6/11/2015
LOS RIESGOS DE DELEGAR LA GUERRA: PROXIES EN SIRIA Y UCRANIA | ED
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LOS RIESGOS DE DELEGAR LA GUERRA: PROXIES EN SIRIA Y UCRANIA Pablo Scuticchio
Los intereses de los proxies raramente coinciden con los de sus estados auspiciantes. Tampoco son instrumentos pasivos sin voluntad. Delegar la tarea de luchar las guerras de uno a un tercero aparenta ser una opción atractiva. Para el emperador Teodosio, reclutar a los visigodas para contener las invasiones de los bárbaros que golpeaban la puerta del imperio parecía una medida magistral para ahorrarle la faena a las legiones. La estrategia funcionó por varios años. Pero fue su hijo y sucesor Honorio el que tuvo la desgracia ser testigo de cómo el antiguo subalterno de su padre, el visigodo Alarico, inauguró en el 410 la augusta tradición de saquear Roma. Hoy como en la Antigüedad, la estrategia de guerra subsidiaria o proxy warfare implica una serie de costos y riesgos operativos que no se deberían pasar por alto. La utilización de terceros (o proxies) para el combate fue una de las marcas registradas de la Guerra Fría. Soviéticos y norteamericanos coincidían en que era conveniente evitar que sus tropas se masacraran abiertamente. Para ello, preferían que otros grupos armados les ahorraran la mala pasada. Bajo este arreglo, el estado auspiciante contribuye con armas, dinero y capacitación. El proxy aporta las tropas y carga formalmente con la autoría de las operaciones—un beneficio nada desdeñable en un tipo de conflicto donde las violaciones a los derechos elementales son comunes. Pero como predicaba el axioma del economista norteamericano Milton Friedman, “no hay tal cosa como un almuerzo gratis”. Tarde o temprano, alguien tiene que pagar los platos rotos. El credo combatiente proxy La aventura de crear y comandar ejércitos en tierras lejanas tiene un aire cautivante. El largometraje Lawrence de Arabia llevó a millones de espectadores esta versión idealizada de la guerra de proxies ambientada en la Primera Guerra Mundial. La película relata como el mítico suboficial británico interpretado por Peter O’Toole cambia su tedioso puesto de oficina por la misión de unir a los desperdigados beduinos del desierto árabe. Combinando valentía y astucia, logra convertirlos en una fuerza de combate capaz de derrotar a los mejor equipados turcos otomanos. Para una generación de militares norteamericanos, la victoria contra la rebelión de los Huks en Filipinas ejerció un antecedente glorioso similar. Entre las décadas de 1940 y 1950, Estados Unidos prácticamente reconstruyó las fuerzas armadas del país asiático para triunfar contra los insurgentes comunistas. Esta visión romántica de los “luchadores de la libertad” generalmente viene acompañada con la figura de un líder nativo embebido en los ideales norteamericanos. Pero Washington raramente encuentra un dirigente tan competente y que a la vez le sea tan amigable como Ramón Magsaysay. Este fue el ministro de Defensa y posteriormente presidente de las Filipinas durante la insurgencia Huk. Estados Unidos inicialmente estimó que había hallado en el occidentalizado Ngo Dinh Diem al paladín que necesitaba para enfrentar al comunismo en Vietnam. Pero Magsaysay y Diem no estaban hechos de la misma madera. La ilusión acabó de la peor manera cuando los norteamericanos dieron luz verde al golpe de estado que terminó con la vida de Diem. La experiencia que dan los años Lo que parecía un recuerdo de la Guerra Fría es una realidad cotidiana en uno de los puntos más calientes del globo: Siria. Antes de cancelarlo en octubre, el Pentágono mantenía desde 2013 un programa de $500 millones de dólares para el adiestramiento de milicias en bases repartidas por Jordania, Arabia Saudita y Turquía. El objetivo era entrenar y armar 5.000 hombres para que eventualmente combatieran contra el Estado Islámico en Siria. Ansiosa por conocer la viabilidad de su programa de adiestramiento, la Casa Blanca encargó un estudio sobre las operaciones proxies lideradas por la CIA en el pasado. Las conclusiones fueron desalentadoras. El informe señaló que las repetidas iniciativas para armar a tropas extranjeras tuvieron un impacto trivial. Peor aún, muchas veces llevaron a fiascos como Bahía de Cochinos, la fallida invasión a la Cuba de Fidel Castro en 1961.
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El estudio de la CIA también identificó tres riesgos de las estrategias de guerra por proxies. Primero, los estados auspiciantes pueden ser responsabilizados por los actos de sus proxies cuando estos se desempeñan de manera particularmente brutal. Segundo, el armamento transferido puede acabar en las manos equivocadas. Y por último, para las milicias puede ser tentador desertar y alinearse a un nuevo auspiciante más generoso. El diagnóstico de la agencia de inteligencia norteamericana pareció verse corroborado con el fracaso de la División 30 del Ejército Libre Sirio, uno de los grupos enrolados en el programa de entrenamiento del Pentágono. En septiembre de 2014 sus miembros desertaron en masa y entregaron sus armas al Frente al Nusra, la filial de al Qaeda en el Levante. El trapecista estratégico Pero Estados Unidos no es el único país que experimentó reveses con sus proxies. El 17 de julio de 2014 el vuelo MH17 de Malaysia Airlines procedente de Ámsterdam fue derribado en el este de Ucrania. La evidencia sugería que el acto fue perpetrado por los rebeldes separatistas del Dombás apoyados por Rusia. Moscú se vio en una situación todavía más comprometedora con la publicación de los hallazgos del Consejo Holandés para la Seguridad en octubre. La pericia sobre los restos confirmó que la nave fue impactada por un misil tierraaire Buk de fabricación rusa. Es difícil creer que el Kremlin haya dado la orden o siquiera haya sido informado con antelación. Sin embargo, el episodio obligó a Rusia a dar explicaciones, exponiendo la impredecibilidad de sus proxies y las vulnerabilidades de su estrategia en Ucrania. Desplegar y controlar a terceros en un conflicto es una tarea intrincada. Los intereses de los proxies raramente coinciden con los de sus estados auspiciantes. Tampoco son instrumentos pasivos sin voluntad. Para los combatientes en el terreno, el vínculo que los une con sus patrocinadores es una calle de doble sentido. Constantemente maniobran para redefinir los términos a su favor. Para los estados que utilizan esta estrategia indirecta, el desafío es el de encontrar el equilibrio elusivo entre la supervisión que ejercen y la autonomía que delegan. Los casos de Estados Unidos y la División 30 en Siria y el de Rusia y los separatistas del Dombás reflejan los costos que hasta las grandes potencias deben pagar.
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