Los retos de la Iglesia en Cuba

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Los retos de la Iglesia en Cuba El cardenal cubano Jaime Ortega cumplió 75 años en 2011, justo antes del viaje de Benedicto XVI. Entonces se pensó que la Santa Sede aceptaría su renuncia tras la visita, pero no sucedió así. Por tanto, Ortega se aproxima a los 79 años, de los que treinta y cuatro ha sido arzobispo de La Habana. Su relevo supondrá una noticia de primer orden y permitirá averiguar el proyecto de Francisco para la Iglesia cubana. ¿Se producirá el cambio en 2015? El cardenal acaba de cumplir medio siglo de sacerdocio y su diócesis celebra quinientos años de su fundación. Quizá sea un buen momento. Como candidatos aparecen tres prelados. En primer lugar, el arzobispo de Santiago Dionisio García, presidente de la Conferencia Episcopal y primado cubano. Con 70 años, García es un buen negociador, extrovertido y con carácter, capaz de negar el saludo al propio Raúl Castro, como sucedió durante el viaje de Benedicto XVI. Otra opción es el arzobispo de Camagüey Juan García, de 67 años, que presenta un fuerte perfil misionero. Entre 2006 y 2009 presidió la Conferencia Episcopal y representó a Cuba en la asamblea de obispos de Latinoamérica y el Caribe de 2007 en Aparecida (Brasil). Por último, se cita al prelado de Holguín Emilio Aranguren, de 64 años y veinticuatro en el gobierno diocesano. Durante una década ejerció como secretario general de la Conferencia Episcopal y también ha trabajado en la presidencia de la CELAM. El Papa los conoce de su época en Buenos Aires, por lo que contará con elementos personales de juicio. Sea quien sea el elegido, tendrá que enfrentarse al secular problema de la falta de libertad religiosa. En su informe 2012-2014, la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada señaló que las restricciones estatales perjudicaban gravemente la acción pastoral. La traba más habitual deriva de la necesidad de pedir autorización para gestiones ordinarias. Por ejemplo, colaborar con instituciones extranjeras (como la alemana Adveniat, primera donante mundial a la Iglesia cubana), comprar libros u objetos religiosos o celebrar encuentros en las llamadas «casas de culto». Sin embargo, se trata de inconvenientes menores al compararlos con la prohibición de establecer colegios, gestionar medios de comunicación propios o atender a colectivos olvidados por la maltrecha seguridad social cubana (personas con síndrome de Down, toxicómanos, ancianos). Ciertamente, no todo es negativo. La Iglesia ha recuperado algunas propiedades confiscadas a principios de los 60, y ha contado con la ayuda del Estado para construir un nuevo seminario en La Habana y dos templos, uno en Santiago de Cuba para seiscientos personas y otro más pequeño en Pinar del Río. Por increíble que parezca, son los primeros que se edifican desde 1959. En el campo político, el restablecimiento de relaciones entre Washington y La Habana contará con la participación de la jerarquía. Como se sabe, Francisco ha jugado un papel destacado en el acercamiento diplomático y, por extensión, las conferencias episcopales de ambos países ayudarán a tender puentes entre la población cubana y los más de dos millones de exiliados que viven en Estados Unidos. A través de la nunciatura, los obispos transmitirán al Vaticano los avances de la nueva situación política. Cuentan para ello con el apoyo de Giovanni Becciu, ex nuncio en Cuba y actual Sustituto de Asuntos Generales de la Secretaria del Estado, que tiene acceso personal al pontífice. Desde siempre, la Iglesia ha reclamado a Estados Unidos el levantamiento del

embargo. En los últimos años, además, los obispos insisten en que se retire a Cuba de la lista de países terroristas, al tiempo que solicitan medidas concretas de respeto a los derechos humanos. Por ejemplo, normas efectivas contra la explotación sexual, facilitar la reunificación familiar o mejorar las condiciones de los presos, a los que solo pueden atender dos veces al año. En el plan pastoral 2014-2020, publicado hace unas semanas, los prelados reiteran la necesidad de cambios profundos. Los más urgentes, la liberalización económica, la reducción del hiperburocrático Estado cubano y la celebración de elecciones. Con más contundencia lo expresó el nuncio Bruno Musarò el verano de 2014, al criticar abiertamente la «pobreza absoluta y la degradación humana y civil en las que vive el pueblo cubano […] víctima de una dictadura socialista que lo mantiene subyugado. Ante esto, […] la única esperanza de una vida mejor es escapar de la Isla». Estas palabras causaron un profundo impacto en el régimen, pero sorprendentemente no hubo represalias. Se desconocían entonces las negociaciones entre Cuba y Estados Unidos con la mediación personal de Francisco. Quizá en 2015 veamos el comienzo de una nueva época, un tiempo en el que Cuba confirme su apertura al mundo, pero sobre todo en el que Cuba se abra a Cuba.

Ignacio Uría, es profesor de la Universidad de Navarra y miembro del Cuba 21 Century Project de Georgetown University

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