Los inicios de la viticultura en la Península Ibérica a partir de las huellas de cultivo / The beginnings of viticulture in the Iberian Peninsula through the traces of cultivation

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Historia y arqueología en la cultura del vino

RAFAEL FRANCIA VERDE (COORD.)

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Historia y arqueología en la cultura del vino

RAFAEL FRANCIA VERDE (COORD.)

Historia y arqueología en la cultura del vino

Logroño, 2015

Historia y arqueología en la cultura del vino/ Rafael Francia Verde (Coordinador)-- Logroño: Instituto de Estudios Riojanos, 2015.- 181 p.: il. col.; 28 cm . – (Historia Arqueología; 18).- D.L. LR 1342-2015. – ISBN 97884-9960-089-5 1. Viticultura – Historia (La Rioja) 2. Vinos - Historia I. Francia Verde, Rafael. II. Instituto de Estudios Riojanos. III. Título. IV. Serie. 634.8 (460)(091) 663.2 (460.21)(091)

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de esta publicación pueden reproducirse, registrarse o transmitirse, por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea electrónico, mecánico, fotoquímico, magnético o electroóptico, por fotocopia, grabación o cualquier otro, sin permiso previo por escrito de los titulares del copyright.

Primera edición: noviembre, 2015 © Rafael Francia Verde (Coord.) © Instituto de Estudios Riojanos 2015 C/ Portales, 2 26001 Logroño www.larioja.org/ier © Cubierta: Escena con motivos decorativos de la vendimia. Mosaico del Mausoleo de Santa Constanza, Roma, s. IV. (Barral et al; 1988:54-55) Diseño de cubierta: Noelia Olmos Ortega Depósito Legal: LR 1342-2015 ISBN: 978-84-9960-089-5 Diseño gráfico de colección: ICE Comunicación Impresión: Gráficas Isasa, S.L. - Arnedo (La Rioja) Impreso en España. Printed in Spain

Los inicios de la viticultura en la Península Ibérica a partir de las huellas de cultivo Alejandra Echevarría Sánchez Juan Carlos Vera Rodríguez Universidad de Huelva

1. La investigación arqueológica de parcelarios y huellas de cultivo Hasta tiempos recientes, las únicas fuentes disponibles para reconstruir las técnicas agrícolas de cava y plantación propias de la arboricultura protohistórica y de la antigüedad, consistían fundamentalmente en las obras conservadas de los tratadistas grecolatinos, determinadas fuentes literarias, textos legales e inscripciones. Tan solo algunos aspectos concretos podían ser inferidos a partir de fuentes iconográficas y de la recuperación de utillaje agrícola pétreo o metálico de diversa cronología. Los tratados de agronomía, herederos de una larga tradición previa, reiteradamente refundidos por autores griegos, púnicos y latinos, describían tres modalidades de cava con la intención de desfondar el terreno, dos de las cuales, zanjas y fosas, serían las huellas agrícolas más fáciles de recuperar arqueológicamente al alcanzar gran profundidad en el subsuelo y ocupar superficies significativas. En lo que al mundo clásico se refiere, tan solo destacaban algunos ejemplos cuyas condiciones de observación eran excepcionales, como los viñedos romanos de Pompeya, a los que posteriormente vinieron a sumarse los coloniales griegos de Chersonesos Taurica, en Crimea. Así, los historiadores y geógrafos especialistas en el mundo rural aceptaban generalmente el supuesto de que las prácticas agrícolas del pasado fueron operaciones que no habían dejado huellas tangibles (Boissinot, 2000: 23), ya que se presumía que las labores continuas en un mismo terreno habrían eliminado las marcas de escasa amplitud de los útiles agrícolas empleados.

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En un estado similar de pesimismo teórico se encontraba la investigación arqueológica relativa a la emergencia de la planimetría agraria, es decir, del proceso histórico y técnico que llevó al surgimiento de los primeros parcelarios durante la prehistoria reciente y la protohistoria, fenómeno eclipsado por el tropo de la centuriatio de los textos de agrimensura (Chouquer, 2005: 48), predeterminando en la mente de muchos investigadores la cronología del fenómeno en sí mismo, cuando no es más que una de las múltiples modalidades que concurren en un proceso de larga duración (Ibidem, 34-35). Respecto a este último asunto, si bien en la Europa meridional y mediterránea la cuestión permanecería prácticamente estancada hasta bien entrados los años 90, el temprano desarrollo de la denominada “Arqueología del Paisaje” en la Europa del noroeste, favoreció a partir de los años 70, la detección de huellas de antiguos campos de cultivo y parcelarios denominados genéricamente field systems. Algunos eran aún perceptibles superficialmente ya que se localizaban en lugares que no volvieron a ser cultivados desde la prehistoria, quedaron dedicados a pastos, fueron colonizados por bosques, o bien se trataba de huellas preservadas por estructuras tumulares, caso de las más antiguas trazas de arado. Con precedentes neolíticos, pero sobre todo del III milenio, sistemas basados en parcelaciones de tierras a partir de campos cuadrangulares más o menos regulares (“campos coaxiales”) delimitados por fosos y pequeños taludes o aterrazamientos, fueron sistemáticamente constatados a partir del Bronce Antiguo en esas latitudes (Champion et al., 1988: 276). En cuanto a las regiones meridionales, el considerable desarrollo que la arqueología preventiva ha experimentado en el continente europeo, especialmente desde inicios de la década de los 90, ha cambiado el panorama de estancamiento al que aludíamos. A pesar del indudable interés que ofrecen los sistemas agrícolas más septentrionales, los datos relativos a la cuenca mediterránea para el milenio anterior a nuestra era, presentan una configuración más compleja, con parcelarios a los que se asocian huellas de cultivo relacionables con prácticas arboricultoras, destacando por sus características técnicas y formales aquellas relacionables con la viticultura a partir de contrastadas pruebas textuales, arqueológicas y etnográficas (Vera y Echevarría, 2013: 103).

2. Algunos ejemplos prerromanos de huellas de cultivo de la vid en el ámbito mediterráneo Algunas de las más extensas huellas de cultivo recuperadas arqueológicamente comenzaron a salir a la luz en el sur de Francia (Boissinot, 2007: 36). La mayor parte de ellas datan de época romana, pero no faltan ejemplos previos de la segunda Edad del Hierro como Port Ariane (Lattes). Un yacimiento fundamental es, sin duda, Saint-Jean du Désert, situado a 4 Km de la colonia griega de Marsella. Los campos se disponen en franjas alargadas siguiendo un pequeño arroyo y demuestran el empleo de dos tipos de técnicas de plantación helenísticas (siglos IV-II a.C.) a partir del material arqueológico descubierto en estratigrafía (Boissinot, 2001: 58) y se han reconocido hasta seis parcelas entre otras que no han podido ser claramente diferenciadas. Cada viñedo presenta anchuras diferentes, y el mayor se compone de cincuenta zanjas paralelas a las que se asocian otras fosas transversales de menor tamaño (acodos), limitados por zanjas más anchas pertenecientes a barreras vegetales (Ibidem, Fig. 17).

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En Sicilia, huellas similares consistentes en zanjas de plantación fueron observadas durante la excavación de la necrópolis meridional de Megara Hyblaea y datadas entre el s. V y la segunda mitad del IV a.C. En otra necrópolis situada entre Megara y Siracusa, la fecha de plantación sería anterior al IV (Brun, 2004:165). En Grecia, junto a fuentes epigráficas que hacen mención al cultivo de la vid en taphrous (Pikoulas, 2007: 44), en los últimos años han aparecido huellas cuya cronología oscila desde época arcaica hasta helenística, concentrándose la mayoría alrededor del s. IV a.C. (Pella, Macedonia, fines del s. IV; Megara, Ática, ss. IV-I; dos casos en Salónica, s. IV-inicios del s. III a.C.). Uno de los yacimientos más interesantes es el de Makriyalos (Pieria, Macedonia), con diferentes ejemplos datables a partir de época arcaica (Ibidem: 46), donde cada viñedo individualizado se caracteriza por compartir elementos técnicos y atributos comunes en las dimensiones y orientación de los liños. Del análisis de los casos griegos se concluye con carácter general que el método to taphreuein es el dominante, al menos desde época clásica tardía, si bien una de las cuestiones más importantes para el futuro será determinar la cronología de cada método particular y cuales son los característicos de época geométrica y arcaica (Ibidem).

3. Huellas de cultivo de la vid en el ámbito protohistórico hispano En Iberia, las referencias a huellas de cultivo son escasas, pero poco a poco se va formando un pequeño corpus de trazas para las zonas meridionales e insulares mediterráneas. Para la cuenca media del Guadiana, contamos con los datos procedentes del yacimiento de Los Caños (Zafra, Badajoz). Dividido metodológicamente en dos sectores anexos, consta de una pequeña ocupación rural de época post-tartésica (ss. VI-V a.C., Sector A) y de un “campo de fosas” (Sector B) (Rodríguez et al., 2006). En el Sector B, bajo un estrato con escaso material protohistórico, pero con algunas piezas romanas y modernas, se localizaron fosas de forma, tamaño y orientación diversas (Ibidem: 85, Figs. 5 y 6) cuyo relleno no aportó restos materiales, si bien algunas superposiciones sí permitieron realizar una propuesta de seriación relativa entre diferentes conjuntos-tipos de plantaciones. El más antiguo (Grupo 1) consiste en fosas alargadas, alineadas al menos en un primer momento en tres hileras paralelas, mientras que el Grupo 2 se compone de al menos una decena de hileras y se extiende por todo el Sector cortando a algunas de las anteriores (Ibidem: 85, Fig. 6). Determinadas fosas tienen justamente el doble de longitud debido a la proximidad de dos huellas que finalmente acabaron formando una mayor, lo que en nuestra opinión puede identificarse como la práctica de acodos longitudinales. Respecto a su cronología, se apuntan algunos indicios muy significativos que relacionarían coetáneamente las huellas de cultivo y las construcciones protohistóricas del Sector A, como son la coincidente orientación de las fosas del Grupo 1 y las cimentaciones del edificio protohistórico y la ausencia de interferencias estratigráficas de superposición entre ambas, advirtiéndose incluso un espacio de reserva entre el final de las construcciones y el comienzo del campo de cultivo (Ibidem: 105). En el área mediterránea, Ibiza es la región que más abundante información ha proporcionado, repartiéndose las evidencias por toda la isla a partir de la documentación de secciones ocasionales que a la par las

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han destruido y puesto en evidencia, lo que dificulta su datación relativa (Marlasca y López, 2006: 91-92, Figs.1 y 2). No obstante, una serie de huellas han sido documentadas en planta en un yacimiento próximo a la ciudad de Eivissa donde se distinguieron dos sectores, d’es Rafal y Can Pilot, separados por unos 500 m. En el primero se pudieron identificar tres tipos de estructuras superpuestas. La tipología de las más recientes presenta planta rectangular y el material arqueológico del relleno permitió datarlas en el siglo II a.C., superponiéndose (cortando) a otras muy estrechas para las que se propuso una datación cercana a las postrimerías del siglo III a.C. La fase más antigua, de grandes zanjas paralelas, estaría centrada en los siglos IV-III a.C. (Ibidem: 93, Fig. 3). En Can Pilot aparecen zanjas alargadas y paralelas practicadas entre los siglos II y I a.C. (Ibidem: 94-95, Figs. 5-6). Ya en la Andalucía atlántica, las primeras referencias a huellas de cultivo proceden de dos localizaciones de la Bahía de Cádiz. En Cantarranas (Puerto de Santa María), se localizaron las huellas de unos “cajones” de viña excavados en la arena y alineados bajo un sistema de dunas (López y Ruiz, 2007a, Fig. 5; 2007b), y en el cercano yacimiento de La Viña, se volvieron a registrar huellas similares, en este caso excavadas sobre margas. Se trata de un total de 152 huellas presentando diferentes alineaciones correspondientes al menos a cuatro plantaciones de viñas con distinta orientación (Ibidem, 2007a: 17, Lámina X). Una serie de estudios paleogeográficos combinando las dos fuentes de datos estratigráficos indican que el nivel correspondiente a las huellas de Cantarranas se correspondería con una fase protohistórica paralela a la fase II de la denominada Factoría 19 (ss. V-IV a.C.), por lo que la plantación se remontaría al menos hasta el siglo V a.C. (Ibidem: 18). Otras evidencias andaluzas son las huellas detectadas en el Sector B del yacimiento de Papa Uvas (Huelva) (Martín y Lucena, 2003a y b). Las fosas, de tipología alargada y diferentes dimensiones se distribuyen por la práctica totalidad de la superficie intervenida (Ibidem, 2003a: 152). Su tamaño, el color de los rellenos, la orientación y sus relaciones espaciales (Ibidem, 2003a: 164, Fig. 4), permitieron la definición de varios grupos, pero la interrupción de los trabajos tan solo ha permitido por el momento proponer una cronología post-prehistórica (Ibidem, 2003b).

4. Un caso singular: Las huellas de cultivo de La OrdenSeminario El yacimiento de La Orden-Seminario ocupa una extensión de 23 Ha en el extremo noroeste del casco de la ciudad de Huelva, habiéndose documentado varios miles de estructuras desde fines del Neolítico hasta época moderna (González et al., 2008), incluyendo varias series de fosas y zanjas de cultivo, graciasa las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo por la empresa Ánfora GIP, con la que la Universidad de Huelva suscribió dos Contratos de Investigación de asesoría científica y apoyo técnico en paralelo a las excavaciones. Su singularidad reside en las privilegiadas condiciones de observación del yacimiento, debidas al muy diferente cromatismo del sustrato geológico terciario respecto a los suelos cuaternarios puestos en explotación, al elevado número huellas de plantación superpuestas, cuya gran extensión permite su seriación en sistemas agrícolas, campos y parcelarios sucesivos, y en las relaciones que es posible establecer entre

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cada sistema y determinadas estructuras de hábitat y otras fosas que contienen abundantes restos de cultura material (Figura 1), lo que permite proponer dataciones más o menos ajustadas en términos históricoarqueológicos (Vera y Echevarría, 2013: 95). Las huellas de cultivos arboricultores protohistóricos relacionables con la vid consisten en zanjas de mayor o menor longitud y fosas más o menos rectangulares o alargadas, agrupadas en tipologías de plantación homogéneas, que describen alineaciones longitudinales yuxtapuestas en paralelo (liños) con distancias de separación estandarizadas, delineando campos o parcelas de cultivo segregadas (Figura 2). Otras zanjas de anchura variable, simples o pareadas, se disponen alrededor de los campos constituyendo los límites de determinados sistemas o bien suponen las cercas de campos de cultivo concretos dentro de cada parcelario. Las superposiciones reiterativas que se producen entre las huellas (relaciones de corte) y su interestratificación con estructuras de hábitat, posibilitan establecer una secuencia relativa basada en relaciones de antero-posterioridad. Los materiales aparecidos en los rellenos y los de las estructuras asociadas, permiten calibrar en fases de uso o periodos de vigencia ante quem y post quem a todo o parte de los distintos sistemas protohistóricos identificados (Vera y Echevarría, 2013: 95-96). Teniendo en cuenta que cada liño o alineación y sus respectivas asociaciones son el resultado de diferentes acciones incardinadas en una misma operación, las planimetrías de alta resolución permiten establecer sin lugar a duda la existencia de distintos parcelarios superpuestos de diferente complejidad. El más antiguo, denominado Sistema 0, ocupa el extremo suroriental del yacimiento y se compone de un solo campo formado por cuatro liños de fosas rectangulares, cerrado al noreste y noroeste por sendas zanjas de delimitación. Su datación es posible al estar cortado por el resto de sistemas agrícolas y por el contenido de sus fosas, que consiste en materiales cerámicos del Bronce final. Espacialmente, se asocia a un caserío de cabañas datado alrededor del s. IX a.C. (Ibidem: 98 y 104, Fig. 3; Gómez et al., 2014). Sin duda, el parcelario más complejo en cuanto a configuración es el sumatorio de los Sistemas 1 y 2, conformado a partir de campos de dimensiones variables que se imbrican en trama cruzada por prácticamente todos los sectores intervenidos. Las parcelas se alternan entre aquellas ocupadas por zanjas de gran desarrollo longitudinal (Sistema 1), fosas estrechas y alargadas (Sistema 2) o por no presentar simultáneamente huellas de ningún tipo. Los campos se encuentran limitados, bien por zanjas simples o pareadas y en paralelo, correspondientes a dispositivos de cerramiento (fosos y setos de límite), ocasionalmente con interrupciones de acceso (portillos), bien por discontinuidades que son indicativas de veredas de trasiego o de linderos superficiales, como nos informan diversas fuentes textuales e iconográficas (Vera y Echevarría, 2013: 98-100, Fig. 4). Estos campos, cuya siembra no es estrictamente coetánea, se suceden escalonadamente a lo largo del periodo orientalizante hasta aproximadamente el s. VI a.C., a partir cerámicas de barniz rojo y ánforas incluidos en el interior de las huellas, y por su asociación con fondos de cabaña diseminados en este espacio que podemos considerar como parte de la chora de la ciudad de Huelva (López y Vera, e.p.). El Sistema 3 ocupa la porción occidental del yacimiento y se subdivide en campos alargados, dispuestos en paralelo y de dos extensiones estandarizadas, claramente regidos por un patrón metrológico y definidos

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Figura 1. La Orden-Seminario (Huelva). Relaciones de superposición (corte) entre huellas de cultivo (zanjas y fosas) de diferente cronología.

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Figura 2. La Orden-Seminario (Huelva). Alineamientos, yuxtaposiciones y relaciones de corte recurrentes entre diferentes tipos de estructuras, zanjas y fosas de cultivo en un mismo espacio.

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Figura 3. La Orden-Seminario (Huelva). Panorámica de las superposiciones entre los liños de diferentes campos de los Sistemas 1, 3 y 4.

Figura 4. La Orden-Seminario (Huelva). Ejemplo de acodo lateral en fosas de plantación del Sistema 4.

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a partir de las orientaciones casi perpendiculares de liños de fosas rectangulares. Superpuesto a los campos del parcelario anterior (Figura 3), su simetría rompe la organización previa, si bien comparte con éste un límite-foso de drenaje preexistente. Secuencialmente abarca un lapso comprendido entre el orientalizante y el último tercio del s. V a.C. al superponérsele estructuras con cerámicas áticas y otros materiales contemporáneos (Vera y Echevarría, 2013: 100-101, Fig. 3). El Sistema 4 es un parcelario compuesto de extensas tablas o bandas de cultivo separadas por veredas longitudinales en las que la modalidad de cava consiste en fosas estrechas y alargadas de extremos curvos (tipo alveus) que se extienden por todo el yacimiento. Zonalmente, a las fosas originales se les yuxtaponen otras similares en uno u otro extremo, ya sea en sentido longitudinal, transversal o ligeramente oblicuo, que podemos interpretar como acodos con la intención de reemplazar las cepas improductivas y/o aumentar la densidad de la plantación (Figura 4). Debe ser datado en un lapso cronológico comprendido entre las postrimerías del siglo V/inicios del IV y la transición del III/II a.C., por la presencia de materiales de adscripción turdetana en el interior de las fosas y por la superposición de una zanja con ánforas grecoitálicas de entre los años 260-220/210 a.C. (Ibidem: 101-103; Fig. 5).

5. Consideraciones finales El tema de la temprana práctica del cultivo de la vid en Iberia no es en absoluto novedoso en la historiografía, pues el asunto de los orígenes la vini-viticultura local ha venido abordándose tradicionalmente a partir del análisis de las fuentes clásicas, de estudios iconográficos, de la tipología y funcionalidad de la vajilla cerámica y metálica de servicio/consumo, y de todos los recipientes relacionados con el almacenamiento, comercio y producción. Ya desde los años 80, las excavaciones en determinados yacimientos de las costas ibéricas mediterráneas y meridionales, demostraron la gran antigüedad de la vinicultura local y del comercio del vino en época protohistórica, caso de la documentación de instalaciones de procesamiento de la uva para producción de vino (lagares) en ámbitos rurales y urbanos, a cuyo estudio se fueron incorporando los, por entonces, novedosos análisis arqueobotánicos (Pérez-Jordá, e.p.). Como hemos visto, recientemente se han sumado a estas evidencias los hallazgos de huellas de cultivo como testimonios materiales de prácticas viticultoras. Sin embargo, la ausencia hasta hace pocas fechas de huellas susceptibles de ser datadas arqueológicamente, debido a su complejidad, ha provocado que la investigación ibérica no se haya dedicado, salvo trabajos excepcionales, al estudio de los parcelarios prerromanos y de sus modalidades de cultivo. Las huellas de cultivo más antiguas hasta el momento, son las documentadas en la chora de la Huelva protohistórica, en el suroeste peninsular, sin duda una de las regiones en las que, con mayor o menor justificación, la interpretación de las fuentes escritas que la aluden y su registro arqueológico, han estado más intensamente implicados a lo largo de los últimos cuarenta años en los acalorados debates relativos al Bronce Final y la Edad del Hierro, en sus versiones atlántica y mediterránea, y a la temprana presencia de navegantes orientales en el extremo Occidente. En algún momento del siglo IX a.C. vemos aparecer en Huelva los primeros indicios de arboricultura ligados al poblamiento de su ruedo agrícola durante el Bronce final (Sistema 0). Se trata de un único campo

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cuya extensión hace factible que fuese gestionado por una economía familiar (Vera y Echevarría, 2013: 104). Posteriormente, estos campos aislados o en “isla” comenzarán paulatinamente a “continentalizarse” (Sistemas 1 y 2) en un proceso de apropiación ocupatoria (Chouquer, 2005: 35-36), de aumento en los patrones de explotación agrícola, que se extenderá alrededor de tres siglos, significativamente en paralelo a las destrucciones de vides llevadas a cabo por los imperios asiáticos en la orilla opuesta del Mediterráneo. La división de los campos en estos parcelarios indica la creciente importancia del control y de la distribución de los derechos sobre la tierra y de sus productos que, si bien no en todos los lugares al mismo tiempo, se irá documentando progresivamente y que podemos relacionar con la existencia de una estructura organizativa compleja, controlada políticamente y en el seno de una sociedad que podemos calificar de urbana (Vera y Echevarría, 2013: 104). Esta intensificación requerirá la paulatina incorporación de mano de obra auxiliar, cuyo estatuto dependiente podemos llegar a entrever a partir del hábitat rural en los propios parcelarios, dentro de un proceso generalizado de estratificación social creciente (López y Vera, e.p.). Como colofón, este proceso desembocará hacia los siglos VI-V a.C. en lo que para el caso de la ciudad de Huelva hemos interpretado como la división y asignación de lotes suburbanos (Sistema 3), manteniéndose la combinación productiva tanto de cultivos de interés económico-comercial y rendimiento a largo plazo (la vid, que no sería exclusivamente para autoconsumo), como de cultivos anuales destinados al abastecimiento de la población y del puerto (Ibidem: 104-105). Paralelamente, la información arqueológica permite vislumbrar que la plantación sistemática se está llevando a cabo en el entorno de otras ciudades como en Eivissa (Marlasca y López, 2006) y que se halla floreciente en los alrededores de las granjas rurales de los grandes valles como Los Caños (Rodríguez et al., 2006) o de diferentes factorías de las campiñas gaditanas (López y Ruiz, 2007a y b), es decir, tanto en las zonas costeras como en el interior peninsular, situación que, al menos en el golfo de Cádiz se mantendrá intensivamente hasta época romana. Así, entre finales del siglo V/inicios del IV y el siglo III a.C., durante el periodo púnico-turdetano, el Sistema 4 de La Orden-Seminario implica un cambio hacia la explotación comercial, financiera y casi capitalista de la vid, ahora en una extensa gran propiedad, plantada de manera uniforme y densa, mantenida y renovada mediante acodos, con caminos de servicio racionalizados, necesitada de especialistas a tiempo completo y de abundante mano de obra de condición servil, indudablemente en manos de un gran terrateniente que tal vez podría llegar a identificarse con una gestión impuesta o directa por parte del propio poder político, cuya desaparición coincide con los momentos de la pugna imperialista romano-cartaginesa en la Península Ibérica, sin parangón hasta el inicio de la política colonial romana (Vera y Echevarría, 2013: 105).

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