Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (II)

July 24, 2017 | Autor: Angel Viñas Martin | Categoría: History, Historia, Franquismo, GUERRA CIVIL ESPAÑOLA, Historia Contemporánea de España
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Descripción

Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (II)





En este post continúo con el tratamiento que tan ilustres historiadores han
dado a la destrucción de Gernika el 26 de abril de 1937 y abordo lo que
parece ser su objetivo fundamental. La minusvaloración del bombardeo y, en
consonancia con ello, la exoneración del Caudillo de toda responsabilidad.
Los lectores me permitirán que adopte un tono menos solemne que el habitual
porque un cierto grado de indignación debe dejar paso al sarcasmo.



c) Una característica esencial del tipo de literatura palaciega a que aludí
en el post precedente consiste en disminuir el número de muertos en el
bombardeo. De la Cierva incluso afirmó que no pereció ni siquiera una
docena (Arriba, 30 de enero de 1970, artículo de Pedro Pascual, citado por
Southworth, p. 522). Que se sepa no se le cayó la cara de vergüenza.
¡Incluso llegó a ser (efímero) ministro de ¡Cultura!. Fueron 126 afirman
Payne y Palacios. Su fuente (no podría ser otra) es el ya mencionado
general Salas. Lo que ocurre es que tienen una relación un tanto ambigua
con la precisión numérica. Dos años antes de su biografía, Payne publicó su
enésima versión (en general en plan de copy and paste) sobre la guerra
civil. Lo hizo en una editorial muy distinguida. Cambridge University
Press. En ella la cifra no fue 126 sino "en torno a 150". No explica el
cambio. Imagino que en esta ocasión habrá leído mejor a Salas. Sin embargo
tanto para Cambridge como para Espasa el ilustre profesor norteamericano no
parece ser consciente de que el denodado historiador militar en quien se
apoya ignora cosas elementales. Por ejemplo, que el mismo día de la
ocupación de la villa, el 29 de abril, tres días después del bombardeo
(Payne/Palacios afirman que fue el 27, una errata) Mola se personó en ella.
No tardó un minuto. No se entretuvo, que sepamos, con otras distracciones
propias de un guerrero sanguinario.

Algunas órdenes debió de dar aquel glorioso general en jefe del Ejército
del Norte. No pudo ser por milagro ni por la intervención de potencias
celestiales por lo que en el libro del cementerio se eliminara un asiento
referido a los enterrados la víspera; tampoco que en el de Lumo se
arrancaran, pura y simplemente, las páginas relevantes; que lo mismo
ocurriese en el hospital de Basurto tras la ocupación de Bilbao y en el que
las páginas 779 a 798 se arrancaron de cuajo del libro de entradas y
salidas de hombres. Más tarde se retardaron las inscripciones de difuntos
en el registro civil gernikés. La mecánica se inició a los seis meses del
bombardeo y continuó nada menos que hasta el 29 de julio de 1948. En
ciertos archivos eclesiásticos se registraron cadáveres en septiembre en
vez de abril, etc. Algún lector podría pensar que tal vez todo ello
ocurriese por azar pero es altamente improbable.

Además, minuciosos cálculos y comprobaciones sobre el terreno realizados
por historiadores guernikeses han elevado la cifra de Salas a 336. De ellos
se han identificado 276. Podemos, pues, afirmar que ni Salas, ni Payne, ni
Palacios están al día. Ninguno, por cierto, reconoce la importancia del
descombramiento, hecho tardíamente y sin el menor cuidado, ni que la
reconstrucción de Gernika se efectuó sobre las casas destruídas, quemadas
por el fuego (los cadáveres solo dejan huesos como mucho si es que no los
calcina) o derribadas posteriormente. El lector que quiera saber más sobre
la cuestión de las víctimas, insisto en que siempre ninguneada en lo
posible por los historiadores "objetivos" de talante franquista, encontrará
un amplio tratamiento en la obra de Irujo.

d) La minimización del bombardeo, que ya condenó Southworth hasta la
extenuación, va en la pluma de Payne y de Palacios de par con la
exoneración de la responsabilidad de Franco. ESTA ES EL MITO FUNDAMENTAL
que defendieron en la dictadura primero y en la transición y post-
transición después innumerables autores "objetivos". Desde un académico de
la Historia hasta el penúltimo periodista de turno, pasando por algún que
otro historiador académico. En este tema, y en ese surco que se remonta
hasta los años más oscuros del régimen dictatorial, nuestros tan
enaltecidos autores afirman que "el propio Franco no tuvo conocimiento
previo del ataque, dado que los detalles de las operaciones diarias de la
campaña del Norte no llegaban necesariamente a su Cuartel General" (p.
229).

Esta es, no se le ocultará al lector, una declaración rotunda. No permite
errores de interpretación. Cierto es que no señalan de dónde la extraen en
tales términos si es que la han tomado de algún sitio. Hay que entender por
ello que es una conclusión a la que habrán llegado después de leer la
literatura que citan. ¿Y cuál es esta? Reconocen que es muy numerosa.
Tienen razón. Ningún acontecimiento singular de la guerra civil ha generado
tanta literatura como Gernika. Pero ellos, aparte del libro de Salas, se
contentan con una biografía del general von Richthofen (a la sazón jefe de
Estado Mayor de la Legión Cóndor) debida a un experto norteamericano en
historia de la Luftwaffe, James S. Corum. No está traducida pero,
naturalmente, la compré de inmediato tan pronto como me puse a redactar mi
destrucción sistemática, y sin concesión alguna, de las tesis y
argumentaciones del general Salas. Si se escribe sobre algo conviene, en
la medida de lo posible, conocer la literatura.

Ni Salas ni Corum destacan por haber buceado en la evidencia primaria
relevante de época. El primero no ha hecho grandes esfuerzos por ponerse
al día en la alemana y la que cita de lecturas la tergiversa a placer. El
segundo no ha entrado jamás en un archivo español y padece de una especie
de lo que parece ser cierto hero worship por von Richthofen. Ni Salas, ni
Corum, ni Palacios, ni Payne han combinado la EPRE alemana relevante y la
EPRE española.

Dado que ya avancé en fecha tan alejada como 1977 que el general Franco no
podía ser exonerado de responsabilidad, lo primero que hice en aquel tiempo
fue achuchar, junto con otros colegas, a las autoridades gernikesas para
que solicitaran la creación de una comisión de historiadores hispano-
alemanes que pusiera en claro lo ocurrido y lo que hubiera detrás.
Personalmente también me puse en contacto con la embajada de la República
Federal en Madrid (y mire el lector por dónde un joven historiador, Antonio
Muñoz, me proporcionó algunos de los despachos que entonces envió la
embajada a Bonn). Igualmente achuché al ministro de Información y Turismo
de la época, Pio Cabanillas, para que se abrieran los archivos militares.
Sin éxito. Escribí varios artículos en plano académico y divulgativo. Se
difundieron ampliamente. También a veces algún que otro editorial de
periódico. Me siento, pues, con alguna autoridad para criticar el
comportamiento de Salas y, por ende, de Payne y Palacios.

(Seguirá)
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