<<De una ave llamada rocho>>: Para la historia literaria del ruj

May 23, 2017 | Autor: N. Salvador Miguel | Categoría: Medieval Bestiaries, La Celestina and celestinesque sequels, La Celestina, Bestiario, Animales Exoticos
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Descripción

N. Salvador Miguel “: Para la historia literaria del ruj”

Este artículo se publicó en Fernando de Rojas and : Approaching the Fifth Centenary, eds. I. A. Corfis and J. T. Snow, Madison, 1993, pp. 393-411.

“De una ave llamada racha”: Para la historia literaria del ruj Nicasio Salvador Miguel Universidad Complutense de Madrid

I. El rocho en La Celestina Recientemente, he hecho ver que la frecuencia con que aparece en La Celestina el mundo animal convierte la obra en “un zoológico plural y bien abastecido,” donde, por “un gusto comun' al escritor del Auto I y de los restantes,”1 conviven, con funciones literarias específicas, los apuntes genéricos sobre animales con identificaciones concretas y con una sarta de expresiones provenientes de ese campo seman'tico. En el vasto grupo de animales individualizados (noventaiu'n casos, con un total de ciento setenta y tres citas), tropezamos con seis que, pertenecientes ala categoría de fantásticos (la aipía, el basflisco, la hidra, el rocho, la sirena y el unicornio), se integran en contextos varios de la obra. Dos de los mismos—e1 basilisco y el rocho— afloran en el prólogo, entre los agregados de la Tragicomedia, como exempla de la reflexión sobre la lucha omnipresente en el mundo de la naturaleza, correspondiendo al rocho cerrar, entre las aves, una relación de modelos. 2 Rojas, en efecto, comenta: De una ave llamada rocho, que nace en el Índico mar de Oriente, se dice ser de grandeza jamás oída y que lleva sobre su pico, hasta las nubes, no sólo un hombre o diez, pero un navío cargado de todas sus jarcias y gentes. Y como los míseros navegantes estén suspensos en el aire, con el meneo de su vuelo caen y reciben crueles muertes. 3

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Ya desde la edición de J. Cejador (1910-1913) se sabe que el pasaje proviene del prefacio de Petrarca al Libro II de su De remediis utriusque fortunae,4 conocido por la edición de Opera en latín (Basilea, 1496), donde se lee: Esse circa mare Indicum inauditae magm'tudinis auem quamdam, quam Rochum nostri uocant, quae non modo singulos homines sed tota insuper rostro praehensa nauigia secum tollat in nubila, et pendentes in aere miseros nauigantes aduolatu ipso terribilem mortem ferat. (Q 3-5)

Con todo, pese a la ya vieja identificación de la fuente mm'ediata y las consideraciones por mí realizadas sobre su amoldamiento contextual,5 no se ha aprovechado el pasaje para precisar con ma's detalle la historia literaria del ave en la Edad Media, pergeñar su pervivencia en textos posteriores a La Celestina y discutir el problema de su etimología. II. El rocho en la Edad Media Antes de detenerme en la historia literaria del ruj, he de advertir que" obviare' la hipotética identificación del mismo con el phéng' de la tradición china y con el pájaro que en la poesía m'dia se denominó Garouda; 6 pasaré por alto la sugerencia de que estamos ante una transformación del ave mítica que aparece en “antiguos textos asirobabilonios,” ante el pájaro citado en el Libro de Job (39, 13-18) o ante el rj de los textos egipcios, 7 en cuyo caso los ejemplos se multiplican’an; y no tendré en cuenta la confusión que, desde la Edad Media hasta hoy, se ha mantenido entre el simurg, el “anqa” y el ruj. 8 Centran'donos, por tanto, en los datos seguros, nos encontramos con que, según el granadino Abu“ Ham-id, quien dice seguirlo, ya el escritor árabe al-YA_ah'i_z (siglo X) se había ocupado de tal pájaro en su Kita'b al-Hayaw'a'n.9 Sin embargo, al no encontrarse tal descripción en el manuscrito preservado de la obra, 1° resulta que el primer diseño conocido del ave corresponde al legado por el propio Abu" .Ha'mid en su Tuhfát al-alba'b (El regalo de los espíritus), cuya redacción se inició en 1162, segun' el mismo autor. 11

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También Ibn Ba_t_tu'_ta, en su Rihla,12 terminada de escribir en 1356, como él mismo corrobora, 13 menciona el célebre pájaro, 14 mientras que las noticias de Abu’ _Ham‘id las repite al-Damïn', 15 quien también cita a al-YA_ah'i.z,16 en un tratado de zoología escrito hacia 1400, obra muy poco original y “un tanto popular” que “representa un ul'timo eslabón en el multisecular desarrollo de la zoología islam'ica medieval.” 17 Aparte de estas descripciones, tropezamos con el ruj en la recopilación de relatos que, escritos en tiempos muy varios, conformaron la obra rotulada como Las mil y una noches. Aqm’, en efecto, nos encontramos con el ave en un par de pasajes correspondientes a las “Anécdotas que hacen referencia a personas generosas, corteses y amables” (Noches 404-05) y a la “Historia de Sindbad,” donde el pájaro aparece, en dos ocasiones, durante el segundo viaje (Noches 543-44 y 545) y, una vez más, en el quinto periplo (Noche 556). Aunque el comienzo de la colección hay que colocarlo en un momento bastante temprano, pues ya un manuscrito ar'abe de la primera mitad del siglo IX, en el que se halla también el título definitivo (Las mil y una noches), acoge un fragmento, 18 carecemos de datos para fechar el pn'mer pasaje, clan'simamente emparentado con el diseño de Abu’ _Ham'id. Sin embargo, es muy posible que haya que asignar una cronología temprana a la historia de Sm'dbad, obra de origen independiente, cuya auton'a se debe a un anónimo iraquí que aprovecha la ficción para reflejar los descubrlm'ientos de los musulmanes en el Índico durante los siglos X y XI, sirvie’ndose de textos que en esas centurias se hallaban en las bibliotecas de Bagdad. 19 El ruj aparece asimismo al final de la “Historia de Aladino y la lam'para maravillosa,” la cual no se integra en la versión más cano'nica de Las mil y una noches, aunque en algunas ediciones se agrega con una cifra complementaria. 2° Es Marco Polo, en Le dívisament dou monde (1298), el prim'er occidental en quien hallamos una mención de esta ave, 21 pero con una cierta confusión. Polo, en efecto, que se limita a recoger un relato oral, postergando para otra ocasión sus propias observaciones, cuenta que, en las islas al mediodía de Madagascar (localización geográfica

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unan'im'emente admitida), existen grifos (“les oiseaux Grfi”), aunque distintos a como se conciben y representan en Occidente, donde su forma es “de demi lyon . . . et demi oisiau” (Pauthier, ed. 683). Sin embargo, pese a las diferencias con los grifos que establece en su misma descripción, Polo sigue convencido de que se trata de esa especie, a la que los habitantes de aquellas islas denominan Ruc. El hecho de que Marco Polo, menospreciando la tradición local, denomine grifo a un ave que e'l mismo comprueba ser diferente, se explica s1n' duda porque todo viajero, al trasvasar los recuerdos de su folclore y de sus fábulas cuando se enfrenta con un mundo exótico y lejano, suplanta los hechos reales e históricos, botaru"cos o zoológicos. Pero lo que importa aquí es que la confusión de Polo debió influir en los traductores medievales, pues si en la versión toscana se encuentra idéntica aclaración que en el original (“quelli di quella isola sí. cchiamano quello uccello ruc” [Milíone 271]), en las versiones catalana y aragonesa del siglo XIV se habla solo de grifos (“grius”), sin más especificaciones. 22 El error se complica aún más en el traslado de Rodrigo Fernan'dez de Santaella (Sev1ll'a, 1520), donde se usa el te'rmm'o nichas (nichi en el epígrafe del capítulo). 23 Pocos años después de Marco Polo, el misionero Jourdain de Se'verac, que im'ció un viaje al Lejano Oriente hacia 1320, nos dejó asimismo una breve descripción del ave, embutida entre una serie de “mirabilia.” 24 De acuerdo con los diversos textos, el ruj se caracteriza por su localización geográfica en una zona bastante determinada, su desmesurado tamaño y su enorme fuerza. Respecto a la localización geográfica, nos enfrentamos, por un lado, con la “Historia de Aladino,” en la que se dice que el pájaro “se encuentra frecuentemente en el monte Qaf,”25 y, por otro, con la descripción de Se'verac, quien lo sitúa genéricamente “1n' India tertia.”26 Todos los restantes relatos, sin embargo, coinciden en colocarlo en el mar y, más concretamente, en una isla, salvo Ibn Battu’ta, el cual divisa el ave “en un mar totalmente desconocido,” durante un periplo a la India, al aproximarse “a1 país de T.awa'li'sï,”27 región que sigue sm' identificar. Así, Abu' Ham-id lo localiza en una isla del mar de China, 28 a1 igual que el magrebí que lo describe en Las mil y una noches,29 mientras que Marco Polo asegura que se halla

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en islas al sur de Madagascar. 3° En los viajes de Sindbad, la isla es m'determinada (“una isla,” “una hermosa isla, una gran isla ya que los mismos empiezan en Basora, desierta”), pero, es evidente que se trata de un mar asiático, ya que desde aquella ciudad se salía al Golfo Pérsico para pasar al mar Ara'bigo y, luego, al Océano In'dico. 31 Puesto que incluso en la “Historia de Aladino” se supone que el ave vive en China, pues en la capital de uno de sus sultanatos se desarrolla la acción, los textos coinciden en situar el ruj en una extensión que va desde el mar de China al sur de Madagascar, pasando por la India, es decir, en la zona conocida durante la Edad Media como Oriente o Asia. Esta localización interesa, sobre todo, en relación a los autores y lectores occidentales del Medioevo, porque para los mismos la preeminencia de esa parte del mundo, con un resalto prevalente de la India, se manifestaba tanto en lo cuantitativo, al atribuirsele un espacio equivalente a las otras dos (Europa y África), como en lo cualitativo. Así, si en los mapamundi cubn'a la zona superior, reflejando “el valor simbólico de lo que se encuentra *Arriba,” en el Oriente se situaban también el paraíso terrenal, el inicio de la repoblación de la tierra al fin de la segunda era, el paraje seleccionado para el nacimiento de Jesús, el sitio donde vivieron irn‘portantes personajes históricos o fabulosos (de Alejandro al Preste Juan), y el lugar colmado por excelencia de reliquias, metales preciosos, animales admirables y monstruos. 32 Así las cosas, me parece secundan'o que exista un “fondo real”33 en la descripción de esta ave, identificada, a través de huevos y restos exhumados desde mediados del siglo XIX 34 en las costas del Sudoeste y en la extremidad noreste de Madagascar, 35 con un pájaro gigantesco de tres metros y pico de altura, 36 cuyos huevos tienen una capacidad cercana a los diez litros. 37 Esta especie, denominada aepyornís maximus, ha vivido hasta el siglo XVII o XVIII y, al menos hasta fines de la pasada centuria, su recuerdo se mantenía vivo entre las tribus malgaches de la isla. 38 Ahora bien, aunque esté comprobada la presencia de comerciantes árabes en Madagascar, durante el Medioevo, 39 ninguno de los autores que tratan del ruj asegura haberlo visto; todos, por el contrario, asignan el relato a 9’

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terceras personas (comerciantes, viajeros, peregrinos) o lo presentan en una forma impersonal, como Rojas, e incluso Marco Polo se permite un tono de distante escepticismo. Para estos escritores, en una palabra, la descripción de esta ave colosal forma parte de los relatos tradicionales que daban cuenta de los mirabilia de Oriente, ya que, entre los mismos, se podía incluir no solo lo fantástico y fabuloso sm'o también lo maravilloso real que fascinaba por ser distinto del mundo cotidiano. De ahí también la insistencia en situar el pájaro en una isla, lugar que, como universo cerrado, fue, ya desde la antigua Grecia, especialmente propicio para resaltar lo imagm'ario, maravrll'oso, mítico y arbitrario. 4° En cuanto a la exagerada talla, los textos la destacan bien de un modo más o menos genérico (“ave de cuerpo gigantesco,”41 “gran pájaro,”42 “ave muy grande,”43 “semejante a una montaña inmensa”, 41 “como un monte en el mar,” 45 o como un águila “grant et desmesure”’46) bien resaltando algunas pecuh'aridades. Así, su huevo se asemeja a “una cúpula inmensa” que tiene “más de 100 codos de altura”7 o “de longitud,”48 para unos; o bien “un gran diam'etro,” cuya circunferencia mide “cincuenta pasos largos” 49 o es “de enorme volumen,”50 para otros. Por eso, el polluelo recién nacido es “del tamaño de una montaña,”51 “semejante a una sólida montaña,”52 y su ala “mide mil brazas,”53 por lo que no puede extrañar que, para arrancar una pluma a la cn'a, necesiten tirar varios hombres “a la vez,” aunque la misma no tenga “las plumas completamente formadas.” 54 Las anchísimas alas del pájaro “tienen una envergadura de mil brazas,”55 de “palmas octoginta”56 o de treinta pasos,57 de manera que pueden velar el sol, 58 mientras que sus plumas poseen una longitud de doce pasos 59 y en el cañón de cada una cabe el contenido de uno 6° o de nueve odres de agua. 61 Por lo que atañe a su fuerza descomunal, el ruj puede elevar por los aires una roca tan grande como una casa y mayor que un barco, 62 una roca del tamaño de una montaña, 63 un elefante,64 camellos y elefantes, 65 “una larga serpiente de enorme cuerpo” 66 y, por supuesto, a un hombre. 67 Amén de estas características, algunos autores destacan otras peculiaridades del ruj: así, chilla “con voz de trueno”; 63 se alimenta

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con carne de elefante, 69 al igual que sus crías;7° produce en los marm'eros un miedo mortal, 71 pues, a veces, una roca lanzada por e'l, en pleno vuelo, ha destrozado una embarcación; 72 y, como especial prodigio, se dice que la carne de su cría puede rejuvenecer a los ancianos que la comen. 73 De la documentación conocida se desprende que la pintura del rocho remite a una tradición oriental de la que Occidente tuvo noticias por el relato de Marco Polo y por la fama de Las mil y una noches, algunos de cuyos cuentos circularon por Europa ya desde el siglo XII. Así las cosas, Petrarca, aunque no muestra una dependencia directa de ninguno de los textos conocidos, parece tener in mente los viajes segundo y quinto de Sindbad, donde se hallan, respectivamente, los dos aspectos sustanciales de su breve diseño: el vigor para arrastrar a un hombre por los aires (Noche 544) y la capacidad de hundir una embarcación (Noche 556). En cuanto a Rojas, de acuerdo con lo que he estudiado en otro lugar, 74 aprovecha la imagen anim'alística fijada de antemano para adecuarla a un nuevo contexto, mediante un perfecto ajuste, ya que, engranada en el prólogo junto a otro puñado de paradigmas, sirve como preludio del caso concreto a que el autor desea aph'carla: la “lid o contienda” que, respecto a la interpretación y al título, ha suscitado su obra entre lectores e impresores. 75 Por otro lado, Rojas, aun amoldan'dose con bastante exactitud al on'ginal petrarquista de que parte y sin variarlo en nada esencial, lo somete, según conocidas reglas retóricas, a un proceso de amplfiicatio con un mero propósito de aclaración, acaso forzado por la concisio'n latina (“que nace en el In'dico mar de Oriente” frente a Circa mare Indícum, o “con el meneo de su vuelo caen” frente a aduolatu ipso); y, con una finalidad de ornatus, cambia un singular en plural (terribilem mortem pasa a “crueles muertes”), recurre al incrementum (“no sólo un hombre o diez” por singulos homines) 76 y echa mano de la congeríes (los praehensa nauigia se transforman en “un navío cargado de todas sus jarcias y gentes” [Rojas, ed. Severin 42]). No se' hasta que’ punto Rojas prestaba credibilidad a las propiedades fabulosas del rocho o de los restantes animales fantásticos de que echa mano, pero, desde luego, no se aprecia en

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e'l m'ngu’n distanciamiento del relato, al igual que ocurre con otros autores cronológicamente cercanos, 77 pero muy al contrario de lo que sucede con Petrarca, del que parte. Pues la mera construcción impersonal de Rojas (“se dice” [Severin, ed. 42]) no traduce la expresa reticencia de Petrarca, para quien la fama del rocho es reciente y sospechosa (“suspecta mihi est fama”). De cualquier manera, la cita responde al atractivo ejemplarizante que el hombre medieval encuentra en los animales, lo que hizo comprender a Rojas, como a otros muchos, 1a eficacia de su recuerdo oportuno.

III. El rocho después de la Edad Media Al reve’s de lo que sucede con otros animales fantásticos, mis noticias sobre la pervivencia del rocho en la literatura postmedieval, dejando aparte las traducciones de Marco Polo o Las mil y una noches, son harto escasas, aunque la ma's temprana es de enorme interés. La cita se encuentra en los Lugares comunes, de Juan de Aranda (1595), en cuyo penul'timo capítulo, dedicado a las aves, se lee: En el Índico mar de Oriente nace vna aue llamada Roco, de vna grandeza jamás oyda, y que lleva hasta las nuues sobre su pico no solo un hombre o diez sino un Nauío cargado con todas sus xarc1a's y gente, y desde lo alto lo dexa caer, como afirma Pedro Vobistuau. 78

El nombre a que Aranda se refiere es el escritor francés citado como Pierre (o Pedro) Bouistuau (o Bouistau) en las traducciones quuu"ent1'stas al castellano de sus obras: El Theatro del mundo (1569), 79 Breve discurso de la excelencia y dignidad del hombre (1569) 8° e Historias prodigiosas (1586). 81 Sin embargo, en tales libros, aunque se acumulen copiosos exempla tomados del mundo animal en el prim'ero y se trate de animales fabulosos y aves monstruosas en el tercero, no aparece ninguna cita del ruj. Ante tal hecho, que no cabe asegurar si es simple error o deseo de adornarse con una falsa auctoritas, las coincidencias textuales con la Tragicomedia son tan obvias que no cabe duda de

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que Aranda ha tomado el pasaje, con una mm’ima transmutatio al inicio y una clara abbreuiatio a1 final, de la obra de Rojas. Mi aserto adquiere aún mayor fuerza al comprobar que, poco después, cuando Aranda se ocupa del basilisco, no sigue tampoco al escritor francés, quien habla del mismo en varias ocasiones, 32 sm'o que, de nuevo, recurre al prólogo de la Tragicomedz’a, como se desprende de la comparación de los dos textos: Entre las serpientes el vajarisco crió la natura tan ponzoñoso y conquistador de las otras que con su silbo las asombra y con su venida las ahuyenta y desparce, con su vista las mata. (Rojas, ed. Severin 4 1) El Basflisco es tan poncoñoso y conquistador de las serpientes que con su solo siluo las assombra y con su venida las ahuyenta y con su vista las mata. (Juan de Aranda f. 205r) Los dos testimonios, en consecuencia, se agregan ahora a las mul'tiples huellas de La Celestina en el siglo XVI. La siguiente referencia de que diSpongo se encuentra en uno de los discursos incluidos por el P. J. Feijoo en su Teatro crítico universal (Discurso II, Vol. II [Madrid, 1726-1739]), donde, tratando del um'corm'o, escribe: Aléganse [en favor de su existencia] Marco Paulo Véneto, que dice los hay en no sé qué partes remotas de la Asia; y Ludovico Romano, que testifica haber visto dos en Meca; pero estos dos autores a nadie deben hacer fuerza. Marco Paulo Véneto refiere muchas cosas increibles, como del ave prodigiosamente agigantada, llamada ruc, que arrebata un elefante, y vuela con el en las garras para alimento de sus pollos. Es verdad que el Patriarca, habiendo hallado esta noticia en la relación de Marco Paulo Véneto, la pujó bien; pues dice que hay aves de esta misma especie tan grande en el Mar de la India, que se llevan gente que hay en ellos. Verdaderamente las ment1r'as tienen la propiedad que se atribuye a las serpientes, de ir creciendo siempre sin termino. 83

Es posible que entre Aranda y Feijoo puedan aportarse algunas otras referencias sobre el ave, pero, en el mejor de los casos, seran' pocas y escasamente significativas, ya que del texto de Feijoo se

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infiere que no se trataba de una bestia conocida en exceso. Por esa razón, el benedictino, que se ocupa larga y expresamente de otros animales fabulosos (sirena, fénix, basilisco, etc.), solo cita el rocho de un modo incidental en el discurso dedicado al unicornio, para refutar a dos autores que tratan de e'ste. Es, además, sintomático que Feijoo no conozca otra autoridad antigua que 1a de Marco Polo, confirmado, como ocurrió en e'pocas anteriores y posteriores, como una de las fuentes que, con Las mil y una noches, han hecho pervivir el recuerdo del animal en Occidente. Así, Jorge LUÍS Borges, al describir “el ave roc,” solo recuerda el viaje de Sindbad, con el error de indicar que “la nube era el ave madre,” y los Viajes de Marco Polo. 84 Y Álvaro Cunqueiro, en Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas, aunque recrea la ln'storia nostal'gica de un viejo marinero, cuya relación con el primitivo Sindbad es prácticamente nula, tiene presente el relato de Las mil y una noches, para mechar, en tres momentos, alusiones al ave ruj. 85

IV. La etimología de “rocho” A la hora de tratar, por ul'timo, sobre la etimología del término rocho, hay que empezar recordando que, sin duda por su singularidad y rareza, 86 los lexicógrafos de los siglos XVI y XVII desconocieron el vocablo que tampoco incluye el Diccionario de Autoridades en la centuria siguiente. Solo en 1884 la palabra se inserta en el Diccionario académico, 87 para el que, lo mismo que para CorominasPascual, nos las habemos con una palabra proveniente del árabe. Así, en el primero se escribe: “rocho. (Del mismo origen que ruc),”88 indican’dose bajo este nombre: “ruc. (Del ár[abe] rujj).”89 Corominas-Pascual, por su parte, dictaminan: alteración del ár[abe] rúvh id.; parece tratarse de una transcripción culta roch de la palabra arábiga, mal pronunciada. 9°

Sin embargo, a tenor de los datos de que disponemos, no me parece que tal etimología pueda aceptarse. Nos consta, en efecto, que Rojas, quien no solo representa el más antiguo paradigma de la conservación del vocablo sino que es con seguridad casi absoluta el introductor del mismo en castellano, translitera el vocablo latin'o

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rochum que encuentra en Petrarca convirtiéndolo en rocho, solución idéntica a la adoptada por Francisco de Madrid en su traducción petrarquista de 1510. 91 En consecuencia, rocho, aun designando un ave de origen oriental, cuyo conocimiento en Occidente se expandió sobre todo a trave’s de textos árabes, no penetró en castellano desde el árabe, sino desde el latín medieval, donde no siempre se empleó la denominación de Petrarca, pues Jourdain de Se'verac en su relato utiliza Roc. 92 Un aspecto complementario atañe a la pronunciación de la palabra, tal como se ha recogido en los diccionarios modernos, pues me asalta la duda de si, para Rojas y Francisco de Madrid, el grupo -ch- no era tan solo una grafía culta con som’do velar [k], tal como sucedía en la lengua latina de que parten y tal como atestigua, a fines del siglo XVI, Juan de Aranda cuando, al arreglar el texto de Rojas, escribe roco (Lugares comunes fol. 204r). En cualquier caso, esta forma tampoco se recoge en el Diccionario académico, en el cual desconozco si el significante ruc se basa en la autoridad de Feijoo, en el que así se encuentra. Parece necesario, de todos modos, que el Diccionario de' entrada al término ruj que habitualmente emplean los especialistas en árabe para transliterar la palabra.

Notas

1. Para la dualidad de autores, vid. ahora N. Salvador Miguel, “La auton’a de La Celestina y la fama de Rojas,” Epos 7 (1991): 275-90. 2. Las observaciones precedentes se basan en N. Salvador Miguel, “Animales fantásticos en La Celestina,” en Diavoli e mostri in scena dal Medio Evo al Rinascimento (Viterbo, 1989), 283-302. Aquí se examinan los animales arriba citados y se hacen también observaciones sobre el rocho, de las que parto para el estudio actual. Para otro aspecto animalístico conectado con La Celestina, vid. N. Salvador Miguel, “Otros bueyes que matan perdices,” en Actas del III Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (Salamanca, en prensa).

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3. Fernando de Rojas, La Celestina, ed. Dorothy S. Severin, 5 aed. (Madrid: Alran'za, 1977), 42. 4. En efecto, J. Cejador transcribe el inicio del texto latino y el traslado de Francisco de Madrid (Valladolid, 1510), indicando las semejanzas (F. de Rojas, La Celestina, Clásicos Castellanos, 1910-1913 [Madridz EspasaCalpe, 1958], I: 22, n. 2), mientras que F. Castro Guisasola puntualiz'a la dependencia del prólogo, recogiendo ambos textos (Observaciones sobre las fitentes literarias de “La Celestina,” [1924; Madrid: CSIC, 1973], 120). Cf. también A. D. Deyermond, The Petrarchan Sources of “La Celestina” (London: Oxford UP, 1961), 55.

5. “Anim'ales fantásticos” 298-99; y vid. aquí mismo, 1n'fra, finales de Parte I. 6. Es planteamiento de M. G. Pauthier, ed., Le livre de Marco Polo (Paris, 1885), 682, n. 4. 7. Cf. J. Vernet, “Ruy” = Aepyornis Maximus,” Tamuda 1 (1953): 102. 8. Así, todavía el eximio orientalista W. Lane, en su traducción al m'glés de Las mil y una noches (London: Charles Knight and Co., 1838), pensaba que el ruj era una denominación árabe del simurg, idea recogida por Jorge Luis Borges (El libro de los seres imaginarios, 4a ed. [Barcelona: Bruguera, 1986], 34). Por su parte, C. E. Dubler (Abu’ .Ha’míd el granadino y su relación de viaje por tierras eurasíáticas [Madridz CSIC, 1953], 308) insiste en que el pájaro gigante, con el pico en forma de lam-alfi, del que trata Abu“ .Ham'id, “debe ponerse en parangón con el ruj.” Sin embargo, no se comprende que Abu’ .Ha’mid, quien habla expresamente del ruj en su Tu_hfa't, no diera este nombre al pájaro del que se ocupa en su relato euroasiático. Por esto, y porque las características que le atribuye no coinciden con las del ruj, hay que desechar la sinonimia. En cuanto al “anqa” que, según alDamrn“, “figuró en el parque de al-Aziz, tampoco parece estar emparentado con el roj” (Vernet 104, n. 17). 9. Abu' .Ha'mid al-Garnatï (m. 565/1169), Tu_hfa’t al-alba'b (El regalo de los espíritus), trad. A. Ramos (Madrid: CSIC, 1990). 10. Cf. Ramos 73, n. 120. Incluso se ha postulado que la cita “quizá” se deba a “equivocación”: así, Dubler 93, n. 1. 11. Abu“ _Ham'id al-Garnatï 20.

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12. Sigo la traducción castellana de S. Fanjul y F. Arbós: Ibn Battu'ta, A través del Islam (Madrid: Alianza, 1987). 13. Fanjul y Arbós 794. 14. Fanjul y Arbós 739. 15. Al-Damïn’, Hayat al-hayawan al-Kubra, 2 vols. (El Cair'o, 1875), I: 368. Indican que se trata de una copia Dubler 184, 308-309, n.3; y Ramos 73, n. 120. Así las cosas, no parece importar demasiado el hecho de que tal edición me haya sido inaccesible. 16. Cf. C. E. Dubler, “El Extremo Oriente visto por los musulmanes anteriores a la invasión de los mongoles en el siglo XIII. La deformación del saber geográfico y etnológico en los cuentos orientales,” en Homenaje a Millás Vallicrosa (Barcelona: CSIC, 1954), I: 493. 17. Dubler, “El Extremo Oriente” 485. J. Gil (Mitos y utopías del Descubrimiento: I. Colón y su tiempo [Madridr Ah’anza, 1989], 39) escribe: “En La Perla del historiador andalusí el Xatibí (h. 1465 d.C.), se relata la historia de una nave persa que va en busca de un tesoro remoto en el Océano y que, si bien sufre mil peripecias amargas-entre ellas la aparición del ruj—, también goza en justa compensación de los placeres de la isla de las doncellas que, desnudas, hablan cantando como perdices y les ofrecen sus encantos durante la noche, sumergiéndose en el mar al rayar el alba.” Aun cuando la cita no se apoya en una referencia bibliográfica, parece remitir‘ a un artículo, mencionado inmediatamente antes, de E. García Gómez, “La fore‘t aux poucelles,” Boletín de la Real Academia de la Historia 90 (1927): 197-215. Sin embargo, en el resumen que ofrece García Gómez solo se escribe que “un ave monstruosa se abate sobre un baje], llevándose a un marm'ero” (207). No cabe, pues, sin más, su identificación con el ruj. 18. Cf. J. Vernet, introd. a Las mil y una noches, trad. J. A. G. Larraya y L. Martínez Martín (Barcelona: Vergara, 1965), I: 12; J. Vernet, introd. a su trad. de Las mil y una noches (Barcelona: Planeta, 1990), I: xxvi. 19. Cf. Vernet, prólogo a su traducción, I: xxxvii. 20. Así, en la traducción de J. Vernet, que sigue esencialmente la Zotenbergs Egyptian Recension, ocupa las Noches 516a-91a (mención del ave en las Noches 589a-91a), insertas entre las Noches 536-37.

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21. El relato se encuentra en el Capítulo CLXXXV de la versión francesa medieval incluida en la edición de Marco Polo citada en la nota 6. Numeración diversa llevan los textos toscano y francoitalia'no medievales que he consultado en: Marco Polo, Milione, introd. C. Segre y ed. G. Ronchi (Milano, 1982); y lo mismo sucede en la versión castellana moderna de M. Armiño: Marco Polo, Libro de las maravillas (Madrid: Ediciones Generales Anaya, 1983), la cual sigue la traducción al francés moderno de L. Hambis, La description du monde (Paris: C. Klincksieck, 1955). 22. Viatges de Marco Polo (versió catalana del segle XIV), ed. A. Galh'na (1958; Barcelona: Barcino, 1983), cap. XCV, p. 194; y Juan Fernández de Heredia’s Aragonese Version of the “Libro de Marco Polo,” ed. J. J. Nitti (Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1980), cap. LXI, p. 56. 23. El “Libro de Marco Polo” anotado por Cristóbal Colón. El “Libro de Marco Polo” de Rodrigo de Santaella, ed. J. Gil (Madrid: Ah'anza, 1987), cap. CXXVIH, p. 260. (He compulsado la lectura en la impresión de Logroño, 1529, fol. 24r). El error de Polo ha despistado incluso a estudiosos modernos: así, los traductores de Ibn Battu‘ta hablan de “estas historias sobre el grifo o roc” (Ibn Battu‘ta 43). De orden distinto y más grave es la confusión de la traductora del Bestiario de Oxford, quien vierte mal por ‘rocho’ el capítulo que, en el texto latino, se ocupa “de belva quae dicitur serra.” La ficha de la obra es la siguiente: Anónim'o, Bestiario de Oxford (Manuscrito Ashmole 15]] de la Biblioteca Bodleian), trad. Carmen Andreu; “estudio codicológico y estético” de Xénia Muratova; “Los bestiarios en la literatura medieval” por Daniel Porr'ion (Madrid, 1983). El facsnn'il ocupa un volumen independiente.

24. Cf. Recueil de voyages et de me’moires publiées par la Société de Géographie, 4 (Paris, 1839), cap. 5, p. 56. 25. Noche 589a en la trad. Vernet 194. 26. Recueil de voyages 56.

27. Ibn Battu’ta 739. Los traductores informan de que algunos situa'n esa región en el golfo de Tonkin o en “las islas Célebes” [sic] (Ibn Battüta 91). 28. Abu’ _Ham’id 739. 29. Trad. Vernet, Noches 404-05.

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30. Marco Polo, ed. Pauthier 680.

31. Cf. además supra, Parte I, en relación con el reflejo histórico de estos v1a'jes. 32. Para todo esto, vid. N. Salvador Miguel, “La visión de Oriente por los españoles en la Edad Media,” Dicenda 10 (1991): en prensa. El parr’afo entrecomil'lado lo tomo de H. Kolb, “La literatura de las Cruzadas. Lo maravilloso y los tesoros de Oriente,” en Historia de la literatura. II, El mundo medieval (600-1400), ed. E. Wischer (1982; Madrid: Aka], 1989), 471. 33. Vernet, “Rujj” 102. 34. Para esta fecha, cf. Marco Polo, ed. Pauthier 682, n. 4. Vernet habla “del prm‘cipio del siglo pasado” (“Rujj” 104). 35. Las precisiones son de Pauthier, ed. 682, n. 4. 36. Pauthier le asigna una talla de 3’618 metros (Pauthier, ed. 682), y Vernet, “tres y pico metros” (“Rujj"” 104). 37. Pauthier habla de “d’env1r'on 8 litres 3/4” (Pauthier, ed. 682, n. 41); y Vernet de “diez litros” (“Rujj”” 104). 38. Cf. Pauthier, ed. 682, n.4; y Vernet (“Ru¡}"” 105, n31), quien se refiere a las investigaciones de A. Grandidier, publicadas en 1867. 39. Cf. Vernet, “Ruy” 105. Pese a los interesantes datos sumim'strados por Vernet, mi planteamiento no coincide en parte con el del admirado maestro. Otra m'terpretación, para la que no encuentro base, se halla en Dubler (“El Extremo Oriente” 478 y 493), para el cual la historia, aunque proceda de Extremo Oriente, remonta en su origen “a las culturas circumpacíficas.” 40. Cf. solo C. Kappler, Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media (1980; Madrid: Akal, 1986), 37. 41. Segundo viaje de Sindbad, Noche 543. Todas las referencias a Noches se refieren a la edición y traducción de Vernet (ver n. 18). 42. Segundo viaje de Sindbad, Noche 44. 43. Historia de Aladino, Noche 589a.

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44. Las mil y una noches, Noche 405. 45. Ibn Bagüga 739. 46. Marco Polo, ed. Pauthier 680. 47. Abü _Ham’id 73. 48. Las mil y una noches, Noche 405. 49. Segundo viaje de Sindbad, Noches 543-44. SO. Quinto viaje de Sindbad, Noche 556. 51. Abu’ ,Ham'id 73. 52. Las mil y una noches, Noche 405. 53. Las mil y una noches, Noche 404. 54. Las mil y una noches, Noche 425. 55. Abü .Ham"id 73. 56. Séverac 56. 57. Marco Polo, ed. Pauthier 680.

58. Segundo viaje de Sindbad, Noche 543; Quinto viaje de Sindbad, Noche 556. 59. Marco Polo, ed. Pauthier 680. 60. Abü _Ham’id 73. 61. Las mil y una noches, Noche 404. 62. Abü _Ham'id 74. 63. Las mil y una noches, Noche 405; Quinto viaje de Sindbad, Noche 556.

61. Segundo viaje de Sindbad, Noche 545; Marco Polo, ed. Pauthier 681; Séverac 56. 65. Historia de Aladino, Noche 589o. 66. Segundo viaje de Sindbad, Noche 544.

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67. Así, en el segundo viaje de Sindbad (Noche 544), durante el cual el ruj arrastra por el air'e al protagonista. 68. Quinto viaje de Sindbad, Noche 556. 69. Marco Polo, ed. Pauthier 595. 70. Segundo viaje de Sindbad, Noches S44 y 545. 71. Ibn Battu'ta 739. Cf. también la Historia de Aladino, Noche 591a. 72. Quinto viaje de Sindbad, Noche 556. 73. Según Abu’ _Ha’mid, primero en hablar de este milagro, el rejuvenecimiento se debió a que “los palos con que se había removido la carne en la marmita habían sido cortados del árbol de la juventud” (Abü ,Ham'id 73-74). Pero en el relato del magrebí acogido en Las mil y una noches aparece la duda, pues unos atribuyen el milagro a que “calentaron el puchero con madera del árbol de las flechas, aunque otros aseguraban que la causa de ello era la carne del pollo de ruj” (Noche 405). 74. Para todo este párrafo, vid. Salvador Miguel, “Animales fantásticos” 298-99. 75. Rojas, ed. Severin 42-44. Otra explicación, que me parece fuera de lugar, da G. A. Shipley, “Bestiary Imagery in La Celestina,” Revista de Estudios Hispánicos [Puerto Rico] 9 (1982 [1984]): 217. 76. M. Marciales (ed., F. de Rojas, Celestina. Tragicomedia de Calisto y Melibea, 2 vols. [Urbana and Chicago: U of Illinois P, 1985], 2: 11, nota a pág. 17) escribe: “La ponderación se hace en castellano ‘no solo un ombre o dos . . .’ Puede haber errata.” Pero aquí, como en otros casos, Marc1a'les no toma en cuenta la capacidad de Rojas para fijar su texto que es siempre la máxima autoridad respecto a sus propios usos. 77. Para más detalles, vid. Salvador Miguel, “Animales fantásticos” 301.

78. Juan de Aranda, Lugares comunes de conceptos, dichos y sentencias para hablar y escríuir en diuersas materias (Sevilla: Juan de León, 1595), fol. 204r. Respeto las grafías, pero puntúo y acentúo por mi cuenta. .

79. El Theatro del mundo de Pedro Bouistuau, llamado Launey, en el qual amplamente trata las miserias del hombre. Traduzido da lengua Francesa

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en la nuestra Castellana por el maestro Baltasar Pérez del Castillo (Alcalá: Juan de Villanueva, 1569). 80. Breve discurso de la excelencia y dignidad del hombre, de Pedro Bouistuau, llamado Launey. Traduzido de lengua francesa en la nuestra Castellana por el maestro Baltasar Pérez del Castillo (impreso en el mismo tomo que la obra anterior citada en la nota 79). 81. Historias prodigiosas y maravillosas de diversos sucessos acaescidos en el mundo. Escriptas en lengua francesa por Pedro Bouistau. Claudio‘ Tesserant y Francisco Beleforest. Traduzidas en romance castellano por Andrea Pescioni, vezino de Sevilla (Medina del Campo: Francisco del Canto, 1586). 82. El Theatro del mundo fol. 18v; Historias prodigiosas fols. 54r, 128r, 129r.

83. Cito por la antología de textos que incluye E. Chao Espina, La zoología y los animales en la obra del Padre Feijoo (La Coruña: Ediciós do Castro, 1983), 332. 84. El Libro de los seres imaginarios 34-35. 85. Álvaro Cunquelr'o, Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas, 1962 (Barcelona: Ed. Destino, 1989), 21, 99, 113. Para una visión más completa, vid. N. Salvador Miguel, “La tradición medieval en la novelistica de Álvaro Cunquelr'o,” en Cunqueiro y la literaturafantástica, ed. J. L. Varela Iglesias (Santiago de Compostela, en prensa). 86. J. Corominas-J. A. Pascual no conocen otro ejemplo “del vocablo en cast[ellano] . . . fuera del aislado que se encuentra en el prólogo de La Celestina” (Diccionario crítico etimolo'gico castellano e hispánica, vol. 5 [Madridz Gredos, 1983], 49a, s.v. rocho). 87. Para esa fecha, cf. Corominas-Pascual 49a.

88. Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, 19a ed. (Madrid: Real Academia Española, 1970), 1152, s.v. rocho. 89. Real Academia Española 1161, s.v. ruc.

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90. Corominas-Pascual 49a. La misma explicación daba ya J. Corominas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana (Madrid: Gredos, 1961), 498b, s.v. rocho. 91. “que los nuestros llaman Rocho”; cf. supra, n. 4. 92. Texto citado supra, n. 24. Para más detalles, vid. N. Salvador Miguel, “Definiciones amm'alísticas en el Diccionario académico,” en Homenaje Eugenio de Bustos (Salamanca, en prensa).

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