Los primeros obispos de valencia. QUADERNS DE DIFUSIÓ ARQUEOLÒGICA 11 AJUNTAMENT DE VALÈNCIA

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QUADERNS DE DIFUSIÓ ARQUEOLÒGICA 11

AJUNTAMENT DE VALÈNCIA REGIDORIA DE DELEGACIÓN DECULTURA CULTURA

LOS PRIMEROS OBISPOS DE VALENCIA Quaderns de Difusió Arqueològica 11 Textos: Albert Ribera i Lacomba, Miquel Rosselló Mesquida Infografía: Arquitectura Virtual Documentación infográfica: Isabel Escrivà Chover, Albert Ribera i Lacomba, Miquel Rosselló Mesquida Fotos: Francisco Alcántara, Museo de Bellas Artes de Valencia, Museo de Prehistoria de la Diputación de Valencia, Museu d’Historia de la Ciutat de Barcelona, Sección de Investigación Arqueológica Municipal (SIAM), IVCR CulturArts. Colaboradores: Vicent Añó García, Margarita Belinchón García, Mercedes Gonzalez Civera, Josep V. Lerma Alegría, Jorge Morín de Pablos, Pepa Pascual Pacheco, Ajuntament de Riba-roja de Túria, Levante-EMV. Para intercambios dirigirse a: Sección de Investigación Arqueológica Municipal (SIAM) C/ Traginers s/n 46014 Valencia [email protected] © De esta edición: Ajuntament de València © De los textos: sus autores Edita: Ajuntament de València Colección: QUADERNS DE DIFUIÓ ARQUEOLÒGICA Impresión: Gráficas Papallona, s. coop. v. Depósito Legal: V-1349-2014

Albert Ribera i Lacomba Miquel Rosselló Mesquida

LOS PRIMEROS OBISPOS DE VALENCIA

VALENCIA, 2014

Amb esta obra, que acompanya una exposició al Centre Arqueològic de l’Almoina,

la Delegació de Cultura de l’Ajuntament de València vol rendir homenatge a unes figures històriques de la nostra ciutat que foren de gran importància en la seua època però que injustament havien sigut molt oblidades en l’actualitat: els primers bisbes de l’antiga Valentia. Precisament, algunes de les principals troballes arqueològiques de les últimes dècades a València, les de l’Almoina i la Presó de Sant Vicent, estan molt relacionades amb estos prelats, que foren els constructors d’alguns dels edificis que encara es conserven i es visiten a diverses instal·lacions municipals adequades expressament per a eixe propòsit. Al costat de les figures dels grans bisbes del segle VI, Justinià i Eutropi, també emergix la del sant patró de València, sant Vicent Màrtir, al qual se li dedicaren diversos edificis que es construïren, com el seu mausoleu i una memòria martirial. Esta exposició sobre els primers episcopos valencians compta amb el valor afegit de tindre lloc dins d’un dels principals i sòlids edificis construïts per estos bisbes, el baptisteri, que es conserva entre el Centre Arqueològic de l’Almoina i la planta baixa de la finca del Punt de Ganxo. Amb esta aproximació a un període brillant de la nostra ciutat, però molt poc conegut, contribuïm a recuperar la memòria d’estos personatges i de la seua època, alhora que posem en valor els magnífics monuments que realitzaren.

María Irene Beneyto Tinent d’alcalde delegada de Cultura 4

Con esta obra, que acompaña a una exposición en el Centro Arqueológico de

l’Almoina, la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Valencia quiere rendir homenaje a unas figuras históricas de nuestra ciudad que fueron muy importantes en su época pero que injustamente habían sido muy olvidadas en la actualidad: los primeros obispos de la antigua Valentia. Precisamente, algunos de los principales hallazgos arqueológicos de las últimas décadas en Valencia, los de l’Almoina y la Cárcel de San Vicente, están muy relacionados con estos prelados, que fueron los constructores de varios de los edificios que aún ahora se conservan y se visitan en varias instalaciones municipales adecuadas expresamente a tal propósito. Junto a las figuras de los grandes obispos del siglo VI, Justiniano y Eutropio, también emerge la del santo patrón de Valencia, San Vicente Mártir, a quien le dedicaron varios de los edificios que se construyeron, como su mausoleo y una memoria martirial. Esta exposición sobre los primeros episcopos valencianos cuenta con el valor añadido de tener lugar dentro de uno de los principales y sólidos edificios construidos por estos obispos, el baptisterio, que se conserva entre el Centro Arqueológico de l’Almoina y la planta baja de la finca del “Punt de Ganxo”. Con esta aproximación a un periodo brillante de nuestra ciudad, pero muy poco conocido, contribuimos a recuperar la memoria de estos personajes y de su época, al mismo tiempo que ponemos en valor los magníficos monumentos que realizaron.

María Irene Beneyto Teniente de alcalde delegada de Cultura 5

Agradecimientos Queremos dejar constancia de nuestro agradecimiento a toda una serie de especialistas que han visitado los hallazgos del grupo episcopal de Valencia y que nos han aconsejado y ayudado desde hace muchos años en su estudio e interpretación: Achim Arbeiter (Göttingen), Julia Beltrán (Barcelona), Charles Bonnet (Ginebra), Raymond Brulet (Lovaina), Pau Figueras (Beer-Sheva), Cristina Godoy (Barcelona), Josep Mª Gurt (Barcelona), Marc Heijmans (Arles), Rafael Hidalgo (Sevilla), Vujadin Ivanisevic (Belgrado), Jorge Morín (Madrid), Lauro Olmo (Madrid), Philippe Pergola (Roma), Renato Perinetti (Aosta).

Introducción

Las primeras noticias sobre el cristianis-

mo de Valencia son las del martirio de San Vicente, personaje que alcanzó gran y temprana notoriedad en el orbe cristiano. La ciudad que acogía un evento de esta categoría era habitual que dispusiera de un entramado arquitectónico y litúrgico relacionado con el mártir. Hay que tener en cuenta que hasta finales del siglo IV el paganismo y el cristianismo convivieron hasta que Teodosio decretó la prohibición de los sacrificios de la antigua religión romana. En Valencia los primeros indicios materiales del culto cristiano remontarían a ese momento, fines del s. IV. Se concentran en la zona meridional del foro romano, en un espacio muy concreto de las excavaciones de l’Almoina que fue tempranamente sacralizado por la iglesia, según se deduce fácilmente por los peculiares y abundantes hallazgos plenamente cristianos que se acumulan en los alrededores del lugar que se ha identificado con la prisión donde el mártir padeció el suplicio. Un hallazgo clave para suponer su temprana conversión en un venerado espacio cristiano es el bol de vidrio con escenas bíblicas talladas, fabricado en Roma a fines del siglo IV. Es la pieza cristiana más antigua de Valencia y

Placa de mármol de Buixcarrò (Xàtiva). Siglo IV. Almoina.

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Bol de vidrio tallado con escenas cristianas fabricado en Roma a finales del siglo IV. Almoina. Foto: IVCR CulturArts.

debió tener una función litúrgica. El lugar del hallazgo fue el departamento identificado como la probable celda del mártir, lo que prueba que este espacio se habría cristianizado ya en el siglo IV. Se desconoce en que momento se instituyó el obispado de Valencia. Indirectamente se sabe de la existencia de cristianos, al menos desde el siglo IV con ocasión del martirio de san Vicente (304), aunque se ignora su grado de organización comunitaria. La posterior paz constantiniana (313) propiciaría el progresivo desarrollo de estas comunidades, dando pie a una organización más compleja que se traduciría, con el tiempo, en la presencia de un obispo encabezando a las mismas. 8

Lucerna, de inicios del siglo V, con motivos cristianos. Almoina.

Origen de la topografía cristiana de Valencia

El lugar del martirio de San Vicente sería el primer punto de la topografía cristiana en el interior de

la ciudad, al tratarse de un escenario vinculado directamente con la vida y pasión del mártir, espacios que quedaban inmersos en la memoria colectiva de la comunidad cristiana. El siglo V fue un periodo convulsivo que vio el fin del Imperio Romano de Occidente, la instalación de varios pueblos germánicos, en su mayoría ya cristianizados, y corroboró el triunfo de la nueva religión. A nivel urbano, fue normal utilizar los antiguos edificios romanos para el nuevo culto, habida cuenta el abandono de los templos paganos, cuya religión fue prohibida a fines del s. IV, y las necesidades de la creciente comunidad cristiana, que a partir de los últimos años del siglo IV saqueaba u ocupaba los aban9

Derrumbe de la destrucción de inicios del siglo V. Almoina.

donados edificios paganos. Para desalojar a los últimos seguidores de los cultos antiguos de los espacios públicos, en Valencia también pesaría mucho la existencia de un importante episodio martirial. A inicios del siglo V Valencia fue destruida, lo que era relativamente normal en este periodo. La zona del foro quedó cubierta por una potente capa de escombros. Esta fase destructiva quebraría una ciudad romana que sólo estaba empezando a ser cristiana. Este colapso de una urbe cristianizada en el fondo pero no en la forma, facilitaría la creación de un nuevo y distinto núcleo urbano. Al poco tiempo, aun en el siglo V, al sur del antiguo foro romano surgió un gran grupo episcopal, prueba del triunfo de la topografía cristiana. Sobre los escombros, alrededor del supuesto lugar del martirio de San Vicente, se ha encontrado el primer cementerio dentro de la ciudad, lo que contravenía la legislación, ya que los enterramientos se tenían que hacer fuera de la urbe. En esta época, alrededor de las tumbas de los santos (como en las catacumbas de Roma) y de los lugares de martirio empezaron a surgir cementerios e iglesias. Esta primera necrópolis es una prueba de la temprana cristianización de esta zona, ya que su presencia sólo se puede explicar en función de la atracción del lugar del martirio. 10

El obispo Justiniano

En ciudades mediterráneas próximas a Va-

lencia están constatados obispos al menos desde el siglo V, como es el caso de Cartagena, Barcelona, Tarragona y las Baleares. Cabe suponer que Valentia en las mismas fechas tendría mitrado, sin embargo, no será hasta la primera mitad de la centuria siguiente cuando contamos, a través de las fuentes escritas, con noticias seguras de la existencia de un obispo, Justiniano, al frente de la diócesis valentina. Estas noticias, por otra parte, coinciden cronológicamente con la constatación arqueológica del conjunto episcopal en el centro de la ciudad. A pesar de que Justiniano no fuera el primer obispo de nuestra diócesis, sí que podemos asegurar su papel fundamental en la configuración y definitivo impulso de la sede valentina. Justiniano ocupó la silla episcopal en la primera mitad del siglo VI. Conocemos algunos aspectos de su vida y prelacía gracias al De viris illustribus de Isidoro de Sevilla y a su epitafio, recogido en un códice del siglo VIII de la Biblioteca Nacional de París. Igualmente sabemos de la celebración, en el 546, de un concilio provincial en Valencia propiciado por el propio Justiniano. Isidoro informa de su pontificado en la ciudad de Valencia, de sus tres hermanos también obispos,

Tumba en el crucero del mausoleo de la Cárcel de San Vicente que, probablemente alberga el cuerpo del obispo Justiniano.

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y de su producción teológico-literaria. Su laude fúnebre alude a su elocuencia como orador, a sus provechosos escritos, a que fue abad o tuvo bajo su autoridad a monjes y fundó monasterios de monjas, a la actividad constructora que emprendió en la sede valentina y a la proverbial devoción que sentía por el mártir local, tanto es así que le instituyó heredero de sus bienes y erigió un mausoleo para sepultarse cerca de sus veneradas reliquias, en lo que ahora se conoce como Cripta Arqueológica de la Cárcel de San Vicente. La figura del obispo Justiniano, paradigma de los obispos de la época, debe entenderse dentro del contexto histórico del momento. Los obispos, desde la desintegración del Imperio de Occidente, se convirtieron en los representantes de los intereses de los grupos dirigentes y las comunidades urbanas, y en interlocutores frente a los nuevos poderes bárbaros, asumiendo las funciones evergéticas de las antiguas magistraturas municipales. Justiniano perteneció a una de las grandes familias sacerdotales que se distinguieron en Hispania entre la primera mitad del siglo VI y mediados del VII. Oriundo del nordeste peninsular, donde quedaron sus tres hermanos obispos, Justo de Urgel, Nebridio de Egara y Elpidio de Huesca, debió introducirse en la sede valentina como monje de algún monasterio vicentino del cual llegaría a ser abad, sino es que lo fundara él mismo. Desde este puesto privilegiado accedió a la cátedra sustentado en su rico patrimonio personal, poniéndolo a disposición de la misma y al culto del mártir Vicente, haciéndose con el control de las reliquias y del culto martirial que se habían constituido en palancas de poder y prestigio personal de los obispos.

La catedral y las excavaciones de l’Almoina. El espacio entre ambas, la plaza de l’Almoina, estuvo ocupado por la catedral visigoda.

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Nuestro personaje, miembro de la élite eclesiástica y procedente de la antigua aristocracia fundiaria hispanorromana, debió contar con una dilatada hacienda con la que beneficiaría, mediante restauraciones, nuevas construcciones y fundaciones monásticas a la sede episcopal, tal como se desprende de su epitafio y viene demostrando la investigación arqueológica. A él se debería un renovado impulso en la irradiación del culto a san Vicente, no sólo por las donaciones y a las basílicas y monasterios dedicados al insigne mártir, sino también por su predicación y escritos, como el sermón, a él atribuido, Gloriosissimi Vicenti martyris y probablemente de otros hoy perdidos. Esta munífica actividad en favor de la ciudad y de su santo patrón, tendrá su colofón en la organización del concilio provincial en el 546 que demuestra la plena consolidación de Valencia como sede episcopal y el prestigio alcanzado entre las demás sedes de la zona oriental de la provincia Cartaginense. Tres de los cinco cánones del sínodo aluden a la salvaguarda del patrimonio episcopal, lo que prueba la especial preocupación de Justiniano por el destino de su patrimonio y el cumplimiento de su última voluntad como obispo. El concilio celebrado en Valencia el 4 de diciembre del año 546 de la era cristiana y 15 del reinado de Teudis, cierra una serie de concilios provinciales que tuvieron lugar durante la “tutela” ostrogoda (507-549). Período que se caracterizó por la paz y tolerancia en materia religiosa. Grabado de Sales y reconstrucción del texto, según Corell, del sepulcro de un obispo de Estos concilios provinciales lo fueron de ciudades de la Valencia aparecido en 1770. Tarraconense: Tarragona (516), Gerona (517), Barcelona (540), Lérida (546) y de la Cartaginense: Toledo (531) y Valencia (546). En los concilios celebrados en Toledo y Valencia se perciben las diferencias entre la zona interior, más ruralizada, y el área litoral, más urbanizada, de la provincia y la práctica autonomía de esta última respecto a los nuevos centros de poder, proceso que hunde sus raíces en las fuertes tendencias atomizadoras del Bajo Imperio y que se acrecentarán con la desintegración del Imperio Romano de Occidente.

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Una ciudad, dos obispos

Después de Justiniano, cuya muerte debió

ocurrir hacia el 550, no volvemos a tener noticias de un obispo católico hasta el Concilio III de Toledo del 589. Sin embargo, conocemos la presencia en la sede valentina de un obispo arriano durante el reinado de Leovigildo (569-586), que testimoniaría la existencia de importantes contingentes militares godos en la ciudad y la incorporación de Valencia a la autoridad de la monarquía visigoda, adquiriendo una preponderante importancia estratégica por su situación en la frontera frente a los imperiales de Bizancio instalados al sur del río Júcar desde su invasión en el 554. A parte de las razones estratégicas, la imposición de este obispo arriano, Ubiligisclo, respondería al deseo de Leovigildo de hacerse con el control de determinadas sedes católicas por su importancia, riqueza y prestigio martirial y, quizá también, por haberse destacado en la disputa antiarriana, Tumba de tradición germánica del cementerio norte de pues serán los obispos católicos los principales l’Almoina. Siglo VI. opositores al intento de Leovigildo de unificación religiosa bajo la fórmula de un arrianismo suavizado. En este sentido habría claros paralelismos entre los centros martiriales de Mérida (Santa Eulalia) y Valencia (San Vicente), sedes poseedoras de las reliquias de los dos santos más prestigiosos y universales del martirologio hispano. Son conocidos los intentos del monarca visigodo de hacerse con el control de las tradiciones martiriales de Mérida. 14

Tumbas de tradición romana. Siglo V. Almoina.

Indicios de esta polémica antiarriana se rastrean ya durante el episcopado de Justiniano. El libro de Varones Ilustres isidoriano menciona a nuestro obispo como autor de un Liber Responsionum que da respuesta a cinco cuestiones de carácter trinitario y cristológico, entre las que merece destacar la segunda, contra los bonosianos que consideraban a Cristo hijo adoptivo (arrianismo adopcionista), y la tercera, referida al bautismo de Cristo y la rebautización, temas de eterna discordia entre arrianos y católicos. Ciertos testimonios literarios y evidencias arqueológicas permiten pensar que en Valencia hubo resistencias, por parte del estamento religioso, hacia la política de integración de Leovigildo, como la mención de Gregorio de Tours de los estragos producidos por las tropas del monarca, en el 583, a un monasterio dedicado a san Martín y situado entre Sagunto y Cartagena, y la destrucción, por las mismas fechas, del monasterio erigido por el obispo Justiniano en Punta de l’Illa de Cullera y dedicado a san Vicente, acciones ambas que se inscriben dentro del conflicto armado entre Leovigildo y Hermenegildo. Poco después (584), la Crónica de Juan de Bíclaro consigna que Hermenegildo, ya derrotado, fue trasladado preso a Valencia antes de su ejecución en Tarragona. Ignoramos si la imposición del obispo arriano en la sede valentina supuso la expulsión del obispo católico o la introducción de otro afecto a Leovigildo, tal como ocurrió en Mérida. Se dieron multitud de situaciones, como el caso de la sede de Zaragoza donde su obispo Vicente se pasó a las filas arrianas, según nos relata Isidoro en sus Historiae. Sabemos que durante el III Concilio de Toledo, en el 589, que supuso la unidad confesional del Reino visigodo, mediante la conversión al credo católico, Valencia contaba con dos obispos, Ubiligisclo, el antiguo obispo arriano convertido al catolicismo y Celsino, el obispo católico. 15

Eutropio y otros obispos

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ras la celebración del III Concilio de Toledo conocemos la relación de los obispos de la diócesis valenciana a través de su subscripción, o la de sus representantes, en los diferentes concilios nacionales y provinciales, y en el caso de Eutropio por mencionarlo Isidoro de Sevilla en sus Varones Ilustres. Éstos fueron los otros obispos de la sede de Valencia: - Eutropio (c. 600). - Marino. Sínodo de Gundemaro (610). - Musitacio. Toledo IV (633). ������������������� Toledo V (636). Toledo VI (638). - Anesio. Toledo VII (646). - Félix. Toledo VIII (653). Toledo IX (655). - Suinterico. Toledo XI (675). - Hospital. Toledo XII (681). - Sarmata. Toledo XIII (683). Toledo XIV (684), Toledo XV (688). - Witisclo. Toledo XVI (693). De esta lista los obispos más relevantes, o al menos de los que conocemos algo, son Eutropio y Anesio, de los demás apenas se sabe de su existencia y nada más.

Representación de Toledo, sede de los concilios a los que acudieron los obispos valencianos en los siglos VI y VII. Del Codex Vigilianus, años 974-976, procedente del monasterio de Albelda (Fuente: Sedes Regia).

De Eutropio, por Isidoro de Sevilla sabemos que ocupó la silla episcopal valentina. Su obispado se sitúa con posterioridad al III Concilio de Toledo (589) en que compartían sede Ubiligisclo y Celsino, y antes 16

Cámara funeraria principal del monasterio Servitano, probable sepulcro de su fundador, Donato. Le sucedió como abad Eutropio, futuro obispo de Valencia.

Inscripción encontrada en el baptisterio que conmemora obras de reparación. Museo de Bellas Artes de Valencia.

del Sínodo de Gundemaro (610) en el cual subscribe Marino. En el 584, Eutropio, discípulo del africano Donato, era abad del monasterio Servitano, en Ercavica (Cuenca). Se conoce su destacadísimo papel junto a san Leandro, hermano de san Isidoro, en la organización del III Concilio de Toledo. Isidoro alude a su condición de obispo de la sede valentina, a que fue abad del monasterio Servitano y que mantuvo correspondencia con los obispos Liciniano de Cartagena y Pedro de Arcávica. Eutropio es uno de los obispos destacados por su producción literaria de finales del siglo VI. Es muy posible que Eutropio viniera con la comunidad de monjes, al frente de la cual estaba Donato, que huyeron del África bizantina y se instalaron en Hispania durante el reinado de Leovigildo. Su posterior promoción a la silla episcopal valentina sería una recompensa de Recaredo por los servicios prestados en la organización del III Concilio de Toledo y por la labor desarrollada como mentor del propio monarca cuando era príncipe corregente de la Celtiberia, similar a la de Leandro con Hermenegildo, corregente de la Bética. Con el obispo Anesio o Anianus, se relacionaría el Unianimo ualentino episcopo del epistolario de san Braulio, obispo de Zaragoza. También se ha propuesto atribuirle el famoso epígrafe conmemorativo que alude a las obras de restauración de la seo valentina, pero es una conjetura muy discutible, emanada de una reconstrucción excesiva y forzada de las lagunas del texto de la inscripción. 17

Valencia hacia el 600 d.C. Arquitectura Virtual.

Valencia en los siglos V a VIII

Durante el periodo visigodo, además del grupo episcopal y algún cementerio periférico, muy poco

se sabe del resto de la ciudad, la que habitarían los ciudadanos más modestos. Una gran parte del espacio urbano de época romana estuvo habitado durante el periodo visigodo. Tan solo fue abandonada la zona entre el norte del foro y el río, fenómeno que ya se produjo a fines del s. III y perduró hasta el s. X. Un elemento importante del urbanismo tardoantiguo fue el antiguo circo, cuyo largo trazado de 350 metros de longitud fijó el límite oriental de la ciudad hasta el s. XIV y durante varios siglos serviría de muralla urbana. Su uso original cesó en el s. V y a partir de mediados del s. VI su amplio espacio interior fue ocu18

pado por construcciones de poca entidad. Otros restos de habitaciones aparecen al oeste del circo, y son extremadamente modestas. Los lugares de habitación suelen compartir los espacios con cercanas fosas, que alcanzan una extensión y profundidad considerables, y que acaban siendo rellenadas con basuras e inmundicias cotidianas, entre las que no faltan cuerpos de animales. Este tipo de hábitat urbano significaría un cambio radical sobre el modo de vida de la etapa romana. Valencia, a partir del s. VI estaría ocupada por un sinfín de pequeñas unidades familiares, que no sólo servirían de residencia, sino como pequeños centros de actividad económica, ya fuera esta agropecuaria o artesanal. A pesar de la disminución de las relaciones comerciales a larga distancia, el tráfico comercial con África, Italia y Oriente aún se mantuvo hasta bien avanzado el s. VII. Valentia, como las urbes de esta época, pasaría de ser sólo un centro de consumo, como en el periodo romano, a desarrollar más las actividades productivas dentro de un sistema cada vez más autárquico y en gran parte controlado por la iglesia. La ligera reducción de las dimensiones urbanas contrastaría con la alta densidad de ocupación de las zonas habitadas, lo que pone en duda una supuesta reducción, en números totales, de la población de la ciudad. Su territorio era muy extenso y comprendía centros productivos rurales instalados sobre antiguas villas romanas, como el caso de l’Horta Vella de Bétera y otros más, monasterios como el de la Punta de l’Illa de Cullera y centros fortificados como Valencia la Vella en Riba-roja de Túria.

Muralla del castillo visigodo deValencia la Vella, Riba-roja de Túria.

Esqueleto de un rumiante en un basurero cercano a Valencia.

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Impronta circular de un probable pie de altar junto al supuesto lugar del martirio de San Vicente. Almoina.

Los orígenes de la zona episcopal

Las modestas construcciones domésticas del resto de la ciudad contrastan con la monumentalidad

de la zona episcopal, alrededor de la plaza de l’Almoina, configurando una buena muestra de la arqueología episcopal de la etapa visigoda. Los hallazgos de l’Almoina sugieren la implantación del culto cristiano en la segunda mitad del s. IV en el edificio que se supone albergó el martirio de San Vicente y entre cuyos escombros apareció un 20

extraordinario bol de vidrio fabricado en Roma a finales del s. IV, decorado con escenas bíblicas y que se considera un objeto litúrgico. En el piso de la habitación contigua hacia el este, se señalaron dos agujeros circulares que corresponderían a los pies de una mesa de altar. Como el edificio fue arrasado en las primeras décadas del s. V, este espacio ya se habría cristianizado en el s. IV. En los primeros tiempos del cristianismo fue muy normal utilizar los antiguos edificios romanos para el nuevo culto, habida cuenta, por una parte, la desafección progresiva de los templos paganos, cuyo culto público fue prohibido a fines del s. IV y, por otra, las perentorias necesidades de la creciente comunidad cristiana, que a partir de los últimos años del s. IV saqueaba u ocupaba los abandonados edificios de la religión romana. En nuestro caso el recuerdo del episodio aceleraría la cristianización de esta área. Varios edificios públicos romanos se mantuvieron en pie, y algunos, como la curia meridional y el santuario de Asclepios, sólo desaparecieron de la vista en la época islámica, mientras otros se expoliarían en la etapa visigoda. El primer núcleo episcopal valentino, entre los siglos IV y V básicamente ocuparía los antiguos edificios romanos y se instalaría, a partir de la segunda mitad del s. IV, alrededor de un lugar que sería venerado durante siglos, seguramente por haber albergado el episodio martirial. Tras la grave destrucción sufrida en los inicios del s. V, esta situación se mantendría a duras penas a lo largo de este siglo. A este

Ánfora reutilizada como sepulcro infantil. Siglo V. Almoina.

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periodo se atribuye un primer y poco conocido edificio, situado bajo la catedral del siglo VI, y la primera fase del cementerio alrededor del espacio martirial, además del probable expolio sistemático de varios de los grandes edificios públicos romanos, que hasta ese momento habrían estado en pie, reutilizados para el culto cristiano. Con sus piedras se construyeron las nuevas iglesias y las residencias de la clase dirigente urbana de este periodo. Al norte de la primera catedral, y por encima de los escombros del edificio que albergaría el martirio, surgió un pequeño cementerio de poco más de 20 tumbas conocidas, y que, curiosamente, sólo se extiende alrededor de uno de los departamentos de lo que parece ser la celda de una prisión. Las tumbas de esta necrópolis, siempre individuales, son de la más pura tradición romana: cajas de tejas para los individuos adultos y ánforas para los infantiles. El análisis de los esqueletos indica que pertenecen a un grupo étnico mediterráneo. Son posteriores a los inicios del s. V, y las ánforas de los enterramientos infantiles son del s. IV y de los inicios del s. V, lo que llevaría a fechar este cementerio en la segunda mitad de este siglo. En el contexto general de esta época, aun parecería prematura la existencia de enterramientos en el interior de la ciudad. Sólo una explicación de carácter extraordinario explicaría esta anómala ubicación. Precisamente, ha sido este pequeño y temprano cementerio intramuros uno de los principales argumentos a la hora de sugerir que en esta zona debió existir un lugar martirial. Tras la general fase destructiva del siglo V, se pusieron las bases de lo que iba a ser el gran grupo episcopal de los siglos VI y VII, cuyas características esenciales ya se pusieron de manifiesto en la segunda mitad del siglo V e inicios del VI. Estos rasgos particulares que la definen fueron: - un acusado carácter funerario, ligado al mártir, que se inició con una primera necrópolis de tradición romana extendida alrededor del espacio martirial, a la que luego siguieron otras, una superpuesta a ésta, y las demás dispersas en otras zonas. La complejidad de este entramado de cementerios ha permitido establecer una jerarquía de cada uno de éstos y encajaría con lo que se sabe de otros de los primitivos centros cristianos. - temprana ubicación del centro episcopal en y alrededor de la parte sudoriental del foro, frente a la más habitual situación periférica de los primeros núcleos cristianos, bien atestiguada en otras ciudades como Barcelona, por ejemplo, donde el carácter funerario también está mucho más restringido, además de ser bastante posterior. - el mantenimiento inicial del viario y de algunos de los antiguos edificios romanos, en este caso la curia y un gran santuario de Asclepios, en cuya parte meridional se instaló uno, o, tal vez, dos baptisterios. - la paulatina construcción de nuevos edificios, que fueron sustituyendo a las antiguas, pero normalmente muy sólidas, construcciones romanas, la mayor parte de las cuales serían sistemáticamente expoliadas para utilizar sus piedras. 22

Vista aérea de la catedral visigoda reconstruía. Arquitectura irtual.

El desarrollo del grupo episcopal

Tan solo a partir del s. VI, siempre por iniciativa de los obispos, tendría lugar la erección de un gran

conjunto episcopal, buena parte del cual ha aparecido en las excavaciones de l’Almoina y de la cárcel de San Vicente. En esta etapa, se levantó un nuevo gran muro entre los intercolumnios del costado oriental del pórtico del foro, pared que marcaría los límites del barrio episcopal. 23

La erección del gran conjunto episcopal alteró el antiguo viario romano, que a grandes rasgos perduraría hasta el s. VI. La gran basílica episcopal aún se ajustó al trazado de la vía, pero la instalación de los dos anexos laterales la cortó, lo que sugeriría que estas construcciones serían posteriores. Pero la antigua vía no fue cortada y cerrada, sino simplemente desviada unos pocos metros hacia el sudoeste, para contornear el baptisterio y acceder a la gran iglesia, lo que hace pensar que una puerta de la catedral se debe encontrar muy cerca. En esta etapa visigoda ya no se pisaban las losas romanas de la calle, que se cubrieron con una potente y sólida capa de mortero y piedras. Las calles ahora se hicieron más estrechas, al invadirse las aceras por los edificios colindantes, dentro de un proceso de usurpación de las vías públicas, general a todo el mundo mediterráneo, y que está en el origen de los estrechos zocos de las ciudades islámicas. La catedral se ha identificado con un gran edificio que ocuparía la mayor parte del viario de la actual plaza de l’Almoina, con un ábside de 12-14 metros de diámetro y dos edificios anexos a ambos lados de esta gran cabecera. El anexo meridional, así como el ábside de la catedral, se encuentra en la Cripta Arqueológica de la Cárcel de San Vicente. Se conserva la totalidad de su planta y gran parte de su alzado, siendo uno de los mejores ejemplos de la escasa arquitectura visigoda de centros urbanos. Es una tumba privilegiada cuyos precedentes arquitectónicos se encuentran en la Italia del s. V. Los datos de la excavación sitúan su construcción en el s. VI y en un principio se relacionó con la sepultura del mencionado obispo Justiniano. Estudios posteriores, sin em-

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El grupo episcopal y sus cementerios.

Elementos principales del grupo episcopal: la catedral, el baptisterio al norte y el mausoleo al sur.

Abside de la Catedral visigoda. Cárcel de San Vicente.

Excavaciones en la plaza de l’Almoina en el 2002. Hallazgo del muro septentrional de la catedral.

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bargo, incidirían en su más que probable relación con la tumba de San Vicente, trasladada al interior de la ciudad desde su inicial emplazamiento en la periférica zona de la Roqueta. El obispo Justiniano la construiría para albergar dentro de la ciudad el cuerpo del mártir, que se exhibiría en un sarcófago. A sus pies, bajo el pavimento, se enterró el obispo, donde aún se encuentra. El anexo septentrional se encuentra en l’Almoina y solo se conoce parcialmente, ya que la mayor parte se adentra en la finca colindante. Es un gran edificio cruciforme, de mayor entidad que el anterior, por sus grandes dimensiones y su técnica constructiva de grandes sillares romanos, frente a la mampostería con sillares en los ángulos del mausoleo. Se ha identificado con el baptisterio debido a un prominente desagüe que vertería las aguas al exterior, donde serían recogidas por los fieles. Además, la mayor parte se encuentra sobre el antiguo santuario de Asclepios, lo que iría en la misma dirección ya que fue normal la conversión de los Asklepieia en baptisterios. En el fondo, en ambos casos, se trataba de sanar a través del agua sagrada, lo que facilitaría la asimilación de una religión a otra. Este gran conjunto episcopal, con los edificios romanos aun en pie (curia, santuario), se formaría en la primera mitad del s. VI, seguramente bajo el episcopado de Justiniano. Con posterioridad hubo algunas reformas. La más destacada fue la construcción de un pequeño edificio del que solo se conserva un ábside de herradura, con un muro a sus pies y los restos muy deteriorados, por delante,

El lado septentrional del baptisterio. Almoina.

Desagüe de la pared norte del baptisterio.

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De izquierda a derecha: ábside la memoria martirial sobre el supuesto lugar del martirio. Cancel, probablemente de la catedral. Cárcel de San Vicente. Pequeño capitel de una ventana. Altar auxiliar. Almoina.

de una zona cerrada con canceles. Este ábside esta encajado sobre la estancia del edificio que habría albergado el martirio de San Vicente. Sería el monumento conmemorativo de la memoria del mártir. Frente a la curia se construyó un pozo monumental con enormes sillares de edificios romanos. La orientación de este gran pozo y del nuevo ábside, que serían coetáneos, es semejante, pero difiere sensiblemente con la catedral, que aún seguía la romana. A finales del s. VI o inicios del VII se expolió la curia septentrional, convirtiéndose la zona al norte de la otra curia en un amplio espacio abierto, tal vez un huerto o jardín asociado a alguna nueva construcción, ya en el s. VII, como una noria y un peculiar edificio poligonal. Sólo se conocen unas pocas piezas de los equipamientos litúrgicos y arquitectónicos de estos edificios, que han aparecido dispersos y reutilizados en construcciones del periodo islámico. Sería el caso de un gran cancel recuperado de una tumba, fragmentos de otro, un altar auxiliar encontrado en un pozo y alguna columnita de ventana. 27

Recostrucción del exterior y del interior del baptisterio. Arquitectura Virtual.

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Gran tumba de cistas junto a la memoria del lugar del martirio de San Vicente. Almoina.

Las necrópolis y el cementerio de los obispos

Uno de los rasgos más destacados de este grupo episcopal es su marcado carácter funerario, testi-

moniado en los diversos y jerarquizados cementerios que se extienden, al menos, al norte y el este de la catedral visigoda. Sobre la primera necrópolis del siglo V, a partir de fines del s. VI surgió otra en la zona episcopal, en estrecha relación con el edificio del pequeño ábside de herradura. La dispersión y tipología de estas nuevas sepulturas difiere bastante del anterior cementerio, algunas de cuyas tumbas fueron corta29

Cráneos y anillo de oro con gema de una tumba colectiva del cementerio del grupo episcopal. Almoina.

das por estas más grandes y modernas. Las modestas sepulturas individuales más antiguas fueron sustituidas por grandes cistas de enormes piedras, que ocupan una superficie de 2 x 3 metros y alcanzan el metro de altura. En su interior aparecen varias capas de enterramiento y es normal encontrar los restos de entre 10 y 20 individuos y a veces más. Asimismo, aparecen ajuares de vasijas de vidrio o cerámica como objetos inaugurales de cada sepulcro, además de bastantes objetos de uso personal. En total se han señalado más de 30 de estos grandes enterramientos, que deben ser panteones familiares. Su sistema de construcción permitía la apertura por un lado, desde donde se podían efectuar continuas inhumaciones. De hecho, algunas tumbas fueron periódicamente limpiadas de los esqueletos más antiguos, de los que solía dejarse solo el cráneo, que se amontonaba al fondo de la cista, para permitir la instalación de nuevos enterramientos. Aunque se extiende por casi todo el solar de l’Almoina, siempre al oeste de la vía Augusta, la gran mayoría de estos sepulcros se amontonan al este y cerca del pequeño ábside de herradura, 30

Crismón grabado en la superficie de una tumba del cementerio del grupo episcopal. Almoina..

De izquierda a derecha: Interior de una tumba colectiva del cementerio del grupo episcopal. Tumba en el crucero del mausoleo de la Cárcel de San Vicente que alberga el probable cuerpo del obispo Justiniano Jarra de una tumba colectiva del cementerio del grupo episcopal. Almoina.

cerca del cual hay una verdadera aglomeración, 14 tumbas, mientras otras 8 aparecen muy dispersas. Este hecho vuelve a constatar la gran ansia que había en esta época por enterrarse cerca de este lugar consagrado y explica también la limpieza periódica de los huesos de varias de estas saturadas sepulturas. Los más de 300 individuos que se han recuperado presentan rasgos antropológicos distintos a los de la fase anterior, ya que parecen tratarse de miembros de una etnia nórdica. Otro carácter tenían las tres grandes tumbas que se colocaron alrededor del mausoleo del mártir, en la actual Cripta Arqueológica de San Vicente. Tipológicamente son cistas muy parecidas, pero no permiten su apertura, algo comprensible, dado que en la única que se encontró intacta sólo apareció un esqueleto. A los pies de la tumba más privilegiada, sita en el interior del mausoleo, empezaba un corredor jalonado a ambos lados por varios arcosolios que, por sus dimensiones, parecen preconcebidos para colocar sarcófagos. Serían las tumbas de los obispos, que normalmente se enterraban en el interior de la catedral o de alguna otra iglesia importante. 31

Gran tumba de cistas en el ángulo del mausoleo de la Cárcel de San Vicente.

Arcosolios del mausoleo de la Cárcel de San Vicente.

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Edificio cruciforme de la iglesia de Santa Mª Formosa (Pola, Croacia). Siglo VI. Referente de la arquitectura de Valencia.

La Valencia visigoda dentro del contexto hispánico y mediterráneo

L os espectaculares hallazgos arqueológicos de l’Almoina han convertido a Valencia en un referente

y en un lugar privilegiado en que se puede estudiar y explicar la larga secuencia evolutiva de un grupo episcopal hispano, en este caso íntimamente relacionado con el gran mártir Vicente. En su arquitectura, este gran conjunto edilicio presenta unas hondas raíces mediterráneas, prueba del 33

Mausoleo de Sant Miquel en el grupo episcopal de Egara (Terrassa). Siglo VI.

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contacto continúo que tuvo con otras regiones litorales, sobre todo con la zona septentrional del Adriático. Se han detectado fuertes influencias del área de Ravenna y otras ciudades de su entorno marítimo (Pula, Padova) y continental (Milán, Vicenza). Por las fechas del conjunto valentino, estos contactos ya estarían asimilados en un momento anterior a la invasión bizantina de Italia e Hispania, y nos llevarían a la época de control ostrogodo de la Península Ibérica, en el primer tercio del siglo VI. Por desgracia, en Hispania son muy escasos los referentes de construcciones semejantes. Tan solo el caso de Barcelona, por su entidad y novedosas y lógicas interpretaciones, se podría sacar a colación y serviría para completar algunos elementos que aún no se conocen en Valencia, como el palacio episcopal y una gran aula de recepción interna. En el campo de los grupos episcopales del periodo visigodo tan sólo destacaría el recientemente estudiado y restaurado de la pequeña sede de Egara (Terrassa) y los hallazgos del probable grupo episcopal de Elo, en Hellín (Albacete), con su basílica, baptisterio, cementerio y espacios anexos, que son de extraordinario interés, aunque pertenezcan a una pequeña ciudad fortificada, que solo eventualmente acogería una efímera sede episcopal.

Baptisterio de la catedral de Barcelona. Siglo VI. Museu d’Història de la Ciutat.

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Epilogo: el final de una época

En los lugares que, tras la rápida caída del reino visigodo, se integraron en la órbita musulmana se

cortó la evolución urbanística habitual de los centros episcopales, sustituidos por otra realidad política, religiosa y cultural. Este fue el caso de Valencia durante 500 años, entre el 713 y el 1238. Pero el repentino colapso del Reino visigodo no supuso una rápida ruptura de la sociedad, ya que la inevitable islamización fue un proceso tan continuo como lento, que en lugares tan emblemáticos como Córdoba solo culminó en el s. X. En buena parte del área valenciana, además, a través del pacto suscrito por el ultimo gobernador visigodo, Teodomiro, con los recién llegados, el modo de vida anterior permaneció bastante inalterado hasta mediados del s. VIII, cuando la instalación organizada de abundantes contingentes árabes, que en parte se unieron a la antigua elite hispano-goda, acabó con esta perduración visigodo-cristiana.

El palacio visigodo de Pla de Nadal, Riba-roja de Túria.

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Tumba del cementerio mozárabe alrededor del mausoleo de San Vicente, construida con fragmentos de cancel. Siglo VIII.

Este Teodomiro formaba parte del círculo próximo al rey Egica (687-702). Cuando los árabes llegaron en el 713 regía el sudeste peninsular y les hizo frente con suerte adversa, aunque consiguió negociar un pacto que, a cambio de tributos, le mantuvo como el señor de siete ciudades y de un amplio territorio. Debió ser el gobernador de la provincia Carthaginense marítima. Seis de sus ciudades se concentraban en las provincias de Alicante, Albacete y Murcia y la última, Balantala, aún no se ha identificado con certeza. Debe ser Valentia, por la semejanza toponímica y la no excesiva distancia con las restantes, que siempre tienen en común su pertenencia a la antigua provincia Carthaginensis, como Valencia. Esta asimilación permitiría relacionar con este personaje el palacio del “Plá de Nadal”, en Ribaroja de Turia, a 14 Km. de Valencia, donde se ha encontrado un anagrama y un grafito que aluden a un antropónimo muy semejante a Teodomiro. En 778-779 Valentia fue destruida en una guerra civil entre facciones musulmanas, momento que marcaría el final de la ciudad tardoantigua. Sin embargo, la arqueología ha sido muy parca para estos momentos de transición, tanto para el s. VIII como para el IX. La escasa evidencia sugeriría cierta perduración del núcleo cristiano hasta mediados del s. VIII. Aunque no se puede descartar que algunas de las grandes tumbas colectivas también llegaran a este momento, con este periodo final se relaciona la tercera fase de la misma necrópolis, que podríamos denominar mo37

Monograma de Teudinir del palacio visigodo de Pla de Nadal.

Visigodos en Pla de Nadal, Riba-roja de Túria.

zárabe, de la que nos han llegado unas pocas sepulturas, siempre situadas alrededor de los dos centros de atracción funeraria: la memoria martirial y el mausoleo del santo. Se volvió a los sepulcros individuales dentro de fosas delimitadas por piedras de pequeño y mediano tamaño. Aunque estas tumbas suponen la perduración del carácter cristiano de la zona, además del cambio tipológico funerario, también se detectan otros indicios de la nueva situación, al encontrarse entre las piedras de las nuevas tumbas elementos del mobiliario litúrgico, como fragmentos de canceles y de altares, lo que supondría los primeros pasos de la desafección del culto cristiano de parte del antiguo centro religioso. Hasta el siglo X no se aprecia nueva actividad constructiva en el antiguo grupo episcopal, momento en que surgió un barrio artesanal sobre la memoria martirial y la antigua curia, que fueron arrasadas, mientras que de la fase constructiva visigoda aún se utilizaron, hasta el s. XI, las estructuras de abastecimiento hidráulico: el pozo y la noria. El baptisterio fue muy remozado en su interior y en el s. XI y XIII fue integrado en las fortificaciones del Alcázar, mientras el mausoleo se transformó en unos baños y la catedral se convertiría en la mezquita. La topografía islámica se impuso con toda rotundidad en el s. XI, cancelándose lo poco que subsistiría de la ciudad cristiana, que volvió a resurgir en el s. XIII, momento en el que se inicia una nueva cristianización de la topografía, que es la que persiste en la actualidad.

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