“Los prejuicios respecto de lo terapéutico en el discurso de consultantes de Centros de Atención Psicológica de Universidades de la Región Metropolitana”
Descripción
“Los prejuicios respecto de lo terapéutico en el discurso de consultantes de Centros de Atención Psicológica de Universidades de la Región Metropolitana” Rodrigo Morales M.*; Claudia Rojas A.**, Alejandro Soto M.**; Andrés Cajas J. **, Constanza González Q. **, Karla Hidalgo P. **, Dante Pizarro A. **, Maximiliano Silva B. **, Camila Varela J. ** Resumen Esta investigación, de enfoque cualitativo, adhiriendo al principio hermenéutico de la pre comprensión y encuadrándose en la metodología del análisis crítico del discurso en su vertiente inglesa, se ha propuesto examinar los prejuicios sobre la psicoterapia que emergen en el discurso de los consultantes de dos Centros de Atención Psicológica de Universidades de la Región Metropolitana, en el año 2012. Los prejuicios de los consultantes se sostienen –y son a su vez sostenidos– desde prácticas discursivas que conjugan una pre comprensión sociocultural mucho más amplia, emergiendo como hallazgo, cuatro discursos preponderantes, a saber: Discurso respecto de la pasividad/actividad del sujeto consultante; Discurso del terapeuta experto en tanto agente del cambio; Discurso del proceso terapéutico y sus condicionantes y Discurso de la Salud Mental y su carácter productivo. Palabras Clave: prejuicios de consultantes, psicoterapia, lo psicoterapéutico, discursos, relaciones de poder.
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Investigador Responsable. Psicólogo Pontificia Universidad Católica de Chile, Académico Escuela de Psicología, Universidad Alberto Hurtado. ** Co-‐investigadora. Psicóloga, Universidad de Chile. ** Co-‐investigador. Estudiante de Psicología, Universidad Alberto Hurtado. ** Co-‐investigador. Estudiante de Psicología, Universidad Alberto Hurtado. ** Co-‐investigador. Estudiante de Psicología, Universidad Alberto Hurtado. ** Co-‐investigador. Estudiante de Psicología, Universidad Alberto Hurtado. ** Co-‐investigador. Estudiante de Psicología, Universidad Alberto Hurtado. ** Co-‐investigador. Estudiante de Psicología, Universidad Alberto Hurtado. ** Co-‐investigador. Estudiante de Psicología, Universidad Alberto Hurtado.
Introducción Este estudio plantea un ejercicio reflexivo crítico, focalizado en lo que se podría llamar “la persona del consultante”1. Es decir, esta es una investigación que si bien sus rendimientos tienen sentido para los terapeutas en formación, su despliegue aparece directamente sobre los procesos relacionales y lingüísticos de los consultantes a psicoterapia. La aparición del “personaje consultante”, en su anticipación de la situación clínica, sostendría una performatividad (estética, actos de habla, sujeción relacional) basada en sistemas de enunciación disponibles generados a su vez por prácticas discursivas que en su generalidad nos retrotraen a una estructura reticular de relaciones políticas, sociales y culturales dominantes (véase Foucault, 1980, 1999, 2002; Castro, 2008; Dreyfus y Rabinow, 2001). Este hecho podría pasar desapercibido para el psicoterapeuta que, con cierta experiencia, ha aprendido a acoplarse al sistema consultante sin necesidad de la pregunta por las condiciones de producción del relato del mismo. Sin embargo, en el terapeuta en formación la complejidad de los espacios de relación que se conjugan en el habla con el consultante pueden no sólo confundir sino incluso mermar las posibilidades de su intervención. A partir del estudio de los prejuicios de los consultantes, se busca distinguir aquellas modalidades de enunciación y prácticas discursivas que articulan las posibilidades tanto de lo dicho como de lo no dicho respecto de “lo terapéutico” (Boscolo y Bertrando, 2000; Bianciardi, 1993). Estos juicios previos, al quedar la mayoría de las veces, encerrados en el secreto, en lo “no dicho, pero presente” pueden favorecer la obturación de consideraciones relevantes para la relación terapéutica. Desde acá, distinguir tales prejuicios podría conducir al enriquecimiento de las relaciones terapéuticas –especialmente en practicantes– en tanto permite un acercamiento a comprender las condiciones de posibilidad de lo dicho y lo no dicho respecto de la situación, lo cual podría resultar no sólo útil en términos de intervención o alianza terapéutica, sino más aún, ética y políticamente relevante en tanto forma de diálogo con el “desde dónde” del consultante, en tanto sujeto de enunciación. Esto último se hace aún más relevante al advertir que los prejuicios, tarde o temprano, se revelan a través del modo de desocultar y vivenciar las conversaciones y acciones (Cecchin, 1994). En específico los prejuicios –esas distinciones pre comprensivas que tienden a operar respecto de un fenómeno– se modularán y serán moduladas en este espacio de relación porque funcionan precisamente como atributos ontológicos que permiten “devenir en palabra” toda experiencia novedosa desde cierto horizonte de comprensión (Gadamer, 1998), otorgándole así orden a lo desconocido (Tajfel, 1984). Por tanto, las distinciones que operan en la performatividad del consultante se harán constitutivas del espacio terapéutico –incluso desde su silencio–, con independencia de aspectos ligados a la posición o acción del terapeuta (teoría o técnica). Los rendimientos de un estudio de estas características permitirán un acercamiento a comprender de forma crítica la experiencia narrativa de sujeción de “la persona del consultante” en un espacio de atención psicoterapéutica singular y en su conjugación con los modos pre comprensivos constituyentes de la ontología del consultante. A partir de lo anteriormente señalado, es que nos planteamos la siguiente pregunta de investigación: ¿Cuáles son las prácticas discursivas, que sostienen y son sostenidas, en los prejuicios 1
La conceptualización de “persona del consultante” implica asumir, a modo de declaración ontológica, un particular entendimiento de aquella persona que llega al espacio de consulta. Un “personaje” que desde una aproximación textualista y polifónica (Derrida, 1989) se constituye desde una red de relaciones textuales que constituyen sus posibilidades –e imposibilidades– de enunciación como “personaje paciente”. Es decir, una persona cuyo acto de habla deviene de un plexo de relaciones que la constituyen de forma más bien transparente, repartiendo inclusive las posibilidades de su sensibilidad (Rancière, 2009).
sobre la psicoterapia y lo terapéutico de consultantes de Centros de Atención Psicológica ligados a Universidades en la Región Metropolitana en el año 2012? Prejuicios y relaciones El prejuicio funciona para los sujetos en tanto permite ordenar la realidad que se desconoce, facilitando organizarla en función de mantener tanto la identidad grupal como el ordenamiento cognitivo. Al respecto Tajfel (1984) sugiere considerar el prejuicio como un juicio previo o como una preconcepción a la que se llega antes de que se recoja o examine la información pertinente ligada al fenómeno en relación. Así, ante situaciones desconocidas, la preconcepción de éstas, permiten la adaptación subjetiva y evolutiva de los individuos que las vivencian (Tajfel, 1984). Para Giddens (1976), esta acción es producida en base a la constitución y reconstitución de distintos sistemas de significados, que conforman y organizan la experiencia de los individuos. Desde esta perspectiva entonces, en la base del prejuicio no se encuentra ninguna connotación valórica previa, sino que se da de por sí, de manera espontánea ante cualquier circunstancia desconocida. Los prejuicios sirven como herramientas adaptativas frente a la complejidad narrativa de la realidad, permitiendo que los sujetos la ordenen en función de conservar la identidad tanto individual como social. Sin embargo, existen otros aspectos que permean las posibilidades de emergencia de los prejuicios, siendo condicionados de acuerdo a los cánones hegemónicos que establecen las sociedades de turno, condicionando la posibilidad en la que éstos aparecen en los discursos de los sujetos. Por tanto, el período histórico en el cual surgen y las características socioculturales y económicas a los que se ven sujetos no deberían quedar fuera de un análisis que intente indagar las posibilidades de su emergencia. De esta manera, resulta preciso ahondar en las manifestaciones del prejuicio, en tanto estos parecen estar siempre en la conjugación con la alteridad de manera implícita (Cecchin, 1994). Es esta vaguedad del prejuicio aquello que dificulta reconocerlos y más aún cuestionarlos; por ende, los interlocutores tenderán legítimamente a otorgar un carácter de verdad a las preconcepciones que tengan sobre sí mismos y sus relaciones. Así, el discurso se constituirá como forma de verdad/orden/coherencia, al mismo tiempo que las formas de elocución –en consonancia– darán reflejo de aquel mundo conformado. Discurso y Poder La conformación de lo que Foucault (1978, 1999, 2002) denomina como “sociedad disciplinaria”, comienza a fines del siglo XVIII con la reforma y reorganización del sistema judicial y penal en diferentes países de Europa y el mundo. Sin embargo, hacia el siglo XIX, la noción acerca de lo que era nocivo para la sociedad se torna cada vez más imprecisa; la emergencia de la prisión como una institución, evidencia los propósitos de control, reforma psicológica y moral de las actitudes y del comportamiento de los individuos, siendo más importante corregir las virtualidades (aquello que los sujetos podrían llegar a hacer) que castigar lo que aparece como nocivo para la sociedad. En este sentido, las instituciones correctivas de carácter pedagógico, psicológico o psiquiátrico, permitirán controlar y vigilar a las personas a través del saber sobre el cual se constituyen. Éstas secuestraron los cuerpos y el tiempo de los individuos, convirtiendo el tiempo de vida en tiempo de trabajo, y finalmente, aquella fuerza de trabajo en fuerza productiva. Los mecanismos de control y vigilancia de la actualidad son producto genealógico del cambio que ha venido sufriendo, desde el siglo XIX, el ejercicio del poder sobre los cuerpos. Para explicar aquello Foucault (1999) utiliza el concepto “cuerpo del poder”, el cual se define como la materialización del poder en los cuerpos mismos de los individuos, lo que implica que el ejercicio del poder del Estado sobre los sujetos, ya no opera exclusivamente desde esta institución sino
además desde relaciones coactivas diseminadas en lo cotidiano. A esta operación Foucault (1999, 1980) la denomina en otro momento como “micro poder”, el cual sería ejercido mediante prácticas de exclusión, control y criminalización de los sujetos en una dinámica infrapenal. En el ámbito de la psicología y el ejercicio de la clínica, no es de extrañar la manifestación de dichas prácticas de control y vigilancia que, desde la mirada de Giddens (1976), pueden distinguirse en un acto comunicativo que más allá de su función de traspaso de información, operará como una mecanismo de inducción. Así señala que “tal , por supuesto, no tiene porqué ser exclusivamente de especie proporcional, sino que puede ser incluida en un intento de persuadir o influir a otros para que respondan de una manera particular” (p.88). Es así como, desde un marco comprensivo que asume la inextricable relación entre discurso y poder, se hace necesario poner especial atención a la relación que, en el contexto clínico, se establece entre el terapeuta y el consultante con el fin de indagar y adentrarse en el ejercicio del poder que se reproduce en ella, junto con indagar respecto del modo en que estaría influyendo el poder en las preconcepciones del consultante respecto de dicha situación clínica. Posmodernidad y Psicoterapia La posmodernidad ha sido pensada como “una conciencia cada vez más extendida y generalizada de desencanto ante nociones como razón, historia, progreso y emancipación que durante la ilustración habían dirigido firmemente a la humanidad hacia un fin” (Mardones, 1994; citado en Botella & Figueras, 1995, p. 17). Desde la Teoría Sistémica y las transformaciones epistemológicas generadas por los desarrollos de la cibernética de segundo orden se ha ido reconociendo la función del observador en la construcción de la realidad observada, lo cual conlleva necesariamente poner atención, al mismo tiempo, en el ser humano como observador de la realidad y como observador de sí mismo. Bianciardi (1993) señala desde ahí que un individuo aparece como observador en tanto opera como sujeto de mapas individuales, es decir, cuando puntúa la circularidad de los procesos en los que participa, siendo dichos mapas una modalidad singular de organizar y subdividir eventos. Una práctica psicoterapéutica de orientación posmoderna que enfatice así la deconstrucción del discurso como eje central de al comprensión y el reconocimiento del poder presente en toda relación humana obligará en los psicoterapeutas un profundo examen de la construcción de alternativas a las formas de terapia tradicionales basadas en epistemologías autoritarias (Botella & Figueras, 1995). Desde esta perspectiva se ha favorecido una comprensión de la relación terapéutica como el encuentro entre dos horizontes de experticia, acercándose al ideal posmoderno de disolución de dinámicas de poder asimétrico propias del régimen tradicional terapeuta-‐especialista versus paciente. Psicoterapia y Política La psicoterapia es entendida como un encuentro microsocial dónde los aspectos (micro)políticos son entendidos como “aquellas posibilidades relativas a la mantención o transformación de cierto horizonte comprensivo en torno a la subjetividad, visible en prácticas discursivas, sistemas de enunciados y actos de habla terapéutico” (Morales, 2010, p. 45). El terapeuta, en las psicoterapias tradicionales ha sido concebido bajo la figura de un terapeuta experto, en tanto orientado a la eficacia y obtención de metas, el cual sería además representante exclusivo de cierto saber y poseedor de una verdad sobre las personas, asumiendo un rol conducente en la reproducción sociocultural de ciertos márgenes de subjetividad y concepción de enfermedad mental (Morales, 2010). Es desde la década de los ’70, como lo señala Foucault, que se observa cómo las disciplinas de raíz “psico” en Occidente asumen un rol orientado a la reproducción de prácticas discursivas
dominantes acentuando ideas de normatividad y control. Estas prácticas discursivas se verían reproducidas en la psicoterapia, ya no sólo por el relato del especialista, sino que también por la complacencia del paciente que internaliza los parámetros ya impuestos (Morales, 2010). La relación terapéutica estaría constituida –en su versión dominante –fundamentalmente desde tales reglas que regirán los modos de comportarse en psicoterapia. Es posible comprender entonces que poder y conocimiento son inseparables: “estamos sujetos a la producción de verdad a través del poder y no podemos ejercitar el poder si no es a través de la producción de verdad” (Foucault, en White & Epston, 1993, p. 38). De esta manera las personas experimentan esencialmente los efectos productivos del poder, estando sujetas a él por medio de verdades normalizadoras, las cuales configuran las vidas, sus relaciones y a la vez operan reproduciendo su dinámica constituyente. Michel White (2003) señala al respecto que el rol que cumple la psicología y las psicoterapias en la reproducción de la cultura dominante sería comprensible debido a que no es posible actuar fuera de la cultura y del lenguaje, por lo que es relevante poder ser conscientes de esto con la esperanza de objetar aspectos que resulten problemáticos. White (1993) ha expresado la importancia de analizar estos temas en la práctica clínica y fuera de ella; enfatizando la posibilidad de estructurar el espacio de la terapia de tal modo que sea menos probable reproducir las formas culturales de la organización dominantes; así “una buena terapia, se preocupará por establecer estructuras que expongan los abusos de poder reales o potenciales en el ejercicio de esa misma buena terapia” (p. 53). En definitiva, comprender las relaciones entre psicoterapia y prácticas de poder en el escenario contemporáneo resulta fundamental en el horizonte de esta investigación. Pensar la psicoterapia más allá de una práctica clínica –pensarla como una práctica discursiva– significa comprender que su acción como dispositivo remite a un conjunto de enunciados y prácticas socioculturales que reproducen (o contrarrestan) la simbología dominante y su abstracción conducente en los procesos de subjetivación. Objetivos El objetivo central de esta investigación busca examinar los prejuicios sobre la psicoterapia que emergen en el discurso de los consultantes de Centros de Atención Psicológica de Universidades de la Región Metropolitana. Para ello se propone: distinguir los prejuicios de los consultantes respecto de la psicoterapia lo terapéutico como experiencia relacional en un contexto sociocultural y político singular; analizar la particularidad de estos prejuicios como distinciones lingüísticas ligadas a sistemas de enunciados sobre lo terapéutico, analizar los sistemas de enunciados sobre lo terapéutico como modalidades enunciativas posibles en un marco de prácticas discursivas amplias sostenidas sociocultural y políticamente; para, finalmente, distinguir los discursos dominantes que sostienen los prejuicios sobre lo terapéutico en los consultantes de Centros de Atención Psicológica de Universidades de la Región Metropolitana. Metodología Enfoque, tipo de estudio y método Esta investigación, de enfoque cualitativo, es de tipo exploratorio-‐descriptiva. La postura cualitativa, al centrarse en la relevancia del contexto en la comprensión del sentido social, cultural y político, provee de una metodología adecuada para lograr conocer los prejuicios sobre lo psicoterapéutico que emergen en el discurso de los consultantes de estos Centros de Atención Psicológica dependientes de Universidades. Desde un diseño, flexible y emergente (característico de la investigación cualitativa), se ha propuesto un método discursivo de investigación (Parker, 1996), atendiendo a que, como premisa
básica de trabajo, es en el entramado relacional y discursivo que se constituye el sujeto social, en este caso, el personaje consultante. Participantes Los participantes de la investigación fueron consultantes de Centros de Atención Psicológica de Universidades de la Región Metropolitana, asistentes durante el año 2012. Las Universidades seleccionadas fueron de similares características, lo que permite consistencia con los intereses locales de la investigación. Se ha seleccionado a cinco participantes a partir de un muestreo intencionado por conveniencia, en base a criterios de inclusión, a saber: a) adultos, hombres y mujeres, de 18 años o más; b) ser consultantes de Centros de Atención Psicológica de Universidades de la Región Metropolitana; c) ser consultantes que hayan solicitado la atención de manera espontánea (no derivados por otra instancia formal de apoyo social); d) ser consultantes que solicitan atención por primera vez (sin consultas anteriores), y e) ser consultantes que solicitan atención psicológica individual. Técnica de Producción de Información Como técnica de producción de información se ha utilizado la entrevista abierta puesto que facilita, en el encuentro cara a cara, la generación de una exploración fluida y amplia de las temáticas de interés, tanto de quien entrevista, como de la persona entrevistada. Para guiar la exploración durante la entrevista se han considerado dos ejes temáticos básicos: expectativas respecto de la psicoterapia y pre comprensiones sobre la terapia y lo terapéutico. Técnica y procedimiento de Análisis de la Información Para el análisis de la información generada, se propuso un análisis crítico de discurso desde la propuesta de Ian Parker (1996), que destaca las múltiples formas en que el lenguaje cambia y se combina, y los efectos performativos en los sujetos y las relaciones que establece. Si bien el autor propone 20 pasos de análisis, en esta investigación se realizó una agrupación de éstos en tres fases, siguiendo una experiencia previa de investigación2. De este modo los pasos de Parker (1996) se agruparon en: una fase de aproximación descriptiva al texto; luego una fase de análisis interpretativa del texto; para finalizar con una fase de discusión del texto o de interpretación crítica. Las dos primeras fases se trabajaron con el dispositivo de duplas de investigadores, los que rotaron entre sí en el tratamiento de las entrevistas, finalmente, la tercera fase se realizó con una modalidad de discusión y síntesis grupal entre los miembros del equipo de investigación.Este procedimiento deviene en la distinción de discursos o mundos sociales disting uibles a partir de la información producida por los participantes del estudio. Resultados En este estudio se planteó la pregunta ¿cuáles son las prácticas discursivas, que sostienen y son sostenidas, en los prejuicios sobre la psicoterapia y lo terapéutico de consultantes de Centros de Atención Psicológica ligados a Universidades en la Región Metropolitana, en el año 2012?. A continuación se realizará una síntesis de los principales hallazgos relativos a esta pregunta. En primer lugar, las prácticas discursivas sostienen, en personas que no han tenido la vivencia de un proceso psicoterapéutico, distintos grupos de enunciados que operan como mecanismos de pre comprensión respecto de la terapia y lo terapéutico. Estos prejuicios son, en 2
Para más detalle, véase Morales, R. (2010b). “Análisis interpretativo crítico en torno a los aspectos micropolíticos de los discursos de psicoterapeutas sistémicos respecto de la relación terapéutica”. Tesis para optar al grado de Magister en psicología Clínica, Universidad mayor, Temuco.
estricto, juicios previos que permiten a estas personas anticipar comprensivamente un dispositivo como el terapéutico. Desde ahí no pueden ser evaluados de acuerdo a algún carácter valorativo – aunque distingan valoraciones internamente– sino, cómo desde su enunciación funcional se favorece la apertura de un mundo comprensivo de acuerdo a ciertos patrones interpretativos recurrentes. Del mismo modo no se recogen en esta investigación los posibles efectos de la terapia o del terapeuta y su modelo de intervención, dado que, por las razones expuestas, el foco se ha establecido precisamente en examinar los prejuicios de los consultantes previos a su conjugación con el proceso propiamente tal. Es así como se distinguen cuatro dimensiones enunciativas, o cuatro discursos, que organizan pre comprensivamente el entendimiento de lo terapéutico y la terapia. Estos cuatro discursos deben comprenderse entonces como aquellas prácticas discursivas que sostienen sistemas de enunciados y actos de habla en la voz de los consultantes respecto de la terapia y lo terapéutico. Aparecen así como la respuesta inicial a la pregunta de investigación: 1) Discurso respecto de la pasividad/actividad del sujeto consultante: Este discurso refleja la dualidad de posiciones –aporía– que conviven en el sujeto consultante. Esta opera como un doble reconocimiento en tanto sujeto de atención: por una parte desde el reconocimiento de la ignorancia respecto de sí mismo y su padecimiento y, al mismo tiempo, un reconocimiento activo enfocado en su participación productiva durante el proceso terapéutico; todo ello de acuerdo a los lineamientos entregados por el terapeuta en tanto experto, definiendo desde allí una asimetría constituyente de la situación terapéutica. 2) Discurso del terapeuta experto en tanto agente del cambio: Este discurso se complementa con el primero e implica, ante la ignorancia del consultante, la legitimación del terapeuta como experto en los márgenes de un espacio sociocultural. Junto con enfatizar la asimetría terapeuta-‐ consultante, este discurso delimita los grados de libertad al interior de la relación terapéutica, otorgando siempre mayor alcance y visión al terapeuta en tanto especialista. Este último aparece como un agente en tanto gestiona todos los niveles de la relación: la palabra, el tiempo, el espacio, la estética, la epistemología, las normas, entre otros. De este modo, conduce la corporalidad del sujeto de atención indagándolo desde su falta constitutiva que lo lleva a consultar. Igualmente, su gran responsabilidad aparece como el foco en la reparación del motivo de consulta, siendo la experticia un valor que se obtiene con el tiempo dedicado a ello. Variables concretas ligadas, más en forma que en fondo, a la calidad del espacio (apariencia del terapeuta, edad, consulta, costo) influirán en el reconocimiento de este como especialista (experto), por lo tanto también en sus posibilidades en el dispositivo. 3) Discurso del proceso terapéutico y sus condicionantes: Discurso que suma a esta asimetría “necesaria” para la terapia otros condicionantes que funden el sentido de la terapia misma. Así, el proceso debe fundarse en una crisis inmanejable por el consultante y que, por sobre todo, lo inhabilite en sus prácticas cotidianas, siendo fundamental sus posibilidades de productividad como miembro de un sistema social basado en múltiples exigencias. La gestión de este proceso está fundamentalmente en manos del terapeuta, quien deberá implementar en este espacio-‐ tiempo de la terapia una cierta familiaridad simulada que genere la confianza del consultante. 4) Discurso de la Salud Mental y su carácter productivo: En este discurso llama la atención cómo la Salud Mental, primero, es reconocida más fácilmente desde su falta que desde su presencia; y segundo, que los criterios dominantes para referirse a ella tienden a priorizar sus posibilidades productivas en términos de utilidad del sujeto y, en específico, la utilidad del cuerpo del sujeto. Es el modo en que la normalidad aparece como un proceso de normalización,
el cual implica la imperativa transformación de sí mismo cuyo tránsito ocurrirá de acuerdo a los cánones establecidos por el especialista, el que opera como regulador de esta noción de Salud Mental, similar al modo en que el médico tradicionalmente opera como regulador de la salud física. Así, el terapeuta cobra la impronta no sólo de un clínico, sino de un regulador social y político respecto del bienestar subjetivo. En síntesis, estos cuatro dominios discursivos organizan los prejuicios de los consultantes a psicoterapia sin vivencias previas directas al respecto. Estos discursos son la expresión emergente de una serie de enunciados particulares con diferente presencia en el texto donde las características centrales tienen que ver con una anticipación de la asimetría relacional, del rol diferenciado de cada uno de los participantes (activo v/s pasivo, agente v/s paciente) y con un proceso condicionado a esta asimetría cuyo foco es sostener la capacidad de Salud Mental, o cierta normalidad, entendida como utilidad productiva del sujeto que sufre algún problema en un movimiento de normalización. Al revisar dónde y cuándo aparecen estos discursos y cómo operan naturalizando aquello a lo que refieren, se encuentra que estos sistemas de enunciados se concatenan con los enunciados propios del modelo médico centrado en el déficit (véase Hidalgo & Carrasco, 1999), en el asistencialismo y en una concepción parcial de normalidad como ausencia de enfermedad (véase Valdés & Errázuriz, 2012; World Health Organization, 2006). Esto se suma a la ampliación de la oferta en atención en Salud Mental desde la década de los `90 y su desequilibrio con el escaso entendimiento de los problemas socioculturales que acompañan tal masificación. Ello decanta en el asentamiento de una “psicopatologización” de las vivencias de sufrimiento por parte de la población, sin una comprensión clara del significado de los términos dominantes. En la misma línea, en la instalación paulatina de la llamada “sociedad del riesgo” (Giddens, 1976) se producen fenómenos que amplifican esta asimetría de poderes; fundamentalmente la individualización y la fragmentación, ambas como modos dominantes del reconocimiento actual, los cuales en su operatoria reproducen las pautas dominantes de la clínica basada en la explicación especializada, privatista y desconectada de dinámicas socioculturales complejas. Acá es advertible que tales ejercicios biopolíticos encuentran en la figura de la población, desde el advenimiento mismo de las disciplinas de Salud Mental, el escenario para el despliegue de una economía política de los cuerpos, favoreciendo prácticas de micro poder (como la psicoterapia o el diagnóstico) que modulan tales objetivos. Esto último se institucionaliza cuando los espacios académicos de formación invierten sus esfuerzos en este mercado, armonizando todo lo antes dicho en un sistema de insoslayable crisis en las últimas décadas. Además se distingue la instalación de toda una cultura del la subyugación respecto del conocimiento de otros sobre sí, la cual puede tener sus raíces en el carácter igualmente subyugado de una población sometida históricamente a una gubernamentalidad dictatorial, haciendo de la democracia más bien una experiencia de la “no dictadura”, evidenciando así la ausencia de una ciudadanía fuerte y activa ante las determinaciones de discursos biopolíticos como el dominante en Salud Mental. De igual manera se advierte cómo la estética de la familiaridad del espacio terapéutico no sólo reporta condiciones estructurales cómodas para el proceso terapéutico sino que además simbólicamente da cuenta de la transición en las últimas décadas de un espacio de real familiaridad (familia, amigos, compañeros, comunidad) para el sostén de vivencias problemáticas, hacia un espacio que, en la simulación estratégica de dicha familiaridad, se presenta en su exclusividad ante tales amenazas. En la misma línea, respecto de la naturalización emergente de estas prácticas discursivas, se observa que el padecimiento y la necesidad de un experto que gestione un sí mismo frágil refuerzan el reconocimiento, tanto de la incapacidad fundamental de autogestión, como de la desconfianza en aquellos parámetros singulares de gestión con otras figuras claves de una cultura local. Esto da
cuenta de cómo se naturaliza el valor del lugar de la especialidad fragmentada al mismo tiempo que se desestiman aquellos espacios de salud colectivos y locales. Es la transición hacia la heteronomía experta en el cuidado de uno mismo que mantiene la tendencia heterónoma, no obstante, reemplazando la figura del maestro del alma (confesor) por la figura del maestro técnico estratégicamente orientado sobre el cuerpo del sujeto de atención (terapeuta, psiquiatra, psicólogo). Además, desde estos discursos se asiste a la radicalización de una cultural del éxito, donde “estar bien” se torna un imperativo traducido en la idea de bienestar subjetivo pero entendiendo este último como la posibilidad de adecuación a las exigencias socioculturales del medio ambiente. Así, al observar que tales exigencias privilegian la figura del consumo, el conocimiento y el éxito resulta comprensible que la normalidad, como principio, tenga que ver con todas aquellas vías que acerquen al sujeto a tales objetivos rechazando cualquier acción que encuentre sentido en sus diferencias. Al hacer referencia a la función de estos discursos en la reproducción de las instituciones como en la subversión de éstas, se distingue que la relación permisiva entre Estado y privatización de la Salud Mental aparece como una de las principales reproducciones. La legitimación del experto y la estética que lo conduce (costos, calidad, servicio, apariencia) hace de las prestaciones de Salud Mental un servicio rentable, por lo cual transita peligrosamente desde su condición fundamental como derecho de la ciudadanía, hacia un beneficio ajustable de acuerdo a juegos de inversión desigualmente repartidos en la comunidad. En esta misma línea se legitima al profesional experto como regulador social y, con ello, se legitiman los espacios de formación de los mismos: las universidades. Esto se suma al hecho de la abstracción de los espacios de formación que se distancian de los aspectos locales de la cultura, y así de sus conflictos, sosteniéndose en criterios generalistas o directamente foráneos en sus objetivos educacionales. Se señala además que los cuatro discursos precisados en esta investigación subvierten la idea –protagónica en los discursos posmodernistas– de deslegitimación de las figuras de poder y crítica a los referentes absolutos. Esto resulta claro en la sustancialización de figuras con características estables en dinámicas de poder asimétricas. Dicho de otro modo, los discursos de los consultantes no hacen eco de la crítica posestructuralista, sino por el contrario, (re)producen en la capilaridad de las acciones cotidianas una lógica objetiva, estática, asimétrica y representativa de la realidad, con una movilidad estrecha respecto de su posición como agentes activos de cambio. Respecto del beneficio de estos discursos, las ventajas de una política de la asimetría en psicoterapia resulta provechoso en términos funcionales para la adaptación del paciente a las exigencias tanto de su nicho ecológico inmediato como para las exigencias generales de una cultura liberal enfocada en el consumo y la individualidad (véase Wallerstein, 1988). No obstante, reduce al mínimo la capacidad emancipatoria del sujeto, disminuyendo su fuerza política como agente activo en la transformación de las prácticas sociales que lo constituyen y dan legitimidad a su comportamiento. Se benefician, además, las figuras dominantes, tanto la del terapeuta como experto –y todo su circuito de formación académica profesional– como la de Salud Mental, entendida como vivencia de la utilidad. Así, el beneficio parece estar asociado a una funcionalidad del sistema pero no a una práctica de libertad de sus miembros. Del mismo modo sufrirán los efectos de esta sedimentación relacional los mismos actores, vivenciando las consecuencias de dinámicas complejas como el asistencialismo, el clientelismo, o la dominación, todas producto del posicionamiento en extremos dicotómicos de una relación previamente asimétrica. Las exigencias y los vicios de cada rol se agudizarán cuando las claves estéticas y contextuales no sean las esperables, es decir, cuando la forma (costos, apariencia, edad del terapeuta, comodidad, etc.) no respondan a las expectativas de los consultantes. Respecto de quienes resultan desacreditados desde estas dinámicas discursivas se considera que todas las posiciones que se distancien de los márgenes productivos de la Salud Mental, del proceso y sus condicionantes, de la figura del experto y de la pasividad del consultante
serán, generalmente, desacreditadas, en tanto marginales a un sistema que –desde una epistemología de la contrastación– corroboraría su funcionalidad y, por tanto, su pertinencia. En esa misma línea se concluye que es muy posible que los terapeutas que no se posicionen como expertos, sino como agentes en alianza equidistante con el consultante; los consultantes que sean, desde un inicio, activos participantes de su propio proceso; los procesos que no tengan como foco la eficiencia y la productividad del cuerpo como foco central; serán desacreditados, incluso literalmente, exponiéndose a la marginación de la comunidad académica, investigativa, científica, ética, y clínica en términos generales. Resulta visible como el ajuste de la terapia y de este tipo de prácticas discursivas, en tanto prácticas de pre comprensión respecto de lo terapéutico, se articulan armónicamente con un sistema de relaciones homogéneo basado en el control y encauzamiento productivo de la población. Tienden, como se decía antes, a reproducir más que a desafiar las concepciones dominantes de la cultura en tanto se sostienen desde ellas, enfatizando la asimetría de la relación de poder, la individualidad/individualización del consultante, su tratamiento fragmentado, el control de la población, la productividad de la misma, junto con epistemologías objetivistas centradas en la evidencia de su comportamiento3. No hay así subversión en las premisas de los consultantes, operando las mismas fundamentalmente como imperativos categóricos del buen comportamiento en Salud Mental. Es posible advertir, ligado a lo anterior, la aparición –desde los discursos revisados en este trabajo– de una concepción de la Salud Mental como “economía política del cuerpo”, donde conviene enfocarse en el cuerpo incluso antes que suceda la enfermedad, adaptándolo así desde la internalización de premisas que lo gobiernen de modo regular. Se comprende desde acá la alta confianza depositada en el dispositivo institucional de atención psicológica universitaria, el cual parece proveer un respaldo extra dado su carácter precisamente institucionalizado. Un aspecto relevante de mencionar es el particular cuidado que los consultantes prejuzgan sobre la experticia de los terapeutas y, particularmente, sobre su manejo técnico. Ello, pese a la distinción de una alianza terapéutica centrada en competencias “blandas” como la cercanía y la empatía. Aparece así la concepción y deseabilidad de una psicología tecnificada en los espacios formativos, lo que se condice con la tendencia que surge desde la Modernidad, como época donde se ha favorecido una sobrevaloración del pensamiento racional y del saber científico, y que ha ido en desmedro de la valoración e integración de las complejidades del acontecer humano (Morín, 1990; Bauman, 2008). En el espacio (micro)político de la psicoterapia, esta tendencia a la fragmentación y tecnologización de las prácticas, soportaría un sistema de relaciones sociales que mantienen el modelo asistencial y de control social prescrito para el ejercicio de la psicoterapia. Finalmente, cabe destacar la potenciación de la concepción de la psicoterapia como el dispositivo resolutivo, por excelencia, ante conflictos de la vida cotidiana, organizador de experiencias y de realidad, tramitándose en su espacio –particularmente desde la relación asimetrica que allí se favorece– una serie de funciones que se han adscrito tradicionalmente a la institución de la familia, a la comunidad y a otras redes sociales. 3
Carlos Pérez Soto lo expone claramente: “El éxito de las terapias está fundado en las diversas maneras en que el Psicólogo ejerce de portavoz de la totalidad social (…) no hay más éxito terapéutico que la adaptación “flexible” a la realidad establecida (…) El Psicólogo (…) actúa como legitimador de los lugares de normalidad que debemos ocupar” (Pérez, 1996, p. 210-‐211).
Discusión Los prejuicios de los consultantes se sostienen –y son a su vez sostenidos– desde prácticas discursivas que conjugan una pre comprensión sociocultural mucho más amplia, emergiendo como hallazgo, cuatro discursos preponderantes, a saber: 1) Discurso respecto de la pasividad/actividad del sujeto consultante, 2) Discurso del terapeuta experto en tanto agente del cambio, 3) Discurso del proceso terapéutico y sus condicionantes y 4) Discurso de la Salud Mental y su carácter productivo. Los prejuicios respecto a la pasividad/actividad de quien consulta sugieren un mantenimiento de relaciones de dominación, control y regulación desde la institucionalidad de la psicoterapia en los cuerpos de los sujetos. Del mismo modo los prejuicios de experticia y tecnicidad como expectativas centrales de los consultantes se enmarcan en un discurso social que mantiene y reproduce un modelo médico de Salud Mental sostenido en el asistencialismo, individuación de las responsabilidades y fragmentación de la base social comunitaria como fuente de saber legítimo sobre el self. Los prejuicios y expectativas estéticas asociadas al espacio terapéutico se engranan a los anteriores dispositivos discursivos, exponiendo además un desplazamiento de las funciones de contención y resolución de conflictos, desde las familias y grupos sociales significativos al espacio artificial del la psicoterapia. Finalmente, la expectativa prejuiciada de lograr, con la psicoterapia, la restitución de un estado de bienestar caracterizado por la productividad y eficiencia en la cotidianeidad, evidencia la reproducción y mantenimiento de la psicoterapia, en general, y del psicólogo-‐terapeuta, en particular, como dispositivos sociales de control y regulación social, denotando una clara relación entre Mercado, Medicina y Salud Mental. Las distinciones sobre los discursos que sostienen y se sostienen en los prejuicios que consultantes han construido, conducen a nuevas interrogantes respecto a lo emergente en esta exploración. Una pregunta que surge respecto de la exploración realizada versa sobre la base del carácter bidireccional de la construcción subjetiva y social del prejuicio, ¿Cómo evolucionará éste durante el proceso de la terapia? ¿Qué aperturas, transformaciones o cierres sufren los prejuicios durante el proceso terapéutico? y ¿Cuáles serían los discursos que sostendrían esas transformaciones? Los prejuicios están en constante revisión y contrastación, y en la psicoterapia se pueden producir cambios hacia una mayor flexibilidad en el sistema de premisas que un sujeto posee y, eventualmente, a un cambio en dicho sistema (Bateson, 1972). Así, es posible concebir una exploración futura que dé cuenta del camino que los prejuicios, premisas y discursos que les sostienen, siguen en el curso de un proceso terapéutico. Frente a la fuerte presencia de la psicoterapia como dispositivo regulador y mantenedor de la productividad eficiente de los sujetos, cabe preguntarse por los alcances que esto tiene en la construcción colectiva del concepto de Salud Mental y, específicamente, examinar ¿Cuáles son los parámetros para definir una productividad adecuada? y ¿Quiénes o qué instituciones estarían a cargo de definir tales criterios? Si se considera que la productividad está asociada a otros ideales modernos como la autonomía, el bienestar y el logro individual, entonces, se puede intuir que el engranaje entre el Mercado, la Medicina y la Psicología, entre otras, co-‐participarían de estas delimitaciones. En el mismo sentido, hacer el ejercicio de pensar la psicoterapia sin el sostén de la productividad o el control social como razón de ser, permite preguntarse luego ¿Desde dónde entonces se hace sostenible o necesario, qué otros discursos pueden dotar de sentido el quehacer psicoterapéutico?, o bien, ¿Qué otros discursos pueden sostener a, y sostenerse en, algún tipo de praxis terapéutica particular y de construcción local?; en definitiva ¿Es posible una psicoterapia fuera de los márgenes de posibilidad y operatividad actuales? Se hace posible y necesario conducir estas interrogantes al espacio académico e investigativo, para generar un conocimiento explícito que supere la invisibilidad que estos temas
han tenido en los espacios formativos, pese a la sospecha o intuición de su existencia. Esto último – que podríamos concebir como una politización de la psicoterapia por sobre una psicologización de las prácticas sociales– será particularmente sensible antes y durante la conexión del psicólogo practicante con el sistema público, dado que en este momento se produce inevitablemente el entronque entre una formación estrictamente académica y los requerimientos y prejuicios de un sistema público de salud que se reconoce desde su carácter pasivo y dispuesto a una relación asimétrica, complementaria así a la imagen de experticia de un psicólogo especialista. Bibliografía • BATESON, G. (1972/1998) Pasos hacia una Ecología de la Mente. Buenos Aires: Lohlé-‐Lumen Ediciones • BAUMAN, Z. (2008) Modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica • BIANCIARDI, M. (1993) “El observador ciego. Hacia una teoría del sujeto”. En Psicoterapia y Familia, vol. VI, n. 2, 1993 • BOSCOLO, L. & BERTRANDO, P. (2000) Terapia sistémica individual. Buenos Aires: Amorrortu • BOTELLA, L. & FIGUERAS, S. (1995) Cien años de psicoterapia: ¿El porvenir de una ilusión o un porvenir ilusorio? En Revista de Psicoterapia, Vol. VI, Nº 24. Barcelona, España. p. 13-‐28 • CASTRO, R. (2008) Foucault y el cuidado de la libertad: ética para un rostro de arena. Santiago: LOM • CECCHIN, G. (1994) Lenguaje, acción, prejuicio. (Trad. Daniela Labarca, Universidad de Chile) • DERRIDA, J. (1989) La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos • DREYFUS, H. & RABINOW, P. (2001). Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica. Buenos Aires: Nueva Visión • FOUCAULT, M. (1978) La verdad y las formas jurídicas. Barcelona. Ed. Gedisa • FOUCAULT, M. (1980) Microfísica del poder. Madrid: La Piqueta • FOUCAULT, M. (1999) Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales, Volumen III. Barcelona: Paidós • FOUCAULT, M. (2002) Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI. • GADAMER, H. (1998) Verdad y método. Volumen II. Salamanca: Ed. Sígueme • GIDDENS, A. (1976) Las nuevas reglas del método sociológico. Buenos Aires: Amorrortu • HIDALGO, C., & CARRASCO, E. (1999) Salud familiar: un modelo de atención integral de la atención primaria. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile • MORALES, R. (2010) “Psicoterapia sistémica, micropolítica y subjetividad: alcances en torno a la formación”. En Gálvez, F. (2010) Formación en y para una psicología clínica. Santiago: Colección Praxis Psicológica -‐ Universidad de Chile • MORALES, R. (2010b) “Análisis interpretativo crítico en torno a los aspectos micropolíticos de los discursos de psicoterapeutas sistémicos respecto de la relación terapéutica”. Tesis para optar al grado de Magister en Psicología Clínica, Universidad Mayor, Temuco • MORÍN, E. (1990). Introducción al pensamiento complejo. Barcelona: Ed. Gedisa, 8va. Reimpresión, 2005 • PARKER, I. (1996) “Discurso, cultura y poder en la vida cotidiana”. En Gordo, Á. y Linaza, J. (Comp.) (1996) Psicologías, discursos y poder (PDP). Madrid: Visor • PÉREZ SOTO, C. (1996) Sobre la Condición Social de la Psicología. Psicología, epistemología y política. Santiago de Chile: LOM Ediciones
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