Los manteles de Cotán (Monográfico Toledo Gastronómico 2016) VII: Alimentación y publicidad en el Toledo anterior a 1900

June 7, 2017 | Autor: A. De Mingo Lorente | Categoría: History of Gastronomy, Toledo, Gastronomía histórica, Historia De La Gastronomía Y Alimentación
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Descripción

los manteles de cotán PUBLICIDAD Y GASTRONOMÍA HASTA EL AÑO 1900

ESCAPARATE

DEL SIGLO

XIX

L

a gastronomía posee un significativo espacio dentro de los primeros periódicos toledanos. Las publicidades y anuncios del siglo XIX, tan descriptivos como sin duda eficaces en una ciudad que no llegaba a superar los 20.000 habitantes, dieron a conocer establecimientos y productos, desde confiterías hasta restaurantes, pasando por el ya omnipresente mazapán. Periódicos como El Heraldo Toledano y La Campana Gorda concentraron entre sus páginas innovaciones, como las primeras gaseosas de limón, junto a consumos tan tradicionales como el chocolate o el vino de ojén. ‘Los manteles de Cotán’ ha reunido en estas páginas una pequeña selección de anuncios anteriores a 1900 en los que repasamos las viejas confiterías y restaurantes, vinos y refrescos, e incluso alimentos para la salud, como la primera harina lacteada Nestlé que fue vendida en un establecimiento toledano, el del industrial de ultramarinos Cándido García.

Los primeros mazapanes en la prensa Las imágenes superior y derecha proceden del Diario de Madrid (1822) y el Diario de Avisos de Madrid (1836). Son dos tempranos ejemplos de la pasión que el mazapán despertaba entre los madrileños de comienzos del XIX. Algunos acudían a comprarlo a la confitería del Toledano, situada cerca de la actual Plaza de Tirso de Molina. Otros, sin embargo, se inclinarían por una de las confiterías de la Calle de Segovia, con figuras de hasta media arroba (más de cinco kilos).

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MARTES 5 DE ENERO DE 2021

? LOS MANTELES DE COTÁN POR ADOLFO DE MINGO

Establecimientos de confiterías y similares Las confiterías y pastelerías abundaron en esta ciudad durante el siglo XIX. Sobre sus mostradores, el mazapán competía en importancia con los confites de albaricoque y los chocolates, molidos en establecimientos como el de José de los Infantes (Cuesta de Belén, 13; Toledo de Ohio, en la actualidad). En aquel entonces surgieron y prosperaron negocios como el de Telesforo de la Fuente, que abrió sus puertas en 1806 y en cuya sede de la Calle Santo Tomé acabaría por instalarse la pastelería del mismo nombre, principal referente del sector en nuestros días. Casa Telesforo, sin embargo, no tenía su principal tarjeta de identidad en las páginas de los periódicos, sino en su escaparate de la Plaza de Zocodover, en donde perduró hasta nada menos que 2006. Uno de los más promocionados fue el de Pérez Hernández (Tendi-

llas, 6, con sucursal frente a la Puerta Llana de la Catedral), abierto nada más finalizar el primer tercio del XIX y bien explotado por sus sucesores hasta comienzos del XX. En casos como los de Cipriano Labrador (Plaza de la Magdalena, 2), en cuyo establecimiento abriría años después su negocio de bicicletas Federico Martín Bahamontes, o Juan Camarasa (Calle Correo, 12; Núñez de Arce, en la actualidad), los apellidos acabarían perpetuándose más allá de la venta de dulces. La Imperial (propiedad de Anselmo Buitrago) y La Palma (Mariano García Luque), en espacios tan significativos del casco histórico como Cuatro Calles (1) y Comercio (2 y 4), o la Confitería y molino de chocolate de Juan Martín Burriel (Obra Prima, 11; Martín Gamero, en nuestros días), compartieron espacio con los anteriores en las páginas de

los periódicos y las portadas de los almanaques. Esta última pastelería se promocionaba como «antigua casa de La Lechuguina», establecimiento de cierta fama en Madrid desde mediados del siglo XIX, donde seguirá vendiéndose con esta marca (y en las mismas manos) a comienzos del XX. Algunas de ellas ofrecían «ramilletes» o dulces con formas caprichosas, tartas y vinos dulces, a los que dedicaremos mayor atención en la página siguiente. Hemos dejado para el final el encabezamiento superior -publicado en prensa aunque no con intenciones publicitarias, al menos en sentido estricto-, que apareció en los albores de la revista Blanco y Negro, en 1897. El mazapán toledano, precedido por su fama desde hacía mucho tiempo, estaba a punto de entrar en el siglo más importante de su historia.

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PUBLICIDAD Y GASTRONOMÍA HASTA EL AÑO 1900

Restaurantes La publicidad de «restaurants» sigue a las confiterías en importancia. Uno de los más importantes del siglo XIX -con permiso de Esteban Granullaque y su fonda, de la que no hemos encontrado ningún anuncio hasta su conversión en hotel a comienzos de los años veinte- era el Petit-Fornos (Calle de la Sierpe, 6), propiedad de Guillermo López y especializado en cocina francesa. Desconocemos si mantenía relación con el PetitFornos de Madrid (instalado en 1884 por el hostelero Lázaro López, formado en las cocinas del Grand Hôtel de París). Este restaurante, posteriormente trasladado a la Cuesta del Alcázar (Hotel Imperial), ofrecía también servicios económicos (de diez reales en adelante), comidas a cuatro pesetas e innovaciones como «cervezas de Mahou, servidas en botellas y por boks [sic] de grifo de presión». Como curiosidad, destacaremos que Petit-Fornos fue el restaurante encargado de servir el banquete, celebrado en el Ayuntamiento el 15 de abril 1890, para celebrar la instalación del primer tendido de iluminación eléctrica en Toledo. Ofreció, entre otras delicatessen, «huîtres d’Ostende» (ostras de la ciudad belga de Ostende), «purée de crevettes» (crema de gambas), «poulardes de Toulouse» y quesos de Chester y de Roquefort (como postres). Entre los vinos, destacaron el sauternes (dulce), el burdeos y el jerez, aparte el champagne Moët Chandon. Una de las señas de identidad del Hotel Imperial era la publicación en prensa de sus menús diarios, algo que anunciaba el semanario La Campana Gorda en 1899. Otro gran establecimiento

hostelero, aunque más bien en la categoría de los hoteles, era la Fonda del Norte, posteriormente denominada Gran Hospedaje del Norte (Cuesta del Alcázar, 8; hoy, de Carlos V), propiedad de Eladio Ortiz de Ancos, que fue alcalde carlista de la ciudad. Fue uno de los primeros hoteles de Toledo en incorporar, aparte de una apuesta francesa por la gastronomía, servicios de guías e intérpretes, e incluso carruajes hasta la estación de ferrocarril. Otros restaurantes en el Toledo anterior a 1900 fueron el de Esteban Cerrada (Hombre de Palo, 23), especializado en «servicio de banquetes y comidas de campo», y el Gran Restaurant Madrileño (Tornerías, 22 y 24) de Carlos Régulez y Villar, que anunciaba expresamente su bodega con «vinos del reino, licores y aguardientes de todas clases». Finalizamos este apartado con una breve referencia a los cafés -que ya habrá tiempo de recoger más adelante-, algunos de ellos poco conocidos, como el Gran Café de Revuelta (Comercio, 10), en donde «un quinteto de profesores de esta capital, de nueve a doce de la noche», ofrecía «grandes conciertos los jueves y domingos». Mención aparte merece el Café Suizo (Zocodover, 41), que a finales del XIX era anunciado en prensa junto con unos cercanos billares (Cuesta del Alcázar, 2) en los que años después se instalaría la confitería Casado. «Café Suizo y Billares de M. Lardi» era su nombre completo, que aún conservaba la resonancia de monsieur Émile Lhardy, fundador del emblemático establecimiento madrileño de la Carrera de San Jerónimo.

Ultramarinos Cándido García Uno de los anunciantes toledanos relacionados con la alimentación que mayores recursos invirtió en promocionar su negocio, hacia la década de 1880, fue Ultramarinos Cándido García (Calle Comercio, 10). Su establecimiento era el único que despachaba en el Toledo de aquel entonces la harina lacteada Nestlé, junto con otros productos del ramo, como la leche condensada Anglo-Suiza, a ocho reales la lata. También vendía Caramelos Roldán (proveedores de la Real Casa), de naranja, limón y violetas, y vino de ojén procedente de las bodegas de Pedro Morales (Málaga), cuya publicidad indicaba sus virtudes a los consumidores «a fin de que sepan a qué atenerse, y no consigan extraviar la opinión pública los negociantes de mala fe, que ya de antiguo vienen intentándolo, aunque con muy escasos resultados». Lo que señalaba realmente la diferencia con respecto a la mayor parte de anunciantes del momento -los cuales no solían modificar sus imágenes de marca ni eslóganes en función de las fechas- era su publicidad diferenciada, que cambiaba según cada producto y según las distintas épocas del año. Cándido García anunciaba desde turrón (en Navidad) hasta vinos de Jerez (para regalo), pasando por garbanzos (a 36 reales la arroba), «mantecadas de Viena» y «Chocolates de Astorga» elaborados por Juan Panero, «elaborados a brazo».

Guerra en Cuba La publicidad permite, en ciertas ocasiones, seguir el hilo de los acontecimientos políticos y sociales, como la Guerra de Independencia Cubana (18951898). Hijos de Pérez Hernández -continuadores de una larga dinastía de confiteros, desde 1834 hasta la primera década del siglo XX- ofrecía en esta gran pastilla publicitaria de 1897 realizar envíos de chocolates y de mazapán, desde un kilo en adelante (no especificaba las características del transporte), hasta «los que en la actualidad se encuentran en las islas de Cuba y Filipinas».

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Vinos y refrescos Aunque esta serie dedicará un apartado específico a la elaboración de cervezas, gaseosas y licores toledanos, incluimos aquí algunas de sus principales marcas en el siglo XIX, entre ellas la primera cervecera de la ciudad, La Aurora Imperial, fundada en 1871 por Anastasio García Mora y Mariano Bermejo Revilla en la Calle Sillería, 13. Doce años después, sus instalaciones serían ampliamente reformadas: «Cuenta con todas las novedades pertenecientes al ramo, siendo entre las principales la maravillosa agua de Seltz [agua carbonatada o sifón], limón, grog inglés espumoso [ron diluido con limón, azúcar y agua], zarzaparrilla [antiguo refresco, antecedente del sabor de la Coca-Cola], naranja y limonada purgante. Ofrece, también, la acreditada cerveza de Santa Bárbara, de Madrid, tanto alemana o floja como fuerte o espumosa». Esta cervecera era también la principal distribuidora en Toledo de la santanderina La Cruz Blanca, una de las marcas más famosas en la España de finales del siglo XIX, junto con Damm y la entonces jovencísima Mahou. Las variedades de esta proveedora de la Real Casa eran imperial, bock, morena y cerveza de mesa, además de hielo industrial y gaseosas. La Aurora Imperial distribuía a domicilio, incluso a pueblos situados a menos de cincuenta kilómetros de Toledo. Uno de sus propietarios, Anastasio García, llegaría incluso a ser nombrado, en 1890, miembro titular del Instituto Científico Europeo de Bruselas, recibiendo además varias medallas europeas, una de ellas en Londres en 1892. Desgraciadamente, el negocio no se perpetuó. Algunos años más tarde, La Aurora Imperial estaba en manos de Joaquín Prieto (a quien la prensa describía como «un industrial inteligentísimo»). Desgraciadamente, en 1906 se anunciaba la venta por testamentaría de «la más antigua fábrica de gaseosas» de la ciudad, transacción que se realizaba «con todos los enseres de fabricación, sifones, botellas, carros y mulas». No muy lejos de allí, en Recoletos, 15, tenía su sucursal La Deliciosa (fundada en Madrid en 1862 como «Cerveza de damas de La Deliciosa») con el grandilocuente título de «Gran Fábrica de Cervezas» de Toledo. Otro establecimiento dedicado a la elaboración y distribución de licores en la ciudad del siglo XIX era Licores y Jarabes Salvador Marzal, establecimiento valenciano que distribuía Enrique Velasco, en el Callejón del Abogado, 8. Tenía su «especialidad en jarabes absinthes [sic, por «absentas»], rhums [«rones»], ginebras y cognacs», basando exclusivamente su elaboración «en frutas y hierbas». La Sevillana (Cuesta de Pajaritos, 8), por otra parte, ofrecía «aperitivos, refrescos y pastas», además de «anisados y vinos finos de las mejores marcas y sin competencia», entre ellos el «anisado marca Guerrita» (a tres pesetas el litro), diferentes tipos de jerez (seco, abocado, dulce, fino y Mariscal, este para los enfermos), moscatel, pedro ximénez, manzanilla... Hemos dejado para el final de este pequeño recuento el anuncio de «Bodegas de Buenavista», que servía «vinos finos de mesa, tipos frescos, elaborados sistema Burdeos» -y que distribuía también a domicilio en damajuanas de dieciséis litros a un precio de siete pesetas- a partir de las viñas de este cigarral (adquirido por el Conde de Romanones en el año 1920), con el que ofrecía comunicación gratuita por «teléfono especial».

Alimentación y salud Dentro de la amplísima variedad de alimentos anunciados por sus cualidades saludables -como los primeros botes de harina Nestlé, que llegaron a España importados y que no se fabricarían en nuestro país hasta el año 1905, con la puesta en marcha de la fábrica de La Penilla (Cantabria), o los «Confites Carpa», caramelos para la tos de venta en farmacias, en los cuales se especificaba que no contenían opio ni morfina- destaca, por encima de todos, la «Carne líquida» del doctor Valdés García. Desde la última década del siglo XIX y hasta bien avanzada la primera mitad del XX se publicitó en periódicos de España y toda Iberoamérica este preparado reconstituyente, con un 19% de peptona, cuya receta original había inventado este facultativo de origen cubano, fallecido en Montevideo en 1903. Con estas palabras aparecía en la prensa toledana de la época: «Extracto elaborado con la mejor carne de vaca del Uruguay. Eficacísimo y

sin rival para combatir la inapetencia, debilidad, anemia, consunción, tisis, diabetes, escrófulas, etc., y reconstituyente poderoso en la convalecencia». Se vendía en farmacias, en frascos de 150 mililitros, de los que cada cucharada, según aseguraban sus anunciantes, equivalía a comer una cantidad de 250 gramos de carne. Por último, también habría que destacar en este apartado los vinos medicinales de venta en establecimientos como la Farmacia de Gil y Albornoz (Tendillas, 6), que en 1888 realizaba los preparados a partir de «vinos generosos de las casas más acreditadas: de Jerez, los de quina, ferruginoso, diastasa y pepsina, y otros que encarguen los profesores [sic, por «profesionales»] médicos, a precios bastante más económicos que los extranjeros, distinguiéndose por la superior calidad de los productos medicinales que entran en su confección y por su transparencia, que indica la perfecta disolución».

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