Los lenguajes de la discriminación

Los lenguajes de la discriminación No hay Colectivos Hay personas

Por Eliana Valzura

El lenguaje con que se nombra a la identidad sexual o de género y a la orientación sexual se utiliza, habitualmente, como un arma difamatoria. Como el puto siempre es un puto de mierda, devaluado, burlado, escarnecido y objeto de chiste, decir en secreto o crear un rumor acerca de un puto en tanto puto tiene la marca de la difamación. Decir “torta”, “tortillera”, “lesbi”, etc. no es lo mismo que decir “mujer heterosexual”. Por supuesto, nadie insultaría a ninguna mujer llamándola heterosexual, pero sí llamándola lesbiana, lesbiana de mierda, o asquerosa tortillera. Gritárselo a la cara o a las espaldas, es un insulto. Desparramar el rumor de ser tortillera es una difamación. ¿Puede difamarse a alguien diciéndole lo que en verdad es? Pensemos una situación imaginaria. Pasa una mujer por la calle y desde una obra en construcción unos obreros le gritan: ¡hetero! ¡Vergonzosa hembra heterosexual! ¿Sería posible una situación semejante? O la siguiente variante: varias mujeres cuchicheando solapadamente de otra: No se junten con esa, es heterosexual. Sin embargo, los mismos obreros gritarían al paso de Juan, un conocido gay de la cuadra: ¡Puto! ¡Mariquita! ¡Vení que te cosemos el orto! Se difama con la verdad, porque esa verdad, en la sociedad en que vivimos y pese a los derechos reconocidos, todavía es más vergonzosa que la otra verdad equiparable: la heterosexualidad. Es claro que nadie insultaría a alguien llamándolo heterosexual. Pero sí llamándolo homosexual. Si la palabra es dicha en público, será un insulto o un agravio. Si es dicha por lo bajo, tendrá la carga nociva de la difamación. Preguntamos otra vez: ¿Es que se puede difamar con una verdad? Sí, por supuesto. Difamar es la comunicación a una o más personas con ánimo de dañar, es una acusación que se hace a otra persona para causar un menoscabo en su honor, dignidad o reputación. Difamar es desacreditar a una persona haciendo públicas cosas contra su buena fama. Precisamente, como la identidad o la orientación sexual es todavía “asunto de buena fama”, es que puede di-famarse con una verdad. El punto sería lograr salir de ese espacio de “buena fama” o “mala fama”. Sacar al amor, al sexo y a la sexualidad del espacio de la ética o la moral.

Porque no hay amores buenos y amores malos basados en la identidad, la orientación o la elección (hombre-hombre, mujer-mujer, mujer-hombre). Hay amores buenos y amores malos basados en el bien o el mal que éstos ocasionen a las personas involucradas y a terceros. Es decir: la bondad y la maldad no pueden sustraerse de una encarnadura real. No hay bondad y maldad en sí, sino siempre referida a alguien. Y dicho marco de referencia está acá en la tierra, y no en leyes atemporales y eternamente vigentes. Es necesario comenzar a reflexionar sobre este tema, a fin de cambiar realidades a través de cambiar lenguajes. Y es necesaria también la saturación del tema: a través de ser hablado, debatido, compartido y nombrado. Que el amor, el sexo, la sexualidad, la orientación, la percepción que de sí tenga cada uno deje de ser un susurro apenas pronunciado en la penumbra y la soledad. Porque traer a la superficie estos temas exorciza su malignidad y secretismo, y permite sentar una base para comenzar el cambio. En tanto que sea el tema de una élite (médica, sociológica, filosófica, psicológica, psiquiátrica, periodística o simplemente burlona), permanecerá sin cambios. Traerlo a la luz del día, quizás, pueda empezar a quitarle su halo fantasmal y temerario. Desmedicalizar, despsicologizar, desfreudizar, deslacanizar, desdivanizar y desreligionizar la homosexualidad, la heterosexualidad, la transexualidad, el transgénero, el intersex, el travestismo o cualquier otra forma de amor, de deseo o de vida, implica admitir que las historias personales contradicen las teorías generales, y ayuda a llamar a las personas sólo por su nombre: el que les pusieron, o el que les guste tener.