Los trastornos de conducta alimentaria en mujeres mayores

June 28, 2017 | Autor: Marga Vives | Categoría: Eating Disorders, Quality of life, Elderly Women
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Descripción

En, Varios autores (2015). Calidad de vida, cuidadores e intervención para la mejora de la salud en el envejecimiento. Vol. III (667-673). Almería: ASUNIVEP. Los trastornos de conducta alimentaria en mujeres mayores

Lydia Sánchez Prieto*, Carmen Orte Socias * y Margarita Vives Barcelo** *Cátedra de Atención a la Dependencia y Promoción de la Autonomía Personal. Universidad de las Islas Baleares, ** Grupo de investigación GIFES. Universidad de las Islas Baleares *** Grupo de investigación GIFES. Universidad de las Islas Baleares 1.

Introducción

Actualmente, apenas existen investigaciones que aborden los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) en la población mayor, aún produciéndose una alta prevalencia (Allaz et al., 1998; Cumella y Kelly, 2008; Ackard et al., 2013; Drobnjak, et al., 2014, Mangweth-Matzek et al. 2014). Las investigaciones sobre personas mayores se basan, sobretodo, en la desnutrición y en las complicaciones alimentarias, sin embargo, se produce un vacío literario cuando se tratan los TCA (Gadalla, 2008). La evidencia sobre la presencia de recurrentes preocupaciones acerca de la imagen corporal y la belleza, independientemente de la edad de la mujer, respalda que se produzcan trastornos de la alimentación en personas mayores, quienes utilizan la restricción alimenticia como una estrategia para alcanzar los ideales establecidos (Jones, et al., 2006; Mangweth-Matzek et al. 2014). Las cifras corroboran que la insatisfacción hacia la apariencia física y la importancia otorgada es la misma en los diferentes grupos etarios (Allaz et al., 1998; Marcus et al., 2007; Gadalla, 2008). Los casos clínicos más abordados identifican el inicio de estas patologías a edades tempranas: será entre los 16 y los 25 años, las edades con mayor prevalencia de presentación de trastornos de anorexia nerviosa (AN), y de 18 a 25 años para la bulimia nerviosa (BN) (Scholt et al., 2010). Sin embargo, los problemas alimentarios, aunque en menor porcentaje, también pueden aparecer por primera vez en otros intervalos de edad, influenciado y retroalimentados por la presión social vinculada a los cánones de belleza: es el caso de las mujeres mayores (Mangweth-Matzek et al. 2014). Pero también es posible otra situación. Ni cabe decir que los TCA tienden a presentar una cierta cronicidad (Jones et al., 2006) que provocará que en numerosos casos se mantengan a lo largo de los años, adoptando únicamente otras formas sintomatológicas, es decir, evolucionando de trastornos alimentarios más restrictivos como la anorexia nerviosa (AN) a otras formas menos intensas o que no cumplirían todos los criterios diagnósticos, como podrían ser los trastornos de la conducta alimentaria no especificados (TCANE) (Mangweth-Matzek et al., 2014). Pero en cualquier caso, se mantendrían alcanzando edades más maduras. Por lo que, de una forma u otra, se refieren cada vez más casos de mujeres mayores con TCA (Lewis y Cachelin, 2001). Siguiendo con la argumentación, Gadalla (2008) expondrá que los cada vez más exigentes cánones de belleza incidirán en la población envejecida, irrumpiendo con patrones de delgadez absoluta. Con lo que, se observa como, a modo progresivo, se engrandecen el número de personas mayores que rigen su autoestima y su autoconcepto a través del peso o la silueta, y por lo tanto, se engrosa el riesgo de sufrir un TCA (Drobnjak, et al., 2014; Mangweth-Matzek et al., 2014). Pero, además, como es obvio, la edad se podrá asociar a deterioros, incremento del grado de dependencia y limitaciones físicas, por lo que, podría conducir a muchas mujeres mayores a un estilo de vida más sedentario, que podría conducir a

incrementos del peso (Becker at al., 2013). Allaz et al. (1998) arrojaban un dato relevante; mientras que el deseo de bajar peso era independiente de la edad y del IMC, las preocupaciones sobre la belleza se correlacionaban con el estigma del envejecimiento. Este último dato, reafirmaría que se debe tener en la doble vulnerabilidad cognitiva que presentarían las personas mayores respecto a los TCA, y especialmente, en el caso de las mujeres, debiendo ser trasladada su situación a esferas de investigación y de sensibilización poblacional. Con tal objetivo, es planteado el actual estudio; pretende analizar y perfilar la situación de la mujeres mayores que padecen TCA, y estableciendo las especificidades de este colectivo. 2. Objetivo Como se explicaba anteriormente, el desarrollo de investigaciones de TCA asociados a colectivos de personas mayores, o mujeres mayores (apenas se han identificado casos de hombres mayores (Johnson y Bedford, 2004), es poco frecuente y con numerosas limitaciones metodológicas. No obstante, los resultados la literatura actual afirman que esta tipología de patologías no respetan edades, siendo las edades más maduras también vulnerables a ellas. El objetivo del presente estudio es establecer las principales características de este colectivo mayor mediante la recogida y el análisis de la literatura actual. 3. Metodología Para ello, se realizó una búsqueda sistemática en las siguientes bases de datos vinculadas con las ciencias sociosanitarias: Dianlet, Academic Search Premier, PsycINFO, CINAHL, Abstracts in Social Gerontology, PsycARTICLES, E-Journals, wiley y sciencedirect. La descriptores elegidos para la búsqueda fueron: “eating disorders”, “older women”, “pathological eating” y “body dissastisfaction”. La mayoría de la bibliografía revisada fue en inglés, teniendo en cuenta que en español no se identificaron casi documentos con un mínimo rigor metodológico. Cabe destacar que no se produjo ninguna restricción temporal para poder acceder a la máxima documentación posible. Por ultimo, también remarcar que el mayor número de estudios encontrados se han publicado en dos revistas especializadas en el tema “International Journal of Eating Disorders” y “Eating and Weight Disorders”. 4. Estado de la cuestión 4.1. Prevalencia La revisión documental no se consiguió establecer una prevalencia homogénea, sino que ésta estuvo afectada por las condiciones metodológicas establecidas por las investigaciones, así como a la interferencia de otros trastornos relacionados con la edad (Johnson y Bedford, 2004), como también pudo verse repercutida por la falta de consenso en el establecimiento de los criterios diagnósticos (aunque cabe enfatizar que se produce una tendencia a basar los resultados establecidos en función de los criterios establecidos por DSM-IV). Entre los principales resultados se debe destacar el de Scholtz et al. (2010), quienes estudiaron todos los pacientes ingresados en un servicio de urgencias programa de tratamiento en la última década y se encontró una prevalencia del 1% de las mujeres que solicitan tratamiento en los 50 años de edad o mayores. Por otro lado, Ackard et al. (2014) estudiaron la prevalencia de mujeres de 40 años o más que solicitaban tratamiento por algún trastorno de la conducta alimentaria, en un intervalo de 18 años (1898 a 2006). Los resultados indicaron que en los últimos años, la prevalencia se incrementaba, pasando de un 4,7% entre 1989 y 2001, al 11,6% entre 2002 y 2006. En

la investigación de Cumella y Kelly (2008), se evaluó la prevalencia de los TCA en una muestra de 568 mujeres, con edades comprendidas entre 40 y 66 años, donde el 15,7% cumplía criterios para algún tipo de TCA, y entre un 10,8% y un 13,3% de los participantes mostraba irregularidades en el patrón alimentario, en las que predominaban los atracones. El mismo porcentaje (15,7%) era recogido en el estudio de Drobnjak, et al. (2014) con una muestra muy similar. En otro estudio, donde la muestra era de 1.053 mujeres de 30 a 74 años (con una edad media de 54,2 años), hasta un 62% de las mujeres mayores de 65 años declaraban que deseaban bajar su peso, a pesar de que el 65% presentaba un IMC normal (Allaz et al., 1998). A pesar de que identificaron que únicamente 2,4% de las mujeres mayores evaluadas presentaban criterios compatibles con un diagnóstico de trastorno de alimentación, si que indicaron que un 29,7% de su muestra de mayores reportaron insatisfacción con los patrones de alimentación, un 13% aseguraba ser “comedores impulsivos”, un 11% realizar atracones dos o tres veces al mes y un 13,4% solían restringir la ingesta alimentaria con frecuencia. Al mismo tiempo, un 29,3% se sentían insatisfechas con su cuerpo y en un 9,2% se atormentaban con la idea de engordar. Johnson y Bedford (2004) reconocieron a través del cuestionario “Eating Attitudes Test” (EAT-26), un conjunto de personas en situación de riesgo de padecer TCA, entre los datos destacaba que un 10,7% tenía una edad comprendida entre 18 y 34 años, un 8,2% entre 35 y 64 años y un 8,6% eran mayores de 65 años. Sintetizando, las últimas cifras verificarían que en la población tanto clínica como no clínica, y mediante un cuestionario validado (Garner et al., 1982), no se identificarían diferencias significativas respecto a la edad de los encuestados para los patrones desregulares de alimentación y las preocupaciones por el peso (Johnson y Bedford, 2004). Marcus et al. (2007) y Becker et al. (2013) añadirán que no existen diferencias significativas entre grupos de edad, ni tampoco étnicos, cuando se referencia al deseo de disminuir de peso o a la restricción calórica. 4.2. Edad de inicio y cambios en la etapa vital. Pocos son los estudios que especifican la edad de inicio de la patología en las mujeres mayores, sin aclarar si se trata de trastornos que se han desarrollado toda la vida y se mantienen en la tercera edad o bien, son de reciente aparición (Johnson y Bedford, 2004). El DSM-IV, como se exponía anteriormente, expondrá que las edades de inicio de los trastornos de la conducta alimentaria son tempranas, de manera que, en cuanto a cifras concretas, los estudios realizados sobre AN revelan que este trastorno suele acontecer al final de la etapa puberal (13 – 14 años), con picos de incidencia a los 15 – 18. Por su parte, la edad de aparición de la BN suele ser el final de la adolescencia y principio de la edad adulta. Las formas subclínicas podrían aumentar su prevalencia hasta el 5% del total de la población de adolescentes en edades comprendidas entre los 14 y 22 años (Lechuga, Caro y Guerra, 2000). En el estudio de Scholt et al. (2010), el 1% de mujeres de entre 50 y 68 años habían iniciado el trastorno antes de los 25 años. Continuando con la argumentación, se acotaría los TCA en la edad adulta a una cronicidad de las patologías y mantenimiento a largo plazo. Sin embargo, aquellos que abordan la cuestión tienden a realzar la importancia de los cambios abruptos como explicativos de la aparición de los trastornos, tales como la menopausia (MangwethMatzek et al., 2013; Drobnjak, et al., 2014). Es más, la menopausia definida como el proceso psicofisiológico en el que se cesaba el ciclo menstrual, fue identificado como el único factor de origen de los TCA, específico y diferenciador de las mujeres mayores versus las jóvenes (Cumella y Kelly, 2008; Drobnjak, et al., 2014). De hecho, Cumella y Kelly (2008) distinguían entre fases; premenopausia, asociándolo a un periodo de tiempo con ciclos menstruales regulares, perimenopausia, donde los ciclos son irregulares, y posmenopausia, referida como la etapa en la que el cese del ciclo se ha mantenido

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después de 12 meses. Se enfatizó que durante la transición a la menopausia, las mujeres podrían ganar un promedio de entre 2 y 2,5 kg, así como también se podría producir una redistribución de la grasa abdominal, y por consiguiente, establecerse un cambio en la imagen corporal de estas mujeres y de satisfacción con su físico. Mangweth-Matzek et al. (2013) añadían a las afirmaciones anteriores que la menopausia se acompañaría de alteraciones hormonales, así como de una necesidad de aceptación del cambio vital y asimilación de los aspectos emocionales asociados, favoreciendo, este tramado de factores biológicos y cognitivos, estados de mayor vulnerabilidad ante posibles trastornos psiquiátricos y/o psicológicos (también recogido en Drobnjak, et al., 2014). De hecho, los datos registraron prevalencias más elevadas de TCA en mujeres más mayores, posmenopáusicas (edad media de 51,7 años) en comparación con más jóvenes, premenopáusicas (edad media de 35,7 años) (Cumella y Kelly, 2008). En Drobnjak, et al. (2014) se exponía un conjunto de afirmaciones relevantes: las mujeres promenopáusicas presentaban conductas más restrictivas, como también a una menor autoestima, que las premenopáusicas; ratificando las explicaciones anteriores. Sin embargo, no se obtenían diferencias significativas entre fases cuando se referían al IMC, y se comprobaba que este factor estaba controlado por ellas (percepción de control del peso, que podía incluir la restricción) (Lewis y Cachelin, 2001; Drobnjak, et al., 2014). No obstante, otros estudios mostrarán resultados contradictorios, exponiendo que serán aquellas mujeres en etapas premenopáusicas las que presentarán resultados más negativos sobre su imagen corporal, niveles más bajos de estados de ánimo y mayor prevalencia en TCA (Mangweth-Matzek et al., 2013). En cualquier caso, ambas posturas avalan la vulnerabilidad asociada a la menopausia y cómo predispone a las mujeres a visualizar alteraciones en la imagen corporal y a elevar las preocupaciones respecto a sus figuras. Tal y como señalan Cumella y Kelly (2008), el peligro radicaría en la asociación existente entre preocupaciones sobre la figura, baja autoestima, estado de ánimo bajo y la aparición de TCA. En la misma línea, Gordon et al. (2005) afirmaban la percepción de competencia personal era uno de los factores que aseguraban el buen pronóstico en los casos de BN en mujeres mayores. 4.3. Características de las mujeres mayores y la influencia de la imagen corporal. La comparación entre grupos etarios se convierte en un aspecto exigido para poder determinar las especificidades de los sectores más mayores. Entre las principales diferenciaciones, Mangweth-Matzek et al. (2013) señalan que se producen tendencias de comportamientos alimenticios menos restrictivos cuando se asocian a la edad, predominando las categorías diagnósticas asociadas con IMC normales o sobrepeso (bulimia nerviosa, trastorno por atracón o trastorno alimentario no especificado). Coincidirán con Boisvert y Harrell (2009), quienes concluirán que las poblaciones más jóvenes presentarán una mayor sintomatología compatible con bulimia. O en el caso de Scholt et al. (2010) no identificaron casos de anorexia en la edad adulta, no obstante, si que incidieron en que muchas mujeres soportan el trastorno a lo largo de toda su vida, así como también la ansiedad asociada. Los resultados de Jones et al. (2006) visualizaban que las mujeres jóvenes tendían a externalizar más las creencias negativas sobre su figura mediante los intentos de control alimentario, mientras que las mayores habrían desarrollar otras habilidades cognitivas para reducir el malestar, influenciadas en gran parte por experiencias vitales como el matrimonio y el embarazo (vivencias que proporcionaban un mayor sentido de control de sus vidas).

Sin embargo, Boisvert y Harrell (2009) destacan un dato importante; serán las mujeres más mayores (de 50 a 64 años en su muestra) las que presentan una mayor insatisfacción con su imagen corporal y vergüenza hacia su figura (también en Jones et al., 2006), asociados al incremento de IMC en la vejez y a un mayor distanciamiento a los ideales de perfección adquiridos por las normas culturales. Lewis y Cachelin (2001) sintetizarán sus conclusiones exponiendo que la diferencia entre los grupos de edad se basará en componentes conductuales y cognitivos, es decir, mientras las más jóvenes manifestarán más comportamientos de restricción (por ello, también cumplirán más criterios diagnósticos), las más mayores presentarán cogniciones más negativas sobre su imagen. La imagen corporal supone una preocupación hoy en día, asociada a numerosos esteriotipos establecidos sobre lo que deben ser los cánones de belleza que venden la figura esbelta y delgada (Cumella y Kelly, 2008; Boisvert y Harrell, 2009). Los patologías alimentarias se asociarán de manera directa con la satisfacción con la imagen corporal, de ahí la importancia que se le otorga a este factor (Johnson y Bedford, 2004). Allaz et al. (1998) exponían como desde 1960, época en la que se inicia la tendencia por la delgadez, ha adquirido un mayor calado la presión social que induce obtener una figura esbelta que los marcadores médicos sobre el IMC adecuado. Pero, Becker et al. (2013) explicarán que la industria de la moda va más allá, apostando por referentes juveniles, observándose una poderosa proliferación de campañas contra el envejecimiento en los últimos años, que afectará en la satisfacción personal corporal de mujeres más maduras. Por lo tanto, responden mediante las estrategias que consideran más efectivas a la lucha por acortar las distancias con los ideales impuestos; un intento por controlar el peso. Becker et al. (2013) abordaron cómo las verbalizaciones negativas sobre el peso, que inicialmente cumplen una función de aceptación social y de crear percepciones de modestia, se pueden convertir en factores que favorecen el mantenimiento de las preocupaciones por el peso e incrementa el riesgo de TCA, debido al reforzamiento social recibido. Los resultados indicaron que en un 82-85% de los casos, mujeres de todas las edades, hablan del peso, aunque en menor medida las más mayores. No obstante, el porcentaje en el sector mayor se eleva al abordar la preocupación por el envejecimiento. Señala como los medios de comunicación fomentarán, mediante el bombardeo continúo de información, la adquisición de modelos utópicos, y que los TCA serán retroalimentados al ser comentados constantemente por la población diana. Obviamente, enlazado a la evolución de los patrones de belleza y a los factores socioculturales, se puede prever un incremento de los trastornos en la tercera edad; las generaciones jóvenes que actualmente actúan como población diana de estos trastornos envejecerá, en numerosos casos, arrastrando y manteniendo la sintomatología. Respecto al resto de características del colectivo mayor que padecen TCA, se debe destacar la elevada comorbilidad con trastornos psicológicos y/o psiquiátricos, donde el trastorno de depresión (Marcus et al., 2007; Drobnjak, et al., 2014) y los trastornos de ansiedad aparecen de manera asidua (Gallada, 2008; Scholt et al., 2010; Drobnjak, et al., 2014), así como trastornos de personalidad, estrés post-traumático y adicciones (despuntaría la adicción por el alcohol) (Scholt et al., 2010; Drobnjak, et al., 2014). El trastorno obsesivo compulsivo y la fobia social serán los trastornos más prevalentes en los casos de anorexia (Gallada, 2008). Por otro lado, las adicciones se identificarán asociadas con casos de bulimia (Gallada, 2008). Además, también se incrementaría el riesgo de pasar de trastornos de restricción alimentaria a obesidades (Drobnjak, et al., 2014).

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Entroncado al trastorno también se produce una importante comorbilidad con enfermedades físicas, tales como complicaciones gastrointestinales, problemas óseos (la osteoporosis presenta una elevada prevalencia), problemas de fertilidad, amenorrea, problemas cardiovasculares (Marcus et al., 2007; Gallada, 2008). Resulta indispensable destacar que parece asociarse una mayor comorbilidad a factores de edad, enfatizando la importancia de evaluar la posible comorbilidad con otras enfermedades o trastornos cuando se identifican pacientes mayores (Gallada, 2008; Becker at al., 2013). El ámbito social se ve frecuentemente también afectado, de manera, que por ejemplo en el estudio de Scholt et al. (2010), más de la mitad de los participantes se encontraban solos y los 6 participantes casados, tuvieron relaciones de menos de 10 años de duración. De igual modo, mantienen contactos sociales limitados y presentan redes de apoyo informal pobres. La dificultad para hablar de la enfermedad con los allegados conlleva un sentimiento de soledad y de incomprensión arraigado. Debe ser subrayado que experimentan un importante malestar al desarrollar sentimientos de frustración y de vergüenza porque, a menudo, consideran que son “muy mayores” para continuar padeciendo trastornos de la conducta alimentaria. Respecto a los factores socioeconómicos y culturales de origen no se ofrece mucha información. Marcus et al. (2007) detallaron que una situación socioeconómica baja, así como experiencias de abusos físicos o sexuales anteriores a los 19 años, se asociaban con mayores probabilidades de padecer síntomas de TCA en mayores. Por último y referenciando a sus necesidades, se debería resaltar que los pacientes mayores declaran sentirse frustrados ante los servicios de atención profesional; asumen e identifican que los recursos están adaptados a poblaciones juveniles, mientras que manifiestan percepciones de sentirse discriminados al tratarse de pacientes crónicos. Unido al punto anterior, se declara una discriminación por parte del personal sanitario respecto a ellos por su condiciones de ser personas mayores. La muestra entrevistada en el estudio de Scholt et al. (2010) denunciaba como las atenciones psiquiátricas tenían componentes punitivos, al restar gravedad a las narraciones y quejas de los pacientes y al recibir un trato infantilizado.

5. Conclusiones Algunas investigaciones evidenciaban la aparición de los TCA en edades avanzadas; Cumella y Kelly (2008) (así como también en Drobnjak, et al., 2014) afirmaban que un 15,7% de su muestra había desarrollado TCA y distorsiones de la imagen corporal en la transición a la menopausia, estableciendo una asociación entre la restricción alimenticia y la menopausia. Esta tipología de investigaciones, ilustrarán la prevalencia de los TCA con un modelo en forma de U, donde la mayor prevalencia de aparición de estos trastornos se produciría en edades tempranas (18-25 años) y en mujeres posmenopáusicas (alrededor de los 50 años). La intensidad en la sintomatología será más elevada en poblaciones jóvenes, presentando más criterios compatibles con AN (Scholt et al., 2010) y con BN (Boisvert y Harrell, 2009). No obstante, la inconformidad con la imagen corporal es mayor en mujeres más mayores, asociado a una doble presión sociocultural en la lucha por adquirir los modelos de belleza; la delgadez y la eterna juventud (Lewis y Cachelin, 2001; Boisvert y Harrell, 2009; Becker et al., 2013). Becker et al. (2013) subrayará la

envergadura que conllevará para estas mujeres encarar constantemente los mensajes emitidos en los medios de comunicación y en los patrones culturales, llegando incluso, a incrementar el riesgo de padecer patologías alimentarias. Por otra parte, la menopausia, mediante sus factores asociados, tales como factores hormonales (alteración hormonal) y/o factores psicobiológicos (la significación otorgada al cambio de etapa vital o el incremento del IMC), favorecerá en el caso de las mujeres mayores, una mayor vulnerabilidad a enfermedades y trastornos, entre los que destacarán los TCA (Mangweth-Matzek et al., 2013). Se apuntarán a los cambios físicos asociados a la menopausia, como el incremento del índice de masa muscular (IMC) y una mayor acumulación de grasa corporal, como desencadenadores de insatisfacción personal, evocando como inalcanzables los ideales belleza interiorizados (Cumella y Kelly, 2008). Como resultado, la autoestima y el autoconcepto se verían afectados, cuando estos conceptos se asociaran a la imagen corporal, y se desarrollarían conductas alimentarias restrictivas (Cumulla y Kelly, 2008; Mangweth-Matzek et al. 2013; Drobnjak, et al., 2014). La restricción alimentaria, se justificaría, como una estrategia para mejorar la autoestima. Como posibles soluciones, Gordon et al. (2006) insistirán en la necesidad de mejorar la percepción de competencia personal para acabar con la BN en la edad madura. Por su lado, Becker at al. (2013) subrayarán que además, al impacto mediático anterior, en el caso de las mujeres mayores, debe sumarse la preocupación por los signos de la edad, y por lo tanto, se ven sujetas a una doble rasante que intentan combatir con lo único que creen poder controlar; el peso. Por consiguiente, se reclamarán y reivindicarán, como una solución al problema, la emisión de imágenes y modelos más realistas, basadas en aspectos corporales sanos y alcanzables. En cualquier caso, se identifican casos, emergentes durante la menopausia, que no demandan ayuda a profesional, quedando sin atención, ni tratamiento (Mangweth-Matzek et al., 2013). Allaz et al. (1998) exponían como se identificaba una preocupación mayor por regirse por los cánones establecidos por la presión social, antes que priorizar o seguir las prescripciones médicas, por lo que, será una población que no tenderá a solicitar ayuda, temiendo que la solicitud implique subir de peso (Boisvert y Harrell, 2009). Scholt et al. (2010) añadiría la tendencia de la población mayor a verse incomprendida y desatendido por los profesionales, como al mismo tiempo, no identificar recursos adaptados a sus características. Por lo tanto, la atención médica es esencial, empezando por la identificación, la transmisión de confianza, la adecuada intervención y la adaptación de los recursos (Lewis y Cachelin, 2001; Mangweth-Matzek et al., 2014). Además, debe ser la menopausia un índice a tener en cuenta como factor de riesgo (MangwethMatzek et al., 2014). Cabe destacar que la mayoría de las investigaciones que vinculan los TCA a la menopausia exponen como principal limitación la ausencia de estudios longitudinales que verifiquen la evolución del trastorno y de la sintomatología asociada (Marcus, et al., 2007; Cumulla y Kelly, 2008; Boisvert y Harrell, 2009; Mangweth-Matzek et al., 2013).

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