Los inicios de la metalurgia del hierro en Euskal Herria: la Edad del Hierro

May 23, 2017 | Autor: Sonia San Jose | Categoría: Archaeology, Archaeometallurgy
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Los inicios de la metalurgia del hierro en Euskal Herria: la Edad del Hierro Sonia San Jose Historiaurreko Arkeologia Saila. Aranzadi Zientzi Elkartea

1. INTRODUCCIÓN Las gentes que habitaron durante el Bronce Final y Edad del Hierro en el actual territorio de Euskal Herria experimentaron importantes cambios en sus modos de vida, en los lugares que eligieron para vivir, en sus costumbres e incluso en sus creencias. Cronológicamente nos situamos en el último milenio antes del cambio de Era, al final de la Prehistoria; este período es también conocido como Protohistoria, debido a la aparición de los primeros textos escritos que hablan sobre los pobladores de nuestro territorio, aunque ellos no utilizaran la escritura. El final de este etapa, en torno al cambio de Era, también supuso el final de la organización socio-política existente, ya que los territorios de la actual Euskal Herria —al igual que gran parte del continente europeo— fueron anexionados forzosamente al Imperio Romano, cambiando de manera radical la forma de explotación del territorio y de sus recursos, todo ello según los intereses de Roma.

2. CONTEXTUALIZACIÓN DEL BRONCE FINAL Y DE LA EDAD DEL HIERRO EN EUSKAL HERRIA 2.1. Características del medio Las variadas características geofísicas de Euskal Herria posibilitan la coexistencia de paisajes y condiciones climáticas diversas. Los Pirineos y el llamado Arco Vasco constituyen la divisoria

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de aguas y separan el territorio en dos vertientes con marcadas diferencias climáticas y de vegetación entre ellas. En la vertiente atlántica los ríos, de corto desarrollo y fuerte desnivel, marcan las vías de comunicación y dibujan paisajes abruptos de relativa poca altitud. En la vertiente mediterránea, en cambio, predominan los valles amplios delimitados por colinas amesetadas, con importantes corredores entre los que destaca el valle del Ebro, gran vía de transporte y de aprovechamiento agrícola. La zona noroccidental de los Pirineos, en general, ha sido siempre uno de los pasos de comunicación más importantes entre Europa y la Península Ibérica, por donde han circulado gentes, mercancías, e ideas (tanto del ámbito tecnológico como del mundo de las costumbres y creencias) durante toda la Prehistoria. En cuanto al clima del último milenio antes del cambio de Era, podemos decir que era similar a nuestros días; continúa el período Subboreal con un clima cálido y húmedo, que evoluciona a un ambiente más seco. A mediados del siglo VII antes del cambio de Era, comienza el período Subatlántico, con un clima más frío y húmedo, especialmente durante el verano. En esta época nos encontramos con un paisaje vegetal muy influenciado por la presión antrópica. Así, en zonas próximas a los poblados, los análisis polínicos y antracológicos evidencian la reducción de la cubierta arbórea, siendo sustituida por un paisaje en general más abierto, debido a la acusada deforestación necesaria para plantar cultivos, abrir zonas de pastos para el ganado u obtener madera para las diferentes actividades cotidianas: construcción, hornos caseros, actividades artesanales... (Iriarte; Zapata, 1996). 2.2. Periodización Es evidente que durante los 1200 años que van desde el Bronce Final hasta el final de la Edad del Hierro las poblaciones que habitaron en el territorio de la actual Euskal Herria no fueron estáticas ni homogéneas. Los restos arqueológicos y los pocos testimonios escritos con los que contamos nos muestran diversos modelos de organización y de notables cambios a lo largo del período, a­ lgunos bruscos, otros más sutiles­, así como de variadas influencias aportadas desde territorios tanto de la Península Ibérica, como del continente europeo. El modelo que veremos con más detenimiento de poblado fortificado en altura, que controla una significativa extensión de territorio, no es ni originario ni único de esta zona. Es el modelo más común que se va implantando a lo largo de la Edad del Bronce en gran parte de Europa, aunque obviamente con numerosas variantes zonales. Según la información actual, podemos dividir la Edad del Hierro en varios períodos que, aunque creados artificialmente en la actualidad, nos ayudan a entender mejor la evolución de las poblaciones que vivieron durante esta época. Es frecuente dividir esta última etapa de la Prehistoria en 2 o 3 períodos, si incluimos el Bronce Final (Fig. 1):

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Figura 1: Línea cronológica de las etapas de la historia de la humanidad, con la periodización detallada de la Edad del Hierro (S. San Jose).

— Bronce Final, desde 1200 años antes de nuestra Era (ANE) hasta aproximadamente el siglo VIII ANE. — I Edad del Hierro, hasta el siglo V ANE.

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— II Edad del Hierro, hasta aproximadamente el cambio de Era coincidiendo con los inicios de la Romanización. En los últimos años, diversos autores (Armendáriz, 2008; Llanos et al., 2009) han preferido sustituir estas denominaciones por otras más coherentes con los procesos estudiados en la vertiente mediterránea del territorio (Araba y zona media-sur de Nafarroa). Así, la I Edad del Hierro pasa a denominarse Hierro Antiguo y la II Edad del Hierro se divide en Hierro Medio y Hierro Final, que se corresponde con los primeros indicios de romanización. Las poblaciones procedentes del Bronce Medio van a ir poco a poco agrupándose y haciéndose cada vez más evidentes en el registro arqueológico. Aunque algunos de los primeros vestigios de fortificaciones los podemos encontrar ya en esta época, como el espectacular yacimiento de Monte Aguilar en las Bardenas de Nafarroa (Sesma; García, 1994), será durante el Hierro Antiguo cuando asistimos a la creación de numerosos núcleos fortificados en altura, bien defendidos y con un gran control estratégico del territorio. Estos poblados, localizados casi exclusivamente en la vertiente mediterránea de Euskal Herria, se estructuran al interior con casas de planta circular sin una organización clara, o de planta rectangular, generalmente alineadas en torno a la muralla, dejando al interior un espacio libre, a menudo interpretado para cercamiento del ganado (Llanos et al., 2009). Hacia finales del siglo IV y V antes del cambio de Era, sin embargo, los numerosos niveles con evidencias de incendios, ataques y abandono detectados en muchos de estos asentamientos indican un período de convulsión o crisis, que parece coincidir con una época de sequía en todo el continente europeo. Esta nueva situación pudo empujar a la población a agruparse en los denominados oppida, ­asentamientos fortificados de gran extensión­, bien existentes en el período anterior, bien de nueva creación. Será a lo largo del siglo II y I ANE cuando se constatan en nuestro territorio los primeros contactos con la Romanización. Su influencia no será idéntica en todas las zonas ni en todos los puntos, quedando la mayoría de ellos abandonados en torno al cambio de Era. Otros, en cambio, sobre todo aquellos de gran extensión y más próximos a vías principales de comunicación, continuaron su desarrollo, eso sí, cambiando totalmente tanto la organización urbanística como social, integrándose dentro del sistema políticoeconómico y socio-cultural implantado por medio de la fuerza y a menudo de manera sangrienta por Roma. Esta evolución que hemos descrito es difícil de constatar en la vertiente atlántica de nuestro territorio, ya que la parquedad de datos y el cada vez más pequeño atraso en la investigación hacen todavía difícil entender los procesos de esta zona. Así, la mayoría de

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los yacimientos localizados hasta el momento en esta vertiente corresponden a períodos de la II Edad del Hierro, sin detectar apenas evidencias anteriores (Peñalver, 2001).

3. POBLADOS FORTIFICADOS 3.1. Asentamientos: tipología y características Las poblaciones que vivieron en nuestro territorio a lo largo del Calcolítico y la Edad del Bronce van a dejar constancia más o menos importante de sus actividades en cuevas, frecuentemente utilizadas para realizar enterramientos, y en otras ocasiones también como lugar de habitación y establo. Los asentamientos al aire libre fueron mucho más numerosos, aunque el número de descubrimientos de este último tipo es menor por la dificultad de conservación y de detección. Más abundantes y visibles son los testimonios funerarios de carácter megalítico que se vienen construyendo desde el Neolítico avanzado, a partir de hace unos 5.300 años: los dólmenes, de carácter colectivo, ­algunos de ellos reutilizados hasta el final de la Edad del Bronce, en torno a hace 2.700 años­; y las cistas, de inicios de este último período (de hace unos 3.700-3.400 años), y de carácter individual e­ n ocasiones reutilizados 3 o 4 veces­. Estos grupos humanos viven fundamentalmente de la agricultura y ganadería, actividades económicas completamente asentadas para estas épocas, y además incorporarán otra nueva actividad, la metalurgia, primeramente del cobre y oro, y más adelante de bronce y de otras aleaciones de base cobre. A lo largo del último milenio antes del cambio de Era, durante el Bronce Final y la Edad del Hierro, vamos a asistir a una reorganización de los hábitats y a una mayor concentración de la población, a juzgar por los hallazgos, más numerosos. Las poblaciones se concentran principalmente en poblados, desde donde controlan grandes extensiones de territorio, incluyendo sus recursos bióticos y minerales. Se conocen de momento más de 300 poblados de este tipo en Euskal Herria (Fig. 2), ubicados en lugares precisos, con unos factores comunes que resumimos a continuación: — Se observa una gran importancia del factor defensivo; en su mayoría son poblados ubicados en altura, resaltando sobre su entorno próximo, y a menudo cuentan con unas características naturales muy favorables para su defensa. — Esta defensa natural se complementa a su vez con obras artificiales, convirtiendo los puntos elegidos en prácticamente inexpugnables, gracias a la construcción de líneas de muralla pétreas acompañadas en ocasiones de fosos, alcanzando gran complejidad.

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— Relacionado con su capacidad defensiva, suelen ser puntos de un alto valor estratégico, no solo por su situación más alta respecto a su entorno, sino también porque se eligen lugares desde los que se controlan una gran parte del territorio circundante, los grandes valles o pasos de montaña que sirvieron como vías de comunicación. — Es frecuente la existencia de contacto visual entre los poblados próximos, con lo que, aceptando la hipótesis de que fueran parte de una misma organización social, una comunidad o pueblo tendría bajo su control grandes extensiones de territorio, incluyendo dentro de estas, las vías de comunicación y sus recursos naturales.

Figura 2: Localización de los poblados fortificados de Euskal Herria (Peñalver, 2001; Armendáriz, 2008).

Sin embargo, tenemos que tener en cuenta que estos poblados fortificados estarían complementados con otro tipo de asentamientos dispersos, de menor entidad y de funcionalidades más específicas, que podrían formar parte de un mismo conglomerado.

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Estos hábitats dispersos serían de diversa tipología y tamaño, desde un conjunto de chabolas próximas a áreas óptimas para la agricultura, recintos en alta montaña para el aprovechamiento de los pastos para la ganadería o estructuras dedicadas a diversas actividades como la metalurgia. Para el segundo ejemplo, contamos con yacimientos localizados en Urbia (Parzonería General de Gipuzkoa y Araba) (Gandiaga et al., 1989; Ugalde et al., 1992-93); por otro lado, el yacimiento de Altamira en Azkoitia (Gipuzkoa) (San Jose, 2004) posiblemente estuvo relacionado con actividades metalúrgicas, como veremos más adelante. Evidentemente los restos dejados por este tipo de asentamientos ­a menudo efímeros­, son difíciles de localizar, y por ello conocemos un número muy escaso. 3.1.1. Estructuras defensivas En cuanto a la arquitectura de los poblados fortificados, podemos extraer una serie de características generales que se suceden en la mayoría de los asentamientos. Como hemos visto anteriormente, todos ellos complementan la defensa natural del relieve con estructuras defensivas de gran entidad. En los casos de ausencia total de protección natural ­como ocurre con algunos asentamientos ubicados en llano, como el poblado de La Hoya (Guardia, Araba)­, las defensas pétreas rodean totalmente el área de ocupación. Estas defensas están compuestas mayoritariamente por murallas, aunque en algunos casos también están complementadas por fosos, convirtiendo estos recintos en prácticamente inexpugnables para la tecnología militar de estas sociedades. Las murallas suelen estar formadas por dos muros o paramentos de piedra fortalecidos con un relleno de tierra y cascajo y, en ocasiones, reforzados con maderos dispuestos longitudinalmente. El espesor de estas murallas en la base varía de 2 a 5 metros y pueden alcanzar una altura de hasta 4 o 5 metros. La parte superior de estas murallas estaría seguramente complementada por una empalizada realizada con troncos de madera. En ocasiones estas estructuras serían mixtas, con zócalo de piedra y un alzado a base de tierra, adobe o madera. Estas defensas podían alcanzar gran complejidad y constituir diferentes líneas de muralla a distintas alturas según el relieve, creando verdaderos laberintos a la hora de acceder al poblado, como es el caso de Marueleza-Arrola (Arratzu-Mendata-Nabarniz, Bizkaia), o el de Intxur (Albiztur-Tolosa, Gipuzkoa), donde el perímetro total de líneas de muralla alcanza 1,5 km de longitud. Además de estas defensas pétreas, en algunos de los poblados se localizan fosos excavados en el terreno al exterior de las murallas ­con hasta 6 metros de profundidad­lo que dificulta aún más el acceso a la línea de muralla. Estos fosos se excavaban en el estrato del terreno, con sección en “U” o en “V”. Uno de estos ejemplos lo encontramos en el

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poblado fortificado de Kosnoaga (Gernika-Lumo, Bizkaia), en el que se talló un profundo foso en la roca del terreno, utilizando los materiales extraídos del mismo para construir un grueso terraplén defensivo rematado por una empalizada (García Camino, 2010); en Arrola (Cepeda et al., 2009) (Fig. 3), y en los poblados lapurtanos de Larreondo (Senpere) o Mokoretta (Makea) (Peñalver, 2001).

Figura 3: Detalle del foso exterior a la muralla de Arrola (Arratzu, Mendata, Nabarniz -Bizkaia-), parcialmente amortizado por una construcción posterior (A. Martínez Velasco).

Dentro del sistema defensivo de los poblados fortificados, especial importancia tendrán los accesos a los mismos, por ser uno de los puntos más débiles de cara a su defensa. Suelen estar fortificados, con diversas soluciones aplicadas según los conocimientos técnicos y también según el relieve. En los últimos años se han llevado a cabo excavaciones arqueológicas en la vertiente atlántica que han descubierto los accesos principales de algunos poblados, como es el caso de Munoaundi (Azkoitia-Azpeitia) en Gipuzkoa (San Jose, 2006-2013), o Arrola (Arratzu, Mendata y Nabarniz) (Fig. 4) y el Cerco de Bolunburu en Zalla (Bizkaia), estas dos últimas investigadas por M. Unzueta y J.J. Cepeda (Cepeda et al., 2009 y 2014).

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Figura 4: Estructuras del acceso al poblado fortificado de Arrola (A. Martínez Velasco).

Pero la cuestión es, ¿de quién se defendían estos habitantes? ¿Por qué el surgimiento generalizado de este tipo de poblamiento fortificado a lo largo de la Edad del Hierro? Hay diversas hipótesis que intentan explicar este fenómeno. Muchos autores plantean que estamos ante un estado de guerra latente, o momentos de inseguridad; también se han interpretado como elementos de disuasión ante un aumento de robos, ya que en este tiempo los excedentes agrícolas serían importantes; incluso también se ha escrito que serían simplemente obras para mostrar el poder u ostentación de la comunidad, tal y como lo explica J. Armendáriz: “...estas fortificaciones castreñas, con su llamativa presencia en el horizonte y la monumentalidad de algunas de sus construcciones, también dotaban al hábitat de un contenido simbólico de poder sobre la plaza así como de la ostentación idiosincrática del grupo dentro del marco político territorial inmediato como marcadores espaciales” (Armendáriz, 2008: 321). Independientemente de su función concreta, este tipo de fortificación implica unos conocimientos muy específicos de ingeniería y arquitectura, ya que estaba diseñado de antemano, con una gran planificación y conocimiento del terreno, pudiéndose comprobar en la mayoría de los casos la gran adaptación de estas estructuras defensivas a las curvas de nivel, y al relieve en general. Así mismo, su construcción exige un alto nivel organizativo, con una considerable inversión en mano de obra y en tiempo. 3.1.2. Estructuras de habitación Dentro de estas murallas, la organización del espacio dedicado al hábitat va a estar fuertemente condicionado por las características del relieve. En los poblados llanos o con aterrazamientos, las estructuras se suelen distribuir paralelas a la muralla, en un primer

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momento separadas, y posteriormente unidas por medianeras, formando calles y barrios. Aunque también se han documentado viviendas circulares, la mayoría de ellas suelen ser de planta más o menos rectangular. Un caso excepcional lo encontramos en el poblado de La Hoya (Fig. 5), donde de unas primeras fases con viviendas adosadas a la muralla, a partir de la II Edad del Hierro cambia radicalmente el planteamiento constructivo, diseñando un trazado urbano rectilíneo organizado en calles y manzanas (Llanos et al., 2009).

Figura 5: Reconstrucción de la organización urbanística del poblado de La Hoya (Guardia, Araba) (A. Llanos).

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A diferencia de las murallas que se construían en piedra, para la construcción de las estructuras de habitación se utilizaban mayoritariamente materiales perecederos, fundamentalmente arcilla y madera. En ocasiones, sí que se utilizaba la piedra para construir los zócalos de las casas, de unos 30 cm de altura, pero sobre ellos se levantaban las paredes de adobe o con un entramado de varas de madera forradas al exterior por una capa de barro. La estructura interior de la casa se construía con postes y vigas de madera, y los suelos, de tierra pisada. El tejado, a una o dos vertientes, sería también de material orgánico, utilizando paja, tepe o arcilla. En ocasiones se han documentado paredes con decoraciones geométricas pintadas en rojo y blanco. En la segunda mitad del milenio, también se documenta la utilización de clavos, escarpias y otros elementos de construcción fabricados en hierro para unir el armazón de las viviendas. Estas viviendas, de unos 50 metros cuadrados aproximadamente, presentan una clara distribución del espacio interior, que en el caso de las viviendas rectangulares suele ser compartimentado en tres espacios principales: primeramente el vestíbulo, donde se localizan restos de estructuras de telares verticales; una habitación central, donde se localiza el hogar o fuego bajo, con un asiento de barro perimetral bordeando las paredes, y donde se realizarían las labores cotidianas principales, y, por último, al fondo de la vivienda se sitúa el almacén o despensa, en donde en ocasiones se han localizado in situ los restos de grandes recipientes cerámicos con granos calcinados en su interior. Esta distribución no es tan precisa en las viviendas de la vertiente atlántica donde el relieve condiciona fuertemente su disposición. Las que se han documentado —como las de Intxur (Fig. 6)—, suelen ser de planta angulosa y a menudo están semiexcavadas en el terreno, con el fin de obtener superficies horizontales. Además, en estas estructuras también se documentan espacios ordenados dedicados a las diferentes funciones cotidianas (despensa, cocina, etc.). 3.2. Actividades económicas En el primer milenio antes del cambio de Era, la economía de producción estaba totalmente asentada. Posiblemente los cambios tecnológicos que se dieron en esta época tuvieron mucho que ver con una mayor consolidación de la agricultura y ganadería, y las novedades, tanto tecnológicas como culturales, trajeron grandes avances para estas y otras actividades. En este sentido, la introducción y generalización de la metalurgia del hierro supuso un gran impulso para la agricultura. A las actividades relacionadas con la metalurgia, aunque correspondientes a este capítulo, se les dedicará el último apartado de este artículo. En las excavaciones arqueológicas de los poblados fortificados es frecuente recuperar restos que nos aportan información sobre el aprovechamiento de diferentes especies vegetales

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Figura 6: Reconstrucción de una de las viviendas documentadas en Intxur (Albiztur-Tolosa, Gipuzkoa). (Treku, basado en los datos arqueológicos de X. Peñalver).

y cereales. Así se han documentado granos de cereal calcinados de trigo vestido (espelta), trigo desnudo, cebada vestida y desnuda, mijo, pero también se documenta la plantación de leguminosas como guisantes y habas, lo que nos indica que practicaban la rotación de cultivos (Peñalver, 2001). Asimismo, a partir de la segunda mitad del milenio, se han localizado herramientas de hierro utilizadas en las labores agrícolas, como hoces y puntas de arado (Fig. 7). Al mismo tiempo, los molinos de piedra localizados en poblados también nos dan una idea de la importancia del cereal en la alimentación de estas poblaciones. Estos molinos están fabricados a partir de cantos de río de gran tamaño, complementados con otro canto más pequeño para utilizarlo de mano. La forma característica que llegan a conseguir por su uso, les ha dado el nombre de molinos barquiformes. En esta segunda mitad del milenio también se empiezan a introducir otro tipo de molinos, esta vez circulares, compuesto por dos piedras, la de abajo o durmiente, de forma cónica, y la de arriba o volandera, superpuesta a la anterior formando el negativo, y con un orificio

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Figura 7: Reja de arado de hierro procedente del poblado fortificado de Berreaga. Fuente: Arkeologi Museoa/ Bizkaiko Foru Aldundia (S. Yaniz).

central para verter el grano, y otro lateral para introducir un mango o palo de madera y hacerlo rotar. El poblado de Bolunburu, con un centenar de molinos circulares fabricados con materia prima local es un caso espectacular (Cepeda et al., 2014). De todos modos, aunque la agricultura sea una de las bases de la alimentación de las poblaciones de la Edad del Hierro, la recolección de frutos y especies vegetales silvestres conservó también una gran importancia en la alimentación de estas poblaciones, tanto para los humanos como para el ganado. Así, es habitual recuperar numerosas semillas calcinadas de bellota o avellanas, y también se ha documentado el aprovechamiento de moras y saúco; este último podría tener un uso medicinal. A partir del Bronce Final se asienta el modelo de domesticación animal. Las especies constantes son la vaca, oveja o cabra y cerdo. En cuanto a la caza, aunque en muchísima menor cantidad, las especies más preciadas eran el jabalí y el ciervo, este último para consumo de carne o para la creación de útiles a partir de la cornamenta. En cuanto a la pesca, es difícil de confirmar por falta de información, aunque sí se recuperan anzuelos de metal. En lo que respecta a las actividades artesanales, uno de los restos más abundantes encontrados en las excavaciones de la Edad del Hierro son los fragmentos cerámicos; bien

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realizados a mano a base de pastas con desgrasantes calizos, bien a torno, tecnología introducida a mediados del milenio. Las formas de los recipientes cerámicos son variadas, con fondos generalmente planos y perfiles sinuosos. Presentan a menudo decoraciones a base de cordones con digitaciones, ungulaciones, etc., situados principalmente en la zona del borde y del cuello de las cerámicas modeladas. En el caso de las cerámicas a torno, pueden ir pintadas con temas geométricos e incluso figurativos (Llanos, 2005). Los tipos de recipientes, asimismo, son muy diversos, desde pequeños vasos, recipientes medianos para cocina, hasta grandes contenedores para guardar líquidos, cereales u otro tipo de alimentos. La introducción del torno cerámico supuso ­además de una mejor calidad en las pastas cerámicas, más cuidadas­, un aumento y una estandarización de la producción. En la elaboración de útiles y herramientas necesarias para la vida cotidiana se utilizaban diferentes materias primas: materiales líticos como cantos de río para la fabricación de molinos, alisadores o percutores; hueso y cuerna para la elaboración de mangos de instrumentos, y madera, aunque de esta última, debido a la práctica imposibilidad de conservación en medios no aeróbicos, no tenemos prácticamente información. La introducción de la metalurgia fue poco a poco sustituyendo muchas de estas materias primas para la fabricación de herramientas, hasta el punto de que el sílex, principal recurso utilizado a lo largo de toda la Prehistoria, prácticamente desaparece según avanza la Edad de los Metales, hasta convertirse en residual en la Edad del Hierro. Otra de las actividades artesanales de las que nos ha quedado constancia es la actividad textil. Aunque los productos finales prácticamente no se han conservado por ser perecederos, sabemos que utilizaban lana, lino para fabricar tejidos, o fibras vegetales, para cestas y cuerdas. En los poblados de la vertiente mediterránea como en Alto de la Cruz en Cortes (Nafarroa), es frecuente encontrar contrapesos de los telares verticales con los que se harían estos tejidos, y también fusayolas, topes de los husos utilizados para hilar. Los productos obtenidos en estas actividades artesanales, junto con los alimentos conseguidos, serían objeto de intercambio o comercio entre poblaciones vecinas. Hay que tener en cuenta que con los avances tecnológicos mejorarían las producciones agrícolas, lo que traería también un aumento de excedentes con los que poder comerciar. Al mismo tiempo, con estos logros surgirían nuevas necesidades que tendrían que ser satisfechas a través del comercio. Testimonios directos de estas transacciones son el juego de siete pesas de bronce y hierro localizadas en el poblado de La Hoya, y el ejemplar del yacimiento de Munoaundi. Estas pesas, en su mayoría troncocónicas con un agujero vertical central, y marcas relacionadas con su peso en la cara superior, también aportan información sobre el alto grado de los conocimientos matemáticos de la época.

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Además de este comercio a nivel local, también existía otro más lejano, tal y como lo muestran diversas piezas encontradas en las excavaciones: cuentas de collar de pasta vítrea procedentes de yacimientos como Basagain, Munoaundi o Artola (Abadiño, Bizkaia) (Fig. 8), o un fragmento de brazalete de la misma materia localizado en el poblado de Basagain (Anoeta, Gipuzkoa), posiblemente originario del sur de Francia o de Centroeuropa. El escarabeo egipcio localizado en la necrópolis del Castillo relacionada con el poblado del Castillo (Castejón, Nafarroa) pudo llegar probablemente hasta la rivera navarra por el valle del Ebro, a través de intercambios con las colonias fenicias y griegas de la costa mediterránea peninsular. 3.3. Mundo funerario Durante el Bronce Final y la Edad del Hierro asistimos a un cambio en las costumbres y creencias de las gentes que habitaron Euskal Herria. Influenciados por las nuevas creencias o modas procedentes del continente europeo, se abandona el rito de la inhumación utilizado hasta la Edad del Bronce avanzada, y se adopta el rito de incineración para dar el último adiós a los muertos. En vez de enterrar los cuerpos, éstos se quemaban en una pira funeraria, junto con su ajuar, y se enterraban los restos quemados en cistas de piedra, en urnas cerámicas o en simples agujeros excavados en el terreno. En la necrópolis de El Castillo de Castejón (Nafarroa) se han podido estudiar numerosas variantes de tumbas, construidas a base de piedra o adobe, y formando en ocasiones pequeños túmulos. Estas tumbas, de pequeño tamaño y agrupadas en necrópolis, se sitúan cercanas al poblado correspondiente, cerca de los caminos de acceso al mismo. Podía haber más de una necrópolis por cada poblado, correspondiendo cada una de ellas a un grupo o estamento social. El caso de La Hoya así lo atestigua (Llanos et al., 2009). En algunas de estas necrópolis se han localizado numerosas estelas pétreas, asociadas a las estructuras de enterramiento. Pueden estar decoradas con formas antropomorfas como en La Hoya, aunque también aparecen con decoraciones geométricas, como es el caso de las numerosas estelas documentadas en el territorio de Bizkaia, con decoración en retícula o de motivos cruciformes rectilíneos o curvados. En la necrópolis del poblado de Berreaga (Mungia, Zamudio, Gamiz-Fika ­Bizkaia­) se documentan abundantes ejemplares de estos monumentos, de variadas tipologías (Fig. 9). El rito de inhumación se mantendrá de forma residual o diferenciada para algunos casos específicos. Así, suele ser frecuente localizar enterramientos infantiles en el interior de las viviendas, junto a la pared o al hogar, tal y como se ha seguido haciendo en nuestros caseríos hasta hace poco tiempo. Estos enterramientos apenas tienen ajuar, salvo alguna

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Figura 8: Cuenta de collar localizada recientemente en Artola (Abadiño, Bizkaia) por A. Martínez Velasco (A. Martínez Velasco).

Figura 9: Estela prismática de Berreaga. Fuente: Arkeologi Museoa/ Bizkaiko Foru Aldundia (S. Yaniz).

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excepción. Se han documentado numerosos restos en el yacimiento de La Hoya, o en el de Las Eretas (Berbinzana, Nafarroa) (Llanos et al., 2009). Aunque por el momento no parece tener relación con los poblados fortificados, durante el Bronce Final y la Edad del Hierro también se desarrolla un fenómeno de enterramiento diferente, al menos en una parte del territorio vasco. Se trata de los crómlech pirenaicos —mairubaratzak en euskara—, enterramientos megalíticos formados por alineaciones circulares de piedra. Tienen de 3 a 7 metros de diámetro y en su interior, normalmente en el centro, se depositaban las cenizas y el ajuar de un individuo una vez incinerado. Es un fenómeno que se localiza desde el valle de Leitzaran, subiendo por los cordales pirenaicos hasta Andorra, aunque en los últimos años se han documentado algunos monumentos de este tipo en Aralar. Por el momento se han catalogado en torno a 1500 crómlech, agrupados en unos 400 conjuntos, con diferentes tipologías (Peñalver, 2004). 3.4. Mundo cultural Son pocos los datos que nos han llegado sobre las creencias de las gentes que habitaron nuestro territorio durante la Edad del Hierro. Al no contar con testimonios escritos directos, la información que la Arqueología puede aportar en este ámbito es realmente escasa. Contamos, sin embargo, con algunos indicios que nos pondrían en relación con este mundo, como el ídolo de Mikeldi encontrado en Durango, la “cabeza cortada” de Mesterika (Meñaka), o el espectacular yacimiento de Gastiburu (Nabarniz, Bizkaia), interpretado por el director de la excavación como santuario (Valdés, 2009).

4. METALURGIA Una de las actividades artesanales que más influencia ha tenido en la evolución de la historia de la humanidad ha sido, sin ninguna duda, la metalurgia. El conocimiento y el dominio de las técnicas pirometalúrgicas, desde la manipulación de metales y minerales metalíferos hasta la obtención de piezas de metal puro o aleadas, supuso un gran avance. En este sentido, hay que tener en cuenta que con el metal, a­ l contrario de lo que ocurría con la piedra, madera o hueso­, se podían crear utensilios novedosos, sin estar limitados por la forma y el tamaño de la materia prima original, lo que significó un gran desarrollo en prácticamente todos los ámbitos de la vida cotidiana. Este impacto también fue posible gracias a las características que presentan los metales, con una mayor ductilidad y maleabilidad, aunque, evidentemente, varían mucho de unos metales a otros.

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Los metales utilizados fueron en un principio cobre y metales preciosos como el oro y la plata, y más adelante diversas aleaciones de base cobre como el bronce, obtenido a partir del cobre y del estaño. De las primeras épocas de su utilización se conservan objetos de variadas tipologías, entre ellos, punzones, hachas, puñales, puntas de flecha y de lanza, formones, etc., como el formón con empuñadura de hueso localizado en Santimamiñe (Kortezubi, Bizkaia) o los punzones de Gobaederra (Subijana-Morillas Araba). Pero también las diversas poblaciones que habitaron en el territorio de la actual Euskal Herria nos han dejado testimonios de los trabajos relacionados con la obtención de estos artefactos, tanto en lo que se refiere a la explotación del mineral, como de la obtención del metal y de la fabricación de utensilios. Así, podríamos destacar los trazos de minería para el aprovisionamiento de mineral de cobre en la denominada Cueva de los Hombres Verdes (Urbiola, Nafarroa); residuos directamente relacionados con la obtención de bronce en el yacimiento de Monte Aguilar I de las Bardenas ­entre ellos escorias y restos de las paredes de vasijas-hornos­, o moldes para la licuación de piezas de diferentes tipologías como el utilizado para fundir un hacha encontrado cerca del dolmen de Mugasoro en Elzaburu (Nafarroa). Aunque los datos son difíciles de contrastar, la generalización de la metalurgia supuso una revolución en los modos de vida en todo el continente europeo, que también trajo consigo cambios en la organización social de los grupos humanos. La obtención de materias primas para la cada vez mayor demanda de metal significó la búsqueda de yacimientos metalíferos, y el control, tanto de los mismos como de los metales producidos a partir de ellos, estaría en manos de “élites” o grupos de poder que se encargarían de la distribución e intercambio de estos nuevos productos. 4.1. Metalurgia del hierro Dentro de la metalurgia, una de las más importantes innovaciones fue el surgimiento de la metalurgia del hierro. Si con las aleaciones de base cobre, fundamentalmente con el bronce, se conseguían utensilios y armas mejores, con el hierro las mejoras se incrementaron notablemente, principalmente por dos motivos. Por una parte, el hierro, al contrario que el cobre y el estaño necesarios para alear bronce, es uno de los elementos más abundantes en toda la corteza terrestre. Por otro lado, el hierro que se obtenía superaba con creces al resto de los metales en cuanto a tenacidad y dureza. La utilización del hierro para los instrumentos y armas, sin embargo, no supuso el abandono total de los otros metales, usados sobre todo en adornos como alfileres, anillos, fíbulas, y piezas muy elaboradas, que exigían la técnica del moldeo. Ejemplos de estas piezas

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son abundantes, sobre todo, en los yacimientos de la vertiente mediterránea de Euskal Herria, pero también los encontramos en otros territorios, como la fíbula simétrica hallada en el poblado de Berreaga (Fig. 10) o la pesa de bronce antes mencionada de Munoaundi. Aunque algunas de estas piezas de adorno procederían del comercio con otras zonas, también se producirían in situ. Así, en la vertiente atlántica, concretamente en el poblado de Berreaga, se ha localizado un pequeño horno metalúrgico en el que se reciclaban piezas de bronce amortizadas para la creación de nuevos objetos (García Camino, 2010). Los primeros objetos de hierro localizados en el territorio de Euskal Herria datan de mediados del siglo VIII y VII antes del cambio de Era, y durante los últimos siglos del milenio se generaliza su uso y su fabricación en todo el territorio. Fue un proceso relativamente rápido, contabilizándose unos pocos siglos entre la aparición de los primeros elementos hasta la apropiación de la tecnología y la producción de todo tipo de herramientas, armas y utensilios de la vida cotidiana. Esta tardía apropiación de la tecnología para obtener hierro tiene su explicación en la diferente forma de producirlo respecto a otros metales. Para la obtención del cobre o del bronce no se necesitan hornos muy sofisticados, ni alcanzar temperaturas demasiado altas. Con los conocimientos de los que disponemos, la metalurgia del bronce se podía realizar en simples vasijas de cerámica y fundir el metal obtenido en crisoles, en fuegos abiertos. Las piezas se obtenían principalmente por medio de moldes de piedra o cerámica, y ya en época más avanzada, con técnicas más elaboradas como la cera perdida. Para la obtención del hierro el proceso es un poco más complicado ya que se necesitan temperaturas más altas y una atmósfera reductora, con la que poder separar el oxígeno del hierro contenido en los minerales. Además, la temperatura de fusión del hierro es relativamente alta (1560 ºC) y difícilmente alcanzable en las estructuras empleadas en esta época, por lo que se obtenía una masa informe formada por fragmentos no reducidos de mineral, carbón vegetal, escorias y trozos de metal, que era necesario separar en una fase posterior mediante el martillado. Una vez conseguido el metal, este se forjaba en una fragua para obtener el utensilio deseado. Todas estas operaciones necesitaban de carbón vegetal como combustible, lo que además aportaba al hierro el suficiente carbono para poder ser forjado y conseguir unas cualidades óptimas. Aunque por el momento son pocos los datos que tenemos sobre los hornos empleados en este tipo de actividad, en las excavaciones de los poblados fortificados es frecuente recuperar numerosas escorias que nos aportan información sobre las diferentes fases que se realizaban en ellos. Así, en poblados como Basagain o Bolunburu, se han localizado abundantes escorias que nos indican que al menos las actividades de forja se realizaban in situ.

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Figura 10: Fíbula de bronce Berreaga. Fuente: Arkeologi Museoa/ Bizkaiko Foru Aldundia (S. Yaniz).

Pero en algunos casos también se pueden constatar, de manera directa o indirecta, las actividades de minería necesarias para conseguir el mineral de hierro. Así, el poblado de Basagain está situado en un monte con venas de hierro, el cual ha sido explotado al menos en épocas recientes. Este hecho, unido a la gran concentración de escorias existentes en el poblado, sin parangón con otros yacimientos, parece indicar que fue la existencia de este recurso mineral el principal factor para ubicar el poblado, ya que prácticamente carece de defensa natural y fue necesario realizar una muralla que rodeara todo el recinto. Como se ha mencionado anteriormente, en las excavaciones de los poblados fortificados es frecuente recuperar elementos de hierro que nos ponen en contacto con las variadas actividades desarrolladas por sus pobladores: clavos, escarpias, formones o gubias para la construcción; hoces y rejas de arado para la agricultura procedentes de los yacimientos de La Hoya, Intxur, Basagain o Berreaga, armas, como puntas de lanza o regatones, recuperadas también en Berreaga o en Munoaundi (Fig. 11), incluso fíbulas realizadas en hierro con adornos de cobre para la vestimenta. En cuanto a la elaboración de los objetos materiales que se produjeron en estas épocas, sorprende la relativa homogeneidad en cuanto a técnicas y tipologías que se difundieron por todo el continente europeo. Homogeneidad, pero también un alto grado de madurez, ya que las formas diseñadas entonces, prácticamente no han cambiado en dos milenios, hasta la revolución que estamos asistiendo en la actualidad con los nuevos materiales.

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Figura 11: Punta de lanza de hierro del yacimiento de Munoaundi (Azkoitia-Azpeitia, Gipuzkoa) (G. Studer).

Pero además de estas herramientas, cuyo estudio tipológico y analítico nos aporta información sobre cómo fueron forjados o incluso de donde procedían las materias primas, también contamos con los subproductos que se formaron durante los diferentes procesos que se realizaron para poder obtener estas piezas. Las escorias, fragmentos de mineral parcialmente reducido, carbón, etc., nos pueden indicar si se realizaban actividades de reducción, de forja, o de reciclado. Aunque ya se ha mencionado anteriormente, quisiéramos remarcar que todas las actividades antes descritas fueron la causa directa de grandes deforestaciones del territorio. El entorno de los poblados, estaría totalmente desprovisto de masa forestal, así como otras zonas de explotación de recursos, debido tanto a cuestiones defensivas, como a la necesidad de obtener madera para las construcciones, combustible en forma de leña para las diferentes actividades pirotécnicas que se desarrollaban cotidianamente (hogares, hornos de pan, cerámicos, etc.), sin mencionar la necesidad de espacios abiertos para la agricultura y la ganadería,. En este sentido, la actividad metalúrgica del hierro vino a agravar más la situación, por la gran demanda de carbón vegetal, necesario tanto para las labores de reducción del mineral como para el trabajo de forja. Hemos podido comprobar que el uso del hierro y la apropiación de su tecnología fue un proceso relativamente rápido. En este punto es difícil seguir las vías de introducción tanto de los primeros objetos como de la tecnología, así como las implicaciones que ello supone,

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pero lo que sí se ha comprobado es que el uso del hierro se generalizó rápidamente por todos los territorios, fabricando in situ los diversos útiles necesarios para la vida cotidiana de estas gentes.

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