Los sistemas de partidos tras las Elecciones generales de 2004 en España

June 30, 2017 | Autor: Pablo Onate | Categoría: Elections, Electoral Studies, Party System
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Descripción

Elecciones excepcionales, elecciones de continuidad y sistemas de partidos

Francisco A. Ocaña y Pablo Oñate

Francisco Ocaña y Pablo Oñate, "Elecciones excepcionales, elecciones de continuidad y sistemas de partidos ", en J. R. Montero, l. V Lago y M. Torcal (eds.), Las elecciones generales de 2004, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 2007 (225-246).

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El contexto en el que se celebraron las elecciones de 2004 fue, claramente, excepcional. Por un lado, la legislatura a la que ponían fin se caracterizó por su alta conflictividad, al registrarse en ella un intenso nivel de enfrentamiento gobierno-oposición, en el que participó, cuando menos, una parte significativa de la población: el conflicto suscitado por la Ley Orgánica de Universidades, la reforma del mercado laboral mediante el decretazo, el Plan Hidrológico Nacional, la gestión del hundimiento del Prestige y sus consecuencias y, de manera más notable, el apoyo a Estados Unidos en la guerra de Irak. Por otro lado, tres días antes de la cita electoral varios atentados terroristas provocaron 192 muertos y más de 2.000 heridos; al impacto de este acontecimiento se sumó el enfrentamiento entre los líderes de los principales partidos por la gestión de la información acerca de la autoría de los atentados en las intensas fechas que separaron el atentado y la consulta electoral.

Los resultados electorales supusieron una sorpresa generalizada, ya que los sondeos habían pronosticado, de forma prácticamente unánime, una victoria –si bien, estrecha- del Partido Popular (PP). Finalmente, con un incremento de 8,5 puntos en la tasa de participación respecto de los anteriores comicios, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ganaba la elección sacando 5 puntos porcentuales de voto al PP (diferencia que en la anterior convocatoria de 2000 había sido de más de 10 puntos y a favor de éste, que obtuvo así la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados); el PP perdió porcentaje de voto en todas las circunscripciones, al contrario que el PSOE, que lo ganó en todas ellas. No obstante, el PP fue el partido más votado en 27 provincias (en 10 de ellas por mayoría absoluta), mientras que el PSOE solo lo fue en 21 (en 6 por mayoría absoluta). Desde entonces, los principales líderes del PP, aun acatando la victoria del PSOE, la han cuestionado, atribuyéndola a los efectos del

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atentado y a la “intoxicación” que el discurso de uno de los principales líderes socialistas en la jornada de reflexión habría provocado en el electorado.

Nuestro objetivo en las siguientes páginas no consistirá en indagar acerca de la influencia que los atentados y la actitud de los líderes de los principales partidos pudieron haber tenido en el resultado electoral, dos cuestiones a las que se dedican otros capítulos de este libro. Tampoco cuál fue o dejó de ser el razonamiento que condujo a los electores a su particular opción en el momento de introducir su voto en la urna, ni cuáles fueron -ni en qué sentido- los cambios de comportamiento electoral individual que los atentados y la posterior actitud de los líderes pudieron provocar. Nos centraremos, en cambio, en la configuración de los sistemas de partidos tras estos comicios, en principio, excepcionales, al objeto de determinar, desde esta perspectiva, si el cambio electoral fue tan grande e intenso como algunas interpretaciones han venido afirmando. Se trata, como es obvio, de una perspectiva parcial, en tanto se basa en el análisis de datos agregados, que deberá complementarse con los que se basan en el comportamiento individual, como los que se incluyen en el presente volumen.

Para ello, en las siguientes páginas analizaremos las dimensiones del sistema de partidos resultante (o, mejor en plural, de los sistemas de partidos resultantes), comparándolas con su configuración tras anteriores procesos electorales generales, y tratando de responder a algunas preguntas. La configuración de las dimensiones en las distintas comunidades autónomas, ¿evidencian una homogeneidad del comportamiento electoral de los españoles o, como venía siendo habitual, la característica generalizada es, más bien, la de una heterogeneidad que nos aleja de los modelos de comportamiento electoral y de sistemas de partidos nacionales homogéneos europeos (Caramani 2004) y

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que nos obliga a hablar (Vallès 1991) de diversificadas Españas electorales? El cambio electoral, ¿se circunscribe a la mera alternancia en el gobierno o se produjo un cambio más soterrado y profundo, relativo a los alineamientos de los electores? ¿Se sigue en este sentido la pauta de anteriores comicios, o la excepcionalidad del de los de 2004 provocó también una ruptura de la tendencia en este sentido? Las elecciones de 2004, ¿abren, por lo tanto, un nuevo período electoral o se alinean todavía en el tercero, en el que los resultados de las de 2000 no fueron sino un paréntesis 1? Esos cambios –y su calado-, ¿obligan a calificar a las elecciones de 2004 como excepcionales o, a la luz de la configuración de los sistemas de partidos resultantes, cabe considerarlas de continuidad 2?

Las dimensiones de los sistemas de partidos en perspectiva longitudinal

Las dimensiones de un sistema de partidos son un conjunto de características o rasgos distintivos que lo definen considerando sus principales facetas, al atender tanto a la morfología, dinámicas de funcionamiento y competición, evolución diacrónica y diversificación espacial entre sus unidades integrantes (los partidos) y el sistema en su conjunto. El sistema o sistemas de partidos resultantes quedarán adecuadamente definidos si analizamos los valores que alcanzaron la fragmentación, la concentración,

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El primer período electoral abarcó las elecciones de 1977 y 1979; el segundo las de 1982, 1986 y 1989; en el tercero se incluyeron las de 1993, 1996 (con la excepción de 2000). Sobre esta cuestión puede consultarse Montero (1998) y Oñate y Ocaña (2000 y 2005).

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Sobre la calificación de las elecciones como excepcionales o de continuidad, puede verse Montero (1998).

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la competitividad, la polarización, la volatilidad y el regionalismo 3. En estas páginas se presenta un análisis general de los comicios de 2004 en perspectiva longitudinal desde el punto de vista del sistema de partidos, sin entrar a estudiar en detalle las características distintivas y peculiaridades de los subsistemas excéntricos que coexisten con el común o general 4.

La fragmentación de los sistemas de partidos

La fragmentación nos informa acerca de la medida en la que el poder político está disperso o concentrado, siendo el instrumento más aceptado para medir esta dimensión el índice efectivo de partidos (Taagepera y Laakso 1980: 423 ss.; y Taagepera y Shugart 1989: 77 ss.). En España se ha venido registrando una fragmentación del sistema de partidos relativamente baja, tanto si se compara con la alcanzada en anteriores períodos democráticos (fue muy alta, por ejemplo, en la Segunda República) como si la analizamos a la luz de la que se da en otros países vecinos. Los valores que se registraron en la elección de 2004 fueron todavía más bajos: en el ámbito nacional se alcanzó el valor más bajo desde la reinstauración de la democracia (por primera vez, por debajo del 3,0), siguiendo la tendencia a la reducción del valor inaugurada con las elecciones de 1993 (que abrieron el tercer período electoral). No obstante, si se 3

Acerca de la significación de estas dimensiones, así como de los índices más adecuados –y el procedimiento para calcularlos- remitimos al lector interesado a Oñate y Ocaña (1999). Para cada índice se podrá calcular una versión electoral (si se utilizan los porcentajes de voto respectivo) y la parlamentaria (si se utilizan los porcentajes de escaños). Una diferencia alta entre una y otra pondrá de manifiesto los notables sesgos desproporcionales que se registran en el sistema electoral español para el Congreso de los Diputados, y que obligan a calificarlo más como mayoritario atenuado que como proporcional corregido (Montero y Vallès 1992; Montero 2000; Oñate 2004b). 4

Remitimos al lector interesado a Ocaña y Oñate (2006), donde se incluyen tablas con los valores registrados respecto de los diversos indicadores en los distintos comicios generales y para cada una de las 17 comunidades autónomas.

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comparan los valores con los alcanzados en las últimas convocatorias la evolución (disminución) del valor de este indicador ha sido muy leve, considerablemente menor de lo que cabría augurar tras el atentado perpetrado tres días antes de la elección (gráfico 8.1). La información que esta dimensión, referida al ámbito agregado estatal, nos proporciona habla más bien de continuidad con lo registrado en los anteriores procesos electorales en el grado de dispersión del poder político, tanto desde el punto de vista de la distribución del voto como desde el de la distribución de escaños 5.

[Gráfico 8.1 por aquí]

Y similar conclusión se alcanza cuando se calcula el índice para la agregación en el nivel de la comunidad autónoma. De nuevo se evidencia, como viene siendo habitual desde la reinstauración de la democracia, la heterogeneidad del comportamiento electoral de los españoles (gráfico 8.2): hay comunidades autónomas en las que se registra, sistemáticamente, una fragmentación menor que en el resto (Región de Murcia, Castilla-La Mancha, La Rioja, Extremadura o Castilla y León). Otras, en cambio, suelen registrar una alta fragmentación en su subsistema de partidos (País Vasco 6, Cataluña y, en menor medida, Navarra, Canarias o Aragón) como consecuencia de la existencia en su seno de partidos nacionalistas o regionalistas que cuentan con un considerable apoyo electoral que les permite competir con éxito con los principales del ámbito nacional. La más sobresaliente es la de la continuidad, tanto en la heterogeneidad del 5

El número de partidos presentes en el Congreso siguió siendo el mismo que en la legislatura anterior, si bien en 2004 se registró un levísimo incremento del valor del índice efectivo de partidos parlamentarios debido a la distribución de los escaños. Este índice, como los demás, nos proporciona información acerca de una de las dimensiones del sistema de partidos, sin especificar cuál haya sido en cada caso el partido ganador o si sigue siendo el mismo de los anteriores comicios.

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La no concurrencia de Herri Batasuna, Batasuna o Eusko Herritarrok a las elecciones ha provocado la disminución del valor del índice en el País Vasco, que solía superar el 5,5 o, incluso, el 6,0.

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comportamiento de los electores españoles de diferentes comunidades autónomas, como en la relación de aquéllas cuyos sistemas o subsistemas de partidos están más y menos fragmentados, registrando unas y otras valores similares a los alcanzados en las anteriores convocatorias del tercer período electoral (sólo ha aumentado la fragmentación en las que tienen sistemas de partidos excéntricos: Aragón, Cataluña, País Vasco y la Comunidad Foral de Navarra –permaneciendo prácticamente igual en Canarias).

[Gráfico 8.2 por aquí]

La concentración

La dimensión de la concentración es complementaria de la anterior, al proporcionarnos información sobre el porcentaje de voto o de escaños que suman los dos principales partidos en el respectivo ámbito de agregación o desagregación, ofreciéndonos alguna orientación acerca de la estabilidad institucional 7. Paralelamente a una baja fragmentación, se ha venido observando una concentración relativamente alta, al sumar siempre los dos primeros partidos por encima del 60 por ciento del voto y –gracias a los considerables sesgos mayoritarios del sistema electoral- el 80 por ciento de los escaños del Congreso de los Diputados (gráfico 8.3). No obstante, desde la elección de 1993 la concentración electoral ha sido superior al 70 por ciento, creciendo progresivamente, hasta superar la barrera del 80 por ciento en la elección de 2004. El incremento respecto

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Al estudiar esta dimensión habrá que considerar los efectos del sistema electoral, ya que uno fuerte como el español (Sartori 1994: 37) genera efectos mecánicos y psicológicos que acaban reforzando a los dos partidos más votados, incrementando, por tanto, la concentración. Hemos estudiados los efectos del sistema electoral español en Oñate (2003, 2004, 2004b y 2006), así como en Moreno y Oñate (2004). Véase, también, Lago y Montero (2005).

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de la elección anterior no ha sido muy notable (de 1,7 y 1,1 puntos porcentuales, en las versiones electoral y parlamentaria), por lo que, aunque haya supuesto la tasa de concentración más elevada de toda esta etapa democrática (1977-2004), no cabe hablar de un caso excepcional 8. Es más, quizá pudiera haberse esperado mayor nivel de concentración tras un atentado como el acontecido tres días antes de la votación. Correlativamente, tampoco la concentración parlamentaria ha sido mucho mayor que la registrada en las otras convocatorias de este tercer período electoral. Tampoco ha habido excesivos cambios en esta dimensión desde el punto de vista agregado.

[Gráfico 8.3 por aquí]

Si se agregan los datos en el nivel de la comunidad autónoma, vuelve a aparecer, como en anteriores convocatorias, una considerable diversificación en función del orden respectivo de los tres partidos más votados, al variar no sólo la prioridad entre los dos más votados en el ámbito español, sino al intercalarse en esas posiciones algunos partidos nacionalistas o regionalistas que los desplazan de esas posiciones en algunas de las comunidades autónomas.

Esa continuidad se aprecia también en la notable heterogeneidad de los valores que la concentración alcanza en cada comunidad autónoma (dejando aparte que la protagonicen distintos partidos), como se observa en el gráfico 8.4: oscila entre valores superiores –en la versión electoral- al 90 por ciento (La Rioja, Castilla-La Mancha, Cantabria, Castilla y León, Región de Murcia, Extremadura, Madrid y la Comunidad 8

La tendencia del incremento entre elecciones en este tercer período electoral ha sido a la paulatina reducción: 8,3, 3,1, 2,7 y 1,7 en 1993, 1996, 2000 y 2004, respectivamente. Como en 1996, en 2004 cambió el orden de los dos partidos más votados, pasando el PSOE a ser el primero.

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Valenciana), y otros que no llegan apenas al 70 por ciento (Cataluña, País Vasco, Canarias o Navarra). Esas comunidades ocuparon similares posiciones, entre las que registraban mayor o menor concentración, también en anteriores comicios. Y también se observa continuidad, en tercer lugar, al atender a la evolución de la concentración en cada una de ellas: las comunidades con sistemas de partidos excéntrico no han registrado un aumento de la concentración en 2004 respecto de la alcanzada en la convocatoria de 2000, a diferencia de lo acontecido en las otras (en las que sí ha crecido, en mayor o menor medida) 9. Por último, se ha producido también continuidad en la tendencia que la concentración ha seguido en cada comunidad autónoma respecto de la anterior elección, así como en cuanto a los protagonistas (los dos partidos más votados) y su prelación: sólo han cambian en cuatro comunidades autónomas 10.

[Gráfico 8.4 por aquí]

La competitividad

Esta dimensión mide el margen de la victoria electoral del primer partido sobre el segundo y, de forma indirecta, las probabilidades de que en la siguiente convocatoria vaya a darse una alternancia en el gobierno (Sartori 1987: 260 ss.; Pennings y Lane 1998: 5 y 13). La diferencia entre el porcentaje de voto logrado por PSOE y PP fue de 5 9 El País Vasco sería una excepción en ese grupo en la convocatoria de 2004 debido, a buen seguro, a la reorganización de la distribución del voto tras la ilegalización de Herri Batasuna (o sus herederas) y la alternancia en la posición de segundo partido más votado entre PSOE y PP. 10

En Aragón y Extremadura el PSOE sustituye al PP como partido más votado; en Canarias el PSOE desplaza a Coalición Canaria (CC) como segundo partido más votado; y en el País Vasco el PSOE se antepone al PP en la segunda posición.

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puntos (cuando en la convocatoria de 2000 había sido de algo más de 10 y a favor del PP 11), en consonancia con las diferencias registradas en las dos convocatorias del tercer período electoral (1993 y 1996) en el que la de 2004 se enmarca, como se observa en el gráfico 8.5.

[Gráfico 8.5 por aquí]

De nuevo la heterogeneidad es la pauta habitual si se analiza la competitividad en el nivel de la comunidad autónoma (gráfico 8.6), variando tanto los partidos protagonistas, como su orden y distancia entre ellos. Las tasas de competitividad oscilan entre la mínima de 22,8 puntos porcentuales a favor del PP, registrada en la Región de Murcia o los 19 puntos a favor del PSOE en Andalucía, y la de Asturias, de 0,4 puntos a favor del PSOE. Tampoco es homogénea la evolución que experimenta entre 2000 y 2004 en cada una de ellas (aumenta –y por lo tanto disminuye el valor del índice- en 13 de las 17 comunidades autónomas), sin que pueda ensayarse una clasificación coherente que incluya los respectivos cambios en los factores locales y coyunturales. En todo caso, cabe subrayar también respecto de esta dimensión la pauta de continuidad en los niveles del valor en comparación con las elecciones del tercer período electoral, y en cuanto a la heterogeneidad registrada entre las distintas comunidades autónomas.

[Gráfico 8.6 por aquí]

11 Los sondeos preelectorales apuntaban una tendencia a la aproximación de los respectivos resultados, hasta el punto de que se ha sostenido, como hacen Julián Santamaría, Wladimir Gramacho y José Ramón Montero e Ignacio Lago en sus capítulos en este libro, que el resultado que finalmente se alcanzó no hubiera necesitado de factores extraordinarios -como los atentados- para producirse. Quizá convenga recordar de nuevo que estos índices nos proporcionan información agregada acerca del sistema de partidos, sin especificar cuál fue el partido ganador en cada convocatoria, por mucho que haya que ponerlo de manifiesto, como hemos hecho líneas más arriba.

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La polarización

Sani y Sartori (1983: 337) asignaron a esta variable el mayor valor explicativo a la hora de hablar de una democracia estable, eficaz, activa y de funcionamiento fluido. La polarización nos informa acerca del “ámbito general del espectro ideológico de cualquier comunidad política dada” (Sartori 1987: 161), esto es, de la distancia ideológica que separa a los partidos políticos relevantes en un sistema de partidos dado, facilitándonos información sobre la dirección de la competencia, las probabilidades de que se alcancen determinadas coaliciones de gobierno o parlamentarias, o acerca de la estabilidad del propio sistema de partidos.

Considerando para calcularla tanto el porcentaje de voto de cada partido, como la posición de la escala ideológica 1-10 en la que los electores los ubican (índice de polarización ponderada) 12, se observa en el gráfico 8.7 que la polarización registrada en la elección de 2004 se reduce ligerísimamente –en menos de dos décimas- respecto de la de la anterior convocatoria, pero manteniéndose en los altos niveles registrados en las convocatorias del tercer período electoral.

[Gráfico 8.7 por aquí]

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Este índice, propuesto por Hazan (1997) tiene en cuenta la posición de la escala 1-10 en la que cada partido es ubicado, ponderada por su peso electoral. Hemos utilizado datos de ubicación de los partidos en la escala del Estudio 2.559 del Centro de Investigaciones Sociológicas (N = 5.377). Debe recordarse que, junto a los factores ideológicos en determinados ámbitos geográficos puede tener relevancia, a la hora de estudiar las pautas de la competición, también la dimensión centro-periferia.

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E iguales pautas de continuidad se observan si se calcula el índice para el nivel de las comunidades autónomas. Las tasas registradas en cada una de ellas en 2004 son muy similares a las que se alcanzaron en la convocatoria de 2000: las diferencias más altas fueron sólo de 0,5 puntos (en Extremadura y Navarra). También se observa continuidad respecto de anteriores procesos electorales en cuanto a la heterogeneidad de los valores de cada comunidad autónoma, como se recoge en el gráfico 8.8. Y la continuidad alcanza también a las comunidades cuyo sistema o subsistema de partidos ocupa las posiciones entre los más y menos polarizados: País Vasco, Canarias y Cataluña, entre los primeros, y Navarra, Galicia y Aragón, entre los segundos 13.

[Gráfico 8.8 por aquí]

La volatilidad

Esta dimensión analiza los sistemas de partidos desde un punto de vista dinámico, en su evolución entre dos convocatorias sucesivas: nos informa de los niveles de cambio electoral agregado neto –en la distribución del voto entre partidos 14- en dos elecciones,

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El mayor éxito de partidos nacionalistas o regionalistas en alguna de esas comunidades ha afectado a su índice de polarización ponderada: creció en Cataluña, debido al incremento –hasta el 16 por ciento- del apoyo electoral de Esquerra Republicana de Catalunya (ubicado en el 2,75 de la escala 1-10). Igual ocurrió en Navarra (con Nafarroa-Bai, ubicada en el 3,18 de la escala), Bloque Nacionalista Galego (ubicado en el 2,89) y la Chunta Aragonesista (ubicada en el 2,80), fuerzas nacionalistas o regionalistas que en la convocatoria de 2004 han visto incrementado significativamente su porcentaje de voto. No obstante, debe reiterarse que, en las comunidades menos polarizadas, la dimensión ideológica no es, probablemente, la más relevante, por lo que el análisis pormenorizado de sus respectivos sistemas de partidos debería ser complementado con el estudio de la polarización en la dimensión centro-periferia. 14

Esta dimensión se refiere también al sistema de partidos, de forma agregada, por lo que no analiza cambios en el nivel individual. Deberá ser, por ello, complementada con estudios que tengan en cuenta datos individuales generados por otro tipo de fuente (encuestas), como los que se utilizan en algunos de los estudios contenidos en este volumen. Al referirse de forma agregada al sistema de partidos, tampoco toma en consideración el incremento de 8,5 puntos de la participación, sino que se centra en la forma, configuración y evolución del sistema de partidos.

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así como de la profundidad de ese cambio electoral, esto es, la medida en la que se da entre partidos del mismo bloque ideológico (manteniéndose la articulación de la competición electoral en torno a esa dimensión) o entre partidos que están ubicados en lados distintos de la barrera ideológica (evidenciando que esa barrera comienza a ser porosa para los electores que la “saltan” a la hora de articular su opción electoral, rompiendo con la tendencia que históricamente venía siendo habitual tanto en España – hasta 1993- como en otros sistemas políticos).

El volumen agregado de cambio electoral registrado en 2004 –desde el punto de vista del sistema de partidos- puede ser considerado de normal, tanto en el contexto español como en el de otros sistemas políticos: la volatilidad total superó ligeramente los 11 puntos del índice en el ámbito nacional. Su evolución respecto del alcanzado en la anterior convocatoria fue de un ligero crecimiento (0,33 puntos, como se observa en el gráfico 8.9), mucho menos de lo que cabría esperar tras los sucesos acontecidos en los días previos a la votación y de lo que se afirmó con posterioridad: una tasa de volatilidad total que no rompe con los niveles habituales y que no evidencia sino la continuidad en cuanto al sistema de partidos español.

[Gráfico 8.9 por aquí]

El análisis se hace más interesante si se calculan los índices de volatilidad entre e intrabloques dentro de esa volatilidad total: el primero nos informa de cuánto de ese cambio electoral se debe a transferencias agregadas entre partidos ubicados en distintos lados de la barrera ideológica, mientras que el segundo se refiere al cambio neto

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agregado entre partidos del mismo bloque ideológico 15. La mayor parte (el 81,8 por ciento) del cambio electoral neto agregado registrado en el sistema de partidos en 2004 implicó un salto de la barrera ideológica, incrementándose en 9,2 puntos el ya considerablemente alto porcentaje que la volatilidad entre bloques suponía respecto de la volatilidad total en 2000. No obstante, esos altos niveles de volatilidad entre bloques no suponen una novedad, pese a ser los más altos registrados desde 1977: desde que se inauguró el tercer período electoral, en 1993, la mayor parte del (moderado) cambio electoral en la distribución del voto entre los partidos se debe a cambios que implican un salto de la barrera ideológica que articulaba el comportamiento de los electores españoles, rompiendo con la tradición ampliamente extendida en la mayor parte de los sistemas políticos democráticos. A partir de esa convocatoria, la volatilidad entre bloques supuso más del 50 por cien de la volatilidad total, evidenciando que para una parte de ese electorado la barrera ideológica se ha hecho más porosa, perdiendo importancia a la hora de articular su comportamiento electoral. Y poniendo también de manifiesto que el cambio electoral ocurrido desde 1993 es de más calado que el que revelan la simple distribución del voto y, eventualmente, la alternancia. Esa parte del electorado manifiesta un comportamiento más fluido –menos anclado- y susceptible de ser influido por otros factores de naturaleza coyuntural, lo que también se viene observando en otros países europeos (Mair 2005: 16 y 21). Una continuidad, por tanto, que se produce con las pautas de las convocatorias del tercer período electoral también en lo que hace a esta dimensión.

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Se han considerado todos los partidos que presentaron candidaturas, al margen de que la principal dimensión en torno a la cual se articulan sea la ideológica o la nacionalista.

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Y existe asimismo continuidad respecto de los comicios del tercer período electoral si se calcula la volatilidad en el ámbito de las comunidades autónomas. Una vez más, la heterogeneidad entre los niveles de volatilidad total y volatilidad entre bloques correspondientes a las distintas comunidades autónomas es la nota predominante cuando se analizan en conjunto (gráfico 8.10), al margen de que no parezca tener de nuevo mucho sentido ensayar una clasificación entre las que registras mayores y menores niveles al deberse a factores coyunturales o de tipo regional: en 2004 fue alta en Navarra (por encima del 25 por ciento) y en Cataluña (por encima del 15 por ciento), de la cual, adicionalmente, más del 95 por ciento se debía a volatilidad entre bloques 16. La volatilidad fue relativamente alta también en otras comunidades autónomas cuyos sistemas o subsistemas de partidos cuentan con partidos nacionalistas o regionalistas, como Baleares, Galicia o Canarias. Fue menor, en cambio, en la Región de Murcia, Asturias, Castilla-La Mancha, Extremadura o la Rioja, comunidades cuyo sistema de partidos debe ser calificado de común.

[Gráfico 8.10 por aquí]

Los valores del índice de volatilidad entre bloques fueron altos en todas las comunidades autónomas, especialmente en Cataluña, Canarias, Navarra y Aragón, donde la volatilidad de este tipo supuso más del 90 por ciento de la volatilidad total (y habiendo sido ésta considerablemente más alta que en el resto de España: 16,2, 13,2, 24,4 y 12,7, respectivamente). Estos datos ponen de manifiesto, una vez más, que en

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Esos altos niveles evidencian los cambios que se operan en sus sistemas de partidos, en los que fuerzas de ámbito no estatal (Nafarroa-Bai y Esquerra Republicana de Catalunya) han logrado últimamente mejores resultados, que se suman a los cambios que se dan en los resultados de los partidos de ámbito autonómico.

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esos sistemas de partidos se están produciendo cambios de profundo calado, que afectan (al menos respecto de los que cambian su voto) a los anclajes del voto, entre los que el criterio de la barrera ideológica ya no sería tan relevante como solía serlo antes de 1993. Desde el punto de vista agregado del sistema de partidos, hay una parte nada desdeñable de su electorado que, además de cambiar de siglas, cambia de bloque ideológico en la elección posterior respecto de la anterior. Debe considerarse, no obstante, que los niveles de volatilidad total siguen siendo relativamente moderados, por lo que la incidencia de la altísima volatilidad entre bloques se atenúa. En todo caso, las altas tasas que alcanzan en esos sistemas de partidos respecto de éste último indicador –y que suponen una peculiaridad respecto de lo que ocurría en España antes de 1993 (y de lo que se observa en otros países)- ponen de manifiesto una vez más la notable continuidad de los resultados de esta convocatoria respecto de las del tercer período electoral.

Debe señalarse, adicionalmente, que también se observa una considerable continuidad respecto de anteriores comicios en cuanto a la heterogeneidad de las pautas de evolución de los índices de volatilidad observadas en cada comunidad autónoma, en comparación con los valores de la elección de 2000, y tanto respecto de la volatilidad total como de la volatilidad entre bloques e intrabloques y las diferencias respectivas.

En definitiva, prima la continuidad en los valores y tendencias observados en las elecciones del tercer período electoral: un cambio electoral agregado de volumen moderado (no supera los 15 puntos) pero de carácter profundo, al afectar a los criterios con los que una parte relevante de los ciudadanos articulaba su voto: la barrera ideológica ha disminuido la relevancia que tenía a la hora de articular su comportamiento, siguiendo la tendencia inaugurada en los comicios de 1993. Las

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decisiones de voto de una parte sustancial de los españoles parecen estar menos ligadas a alineamientos tradicionales y más a factores a corto plazo progresivamente más contingentes; por todo ello, se trata de un comportamiento menos predecible, siguiendo una tendencia que se aprecia en otros países en los últimos años (Mair 2005: 21).

Regionalismo

A la vista de la estructuración espacial del poder político institucional, esta dimensión cobra especial relevancia en nuestro país: en varias ocasiones hemos subrayado la pluralidad de los sistemas de partidos españoles, y no sólo en un sentido temporal, diacrónico, sino también y simultáneamente en uno espacial o sincrónico (Oñate y Ocaña 1999). Las dimensiones analizadas hasta ahora ponen de relieve la heterogeneidad de protagonistas, pautas de competición y morfologías de los respectivos sistemas de partidos en cada comunidad autónoma. Esa simultánea pluralidad obliga a hablar de las Españas electorales (Vallès 1991), es decir, de arenas de competición electoral diferenciadas que configuran sistemas de partidos distintos, común y excéntricos.

El regionalismo permite cuantificar las diferencias que se dan entre unos y otros acudiendo a dos simples indicadores: el del voto regionalista y el del voto regional diferenciado. Ambos dan cuenta de la medida en la que el comportamiento electoral de los ciudadanos de un territorio (en nuestro caso, una comunidad autónoma) se diferencia del de los de un ámbito territorial mayor (el español), tanto atendiendo al voto a favor

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de formaciones nacionalistas o regionalistas, como al conjunto del voto válidamente emitido a favor de todas las candidaturas 17.

La heterogeneidad entre las distintas Españas electorales es la nota dominante al analizar la cantidad de voto que reciben las formaciones de ámbito no estatal. Como se observa en los gráficos 8.11 y 8.12, es una característica que viene siendo habitual desde 1977. En las elecciones de 2004, el promedio nacional de voto válidamente emitido a favor de candidaturas de partidos nacionalistas o regionalistas fue de 11,9 por ciento, bien que con un reparto muy desigual en las distintas comunidades autónomas. Hubo cinco comunidades autónomas con altos niveles de índice de voto regionalista: País Vasco, Cataluña, y, a cierta distancia, Canarias, Navarra y Aragón, donde el voto a partidos nacionalistas o regionalistas alcanzó el 43,9, 87,1, 25,0, 20,0, y 17,0 por ciento, respectivamente. Esas son las cinco comunidades en las que se puede encontrar un sistema de partidos diferenciado del que se configura en el resto de comunidades, al registrarse en ellas actores, dinámicas y pautas de competición distintas de las que se dan en el resto 18. En las demás comunidades autónomas el voto regionalista no alcanzó el 15 por ciento, debiendo catalogarse de irrelevante en la Región de Murcia, La Rioja, Madrid, Castilla-La Mancha o Extremadura, como viendo siendo habitual en anteriores comicios. La continuidad en la heterogeneidad y en las comunidades autónomas que registran mayores y menores valores también se puede predicar respecto de este índice. 17

El primer índice mide el voto que en cada comunidad autónoma se registra a favor de candidaturas de partidos nacionalistas o regionalistas, mientras que el segundo da cuenta de las diferencias que se registran entre una comunidad autónoma y el promedio nacional en cuanto a la distribución general de voto a todos los partidos, con independencia de su ámbito territorial. 18

El sistema de partidos de Galicia, como el de Aragón, se encuentra a mitad de camino entre los excéntricos y el propio del modelo común. En las elecciones de 2004 el voto a partidos de ámbito autonómico fue sólo del 12 por ciento, cuando en otras convocatorias se ha ubicado en torno al 20 o, incluso, el 25 por ciento. Los valores que alcanzan los indicadores de las dimensiones del voto –que son el criterio para poder hablar de sistema de partidos diferenciado- están próximos, en ocasiones, a los de los sistemas excéntricos, mientras que en otras se acercan más a los del modelo común.

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[Gráficos 8.11 y 8.12 por aquí]

Y algo similar puede decirse respecto de la evolución experimentada en cada sistema o subsistema de partidos respecto del voto regionalista registrado en la convocatoria de 2000: sólo en los de unas pocas comunidades se observaron cambios significativos en este sentido. Creció por encima de los 5 puntos en Navarra, Galicia o Baleares y descendió, también por encima de los 5 puntos, en Canarias. A la vista de anteriores cambios entre dos elecciones consecutivas, tampoco desde el punto de vista de esa evolución puede hablarse de la convocatoria de 2004 como excepcional.

Las diferencias entre unos y otros sistemas o subsistemas de partidos no afectan sólo al voto a partidos nacionalistas o regionalistas; también se observan, y no en menor medida, si se atiende a la distribución general del voto entre todos los partidos. Como puede apreciarse en el anterior gráfico 8.8, esas diferencias en la distribución general del voto no se explican exclusivamente por las distintas tasas de voto a los partidos de ámbito autonómico. Los niveles de voto regional diferenciado son altos, como cabía esperar, en País Vasco, Cataluña, Canarias o Navarra, comunidades cuyos sistemas de partidos cuentan con formaciones propias relevantes y que pueden ser catalogados de excéntricos. Pero también son elevados en comunidades como la Región de Murcia, Madrid o Castilla la Mancha, en las que no existen partidos regionalistas importantes. En estas comunidades, la explicación del alto nivel de voto regional diferenciado se debe al distinto apoyo que los partidos nacionales reciben, en comparación con el conjunto del territorio español (mayor para el PP en Murcia y Madrid, y mayor para el PSOE en Castilla-La Mancha). Una vez más, la nota dominante en cuanto a esta

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dimensión es la de la heterogeneidad de los respectivos sistemas y subsistemas de partidos autonómicos, explicable bien por votar en cantidades significativas a partidos nacionalistas o regionalistas, bien por votar de forma diferenciada a los de ámbito nacional. Y también se aprecia continuidad en la evolución de cada sistema o subsistema de partidos de cada comunidad resultante de las elecciones de 2004 y de los de anteriores procesos

electorales: destacan sistemáticamente, tanto atendiendo al

índice de voto regionalista como al de voto regional diferenciado, los sistemas de partidos de País Vasco, Cataluña, y –en menor medida- Canarias, Navarra y Galicia, todos los cuales pueden ser calificados de excéntricos.

Conclusiones

En este capítulo se han analizado las elecciones generales de 2004 desde el punto de vista agregado del sistema de partidos resultante o, mejor en plural, de los sistemas de partidos resultantes. Nuestro propósito era dilucidar si, desde ese punto de vista, podía hablarse de un gran cambio electoral o si el cambio que había dado lugar a la alternancia en el gobierno no implicaba –una vez más, desde la perspectiva de los sistemas de partidos- tanto cambio electoral. Para ello, hemos acudido al análisis de las dimensiones de voto o del sistema de partidos, un conjunto de características que lo define en sus más importantes aspectos.

Tanto por la intensidad de la conflictividad política que se fue acumulando a lo largo de la legislatura cerrada en marzo de 2004, como por los brutales atentados acontecidos tres días antes de la convocatoria electoral, podría pensarse que los

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resultados iban a ser excepcionales. En cierto sentido lo fueron, pues la participación se incrementó en 8,5 puntos porcentuales respecto de la registrada en la convocatoria de 2000, y los resultados parecieron desviarse de lo pronosticado por la mayoría de las encuestas preelectorales. Hubo quien inmediatamente justificó esos resultados como una consecuencia necesaria de los atentados y de la actuación de los líderes de los principales partidos en los tres días que los separaron de la fecha de la elección.

El análisis de las dimensiones del voto en el conjunto del territorio español y en el de cada comunidad autónoma ha puesto de manifiesto que seguimos teniendo un sistema de partidos caracterizado por una fragmentación moderada, que alcanzó en 2004 los niveles más bajos desde 1977, al haberse reducido ligeramente en comparación con la elección precedente. En cualquier caso, lo hizo mucho menos de lo que cabría augurar tras los brutales atentados y las reacciones que en opinión de algunos líderes políticos habrían producido en buena parte del electorado. La concentración también ha registrado las más altas cotas desde 1977, ubicándose por encima del 80 y el 90 por ciento (en sus versiones electoral y parlamentaria, respectivamente), aunque siguiendo claramente la tendencia inaugurada en la elección de 1993. La competitividad entre los dos primeros partidos se redujo respecto de la registrada en la elección de 2000, asemejándose más a la que se observó en las de 1993 y 1996 (las otras elecciones de tercer período electoral), al margen de que también implicaran la alternancia entre los protagonistas. Y lo mismo debe decirse respecto de la polarización: fue la más reducida desde 1977, al haberse reducido ligeramente en comparación con la registrada en 2000 (también menos de lo que cabría deducir si los atentados hubieran tenido tanto impacto en el comportamiento como algunos líderes manifestaron).

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Los niveles de polarización, aun siendo altos en comparación con otros países europeos, se ubican claramente en los niveles propios del tercer período electoral, confirmándose también la competición centrípeta, lo que reduce los riesgos de esa amplitud del espectro ideológico para la estabilidad del sistema democrático. La volatilidad fue, igualmente, moderada, aunque de nuevo explicable principalmente (en un 82 por ciento) por transferencias agregadas entre partidos de distinto bloque ideológico, esto es, por la volatilidad entre bloques. Ésta es una pauta que se abrió en las elecciones de 1993 y se ha prolongado en todas las del tercer período electoral, a diferencia de lo que ocurría en anteriores comicios. Aunque el volumen total del cambio sea normal, su intensidad es mayor dado que afecta a los factores que estructuran el voto de un número no despreciable de electores, que se manifiestan ahora como más volátiles: su comportamiento parece progresivamente menos ajustado a los alineamientos tradicionales, y más cercano a factores de índole en mayor medida contingente, coyuntural y de corto plazo, como ocurre en otros sistemas políticos en los últimos años (Mair 2005: 16 y 21). Ello hace que el comportamiento de esos ciudadanos sea menos predecible, y el sistema más fluido y, por lo tanto, susceptible de cambios en un próximo futuro.

Pero el estudio de los niveles de regionalismo pone de manifiesto la heterogeneidad que caracteriza al electorado español en función de la comunidad autónoma en la que ejerzan el voto, una heterogeneidad que resulta excepcional cuando se compara con otros sistemas políticos (Caramani 2004). Esta heterogeneidad se manifiesta también en cada una de las dimensiones anteriormente comentadas, registrándose diferencias muy significativas entre unas comunidades y otras, y que se repiten sistemáticamente. Ello da lugar a la configuración de plurales arenas electorales

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en las que se articulan sistemas y subsistemas de partidos distintos, con actores, pautas de competición y dinámicas de funcionamiento diferenciados. Esta pluralidad espacial de sistemas de partidos no supone sino la continuación de algo observado desde las primeras elecciones democráticas de 1977.

Pero si se atiende a la evolución desde anteriores convocatorias, desde el punto de vista del cambio en los sistemas y subsistemas de partidos no puede hablarse de la de 2004 como de una elección excepcional, sino de continuidad respecto de las del tercer período electoral –inaugurado en 1993-, en el que se integra. Ésta es la conclusión que se deriva de la respuesta a los interrogantes que se planteaban al comienzo de estas páginas. En primer lugar, el análisis de las distintas dimensiones de los sistemas y subsistemas de partidos autonómicos ha puesto de manifiesto que la principal característica del comportamiento electoral de los españoles es la continuidad: pese a que se hayan registrado cotas no conocidas anteriormente, la evolución ha sido muy moderada, y siguiendo tendencias inauguradas en la convocatoria de 1993 y propias de los comicios del tercer período electoral.

La segunda nota característica de estos comicios ha sido –afirmando la continuidad- la heterogeneidad del comportamiento electoral agregado de los respectivos ciudadanos. Ese comportamiento varía en función de que ejerzan su derecho a voto en una u otra comunidad: varían las pautas de ese comportamiento y los actores relevantes, así como las dinámicas de la competencia entre ellos. A diferencia de lo que es habitual en otros sistemas democráticos, en España se registra una pluralidad simultánea de sistemas o subsistemas de partidos que obliga a hablar de variadas arenas electorales. En los sucesivos procesos electorales, han podido así distinguirse sistemas

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de partidos diferenciados del modelo común: en el País Vasco, Cataluña, Canarias y Navarra los sistemas de partidos adquieren peculiaridades que los distinguen como excéntricos, estando los de Aragón y Galicia a mitad de camino de uno y otros, acentuándose últimamente su idiosincrasia. Esa pluralidad de arenas electorales fue etiquetada hace bastantes años por Vallès (1991) como las Españas electorales, y hemos comprobado que ha venido repitiéndose en los sucesivos procesos electorales de distinto nivel, tanto en los de ámbito nacional, como en los autonómicos y europeos (Oñate y Ocaña 1999 y 2000; y Ocaña y Oñate 2004 y 2006). Esa continuidad, por lo tanto, ha afectado tanto a la heterogeneidad del comportamiento electoral como a la pluralidad de los resultantes sistemas y subsistemas de partidos.

Pero también se observa una considerable continuidad de los resultados de las elecciones de 2004 (desde el punto de vista agregado de los sistemas de partidos resultantes) respecto de los de anteriores convocatorias, si se atiende al tipo de cambio electoral. Ese cambio puede afectar exclusivamente a la distribución del voto (provocando, incluso, la alternancia en el gobierno) y puede que sea un cambio de más profundo calado, al afectar a los alineamientos políticos de los electores y los factores o criterios en función de los cuales orientan su voto: lo que tradicionalmente se conoce como los anclajes del voto (Gunther y Montero 2001). Éste es el tipo de cambio electoral (al margen de su moderado volumen) que se observa en la elección de 2004: y sigue siendo un cambio electoral de profundo calado, al afectar a la barrera ideológica que tradicionalmente alineaba el comportamiento electoral de los españoles (y de los ciudadanos de otros sistemas políticos).

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Pese a que la tasa global de volatilidad total es moderada, la inmensa mayor parte de ese cambio agregado se debe a transferencias de voto entre partidos de distinto bloque ideológico, esto es, se debe a volatilidad entre bloques. Y ello ocurre en todas las comunidades autónomas –y sus respectivos sistemas y subsistemas de partidos. Que una parte significativa del electorado no ordene ya su comportamiento electoral en torno a la barrera ideológica implica que se ha vuelto más fluido y, por tanto, de comportamiento más fácilmente reversible. Y ésta es una característica de la volatilidad que se viene observando desde 1993: desde las elecciones que inauguraron el tercer período electoral, la volatilidad entre bloques supone más del 50 por ciento de la volatilidad total, a diferencia de lo que era habitual en nuestra historia electoral y como ocurre en otros sistemas políticos. También ha habido continuidad, pues, en cuanto a esta peculiaridad del cambio electoral respecto de los anteriores procesos electorales.

La conclusión general del análisis de todas estas dimensiones, cuestiones e interrogantes es que las elecciones de 2004 deben ser ubicadas en el tercer período electoral, iniciado con las de 1993, sin que los valores que se observan en el análisis de sus sistemas de partidos permitan concebir rasgos de excepcionalidad, pese a las características de la legislatura y de las circunstancias que rodearon a la votación. Desde el punto de vista de los sistemas de partidos resultantes, esas especiales circunstancias no influyeron tanto en los ciudadanos como algunos líderes afirmaron o quisieron pensar. La configuración de los plurales sistemas y subsistemas de partidos sigue siendo considerablemente similar a la resultante de los comicios del tercer período electoral, en el que estas elecciones que estamos analizando se inscriben. Pese a las peculiaridades de la convocatoria de 2004, el análisis de los sistemas de partidos resultantes obliga a concluir que no hubo tanto cambio electoral.

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Gráfico 8.1. Número efectivo de partidos en las elecciones generales en España, 1977-2004

5,00 4,50 4,00 3,50 3,00 NPd-e NPd-p

2,50 2,00 1,50 1,00 0,50 0,00 1977

1979

1982

1986

1989

1993

1996

2000

2004

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Gráfico 8.2. Número efectivo de partidos en las elecciones generales de 2004, por comunidades autónomas 4,5 4,0 3,5 3,0 2,5 2,0 1,5 1,0 0,5

AN D AL

U C AR IA AG O AS N TU R IA BA S LE AR ES C AN AR C C A N IA S AS TA TI LL BR AIA M C A AS N C TI H LL A ALE O C N AT EX AL TR U EM ÑA AD U R A G AL IC IA M AD R ID R ,M U R C I N AV A A PA R R IS A _V AS C O LA _R I O C JA ,V AL EN C IA

0,0

NPd-e NPd-p

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Gráfico 8.3. Concentración en elecciones generales, 1977-2004

100 90 80 70 60 Cc-e Cc-p

50 40 30 20 10 0 1977

1979

1982

1986

1989

1993

1996

2000

2004

U C IA AR AG O AS N TU R IA BA S LE AR ES C AN AR IA C C AN S AS TA TI BR LL AIA M C AN AS C TI H LL A ALE O C N AT EX AL TR U EM ÑA AD U R A G AL IC IA M AD R ID R ,M U R C IA N AV A PA R R IS A _V AS C O LA _R I O C JA ,V AL EN C IA

AN D AL

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50

40

30

20

10

0

32

Gráfico 8.4. Concentración en las elecciones generales de 2004, por comunidades autónomas 100

90

80

70

60

Cc-e Cc-p

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Gráfico 8.5. Competitividad en las elecciones generales, 1977-2004

30,0

25,0

20,0 Comp-e 15,0

Comp-p

10,0

5,0

0,0 1977

1979

1982

1986

1989

1993

1996

2000

2004

U C AR IA AG O AS N TU R IA BA S LE AR ES C AN AR C C A N IA S AS TA TI LL BR AIA M C A AS N C TI H LL A ALE O C N AT EX AL TR U EM ÑA AD U R A G AL IC IA M AD R ID R ,M U R C I N AV A A PA R R IS A _V AS C O LA _R IO C JA ,V AL EN C IA

AN D AL

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15

10

5

0

34

Gráfico 8.6. Competitividad en las elecciones generales de 2004, por comunidades autónomas 35

30

25

20 Cmp-e Cmp-p

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Gráfico 8.7. Polarización ponderada en las elecciones generales, 1977-2004

10 9 8 7 PP-e

6

PP-p 5 4 3 2 1 1977

1979

1982

1986

1989

1993

1996

2000

2004

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Gráfico 8.7. Polarización ponderada en las elecciones generales de 2004, por comunidades autónomas

4,5 4,0 3,5 3,0 2,5 2,0 1,5 1,0 0,5

AN D AL

U C AR IA AG O AS N TU R IA BA S LE AR ES C AN AR C C A N IA S AS TA TI BR LL AIA M C AN AS C TI H LL A ALE O C N AT EX AL TR U EM ÑA AD U R A G AL IC IA M AD R ID R ,M U R C IA N AV A PA R R IS A _V AS C O LA _R I O C JA ,V AL EN C IA

0,0

PP-e PP-p

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Gráfico 8.9. Volatilidad electoral en las elecciones generales, 1977-2004

45,0 40,0 35,0 30,0 VIB

25,0

VB 20,0 15,0 10,0 5,0 0,0 1979

1982

1986

1989

1993

1996

2000

2004

U C AR IA AG O AS N TU R IA BA S LE AR ES C AN AR C C A N IA S AS TA TI BR LL AIA M C A AS N C TI H LL A ALE O C N AT EX AL TR U EM ÑA AD U R A G AL IC IA M AD R ID R ,M U R C I N AV A A PA R R IS A _V AS C O LA _R IO C JA ,V AL EN C IA

AN D AL

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25

20

15

10

5

0

38

Gráfico 8.10. Volatilidad en las elecciones generales de 2004, por comunidades autónomas 45

40

35

30

VIB-e VB-e

LU CÍ A A RA G Ó N A ST U RI A BA S LE A RE CA S N A CA R IA CA ST S N IL TA LA BR -L A IA M CA A N ST CH IL A LA -L EÓ CA N TA EX L TR U Ñ EM A A D U RA G A LI CI A M A D RI D M U RC IA N A V A RR PA A ÍS V A SC O LA C. RI V O A JA LE N CI A N A

A N D A

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30

20

10

0

39

Gráfico 8.11. Regionalismo en las elecciones generales, 1977-2004 (medias por comunidades autónomas) 60

50

40

VRta VRD

U C AR IA AG O AS N TU R IA BA S LE AR ES C AN AR C C A N IA S AS TA TI BR LL AIA M C AN AS C TI H LL A ALE O C N AT EX AL TR U EM ÑA AD U R A G AL IC IA M AD R ID R ,M U R C IA N AV A PA R R IS A _V AS C O LA _R I O C JA ,V AL EN C IA

AN D AL

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25

20

15

10

5

0

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Gráfico 8.12. Regionalismo en las elecciones generales de 2004, por comunidades autónomas 50

45

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VRta VRD

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