del pensamiento de Karl Popper, sostiene que el hipotético-deductivismo -liberalizado, sin duda- es la 102

metodología que permite evaluar la corrección de las hipótesis que formula el científico en el marco de la investigación de la ciencia normal. Aunque no sea apta para poner a prueba los grandes marcos conceptuales -paradigmas- en cuyo seno se generan. No hay ninguna duda de que los investigadores del Instituto de Investigaciones Bioquímicas procedieron contra los hechos conocidos y aceptados: los de Cori, los de Stickland y Kendal, los que constatan en su propio laboratorio cuando encuentran contaminado el preparado. Fue una conducta ad-hoc por la cual sostienen que su coenzima existía, pese a toda la evidencia en contra, teórica, de autoridad, de experimento. Introducen una nueva hipótesis con la que intentan preservar a la suya de la refutación, mediante la cual expresan que además de la sustancia de Stikcland y Kendal, en el preparado se encuentra la coenzima que habían conjeturado. Curiosamente, contra las expectativas más radicales de la metodología, no encontramos este ejemplo de testarudez ad-hoc -que hubieran llamado contrainducción- en medio de una proliferación anárquica de teorías, o preludiando cambios revolucionarios de la ciencia, sino en una tranquila investigación bajo un paradigma sólido, en una ciencia normal kuhniana característica, la de la bioquímica.34 (34Lakatos, Imre. "La metodología de los programas de investigación". En: La crítica y el desarrollo del conocimiento.Lakatos, I., Musgrave, A. (Eds.) Grijalbo. Barcelona. 1981.) Quienes sostienen que la ciencia normal de Kuhn describe no lo habitual de la ciencia, sino lo que es su lastre, a los científicos grises, rutinarios, no innovadores, debieran mirar el desarrollo real de las investigaciones, y aquilatar en su justa medida la imaginación, el ingenio, y la tenacidad que emplea el científico de ciencia normal. Y no precisamente en pos de refutaciones estruendosas, o de revoluciones conceptuales. Por el contrario, es en busca de resultados esperados dentro de los marcos conceptuales del paradigma, cuando derriban -poniendo un juego un inmenso talento- los más duros obstáculos a su camino. Contra lo que suponen, la investigación bajo el paradigma no excluye, sino que precisamente genera la creatividad, la audacia, la ruptura. También incluye, como lo vieron acertadamente, la rutina, la repetición dogmática que se hace pasar por ciencia 103

creadora. Pero esto no es atribuible al paradigma y su ciencia normal, sino a la conducta de algunos miembros de la comunidad científica, y a las circunstancias que así lo fuerzan. El uso creativo del paradigma corresponde -como lo vemos a través de este caso- a un equipo de investigación imaginativo y audaz que, al repetir variando lo ya conocido - como sucede cuando un paradigma guía las experiencias-, "tropieza" con lo nuevo, lo reconoce como tal, y lo incorpora sin temores al conjunto del conocimiento existente, aunque deba cambiarlo radicalmente. En las investigaciones que presuponen un firme marco conceptual -la ciencia normalse emplea un hipotético-deductivismo liberalizado, sumamente complejo, que se aplica en cada etapa de las investigaciones, cuando se buscan nuevos modelos, nuevos ejemplos de la teoría en cuestión. No es necesario apartarse de la concepción de la ciencia de Kuhn para incorporar estas audacias metodológicas. Leyendo los trabajos originales, surge con notoriedad otra característica de la ciencia que lleva a engaños con respecto a su estructura real, pensando que lo expuesto en los libros científicos -escritos a posteriori de un conjunto más o menos grande de investigaciones- muestran con fidelidad los pasos dados para llegar hasta allí. Que su estructura es la misma que la de las comunicaciones que los precedieron. Esto no es así. El proceso de exposición posterior conduce a embellecimientos, a imprimirle una matriz lógica que hace pensar que desde los primeros a los últimos existiría una secuencia comparable a la que va desde unas premisas a unas conclusiones, mediadas por una deducción más o menos estricta. La situación ha llevado a equívocos metodológicos, que terminan atribuyendo a la investigación lo que no es más que un hábito expositivo sumamente extendido en ciencia, cuando pasa de lo que efectivamente se hizo, a su canonización en los manuales respectivos, o en las revistas de divulgación. Ya hemos narrado los errores, los equívocos, los cambios de dirección en esta corta secuencia de investigaciones. Pues bien. Cuando nuestros investigadores reconstruyen la historia para la revista "Ciencia e Investigación", poco tiempo después de ocurrida expresan: 104

Repitiendo el procedimiento que hace ya más de 30 años usaron Hardin y Young para provocar la acumulación de ésteres fosfóricos durante la fermentación con levadura lisada se encontró que concomitantemente se produce un gran aumento de la coenzima de la fosfoglucomutasa. Esto hizo sospechar que el frucosa-difosfato fuera responsable de la activación, y en verdad esta hipótesis se encuentra mencionada en la literatura aún cuando después fue negada y prácticamente olvida. “Fue relativamente fácil demostrar que la fructosa-difosfato no es la coenzima...”35 (35 "Un nuevo éster fosfórico de la glucosa y su función como coenzima". En: Ciencia e Investigación. Octubre de 1948. p. 433-435.) Como es notorio, se trata de una versión maquillada de la historia, apta ya para su difusión. Es en este mismo artículo rectifican el error original de sostener que había una sola coenzima involucrada en ambas reacciones químicas, y afirman que se trata de dos coenzimas distintas. En la exposición prefieren hacer un relato en el que borraron los errores del camino, los sobresaltos vividos ante la contaminación de su preparación, el corto período en que no sólo fue difícil, sino imposible inactivar a la fructosa-difosfato. Se muestran a sí mismos continuando la experiencias inaugurales del paradigma, y luego de las de Kendal -al que no citan-, de las que se diferencian fácilmente, en un proceso standard de confirmaciones y refutaciones nítidas.) En la recapitulación que hace Leloir en su Conferencia Nobel, relata el episodio apegado a la historia real, para concluir: “Si no hubiera sido por ese error, podríamos estar aun hablando del efecto alostérico de la fructosa-1-6-difosfato sobre la fosfoglucomutasa.” Un error triple, pues abarca varias hipótesis erróneas: i. que fuera una misma coenzima que la que actuaba en la de otra reacción: se trató de dos coenzimas diferentes; ii. que no fuera la fructosa-1-6-difosfato tal como lo propusiera Kendal: esta se reveló errónea al principio, cuando encuentran fructosa-1-6-difosfato en su preparado; 105

iii. que la preparación que empleaban no estuviera contaminada: se encontraba contaminada por fructosa-1-6-difosfato. Una serie de errores que conducen a un descubrimiento que visto retrospectivamente, será notable. Quizás cuando escribe esto, está pensando en una de sus más firmes convicciones metodológicas -la serendipia-, que consiste en pensar que la ciencia progresa habitualmente merced a hallazgos casuales, y a errores fructíferos que finalmente muestran, pese a todo, los caminos correctos. Errores y hallazgos que sólo comete fructíferamente quien busca con ahínco dentro de marcos conceptuales que permiten cometerlos, y reconocerlos como tales, al mismo tiempo que hacen ver lo nuevo e inesperado. Contrariamente a lo supuesto, ambos son inseparables de la actividad científica, y obligan a la reestructuración constante de los puntos de vista en los que surgieron. Serendipia, contrainducción, hipótesis ad-hoc , errores rectificados, aparecen en el inicio de una secuencia de artículos que se continuarán, luego del descubrimiento del UDPG, con las investigaciones que logran descubrir los mecanismos de la síntesis del glucógeno, la formación de sacarosa, de trehalosa, de almidones, de celulosa, etc. Todos ellos son ya parte de la mejor historia de la bioquímica. Hemos mostrado que la pequeña investigación inaugural presenta todos los elementos del paradigma bioquímico, desde el género de preguntas que corresponde hacer, hasta las respuestas probables, y los modos de comprobarlas. Hemos indicado al encuadrarla dentro del conocimento ya establecido, y de las anteriores investigaciones del equipo de Leloir, su inserción en una cadena de investigaciones que siguen una direccionalidad dada por la serie de transformaciones metabólicas estudiadas por la fisiología. Hemos podido mostrar la fertilidad del enfoque hipotético-deductivista liberalizado, no-dogmático, que admite resistir ante las primeras refutaciones, y finalmente triunfar, encuadrado dentro de las hipótesis que admite un paradigma, el bioquímico-, para permitirnos captar el temple de los investigadores. 106

Hemos visto, por último, que existen diferencias en la historia de la ciencia que se narra, según se consideren los libros de texto, o los artículos originales. En estos últimos aparecen vivas, con sus humanos conflictos y contradicciones, las rutas equivocadas, los aciertos parciales, los trabajos que son seguidos y rectificados o confirmados en otros centros de investigación. En los primeros, por el contrario, desaparecen las dudas, la serendipia, las refutaciones refutadas, las observaciones equivocadas. La visión de la ciencia que unos y otros brinden será, por lo tanto, diferente. Se acercará al dogmatismo en los textos -narración de héroes que encuentran la verdad-, o a una versión más mesurada, si estudia los artículos de las revistas especializadas. Allí resaltará con mayor nitidez el carácter social, de construcción colectiva que es la ciencia, puesto que se apoya en una matriz de pensamiento común a todos los científicos de una rama dada -el paradigma de dicha ciencia-, en trabajos previos, con los que dialoga, para continuarlos o atacarlos, y es, finalmente completada por otras investigaciones, en otros centros de estudios.

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12 Los días en el Instituto de Investigacion es Bioquímicas

Hemos narrado hasta el momento la secuencia de descubrimientos que se efectúan en el Instituto de Investigaciones Bioquímicas. Nos referiremos a continuación a la pequeña historia que se forja en su interior, la historia cotidiana y profesional del grupo de investigadores, que coincide en adelante con la de Leloir. Algunas circunstancias ya las hemos mencionado. Ahora nos referiremos a ellas desde el punto de vista grupal, de la institución a la que pertenecen. La jornada comenzaba a las 9 de la mañana, hora en la que Leloir llegaba en su auto de dos puertas, generalmente manejado por su esposa, cargado con su comida, revistas recién recibidas para leer y comentar, y una cantidad de frascos de distintas procedencias que juntaba su familia. La historia de los frascos merece un pequeño comentario, pues es una muestra de cómo Leloir tomaba las dificultades, transformándolas en ventajas. Utilizados para guardar drogas y reactivos, sostenía que la heterogeneidad era preferible a tener frascos parejos, pues se evitaba de esta manera la confusión de sus contenidos. Como luego las drogas tomaban el nombre que mostraba el envase, el que a un conocido solvente le tocara ser pues-

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to en uno que decía: "Flor de loto", causó más de una sorpresa en los visitantes ocasionales cuando oían pedirlo de esta manera. Los demás miembros del equipo llegaban en transporte colectivo, algunos desde el Gran Buenos Aires. Antes de ponerse a trabajar, era de rigor tomar un café en el vecino Instituto de Houssay. La visita era algo más que la reiteración de la amistad con el maestro, ya para entonces premio Nobel; significaba la unión de dos comunidades científicas, la fisiológica y la bioquímica, con los consiguientes intercambios y mutuos enriquecimientos entre campos conceptuales distintos, con percepciones y prácticas experimentales diferentes, pero sin embargo tan hermanadas en la búsqueda común de los funcionamientos normal y enfermo del organismo humano. Significaba, también, el contacto con la comunidad internacional de investigadores, a través de los visitantes extranjeros, cada vez más numerosos desde la consagración mundial de Houssay. Luego, se volcaban a los experimentos cotidianos en sus laboratorios. A mediodía, compartían el almuerzo en la biblioteca, prolongándose la reunión hasta las 14 hs. Durante ese lapso se discutía libremente acerca de todos los temas posibles. Fundamentalmente acerca del trabajo que estaban realizando, pero también acerca de la ciencia en general, de la universidad -a la que pronto se ligarían, y que por este motivo sería uno de los tópicos centrales-, acerca del país. Dos veces por semana, el almuerzo era acompañado por comentarios de trabajos científicos previamente escogidos. Los experimentos se prolongaban hasta las 17 hs. cuando todos daban por concluida la jornada y se retiraban del Instituto, dejando en orden las mesas de trabajo. Los únicos lujos que se permitían los investigadores eran las tazas de mate cocido -que había reemplazado al té por razones económicas-, el gusto por el trabajo creativo, el ambiente distendido y amistoso, los objetivos comunes. Treinta y ocho años después, el Dr. Alejandro Paladini evoca para nosotros lo que viera en ese entonces el joven aprendiz de científico: Todo era distinto allí; la informalidad, la tremenda honestidad intelectual, trabajar en problemas de frontera que yo entendía poco me confundía muy a menudo pero estaba maravillado al mismo tiempo: aprendía cada minuto de mi permanencia en el laboratorio. Recuerdo que observaba cada movimiento a mi alrededor, especialmente de Leloir y de Cardini, que con devoción de maestro me guiaba y alentaba. Cuando al tiempo se incorpora Enrico Cabib como segundo becario -de quien diría Leloir que tenía un buen sentido del humor y era un arduo trabajador, dos virtudes que siempre 109

gustaba rastrear entre sus colaboradores, pues hacían a la cohesión del grupo humano-, no sólo se termina de integrar el equipo del período heroico del instituto, el de las investigaciones fulgurantes. Marcó también la natural tendencia a la expansión de la institución, que seguirá ampliando su influencia a través de la formación de investigadores. Coincidente, por otra parte con las ideas de Bernardo Houssay, el gran propulsor de la ciencia en el país, para quien el crecimiento y el desarrollo de la ciencia argentina eran una prioridad. No sería completo el recuento de los miembros de la gran familia del instituto si no mencionara, como lo hicieron ellos mismos, a la Sra. Margarita Mazzardi, quien "nos atendía como a niños grandes para que comiéramos bien, no nos faltara el mate o el té y al mismo tiempo mantenía los tubos y aparatos relucientes como sigue haciendo hoy, sin pensar en el horario, o que las cosas puestas a limpiar en sulfocrómica no se deben sacar con los dedos desnudos", o a la Sra. Jimenez, infatigable en poner limpieza y orden en el lúcido desorden de la casa. La Secretaría-Biblioteca -asimismo sala de discusiones y comedor, como habíamos vistoestuvo a cargo de Amalia Aribe "menuda, silenciosa y bonita, tremendamente eficiente. Gran lectora, con excelente redacción en inglés y una cultura que sólo los años permitieron apreciar cabalmente. Se identificó de tal manera con el Instituto, que al correr de los años, la noticia de que se casaba con Enrico Cabib, el segundo becario exitoso, sorprendió realmente a todos, aunque resultó bien lógica". Gran parte del cuidado de la casa, y de las reparaciones necesarias corrían por cuenta de los investigadores del Instituto, que no vacilaban, encabezados por Leloir, en arreglar las goteras de un techo deteriorado, o en construir los aparatos que no podían adquirir. Lo mismo ocurría con la preparación de reactivos, en una época en la que la industria no los proveía en tal abundancia y variedad como en nuestros días. El ATP se extraía de los músculos de conejos, a los que era necesario sacrificar; las enzimas, de la levadura de cerveza pasada por una máquina de picar carne y puesta a secar; o se sintetizaba glucosa-fosfato y galactosa fosfato, lo que generaba olorosos vapores blancos que, al ser eliminados al exterior por un tubo de goma, atraían la curiosidad de los vecinos. Esa existencia modesta, volcada al trabajo, en un ambiente de amistad y compañerismo, se ve seriamente comprometida cuando en 1957, diez años después de iniciada la aventura intelectual del grupo y ya con un enorme camino recorrido, muere Jaime Campomar, el mecenas del Instituto, dejándolo económicamente desguarnecido. Comenta Leloir: “Antes de dispersarnos, jugamos nuestra última carta y pedimos un subsidio al Instituto Nacional de la Salud de Estados Unidos. Teníamos pocas esperanzas pero, para nuestro asombro, la subvención fue aprobada y continuamos la labor.” Por supuesto, en la ola antinorteamericana de la época, el subsidio provocó críticas por parte de quienes no repararon en que el pedido fue hecho para continuar las investigaciones en el país, cuando se le abrían las puertas de los más importantes laboratorios del mundo. Al gobierno tan obviamente le tenía sin cuidado la bioquímica básica, que el equipo de Leloir ni siquiera llega a discutir la posibilidad de un subsidio nacional. 110

Acota Leloir: Por otra parte, no se trataba de recibir dinero de un gobierno extranjero por razones políticas sino por razones estrictamente científicas, y la decisión correspondía a una comisión de investigadores, lo que suele llamarse "el juicio de los pares." ¿Cuál era el motivo para que este argentino nacido en París, que adopta voluntariamente nuestra ciudadanía prefiriera, contra todas las previsiones seguir investigando en Buenos Aires, y rechazara la invitación que le llega del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) por intermedio de Paladini, quien se encontraba temporariamente allí? Su esposa, Amelia Zubberbuhler, narra el episodio y comenta: “Yo notaba que en el exterior lo apreciaban más que en el país. Tuvo ofrecimientos muy buenos para trabajar afuera, pero nuestra hija y las raíces que tenía en la Argentina lo retuvieron aquí.” El deseo de que su hija se criara en el mismo entorno físico y humano que le resultaba grato y natural, así como su propio anclaje en él, fueron determinantes para su permanencia en el país. Su familia, el grupo de científicos que nucleara en el Instituto, y de cuya suerte se sentía sin duda, responsable; su amistad con Houssay, con quien compartía el sueño de una ciencia argentina, formaban parte del entrañable entorno humano. El paisaje urbano de Buenos Aires, y más lejano, el del campo bonaerense que aprendiera a amar en su niñez, y que está siempre presente, como lo transparenta el subtítulo de su autobiografía, escrito cuando frisaba los ochenta años, Allá lejos y hace tiempo, idéntico al nombre con que W.H. Hudson intitulara su bucólico testimonio sobre las praderas argentinas, constituyen el entorno físico que lo anclan para siempre en Argentina. Apenas un año después, en 1958, la suerte ha cambiado totalmente, y el Instituto se encuentra embarcado en un notable proceso de crecimiento; el Instituto Nacional de la Salud de Estados Unidos no será ya el sostén fundamental. La creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET) durante el gobierno de Aramburu -como lo señala el mismo Leloir- fue determinante para el futuro del Instituto, y de la ciencia argentina en general. Un fruto de la persuasiva elocuencia a favor de la ciencia del grupo de Houssay, que interviene decisivamente en la redacción de su Estatuto. Braun Menendez, Deulofeu, investigadores biomédicos, Abel Sánchez Díaz, presidente de la Academia de Ciencias Exactas, y Houssay son sus autores. Este ocupará luego la presidencia durante doce años seguidos, al derrotar en la votación al candidato propuesto por el Dr. González Bonorino, el brillante, joven investigador, y Decano de la Facultad de Ciencias Exactas en el momento de inflexión de la ciencia que significó la intervención de la Universidad por la dictadura de Onganía, el Dr. Rolando García. Probablemente haya sido derrotada también la noción de una ciencia más comprometida con su país y con su época. 111

La idea de Houssay de una organización científica basada en investigadores rentados de tiempo completo -para terminar con las investigaciones de tiempo libre usuales hasta la época-, y en facilidades para equipar centros de investigación redunda en oportunidades de desarrollo para el brillante equipo de Leloir. Lo favorece asimismo el crecimiento de la vida universitaria propiciada por el Rector Risieri Frondizi, gracias a los mayores recursos que se volcaron en el área, que posibilitaron entre otras cosas la creación de cargos para profesores con dedicación exclusiva. En el Facultad de Ciencias Exactas se funda un Instituto de Investigaciones Bioquímicas, que es puesto bajo la dirección de Leloir, designado profesor extraordinario. Ambos Institutos, el de la Facultad y el de la Fundación Campomar, trabajan en estrecha colaboración en el mismo local, puesto que tienen los mismos fines, el mismo personal, y un mismo director. Cardini y Cabib, investigadores del segundo, fueron nombrados profesores de dedicación exclusiva de la Universidad. El equipo de Leloir comienza de manera más orgánica la tarea de formación de recursos humanos en el área de su especialidad, recibiendo a estudiantes y becarios de la Facultad de Ciencias Exactas, al tiempo que continúan y profundizan sus propias investigaciones. A la expansión de actividades correspondió una expansión de la planta física en la que trabajaban. En ese mismo año, el Ministro de Salud Pública, el Dr. Francisco Martínez, ofrece al Instituto un edificio desocupado del Ministerio, un ex-colegio situado en Obligado 2490 en el barrio de Belgrano. La mudanza es recordada casi como una epopeya por los -todavía- pocos miembros del Instituto. El traslado de los instrumentos y de los muebles, la colaboración de todos en el proceso, la actividad de la señora de Leloir arreglando materiales o pintando muebles, la limpieza a cargo como siempre de la Sra. Jimenez, la discusión acerca de si comenzar a trabajar de inmediato, o esperar a hacer orden, que es zanjada por la decisión salomónica de hacer orden en los espacios comunes, y que cada uno hiciera lo que quisiera en su propio laboratorio, son narrados posteriormente con nostalgia y emoción. De las tres plantas del edificio, corresponden al Instituto el primer piso y parte del segundo; una inmensidad, comparando con la vieja construcción de Palermo. Funcionan allí además el Instituto del Dr. Houssay y el Instituto de Suelos "Fundación Sauberán", dirigido por el Ing. Jorge Medina. La Fundación Campomar, destinataria original de la donación, transfiere el edificio al CONICET, a quien pertenece actualmente. Comenta Leloir, con una de sus muy amortiguadas expresiones, coherente con su estilo, pero altamente significativa si se piensa en los difíciles momentos por los que habría de pasar la ciencia argentina, al compás de los cambios políticos:

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Lo cierto es que fue un buen momento para la investigación en la Argentina. Desde entonces las cosas ya no anduvieron tan bien; el Consejo estuvo muchos años intervenido y la universidad también. Diversas fuentes financian la nueva empresa científica. Ya hemos mencionado al CONICET y a la Facultad de Ciencias Exactas, que equipan laboratorios, y pagan los sueldos de investigadores, profesores, auxiliares docentes y personal no docente, y contribuyen con parte de los gastos de mantenimiento. Añadiremos los subsidios que sigue brindando el Instituto Nacional de la Salud de Estados Unidos, la Fundación Rockefeller, el Ministerio de Economía a través de su sección de Ciencia y Técnica, el Ministerio de Bienestar Social de la Provincia de Buenos Aires y donaciones individuales, como las que realizó el hermano del fundador, el Dr. Carlos Campomar, -quien dejó a su muerte en 1978 un importante legado-, o el mismo Leloir. Comienza una nueva etapa. Hasta el momento, hemos asistido a las investigaciones realizadas por un pequeño grupo humano, que se comporta casi como un apéndice de la comunidad fisiológica dirigida por Houssay. Sin embargo, necesidades urgentes, que comprometen a su propia sobrevida, y el prestigio adquirido por sus trabajos, los ponen al frente de una empresa mucho más amplia, la de expansión de su comunidad científica. No será ya posible el trabajo casi idílico en un pequeño ambiente, entre amigos que comparten absolutamente todo, con un único interés centrado en el laboratorio. El período anterior, mítico y fundacional, que es recordado con nostalgia por quienes lo vivieron, y contemplado con admiración por quienes fueron ajenos a él, deja su lugar a un nuevo período, en el que el aumento de miembros se da conjuntamente con una diferenciación de roles, distancias en su seno, ritos de iniciación y estrategias de expansión. La comunidad bioquímica comienza a ser consciente de su rol en la ciencia argentina, y se apresta a llenarlo en plenitud. Lo hace siguiendo el modelo propuesto por Houssay, cuyos grandes lineamientos compartía, y que prepararon los momentos que se aproximaban. No pertenecen ya exclusivamente a su pequeño colectivo de la calle Obligado. Son miembros también del CONICET y de la Universidad Nacional de Buenos Aires, lo que amplía sus posibilidades, y el horizonte de sus preocupaciones. El nuevo edificio, y el financiamiento más amplio, serán las condiciones para el nuevo desarrollo. Las discusiones del mediodía no rondarán sólo los temas de la bioquímica. Estarán en adelante presentes, en mayor medida, la educación universitaria, la política científica del país, impuestos por las nuevas pertenencias. La cotidianeidad cambiará. 113

El crecimiento y la diferenciación de roles dentro del Instituto, producto del mayor número de miembros, sin duda altera la rutina de convivencia de los tiempos pasados. A las alegres, fructíferas reuniones de pocos investigadores que firman juntos prácticamente cada artículo que publica el Instituto, sucede una fragmentación de temas y de equipos de investigación, que se encuentran integrados ahora también por estudiantes, jóvenes doctorandos, investigadores de menor experiencia. Se establecen, con entera naturalidad, jerarquías que se apoyan en la capacidad propia, y en el lugar que se ocupa en la red social que se teje en el Instituto. Leloir ya no puede participar de cada investigación, de cada relación que entabla el Instituto con los colegas o con la sociedad. Divulgación científica, docencia, gestión administrativa, coordinación de investigaciones, comienzan a tener responsables que institucionalizan sus funciones. En la visión de los miembros más jóvenes, la de Leloir comienza a ser una figura menos próxima, efecto de la sucesión de las generaciones, del aumento de sus miembros y de la diversificación de investigaciones y roles, que crean estamentos y separaciones entre los investigadores. Como le sucede al protagonista de una película que lleva su nombre -Adiós Mr. Chips--, un profesor que dirige un instituto educativo y permanece en él hasta una edad avanzada, al paso de los años se encuentra rodeado de alumnos que lo veneran, pero a los que escasamente conoce, salvo los rostros familiares que pertenecen a las primeras camadas. Se crea, mal que le pese con probabilidad al propio Leloir, la figura del "Dire", distante, mítico, infalible, a quien las instancias institucionales creadas internamente presentan problemas y soluciones para su decisión final -lo que es índice de su ascendiente- pero también de su menor participación en la elaboración previa. En el autoreconocimiento de su papel, las generaciones intermedias preparan, ordenadamente, el reemplazo generacional. Las reglas básicas de la investigación científica, a saber, la camaradería, la libre circulación de ideas, la democracia íntima a la hora de las discusiones, el trabajo en equipo, el pensar y planificar en común, se mantienen, aunque moduladas, cambiadas en su funcionamiento, por las distancias sociales que crea la expansión de la comunidad bioquímica. El crecimiento se torna exponencial con la inauguración de la última sede del Instituto de Investigaciones Biomédicas en Parque Centenario. A su vez ponen sobre el tapete una cuestión que se ha discutido largamente en el país, y que ha ocupado un buen número de páginas en la literatura acerca de la ciencia. Me refiero a las relaciones -genéricas- entre la ciencia y el poder, y a las más próximas de la ciencia argentina con los gobernantes de turno. Puestas al rojo vivo por la circunstancia de que éstos han sido durante demasiado tiempo militares, no ungidos precisamente por el voto popular. 114

Ya habíamos mencionado las buenas relaciones de Houssay y de la comunidad de investigadores que se nuclean a su alrededor con el gobierno proveniente del golpe militar de 1930. No sólo con éste. Volverán a ser notorias luego del golpe de 1955, y con los que lo siguen. Su hegemonía científica obedece a méritos propios, y además a los aceitados vínculos que mantiene con los grupos conservadores y militares que han regido durante largos períodos la vida institucional y política del país. Es suficiente recordar lo que significaban entre los terratenientes de la Patagonia y de la provincia de Buenos Aires respectivamente los apellidos Braun Menéndez y Leloir que portaban sus más cercanos colaboradores para aquilatar la fortaleza de esos vínculos. Ellos les permitirán ser escuchados cuando claman, casi en el desierto, en favor de la investigación científica, y de su importancia en el desarrollo del país. O conseguir el apoyo -económico, social y político- para sus proyectos científicos. El nuevo edificio se inicia con la cesión por parte de la Municipalidad de Buenos Aires en 1977 del terreno de Parque Centenario, y continúa con su construcción asesorada por una "Comisión Laboratorio Parque Centenario", presidida por el propio intendente, Brigadier Osvaldo Cacciatore, malamente recordado -entre otras cosas- por sus malaventuras con las autopistas, y del que forma parte, entre otros, Amalita Fortabat, el Coronel Héctor E. Walter, el Ing. Raúl Ondarte. Tan impresentables son algunos de los nombres que colaboraron con la construcción, y tan desacreditada se encuentra la dictadura militar en cuyo transcurso se concretó, que en la historia oficial que publica el Instituto de Investigaciones Bioquímicas en 1989, desaparecen para dejar lugar únicamente a: "el apoyo de un gran número de personas y empresarios, muchos asalariados, amas de casa, estudiantes secundarios que entregaron su contribución sin dejar siquiera el testimonio de sus nombres". La historia del Instituto de Investigaciones Bioquímicas es prácticamente la historia de la institucionalización de la comunidad bioquímica. Es hora que hablemos de ella.

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El primer equipo de investigación del Instituto Campomar. 1948

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Su comunidad científica

SU GRUPO DE PERTENENCIA: LA COMUNIDAD CIENTIFICA Cuando se tiende la mirada por un largo período histórico, lo que podría aparecer como contribuciones individuales de científicos aislados, se convierte en la sumatoria de esfuerzos a una labor común, la constitución y el avance de un marco conceptual colectivamente aceptado, de una estructura, un paradigma. Resulta evidente que durante más de doscientos años la comunidad de físicos trabajó a partir de la obra de Newton -la mecánica clásica-, a la que perfeccionó conceptualmente, reemplazando su primitiva escritura en latín, por las nítidas fórmulas del cálculo diferencial que propusiera Hamilton o Lagrange, y a la que expandió para que sirviera a la comprensión de otras zonas de la realidad de las que no se ocupara Newton. Siendo esto así, la ciencia en su conjunto -el paradigma en su pleno desarrollo- no puede deberse a individuos; la ciencia la hace un sujeto colectivo, la comunidad científica, que se extiende a través del tiempo.

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Son argumentos importantes a la hora de pensar a la ciencia como un producto colectivo y no individual, el que: i. el conocimiento anterior, base de las investigaciones actuales, no ha sido producido por aquél que las lleva adelante, sino que se debe al esfuerzo acumulado de generaciones pasadas; ii. ningún científico, por más que conozca su ciencia, posee la totalidad de conocimientos y habilidades que caracterizan a un área dada, los que se encuentran distribuidos -desigualmente- entre los miembros de su comunidad; ni siquiera puede llegar a leer todo lo que se produce, no hablemos ya de conocerlo en profundidad; iii. todo lo que produzca, es completado, modificado, corregido, aceptado, y eventualmente rechazado por sus colegas; iv. como consecuencia natural de lo anterior, para que la ciencia avance debe darse una organización social que incluya el trabajo en equipo, la publicidad de los resultados, la libre y democrática discusión tanto dentro del equipo como con el resto de la comunidad científica. Thomas Kuhn no ha teorizado mayormente acerca de las comunidades científicas, lo que abre un ancho camino para las investigaciones de quienes deseen profundizar en el tema. Cuando lo hace, pareciera referirse únicamente a los miembros de un colectivos social que comparten algunos elementos básicos del paradigma, lo suficientemente generales para ser aceptados por todos. Para un historiador que pretenda internarse no sólo en los aspectos conceptuales del paradigma, terreno privilegiado en el que se movió la obra de Kuhn, sino también en sus aspectos societarios, una noción tan vasta y abarcativa de comunidad científica le es de poca utilidad. Si se propone estudiarla en toda la extensión que presupone la definición general de Kuhn, la tarea es imposible de ser llevada a la práctica, dada su vastedad. En nuestro estudio de la obra de Leloir, renunciamos a pensar en comunidades abstractas, potencialmente integradas por infinitos miembros en todos los tiempos, para pensar en las más próximas, más concretas comunidades que forman los grupos humanos de los que efectivamente participó. 117

Y agregaríamos, los que integró además conceptualmente, intelectualmente, a través de sus trabajos, que dialogaban con otros trabajos pasados o contemporáneos. Una comunidad científica formada, entonces, por sus interacciones sociales concretas, y por todos aquellos que, compartiendo el mismo paradigma, nutrieron su pensamiento. Eso nos conduce rectamente al estudio de las micro-sociedades científicas que integra, las informales de los primeros tiempos, y las que se consolidan institucionalmente luego. Habíamos visto anteriormente que la bioquímica nace y crece desde principios de siglo hasta nuestros días -como sucede con cualquier paradigma- por la labor contínua, constante, de los miembros de su comunidad. Eso nos había permitido inscribir a las investigaciones de Leloir como un capítulo -importante- de su desarrollo. Toma el conocimiento de su época, y lo lleva más allá de donde estaba, alterando el punto de partida de todos los que lo continúan. Desde este punto de vista, habíamos efectuado el relato de las investigaciones de Leloir, viendo su coherencia interna como un reflejo de la que posee el paradigma bioquímico, que vertebra a su proyecto personal de investigación. El análisis conceptual de sus obras se encontraba concluido. Era necesario, para completarlo, estudiar la circunstancia social y personal en la que se realiza. Deteniéndonos, aquí y allá, para señalar si en algún momento fue significativa a la hora de incorporar elementos, o de provocar puntos de inflexión a la ruta escogida, en la presunción de que las decisiones individuales no obedecen a una mera creación de la voluntad, sino que toman su sustancia del entramado social. Hemos elegido para ello no tanto los grandes acontecimientos sociales del país, o del mundo, sino los que suceden en los grupos en los que viven su vida los seres humanos. No un grupo único sino múltiples, más pequeños o más amplios, en los que se comparten experiencias y estilos de pensamientos. Los de la vida cotidiana, los de la 118

comunidad de trabajo. En ellos se modulan los grandes sucesos, que pasan a ser así pequeños, a la medida del hombre. Para el científico Leloir, el núcleo central de su actividad social pasa por su pequeña comunidad científica. Disfrutando, como lo hacía, del trabajo en equipo, y siendo, como lo era, auténticamente modesto en su autopercepción, concordaría en que sus búsquedas y hallazgos se gestaron en su interior, y son un eslabón de esa construcción colectiva que es el conocimiento. Posiblemente Leloir también estuviera de acuerdo en que si bien el científico individual es el que elige qué y cómo investigar, la comunidad científica es la que otorga objetividad -es decir, intersubjetividad- a sus elecciones y a los productos de su labor. Es ella las que los hace suyos o los rechaza, sopesando y amortiguando el riesgo de las decisiones individuales a través de la amplia y libre discusión colectiva; evalúa la importancia de los problemas estudiados, la originalidad de las respuestas, el rigor con el que se las pone a prueba, la posibilidad de reproducir los experimentos. Hasta el momento en el que comienza a dirigir el recién fundado Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Fundación Campomar, Leloir pertenece a la comunidad de investigadores que rodea la fuerte personalidad de Houssay, primero en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina, y cuando es alejado en 1946 de la Universidad, en el Instituto de Biología y Medicina Experimental que organiza su maestro. Comparte, como miembro pleno de la misma, los sólidos vínculos que posee con la comunidad internacional de investigadores en ciencias básicas de la medicina, producto de contactos personales, publicaciones en los principales órganos científicos del mundo -aunque sin descuidar la publicación local y en español- congresos internacionales, intercambio de investigadores. En este carácter se establece por un tiempo en Cambridge, y casi 10 años después, en Saint Louis y en Nueva York, soldando de su pertenencia a la avanzada comunidad bioquímica de la época. Cuenta en su autobiografía que aprende de su amigo Green, quien había fundado en Nueva York su propio equipo de investigadores, lo que ya había visto en su maestro Houssay: que el director de un grupo científico debe procurar medios para su sostén 119

económico, tanto personal, como de los laboratorios de investigación. Debe institucionalizarlo, y responder por su propia, pequeña, cercana comunidad científica. Cuando Jaime Campomar, conocido industrial textil, decide erigir una Fundación en memoria de sus padres, y financiar con ella la investigación bioquímica básica -probablemente por sugerencia de Carlos Cardini, cuñado suyo-, se encuentra en condiciones de satisfacer su sueño. Hemos narrado la constitución y la solidez interna -tanto intelectual como grupal-, del núcleo inicial: Leloir, Trucco, Cardini, Caputto, Mittelman durante un corto tiempo, a los que se agregarían los becarios Paladini y Cabib, que permanece estable hasta su primera expansión, coincidente con el cambio de edificio desde Julián Alvarez hasta el cedido por el Ministerio de Salud Pública, en Obligado 2490. Habíamos mencionado cómo la muerte de Jaime Campomar compromete la continuidad del Instituto, y cómo un subsidio otorgado por los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos -homenaje al prestigio de Leloir-, permite financiar durante varios años su funcionamiento. Y cómo, posteriormente, la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en 1958 -presidido por Houssay- permite obtener ayuda económica en el país, lo mismo que la estrecha colaboración que se establece con la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, de la que Leloir, Cardini y Cabib son nombrados profesores, los dos últimos con dedicación exclusiva. El acierto de esta política de consolidación de una comunidad científica se refleja en la Memoria del Instituto Campomar de los años 1970 a 1983, en la que se expresa: A través de la tarea desarrollada por este Instituto durante más de 36 años surge claramente que pese a los problemas planteados por la inestabilidad política, universitaria y económica en la Argentina, con optimismo, originalidad y labor persistente, es posible impulsar la investigación y docencia de alto nivel si se dispone de un aporte financiaron adecuado y una organización independiente. Realmente, es muy poco lo que piden y necesitan los investigadores para realizar una tarea de alto nivel: un nivel mínimo de ingreso para asegurar una vida modesta, equipamiento básico en los laboratorios, e independencia para que no obstaculicen la tarea intereses que no sean los científicos y académicos. 120

Es precisamente esta labor de investigación y docencia de alto nivel la que posibilita la expansión del Instituto de Investigaciones Bioquímicas desde los cinco miembros iniciales, hasta las tres generaciones de investigadores formados que conviven en la espacios sede actual de Parque Centenario. Todavía en el edificio de Julián Alvarez, se suman al grupo inicial Luis Reissig, Horacio Pontis, Sara Goldemberg, José Manuel Olavarría, Héctor Carminatti.

En la segunda etapa del equipo de investigadores de Leloir, y aprovechando el mayor espacio disponible, se incorporan Israel Algranati, Marcelo Dankert, Eduardo Racondo, Héctor Torres; posteriormente lo hacen Clara Krisman, Maria Fekete, Enrique Belocopitow, Romano y Marta Piras, Juan Trivelloni, Nélida Gonzalez, Rosalía Briks, Luis Marechal, José Mordoh, Susana Paserón, Nelly Lavintman, Juana Tandecarz, Si121

monetta Sonnino, Alcira Moreno, Joaquín Espada, Catalina Fisher y Natalio Woykowsky. Una forma de hacer ciencia, un estilo de pensamiento científico se desarrolla si simultáneamente con los descubrimientos que efectúa su comunidad -condición para que sus miembros sean vistos como autoridades confiables en su campo de estudios- cuando aumentan sus miembros, toman roles diferenciales, diversifica el espectro de sus intereses, hacen crecer la red de sus relaciones sociales. Lo que significa, de una manera simétrica, una mayor complejidad de las investigaciones. Parafraseando a Thomas Kuhn, diríamos que no hay desarrollo del paradigma sin desarrollo de la comunidad científica. Comienzan a incorporarse becarios provenientes de la Universidad de Buenos Aires. El Curso de Química Biológica Superior que dictan miembros del Instituto Campomar en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales es un excelente semillero de investigadores; los alumnos más destacados son invitados a preparar sus tesis de doctorado en el Instituto, y posteriormente ayudados a perfeccionar sus herramientas como investigadores en el exterior. También permanecen por tiempos variables en el Instituto becarios e investigadores extranjeros, garantizando la circulación de ideas, y las fluidas relaciones humanas con la comunidad bioquímica internacional. Los investigadores miembros del Instituto y los becarios nacionales y extranjeros pasan a ocupar cátedras y a dirigir Institutos de Investigación en distintas universidades del país, o emigran a sitios tan dispares como Oklahoma, Caracas, Jerusalén, Alemania Federal. Podríamos mencionar a Ranwell Caputto, designado profesor en la Universidad de Oklahoma; a Trucco, que también emigra a los Estados Unidos, o a Enrique Cabib, investigador desde 1967 en los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos, como ejemplos de la movilidad en la comunidad internacional de los primeros miembros del Instituto. Se agregan a ellos -de entre los miembros más tardíos- a María Fekete, que deviene "Privat Dozent" de la Universidad de Darmstadt; Marta y Romano Piras, investigado122

res en el Centro Médico Docente La Trinidad, en Caracas; la Dra. Lavintman, en la Universidad de Jerusalem. En cuanto a su labor docente en el país, mencionaremos, sin agotar seguramente la lista a Ranwell Caputto, quien a su regreso de Estados Unidos es nombrado profesor titular en la Universidad de Córdoba; Trucco, también de regreso, se incorpora a la Universidad de Buenos Aires. Paladini, es nombrado profesor titular de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, a la que también se incorpora la Dra. Frydman, en la cátedra de Fitoquímica. Recondo y Passerón, son designados profesores titulares en el Departamento de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas; el primero, Recondo, pasa a luego a la Universidad de Tucumán, al igual que Olabarría, quien posteriormente regresa al Instituto. Horacio Pontis, nombrado investigador en la Fundación Bariloche, se hace cargo después del Instituto de Investigaciones Biológicas de la Universidad de Mar del Plata. La comunidad bioquímica del país se desarrolla y cohesiona a partir del núcleo de profesores e investigadores formados en el Instituto de dirigía Leloir, quien podía descansar de esta fatigosa tarea de formación de recursos humanos en otra personalidad modesta, silenciosa, el Dr. Carlos Cardini, su compañero de tantas investigaciones exitosas. La situación adquiere solidez institucional cuando se crea en 1965 la Sociedad Argentina de Investigación Bioquímica, y en 1967, bajo el auspicio de la Organización Panamericana de la Salud, el Comité Latinoamericano de Bioquímica, ambos presididos por Leloir, que es acompañado en este último por dos ex-miembros del Instituto. La bioquímica, fundamento profundo de los procesos fisiológicos y patológicos que tenía escasos cultores hacia 1936, cuando Leloir decide especializarse en esta disciplina, había fructificado y crecido en Argentina y Latinoamérica, debido en gran parte a sus esfuerzos. Si pensamos, siguiendo una consecuencia natural de lo sostenido por Kuhn, que un paradigma no sólo se desarrolla cuando logra explicar sectores más amplios de la realidad, sino también cuando aumenta su comunidad científica, advertimos que ambas circunstancias se habían cumplido acabadamente.

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La expansión y la institucionalización que hemos narrado se producen de manera natural, sin esfuerzos hegemónicos, ni reglas que la guíen. Son el fruto de un trabajo académico, docente y de investigación, serio, continuado, profundo. Y, probablemente, de las sólidas relaciones que mantienen con las capas sociales hegemonicas del país, sin cuyo apoyo económico, social y político habría girado en el vacío. En estos aspectos existen una vez más coincidencias entre la práctica científica, docente y social de Leloir, y los comentarios que hace Thomas Kuhn con respecto de la ciencia normal y su aprendizaje: Como debe ser obvio ya, los científicos nunca aprenden conceptos, leyes y teorías en abstracto y por sí mismas. En cambio, esas herramientas intelectuales las encuentran desde un principio en una unidad histórica y pedagógicamente anterior que la presenta con sus aplicaciones a cierto rango concreto de fenómenos naturales; sin ellas, ni siquiera podría esperar ser aceptada. Después de su aceptación esas mismas aplicaciones u otras acompañarán a la teoría en los libros de texto donde aprenderán su profesión los futuros científicos. No se encuentran allí como mero adorno, ni siquiera como documentación. Por el contrario, el proceso de aprendizaje de una teoría depende del estudio de sus aplicaciones, incluyendo la práctica de resolución de problemas, tanto con una lápiz y un papel, como con instrumentos de laboratorio. Por ejemplo, si un estudiante de la dinámica de Newton descubre alguna vez el significado de términos tales como "fuerza", "espacio" y "tiempo" lo hace menos a partir de las definiciones incompletas, aunque a veces útiles de su libro de texto, que por medio de la observación y la aplicación de esos conceptos a la resolución de problemas. Veamos cuidadosamente lo que nos dice Kuhn. Nos dice, en primer lugar, y contra todo tipo de opiniones en contrario, que la ciencia no consiste sólo en las leyes y teorías; es una porción esencial de la misma el señalamiento de las zonas de la realidad a las que explica -los modelos de la teoría-, que sin ellos no tendría contenido, sería vacía, abstracta, y no ciencia empírica, de la realidad. El entrenamiento profesional se efectúa fundamentalmente resolviendo problemas que deben ser resueltos, a la manera muy conocida de ejercicios prácticos. Ellos varían desde los más complejos, como aquellos en los que deben repetirse investigaciones que condujeron en su momento al descubrimiento de los principales "modelos" de la teoría, hasta los más simples, que cubren modelos -ejemplos- elementales. 124

Al hacerlos, se interiorizan de manera práctica, sin advertirlo, el uso de los conceptos de la teoría, los parecidos que guardan entre sí los modelos -con lo que se aprende a qué debe parecerse un futuro modelo-, y las semejanzas de las maniobras para resolverlos. Las acciones que se ponen en movimiento en la resolución de problema durante el aprendizaje, poseen la estructura de la teoría que se emplea para resolverlos. Se interiorizan, y con ellas, la estructura misma de la teoría. Este es otro de los motivos por los que la teoría está unida indisolublemente a sus hechos, a sus modelos. En su aprendizaje, no basta saber de memoria las leyes -lo conceptual- de una teoría para saber en qué consiste. Sólo en la medida en que se manipulen prácticamente sus modelos, armando y desarmando innúmeras veces en el curso de investigaciones programadas los elementos que los constituyen, se adquieren: i. esa visión segura que permite reconocer en lo que para un lego no puede ver o ve de otra manera: un hidrato de carbono transformándose bajo la acción de una enzima, en vez de la fermentación del jugo de uvas; o un péndulo en vez de una piedra que se bambolea atada de un hilo; o una rubéola en vez de manchas rojas en la piel; ii. las habilidades prácticas para comprobarlo. Por eso al historiador de la ciencia no le es sencillo encontrar reglas metodológicas que guíen la investigación, tal como lo advierte el historiador Thomas Kuhn: estas estructuras interiorizadas de manera práctica cumplen la función que habitualmente se asigna a las metodologías conscientemente adoptadas. Por eso mismo, le es arduo al científico percibir en su trabajo la presencia de las reglas del "método científico", ya que actúa como le enseñaron a hacerlo, con el ejemplo, y corrigiendo sus acciones, no mediante el uso de reglas lógicas. Cuando leemos cómo Leloir llevaba a cabo su acción docente, aquella con la que formó tres generaciones de científicos, vemos su perfecta coincidencia con las reflexiones anteriores. Su forma de enseñar es muy particular, no sujeta a hábitos y tradiciones, y sólo después de bastante tiempo nos dimos cuenta que estaba enseñando. 125

Leloir no es dado, ni fue nunca dado, a sentar cátedra. Nunca trató de fijar o establecer esquemas generales a seguir en la investigación científica. Nunca pontificó en éstos u otros temas. Nunca pretendió ser el dueño de la verdad, ni siquiera el dueño de la duda en materia científica. El que pudo aprender algo de Leloir es porque, durante muchos años, trató de interpretar de sus hechos y resultados la mecánica de su procedimiento de trabajo. Su ejemplo constituye, sin duda, la mejor enseñanza. Enseñanza sin metodología, sin conceptualización, mediante la labor diaria, mostrando y corrigiendo. Casi sin parecer enseñanza, por lo alejado de la imagen habitual del catedrático grandilocuente. Accionar que enseña haciendo actual, en consonancia con la epistemología más actual. Quisiera adelantar la sugerencia que también sus interacciones sociales siguieron idéntico patrón, no sólo las que atañen a la investigación y la docencia. Si todo aprendizaje lo es de acciones interiorizadas, también se interiorizan las conductas y procederes que hacen a las relaciones entre los seres humanos, de manera práctica y no conceptual, sin saber que se aprenden. Esto es válido para las relaciones humanas en general, y para las que se dan en el interior de la comunidad científica en particular. Completando las tesis de Kuhn, diría que al ser el paradigma inseparable de su comunidad científica, -ya que sólo en su seno se desarrolla y se aprende cabalmente-, su aprendizaje es necesariamente al mismo tiempo el de la estructura de esa comunidad, las reglas de su mantenimiento y su reproducción. De la misma manera en que un científico de ciencia normal investiga sin cuestionar los marcos conceptuales de su paradigma, en la interacción con sus pares, en la organización y mantenimiento de su comunidad científica, lo hace siguiendo formas presupuestas, inconscientes, de estructuración social. Ambos aspectos -el de investigación y el social- de la ciencia son de una enorme eficiencia mientras el paradigma se encuentra en su etapa ascendente. Mientras eso sucede, no se los cuestiona. Cuando la comunidad científica percibe un estancamiento en 126

las investigaciones, comienza a buscar nuevas formas de pensar -nuevos paradigmas-, lo que puede acompañarse de nuevas formas de relaciones entre sus miembros. Tanto la bioquímica, como la manera anglosajona de organizar la ciencia se encontraban, hacia los cincuentas, en su plenitud. Pero no son únicamente estas pautas aprendidas en su paso por las comunidades científicas de Inglaterra y Estados Unidos -de las que recuerda de manera consciente sólo los consejos de su amigo David Green- las que exterioriza Leloir en el seno de la comunidad bioquímica argentina luego de su retorno al país. También pone en juego lo aprendido junto a Houssay -su disciplina de trabajo, la formación de grupos humanos para la docencia y la investigación, la importancia social de la ciencia, y la necesidad de su desarrollo-. Todo tamizado por su propia personalidad, su propia sensibilidad, mezcla de modestia, respeto por los otros, gusto por el trabajo en equipo. Y también de una profunda convicción en la propia capacidad, apoyada en una enorme disposición para el trabajo, y en una tenacidad a toda prueba para perseguir los fines propuestos, así como en una impresionante autoexigencia a la hora de fijalos, poniéndolos a la par de los buscados por la comunidad bioquímica internacional, con la que dialoga de igual a igual. Así nuclea a su alrededor a la comunidad bioquímica argentina, y se convierte en su máximo representante, sin pretenderlo ni pensarlo. Hemos mencionado algunos de los rasgos con los que encara el trabajo científico que se trasmiten a su comunidad: el valor social de la ciencia para mejorar la vida humana, el valor del trabajo serio y en equipo, la necesidad de difundir los conocimientos, la discusión abierta, la responsabilidad por sus integrantes. La formación de los equipos de investigación del Instituto Campomar, su crecimiento, sus intercambios en el país y en el extranjero que narramos, son parte de este proceso sin reglas, que hacen a la implantación teórica y social de la bioquímica en el país, de la que Leloir es parte central.

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El entorno social de las investigaciones

Haremos en este apartado una breve síntesis de las relaciones que se entrevén entre las investigaciones de Luis Leloir y su equipo, y el contexto social en el que se desenvuelven. Lo haremos a la luz de una añeja discusión en historia de la ciencia que enfrenta a historiadores internalistas y externalistas. Para los primeros, la labor del historiados debe limitase a narrar sólo los sucesos de la ciencia, puesto que todo lo demás, -la vida personal de los científicos, su entorno cotidiano, la sociedad en la que se mueven-, no incide sobre los descubrimientos que se hagan. A lo sumo pueden narrarse a pié de página, como datos de interés para el que quiera conocerlos. La verdadera historia de la ciencia, de esta manera, es una historia interna de las expectativas y logros de la actividad científica.

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Con la particularidad de que aquello que permite decir qué es interno y qué no lo es -el criterio de selección- se encuentra por fuera de la ciencia, en las distintas escuelas metodológica. Así, encontramos historias de la ciencia que narran extensas observaciones que conducen a descubrimientos importantes, si el historiador adscribe a la metodología inductivista, o describen intuiciones acerca del mundo, con su posterior secuencia de refutaciones y corroboraciones, si pertenece a la cofradía hipotético-deductivista. O narran libres creaciones del espíritu humano, que no se refutan, sino que simplemente se eligen por algún tipo de comodidad, si piensa que el convencionalismo es la visión correcta de la ciencia. Para estas historias, toda otra referencia debe quedar excluida, en una muestra de rigidez internalista que no tolera otro relato que el suyo propio, ni otra visión metodológica y por supuesto, ninguna referencia socio-cultural. Para los segundos, lo realmente importante es mostrar cómo las condiciones sociales -sobre todo- impregnan, condicionan, determinan a la ciencia. La verdadera historia reside en estos factores externos, de los que la ciencia es simplemente su expresión. Aunque la discusión entre ambas vertientes de narradores de la ciencia se prolonga desde hace tiempo, fue obvio advertir que al escribir sus investigaciones históricas, ambos grupos tomaban en cuenta aspectos que supuestamente correspondían a sus adversarios. Al leerlos, era dificultoso encontrar límites tan netos como los propuestos. Coexisten, al lado de los internalismos extremos, posiciones amplias que extienden el límite de lo interno hasta abarcar toda la producción intelectual de la época, incluyendo la filosofía y la metafísica, como lo hace Alexandre Koyré, quien no casualmente es citado por todos los historiadores de la ciencia contemporáneos, incluyendo entre ellos a Thomas Kuhn. Asimismo, el externalismo extremo que reducía la ciencia a lo político, o lo económico, o a la lucha de clases, compartían el terreno con posturas muy matizadas que eran muy cuidadosas al narrar, conjuntamente con un contexto social, los descubrimientos internos de la ciencia. 129

Se ha sugerido ante este panorama, que la historia de la ciencia debe ser interna y externa. Debe existir, por supuesto, un relato interno de sucesos y descubrimientos, en el que se describe la historia del surgimiento y desarrollo de los paradigmas, tal como lo hace Kuhn, al que es necesario complementar con un análisis -no general, sino específico de cada caso estudiado- de cómo los factores situados por fuera del paradigma influyen sobre él, sean provenientes de otros sectores de la ciencia, de otros campos culturales, o de la sociedad en su conjunto. La historia consistiría en narrar la evolución de un paradigma, los cambios que experimenta bajo el doble influjo de su propia necesidad interna de desarrollo y de los requerimientos de la sociedad. Hablamos de influencia, pero no de determinación del paradigma por la sociedad, ya que la comunidad científica posee una organización social propia, que no coincide con la de otros campos culturales o sociales, ni puede ser reducida a ellos, y produce ciencia, un producto con una estructura peculiar que capta elementos de otros campos de la única manera en que puede hacerlo, retraduciéndolos a su lenguaje, e incorporándolos a su estructura. Con los que los asimila cambiándolos, metabolizándolos. A esta circunstancia, de relación pero no de subordinación, acostumbra llamársela autonomía relativa, y se refiere a su doble particularidad, la de su comunidad, y la de su producto, irreductible en su identidad a otras comunidades u otros productos culturales. En ambos, estructura del paradigma y comunidad científica, se intersectan los intereses propios de la ciencia y los compromisos con lo que le es extraño, lo externo. Al pertenecer cada miembro de una comunidad científica a otras diversas comunidades -artística, deportiva, política, de la vida cotidiana-, importa de ellas nociones que fertilizan luego al trabajo propio. La obra de Luis Leloir puede servir inmejorablemente para ilustrar el punto de vista que habla del desarrollo de una estructura teórica bajo los impulsos de su comunidad científica, permeada por otras comunidades sociales, aunque a prima facie debiera constituir un ejemplo característico de internalismo, sin ninguna influencia exterior. Dedicado exclusivamente a la ciencia básica, a la que se entrega sin mayores dificultades económicas, ni aparentes preocupaciones políticas, publica el resultado de sus tra130

bajos en revistas escogidas del país, y sobre todo del exterior -una obra densa, especializada, impenetrable para el lego-, pareciera que sus investigaciones son algo despegado del escenario económico-social en el que se desenvuelven. Su autonomía es casi perfecta. Más aún. Estas características pueden ser vertidas -y así ha sucedido en algunas ocasiones- en tono acusatorio: "ciencia de élites" -confundiendo su origen social con el trabajo que realiza-; "extraña a los intereses del país" -como si los argentinos no metabolizaran los hidratos de carbono, o no debieran crear y apropiarse este conocimiento-; "ciencia transnacionalizada", porque publica en el exterior -como si la ciencia no fuera una empresa sin fronteras, y se ignoraran sus esfuerzos por difundirla en el país-. Sin embargo ... Produce ciencia en el país, ciencia argentina marcada por la escasez de recursos -dirá un cercano colaborador suyo, el Dr. Marcelo Dankert, que sus mayores descubrimientos se debieron precisamente a que debió trabajar en condiciones de pobreza- negándose tozudamente, pese a las invitaciones de U.S.A. a dejar de trabajar en Buenos Aires. Forma aquí al menos tres generaciones de investigadores, de descendencia cada vez más numerosa, centrados en el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, mas también diseminados en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, en todo el país y en el extranjero. Los cambios políticos le llegan muy directamente, por sí mismo y a través de sus amigos.

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Aunque no condicionan la orientación general de sus investigaciones. Sólo repercuten en las condiciones de posibilidad -económicas e institucionales- de su desenvolvimiento. Habíamos mencionado los efectos que tuvo la carta pública firmada por Houssay junto con numerosas personalidades del momento, y que presentan en octubre de 1943 al gobierno militar que se apropia del gobierno el 4 de junio de ese año, para el pequeño grupo de investigadores fisiológicos nucleados a su alrededor en el Instituto de Investigaciones Fisiológicas de la Facultad de Medicina de Buenos Aires. Leloir, como integrante del equipo y amigo de Houssay, lo sigue en todas su vicisitudes. La cesantía, la fundación del Instituto de Biología y Medicina Experimental -de carácter privado-, la vuelta a la universidad cuando su cesantía es revocada y su nuevo alejamiento cuando en 1946 se lo jubila de oficio. Su vecindad cuando se hace cargo de la dirección del Instituto Campomar, unido al de su maestro Houssay por una medianera y una puerta interna. La animosidad de los gobiernos peronistas hacia Houssay y sus colaboradores va a ser una constante, que lo mantendrá alejado de la cátedra pública hasta 1955, cuando un nuevo movimiento militar acaba con la segunda presidencia de Perón. En 1958 se crea el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas -todavía en el gobierno de Aramburu- a instancias de Houssay, que pasa a ser su primer presidente. Cuando en 1973 el peronismo accede nuevamente al gobierno, interviene al CONICET, nombrándose interventor al Dr. Vicente H. Ciccardo, quien ocupara la cátedra de Física Biológica durante el período en que Houssay estuviera alejado de la Universidad en el anterior gobierno peronista. Estos pasos de minué entre la comunidad de investigadores biomédicos y el poder, relaciones múltiples y equívocas que no es nuestra intención desentrañar en este escrito, son el marco de referencia en el que Leloir desenvuelve su propia actividad, aunque no participara de ellas como protagonista. Refugiado en el modesto Instituto de Investigaciones Bioquímicas, su actitud es de una casi absoluta prescindencia política, que tiene como efecto -suponemos que deli132

beradamente buscado- la preservación del espacio que destina a la investigación, hostigado a veces, solicitado en otra, por fines que le son extraños. Podremos entender mejor su postura si leemos lo que escribiera al respecto su colaborador, el Dr. R. Caputto, refiriéndose a la incertidumbre y los cambios políticos del país: “Pero Leloir con toda probabilidad va a continuar haciendo lo mismo que hacía en los años que sucedieron a 1946, en el que llegaba al laboratorio a las 9 de la mañana, comenzaba el experimento matinal y sólo cuando éste terminaba total o parcialmente, solía preguntar lo que estaba ocurriendo en el país. Recuerdo que una tarde, temprano, probablemente en el año 1947 o 48, corrió la voz de que algo grave estaba ocurriendo en las esferas oficiales y se aconsejó que fuéramos a nuestras respectivas casas. El transporte público había parado. En el camino vi un gran despliegue militar y oí cuantas versiones se puede uno imaginar, incluyendo la de un intento de asesinato del presidente de la República. A la mañana siguiente cuando llegué al Instituto todavía estaba yo preocupado y quería comentar lo que había sucedido. Pero en los experimentos de la mañana había aparecido un resultado interesante; como consecuencia de eso se dio un seminario sobre esos resultados y se postergaron los comentarios sobre los incidentes políticos del día anterior.” Y agrega, interpretando el suceso: “Yo no sabría decir si esta actitud de Leloir es una actitud de egoísmo, o de fundamentalismo, o simplemente que es una forma de ética del trabajo. Es decir, que no sé si lo hace así porque considera que la ciencia es lo más importante, o simplemente que siendo ciencia su trabajo, hacer ciencia es su primera obligación, sea o no importante, pero en cualquier caso, creo que ésta es una característica con la cual se debe contar para predecir su actitud política y tal vez social.” Es en esta terquedad en persistir en el trabajo propio, creando a su vez las condiciones para realizarlo, en la que podremos ver con nitidez la "autonomía relativa" en que se desenvuelven sus investigaciones, frente a las interpretaciones del determinismo absoluto de lo social, o la libertad también absoluta de la ciencia que predican los mencionados "externalismos" o "internalismos" en la historia de la ciencia. Una historia individual no puede ser sino la resultante de decisiones tomadas a la luz de acontecimientos externos, con las que se va hilando un proyecto personal, en inte133

racción constante con el medio social, cultural y científico en el que se desenvuelve. Sin olvidar dentro de los condicionantes, la tradición científica, el estilo de pensamiento, el paradigma en el que inscribe sus investigaciones. Recapitularemos sucintamente su historia, mostrando a cada paso en el que la ruta investigativa daba una inflexión, la circunstancia personal y social en la que se produce. Nace en el seno de una familia con amplios intereses en el campo. Lo natural hubieras sido que estudiara abogacía, como su padre, o se dedicara al cuidado de los bienes familiares, como sus hermanos. Estudia, sin embargo, una carrera de servicio, la medicina, quizás por la impronta que significó haber nacido en París a consecuencia de la enfermedad de su padre. Esta decisión lo lleva a la siguiente: investigar para que la medicina desarrolle sus conocimientos de la enfermedad y sus tratamientos, luego de haber constatado el atraso y la ineficiencia de la labor médica. La fisiología, en la que se inicia como investigador bajo la dirección de Houssay -una influencia decisiva en su vida-, lo pone en la pista de los hidratos de carbono, el campo problemático al que dedicara sus mejores esfuerzos. Aprende también que un buen fisiólogo necesita aislar sustancias, necesita saber química. Poco más tarde, bajo los consejos de Houssay, Deulofeu y Romano de Meio, decide dedicarse a esta rama de las ciencias naturales en la que buscaba la clave profunda de la fisiología. Estudia bioquímica en el mejor lugar, en Cambridge, con Sir Frederic Gowland Hopkins, premio Nobel, descubridor de las vitaminas. Adquiere, junto con la iniciación ritual en la bioquímica, los puntos de vista del estilo británico de la ciencia, hecha de economía de recursos y dirección certera. A su regreso, investiga con Muñoz el metabolismo del etanol, y posteriormente la formación de ácidos grasos estimulado porque Muñoz tenía "un método confiable para medir etanol usando un pequeño y hermoso aparato de destilación", que luego usa en la investigación de los ácidos grasos. 134

Luego, colabora con el equipo de Braun Menendez en desentrañar los secretos de la hipertensión maligna, que se inicia debido a la muerte por esta enfermedad de un joven colaborador de Houssay. La decisión de viajar a Estados Unidos, luego de la jubilación de oficio de Houssay a consecuencia de largos conflictos con los sucesivos gobiernos desde 1943, lo pone nuevamente en la senda de los hidratos de carbono, de la mano de los esposos Cori. La investigación sobre la lactosa, con la que inicia su propio camino, llega traída por la estrecha asociación que traba con Caputto, recién llegado de Cambridge, donde había iniciado estos estudios. De allí en adelante, es la propia lógica del proyecto de investigación elegido el que va señalando el camino, con un rigor "interno" notorio. En esta corta reseña, encontramos elementos para formular algunos señalamientos acerca de cómo la historia individual, un proyecto de investigación personal, se engarza y mueve junto con la historia más amplia, la de los demás. Vemos que los elementos que han tenido alguna influencia en los cambios de marcha tanto de intereses como de caminos de investigación, se encuentran inscriptos sobre todo en las circunstancias sociales que hacen a la pequeña comunidad científica en la que Leloir desarrolla sus actividades. Es en el intercambio con sus pares -primero médicos, luego fisiólogos, bioquímicos posteriormente-, donde encuentra motivos y razones para decidir a grandes rasgos hacia dónde investigar. Y es el estado del conocimiento bioquímico del momento -el grado de desarrollo del paradigma bioquímico- el que marca las posibilidades o imposibilidades de llevarlo a cabo. En este sentido, es un científico de ciencia normal kuhniana que practica la investigación dentro de los marcos conceptuales de su paradigma, y que se mueve bajo los influjos sociales de su comunidad científica, desde el círculo más restringido de su pe-

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queño grupo de investigadores, hasta el más amplio de la profesión médica, pasando por la comunidad bioquímica y fisiológica del país y del exterior. Por supuesto, no estoy diciendo que estas interacciones determinen qué y cómo investigar. Simplemente, ponen sobre el tapete los nudos problemáticos que merecen ser investigados, las razones a partir de las cuales pensar las decisiones, que devienen racionales a su luz. Contra lo que sostienen los "externalistas", no influyen mayormente en sus investigaciones ni la política en general, ni las presiones de la sociedad. Consigue, gracias a la Fundación Campomar, la suficiencia institucional y la económica, y con ellas independizarse de los vaivenes que sufre el país durante estos largos, duros años. Tampoco, siguiendo con los tópicos preferidos del externalismo, investiga bajo la presión de problemas prácticos a los que debe encontrar soluciones prácticas. Aunque se dedica a la investigación para brindar bases firmes a los tratamientos médicos, no son éstos los que lo guían, con la sola excepción de los trabajos con Braun Menendez acerca de la hipertensión maligna. Sabemos que los emprende cuando todavía se encuentra en los laboratorios de Houssay, quien sugiere la investigación por razones tan "internas" de la comunidad fisiológica que asombrarían a los externalistas. ¿Cómo conciliar su intención inicial de servir a la clínica, con los escasos resultados prácticos que obtiene? ¿Los habrá olvidado, o no emprende el camino correcto? Ni una cosa ni la otra. Como un índice de lo primero, tenemos las investigaciones que realiza con Escherichia coli y Stafilococcus aureus inmediatamente después de sugerir que el UDPG pudiera ser similar a los producido por la acción de la penicilina. Resulta transparente su intuición de que allí había bases para comprender mecanismos íntimos de las enfermedades infecciosas y su tratamiento.

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Pero la distancia entre la ciencia básica y su aprovechamiento clínico es mayor que lo podría suponerse, y no se sigue rápida y mecánicamente. De que el tratamiento recorre el camino que le marcan la comprensión fisiológica y bioquímica del organismo, aparece esbozado en algunas consecuencias clínicas de sus descubrimientos. Por ejemplo, Herman Kalckar, siguiendo los mecanismos del metabolismo de la lactosa que tanto estudiara Leloir, encuentra la causa de una enfermedad congénita, la galactosemia, en la falta de una enzima de este ciclo metabólico, la uridinil-transferasa. O Park y Strominger, que continuaron sus trabajos estudiando un derivado del UDPG, el UDP-ácido muriático, para desentrañar el secreto de la síntesis de la pared celular de las bacterias, que cumple un papel tan importante en las infecciones y en la respuesta a los antibióticos. El mismo Leloir, cuando se refiere a la utilidad de la investigación básica, cuenta la historia de Faraday, quien ante este interrogante, dice que el conocimiento es como un niño recién nacido, que no se sabe lo que va a ser, pero que sin duda se desarrollará. Vislumbramos que las discusiones acerca de las relaciones entre ciencia y sociedad toman un lugar, no central, pero sí significativo en el pensamiento de Leloir, cuando leemos algunos párrafos de su autobiografía que se refieren a las mismas, siendo, como era, tan parco al hablar de aquello que excede a la bioquímica. Comentando la labor de Houssay al frente del CONICET, expresa que su labor "hubiera sido aún más trascendente si la hubiera acompañado un correspondiente desarrollo agrícola-industrial". Para un visionario de una ciencia avanzada en un país avanzado como Houssay -y coincidía en esto Leloir-, era, una vez más, el entorno el que impedía la construcción de la ciencia y su utilización provechosa por parte de la sociedad. Ranwell Caputto, quien es probablemente el que mejor reconstruye ciertos aspectos profundamente humanos de su personalidad, piensa -concordando con nuestras apreciaciones acerca de su aproximación a la investigación básica como forma de acceder a mejores tratamientos- que las aplicaciones tecnológicas de la ciencia son algo que no figuran en sus trabajos, pero que probablemente le han interesado a lo largo de su carrera.

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Recuerda cuando en los primeros tiempos del Instituto de Investigaciones Bioquímicas incorpora al laboratorio a una joven bioquímica para que estudiara un método de purificación de la heparina, tan usada para evitar la coagulación de la sangre en cirugía, transfusiones, etc., y a la que se refería diciendo: “mitad en broma, mitad en serio, que el futuro económico del Instituto dependía de la obtención de una buena heparina. Tiempo después Leloir apareció con la sugestión de que buscáramos un substituto del glicerol, según creo, en la elaboración de pastas dentífricas. En la única aparición de Leloir que yo conozco como editorialista de "Ciencia e Investigación", sugiere que nuestro país debiera tomar el ejemplo de una zona de pequeña industria alrededor de Boston donde se produce, si recuerdo bien, materiales para el uso de la investigación científica. Pero el recuerdo de él que más me impresionaba en este aspecto de su personalidad, no sólo como ejemplo de genuina modestia, sino también como la confesión nostálgica de un primer cariño, es una conversación que mantuvimos en Córdoba. Leloir nos estaba haciendo el favor excepcional de ir allá como jurado en un concurso. Probablemente fue la única vez en su vida que ha hecho un viaje para participar en una actividad que es más burocrática que académicamente útil. En el momento que voy a referir, estábamos sentados en un antiguo baño transformado en el lugar donde se prepara el café, se destila el agua que usamos en el laboratorio y sirve de depósito de material de limpieza. El lugar es un tanto sucio y desagradable y yo me sentía algo avergonzado de tenerlo bebiendo café allí. Leloir, sin embargo, parece sentirse cómodo en esos lugares en los que el trabajo se junta con la pobreza y es en ese ambiente donde se puede extraer lo más genuino de él. Hablábamos de ese estribillo de "ciencia al servicio de la comunidad" que parecía que lo estaba convenciendo. Yo siempre he temido que el tal estribillo sea más dañino que servicial, y por lo tanto me interesaba saber cómo lo aplicaría él si alguna vez decidiera hacerlo. Su respuesta fue algo así: "... y, que se yo, tome mi caso por ejemplo, tantos años trabajando en estas cosas y nunca he encontrado algo que ayude al país". La respuesta me tomó por sorpresa y casi no podía creer lo que oía, pero continué con el tema y le pregunté en qué forma creía él que podía hacer algo que ayudara al país; la respuesta volvió enseguida: "... bueno, debe haber infinidad de cosas que hacer: por ejemplo, pudimos haber estudiado un método de esterilización de latas de carne mejor que los que tenemos ahora; seguro eso ayudaría al país.” 138

No cabe duda que Leloir permaneció toda su vida oscilando entre la ciencia básica que desarrolló siempre, y sus posibles aplicaciones prácticas, que demoraban tanto en llegar, pese al optimismo de sus citas de Faraday, sobre todo en el país que tanto amara, y que con su desarrollo insuficiente no las requería. Fue, junto con Houssay, el artífice de la ciencia para un país que no fue, que fracasó en su proyecto. No eran los profetas de la ciencia por la ciencia misma, sino de la ciencia como factor de desarrollo humano, económico y social. Nunca encontró la heparina perfecta, el buen dentífrico, ni la correcta esterilización de la carne enlatada. Con todo, la impronta que produjo en los conocimientos básicos del funcionamiento del organismo humano y la formación de generaciones de investigadores, sus logros supremos, persistirán en su país y en el mundo, como condiciones de posibilidad de nuevos avances y nuevas victorias del conocimiento sobre el atraso y la enfermedad. Otra de las tesis centrales de la visión externalista de la historia de la ciencia le asigna un papel esencial al desarrollo de los medios técnicos en su avance. En nuestro relato, apenas los mencionamos, salvo el caso del aparato para medir etanol, y las investigaciones que realizan con él Leloir y Muñoz, primero acerca de la degradación de este alcohol y luego sobre los ácidos grasos del hígado. Sabemos, sin embargo, que ocupan un lugar central en las investigaciones bioquímicas. Tanto es así, que la comunidad científica lo reconoce tan explícitamente como para otorgar el premio Nobel a descubridores de nuevos aparatos técnicos. Podemos mencionar entre ellos a Adolf Szigmondi, quien inventó el ultramicrocopio en 1902, premio Nobel de 1925, y a Marti y Synge, premios Nobel de 1952, quienes inventan la cromatografía sobre papel, que jugara un rol tan importante en el laboratorio de Leloir. Pero resulta asimismo claro que no es en lo técnico donde encontraremos el motor de sus investigaciones.

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Advertimos que su función principal consiste, comparando su laboratorio con los de sus amigos de Cambridge, Saint Louis o Nueva York, más que en estimular, en poner algunas limitantes al trabajo, acostumbrándolo a crecer pese a las carencias materiales en una época en que el talento, el entusiasmo y una adecuación a los medios disponibles permitían hacer investigaciones de avanzada en la Argentina, compensando las facilidades de que disponían los países más desarrollados. Épocas que quizás no han terminado, y en las que la única alternativa realista a las desventajas materiales sea avanzar precisamente porque se conocen las propias restricciones.

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El sentido de las investigaciones

EL SENTIDO PROFUNDO DE LA CIENCIA DE LELOIR. Hasta el momento, hemos seguido para vertebrar nuestro relato las sugerencias de la epistemología y la historia de la ciencia actuales. Nos llevaban a ellas nuestro propósito manifiesto, de narrar y comprender la vida y la obra de un científico. Hemos podido encuadrarla así en los marcos del paradigma bioquímico, del que Leloir es un continuador y un profundizador, mas no el creador; pertenece a la estirpe de los científicos de ciencia normal, no a la de los científicos revolucionarios. Hemos podido establecer su inserción en la gran empresa colectiva de la comunidad bioquímica, y su papel en la reproducción y ampliación tanto del conocimiento científico, como de la red social en la que se produce.

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Sin embargo, al analizar los artículos redactados en el lenguaje informativo, emocionalmente neutro de la ciencia, encontramos en ellos algo más que datos acerca de enzimas y sustancias químicas, de experimentos y resultados. Percibimos al leer la serie, una carga de contenida sensualidad, de encanto intelectual que sobrevuela en las soluciones que se esbozan al principio, hasta estallar luego, y que hacen de la misma una formidable aventura del pensamiento. Cada uno de ellos plantea problemas, brinda soluciones de un enorme ingenio, y deja en suspenso los tramos que sin duda serán cubiertos en el siguiente artículo. Cada escrito se constituye en el perfecto antecedente del que lo continúa, en su condición de posibilidad, de tal manera que éste puede verse como una movida en un juego de ajedrez; la naturaleza hace la próxima jugada -en forma de los nuevos interrogantes que se abren a partir de la última solución-, y el investigador toma a continuación su turno. ¿Dónde comienza la partida que juega Leloir? Fundamentalmente donde la dejan los Cori, con los que trabaja en Saint Louis. ¿Dónde termina? Al menos esta partida, la que hemos relatado, termina con la síntesis del glucógeno. Le seguirán otras, más allá del Premio Nobel. La tensión del juego, la fuerte apuesta comprometida en esfuerzos, conocimientos, tiempo invertido, y su culminación momentánea hacen al placer intelectual que constituye uno de los motores centrales que mueven al investigador, y que el lector atento puede compartir. Pero no nos hemos apartado hasta ahora del plano del conocimiento científico. ¿Será sólo intelectual el premio del investigador? ¿Sólo emoción cognoscitiva?

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Quisiera sugerir otro motor que quizás impulse inconscientemente estas investigaciones. Voy a explorar para esto un camino que no es recorrido habitualmente por la epistemología, ni por la historia de la ciencia. Sin embargo, posee una larga trayectoria en otros campos: en teoría e historia del arte, en algunas teorías del significado.

En ellos es sabido que las imágenes, los relatos, poseen además de aquello que muestran, de aquello que narran, un significado profundo, que escapa a la primera percepción, y que se encuentra depositado en los estratos del pensamiento simbólico, anterior y fundante del pensamiento conceptual con el que construimos el conocimiento. Esto que es evocado por lo que se muestra, formado por una colección de imágenes, primitivas algunas, más recientes otras, ligadas a relatos míticos en ocasiones, constituye el trasfondo inconsciente -y no conceptual- de una poderosa emotividad, que se pone en movimiento cuando son suscitadas. Permítaseme pensar por un instante que esto que es central en el arte y en los sueños -y quizás en la vida cotidiana-, ronda también al científico y a su obra.

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Que conjuntamente con el conocimiento se suscitan, se vehiculizan fuertes corrientes emotivas que provienen del trasfondo simbólico. Si esto fuera así, podríamos intentar leer bajo este aspecto a la obra de Leloir, intentar descifrar el encanto y el atractivo que poseen, más allá de lo puramente intelectual. Que esto fuera el caso, queda sugerido cuando en la lectura del conjunto de sus escritos, se entrevé una direccionalidad en las investigaciones que entronca con una larga tradición fisiológica, que rastreamos en la ciencia moderna remontándonos más de 150 años atrás.. Veámoslo. Claude Bernard, padre de la fisiología, investiga acerca de la glucosa, un hidrato de carbono elemental. Es clásico su experimento en el que logra provocar diabetes en un conejo punzando el piso del cuarto ventrículo, con lo que demuestra que allí se encuentra alojado el centro a partir del cual se conserva constante el nivel en sangre de este azúcar. Houssay logra demostrar una parte importante del mecanismo hormonal que rige dicho equilibrio, y da como tema de tesis a Leloir estudiar el papel de una glándula de secreción interna, la suprarrenal, en el metabolismo de la glucosa. Como hemos visto, posteriormente Leloir dedica sus mejores esfuerzos -ahora desde la bioquímica- a desentrañar los dispositivos por los cuales se metabolizan los hidratos de carbono. 145

La secuencia pareciera mostrar que los hidratos de carbono ocupan un papel central en su maestro, en él mismo, y en el fundador de la fisiología experimental. Cuando lo entrevisto, se lo hago notar, y le pregunto: "Dr. Leloir, ¿porqué los hidratos de carbono?" A lo que responde: "Es que uno persiste en una misma línea de investigación." La respuesta es simple, pero incorrecta. Entre la tesis, y sus trabajos en el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, median más de diez años, en los que estudia el metabolismo de los ácidos grasos, los mecanismos de la hipertensión, etc. Pero no continúa ninguno de estos caminos, y vuelve a su tema primero. Luego de su viaje por Estados Unidos, prosigue con unas investigaciones en las que comparte el camino que siguen los Cori, mas no el de su amigo Green -ocupado en otros temas-, con quien también pasa una temporada. ¿Decisiones circunstanciales? ¿Una casualidad? Quizás no. Pues si dejamos de lado el lenguaje técnico que habla de lactosa, sacarosa, almidones, y sus transformaciones en glucosa y glucógeno, y los reemplazamos por nombres más cotidianos, constatamos que Leloir descubre cómo se utiliza el alimento primordial de los mamíferos -la leche en la que está contenida la lactosa-, y luego los cereales -fundamentalmente constituidos por almidones recubiertos de celulosa-, sobre cuyo cultivo se cimientan las más antiguas civilizaciones. Al hacerlo, quizás comencemos a comprender la índole profunda de sus descubrimientos, el porqué oculto de la ruta tomada. Es necesario recordar que en el proceso de integración y desintegración de la glucosa -en el proceso de aprovechamiento de los hidratos de carbono-, en cada molécula-gra146

mo de glucosa se liberan, al reducirse, 675 calorías que proporcionan la casi totalidad de la energía que usa el organismo. Se cierra así el ciclo energético central del ser humano, que comienza cuando la energía solar madura los granos y se concentra en sus hidratos de carbono, o es portada por los azúcares de la leche para almacenarse en el glucógeno cuyos secretos develó Leloir, para liberarse finalmente con la degradación de la glucosa. Desde tiempos inmemoriales el ciclo: sol —

energía

— granos

— alimentos

— energía

han preocupado al hombre, quien ha ideado múltiples teorías para explicarlos. Las primeras teorías fueron míticas. El sol, la tierra, el maíz, el arroz, los animales dadores de leche y carne, fueron transformados en dioses benéficos en prácticamente todas las culturas, y sus relaciones mutuas integraron relatos míticos que dejaron una impronta perdurable en la humanidad. Poseen, por su mismo carácter simbólico, un profundo significado emocional. Sabemos, además, que cada niño, en su etapa de pensamiento simbólico, atribuye a las cosas y los animales un espíritu que actúa. Explica de esta manera al universo, al igual que hace milenios; redescubre, a su modo, y parcialmente, mitologías ancestrales. Sabemos, también, que en el adulto el pensamiento simbólico pervive, preludiando, enriqueciendo, dotando de significado profundo al pensamiento conceptual con el que construye la ciencia, la que ha reemplazado sólo en etapas muy recientes de la historia a las explicaciones míticas. Si aprendemos a leer con atención a la historia de la ciencia, veremos en muchas disciplinas la persistencia de antiguos interrogantes, núcleos subyacentes que se transparentan, velados, en su lenguaje conceptual. Viejas cuestiones -centrales a la curiosidad y a la misma supervivencia humana- que han sido respondidas a través de los tiempo desde mitologías de distinta índole.

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Quizás, entonces, podamos pensar que su simbología, y la fuerza histórica de sus interrogantes, conocidos, y sin embargo no pensados -inconscientes- alientan en la obra de los investigadores que se atreven a responderlos. Quien los responda, estará satisfaciendo curiosidades ancestrales Si esto fuera así, la pasión por conocer y ayudar a sus semejantes con este conocimiento, que llevó a Leloir al laboratorio de 9 a 17 hs. todos los días, rutinariamente durante cincuenta años, perseguía, sin saberlo, el sueño eterno de un Prometeo que descubre el fuego bioquímico que usan los hombres.

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16 Coda metodológica La estructura de las teorías. Sus modelos En este apartado relataré de manera informal nociones especializadas de la metodología de la ciencia, a fin de comprender de manera más acabada la forma en la que Leloir llevaba a cabo sus investigaciones. Las hemos empleado muy brevemente a lo largo del escrito. Me adentraré en algunas complejidades de la concepción estructural de las teorías, uno de los programas de investigación epistemológico más recientes, que ha resuelto tanto cuál es la estructura de las teorías científicas, como la manera de unir esta estructura a su evolución histórica. Consigue el primer punto, mediante el uso de la teoría ingenua de conjuntos, esa que se estudia en la escuela primaria cuando se enseña matemáticas moderna, logrando reescribir en este lenguaje especial a las distintas teorías científicas. En cuando al segundo, interpreta a la luz de esta formalización de las teorías -llamamos formalización la escritura en un lenguaje formal, en este caso la teoría de conjuntos-, lo dicho por Thomas Kuhn -cuyas posiciones acepta-, logrando que muchas afirmaciones suyas, oscuras y casi metafóricas, adquieran precisión, superando su vaguedad inicial. Se hace esto, en la presunción de que al reemplazar el lenguaje común de los libros de texto por un lenguaje simple, pero riguroso se consigue una claridad mayor en la exposición de las teorías, eliminando las ambigüedades de los lenguajes que no son formales. Al mismo tiempo, el uso de este otro lenguaje -la teoría de conjuntos- permite ver relaciones en la teoría que hubieran pasado inadvertidas sin esa maniobra. No sólo en la misma teoría, sino también entre distintas teorías. 150

La idea es sencilla. Un lenguaje nuevo permite hablar de otras cosas que en el anterior ni siquiera pueden ser dichas. El rigor matemático de la teoría de conjuntos no es inferior al de la lógica matemática, y al contrario de esta última, que fracasó a la hora de pasar a su formalismo teorías científicas reales, en ella se consigue hacer con una cierta facilidad. La formalización se efectúa, como hemos indicado anteriormente, tanto de las teorías científicas propiamente dichas, como de la narración de su historia, según la interpreta Thomas Kuhn. No voy a avanzar mayormente en la exposición de la concepción estructural de las teorías. Únicamente introduciré la noción de modelos de la teoría -de una manera informal-, para narrar la racionalidad del proceder científico de Leloir, guiado por el paradigma bioquímico. Lo hago porque para la concepción estructural de las teorías, la ciencia -sus teorías- puede ser vista como un conjunto de modelos, de tal manera que al hablar de la forma en la que Leloir se comporta frente a sus modelos, defino con mayor precisión la secuencia de pasos con la que encara sus investigaciones. Llamaremos modelo de una teoría, de la misma manera en que se hace en matemáticas, a un ejemplo en el que se cumplen los axiomas básicos de la teoría. En ciencias naturales, un modelo (empírico) será aquella porción de la realidad en la que se cumple aquello que dice la teoría. Así, si la teoría dice que un péndulo cumple cierta ley en su movimiento, entonces su modelo será esta piedra, por ejemplo, que oscila atada por un hilo, y que en su oscilación sigue los tiempos y espacios que prevé la ley de péndulos. En bioquímica, la transformación de la lactosa en galactosa y glucosa, y de la segunda en glucosa, son modelos de la teoría bioquímica del metabolismo. Cada paso de las transformaciones es un modelo. Ahora bien. Si separamos los términos en los que está formulada una teoría entre aquellos que le son propios, y los llamamos teóricos, reservando el nombre de no-teóricos para los que provienen de otra teoría, entonces podremos diferenciar distintos modelos. Habíamos dicho que en bioquímica encontrábamos, conjuntamente con sus términos específicos -enzimas, coenzimas, transformaciones-, otros que provienen de la química orgánica. Los modelos no-teóricos de la bioquímica son, como resulta sencillo advertirlo, los modelos de la química, en los que se especifica la composición de los compuestos existentes en los organismos vivos. 151

Pero sabemos por la historia que la bioquímica no nace de la preocupación exclusiva de químicos orgánicos, sino de su asociación con fisiólogos. En el organismo humano, terreno privilegiado que va a guiar la mayoría de las investigaciones de Leloir, es la fisiología la que indica la direccionalidad de las transformaciones que sufren las sustancias químicas. Mientras que la química estudia cada compuesto, la bioquímica estudia cómo uno se transforma en otro. Pero las sustancias no se eligen para su estudio al azar. Es la fisiología la que muestra qué sustancias pasan a ser otras en el organismo, y por consiguiente qué transformación estudiará la bioquímica. Llamaremos, siguiendo la terminología de la concepción estructural, Modelos no-teóricos. Abreviadamente, M-t. Lo primero que hace un investigador bioquímico es focalizar su atención en estos modelos parciales, pues es sobre ellos que versarán sus investigaciones. Deberá elegir uno de ellos para estudiarlo. El éxito de toda la secuencia de investigaciones dependerá de su "olfato" en la elección. Fracasará si es demasiado complejo en sus etapas intermedias, o si no dispone todavía de recursos técnicos para abordarlo. Una vez elegido uno de ellos, por ejemplo la transformación de la galactosa en glucosa, se intenta hacer de él un modelo de la bioquímica. El primer paso para lograrlo es proponer que se trata de un Modelo teórico, Mt, de la bioquímica, al que se llega postulando la existencia -de manera hipotética- de enzimas, y eventualmente de coenzimas responsables del cambio metabólico. Finalmente el Modelo teórico llega a ser Modelo a secas (Ma) si en él se cumple la ley fundamental de la bioquímica, a saber, que mediante la acción de tales o cuales enzimas (y coenzimas) la sustancia primera se transforma en la segunda. Esta coincidencia con el proceder real de los científicos es un argumento que apoya a la concepción estructural como una presunción válida acerca de la constitución íntima de las teorías. Así lo hemos visto mientras estudiábamos las publicaciones de Luis Leloir, que interpretábamos cumplían los siguientes pasos: i. localizaba cuáles son las sustancias que se transforman unas en otras, por ejemplo, la galactosa-fosfato en glucosa-fosfato; un Modelo parcial posible entre tantos otros; ii. encontraba las enzimas y coenzimas correspondientes, hexoquinasa y UDPG, convirtiéndolo en Modelo potencial; 152

iii. constataba que, efectivamente, ese era el mecanismo de transformación, excluyendo otros, con lo que lo constituía en Modelo de la bioquímica. Quisiéramos que fueran vistas a la luz de estas precisiones formales las referencias a modelos efectuadas a lo largo del escrito. La complejidad de tres niveles sucesivos de modelos para cada zona de la realidad fueron presentados por razones de economía expositiva como si fuesen sólo uno, el acabado. Los tres conjuntos de modelos -Mpp, Mp, M-, son cada uno de ellos un subconjunto del otro, es decir, que son más restringidos y con menos miembros que al anterior. Forman el Núcleo estructural K de la teoría. Esquemáticamente:

Ma Mt

M-t

En el diagrama se muestra la relación entre los modelos no teóricos M-t, los teóricos Mt, y los actuales M

Núcleo Estructural = ( M-t, Mt, Ma ) Para terminar de completar esta exposición sucinta de la concepción estructural, diremos que el paradigma está definido por el conjunto de modelos que integran el núcleo estructu153

ral, y además por las aplicaciones efectivas que ha tenido en el curso de las investigaciones en el período de ciencia normal. Llamadas "intended applications" en la terminología inglesa, "aplicaciones propuesta" en su traducción española, I en su simbología, marcan la unión indisoluble en el paradigma entre aquellas cosas que se pueden señalar desde la teoría, y aquellas que efectivamente han sido investigadas como formando parte del paradigma. Entre la teoría y lo empírico. Entre lo que puede hacerse, y lo se ha hecho. Así, el paradigma (P) puede ser definido esquemáticamente como: P = (NE, I) Son las I, las aplicaciones propuestas, las que varían en el curso de la historia del paradigma, y es a través de ellas que éste se amplía, crece, se desarrolla. En esta historia, a través de las aplicaciones concretas que hace del paradigma, se inscribe la obra de Leloir. Estructura, paradigma e investigación Tratemos de comprender la racionalidad de los distintos experimentos a la luz de esta versión estructural, de modelos, de la historia de la ciencia de Thomas Kuhn. Habíamos dicho que un paradigma constaba de numerosos modelos de aplicación en la naturaleza, cada uno distinto del otro. Todos ellos constituyen el Núcleo Estructural Se introducía así una novedad en la idea de ciencia que la aproximaba más a la ciencia real. Recordemos que para la concepción tradicional, lo central de la ciencia eran sus leyes -o hipótesis-, lo que suponía una única aplicación para cada ley. Esto significaba renunciar a entender lo que unía a múltiples investigaciones -múltiples leyes o hipótesis-, aunque todas ellas fueran parecidas entre sí. La noción de paradigma, era el espejo adecuado para reflejar la actividad científica. Lo lograba mediante la fragmentación de la aplicación única en múltiples zonas aptas para ser investigadas bajo un mismo núcleo teórico, especializando dicha formulación general en postulaciones específicas para cada una, a la manera de un árbol teórico, con un tronco central y múltiples ramificaciones -o modelos-. Habíamos visto que para la bioquímica el primer modelo fue el de la fermentación del jugo de uvas. Modelo paradigmático, ejemplar en la terminología kuhniana, que constituirá el patrón, el molde que seguirán los demás modelos.

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Las investigaciones de Leloir y su equipo, entre las que mencionaremos la oxidación de ácidos grasos, la degradación de la lactosa, o la síntesis de glucógeno, pertenecen al orden de las ampliaciones del paradigma, concebidas como aumento del número de sus modelos realmente demostrados. Otros modelos que se añaden al primer modelo paradigmático. Hemos visto cómo los experimentos estaban, efectivamente, destinados a aislar una enzima, y a obtener con ella la transformación de una sustancia en otra. Muchas de las maniobras estaban destinadas a obtener en estado de pureza -aislar, purificar- las sustancias o enzimas. Es decir, en dejar actuando sólo los factores relevantes a la luz del paradigma bioquímico. Pero la secuencia de experiencias no termina allí, pese a haber cumplido con los pasos estipulado por el paradigma. Continúa, pues la bioquímica de Leloir es más compleja que lo expuesto para la generalidad del paradigma. Pensemos en lo que se había logrado hasta el momento. Se había construido un modelo de la teoría en el laboratorio, un modelo artificial en el que se demostraba el cumplimiento de la ley fundamental, a saber, que la enzima z transforma la sustancia x en la sustancia y. Pero al paradigma -a los paradigmas- no les interesa mayormente, aunque no lo menosprecie, el que se lo dote de un modelo artificial más. Es necesario demostrar que el modelo artificial es una correcta representación de los procesos naturales, que es isomorfo a un modelo natural, o mejor, que son idénticos. Es necesario demostrar que la construcción artificial ha reproducido a la naturaleza. Por este motivo es habitual que a los primeros experimentos que establecen cuáles son las enzimas y coenzimas del paso metabólico en estudio, le sigan otros en los que se demuestre: i. que la sustancia producida es idéntica a la natural. Por ejemplo, Leloir demostró que el glucógeno producido artificialmente -in vitro- posee las mismas propiedades y la misma estructura que el presente en el hígado o el músculo. Se puede apreciar en esta demostración una excelente prueba bioquímica del principio de identidad de Leibnitz -el de indiscernibilidad de los indiscernibles- el que establece que dos entes son idénticos si y solo si no se encuentran diferencias entre sus propiedades y si lo que se le atribuye a uno se le puede atribuir también al otro;

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ii. que las mismas enzimas que producen la transformación en el laboratorio -generalmente extraídas de levaduras- se encuentran presentes en los tejidos animales, y que en ellos son igualmente eficaces; iii. que la transformación se realiza en microorganismos vivos, ya que es sumamente difícil efectuarla en organismos vivos complejos; iv. que ese factor y sólo ese -junto o no su coenzima- es el que realiza la transformación. Para ello, realizan otro experimento en el se encuentran presentes todos los factores menos la coenzima. Es un recaudo metodológico en el que se sigue la regla expuesta primeramente por Hipócrates, y muy posteriormente por Stuart Mill, que dice que algo es causa de un efecto si en su presencia ocurre el fenómeno y en su ausencia no. Claude Bernard reescribe la regla de Hipócrates para la fisiología cuando insiste en la importancia del animal de control para evaluar los resultados de un experimento. Consiste en que a otro animal se le practican todos los cambios que al primero, menos los que se consideran relevantes. Si en este caso no se reproduce el resultado del animal de experimentación, se atribuyen a estos factor el efecto observado. Una vez cumplidos estos pasos, es posible afirmar que el modelo artificial coincide con el natural, logrando uno de los objetivos básicos de la bioquímica, puesto que a ésta le interesan las propiedades de las sustancias de las sustancias y sus cambios en sí mismos -lo que investiga mediante el experimento central- pero sobre todo le interesa saber de las transformaciones en el organismo vivo. Y agregaríamos: especialmente en el organismo humano, del que los otros organismos, cuando se comprueba en ellos tal o cual función bioquímica, serían una buena representación, un buen modelo, supuestamente idéntico al humano, puesto que sus inclinaciones apuntan por tradición investigativa, hacia la fisiología humana y sus cambios patológicos. En este último sentido, se advierten a lo largo de los artículos indicaciones mínimas, pero lo suficientemente significativas, que conectan los hallazgos bioquímicos con enfermedades humanas. Más sobre modelos En "Un nuevo éster fosfórico de la glucosa y su función como coenzima", que nuestros autores publican en Ciencia e investigación, encontramos una inusual referencia metodológica que hubiera pasado desapercibida para la metodología tradicional, ya que pertenecía al contexto de descubrimiento -la forma en la que se llega a una nueva propuesta científicaajeno por definición a sus preocupaciones, que se refieren a la justificación del mismo. Sin embargo, a la luz de las actuales reflexiones sobre la ciencia, para las que las teorías son consideradas conjuntos de modelos, -y no un sistema deductivo-, ocupan un lugar central. Refiere Leloir: “En forma un tanto ocasional se encontró en nuestro laboratorio un hecho que habría de influir en la interpretación de este mecanismo (se refiere a la formación de glucosa6-fosfato a partir de glucosa-1-fosfato). Estudiando el metabolismo del galactosa-1-fosfato que se forma por acción de un extracto de Saccharomyces fragilis sobre la galacto156

sa, se encontró que es necesario un factor termoestable para que dicho éster se metabolice. Por razones de analogía se aplicó el mismo preparado a la reacción de la fosfoglucomutasa de la levadura de cerveza y se encontró que también era fuertemente activada.” Desde la concepción estructural el pensamiento analógico -prohibido por quienes hacen de la lógica deductiva el núcleo de la racionalidad- ocupa un lugar importante en la ciencia, puesto que los distintos modelos de una teoría guardan entre sí relaciones de "parecido", como lo tienen también las leyes que los gobiernan y los mecanismos por los que se llegan a las leyes. Habíamos comentado anteriormente, lo que es confirmado por las afirmaciones de Leloir, que la ciencia normal consiste en intuir "parecidos", "analogías", en las zonas de la realidad que todavía no son modelo del paradigma con aquellos que ya lo son, y a continuación demostrar que lo acertado de la intuición. Los parecidos no llegan a ser tan estrictos como para suponer una igualdad de estructura -no son isomorfos-, pero tienen otras reglas de estrictez. Sabemos que existe isomorfismo que mientras se conserve la estructura, no interesando cuáles sean los elementos, ni las relaciones. Son así isomorfos modelos aparentemente tan disímiles como unas notas escritas en el pentagrama, el sonido que resulta al tocarlo en el piano, y los surcos de un disco en el que se graban. En bioquímica los elementos y las relaciones deben pertenecer, necesariamente, a un mismo género de entidades. Los primeros son indefectiblemente sustancias químicas que se encuentran presentes en los tejidos, mientras su transformación se encuentra siempre mediada por otras sustancias químicas, las enzimas y coenzimas. Lo único que se exige es que sean distintos en cada modelo, tolerándose la ausencia de una coenzima, por ejemplo, o la presencia de otra sustancia que contribuya a la reacción, es decir, resultan tolerables ligeros cambios entre las relaciones que definen una estructura. El pensar que un parecido es más importante que otro, que una misma sustancia puede actuar en una situación, mientras que no puede hacerlo en otra, forma parte de la actividad científica que es rescatada por la concepción estructural de la ciencia, mientras que parecería no racional para epistemologías anteriores.

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17 Glosario

GLOSARIO. VOCABULARIO BÁSICO DE QUÍMICA BIOLÓGICA Para facilitar la tarea del lector, se definirán a continuación los términos especializados más importantes, con cortas referencias a sus relaciones básicas, a la manera de una introducción elemental a la química orgánica y a la bioquímica. Estos son los nombres de las sustancias cuyo metabolismo investiga la bioquímica de Leloir. Hidratos de carbono: Cuerpo compuesto de átomos de carbono (C), hidrógeno (H) y oxígeno (O), estando estos últimos en la misma proporción que en el agua, es decir, dos de hidrógeno por uno de oxígeno. Su fórmula general es Cn (H2 O)n, siendo n un número cualquiera. Azucares: Son hidratos de carbono que tienen sabor dulce, y contienen en su molécula al menos una función de alcohol (OH); cuando fermentan, dan lugar a alcohol etílico. Monosacáridos: Son un tipo de azúcares básicos, los ladrillos con los que se construyen los hidratos de carbono más complejos. Glucosa: Monosacárido fundamental en el metabolismo humano. Su exceso da lugar a la diabetes. Levulosa o fructosa: Es el azúcar monosacárido de las frutas. Lactosa: Azúcar de la leche, se desdobla en dos moléculas, una de glucosa y otra de galactosa. Sacarosa: El azúcar común, formada por dos moléculas, una de glucosa y otra de fructosa. Galactosa: Azúcar formada por dos moléculas, una de glucosa y otra de lactosa.

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Glucógeno: Se trata de un polisacárido -formado por muchas moléculas básicas-; es la forma bajo la que se almacenan los hidratos de carbono en el organismo, depositándose sobre todo en el hígado y en los músculos. Almidones: Polisacáridos presentes en los cereales, papas, arroz, de enorme importancia en alimentación humana. En la papa, se denominan fécula. Celulosa: Hidrato de carbono complejo, que forma la membrana de las células vegetales. Los siguientes términos corresponden a las sustancias -enzimas y coenzimas- que aparecen en los artículos analizados. Glucosa-1-fosfato: Glucosa que posee un átomo de fósforo en el carbono 1 de su fórmula. Glucosa-6-fosfato: Glucosa que posee un átomo de fósforo en el carbono 6 de su fórmula de seis carbonos. Glucosa-1-6-difosfato: Glucosa que posee dos átomos de fósforo, en los átomos 1 y 6. Fructosa-1-6-difostafo: Fructosa con dos átomos de fósforo en su fórmula de seis átomos. Galactosa-1-fosfato: Galactosa con un átomo de fósforo. ATP: Abreviatura de adenosin-trifostato, compuesto con tres átomos de fósforo, que cede uno a otra sustancia cualquiera, transformándola de esta manera, y quedando él mismo, al tener menos fósforo, transformado en ADP. ADP: Abreviatura de adenosin-difosfato, compuesto que posee dos átomos de fósforo, pudiendo aceptar uno de otra sustancia, transformándola, y cambiando él mismo a ATP. UDPG: uridino-difosfato-glucosa, sustancia descubierta por Leloir, de la mayor importancia metabólica. Estamos ahora pertrechados con las herramientas conceptuales básicas para comprender las investigaciones de Leloir. Son pocos conceptos, casi elementales en el química. Lo interesante, como sucede habitualmente en ciencia, es cómo pocos elementos explican con rigor una variedad amplia de fenómenos. El secreto de Leloir radica en conseguirlo, con un manejo sumamente inteligente de los mismos.

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Apéndice I. Entrevista al Dr. Leloir

Esta es la última entrevista que tuve con el Dr. Leloir, y posiblemente la última que concedió antes de morir. La había demorado largamente, en parte por motivos ajenos a mi voluntad, y en parte por temor a que las preguntas no fueran las correctas y por consiguiente, que las respuestas siguieran por caminos ya recorridos en tantas otras entrevistas, en tantos artículos suyos. Intentaba, con mis preguntas, explorar las razones teóricas y sociales que incidieron en sus investigaciones. Algunas de las preocupaciones que las originaron se encuentran expuestas en las páginas precedentes, y orientaron parcialmente las reflexiones que allí figuran. Esto fue lo que conversamos durante aproximadamente una hora. P. De todo el enorme campo de la bioquímica, algunos con grandes perspectivas de desarrollo, usted apuesta a los hidratos de carbono. ¿Porqué es así? R. Y... supongo que uno va siguiendo el tema que empezó, porque empecé haciendo la tesis sobre suprarrenales

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e hidratos de carbono. Claro, vistos desde el punto de vista fisiológico. Pero después uno, supongo que estudia mucho sobre hidratos de carbono y entonces ya sigue interesándose. Yo creo que es una cuestión de empezar en ese tema. Mucho depende de los métodos disponibles. Uno trabaja en cosas para las cuales hay métodos para dosar y sustancias de los que se disponga. Eso guía también un poco las posibilidades de hacer algo. P. ¿Podría hacer algún comentario acerca de cuáles fueron los medios técnicos que influyeron en su trabajo? R. Claro. La tesis la hice principalmente dosando azúcar en sangre, glucemia. Creo que no sé si hay otros métodos en la tesis, pero casi todo eran subidas y bajadas de glucemia. Creo que había algún experimento con medidas de glucógeno, que en realidad es parecido. Al final, se hidroliza el glucógeno con ácido y acaba dando glucosa. Bueno, y después uno sigue con los métodos disponibles en esa época. Me acuerdo que cuando fui a Inglaterra después de la tesis, uno de los métodos novedosos que había en esa época eran los manométricos, que consistían en medir los cambio de gas en unos vasitos que se tenían en un baño de temperatura constante. Había dos tipos de aparatos, uno de Walbur y el de Barcroft, que era un fisiólogo inglés. Bueno, eso permitía medir una cantidad de cosas con, por ejemplo, cortes de tejidos, rebanaditas de tejidos, usted podía medir consumo de oxígeno, formación de anhídrido carbónico y otras cosas. Esto es interesante, y cuando estuve en Inglaterra hice con el Dr. Edson, que era un neozelandés, un estudio sobre la formación de cuerpos cetónicos en hígado principalmente. Después ese trabajo lo seguí en parte con Muñoz aquí en Bs. As.; era en realidad una continuación de ese otro trabajo. Era con rebanadas de hígado también. Así que uno siempre hace lo que puede con los métodos de la época. Y cada método nuevo representa un gran adelanto. P. En los escritos no me resultó clara su participación en el trabajo sobre hipertensión; ¿podría contarme cuál fue? R. Yo hacía más bien la parte in vitro. Porque había que hacer unas medidas de sustancia presora en un perro. Era cuestión de inyectar al perro para medir la sustancia presora, y yo preparaba distintas mezcolanzas en laboratorio, para con eso inyectarle al perro. El perro era el método, la medida. Hacía separación de fracciones de la sangre, e incubación con extractos de riñón, etc. 161

No participé de todo el proceso. Después deben haberla seguido desde el punto de vista fisiológico. Aunque la parte in vitro se acabó en eso. Se acabó cuando lo echaron a Houssay porque entonces se desintegró el equipo. Yo fui a Estados Unidos; los demás armaron un Instituto de Medicina Experimental que todavía está ahí. P. ¿Comienza el desarrollo de la fisiología argentina con Houssay? ¿Qué fisiología había antes de él? R. Y, practicamente nada, fisiología experimental ninguna. Yo no alcancé esa época, yo entré directamente con Houssay. Había un fisiólogo que se llamaba Frank Soler, que fue el rival para acceder a la cátedra. Casi sale Frank Soler, porque creo que el final fue en el Consejo Superior de la Facultad de Medicina. Hicieron una votación, y salieron iguales Houssay y Soler, y entonces el decano tuvo que desempatar. El decano era Lanari, y lo eligió a Houssay, la verdad que fue un voto que debe haber hecho una diferencia fenomenal. Porque Frank Soler, no sé, yo nunca lo conocí, pero no debe haber sido experimentalista. P. Y en bioquímica, ¿qué había antes? Eso sí lo vio usted. R. Y, en bioquímica había más actividad. Había comenzado con el Dr. Sordelli antes de mí. Fue una persona muy distinguida, un bacteriólogo que entró en la profesión. Fue jefe del Instituto de Bacteriología e hizo algunas cosas: preparación de insulina, etc.; era más bien bioquímico. Y después Deulofeu, que era un químico orgánico, también estaba dedicado a la bioquímica. Había otros dedicados al análisis bioquímico, el Dr. Marensi. Había actividad. P. En un chiste que aparece en uno de los escritos sobre usted, se relata usted decía "nada resiste la investigación sistemática", y que cuando los experimentos no resultaban, le contestaban: "nadie resiste la investigación sistemática"; ¿qué es la investigación sistemática? R. Eso era en el época de la hipertensión. Bueno, la idea es que si uno investiga, al final resuelve el problema de averiguar qué pasa. A mi me había dado por decir eso, y sucedía que con Juan Carlos Fasciolo íbamos a inyectar a los perros. Los perro siempre traían problemas, porque por ahí les inyectaba una cosa y el perro se moría, o les inyectábamos una cosa para que subiera la presión, y la presión bajaba. Es un método de dosaje muy malo. Es decir, malo no, pero que trae muchos problemas, y entonces 162

por supuesto las cosas andaban pésimo, salía todo al revés, y entonces Fasciolo decía: "nadie resiste la investigación sistemática". P. ¿Qué es la bioquímica, doctor? R. El estudio de los seres vivos por métodos químicos. La bioquímica ya no está en primera línea ahora. Primero se empezó con la biología molecular, y después con la genética molecular, la transferencia de genes. No, la bioquímica sigue vigente, pero el nombre que recibe toda esa actividad va cambiando, se va fraccionando, se va transformando. Los bioquímicos ya usamos medios anticuados, de monje. P. ¿Cómo cree que debe ser la universidad? R. Y, yo creo que los modelos esos anglosajones funcionan bastante bien, no sé. No hay que cambiar mucho más. P. ¿Podría comentar la importancia que tuvo David Green en su vida, a través de la idea de formar grupos de trabajo? R. David Green tenía un cargo en el Collegue of Physicians and Searching, pero no tenía ayudante ni nada. Tenía un cargo y él se arreglaba, conseguía un subsidio de la Rockefeller para cargos de fulanos, para becas de fulanos y así armó su grupo de trabajo. Entonces, vine para acá de vuelta y fui armando un grupo de trabajo. Después fue el origen de la Fundación Campomar. Porque había conseguido que viniera otra gente a trabajar conmigo. Vino el Dr. Caputto con una beca de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias. El había estado en Inglaterra y se volvía a Argentina para trabajar en Córdoba. Conseguimos que se viniera a Buenos Aires, así que ya éramos dos. Después vino el Dr. Trucco también y ya éramos tres, y después no vino nadie más. No, después de eso se fundó la Fundación Campomar que empezó con Trucco, Caputto y yo. Después vino Paladini para un trabajo comunitario. Se completó el grupo

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con Cardini que vino de la Universidad de Tucumán porque lo habían echado, se tuvo que salir por alguna razón política. P. ¿Qué importancia tuvieron en su trabajo los períodos que pasó en el extranjero? R. Bueno, la idea de ir afuera era averiguar todo lo que hace, qué método usan, cómo trabajan, todo eso. Yo creo que es indispensable la conexión esa. Estuve un año en Cambridge, uno y medio en Estados Unidos. Bueno, en realidad esas estadías afuera fueron causadas porque uno no podía trabajar acá. Porque en otros períodos yo he viajado bastante, pero hacía viajes cortos para alguna conferencia. Eso le permite a uno conversar con los colegas de afuera, averiguar qué es lo que está sucediendo, conocer métodos nuevos. Y así sin necesidad de estar al lado. Uno va con mentalidad abierta, conoce lo nuevo, y después viaja cada tanto. Sí, la vocación de viajar sin duda le sobra si uno está metido en el tema en el que se mueve, ¿no? Y el error de la Argentina fue aislarse del resto del mundo, fue creer que nos podíamos arreglar solos. Ya ve lo que nos pasa, es un tributo caro. P. Ud. nunca quiso irse definitivamente, ¿no es así? R. En una época sí, estuve tentado de aceptar un cargo en Estados Unidos. Pero estuve dudando, no sabía qué hacer, no sabía qué preguntar, ni tenía conocidos. Nadie le puede dar consejos a uno en esos casos. Y al final me quedé, no sé porqué. Era una época en que acá veía tan difícil hacer nada, ¿no? Y tenía la posibilidad de ir a Estados Unidos. P. ¿Ud. cree que eran épocas peores que estas? R. No sé. Lo malo que tiene es que ya llueve sobre mojado, y van quedando pocas esperanzas. Claro, en parte es porque yo estoy viejo. Pero los jóvenes me hace la impresión de que les pasa un poco lo mismo. Ya no tienen ánimo para luchar otra vez, como si se hubieran vencido. P. ¿Qué fue la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia? R. Y, es una Asociación que todavía existe. Se formó por un grupo de científicos. Houssay fue el presidente durante 12 años. Todos los científicos de esa época estaban 164

en el Colegio Directivo de la Asociación. Y, es una Asociación que tenía pocos medios, pero daba becas. En cierta época el presidente Justo hizo una moción para que el Congreso diera un millón de pesos para becas. Un millón de pesos en esa época era una cantidad fabulosa de dinero, debía ser más que un millón de dólares de ahora. Bueno, y con eso dio unas becas haciendo que se formara gente. Después, la Asociación publicaba una revista, Ciencia e Investigación, de divulgación científica. Y todavía existe, ahora la Asociación está a cargo de Albertito Taquini, Alberto Taquini hijo, decano de Farmacia. P. ¿Cómo aparecen los temas de investigación en el Instituto? R. Y, cada persona elige su tema. Generalmente los traen de sus becas. Los investigadores formados acá son gente que han trabajado con otro, tres, cuatro o cinco años, y generalmente se van afuera, y cuando vuelven muchas veces traen temas que estuvieron trabajando afuera. Sí, aquí hay ... yo creo que hay demasiados temas, ¿no? Porque cada persona tiene su tema. Sería mucho más conveniente que se asociaran, que trabajaran pocos temas bien. P. ¿Cree que hay mucha dispersión? En una lista de veinte personas hay veinte temas distintos. R. Lo creo, sí. Es una locura. Es la Argentina. La investigación a la argentina. P. Ud. es un hombre de trabajo en equipo, ¿no? R. Sí, eso es así. Siempre me ha gustado comentar lo que estoy haciendo, porque por ahí surgen ideas, así, charlando. P. ¿Podría contarme los primeros trabajos sobre la UDPG? ¿Cómo apareció el tema? R. Eso empezó porque estuvimos estudiando la transformación de la lactosa y ... eso debe estar escrito en algún lado. La lactosa es un azúcar que tiene una parte de glucosa y otra parte de galactosa juntadas. En realidad la galactosa difiere de la glucosa en un oxhidrilo que está para un lado. Es una diferencia mínima, pero eso hace que los organismos las distingan. Por ejemplo, unos organismos usan glucosa y a la galactosa 165

no la pueden usar. Bueno, y vimos que una preparación de enzimas de levadura consumía galactosa cuando se le agregaba una cierta sustancia sacada de la misma levadura, pero una sustancia temoestable. Así, lo que se hizo fue empezar a purificar, fraccionar esa sustancia termoestable hasta que se averiguó que era la UDPG. P. ¿Qué métodos usaban para purificarla? R. Y, haciéndole diversos tratamientos. Por ejemplo se absorbía con carbón o se precipitaba con sales de mercurio. Se podía fraccionar con columnas de intercambio iónico, y así con todos los métodos que había en esa época. Hoy hubiera sido una pavada, eso a lo mejor en una semana lo resuelven con los métodos que hay ahora. P. ¿Cómo aparece el interés por investigar la lactosa? R. No sé, esa era una idea del Dr. Caputto. El estaba interesado, no en el consumo de lactosa, sino en la formación de lactosa por la glándula mamaria. Porque, sabe, la glándula mamaria produce lactosa y el mecanismo de formación de la lactosa era una cosa que le intrigaba en esa época. Así que habíamos empezado estudiando la formación de lactosa en la glándula mamaria, pero eso no marchaba. Entonces después conseguimos esa levadura que consumía lactosa. Y pensamos, bueno, podemos crear consumo, a lo mejor averiguamos cómo se forma la lactosa. Al fin, después de muchos años, la formación de la lactosa la descubrieron otros tipos en Estados Unidos. Pero interviene también el UDPG. Así que la idea general no estaba mal. Interviene el UDPG en la síntesis, ¿no?, así como en ciertos casos interviene en la degradación, en este caso interviene en la síntesis. Damos la entrevista por terminada. Prometo volver con un escrito de análisis de su obra, para que lo lea, lo revise y lo apruebe. Muere diez días después. Hoy cumplo mi promesa, pero Leloir no está aquí para leerlo.

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Apéndice II. Artículos originales de investigación

En el primer apéndice -la entrevista-, se pretendió explorar cómo el contexto "externo" a la obra de Leloir pudo incidir en la dirección impresa a las investigaciones. En el segundo, poner al alcance del lector tres escritos claves de su producción científica -el núcleo privilegiado de su contexto "interno"-, disponibles sólo en forma dispersa o en su versión en inglés. Son ellos: 1. La lactasa y la fermentación de la lactosa en el Saccharomyces fragilis. 2. Una coenzima para la fosfoglucomutasa. 3. Uridino difosfato glucosa: la coenzima para la isomerización de la galactosa-glucosa. Por razones de formato, no se adjuntaron las tablas de los artículos. LA LACTASA Y LA FERMENTACIÓN DE LA LACTOSA EN EL SACCHAROMYCES FRAGILIS R. Caputto, L. F. Leloir y R. E. Leloir y R. E. Trucco

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(Inst. de Invest. Bioquím. Fundación Campomar, Buenos Aires, Rep. Argentina) 4-X-1947 Willstaetter y Oppenheimer (1) supusieron que la lactosa puede ser fermentada sin una hidrólisis previa a glucosa o galactosa. Basaron su afirmación en: a) la tasa de fermentación más rápida del disacárido si lo comparamos con sus componentes monosacáridos y b) en una actividad insuficiente de la lactasa. El problema fue discutido recientemente (2,3) siendo necesaria una utilización no-hidrolítica de la lactosa para explicar el hallazgo reciente de que un filtrado de Lactobacillus puede crecer en lactosa, pero no en glucosa o galactosa. Los experimentos descritos en este trabajo fueros diseñados para encontrar alguna explicación estudiando las primeras reacciones de la utilización del azúcar. La división de la lactosa fue examinada para detectar una posible separación fosforolítica. La tasa de reacción de la lactosa y de sus subproductos con adenosin trifosfato (ATP) fue medida, y se hicieron algunos estudios acerca de la fermentación de extractos libres de células. Experimentos Cultivo de Saccaromyces fragilis: el filtrado fue gentilmente cedido por el Dr. Pablo Negroni y perteneció a la colección del Departamento de Micología de la Universidad de La Plata. Se estudiaron las condiciones para obtener los mejores rendimientos de cultivo en un medio barato. Fue necesario un medio que contuviera lactosa pues las enzimas son adaptativas.(2). El suero de la leche al que se agregó extracto de levadura dio el mejor rendimiento. La adición de sales de fosfato, amonio y magnesio no lo mejoraron. A un pH=7 el crecimiento es ligeramente más rápido que a pH=5-6, pero se prefirió éste último por considerárselo más seguro a fin de evitar la contaminación bacteriana. El procedimiento que se adoptó finalmente fue el siguiente: se acidificó leche descremada a un pH=5 con ácido clorhídrico, agregándose 5 gramos por litro de levadura seca. Luego de calentarla a 115° durante 15 minutos en autoclave, se filtra la caseina usando filtros de tela y un filtro adicional ( John Manville's Hiflo Super). El pH fue llevado luego a 6 con hidróxido de sodio. Se esterilizaron quince litros de este medio durante 30 minutos en envases de leche de 20 litros provistos de un tubo para aireación contínua y se inoculó con 1500 cc de cultivo fresco de S. fragilis. Los envases fueron luego conservados a 30° durante 48169

72 horas. La levadura se separó a continuación con una centrífuga contínua. El rendimiento que variaba entre 150 y 200 gramos no era muy elevado pero fue mejor que el obtenido por otros trabajadores (1,5). Las tasas relativas de fermentación fueron usualmente: Lactosa: 250, glucosa: 100, galactosa: 50 Preparación de la lactasa: se usaron distintos tipos de preparaciones a las que se aludirá como preparaciones citolisadas, extractos crudos o parcialmente purificados. La preparación citolisada se obtuvo agregando medio volumen de tolueno y 0.2 volumen de 0.5 de bicarbonato m-sodio a una torta de levadura y luego mezclándolos cerca de 20 minutos. El extracto crudo se obtuvo lavando la preparación citolisada de 5-6 horas de hecha con un volumen de agua. Lo sólido fue dejado en una caja con hielo 2-3 días, con dos volúmenes de 0.6 m-KCl. La parte sólida fue entonces filtrada y centrifugada. Los extractos parcialmente purificados fueron preparados por fraccionamiento precipitado con acetona en el frío. El precipitado formado por la adición de 40 cc de acetona a 100 cc de extracto se descartó, obteniéndose la fracción activa de lo que sobrenada mediante otro agregado de 30 cc de acetona centrifugada y disuelta en 20 cc de 0.6 m-KCl. En algunos casos el extracto se sometió a una segunda separación por precipitación entre 20 y 30 % de acetona. Suspendido en agua pura, la enzima pierde alrededor de la mitad de su actividad en 2-3 horas. En un buffer de 0.6 m-KCl o en 0.1 m-citrato buffer. En un medio buffer de pH 6.8 de 0.6 m-KCl, o 0.1 m-citrato la enzima deviene estable en el frío. El fraccionamiento por precipitación con sulfato de amonio aportó alguna pureza pero con grandes pérdidas. Por estos medios era posible separar la lactasa de la invertasa. Estimación de los azúcares: El método descripto por Tauner y Kleiner (6) fue usado en experimentos preliminares y se encontró que los resultados variaban ampliamente según el contenido de sal de las muestras. El reactivo descripto por Steinhoff (7) que posee una acción buffer más elevada fue usado y adaptado a una microescala. Se experimentó una dificultad considerable con la oxidación de iones de cobre que finalmente se solucionaron cubriendo la solución con una capa de butanol. 170

Reactivos: a) se agrega a 50 g de acetato de sodio cristalizado una solución al 7% de sulfato de cobre hasta completar 100 ml. b) n-butanol c) reactivo arsenomolibdico como lo describió Nelson (8) diluido con un volumen de 1.5 ácido n-sulfúrico. d) 5 ácido n-sulfúrico. Procedimiento: Se mezclan dos ml de la muestra, 2 ml del reactivo de cobre y 0.4 de butanol en un tubo de prueba graduado hasta 10 ml. Un tubo vacío y uno con glucosa standard son preparados similarmente. Los tubos se cubren con una bolita y se sumergen en un baño de agua a 80° durante 20 minutos. Después de enfriarse, se agregan 2 ml de reactivo arsenomolíbdico seguido por 1.5 ml de ácido sulfúrico y agua hasta la marca de 10 cc. Se mezcla entonces el contenido. Se usó un fotocolorímetro Klett con filtro 52. No debe agregarse el ácido sulfúrico antes que el reactivo arsenomolíbdico, porque si no se oxida el ion cobre. La cantidad de butanol es tal que se disuelve completamente en la dilución y no interfiere en las lecturas colorimétricas. Los resultados de la estimación de glucosa se dan en la figura 1. La reducción por glucosa, galactosa y lactosa se encontró que fue 1: 1.2 : 0.016 respectivamente. Por lo tanto, en la hidrólisis de la lactosa: cuando x microgramos se dividen, el aumento en reducción R en términos de microgramos de glucosa debe ser R = 1/2 (x + 1.2 x) - 0.016 x = 1.084 x. La tabla I muestra la influencia de sales en este método y en el de Tauber y Kleiner. Grandes cantidades de fosfato incrementan la sensibilidad incluso con este método pero si es necesario puede corregirse el error agregando la misma cantidad de fosfato al testigo de glucosa. Como regla, es mejor tener igual la composición en todos los tubos. Para estimaciones de lactasa, debe agregarse lactosa a los tubos vacío y con glucosa.

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Estimación de lactasa: El pH óptimo se confirmó (1,3) está entre 6.7 y 6.9. Se efectuó la reacción en un volumen total de 1 ml con 1 mg de lactosa a 30° durante 10 minutos. El buffer fue usualmente 0.2 ml de citrato de potasio de pH = 6.8. La reacción se interrumpió transfiriendo la mezcla a los tubos que contenían el reactivo de cobre y lavándolos con 1 ml de agua. Haciendo la reacción enzimática en los mismos tubos que se usaron para la estimación del azúcar, se encontró que no era aconsejable debido a la posibilidad de contaminación con iones metálicos. Fue innecesaria la desproteinización incluso en los extractos crudos, y cuando fue necesaria, se hizo con sulfato de zinc y hidróxido de bario. (9) El aumento en el poder de reducción es una función lineal de la concentración de la enzima hasta casi el 100% de la degradación de la lactosa. El aumento en poder reductivo alcanzó un valor de aproximadamente 1.15 u de glucosa, mientras que 1.08 debiera haber sido el valor teórico para la hidrólisis completa. La acción de iones sobre la lactasa: Willstaetter y Oppenheimer informaron que la máxima actividad fue obtenida con altas concentraciones de fosfato buffer y esta activación por fosfato fue confirmada en experimentos preliminares. Después de fracasos en tratar de detectar una fijación de fosfato en la reacción con lactasa en diferentes etapas de purificación y en estudios posteriores, la activación de fosfato buffer fue atribuida a la activación de iones de potasio y la supresión de iones inhibitorios tales como el zinc. Algunos preparados de enzima mostraron un gran incremento de actividad en la presencia de fosfato. Otros iones, tales como citrato, palmitato, oleato, tartrato, etc. mostraron asimismo activación. El efecto fue atribuido al envenenamiento con metales pesados, y como se muestra en la Tabla II, una preparación que no mostraba ninguna activación por fosfato era activada por fosfato o citrato cuando existía envenenamiento con pequeñas cantidades de zinc o cobre. Parece plausible que similares efectos descriptos para otras enzimas son debidas a la misma causa. El efecto de los cationes fue estudiado usando extractos parcialmente purificados y buffers de citrato sódico, bicarbonato o fosfato. Se encontró que activaban la enzima el potasio, manganeso y magnesio. El litio, amonio y calcio no ejercieron ninguna acción. Cobre y zinc fueron inhibitorios incluso en concentraciones muy pequeñas.

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Generalmente, la mayor activación fue obtenida con magnesio. Con potasio, se requiere una concentración más alta para producir la activación máxima. Esto dificulta decidir si el efecto se debe al potasio mismo o a impurezas. Sin embargo diferentes sales de potasio y clorhídrico recristalizado producen el mismo efecto. Reacción de la lactosa con adenosintrifosfato: Desde que la fosforilación con ATP se considera la primera reacción en la utilización de la glucosa, pareció posible que alguna enzima pudiera catalisar la fosforilación directa de la lactosa, y si esta enzima fuera más activa que la hexoquinasa, la tasa de fermentación más rápida de la lactosa pudiera ser explicada. Resultados experimentales usando el método manométrico (10) no apoyaron esta perspectiva. Como se muestra en la Fig. 4 con preparaciones citolisadas, la reacción de ATP con la glucosa es la más rápida. La reacción con galactosa es más lenta, lo que concuerda con la tasa más lenta de fermentación en células intactas. La reacción de ATP con lactosa está precedida por un período de inducción durante el cual probablemente existe hidrólisis causada por la lactasa. En varios experimentos los resultados coincidieron y el período de inducción fue más notorio cuando la enzima fue vertida de la cubeta lateral de las cajas del manómetro y entonces no se permitió que actuara durante el período de equilibración. Los resultados corresponden con los esperados si la lactosa era fosforilado sólo después de la hidrólisis. Mientras que el experimento no excluye una reacción directa del ATP y con la lactosa, sí muestra que si tal reacción ocurre es lenta y no explica el alto índice de la fermentación de la lactosa en células intactas. Reacción de la galactosa con ATP: la enzima que cataliza la reacción del ATP con la galactosa se demostró era diferente a la hexoquinasa que cataliza la reacción con la glucosa. La hexoquinasa puede separarse fácilmente de la enzima de la galactosa, porque sólo la primera resiste la precipitación con acetona. Fermentación en extractos libres de células: Extractos secos de Sacchatomyces fragilis preparados según Neuberg y Lusting (11) no fermentan, a menos que se le añada extracto calentado. La glucosa fermenta rápidamente, y cuando el cuadro no cambia agregando extractos calentados de cerveza o de S. fragilis. Parece que tan pronto como las células se destruyen, el mayor índice de fermentación de lactosa es reemplazado por uno mayor de glucosa. Resultados similares se obtienen usando gruesas suspensiones de células tratadas con tolueno. Discusión 173

De acuerdo con los experimentos de Myrbäck y Vasseru (3) se encontró que la cantidad de lactasa era más que suficiente para dar cuenta de la velocidad de la fermentación de la lactosa. Con S. fragilis cultivados en diferentes condiciones y con lactasa probada (testada) en condiciones óptimas, la velocidad del fraccionamiento de la lactosa era alrededor de diez veces más rápida que la necesaria para explicar el índice observado de fermentación. La cantidad insuficiente de lactosa encontrada por Willstaetter y Oppenheimer pudo deberse a la falta de iones necesarios para la máxima actividad de la lactasa o al envenenamiento con metales pesados. Una búsqueda de división fosforolítica de la lactosa condujo a resultados negativos, y no hubo evidencias de reacción directa de la lactosa con ATP Extractos de S. fragilis catalisan la reacción entre ATP y glucosa o galactosa. La primera reacción catalisada por la hexoquinasa ha sido largamente estudiada en el S. Cerevisiae y la enzima obtenida en estado cristalino. (12, 13) La evidencia de la enzima catalisando la transfosforilación entre ATP y galactosa fue sugerida por Kosterlitz (14) pero no se efectuó ninguna medición directa. El nombre de galactoquinasa parece adecuado para esta enzima que es diferente a la hexoquinasa, puesto que la precipitación con acetona destruye la galactoquinasa, pero no la hexoquinasa. No puede darse ninguna explicación al hecho que la lactosa fermenta más rápidamente que la glucosa, galactosa o su mezcla. Con extractos libres de células, o células secadas con acetona, la fermentación de la glucosa deviene la más rápida, de tal manera que las enzimas necesarias para la fermentación "directa" son más lábiles, o las diferentes velocidades son debidas a algún factor estructural tal como una permeabilidad preferencial para la lactosa. Resumen Se describe un método para dosaje de lactasa empleando el reactivo de Berfoed modificado.

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Se ha establecido que las condiciones de actividad máxima de lactasa de Saccharomyces fragilis parcialmente purificada corresponde a la presencia de los iones magnesio, manganeso o potasio. La activación por fosfato es atribuida a la separación del medio de los iones zinc de acción inhibidora. Se obtuvo un efecto análogo con citrato, palmitato, oleato, o tartrato. No se ha encontrado ninguna fosforolítica sobre la lactosa. Extractos preparados con S. fragilis seco catalisan la reacción de adenosintrifosfato con glucosa, galactosa y lactosa. La reacción con lactosa presenta un período de inducción, lo que posiblemente se debe a que la reacción se realiza después que la lactosa se hidroliza. Se propone el nombre de galactoquinasa para la enzima que se ha encontrado que es diferente a la hexoquinasa. Referencias 1) R. Willstaetter, G. Oppenheimer, Zs. physiol. Che. 118 (1922) .- 2) J. Leibowitz, S Hestrin, Advances in Enzimol., 5, 87 (1945) .- 3) K Myrback, E. Vasseur, Zs. physiol. Chem. 277, 171 (1943) .- 4) E. Hoff-Jorgense, W.L. Williams, E. Snell, Jl. biol. Chem. 168, 773 (1947) .- 5) C. Neuber, E. Hoffman, Biochem. Zs. 256, 450 (1932) .- 6) H. Tauber, I.S. Kleiner, Jl. biol. Chem. 99, 249 (1932) .- 7) G.Steinhoff, Spiritus Ind. 56, 64 (1933) .- 8) N. Nelson, Jl. biol. chem. 153, 375 (1944) .- 9) Somogym ibid. 160, 61, (1945) .- 10) S.P. Colowick, H.M. Kalkak, ibid. 148, 117 (1943) .- 11) C. Neuberg, H. Lustig, Arch. Biochem., 1, 191, (1943) .- 12) L. Bergerm, M.W. Slein, S.P. Colowick, C.F. Cori, Jl. gen. Physiol. 29 .- 13) M. Kunitz, M.J. MacDonald, ibid. 29 393 (1943) .- 14) H.W. Kosterlitz, Biochem. Jl. 37, 322 (1943) .-

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UNA COENZIMA PARA LA FOSFOGLUCOMUTASA Archives of Biochemestry Vol. 18. N° 1. July 1948 U.S.A. Un estudio de la transformación enzimática de la galactosa-1-fosfato revela que los extractos de Saccharomyces fragilis transformarán esta sustancia en un éster reducido sólo en la presencia de un factor termoestable. El mismo factor se ha encontrado necesario para la conversión de glucosa-1-fosfato en glucosa-6-fosfato con extractos de S. fragilis o cerevisiae. La acción de esta coenzima puede ser revelada con extractos de maceración cruda, pero éstos retienen una actividad considerable aun sin el agregado de coenzima. Los resultados registrados en la Fig. 1 fueron obtenidos con una enzima de levadura de cerveza parcialmente purificada mediante sulfato de amonio, fraccionamiento y diálisis. La preparación de la coenzima se hizo de levadura de cerveza, y la proporción entre actividad/extinción de 260 mu fue 150 veces mayor que con el extracto obtenido calentando la levadura en un volumen de agua y luego filtrándolo. La proporción actividad/fosfato total fue 20 veces más alta. En la Tabla I se registran los cambios en las fracciones de fosfato y en poder reductor. corresponden a los que se conocen como causados por la fosfoglucomutasa. No fue posible identificar este factor con ninguna de las coenzimas conocidas. Puede ser precipitada en las soluciones crudas con sales de plomo, mercurio, plata y bario. En general, sigue al fosfato inorgánico en los fraccionamientos con estos reactivos. Puede quitársele el fosfato inorgánico en sales de magnesio, amonio o uranílicas, y entonces la coenzima ya no precipitará con sales de mercurio., Las preparaciones purificadas son incoloras, y muestran una absorción ultravioleta de 260 mu, aunque debiera haberse continuado la purificación para encontrar si esta absorción era debida al componente activo. El tratamiento con ácido N/2 a 100 grados destruye la actividad en 15 minutos. Es más resistente al álcali en las mismas condiciones. 176

Kendal y Stickland (1) obtuvieron una activación de la fosfoglucomutasa añadiendo hexosa-di-fosfato, pero Cori y colaboradores (2) fueron incapaces de obtener ningún efecto. La preparación de hexosa-di-fosfato de Kendal y Stickland puede haber estado contaminada con la nueva coenzima acerca de la cual se informa en este escrito. Referencias 1. Kendal, L. P. y Stickland, L. H., Biochemestry J. 32, 572 (1932) 2. Cori, G. T., Colowick, S. P., y Cori, C. F. J. Biol. Chem. 124, 543 (1938) Instituto de Investigaciones Bioquímicas J. Alvarez 1719 Buenos Aires Argentina Recibido el 17 de marzo de 1948 R. Caputto L.F. Leloir R.E. Trucco C.E. Cardini A. Paladini FIG. 1. Activación de la fosfoglucomutasa con la coenzima. El poder reductor medido con un reactivo de cobre y un standard de glucosa-6-fosfato. Incubación a 30° C de: enzima parcialmente purificada, 0.005 uM Mg++, glucosa-1-fosfato sintética 1.5 uM, coenzima purificada conteniendo 0.1 uM de fosfato total. Volumen total de 0.2 ml.

Resultados en micromoles. Condiciones similares a las de la fig. 1. La mitad de cantidad de coenzima. a. Fosfato liberado en 10 min. a 100° C en 1 ácido N minus inorgánico 177

b. Fosfato total menos lábil e inorgánico c. Poder reductor en términos de un standard de glucosa-6-fosfato URIDINO DI FOSFATO GLUCOSA: LA COENZIMA PARA LA ISOMERIZACIÓN DE LA GALACTOSA-GLUCOSA

NATURE, Vol. 165, p. 191, febrero 4, 1950 Un reporte previo (1) tenía que ver con la conversión enzimática de la galactosa-1fosfato en glucosa-1-fosfato; en él se menciono que era necesario para la reacción un factor termoestable. Este factor se ha obtenido ahora prácticamente puro, y por razones que se darán a continuación, nos referiremos a él como uridino-difosfato-glucosa. La preparación del uridino-difosfato-glucosa se efectuó mediante extracción con un volumen de etanol de la levadura de panadero, seguida de fraccionamiento por precipitación con acetato mercúrico, absorción con carbón, dilución con etanol y tratamiento con resina de intercambio catiónico. Durante las últimas etapas de la purificación se observó que la actividad corría paralela con una sustancia que mostraba absorción a 260 mu. El mismo paralelismo fue observado durante la cromatografía en papel con 77 por ciento de etanol. El espectro de absorción de la sustancia es idéntico a la de la uridina y muestra los mismos cambios en ácido y álcali y después del tratamiento con bromo. Por cada uridina calculada por su coeficiente de absorción la sustancia contenía dos fosfato y dos nitrógenos. (2) En hidrólisis ácida templada, el uridino-difosfato pierde su actividad enzimática y produce una molécula de un azúcar reductor que fue identificado como glucosa por fermentación selectiva, cromatografía en papel y reacción carbazólica (3) después de remover las sustancias interferentes con resinas de intercambio iónico. El índice de liberación de glucosa en 0.01 ácido nítrico a 100° c es mayor que el de glucosa-1-fosfato (mitad de tiempo de vida T 1/2 = 0.8 y 3.8 min. respectivamente). El uridino-difosfato intacto no es reductor, y junto con la liberación de glucosa ocurre un cambio con la curva de titulación: tiene dos grupos primarios ácido fosfóricos 178

y ninguno secundario, mientras que la remoción de la glucosa revela un grupo ácido secundario. Esto indica que la glucosa debe estar combinada en la posición 1 con un grupo de fosfato. Evidencia posterior acerca de la unión de la glucosa el fosfato se obtuvo tratando uridina-difosfato con partículas lavadas de riñón. Se liberó una sustancia que se comportaba como glucosa-1-fosfato bajo la acción de la fosfoglucomutasa. La oxidación de la uridina-difosfato con periodate dio una molécula de ácido fórmico y no de formaldehído como se esperaría de un residuo glucopiranolósico. La sustancia remanente después de quitar la glucosa contenía dos grupos fosfatos, uno de los cuales fue hidrolizado en un 90 % con ácido nítrico a 100° C en 15 minutos. Después de hidrolizar este fosfato lábil, la mezcla muestra dos grupos ácidos primarios y dos secundarios. El grupo fosfato es muy estable y su índice de hidrólisis se encontró era muy cercano al dado por Gulland y Smith (4) para la uridina-difosfato. Sin embargo, no puede excluirse todavía que sea uridina-5-fosfato. Se identificó por cromatografía la sustancia remanente después de quitar los dos grupos de fosfato como uridina. La pentosa pudo ser estimada por la reacción de orcinol después de bromarla (5). Una hidrólisis posterior con ácido 6-Nclorhídrico dio uracilo, mostrado por cromatografía y por su espectro a varios pH. Sobre estas evidencias se puede asignar tentativamente al uridino-difosfato la fórmula que sigue, que muestra la ligazón de pirofosfato y explica el hecho de que tenga sólo dos grupos ácidos primarios y que un grupo ácido secundario aparezca al quitar el residuo de glucosa y otro en la hidrólisis del fosfato lábil. El peso molecular calculado del peso seco y el contenido de uridina dio un valor de 630, el que no está demasiado lejos del valor teórico de 566. Un punto no está todavía claro; se trata de la reacción con álcalis. El tratamiento con 0.1 N álcali a 100° C destruye la actividad en pocos minutos. No se libera fosfato, pero entonces ocurre una estabilización de la unión glucosídica de modo que ahora la glucosa se hidroliza a la misma velocidad que el primer grupo fosfato. Se presume que el álcalis provoca una reorganización de la molécula. El mecanismo por el cual el uridino-difosfato acelera la conversión de la galactosa en glucosa requerirá investigación posterior. El hecho que la glucosa-fosfato pueda ser reconocida como una parte de la coenzima sugiere que esta porción pudiera intercambiar con el sustrato durante el ciclo reactivo. 179

C.OH / \\ HC || HC

N | CO \

/ N HC

HC.OH

| | | |

O O || || HC.OH O | ------ P ------- O ------- P ---------- O ----- CH ---| | | | | | HC ---------- | | OOHC.OH | --------| | | CH2 OH OH.CH | | | HC.OH --- O | | HC -----| CH2 OH

Un hecho interesante es la similitud del uridino-difosfato con el compuesto que Park y Johnson (6) encontraron que se acumulaba en el cultivo se Staphylococcus aureus en presencia de penicilina. No es posible concluir de sus datos que sea el mismo compuesto, pero la semejanza es sorprendente. Se publicará separadamente un relato completo de esta investigación. C.E. Cardini R. Caputto 180

A.C. Paladini L.F. Leloir Instituto de Investigaciones Bioquímicas Fundación Campomar, Julián Alvarez 1719 Buenos Aires Agosto 27 Referencias 1. Caputto, R., Leloir, L.F., Trucco, R.E., Cardini, C.E., y Paladini, A.C., J. Biol. Chem., 179, 497 (1949) 2. Ploeser, J.Mct. y Loring, M.S., J. Biol. Chem., 178, 431 (1949) 3. Gurin, S., y Mod, D.B., J. Biol. Chem. 131, 211 (1939) 4. Gulland, J.M. y Smith, H., J. Chem. Soc. 338 (1947) 5. Massart, L. y Moste, J., Biochim. et Biophys, Acta, 1, 83 (1947) 6. Park, J.T. y Johnson, M.J., J. Biol. Chem., 179, 585 (1949)

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S EC C I Ó N 1

Síntesis biográfica SÍNTESIS BIOGRÁFICA 1906. Nace a los pocos días del fallecimiento de su padre, el 6 de septiembre de 1906, en la avenida Victor Hugo 81, a pocas cuadras del Arco de Triunfo. Es bautizado con el nombre de Luis Federico. 1908. Vuelve a Bs. As. 1916. Se inscribe en el colegio de Winsdor en Inglaterra. Cursa parte del secundario en Inglaterra. 1924. Opta por la ciudadanía argentina. 1932. Se recibe de médico y decide dedicarse a la investigación científica. Entra a trabajar en el laboratorio del prof. Houssay. 1934. Termina su tesis de Doctorado sobre la influencia de la glándula suprarrenal en el metabolismo de los hidratos de carbono. 1936. Viaja a Inglaterra, y se incorpora al laboratorio de Bioquímica de Sr. Frederick Gowland en Cambridge. 1937. De regreso en Argentina, se reincorpora al Instituto de Houssay, y estudia con Muñoz los mecanismos de oxidación grasa en el hígado. 1938. Se incorpora al equipo de Braun Menéndez junto con Muñoz para estudiar los mecanismo de la hipertensión maligna de origen renal. 1943. Se casa en el mes de noviembre con Amelia Zuberbüller. Deja la Facultad de Medicina cuando Houssay es dejado cesante por el gobierno surgido del golpe militar del 4 de junio, y lo acompaña en la fundación del Instituto de Biología y Medicina Experimental. 1944. Viaja a Estados Unidos, donde permanece en el Laboratorio de Investigaciones de David Green, en Nueva York. Conoce allí a Severo Ochoa, premio Nobel de Fisiología. Posteriormente estuvo durante seis meses en el laboratorio de Saint Luis de los esposos Cori, quienes recibirán el premio Nobel en 1947 junto con Houssay. 1945. Regresa a Buenos Aires, reinstalándose en el Instituto de Fisiología de Houssay, nuevamente en la Facultad de Medicina. 182

Comienza a trabajar junto a R. Caputto, y posteriormente a Trucco en el metabolismo de los hidratos de carbono. 1946. Nace su hija, a la que bautizan con el mismo nombre de su madre, Amelia. 1947. Sigue a Houssay cuando es jubilado de oficio en la Universidad de Buenos Aires y pasa a trabajar en el Instituto de Biología y Medicina Experimental. 1947. En 3 de noviembre asume la dirección del recién fundado Instituto de Investigaciones Bioquímicas "Campomar". Funciona en una vieja casa de Palermo, en Julián Alvarez 1719. Se incorporan al equipo Cardini, Mittelman, Paladini y Cabib. Houssay recibe el premio Nobel. 1948. Publica: "Una coenzima para la fosfoglucomutasa". 1950. Publica: "Uridino di fosfato glucosa: la coenzima para la isomerización de galactosa-glucosa". 1957. Muere Jaime Campomar, dejando sin financiamiento al Instituto de Investigaciones Bioquímicas. Consigue un subsidio del Instituto Nacional de la Salud de los Estados Unidos. Descubre la transferencia de glucosa por el UDPG al glucógeno, abriendo un amplio camino que lleva a la síntesis de éste último, que transitará al menos hasta 1969. 1958. Se inaugura el edificio en la calle Obligado 2490. Es nombrado Profesor Extraordinario de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Es nombrado Director del Instituto del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, que coexiste con el Instituto del mismo nombre de la Fundación Campomar, con el mismo personal y los mismos fines. 1964. El Instituto comienza a dictar el curso de Química Biológica Superior de la Facultad de Ciencias Exactas y naturales, y a admitir a sus mejores alumnos a realizar en él su Tesis Doctoral. 1965. Se crea la Sociedad Argentina de Investigación Bioquímica, que es presidida por Leloir. 1967. Se crea bajo el auspicio de la Organización Panamericana de la Salud el Comité Latinoamericano de Bioquímica, presidido por Leloir. 1970. Recibe el premio Nobel. Es incorporado a la Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano, a la que pertenece también Houssay. 1977. Donación Municipal del terreno de Parque Centenario, iniciándose la construcción del edificio en 1980, que se inaugura en 1984. 1987. Muere el 2 de diciembre en Buenos Aires. 183

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  CESAR LORENZANO Es médico por la UBA, Magister y Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha sido profesor titular en Filosofía y de Historia de la Ciencia en la Facultad de Filosofía UNAM, México. En la Universidad de Buenos Aires, en el CBC, en la Carrera de Sociología, y en la Facultad de Medicina. En la actualidad, es Director de la Maestría y Doctorado en Epistemología e Historia de la Ciencia de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Este libro, LUIS FEDERICO LELOIR. HISTORIA DE UNA INVESTIGACION NOBEL, en una versión anterior, recibió el Premio de Historia de la Ciencia del CONICET. Es una invitación a recorrer las investigaciones y la vida de quien, como pocos, hizo ciencia de la mejor calidad en quizás no el mejor de los mundos posibles. Se trata, sobre todo, de una historia conceptual que muestra cómo se inicia y se desarrolla un personalísimo estilo de pensamiento científico que mereció el mayor de los reconocimientos por parte de la comunidad científica. En suma, es una historia que permite comprender los avatares de una investigación Nobel, y no sólo ofrecer información acerca de lo ocurrido. Las fuentes documentales de las que se disponía -la totalidad de los artículos que publicara Leloir- eran las ideales para captarlo. Al contrario de los libros de texto, en los que el pensamiento científico se muestra cristalizado, inmóvil, sin vacilaciones -producto de exhibir el punto de acuerdo al que llega la comunidad científica en ese preciso momento-, en esa sucesión de artículos se desenvolvía -vivo- con sus dudas, los caminos que se abren, las elecciones en las vías de investigación. A semejanza de la literatura contemporánea, en la cual la narración explicita la teoría literaria que le da estructura -haciendo partícipe al lector del entramado constructivo que anteriormente permanecía invisible a sus ojos-, el libro de César Lorenzano discute la pertinencia de las diferentes epistemologías para el análisis de artículos científicos, diferente al usual análisis de libros de texto. Al hacerlo, desarrolla caminos poco transitados por la historiografía y la epistemología de la ciencia: i. el período en el que se investiga dentro de marcos teóricos ya constituidos -la ciencia normal de Kuhnii. la ciencia de artículos En sus análisis, las notables investigaciones de Leloir constituyen los mejores ejemplos de ambos caminos. 185

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