Luchas y resistencias por reconocimiento de las trabajadoras: el caso del trabajo doméstico en Chile

July 23, 2017 | Autor: R. Fernández Ossa... | Categoría: Feminist Theory, Chile, Domestic workers
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Descripción

Rufianas. Lo personal es político. Año 4 – Número 18 – Mayo 2014


Luchas y resistencias por reconocimiento de las trabajadoras: el caso del trabajo doméstico en Chile

* Rosario Fernández


En el presente artículo se revisa la trayectoria de las organizaciones de mujeres trabajadoras de casa particular para explorar la vinculación entre lo íntimo y lo político en el trabajo doméstico. Propone reflexionar sobre esta vinculación para entender las resistencias históricas y actuales en el reconocimiento de su condición de trabajadoras.

"La esclavitud murió hace rato pero vive en el barrio alto"

"Contra el abuso patronal: trabajadoras de casa particular"

"No somos esclavas, somos trabajadoras, tómame en cuenta patrona abusadora"

Consignas en la Caminata por la Dignidad, 24 de Noviembre, 2013. Santiago, Chile.


Estas consignas fueron parte de la Caminata por la Dignidad, actividad organizada en el marco de la "Campaña Nacional por un Trabajo Digno" lanzada en noviembre 2013 por la Coordinadora Nacional de Organizaciones de Trabajadoras de Casa Particular(1). La principal demanda es la ratificación de dos normativas: el Convenio 189 y la Recomendación N° 201 sobre el Trabajo Decente, ambas propuestas adoptadas el 2011 por la Organización Internacional del Trabajo. El llamado a ratificar este Convenio se enmarca dentro de una historia de lucha social en torno a las exigencias por mejores condiciones laborales y la reivindicación de sus derechos. Una larga historia que ha encontrado constantes resistencias al momento de definir, legislar y reconocer su condición de trabajadoras. Como señaló Ruth Olate (presidenta de la Coordinadora) "Nosotras somos trabajadoras, no somos muebles que tienen los empleadores en la casa, y por eso queremos que se nos respete como trabajadoras de casa particular" (24 de noviembre, 2013, La Nación).

Propongo pensar dichas resistencias, esas incomodidades que a muchos les provoca la vinculación entre lo íntimo y lo político, a partir de la experiencia de las mujeres en organizaciones sociales. Las demandas de dichas agrupaciones dan cuenta del operar de matrices de poder interrelacionadas que han configurado un escenario donde se define el trabajo de estas mujeres como "labores propia de su sexo" y de su posición social. Me refiero a dos matrices: el patriarcado como sistema heteronormativo que dispone una división sexual del trabajo donde las mujeres son situadas "naturalmente" en el espacio de lo privado y reproductivo, y donde el trabajo doméstico aparece como una extensión de dicho rol; y el sistema de clases que se instala en América Latina a través de la división étnico-racial del trabajo, donde mujeres de "bajo pueblo", indígenas, esclavas, rurales, inmigrantes y pobres son incorporadas a labores de servicio (entre ellas el trabajo doméstico) como una forma de controlar y "educar" sus cuerpos, evidenciado una huella de la "herida" colonial (Anzaldúa, 1987; Quijano, 2000). Bajo la idea del "sistema moderno-colonial de género" (Lugones, 2008), es posible pensar en la interrelación entre estas matrices de poder donde clase, género, raza y etnia afectan las condiciones de vida y laborales de mujeres latinoamericanas hasta el día de hoy. Es por aquello que se vuelve relevante detenernos en el rol de las agrupaciones de mujeres que, junto con otros sectores, son capaces de tensionar dichas matrices.

El énfasis puesto en el reconocimiento de su estatus como trabajadoras es central, ya que evidencia lo que las consignas gritan; el trabajo de casa particular se enmarca en una historia de esclavitud, servidumbre y patronaje. Esclavas negras, mujeres indígenas y de sectores rurales ocuparon trabajos de cuidado y aseo en las casas patronales, convirtiéndose en actores fundamentales en la formación del orden colonial. Esta historia ha cambiado drásticamente; la industrialización, la migración campo-ciudad, el ingreso de mujeres de distintas clases sociales a diversos rubros, y el cuestionamiento a las normas tradicionales de género, fueron algunos de los hitos que marcaron una nueva relación entre la trabajadora y sus empleadores. Hoy no son las mismas reglas; sin embargo, la resistencia a ratificar el Convenio 189, a definir por ley un horario de jornada laboral y las consignas de las trabajadoras nos advierten sobre las dificultades actuales al momento de proponer una perspectiva política a un trabajo anclado en un espacio considerado íntimo y familiar.

Es precisamente por ello, por esa necesidad de cuestionar los sistemas de opresión y las categorías sociales asociadas a este trabajo, que en este artículo intento abordar algunos hitos de la trayectoria de las organizaciones para reflexionar sobre las resistencias y dificultades que ellas han enfrentado al momento de definirse como trabajadoras. Ellas se empiezan a organizar a partir de la década de 1920, momento fundamental en el fortalecimiento de la conciencia de trabajadores y trabajadoras en el país. La primera agrupación fue conformada bajo el alero de la Iglesia Católica en 1926; el Sindicato Autónomo de Empleados de Casas Particulares de Ambos Sexos. Dicha organización se fue transformando gradualmente en una agrupación de mujeres y en 1947 se convierte en el Sindicato Profesional N° 2 de Trabajadoras de Santiago. Con la colaboración de la Iglesia en este período, se avanza hacia la visibilización de un trabajo que había sido naturalizado como parte de los roles de género y del orden patriarcal, y que da cuenta de una posición social particular de mujeres, de escasos recursos, indígenas o de sectores rurales.

Durante los años 50, la Iglesia ayuda a cambiar la clasificación de "sirvientas" a "empleadas del hogar", estatus que permite movilizar las categorías de reconocimiento de estas mujeres (Del Campo y Ruiz, 2013). En 1950, se crea la Federación de Empleadas de Casa Particular, la cual forma la Cooperativa de Ahorro y Crédito, la Cooperativa de la Vivienda, el Instituto de Educación Luisa Cardijn y la Revista SURGE (1958 – 1962) (Hutshison, 2008). En 1962, la Federación se convierte en la Asociación Nacional de Empleadas de Casa Particular (ANECAP), la cual mantiene los objetivos de la Federación y se orienta a agrupar a las organizaciones de mujeres que se habían estado creando en el país con el trabajo de la Juventud Obrera Católica (JOC). De este modo, vemos cómo en la década de los 60, las mujeres mantienen una relación con la Iglesia, pero logran ampliar su accionar político hacia otras temáticas (vivienda, acceso al ahorro y crédito, etc.), vinculando su trabajo en el "mundo privado" con discusiones sobre diversos derechos políticos y sociales.

Así, durante los años 60, el Sindicato se empieza a relacionar con otras organizaciones, como la Asociación Sindical Chilena y la Federación Gremial Chilena, y en 1970 se afilia a la Central Única de Trabajadores (CUT). Esta alianza inaugura un momento de activa participación de las mujeres en protestas y elaboración de propuestas de ley respecto a temas reivindicativos, emergiendo una nueva práctica política que privilegia la identidad de trabajadoras de las mujeres. En 1973 se crea el Sindicato Único Nacional de Empleadas de Casa Particular (SUNECAP) en un evento en el Edificio Diego Portales con la participación de 800 trabajadoras, representantes del Ministerio del Trabajo, dirigentes de la CUT, y el Presidente Salvador Allende. El SUNECAP agrupó a 7.500 trabajadoras de 19 sindicatos a lo largo de todo Chile, y en 1978 se convierte en el Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular (SINTRACAP), momento en que se apropian de la categoría de "trabajadoras".

Este hito se ve amenazado por la dictadura militar. ANECAP y SINTRACAP, al igual que todos sindicatos en el país, enfrentan fuertes represiones para realizar sus actividades y se ven obligados a buscar otras formas de organización social. Comienzan a participar en cursos de formación en la Fundación José Cardijn donde generan lazos con mujeres de otros rubros y discuten sobre la necesidad de crear Departamentos Femeninos en todas las organizaciones sindicales. Esta idea es trabajada entre Teresa Carvajal (representante de pensionados), Georigina Aceituno (rama textil) y Aída Moreno (SINTRACAP), y se proponen como primer objetivo celebrar el Día Internacional de la Mujer en 1977. Quienes asumen la responsabilidad ante las autoridades sobre este evento fueron las trabajadoras de casa particular, constituyéndose en una de las celebraciones con mayor masividad durante la dictadura (Cuadernillos de Antecedentes Históricos de SINTRACAP RM 22.8.89).

Un hecho importante durante este período fue el apoyo que las trabajadoras de casa particular recibieron de grupos feministas. En 1981, representantes de SINTRACAP y ANECAP, junto con mujeres del Círculo de Estudios de la Mujer(2), organizaron una conferencia sobre la historia y las condiciones laborales de las trabajadoras. El material producido en esta conferencia fue incorporado en la presentación "El trabajo doméstico: ¿tarea de mujeres?" de Rosalba Todaro, quien cuestiona directamente el orden patriarcal, la liberación de las mujeres y el rol de las trabajadoras de casa particular.

Los debates iniciados permiten pensar hoy en la histórica discusión sobre la separación entre lo público y lo privado, y la importancia de la política y lo íntimo en dichos espacios. La crítica feminista de la década de los 70 respecto a la separación público/privado evidenció que la política traspasa dichas fronteras. Discursos sobre el rol de la familia y de la mujer en la reproducción de la sociedad y de la nación evidencian cómo lo público y lo privado están estrechamente vinculados a través de la coproducción de ciertos valores culturales. Sin embargo, las relaciones de intimidad que se generan al interior de las familias, y entre la empleadora y la trabajadora, dificultan visibilizar cómo dichas relaciones también son producto de discursos que reproducen un orden patriarcal y el sistema de distinciones de clase. El hogar y la familia, como categorías de lo "íntimo", se resisten a ser cuestionadas y terminan por estorbar el entendimiento del trabajo doméstico como un trabajo. Como bien reflexionaban las feministas del Círculo junto a las trabajadoras, la liberación de ciertas mujeres de las tareas del hogar no puede ser a costa de la opresión de otras mujeres, evidenciando la relación entre el patriarcado, la división de clases y la etnicidad en la constitución de las "relaciones íntimas".

En ese sentido, esta conferencia permitió que mujeres feministas de clase media y alta cuestionaran su posición de clase en la sociedad; profesionales capaces de emplear a mujeres como trabajadoras domésticas pueden evitar hacer cambios estructurales en la división sexual del trabajo al interior de sus hogares. Este diálogo entre feministas y trabajadoras chilenas hace resonancia, a mi parecer, con una nueva sensibilidad que se estaba gestando respecto a la importancia de pensar el género, la clase, la raza y la etnia conjuntamente, con el fin de repensar la categoría de "mujer". Dicha sensibilidad emerge con mujeres afroamericanas activistas que critican al feminismo "blanco" estadounidense por excluir sus experiencias de opresión (tanto por su condición de raza como de género), al organizar las demandas feministas a partir de la figura de la mujer blanca de clase media (Crenshaw, 1991). También hace resonancia con en el proyecto político iniciado en los 80, que defiende la necesidad de nuevas epistemologías feministas que se basen en la condición de las mujeres del tercer mundo (Mohanty, 1984; Segato, 2003), y que hoy adquiere relevancia en el contexto neoliberal.

Este nuevo contexto se evidencia en Chile a partir de la década de 1990, con el ingreso de mujeres inmigrantes latinoamericanas al trabajo doméstico, quienes por su condición migratoria (la necesidad de una visa sujeta a contrato) y los estereotipos étnico-raciales asignados a dichas mujeres (Stefoni y Fernández, 2011), quedan expuestas a una situación de mayor vulnerabilidad y abusos de parte de sus empleadores. Con la entrada de mujeres inmigrantes se abre la reflexión sobre cómo el género y la clase social se vinculan con categorías raciales, modulando nuevas experiencias de opresión. En este sentido, la trabajadora doméstica inmigrante obliga a pensar cómo se cruzan desigualdades globales y locales, y la producción de nuevos sujetos excluidos.

A partir del 2010 las agrupaciones, especialmente el SINTRACAP, adquieren un nuevo soporte político. Ruth Olate, presidenta actual de SINTRACAP, se posiciona activamente en los medios de comunicación para evidenciar y denunciar la situación de precariedad laboral y abuso que muchas mujeres chilenas y migrantes deben enfrentar diariamente. Estas condiciones se evidencian con las cifras de la Fundación Sol que muestran que las trabajadoras de casa particular corresponden al 10% de la fuerza de trabajo femenino, de las cuales solo el 29,3% goza de condiciones mínimas de "protección" (contrato de trabajo, acceso a salud, pensión y seguro de cesantía). Por ejemplo, el 54,3% de las trabajadoras (en ambos formatos; puertas adentro y puertas afuera) no posee contrato de trabajo escrito (61,7% en el caso de puertas afuera y 16,2% en el caso de puertas adentro). Respecto a las horas de trabajo, el 63,1% de las mujeres en formato puertas adentro y 20% de aquellas en formato puertas afuera trabajan más de 45 horas a la semana. Las condiciones laborales actuales dan cuenta de las formas en que el "sistema moderno-colonial de género" (Lugones, 2008) opera en el contexto chileno, donde mujeres de escasos recursos e inmigrantes aún deben luchar por demandas básicas en un país supuestamente desarrollado.

Hoy las trabajadoras de casa particular han generado vínculos con otras organizaciones sociales. Ejemplo de ello es su participación en las actividades del Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo del 2014 junto a la Coordinadora Feministas en Lucha, entidad que propone un espacio de articulación de miradas políticas feministas con los movimientos sociales del país. Este lazo entre el SINTRACAP con otros grupos se viene forjando a través de la colaboración con actores como el Observatorio de Género y Equidad, La Alzada, La Batalla de los Trabajadores, entre otros. La más reciente actividad es el llamado realizado por el Sindicato a todas las organizaciones sociales a participar en la marcha el 30 de marzo, Día Internacional de la Trabajadora de Casa Particular, con el fin de fortalecer su campaña "Por un trabajo digno: Vamos por la ratificación del Convenio 189 en Chile".

Como hemos observado, las organizaciones de mujeres trabajadoras de casa particular han sido fundamentales en la lucha de sus derechos; han logrado movilizar, capacitar y agrupar a mujeres que –por realizar sus labores en espacios privados– se encuentran asiladas entre sí. Este trabajo ha estado interrelacionado con otros movimientos y fuerzas sociales a través de vínculos de colaboración y apoyo con sindicatos de trabajadores, organizaciones feministas, entidades religiosas, entre otros, ocupando una posición relevante dentro la arena sociopolítica del país.

La importancia de esta historia radica en la crítica a los sistemas de discriminación y opresión a mujeres por su condición de clase, origen ético y nacional. El trabajo doméstico, al ser realizado en un espacio privado (el hogar), se inserta en un entramado cargado de valores sobre el rol de la mujer y de la familia en la reproducción de la sociedad; cruzado por discursos sobre la crianza de los niños, tradiciones y recetas, discursos sobre paternidad; y enmarcado en una historia de esclavitud, servidumbre y división étnico-racial del trabajo. Es por aquello que definir lo íntimo como político adquiere cierta complejidad. Feministas en los 70 ya lo denunciaban, lo personal es político. Sin embargo, la intimidad del trabajo que realizan las mujeres dificulta separar relaciones de cariño entre trabajadoras y empleadores con relaciones laborales; definir y especificar las tareas esperadas y el tiempo dedicado a dichas labores. A su vez, las luchas y críticas que emergen de mujeres trabajadoras de casa particular permiten evidenciar no solo la vinculación entre lo "íntimo" y lo político, sino también cómo la clase, el género y la etnia son parte de la construcción de ambos. Es por ello que hoy es imperante que estas mujeres logren sus demandas con el propósito de avanzar hacia el reconocimiento sociocultural de su condición de trabajadoras y cuestionar las matrices de poder que sustentan su subordinación social.

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* Socióloga chilena y Magíster en Estudios Filosóficos. Actualmente estudiante de doctorado en Sociología en Goldsmiths, University of London.

(1) La Coordinadora agrupa a la Asociación Nacional de Trabajadoras de Casa Particular (ANECAP), la Fundación Margarita Pozo, el Sindicato Unitario de Trabajadoras de la Casa Particular (SINDUTCAP) y el Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular (SINTRACAP).

(2) Espacio patrocinado por la Universidad Academia de Humanismo Cristiano que reunió a mujeres profesionales en torno a debates feministas. Se mantuvo activo desde 1979 hasta 1983, y participaron Julieta Kirkwood, Rosa Bravo, entre otras.

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