Lost in Loos (www.queaprendemoshoy.com [2 de septiembre de 2015])

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Descripción

Lost in Loos Licenciada, con máster y harta de ir dando tumbos laborales, de la precariedad, la desilusión y de que intenten hacer de ella una mujer-florero, una amiga ha decidido dar un giro drástico a su vida y prepararse las oposiciones de ingreso a las Fuerzas Armadas Españolas. Un año de estudio, otro de instrucción y -Marte mediante- sales como teniente. Buena paga, posibilidad de ascenso, Señora, sí, Señora, etc. Cuando le pregunto sobre la fáctica probabilidad de ser destinada a un escenario de conflicto, esgrime orgullosa el lema de la Academia General Militar: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”. A lo que yo, repipi, replico: “Si vis pacem, para bellum”, señalándole con mi tonillo más pedante la antigüedad del dicho que algún erudito compatriota hizo suyo. Para motivar sus esfuerzos este mes elijo la historia de un joven teniente que se fue a la guerra hace justo un siglo. Como tantos tommies se llamaba John, pero en las distancias cortas, su padre, le llamaba Jack, my boy Jack… John Kipling nació en Rottingdean (Sussex, Reino Unido) el 17 de agosto de 1897. Y sí, ese apellido está íntimamente relacionado con el del famoso escritor, tanto que era su hijo, igual que Mowgli. El retoño era miope perdido, pero este defecto, con unas buenas gafas, no le impedía desarrollar su vida con total normalidad, al menos hasta 1914. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, según el soldado Robert Graves, el único lugar del mundo para un caballero era Francia. El frente. Pero los severos problemas de visión de our boy Jack suponían una tara inadmisible para un futuro oficial inglés y fue rechazado en varias ocasiones cuando trató de alistarse como patriota voluntario. Él estaba condenado a quedarse en casa sin poder disfrutar de las gloriosas mieles del héroe. Sin embargo papá Kipling -primer y más joven Nobel británicoestaba muy bien relacionado y gracias a su influencia consiguió que el único descendiente varón que tenía entrara a formar parte de la Fuerza Expedicionaria Británica, aunque fuera ingresando en los Irish Guards como cadete. En aquel regimiento recibió su instrucción, obtuvo el rango de segundo teniente y, sin haber cumplido ni los 18 años, un billete de ida para Francia en agosto de 1915. Pero allí no le esperaba la vie en rose, sino el averno de las trincheras del empantanado frente occidental.

John Kipling posando con el uniforme de oficial de los Irish Guards antes de partir hacia el frente. Iba a hacerse un hombre luchando en la nueva cruzada jaleada por su padre.

Jack fue movilizado para formar parte de la mayor ofensiva del ejército británico de toda su historia hasta la fecha. Tras los fracasos en Gallipoli y Neuve-Chapelle, los aliados planearon el primer ‘Big Push’ de la guerra con el objetivo de revertir el punto muerto al que se había llegado en el Oeste. Había que dar oxígeno a los hostigados rusos y franceses creando una brecha en las férreas defensas alemanas que precipitase el final de la guerra para antes de Navidad. Como siempre. En la planificación del asalto combinado a las fuerzas de la Commonwealth, bajo el mando de sir John French, les fue asignado el ataque a un sector minero entre Loos y La Bassée, al Norte de Arras. La Inteligencia sabía que el enemigo en esta zona contaba con firmes defensas y los aliados se encontraban en clara inferioridad, tanto humana como logística. Para equilibrar la balanza los británicos decidieron aplicar la ley del Talión y devolverle a los alemanes el golpe mortal que les dieron en Ypres. Fue en la batalla de Loos, porque así terminaría por conocerse esta matanza, donde los ingleses usarían por primera en la guerra el gas venenoso contra los boches. Pero antes, los cuatro días previos, la artillería arrasaría con un cuarto de millón de obuses las trincheras enemigas a fin de que la infantería hallase el camino expedito en su avance.

El combate dio comienzo el 25 de septiembre de 1915. A la hora cero, los oficiales hicieron sonar sus estridentes whistles, cual árbitros dando inicio a un enfrentamiento deportivo. Literalmente. Loos es conocida porque en el momento en que los soldados saltaron a la superficie, el sargento Frank Edwards, de los London Irish Rifles, pateó un balón de fútbol hacia las líneas alemanas como un saque de apertura. En la tierra de nadie iba a jugarse a muerte la segunda parte del partido iniciado durante la tregua de Navidad del 14. El mismo acto sería emulado por el capitán Wilfred Nevill en el Somme un año después. Para acompañar el asalto, más de 5.000 cilindros se abrieron liberando 140 toneladas de cloro gaseoso. Sin embargo, en algunos sectores el viento roló volviéndose en contra los propios ingleses que se asfixiaron con su propio gas o era tal la densidad de éste que, unido al humo provocado por los impactos de artillería, la visibilidad se tornó imposible y los soldados cargaron a ciegas contra las implacables ametralladoras alemanas. El pueblo de Loos fue conquistado, pero a costa de que la Fuerza Expedicionaria Británica registrara el mayor número de bajas en una sola jornada hasta la fecha. El nuevo y bisoño ejército de voluntarios de Kitchener había perdido su virginidad en el combate. Pero su inexperiencia y la falta de apoyo para consolidar las posiciones ganadas hizo que al día siguiente, cuando los Jerries contraatacaron, perdieran algunos sectores pagados a precio de sangre.

Fue el 27 cuando toda una división de reserva se movilizó como refuerzo en un intento desesperado de conservar o recuperar el terreno. Aquel día sería el bautismo de fuego de nuestro Jack, comandando el segundo batallón de los Irish Guards. También fue el último. A ciencia cierta se desconoce cómo murió. Hay voces que sostienen que la metralla le arrancó media cara cuando dirigía el asalto contra un reducto artillado; otras que perdió sus famosas gafas y, desorientado, expiró en el barro cosido a balazos. Sea como fuere, los alemanes se adueñaron del terreno donde cayó y oficialmente se le dio por desaparecido en combate. La batalla de Loos terminó tres semanas después con los ingleses de vuelta a sus posiciones originales. Este rotundo fracaso, con decenas de miles de bajas británicas, propició la dimisión del Comandante en Jefe J. French. Su sustituto, sir Douglas Haig, aún lo haría peor un año después con el segundo ‘Big Push’ en el Somme (de hecho, a su lado, lo de 1915 parece una minucia). La familia de Jack recibió un telegrama donde se notificaba su desaparición. En más del 90% de los casos, un missing in action venía a significar que el soldado se había desintegrado y sus restos -si es que los había- eran irrecuperables. Pero la ausencia del cadáver alentó las esperanzas de sus padres y comenzaron su búsqueda. Valiéndose de las mismas influencias que posibilitaron enviar a su hijo a la guerra, visitaron hospitales, se entrevistaron con veteranos e incluso ordenaron lanzar panfletos en avión tras las líneas alemanas por si estuviese prisionero. Sin embargo, con el paso del tiempo sus expectativas fueron menguando hasta que al final asumieron que jamás volvería a casa. Tras la pérdida de su hijo, sintiéndose responsable, Rudyard Kipling empatizó más con las víctimas adoptando un rol muy activo dentro de la Comisión de Tumbas de Guerra de la Commonwealth. A él se debe la sugerencia de la frase que está grabada en el altar de la memoria de todos sus cementerios de las guerras mundiales: “Su nombre vivirá eternamente” (una adaptación del Eclesiástico, 44: 14 e Isaías, 56:5). También es suyo el epitafio “Conocido por Dios” que puede leerse en las estelas de miles de tumbas anónimas. Palabras aún más sentidas escribió en los poemas My Boy Jack (1915) y The Children (1917). Y aunque sorprendentemente ninguno aluda directamente a su hijo, la memoria de su figura se hace obvia entre los versos. Posteriormente, en 1923, publicaría en prosa la historia de los Irish Guards en la Gran Guerra, narrando en su segundo volumen la masacre de Loos.

La actitud de Kipling ante la pérdida fue ambigua. Sus biógrafos afirman que nunca volvió a ser el mismo. Sin embargo, hasta el final de guerra fue la piel del tambor que llamaba a los ingleses a seguir combatiendo a los alemanes, hasta la muerte. Ajena y propia. El escritor falleció en 1936 sin conocer el paradero del cuerpo de su hijo, en un ambiente de preguerra que evidenciaba la inutilidad de su sacrificio. Nunca pudo llorarle en una tumba adornada con las amapolas del recuerdo mientras sonaba un elegíaco Last Post. Su nombre está grabado en el memorial de la batalla, próximo al Dud Corner Cementery, junto al de más de 20.000 desaparecidos en combate en aquel sector. No obstante, en 1992, la Comisión de Tumbas de Guerra afirmó haber identificado su cadáver. Pese a algunas voces discrepantes con este dudoso reconocimiento, oficialmente hoy descansa en la parcela VII, fila D, tumba nº 2 del St. Mary’s Advanced Dressing Station Cemetery de Haisnes (Pas de Calais, Francia).

A los aficionados a aproximarse a la historia a través del cine pude interesarles ver la película My Boy Jack (Brian Kirk, 2007), protagonizada por el valiente Harry Potter y una irreconocible Samantha Jones (Sexo en Nueva York) haciendo de estoica madre post eduardiana. Como curiosidad cabe destacar que el papel de Rudyard fue interpretado por David Haig, el autor de la obra de teatro en la que se inspira este film del que también es guionista.

Nuestro protagonista fue una víctima más de la vieja mentira de Horacio: “Dulce et decorum est pro patria mori”. Pero puestos a concluir con algo profundo, prefiero dos versos salidos de la pluma del propio Kipling tras la pérdida de su hijo, aquel joven teniente que se fue a la guerra y nunca volvió: “Si alguien te pregunta por qué acabamos muertos / dales sólo un motivo: nuestros padres mintieron”.

Mala suerte en el examen, Lieutenant C. C. Bibliografía. BROWN, J., “The Great War and its aftermath: The son who haunted Kipling”, The Independent, 29 de agosto de 2006; HOLT, T., HOLT, V., My Boy Jack? The Search for Kipling’s Only Son, London, 2011 (1998); John Kipling (Lives of the First World War – Imperial War Museum); My Boy Jack. The story of Rudyard Kipling’s only son John, killed at the battle of Loos in 1915 (Imperial War Museum, London. 6 november 2007 – 24 february 2008); SPILLEBEEN, G., Kipling’s Choice, Boston, 2005 (2002). Más información. Sobre la batalla de Loos, vid. CHERRY, N., Most Unfavourable Ground: The Battle of Loos 1915, Solihull, 2005; CORRIGAN, G., Loos 1915. The Unwanted Battle, Stroud, 2006; DOYLE, P., Loos 1915. Battle Story, Stroud, 2012; HARRIS, E., The Footballer of Loos. A Story of the London Irish Rifles in the World War, Stroud, 2009; HOLT, T., HOLT, V., Battlefield guide to the Western Front-North, Barnsley, 2007; LLOYD, N., Loos 1915, Gloucestershire, 2013 (2008); RAWSON, A., Loos – Hill 70, Barnsley, 2002; ibid. Loos 1915: Hohenzollern Redoubt, Barnsley, 2003; TRAINOR, J., “Loos 1915”, War Monthly, 47, 1977. Págs. 26-33; WARNER, P., The battle of Loos, Hertfordshire, 1976.

Ángel Carlos Pérez Aguayo, 2 de septiembre de 2015. http://queaprendemoshoy.com/lost-in-loos/

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