Lucernas romanas en Hispania: entre lo utilitario y lo simbólico, C. Fernández Ochoa, A. Morillo y M. Zarzalejos (eds.), Manual de Cerámica romana II

June 16, 2017 | Autor: Ángel Morillo | Categoría: Roman ceramics
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Descripción

C U R S O S D E F O R M A C I Ó N P E R M A N E N T E PA R A A R Q U E Ó L O G O S

Manual de cerámica romana II

Cerámicas romanas de época altoimperial en Hispania. Importación y producción

Carmen Fernández Ochoa Ángel Morillo Mar Zarzalejos (Eds.)

Manual de cerámica romana II Cerámicas romanas de época altoimperial en Hispania. Importación y producción

ste libro pretende ser una contribución al conocimiento de la dinámica productiva y comercial de Roma en la península Ibérica durante el Alto Imperio. Su contenido no es sino la continuidad cronológica de los temas tratados en el volumen anterior de esta misma colección que abordó las producciones de época republicana. La obra es fruto de un nuevo curso de formación impartido en el Museo Arqueológico Regional en colaboración con la Sección de Arqueología del CDL de Madrid y la Sociedad Española para el estudio de la Cerámica Antigua Hispana (SECAH). En el curso participaron expertos investigadores que conocen en profundidad los temas tratados y que accedieron a plasmar sus intervenciones en una obra de conjunto actualizada desde el punto de vista científico y orientada a la praxis arqueológica cotidiana. El libro presta atención a las producciones finas de mesa del periodo altoimperial, es decir, la terra sigillata itálica, gálica e hispánica, todas ellas presentadas tanto desde sus orígenes, a partir de los centros productivos, como desde la perspectiva de su amplia comercialización. A esta trilogía tradicional se han agregado tres series cerámicas cuya importancia en los contextos arqueológicos está fuera de toda duda como son las lucernas, la cerámica pintada y una producción singular, muy abundante y característica de la regiones interiores de Hispania, que se suele denominar como terra sigillata hispánica brillante. A través de los diferentes capítulos de esta obra, el lector interesado encontrará una información ordenada y puesta al día sobre la trayectoria histórica de cada producción, un análisis de los contextos cerámicos más significativos, una aproximación a las indispensables aportaciones de la Arqueometría, así como una visión crítica de los problemas que afectan a las distintas series tratadas. Diversas ilustraciones, imprescindibles en los estudios cerámicos, completan el panorama ofreciendo numerosas imágenes, algunas inéditas, gracias a la generosidad de los investigadores participantes, de algunos colegas y de las instituciones museísticas o de investigación que han colaborado para hacer más atractiva la edición del libro.

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Manual de cerámica romana II Cerámicas romanas de época altoimperial en Hispania. Importación y producción

Carmen Fernández Ochoa, Ángel Morillo y Mar Zarzalejos (Eds.)

CURSOS DE FORMACIÓN PERMANENTE PARA ARQUEÓLOGOS

COMUNIDAD DE MADRID PRESIDENTA Cristina Cifuentes Cuencas CONSEJERO DE PRESIDENCIA, JUSTICIA Y PORTAVOZ DEL GOBIERNO Ángel Garrido García VICECONSEJERO DE PRESIDENCIA Y JUSTICIA Enrique Ruiz Escudero SECRETARIO GENERAL TÉCNICO Pedro Guitart González-Valerio

COLEGIO OFICIAL DE ARQUEÓLOGOS DE MADRID (CArMa) COLEGIO DE DOCTORES Y LICENCIADOS EN FILOSOFÍA Y LETRAS Y CIENCIAS DE MADRID (CDL) PRESIDENTE César Heras Martínez (CArMa) DECANO Roberto Salmerón Sanz (CDL) Primera edición: julio 2015

DIRECTORA GENERAL DE PATRIMONIO CULTURAL Paloma Sobrini Sagaseta de Ilúrdoz

© De los textos, fotografías e imágenes: Sus autores

DIRECTOR GENERAL DE PROMOCIÓN CULTURAL Jaime Miguel de los Santos González

© De la presente edición: Museo Arqueológico Regional Plaza de las Bernardas s/n 28801 Alcalá de Henares

DIRECTOR GENERAL DE UNIVERSIDADES E INVESTIGACIÓN José Manuel Torralba Castelló ALCALDE DE ALCALÁ DE HENARES Javier Rodríguez Palacios MUSEO ARQUEOLÓGICO REGIONAL DE LA COMUNIDAD DE MADRID

Colegio Oficial de Arqueólogos de Madrid (CArMa) Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de la Comunidad de Madrid (CDL) Calle Fuencarral, 101 28004 Madrid

DIRECTOR Enrique Baquedano

Editores científicos: Carmén Fernández Ochoa Ángel Morillo Mar Zarzalejos

JEFA DEL ÁREA DE CONSERVACIÓN E INVESTIGACIÓN Isabel Baquedano Beltrán

Coordinación editorial: Luis Palop Sección de Arqueología del CDL de Madrid

JEFA DEL ÁREA DE EXPOSICIONES Inmaculada Escobar JEFA DEL ÁREA DE DIFUSIÓN Y COMUNICACIÓN Luis Palop

Diseño, maquetación y preimpresión: Vicente Alberto Serrano Esperanza Santos Impreso en España - Printed in Spain Imprime: B.O.C.M. Dep. Legal: M-20766-2015 I.S.B.N.: 978-84-451-3519-8

No se permitirá la reproducción total o parcial de este libro, incluido el diseño de la maqueta y la cubierta, su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Manual de cerámica romana II. Cerámicas romanas de época altoimperial en Hispania. Importación y producción. Carmen Ferná ndez Ochoa, Ángel Morillo y Mar Zarzalejos (Eds.). 1ª ed. Alcalá de Henares: Museo Arqueológico Regional; Madrid: Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias, Sección de Arqueología, 2015. 536 p. Cursos de Formación Permanente para Arqueólogos. ISBN 978-84-451-3519-8

Índice

Introducción La cerámica romana, de fósil director a herramienta de investigación Carmen Fernández Ochoa, Ángel Morillo y Mar Zarzalejos

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1. La terra sigillata itálica: abriendo los caminos del Imperio Capita selecta Rui Morais (Universidad de Porto)

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2. La terra sigillata gálica: un indicador esencial en los registros estratigráficos altoimperiales Rui Morais (Universidad de Porto)

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3. La terra sigillata hispanica: producciones del área septentrional Mª Victoria Romero Carnicero (Universidad de Valladolid)

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4. La terra sigillata de origen bético: un camino aún por recorrer Mª Isabel Fernández García (Universidad de Granada)

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5. Lucernas romanas en Hispania: entre lo utilitario y lo simbólico Ángel Morillo Cerdán (Universidad Complutense de Madrid)

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6. La cerámica pintada meseteña desde Augusto hasta Adriano Juan Francisco Blanco García (Universidad Autónoma de Madrid)

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7. La llamada “terra sigillata hispánica brillante” (TSHB). Algunas reflexiones para una revisión terminológica y conceptual. Mar Zarzalejos Prieto (Universidad Nacional de Educación a Distancia) e Ivan Jaramillo Fernández (Arqueólogo)

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5 Lucernas romanas en Hispania: entre lo utilitario y lo simbólico

Ángel Morillo Cerdán

Ángel Morillo Cerdán Universidad Complutense de Madrid

1. Introducción*

a lucerna, término derivado del griego luknos o lychnus, es un utensilio de forma cóncava, donde se deposita el aceite y con ayuda de una mecha produce luz. Fabricada en arcilla, pero también en metales como el bronce y la plata, responde a una necesidad básica, como es la iluminación. La posibilidad de contar con multiples puntos de luz en una estancia permite por primera vez al hombre de la Antigüedad romper el ciclo determinista de horas de luz y horas de sombra impuesto por la Naturaleza y poder desarrollar una vida nocturna. El carácter sobrenatural del fuego también implica que, desde un primer momento, aparezcan asociadas a ritos religiosos y funerarios.

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Su aparición está determinada por la existencia de una materia prima fundamental: el aceite. La producción de esta sustancia en grandes cantidades abre la puerta a la fabricación artesanal de lucernas a gran escala. No cabe duda que, a su vez, las elevadas necesidades de aceite para iluminación impulsaron sin duda, tanto o más que las necesidades alimenticias, el cultivo del olivo y el acebuche en la cuenca mediterránea. Existieron variedades de aceite de diferente calidad, reservandose el de menor calidad para la iluminación, mientras los mejores prensados se envasaban en ánforas con destino a la alimentación. * El presente trabajo se ha elaborado en el marco del Proyecto de I+D HAR2011-24095 “Campamentos y territorios militares en Hispania”, dirigido por A. Morillo, concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación el 1 de enero de 2012. 323

LUCERNAS ROMANAS EN HISPANIA: ENTRE LO UTILITARIO Y LO SIMBÓLICO

Aunque ya existen en época micénica, probablemente importadas de Egipto, los fenicios son los primeros en explotar la producción y comercialización de lucernas desde comienzos del primer milenio. En este momento eran poco más que una simple cazoleta abierta y aplastada en uno de sus extremos para colocar la mecha. Los primeros ejemplares encontrados en el Ática son de comienzos del siglo VII, probablemente importaciones fenicias. Las producciones griegas a gran escala aparecen durante el siglo V. Su popularidad continúa durante la época helenística. A través de los Etruscos y de las producciones griegas del sur de Italia los romanos traban conocimiento de su existencia. Hacia el año 300 a.C. se documentan los primeros ejemplares de lucernas suritálicas en Roma, concretamente en la necrópolis del Esquilino (Dressel, 1899). Durante los siglos III-II tenemos documentadas imitaciones locales de dichas lucernas helenísticas en Roma. La aparición de lucernas con morfología tipicamente romana tendra lugar durante el siglo I a.C. (Toutain, 1896; Amaré, 1988a: 16-17; de Carolis, 1988: 7). Durante años, las lucernas romanas se han estudiado y publicado en función de sus rasgos tipológicos, iconográficos o epigráficos, contemplando siempre en un segundo nivel las consideraciones sobre su procedencia geográfica o su inserción dentro del patrón arqueológico material. Todavía hoy en día se siguen publicando materiales descontextualizados, si bien la tendencia es, cada vez más, insertar las piezas aisladas dentro de las secuencias estratigráficas correspondientes. De cualquier forma, las lucernas se encuentran entre las producciones cerámicas de época romana cuyo estudio ha experimentado un mayor desarrollo durante las últimas décadas del siglo XX. Sin embargo, al margen de los indiscutibles avances, aún persisten significativas incógnitas sobre aspectos concretos en este campo. Entre ellos debemos destacar, sin duda, el desconocimiento de las áreas productivas y de los talleres de fabricación de las distintas formas de lucernas romanas. 2. Historiografía de las investigaciones

Un objeto de uso cotidiano, funerario y doméstico tan común como la lucerna no podía dejar de llamar la atención a estudiosos y humanistas. A partir del Renacimiento, el redescubrimiento del mundo clásico impulsa la recogida de objetos antiguos, reunidos con un criterio exclusivamente coleccionista. Comienzan a reunirse grandes colecciones arqueológicas, principalmente en Italia, ya desde mediados del siglo XVII (Liceto, 1653; Bartoli y Bellori, 1691; 1702 y 1728; Causeus, 1746). Desde finales del siglo XVIII, las exca324

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vaciones de Pompeya y Herculano revelan un mundo riquísimo en objetos de la vida cotidiana, entre las que se encuentran estas piezas. Las lucernas de arcilla y bronce son recogidas en varias obras (entre otros, Piranesi et alii, 1806). Tras el paréntesis que representa la primera mitad del siglo XIX, el desarrollo de las sociedades arqueológicas y las primeras excavaciones, así como el expolio de objetos artísticos por parte de los imperios coloniales, impulsan la aparición de un buen número de artículos en Italia y Francia sobre este particular. Estos trabajos continúan fijándose únicamente en los aspectos artísticos de la lucerna, prescindiendo de su significación cronológica y social, y se dedican preferentemente a los ejemplares “cristianos” procedentes del Norte de Africa. Destacan las numerosas publicaciones de Delattre, Heron de Villefosse, Le Blant, Lanciani y Rossi, entre otros autores (cf. Morillo, 1999: 45). El primer intento de clasificación sistemática corresponde a Dressel quien, a partir de sus excavaciones en Roma, elabora una tabla de formas con una seriación de 31 tipos, publicada en el CIL (Dressel, 1899). Su criterio de ordenación no es homogéneo, fijándose en partes distintas de la pieza para establecer distintos grupos. A pesar de su excesiva diversificación y la carencia de indicaciones temporales, resulta una de las clasificaciones más completas y útiles aún hoy en día. Fink define la forma del pico como el principal criterio de clasificación y disminuye el número de tipos. Establece por primera vez la relación entre la forma y la presencia de firmas (Fink, 1900). Su tipología, de innegable calidad, ha tenido una difusión mucho más restringida que la de Dressel. En estos años se publican las primeras colecciones lucernarias, como las de Zara (Bersa, 1902-1915), Bari (Basset, 1903), el museo Alaouí (Coudray La Blanchere y Gauckler, 1897; Hautecoeur, 1909 y 1910) y el museo de Leiden (Brants, 1913). La obra del antropólogo Bachofen tiene también un innegable interés (Bachofen, 1890 y 1912). En 1914 salieron a la luz simultáneamente los catálogos de lucernas del Museo Británico (Walters, 1914) y del Ermitage de Leningrado (Waldhauer, 1914). El primero multiplica excesivamente el número de tipos existente. Describe a la perfección cada pieza e intuye los grupos cronológicos, pero no hace hincapié en las características comunes y en la relación de unas familias con otras. La clasificación de Waldhauer, muy breve y basada en un pequeño catálogo publicado por Loeschcke sobre la Colección Niessen de Colonia (Loeschcke, 1911), destaca por su excelentes ilustraciones. 325

LUCERNAS ROMANAS EN HISPANIA: ENTRE LO UTILITARIO Y LO SIMBÓLICO

El estudio monográfico de Loeschcke sobre las lucernas del campamento romano de Vindonissa (Windish, Suiza), precedido por varios trabajos sobre lucernas de yacimientos y colecciones alemanes (Loeschcke, 1909 y 1911), no vio la luz hasta 1919 (Loeschcke, 1919). A pesar de su fecha tan temprana es uno de los mejores. Utiliza una metodología completamente moderna. Su clasificación formal se basa por primera vez en una estratigrafía arqueológica, completada mediante la observación directa de grandes colecciones italianas como la del Museo de Nápoles (Fig. 1). Entre sus principales aportaciones se encuentra la delimitación morfológica de las lucernas de volutas con piquera triangular y su adscripción cronológica aproximada. Sitúa correctamente por primera vez las Firmalampen dentro de la evolución de la lucerna romana. Sus resultados son especialmente útiles para los asentamientos del limes germánico. Fremersdorf inaugura, con la publicación en 1922 de las excavaciones de un horno y un taller de lucernas en Weisenau-Maguncia, un estilo muy diferente, que ha tenido escasos seguidores hasta el momento. Plantea interesantes cuestiones acerca de la técnica de fabricación de estos instrumentos, así como de las producciones alfareras militares, tema de especial interés para las regiones periféricas septentrionales. Emplea con bastante soltura los datos cronológicos derivados de la repetición sobre formas distintas de los mismos motivos decorativos y de los materiales asociados (Fremersdorf, 1922).

Fig. 1. Lucerna del tipo Loeschcke IA con el disco decorado con una escena con dos amazonas, procedente del yacimiento del Castrejón de Capote (Badajoz) (A. Morillo)

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El periodo de entreguerras supone una pausa en cuanto a la aparición de estudios monográficos. Tan sólo se publican algunos trabajos, el más interesante de los cuales se ocupa de las excavaciones realizadas por la escuela americana en Corinto (Broneer, 1930). Sigue el criterio de clasificación establecido por Loeschcke, incorporando los ejemplares fabricados en ámbito griego. Distingue por primera vez entre las formas oriundas del Mediterráneo Oriental y las importadas de Occidente, como las de volutas y Firmalampen. Mantiene una cronología algo diferente a la de Loeschcke, tal vez relacionada con peculiaridades geográficas. Otra publicación digna de mención es la de Ivanyi (Ivanyi, 1935). Esta investigadora recopila un voluminoso conjunto de más de 5000 lucernas procedentes de Hungría, que constituye un buen repertorio morfológico e iconográfico. Crea tipos propios, pero señalando su correspondencia con los de Loeschcke. Las dataciones parecen bastante rigurosas, especialmente en el caso de las Firmalampen, aunque algo distintas a Vindonissa. La posición periférica de Panonia podría justificar este aparente desfase cronológico. En este mismo periodo se dan a conocer las colecciones de museos como Orán, Calvet de Avignon y Nimega, así como de yacimientos como Antioquía, Eisenstadt, Klagenfurt y Efeso (cf. Morillo, 1999: 46). Después del paréntesis de diez años que impone la Segunda Guerra Mundial, la investigación sobre lucernas experimenta una revitalización sustancial. A este periodo corresponde la publicación de los grandes catálogos de Museos, que combinan el evidente interés por las piezas con el punto de vista arqueológico, ofreciendo una cronología contrastada de cada forma. Son repertorios iconográficos excepcionales por el volumen de piezas y el cuidado en la descripción y la reproducción gráfica. Proporcionan un banco de datos imprescindible para plantear cuestiones ulteriores. El primero de estos corpora es el realizado sobre los materiales del Museo de Mainz (Maguncia) (Menzel, 1954). Este autor evita crear una nueva tipología, limitándose a la descripción de cada ejemplar dentro de grupos ordenados cronológicamente. Introduce la costumbre de recoger paralelos decorativos para cada pieza. El mismo año Lerat publica las lucernas de las colecciones de Besançon (Lerat, 1954), clasificación muy completa, bien estructurada y documentada desde el punto de vista temporal. La excesiva proliferación de categorías y subgrupos con nomenclatura mixta de letras y números complica la lectura de las formas. Uno de sus aspectos más interesantes consiste en la inclusión de las correspondencias formales respecto a otras tipologías. En este momento, la multiplicación de morfologías con terminología distinta ya se revela como un problema difícil de superar. 327

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En 1958 ve la luz el estudio póstumo de Haken sobre el Museo de Praga (Haken, 1958), de indudable calidad. Su principal aportación consiste en definir la evolución tipológica entre las lucernas de “cabeza de ave” tardorrepublicanas y las Dressel 22. La década de los sesenta ve aparecer los magníficos trabajos de Ponsich (1961) y, especialmente, Deneauve (1969). El primero incluye la totalidad de las piezas de Marruecos. Combina los criterios cronológico y formal para establecer un corto número de grupos muy bien individualizados con una serie de variantes. Proporciona un resumen de las tipologías anteriores y la comparación de las mismas en un cuadro cronológico-morfológico. Incorpora información estratigráfica de primera mano. Constituye el modelo de las tipologías más actuales. Deneauve estudia las lucernas de la región de Cartago, presentando un conjunto iconográfico de primer orden. Es una de las tipologías más citada por los investigadores posteriores. Los catálogos del Museo de Varsovia (Bernhard, 1955), el Antiquarium Comunale de Roma (Mercando, 1962) y de los museos húngaros (Szentleleky, 1969) son otros trabajos a tener en cuenta. El primero resulta bastante más interesante. Se decanta por otra organización ordinal, sin ninguna relación de parentesco entre unas formas y otras. Por otro lado continúan apareciendo algunos trabajos de menor extensión, a veces de gran interés. Lamboglia mantiene la clasificación tipológica de Dressel, dotándola de contenido cronológico (Lamboglia, 1949; Lamboglia y Beltrán, 1952). Goldman da a conocer las lucernas de Tarso (Goldman y Follin Jones, 1950) y aparecen asimismo los materiales del Ágora de Atenas (Howland, 1958; Perlzweig, 1961) y Delos (Bruneau, 1965). Labrousse publica las lucernas del Museo de Lectoure (Labrousse, 1959), y de los de Toulouse y Albi (Labrousse, 1962). En 1968 se publican las sigillatas claras de Tunicia, clarificándose la posición de las llamadas lucernas “paleocristianas” como una producción más en sigillata (Salomonson, 1968). Durante las décadas siguientes del siglo XX, el número y la calidad de los estudios ha progresado de forma considerable. Continúan publicándose catálogos de museos y colecciones pero, junto a ellos, aparecen conjuntos arqueológicos procedentes de excavaciones y trabajos dedicados a cuestiones más concretas y específicas. La metodología ha avanzado considerablemente en cuanto al planteamiento de los mismos. Hoy en día no resulta aceptable la ausencia de indicaciones cronoestratigráficas. Por otra parte se ha abandonado la idea de unas formas inmutables con una cronología perfectamente establecida, que se suceden unas a otras según un rígido criterio evolutivo. 328

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Entre los catálogos principales se encuentran los del Museo de Berlín (Heres, 1972), el Museo Británico (Bailey, 1975; 1980; 1988 y 1996) y los materiales suizos (Leibundgut, 1977). Todos ellos recogen un elevado número de piezas, datadas a partir de sus semejanzas con ejemplares documentados estratigráficamente. El monumental estudio de Bailey, que actualiza la antigua obra de Walters, es minucioso y sistemático, aunque algo complejo desde el punto de vista de la cronología, establecida en razón de mínimas variantes formales. En el norte de Italia se ha llevado a cabo una publicación sistemática de las colecciones más importante, entre las cuales destaca sin duda las del Museo de Aquileia (Buchi, 1975; Di Filippo, 1988) (cf. Morillo, 1999: 47). El centro y sur de Italia se ha mostrado mucho menos pródigo en publicaciones de materiales, destacando el excelente estudio de las lucernas tardoantiguas africanas depositadas en el Museo Nazionale Romano (Barbera y Petriaggi, 1993), además de las lucernas de Cerdeña con marcas de alfarero (Sotgiu, 1968) y las del Museo de Nápoles (Pavolini, 1977). Otras colecciones importantes dadas a conocer son las del Museo de Chipre (Oziol, 1977), la Colección Schloessinger (Rosenthal y Sivan, 1978), la Universidad de Tubinga (Cahn-Klaiber, 1977), el Real Museo de Ontario (Hayes, 1980), el Museo de Trier (Goethert-Polaschek, 1985), la Biblioteca Nacional de París (Hellmann, 1985 y 1987a) y el Museo del Louvre (LyonCaen y Hoff, 1986). Paralelamente, las últimas décadas del siglo XX han visto aumentar de forma significativa la publicación de materiales pertenecientes a conjuntos arqueológicos. Las lucernas constituyen un capítulo independiente prácticamente en cada uno de estos estudios y sería imposible recogerlos aquí todos. Conocemos obras monográficas de los yacimientos de Magdalensberg (Farka, 1977), Aleria (Oziol, 1980), Alesia (Carre, 1985), Montans (Berges, 1989), Saint-Bertrand-de-Commingues (Bonnet y Delplace 1989), Alba-la-romaine (Ayala, 1990), las catacumbas de Comodilla en Roma (Marconi Cosentino y Ricciardi, 1993), Cosa (Fitch y Goldman, 1994), Asberg (Liessen, 1994) y Xanten (Hanel, 1995). El trabajo de Berges demuestra con total certeza la existencia de una producción local de lucernas en Montans. Se publican asimismo numerosos conjuntos menores. Junto a algunos trabajos de carácter general (Beltrán, 1978 y 1990; Amaré, 1988a; De Carolis, 1988), han proliferado los dedicados a problemas concretos. Destacan por su trascendencia las cuestiones asociadas a la evolución y cronología de las lucernas republicanas, las representaciones iconográficas, el 329

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funcionamiento interno de las oficinas y la relación entre la producción y las marcas de taller. Estas constituyen las líneas de investigación más actuales. El estudio de Ricci sobre la cronología de lucernas romanas republicanas constituye un hito de primer orden (Ricci, 1974). Esta investigadora precisa por primera vez el marco temporal de un material bastante mal conocido hasta ese momento. Por otra parte es uno de los primeros trabajos que se plantea la necesidad de mantener la terminología de autores muy conocidos, ante la dispersión tipológica que se había producido. A ésta podemos añadir la clasificación de Espérou (1978). Otro aspecto muy vinculado a las lucernas tardorrepublicanas y protoaugusteas es el de la evolución de las Vogelkopflampen desde la forma clásica hasta la Dressel 22, así como la especial problemática que presenta este tipo (Colini, 1966-68; Pisani, 1969-70; Pavolini, 1976-77 y 1981; Morillo, 1996). Pavolini ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a esclarecer el tejido productivo de la Italia tardorrepublicana e imperial (Pavolini, 1976-77; 1981; 1982; 1987; 1987b; 1990; 1993). La inspiración iconográfica de las lucernas es tratada en alguna publicación aislada (Hafner, 1949; Vegas, 1966a y 1996b; Gualandi, 1977; Czysz, 1984; Carretero, 1989 y 1991; Hellmann, 1987b; Amaré, 1989, Tran Tam Tihn, 1990; Amaré y Liz, 1994; Morillo, 2001) (Fig. 2).

Fig. 2. Lucerna del tipo Loeschcke IV decorado con un busto de Helios. Museo Nacional de Arte Romano. Mérida (G. Rodríguez Martín)

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Un buen número de investigadores, principalmente franceses, ha abordado la problemática derivada de las marcas de alfareros y la localización de oficinas productivas (en particular Harris, 1980; Bemont y Bonnet, 1984; Bemont y Lahanier, 1984 y 1985; Bonnet, 1982 y 1988; Bonnet y Delplace, 1981 y 1983; Maestripieri y Ceci, 1990). Especial transcendencia reviste el hallazgo en Pompeya de un pequeño taller que fabricaba lucernas entre otros materiales (Cerulli, 1977). En 1981 se celebra la Mesa Redonda convocada por el C.N.R.S., con las lucernas como tema monográfico. La publicación recoge artículos de algunos de los más importantes especialistas mundiales, aunque no aporta una visión general de todos los temas en los que se centraba la investigación en aquel momento (Oziol y Rebuffat (dirs.), 1987). Desde finales de los años ochenta ha surgido asimismo una nueva corriente investigadora, que aplica al estudio de las lucernas las nuevas técnicas análiticas de tipo físico y químico (Hugues et alii, 1988; Schneider y Wirz, 1991 y 1992; Schneider, 1993; Ceci y Schneider, 1994; Pavolini, 1992; Bernal y García Giménez, 1995; García Giménez et alii, 1999). Los resultados son esperanzadores de cara al futuro. Desde finales de los años noventa del siglo XX, se detecta cierto debilitamiento de la investigación en este campo, coincidiendo con un cambio del enfoque en la arqueología en su conjunto, que se ha prolongado hasta nuestros días. Se ha reducido significativamente el número de monografías publicadas. Destacan las dedicadas a Argelia (2000 y 2007), Glanum (Bemont, 2003) y Gran Bretaña (Eckardt, 2002), todas ellas publicadas en la colección Monographies d’Instrumentum, surgida a finales de los noventa, y que ha desempeñado un importante papel de publicación en este campo. Otros conjuntos publicados en estos años son los del Golfo de Fos (Rivet, 2003), el Museo de Nyon (Chrzanovski, 2000) y Frankfurt am Main-Nied (Huld-Zetsche, 2014), además del estudio sobre iluminación en relación a los cultos isíacos (Podvin, 2011). En la investigación lucernaria de estos últimos años destaca L. Chrzanovski, quien, además de varios trabajos generales (Chrzanovski, 2003; 2006a), y una interesante recopilación bibliográfica (2006b) ha impulsado varios congresos internacionales sobre iluminación en la Antigüedad, el primero de los cuales se celebró en 2003 (Chrzanovski (dir.): 2005), además de la creación de la International Lychnological Association, que cuenta con un gran archivo bibliográfico on line (http://www.lychnology.org/bibliography/). 331

LUCERNAS ROMANAS EN HISPANIA: ENTRE LO UTILITARIO Y LO SIMBÓLICO

Por lo que respecta a la Península Ibérica, el panorama de la investigación lucernaria era hasta hace pocos años bastante desolador. No conocíamos más que un número muy reducido de conjuntos, procedentes de los fondos de museos y colecciones, sin información cronológica de primera mano. El comienzo del interés por la cuestión se retrasa hasta la década de los cuarenta. En 1942 aparecen los pequeños catálogos sobre los materiales del Museo Arqueológico Nacional de Madrid (Alvarez Ossorio, 1942) y del museo de Mérida (Gil Farrés, 1947-48). Los trabajos de Palol, sobre Ampurias (Palol, 1948-49), y de Fernández Chicarro, sobre el Museo de Sevilla (Fernández Chicarro, 1952-53), suponen un avance considerable respecto a los anteriores. La tipología de Palol supuso un meritorio intento para ajustarse a las corrientes investigadoras en boga fuera de nuestras fronteras. Fernández Chicarro aborda con seriedad la realización de un catálogo detallado sobre las piezas sevillanas. En 1952, De Almeida realiza el ambicioso proyecto de recoger todas las lucernas de Portugal en un único volumen (De Almeida, 1952). El resultado es un tanto desigual. Recopila un buen número de piezas, pero sus atribuciones cronológicas apenas están contrastadas con las del resto del Mediterráneo. Un año antes había salido a la luz el catálogo del Museo Machado de Castro de Coimbra (Bairrão, 1952). Durante los años siguientes continúa la publicación de algunas colecciones importantes, tanto en España (Eguaras, 1954; Apraiz, 1958; Berges, 1963), como en Portugal (Nunes, 1960). Se empiezan a dar a conocer lucernas encontradas en excavación (Freire, 1959; Alburquerque, 1946 y 1960), Desde finales de los sesenta se incrementa espectacularmente el número de trabajos dedicados a este material arqueológico. Continúan apareciendo catálogos de museos y colecciones. Se publican lucernas de los museos de Zaragoza (Beltrán Lloris, 1966), Conimbriga (Belchior, 1969), Machado de Castro de Coimbra (Alarcão, 1971), Arqueológico Nacional (Remesal, 1974), Alcacer do Sal (Figueiredo, 1974-77), el Paço Ducal de Vila Viçosa (Alarcão y Da Ponte, 1976b), Orense y Pontevedra (Fariña, 1976), Córdoba (Rodríguez Neila, 1977 y 1978-79), Mallorca (Manera, 1978), Santander (Vega de la Torre, 1979), Asturias (Fernández Ochoa, 1980), la Casa de la Condesa de Lebrija (López Rodríguez, 1981), Alicante y Elche (Modrzewska, 1989; Olcina et alii, 1990), Albacete (Sanz Gamo, 1982) y Tarragona (Bernal, 1993a). La calidad es muy desigual de unos a otros estudios. Comienzan a publicarse en cierta cantidad conjuntos de lucernas encontrados en excavaciones arqueológicas, que proporcionan cronología de primera mano. El ejemplo más antiguo es el de Conimbriga (Alarcão y Da Ponte, 1976). 332

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Ofrece una datación estratigráfica de las formas perfectamente contrastada. Separados por pocos años aparecen los de la villa romana de Torre LLauder (Clariana, 1976), Osuna (Rodríguez Neila, 1977), Barcelona (Granados y Manera, 1980), La Bienvenida (Fernández Ochoa et alii, 1987), Numancia (Romero Carnicero, 1989) y Segobriga (Abascal, 1989). El trabajo sobre los materiales tardorrepublicanos de Ampurias es un estudio modélico (Arxe, 1982). Luzón (Luzón, 1967) y Sotomayor (Sotomayor et alii, 1976, 1979, y 1981) revelan la existencia de producciones locales de lucernas en Riotinto y Andújar respectivamente. El breve artículo de López Rodríguez, publicado en 1982, contiene interesantes observaciones sobre las mismas (López Rodríguez, 1982). Nuestro conocimiento acerca de los materiales de Aragón y otras regiones como Navarra y La Rioja resulta mucho más completo que el de otras zonas de la Península, gracias a la labor de Amaré. Esta investigadora publicó diversos conjuntos y colecciones lucernarias (Amaré, 1983; 1984; 1985; 1986; 1986b; 1986c; 1987a; 1987b; 1987c; 1987d; 1988b; 1988-89; 1989-90). Sin embargo, la carencia de estratigrafías en las que fundamentar la atribución temporal del enorme volumen de material publicado por esta investigadora limita el impacto científico del gran avance que supuso su labor. Esta misma investigadora da a conocer la existencia de talleres de lucernas en Tarazona (Amaré et alii, 1983), Córdoba (Amaré, 1988-89) y Astorga (Amaré y García Marcos, 1994), a los que se debe añadir otros nuevos en Tarragona (Bernal, 1993a), Herrera de Pisuerga (Morillo, 1992 y 1993) y Mérida (Rodríguez Martín, 1996), entre otros. Figura de especial transcendencia ha sido Balil, cuya labor de recopilación de marcas de taller es inestimable. Dejó planteada la mayoría de las cuestiones que deben ser investigadas acerca de dichas marcas, así como las peculiaridades de la mitad septentrional de la Península en cuanto al suministro de lucernas (entre otros Balil, 1966; 1968; 1968-69; 1969; 1980; 1982a; 1983; 1984; bib. completa cf. Morillo, 1999). Algunos trabajos aislados se dedican a temas específicos como los paralelos iconográficos (Vegas, 1966a; Amaré, 1983; 1985; 1986c; Amaré y Liz, 1994; Puya García de Leaniz, 1988; Carretero, 1989 y 1991; Morillo, 2001) y el hallazgo de moldes (Sánchez Jiménez, 1953; Rigaud de Soussa, 1965-68; 1966; 1969; Corzo, 1981-82; Garabito et alii, 1993; Amaré y García Marcos, 1994). Debemos señalar asimismo trabajos sobre tipología lucernaria (Morillo, 1990) y aspectos generales sobre las lucernas (Beltrán, 1978 y 1990; Amaré, 1988a y 1996; Celis, 2005). 333

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El panorama de las últimas décadas es esperanzador, si bien se detecta la misma tendencia decreciente en los últimos años que en el resto de Europa. Se han dado a conocer varios estudios regionales que tienen por objeto la Bética (Moreno Jiménez, 1991), Murcia (Amante, 1993), la región septentrional (Morillo, 1999) y el nordeste de la Península (Casas Genover y Soler Fusté, 2006b) (Fig. 3). Debemos asimismo añadir las monografías o capítulos específicos sobre los yacimientos de Pollentia (Palanques, 1992), Herrera de Pisuerga (Morillo, 1992), Astorga (Morillo, 2003a), la villa de Torre Águila (Rodríguez Martín, 2005a), Braga (Morais, 2004; 2005), Ampurias (Casas Genover y Soler Fusté, 2006a), Capote (Morillo, 2003b), el fuerte de Rosinos de Vidriales (Carretero, 2000), Valencia del Ventoso (Berrocal, 2009), la villa de la Olmeda (Morillo, 2012b), El Andévalo (O’Kelly, 2013b), la necrópolis de Lage du Ouro (Crato) (Caetano, 2002), la “Casa do Procurador” de Aljustrel (Pita, 1995) o el teatro romano de Lisboa (Dias Diogo y Sepúlveda, 2000 y 2001), por mencionar tan sólo las aportaciones más significativas. También se han dado a conocer colecciones como las del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (Rodríguez Martín, 2002; Fallola y Murciano, 2010), la Real Academia de la Historia (Rodríguez Martín, 2005b), el Museo de Évora (Morais, 2011), el Museo D. Diogo de Sousa (Morais, 2008) o la Cámara Municipal de Torres Vedras (De Sepúlveda y Cordeiro da Sousa, 2000).

Fig. 3. Lucerna del tipo Loeschcke III con gran asa plástica en la que se aprecia una hoja acorazonada y una cabeza de pato. Procede de Asturica Augusta (Astorga, León) (A. Morillo)

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Fig. 4. Lucerna vidriada del tipo Dressel 20 procedente de Bracara Augusta (Braga) (A. Morillo)

Se han publicado algunos estados de la cuestión sobre lucernas hispanorromanas (Bernal, 1990-91; Morillo y Rodríguez Martín, 2008) y se han progresado en el estudio de ejemplares vidriados (Morillo, 1996a) o lucernas mineras (O’Kelly, 2013a) (Fig. 4). Se dan a conocer nuevos talleres como los de Sevilla (Vázquez Paz, 2012), Elda (Poveda, 2012; 2013) y, tal vez, La Cabañeta (Minguez y Mayayo, 2014), y se perfila el conocimiento de otros como Braga (Morais, 2012), además de identificar nuevas producciones, como las lucernas a torno (Quevedo Sánchez, 2012) o las lucernas de canal en terra sigillata (Morillo, 2012a). Asimismo han continuado realizándose análisis arqueométricos (Bernal y García Giménez, 1995; García Giménez et alii, 1999; Morillo, 1999; García Gimenez et alii, 2006) y se han dado a conocer ejemplares singulares de piedra (Morillo y Del Hoyo, 1999). 3. Morfologia y técnica de fabricación

Dentro de los recipientes cerámicos de época romana, las lucernas romanas constituyen una categoría perfectamente individualizada, que se aparta notablemente del resto tanto por su morfología como por su funcionalidad: la iluminación. Su morfología, claramente definida por su función, es muy sencilla: un depósito (infundibulum) destinado a contener el aceite empleado como combustible, con una base plana o anular, y una boquilla o piquera (rostrum) para colocar la mecha vegetal. Uno de las características particulares de la lucerna romana es la presencia de una cubierta superior plana o cóncava tapan335

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do el depósito, denominada disco (discus), con un orificio central para llenar el depósito, denominado orificio de alimentación. El disco está rodeado de varias molduras y una banda u orla exterior (margo). Dicha cubierta se prolonga hacia el pico, en el que se abre el orificio de iluminación, donde se aloja la mecha. Los ejemplares pueden presentar asimismo un asa (ansa), una cinta de arcilla adherida en la parte trasera del depósito, aunque a veces alcanzan una gran envergadura, actuando como contrapeso al rostrum. A veces puede aparecer un pequeño agujero entre el disco y el pico, denominado orificio de aireación, destinado a dejar pasar el aire durante el proceso de llenado del depósito y evitar el efecto de vacío y que desbordara el aceite. La fisonomía que adoptan los diferentes elementos varía notablemente según las dimensiones, la moda, la técnica de fabricación y la presencia o no de decoración, lo que da lugar a un gran número de tipos distintos, que se pueden agrupar en varias familias o conjuntos. Frente a otras producciones cerámicas, la aplicación de la técnica del molde bivalvo al proceso manufacturero imprime unas características muy particulares a la lucerna romana. Las lucernas griegas y helenísticas se fabricaron a torno, si bien dicha técnica no se adecúa mucho debido a la fisonomía de la lucerna. Durante el primer cuarto del siglo III a.C. se introduce la técnica del molde, que va ganando terreno durante la siguiente centuria hasta convertirse en el modo de fabricación generalizado desde época augustea. La excavación de algunos talleres concretos como Mainz-Weisenau (Fremersdorf, 1922) o Montans (Berges, 1989), además de un número creciente de moldes, ha permitido avanzar notablemente en el conocimiento de la técnica de fabricación (Bonnet y Delplace, 1983; Vertet, 1983; Amaré, 1988a: 23). Ésta consiste en la elaboración previa de un arquetipo macizo con todos los detalles que tendrá la lucerna, a veces incluyendo incluso el asa. La decoración y la marca de alfarero pueden estar ya presentes en el arquetipo pero lo más habitual parece ser que añadan a posteriori. Prácticamente no se conocen desde el punto de vista arqueológico dichas matrices o arquetipos, si bien hace algunos años hemos interpretado como tal un fragmento de lucerna realizado en piedra arenisca (Morillo, 1999, 162). A partir de las piezas matrices macizas se elaboran juegos de moldes bivalvos en grandes cantidades, para permitir irlos sustituyendo en caso de rotura y desgaste (Fig. 5). Dichos moldes son de arcilla o yeso, facilitando su extracción del arquetipo mediante el empleo de grasa o aceite. Posteriormente los moldes se retocaban, añadiendo marcas o decoraciones y más tarde se secaban o cocían. 336

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Fig. 5. Conjunto de moldes de lucernas de canal del tipo Loeschcke X y ejemplar fabricado con los mismos. Proceden de Astorga (León) (Fotografía: Imagen MAS)

A partir del molde se aplica arcilla por la parte interior de las dos valvas, y una vez obtenidos los dos positivos de la pieza (la mitad inferior y la mitad superior), éstos se unen dejando el interior hueco. Posteriormente se añaden detalles no incluidos en el arquetipo original (asa, marcas de alfarero, orificios, etc.), y se deja secar parcialmente para añadir luego un engobe obtenido con una solución coloidal de la misma arcilla y otros componentes, variables según el caso, que dan a la pieza color y la impermeabilizaban. Finalmente se cuecen en hornos dispuestas en largas pilas a una temperatura entre 800 y 1000˚ C, temperaturas que han confirmado los modernos análisis arqueométricos (Fig. 6). Aún así se detectan notables diferencias entre los ejemplares de procedencia itálica y las lucernas de fabricación provincial (García Giménez et alii, 2006). Puntualmente se emplean otras técnicas de fabricación, como la elaboración de ejemplares a mano o a torno, técnica esta última que se reactiva durante el Bajo Imperio.

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Fig. 6. Horno para lucernas del centro alfarero de La Graufensenque (Millau, Aveyron) (E. Martín)

4. Tipología y cronología

El comentario morfológico constituye uno de los capítulos fundamentales dentro de cualquier estudio de lucernas. Los investigadores han introducido como práctica habitual la elaboración de largas listas o tablas tipológicas, donde se recogen las distintas formas o modelos de lucernas siguiendo un criterio evolutivo o sencillamente explicativo. Huelga decir que la mayor parte de lo que sabemos acerca de las lucernas se ha obtenido al socaire de la labor de definición tipológica llevada a cabo desde las décadas finales del pasado siglo. Sin embargo, en algunas ocasiones se olvida que la clasificación de materiales arqueológicos no es un fin en sí misma, sino un mecanismo para obtener información de índole principalmente cronológica, aunque también respecto a otras cuestiones no menos interesantes (Morillo, 1990). Tal y como refleja su cuadro tipológico, incluido dentro del CIL XV, Dressel ya intuyó la existencia de una secuencia evolutiva entre las distintas formas de lucernas (Dressel, 1899). No obstante, Loeschcke fue el primer autor que se atrevió a proponer una cronología determinada para cada una de las formas, basándose en su asociación dentro de los mismos estratos arqueo338

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lógicos con otros recipientes cerámicos mejor conocidos, en concreto la terra sigillata tiálica. Su magnífico estudio de las lucernas encontradas en el campamento helvético de Vindonissa, aunque terminado en 1914, no vio la luz hasta después de la Primera Guerra Mundial (Loeschcke, 1919). El novedoso planteamiento metodológico de Loeschcke contrasta vivamente con trabajos contemporáneos como los de Walters (Walters, 1914) y Waldhauer (Waldhauer, 1914), mucho más interesados en los aspectos morfológicos y decorativos de la pieza que en su trascendencia arqueológica. Curiosamente, ha sido este criterio coleccionista el que ha seguido la mayor parte de los investigadores de este siglo. Hemos tenido que esperar hasta una época muy reciente para retomar la línea de investigación de Loeschcke, que fue pionera en su momento. Actualmente las clasificaciones tipológicas se han convertido en una herramienta de trabajo imprescindible para acometer cualquier investigación de carácter arqueológico. El acervo de datos disponibles sobre la cronología, la producción y la comercialización de cada una de las formas establecidas ha ido aumentando paulatinamente al calor de sucesivas aportaciones proporcionadas por distintas excavaciones arqueológicas. Debemos hacer hincapié en el hecho, cada vez más evidente, de que no debe considerarse la tipología como un algo rígido e inmutable. Las formas no se encuentran aisladas en compartimentos estancos. No existe una evolución lineal en la morfología de las lucernas. El concepto de un buen número de tipos de corta cronología que se sucedían rápidamente ha sido abandonado de forma definitiva. Los tipos se relacionan, se influyen mutuamente, conviven en un mismo espacio geográfico y en un mismo periodo de tiempo, pero cada uno de ellos sigue teniendo sus características distintivas (Morillo, 1992: 45). La definición de estas características constituye uno de los principales objetivos de la investigación lucernaria. Cualquier estudio sobre este tipo de material lleva a enfrentarse necesariamente con un cúmulo de clasificaciones morfológicas de origen, estructura y terminología distintas. Es necesario llevar a cabo una labor previa de revisión de cada una, para después cotejarlas buscando equivalencias y semejanzas entre las distintas formas. Este hecho define perfectamente el principal problema con el que nos encontramos en la investigación lucernaria: la multiplicación de tipologías y la ausencia de una nomenclatura unificada para nombrar cada una de las variantes formales (Morillo, 1990: 144). Cada autor suele emplear su propia tipología, creando denominaciones y apartados a su gusto, que suelen perseguir ventajas prácticas para el estudio de sus materiales. La mayor parte de las formas coinciden de una a otra tipo339

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logía, pero sólo en época muy reciente se ha generalizado la costumbre de incluir una pequeña -o amplia- relación de correspondencias respecto a las clasificaciones más conocidas. El proyecto de un Corpus internacional de lucernas, propuesto por Loeschcke en 1916, y para el que este investigador había reunido gran cantidad de documentación, hubiera facilitado sin duda la unificación terminológica, aunque nunca se llevó a cabo (Balil, 1965: 106). En resumen, e independientemente de la calidad de sus respectivos trabajos, podemos achacar a gran parte de los estudiosos sobre lucernas una falta de perspectiva metodológica que se traduce en la necesidad de realizar un acercamiento previo a las clasificaciones existentes antes de acometer el auténtico estudio de los materiales. Ya hemos realizado en otro lugar esta labor de revisión y cotejo de las tipologías disponibles, trabajo en el que figuran las equivalencias morfológicas entre las diferentes clasificaciones y al que remitimos para consultar aspectos más concretos (Morillo, 1990; Morillo, 1999: 53-55). Dos han sido los criterios empleados tradicionalmente para en la clasificación de tipos lucernarios: la forma y la cronología. Hemos de tener en cuenta que la mayoría de las lucernas conservadas en colecciones públicas y privadas han sido reunidas con un criterio coleccionista y carecen de indicación estratigráfica, e incluso de registro de procedencia. La forma resultaba ser prácticamente la única característica cuantificable. Las dimensiones de la lucerna, la forma del pico, la anchura de la orla y el diámetro del disco constituyen los caracteres morfológicos determinantes para establecer los grupos principales, mientras las subdivisiones dentro de éstos se realizan a partir de otros rasgos secundarios como el tipo de asa, la altura y curvatura de las paredes del depósito, así como la disposición de las molduras que separan margo y disco (Morillo, 1990: 144). Con frecuencia los investigadores cometen el error de multiplicar el número de divisiones o subdivisiones, creando artificialmente nuevos tipos y denominaciones. Los catálogos anteriores a 1970 suelen emplear exclusivamente las características morfológicas para definir prototipos o diseños formales (Dressel, 1899; Walters, 1914; Waldhauer, 1914; De Brun y Gagniere, 1937; Lerat, 1954). Algunos autores recientes siguen considerando este criterio como el más útil (Provoost, 1976; Bailey, 1975; 1980; 1988; 1996). Un segundo grupo de trabajos, minoritario pero más moderno en su concepción, emplea la cronología como criterio de clasificación, pero siempre asociada a la forma para concretar una secuencia evolutiva. La obra de Loeschcke (Loeschcke, 1919) supuso un hito fundamental desde el punto de vis340

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ta metodológico, retomado por las escuelas arqueológicas alemana y anglosajona (Broneer, 1930; Ivanyi, 1935; Goldman y Follin Jones, 1950; Menzel, 1954; Haken, 1958). Por regla general, las clasificaciones posteriores a los años cincuenta suelen combinar en mayor o menor medida ambos métodos, desarrollando una evidente interrelación mutua (Ponsich, 1961; Deneauve, 1969; Hayes, 1972; Ricci, 1974; Leibundgut, 1977; Anselmino y Pavolini, 1981). El resultado final ha sido una síntesis bastante acabada, compleja y de problemática aplicación al Imperio en su conjunto, que perpetúa ciertos tópicos en la investigación muy difíciles de erradicar a pesar de las novedades arqueológicas que se van sucediendo. Pueden detectarse notables diferencias en cuanto al estado de investigación de una a otra región del Imperio. La diferente orientación de las escuelas nacionales de arqueología explica hasta cierto punto este hecho. Centroeuropa es, sin duda, el área mejor estudiada, gracias a la sistemática labor llevada a cabo por investigadores principalmente alemanes desde comienzos de siglo. Por el contrario, los materiales de las provincias mediterráneas presentan más que notables carencias, especialmente en lo que se refiere a datos estratigráficos. Los grandes centros de producción itálicos, particularmente los situados en Roma y su entorno, permanecen aun inéditos. La publicación de los materiales de Cartago y varios conjuntos urbanos del Mediterráneo Oriental –Corinto, Atenas, Olimpia, Tarso, Antioquía del Orontes, Petra, Karanis...– constituye un notable esfuerzo, por lo general aislado. Durante la última década han visto la luz varios trabajos sobre materiales franceses, que intentan corregir el retraso de este país al respecto. El caso español presenta grandes similitudes con el francés. Hasta hace algo más de una década, tan sólo se habían publicado algunos trabajos, elaborados a partir de los importantes fondos depositados en museos como los de Gerona (Palol, 1948-49), Sevilla (Fernández Chicarro, 1952-53), Granada (Eguaras, 1954) o el Arqueológico Nacional de Madrid (Alvarez-Ossorio, 1942). Sin embargo, estas tipologías no estaban sustentadas por el suficiente número de piezas como para ser tenidas en consideración. Por otro lado, la ausencia de referencias estratigráficas disminuye notablemente su interés. En algunas ocasiones las carencias metodológicas son tan profundas que prácticamente invalidan el análisis (Alvarez-Ossorio, 1942). Los trabajos de Amaré sobre Bilbilis, La Rioja y Aragón (Amaré, 1984; 1987a y 1988b) suponen el arranque de una nueva línea de investigación, que incorpora tablas tipológicas más completas y acordes con las empleadas fuera de nuestras fronteras. 341

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Trabajos posteriores han continuado en esta dirección, aunque prescindiendo de elaborar tipología propia (Moreno Jiménez, 1991; Morillo, 1992 y 1999; Palanques, 1992; Amante, 1993; Bernal, 1993a; Casas Genover y Soler Fusté, 2006b). Hemos de tener en cuenta esta diversidad de situaciones antes de realizar cualquier estudio comparativo entre dos conjuntos de lucernas de diversa procedencia. Los criterios empleados para la definición tipológica no siempre son los mismos, ni tratan de definir las mismas piezas, que pueden variar sustancialmente de un extremo a otro del Imperio, tanto en su forma como en su cronología. Debemos movernos siempre dentro de un marco referencial lo más semejante posible al nuestro. No resulta admisible extrapolar los datos de un yacimiento y aplicarlos a otro de muy distinta categoría o ubicación, e incluso a una región más amplia. Menos aun considerar en pie de igualdad los materiales descontextualizados de un museo y los procedentes de una excavación arqueológica (Morillo, 1992: 47). Es importante saber elegir en cada caso la denominación tipológica que más se ajuste al ejemplar que pretendemos definir, empleando, si es preciso, denominaciones pertenecientes a distintas tipologías. Este criterio selectivo, no oculta, sin embargo, la necesidad de tender hacia una unificación terminológica en la medida de lo posible, utilizando sin reparos las dos o tres tipologías más completas y conocidas como las de Dressel (1899). Loeschcke (1919), Deneauve (1969) y Atlante (Pavolini yAnselmino, 1981), completándola con otras cuando las formas y/o procedencias así lo requieren. Se pueden establecer cinco grandes familias o series de lucernas: tardorrepublicanas, de volutas, de disco, de canal y tardoantiguas, a las que podemos añadir los precedentes helenísticos fabricados en Roma. Estas familias se subdividen en tipos, que se estudian de forma independiente bajo sus denominaciones más conocidas. Al margen de las grandes series, para el caso hispano se pueden individualizar producciones regionales alto y bajo imperiales. Presentamos a continuación las series y tipos más frecuentes en el ámbito hispano. 4.1. Lucernas helenísticas fabricadas en talleres romanos Las producciones de marcado carácter helenístico por su morfología y concepto son sin duda las primeras itálicas que alcanzan la Península Ibérica. Se trata de producciones de barniz negro, realizadas a torno, surgidas de los talleres romanos y laciales que imitaban la vajilla característica de época hele342

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nística a partir del siglo III a.C. y hasta la primera mitad del I a.C. (Pavolini, 1987: 140-141). A pesar de la labor en este sentido de Ricci (1974) y Pavolini (1981; 1982; 1987), existe una gran confusión para definir los grupos tipológicos en los ejemplares de morfología helenística. Alcanzan puntualmente Hispania, concentrándose en el Levante peninsular y el valle del Guadalquivir, las zonas de presencia romana más antigua. Algunos de los tipos debieron ser imitados en talleres locales, lo que justificaría su relativa mayor abundancia. Vamos a ocuparnos de estos últimos (Fig. 7).

Fig. 7. Lucernas helenísticas (Tipo cilíndrico del Esquilino y Ricci G) y tardorrepublicanas (Dressel 2, Dressel 3 y Dressel 4).

Tipo cilíndrico del Esquilino Lucerna a torno de sección circular, perfil troncocónico, orla estrecha y disco abierto sin decoración con gran orificio de alimentación y piquera en yunque con gran orificio de alimentación. Suelen constar de un apéndice o aleta lateral. A veces aparece una cartela rectangular con el símbolo de Tanit entre el disco y la piquera, que se ha interpretado como una forma de identificar la 343

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Fig. 8. Lucerna del tipo cilíndrico del Esquilino. Colección de la Real Academia de la Historia (G. Rodríguez Martín)

producción norteafricana, aunque en realidad podemos estar tanto ante importaciones itálicas/norteafricanas como copias por sobremolde locales (Bernal, 1993a: 70). Aunque los ejemplares itálicos presentan un recubrimiento de barniz negro, la mayor parte de los materiales recogidos en las provincias hispanas carecen de revestimiento (Fig. 8). Pavolini establece la datación de este tipo entre el 150 y el 50 a.C. (Pavolini, 1987: 141). Además de Italia y el Norte de África se difunden por el resto del Mediterráneo Occidental, alcanzado la costa catalano-levantina y el valle del Guadalquivir. Asimismo se documentan en campamentos como los de la circumvallatio numantina (Romero Carnicero, 1990). Ricci G (Ponsich IC) Lucerna bitroncocónica, con disco cóncavo dotado de un orificio de alimentación central, en torno al cual se desarrolla una decoración geométrica de líneas o puntos que se disponen radialmente a partir de dicho orificio. La piquera es yunquiforme, unida al disco por una depresión o gran acanaladura central, flanqueada a veces por dos cabezas de ave. La base es plana y pueden llevar un asa de cinta sobreelevada. Las pastas son grisáceas, muy a menudo sin recubrimiento exterior de barniz negro. 344

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El tipo fue definido por Ricci (1974: 222-223). Ponsich las consideraba el mismo tipo que las Dressel 3(1961). Fabricadas en talleres del sur de Italia y Roma, se encuentran presentes en casi todos los contextos del Mediterráneo Occidental desde la segunda mitad del siglo III hasta mediados del I a.C. (Ricci, 1974: 222-223). En Hispania se ha identificado un taller de este tipo en la antigua Corduba, en una cronología centrada entre el 135-30 a.C. (Moreno Jiménez, 1991: 193-198, tipos 5057; Amaré, 1988-89: 105-106). 4.2. Lucernas tardorrepublicanas Al igual que en otros campos de la cultura material romana, los dos últimos siglos de la República romana son un periodo de experimentación en el proceso productivo de la lucerna. La adopción de la técnica del moldeado cristaliza en el desarrollo de un concepto de lucerna genuinamente romano, que se aparta cada vez más de formulaciones morfológicas de raíz helenística, y cuyas primeras manifestaciones son las variantes conocidas como tardorrepublicanas (Dressel 2 a 4). Las innovaciones más revolucionarias son el cierre del disco casi por completo y la posibilidad de introducir decoraciones más o menos complejas sobre el mismo. La introducción del molde en el proceso productivo permite, además, la fabricación de lucernas en serie, que se convierten de esta manera en objetos baratos y cotidianos, con una demanda siempre creciente. Estas innovaciones debieron impulsar la creación de una red de talleres lucernarios en torno a Roma y el área central tirrénica. Las lucernas tardorrepublicanas resultan bastante menos conocidas que sus homólogas imperiales. El material publicado es mucho más reducido y apenas existen estudios de conjunto. Carecemos de tipologías completas y bien organizadas referidas a estas variantes, excepción hecha de la clasificación de Ricci (Ricci, 1974) y Pavolini (1987). Como bien ha señalado recientemente Pavolini, el desarrollo de la decoración, la presencia de marcas de fábrica y su enorme difusión han atraido un mayor interés sobre las lucernas de volutas (Pavolini, 1981: 139). Por otra parte, la investigación lucernaria en Italia Central, zona nuclear de los ejemplares tardorrepublicanos, apenas ha comenzado. No debemos olvidar que la ausencia de ejemplares republicanos -salvo del tipo Dressel 4- en los yacimientos del limes germánico, una de las zonas mejor conocidas desde el punto de vista arqueológico, ha impedido la existencia de datos cronológicos fiables (Morillo, 1992: 51).

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Dressel 2 (Walters 49-51; Palol 1; Dessel-Lamb. 2; Lerat IIC; Ponsich IB; Deneauve I; Szentleleky b-1; Alarcão y Da Ponte AI; Provoost III-l, 3; Amare 1-2 Ba) Lucerna del tipo delfiniforme, de inspiración helenística. Cuerpo de sección bitroncocónica con disco cerrado y orificio central, piquera en yunque y asa posterior. En ocasiones puede presentar una aleta lateral. La denominación “Warzenlampen” se le ha dado en atención a la orla decorada con glóbulos o perlitas en filas concéntricas. Esta forma ya aparece configurada en la publicación de Dressel, reapareciendo en otros conjuntos con material antiguos, tardorrepublicanos o de los primeros años de Augusto. La cronología del tipo ha estado sin embargo sujeta a fluctuaciones. Para algunos autores presenta una amplia duración temporal. Dressel-Lamboglia asigna los siglos II-I a.C.; Provoost entre el 275 y el I a. C (1976: 549). Ricci la ha establecido a la largo del siglo I a. C (1974: 204), al igual que Walters, Ponsich y Deneauve. Mención especial merecen los materiales húngaros, que Szentleleky sitúa entre el 25-75 d.C., lo que parece ser más una forma semejante que una perduración (1969). Es sin duda una de las primeras variantes que abandona el barniz negro característico de las producciones griegas y helenísticas, optando por piezas en las que aflora el propio color de la arcilla, recubierto por engobe de diferentes tonos. Fabricada en los talleres centroitálicos del entorno de Roma, su difusión se restringe al centro de Italia, el mediodía y el levante de la Península Ibérica y el África proconsular. Dressel 3 (Walters 73-74; Palol 2a; Dressel-Lamb. 3; Lerat III-l; Ponsich IC; Deneauve III; Alarcão y Da Ponte A-2; Provoost IV-1, 2ª, 1ª; Leibungut II) Tipo bastante similar al anterior con cuerpo circular, orla estrecha surcada por una nervadura, piquera en yunque y amplio disco plano y decorado. Asa posterior y dos aletas laterales simétricas. Prácticamente se documenta en conjuntos de la misma cronología que Dressel 2. Ricci lo encuentra documentado entre el 90 a.C. y el cambio de Era (Ricci, 1974: 25). Leibundgut restringue su duración temporal en Suiza al 50-10 a.C. (Leibundgut, 1977: 16). Sólo Provoost considera que aparece en los primeros años del siglo I d.C. (1976: 550). Su ámbito de producción y difusión en muy semejante a la del tipo anterior (Fig. 9). 346

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Dressel 4 (Palol 3; Dressel-Lamboglia 4; Lerat III-1; Ponsich IC; Deneauve II; Leibundgut I; Amare III, 1) Lucerna del mismo tipo que los dos grupos anteriores con cuerpo muy alargado, orla estrecha decorada con molduras de disposición variada, asa anular acanalada y piquera en yunque, con el canal flanqueado por dos cabezas de ave (cisne o ibis). Esta peculiar decoración determina que se les de el nombre de “lucernas de cabeza de ave” o Vogelkopflampen (Pavolini, 1981: 160, nota 32). Este tipo de piezas resulta más abundante que otras de época republicana, aunque en el Mediterráneo Oriental siguen siendo muy raras. El tipo está perfectamente individualizado desde Dressel (Fig. 10). Provoost se resiste a darles el nombre de Vogelkopflampen porque está decoración no aparece en todas las lucernas de este tipo, y las coloca como una variante de las delfiniformes (Provoost, 1976: 552, nota 31; Provoost, 1976: 564, nota 44). La mayoría de los autores está de acuerdo en que la cronología es más reciente y la producción se extiende a lo largo del principado de Augusto. Ricci ha establecido con claridad los límites temporales entre el 20 a.C. y el 10 d. C

Fig. 9. Lucerna del tipo Dressel 3. Colección de la Real Academia de la Historia (G. Rodríguez Martín)

Fig. 10. Lucerna del tipo Dressel 4 (Vogelkopflampe) procedente de Herrera de Pisuerga (Palencia), fabricada en el taller militar de la legio IIII Macedonica en esta localidad (A. Morillo)

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(Ricci, 1974: 205), información confirmada por Leibundgut en sus materiales. Sin embargo, en regiones del Imperio como Hispania, Galia y Germania se continúa fabricando durante el reinado de Tiberio (Morillo, 1992: 57; Morillo, 1996a: 57-61). Además de los centros productores originarios de Roma y Campania, esta forma se fabricó en varios talleres militares (Haltern, Vetera Castra, Oberaden, Herrera de Pisuerga). 4.3. Lucernas de volutas Las lucernas de volutas constituyen la primera producción imperial propiamente dicha. Todos los tipos de volutas, especialmente los más antiguos, se caracterizan por una elevada calidad técnica y artística, que se refleja en el refinamiento y la cuidada elección de los motivos ornamentales que decoran el disco. La generalización del empleo del molde durante el proceso productivo de la lucerna permite multiplicar rápidamente el número de piezas fabricado en cada taller. El resultado será una difusión sin precedentes por todos los confines del Imperio, alcanzando incluso las regiones más periféricas del mismo. Esta difusión, impulsada por la prosperidad económica del periodo augusteo, dará origen, avanzando el tiempo, a una multiplicación del número de sucursales y talleres locales, que terminan por arrebatar a Italia el liderazgo en la producción y exportación de lucernas. Se encuentran presentes en todos los yacimientos romanos desde el periodo augusteo hasta finales del siglo I d.C., donde adoptan un papel de material-guía de primera magnitud. Su asociación dentro de las estratigrafías a otros materiales con un marco referencial bien establecido, tales como la terra sigillata, ha permitido aquilatar con bastante precisión el desarrollo de cada una de sus variantes. Dentro de las lucernas romanas configuran el grupo mejor conocido y documentado, que se suele identificar como el tipo altoimperial por excelencia. De ahí que el estado de la investigación sobre las lucernas del siglo I de nuestra Era se encuentre mucho más avanzado que el de cualquier otro periodo (Morillo, 1992: 77). La morfología de las lucernas de volutas registra un cambio radical respecto a las últimas variantes tardorrepublicanas. La utilización del molde permite aprovechar al máximo las posibilidades decorativas del disco, cuyas dimensiones aumentan considerablemente. Este adopta una forma cóncava y un rico repertorio ornamental. La orla, separada del disco por varias molduras en número y grosor variable, se estrecha hasta casi desaparecer en algunos ejemplares. Su característica formal más representativa, que da nombre a toda la producción, es la presencia de dos elementos ornamentales en forma 348

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de voluta en los extremos del arranque del rostrum, fosilización decorativa del punto de unión entre las cadenillas de sustentación y el cuerpo en los ejemplares metálicos. Se advierten, no obstante, notables diferencias en la configuración de la piquera de las lucernas de volutas, que puede ser triangular o redondeada. Cada una de las variantes lleva aparejado un marco temporal determinado, definido por Loeschcke a comienzos del siglo XX (Loeschcke, 1919: 24-46). Este investigador estableció cinco grandes grupos de lucernas de volutas -Loeschcke I, III, IV, V y VI-, el primero de los cuales correspondía a los ejemplares con rostrum apuntado, mientras los restantes se caracterizaban por su piquera redondeada u ojival. Las variantes más antiguas suelen carecer de asa, que comienza a aparecer con cierta frecuencia en los ejemplares Loeschcke III, IV y V (Morillo, 1999: 67-69) (Fig. 11).

Fig. 11. Lucernas de volutas (Loeschcke IA, Loeschcke IB, Loeschcke IC, Loeschcke III, Loeschcke IV, Loeschcke V, Dressel 10 y Deneauve VG)

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Balil atribuye la creación del modelo decorativo de las lucernas de volutas a los talleres cerámicos de Asia Menor, desde donde habrían pasado al área centroitálica, que será la encargada de popularizarlos (Balil, 1980b; 247). Otros autores consideran esta última región como la única zona de procedencia verosímil (Pavolini, 1987: 148). Este mismo investigador ha señalado acertadamente la estrecha relación tipológica existente entre los ejemplares de volutas y las lucernas tardorrepublicanas del tipo Dressel 3 con decoración en el disco y esbozos de volutas a los lados del pico (Pavolini, 1981: 162). La fecha de aparición de las lucernas de volutas se ha establecido durante la época augustea, en concreto en torno al 20 a.C. (Marabini, 1973: 52, nota 59; Leibundgut, 1977: 17-19). El rostrum triangular, que aparece en las variantes más antiguas, sería una pervivencia de la piquera en yunque de época tardorrepublicana (Pavolini, 1987: 148). A partir de los ejemplares hallados en el campamento suizo de Vindonissa y su comparación con otros yacimientos como Pompeya, Haltern u Oberaden, Loeschcke estableció con bastante precisión el marco temporal en el que se desarrollan las lucernas de volutas, cuyas líneas básicas siguen siendo válidas hoy en día (Loeschcke, 1919: 24-46). Hasta aproximadamente el 80 d.C. el predominio de las lucernas de volutas resulta incuestionable (Pavolini, 1981: 165), momento a partir del cual su presencia queda reducida a cantidades mucho menores. Las últimas variantes perduran de forma residual hasta mediados de la segunda centuria (Deneauve, 1969: 149). Los centros productores de lucernas de volutas se concentran principalmente en el Lacio y la Campania. Los talleres debían ser frecuentes en las cercanías de grandes puertos comerciales como Ostia o Pozzuoli, donde arribaban las naves cargadas con productos de primera necesidad para la Urbe. Estos barcos, que debían regresar casi de lastre hacia sus puntos de origen, pudieron ser empleados como medio de transporte para exportar hacia las provincias importantes cargamentos de lucernas u otras producciones cerámicas como terra sigillata itálica (Balil, 1969: 8) como cargamento secundario. Los hallazgos cada vez más frecuentes de pecios con importantes cargamentos de este producto confirman un comercio de cierta envergadura hasta lugares muy alejados de los puertos de embarque. Por referirnos tan sólo a la Península Ibérica, hallazgos de este tipo se han documentado en la bahía de Porto Cristo (Domergue, 1966; Manera, 1983) y Cala Culip (Alaminos et alii, 1985: 121-22). Las lucernas de volutas alcanzan todos los rincones del Mediterráneo, incluyendo las provincias orientales helenizadas, así como las regiones fronterizas septentrionales. El floreciente comercio de lucernas es responsable en buena medida de su popularidad y la consiguiente descentralización produc350

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tiva (Morillo, 1992: 81). La demanda de lucernas es cada vez mayor debido a la ampliación de mercados. Se multiplican los talleres locales, primero en Italia y más tarde en el resto de las provincias. Loeschcke IA (Dressel 9; Walters, 78-80; Broneer XXII; Ivanyi I; Palol 6A; Goldman XII; Dressel-Lamboglia 9A; Lerat III-2, A; Ponsich II-A, 1; Deneauve IVA; Alarcão y Da Ponte B-I, 1a; Provoost IV-2, 1ª Leibundgut V; Bailey A; Amaré IV-2, Aa) Las lucernas con rostrum triangular flanqueado por volutas reciben la denominación genérica de tipo Loeschcke I. Esta categoría se caracteriza asimismo por la carencia de asa y la orla estrecha y horizontal, separada del disco por un número variable de molduras de transición. Atendiendo a la relación existente entre la separación de las volutas y los vértices del pico, Loeschcke estableció tres subvariantes (Loeschcke, 1919: 24-25). En la primera de ellas -IA- las volutas son más salientes que los vértices del pico, muy angulosos, y se unen con éstos por medio de líneas tangentes que convergen delante del pico. En el tipo IB la anchura de los bordes y volutas es idéntica y ambos elementos se unen por medio de líneas casi paralelas (Fig. 12). Los vértices del

Fig. 12. Lucernas del tipo Loeschcke IA, decorada con una escena de pugilato, y tipo Loeschcke IB, decorada con un gladiador tracio. Proceden de Herrera de Pisuerga (Palencia) (A. Morillo)

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rostrum del tipo IC son más anchos que las volutas y se unen con ellas por medio de líneas divergentes. Al mismo tiempo que tiene lugar esta transformación, la orla evoluciona desde formas estrechas y planas hasta otras anchas e inclinadas hacia el exterior. Las molduras de transición al disco reducen progresivamente su número mientras aumenta su tamaño. Cada una de las variantes lleva aparejado un marco temporal determinado: la variante Loeschcke IA corresponde al periodo de Augusto y Tiberio; el segundo tipo -Loeschcke IB- surge en época de Tiberio para continuar hasta finales del reinado de Claudio; El tipo Loeschcke IC se desarrolla entre Nerón y el acceso de Vespasiano al trono (Loeschcke, 1919: 29-30). Estas tres categorías establecidas por Loeschcke dentro de su tipo I han sido aceptadas como un criterio cronológico operativo por la mayoría de los investigadores posteriores, aunque algunos estudios incluyen los tres subtipos en un genérico siglo I d.C. No siempre resulta fácil distinguir entre estas tres variantes, especialmente entre las dos primeras (Morillo, 1992: 88). La problemática se complica aún más cuando nos encontramos ante un material muy fragmentario. La difusión de esta primera variante augustea de volutas no alcanza la de las posteriores. Este modelo se concentra principalmente en la Península Itálica, Africa Proconsular, sur de la Galia y litoral mediterráneo hispano. La inmensa mayoría de los ejemplares documentados son de origen centroitálico, caracterizados por su calidad técnica y artística y por pastas bien depuradas de tono amarillento. No obstante, en distintos campamentos del limes germánico surgen imitaciones locales que siguen los modelos itálicos (Morillo, 1999: 71-75). Loeschcke IB (Dressel 9; Walters 78-80; Broneer XXII; Ivanyi I; Palol 6B; Goldman XII; Dressel-Lamboglia 9B; Lerat III-2, A; Ponsich II-A, 1; Deneauve IVA; Alarcão y Da Ponte B-I, 1a; Provoost IV-2, 1º, 2ª, Leibundgut VI; Bailey A; Amare IV-2, Ab) Esta segunda variedad de la forma Loeschcke I presenta prácticamente las mismas características morfológicas que la variante IA, de la que se distingue por el rostrum más grande, en el cual los vértices y las volutas de arranque presentan la misma anchura y se podrían unir por medio de líneas casi paralelas. Desde el punto de vista técnico y artístico, Loeschcke señalaba un retroceso en esta variante respecto a la anterior. Los ejemplares más antiguos de la forma IB todavía son trabajos relativamente correctos mientras las pie352

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zas más recientes manifiestan cierto descuido en su ejecución. La decoración acusa también un proceso degenerativo debido al empleo cada vez más frecuente del sobremolde, que reduce el tamaño de las piezas y la nitidez del relieve (Loeschcke, 1919: 26-27). No obstante, las lucernas del tipo IB todavía son productos de una gran calidad. La mayoría de los investigadores está de acuerdo en atribuir a la forma IB un origen tiberiano, probablemente hacia los años centrales del reinado de este emperador. Alcanza su máximo desarrollo durante la época claudia (Loeschcke, 1919: 30). Desde mediados de siglo este tipo va siendo sustituido por la variante IC. Loeschcke IC (Dressel 9; Walters 78-80; Broneer XXII; Ivanyi I; Palol 6C; Goldman XII; Dressel-Lamboglia 9C; Lerat III-2, A; Ponsich II-A, 1; Deneauve IVA; Alarcão y Da Ponte B-I, 1a; Provoost IV-2, 1º, 3ª, Leibundgut VII; Bailey A; Amare IV-2, Ac) El proceso de degeneración técnica y artística registrado por las lucernas de volutas con piquera triangular alcanzará su punto culminante con el tipo IC (Loeschcke, 1919: 26-27). La forma de la lucerna, caracterizada por el ancho rostrum, se vuelve más sencilla y compacta. La orla se ensancha adoptando un perfil inclinado hacia el exterior -tipo IV de Loeschcke-, mientras se reduce el número de molduras y disminuye el diámetro del disco (Fig. 13). Los motivos decorativos que adornan el disco se empobrecen desde el punto de vista iconográfico, restringiéndose a un repertorio cada vez más reiterativo compuesto de figuras humanas o animales aisladas, máscaras y motivos vegetales y geométricos. El empleo habitual de la técnica del sobremolde reduce progresivamente el tamaño de los ejemplares y la profundidad del relieve. La cronología del tipo Loeschcke IC resulta también muy diferente a la de las categorías precedentes. Su origen arranca del reinado de Nerón, extendiéndose durante toda la época flavia (Loeschcke, 1919: 29-30). Esta datación es aceptada por la mayoría de los autores (Menzel, 1954: 30; Deneauve, 1969: 108). Bailey prolonga su fabricación hasta el comienzo del reinado de Trajano (Bailey, 1980: 150). A mediados del siglo II se encuentra todavía en uso en Panonia (Ivanyi, 1935).

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Fig. 13. Lucerna del tipo Loeschcke IC, con el disco decorado con dos cornucopias. Procede de Bracara Augusta (Braga) (R. Morais)

Loeschcke III (Dressel 12-13; Walters 86-89; Broneer XXI-2; Ivanyi III; Palol 7; Goldman XI; Dressel-Lamboglia 12-13; Lerat III-2, B-1; Ponsich IIB 1; Deneauve VB; Alarcão y Da Ponte B-I, 2C; Bisi V B-E; Leibundgut X-XI; Bailey D; Amaré IV-2, Ba’) Lucernas de volutas de grandes dimensiones, con un rostrum redondeado u ojival flanqueado por dobles volutas. Se caracterizan por una gran asa plástica decorada que adopta una forma triangular, acorazonada, en creciente lunar o figurada. Los discos son de grandes dimensiones y muy cóncavos, especialmente adecuados para recibir decoraciones de tipo geométrico y vegetal. Resulta una forma bastante individualizada y bien conocida en todas las regiones del Imperio, variante de la Loeschcke IV (Fig. 14). Las lucernas de este tipo pueden presentar una o más piqueras. Loeschcke unificó en un solo grupo -Loeschcke III- las dos categorías establecidas por Dressel en atención únicamente al número de rostra –Dressel 12 y Dressel 13–. La mayor parte de los investigadores ha seguido esta lógica reflexión, aunque Walters, Heres, Lamboglia y Leibundgut mantienen la división de Dressel. El asa lleva en su parte posterior un orificio circular para sujetar la pieza. Se ha apuntado que una de las finalidades del asa plástica puede ser actuar como contrapeso respecto al gran rostrum o a los rostra (Amaré, 1988a: 33). 354

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Fig. 14. Asa plástica de lucerna del tipo Loeschcke III, procedente de Herrera de Pisuerga (Palencia) (A. Morillo)

El origen iconográfico de la decoración aplicada sobre el asidero hay que buscarlo en los ejemplares metálicos, que llegan a Italia durante el periodo augusteo a través de las regiones orientales helenizadas (Broneer, 1930: 7376; Heres, 1972: 11). Las formas que adopta más frecuentemente son las de creciente lunar y de triángulo ornamentado con palmetas o acantos estilizados en relieve. Una tercera variante morfológica, menos común que las otras dos, es una hoja vegetal cordiforme. En algunas ocasiones aparecen asas figuradas en forma de águila o busto humano. El comienzo de la producción de lucernas con piquera redondeada y gran asa plástica se ha venido manteniendo desde Loeschcke en plena época augustea (Loeschcke, 1919: 35). Este investigador la documenta en Haltern, en contextos anteriores al 9 d.C., asociada a ejemplares de los tipos Loeschcke IA y Dressel 4 (Loeschcke, 1909: 209-212, tipo 36, lám. XX, 11 y XX, 12). Su cronología se prolonga hasta finales de época flavia (Palol, 1948-49: 237; Deneauve, 1969: 145) e incluso hasta las primeras décadas de la siguiente centuria (Bailey, 1980: 244-45), aunque el momento de máximo auge corresponde a la primera mitad del siglo I d.C. (Ivanyi, 1935: 11-12; Szentleleky, 1969: 64-65; Leibundgut, 1977: 28), momento a partir del cual se rarifican paulatinamente. 355

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Los principales centros productivos se localizan, también en este caso, en los alrededores de Roma. Las lucernas de volutas con asa plástica no constituyen un tipo demasiado abundante desde el punto de vista númerico, pero se difunde de una forma amplia por todo el Imperio (Morillo, 1999: 81-84). Loeschcke IV (Walters 81; Dressel 11; Broneer XXIII; Ivanyi II; Dressel-Lamboglia 11; Palol 8; Goldman XIII; Lerat III-2, B-2; Ponsich IIB, 1; Deneauve VA; Alarcão y DA Ponte B-I, 2a; Bisi VIIIB; Provoost, IV-2, 2ª 1ª; Leibundgut XII; Bailey IB; Amaré IV-2, Ba) Lucernas de volutas con piquera redondeada u ojival, carentes de asa. A diferencia de los tipos con rostrum triangular, las volutas apenas sobresalen del cuerpo de la lucerna. El disco es cóncavo, rodeado por varias molduras. La orla presenta un perfil estrecho y horizontal. Loeschcke, partiendo de su coincidencia temporal con sus formas I y III, consideraba que el tipo IV era una derivación morfológica de aquellos (Loeschcke, 1919: 37). La presencia de asa en algunos ejemplares avanzados dio pie a Dressel para establecer una forma 14 diferente a la 11, carente de asa. Dentro de la misma variante Loeschcke IV conviven dos producciones con rasgos morfológicos casi idénticos pero de cronología algo distinta, lo que ha provocado cierta confusión entre los investigadores. La variante inicial se caracteriza por la orla estrecha y moldurada, así como por el rostrum flanqueado por dos volutas finas y alargadas. En algunos ejemplares aparece incluso un pequeño canal entre la piquera y el disco, idéntico al canalillo de los diseños más antiguos del tipo Loeschcke IA. Como éste, presenta una cronología augustea (Bailey, 1980: 154), aunque en este periodo parece ser un tipo muy minoritario (Fig. 15). Durante el periodo tiberiano surge un diseño algo diferente, con la piquera más corta, volutas más reducidas y compactas y orla simplificada. Belchior, quien mejor ha percibido la significativa dualidad señalada en su día por Lamboglia (Lamboglia-Beltrán, 1952: 88) sitúa el apogeo de esta última variante, mucho más habitual que la primera, durante el segundo y tercer cuarto del siglo I d.C., aunque sus márgenes temporales se prolongan durante todo el periodo flavio (Belchior, 1969: 33). La mayoría de los autores no distinguen entre estas dos subvariantes, por lo que suelen prolongar la cronología de la forma Loeschcke IV durante todo el siglo I d.C. Todos los investigadores están de acuerdo en que el momento de auge corresponde a las décadas centrales del siglo I d.C. (Belchior, 356

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Fig. 15. Lucernas del tipo Loeschcke IV (variante antigua augustea) conservada en el Museo de Cádiz (A. Morillo)

1969: 33; Bailey, 1980: 153). El final de la producción debe situarse en los años finales de esta centuria (Deneauve, 1969: 126; Belchior, 1969: 33) e incluso en las primeras décadas del siglo II (Leibundgut, 1977: 29; Bailey, 1980: 172). Da la impresión de que al Norte de los Alpes esta forma perdura durante más tiempo. La variante Loeschcke IV alcanza una amplísima difusión en todas las provincias occidentales, superando con creces a los tipos con piquera triangular en la mayoría de los yacimientos y colecciones publicadas (Morillo, 1999: 87-89). Loeschcke V (Walters, 83-85; Dressel 15-16; Broneer XXIV; Ivanyi VI; Palol 9B; Goldman XIV; Dressel-Lamboglia 15-16; Lerat III-2 C; Ponsich IIB 2; Deneauve VD; Alarcão y Da Ponte B-I 2b; Bisi VIIIF y VIIIG; Provoost, IV-3, 1ª; Leibundgut XIV-XV; Bailey IC) El tipo Loeschcke V, claramente derivado del anterior, presenta un cuerpo alargado y terminado con un rostrum de forma redondeada. Las volutas iniciales del pico desaparecen, quedando tan sólo un circulito impreso su lugar. La 357

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orla es ancha, de perfil inclinado hacia el exterior y, a veces, adornada con ovas o perlitas. El disco es cóncavo y de reducidas dimensiones, decorado con motivos sencillos y rodeado por una o dos molduras. Los ejemplares constan de una asa de disco elevada, con perfil de forma triangular. Dentro del tipo genérico Loeschcke V, Dressel individualiza dos variantes sucesivas -Dressel 15 y Dressel 16-, que se distinguen fundamentalmente por la forma del cuerpo y la presencia de decoración en la margo, que aparece en la segunda de ellas. Bisi ha establecido, a su vez, varios subtipos (Bisi, 1977: 85-87, tipos VIIIE-G). Algunos investigadores han señalado que la morfología y la decoración de esta variante guardan estrechas semejanzas con modelos helenísticos (Loeschcke, 1919: 41-42; Bisi, 1977: 86), lo que ha llevado a suponer incluso un origen helénico para la misma (Haken, 1958: 56; Pavolini, 1977: 36). Estas similitudes, en un momento en que la estructura de la lucerna tiende a la simplificación, todavía no han sido bien explicadas. Loeschcke, al revisar los materiales de Vindonissa, fecha su forma V a lo largo del segundo y el tercer cuarto del siglo I d.C. (Loeschcke, 1919: 43-44). Bailey retrasa su aparición hasta los años finales del reinado de Claudio, prolongando su duración hasta la época de Trajano o Adriano (Bailey, 1980: 184185). Otros autores se inclinan por la segunda mitad del siglo I y las primeras décadas de la siguiente centuria (Ivanyi, 1935: 12; Deneauve, 1969: 149). Las lucernas de la forma Loeschcke V se difunden ampliamente tanto por el Mediterráneo Oriental como por el Occidente del Imperio. No obstante, desde el punto de vista cuantitativo no es demasiado abundante (Morillo, 1999: 92-94). Dressel 10 (Ponsich IIA 2; Deneauve XA) Constituye una forma emparentada con la Loeschcke I, a la que le asemejan numerosos rasgos morfológicos. La piquera es triangular, suavizada en el centro y flanqueada por volutas, cuyas curvas son menos amplias y, a veces, se reducen a simples molduras a ambos lados del rostrum. En el centro de éste puede aparecer algún motivo decorativo. Deneauve establece la existencia de seis variantes diferentes de piquera entre los ejemplares norteafricanos (Deneauve, 1969: 210). El disco es muy ancho, cóncavo y, por lo general, ricamente ornamentado con representaciones detallistas de cuidada ejecución, consistentes en escenas portuarias, máscaras teatrales, naturalezas muertas y figuras humanas. La orla presenta un perfil horizontal, con varias molduras 358

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muy estrechas de transición al disco. A veces la margo aparece decorada con elementos decorativos en relieve. Presentan una base plana o anular y un asa de disco elevada y perforada. Suele aparecer asociada a la marca de taller Pvllaeni, aunque se han constatado otras firmas. La cronología de esta variante aún presenta grandes incógnitas. Deneauve sitúa su existencia a lo largo de la segunda mitad del siglo II d.C. (Deneauve, 1969: lám. XVI), datación confirmada por la posición de estos ejemplares en los niveles de Tarragona y que se aparta notablemente con respecto al resto de los tipos de volutas (Palanqués, 1992: 27). Esta misma investigadora hace notar la ausencia de ejemplares de este tipo en las ciudades destruidas por el Vesubio en el año 79 d.C. A juzgar por el escaso número de ejemplares constatados hasta la fecha no parece ser una forma demasiado común. Su área de comercialización se restringe a las áreas costeras del Mediterráneo Occidental, preferentemente el litoral norteafricano y tirrénico, donde podría ubicarse el taller original (Morillo, 1999: 94-95). Deneauve VG (Walters 72; Broneer XXIV; Alarcão y Da Ponte B-II, 2; Leibundgut XVIXVII; Bailey G; Amare IV-1, Ba) Las lucernas de esta variante se caracterizan por su cuerpo redondeado, al que se adosa una piquera corta terminada de forma redondeada o, inusualmente, ojival. Entre el disco cóncavo, sin decoración y con el orificio de alimentación central, y el orificio de iluminación se abre un estrecho canal delimitado por una moldura o dos incisiones. El pico está separado del cuerpo de la lucerna mediante dos incisiones, en las que algunos investigadores creen reconocer dos volutas atrofiadas. La orla es ancha y sin decoración, con perfiles del tipo III, IV y VII de Loeschcke. A los lados de la misma se disponen don aletas laterales con los extremos apuntados y la parte central de forma redondeada. Algunos ejemplares cuentan con un asa de disco elevada (Fig. 16). Gualandi considera estas piezas como una variante degenerada de lucernas de volutas (Gualandi, 1977: 125-126). No cabe ninguna duda que se trata de un tipo de transición hacia las lucernas de disco. La mayoría de los investigadores sitúa sus márgenes temporales durante el segundo y el tercer cuarto del siglo I, aunque continúa hasta las postrimerías de esta centuria o comienzos del siglo II (Loeschcke, 1919: 43; Bailey, 1980: 233-234). 359

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Fig. 16. Lucerna del tipo Deneauve VG procedente de Bracara Augusta (Braga) (R. Morais)

La abundancia de las lucernas de esta forma en el Mediterráneo Oriental, así como la constatación de numerosas producciones locales en Asia Menor (Bailey, 1988) han llevado a algunos autores a plantear el origen egeo del modelo (Perlzweig, 1961: 130). Bailey señala que, probablemente, su origen fue itálico (Bailey, 1980: 233). En las provincias occidentales del Imperio esta categoría se encuentra también muy difundida, aunque siempre constituye un tipo minoritario dentro de los conjuntos arqueológicos (Morillo, 1999: 97-99). 4.4. Lucernas de disco Con las lucernas de disco se inicia una modalidad nueva de recipientes para iluminación, muy distinta de la anterior desde el punto de vista morfológico. El comienzo de la producción de lucernas de disco tiene lugar en los mismos talleres itálicos que, de forma simultánea, estaban fabricando ejemplares de volutas. Alcanzan una expansión muy considerable en las provincias ribereñas del Mediterráneo. Las lucernas de disco se encuentran bastante peor estudiadas que las lucernas de volutas y las Firmalampen. No se ha publicado un estudio de conjunto acerca de las mismas. Tan sólo conocemos referencias esporádicas en 360

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los informes de excavaciones y en las colecciones y catálogos museísticos. Es un grupo muy complejo, de difícil definición, donde se incluyen formas no totalmente individualizadas y tipos de muy diferente procedencia geográfica y que se extienden a lo largo de un marco espacial de más de dos siglos. Presenta los mismos problemas tipo-cronológicos que otros materiales arqueológicos de los siglos II y III d.C. La investigación se ha orientado principalmente hacia la recopilación de firmas de alfareros dentro de los estudios de distribución de talleres. La denominación “lucernas de disco” es más convencional que auténticamente descriptiva como otras categorías tales como lucernas de volutas o lucernas de “cabeza de ave” (Bailey, 1980: 293), existiendo otras denominaciones para este grupo (Morillo, 1999: 107). Las lucernas de disco presentan un cuerpo circular con amplia orla inclinada hacia el exterior, disco de pequeñas dimensiones y piquera corta y redondeada. La orla puede ser lisa o decorada con sencillos elementos geométricos o vegetales como ovas, racimos de uvas y hojas. El disco suele estar decorado con motivos pertenecientes a un léxico decorativo diferente al de las lucernas de volutas, de figuras más grandes y toscas, sólo en ocasiones detallistas. En las variantes más modernas la ornamentación desaparece. El asa, que no está presente en todos los tipos, es perforada o maciza, perteneciente a la variedad denominada “asa de disco”. La base es anular, a menudo ocupada en su mayor parte por una firma de alfarero. En ocasiones incorporan aletas laterales con carácter funcional u ornamental. Las diferentes variedades del conjunto de lucernas de disco se han podido establecer a partir de la estructura del pico y la forma de unión con el cuerpo de la pieza. Puede no existir separación entre la margo y el rostrum o adoptar la fisonomía de una línea curva, una línea recta con trazos en distintos sentidos, una forma trapezoidal, dos líneas curvas que definen una forma acorazonada... Dressel estableció los grupos principales (Dressel, 1899: Fig. 17), grupos que fueron confirmados y aumentados por Loeschcke dentro de su categoría general VIII (Loeschcke, 1919: 49-50). En síntesis, podemos asegurar que los cambios en la morfología del rostrum registrados por el tipo Loeschcke VIII a lo largo de su evolución cronológica se ven acompañados por otras transformaciones decorativas. Las piezas aumentan poco a poco sus dimensiones; las orlas van introduciendo progresivamente la decoración; el disco simplifica paulatinamente su decoración, llegando a perderla por completo; el asa, aumenta su tamaño, terminando por convertirse en un apéndice macizo. 361

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En general, es una producción que presenta una elevada calidad técnica. La pasta es de diferentes tonalidades y características físicas, por lo general bien depurada. Los ejemplares suelen engobarse con barnices de tonos claros. La calidad técnica y artística decae progresivamente conforme avanza el siglo II d.C., para llegar a cotas muy bajas durante la siguiente centuria. Las formas más antiguas surgen hacia el tercer cuarto del siglo I de nuestra era (Ivanyi, 1935: 13; Balil, 1980b: 248). Loeschcke, que encuentra ejemplares de este tipo en Vindonissa, les atribuye un origen a comienzos de la segunda mitad del siglo I (Loeschcke, 1919: 51). Su desaparición tiene lugar en un momento indeterminado del siglo III d.C. La zona de producción original de las lucernas de disco parece ser el centro de Italia, cuyos modelos van a ser rápidamente imitados por los talleres y sucursales del Africa Proconsular, que introducen su propio repertorio decorativo y formal, generando una producción muy numerosa y perfectamente individualizada, que se entiende por las provincias mediterráneas. El Mediterráneo Oriental permanece como una zona comercial completamente distinta, dominada por las variantes de disco griegas. Uno de los aspectos más característicos de las lucernas de disco es la elevada frecuencia de aparición de firmas de alfarero. La marca impresa es absolutamente dominante en esta producción. Desde el punto de vista epigráfico, la mayoría de las firmas presenta la fórmula de tria nomina en genitivo, aunque se emplean asimismo otras combinaciones (Pavolini, 1993: 66-67). Entre estas fábricas destacan algunas tan conocidas como las de C. Oppivs Restitvtvs, L. Mvnativs Adiectvs, L. Mvnativs Threptvs, L. Mvnativs Svccessvs, C. Clodivs Svccessvs… La existencia de sucursales e imitaciones que reproducen la firma mediante la técnica del sobremolde para dotar de prestigio a los productos de pequeños talleres constituye un problema adicional de cara a la identificación de áreas productivas. Se ha intentado deslindar entre lucernas itálicas y africanas mediante los repertorios de firmas y los mapas de distribución de las mismas, pero no se ha llegado a resultados demasiado satisfactorios. Presentamos a continuación los tipos de lucernas de discos más comunes en la Península Ibérica (Fig. 17).

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Fig. 17. Lucernas de disco (Dressel 17, Dressel 18, Dressel 19, Dressel 20, Loeschcke VIIIL, Dressel 28, DresselLamboglia 30B)

Dressel 17 (Loeschcke VIIIK; Broneer XXV-1; Ivanyi VII; Palol 11C; Goldman XVI; Dressel Lamboglia 17; Lerat III-3, C-1; Deneauve VIID; Heres Ed; Alarcão y Da Ponte B-II, 4; Provoost IV-3, 4ª 2ª; Leibundgut XX; Bailey Oi; Amaré IV-3, C) Presenta un cuerpo circular, con una orla amplia e inclinada hacia el exterior, normalmente sin decorar. El disco es cóncavo y con el orificio de alimentación central, separado de la margo por una o dos molduras. La piquera, corta y redondeada, se encuentra separada del cuerpo de la lucerna por medio de una línea curva incisa. Suele presentar una asa de disco elevada y perforada. En ocasiones, la piquera se prolonga, formando un conducto alargado con paredes inclinadas, rematado de forma apuntada y con una superficie ovoide en resalte rodeando el orificio de iluminación. Esta peculiaridad morfológica ha llevado a Bisi a establecer una variante específica, su tipo IXA, que estaría acompañado por la versión bilychne -IXB- (Bisi, 1977: 88-89). Suele presentar una decoración de ovas en la margo, y a veces incorpora aletas late363

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rales. La inspiración de este subtipo concreto debía encontrarse en las lucernas de bronce (Bisi, 1977: 88; Pavolini, 1977: 36). Loeschcke establece su aparición entre los reinados de Claudio y Nerón, (Loeschcke, 1919: 51). El modelo original de esta variante se encuentra tal vez en los talleres centroitálicos (Morillo, 1999: 111-112). Dressel 18 (Walters 96; Loeschcke VIIIK; Ivanyi VII; Dressel-Lamboglia 18; Lerat III3, C-1; Ponsich III-B, 1; Deneauve VIIA; Szentleleky b-11; Heres Ea; Alarcão y Da Ponte B-II, 4; Provoost IV-3, 2ª 1ª; Leibundgut XX; Bailey O) Muy parecida al tipo precedente. La separación entre el pico y el cuerpo se realiza mediante una línea curva, pero ésta no es continua ya que se corta con el disco. No todos los autores la consideran un grupo separado del anterior (Fig. 18). Numerosos investigadores, entre los que se encuentra el propio Loeschcke, identifican esta forma, bien con la Dressel 17, bien con la Dressel 19. Desde el punto de vista cronológico no parecen existir tampoco diferencias significativas entre estos tres tipos, por lo que se acepta de forma general el marco temporal atribuido a la variante anterior, que ya hemos

Fig. 18. Lucerna del tipo Dressel 18 procedente de Bracara Augusta (Braga) (R. Morais)

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expuesto líneas arriba. Bailey sitúa el tipo Dressel 18 a lo largo de la segunda mitad del siglo I d.C. (Bailey, 1980: 296). Respecto a su desaparición, se sitúa entre el 150 y el 200 d.C. (Morillo, 1999: 113). La procedencia de esta modalidad parecer ser también Italia Central (Bailey, 1980: 296), desde donde alcanza algunos puntos del Mediterráneo Occidental. Dressel 19 (Loeschcke VIIIR; Broneer XXV-4; Ivanyi VII; Palol l l C ; Goldman XVI; Dressel-Lamboglia 19; Lerat III-3, C-1; Ponsich III-B, 1; Deneauve VIIA; Szentleleky b-11; Heres Ea; Alarcão y Da Ponte B-II, 5; Provoost IV-3, 2ª, 3ª; Bailey O; Amaré IV-3, A) Dos trazos más o menos rectos dispuestos en forma oblicua separan la piquera del disco. Este tipo parece una evolución de los dos anteriores. La margo se encuentra decorada con motivos vegetales de diseños distintos. Siempre aparece el asa de disco elevada. Ya hemos señalado que a menudo se confunde esta variante con la Dressel 18, con la que guarda evidentes afinidades morfológicas. La cronología parece ser, a grandes rasgos, la misma que la de los tipos anteriores (Loeschcke, 1919: 51; Bisi, 1977: 88-95; Balil, 1980c: 248), aunque Bailey la retrasa hasta el periodo flavio (Bailey, 1980: 303). Deneauve amplía la duración temporal del tipo hasta mediados del II (Deneauve, 1969: 165). El centro productor original, también en este caso se localiza en Campania o el área centroitálica. Loeschcke VIIIL (Broneer XXV-2; Ivanyi VII; Goldman XVI; Lerat III-3, B; Ponsich III-B, 1; Deneauve VIIA; Szentleleky b-11; Heres Ec; Alarcão y Da Ponte B-II, 3; Provoost IV-3, 3ª, 2ª; Leibundgut XX; Bailey O; Amaré IV-3, Ba) Al igual que los tipos anteriores, cuenta con un cuerpo circular, una orla ancha e inclinada hacia el exterior, separada por una o dos molduras del disco cóncavo, así como una piquera corta y redondeada. La única diferencia aparente reside en que la línea de separación del rostrum respecto al cuerpo de la lucerna adopta un trazado recto o levemente curvado. Esta variante corresponde a una evolución de los tipos anteriores, y anticipa algunas características de la modalidad Dressel 20. Dressel no documenta la forma Loeschcke VIIIL entre los materiales romanos (Dressel, 1899), lo que sin duda obedece a la relativa escasez del tipo, que no parece ser demasiado abundante. La ma365

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yoría de los investigadores integra el tipo Loeschcke VIIIL dentro de la variante Dressel 20. El origen de este tipo parece encontrarse en la Campania (Bailey, 1980: 299). Su cronología es coincidente con la de los tres grupos precedentes, tal y como apunta Loeschcke (Loeschcke, 1919: 51). Bailey, sin embargo, retrasa algunos años su aparición, en concreto hasta los primeros años del reinado de Nerón, perdurando hasta las postrimerías del siglo (Bailey, 1980: 299). Dressel 20 (Walters 95; Broneer XXV-3; Ivanyi VII; Palol 1 lA; Goldman XVI; DresselLamboglia 20; Lerat III-3, B; Ponsich III-B, 1; Deneauve VIIA; Szentleleky b-11; Heres Eb; Alarcão y Da Ponte B-II, 3; Provoost IV-3, 3ª 1ª; Leibundgut XXI-XXII; Bailey P; Amaré IV-3, Ba) Lucerna de cuerpo circular y sección troncocónica. Orla ancha e inclinada hacia el exterior y disco cóncavo y frecuentemente decorado. Al igual que en las variantes anteriores, la piquera es corta y redondeada, aunque la separación respecto al cuerpo re realiza mediante una línea recta, con dos trazos oblicuos en los extremos y un punto impreso en cada uno de los vértices. Los ejemplares presentan un asa de disco elevada y perforada, incluida en el molde. Suelen constar de una marca de taller impresa, que habitualmente recoge los tria nomina del alfarero abreviados. El tipo Dressel 20 suele considerarse una evolución de la variante intermedia Loeschcke VIIIL, por lo que la mayoría de los autores incluyen esta última dentro de aquel. Esta transformación paulatina ha sido descrita recientemente por Palanqués (Palanqués, 1992: 35-36) (Fig. 19). Sin duda es esta variante la que alcanza un mayor grado de perfección artística entre todas las modalidades de disco occidentales. Los motivos que decoran el disco, frecuentemente de tipo animalístico, son cuidados y muy detallistas. Carecemos de dataciones estratigráficas precisas para el este tipo, tal y como ha señalado Bailey (Bailey, 1980: 314). Numerosos ejemplares de la forma Dressel 20 aparecen en Pompeya y Herculano antes de su destrucción en el año 79 d.C. (Bisi, 1977: 91). Bailey sitúa esta variante entre un momento flavio avanzado y los años centrales del siglo II (Bailey, 1980: 316). Esta hipótesis es compartida por Deneauve (Deneauve, 1969: 165). Las lucernas Dressel 20 constituyen el tipo mayoritario entre las versiones más antiguas de lucernas de disco. A partir de sus centros productivos originales, ubicados en Italia central, alcanza una enorme expansión, difun366

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Fig. 19. Lucerna del tipo Dressel 20 decorada con un erote tocando la doble flauta. Museu Nacional Soares dos Reis. Porto (R. Morais)

diéndose por todo el Mediterráneo Occidental. En un segundo momento, junto a los talleres matrices surgen sucursales de las principales firmas en el África Proconsular, que resultan muy difíciles de distinguir de los ejemplares centroitálicos (Pavolini, 1981: 176). Dressel 28 (Walters 101; Loeschcke VIIIH; Broneer XXV-1; Ivanyi VII; Palol 11B; Dressel-Lamboglia 28; Goldman XVI; Lerat III-3, D; Ponsich III-C; Deneauve VIIIB; Heres Ef; Alarcão y Da Ponte B-II, 6; Provoost IV-3, 5ª; Leibundgut XX-XXII; Bailey Q; Amaré IV-3 D) Las lucernas de la forma Dressel 28 se caracterizan por el cuerpo circular, con una orla ancha e inclinada hacia el exterior, habitualmente ornamentada con diseños geométricos o vegetales de diferente tipo, entre los que destacan las guirnaldas, líneas de perlas, racimos y pámpanas de vid, etc. El disco, separado de la margo por una moldura, reduce su tamaño, perdiendo progresivamente la decoración. La separación entre la piquera corta y redondeada y el cuerpo de la lucerna se realiza mediante dos trazos curvilíneos, que le dan al rostrum una forma acorazonada. Los ejemplares presentan un asa de disco elevada. La base es plana, a menudo con marcas de taller (Fig. 20). 367

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Fig. 20. Lucerna del tipo Dressel 28 decorada con un busto de Diana. Museo Nacional de Arte Romano. Mérida (G. Rodríguez Martín)

Dressel establece dos variantes morfológicas dentro de las lucernas de disco con piquera cordiforme, la 27 y la 28, que se distinguen principalmente por la presencia de una abundante y barroca decoración sobre la margo del segundo tipo (Dressel, 1899). Aunque estas dos modalidades coinciden en la apariencia del pico, presentan diferencias más que significativas desde el punto de vista decorativo, cronológico y productivo. En realidad, éste es uno de los apartados más confuso y problemático dentro de la evolución general de las lucernas de disco. A pesar de los esfuerzos desplegados por los investigadores, todavía desconocemos cual es la exacta relación cronológica y evolutiva entre ambas categorías, por lo que no es posible pronunciarse objetivamente sobre su inclusión en un único apartado o en dos variantes diferenciadas. La bibliografía lucernaria ha empleado indistintamente tanto uno como otro criterio, lo que ha complicado aún más la correcta definición de los dos grupos. Bailey ha llegado a distinguir 10 subtipos dentro de las lucernas de disco avanzadas (Bailey, 1980: 336-376). Algunos autores integran dentro de la variante Dressel 28 los ejemplares del tipo Warzenlampen, caracterizados por la presencia de hileras de perlitas o glóbulos sobre la margo y habitualmente considerados como la categoría Dressel 30. En cualquier caso, no cabe duda que las lucernas con piquera acorazonada inauguran la segunda generación dentro de las lucernas de disco, generación en uso durante los siglos II al IV d.C., y que presenta significativas diferencias cronológicas y productivas con los tipos más antiguos. 368

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Su presencia se constata en diversos contextos arqueológicos datados durante la segunda mitad del siglo II y a lo largo de toda la siguiente centuria (cf. Morillo, 1999: 120). El origen de esta producción se encuentra, también en este caso, en Italia Central aunque muy pronto surgen imitaciones en el Norte de África. Resulta muy difícil distinguir entre los ejemplares de una u otra procedencia, puesto que los nombres de los alfareros se repiten con idénticas fórmulas. El tipo Dressel 28 se encuentra muy difundido por las riberas del Mediterráneo Occidental, especialmente en la Italia central y meridional, así como el África Proconsular. Alcanza asimismo regiones interiores como Panonia. Dressel-Lamboglia 30B (Dressel 30; Ivanyi XI; Palol 12A; Deneauve XIA; Alarcão y Da Ponte B-II, 7; Leibundgut XXXV; Bailey R) Las lucernas del tipo Dressel-Lamboglia 30B presentan un cuerpo circular de perfil troncocónico. La orla es ancha e inclinada hacia el exterior, decorada con una o varias hileras de perlitas o glóbulos en relieve, que le han valido a esta variante la denominación de Warzenlampen. Una gruesa moldura constituye la transición al disco cóncavo, bastante reducido y con orificio de alimentación central. La piquera es redondeada y corta, y se inserta en el cuerpo de la lucerna sin separación aparente. El asa, que puede ser de disco, elevada y perforada, o maciza, se encuentra presente en todos los ejemplares de este tipo. La base es anular simple, a veces con marca de taller (Fig. 21).

Fig. 21. Lucerna del tipo Dressel-Lamboglia 30B. Colección de la Real Academia de la Historia (G. Rodríguez Martín)

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Las lucernas del tipo Dressel 30 constituyen la expresión más tardía de las llamadas lucernas de disco. A partir del estudio de los materiales de Roma, Dressel estableció las variantes lychnológicas principales, entre las que se encontraban las lucernas de disco con varias hileras de pequeñas perlas en la orla, a las que asignó el numeral 30 (Dressel, 1899: lam. III). Años más tarde, Lamboglia introdujo un nuevo criterio distintivo dentro de este grupo Dressel 30, atendiendo a la forma de delimitación entre el cuerpo y la piquera de la lucerna. Los ejemplares con piquera de forma acorazonada, separada de la orla por dos trazos curvilíneos, constituyen la forma Dressel-Lamboglia 30A, mientras aquellos en los cuales no existe separación aparente entre el pico y la orla se denominan Dressel-Lamboglia 30B (Lamboglia-Beltrán, 1952). Este último tipo, al que pertenecen las piezas que aquí presentamos, suele caracterizarse asimismo por la multiplicación de hileras de perlas y la reducción del tamaño de las mismas. Ya hemos señalado más arriba que algunos investigadores consideran que el tipo Dressel-Lamboglia 30A es una variante más de la forma Dressel 28, con la que sin duda se encuentra emparentado. El ámbito cronológico al que suelen circunscribirse las lucernas del tipo Dressel 30 son los siglos III y IV d.C. (Szentleleky, 1969: 96; Provoost, 1976: 44-45; Leibundgut, 1977: 53). Deneauve las sitúa en las postrimerías del siglo III o comienzos del IV (Deneauve, 1969: 220). Bailey considera que el origen del tipo tiene lugar a mediados del siglo III, aunque su máximo auge productivo arranca de las últimas décadas de esa centuria, prolongándose hasta comienzos del V (Bailey, 1980: 378-379). Moreno Jiménez señala que la evolución cronológica del tipo tiene su reflejo en la reducción del tamaño de las perlitas y en su distribución irregular por la superficie de la margo (Moreno Jiménez, 1991: 160). La difusión del tipo Dressel-Lamboglia 30B desde los talleres centroitálicos originales hacia el ámbito mediterráneo occidental es bastante amplia. Alcanza las costas italianas meridionales, el Norte de Africa, el Sur de la Galia, la Península Ibérica e incluso Grecia (Morillo, 1999: 122-123). 4.5. Lucernas de canal o “Firmalampen” Las lucernas de canal con marca de taller constituyen la primera producción de lucernas creada específicamente para la exportación comercial a gran escala. La morfología responde perfectamente a la necesidad de fabricar en serie grandes cantidades de piezas. La decoración se sacrifica casi por completo. Sus características formales pueden resumirse en la simplicidad y la 370

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funcionalidad máximas. El cuerpo es troncocónico, con una amplia orla inclinada hacia el exterior sobre la que se disponen dos o tres pequeños abultamientos o protuberancias rectangulares dispuestas radialmente y destinadas al apoyo de las piezas que ocupan una posición superior en la pila de lucernas durante la cocción. El disco es plano, con orificio de alimentación central y normalmente sin decoración. A veces aparece en su centro una máscara teatral trágica o cómica. Una alta y gruesa moldura separa el disco de la margo. La piquera es alargada y termina en forma redondeada, pudiendo presentar un pequeño canal cerrado o un canal abierto delimitado por la moldura que separa orla y disco, que se prolonga encerrando el orificio de iluminación. Esta peculiaridad morfológica refleja claras diferencias en cuanto a la adscripción temporal y ha permitido agruparlas en dos tipos diferentes. Dressel estableció dos grupos morfológicos -5 y 6-, ambos con canal abierto, agrupados por Loeschcke en su grupo X. Este investigador incorpora además el tipo inicial de canal cerrado Loeschcke IX (Loeschcke, 1919: 68). Sin embargo, el tema de la forma parece bastante más complejo que la mera distinción entre canal abierto-canal cerrado y piquera larga-piquera corta. Una forma secundaria de Firmalampen parece también la Walters 68 (Walters, 1914: lam. XLI), dotada de un canal abierto y curvo. Deneauve establece otra variante de lucerna de canal, su tipo IXB, al que denomina “derivada de Firmalampen” (Deneauve, 1969: 209). Otra modalidad, vinculada a las lucernas de canal abierto, son las lucernas plásticas, entre las que destacan las que adoptan forma de piña. La denominación más conocida para este tipo de piezas hace alusión a su fabricación en serie, casi “industrial”, circunstancia que llevó a los investigadores alemanes a acuñar para estas lucernas el nombre de Firmalampen, literalmente “lucernas de fábrica” (Fishbach, 1896: 11), conocidas en inglés como Factory Lamps (Walters, 1914: XXIV-XXV). En las publicaciones españolas suelen aparecer con el nombre “lucernas de canal” (Beltrán Lloris, 1978: 184). Alcanzan una vastísima difusión, sobre todo en las regiones centroeuropeas y el Norte de Italia, donde se han publicado numerosos ejemplares. La investigación se ha encaminado preferentemente a recopilar las firmas de los alfareros u operarios en largas listas y tratar de encontrar el lugar de procedencia de cada uno de ellos. Otra de sus características más representativas es la habitual presencia de firmas de alfarero en relieve, impresas en el molde con un sello antes de la elaboración de la pieza. La fecha ante quem para la aparición de estas variantes fue establecida por Loeschcke hacia el 75 d.C. (1919: 81). La producción de las Firmalampen 371

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continúa a lo largo de los siglos II y III (Loeschcke, 1919: 81; Lamboglia y Beltrán, 1952: 88; Deneauve, 1969: Cuadro I; Szentleleky, 1969: 42-49) e incluso prolongan su duración hasta el siglo IV (Leibundgut, 1977: 43-44). La aparición de las Firmalampen va ligada al desarrollo de los grandes talleres del valle del Pó, donde se han hallado las marices más antiguas y algunas oficinas (Buchi, 1975: 65 y 1979; Parra, 1983; Buchi, 1979; Di Filippo, 1988: 251-252). Las pastas de los ejemplares de esta región adoptan una coloración anaranjada fuerte o ladrillo muy característica. En las marcas de los grandes talleres del valle del Pó suele aparecen exclusivamente el cognomen del alfarero o propietario. Entre ellos se encuentran alfareros tan conocidos como Fortis, Strobilvs, Commvnis, Cresces, Phoetaspvs, Agilis, Atimetvs, Vibivs o Vibianvs. Las lucernas padanas se exportan hacia las provincias danubianas, Retia, Germania, la Galia y Britania, donde son rápidamente imitadas. Apenas alcanzan las regiones mediterráneas. Desde el punto de vista productivo, la aparición de las Firmalampen, prácticamente al mismo tiempo que las lucernas de disco, supone la ruptura de la unidad mediterránea que había presidido la evolución lucernaria desde el periodo augusteo. El mundo romano queda fracturado en tres regiones productivas y comerciales: el Mediterráneo Occidental, dominado por los ejemplares de disco itálicos o africanos; el Norte de Italia y las provincias septentrionales del Imperio, cuyos mercados están copados por las lucernas de canal. Bailey afirma que las lucernas de canal provinciales son un tipo “de frontera”, impulsado en áreas militares (Bailey, 1980: 276); en tercer lugar, Grecia y las provincias orientales, que siguen una evolución aparte con sus propias variedades de disco (Pavolini, 1987: 149). En la Península Ibérica observamos una aparente dualidad durante los siglos II y III d.C. en lo que a distribución geográfica de lucernas se refiere. Los ejemplares de disco son frecuentes en las costas mediterráneas y los grandes valles que penetran hacia el interior. Por el contrario, las lucernas de canal parecen ser el tipo más usado en el centro y el norte peninsulares (Morillo, 1999: 129-130) (Fig. 22).

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Fig. 22. Lucernas de canal (Loeschcke IX, Loeschcke X, Loeschcke XK y Deneauve IXB) y lucernas tardoantiguas en terra sigillata norteafricana (Hayes IB, Hayes IIA y Hayes IIB)

Loeschcke IX (Walters 93-94; Broneer XXVI; Ivanyi XV; Palol 13; Dressel-Lamboglia 5A y 5B; Lerat III-5, B; Ponsich VC; Deneauve IXA; Alarcão y Da Ponte B-IV, 1; Bisi X; Provoost IV-5, 2ª; Leibundgut XXIII; Bailey Ni y Nii; Amaré IV-4) Lucernas de cuerpo troncocónico, con una amplia orla inclinada hacia el exterior sobre la que se disponen dos o tres pequeños abultamientos o protuberancias rectangulares de perfil triangular dispuestas radialmente. Una alta 373

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y gruesa moldura separa la margo del disco plano, con orificio de alimentación central y, normalmente, sin decoración. El rostrum es alargado, terminado en forma redondeada o ligeramente apuntada, y presenta un pequeño canal o profunda incisión longitudinal separada del disco por la nervadura que rodea a éste. La base es anular simple o doble, en la que a menudo aparece una marca de taller en relieve. Los ejemplares suelen carecer de asa. Ya hemos apuntado líneas arriba que Loeschcke define el tipo de canal cerrado, dándole el numeral IX (Loeschcke, 1919: 68), dentro del que distingue varias subvariantes. La cronología de las distintas variantes de Firmalampen ha generado cierta confusión, aunque la mayoría de los autores siguen en este tema a Loeschcke. Este autor que esta variante aparece con posterioridad al 75 d.C. (1919: 81). Autores posteriores han rebajado la fecha de origen hasta el 60 d.C. (Palol, 1948-49: 239; Lamboglia y Beltrán, 1952: 88; Buchi, 1975: XXXIII), al menos en los talleres norditálicos. En los yacimientos situados al Norte de los Alpes, debe aceptarse la cronología de Loeschcke (Fremersdorf, 1922: 125) (Fig. 23).

Fig. 23. Lucerna del tipo Loeschcke IX. Colección de la Real Academia de la Historia (G. Rodríguez Martín)

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La duración de la forma IX se extiende durante todo el periodo flavio en Italia (Loeschcke, 1919: 8; Bailey, 1980: 274), aunque en las provincias septentrionales las producciones locales se prolongan a lo largo del siglo II e incluso del III (Ivanyi, 1935: 16; Buchi, 1975: XXXII). La difusión del tipo Loeschcke IX, mucho más restringida que la de la variante de canal cerrado Loeschcke X, alcanza, sin embargo, amplias regiones de Italia y las provincias fronterizas septentrionales. Los centros productivos originales se encuentran en el valle del Pó. Loeschcke se inclina por el fabricante Strobilvs como el creador de la variante Loeschcke IX (Loeschcke, 1919: 100). Loeschcke X (Dressel 5; Walters 90-92; Broneer XXVI; Ivanyi XVI; Palol 13; DresselLamboglia 5C y 5D; Lerat III-5, A; Ponsich VA; Deneauve IXA; Alarcão y Da Ponte B-IV, 1; Provoost IV-5, 2ª 1ª; Leibundgut XXVI y XXX; Bailey Niii; Amaré IV-4 Aa) La forma Loeschcke X presenta un cuerpo de perfil troncocónico, con disco plano normalmente sin decorar, orla ancha e inclinada hacia el exterior sobre la que se disponen radialmente dos o tres protuberancias rectangulares, piquera alargada rematada de forma redondeada y base anular simple o doble, frecuentemente ocupada por una firma de alfarero en relieve. Se caracteriza por la presencia de un canal abierto a lo largo del rostrum, delimitado por la alta y gruesa nervadura que separa la orla y el disco, que se prolonga en dirección al orificio de iluminación encerrándolo (Fig. 24). Este tipo aparece en la clasificación de Dressel con el número 5 (Dressel, 1899). Todos los investigadores están de acuerdo en que las Firmalampen de canal abierto resultan una variedad tipológica más evolucionada que la modalidad anterior de canal cerrado. Dentro de las lucernas de canal abierto se encuentra también la variante Loeschcke XK -Dressel 6-, caracterizada por su cuerpo circular y su corta piquera. Loeschcke encuentra algunos ejemplos de la forma XK en Vindonissa, campamento abandonado a principios del siglo II d.C., lo que le lleva a datar su aparición en Italia durante un momento flavio tardío (Loeschcke, 1919: 81). Sin embargo, en este yacimiento no se conocen versiones del tipo Loeschcke X. Otros hallazgos han confirmado el origen anterior al siglo II de ambos tipos. Ivanyi sitúa la introducción de los tipos X y XK en Panonia durante la última década del siglo I (Ivanyi, 1935: 16-19). La producción de las formas X y XK en el Norte de Italia se concentra principalmente a lo largo 375

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Fig. 24. Lucerna del tipo Loeschcke X realizada por un taller local de Asturica Augusta, (Astorga) conservada en el MAN (A. Morillo)

del siglo II, perdurando probablemente durante parte de la siguiente centuria (Lamboglia y Beltrán, 1952: 88). Al igual que en el caso de la Loeschcke IX, la aparición de esta modalidad tipológica tiene lugar en el valle del Pó. Loeschcke atribuye su invención al alfarero Fortis (Loeschcke, 1919: 92), cuyo taller principal se ha localizado posiblemente en las cercanias de Módena, la antigua Mutina (Buchi, 1975: 65; Parra, 1983). Las Firmalampen con canal abierto son muy habituales al norte de los Alpes. Loeschcke XK (Dressel 6; Ivanyi XVII; Palol 13; Dressel-Lamboglia 6; Ponsich VB; Provoost IV-5, 2ª 2ª; Leibundgut XXXII; Bailey Niv; Amaré IV-4 Ab) La forma Loeschcke XK tan sólo se diferencia de la anterior por la morfología del cuerpo, que adopta una forma más circular, y la presencia de una piquera corta en lugar de la larga del tipo Loeschcke X clásico. Loeschcke considera que esta modalidad con piquera corta es el precedente más directo del tipo genérico Loeschcke X. No obstante, esta peculiaridad desde el punto de vista formal no se encuentra acompañada por diferencias desde el punto de vista cronológico o productivo (Morillo, 1999: 143). 376

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Deneauve IXB (Loeschcke X; Bailey Nvi) Lucernas de cuerpo circular y perfil troncocónico. Constan de una amplia orla inclinada hacia el exterior, sobre la que no suelen aparecen las protuberancias rectangulares propias de los tipos de canal y en su lugar se desarrollan motivos decorativos de carácter geométrico que ocupan toda la superficie. El disco es reducido, plano y sin decoración, con el orificio de alimentación central. La margo y el disco se encuentran separados por una moldura o nervadura gruesa, que se prolonga a lo largo del rostrum en dirección al orificio de iluminación, configurando un canal abierto. Constan de un asa de disco elevada en su parte posterior. En su trabajo sobre las lucernas de Cartago, Deneauve estableció una apartado específico para las lucernas emparentadas con las variantes de canal abierto, pero que no respondían exactamente a sus rasgos morfológicas canónicos. Este investigador las denomina “lucernas derivadas de las Firmalampen”, asignándole el tipo IXB (Deneauve, 1969: 209). En realidad, esta categoría engloba un conjunto de ejemplares de características formales no siempre coincidentes, unidos por la aparición de decoraciones geométricas en la orla (hileras de perlitas, ovas, bastoncillos) y por su inspiración común en los modelos clásicos de canal Los motivos decorativos pueden variar sensiblemente de unos a otros ejemplares.No todos los investigadores están de acuerdo con esta clasificación. Algunos consideran dichos tipos dentro de las categorías clásicas de canal abierto, a pesar de la presencia de decoración (Palanqués, 1992: 43, nº 729-734, lám. XXIX y XXX). Deneauve sitúa estas producciones durante los siglos II y III (Deneauve, 1969: lám. XVI). Bailey establece los márgenes temporales entre el comienzo del periodo flavio y la época severa (Bailey, 1980: 289-290). No podemos precisar más allá de su coincidencia cronológica aproximada con las variantes de canal más conocidas. La procedencia de estos ejemplares parece ser alguna región de la Península Itálica (Bailey, 1980: 289-290). Se difunden principalmente por Italia y las costas norteafricanas, alcanzando puntualmente el litoral español. 4.6. Lucernas tardoantiguas de origen africano Los ejemplares tardoantiguos de producción africana constituyen la última gran familia de lucernas romanas. A diferencia de las categorías anteriores, nos encontramos ante producciones que tienen su origen en distintos luga377

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res del norte de África, principalmente en el África Proconsular. Entre sus rasgos característicos destaca, asimismo, su fabricación en terra sigillata africana, idéntica a las variantes C y D. Las lucernas de este tipo se difunden considerablemente por el Mediterráneo Occidental, alcanzando esporádicamente las provincias orientales y septentrionales del Imperio. Paradójicamente, la vastísima bibliografía que han generado las lucernas de TSA no se ve correspondida en la misma medida por nuestro conocimiento tipológico, productivo y cronológico sobre las mismas. Durante la segunda mitad del siglo XIX asistimos a un enorme interés por estas lucernas, derivado de la presencia de motivos o figuraciones decorativas de simbología cristiana. Estas decoraciones llevaron a algunos autores a acuñar el término “lucernas paleocristianas” para referirse a estas lucernas, hoy en día completamente desfasado (Morillo, 1999: 146). Dressel encuentra este tipo de piezas entre los materiales romanos, asignándole el número 31 de su clasificación (Dressel, 1899). Los estudios tipológicos y productivos se han retrasado hasta hace unas pocas décadas. Pohl realiza una primera aproximación a este tema (Pohl, 1962), seguido años más tarde por Salomonson (1968 y 1969). Ennabli, en su catálogo de las lucernas conservadas en los museos de Cartago (Ennabli, 1976) y Provoost (Provoost, 1970), realizan aportaciones puntuales, aunque la primera tipología se la debemos a Hayes (Hayes, 1972: 310315). Este autor distingue dos tipos principales de lucernas tardoantiguas africanas, con dos subdivisiones dentro de cada uno de ellos. La clasificación tipológica de Hayes es muy sumaria y carece de referencias cronológicas. Hemos de esperar a la publicación del capítulo de Pavolini y Anselmino en el volumen I del Atlante delle Forme Ceramiche para tener un estudio completo y exhaustivo de los tipos norteafricanos (Pavolini y Anselmino, 1981: 184207). Esta clasificación, que establece 16 tipos es, junto a la de Hayes, la más empleada en la bibliografía al uso. Aunque dentro de esta categoría existen numerosas variantes formales, las lucernas tardoantiguas de producción africana se caracterizan en general por su cuerpo ovoide de perfil troncocónico y notables dimensiones. La piquera es larga y rematada en forma redondeada, apenas diferenciada del cuerpo de la lucerna y unida al disco por un amplio canal abierto. El disco es reducido y cóncavo, a menudo decorado. La ancha orla, horizontal o ligeramente convexa, suele presentar también decoración, y es uno de los elementos fundamentales para determinar la variante tipológica a la que pertenece la pieza. Las asas son macizas y proyectadas hacia atrás. La base es plana o anular y no suele presentar marcas de taller. 378

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Dentro del repertorio ornamental del disco se encuentran motivos de carácter muy distinto, sobre todo geométricos y vegetales, aunque encontramos también figuras animales -leones, caballos, conejos, ciervos- y algunas representaciones humanas. Los motivos de simbología cristiana, como el crismón, la cruz, e incluso hebreos, como el candelabro de siete brazos, resultan bien conocidos. En la actualidad no existen dudas acerca del origen norteafricano de las denominadas lucernas tardoantiguas, aunque su fabricación se ha constatado también en provincias como Italia e Hispania. Las primeras producciones lucernarias realizadas en TSA, simultáneas a los recipientes de Africana C y D, aparecen en la región central de Túnez durante las primeras décadas del siglo IV d.C. (Anselmino, 1983: 33-4). Los ejemplares del tipo Hayes I -Atlante VIII- constituyen la modalidad más antigua de este tipo. Imitaciones locales de las lucernas de este tipo surgen en distintos puntos del Mediterráneo y de las provincias septentrionales (Morillo, 1999: 146-148) (Fig. 22). Hayes IA y IB (Dressel 31; Ivanyi XII; Palol 15; Dressel-Lamboglia 31; Lerat VII; Ponsich IVB; Pohl 2 y 3; Deneauve XII; Atlante VIII) Las lucernas de la variedad Hayes I presentan un cuerpo oval y compacto, de perfil troncocónico, con una piquera corta y redondeada, apenas separada del cuerpo, que presenta una ancha acanaladura abierta entre el orificio de iluminación y el disco. Este es cóncavo, con uno o dos orificios de alimentación y, a veces, con alguna decoración sencilla. La orla, ancha o levemente convexa, está ornamentada con palmetas más o menos estilizadas, que a veces se reducen a simples incisiones oblicuas. Hayes establece este tipo I, distinguiendo dos subvariantes por la forma del asa, en la IA es perforada y hecha a molde, mientras la IB es maciza y proyectada hacia arriba como un apéndice o pedúnculo (Hayes, 1972: 310-311). Mucho más exhaustivos, Anselmino y Pavolini distinguieron cuatro variantes dentro de su tipo VIII -VIII A-D-, equivalente al Hayes IB, en atención principalmente a la morfología y decoración de la margo (Anselmino y Pavolini, 1981: 194-195, XCVI-XCVIII), sin correlacionarlo en esta ocasión con la forma del asa. Entre estos subtipos parecen existir ciertas diferencias cronológicas, ya que mientras la A y la C son más antiguas, apareciendo en el siglo IV, las variantes B y D se circunscriben temporalmente al siglo V. Las más abundantes son las del tipo Hayes IB con asa maciza. 379

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Las lucernas de este tipo se suelen denominar de Henchir el Srira, tanto por su especial abundancia dentro de este yacimiento como por ser éste el lugar de su descubrimiento (Salomonson, 1968: 87, tipo j). Salomonson fecha su aparición durante el segundo o tercer cuarto del siglo IV, pudiendo adelantar la cronología algunos años antes. Permanecen en uso hasta mediados del siglo V d.C., rarificándose progresivamente (Anselmino, 1983: 34). Pavolini y Anselmino ofrecen todos los datos estratigráficos conocidos para su correcto enmarque temporal (Anselmino y Pavolini, 1981: 195-196). La vinculación del tipo Hayes I con las producciones de Navigius dentro del taller de Henchir el Srira lleva a Salomonson a situar dentro del mencionado alfar el origen del mismo (Salomonson, 1969: 97). Sin embargo Pavolini y Anselmino se inclinan por una diversificación productiva en varios centros. Desde los talleres tunecinos, el tipo se difunde por las costas africanas, Sicilia, la Península Itálica, Dalmacia, el sur de Francia y el sur y el oeste de Hispania. Alcanza esporádicamente Panonia y Germania, así como el Mediterráneo Oriental. Pavolini ha hecho hincapié en la notable dificultad para penetrar en los mercados situados al norte de los Alpes (Pavolini, 1983: 46, fig. 1). Existen muchas imitaciones locales. Hayes II A (Dressel 31; Broneer XXXI; Ivanyi XII; Palol 15; Dressel-Lamboglia 31; Lerat VII; Ponsich IVC; Pohl 1; Atlante X) Lucernas de cuerpo ovoide y compacto, con piquera larga y redondeada, unida al disco por un ancho canal abierto. La orla es ancha y plana, enmarcada por una moldura y recubierta con una rica decoración impresa consistente en hileras de motivos como círculos, flores, rosetas, cuadrados y triángulos, elementos cordiformes, herraduras, ruedas e inclusive animales. El disco es ligeramente cóncavo, con uno o dos orificios de alimentación, y decorado con motivos preciosistas, entre los que destacan las representaciones de simbología cristiana como las cruces, crismones, candelabros de siete brazos, palomas, cráteras, peces, etc. El asa es maciza y peduncular. La base, que presenta una morfología anular, suele carecer de marcas de taller (Fig. 25a y 25b). La estrecha relación cronológica y productiva de estas lucernas con los recipientes de terra sigillata africana D1 y D2 se certifica no sólo en el empleo de la misma técnica de elaboración, que genera pastas anaranjadas muy bien depuradas y cubiertas con engobe brillante del mismo color, sino también en los motivos que ornamentan la orla, directamente inspirados en los que adornan las producciones vasculares. 380

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Fig. 25. Lucernas del tipo Hayes IIA procedentes del yacimiento de Benalúa, Alicante (Museo Arqueológico Provincial de Alicante 3757 y3758a)

Anselmino y Pavolini distinguen cinco variantes dentro de su tipo X, correspondiente a la forma Hayes IIA (Hayes, 1972: 311). Entre estas variantes, la más común parece ser la primera -Atlante XA-, mientras las cuatro restantes presentan leves diferencias morfológicas y decorativas (Anselmino y Pavolini, 1981: 199-200). Las lucernas de este tipo suelen denominarse en la bibliografía “africanas clásicas”. La comparación con las estampillas decorativas empleadas en los recipientes de Africana C3 y C4 llevaron a Salomonson a fechar la aparición de este tipo a finales del siglo IV (Salomonson, 1969: 83; Anselmino, 1983: 34). Los datos estratigráficos disponibles confirman la asociación prioritaria de la variante Hayes II a los contextos del siglo V, aunque perdura hasta mediados e incluso la segunda mitad de la siguiente centuria (Anselmino y Pavolini, 1981: 200). Las lucernas del tipo Hayes IIA -Atlante XA- son las más abundantes y difundidas entre todas las producciones tardoantiguas africanas. Su expansión se encuentra directamente relacionada con la de los recipientes en TSA, especialmente del tipo D (Anselmino y Pavolini, 1981: 199). Desde los centros productivos situados en las cercanías de Cartago, los ejemplares se extienden por toda la costa norteafricana, incluido Egipto, el Egeo, la costa dálmata, Italia, Sicilia, Cerdeña, el sur de Francia y el litoral mediterráneo español. Alcanzan también Panonia, Suiza y la Germania Inferior (Pavolini, 1983: fig. 2). En Italia, junto a los ejemplares importados (Barbera y Petriaggi, 1993) surgen numerosas imitaciones locales de africana clásica (Marconi Cosentino y Ricciardi, 1993). 381

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Hayes II B (Dressel 31; Broneer XXXI; Ivanyi XII; Palol 15; Dressel-Lamboglia 31; Lerat VII; Ponsich IVC; Pohl 1; Atlante X) Lucernas casi idénticas a la variedad anterior, de la que se diferencian tan sólo por la decoración menos cuidada y el predominio de la decoración geométrica y de cruces, no siendo fácil a veces distinguir entre ambas variantes. Su origen parece algo más tardío, extendiéndose entre el 450 y las décadas centrales del siglo VI d.C. (Hayes, 1972: 311; Modrzewska, 1988: 29). Se extiende algo menos que el tipo anterior, pero hacia las mismas regiones (Anselmino y Pavolini, 1981: 200-201). 5.- Importación y fabricación de lucernas romanas en Hispania: formas “universales” y formas regionales/locales

La fabricación de lucernas en la Península Ibérica, ya intuida por Balil a partir de sus recopilaciones de marcas de alfarero de procedencia hispana (Balil, 196869; 1969; 1980; 1982a), no ofrece hoy en día ninguna duda. El hallazgo de hornos o estructuras industriales de producción, de los cuales el taller de Los Villares de Andújar (Sotomayor et alii, 1976 y 1981) constituye el mejor ejemplo, así como un número creciente de materiales como moldes, punzones, testares o ejemplares con defectos de cocción, confirman la existencia de numerosas manufacturas lucernarias (vide Amaré, 1989-90 y Bernal, 1990-91 y 1993a). Las primeras producciones romanas en barniz negro, que siguen formulaciones morfológicas de raíz helenística, surgen en torno al 250 a.C., aunque no comienzan a difundirse hacia el occidente mediterráneo hasta el 180 a.C. (Pavolini, 1987, 140-141). Por lo que se refiere a la presencia de estos tipos helenísticos en la Península Ibérica, debemos señalar la abundancia del llamado tipo cilíndrico del Esquilino, datado entre el 150 y el 50 a.C. (Pavolini, 1987: 141), que tal vez implique una producción local no identificada, diferenciada de la itálica y de la norteafricana, a la que se suele asociar el signo de Tanit en el rostrum (Bernal, 1993a: 70). Mejor tipificado se encuentra el taller de lucernas del tipo Ricci G, forma caracterizada por su decoración radial en torno al disco, que ha sido identificado en Corduba y en funcionamiento entre el 125 y 30 a.C. (Moreno Jiménez, 1991: 186-197, tipo 44; Amaré, 1988-89: 105-106). La adopción de la técnica del molde durante el siglo II a.C. cristaliza en el desarrollo de un concepto de lucerna genuinamente romano, que se aparta cada vez más de formulaciones morfológicas de raíz helenística, y cuyas 382

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primeras manifestaciones son las variantes conocidas como tardorrepublicanas, que surgen a comienzos del siglo I a.C. (Ricci, 1974). Las lucernas tardorrepublicanas resultan bastante menos conocidas que sus homólogas imperiales. Su dispersión en la Península Ibérica, especialmente de los tipos Dressel 2 y Dressel 3, se limita a las costas levantinas, el valle del Ebro y el valle del Guadalquivir. El tipo Dressel 4 presenta una dispersión preferente en las mismas regiones, si bien se detecta en zonas con presencia militar como el norte peninsular y las zonas mineras del sudoeste hispano-portugués. Sin embargo, el hallazgo de un molde de lucerna del tipo Dressel 2 ha permitido plantear una producción de este tipo en Valentia (Vicent, 1990: 3132) y Tarraco (Bernal, 1993a: 153). Este último autor también señala la fabricación del tipo Dressel 3 en Tarraco. También se ha identificado en el campamento de la legio IIII Macedonica en Herrera de Pisuerga una producción local del tipo Dressel 4 durante el periodo augusteo-tiberiano (Morillo, 1992: 88-90; 1993a; 1999: 65-66 y 635-646), a la que tal vez debemos añadir un nuevo taller en la zona de Riotinto (O’Kelly, 2013b). Parece descartada la fabricación de este mismo tipo en la antigua Celsa (cf. Bernal, 1990-91: 153; Beltrán Lloris, 1998, 606-607). Al igual que en resto del Occidente romano, en Hispania la difusión de lucernas de volutas crece exponencialmente a partir del periodo augusteo. Los ejemplares importados de los tipos más antiguos (Loeschcke IA y IB) se concentran en las regiones más próximas al Mediterráneo y a los valles de los grandes ríos navegables, al igual que sucedía con las piezas tardorrepublicanas. Si exceptuamos el taller militar de Herrera de Pisuerga, cuya cronología se remonta al periodo augusteo, ninguno de los otros centros productores de lucernas de volutas parece haber estado en funcionamiento con anterioridad a los años centrales del siglo I d.C., por lo que los ejemplares de estas formas son en su mayoría importados. No obstante, en la mayoría de las ocasiones carecemos de datos cronológicos fiables sobre el marco temporal en que se desarrolla la producción concreta de los diversos talleres, por lo que debemos aceptar la datación tipológica canónica para cada forma. De la variante más antigua, Loeschcke IA, sólo se ha identificado una posible producción militar en Herrera de Pisuerga (Morillo, 1992: 94). Los talleres de Emerita (Rodríguez Martín, 1996: 143-147), Tarraco (Tarrats, 1994), Turiaso (Amaré et alii, 1983: 96, lám. I, 2) y, tal vez, Herrera de Pisuerga (Morillo, 1992: 168) producen lucernas de la variedad Loeschcke IB. Por lo que se refiere a la Loeschcke III, su fabricación local se constata en los alfares de Turiaso (Amaré et alii, 198: 96, lám. I, 6), Emerita (Rodríguez Martín, 1996: 60-61 y 143-44) y, tal vez, en el ya mencionado taller militar de la legio IIII Macedonica en He383

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rrera de Pisuerga, en funcionamiento durante el periodo tiberiano (Morillo, 1992: 92). Recientemente se ha apuntado la existencia de una producción particular del tipo Loeschcke IA/IB con asa de suspensión y marca externa GEMINI en Caesaragusta (Zaragoza)1. El número de talleres aumenta significativamente a mediados del siglo I d.C. La forma Loeschcke IC es muy escasa en las provincias hispanas y por el momento no se ha documentado producción alguna de este tipo. Por el contrario, la Loeschcke IV es muy abundante, constituyendo la primera producción que alcanza todos los rincones peninsulares. Los materiales importados son una minoría. Se ha constatado la existencia de producciones locales de la forma Loeschcke IV, a veces dotadas de asa, en Italica -las llamadas “lucernas del Minotauro”- (López Rodríguez, 1981: 19-20, nº 73-81; López Rodríguez, 1982: 383-384), Andújar (Sotomayor et alii, 1976: 132, fig. 12, 2), Braga (Rigaud de Soussa, 1965/68 y 1969; Morais, 2004; 2005: 366-379 y 2012), Mérida (Rodríguez Martín, 1996: 59-60, fig. 16, 2 y 3, lám. XI, 12-14) y, tal vez, Córdoba (Bernal, 1990-91: 151). Los ejemplares de Bracara Augusta parecen pertenecer a una sucursal o imitación de las producciones de L. Mvnativs Threptvs. En el valle del Ebro la forma Loeschcke IV aparece incluida en el repertorio del taller de Tarazona (Amaré et alii, 1983: 96, lám. I, 3). La concentración de paralelos iconográficos de algunas piezas con esta forma podría indicar un origen hispano para algunas de las decoraciones de la huida de Eneas y un sátiro tocando la doble flauta (v. Morillo, 1999: passim). El taller productor de dichas piezas pudo encontrase en la Bética. Las últimas variantes de volutas son minoritarias, y se detectan tanto ejemplares importados como locales. No se han identificado talleres dedicados a la elaboración de la forma Dressel 10. La Loeschcke V se encuentra en el taller de Lucretius de Bracara (Morais, 2005: 372, nº 28). (Fig. 26). Por lo que se refiere a la Deneavue VG se verifica su fabricación en Tarazona (Amaré et alii, 1983) y Mérida (Rodríguez Martín, 1996: 64-65, fig. 16, 7 y lám. XI, 28). Las lucernas de disco son muy abundantes en el litoral mediterráneo y la región meridional de la Península Ibérica. En menor medida también se documentan en las áreas interiores y septentrionales, en convivencia con las Firmalampen. Se conocen producciones importadas itálicas y norteafricanas, especialmente en las zonas en contacto con el comercio mediterráneo, además de talleres locales de tipos de disco que imitan los modelos foráneos (c. Morillo, 1999: 109). Agradecemos a Carmen Aguarod y Pilar Galve, del Servicio Municipal de Arqueología de Zaragoza, la noticia sobre este descubrimiento, aún en estudio. 1

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Fig. 26. Lucerna del tipo Dressel 20 hallada en Asturica Augusta (Astorga), fabricada en el taller bracarense de Lucretius (Fotografía: Imagen MAS)

En alguno de los talleres mencionados no es posible establecer la variante concreta en que se centró la producción. En otros casos si ha sido posible. Se ha documentado la fabricación de la Dressel 17 en Turiaso (Amaré et alii, 1993: 98, lám. I, 4). La abundancia del tipo Dressel 20 en Hispania parece avalar la existencia de talleres donde se elabora dicha forma, aún por identificar. El primero de ellos se ha documentado en Bracara Augusta gracias a los rasgos decorativos de los ejemplares allí fabricados y a la presencia de marcas del taller de Lucretius (cf. Morillo, 1999: 295-296). Las características de esta officina han sido definidas recientemente por Morais (2004; 2005: 366-375; 2012). Bernal ha señalado hace algunos años la existencia de una producción local del tipo Dressel 28 en Tarraco (1993a: 74, nº 180-182), a la que debemos añadir la del taller bracarense de Lucretius (Morais, 2005, 375, nº 42). Por lo que se refiere al tipo Dressel-Lamboglia 30B, el hallazgo de un molde de esta forma en Tricio avala una producción de dicho tipo en el centro alfarero riojano (Garabito et alii, 1993)2. La abundancia de ejemplares en el Mediodía peninsular podría indicar asimismo la existencia de producciones locales en algún taller indeterminado (Morillo, 1999: 124). Sobre la fabricación de lucernas en el área riojana v. Sáenz Preciado y Sáenz Preciado, 2015: e. p. 2

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Las lucernas de canal se concentran en las regiones septentrionales de Hispania. Balil (1983: 306) plantea incluso la posibilidad de que las lucernas de canal sean el tipo más usado en el centro y noroeste peninsular, a juzgar por el creciente número de hallazgos regionales. Este autor plantea la existencia de imitaciones hispanas (Balil, 1982b: 100). En la actualidad, se ha constatado la existencia de producciones locales de lucernas de canal en Asturica (Amaré y García Marcos, 1994; Morillo, 1999: 161-162), Complutum (Díaz Trujillo, 1988: 190, nº 9-11, lám. II, 4 a II, 6), Turiaso (Amaré et alii, 1983: 96 y 108-9) y Bracara (Morais, 2005: 373-374, nº 35-41). También se ha señalado la presencia de imitaciones de este tipo en Galicia (Naveiro, 1991: 51). En todos los caso se trata de la variante Loeschcke X. La abundancia de ejemplares de este mismo tipo en los contextos de los siglos II y III del campamento de la legio VII gemina en León y las características de sus pastas, apunta sin duda a una fabricación local (Morillo, 1999: 138), como también se constata en el fuerte auxiliar de Cidadela (Caamaño y Fernández Rodríguez, 2004: 73-76). Una producción de lucernas tipo Loeschcke X fabricadas en de terra sigillata hispánica altoimperial debió tener lugar en el área de Tritium Magallum (Tricio, La Rioja) (Morillo, 1999: 140-143; 2012a). En Complutum se ha identificado una posible manufactura local de ejemplares del tipo Loeschcke XK con la marca inédita PREIEC (Díaz Trujillo, 1988: 189-190, nº 9-11, lám. II, 4-6) (Fig. 27).

Fig. 27. Lucernas de canal de la forma Loeschcke X fabricada en terra sigillata hispánica procedente de Iruña (Álava) (A. Morillo)

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Por los que se refiere a las lucernas tardoantiguas de producción norteafricana, fabricadas en terra sigillata africana entre los siglos IV y VI, se encuentran bien constatadas en las provincias hispanas. Hace algunos años Modrzewska recopiló los ejemplares peninsulares (1988: 30-32). Las principales concentraciones se encuentran en la región de Murcia-Alicante y en la costa catalana, zonas perfectamente comunicadas con el norte de Africa por vía marítima. Algunos ejemplares de estas variantes se documentan en distintos puntos de la Bética y la Lusitania. Recientes publicaciones confirman esta dispersión, incrementando el número de ejemplares béticos (Moreno Jiménez, 1991: 161-166) y constatando que alcanzan esporádicamente el centro y el norte peninsulares (Morillo, 1999: 148-152). Modrzewska opina que la mayor parte de los hallazgos hispanos pertenecen a imitaciones locales de modelos africanos (1988: 32). Esta autora se inclina por la fabricación hispana del molde del tipo Hayes IB conservado en el Museo Arqueológico de Sevilla (Fernández Chicarro, 1952-53: 109, nº 265, fig. 59, 2). En Tarragona se ha identificado un taller local que fabrica misma forma (Ruíz de Arbulo, 1989: 184-185, 4.12-4.17, fig. 83 y 84). Amante ha señalado varias producciones locales en la región de Murcia (1987: 172173, nº 25, 27, 35). En Lucentum (Reynolds, 1987: 140-142, nº 1062-1066) se constata una producción local de Hayes IIA caracterizada por las pastas finas con superficie exterior de color verde pálido. Recientemente se ha planteado de forma más amplia la cuestión de las producciones locales durante el Bajo Imperio (Bernal y García Giménez, 1995: 381-385). Estas imitaciones de los tipos "universales" fueron realizadas por ceramistas autóctonos por alfareros foráneos establecidos en Hispania al calor de las amplias posibilidades comerciales que ofrecían los nuevos mercados. Sin embargo, el alejamiento de estos alfareros lucernarios respecto a las fuentes originales de inspiración y su experimentación personal cristaliza muy pronto en categorías tipológicas perfectamente definidas y diferentes a las que se emplean de forma coetánea en las áreas nucleares del Imperio. Presentamos a continuación los más conocidos (Fig. 28).

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Fig. 28. Lucernas de tipología hispánica (Derivada de Dressel 3, Derivada de Dressel 9, Derivada de disco, de depósito abierto (tipo palmatoria), TSHT 50 y TSHT 63

Lucernas derivadas de Dressel 3 o “tipo Andújar” Las lucernas derivadas de la Dressel 3 constituyen un conjunto perfectamente individualizado, con características morfológicas muy peculiares, que se pueden resumir en un cuerpo troncocónico de paredes altas y rectas con dos aletas laterales situadas a mitad de altura del disco o más cercanas al rostrum, que adopta una forma triangular o en yunque. A ambos lados de la piquera se insinúan dos curvas de volutas en relieve. El disco es cóncavo, de tendencia oblonga, y se encuentra siempre decorado con una venera cuyos gallones 388

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parten del orificio de alimentación, que se abre habitualmente en la zona inferior central del disco. La orla es estrecha y horizontal, separada del disco por una o dos delgadas molduras. La base suele ser anular simple, a veces con marca de taller. Se ha documentado la presencia de marcas con forma de delfín, hoja acorazonada y “T” impresa, así como varias combinaciones realizadas mediante circulitos impresos y la firma MCS retrógrada (López Rodríguez, 1982: 381). Las piezas carecen de asa. Las pastas presentan un color ocre o carne (Sotomayor et alii, 1976: 139, nota 51), o bien amarillo pálido o blanquecino, coloraciones que resultan tan características de este tipo de lucernas como los rasgos morfológicos que acabamos de definir. Por lo general son blandas y arenosas, y se deshacen sólo con tocarlas. A veces se observa la presencia de gruesos desgrasantes micáceos. En la mayor parte de las ocasiones carecen de engobe (Fig. 29). Las lucernas de este tipo son una de las producciones altoimperiales hispanas mejor definidas en la actualidad. Las campañas de excavación desarrolladas durante los años setenta por el equipo de M. Sotomayor en los talleres ubicados en Los Villares de Andújar (Jaén) se tradujeron en el conocimiento de una fabricación de lucernas simultánea a la de TSH (Sotomayor et alii, 1976 y 1981), cuyas características correspondían a las que aquí acabamos de

Fig. 29. Lucerna derivada de Dressel 3 o “tipo Andujar”, procedente de Bracara Augusta (Braga) (R. Morais)

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presentar. Este hecho ha determinado que la bibliografía arqueológica haya acuñado la denominación “lucernas de Andújar” para referirse a este tipo de piezas. No obstante, teniendo en cuenta recientes hallazgos que atestiguan la producción de esta forma en otros talleres hispanos, consideramos que debe emplearse un término que, aunque resulte fácilmente identificable con la nomenclatura tradicional, sea más amplio y genérico. De ahí que hayamos propuesto la denominación de lucernas “tipo Andújar” (Bernal, 1993c: 210; García Giménez et alii, 1999). A partir del análisis de sus rasgos morfológicos, López Rodríguez clasifica esta categoría como una derivación del tipo Dressel 3 carente de asa (López Rodríguez, 1981: 100; 1982: 381). El equipo de arqueólogos de Andújar sitúa los límites temporales de estas piezas entre el reinado de Claudio y los flavios (Sotomayor et alii, 1976: 135). López Rodríguez ha establecido el marco referencial de esta producción durante la época julio-claudia, con posibles pervivencias en el periodo flavio (López Rodríguez, 1982: 382). Los hallazgos de lucernas de “tipo Andújar” en los yacimientos del Norte de la Península corroboran perfectamente la cronología tiberiano-claudia (Morillo, 1999: 100-104). Uno de los aspectos más interesantes vinculados al estudio de estas lucernas es el que hace referencia al área de dispersión de las mismas. Los mapas de distribución del tipo confirman una concentración en el área meridional, principalmente en el valle del Guadalquivir. Uno de los aspectos más llamativos de esta producción es su significativa presencia al norte de Sierra Morena, tanto en la como en la Meseta, el Noroeste peninsular y el valle del Ebro (Morillo, 1999: 101). Recientes estudios arqueométricos han permitido identificar nuevos centros productores de lucernas derivadas del tipo Dressel 3 en Corduba (Bernal, 1993c: 214-215; Bernal y García Giménez, 1995: 178; García Giménez et alii, 1999) y Emerita Augusta (Rodríguez Martín, 1996: 143-144), aunque no puede descartarse que exista algún otro. Esta multiplicidad de focos productores complica aún más el panorama de las lucernas “tipo Andújar”, puesto que sus características físicas y morfológicas, su cronológia y su área de comercialización pueden variar sensiblemente de uno a otro taller. Lucernas derivadas Dressel 9 (lucernas “Mineras”) Lucernas de cuerpo circular de tendencia piriforme, con disco de concavidad suave y sin decorar, en el que se abre un orificio de alimentación centrado. La piquera es ancha y angulosa, rematada en forma redondeada y flanqueada 390

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por volutas incisas entre las que se dispone a veces una hoja de hiedra. La margo es ancha e inclinada hacia el exterior, lisa o decorada con perlitas en relieve. Asa elevada y perforada y base plana, en la que suelen aparecer marcas de alfarero como L.I.R., T, RTVG, G.T.G., MVS, AN, LAT, G.A.G. o R.T.I. El aspecto general es tosco y macizo. Las pastas suelen ser blandas, de tonalidades anaranjadas u ocres, más o menos depuradas y cubiertas a veces por un engobe ocre claro. Por la fisonomía de su rostrum, rematado en forma triangular y con volutas laterales, se considera un tipo derivado de la Dressel 9 -Loeschcke I. Más común en la bibliografía al uso es la utilización del término lucernas “mineras” (Luzón, 1967) o tipo “Riotinto-Aljustrel” (Alarcão, 1966: 26), denominación que hace alusión a los lugares donde preferentemente han sido localizadas este tipo de piezas, principalmente en el entorno de poblados y necrópolis mineros del Suroeste peninsular (Fig. 30). Atendiendo a la presencia de decoración sobre la orla, López Rodríguez ha establecido una primera clasificación, que distingue entre lucernas con margo decorada y lucernas sin decoración en la orla (López Rodríguez, 1981: 14-15; López Rodríguez, 1982: 383). Este investigador intuye cierta evolu-

Fig. 30. Lucerna derivada de Dressel 9 o “lucerna minera”. Museu Nacional Soares dos Reis. Porto (R. Morais)

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ción cronológica entre ambas variantes, basándose en la desaparición de las volutas y la tosquedad creciente del segundo tipo, aunque no encuentra argumentos que avalen esta hipótesis. Tal distinción, como bien se ha señalado recientemente, no puede ser planteada en términos absolutos. Los márgenes temporales del tipo aún presentan incógnitas muy significativas, ya que bajo esta denominación coexisten producciones con rasgos morfológicos algo diferentes, que se extienden a lo largo de un periodo cronológico bastante dilatado. J. y López Rodríguez, a partir de los datos disponibles, establece un amplio marco temporal centrado en el siglo II, especialmente a su segunda mitad, y buena parte de la siguiente centuria (López Rodríguez, 1981: 14; cf. Morillo, 1999: 105 con bib.). La fabricación de este tipo de piezas debe acometerse en diversos centros productivos, destinados a satisfacer la demanda local de recipientes para iluminación sólidos y adecuados para las necesidades del trabajo en las minas (Modrzewska, 1992: 66). López Rodríguez recopiló de forma exhaustiva los ejemplares de este tipo repartidos por toda la Península (López Rodríguez, 1981: 14-15). A este conjunto poco a poco se van sumando nuevos ejemplares (cf. Morillo, 1999: 105106; O’Kelly, 2012a). Lucernas derivadas de disco (LOESCHCKE VIII) Las lucernas de este tipo se caracterizan por su cuerpo circular compacto con piquera apuntada, que les proporciona un aspecto ovalado. Presentan una cubierta convexa, sin separación entre la margo y el disco, aunque en algunas ocasiones todavía se aprecia la orla ancha e inclinada hacia el exterior, separada del disco ligeramente cóncavo por una o varias molduras de transición. La superficie de la pieza muestra a veces una decoración geométrica o vegetal muy sumaria. En la parte posterior se coloca un asa de disco elevada, que a veces puede estar perforada. Las paredes del depósito son globulares, y la base es plana o con una ligera concavidad. Su aspecto es tosco e irregular, bastante menos cuidado que el de las producciones clásicas de disco (Fig. 31). Ni cabe duda que estos ejemplares, entre los que se advierten ciertas diferencias morfológicas, deben enmarcarse dentro de la categoría general de lucernas de disco o Loeschcke VIII. Sus modelos de inspiración más directos son las variantes más tardías, sobre todo, la Dressel 28, de las que derivan desde el punto de vista conceptual. Los investigadores han incluido los ejem392

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Fig. 31. Lucerna derivada de disco. Colección de la Real Academia de la Historia (G. Rodríguez Martín)

plares derivados de disco dentro de estas modalidades, aunque algunos reconocen que no responden exactamente a las características atribuidas por la bibliografía a las mismas (Pita, 1995: 16, nº 1). Teniendo en cuenta estos problemas de clasificación, consideramos necesario crear un apartado específico para distinguir estos ejemplares de aquellos pertenecientes a los grupos canónicos de disco, de los que les separan numerosas peculiaridades morfológicas, productivas y cronológicas, principalmente el empobrecimiento técnico y decorativo causado por el uso reiterado del sobremolde y el alejamiento cada vez mayor de las fuentes de inspiración originales (Morillo, 1999: 124-127). Las lucernas derivadas del tipo de disco deben interpretarse como una particular elaboración hispana, que se enmarca dentro del proceso de descentralización productiva que arrebata progresivamente el monopolio del comercio lucernario a las grandes oficinas itálicas y africanas, desplazándolo hacia talleres provinciales. Los ejemplares de este tipo son muy comunes en el Mediodía y el Occidente peninsulares. La duración temporal de este tipo no ha sido hasta ahora establecida con exactitud. Los hallazgos realizados en el Norte de la Península permiten aquilatar de manera más precisa la cronología. De sus asociaciones estratigráficas se infiere su presencia mayoritaria durante el siglo III, con posibles perduraciones durante los primeros años de la siguiente centuria. Conviven den393

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tro de los mismos niveles arqueológicos con las variantes de disco avanzadas Dressel 28 y Dressel-Lamboglia 30B, de las que derivan desde el punto de vista morfológico, así como con la forma de canal Loeschcke X (Morillo, 1999: 125-127, tabla XVI). Terra sigillata hispánica tardia (TSHT 50) Las lucernas de terra sigillata hispánica tardía de la forma 50 se caracterizan por su gran simplicidad formal. Están fabricadas mediante la técnica del torno. Presentan un cuerpo circular, de sección troncocónica o bitroncocónica, con cubierta convexa sin separación entre el disco y la orla, en cuyo centro se abre un gran orificio de alimentación. En la piquera, levemente apuntada respecto al cuerpo, se aloja el orificio de iluminación. En la parte posterior de la pieza se sitúa un asa de cinta, sustituida en ocasiones por una aleta pequeña y maciza de forma triangular. La base suele ser ligeramente cóncava, aunque a veces aparece un pie alto, casi cilíndrico. Pero sin duda el rasgo más representativo de esta producción es la utilización de las pastas y barnices propios de los recipientes de TSHT. Las pastas son rosadas o anaranjadas, duras, gruesas y bien depuradas, y se encuentran recubiertas por un engobe untuoso y brillante de color rojo anaranjado (Fig. 32).

Fig. 32. Lucerna del tipo TSHT 50 conservada en la Real Academia de la Historia (G. Rodríguez Martín)

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A pesar de que se conoce la existencia de ejemplares de este tipo desde hace varias décadas, López Rodríguez fue el primer investigador que abordó la labor de definición tipológica y productiva de las lucernas de terra sigillata hispánica tardía (López Rodríguez, 1982: 384-385). Mezquíriz incorpora estas piezas al catálogo de las formas de TSHT, distinguiendo dos variantes de lucernas, la forma 50 y la 63 (Mezquíriz, 1983: lám. 7; Mezquíriz, 1985: 157159, lám. XXXVII, 1 y XXXVIII, 6). También Mayet incluye las lucernas es sus tablas tipológicas (Mayet, 1984: lám. CCXXXIX, 19). Amaré ha abordado asimismo esta cuestión, aclarando algunos aspectos esenciales (Amaré, 1987b), sobre lo que hemos vuelto posteriormente (Morillo, 1999: 155-158; Morillo, 2012b). Por lo que se refiere a la cronología, el retraso en el conocimiento de la producción de la terra sigillata hispánica tardía no permite avanzar datos concluyentes. Las asociaciones estratigráficas disponibles permiten fechar la fabricación de lucernas de TSHT durante el siglo IV y primera mitad del V d. C. (Morillo, 1999: 155). Paz Peralta prolonga la vigencia de esta forma a lo largo de todo el siglo V e incluso más tarde (Paz Peralta, 1991: 103; 2008). López Rodríguez rastrea por primera vez los hallazgos de este tipo dispersos por la geografía peninsular, concentrados especialmente en la mitad septentrional (López Rodríguez, 1982: 385; Amaré, 1987b: lám. III), mapa que hemos actualizado posteriormente (Morillo, 1999: 155, mapa XXXV; Morillo y Rodríguez Martín, 2008: 304-306). Teniendo en cuenta la estrecha vinculación de estas lucernas con los recipientes vasculares de TSHT permiten asegurar con bastante certeza que en el área de Tritium Magallum (Tricio) debieron de fabricarse lucernas de este tipo junto al resto de la vajilla doméstica en sigillata. Los análisis ceramológicos practicados a una lucerna de este tipo, entre otros recipientes de TSHT de Conimbriga, parecen confirmar un origen riojano (Picon, 1984: 317, nota 20). Terra sigillata hispánica tardia (TSHT 63) Menor difusión alcanza la forma TSHT 63, recipiente para iluminación abierto, con forma de palmatoria, realizado a torno. Presentan una forma de plato con paredes oblicuas y un resalte de forma anular en el centro, que crea un compartimento separado. Mezquíriz ha identificado esta forma dentro del repertorio de la TSHT (1983: lám. 7; 1985: 161, lám. XXXVIII, 6). Esta investigadora afirma que la difusión del tipo es muy restringida, mencionando 395

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tan sólo los hallazgos de Pamplona y Falces. La ausencia de la forma TSHT 63 en los yacimientos y repertorios al uso debemos atribuirla tal vez a la posible adscripción de los fragmentos de este tipo a otras categorías morfológicas vasculares. Es posible que existan hallazgos de este tipo inéditos en los fondos de los museos regionales. Mezquíriz sitúa su cronología a lo largo de los siglos IV y V d.C. (1985: 161). Posiblemente, los centros productivos son los mismos que los de los recipientes de TSHT, ubicados en los valles del Duero o del Ebro. Lucernas de depósito abierto con forma de palmatoria (Loeschcke XIV o similis) Ya hemos apuntado que Mezquíriz identificó en terra sigillata una forma muy semejante a una palmatoria (plato abierto con paredes oblicuas y resalte anular central), realizada a torno (TSHT 63) (Mezquíriz, 1983: lám. 7; 1985: 161, lám. XXXVIII, 6). Sus características morfológicas se aproximan a las de los ejemplares del tipo Loeschcke XIV (Loeschcke, 1919: 312-319). Sin embargo, aunque los recipientes de iluminación de este tipo apenas han recibido atención por parte de la investigación, ya hace unos años señalábamos que se conocían ejemplares muy semejantes en cerámica común (Morillo, 1999: 159). Recogiamos en concreto tres fragmentos de esta forma procedentes del yacimiento de Monte Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia) (Ruíz Gutierrez, 1993: 199-200, lám. 150, 1 y 2). Ejemplares semejantes se conocen de Complutum (Remolá, 1997: 425) y Bracara Augusta (Delgado y Morais, 2009: 105, nº 326). Recientemente una producción local de este mismo tipo ha sido identificada en Carthago Nova (Quevedo Sánchez, 2012), El autor ha establecido incluso una secuencia evolutiva para los ejemplares hallados en la ciudad y su entorno entre los siglos I y III d. C. No cabe duda que nos encontramos ante una nueva variante de recipiente para iluminación, sin duda muy extendida y difícil de tipificar porque su localismo y su fabricación a torno deben implicar numerosas variantes morfológicas. Es preciso seguir conociendo materiales para para avanzar en su conocimiento. Además, su difusión por toda la Península parece ir acompañada por un marco temporal muy amplio, que abarca desde el siglo I al V d. C., hecho este último confirmado por su aparición entre el repertorio de la TSHT. 396

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6. La decoración: entre lo estético y lo simbólico

El empleo masivo de la técnica del sobremolde, que permite reproducir con bastante exactitud, aunque a un tamaño algo menor, los motivos del molde original, facilita la introducción de la decoración como un elemento característico de las lucernas. El cierre del depósito de combustible mediante un disco plano o cóncavo, ofrece un espacio inmejorable para introducir motivos decorativos de todo tipo, que se copiaran por todo el ámbito del Imperio. La aceptación popular de las primeras lucernas imperiales con disco decorado, los ejemplares de volutas, debió ser extraordinaria. En unas pocas décadas se extienden hasta todos los rincones del Imperio, barriendo los últimos ejemplares helenísticos del Mediterráneo Oriental. Rápidamente surge una extensa red de officinae principales y sucursales, así como numerosas falsificaciones fraudulentas, destinadas a cubrir la creciente demanda de lucernas decoradas. Esta decoración suele ser muy sencilla desde el punto de vista compositivo. En los tipos de volutas más antiguos se representan uno o dos personajes, aislados o formando parte de escenas más elaboradas. La calidad y el refinamiento artístico que alcanzan las composiciones lucernarias durante el primer siglo del Imperio se ven acompañados por la creación de un vasto repertorio iconográfico específico. Esta decoración se extiende incluso a las asas plásticas de los ejemplares del tipo Loeschcke III. A partir de la época flavia la calidad decae de forma significativa. El empleo exhaustivo del sobremolde disminuye el tamaño del disco y empobrece progresivamente tanto la variedad como el tratamiento de los motivos que, salvo algunas representaciones de gran calidad, suelen reducirse a una borrosa figura de escaso relieve aislada en el centro del disco. Esta tendencia se ve refrendada por la evolución general de la lucerna romana, en la que de nuevo se amplía la orla en detrimento del disco. Desde finales del siglo I d.C. se vuelve a introducir la decoración en las margines, consistente por lo general en elementos fitomorfos, con gran auge durante las siguientes centurias. Durante el siglo III d.C., la decadencia técnica experimentada hace desaparecer incluso la separación entre la orla y el disco, reduciendo la decoración a un léxico muy breve de carácter geométrico. Las producciones norteafricanas del siglo IV introducen un impulso nuevo en la ornamentación lucernaria, aunque se apoyan en un repertorio iconográfico muy diferente al utilizado durante el Alto Imperio, con motivos típicamente cristianos (Morillo, 1999: 163). La carencia de un estudio monográfico sobre el repertorio decorativo lucernario impide conocer en profundidad su fuente de origen, evolución cronológica y paralelos. Los artesanos lucernarios no parecen haber sido excesi397

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vamente innovadores a lo largo del proceso de gestación de un léxico iconográfico propio (Bailey, 1980: 6). Buscan sus modelos decorativos y el tratamiento de los mismos en la plástica helenística e incluso griega clásica. Sin embargo, resulta sumamente complejo rastrear el origen de cada uno y las vías de transmisión a través de las que se incorpora al acervo decorativo de las lucernas (Amaré, 1988a: 47). No podemos aceptar una inspiración directa en obras de arte mayor tales como esculturas, relieves arquitectónicos o pinturas. Se han encontrado pocos motivos asimilables a obras de arte famosas en la Antigüedad, que pudieran avalar este aserto. Por otra parte, pocos artesanos disfrutarían de la proximidad física, la técnica o el tiempo necesarios para acometer la reproducción bidimensional de una obra de arte de cierta fama. Más verosímil parece ser la copia de modelos reflejados en relieves escultóricos, cerámica, mosaicos, pinturas de pequeño tamaño, gemas e incluso monedas, que ofrecen la ventaja de su mayor movilidad, además de un punto de vista plano, idéntico al empleado en las lucernas (Morillo, 1992: 110). En un análisis muy clarificador, M. Vegas apuntaba los paralelismos existentes entre varias composiciones decorativas lucernarias y otras obras de técnica semejante (Vegas, 1966b) (Fig. 33). Sin embargo, en estos casos no

Fig. 33. Lucerna del tipo Loeschcke IA con el disco decorado con una representación de Harpócrates bajo el papiro. Procede del Castrejón de Capote (Badajoz) (A. Morillo)

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podemos precisar si ha habido una inspiración directa entre los temas de las lucernas y otras representaciones artísticas, o si todos ellos derivan de un modelo original desconocido. Una respuesta verosímil a esta cuestión podría residir en la hipotética existencia de unos cuadernos de dibujos y bocetos (Vegas, 1966b: 83), recopilación de las escenas y motivos más populares, tomados indistintamente de obras de arte mayor o menor, así como de objetos de uso cotidiano (Morillo, 1999: 163-165). Los modelos decorativos oficiales difícilmente podrían trasplantarse a una industria como la lucernaria, que dependía de los caprichos de la demanda popular (Morillo, 1992: 112). Las preferencias iconográficas de los alfareros lucernarios obedecen sin duda a los requerimientos y preferencias del gusto de los estratos sociales medios y bajos, a quien estaban destinados estos recipientes. Bajo esta óptica podemos considerar la lucerna como uno de los representantes más genuinos del gusto “plebeyo”, definido por contraposición a las obras de arte “culto” u “oficial”, aunque no falten puntuales incursiones temáticas en campos más selectos y elitistas (Morillo, 1992: 112). Menzel ha definido atinadamente la lucerna como “la obra de arte del pueblo bajo” (Menzel, 1954: 5). Desde hace ya mucho tiempo ha quedado completamente superada la opinión que ponía en relación la elección de una decoración concreta con el uso al que estuviera destinado el ejemplar, hipótesis sugestiva por su misma ingenuidad y, en su momento, muy popular. El criterio del taller lucernario es elaborar un producto atractivo y fácil de vender, aunque no cabe duda que el comprador puede escoger, entre una oferta bastante amplia, aquellas representaciones que resulten más de su gusto, selección que puede estar motivada o no por un propósito definido (Amaré, 1988a: 45-46). A la vista de lo que conocemos, nos inclinamos a pensar que no pueden establecerse criterios estrictos en cuanto a la elección iconográfica practicada en los talleres lucernarios. Los alfareros debieron escoger motivos y escenas por su popularidad, su facilidad de ejecución, su disponibilidad o, simplemente, por sus preferencias personales. Estos temas, fueran cuales fueran las razones de su origen, se incorporaban a un repertorio de motivos que varía según la época y el contexto geográfico en el que nos movamos. Las representaciones mitológicas, de dioses, héroes, leyendas, divinidades orientales o animales fantásticos son muy abundantes y variadas. Algunos motivos como las Victorias, los erotes o las figuraciones de Mercurio se repiten con mayor frecuencia que otros. Se documentan asimismo temas poco frecuentes de carácter mitológicos o filosófico, tales como sirenas, amazonas 399

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o los esqueletos conversando. A diferencia de otros temas de la vida cotidiana, las escenas de circo y anfiteatro conforman un auténtico y completo repertorio temático dentro de nuestro catálogo (Fig. 34). Llama la atención la escasa presencia de las representaciones eróticas, literarias e históricas. Por lo que respecta a la fauna, los animales más comunes son los mamíferos –leones, delfines, toros, osos, jabalíes, perros, caballos...–, aunque también se documentan algunas aves –fundamentalmente águilas– e insectos (Fig. 35). Las

Fig. 34. Fragmento de disco de lucerna decorado con una exploración ginecológica con un speculum magnum matricis. Procede de León (A. Morillo)

Fig. 35. Fragmento de disco de lucerna ornamentado con una abeja libando una flor. Procede de Herrera de Pisuerga (Palencia) (A. Morillo)

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veneras conforman un bloque diferenciado y abundantísimo. Los diseños vegetales no son muy abundantes, excepción hecha de las rosetas que, al igual que en la mayoría de conjuntos de lucernas, se representan en variantes muy distintas. Mención aparte requieren las máscaras tragicómicas que adornan los discos de las lucernas de canal o Firmalampen (Morillo, 1999: 165-166). La investigación iconográfica puede contribuir poderosamente a diferenciar talleres itálicos y talleres provinciales (Morillo, 1992: 113). Durante los primeros siglos del Imperio, las officinae situadas en las cercanías de Roma o en el área campana se encuentran artística y culturalmente más cerca de los gustos del gran público. Producen lucernas de gran calidad, ornamentadas con un complicado léxico decorativo para un público exigente, más familiarizado con la mitología y más permeable a las influencias de las modas oficiales o cortesanas. A este momento responden las decoraciones mitológicas más complejas conceptualmente (erotes con símbolos alusivos a divinidades, sueño de Endymion) (Fig. 36 y 38) y las mejores representaciones faunísticas y de ludi gladiatorii y circenses (Fig. 38) Algunos de estos ejemplares se destinan a la exportación hacia elites provinciales de cierto poder adquisitivo, que comparten en buena medida el acervo cultural metropolitano. Por el contra-

Fig. 36. Lucerna del tipo Loeschcke IA con el disco decorado con el sueño de Endymion, procedente de Asturica Augusta (Astorga) (A. Morillo)

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Fig 37. Fragmento de disco de lucerna ornamentado con un busto de Mercurio. Procede de Herrera de Pisuerga (Palencia) (A. Morillo)

Fig. 38. Lucerna del tipo Loeschcke IA con disco decorado con un gladiador tracio, procedente de Herrera de Pisuerga (Palencia) (A. Morillo)

rio, las producciones locales o provinciales –gálicas, hispánicas, norteafricanas, egipcias...– se dirigen habitualmente hacia un mercado local, más restringido y menos exigente respecto a la calidad técnica y decorativa de las piezas, en ocasiones bastante ajeno a la koine cultural mediterránea. En estos talleres, establecidos en un momento avanzado del siglo I d.C., los alfareros 402

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se decantan por motivos sencillos, fáciles de reproducir y de comprender por sus destinatarios: representaciones mitológicas sencillas como Júpiter y el águila, Mercurio o Diana, motivos florales y faunísticos. En relación con esta distinción entre centros productivos itálicos y provinciales, debemos precisar que los talleres cerámicos militares localizados en regiones periféricas del Imperio se comportan en la selección iconográfica más como officinae metropolitanas trasplantadas a un ámbito diferente que como auténticos talleres provinciales (Morillo, 1999: 165). 7. Marcas y talleres

El estudio de las marcas de taller constituye una de las líneas de investigación prioritarias dentro del panorama general de las lucernas romanas. Sin embargo, a pesar de contar con un punto de partida excepcional, como es la sección del Corpus Inscriptionum Latinarum dedicada a las lucernas firmadas de Roma (CIL XV), elaborada por Dressel, la investigación sobre marcas sobre lucernas nunca ha despertado un interés semejante al de otros materiales arqueológicos. La posibilidad, entrevista por algunos investigadores, de identificar talleres y áreas productivas a partir del análisis de la dispersión de determinadas marcas de alfarero sobre lucernas, impulsó la elaboración de largas listas de firmas con un criterio casi exclusivamente epigráfico. Dentro de ellas, quizá la que ha alcanzado una mayor difusión es la voz incluida como suplemento en la Enciclopedia dell’Arte Antica (Mercando, 1970). Un catálogo regional modélico para su época fue el de Sotgiu sobre Cerdeña (Sotgiu, 1968), incorporado como suplemento al volumen X del CIL. Dentro de esta misma línea debemos mencionar asimismo las recopilaciones de Bailly, Buchi y Bonnet (Bailly, 1962; Buchi, 1975; Bonnet, 1988), así como los trabajos de Balil dedicados principalmente a la Península Ibérica (Balil, 1966 y 1968-69). La publicación sistemática de las marcas hispanas llevó a concluir que los ejemplares firmados documentados arrojaban un porcentaje mucho menor que las regiones vecinas, en torno al 10-15 % (Balil, 1968-69: 161). Amaré (1989-90) ha actualizado la recopilación de marcas hispanas realizada por Balil. Durante las últimas décadas, los estudios de procedencia de lucernas basados exclusivamente en la recopilación de marcas de taller se han revelado como ineficaces. (Alarcão y Da Ponte, 1976: 111). El empleo masivo de la reproducción mediante la técnica del sobremolde, así como la existencia de sucursales de los talleres matrices, e incluso de imitaciones (Amaré, 1987a: 56), complican extraordinariamente el panorama. Esta problemática ha llevado a 403

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algunos investigadores a plantear alternativas tales como el estudio interrelacionado de marcas, formas y decoraciones (Bonnet, 1982 y 1988; Bonnet y Delplace, 1983; Vertet, 1983). Tan sólo un análisis caracteriológico de pastas dentro de cada yacimiento y la elaboración de un banco de datos internacional podrían aclarar la cuestión de la procedencia de cada pieza, objetivos, hoy por hoy, inalcanzables. Entre las proposiciones realistas se encuentra la elaboración de estudios monográficos sobre cada firma o sobre la producción completa de un taller del que pueden proceder varias formulaciones onomásticas, definiendo las variantes tipológicas y decorativas, así como la dispersión productiva y las posibles sucursales, siguiendo y, si es posible, mejorando, el trabajo de Bonnet (Bonnet, 1988). Dentro de esta tendencia, de la que se pueden obtener datos muy valiosos, se enmarcan trabajos como los aparecidos recientemente sobre la familia Oppi (Maestripieri y Ceci, 1990) o el alfarero C.Ivnius Draco (Haley, 1990). Hoy por hoy debemos tomar los datos derivados de la dispersión de marcas a título siempre orientativo, pero no llegar a formular propuestas demasiado ambiciosas, siempre y cuando no cuenten con el respaldo científico pertinente, como podría ser el hallazgo de elementos inherentes a una oficina productiva. Los mapas de distribución de materiales dejan entrever cual puede ser la zona productiva nuclear de un alfarero concreto, los mercados hacia los que se destinaba la producción de un taller, e incluso la cronología aproximada de funcionamiento del mismo gracias a las formas y decoración empleadas, pero no podemos llegar a concluir sobre la procedencia de cada ejemplar en concreto (Morillo, 1999: 278). Aspecto al que se debe prestar gran atención es la relación de las marcas con la decoración y la morfología de la pieza. Algunas firmas aparecen asociadas a un amplio repertorio tipológico y decorativo. Sin embargo, en algunos talleres, los motivos y las formas resultan más reiterativos. Este sería por ejemplo el caso de las marcas FORTIS y STROBILI, asociadas siempre a lucernas de canal. En estos casos, la marca de taller constituye un indicio casi seguro de la forma a la que pertenece el ejemplar. Las marcas de taller comprenden un capítulo mucho más amplio que las simples firmas de alfarero. Junto a nombres mejor o peor identificables, se conoce un amplio repertorio de marcas consistentes en letras aisladas o en combinación, nexos de varias letras, monogramas, signos anepígrafos y símbolos desconocidos. Bonnet ha definido adecuadamente estas diferencias, señalando que el término “firma” debe reservarse para el nombre propio del fabricante o del taller, mientras que “marca” debe entenderse como una señal 404

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de posesión, numeración o producción de la lucerna (Bonnet, 1988: 15). Esta señal puede ser un símbolo cualquiera, iniciales o nexos, aislados o asociados a una firma. La misma firma entraría dentro de esta categoría de marca de taller (Morillo, 1999: 278). Las marcas suelen aparecer en la base de la lucerna, aunque ocasionalmente ocupan el cuerpo, la orla, el asa e incluso el disco (Balil, 1969: 9-10). Las marcas de taller sobre lucernas pueden dividirse en tres grupos principales: los signos o símbolos anepígrafos, las letras aisladas o grupos de dos letras y las firmas de alfarero (Fig. 39). Los signos anepígrafos comienzan a aparecer con cierta frecuencia en el siglo I a. C. sobre lucernas tardorrepublicanas, manteniéndose en las primeras formas de volutas, perdiendo terreno de forma progresiva frente a las letras y firmas. Las más comunes consisten en círculos impresos aislados o formando parte de grupos más o menos complejos, en ocasiones combinados con nexos lineales o letras aisladas, componiendo complicados monogramas. En la actualidad, aun está por aclarar de forma conveniente el significado de estos símbolos, que podrían constituir marcas distintivas de control de la producción o de cada trabajador en particular.

Fig. 39. Marca anepígrafa a partir de círculos concéntricos unidos por trazos rectos. Lucerna del tipo Dressel 3. Colección de la Real Academia de la Historia (G. Rodríguez Martín)

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El mismo problema de interpretación plantean las letras, aisladas o en grupos de dos o tres sobre la base de la lucerna (Balil, 1982a: 166). Este tipo de marca se emplea ya desde el siglo I a. C., para decaer su empleo a lo largo del siglo I d. C. y reaparecer durante el siglo IV (Moreno Jiménez, 1991: 220). La firma es la marca de taller utilizada más frecuentemente. Conocemos un amplísimo repertorio de alfareros. Las formulaciones gentilicias varían notablemente según la época y la región productora. Las marcas de alfareros itálicos que se verifican sobre lucernas de volutas y sobre las llamadas Firmalampen presentan exclusivamente el cognomen del productor. Por el contrario, lo más común en las lucernas de disco es que aparezcan praenomen y nomen o nomen y cognomen (Balil, 1969: 12). En algunas ocasiones aparecen los tria nomina del individuo, aunque en forma abreviada. Así, por ejemplo, C.IVN.DRAC debe leerse como Caius Iunivs Draco o Draconis, y C.OPPI.RES, como Caius Oppius Restitutus (Fig. 40). Las firmas suelen disponerse en una línea rectangular sin marco alguno. A veces se inscriben en una cartela rectangular rehundida. También pueden aparecer en una tabula ansata (Balil, 1982: 6-10), en planta pedis (Balil, 1969: 14-19) o en una doble planta pedis. Más raras son las marcas circulares o en forma de media luna (Balil, 1969: 13). Las relaciones de la forma de algunas de estas marcas con

Fig. 40. Marca C(aius) IVN(ius) DRAC(onis). Lucerna de tipo Dressel 20. Colección de la Real Academia de la Historia (G. Rodríguez Martín)

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las que se documentan en recipientes de terra sigillata resultan evidentes, pero los productores no parecen ser los mismos (Morillo, 1999: 279). A partir de la constatación de firmas con nombres de alfareros muy semejantes, se ha hablado de la existencia de auténticas familias dedicadas a la elaboración de lucernas durante varias generaciones en un único taller o, de forma simultanea, en varias oficinas (Pavolini, 1976-77: 72 y 124-25). Quizá uno de los ejemplos más característicos sean los ejemplares con firma OPPI, C.O.R. y C.OPPI.RES., fabricados en momentos distintos por el mismo taller romano, que debió establecer posteriormente al menos una sucursal en el Norte de Africa (Maestripieri y Ceci, 1990). Junto a las grandes officinae lucernarias, que exportan grandes cantidades de piezas y que crearon posiblemente una amplia red de sucursales para difundir mejor su producción, debían convivir pequeños talleres artesanales, destinados a cubrir las necesidades locales de una ciudad o una región muy concreta. El taller lucernario descubierto en Pompeya constituiría un buen ejemplo de instalación local (Cerulli, 1977). De la misma manera aún están sin aclarar cuestiones como la titularidad de las firmas y el status jurídico de las mismas, que podrían hacer referencia al propietario del taller, o simplemente al alfarero u operario (Pavolini, 1976-77: 68: nota 22). Mayor problema encontramos en las letras aisladas, que podrían indicar el propietario, el trabajador e incluso el esclavo. Las firmas de alfareros más antiguas se documentan hacia el 20 a. C., aunque los ejemplos conocidos son escasos hasta las primeras décadas del siglo I d. C. (Farka, 1977: 102-103). Estas marcas, consistentes en el cognomen del alfarero en genitivo (Pavolini, 1993: 65), inscrito en cursiva sobre la arcilla aun fresca, aparecen sobre las formas republicanas más tardías, en especial la Dressel 4. No obstante, las firmas parecen ser menos habituales en las primeras producciones de volutas. Pavolini opina que la costumbre de firmar las lucernas declina temporalmente durante el periodo augusteo (Pavolini, 1976-77: 47-48; Pavolini, 1993: 66). Durante la época julioclaudia, las firmas de alfarero no son muy frecuentes y perduran las letras aisladas y signos anepígrafos como los círculos impresos. Hasta mediados del siglo I la gran mayoría de los talleres se concentra en Italia, especialmente en el Lacio y la Campania. A partir de las décadas centrales del siglo I se incrementa significativamente el porcentaje de ejemplares firmados (Pavolini, 1993: 66), aunque hemos de esperar hasta el periodo flavio para que este proceso alcance el máximo desarrollo, coincidiendo con la concentración de la producción en un reducido número de grandes oficinas. El trabajo en serie facilita la inclusión de firmas de alfarero, inscritas en positivo o negativo sobre el propio molde. 407

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Se generaliza el empleo de la marca, posiblemente como mecanismo para identificar la producción de cada taller en un momento de fuerte competencia (Pavolini, 1981: 171). Asimismo se asiste a un proceso de descentralización productiva desde Italia hacia las provincias. El ejemplo más temprano de este fenómeno es el de las grandes officinae que surgen en la llanura padana dedicadas de forma casi unívoca a la elaboración de Firmalampen o lucernas de canal, en las que se generaliza el uso de cognomina en las marcas (Fig. 41). Desde comienzos del siglo II d. C., la producción itálica pierde terreno rápidamente frente a las lucernas de disco norteafricanas, cuyo centro nuclear se encuentra en el Africa Proconsular, donde se habían trasladado en principio sucursales de las grandes oficinas itálicas (Pavolini, 1981: 176). Este periodo se caracteriza, desde el punto de vista epigráfico, por la aparición de tria nomina en las firmas, muchos de ellos de origen servil o griego (Fabricivs, Draconis, Alexi), y que se relacionan con el papel de los libertos al frente de las oficinas productivas (Pavolini, 1993: 67). En la segunda mitad de esta centuria este proceso se acelera, confinando el comercio itálico al área tirrénica. A mediados del siglo III el cambio en la situación socioeconómica del Imperio y la ruina de las clases medias urbanas provocan la contracción de la demanda y la desaparición de las grandes officinae de lucernas (Pavolini, 1993: 69), acompañada por una descentralización productiva casi absoluta. La mar-

Fig. 41. Marca AGILIS en la base de una lucerna Loeschcke X procedente de Asturica Augusta y conservada en el Museo Arqueológico Nacional (A. Morillo)

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ca desaparece con bastante rapidez, aunque continúan apareciendo algunas, por lo general letras, signos o monogramas, en especial sobre las lucernas africanas del tipo paleocristiano (Pavolini, 1981: 177). La continuidad de las marcas en el Mediterráneo Oriental fue mayor, perdurando hasta el periodo bizantino (Balil, 1969: 8).

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