LOS PROCESOS DE NORMATIVIZACIÓN DE LAS LENGUAS ROMÁNICAS ESPAÑOLAS

September 10, 2017 | Autor: Adolfo Fidalgo | Categoría: Romance Linguistics
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Descripción

LOS PROCESOS DE NORMATIVIZACIÓN DE LAS LENGUAS ROMÁNICAS ESPAÑOLAS

Adolfo Fidalgo Gordo [email protected] Centro Asociado de Barcelona

Tutor Académico

Dr. Rafael Rodríguez Marín

Línea de Trabajo de Fin de Grado El español en relación con las lenguas románicas

Grado en Lengua y Literatura Españolas Departamento de Lengua Española y Lingüística General Facultad de Filología

Ocuparon los vados del Jordán, cortándole el paso a Efraín. Y cuando los efraimitas fugitivos les pedían: «¡Dejadnos pasar!», los galaditas preguntaban: «¿Eres de Efraín?»; el otro respondía: «No», y ellos le mandaban: «Di "shibolet"». Él decía "sibolet", pues no sabía pronunciar correctamente; entonces lo agarraban y lo degollaban junto a los vados del Jordán. Jc 12, 5-6

RESUMEN En el presente trabajo se realiza una comparación de los procesos históricos de estandarización de las lenguas románicas de España en el cuadro general de la sociolingüística, si bien centrándonos solamente en una de las fases que suelen identificarse en dichos procesos: la codificación. Con este fin, se comienza estableciendo el marco de análisis de las lenguas en cuanto objetos sociales para estudiar después el papel que desempeñan las variedades estándar. Sobre esta base, finalmente, se realiza un recorrido histórico por las sucesivas fases de establecimiento de una normativa en aquellas variedades románicas españolas que han alcanzado un grado mínimo de constitución alrededor de un modelo de referencia. Veremos que, a semejanza del castellano, en el resto de lenguas la autoridad normativa también se ha atribuido a instituciones académicas encargadas de establecer explícitamente unos usos prescriptivos ortográficos, gramaticales y léxicos. Palabras clave Variedad lingüística, Estandarización lingüística, Codificación lingüística, Historia de la normativa lingüística, Lenguas románicas españolas

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TABLA DE CONTENIDOS INTRODUCCIÓN .............................................................................................................................. 3 I. LAS LENGUAS COMO PRODUCTO DE LA HISTORIA ....................................................................... 4 1. Entre lo individual y lo social: el lugar de las lenguas .................................................. 4 2. Variación lingüística ..................................................................................................... 4 3. Las lenguas constituidas: el estándar ............................................................................ 6 II. LAS LENGUAS EN SU USO SOCIAL ............................................................................................... 9 4. Sociolingüística ............................................................................................................. 9 5. Estandarización ........................................................................................................... 10 III. LA CODIFICACIÓN DE LAS LENGUAS ROMÁNICAS ESPAÑOLAS ................................................ 13 6. Precedentes históricos: la codificación antes de la Edad Moderna ............................. 13 7. Un referente: la codificación del castellano ................................................................ 15 8. La codificación del catalán.......................................................................................... 21 9. La codificación del gallego ......................................................................................... 25 10. La codificación del aranés ......................................................................................... 29 11. La codificación del aragonés ..................................................................................... 30 12. La codificación del asturiano .................................................................................... 31 BIBLIOGRAFÍA .............................................................................................................................. 34

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INTRODUCCIÓN La reivindicación moderna de las lenguas españolas distintas del castellano tiene su origen en el marco del sistema de valores surgido en Europa durante el Romanticismo. La lengua se concibe en esta época como la suprema creación espiritual de un pueblo, producto de una cultura ancestral que es, a su vez, también causa de su conformación histórica. Esta visión de las lenguas como elemento singularizador de las naciones está en la raíz tanto de la recuperación de sus antiguos monumentos literarios y su renovado cultivo artístico, como del interés por las hablas populares, a menudo relegadas a un papel social subalterno. Pronto, sin embargo, este proyecto de revitalización lingüística, que en el caso español apenas si se ciñó en un primer momento a los intereses de ciertas élites intelectuales, se entrecruza con el nuevo papel que desempeñan las lenguas en el desarrollo de las sociedades industriales. A caballo de los siglos XIX y XX se pasa en España de una sociedad rural, en que se yuxtaponían diversas comunidades casi lingüísticamente homogéneas y prácticamente iletradas, a otra con un fuerte componente urbano, resultado de un desplazamiento significativo de poblaciones y al menos en parte ya alfabetizada. Las lenguas, pues, dejan de ser para amplias capas de la población un instrumento comunicativo privado, en la práctica invisible por universal en el entorno cotidiano del individuo, y se convierten en elemento central de la organización de un espacio público que acaba deviniendo omnipresente. Así, la escuela, el ejército, las organizaciones obreras, las cooperativas agrarias, los gremios artesanos, los ateneos populares… son instrumentos de socialización antes desconocidos que se implantan en ambientes humanos heterogéneos donde conviven gentes con variedades lingüisticas diferentes. Como consecuencia de todo ello, las lenguas se problematizan. La práctica omnipresencia del castellano en las actividades colectivas y la postergación del resto de lenguas españolas al ámbito familiar ya no se percibe entre numerosos hablantes de estas como una manifestación del orden natural de las cosas, sino como una situación anómala que debe corregirse. Se multiplican así las iniciativas para conseguir extender los espacios de uso de estas lenguas y, en especial, para introducirse en los espacios comunicativos ligados al poder. De los movimientos estrictamente culturales desarrollados en siglo XIX, que apenas persiguen la construcción de una lengua literaria moderna, se pasa a principios del siglo XX a proyectos políticos que, fundamentalmente en Cataluña, el País Vasco y Galicia, tienen en la promoción social de estas lenguas minorizadas una de las claves de su actividad. La evolución de estos procesos de fomento lingüístico, con sus avances y retrocesos a lo largo del siglo pasado y los primeros años de este, ha dependido de cada lengua y de cada territorio. Es más, comunidades lingüísticas tradicionalmente consideradas hispanohablantes —como la aragonesa y la asturleonesa— o simplemente tenidas por residuales —como la aranesa— han impulsado en los últimos años actividades de promoción de sus variedades propias. Vemos, así, cómo la historia de las lenguas románicas de nuestro entorno se proyecta sobre el presente y continúa manteniendo un lugar preeminente en la agenda social.

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I. LAS LENGUAS COMO PRODUCTO DE LA HISTORIA 1. Entre lo individual y lo social: el lugar de las lenguas Hoy sabemos que el lenguaje es una facultad humana que se desarrolla cuando un sujeto se inserta a edades tempranas en el seno de una comunidad de hablantes. Entre otros acercamientos al lenguaje, es propio de la lingüística el intentar dar cuenta de sus manifestaciones: las lenguas. Ahora bien, cabe comenzar preguntándose qué lugar ocupan las lenguas, en tanto que objeto de estudio, entre el polo individual y el polo social en que se despliega el lenguaje. Desde su nacimiento como ciencia moderna con Ferdinand de Saussure, la lingüística ha intentado responder a esta cuestión analizando las lenguas desde tres perspectivas diferentes, aunque complementarias (Cuenca, 2003: 1): a) Como código comunicativo en una comunidad de hablantes (sistema social). b) Como conocimiento particular del código comunicativo que tiene cada hablante (sistema individual). c) Como conjunto de producciones de los hablantes al emplear el código comunicativo (actividad individual en un entorno social). Los tres grandes paradigmas lingüísticos del siglo XX, el estructuralismo, el generativismo y el cognitivismo, han abordado estas tres perspectivas incidiendo de manera diversa en cada una de ellas. Muy a grandes rasgos, el estructuralismo ha resaltado el carácter de sistema social, el generativismo ha resaltado el carácter de sistema individual y el cognitivismo ha interrelacionado las tres facetas. A los efectos de este trabajo, nos decantaremos por una metodología que privilegie la visión social de la lengua de raíz estructuralista, si bien tendremos en cuenta sus limitaciones cuando sea pertinente. 2. Variación lingüística En cuanto resultado histórico de la transmisión intergeneracional de un sistema de comunicación en una comunidad de hablantes, las lenguas no son homogéneas, sino que, por el contrario, presentan cierta variación. 2.1. Ejes de variación lingüística Para caracterizar la variación lingüística suelen contemplarse cuatro ejes (Bibiloni, 2004: 65-75): a) Variación diacrónica. Corresponde a la existencia de rasgos lingüísticos ligados a situaciones cronológicas diferentes. b) Variación diatópica. Corresponde a la existencia de rasgos lingüísticos ligados a situaciones geográficas diferentes.

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c) Variación diastrática. Corresponde a la existencia de rasgos lingüísticos ligados a situaciones sociológicas diferentes. d) Variación diafásica1. Corresponde a la existencia de rasgos lingüísticos ligados a situaciones comunicativas diferentes. En cada eje, la variación puede afectar a todos los elementos que componen los diferentes niveles lingüísticos (fonemas, morfemas, sintagmas…). Es más, cuanto mayor es el número de elementos que se analizan en una lengua, mayor es la diversidad que se constata y más gradual el modo en que se manifiesta. En este sentido, se pueden llegar a describir diferencias lingüísticas sumamente sutiles entre dos momentos muy cercanos en el tiempo, entre dos lugares muy próximos en el espacio, entre dos posiciones muy semejantes en el entramado social y entre dos situaciones comunicativas muy parecidas. 2.2. Variedades lingüísticas Más allá de cierto nivel de distinción se acaba perdiendo en la práctica la capacidad explicativa que cabe esperar de cualquier categorización (Viaplana, 2000: 43)2. Por esta razón, en los estudios sobre la variación se escoge un conjunto limitado de elementos que permitan definir patrones uniformes de comportamiento lingüístico que se consideren representativos. Estos patrones fijan un catálogo manejable de variedades lingüísticas. De acuerdo con los ejes de variación mencionados, se definen cuatro tipos de variedades3: a) Variedad diacrónica (cronolecto): haz de rasgos lingüísticos asociados a un momento determinado. b) Variedad diatópica (geolecto): haz de rasgos lingüísticos asociados a un lugar determinado. c) Variedad diastrática (sociolecto). haz de rasgos lingüísticos asociados a una posición en el entramado social determinada. d) Variedad diafásica (registro): haz de rasgos lingüísticos asociados a una situación comunicativa determinada. Siguiendo esta clasificación, el comportamiento lingüístico de cada hablante se enmarca en la confluencia de un cronolecto, un geolecto, un sociolecto y un registro. En terminología de Coseriu (1996: 32), esta concreción de variedades —a su vez, también una variedad— recibe el nombre de lengua funcional, y el conjunto de lenguas funcionales, que recubre la lengua en que se reconoce la globalidad de la comunidad de hablantes, el de lengua histórica. Con todo, se reconoce preferencia al par espacio-temporal sobre el par socio-situacional, dado que este se subordina a aquel en la definición de las posibilidades lingüísticas de un grupo humano (Moreno, 2009: 132-133). 1

Este eje no afecta a la lengua como sistema, sino como actividad.

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De hecho, en el límite, la unidad de variación es el hablante, cuya caracterización lingüística individual no solo es científicamente irrelevante, sino que lleva a abandonar el enfoque social de la lengua.

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Eludimos el término dialecto por la imprecisión de su significado en los estudios lingüísticos.

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2.3. ¿Existen las lenguas? Hemos mencionado cómo, a la hora de determinar las variedades lingüísticas, se impone la necesidad práctica de segmentar la variación prescindiendo de aquella que no se considere representativa. Sin embargo, trazar la divisoria entre lo representativo y lo no representativo supone forzosamente cierto grado de convención. Nos preguntamos, entonces, si pueden fijarse criterios lingüísticos que acoten al máximo la arbitrariedad de esta operación. En esta línea se plantean dos posibilidades, en principio, compatibles: adoptar criterios objetivos basados en alguna medida de la variación y adoptar criterios subjetivos basados en la percepción de los hablantes (García Mouton, 1999: 352-354). La realidad es que tanto unos como otros no siempre arrojan resultados claros (Bibiloni: 2004: 11-13). Es, pues, inevitable recurrir en alguna medida a criterios extralingüísticos para decantarse por una opción de segmentación concreta4. Las consecuencias de este razonamiento son trascendentes, puesto que pueden extenderse a cualquier escala de categorización. En efecto, hasta ahora hemos hablado de las lenguas asumiendo tácitamente que, más allá de las diferencias internas, son entidades unitarias y distinguibles unas de otras. Sin embargo, ahora vemos que esto no es así: del mismo modo que el catálogo de lenguas funcionales de una lengua histórica es hasta cierto punto convencional, también lo es el propio catálogo de lenguas históricas. En efecto: ¿cómo decidir cuándo dos lenguas funcionales pertenecen a una misma lengua histórica o a dos lenguas históricas diferentes? Mencionando tan solo el caso de la variación diatópica, la más estudiada, los estudios cualitativos y cuantitativos sobre la distancia lingüística entre geolectos proporcionan resultados que, en ocasiones, no coinciden con la percepción de los hablantes: geolectos lingüísticamente distantes se perciben parte de una misma lengua y geolectos lingüísticamente cercanos se perciben parte de lenguas diferentes (Kabatek y Pusch, 2009: 7-8). La clave que permite resolver esta aporía se encuentra en el calificativo de histórica que acompaña a la terminología de Coseriu y que, como hemos ido viendo, responde al carácter social de las lenguas, el cual las dota, a juicio de sus hablantes, de toda una serie de valores extralingüísticos con función demarcativa. Una lengua, pues, es un concepto que no se corresponde con una realidad del todo definible con criterios lingüísticos. Es, antes que nada, una noción cultural producto de la historia: el resultado de promover un determinado modelo lingüístico a una posición de referencia en un grupo humano. 3. Las lenguas constituidas: el estándar Es la existencia de una lengua de referencia la que crea la comunidad de hablantes, hasta el punto de que no se puede hablar realmente de lengua histórica sin que en algún momento se haya constituido alrededor de lo que se conoce como lengua estándar (Nadal, 2006: 29). Efectivamente, la vida colectiva en una sociedad mínimamente compleja no puede entenderse sin el presupuesto de que existe un sistema de comunicación compartido entre sus miembros más allá de la diversidad lingüística presente en el espacio político en que esta sociedad se organiza.

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A menudo, existe una covariación significativa entre grupos de elementos que, en la práctica, permiten identificar patrones lingüísticos representativos al precio de asumir zonas de transición más o menos amplias entre ellos.

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3.1. El estándar como definidor de lenguas Un modelo comúnmente aceptado no solo facilita los intercambios lingüísticos entre grupos con distintas lenguas funcionales, sino que genera un núcleo de identificación entre los individuos. En las lenguas constituidas, los hablantes se reconocen en el estándar como usuarios de esta lengua, independientemente del grado de diferenciación interna (Lamuela, 1994: 24-25, 37-40)5. Así, el estándar desempeña un doble papel en una comunidad de hablantes: por un lado, la cohesiona interiormente; por el otro, la contrasta exteriormente. Los individuos se reconocen en un estándar tanto en sincronía como en diacronía —haciendo suya la tradición cultural que se organiza retrospectivamente alrededor del estándar y que conforma la identidad colectiva propia— y no se reconocen en otro —al que atribuyen la conformación de una identidad colectiva ajena— (Tusón, 1984: 303-304). La formación de lenguas constituidas alrededor de un estándar responde a unas fuerzas históricas independientes de la uniformidad de la comunidad de hablantes que participa de este proceso: hay lenguas con muchas diferencias interiores y otras con muy pocas. Son las relaciones de poder entre grupos humanos los factores decisivos. 3.2. ¿Qué estándar promover? El estándar es una variedad más. Y aunque cualquiera de ellas, por definición, podría convertirse en referencia, razones extralingüísticas llevan a que este cometido le corresponda a la que elige el grupo humano que posee suficiente poder como para imponerla a toda la comunidad de hablantes. No hay que olvidar que el poder conlleva prestigio y el prestigio suscita emulación, atributo necesario para que el estándar se asuma. Así pues, si bien con importantes excepciones, es típico que la lengua funcional promovida a estándar en un determinado momento corresponda al cronolecto sincrónico del registro formal del sociolecto alto del geolecto propio del lugar donde ese grupo humano se asienta6. Con todo, una vez instituido, el estándar experimenta un proceso de elaboración continua que lo aleja de sus orígenes y le otorga vida autónoma. 3.3. Estándar y compactación del espacio lingüístico La promoción de un estándar supone la superposición al resto de lenguas funcionales. En este momento comienza un proceso diacrónico de aproximación entre estas y el estándar que reduce las distancias lingüísticas y contribuye a reforzar aún más la apreciación de lengua única entre la comunidad de hablantes. Este fenómeno de convergencia se observa, sobre todo, en la variación diatópica. En un primer instante, se produce en el sociolecto alto de todos los geolectos, si bien tiende tarde o temprano a extenderse hacia el sociolecto bajo, lo que puede culminar en una disolución total de los geolectos en el estándar (Bibiloni, 2004: 17, 65-75).

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Naturalmente, la constitución de una única lengua histórica tiene como límite que las lenguas funcionales que se subsumen alrededor de un estándar tengan cercanía estructural (Lamuela, 1994: 11-12).

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Puede asumirse, en primera aproximación, que la variación diastrática se reduce a los sociolectos alto, medio y bajo (Coseriu, 1986), y que la variación diafásica lo hace a los registros formal e informal (Briz, 1996).

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En un principio, el estándar nace como una lengua funcional con un único registro, adaptado a las necesidades comunicativas y simbólicas que viene a satisfacer, las propias de los usos públicos de la lengua. Sin embargo, su extensión en detrimento del resto de lenguas funcionales lleva también al desarrollo distinto de un registro formal y un registro informal configurados a partir de una selección de opciones tomadas entre las diversas posibilidades que el estándar ofrece. 3.4. Estándar y norma El estándar se identifica con el uso correcto de una lengua constituida. Naturalmente, se trata de una convención, puesto que todas las lenguas funcionales son igualmente válidas desde un punto de vista comunicativo. Ahora bien, la vida social necesita normas que proporcionen seguridad: también de comportamiento lingüístico. El estándar proporciona a los hablantes esta seguridad en la medida en que establece unas reglas de juego aceptadas por toda la comunidad de hablantes con las que se desvanece el temor de incurrir en usos lingüísticos de alguna manera estigmatizados.

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II. LAS LENGUAS EN SU USO SOCIAL 4. Sociolingüística Ya sabemos que las lenguas son instituciones sociales —con sus vertientes individual y colectiva—. Sin embargo, esto no significa únicamente que se trate de fenómenos que se manifiestan en los grupos humanos: a esta descripción trivial hay que añadir la correlación que se da entre factores lingüísticos y factores extralingüísticos. El estudio de la lengua en función de la sociedad en que se usa corresponde a la sociolingüística. Definida así, la sociolingüística incluye todos los análisis que relacionan de alguna manera la diversidad lingüística con su trasfondo sociológico (Gimeno, 1990: 228-230)7. 4.1. Lengua y sociedad Una lengua que no tuviera ninguna relación con la sociedad donde se emplea es inconcebible (Hudson, 2000: 16-18). En efecto, habría que suponer una sociedad aislada cuyos componentes no solo formaran una única comunidad de hablantes, sino que tuvieran todos la misma competencia lingüística. Este es el único modo en que no podrían encontrarse diferencias lingüísticas ligadas a algún rasgo socialmente contrastivo de sus miembros: no habría, pues, variación diatópica, ni diastrática, ni diacrónica8. También habría que excluir cualquier vínculo entre la situación comunicativa y la lengua, ya que lo contrario supondría conceder que las circunstancias sociales que envuelven el intercambio lingüístico tienen influencia sobre este: tampoco habría, por tanto, variación diafásica. Puesto que todo lo anterior contradice la experiencia, se ha de admitir que las lenguas van inextricablemente unidas a las sociedades en que se usan. En especial, debe aceptarse que existe una covariación entre variables lingüísticas —elementos lingüísticos susceptibles de variar— y variables sociales —características sociales susceptibles de variar—9. Estas variables sociales —sexo, edad, clase social, nivel educativo, etc.— determinan las variables lingüísticas dentro del sistema de una lengua (Hernández, 1993: 163). 4.2. Lengua e identidad: actitudes lingüísticas Las variables lingüísticas son imagen de las variables sociales: es decir, las posibilidades de realizacion de un elemento lingüístico vienen determinadas por el abanico de características sociales de los hablantes que los utilizan. En otras palabras, las variables lingüísticas son indicadores de hechos extralingüísticos. En concreto, los actos de habla proyectan facetas de la identidad de un hablante: de aquello que lo une y de aquello que lo separa respecto a los demás. Así, los individuos revelan parte de su identidad a través de su variedad lingüística o, en entornos multilingües, primeramente de la lengua que emplean (Moreno, 2009: 177-180). 7

Entendida en un sentido más amplio, la sociolingüística engloba intereses no solo lingüísticos, sino también sociológicos.

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No sería posible la variación diacrónica si tanto los jóvenes como los ancianos hablasen de la misma manera.

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Por variable social hay que entender aquella que refleja algún atributo del hablante que resulta pertinente en el entramado social en que se integra. En muchos de los centros de interés de la sociolingüística, se supone determinado el marco espacio-temporal.

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Y del mismo modo que la identidad de un individuo suscita una determinada actitud —favorable o desfavorable— en aquellos con quienes se relaciona, sus usos lingüísticos reciben por transferencia la actitud que corresponde a los hechos sociales que de aquellos se infieren. De hecho, las lenguas y sus variedades son valoradas según el prestigio del grupo humano que las usa. Por tanto, puesto que el prestigio suele atribuirse al poder, las actitudes más positivas van dirigidas hacia las lenguas y variedades habladas por los grupos de posición social predominante, mientras que las habladas por grupos socialmente marginados son estigmatizadas (Hudson, 2000: 207-213). 4.3. Sustitución y recuperación lingüísticas Las actitudes lingüísticas se manifiestan tanto hacia los usos lingüísticos ajenos como hacia los propios. Los hablantes saben que en su entorno social se prefieren unas formas de hablar a otras y, por tanto, eligen la que creen más adecuada en cada circunstancia dentro del margen de adaptación que les permite su competencia cultural. Es precisamente esta conciencia sociolingüística la que explica los procesos de sustitución de lenguas en comunidades multilingües. En las sociedades modernas, en efecto, cuando los hablantes de una lengua perciben que su empleo les obstaculiza el progreso social, tienden a emular el comportamiento lingüístico de los grupos de poder exoglósicos en ámbitos de uso cada vez más extensos. En el límite, este proceso de minorización conduce al abandono total de una lengua por parte de un grupo humano y a su sustitución por otra (Lamuela, 1994: 40-46)10. Con todo, la sustitución lingüística no es irreversible hasta que no se ha consumado.11 Si bien hay contextos más proclives a la sustitución —los ligados a la comunicación pública, en los que se manifiestan el prestigio y el estigma sociales—, hay otros que lo son menos —los ligados a la comunicación privada, en los que se manifiestan valores de índole emocional—: desde este núcleo de vitalidad es posible la recuperación de ámbitos de uso para una lengua minorizada. Siempre y cuando, claro está, se produzca un empoderamiento sobrevenido de grupos endoglósicos que promuevan esta lengua frente a la lengua de los grupos exoglósicos que hasta entonces eran polo de atracción (Lamuela, 1982: 13-15). En cualquier caso, en cuanto constituyente de la comunidad de hablantes, el éxito de un proceso de recuperación lingüística está vinculado a la existencia de un estándar (Segarra, 2000: 29-35). 5. Estandarización Llamamos estandarización al proceso que conduce al establecimiento de una lengua estándar bien definida y con plena difusión social (Bibiloni, 2004: 33-34). A grandes rasgos, la estandarización es un proceso secular que lleva primero a la existencia de una lengua literaria más o menos elitista y posteriormente a un estándar tal y como lo entendemos hoy. En las sociedades premodernas, la variedad referencial fue la lengua literaria, de carácter esencialmente escrito y controlada por minorías ilustradas. En contraste con aquella, la lengua estándar propia de las sociedades modernas se caracteriza por ocupar tanto los ámbitos escritos como orales y por estar a disposición de la amplia masa de la población. 10 Detrás de un proceso de minorización lingüística siempre hay algún tipo de coerción social, cuya naturaleza no entramos a analizar aquí. 11 E incluso así, como en el caso excepcional de la recuperación del hebreo.

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5.1. La estandarización en el marco de la planificación lingüística Surgida del cuerpo de conocimiento alcanzado por la sociolingüística como disciplina teórica nace la planificación lingüística, disciplina práctica que se ocupa de los procesos de intervención sobre la organización lingüística de la sociedad. A grandes rasgos, mientras que la sociolingüística se pregunta cómo son los vínculos entre lengua y sociedad, la planificación lingüística se pregunta cómo conseguir que estos vínculos sean de una manera determinada. Si las aportaciones de la sociolingüística aspiran a entender la realidad, las de la planificación lingüística aspiran a guiar su organización hacia una situación que se considera deseable (Bastardas, 2004: 187). Como contrapunto de la sustitución lingüística, la estandarización es una de las aplicaciones de la planificación lingüística en cuanto programa de intervención (Nahir, 1984)12. 5.2. Fases de la estandarización Se debe a Einar Haugen un modelo teórico de los procesos de estandarización que consta de cuatro fases (Amorós, 2008a: 22-24): a) Selección. Consiste en la elección de aquellas variedades de entre las que conforman la lengua que servirán de base sobre la que se construirá el estándar. Según los criterios seguidos en esta selección se tienen tres modelos de estandarización: • Modelo monocéntrico de estándar unitario: un estándar único se construye a partir de una única variedad. • Modelo policéntrico de estándar unitario: un estándar único se construye a partir de diversas variedades, habitualmente de diferentes geolectos. El resultado no es inicialmente la lengua funcional de ningún hablante, pero todos ellos deberían verse reconocidos en el estándar en mayor o menor medida. • Modelo policéntrico de estándares autónomos: diversos estándares relacionados se construyen a partir de diversas variedades, habitualmente de diferentes geolectos. b) Codificación. Consiste en la selección de las formas que se considerarán normativas. La codificación incluye tres tareas: • Establecimiento de las normas ortográficas13. • Establecimiento de las normas gramaticales (inventario de elementos morfológicos y sus combinaciones sintácticas). • Establecimiento de las normas léxicas (inventario de elementos léxicos y sus significados). 12 Cabe destacar la disparidad terminológica en este campo. Según el autor, conceptos como planificación lingüística, estandarización, etc., se emplean con significados solo parcialmente coincidentes (Amorós, 2008b: 13-16). 13 Actualmente, debido a la omnipresencia de los medios de comunicación audiovisuales, también las ortológicas. No obstante, debido a la desigual atención que ha merecido la codificación explícita de la ortología en las lenguas españolas, las consideraremos fuera del alcance de este trabajo.

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La codificación es una actividad de signo contrario a la variación, pues su objetivo es conseguir el mayor grado de unidad formal eliminando el polimorfismo redundante. Esta fase es una operación técnica cuyo resultado es un conjunto de obras normativas: una ortografía, una gramática y un diccionario.14 c) Implantación en la comunidad. Consiste en la enseñanza generalizada de la lengua normativa, fundamentalmente mediante el sistema escolar, y en su difusión a todos los contextos de comunicación formal.15 d) Elaboración funcional. Consiste en un desarrollo continuo de la acción codificadora que garantice la autonomía productiva del estándar. Actualiza los recursos expresivos de la lengua con el fin de hacerla apta en todos los ámbitos de uso: creación de terminologías especializadas, gestión de los neologismos, etc.

14 Una lengua codificada no es todavía una lengua estándar en el sentido en que la entendemos aquí. Es preciso que sea aceptada por la comunidad de hablantes, lo que presupone la extensión de su conocimiento y de su uso efectivo (Bibiloni, 2004: 38-39; Gimeno, 1990: 33). 15 Es aquí donde cobra importancia el empoderamiento de la comunidad de hablantes de la lengua minorizada del que hemos hablado.

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III. LA CODIFICACIÓN DE LAS LENGUAS ROMÁNICAS ESPAÑOLAS La codificación lingüística es una operación de intervención sobre la estructura de las lenguas que constituye el núcleo de los procesos de estandarización. Como resultado, se obtiene la lengua normativa, una variedad con las propiedades formales de unidad y estabilidad necesarias para facilitar la comunicación escrita y oral entre los miembros de una comunidad lingüística. No es esta, sin embargo, únicamente una operación de carácter técnico, sino una actividad de gran trascendencia en las sociedades modernas. De hecho, incluso en las comunidades de hablantes con lenguas plenamente estandarizadas son frecuentes las polémicas públicas sobre cuestiones normativas. A lo que cabe añadir el control institucional que a menudo se ejerce, directa o indirectamente, sobre los mecanismos de codificación (Segarra, 2000: III, 9-10). 6. Precedentes históricos: la codificación antes de la Edad Moderna Ya hemos visto que la estandarización es un proceso de largo aliento que solo en su forma moderna puede considerarse como resultado de un proceso deliberado de planificación lingüística. Esto no significa, sin embargo, que a lo largo de la historia no se haya intervenido conscientemente sobre las lenguas con fines análogos: en especial, codificándolas. 6.1. Del latín al romance El origen de las lenguas románicas se remonta al latín vulgar, una variedad lingüística latina diferente de la establecida por la tradición literaria y que conocemos como latín clásico. Pero ¿qué es exactamente el latín vulgar? Esta pregunta ha sido una de las más controvertidas de la lingüística románica durante más de un siglo. Se ha identificado el latín vulgar con el latín tardío, con el latín medieval, con el latín popular, etc. Todas estas respuestas han resultado insatisfactorias. Hoy se suelen entender el latín vulgar como la lengua hablada informal, con toda su diversidad interna, y el latín clásico como la estilización de esa lengua hablada que la tradición literaria constituyó en norma para la lengua escrita y para la lengua hablada formal: la lengua fuertemente codificada que se empleaba en el senado, el foro, etc. (Quetglas, 2007: 78-79). Como en cualquier otra lengua, la distancia entre norma y uso era inevitable, pero no insalvable. En efecto, en muchos textos latinos se observa cierta permeabilidad, deliberada o fortuita, a fenómenos lingüísticos no normativos. De hecho, esta permeabilidad ofrece indicios de la inevitable evolución que experimentó el latín vulgar, mientras que el latín clásico quedaba prácticamente fijado en el estado en que se encontraba en la edad de oro de la literatura latina. Ahora bien, definitivamente desaparecido el latín como lengua vernácula, los romances viven sus primeros tiempos en el mismo contexto de diglosia respecto al latín clásico en que vivía el latín vulgar, solo que ahora la relación lengua alta-lengua baja se produce entre variedades cuyo vínculo es, en la práctica, irreconocible16. Esta lejanía entre la referencia normativa y la lengua usual en la comunidad de hablantes condicionó decisivamente los futuros procesos de codificación romance (Cano, 2007: 81-87). 16 La lengua alta era generalmente el latín clásico, pero según el territorio y la época podía ser también el griego, el árabe o el eslavo.

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6.2. Ortografía La primera intervención sobre la estructura de las lenguas que se conoce es la escritura. Nacida en la Antigüedad como herramienta para registrar la experiencia más allá de la memoria, supone un salto cualitativo respecto a la oralidad en el momento en que comporta una convención, es decir, una ortografía. No se trata ya de perpetuar un mensaje, sino de difundirlo de la manera comunicativamente más eficaz. Por lo que respecta a las variedades iberorrománicas, cuando surge la incipiente necesidad de ponerlas por escrito, entre los siglos X y XII, se recurre al único modelo de representación gráfica de que disponían las minorías letradas: el de la ortografía latina17. En este primer momento, los testimonios escritos presentan una enorme disparidad de soluciones en el intento de amoldar a los sistemas fonológicos romances unos usos gráficos concebidos para representar el del latín clásico, mucho más simple (Ariza, 2005: 309-313). Más adelante, ya hacia el siglo XIII, sobre todo como fruto del trabajo de los scriptoria reales, se afianzan ciertas convenciones gráficas asociadas a cada variedad romance, muestra de una primitiva voluntad de uniformización interna. Son de especial importancia, por su posterior trascendencia en la historia de las lenguas españolas, los criterios implícitos de representación fijados, por una parte, para el castellano en el entorno de Alfonso el Sabio de Castilla y, por otra parte, para el catalán y el aragonés en el de Pedro el Ceremonioso de Aragón (Lleal, 1990: 199-257)18. 6.3. Gramática Solo tiene sentido hablar de la fijación gramatical implícita de los romances en el contexto de las diferentes tradiciones discursivas en que se plasman los scripta, bien como adaptación de los tipos textuales latinos, bien como desarrollo autónomo. Así, junto a prácticas escriturales jurídicoadministrativas, fuertemente latinizantes, las hay de carácter literario, más apegadas al genio románico (Metzeltin, 2004: 30). Es justamente en el ámbito de las series literarias donde surgen las primeras prescripciones gramaticales explícitas de las lenguas románicas: corresponden al ámbito occitano, y tienen como objetivo establecer las reglas lingüísticas de la creación lírica19. La amplia adopción del occitano como lengua poética fuera de su solar originario explica que la primera muestra de estas gramáticas se deba al catalán Raimon Vidal de Besalú, con sus Razos de trobar (ca. 1210), en cuya introducción se afirma que la obra pretende ser una guía práctica tanto para la producción como para la comprensión de la poesía trovadoresca. En las lenguas hispánicas, apenas si se puede mencionar en esta línea el Torsimany (último tercio del s. XIV), de Lluís d'Averçó, una preceptiva literaria en catalán, deudora de otras previas occitanas, que trata incidentalmente cuestiones gramaticales (Brea, 2007: 141-142).

17 Se dio una etapa en la evolución de los scripta entre el latín y las lenguas románicas en que, bajo una forma solo vagamente latina, en los escritos semicultos se traslucían unos romances cada vez más definidos. Sin embargo, en estos casos, la voluntad continuaba siendo la de escribir en latín. Esta evolución se precipita con la reforma carolingia y la consiguiente toma de conciencia de los romances frente al latín (De Bustos, 2005: 281-283). 18 El carácter unitario de la ortografía alfonsí es, sin embargo, discutido (Sánchez-Prieto, 2005: 423-448). 19 La moderna —y discutida— distinción entre descripción y prescripción no es trasladable al pasado. El fin de las antiguas gramáticas occitanas es la de reducir a reglas una variedad artificiosamente elaborada de esta lengua.

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6.4. Léxico De forma análoga al caso de la gramática, el léxico de los romances se fija implícitamente por decantación progresiva del uso en los scripta. En este sentido, en la órbita hispánica destaca notablemente el establecimiento de nomenclaturas especializadas en diversos campos por parte de los scriptoria alfonsíes del siglo XIII (Clavería, 2005: 492-495). Por otra parte, ya a partir del siglo XII florecen, en el dominio de las variedades francesas, primitivas obras lexicográficas que recogen listas de palabras en romance con diversos fines prácticos20. Estas recopilaciones no pretenden ningún tipo de exhaustividad, ni mucho menos ejemplaridad, sino aclarar vocablos que por algún motivo se consideran oscuros. Entrado ya el siglo XIV, y también en el ámbito francés, los glosarios latinos empleados desde tiempo atrás en la enseñanza de esta lengua evolucionan hacia verdaderos diccionarios bilingües latín-romance y romance-latín, precedentes de los diccionarios modernos tanto plurilingües como monolingües (Brea, 2007: 140-142). En nuestro entorno habrá que esperar más de un siglo, como veremos más adelante, para encontrar correlatos de estas obras francesas. Sin embargo, cabe hacer de nuevo mención del Torsimany, de Lluís d'Averçó, y también del Llibre de concordances (1371), de Jaume Marc: de estas poéticas forman parte rimarios que suponen una selección tácita del vocabulario catalán considerado literario. 7. Un referente: la codificación del castellano 7.1. Introducción La Edad Media llega a su fin en lo que hoy es España con tres lenguas literarias constituidas, el castellano, el aragonés y el catalán, todas ellas poseedoras de series textuales bien establecidas. Sin embargo, el vigor de cada una es muy distinto. La castellanización de la corte aragonesa, unida a la proximidad lingüística de castellano y aragonés, lleva a la regresión de esta última lengua hacia las zonas pirenaicas y a su desaparición de los usos formales ya a finales del siglo XV. El catalán, aunque en ese momento mantiene gran parte de los ámbitos públicos de utilización y una absoluta vitalidad como lengua cotidiana, también se encuentra afectado por la castellanización de los grupos de poder y se encara a una larga etapa de decadencia literaria (Metzeltin, 2004: 196, 203). La lengua pujante es, pues, el castellano. La conciencia de su importancia es patente no solo en cuanto medio de expresión de alta cultura, sino también como vehículo del pensamiento imperial. Es sobradamente conocido este fragmento del prólogo del aragonés Gonzalo García de Santa María a su obra Las vidas de los sanctos religiosos (1486-1491): E porque el real imperio que hoy tenemos es castellano, y los muy excellentes rey e reyna nuestros senyores han escogido como por asiento e silla de todos sus reynos el reyno de Castilla, deliberé de poner la obra presente en lengua castellana. Porque la fabla comúnmente, más que otras cosas, sigue al imperio21.

20 Son destacables los vocabularios bilingües francés-inglés e inglés-francés en el dominio anglonormando. 21 Apud Metzeltin (2007: 157).

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Esta estima de la propia lengua, a la vez causa y consecuencia de la dignificación de los vulgares frente al latín que propicia el Humanismo, favorece la aparición de propuestas, ahora ya explícitas, de fijación del castellano. Este proceso se inicia en las postrimerías del siglo XV con la obra de Antonio de Nebrija y cristaliza a principios del siglo XVIII, en 1713, con la fundación de la Real Academia Española (RAE), institución de patrocinio público cuyo propósito es la codificación del idioma en todos sus aspectos22. Desde entonces, la actividad normativa de la RAE se dirige a todos los componentes de la lengua: externos —ortográfico— e internos —gramatical y léxico—. Actualmente, como institución oficial, y dentro del marco internacional de la Asociación de Academias de la Lengua Española, proyecta sus prescripciones a toda la comunidad hispanohablante. 7.2. Ortografía Las directrices ortográficas alfonsíes encauzaron durante dos siglos, con mayor o menor variabilidad, los usos escritos. Sin embargo, la aparición de la imprenta, en el siglo XV, supone un nuevo impulso en el camino de fijar los hábitos de representación gráfica de la lengua: las fluctuaciones características del funcionamiento de los scriptoria medievales resultan inaceptables en los nuevos talleres tipográficos. Es, pues, alrededor de las necesidades prácticas de los impresores, y en el marco intelectual del Humanismo que hemos mencionado, donde surge la primera ortografía merecedora de este nombre: la que Antonio de Nebrija incluye en su Gramática sobre la lengua castellana (1492), y que luego publicará como obra exenta y revisada en 1517 con el título de Reglas de la orthographía en la lengua castellana (Martínez de Sousa, 1991: 42)23. La ortografía nebrisense se basa en el mismo principio fonemático que ya animó, siquiera intuitivamente, la antigua codificación alfonsí, y que se remonta a Quintiliano: la relación biunívoca grafema-fonema. Este principio fue también el invocado por los numerosos autores que, después de Nebrija, se ocuparon de cuestiones ortográficas durante el siglo XVI, y continúa imperando a comienzos del siglo XVII, época en que destacan la Ortografía castellana (1609), de Mateo Alemán, y, sobre todo, la radicalmente fonemática Ortografía kastellana nueva i perfeta (1630), de Gonzalo Correas (Esteve, 1982: 19-49). Opuesto al principio fonemático, que remite a la pronunciación de la lengua, se encuentra el etimológico, que lo hace a sus orígenes. A este principio se acogen diversos tratadistas que, sobre todo como reacción contra la obra de Correas, publican sus propuestas ortográficas a lo largo del siglo XVII. El etimologismo tiene en Juan de Robles y Gonzalo Bravo Grajera sus más ardientes defensores. Y junto a estos dos principios se reconoce un tercero: el horaciano uso recibido de los mejores escritores. A este apela Juan López de Velasco, cuya Ortographía y pronunciación castellana (1582) tuvo una gran influencia en su época al basarse en ella las cartillas escolares empleadas para la enseñanza de las primeras letras. 22 La Real Academia Española se funda en 1713. Se tomaron como modelo para su creación la Accademia della Crusca (1582) y, sobre todo, la Académie française (1635), cuyo objetivo de crear un instrumento político unificador alrededor de la lengua del grupo social dominante es manifiesto (Lliteras, 2006: 67). 23 De una poética anterior, el Arte de trovar (1433), de Enrique de Villena, en la que se trataban cuestiones ortográficas, solo ha llegado hasta nosotros un extracto (Esteve, 1982: 18).

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En suma, las disputas doctrinales entre eruditos hacen del período que va de mediados del siglo XVI hasta principios del siglo XVIII una época de anarquía ortográfica. Sin una norma de observancia general, la ortografía deviene cuestión de apreciación personal de cada escritor, maestro o impresor. A esto se unen los cambios fonéticos en marcha entre los siglos XVI y XVII, que dificultan cualquier intento de fijación ortográfica. La labor de la RAE en temas ortográficos comienza en los preliminares al primer volumen del Diccionario de autoridades (1726-1739): en el "Discurso proemial de la orthographía de la lengua castellana" se establecen los fundamentos de la ortografía académica, en los cuales se antepone el principio etimológico a los de pronunciación y uso. Ya en la Orthographía española de 1741, esta corporación cambia de criterio, determinando que la escritura debe regirse en primer lugar por la pronunciación, y en su defecto se considerará la etimología, siempre y cuando el uso constante no haya seleccionado una grafía distinta a la originaria: los tres principios se han de aplicar, pues, según una jerarquía de valor. En las nueve ediciones que hasta 1820 se publican de esta obra —a partir de la segunda, ya con el título Ortografía española—, el trabajo académico se encamina, aunque no sin vacilaciones, en la línea de corregir el etimologismo propugnado por el "Discurso…"24. Cabe indicar, sin embargo, que la aceptación de las normas académicas dista de ser general hasta mediados del siglo XIX. Si bien el patrocinio público de la RAE le confiere un prestigio del cual los eruditos particulares carecen, ningún sistema ortográfico logra aceptación general. Esta situación cambia a raíz de que, en 1843, una asociación de maestros, la Academia literaria i científica de Profesores de Instrucción Primaria de Madrid, se proponga adoptar en su magisterio un sistema ortográfico estrictamente fonemático. La iniciativa no es bien acogida en círculos oficiales, que solicitan la intervención de Isabel II, quien por Real Orden impone legalmente la ortografía académica en la enseñanza. La publicación subsiguiente del Prontuario de ortografía de la lengua castellana (1844) establece un antes y un después en el papel que desempeña la RAE en el establecimiento de las normas ortográficas: tras esta fecha no se puede hablar ya de ortografías alternativas a la académica, recogida y difundida en esta obra y sus sucesoras, sino de proyectos de reforma inviables de hecho fuera del marco sancionador de esa institución (Martínez Alcalde, 2010: 198-235). En efecto, durante la segunda mitad del siglo XIX, la autoridad ortográfica de la RAE, sin oposición real en Europa y con una oposición menguante en el resto del mundo hispanohablante, acaba deviniendo finalmente incuestionada25. La única excepción destacable a este acatamiento de la normativa ortográfica de la RAE es la llamada ortografía chilena, de carácter fonemático, basada en la obra de Andrés Bello. Propugnada desde la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile fue reconocida oficialmente entre 1844 y 1927 por el gobierno de aquel país (Esteve, 1982: 109-118)26.

24 Las pautas ortográficas recogida en el "Discurso…" tenían más de exposición pública de los criterios de redacción del propio Diccionario de autoridades que de normativa de alcance general. En cambio, la voluntad de la Orthographía ya es claramente prescriptiva (Rosenblat, 1951: LXIII). 25 Cuestión aparte son las heterografias idiosincrásicas de autores concretos. 26 La ortografía chilena ya languidecía a finales del siglo XIX cuando los llamados neógrafos, encabezados por Rodolfo Lenz, trajeron de nuevo al primer plano la cuestión ortográfica al proponer una reforma radical en la misma línea fonemática que Bello. El Decreto presidencial del 12 de octubre de 1927 acaba con la autonomía ortográfica chilena en los ámbitos públicos.

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Con todo, merece la pena reseñar que el indiscutido ascendiente de la RAE en el último siglo no ha redundado en una mayor disposición por parte de esta institución a profundizar en su propia doctrina ortográfica, que propugna la primacía del principio fonemático (Martínez de Sousa, 1991: 2-7). Esta inflexión conservadora comenzó en 1820, con la publicación de la 9.ª edición de la Ortografía española, y se extiende hasta el momento presente, con la publicación de la última edición de la Ortografía (2010)27. En este período, las reformas ortográficas han sido sumamente parcas y apenas si han afectado a detalles del sistema. 7.3. Gramática La Edad Moderna llega precedida de una larga preocupación de los eruditos medievales por los modelos de excelencia idiomática (Lliteras, 2006: 59). Y es sobre este telón de fondo ideológico, de carácter netamente prescriptivo, donde se perfila la inaugural Gramática sobre la lengua castellana (1492), de Antonio de Nebrija28. En efecto, la tradición gramatical castellana nace con Nebrija y continúa hasta las puertas del presente atendiendo a un fin estrictamente normativo29. La herencia de la scientia recte loquendi recteque scribendi ex doctissimorum virorum usu atque auctoritate collecta de Quintiliano impregna el pensamiento humanístico, que concibe la gramática como un arte que somete a reglas un uso autorizado con el objetivo de que, por ignorancia de este sistema de preceptos, los hablantes no corrompan la lengua (Peñalver, 1992: 225). Ahora bien, ¿cuáles son las fuentes de ese uso autorizado? Podría pensarse que es el ideal lingüístico que desde la época de Alfonso el Sabio se atribuía al castellano de la corte, identificado en un principio con el habla de las gentes cultivadas de Toledo, el que se refleja en las primeras obras gramaticales30. Sin embargo, si nos fijamos en las gramáticas más importantes publicadas hasta el siglo XVIII, desde la ya mencionada de Nebrija hasta el Arte de la lengua española (1651), de Juan Villar, vemos que no es así. Es el uso de sus redactores, quienes tácitamente se constituyen a sí mismos en doctissimi viri, el que se somete a reglas según los paradigmas de la tradición gramatical latina (Lliteras, 2006: 59-66)31. Tampoco es el canon idiomático cortesano, desplazado ahora hacia el habla culta de Castilla la Vieja, el que sirve de referencia a las gramáticas del siglo XVIII. Así, se impone entre los ilustrados la idea de confeccionar una gramática basada en testimonios selectos de la lengua literaria, en línea con lo que para el léxico había representado el académico Diccionario de autoridades (1726-1739) (Méndez, 1999: 126-127).

27 A este giro conservador no fue ajeno en su momento cierto componente reactivo: los impulsores europeos y americanos de las reformas ortográficas durante el políticamente conflictivo siglo XIX español se significaron por su filiación ideológica liberal, contraria a la mayoritariamente tradicionalista de los miembros de la RAE (Quilis, 2008: 270). 28 Vide n. 19. 29 En la edición de 1931 de la Gramática de la RAE se afirma aún que "Gramática es el arte de hablar y escribir correctamente". 30 Puesto que la corte medieval castellana era itinerante, las razones en que se sustentaba el ideal lingüístico toledano no están del todo claras, si bien parecen tener más peso los factores léxicos que los gramaticales (Méndez, 1999: 18-19). 31 De hecho, subyace a todas las gramáticas castellanas de esta época el objetivo de servir de herramienta propedéutica para el estudio posterior de la lengua latina (Lozano, 2011: 403).

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Surge así, en el seno de la propia RAE, el proyecto de elaborar una norma gramatical autorizada. Y tras casi cuatro décadas de trabajos, esta corporación publica su Gramática de la lengua castellana (1771). Sin embargo, el cuerpo de doctrina de esta obra académica descansa, como ya sucedía en los siglos anteriores, más en la reflexión de sus redactores que en el uso autorizado, pues la nómina de autores citados es muy escasa (Méndez, 1999: 129)32. Rápidamente oficializada por una Real Cédula de Carlos III de 1780 que exige que “en todas las escuelas del Reino se enseñe a los niños su lengua nativa [sic] por la gramática que ha compuesto y publicado la Real Academia”33, se reedita numerosas veces a lo largo de siglo y medio aumentando progresivamente el número de ejemplos y acentuando con ello su naturaleza normativa fundamentada en la lengua literaria. Se llega así a la edición de 1931 de la Gramática de la lengua española, de la que ya puede afirmarse que es una verdadera gramática de autoridades: en ella se establece una codificación del castellano anclada en una bien definida base diafásica, diatópica y diastrática (la lengua escrita por los autores españoles considerados más eminentes), y en cierta medida pancrónica (autores de todas las épocas, aunque con claro predominio de los del siglo de oro) (Gómez, 2008: 50). Las disposiciones de esta gramática académica se han mantenido vigentes durante casi ocho décadas. No obstante, la acelerada evolución de la lingüística del siglo XX, así como la abertura a una política lingüística panhispánica, condujo a la RAE a plantear un nuevo texto construido sobre fundamentos teóricos renovados. Los materiales acumulados en este proyecto, explícitamente no normativos, se publicaron con el título de Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (1973), en la que cabe destacar la incorporación al canon de escritores contemporáneos y, sobre todo, hispanoamericanos, lo que supone el cambio de un paradigma de codificación eurocéntrico a otro policéntrico (Gómez, 2008: 51). La normativa actual es la recogida en la Nueva gramática de la lengua española (2009-2011), obra de nueva planta con vocación ya plenamente panhispánica. El enfoque de esta última gramática académica aúna la descripción del sistema lingüístico con la prescripción, entendida esta en cuanto señalamiento de los usos considerados cultos. Esta gramática académica va más allá, pues, de los usos estrictamente literarios y se abre, por ejemplo, al ámbito del periodismo (Real Academia Española, 2009: XLI-XLIV)34. 7.4. Léxico Los diccionarios bilingües tienen representantes castellanos ya al finalizar el siglo XV, con el Universal vocabulario en latín y en romance (1490), de Alfonso de Palencia, así como con el Diccionario latino-español [Lexicon hoc est dictionarium ex sermone latino in hispaniensem] (1492) y el Vocabulario español-latino [Dictionarium ex hispaniensi in latinum sermonem] (1494?), ambos de Antonio de Nebrija. El nebrisense Diccionario latino-español se convirtió en modelo de una larga serie de repertorios lexicográficos bilingües publicados en el siglo XVI (Lozano, 2011: 345-366).

32 Cabe mencionar que Benito de San Pedro había publicado ya en 1769 el Arte del Romance Castellano, donde recoge un centenar de citas ejemplificadoras de autores de la época áurea, constituyendo así la primera muestra de gramática de autoridades (Lliteras, 2006: 65). 33 Apud Méndez, 1999: 123. 34 Se trata, en palabras de la propia RAE, más que de una gramática de autoridades, de una gramática de referencia (Real Academia Española, 2009: XLII).

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En 1611 se publica el primer diccionario monolingüe de una lengua románica: el Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias. La intención manifestada por el autor es la de elaborar un diccionario de etimologías que enlace con la obra latina de san Isidoro de Sevilla. Ahora bien, Covarrubias carece de rigor metodológico, y su obra resulta una miscelánea desigual, en ocasiones más enciclopédica que lexicográfica. La lexicografía académica nace en España al mismo tiempo que la RAE. En su acta fundacional de 1713, antes incluso de contar con el patrocinio real, ya se afirma el propósito de confeccionar un diccionario que establezca un catálogo de formas lingüísticas ejemplares extraídas de los que se juzgan como buenos usos literarios. Este diccionario autorizado daría cuenta del lema de aquella corporación, "Limpia, fija y da esplendor": al no incluir las palabras consideradas espurias, la lengua quedaría "limpia", al incluir las palabras consideradas puras, la lengua quedaría "fijada", y al registrar su acervo léxico, a la lengua se le "daría esplendor" (Freixas, 2003: 52-54). El mismo año 1713 comienza el estudio de la planta del diccionario, y entre 1726 y 1739 se publica en seis volúmenes el llamado Diccionario de autoridades35. Sus fuentes lexicográficas se conocen: en cuanto al método, el Vocabolario degli accademici della Crusca y el Dictionnaire de l'Académie française; en cuanto al material, en castellano solo se disponía del Tesoro…, de Covarrubias, aunque se tienen en cuenta otros diccionarios, como los bilingües de Palencia y Nebrija. Los académicos enriquecen este legado, pero su más valiosa aportación es autorizar los hechos lingüísticos con citas de las más importantes obras de la historia literaria36. En esto se diferencia del diccionario publicado años antes la Académie française, la cual se había conformado con introducir ejemplos inventados por los propios académicos (Freixas, 2003: 82-88). En todo caso, la RAE no esconde que su modelo lingüístico es el de los grandes literatos del siglo de oro, después de los cuales se había iniciado, a su juicio, un proceso de corrupción. Se trataba de: […] fijar la lengua que […] se havia pulido y adornado en el transcurso de los tiempos, hasta llegar a su última perfección el siglo pasado37.

Más adelante en este siglo, y habida cuenta de las dificultades de revisión del Diccionario de autoridades, que se prolongan durante décadas sin apenas fruto, la RAE aborda la elaboración de una obra de manejo más ágil, despojada ahora de las citas de autoridad. Se trata del llamado Diccionario de la lengua castellana38, que desde su aparición en 1780 hasta hoy ha conocido 22 ediciones (a partir de 1925, con el título de Diccionario de la lengua española) (Martínez de Sousa, 1995: s. v. lexicografía española). En este sentido, el diccionario académico experimenta en estos dos siglos, aparte de las necesarias mejoras técnicas, un acrecentamiento continuo de vocablos y acepciones en respuesta a la evolución de la lengua y, sobre todo en las últimas décadas, a la nueva política académica panhispánica. Esta obra, que a diferencia de la ortografía y la gramática académicas no ha sido oficializada nunca, ha acabado siendo el diccionario de referencia del español normativo por consenso de las personas cultas (Gómez, 2008: 34). 35 Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua. 36 Además de obras jurídicas, historiográficas, científicas, devocionales, etc., si bien en mucha menor medida. 37 Diccionario de autoridades, I. "Historia de la Academia", p. XI. 38 En sucesivas ediciones hasta 1914, Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española, reducido a un tomo para su más fácil uso y Diccionario de la lengua castellana por la Real Academia Española.

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8. La codificación del catalán 8.1. Introducción Más allá de esporádicas iniciativas individuales, la necesidad de codificar la lengua catalana resurge, lejano ya el esplendor intelectual del medioevo, en el marco de la Renaixença. Este movimiento cultural, desarrollado durante la parte central del siglo XIX, intenta superar una larga etapa de diglosia del catalán respecto al castellano mediante la construcción de un modelo de lengua apto para la expresión de una literatura moderna. Tras diversos intentos fracasados, y con una ambición que trasciende la voluntad de construir una mera lengua literaria, la fijación normativa del idioma toma definitivamente cuerpo en 1907 con la fundación del Institut d’Estudis Catalans (IEC). Esta institución académica tiene encomendado oficialmente el estudio científico del catalán, y en especial su codificación, en un ámbito de actuación que abarca todo el dominio lingüístico. Hoy en día, la autoridad lingüística del IEC es asumida, directa o indirectamente, en todos los territorios de lengua catalana39. 8.2. Ortografía La ortografía del catalán medieval, de origen cancilleresco, era la más unificada de las ortografías románicas de su tiempo, lo que podría explicar la comodidad con la que los primeros impresores aún la manejan dos siglos después de ser establecida. A ello se une la admiración de las clases cultivadas de finales del siglo XV y del siglo XVI por los autores del entonces todavía reciente siglo de oro, cuyas obras devienen referentes de la lengua escrita tanto en el fondo como en la forma. Como resultado, se instaura un conservadurismo ortográfico generalizado que se mantiene hasta el siglo XVIII (Segarra, 1985a: 32-37). En este sentido, cabe mencionar el primer tratado ortográfico que se conoce, “De la ortografia en romans”. Debido a Antoni Font, aparece incluido en su Fons verborum (1637), un diccionario destinado a la enseñanza del latín. Aunque no tiene gran repercusión en su época, este opúsculo es testimonio de cómo la evolución de la lengua va dejando obsoletas las convenciones de representación medievales y de cuáles son los problemas a los que ya se han de enfrentar las gentes letradas del siglo XVII (Martí, 1998: 101-102). Las consecuencias de la Guerra de Sucesión precipitan la minorización del catalán a lo largo del siglo XVIII, no solo por lo que respecta a la alta cultura, cuyo proceso de castellanización ya venía de antiguo, sino también en el ámbito general de la lengua pública. Como reacción a esta situación se suceden las vindicaciones de la lengua catalana y proliferan los tratados sobre esta, si bien en gran parte son obra de autores poco competentes. En cualquier caso, estas propuestas tienen escasa difusión, por lo que la producción textual en catalán cierra el siglo en una situación de anarquía ortográfica, en la que los escritores mezclan grafías arcaicas, aunque genuinas, con grafías castellanizantes, reflejo estas últimas, sobre todo, de unos particularismos geolectales cada vez más acentuados como consecuencia de la pérdida de permeabilidad cultural entre los diversos territorios del dominio lingüístico (Badia, 2004: 517-538).

39 La Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL), institución estatutaria constituida en el año 2001, ejerce sus competencias normativas sobre el valenciano (denominación tradicional de la variedad del catalán hablada en el País Valenciano) a partir del principio de codificación policéntrica de estándares autónomos, sin cuestionar así la unidad de la lengua. Si bien no hay relación legal entre el IEC y la AVL, parte de los miembros de la AVL lo son también del IEC, y la obra normativa del IEC es, de facto, la base de la promulgada por la AVL.

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Cierto punto de inflexión lo constituyen las directrices ortográficas recogidas por Josep Pau Ballot en su Gramática de la llengua cathalana (1813). Estas directrices, basadas en el principio horaciano del uso recibido, toman como referente los escritos administrativos catalanes de los siglos XVI y XVII, que Ballot considera suficientemente cercanos a la lengua de su tiempo, a la vez que alejados de los hábitos caóticos de escritura que imperaban en aquellos días. Completadas y enmendadas por eruditos posteriores, las ideas ortográficas de Ballot devienen un referente para buena parte de los escritores de la primera Renaixença en Cataluña (Segarra, 1985a: 130-148)40. Aparte de las numerosas propuestas individuales, diversas instituciones culturales asumen en la segunda parte del siglo XIX la labor de establecer una ortografía. La iniciativa más destacada, por el prestigio de su promotora, corresponde a la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona. El fruto de sus trabajos fue la Ortografía de la lengua catalana (1884), de aire medievalizante, que fue fuertemente criticada tanto por los defensores de la línea ortográfica de Ballot, un tanto más moderna, como por quienes veían reflejada en esa obra un mero artefacto literario, muy distante de la lengua viva (Segarra, 1985a: 149-171). En 1891, en este entorno de posturas irreconciliables, se desarrolla una campaña de fijación ortográfica promovida por la revista L'Avenç en la que se ensayan diversas propuestas innovadoras. Si bien gozan de solo un relativo éxito en aquel momento, su importancia radica en que son retomadas años más tarde, en 1911, por el IEC como base para la elaboración de una ortografía oficial. En efecto, el ascendiente que tiene sobre este organismo Pompeu Fabra, uno de los inspiradores de la campaña de L'Avenç, hace de aquellas propuestas el germen de las Normes ortogràfiques (1913). Estas normas, revisadas, adoptan su forma definitiva en 1917, tal y como se recogen en el Diccionari ortogràfic (Segarra, 1985a: 259-337; 1985b: 9-20; 2000: IV, 31-33). En un primer momento solo destinada a los usos internos de la Diputación de Barcelona, impulsora de la creación del IEC, esta ortografía se extiende en pocos años, a pesar de cierta oposición inicial, a todos los ámbitos de la cultura escrita en el dominio lingüístico41. Tras un siglo de vigencia, con pequeños cambios, los sectores opuestos a las normas fabrianas son hoy residuales. 8.3. Gramática Más allá del precedente medieval que supone el Torsimany, de Lluís d'Averçó, los estudios gramaticales propiamente dichos sobre la lengua catalana no toman cuerpo hasta mediados del siglo XVIII. En este sentido, la primera gramática catalana conocida es la Grammàtica cathalana embellida ab dos ortografias (1743), de Josep Ullastre. Tanto esta obra como otras similares elaboradas después son de valor escaso y no logran difusión (Ferrando y Nicolás, 2011: 291-293). La Gramática de la llengua cathalana, de Josep Pau Ballot, supone un paso adelante tanto en la descripción como en la prescripción gramatical de la lengua. En efecto, publicada en 1813, representa el mejor esfuerzo de sistematización gramatical del catalán hasta ese momento, y deviene el principal referente para los escritores cultos de la Renaixença, así como para otras gramáticas publicadas durante el siglo XIX (Segarra, 1985b: 89, 147). 40 Los usos escritos en el resto del dominio lingüístico, especialmente en el País Valenciano, se mantienen en el siglo XIX más fieles a los hábitos gráficos medievales (Ferrando y Nicolás, 2011: 291). 41 Las Normes de Castelló (1932) recogen en lo fundamental las prescripciones ortográficas fabrianas, con algunas adaptaciones de detalle al valenciano. De hecho, en la base de la obra ortográfica de Fabra está la diasistematicidad: la capacidad de representar mediante una única solución gráfica las realizaciones fonéticas de los diferentes geolectos.

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La doctrina gramatical de Ballot se inserta en lo que se conoce como català acadèmic [catalán académico], un modelo de lengua literaria que se pretende unificada y que bucea en la tradición textual con el objetivo de alejarse de la lengua fuertemente castellanizada y dialectalizada empleada corrientemente en esa época42. Frente al catalán académico se encuentra el llamado català que ara es parla [catalán que ahora se habla], cuyos defensores, fundamentalmente autores de literatura popular, consideraban que había que tomar como modelo la lengua coloquial, aunque esta presentara vacilaciones formales, interferencias con el castellano o todo tipo de dialectalismos. De hecho, no veían la necesidad de un catalán unificado en todo el dominio lingüístico (Segarra, 1985b: 90-91). Vemos, pues, que el siglo XIX acaba con un referente gramatical artificioso, casi meramente literario, en coexistencia con un conjunto asistemático de soluciones reflejo del polimorfismo de la lengua hablada. La superación de esta situación se encuentra, como en el caso de la ortografía, en la obra Pompeu Fabra, quien abordó la tarea de elaborar una gramática normativa basada en el siguiente principio: considerar la lengua viva, pero teniendo en cuenta la fisonomía que habría tenido el catalán si no hubiera experimentado un proceso secular de minorización frente al castellano y, en su caso, el francés. En suma: ni la simple sanción del catalán hablado, ni el simple retorno a su forma arcaica. Inicialmente basada en usos del catalán central, la variedad con mayor número de hablantes, la doctrina gramatical fabriana evoluciona hacia la aceptación de las formas más extendidas en el resto de geolectos siempre que estuvieran ya documentadas en la lengua antigua (Segarra, 2000: IV, 34-38). En 1918, el IEC publica la Gramàtica catalana, firmada por Fabra, y si bien no le otorga explícitamente carácter institucional, así es considerada desde un inicio tanto por esta corporación como por todas las gentes de cultura (Segarra, 1998: 141-146). Esta gramática conoce siete ediciones hasta 1933, en las que se van incorporando sucesivas enmiendas, y es la base de la mayor parte de los estudios gramaticales posteriores publicados con voluntad prescriptiva43. Actualmente, el IEC está finalizando la preparación sobre fundamentos teóricos renovados de una nueva gramática normativa, esta vez explícitamente académica, la Gramàtica de la llengua catalana. 8.4. Léxico Hasta finales del siglo XVII, casi toda la lexicografía catalana está al servicio de la enseñanza del latín44. Así, superando ya los rudimentarios glosarios medievales, se encuentra el Liber elegantiarum (1489), de Joan Esteve, el primer diccionario bilingüe que merece este nombre. Su influencia fue escasa, sin embargo, y acabó viéndose completamente anulada por las numerosas adaptaciones al catalán hechas en el siglo XVI del Lexicon… de Nebrija (Martínez de Sousa, 1995: s. v. lexicografía catalana). 42 Dentro del catalán académico se distinguen dos corrientes: el de tradición moderna, seguidor de las propuestas de Ballot basadas la lengua de los siglos XVI y XVII, y el de tradición clásica, que mira hacia la época medieval. 43 La Gramàtica normativa valenciana (2006), de la AVL, se inspira en los trabajos que durante el siglo XX realizaron con voluntad normativa destacados gramáticos, sobre todo Carles Salvador, Enric Valor y Manuel Sanchis Guarner, en la línea de adecuar las ideas gramaticales de Fabra al valenciano, en especial por lo que respecta a la morfología. 44 Las únicas excepciones a esta supeditación lexicográfica al latín son el Vocabolari molt profitós per apendre lo catalan-alamany y lo alamany-catalan (1502), de Joan Rosembach, y el Dictionario castellano. Dictionaire françois. Dictionari catala (1642), de Pere Lacavalleria.

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Durante el siglo XVIII y principios del XIX, la ascendencia del latín se ve substituida por la del castellano. Se suceden, entonces, los diccionarios bilingües redactados con el objetivo explícito de enseñar el castellano a los catalanohablantes. Con todo, hay una obra que destaca del resto, el Diccionario valenciano-castellano (1764), de Carles Ros: a su labor divulgadora del castellano se une también la voluntad de que los valencianos conociesen mejor su lengua, lo que se manifiesta en un claro afán depurador del idioma de corte prescriptivo (Martí, 1998: 103-106). El primer diccionario catalán monolingüe elaborado con un mínimo rigor es el Diccionari de la llengua catalana ab la correspondència castellana y llatina (1839), de Pere Labèrnia. Ampliado años más tarde, en 1864, por una sociedad de literatos, se considera el diccionario por antonomasia de la Renaixença. A pesar de sus deficiencias técnicas, este diccionario no es superado ni como repertorio lexicográfico ni como tácita referencia normativa entre las gentes de letras durante todo el siglo XIX (Ferrando y Nicolás, 2011: 336-339). Al iniciarse el siglo XX, Antoni Maria Alcover lanza la iniciativa de confeccionar un diccionario exhaustivo que recoja el acervo léxico de la lengua catalana en todas las épocas y lugares. Finalmente titulado Diccionari català-valencià-balear45, su publicación en diez volúmenes se prolonga entre 1930 y 1962, culminada por sus colaboradores. Esta obra, tenida por uno de los hitos de la lexicografía románica, contiene todo el léxico literario y popular documentado, sin eludir dialectalismos, tecnicismos, fraseología, etc. (Alcover y Moll, 2006: IX-XXVIII). La obra normativa del IEC, tras la publicación de una ortografía y una gramática, se completa en el ámbito de la lexicografía con la publicación del Diccionari general de la llengua catalana (1932). Este diccionario es, como la gramática, también obra de Fabra, y también como en aquel caso, solo tácitamente le reconoce autoridad la institución. Nacido en un principio con carácter provisional, hasta que sea posible realizar un diccionario oficial más completo y documentado sobre la base de los materiales lexicográficos que acumula el IEC, acaba siendo por circunstancias históricas el diccionario de referencia del catalán moderno (Lamuela y Murgades, 1984: 68-73). Las sucesivas reediciones del Diccionari general de la llengua catalana a partir de 1954 y hasta 1986, bajo la responsabilidad explícita del IEC, están en la base del actual diccionario normativo, publicado como propio por esta institución académica: el Diccionari de la llengua catalana. La primera edición data de 1995 y ensancha notablemente el repertorio léxico contenido en el diccionario de Fabra tanto por lo que respecta a la inclusión de terminología contemporánea como por lo que concierne a la incorporación en pie de igualdad con los del catalán central de vocablos propios del resto de territorios catalanohablantes (Institut d'Estudis Catalans, 2007: XVIII-XX)46. La segunda edición del Diccionari de la llengua catalana, muy ampliada y técnicamente mejorada, sale a la luz en el 2007.

45 Antoni Maria Alcover, elegido en 1911 primer presidente de la Secció Filològica del IEC, tenía previsto titular esta obra Diccionari de la llengua catalana. Alejado de esta institución en 1918 por discrepancias sobre el camino que seguían los trabajos de normativización, cambió el título por el definitivo Diccionari català-valencià-balear (Segarra, 1998: 180-186). 46 Más allá del sesgo inicial de Fabra hacia las formas lingüísticas del catalán central, después en buena parte corregido, cabe decir que el conocimiento que se tenía de la variación geolectal en la época de redacción del Diccionari general de la llengua catalana era fragmentario y, en muchos casos, escasamente científico (Segarra, 2000: IV, 31-36).

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9. La codificación del gallego 9.1. Introducción Ya en la segunda mitad del siglo XII se encuentra formada en lo que hoy son Galicia y el norte de Portugal una lengua artística destinada a la expresión poética que se extiende más allá de su solar originario, en una situación en cierto modo análoga a la que se da en el dominio occitano por esa misma época. Esta variedad, aun siendo convencional, muestra, junto a muchos otros testimonios documentales, que por aquel entonces existe una esencial unidad entre las hablas gallegas y portuguesas, las cuales se engloban en lo que se ha dado en llamar romance galaicoportugués (Echenique y Sánchez, 2005: 435-441). Ahora bien, la separación política de los reinos de León y Portugal, a mediados del siglo XII, desencadena un progresivo distanciamiento de las variedades habladas a ambas márgenes del Miño, de manera que, a finales del siglo XV, ya se pueden considerar constituidos dos romances diferentes: el gallego y el portugués (Fradejas, 2010: 91, 97)47. Y también como consecuencia de la separación de ambos reinos, el futuro de estos romances es bien distinto. Así, el establecimiento en Portugal, a partir del siglo XIII, de una norma lingüística fundamentada en los usos cancillerescos, base de una scripta bien definida, no tiene un correlato en Galicia, donde no hay implantación de instituciones reales y la tradición literaria se extingue poco a poco. Lo más cercano en el caso gallego a la fijación de un modelo de lengua son las prácticas escriturales reconocibles en los documentos notariales, de un acusado polimorfismo (Lleal, 1990: 211-212). El gallego entra en la Edad Moderna, pues, con series textuales interrumpidas o de cada vez menor vitalidad, sin una lengua adecuadamente codificada y, sobre todo a partir del siglo XVI, en pleno proceso de minorización frente al castellano. Se encara a una larga etapa de decadencia como instrumento literario y, más en general, como lengua pública conocida como os séculos escuros [los siglos oscuros] (Metzeltin, 2004: 132). En efecto, estigmatizado como símbolo de atraso social, el gallego queda relegado casi de forma exclusiva al ámbito de la oralidad entre las clases populares, progresivamente castellanizado y fragmentado en variedades locales (Echenique y Sánchez, 2005: 452-458; Metzeltin, 2004: 132). Con el precedente ilustrado de, sobre todo, la obra vindicadora de Martín Sarmiento, esta situación de postración comienza a revertirse en la segunda mitad del siglo XIX durante el Rexurdimento, movimiento que aspira a superar la supeditación del gallego frente al castellano. Con este fin, sus impulsores se plantean inicialmente la elaboración de un modelo de lengua culta apropiado para la creación literaria moderna. Pero el desconocimiento en esta época tanto de una tradición escrita que sirva de referencia como de la realidad geolectal les impide alcanzar una lengua unificada aceptada comúnmente por los autores (Echenique y Sánchez, 2005: 458-464; Metzeltin, 2004: 133). A principios del siglo XX, el gallego ya presenta un incipiente uso como lengua oral formal y como lengua escrita no literaria. Unido a ello, el redescubrimiento de la antigua lírica galaicoportuguesa supone un impulso a la dignificación de la lengua, que cristaliza en 1906 con la creación de la Real Academia Galega (RAG). Esta institución académica, que asume como uno de sus objetivos fundacionales la codificación del gallego, tiene por entonces una actuación bastante limitada: abandonado tempranamente el proyecto de redacción de un diccionario normativo, se revela igualmente ineficaz a la hora de elaborar una gramática prescriptiva que contribuya a terminar con el caos imperante en el gallego escrito (Fernández y Monteagudo, 1995: 108-119). 47 En la aceptación o rechazo de esta premisa está la raíz de algunas de las disputas normativas que se tratan después.

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Desde 1983, la RAG tiene encomendado de modo oficial por la Junta de Galicia la codificación de la lengua gallega48, si bien su normativa no ha sido aceptada en todos los ámbitos gallegohablantes (Echenique y Sánchez, 2005: 471-479). 9.2. Ortografía Los primeros escritores del Rexurdimento, ignorantes no solo de la antigua lírica cancioneril, sino incluso de la escasa producción escrita de los siglos oscuros, abordan la tarea de representar la lengua a partir del único material lingüístico de que disponen: la fonología de su propio geolecto, la ortografía del castellano y, en menor medida, el conocimiento de la etimología de las palabras. Esto dio lugar a sistemas de grafías anárquicos que variaban según el autor y que recurrían de forma asistemática a apóstrofos, guiones y tildes para marcar fenómenos fonotácticos (Fernández y Monteagudo, 1995: 200-213). La decantación de usos debida a la cada vez más frecuente presencia de la lengua en escritos de todo tipo fue consolidando durante el primer tercio del siglo XX una serie de hábitos gráficos, si bien con fuertes vacilaciones. Así, el Seminario de Estudos Galegos, entidad cultural ligada a los círculos galleguistas de la época, publica en 1933 Algunhas normas pra a unificazón do idioma galego, trabajo que, retomando algunas iniciativas previas de sus miembros y sin pretensiones científicas rigurosas, sirvieron de pauta ortográfica a las publicaciones de la institución y hasta cierto punto a los cultivadores de la lengua. Este esfuerzo incipiente de codificación se vio truncado por la Guerra Civil (Fernández y Monteagudo, 1995: 119). Tras una etapa de silencio, las primeras publicaciones gallegas de posguerra, inicialmente en el exilio y ya en los años cincuenta en el interior, muestran una drástica simplificación respecto a los hábitos gráficos anteriores, sobre todo en cuanto a la desaparición de los apóstrofos y la reducción del empleo de guiones y tildes (Fernández y Monteagudo, 1995: 143). Estos usos editoriales49 son recogidos por la RAG en unas esquemáticas Normas ortográficas do idioma galego (1970). Dichas normas, muy incompletas, se ven superadas por las Bases prá unificación das normas lingüísticas do galego (1977), fruto de los trabajos realizados en el Instituto da Lingua Galega (ILG), centro de investigación lingüística de la Universidad de Santiago de Compostela, que involucran a buena parte del mundo cultural gallegohablante. Este proceso de normativización culmina en la publicación conjunta por la RAG y el ILG de las Normas ortográficas e morfolóxicas do idioma galego (1982), sancionadas oficialmente por la Junta de Galicia (Sánchez, 2010: 25-30). Las normas oficiales, aceptadas desde su promulgación por la gran mayoría de los usuarios de la lengua, son representativas de la orientación autonomista de la normativa gallega, cuyo presupuesto teórico es la independencia del gallego frente al portugués. Sin embargo, ciertos sectores minoritarios nacidos durante la segunda mitad de los años setenta se adscriben a la orientación reintegracionista, que considera el gallego perteneciente al tronco común de la lengua portuguesa (Echenique y Sánchez, 2005: 475-479)50. 48 Por lo que respecta al gallego fuera de Galicia (gallego exterior), la situación es dispar: en Castilla y León, la autoridad lingüística de la RAG es reconocida oficialmente; no así en Asturias, donde además se discute la filiación del eonaviego (Metzeltin, 2004: 134). 49 La llamada normativa Galaxia, por el nombre del grupo editorial que la adoptó como criterio de sus publicaciones. 50 La etiqueta común reintegracionismo, aunque metodológicamente útil, es sumamente reduccionista de la amplia variedad de tendencias que se dan en el seno de esta orientación, y que a grandes rasgos se podrían subagrupar en reintegracionismo de mínimos, reintegracionismo de máximos y lusismo, progresivamente más partidarios de aceptar sin más el estándar portugués para el gallego (Sánchez, 2010).

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Las normas de enfoque reintegracionista que se proponen como alternativas a la oficial tienen hoy un alcance marginal, sobre todo tras la publicación en el año 2003 de la 18.ª edición de las normas académicas, que incorporan algunas opciones defendidas por el reintegracionismo moderado51. 9.3. Gramática Las propuestas codificadoras de la gramática gallega han estado históricamente centradas en los aspectos morfológicos más que en los sintácticos. Esto se explica, sobre todo, por la íntima relación de la morfología con la fonología y, por tanto, con los aspectos ortográficos de la representación de la lengua, raíz de cualquier proceso de fijación y núcleo fundamental de las discrepancias normativas que hemos ido mencionando. En este sentido, se observa en los autores del Rexurdimento una gran variabilidad morfológica, resultado de una mezcla asistemática de soluciones geolectales o, simplemente, del empleo de la variedad diatópica de cada uno de ellos. La publicación de las primeras gramáticas gallegas, desde el pionero, aunque muy incompleto, Compendio de gramática gallega-castellana (1864), de Francisco Mirás, y, sobre todo, la posterior y más valiosa Gramática gallega (1868), de Juan Antonio Saco Arce, ni superan esta fase localista, ni logran difusión entre los escritores (Echenique y Sánchez, 2005: 475-479). La incipiente fijación ortográfica producida en las primeras décadas del siglo XX no supone un cambio en este campo, y las vacilaciones morfológicas generalizadas persisten hasta la Guerra Civil, añadiendo a las pluralidad de soluciones existentes otras nuevas con origen en el portugués o en la entonces recién redescubierta lengua medieval (Fernández y Monteagudo, 1995: 116-118). La más destacable gramática gallega de este período, la Gramática do idioma galego (1922, 1931), elaborada con intención prescriptiva por Manuel Lugrís, miembro del Seminario de Estudos Galegos, sobre la base de la obra de Saco Arce, tampoco tiene una repercusión real (Fernández, 2000: 121-196). Tras el hiato que supuso el conflicto bélico, se reconoce en las primeras publicaciones de posguerra, paralelamente al proceso de convergencia ortográfica del que ya hemos hablado, una clara tendencia a la fijación de soluciones morfológicas supradialectales integradas en un sistema coherente. Estas tendencias fueron recogidas por la RAG en unas Normas ortográficas e morfolóxicas do idioma galego (1971), que extienden al ámbito de la morfología las prescripciones ortográficas académicas del año anterior. Las Bases prá unificación das normas lingüísticas do galego y las posteriores Normas ortográficas e morfolóxicas do idioma galego, antes citadas, completan el proceso oficial de codificación morfológica (Sánchez, 2010: 25-30)52. Por lo que respecta a una codificación completa de la gramática gallega, el trabajo más influyente de la segunda mitad del siglo XX es la Gramática elemental del gallego común (1966, últ. ed. 1979), de Ricardo Carballo Calero. Esta obra, de intención prescriptiva, se sustenta sobre una base de testimonios literarios más que sobre la lengua viva, aún entonces poco estudiada (Alonso, 2002: 105-109). Superadas las propuestas ortográficas y morfológicas de Carballo Calero por las normas oficiales, y bien conocida ya la lengua hablada gracias a las investigaciones que han derivado en la publicación en los últimos años de diversas gramáticas descriptivas, la RAG y el ILG están finalizando la elaboración de una gramática normativa. 51 Se trata de las llamadas normas de la concordia. 52 Las discrepancias reintegracionistas se extienden, desde el campo ortográfico, también al morfológico y, por extensión, al gramatical por entero.

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9.4. Léxico El primer diccionario gallego que se compuso fue el bilingüe Diccionario gallego-castellano (1865), de Francisco Javier Rodríguez. Esta obra, deudora en parte de los repertorios léxicos dieciochescos de Martín Sarmiento, se convierte en planta de los diccionarios bilingües que le suceden durante el siglo XIX, todos ellos técnicamente muy deficientes y en el fondo concebidos desde el castellano, no desde el gallego (Martínez de Sousa, 1995: s. v. lexicografía gallega). De hecho, los autores del Rexurdimento, en su busca de un modelo de lengua literaria, ensayaban soluciones léxicas basándose fundamentalmente en la selección de los materiales que les parecían más expresivos de la lengua hablada en su entorno, sin discriminar localismos, vulgarismos, castellanismos, etc.: todo ello con independencia de cualquier referencia lexicográfica (Fernández y Monteagudo, 1995: 127-133). El reencuentro con la tradición, sobre todo la rica lírica medieval, mueve a los autores de finales del siglo XIX y principios del siglo XX a adoptar una postura purista, que mira hacia el pasado y desconfía del léxico que utiliza. Esto conduce a una depuración léxica diferencialista que huye de cualquier castellanismo, real o supuesto, y lo sustituye por términos genuinos o, si conviene, también por arcaísmos, lusismos o hipercasticismos (Fernández y Monteagudo, 1995: 133-140). En este contexto, la RAG emprende en 1913 la elaboración de un Diccionario gallego-castellano, de carácter más histórico que de uso, cuyos trabajos, sin embargo, quedan interrumpidos en 1928 (Martínez de Sousa, 1995: s. v. lexicografía gallega). Como en el caso ortográfico y gramatical, la interrupción que supone para el cultivo del gallego la Guerra Civil dio paso a un cambio de enfoque en los usos léxicos: poco a poco se impone una superación de los extremismos puristas en que se había caído en la etapa anterior y una renovación del vocabulario que da entrada a la terminología de la modernidad. Sin embargo, el primer diccionario gallego monolingüe, el Diccionario Xerais da lingua, realizado por la editorial que le da nombre, no vio la luz hasta 1986. Más adelante, ya en 1990, se publica el Diccionario da lingua galega, de la RAG y el ILG, solo tácitamente prescriptivo a pesar del marchamo oficial de las instituciones que lo promueven. Y finalmente, en 1997, aparece el Dicionario da Real Academia Galega, un diccionario de uso, pero con la indicación, por primera vez explícita, del léxico normativo (González González, 2008: 257-288)53. La última versión del diccionario de la RAG es del año 2012, y recoge el corpus del Vocabulario ortográfico da lingua galega (2004), un lemario ya normativizado por lo que respecta tanto a la selección léxica como a las prescripciones ortográficas y morfológicas del año 2003 (Real Academia Galega, 2012).

53 Desde el reintegracionismo se considera que el léxico recogido por el diccionario académico no está suficientemente depurado de hispanismos.

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10. La codificación del aranés 10.1. Introducción El aranés es la variedad hablada en Arán del gascón, uno de los grandes geolectos del occitano. Esta lengua, cuya expresión literaria es la primera en codificarse dentro de la Romania, ya en la segunda mitad del siglo XI, entra en una fase de declive como lengua culta a finales de la Edad Media y llega al siglo XIX en una situación de profunda diglosia frente a las lenguas oficiales con las que convive. El efímero renacimiento de las letras occitanas que supone por entonces el Felibritge no frena, sin embargo, un proceso de sustitución lingüística que, principalmente en Francia, ha reducido la vitalidad del occitano a un nivel que hace temer por su supervivencia (Echenique y Sánchez, 2005: 184-186). En Arán, no obstante, la situación legalmente protegida del occitano en las últimas décadas ha conducido a la creación de una entidad oficial codificadora de la variedad aranesa, el Institut d’Estudis Aranesi (IEA)54. Esta institución acepta el marco normativo general derivado de la Gramatica occitana segon los parlars lengadocians (1935), de Loís Alibèrt, y actualizado hoy en día por el Conselh de la Lenga Occitana (Generalidad de Cataluña: Ley 35/2010, de 1 de octubre, del occitano, aranés en Arán). 10.2. Ortografía Los textos más antiguos que se conservan en aranés son de carácter administrativo y no dejan entrever ningún modelo coherente de representación escrita de la lengua (Pojada, 2010: 19-24). Hay que esperar a principios del siglo XX, con la obra literaria y lingüística de Jusèp Condò, para encontrar una voluntad expresa de fijación gráfica. Condó empleaba una ortografía de raíz mistraliana, si bien sustituyendo la influencia francesa que caracterizaba la norma felibrenca por la catalana o, en menor medida, la castellana (Suïls, 2004: 69-87). Más adelante, los contados autores que cultivan el aranés con vocación literaria durante el siglo pasado heredan, en general, los hábitos gráficos de Condò, si bien menudean las soluciones idiosincrásicas, en cualquier caso alejadas de las cada vez más extendidas directrices alibertinas (Gargallo, 1999: 327-334). A principios de los años ochenta, con el objetivo de dotar a la lengua, recientemente oficializada, de una ortografía coherente dentro del diasistema occitano, una comisión lingüística nombrada por la Generalidad de Cataluña a instancia de los alcaldes de Arán redacta unas Normes ortografiques der aranés, sancionadas en 1982. A pesar de cierta resistencia inicial, estas normas, corregidas en 1999, han acabado imponiéndose entre la comunidad occitanohablante aranesa (Carrera, 2010: 1-12). 10.3. Gramática Con el precedente de algunos trabajos descriptivos, especialmente El parlar de la Vall d'Aran. Gramàtica, diccionari i estudis lexicals sobre el gascó (1990), de Joan Coromines, el año 2007 se publica la primera gramática del aranés con intención prescriptiva: la Gramatica aranesa, de Aitor Carrera. Esta gramática persigue, sin renunciar a los usos propios de Arán, la convergencia con el gascón y, en última instancia, con el occitano general (Taupiac, 2009: 468-471). 54 De hecho, el occitano —no especialmente en su variedad aranesa— es oficial en toda Cataluña junto al catalán y al castellano.

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10.4. Léxico Los primeros estudios de lexicografía aranesa los encontramos en el "Vocabulari aranès" de Jusèp Condò, publicado en 1915 dentro del Butlletí de dialectologia catalana del Institut d'Estudis Catalans. Con todo, los trabajos más importantes dedicados en este ámbito se deben a Joan Coromines, quien los compiló, junto a sus obras gramaticales, en el ya citado El parlar de la Vall d'Aran… Más allá de estos estudios descriptivos sobre el léxico de Aran, y de algunos diccionarios bilingües, no existe una obra normativa sobre el léxico aranés, como tampoco la hay para el occitano general. 11. La codificación del aragonés 11.1. Introducción El aragonés, cuya scripta medieval, plenamente constituida, se descompuso rápidamente debido a la castellanización de los grupos de poder ya a inicios de la Edad Moderna, comienza desde entonces un proceso continuo de regresión hacia las zonas montañosas del norte de Aragón que llega a las puertas del presente. Hasta mediados del siglo XX, apenas si se encuentran testimonios escritos de esta lengua fuera de algunas piezas de literatura de inspiración popular, en ocasiones como un mero recurso literario de índole pintoresca (Echenique y Sánchez, 2005: 159-167). Hoy, diversos grupos culturales aspiran, a partir de los núcleos de vitalidad que el aragonés mantiene en algunos valles pirenaicos y teniendo en cuenta la tradición antigua, a recuperar el uso de esta lengua. Para ello, se intenta crear una lengua de referencia que se superponga a las variedades aún vivas, sin necesariamente sustituirlas, con el fin de ofrecer un instrumento unificado para la creación literaria y, en general, para los usos propios de una lengua pública55. De entre las entidades con vocación codificadora que han surgido en las últimas décadas destacan el Consello d'a Fabla Aragonesa, a la que se debe la normativa empleada mayoritariamente en los primeros tiempos de recuperación del aragonés, y más recientemente la Academia de l'Aragonés, cuya normativa, que ha recabado un amplio consenso, se ha extendido con rapidez56. 11.2. Ortografía Los autores que escriben antes de las propuestas normativizadoras contemporáneas utilizan, ya del todo olvidados los hábitos gráficos medievales, la ortografía del castellano o bien recurren a soluciones propias más o menos regulares. En 1987 se publican las Normas gráficas de l'aragonés, conocidas como Normas gráficas de Uesca. Estas normas, inspiradas en las que el Consello d'a Fabla Aragonesa venía divulgando desde 1974, establecen una ortografía fonemática y no etimológica, y fueron criticadas por desdeñar los antiguos usos cancillerescos, deformando así la fisonomía escrita de la lengua reflejada en su tradición (Gargallo, 2006: 385). 55 Las propuestas de lengua unificada, aunque bien recibidas entre quienes han aprendido el aragonés como segunda lengua, han sido contestadas en las zonas tradicionalmente aragonesohablantes (Echenique y Sánchez, 2005: 169). 56 La Ley de lenguas de Aragón prevé la creación de una Academia de la Lengua Aragonesa como institución oficial sobre la que recaerá la autoridad lingüística del aragonés.

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Tras algunas iniciativas de modificación de las Normas gráficas de Uesca que no alcanzan demasiada difusión, la Academia de l'Aragonés publica en el 2010 su Propuesta Ortografica de l'Academia de l'Aragonés. Esta propuesta normativa es más acorde con la etimología y con los hábitos gráficos de la lengua antigua. 11.3. Gramática Dejando de lado diversos estudios elaborados en el último siglo sobre fenómenos gramaticales concretos de sus distintas variedades locales, hay que esperar al año 1977 para ver publicada la primera gramática completa del aragonés, la Gramática de la lengua aragonesa, de Francho Nagore. En las sucesivas ediciones, hasta llegar a la de 1989, muy ampliada, se conforma una pauta para la normativización gramatical, aunque más morfológica que sintáctica, de esta lengua (Gargallo, 2006: 384). 11.4. Léxico La primera obra lexicográfica que se conoce sobre el aragonés, considerado independiente del castellano57, es el Ensayo de un diccionario aragonés-castellano (1836), de Mariano Peralta, si bien se trata de una obra de escasa relevancia. Más importante es el Diccionario de voces aragonesas (1859, 1908), de Jerónimo Borao, que ha sido modelo de otros muchos vocabularios posteriores, todos ellos muy parciales (Metzeltin, 2004: 204). Un punto de inflexión lo marca el Diccionario aragonés. Aragonés-castellano y castellanoaragonés (1977, 1992), de Rafael Andolz. Diccionario bilingüe, no tiene vocación prescriptiva, pero la abundante cantidad de material léxico que recoge la convierte en una obra de referencia a falta de un diccionario normativo (Gargallo, 2006: 383). 12. La codificación del asturiano58 12.1. Introducción El asturiano consigue en la Edad Media un alto grado de textualización en el campo jurídico y administrativo59. Esta scripta, bastante homogénea, se ve interrumpida en el siglo XIV debido a un temprano proceso de castellanización. Relegada casi exclusivamente a la oralidad durante siglos, la vitalidad cotidiana del asturiano se ha mantenido hasta la actualidad, aunque en un plano de diglosia frente al castellano que hoy apenas si comienza a revertir (Cano, 1999: 107-111; González i Planas, 2002: 22; Metzeltin, 2004: 89).

57 Los primeros intentos de lexicografía aragonesa que se conocen, del siglo XVIII, están orientados a enriquecer el diccionario de la RAE, el cual considera las palabras aragonesas que incorpora como parte del acervo del castellano hablado en Aragón. 58 Dentro del diasistema asturleonés, las variedades habladas dentro del territorio administrativo de Asturias se conocen con el glotónimo general de asturiano y las variedades habladas dentro del territorio administrativo de Castilla y León se conocen con el glotónimo general de leonés. No existe ninguna iniciativa significativa de codificación específica del leonés, cuyos cultivadores siguen hoy, en general, el marco normativo desarrollado para el asturiano, por lo que no lo trataremos aquí (García Gil, 2008: 30). 59 Se sabe también que el asturiano se empleó con finalidades literarias, aunque no se conservan testimonios originales.

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A pesar de todo, se reconoce cierta tradición literaria y erudita alrededor de esta lengua desde el siglo XVII. Así, por ejemplo, en la época ilustrada, Melchor Gaspar de Jovellanos plantea la creación de una Academia Asturiana de Buenas Letras que tendría que haberse encargado de la elaboración de una ortografía, de una gramática y de un diccionario. Ya en el siglo XIX y principios del siglo XX, el cultivo literario y el estudio científico del asturiano continúa con gran dinamismo. Prueba de ello es la fundación en 1919 de la Real Academia Asturiana de las Artes y las Letras, de existencia sin embargo efímera, entre cuyos fines explícitos estaba la normativización de la lengua. Sin embargo, este empuje decae tras la Guerra Civil, y se da incluso un incipiente proceso de sustitución lingüística del asturiano favorecido además por la cercanía con el castellano (Cano, 1999: 111-113; García Arias, 1987: 186-187). Hoy en día, gracias a un amplio movimiento social de reivindicación del asturiano, que ha conducido al reconocimiento legal de esta lengua, existe una entidad oficial codificadora, la Academia de la Llingua Asturiana (ALlA), fundada en 1981, que ha publicado una completa normativa ortográfica, gramatical y léxica (García Gil, 2008: 19). 12.2. Ortografía La discontinuidad de las series textuales producida a finales de la Edad Media explica que los textos asturianos escritos hasta bien entrado el siglo XIX se caractericen por la heterogeneidad de soluciones gráficas. La publicación de la Colección de poesías en dialecto asturiano (1839), de José Caveda y Nava, el primer libro impreso en asturiano, establece un modelo ortográfico de facto, basado en las convenciones del castellano, que llega hasta la etapa normativizadora que comienza en los años setenta del siglo XX (García Gil, 2008: 17). Cabe mencionar algunos apuntes lingüísticos de Fermín Canella referidos a temas ortográficos que fueron publicados en Cuadernos asturianos (Cartafueyos d'Asturies) (1886), si bien son de escaso valor y no tuvieron influencia real entre los escritores (García Arias, 2002: 16-17). En 1978, la organización cultural Conceyu Bable propone unas normas ortográficas que son un precedente de la primera obra codificadora de la ALlA tras su constitución: las Normes ortográfiques y entamos normativos (1981). Esta ortografía académica, rápidamente aceptada por la sociedad asturiana, fue reformada y completada en sucesivas ediciones hasta llegar a la actualmente vigente, publicada con el título de Normes ortográfiques (2005). Se trata de una ortografía basada en el principio fonemático que toma como referencia la fonología del asturiano central, el de más tradición escrita y peso demográfico. No obstante, ofrece alternativas para la representación gráfica del resto de variedades (Cano, 1999: 113-116; González i Planas, 2002: 27-28). 12.3. Gramática La primera gramática del asturiano se debe a Juan Jurquera Huergo, quien escribió una Gramática asturiana ([1869], 1990), de clara intención normativa, que no llega a ver la luz en su época. Posteriores son las notas, gramaticales en este caso, que contienen los ya mencionados Cuadernos asturianos…, de Fermín Canella (García Arias, 1987: 185). Alrededor de Conceyu Bable se gesta la primera gramática moderna del asturiano, la Gramática bable (1975), de Ana María Cano et al. Y ya en 1998, la ALlA publica la Gramática de la llingua asturiana, cuya edición vigente aparece en el 2001. Esta gramática prescribe usos morfológicos basados en los del asturiano central, por los motivos ya reseñados, si bien acepta como normativas las construcciones sintácticas de todas las variedades (González-Quevedo, 2006: 368).

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12.4. Léxico Del proyecto malogrado de Jovellanos se conserva una instrucción detallada del plan para confeccionar un diccionario, así como algunos ensayos de ejecución realizados por su colaborador Carlos González de Posada. El primer diccionario asturiano se debe, igual que en el caso de la gramática, a Jurquera Huergo. Sin embargo, esta obra, elaborada alrededor de 1850, como también le sucedió a su Gramática asturiana, restó inédita. Durante la siguientes décadas se suceden diversos intentos de inventariar el léxico asturiano, también fracasados o, en cualquier caso, de muy escaso rigor, como la primera obra lexicográfica publicada: el Vocabulario de las palabras y frases bables… (1891), de Apolinar de Rato. Finalmente, la ALlA publica su diccionario en el año 2000, el Diccionariu de la llingua asturiana, basado en los materiales lexicográficos recogidos desde su fundación. Se caracteriza por aceptar como normativo todo el léxico asturiano documentado, sea cual sea la variedad de origen (García Gil, 2008: 17).

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