Los jóvenes y el compromiso

July 23, 2017 | Autor: Silvia Martínez Cano | Categoría: Pastoral Theology, Pastoral Care, Jóvenes, Educación De Jovenes, Pastoral
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Descripción

Los jóvenes y el compromiso Silvia Martínez Cano Universidad Pontificia de Comillas, Universidad Pontificia de Salamanca. www.silviamartinezcano.es La mayoría de nosotros y nosotras habremos oído o leído alguna vez aquel cuento de dos enamorados en el que el novio le escribía cartas de amor a su amada diciéndole lo mucho que la quería, y expresaba de mil formas la infinitud de su amor. Al final de la carta, sin embargo, se podía leer: “Mañana, si no llueve, iré a verte”. Este cuento tan sencillo nos puede dar una visión general de la relación actual entre los jóvenes y el compromiso. Podemos definirla, a nuestro juicio, como una pasión efímera. Por un lado es cierto que se puede constatar un creciente interés en el compromiso hacia acciones concretas, el voluntariado y la transformación social, aún dentro de unos límites modestos. Por otro, también parece cierto que tiende a ser un compromiso puntual, limitado y con fecha de caducidad. Este realidad ambigua del compromiso con la justicia tiene, para nosotros, unas causas concretas. Unas son propias de la edad y otras de la cultura actual en la que los jóvenes crecen. Por supuesto, constatar estas causas no tiene porqué causar desánimo, sino que nos aportan claridad suficiente para el verdadero reto: ayudar a los jóvenes a descubrir el valor del compromiso para que él o ella con sus capacidades y virtudes, se construya como persona. Desde un antropología cristiana, es decir, personalista comunitaria, la persona es don y tarea, lo que significa que no sólo es un acto de gratuidad, sino que está llamada a construirse como tal persona. Esta tarea requiere aprender no sólo a consumir más y mejor, sino a encontrar referencias desde donde tomar decisiones. Desde una buena base personal psicológica y afectiva, el joven puede ser consciente de cuál es la realidad en la que vive, y, desde sus referencias interiorizadas (no tanto pensadas, cuanto vividas y disfrutadas), cuál es su lugar en esa realidad, que aparece (salvo a ciegos que no quieren ver) injusta y generadora de muerte. Por tanto, el análisis de la realidad debe ir de la mano de la educación en valores, entendiendo por tal no una carga intelectual, sino una apreciación vital que convierta, en lenguaje personalista, el valor en virtud. El relato con el que hemos empezado simboliza al joven actual ante este proceso de asunción de valores y virtudes: algunos pueden ser indiferentes, pero otros reconocen y aprecian la fuerza de la solidaridad y el compromiso; sin embargo la

constancia que convierte ese aprecio en virtud no parece ser muy habitual. Las causas son múltiples. Algunas de ellas son propias de la edad. La adolescencia y juventud, son, por definición, momentos de tránsito, de aprendizaje. Es imposible pretender la madurez cuando todo nuestro cuerpo físico y mental está sufriendo cambios. Los jóvenes son, por definición, tendencia, deseo, ilusión que asentar y madurar. Además, hoy esta etapa de la vida se vive con especial intensidad. Hijos de una sociedad que ha sido múltiples veces caracterizada como generadora de neurosis, la inestabilidad psicológica propia de la juventud se ve multiplicada, convirtiéndose, incluso, en pauta de vida adulta (Woody Allen dixit). Los jóvenes, en una sociedad donde la tradición es muy débil, buscan, eligen, cambian su elección y se encuentran desprovistos, muchas veces de un proyecto vital enraizado en su interioridad. Para esta búsqueda, un tanto a tientas, el recurso más a mano es el “ensayo-error”. Consumir experiencias hasta conseguir la estabilidad de su persona. Por eso, muchas veces, al acompañarlos, los agentes de pastoral tenemos la sensación de que, aunque son personas con múltiples actividades y muy capaces a la hora de trabajar, en su interior se sienten desubicados, envueltos en la vorágine de la actividad pero sin encontrar su lugar en el mundo. Por ello, educar en el compromiso requiere no solo invitar al voluntariado y al activismo, sino también ejercer el difícil arte de acompañar (no dirigir) personas, de apoyar su búsqueda de respuestas y de un suelo desde donde encontrarse a sí mismo. La referencia de adultos que viven su vida integrada, que muestran que el compromiso con la transformación social es fuente de alegría y de libertad, de adultos que tienen empatía con él, que comprenden y comparten su “angustia” con él, es insustituible. Los jóvenes poseen unos conocimientos parciales1, están en periodo de formación, crecen intelectual y experiencialmente y están constantemente ubicando este saber en su mente. La realidad es que muchos de ellos se sienten, hoy, agobiados. Abarcan infinidad de sectores de aprendizaje. En una sociedad exigente, el listón está muy alto. Pide especialistas en todo y pensadores en nada. Los estudios cada vez más sofisticados y complejos; el trabajo, inestable

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Cuando hablamos de conocimientos nos referimos no solo a conocimientos técnicos, de la etapa escolar y universitaria si no a sabiduría de la vida, experiencias frente al mundo y en lo que nos compete conocimientos religiosos y experiencia religiosa.

y mal remunerado2... Los jóvenes perciben que todas las exigencias que les rodean no les permiten hacer un espacio en sus vidas, pedir un compromiso, estable y duradero, cuando se les pide estar en constante lucha para salir adelante. La inestabilidad, la fugacidad se convierte en forma de vida. Como diagnosticaron hace tiempo los sociólogos americanos, podemos convertirnos en homelessnests, es decir, más que en sin techo, en personas carentes de hogar, de raíces, de estabilidad desde donde dar fruto. Sólo una adecuada educación en valores y prioridades en la vida puede ayudar al joven a saber que es lo importante y que puede esperar y este ejercicio requiere años, mucho tiempo. Los jóvenes tienen una memoria histórica limitada por la edad. Una de las cosas que muchos acompañantes trabajamos con jóvenes universitarios y jóvenes-adultos es el desarrollo de una capacidad crítica que supere el estado de ‘opinión’ subjetiva y emocional, estilo Tómbola, para convertirse en el descubrimiento existencial de las estructuras sociales en las que nos movemos. Para ello necesitan conocer no solo su propia historia, la de su familia y su entorno social, sino insertarla en un contexto histórico-social de un país, de un continente y de un mundo, que no siempre fue global. Frente a ello nos encontramos con una sociedad de la información que, apabullándonos con datos, nos impide la reflexión. Abrumada la persona, brota el sentimiento de inteligibilidad de la realidad y, por tanto, de impotencia frente a ella. Sin embargo, cuando, superando esta sensación paralizante, el joven consigue abrir la ventana del análisis de la realidad, se siente vinculado con una larga historia de compromiso, empieza a encontrar su identidad en la comunidad de las personas de buena voluntad empeñadas en construir un mundo más humano y se encuentra a sí mismo. Es necesario, para sentar unas bases sólidas, apoyar esta identificación, que no es posible, frente al individualismo desintegrador actual, sin la experiencia comunitaria. Por otro lado, hay que ser conscientes de que este estado intermedio de la juventud, de la adolescencia se alarga: comienzan antes y termina cuando en otras culturas ya se empieza a ser mayor. Si la independencia de los padres es una de las referencias de adultez, la presión social y la ausencia de ilusiones hacen que se permanezca sin ejercer esa adultez mucho más tiempo que antes. Por lo tanto, hay más tiempo para madurar pero más tiempo permanecer 2

Que como todos sabemos se necesita unos años de ir cambiando de trabajo en trabajo mal pagado y bien explotado para obtener algo de experiencia y conseguir algo mejor, algo más estable.

inmaduros. Esto tienen sus ventajas en la medida en el que adquirir riqueza personal ayudará después en la madurez, pero es un tiempo más largo sometido a altibajos. Todo joven está marcado inexorablemente por la sociedad de mercado. Dentro de toda la estructura que conlleva este sistema, que no nos vamos a poner a describir, destacamos dos factores que condicionan especialmente el comportamiento, y sobre todo el pensar de los jóvenes: 1º El Consumo, que en este sector de la población tiene una connotación especifica y especial. No sólo es un mercado con características propias, sino que se convierte en referencia, en determinadas realidades (como la moda) en paradigma universal (la afilada mirada de Fatima Mernissi nos recuerda, desde la sociedad árabe, que la talla 38 es nuestro ‘harén occidental’3) se tamiza a través de las necesidades creadas. Las necesidades que creen tener son muy superiores a las de cualquier adulto. Y como tales tendrán prioridad sobre las necesidades sociales y mundiales. La evidente ascética que comporta el compromiso no es compatible con la lógica del consumo y las necesidades creadas. 2º Y, junto a la Otro concepto que condiciona su comportamiento es el tiempo. Como todo en el mercado, el tiempo también ha de ser consumido. Time is money, tiene un valor, ha de ser eficaz, incluso para el ocio. Por eso a los jóvenes les cuesta tanto encontrar tiempo, ocupado entre momento de ocio y momento de estudio. Lo que no hay es espacios de reflexión, de contemplación, de disfrutar del encuentro con otras personas. Una cosa es amontonarse al ir de marcha y otra cosa, dedicar, gratuitamente, tiempo a descubrirse a sí mismo en el rostro del otro. Algunos no soportan el silencio y viven día y noche aferrados cualquier ruido que les haga olvidar la verdadera realidad, porque en el fondo temen (y son conscientes de ello) que al quedarse en absoluta soledad tengan que enfrentarse a la realidad más íntima y cercana: ellos mismos y los demás. En el fondo, para lo bueno y lo malo, los jóvenes, con distintas intensidades, son hijos e hijas de la Postmodernidad: -

Les hace presentistas en tiempo y espacio: viven el tiempo en el que les ha tocado vivir en el espacio reducido en el que les ha tocador nacer o vivir, desconocen por

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En una de las últimas obras de la reciente premio de Príncipe de Asturias, El Harén en Occidente, Espasa, 2001.

completo la situación mundial política y económica mundial y no se sienten inmersos en una historia de masas que caminen hacia algún lugar u objetivo, simplemente viven, ya es suficiente con lo que tienen. Sin embargo lo que viven, lo viven con intensidad, aprovechando cada segundo y disfrutando de cada experiencia con una capacidad de asimilación desconocida para el hombre o mujer modernos. De todo sacan conclusión y experiencia, de todo asimilan. El gran esfuerzo al que no todos llegaran es a reorganizar este aprendizaje en favor de su maduración. Muchas veces quedará en experiencias. -

Este consumo de experiencias, una tras otra, es la que nos descoloca muchas veces cuando entablamos diálogo con ellos. Nos parece increíble que no hagan síntesis de ellas para su propio aprendizaje y crecimiento. Uno de los trabajos más arduos para un animador de grupos de jóvenes es el trabajo de conexión entre espacios y vivencias para que caminen hacia un lugar, el que sea, por lo menos que caminen.

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La estética como medio de expresión es otro factor importante. No es mera superficialidad, es una forma de entender el cuerpo, las relaciones con los demás, los espacios que el propio joven se dedica a sí mismo. Hay que entrar en ese lenguaje simbólico totalizador para que el joven nos pueda entender. Resulta contradictorio que mientras ellos rechacen, generalizando en exceso, el lenguaje simbólico tradicional, la posmodernidad halla creado un universo simbólico nuevo que se maneja de forma similar. Lo que llamamos vulgarmente y con cierta sorna “Culto al cuerpo” no es una realidad por la que halla que pasar por alto, hay que entender su mentalidad para llegar a ellos.

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Y mientras todo se globaliza, en la era de la comunicación, donde a todo se puede acceder, donde de todo se puede opinar, donde se puede contactar con las antípodas en quince segundos escasos, muchos de ellos tienen grandes dificultades de hacer relaciones profundas con la gente que vive a pocos metros. Dificultad para transmitir sentimientos y compartir la vida propia. Curiosamente cuando el joven logra romper el cerco que le encierra demuestra grandes rasgos de ternura y acogida.

Esta serie de luces y sombras se proyecta en las diferentes formas de compromiso. Cogiendo como ejemplo el voluntariado asociado como modo de compromiso, comprobaríamos la afirmación de José Ignacio Ruiz4: “no existe mas solidaridad y voluntariado, sino que hay

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El Voluntariado en España, J.I. Ruiz , Documentación Social nº 122 “2001 Repensar el voluntariado.

más asociacionismo y más organizaciones sociovoluntarias”. En el caso de los jóvenes habría que comparar esta afirmación con la estructura de la juventud que propone el Informe de la Fundación Santa María, Jóvenes 995, y que presenta unos estereotipos de los mismos con la siguiente proporción: -

Anti-institucional Altruista, comprometido Retraído social Institucional, ilustrado Libredisfrutador

5,0% 12,2% 28,3% 29,7% 24,7%

Evidentemente, la cifra del 12% es relativa ya que las organizaciones de voluntariado reciben más jóvenes de los que indica la estadística. Comparamos estos datos con la descripción de los jóvenes que asisten al voluntariado que refiere Luis A. Aranguren6, responsable del voluntariado de Caritas, que no está basada en la estadística, sino en la experiencia. Él observa dos grandes modelos de jóvenes que piden tener un compromiso en las diferentes organizaciones sociales: !

el primer grupo lo denomina de “compromiso social”, y se caracteriza por mirar hacia lo sociopolítico, por funcionar por principios y por alimentarse por la pasión y por la utopía. Considera que su principal peligro es creerse élite.

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El segundo grupo lo considera de “realización personal”, y sus rasgos son centrarse en uno mismo, priman los efectos, y si son rápidos mejor, siendo una de muchas actividades cotidianas. Un peligro importante sería su individualización.

El dato importante a tener en cuenta es que el primer grupo está a la baja, y el segundo estaría al alza. Esto es sumamente importante y ha de marcar el trabajo ha realizar con el compromiso peculiar de los jóvenes de hoy día. Además nos ayuda a formular una afirmación acerca del compromiso de los jóvenes. Los jóvenes no realizan compromisos vitales sino microcompromisos que no engloban la vida en su totalidad. Son compromisos que solo engloban una parte de sus vidas, sin que marque los ritmos de sus otros ámbitos vitales. Esto es a lo que llamamos fraccionamiento vital. Como vemos el compromiso está inmerso dentro de la dinámica de postmodernidad: mientras que la efectividad de sus compromisos es real, en parte por el genial potencial y la capacidad 5 6

Jóvenes Españoles 99, J. Elzo y otros, Fundación Santa María (1999) Cartografía del voluntariado, L. Aranguren, PPC (2000)

de llegar a muchas cosas, con todo tipo de recursos, se da también las contradicciones internas de una vida fragmentada. Ante esta realidad ¿qué hacer? ¿cómo llegar a los jóvenes y trabajar con ellos hacia el compromiso totalizador? Se trata de un reto antropológico, según Aranguren tenemos la necesidad de configurar “un nuevo humanismo donde sea viable el desarrollo de sujetos autónomos, vinculados entre sí, y vertidos hacia un imaginario colectivo, justo y solidario”. ¿Cómo realizar esto? Los jóvenes en el modelo de compromiso social habrán de aprender a vivir su compromiso con espacios “para respirar”, de tal manera que este sea medio y no fin. Es decir que no cubra una necesidad creada, ni una carencia personal, ni sea una experiencia más para sus vida sino que apunte hacia algo más grande y más comunitario. Al entrar con los jóvenes en esta realidad se habrán de trabajar aspectos relacionados con los valores. Así conseguimos embarcarlos en un proceso con espíritu de aprendizaje que tiene final en un horizonte utópico, motor para el conjunto de nuestra vida y que recordaba Pablo VI en la Populorum Progressio: “La hora de la acción ha sonado ya; la supervivencia de tantos niños inocentes, el acceso a una condición humana de tantas familias desgraciadas, la paz en el mundo, el porvenir de la civilización, están en juego. Todos los hombres y todos los pueblos deben asumir sus responsabilidades”7 La realidad de la juventud que hemos esbozado de una forma excesivamente genérica y apresurada no nos debe desanimar sino ser consciente de dónde incidir. No es difícil la atracción hacia el compromiso, sino la fidelidad creativa, descubrirlo como un valor constituyente y no una experiencia pasajera. Esto puede implicar a la hora del trabajo con jóvenes: -

Junto con lo afectivo, lo cognitivo: junto a la acción (imprescindible para ellos) el análisis de las causas.

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Junto a lo personal, lo comunitario: hacer grupo, sentirse parte activa y responsable dentro de un colectivo. Vivir el horizonte utópico en comunidad y compartir alegrías y obstáculos.

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Populorum Progressio, nº 80 (1967)

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Junto a la buena voluntad, la formación específica. Formación humanizante, que analice y haga crítica, que permita la conciencia de un mundo en desigualdad y explore soluciones al respecto.

Como conclusión, los jóvenes pueden aportar rasgos nuevos al compromiso. Pueden, y quieren recuperar lo festivo, lo sencillo y lo alegre frente al compromiso como deber moral gravemente impuesto. Pueden relativizar los grandes mensajes anteriores y profundizar en el compromiso como una forma de vida fecunda, más que como un proyecto externo como última razón de ser, que puede acabar en desengaño. El único objetivo es una vida comunitaria comprometida con los excluidos, en la que encuentro mi felicidad en común con otros. Los proyectos son importantes, pero son un instrumento, no un fin en sí mismos. Hoy sólo hay un modo de transmitir un valor: el testimonio de que es camino para una vida fecunda. Y ese testimonio se da compartiendo la vida propia con los jóvenes. Viviendo la gracia del compromiso y “perdiendo tiempo” con ellos. La pedagogía de la presencia, más que la de grandes discursos o festivales benéficos. Hay sombras, pero también hay luces en el compromiso de los jóvenes. Unas luces que pueden llevarnos a escuchar: “mañana, aunque nieve, iré a verte”. Silvia Martínez Cano Pastoral Universitaria Marista.

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