Los pobladores del Chalía, su memoria y el registro arqueológico. Rutas indígenas y transmisión del conocimiento

July 4, 2017 | Autor: Analia Castro Esnal | Categoría: Arqueología de Patagonia
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Descripción

2 Los pobladores del Chalía, su memoria y el registro arqueológico. Rutas indígenas y transmisión del conocimiento Analía Castro, Ma. Luz Funes y Mariana Sacchi

En la arqueología de la región patagónica se han desarrollado distintas investigaciones que focalizaron, entre otras cosas, en las estrategias de movilidad y los flujos de información entre grupos cazadores recolectores. Estos temas fueron estudiados desde diferentes líneas de evidencia - artefactos líticos (ver por ej. Gómez Otero y Stern 2005); consumo de animales (ver por ejemplo Fernández 2006); análisis de restos óseos humanos (ver por ejemplo Goñi y Barrientos 2004); análisis de restos vegetales (ver por ej. Pérez de Micou et al. 1992); etc. Nos proponemos en este capítulo presentar las fuentes orales como una posible línea de evidencia para el análisis arqueológico. “…La información oral, al funcionar como documento primario, se torna una de las fuentes más importantes, (...) también puede sugerir nuevas líneas de investigación al arqueólogo…” (Orser 2000:39). En este sentido, introduciremos aquí el uso de las fuentes orales como una herramienta metodológica para abordar problemáticas arqueológicas. En particular, nos referiremos al tema de las rutas indígenas, por un lado, y a la transmisión del conocimiento, por el otro. Somos conscientes de que la información que obtendremos tiene una escala de tiempo acotada en comparación con los tiempos arqueológicos, no obstante la misma será utilizada para dar cuenta de la dinámica de la población, su organización, costumbres, alimentación, organización familiar (Funes 2006), en los aspectos que poseen escasa o nula visibilidad material y que pueden, por lo tanto, perderse de vista desde un enfoque únicamente arqueológico. De esta forma “las fuentes orales (...) contribuyen a equilibrar la balanza entre el tiempo largo y corto, entre las estructuras y quienes les dan vida...” (Vilanova en Barela et al. 2004).

FUENTES ORALES El presente capítulo representa una nueva mirada, desde la arqueología, al uso de las fuentes orales. Esto nos posibilitará generar preguntas e hipótesis, permitiendo de

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esta manera una apertura a cuestiones que, en el contexto arqueológico, pueden no aparecer, debido a las características propias del registro material. “La historia oral básicamente busca aquello que no se encuentra en las fuentes existentes, busca lo que sólo a partir del relato de la gente y dentro del marco de una entrevista se pueda encontrar.” (Barela, et al. 2004: 7). Si bien en la historia oral se concentran las experiencias directas de la vida de los individuos, el recopilador de los relatos participa en un esfuerzo conjunto y de cooperación con el narrador en su examen y registro. Se trata de una dialéctica dinámica (Moss 1991) con dos participantes: el entrevistador y el que responde. El entrevistador, como participante activo de la entrevista hace un recorte al preguntar y, de alguna manera, influencia al que responde para que recuerde una u otra cosa. De esta manera, a partir de entrevistas nos aproximamos a las experiencias almacenadas en la memoria de la gente, conformándose así un diálogo entre el pasado y el presente (Briggs en Aceves 1998:8). Aunque tomaremos conceptos básicos extraídos de la historia oral, “como una forma particular y útil de mirar y captar el pasado” (Moss 1991:25), no es nuestro propósito hacer una investigación histórica. Por ello preferimos hablar aquí del uso de “fuentes orales” en la investigación arqueológica. En particular, trataremos aquí el uso de las fuentes orales con relación a dos temas de investigación arqueológicos específicos: las rutas indígenas y su vinculación con el paisaje, por un lado, y la transmisión del conocimiento y diferenciación de actores sociales, por el otro.

RUTAS INDÍGENAS, ECOLOGÍA Y PAISAJE ARQUEOLÓGICO EN LA PROVINCIA DE CHUBUT. En la investigación de este tema, interesa especialmente entender la vinculación entre los circuitos de movilidad utilizados por las sociedades indígenas tardías patagónicas y las posibilidades brindadas por el ambiente vinculadas a la disponibilidad de recursos. Para ello se utiliza el concepto de movilidad tomando en cuenta su complejidad y las múltiples dimensiones que lo atraviesan – como hemos visto en el Cap. 1. Importa especialmente integrar la dimensión ecológica, pero sin dejar de tener en cuenta los aspectos simbólicos relacionados con la circulación de los grupos humanos en el paisaje, incorporando la información proveniente de las fuentes etnohistóricas, las fuentes orales, la toponimia, los indicadores paleoambientales y la información actual para la región, para luego generar modelos a contrastar con la evidencia arqueológica. En este sentido, se procura una mirada ecológica diacrónica, prestando especial atención a los indicadores de cambios ambientales a través del tiempo. El hecho de usar datos provenientes de fuentes etnohistóricas y orales para generar modelos para el análisis arqueológico, no implica realizar analogías históricas directas sin atender a las profundas diferencias con las sociedades precontacto. Es por esto que, sin caer en un mal uso de la analogía, se utilizarán dichos datos como fuente de hipóte-

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sis y como elementos de comparación para lo que refiere a los momentos prehispánicos tardíos. En este sentido, los testimonios de los pobladores del Chalía, representan una línea que puede aportar valiosa información sobre aspectos no representados directamente en el registro arqueológico, como por ejemplo: el modo de percibir el paisaje por parte de pobladores actuales, información sobre vías de circulación, conocimiento efectivo del ambiente y modos de utilización de sus recursos, posibles lugares marcados en el paisaje con valor simbólico presente o pasado, contactos con otras familias y/o poblaciones distantes. Las fuentes etnohistóricas muestran que los trayectos establecidos por los indígenas responden también a una estructuración simbólica del paisaje, con lugares determinados que tienen un valor religioso y que inciden en la toma de decisiones en cuanto al

Ubicación de la Comunidad del Chalía

camino a seguir (ver Cap.1). Estos aspectos pueden ser ampliados a partir de los relatos actuales y, a su vez, constituyen un llamado de atención para los arqueólogos que sólo tienen en cuenta las variables ecológicas y económicas en sus enfoques. Por otro lado, estos relatos pueden dar cuenta de la utilización de recursos que, en general, tienen escasa conservación en el registro arqueológico; por ejemplo, los vegetales, cuyos diversos usos integraron, en gran medida, las estrategias económicas de las sociedades cazadoras (Pérez de Micou 2002). Vemos entonces, que en un enfoque puramente arqueológico no estarían representados aspectos importantes relacionados con la vida de estos grupos. Esto refuerza la necesidad de complementar fuentes variadas, distintas líneas de evidencia y diversas disciplinas.

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D Figura 1. A-Pampa del Chalía. B-Niños jugando a enlazar. C-Niño enlazando un chivo. D-Faenamiento

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De esta manera, se espera llegar a un conocimiento más profundo de la relación uso del espacio-disponibilidad de recursos, que posibilite la localización de nuevos sitios arqueológicos no conocidos que sumarían nueva evidencia, permitiendo así una mejor aproximación a la comprensión de los modos de vida de las sociedades patagónicas prehispánicas.

APRENDIZAJE Y TRANSMISIÓN DEL CONOCIMIENTO La creación y el entendimiento que los grupos tienen de su entorno físico, del paisaje, es una parte fundamental en la génesis de la identidad grupal (ver por ej. Curtoni 2000). De este modo, la identidad se podría concebir como una construcción operando en diferentes niveles, según sea el tipo de relación que los grupos mantengan con el entorno circundante, sea éste de carácter natural o social. El género (entendido, no sólo como la clasificación de hombres y mujeres, sino como una categorización donde el niño podría incluirse) es parte fundamental del proceso de formación de la identidad, y, al mismo tiempo, es un nexo entre los valores, roles y significados circunscriptos por las sociedades, y lo que las personas hagan (Dobres 1999). Estas categorías construidas en sociedad, influyen fuertemente en los grupos de edad. Es aquí donde el uso de las fuentes orales y la observación participante puede ayudarnos a pensar nuestros datos y registro de otra manera. La propuesta de investigación que una de nosotras (Sacchi) viene realizando, busca establecer formas de interacción entre los grupos patagónicos en diferentes momentos del Holoceno (en particular el Holoceno medio y tardío) en las zonas del SO de la provincia de Chubut y el NO de la provincia de Santa Cruz. Uno de los temas de interés es aportar, desde una perspectiva arqueológica, al conocimiento que se tiene acerca de los elementos sociales que componen las tecnologías líticas de los grupos patagónicos. La tecnología constituye un eje fundamental de la dinámica de las poblaciones, en tanto que posibilita la apropiación de recursos indispensables para su supervivencia, y, al mismo tiempo, supone mecanismos de transmisión del conocimiento que recrean las prácticas sociales cotidianas (Álvarez 2003). La transmisión de conocimiento es uno de los factores más importantes para la reproducción social de un grupo. Aprendizaje y conocimiento, entonces, implican relaciones entre los individuos y su contexto social (Lave y Wenger 1991; en Grimm 2000). Esto plantea que, además de aprender a adquirir modelos o formas de ver el mundo, hay una participación activa de los individuos en la creación de los marcos en los que esas estructuras actúan. Entonces, el aprendizaje implica la participación en una comunidad de prácticas -community of practices- en situaciones de coparticipación entre los individuos y el contexto en el que viven (Smith 1999). A partir de esto, la organización en una tarea común, alrededor de ciertas áreas de conocimiento, les da a los miembros de la comunidad, un sentido de empresa conjunta y, a la vez, de identidad común. Aquí es cuando se genera una apropiación por parte del grupo del repertorio compartido de ideas, contenidos y memorias sobre esas tareas. Aprender, a partir de lo expuesto anteriormente, no es la mera adquisición de cono-

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cimiento sino mucho más que eso. Es un proceso de participación social donde el / los individuos son activos participantes y creadores de los contextos en los que las tareas se desarrollan. En este sentido, el trabajo con fuentes orales y observación participante pueden aportar datos no relevables a escala arqueológica sobre cómo se produce el aprendizaje, cómo se reproducen en las prácticas cotidianas las tareas a realizar, quiénes y cómo participan de ellas, entre otras cosas. Como se menciona en el apartado anterior, no se pretende realizar una analogía directa entre los datos que las fuentes orales aporten, sino utilizarlos para generar nuevas hipótesis sobre la evidencia material. Interesa principalmente el aprendizaje de la talla lítica ya que, la manufactura de artefactos implica algún tipo de aprendizaje (Lave y Wenger, 1991), y el producto de esa actividad es resultado de un interjuego complejo entre las influencias de la tradición y los procesos de adaptación de los grupos (Sacchi, 2006). En cuanto a cómo y cuándo comienza el aprendizaje de talla lítica, existe un consenso entre la mayoría de los investigadores sobre el tema de que la práctica de talla “… comenzaría tempranamente, durante la niñez y la adolescencia…” (Pigeot 1990; Karlin y Julien 1994 en Grimm 2000: 54). Desde esta perspectiva, el aprendizaje de la talla lítica tiene importantes implicancias para la discusión sobre la identificación de los distintos autores del registro arqueológico. Y, sumado al aporte de las fuentes orales, nos permite incorporar más ideas para evaluar quiénes y cómo produjeron el registro material.

EL CHALIA Las investigaciones arriba mencionadas se encuentran emplazadas en la zona de patagonia centro meridional, en particular las provincias de Chubut y el NO de la provincia de Santa Cruz. En esta zona la colonia indígena del Chalía es la única que se reconoce como tehuelche, si bien existen otras colonias, éstas se reconocen y son reconocidas por la gente de los alrededores como mapuches (por ejemplo: Loma Redonda, y la ya disgregada Pastos Blancos). Los pobladores del Chalía son descendientes directos, en su mayoría, de los grupos tehuelches que habitaban la región en el siglo XIX (Muñiz y Perea 2000; Pinotti 2001 y 2004). Esto demuestra una cierta continuidad en la ocupación del área, sin perder de vista los cambios acontecidos a partir del contacto con otros grupos. Es por esto que consideramos pertinente la utilización de las fuentes orales como herramienta para acercarnos a la historia de esta comunidad y, de esta manera, realizar un aporte a nuestras investigaciones arqueológicas desde una línea de trabajo hasta el momento no abordada en la región; con excepción del trabajo de Aguerre (2000) “Las vidas de Pati en la toldería Tehuelche del Río Pinturas y el después”, en donde la informante entrevistada presenta, a través de su historia de vida, importantes referencias a la zona del Chalía.

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Historia de la comunidad del Chalía La colonia indígena del Chalía se encuentra ubicada en el departamento de Río Senguer, al SO de la provincia de Chubut, Patagonia Argentina. La primera vez que se menciona a las tierras del valle del Chalía en documentos escritos es a través del viaje de Musters en 1869. Este autor menciona el paradero Tele, ubicado en la zona que hoy ocupa la colonia. Las describe como tierras deshabitadas pero con buenos pastos y agua para la caballada (Musters 1999). Durante el siglo XIX, la creciente presión militar y económica hacia el sur forzó a los pueblos tehuelches a replegarse y a establecerse en las regiones menos codiciadas. Tras la “conquista del desierto” los indios sobrevivientes se vieron obligados a permanecer en sitios geográficos circunscriptos y, por lo tanto, a modificar su sistema de subsistencia tradicionalmente nómade. Otros sobrevivientes optaron por la dispersión en establecimientos rurales vendiendo su fuerza de trabajo (Pinotti 2004). Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, el cacique Manuel Quilchaman (o Keltchamn o Quilchamal) y su gente ya habitaban una extensa región del sudoeste de la actual provincia de Chubut, con epicentro en las márgenes de los arroyos Guenguel y Chalía (Muñiz y Perea 2000; Pinotti 2001 y 2004). En ese momento, diversos viajeros se encuentran con el grupo de Quilchaman establecido en la zona y dedicado a la cría de ganado. Todos ellos mencionan haber recibido ayuda y hospitalidad por parte del cacique y su gente (Moreno, Moyano, Lista, Mayo, Kozlowski, Ameghino, Burmeister, Onelli, en Escalada 1949). En febrero de 1916 algunos de estos viajeros intercedieron ante el presidente Victorino de la Plaza para lograr el otorgamiento, de la tenencia a título precario al cacique y su “tribu”, de 60.000 ha en las tierras circundantes al arroyo Chalía. En ellas, Quilchamal cobijó a varias familias provenientes de distintas parcialidades tehuelches y mapuches y también a blancos (Muñiz y Perea 2000; Pinotti 2004). Quilchaman era nieto de Güetchanoche, quien a su vez era hijo de un cacique aonikenk (tehuelches del sur). Durante los enfrentamientos entre tehuelches y araucanos (1810-1820) Güetchanoche es tomado prisionero, luego contrae matrimonio con una araucana, prima del cacique Paillacan y es liberado. Se instala en el paraje Genoa donde es nombrado cacique. Su hijo, Laukgooche, se casa con Casimira Chantepel (descendiente de aoni-kenk y maragato1 , y de esta unión nace Kéltchamn o Manuel Quilchaman (Muñiz y Perea 2000; Pinotti 2004). Las sucesivas usurpaciones de estancieros vecinos fueron reduciendo el área de la reserva a su dimensión actual de 32.902 ha. En 1990 la gobernación del Chubut le otorgó a la Reserva el título de propiedad de esta superficie bajo la forma legal de “propiedad comunitaria” (Muñiz y Perea 2000; Pinotti 2004). Los primeros ranchos de adobe fueron introducidos en la década de 1920, sin embargo en la de 1950 se pueden observar aún, en fotos de la reserva, los toldos en donde residían algunos de sus habitantes (Casamiquela et al. 1991). Muchas familias habían

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Inmigrante español, natural de La Maragatería en la Provincia de León.

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edificado ranchos de adobe ante la presión de las autoridades que veían esto como una “mejora” y un signo de “civilización”, sin embargo estos primeros ranchos de adobe fueron utilizados por las familias para poner a resguardo a sus animales de granja y sus perros y no para su habitación (Pinotti 2004). Desde la antropología social, la comunidad del Chalía ha sido abordada en sus aspectos sociodemográficos, económicos, reproductivos, lingüísticos, sanitarios y de nutrición, mitológicos, etc. (Fernández Garay y Hernández 1999; Muñiz y Perea 2000; Pinotti 2001 y 2004). Nuestro enfoque, en cambio, está vinculado a distintos aspectos relacionados, como hemos mencionado arriba, con problemáticas arqueológicas.

RESULTADOS PRELIMINARES

Cortando Campo Conversamos con algunos pobladores mayores del Chalía con respecto a los lugares a donde viajaban y de qué manera lo hacían. Nos comentaron que siempre viajaban a caballo y que no seguían ningún camino o huella delineada, iban simplemente “cortando campo” porque ellos ya conocían bien los lugares y no se perdían. Solían trasladarse para emplearse en estancias, hacia Perito Moreno, zona en la que por otra parte, según uno de los informantes, siempre hubo mayor cantidad de guanacos que en el Chalía. Destacaron la importancia de saber en qué lugares se encontraban los cursos de agua. En cuanto a la comida, dijeron que no era una preocupación. De las primeras conversaciones con estos pobladores nos llamó la atención el hecho de que todos mencionaran que habían viajado hacia el sur, pero ninguno hacia el norte. Hablamos sobre esta cuestión con un joven de la colonia (de 34 años) y él nos comentó que popularmente “ir para el norte” es “ir a morir”, “el norte está relacionado con la muerte, a veces alguien muere y se dice: se fue para el norte”, por eso siempre viajaban para el sur. Nos preguntamos si esta percepción negativa del norte podría estar relacionada con la época de la expansión de la frontera y la guerra en el siglo XIX. Por otra parte, los datos proporcionados por Pati en Aguerre (2000) informan sobre las relaciones de parentesco entre las familias del Chalía con las del Río Pinturas y el Río Deseado desde principios del siglo XX, por lo que esta constante dirección rumbo al sur también se vincularía con este aspecto social. El origen aoni-kenk de la familia Quilchamal se corresponde con esta información y retrotrae al siglo XIX los lazos parentales con la gente de la actual provincia de Santa Cruz (Pinotti 2004). Hoy en día, los hijos adultos de los actuales habitantes del Chalía se encuentran trabajando frecuentemente en estancias de esa misma provincia. De esta manera, vemos cómo a través de las fuentes orales se puede dar cuenta de los distintos factores que se ponen en juego a la hora de tomar decisiones en cuanto al rumbo a seguir. De estos factores, destacamos los que, al estar relacionados con aspectos sociales - como los lazos de parentesco -, o con aspectos simbólicos - como la valoración negativa de un espacio-, no dejan un correlato material que pueda ser analizado por el arqueólogo.

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Aprender Solo Con respecto a la transmisión de conocimientos, según algunos datos relevados, el tema del aprendizaje dentro de los grupos se ve reflejado en las actividades cotidianas. Algunos informantes, al preguntárseles cómo aprendieron o si alguien les enseñó, responden que “aprendieron solos”. En este sentido, es interesante destacar que, dentro de los juegos desarrollados por los niños, aparecen muchas de las actividades “adultas”. Por ejemplo: en el Chalía dos niños de la colonia corrían y jugaban a enlazarse: “Estamos pialando”, representaban cada vez a un animal distinto y se enlazaban de manera diferente: “¡soy un choique, soy una cabra!”. Cada animal tenía una forma particular de ser enlazado. (Fig 1b) Los chicos participan de cerca en las actividades cotidianas, como por ejemplo, en el carneo de un chivo. Eligieron uno para carnear, la madre se encargó de atarlo junto a sus chicos que estaban a su alrededor, prestando atención a todo el proceso. Luego, se dirigieron hacia un área determinada para continuar con la tarea. En un primer momento acostaron al chivo, le hicieron unas caricias y la madre, con un corte justo en la yugular, lo desangró de a poco, el animal parecía ir durmiéndose (Fig 1d). Alrededor de ella los chicos acompañaban y observaban, ayudando también a tranquilizar al animal. Una vez que el animal estuvo desangrado, pasaron a la etapa de descuere. Aquí participaron principalmente el tío abuelo de los niños y la madre; en un primer momento trabajaron con el animal en el piso, cortaron los cuartos traseros y delanteros a la altura de la primer articulación; una vez desarticulados, les quitaron la piel y procedieron al corte para descuerar. Luego, colgaron al animal para poder trabajar más cómodos. Durante este proceso los tres chicos estaban alrededor de su tío y su madre, haciendo comentarios y prestando atención al proceso. Uno de ellos, el que más participaba, estaba muy atento a todos los movimientos que se hacían. Una vez que el chivo estuvo pelado, le hicieron un corte en el estómago y sacaron todos los contenidos de la panza. La madre sacó los riñones y se los dio a uno de los chicos, quien los comió de inmediato. El estómago y su contenido fueron revisados también por el mismo niño, en busca de “aumentos” (cálculos). El hígado fue consumido en el momento por todos los chicos, la grasa fue separada y llevada a la casa por uno de ellos. La madre no tuvo necesidad de hacer comentario ni indicación alguna a los chicos sobre las tareas que tenían que realizar. Es en esta participación “activa” por parte de los chicos, en la cual, a partir de una tarea en común, ellos adquieren un sentido de comunidad y pertenencia. El lugar que tienen dentro del grupo, en este caso, la familia, es un lugar activo. Los chicos, en sus juegos y en las tareas que desarrollan a lo largo del día, reproducen y se apropian del repertorio compartido de ideas, contenidos y memorias sobre las tareas que desarrollan. Si bien los chicos tuvieron participación de todas estas actividades, el registro material no da cuenta de la presencia de ninguno de los actores en particular. En cambio, en el caso de la talla lítica, esas actividades de aprendizaje dejarían vestigios observables (Hocsman, 2006; Sacchi, 2006; Stout, 2002; entre otros) y, al igual que la actividad de carneo observada, presentaría un área de acumulación.

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38 REFLEXIONES FINALES

A la hora de pensar en el registro material, las observaciones realizadas nos permiten formular nuevas preguntas. No explican los datos sino que aportan líneas de evidencia para reforzar nuestras investigaciones, sin olvidar que hay variados factores sociales y simbólicos involucrados Tenemos en cuenta que la información obtenida mediante fuentes orales tiene una resolución temporal diferente de la del registro arqueológico, no obstante nos permite ampliar nuestro entendimiento del mismo. Pensar no sólo áreas de actividad, sino también dar cuenta de la diversidad de actores que las produjeron; observar los artefactos no sólo desde un punto de vista tecnológico y funcional, sino agregándoles por ejemplo su aspecto lúdico; sumar a la comprensión y conocimiento del paisaje su dimensión simbólica y social. El uso de fuentes orales también nos permite dar cuenta de una continuidad, no sólo espacial sino también temporal, en las tradiciones y costumbres de la gente que habita en el Chalía. De esta forma, las experiencias compartidas por los individuos se vuelven representativas de toda la comunidad, trascendiéndolos en tiempo y espacio.

AGRADECIMIENTOS A Pedro Patela; Estela, Marcos, Nicolás y Alexis Cuyapel; a Sebastián Santibáñez; a Aladino y Justina González; y a Efraín Melo. Al Club de Abuelos de Río Mayo, en especial a Isabel Zabala y a todo el personal. Al Intendente de Río Mayo Prof. Gabriel Salazar.

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