Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (III)

July 24, 2017 | Autor: Angel Viñas Martin | Categoría: History, Spanish History, Historia, Franquismo, GUERRA CIVIL ESPAÑOLA, Historia Contemporánea de España
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Descripción

Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (III)





Las investigaciones realizadas en el Archivo Histórico del Aire (AHEA) en
Villaviciosa de Odón y el General Militar de Ávila (AGMAV) ponen de relieve
dos cosas. La primera es que el expediente sobre el bombardeo y destrucción
de Gernika ha desaparecido. Solo un cretino podría pensar que se habrá
tratado de una casualidad, o que, ¡milagro!, no se compilase uno. Aun así,
varios historiadores, al frente Don Ricardo de la Cierva, han hecho mucho
hincapié en que el documento más buscado por los historiadores "anti-
españoles" no se ha encontrado. (Tampoco, por cierto, la orden de Hitler
que puso en marcha la Shoah).



La desaparición en el caso español se explica por razones menos
sofisticadas que en el alemán. En los archivos de la dictadura siempre han
actuado sin compunción alguna bichitos fibrófagos que roen o destruyen
papeles comprometedores, desde los años de la guerra civil hasta la
Transición y, en mi opinión, incluso después.

Ahora bien, no siempre esos bichitos están bien dirigidos o teledirigidos.
Con cierta frecuencia dejan restos. En el caso de Gernika muchos. De aquí
que cualquier historiador que se precie trate de localizarlos. Un militar
hiperfranquista, el general de Caballería ya fallecido Rafael Casas de la
Vega (coautor de la infame reseña biográfica de Mola en el DBE, de la Real
Academia de la Historia), escribió en un mamotreto sobre Franco publicado
en 1995, para mayor dicha por la editorial que se decía propiedad de
Ricardo de la Cierva, que había obtenido quinientas fotocopias de
documentos conservados en Ávila y en los archivos militares alemanes.
Quería ofrecer a los ávidos lectores interesados una amplia versión de lo
ocurrido.

No lo hizo. Ignoro las razones. A mí me sorprendió leer tal propósito
porque lo que hay en Ávila no da para comerse muchas roscas. Sí las
suficientes para empezar a echar por la borda las interpretaciones
franquistas. Quizá tan ilustre militar retrocediese espantado. En realidad
cruzar documentos de varios archivos es lo normal y lo que se enseña a los
estudiantes de historia. Supongo que el profesor Payne también lo habrá
hecho cuando daba clases en la Universidad norteamericana. No puedo suponer
nada de Palacios al respecto.

Pues bien, los documentos de Ávila y de Villaviciosa de Odón permiten
reconstruir el contexto en el que tuvo lugar el bombardeo de Gernika y
arrojar luz sobre el tipo de cooperación que se había establecido entre la
Legión Cóndor alemana (coautora principal del bombardeo), la Aviación
italiana, la franquista y las fuerzas del Ejército de Tierra de Franco. Es
un aperitivo que despierta el apetito.

También existen documentos adicionales hasta entonces desconocidos
exhumados en Alemania por la profesora Schüler-Springorum y de gran
relevancia para aclarar el bombardeo. Finalmente, combinando unos con
otros es posible explicar el jueguecito al que se entregaron Franco y
Kindelán. Este último era el Jefe de la Aviación franquista. Se ha escapado
de rositas en los centenares de trabajos sobre el bombardeo concentrados en
la autoría de la Legión Cóndor. Sin embargo el inmarcesible Caudillo y el
general monárquico que más contribuyó a su "exaltación" a la Jefatura del
Estado se conchabaron para encubrir lo ocurrido de cara a un Hitler
indignado y a quien el bombardeo y el escándalo universal que despertó
cogieron absolutamente desprevenido.

No tenga cuidado el lector. Ni Payne ni Palacios dicen una palabra al
respecto. Tampoco Salas ni Corum. Para eso hay que tener una cierta
curiosidad y, sobre todo, apelar a la base documental que se ha conservado.


Una parte de esta última es conocida desde hace muchos años. Se refiere a
las condiciones exigidas por los alemanes a Franco para el envío, en
octubre de 1936, de la Legión Cóndor. El recién nombrado Generalísimo las
aceptó encantado. La más importante es que la Legión actuaría a las órdenes
de su propio comandante en jefe, obviamente alemán. Este, el general Hugo
Sperrle, solo respondería ante Franco y actuaría como su asesor inmediato
para temas relacionados con el empleo de la misma.

Lo que no se conocía (ningún historiador pro-franquista ha mostrado interés
en ello) fueron las condiciones estratégicas, tácticas y operativas en que
desde el principio se plasmó la inetracción entre la Cóndor y las fuerzas
franquistas. Estas no eran, técnicamente hablando, una maravilla. Tampoco
una panda de aficionados, como ocurrió al principio en el Ejército Popular
de la República. Así pues se hizo lo que era inevitable hacer: establecer
los oportunos protocolos de cooperación. Los españoles fueron puntillosos.
Había que evitar roces, malos entendidos, despistes, etc. Tales protocolos
se establecieron de inmediato. Ya se los utilizaba en diciembre de 1936.
Las operaciones de los aviones alemanes se discutían con la Jefatura del
Aire (Kindelán). Se definían las modalidades de actuación. Los tipos y
número de aparatos. La relación con otras fuerzas aéreas, a saber, la
franquista y la italiana. Los objetivos tácticos. La carga de bombas. Se
redactaban informes inmediatamente después de las operaciones. Se
analizaban los efectos. Lo normal. (Pero lo normal no siempre es la norma
en la historiografía pro-franquista de la guerra civil).

Cabe suponer que este modo de proceder, que implicaba una coordinación
continua y que insistimos ya empezó a rodarse en diciembre de 1936,
seguiría efectuándose en los meses ulteriores. Y, en particular, en la
campaña del Norte en la que a la Aviación le correspondió un papel
estratégico, táctico y operativo fundamental. Sin embargo, ahí aparecen de
nuevo los bichitos fibrófagos. Los protocolos han desaparecido salvo para
los primeros tiempos. Una casualidad.

También se sabe (pero no ha penetrado aún en numerosos historiadores pro-
franquistas) que dado que a Sperrle se le había conferido la
responsabilidad directa por el empleo de la aviación alemana, la ejerció en
todo momento. Cuando a Franco, que de operaciones aéreas no tenía demasiada
idea, se le ocurrió pedir a Sperrle que utilizara sus aviones en apoyos
tácticos a la infantaría, el general alemán se negó a ello. La Legión era
más efectiva cuando se la empleaba en bloque. Tenía toda la razón. Pero
Franco no se conformó. Sperrle recurrió a Berlín. Y hete aquí que desde
Berlín le dieron la razón. Una carta cortés, pero firme, del ministro de la
guerra mariscal von Blomberg a Franco puso las cosas en su sitio. Sperrle
estaba autorizado a actuar como lo hacía, si bien podía determinar cuándo y
cómo, bajo su responsabilidad, optase por otro modo de proceder.

Este intercambio, del mes de abril de 1937, tiene importancia porque
muestra inequívocamente que Sperrle no dudó en acudir a sus superiores
cuando las peticiones españolas no le agradaban. Se salió con la suya. Es
difícil que Sperrle o Franco o Kindelán no estuvieran bajo el efecto de
este intercambio epistolar unas cuantas semanas después. Que le gustase a
Franco o a Kindelán es otra cosa. Probablemente ello alimentó la
malquerencia del primero hacia Sperrle, porque lo cierto es que después de
Gernika Franco continuó insistiendo en la ocasional disgregación de la
Legión y el alemán continuó negándose.

¿No saben Payne y Palacios nada de esto?

(seguirá)
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