Los tónicos de la Universidad (2001)

June 28, 2017 | Autor: Alicia M. Canto | Categoría: Santiago Ramon y Cajal, Meritocracia, Endogamia Universitaria, Universidad en España
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LOS TÓNICOS DE LA UNIVERSIDAD

Alicia Mª Canto Universidad Autónoma de Madrid Noviembre de 2001

Sé que a D. Santiago Ramón y Cajal no le importará, desde donde quiera que se halle contemplando el desastre sin paliativos en el que está atascada la Universidad española, que parafrasee en mi lema parte de uno de los suyos: Los tónicos de la voluntad. En 1897, fue éste el subtítulo del discurso de ingreso del futuro Nobel de Química en la Academia de Ciencias. Como escribió Alejandro Nieto en su prólogo a la edición de 1982, este librito de uno de nuestros más preclaros y humanos científicos resulta «al tiempo añejo y singularmente actual». Nieto fue Presidente del CSIC y autor de otro estremecedor ensayo: La tribu universitaria. Nadie debería atreverse a opinar sobre la L.O.U. sin haber leído por lo menos a estos dos autores. Pese a ello, la mayor parte de lo oído y leído sobre esta Ley ha evidenciado el manejo de generalidades por personas no conocedoras de los auténticos problemas de la Universidad española, sus raíces profundas y sus históricos vicios. El insigne bioquímico aragonés desgrana frases y reflexiones llenas de lógica, de amor a la patria, y de dolorosa crítica por el atraso de España en la Universidad, y en la Ciencia en general; párrafos enteros por los que no parecen haber pasado más de cien años y algunos siderales cambios político-económicos en la nación, cambios que debían de haber resuelto ya los problemas que él apuntaba a fines del XIX pero no lo han hecho aún. Entre tantas certeras frases resulta muy difícil elegir, pero espigo algunas todavía muy válidas: «La más pura gloria del maestro consiste, no en formar discípulos que le sigan, sino en formar sabios que le superen... Imbuir el gusto por la originalidad... Fabricar discípulos dóciles e intercambiables denota que el maestro se ha preocupado más de sí mismo que de su país y de la Ciencia... El catecúmeno paga la enseñanza del maestro con la explotación... No se enseña bien sino lo que se hace... La prosperidad nacional es fruto de la Ciencia...». No puedo dejar de citar estas otras: El cerebro es casi todo, y los medios materiales casi nada... más que escasez de medios hay miseria de voluntad... Para los hábiles de la intriga y el favor se crean sinecuras y espléndidos medios materiales ... [pero es más verdad que] los medios son casi nada y el hombre lo es casi todo...». Alineado con Cánovas, Cajal cree que «el provincianismo y el caciquismo son dos factores de la debilidad nacional» y coincide con el gran regeneracionista Joaquín Costa en que «como la Venus de Milo, España es una bella estatua, pero sin brazos». Cuando en el capítulo X, en busca ya de soluciones, se refiere a los deberes del Estado hacia la actividad científica, además de la revolución escolar o de la elevación del nivel intelectual de la masa (ambas cosas, mal que bien, ya conseguidas), cita como inexcusable labor de aquél «transformar la Universidad, hasta hoy casi exclusivamente consagrada a la colocación de títulos y a la enseñanza profesional, en un centro de impulsión intelectual ... Hoy nos preocupamos de la autonomía universitaria. Está bien. Mas ... si los centros docentes carecen del heroísmo necesario para resistir las opresoras garras del caciquismo y favoritismo extra e intrauniversitarios, si cada

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maestro considera a sus discípulos como insuperables arquetipos del talento y la idoneidad ... la flamante autonomía universitaria rendirá los mismos frutos que el régimen actual ... El problema central de nuestra Universidad no es la independencia, sino la transformación radical y definitiva de la aptitud y del ideario de la comunidad docente. Y hay pocos hombres capaces de ser cirujanos de sí mismos. El bisturí salvador debe ser manejado por otros...», donde me he permitido subrayar el diagnóstico final y las dos soluciones que él proponía para el estamento donde a su juicio radicaba el verdadero problema: el de los docentes. En su época, la envidiable y rápida elevación científica de otros pueblos (Estados Unidos, Japón) «dependió de una revolución desde arriba, para la cual la Gaceta [el B.O.E.], tan desacreditada entre nosotros, obró cual talismán mirífico... España, lo repetiremos otras mil veces, no saldrá de su abatimiento mental mientras no reemplace las viejas cabezas de sus profesores ... No reside el daño en los que aprenden, ni en el Estado, que en la medida de lo posible sufraga los gastos, sino en los que enseñan... Y pues es fuerza romper la cadena de hierro de nuestro atraso, rómpase por el anillo docente, único sobre el cual puede obrar directa y eficazmente el Estado...». Para uno de los pocos grandes científicos internacionalmente reconocidos que ha tenido España estaba claro, pues, que el principal culpable de la situación era precisamente el cuerpo del Profesorado, lo que hoy debemos concretar en el de los profesores funcionarios, y singularmente en los que concentran el mayor poder, que es el de los catedráticos. No se puede hacer ninguna reforma seria de la Universidad española si ésta se les confía a ellos mismos, o si no se merman desde fuera sus intocables privilegios. El «bisturí salvador» han de manejarlo una sociedad exigente y un Gobierno decidido a hacer Historia. Y además de forma legítima, ya que, aunque la Constitución Española consagra la autonomía universitaria, dice (art. 27.10) que ésta ha de configurarse «en los términos que la ley establezca». Es decir, que el legislador tiene en su poder, y debe usarlos, los medios legales para quitar autonomía a una Universidad que ya ha demostrado cumplidamente no haber sido digna de ella. Si no lo hace es porque no quiere, porque no se atreve, o porque está preso de algunos intereses inconfesables, y así pasará a las páginas negras de nuestra Historia. Ramón y Cajal no llegó a conocer, naturalmente, el estado presente de la Universidad española. Pero es seguro que le hubiera horrorizado: La proliferación de universidades de bolsillo, que satisfacen pequeños intereses provincianos, con Departamentos inflados y con más profesores que alumnos en bastantes ocasiones. Algo más que academias que, si no estuvieron muy justificadas en su creación, ya no se sostienen en esta hora de recesión demográfica. Presupuestos suntuosos, muchas veces otorgados por los ciegos a los tuertos, que son medios desorbitados en manos de unos cerebros mediocres, incapaces de originalidad investigadora alguna y que, por eso mismo, producen con ellos simples status quaestionis sin avance científico ni impacto alguno visible en la ciencia internacional (dicho sea siempre salvando las excepciones). Pero, sobre todo, reinan en la Universidad, como en los mejores tiempos de la Edad de Oro, del XVIII y del XIX, el caciquismo, el favoritismo, las banderías, y las «escuelas», que ni siquiera lo son de pensamiento o de método, sino que en su mayoría responden a los más ramplones intereses personales. Como siempre, siguen haciéndose en su seno «ajustes de cuentas», y condenándose a los inconformistas que no se someten, protestan,

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o no saben doblar bien sus cervices. Hemos visto echar becarios de la Universidad por negarse a ser explotados, y otorgar promociones a cátedras sin dar la menor explicación. Le debemos también a la L.R.U. del PSOE una tiranía departamental, adaptación deforme y more hispanico de la democracia que pretendían los socialistas, en la que el estamento minoritario, el de catedráticos, dispone de la mayoría de los votos, debido a la existencia real de lo que algunos llamamos «el PER», ya que los contratos de miles de «profesores asociados» (grave fraude de ley, tolerado desde 1983 por gobiernos, fiscales, jueces y sindicatos) han de ser renovados anualmente. El sistema desemboca en una endogamia brutal, que esta ley del PP no hace sino bendecir, pues ahora dejará además a las Universidades elegir sus tribunales y sus criterios, todo lo subjetivos y judicialmente inapelables que ellas los deseen, para el acceso a Titularidades y Cátedras. ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: 2ª parte :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Porque esa supuesta panacea de la «Habilitación Nacional» (que funciona en sistemas más éticos, como el alemán) aquí no será más que otro obstáculo. Un papel mojado (aunque muy decorativo) en cuanto que no valdrá para nada mientras una universidad concreta no la haga real con el acceso efectivo del habilitado a una plaza concreta. El final cantado de tan salvífica «garantía de calidad» es que se redondeará ese 15% de endogamia que aún se venía salvando. Un 15% escaso, pero que era un mínimo resquicio para universitarios valiosos y de difícil adaptación al sistema. No es difícil imaginar, viendo el apoyo superfluo que CiU ha prestado en el Congreso al PP, que éste, aun con toda su mayoría absoluta, ha caído en algún tipo de pacto con ellos, pues éstos eran, en efecto, los primeros interesados en poder seguir seleccionando a todo su profesorado. En la legislatura pasada se decía que «los catalanes» impedían al PP la reforma del título V del Profesorado de la L.R.U., único que por entonces se iba a retocar, porque se negaban en redondo al sorteo de todo el tribunal (por cierto que sorteos informáticos, muy lejos de las sencillas y honestas bolas de griegos, romanos... ¡y franquistas!). En la actual legislatura, el PP tenía las manos libres para haber introducido cambios de verdad radicales en la Ley, pero no ha hecho en realidad más que un somero maquillaje de la L.R.U. socialista, lo que hace más incomprensible tanta campaña de protesta. El único cambio en profundidad es el de la elección universal de los rectores, que suena más bien a un recurso para sustituir a la actual C.R.U.E. A efectos de comprobar si el PP busca mecanismos para mejorar la calidad o «lo suyo es puro teatro» (y porque nada he leído u oído sobre este asunto), no se puede dejar de señalar que el único requisito que la Ley popular exige para ser miembro de un tribunal de Habilitación Nacional a Cátedras –es decir, los que eligen a la cúspide de la excelencia científica en España– es tener sólo dos sexenios de calidad investigadora, reconocida por la Agencia Nacional de Evaluación, y lo mismo para formar parte de los tribunales de acceso en cada universidad. Pero resulta que ése es también el mismo requisito de calidad que se exige al aspirante a ser habilitado como catedrático. ¿Tiene esto alguna mínima lógica? Es más bien una «prueba del nueve» para el PP, pero negativa. Porque son centenares (más de 80 sólo en la Autónoma de Madrid) los Titulares de Universidad que ya tienen acreditado 3, 4 y 5 de tales sexenios, lo que significa entre 18 y 30 años de una actividad investigadora de primera calidad. El mérito investigador de los aspirantes a catedráticos puede tranquilamente ser ya superior a priori del que pueden tener sus jueces, a los que se lo pueden incluso doblar. ¿No es

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todo un reconocimiento de la realidad del problema de fondo que describo? ¿En qué país avanzado el evaluador puede ser oficialmente inferior –si no en el escalafón, sí en méritos objetivables– al evaluado? ¿Qué «calidad nacional» es la que de manera tan peregrina nos dice el PP que garantizarán sus habilitaciones? Parece también una demostración obvia de que entre los catedráticos no abundan (y tampoco entre los populares...) los de cualificación reconocida, aunque están, y seguirán, en los vértices de cada universidad, desde donde seguirán imponiendo sus reglas. No se ha querido, pues, operar en el corazón del problema. Así que don Santiago, a cien años vista, sigue teniendo muchísima razón: El título de esta Ley que más nos debía desvelar sigue siendo exactamente el dedicado al Profesorado; y en esto coincidirá cualquier ente crítico que lleve muchos años sobreviviendo dentro de este descompuesto sistema, cuya escasa calidad media tiene razones históricas claras: Cajal, que falleció en 1934, no llegó a saber que, tras la Guerra Civil, muchísimas cátedras vacantes se concedieron sin más trámite a elementos fieles al Régimen, cuya capacidad no era tan decisiva como su adhesión política. La selección de un profesorado que partía de tales bases no ha hecho sino empeorar, siendo indiferente el sistema o la ideología en el poder: Desde 1939 hasta 1983 se contrató al profesorado «a dedo». En 1974 se «consolidó» a muchos «interinos», en su mayoría discípulos de los del franquismo ya agonizante. A los llamados Adjuntos de la Gran Puñeta o del Teatro Real siguieron, en los años 80, los en general mediocres Adjuntos Sin Plaza (que las ganaron por otro penoso fraude de ley, con ayuda de sus maestros y colegas). Súmense en 1984 cientos o miles de los llamados Idóneos, verdadero río revuelto destinado a hacer «justicia distributiva», esta vez en favor dicen los malévolos de los sufridos penenes socialistas, y ello aunque un año antes ya se había arrumbado el sistema de oposiciones franquista (franquista, sí, pero bastante más duro): seis ejercicios con un fuerte examen práctico, para pasarse al muy “blandito” del PSOE: Sólo dos ejercicios, «perfil docente» del favorito, y dos miembros del tribunal «de la casa» sugeridos, según la consuetudo, por el aspirante local. Los Idóneos incluso se libraron de tan favorable cambio: no tuvieron que arriesgarse siquiera a probar suerte con el nuevo sistema socialista, sino que fueron aprobados para Titulares sin hacer pruebas públicas. La mayor parte de los Adjuntos y Titulares funcionarizados por tan diversos «coladeros» han ido llegando por buena sintonía con el jefe, antigüedad o biología, a veces con verdaderos méritos, pero siempre por cooptación a la cumbre del profesorado, el Cuerpo de Catedráticos, muy ayudados por la creación de tantas nuevas universidades y plazas, lo que permitió a muchos incluso estrenar la primera cátedra de su especialidad en sus ciudades de origen. Muchos de ellos son los que ahora dirigen el sistema. Claro que hay excepciones: profesores muy notables que han compensado tan enormes beneficios con méritos y esfuerzos propios. Pero son pocos, y todos sabemos quiénes son, incluso suelen ser los únicos conocidos en el extranjero. Por fin, algunos otros, parece que un 5%, saltando como inesperadas liebres, y gracias a tribunales justos, ganaron por sorpresa plazas que no eran para ellos. Pero ningún buen conocedor de los entresijos universitarios dirá que estos casos son más que una minoría. Con una trayectoria histórica como la someramente descrita, de la que la sociedad española nada sabe ni parece que haya prensa dispuesta a contárselo, ¿cómo puede estar en calidad la Universidad española? ¿Cómo puede ser la aptitud y el ideario –como lo diría Cajal– de una comunidad docente nacida, crecida y (de)formada en el

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favoritismo, el caciquismo, el provincianismo, la adulación, la devotio iberica, y tantos vicios seculares, no ya de la Universidad, sino de toda la sociedad española? ¿Se va a resolver el problema entregando el bisturí a esa misma Universidad? De ninguna manera. Lo suyo es que empeore. El espectáculo que acabamos de ver, de todas las universidades españolas, convocando a toda prisa miles de plazas (más de 300 sólo en la del País Vasco), para poder «salvar a su gente» de un mayor control de calidad (aunque, como ya vimos, en realidad no será así) ha sido enormemente penoso, y la mejor prueba de que el profesorado sigue siendo el verdadero cáncer de nuestra universidad, y no los alumnos, que vienen lastrados por una enseñanza básica y media de poco calibre y sólo suelen pecar de ser poco críticos y demasiado acomodaticios. No creo que siquiera Ramón y Cajal sepa, en su más allá, si algún día veremos el final de este suplicio de Tántalo, este penar por una reforma en profundidad que nunca llega. Toda buena voluntad o iniciativa de acotar los desmanes (que no dudo que las haya) se ahoga en seguida en distintos «intereses creados», incluso todavía en el vientre mismo del Estado. Ése será también el predecible fin de esta L.O.U. del Partido Popular, tan criticada pero no por lo peor que tiene: tibieza. Esta ley no sólo ha nacido muerta, sino que su cadáver taponará para años los sueños de cambios regeneracionistas como los que algunos, lejanos nietos y admiradores de Joaquín Costa, seguimos teniendo. Nuestra Universidad seguirá siendo, como este último autor decía de España, una estatua sin brazos, y además sólo aparentemente hermosa. No hay tónicos para ella, pero es porque tampoco el Poder tiene una verdadera y firme voluntad de dárselos.

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