Los restos de marsupiales en el sitio arqueológico Cueva de Quilmo, Chillán, centro sur de Chile

July 12, 2017 | Autor: Daniel Quiroz | Categoría: Zooarchaeology
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Descripción

monogrAFÍAS arqueológicas N°1 UniversidaD internacional sek-chile Facultad de estudios del patrimonio cultural Área de arqueología

Zooarqueología y tafonomía en el confín del mundo Patricio López M., Isabel Cartajena F., Christian García P. y Francisco Mena L. (Editores)

2009 Santiago de Chile

LOS RESTOS DE MARSUPIALES EN EL SITIO ARQUEOLÓGICO CUEVA DE QUILMO, CHILLAN, CENTRO SUR DE CHILE Daniel Quiroz1 e Ismael Martínez2 RESUMEN En este trabajo mostramos los resultados de un estudio realizado sobre más de un millar de restos de marsupiales proveniente de la cueva de Quilmo, situada a unos 12 km al sureste de Chillán (Provincia de Ñuble, Región del Bío Bío) y, además, discutir los diversos problemas que representa su presencia en contextos arqueológicos. Palabras claves: Marsupiales, Cuevas, Centro Sur de Chile THE MARSUPIALS REMAINS IN THE ARCHAEOLOGICAL SITE CUEVA DE QUILMO, CHILLAN, SOUTH CENTER OF CHILE ABSTRACT In this work we show the results of a study made on more of a thousand of marsupial bones of the cave of Quilmo, located to about 12 km to the southeast of Chillán (Province of Ñuble, Region of the Bío Bío) and, in addition, to discuss the diverse problems that its presence in archaeological contexts represents. Key words: Marsupials, Caves, Central-South Chile

INTRODUCCIÓN Los restos de animales más estudiados arqueológicamente en el país han sido los de mamíferos grandes y medianos (Simonetti y Cornejo 1987, Mengoni 2004). Sin embargo, desde hace algunos años se han intensificado los trabajos sobre restos de vertebrados pequeños presentes en los sitios arqueológicos, tales como aves, peces, anfibios, e incluso mamíferos menores como cánidos y roedores (Trejo y Jackson 1998, Bahamondes 2004, Jackson et al. 2004, Labarca 2005a, 2005b, Torres 2005, Quiroz 2005). Se ha mencionado, en algunos textos, la presencia de restos de marsupiales en la arqueofauna proveniente de sitios arqueológicos (Simonetti y Cornejo 1991, Simonetti y Saavedra 1994, Hermosilla y Saavedra 2000, Peralta y Salas 2004, Velásquez y Adán 2004, Labarca 2005a, Jackson y Méndez 2005, Salas 2005 en Falabella et al. 2006), pero no han sido estudiados específicamente. Sabemos que en la región centro-sur de Chile habitan, en la actualidad, tres especies de pequeños marsupiales (Kelt y Martínez 1989, Redford y Eisenberg 1992), desigualmente conocidos, pertenecientes

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Centro de Documentación de Bienes Patrimoniales, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. Recoleta 683, Santiago, Chile. E-mail: [email protected]. Universidad de Chile, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Antropología. Ignacio Carrera Pinto N° 1045, Ñuñoa. E-mail: [email protected]

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no sólo a géneros sino a familias y órdenes diferentes: Thylamys elegans (Didelphimorphia, Didelphidae), Dromiciops gliroides (Microbiotheria, Microbiotheridae) y Rhyncholestes raphanurus (Paucituberculata, Caenolestidae). Thylamys elegans se encuentra al sur del Desierto de Atacama, entre la costa, el valle central y el piedemonte andino, no superando los 2000 m.s.n.m. y siendo el río Bío Bío el límite meridional de su actual distribución (Palma et al. 2002, Meynard et al 2002). Dromiciops gliroides habita en los bosque templados lluviosos del sur de Chile, desde Curicó hasta la Isla Grande de Chiloé y también partes adyacentes de Argentina (Muñoz-Pedreros et al. 2005). Finalmente, Rhyncholestes raphanarus vive también en el bosque lluvioso templado del sur de Chile y en la región argentina adyacente, pero sólo desde el Río Bueno hasta la Isla Grande de Chiloé (Patterson y Gallardo 1987). En la vertiente oriental de la cordillera de los Andes adyacente a la región centro-sur de Chile (Martin 2003) se ha registrado la presencia de los mismos géneros, Dromiciops, Ryncholestes y Thylamys (con las especies T. pallidior, T. pusillus), además de Lestodelphys halli (Didelphimorphia, Didelphidae), especie no representada en Chile.

ANTECEDENTES La literatura arqueológica chilena ha sido, por diversas razones, muy poco generosa con el registro de los restos de marsupiales presentes en los diversos sitios estudiados: su real inexistencia, las dificultades en la recuperación de los restos, su problemática identificación o su irrelevancia debido a una supuesta falta de relación con alguna actividad humana importante, han sido factores que explican, de alguna manera, esta ausencia. El análisis de los restos de marsupiales de cueva Quilmo refuerza la hipótesis de un ingreso por causas no relacionadas con los ocupantes humanos. Sin haber realizado una revisión exhaustiva de los textos publicados, podemos mencionar la presencia de restos de T. pallidior en Tulán 52 y Tulán 55, San Pedro de Atacama (Labarca 2005a), de restos de T. elegans en LV 046b, Los Vilos (Jackson y Méndez 2005), en La Batea 1 y La Paloma, cajón del Maipú (Simonetti y Saavedra 1994, Peralta y Salas 2004), en Las Chilcas 1 y 2, cordón de Chacabuco (Hermosilla y Saavedra 2000), en Alero Caserón 2, cajón del Pangal (Salas 2005 en Falabella et al. 2006) y de restos de D. gliroides en Marifilo 1, lago Calafquén (Velásquez y Adán 2004). Los restos de marsupiales son apenas identificados y someramente cuantificados. La unidad anatómica usada para la identificación de los marsupiales en la mayoría de los casos revisados es la mandíbula, concordante con lo señalado en las principales claves osteológicas utilizadas (Reise 1973, Pearson 1995). Los huesos postcraneales no son ni siquiera mencionados en los trabajos y probablemente tampoco recuperados.

MATERIALES Y MÉTODOS Entre los años 2004 y 2005 se realizaron sondeos de caracterización arqueológica en la cueva de Quilmo. El primero, de 1x1 m, se detuvo al aparecer un esqueleto humano a 68 cm de profundidad. Para rescatar completamente el esqueleto, el pozo fue ampliado a uno de 2x2 m, nivelando en los 80 cm de profundidad. Luego se siguió excavando, reduciendo el pozo a uno de 2x1 m hasta alcanzar 1,40 m, y luego a uno de 1x1 m hasta llegar a los 2,10 m. Se definieron cinco capas estratigráficas, caracterizadas por el tipo de matriz y los materiales culturales que aparecen asociados a ella (figura 1). El sondeo realizado muestra ocupaciones alfareras hasta los 60 cm y luego ocupaciones sin cerámica en los 150 cm siguientes. En los niveles alfareros, principalmente entre los 0 y 30 cm, hay indicios de ocupaciones posthispánicas, incluso subactuales (loza, huesos de vacunos, caprinos y porcinos). Entre los 60 y 90 cm aparece un esqueleto humano flectado. En toda la columna excavada aparecen abundantes restos de animales, con presencia tanto de invertebrados (moluscos, Diplodon chilensis y

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Chilina sp. y crustáceos, Samastacus spinifrons y Aegla sp.) como de vertebrados (mamíferos, aves y anfibios). Entre los restos de mamíferos hay roedores, marsupiales, carnívoros y artiodáctilos. Los restos más numerosos corresponden a roedores, particularmente en los niveles inferiores de la cueva (Quiroz y Martínez 2007).

Figura 1: Localización, planta perfil y estratigrafía sitio Quilmo 1.

Los restos del conjunto óseo de Quilmo se analizaron considerando la información biológica, tafonómica y cultural3 contenida en ellos (Becker 2004, Velásquez 2004, Quiroz y Martínez 2007). Fueron estudiados

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La información biológica se refiere a datos relacionados con la unidad anatómica, la taxa, el sexo y tramo de edad del animal al que pertenece el espécimen o fragmento estudiado. La tafonomía involucra el estudio de aquellas variables naturales o no‑culturales que afectan la composición del registro óseo (Lyman 1994). Se

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tanto individualmente como en su conjunto (Reitz y Wing 1999). Para la determinación anatómica y taxonómica de los restos de marsupiales se trabajó con muestras de referencia depositadas en el Museo Nacional de Historia Natural4 y con algunas guías osteológicas de apoyo, básicamente para los elementos craneales (Reise 1973, Pearson 1995). Se consideró espécimen zooarqueológico cualquier fragmento óseo o diente y elemento al hueso completo o un fragmento diagnóstico de ese hueso (Reitz y Wing 1999). Los zooarqueólogos utilizan tanto unidades observacionales o empíricas y unidades derivadas para representar los conjuntos óseos estudiados (Marean et al. 2001). En el estudio zooarqueológico general del sitio hemos utilizado el número de especímenes (NSP)5, el peso (BW) y el número de especímenes identificados (NISP) presentes en la muestra como unidades empíricas y el MNE6 (Número Mínimo de Elementos), el MNI7 (Número Mínimo de Individuos, es decir, el número más pequeño de ejemplares de una misma especie) y el MAU (Número Mínimo de Unidades Anatómicas) como unidades derivadas. Algunos autores consideran al NISP como unidad empírica (Lyman 1994) aunque para otros no es tan así pues el analista es el que decide que especímenes son identificables (Marean et al. 2001). El NISP corresponde, para nosotros y en este caso, al número de fragmentos de hueso o diente que pueden ser asignados a una unidad anatómica y a una unidad taxonómica más específica que Clase8 (Quiroz y Martínez 2007). En este trabajo, de carácter básicamente inicial, hemos usado solamente el NISP (no el NISPc) y el MNI (y, en consecuencia el MNE).

RESULTADOS El conjunto óseo rescatado se compone de cerca de 52.000 especímenes, de los cuáles unos 40.000 [77%] han sido identificados tanto anatómica como taxonómicamente. El resto, alrededor de 12.000 especímenes [23%] no pudo ser identificado anatómicamente y/o clasificado a un nivel más específico que Clase, pero un porcentaje importante de este conjunto corresponde también a huesos de micromamíferos (roedores y marsupiales).

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registró el estado de meteorización del conjunto óseo (Behrensmeyer 1978), la acción de raicillas, la acción de carnívoros (Binford 1981) y la acción de roedores (Lyman 1994). Las modificaciones culturales introducidas en el registro óseo es el tipo de información que permite reconstruir las pautas de manejo de la fauna por las poblaciones humanas y hemos considerado las siguientes: presencia de alteraciones térmicas (GiffordGonzález 1989), huellas de corte (Mengoni 1999) y existencia de artefactos (Salinas 2003). Se contó con tres ejemplares completos de T. elegans y uno de D. gliroides, más un cráneo de R. raphanarus para la identificación anatómica y taxonómica de los restos de marsupiales presentes en la muestra. El NSP (o NF, Número de Fragmentos) es el número de especímenes presentes en el conjunto óseo considerado (Grayson 1984). La estimación del MNE (Número Mínimo de Elementos) se basó en la presencia de determinados segmentos del elemento, dependiendo del tipo de unidad anatómica, en la mayoría de los casos articulaciones y en las vértebras los cuerpos vertebrales más completos. Para la estimación del MNI (Número Mínimo de Individuos), se consideraron las características estratigráficas con el fin de evitar sobredimensionar el número mínimo de individuos. Para su cálculo se seleccionaron las partes esqueletales más abundantes considerando la lateralidad en el caso de los huesos pareados. Hemos empleado en el estudio zooarqueológico de todo el conjunto óseo también un índice que denominamos %NISPc (porcentaje del NISP total corregido). Este índice se calcula de la siguiente manera: sean i = 1….n (i = 1-27), los niveles artificiales de excavación; si = superficie excavada por cada nivel i (s1-8 = 4, s9-14 = 2, s15-21 = 1); NISPi = número de especímenes identificados por cada nivel i. Entonces NISPci = 4*(NISPi /si) y %NISPci = (NISPci*100)/∑NISPci. La importancia de este índice es que corrige las diferencias debidas a la cantidad de superficie excavada en cada uno de los niveles, estimando el número de especímenes en aquellos sectores de la cuadrícula de 2x2 que no fueron excavados (Quiroz y Martínez 2007).

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Identificación De los 40.097 restos identificados, un 2,6% (1.068) corresponde a huesos de marsupiales (Quiroz y Martínez 2007). La especie de marsupial identificada osteológicamente es la llaca o Thylamys elegans, animal que se distribuye al sur del Desierto de Atacama, siendo el río Bío Bío el límite meridional de su actual distribución (Palma et al. 2002, Meynard et al 2002). Vive en matorrales de espinos y bosques. Tiene cola larga, hocico puntudo, largo y dientes filudos, ojos rodeados de una mancha oscura y su pelaje es sedoso, denso, gris en el dorso y muy claro en el vientre. Tiene hábitos nocturnos y sueño invernal. Es un insectívoro que come además polluelos y huevos de aves, pequeños mamíferos y frutas (Palma 1997).

Figura 2: Arriba, frecuencia de elementos en la muestra de restos de marsupiales; Abajo, número de especímenes identificados de marsupiales según niveles estratigráficos. Los elementos que hemos considerado para la identificación corresponden no sólo al cráneo y mandíbulas (Reise 1973, Pearson 1995) sino también a huesos postcraneales tales como húmero, ulna, radio, fémur, tibia, fíbula, innominado y epipúbico, siendo la mandíbula (27,1%), el húmero (26,2%) y el fémur (19,4%) los elementos más frecuentes (figura 2, arriba).

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Todos los elementos postcraneales considerados en la identificación de marsupiales se pueden discriminar fácilmente de los mismos elementos en roedores, sean sigmodontinos o caviomorfos, ya que su morfología es bastante diferente9 (ver figura 3). Posiblemente entre aquellos huesos que hemos adscrito a micromamíferos se encuentren también algunas vértebras, costillas, falanges y fragmentos de cráneo de marsupiales, que no hemos logrado asignar inequívocamente por el momento

Tafonomía Un porcentaje muy bajo de los huesos de marsupiales presentan huellas de combustión (1,5%), probablemente debido a la presencia de fogones realizados sobre el sedimento que incluía estos restos óseos. La observación de las fracturas, principalmente en las epífisis de los huesos largos y en las ramas ascendentes mandibulares permite indicar que son asimilables a las producidas durante su captura y posterior consumo, como ejemplar entero, realizada por un ave rapaz (Andrews 1990). Lo mismo puede señalarse de la ligera corrosión por ácidos digestivos que muestran algunos de los huesos de marsupiales (35% del conjunto óseo), principalmente los huesos largos (húmero, fémur y tibia). Se ha determinado, considerando los tipos de daños que muestran los restos óseos de marsupiales, que su predador fue la lechuza blanca, Tyto alba, cuyos restos también se encuentran entre los sedimentos de la cueva (Andrews 1990, Quiroz y Martínez 2007). Marsupiales Maxila Mandíbula Húmero Ulna Radio Innominado Epipúbico Fémur Tibia Fíbula Total

NISP A 8 39 50 6 0 5 0 31 11 2 152

%NISP A 5,3 25,7 32,9 3,9 0,0 3,3 0,0 20,4 7,2 1,3 14,2

NISP B 99 250 230 27 4 61 8 176 28 33 916

%NISP B 10,8 27,3 25,1 2,9 0,4 6,7 0,9 19,2 3,1 3,6 85,8

TOTAL 107 289 280 33 4 66 8 207 39 35 1068

% TOTAL 10,0 27,1 26,2 3,1 0,4 6,2 0,7 19,4 3,7 3,3 100,0

Tabla 1: NISP y %NISP según segmento estratigráfico y elemento.

Mandíbula Húmero Fémur Total

NISPder 22 27 15 64

B NISPizq 17 23 16 56

MNI 22 27 16 27

NISPder 129 105 83 317

A NISPizq 121 125 93 339

MNI 129 125 93 129

Tabla 2: MNI de marsupiales por segmento estratigráfico y elemento más frecuente.

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Estamos trabajando en la elaboración de un atlas osteológico que facilite la identificación de elementos post craneales de marsupiales y que permita compararlos con los mismos elementos en diversas especies de roedores.

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Distribución El millar de huesos de marsupiales están distribuidos a lo largo de toda la estratigrafía del sitio pero se concentran principalmente entre los niveles 14 y 18, con un poco más del 78% de todo el conjunto óseo. Si observamos el comportamiento de la curva en el gráfico (Figura 2, abajo) podemos identificar tres climax, x5=43, x12=41 y x16=375, aunque probablemente x12 corresponda más bien a un subclimax y pertenezca al segmento representado por x16. Podemos, entonces, dividir nuestro conjunto en dos segmentos: B1-10 (que corresponde a las Capas III, IV y V del sitio), con un 14,2% (NISP= 152) y A11-21 (Capas I y II) con un 85,8% (NISP= 916), de los restos de marsupiales identificados. Indudablemente los restos se encuentran concentrados en el segmento A de la estratigrafía, es decir, en sus niveles más profundos, en una relación 6:1 (916/152, tabla 1). Si usáramos el NISPc, el porcentaje de restos presentes en dicho segmento aumentaría considerablemente hasta llegar a una proporción de 23:1 (3576/158) respecto del segmento B.

Figura 3: Restos de marsupials en el Nivel 17, sitio Quilmo 1. Arriba izq., fémures; Derecha, húmeros; Abajo, mandíbulas.

Número Mínimo de Individuos Para determinar la cantidad de ejemplares de marsupiales presentes, utilizamos el criterio de lateralidad en los elementos más frecuentes, mandíbula, húmero y fémur (tabla 2), considerando que la totalidad de la muestra se presenta separada en los conjuntos A y B. De esta manera tenemos que en el segmento B hay restos de al menos 27 ejemplares (cantidad de húmeros derechos) de T. elegans y en el segmento A aparecen restos de al menos 129 ejemplares (cantidad de mandíbulas derechas). 79

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Por lo tanto, considerando estas divisiones, se registra la presencia de, al menos, 156 ejemplares de Thylamys elegans en la cueva de Quilmo. Si usáramos algunos criterios osteométricos o de edad probablemente podríamos distinguir una cantidad mayor de ejemplares en el conjunto, pero pensamos que esta cifra es una buena aproximación a la importancia que tiene la presencia de marsupiales en el conjunto óseo de la cueva de Quilmo.

CONCLUSIONES Es muy probable que en el caso del conjunto de restos de marsupiales presentes en la cueva de Quilmo, los hombres que la ocuparon nada tuvieron que ver con su acumulación (O’Connor 2000). Estas acumulaciones de microvertebrados, que corresponden a la matriz sedimentaria mezclada con especímenes óseos derivados de la degradación de fecas y egagrópilas (desechos digestivos de los rapaces), son muy evidentes principalmente entre los 140 y 180 cm. del pozo excavado en la cueva de Quilmo (Quiroz y Martínez 2007). El agente causante de la presencia de los restos de marsupiales, como de otras especies (tanto otros micromamíferos como también anfibios y aves), fue como ya lo hemos mencionado Tyto alba, una lechuza ampliamente distribuida por el mundo (Saavedra y Simonetti 1998). La comprensión del proceso de producción de desechos digestivos por parte de estas rapaces, así como su incidencia en el tiempo resulta fundamental para entender las acumulaciones de egagrópilas que se encuentran en cuevas y aleros. Estas aves realizan una elección de especies entre un conjunto disponible, que variará de acuerdo a su grado de especialización, así como de la vulnerabilidad relativa de las presas capturadas, las que pueden ser seleccionadas por ser más o menos del gusto del depredador, por que viven dentro de su área de dispersión, por que está dentro de un rango de tamaño preferido, o bien por que los patrones de actividad coinciden (Andrews y Nesbit 1983). Tanto Tyto alba como Thylamys elegans son animales de hábitos nocturnos, prefiriendo la llaca zonas de matorrales y evitando praderas abiertas (Palma 1997). La lechuza posee un plumaje altamente especializado para un vuelo sigiloso que le permite capturar sus presas con las garras. La llaca ha sido documentada como presa habitual de Tyto alba, junto a pequeños roedores, aves y batracios (Simonetti 1987, Simonetti y Saavedra 1994), tal como se demuestra en el conjunto faunístico de Quilmo 1 (Quiroz y Martínez 2007). Las lechuzas adultas tragan su presa completa, algunas veces decapitándola para luego tragar ambas partes (Andrews 1990). Este patrón de consumo se constata con nuestra muestra de marsupiales, por lo que encontramos escasos restos de cráneo, un grupo importante de fracturas a nivel de rama ascendente de mandíbula y solo fragmentos de maxilar. A diferencia de lo usual para micromamíferos, en que los cráneos son preservados prácticamente sin daños (Brain 1981), en el caso de los marsupiales, debido a que las paredes del cráneo son muy delgadas, son disueltos por los ácidos digestivos de la lechuza o bien se destruyen por procesos postdepositacionales, de modo que su presencia en el conjunto óseo es mínima. De la misma manera algunos elementos más pequeños, tales como falanges, vértebras y otros huesos, pueden disolverse en esta acción gástrica o bien desaparecer por otras causas, debido a particularidades del sitio, tales como la acidez del suelo y humedad, o a modificaciones derivadas de la misma excavación, recolección y estudio (Davis 1987). También es necesario señalar que el trabajo de harnero también puede representar una desviación importante al interpretar la muestra (Gordon 1993). Dependerá del tamaño de la malla, la habilidad de la persona que efectúa la observación y colecta, que se pueda perder un porcentaje de los huesos o fragmentos más pequeños. Berwick (1975), señala: “podemos pasar por alto los huesos pequeños al esforzarnos en extraer los huesos más grandes del cedazo o, dependiendo del ritmo de trabajo podemos no tomar el tiempo adecuado para recoger las partes más pequeñas”. Esta es una observación que no podemos pasar por alto. La variación en la proporción de restos en los segmentos A y B puede significar cambios ambientales que inciden en la disminución en la cantidad de restos de marsupiales en el sitio. Desafortunadamente no

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contamos con información paleoambiental local que podamos usar para interpretar en ese u otro sentido las diferencias observadas. Al ser inversamente proporcional la cantidad de restos de marsupiales a la cantidad de restos óseos propios de la acción humana (restos de macromamíferos), que aumentan notoriamente en los niveles más tardíos (Quiroz y Martínez 2007), podemos aventurar una explicación de esta diferencia debido a una presencia más continua y/o permanente de grupos humanos y por ende el retiro de las rapaces de las inmediaciones del sitio. Nos habría gustado comparar los registros de marsupiales en Quilmo con los de otros sitios del centro sur de Chile, pero desafortunadamente la única referencia corresponde a una mandíbula de Dromiciops gliroides encontrada en Marifilo 1 (Velásquez y Adán 2004). Este trabajo es, sin duda, una primera aproximación al estudio de los restos de marsupiales presentes en sitios arqueológicos, los que aunque no son causados por la acción humana permiten comprender mejor las interrelaciones entre el hombre y la fauna presente en un determinado territorio a través del tiempo.

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