Luis Buñuel o la religiosidad transfigurada (1997)

LUIS BUÑUEL O LA RELIGIOSIDAD TRANSFIGURADA Leopoldo Cervantes-Ortiz 31 de enero de 1997 Siempre han sido difíciles las relaciones del cine con la religión. Unas veces se rinde a las exigencias propagandísticas de las jerarquías y otras se lanza hacia una proliferación de discursos autónomos (en el sentido que le daba Paul Tillich a la autonomía de lo humano en relación a Dios) sin revisar sus referentes religiosos originales. Pocos autores en lo que va de los cien años recién cumplidos del llamado séptimo arte han sabido registrar en imágenes aquellas intuiciones que la fenomenología de lo sagrado le ofrece para su trabajo. Si hacer cine es esculpir en el tiempo, según Andrei Tarkovski, esta tarea se complica aún más si intenta plasmar a través de ese lenguaje, tan ligado al espíritu de este siglo, las realidades del trato con Dios en el mundo. Cineastas como Robert Bresson, Ingmar Bergman o el recientemente fallecido Kzryzstof Kieslowski, han indagado en ese cosmos de resonancias trascendentales, ofreciéndonos, cada quien a su modo, y respondiendo a dinámicas históricas y existenciales específicas, grandes frescos de las patologías humanas expresadas en su búsqueda de lo sagrado y en su posterior transfiguración social y psicológica. Bresson, tratando de filmar la gracia desde el desgarramiento de personajes indefensos; Bergman, remontándose desde la fría religiosidad nórdica luterana para buscar los signos de Dios en un mundo cada vez más inhumano; Kieslowski metiéndose literalmente en los cuerpos de los hombres y de las mujeres para tratar de encontrar señales de lo sagrado, o el propio Tarkovski, quien acometió la gigantesca tarea de traducir poética y cinematográficamente las dudas teológicas de sus contemporáneos en la Unión Soviética. Ellos, y otros autores que les antecedieron, han obligado desde hace varias décadas al Vaticano, a reconocer que la labor llevada a cabo por el cine tiene un valor más allá del simple entretenimiento y que se caracteriza, cuando ahonda en la condición humana, en una serie de documentos dignos de atención y de análisis, con todo y sus inmensos temores para incorporar algunos de los logros de la agónica modernidad a la fe cristiana actual. Expresión de lo anterior es la lista de películas recientemente divulgada por el Vaticano, en la que se lleva a cabo una interesante clasificación de obras recientes. Las películas de Luis Buñuel, ahora tan de moda por los homenajes y las retrospectivas, representan uno de los instantes más altos en esta lucha artística, y por qué no decirlo, espiritual, por aprehender los hábitos y los vicios de la

cristiandad occidental. Asumiéndose como cristiano cultural, aunque ateo a causa de su relación con las instituciones eclesiásticas, Buñuel supo atreverse a radicalizar las propuestas del cristianismo a través de la búsqueda de ejemplos concretos de seres humanos dispuestos a vivir la fe con todas sus consecuencias, es el caso de los cura de La muerte en este jardín, de Nazarín, o los personajes de Viridiana y Simón del desierto, “santos malogrados” según sus propias palabras.