Los inicios de la banca en Europa hasta finales del siglo XX.

July 31, 2017 | Autor: Jaime Bellido | Categoría: Social Sciences, Social and Cultural Anthropology, Social History
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Los inicios de la banca en Europa

Jaime Bellido Femenía Historia Económica Julio de 2005

Historia de la banca en Europa.

Índice 1. Introducción. Los inicios de la banca. 2. De 1500 a 1700. El inicio de la banca moderna. 3. De 1700 a 1800. La expansión de la banca. 4. A partir de 1800. Hacia un nuevo modelo bancario. 5. Evolución de la banca en España. 6. Los inicios de la banca en Mallorca. 7. Reflexión final.

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1. Introducción. Los inicios de la banca.

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El lugar y la fecha del origen de la banca es impreciso. Como toda institución social, surge de un proceso que ha durado siglos hasta llegar a la configuración que conocemos hoy, heterogéneo y en continua evolución. Encontramos sus primeros antecedentes en las primeras operaciones comerciales ligadas a los templos de Mesopotamia (3400 a.C.) y en el Código Babilónico sobre préstamos y depósitos (1800 a.C.) Con la invención de la moneda (700 a.C.) y su difusión motivada por el comercio marítimo, las operaciones denominadas “bancarias” sufrieron un importante aumento y, además, dicho comercio, provocó la aparición de otras nuevas fórmulas en términos de productos y servicios, como fue el cambio de moneda y la creación de los primeros bancos públicos de préstamos, depósitos e inversión. Los romanos, después del año 300 a.C. perfeccionaron el sistema de contabilidad griego y, junto a una correcta intervención estatal, mejoraron el sistema bancario. Durante la Edad Media la actividad comercial bajó hasta unos niveles que casi provocó su práctica desaparición. Sólo los judíos se dedicaron a la función de prestamistas. Las “cruzadas” y las incipientes relaciones internacionales revitalizaron el intercambio comercial, de forma muy especial en Italia. Los caballeros templarios, miembros de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, más conocida como la “Orden del Temple”, una orden militar y religiosa, fundada hacia 1119 para proteger a los peregrinos que realizaban el trayecto entre Haifa1 (en la costa) y Jerusalén. La Orden evolucionó hasta convertirse en una de las instituciones militares más poderosas de la Edad Media, y sus castillos y

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Haifa, ciudad y principal puerto de Israel, está en el norte del país, a orillas de la bahía de Haifa, en el extremo oriental del mar Mediterráneo.

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caballeros, junto con los de la Orden del Hospital2, actuaron durante los siglos XII y XIII como baluarte clave en la defensa de Tierra Santa. Paralelo a su poder militar, la Orden organizó un complejo sistema de banca pública desde, al menos, 1147, prestando servicios a Reyes y a Papas, además de desarrollar un avanzado sistema de banca agrícola desde el siglo XII. Sus aportaciones al origen de la banca desde principios del siglo XIII fueron decisivas. Así, los templarios, junto con los benedictinos y mercaderes italianos, contribuyeron al tráfico bancario medieval, aportando elementos a la evolución de la cuenta corriente, el cheque, las transferencias de numerario sin transporte físico del dinero, la letra de cambio y el seguro. En su apogeo, la Orden recaudaba ciertos impuestos de Aragón, Inglaterra, Francia y el Papado, depositaba los tesoros de varios Reyes en sus establecimientos (especialmente en el Temple de París, cuya fortaleza fue derribada por Napoleón), realizaba transferencias internacionales, llevaba la contabilidad pública de Francia y la cuenta corriente del Papa y de la madre de San Luis, y mantenía toda la gestión financiera del Rey Juan sin Tierra3 de Inglaterra. Los templarios fueron arrestados en la mayoría de los reinos medievales en octubre de 1307, juzgados por la Inquisición4, y abolidos por el Papa5 en 1312. En 1314, su último Maestre, Jacques de Molay, fue quemado vivo en la hoguera, cerca del actual “Pont Neuf” en París. Los términos “banco” y “banquero” aparecen por primera vez en los cartularios notariales genoveses de los siglos XII y XIII, y se refieren a los valores cambiarios. Dada la extrema variedad de piezas monetarias de las distintas ciudades y Estados existentes en aquellos tiempos, la actividad del cambio poseía una importancia notable en la mayoría de las plazas mercantiles. Además, estos banqueros -cambistas de valores- actuaban como intermediarios entre el público y 2

Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, orden militar cuyo nombre completo es Soberana Orden Militar del Hospital de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. 3 Juan Sin Tierra (1167-1216), rey de Inglaterra (1199-1216), famoso por firmar la Carta Magna. 4 Inquisición, institución judicial creada por el pontificado en la edad media, con la misión de localizar, procesar y sentenciar a las personas culpables de herejía.

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las cecas6. Hacia finales del siglo XIII, sin embargo, en las plazas mayores, los cambistas no se limitaron al cambio manual de las monedas metálicas, o a mediar entre las cecas y el público, sino que empezaron a recoger depósitos y a efectuar pagos por cuenta de los depositarios. Podía suceder que el depositante requiriese al banquero la restitución en efectivo de la suma depositada o de una parte de ella, o también que el beneficiario de una transferencia requiriese que se le pagase en efectivo en vez de ser anotado en los libros del banquero. Ante esta posibilidad, era necesario que el banquero dispusiese siempre de una cierta cantidad de dinero en efectivo en modo de reserva. Con el tiempo, no obstante, los banqueros llegaron a la conclusión de que no era necesario tener a disposición en efectivo tanta moneda metálica como correspondía al valor total de los depósitos. Bastaba con guardar en reserva una fracción del total; el resto podía prestarlo a terceros ganando la tasa de interés, o bien podía invertirlo directamente en actividades comerciales. En otras palabras, los banqueros comprendieron que podía actuar sobre la base del sistema de reserva fraccional. Nacía así la moneda bancaria. Las grandes familias de banqueros del renacimiento, como los Medici de Florencia, prestaban dinero y financiaban gran parte del comercio internacional. Los primeros bancos modernos aparecieron durante el siglo XVII, como son, el Riskbank en Suecia (1656) y el Banco de Inglaterra (1694) En el norte de la península italiana se alcanzó el más importante desarrollo en volumen y técnica bancaria. De esta época proviene el término "banchieri", que designaba a los cambistas que operaban en la plaza pública.

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Clemente V (1305-1314) Casas dedicadas a la impresión de moneda.

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Con los descubrimientos geográficos y la aparición de nuevos capitales se difundieron los primeros sustitutos de dinero (letras de cambio, pagarés, documentos, etc.), lo que ahora llamamos la moneda bancaria o papel comercial. El progreso contrastaba con el desorden monetario. Sólo Inglaterra superaría esta etapa con la creación, en 1694, de un banco privado que puso orden en el mercado. Surgió entonces el primer Banco Central de la historia.

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2. De 1500 a 1700. El inicio de la banca moderna.

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En los siglos XVI y XVII, la población europea sufre una transformación importante, la principal característica es que esta transformación no es la diferencia entre la natalidad y la mortalidad, sino en cambios estructurales de carácter social, cambios en las infraestructuras y en el medio ambiente. Existen tres rasgos diferenciadores de este periodo: 1. Cambios producidos tanto en la geografía, como en la ideología de la Sociedad. Período en el que se pasó de una Europa cerrada, y con comercio relativamente pequeño, a una Europa con puertos comerciales a ambos lados del Atlántico. Por otro lado, las ciudades europeas menos importantes vienen a suceder a otras que lo fueron anteriormente, como Madrid y Ámsterdam. Otras ciudades con gran importancia en este período fueron Moscú, Turín, Roma. Con respecto a la agricultura, se produjo un asentamiento debido a nuevas técnicas de cultivo, roturación de bosques, nuevas fuentes de energía, etc. También contribuyó la disminución de tierras comunales y la sustitución del cultivo del cereal por el cultivo intensivo. Otro cambio social es la emergencia de nuevas industrias manufactureras, crecimiento de los sectores secundario y terciario. El cambio ideológico del Renacimiento7 provoca que el nuevo pensamiento contribuya al surgimiento del humanismo8. A la hora de analizar otros cambios, cabe señalar la mejora de infraestructuras y del modo de vida urbano, del tipo de alimentación y de los derechos infantiles.

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El renacimiento comenzó en Italia en el siglo XIV y se difundió por el resto de Europa durante los siglos XV y XVI. El término humanismo se usa con gran frecuencia para describir el movimiento literario y cultural que se extendió por Europa durante los siglos XIV y XV. Este renacimiento de los estudios griegos y romanos subrayaba el valor que tiene lo clásico por sí mismo, más que por su importancia en el marco del cristianismo.

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2. Algo ligado a la nueva sanidad, es el azote de enfermedades epidémicas, graves epidemias sufridas en el siglo XVI las cuales desaparecen en gran parte a mediados del siglo XVII. Grandes ciudades como Londres y Ámsterdam dejaron de sufrir “pestes” sin causa alguna conocida. 3. El último rasgo viene dado por las fuentes documentales de la época, ya que la demografía en este período que va del siglo XVI al XVII, no sufre grandes cambios con respecto a otros períodos anteriores y posteriores. El período comprendido entre el año 1500 y 1700, desde el descubrimiento de América y la creación del Banco de Inglaterra, constituye un período diferenciado dentro de la historia de Europa. En estos dos siglos, Europa sufrió una considerable expansión industrial, aunque también hay que decir, que esta industria se parece más a la de la Edad Media que a la de siglos posteriores. Las fuentes de capital son más difíciles de cuantificar en la época; no obstante, grandes financieros como los Fugger9 o los Welser10 hicieron grandes fortunas. Para las necesidades de inversión, las industrias tenían que volcarse hacia otras fuentes que no fuesen las bancarias. Una de las fuentes de capital industrial era la de los propios artesanos, que con una insignificante aportación inicial llegaban a la mayor parte de las actividades comerciales e industriales. A principios del siglo XVI, las zonas más importantes y más activas eran los Países Bajos, norte de Italia y partes del sur de Alemania. La actividad industrial fue

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Fugger o Fúcar nombre de una famosa familia alemana de banqueros y comerciantes de los siglos XV y XVI, cuyos miembros en España fueron conocidos como Fúcares. Su fundador, Johannes Fugger (1348-1409), se dedicó a los tejidos cerca de Augsburgo, donde creó un importante taller de pañería. 10 Welser (familia), familia de banqueros alemanes, procedentes de Augsburgo, que se convirtieron en una de las principales casas financieras de Europa a principios del siglo XVI, y pugnaron con los Fugger y los Doria por pasar a ser los principales prestamistas del emperador Carlos V (rey español Carlos I).

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pasando de Flandes a Toscana11. Tras estos dos siglos, Suecia se haría con la producción de hierro y Francia se constituye en una potencia industrial y comercial. Los cambios más importantes se dieron en Inglaterra y Países Bajos, donde hubo una gran expansión del sector terciario. Se considera que Holanda tenía la mayor flota comercial del mundo; sin embargo, Holanda también tenía mucha fuerza en otro tipo de industrias, como la imprenta, la fabricación de instrumentos de precisión y la talla de diamantes. El despertar industrial de Francia, Países Bajos e Inglaterra en los siglos XVI y XVII, provocó importantes consecuencias en el resto de Europa, como la pérdida de protagonismo de la industria con respecto a estos tres países, siendo, incluso, países como Alemania e Italia superados por éstos. El desarrollo costero y marítimo hizo que se empezara a constituir un comercio floreciente en el ámbito internacional. El capital fijo desempeñaba un papel poco importante, siendo el circulante y la necesidad de dinero la mayor necesidad financiera de la época. La mencionada creciente evolución del comercio exterior, junto con las políticas económicas, provocaron en parte la llamada “revolución de los precios”, o lo que es lo mismo, una rápida devaluación del dinero y una continuada inflación a largo plazo, lo que unido a la estanqueidad de los salarios, se producía una pérdida del bienestar social de los asalariados. La parte positiva de todo ello recae sobre los negocios, los cuales se expandieron por toda Europa, dándose el llamado arbitraje12.

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Toscana, región de Italia septentrional, antiguamente un gran ducado soberano, que limita al norte con las regiones de Liguria y EmiliaRomaña, al este con Las Marcas y Umbría, al sur con Lacio, y al oeste con el mar de Liguria y el mar Tirreno. 12 Arbitraje, procedimiento por el cual las personas naturales o jurídicas pueden someter, previo convenio, a la decisión de uno o varios mediadores las cuestiones litigiosas, surgidas o que puedan surgir, en materia de su libre disposición conforme a Derecho.

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En este período se da la paradoja de la gran importancia que adquirió el dinero con relación a la población, a la cantidad de ciudadanos, y resulta, por tanto, que nos encontramos ante un período en el cual el efectivo se convierte en un bien verdaderamente escaso debido a varios motivos; uno de ellos, como hemos dicho, es el aumento de la población en el siglo XVI. También interviene en este proceso el nacimiento de nuevas industrias y la generación de nuevas actividades económicas. La oferta de dinero físico y de alimentos no podía incrementarse indefinidamente, ambas magnitudes eran inelásticas. En la Europa de 1500, el stock monetario no era demasiado grande, pero durante el siglo XVI se incorporaron al sistema grandes cantidades procedentes de yacimientos de oro y plata establecidos por todo el mundo. En estos dos siglos llegó a España gran cantidad de oro, aunque debido al contrabando y la piratería, llegará mucho más sin pasar por los controles aduaneros, aunque la verdadera aportación de América fue la plata y el oro de Brasil a partir de 1693. Hay que señalar, que en esta época Europa tenía una balanza comercial deficitaria, lo que conllevaba el pago con dinero en efectivo que, junto con la pérdida y el deterioro de la moneda, provocó que se aumentara su demanda. Haciendo caso a las cifras, es posible que alrededor de 1600 saliera de Europa con destino a Oriente unos 80 mil kilos de plata. En conjunto se puede resumir que entre los años 1500 y 1580, el comercio de los metales preciosos aumentó moderadamente; entre los años 1580 y 1620 se incrementó aceleradamente y, a partir de 1620, disminuyó al caer los envíos americanos y la producción interior. En algunas zonas de Europa, la escasez de moneda no fue permanente, sólo escasez temporal. Con excepción de Ámsterdam en el XVII, los demás centros importantes tuvieron problemas transitorios que se tradujeron en bancarrotas de comerciantes y falta de liquidez. En los siglos XVI y XVII, para aliviar la falta de oro y plata, se acuñaron monedas de cobre o se utilizaron instrumentos de crédito.

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El período moderno fue testigo de un crecimiento sin precedentes de instrumentos de crédito como son préstamos, títulos, transferencias, dinero bancario, papel moneda y obligaciones negociables. La importancia de ello para solventar la falta de metal fue considerable, se constituyeron instituciones financieras sólidas, se generó una oferta elástica de dinero y se pusieron en circulación créditos blandos y baratos, que eran indispensables para el desarrollo de la industria y la actividad comercial. En la Europa preindustrial, todo el mundo necesitaba en algún momento un préstamo para hacer frente a los apuros económicos. Al principio, el interés del préstamo se determinaba dependiendo de los ingresos del tomador, siendo a veces en efectivo y otras en especie. Si el pago no se hacía efectivo, el prestamista tomaría terrenos y propiedades en pago de las deudas. En las ciudades, las posibilidades crediticias eran más favorables, existía gran variedad de prenderos, prestamistas profesionales y de dedicación parcial. Entre éstos, debido a la demanda, se creó cierta especialización. Al hilo de lo apuntado apareció la figura de los usureros, los cuales hacían negocio con los pobres; para ayudarles y contrarrestar a la usura se crearon las instituciones llamadas “Monte de Piedad”. Existieron también bastantes problemas con los bancos privados, los cuales invertían los depósitos de los clientes con demasiado nivel de riesgo; ello provocaba en ocasiones la pérdida del crédito al no poder recuperarlo de forma satisfactoria. También hay que señalar la presión que hacía la Iglesia sobre la economía, donde estos últimos promulgaban el pecado de ganar dinero en los préstamos. Esta hostilidad hacia el préstamo hizo que, en ciertas partes de Europa, posibles prestamistas se echaran para atrás. Aunque en

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el período moderno, según Cipolla13, se produjo la llamada “Revolución de los tipos de interés”. Desde hacía tiempo, se podían transferir cantidades de dinero de unos bancos a otros, la dificultad estaba en que, sin el cheque, era difícil transferir el dinero, de ahí se creó la letra de cambio; éstas tenían que reflejar la moneda, el lugar y la fecha de pago. Toda letra implicaba un préstamo a corto plazo, probablemente con interés, pero éste al no estar legalizado, por decirlo así, se escondía tras el tipo de cambio que tuvieran las monedas participantes –descuento comercial-. Para saldar las transacciones participaban cuatro personas, el acreedor, el deudor, y los agentes que hacían el cambio y el pago. Esto, como todo, tenía sus riesgos, como el riesgo de tipo de cambio, que podía sufrir variaciones. A la hora de hacer efectivo el pago, tanto el acreedor como el deudor podían perder dinero, además del tiempo que tardaban las letras en circular por las dificultades de la época en cuanto al transporte. La letra tardó un poco más en ser negociable, en esto se adelantaron los holandeses, los cuales endosaban las letras a terceros realizando la anotación pertinente en el propio dorso de la misma. En Italia se creó el cheque negociable; la utilización de cheques contra los fondos del propio banquero, por los clientes a favor de terceros, era ya corriente en el último cuarto del siglo XVI. Otro tipo de intercambio se conoce con el nombre de “clearing” o ferias de cambio. En las ferias comerciales se reunían grandes comerciantes y al ser molesto e inseguro hacer transacciones en efectivo, se anotaban todas las obligaciones contraídas para hacer luego el pago correspondiente. En algunas ferias, como la de Lyon, todos los comerciantes participaban en el “clearing” y fijaban el tipo de 13

Carlo Maria Cipolla (1922- ), historiador italiano, gran especialista en historia de la economía. Nacido en Pavía, fue profesor de la antedicha materia en la universidad de su ciudad natal, así como en las de Berkeley y Europea de Florencia.

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cambio para la feria. Como la finalidad de estas ferias era la de cerrar tratos de mucho dinero, los comerciantes llevaban mucho papel y poco efectivo. Cada cual contabilizaba el total adeudado por las letras y obligaciones aceptadas; esto lo confrontaba con el total adeudado. El saldo resultante no era muy importante, con lo que se liquidaba rápidamente en oro. Durante esta etapa, el comerciante solía hacer el negocio en persona, pero con el aumento del comercio exterior no podía ir siempre con la propia mercancía, esto hizo que se desarrollara la figura del agente y del corresponsal. Los primeros tenían disponibilidad para viajar con la mercancía mientras que los segundos residían en el lugar del trato. A partir del siglo XVI, esto empezó a decaer y a ser más habitual la existencia de sociedades, unas se creaban sólo para un viaje y otras eran más consistentes y estables en el tiempo, sobretodo en la banca. De aquí en adelante, el avance en este campo fue bastante amplio, la expansión de los mercados de valores fue un hecho, aunque esta intensa actividad de intercambio de acciones y otros valores estuviera limitada todavía a un número pequeño de personas.

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3. De 1700 a 1800. La expansión de la banca.

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La expansión comercial del siglo XVIII estuvo sostenida por un importante aumento de la moneda y los medios de pago en general, así como por la aceleración de la velocidad de circulación monetaria, debido al cada vez más frecuente recurso al crédito, favorecido a su vez por unas instituciones financieras en rápida evolución (hay historiadores que califican el proceso de revolución financiera). La recuperación de la llegada de metales preciosos a Europa era un hecho a partir de 1660, y las cifras de las últimas décadas del siglo XVII superaban ya los máximos de un siglo atrás. Se añadiría, desde 1700, el oro procedente de Brasil. Unos 500 millones de piastras en total -la cuarta parte de los metales venidos de América-, algo más de la mitad concentrados entre 1720 y 1755; desde esta fecha, la llegada de oro brasileño descendió paulatinamente, con alguna alza esporádica (1776-1780), estabilizándose en cifras más bien bajas (en torno a los 2 millones de piastras de promedio anual) desde 1780 hasta el final del siglo. La producción de plata americana, por el contrario, creció constantemente desde 1720, con dos máximos en 1726-1730 y 1766-1775, alcanzando entre 1781 y 1795 máximos absolutos: cifras medias -en torno a los 30 millones de piastras anuales- que triplicaban a las dos primeras décadas del siglo. Europa dispuso de mayor cantidad de metal precioso que nunca, influyendo decisivamente en el desarrollo económico y contribuyendo a la nueva jerarquización de las potencias. Gran Bretaña, como ya hemos señalado, fue la principal beneficiaria del oro brasileño, pero -sin tratar por ello de minimizar su impacto- conviene prevenir contra la tentación de relacionarlo mecánicamente con el desarrollo del comercio inglés; el gran crecimiento de éste se produjo a partir de 1763, precisamente cuando la producción aurífera de Brasil estaba ya en franco declive, y teniendo la demanda americana e irlandesa como poderoso motor. La plata hispana, por su parte, contribuyó a la recuperación de la Monarquía, pero su atraso industrial, mercantil y financiero impidió su control, desviándose, 17

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directamente o por intermedio de las Provincias Unidas14, hacia otros países europeos, proveyéndoles del metal necesario para financiar, entre otras cosas, sus deficitarios comercios; por ejemplo, con Asia o el Mediterráneo oriental. La abundancia de metales preciosos posibilitó, por otra parte, la estabilidad monetaria, alcanzada por los países más importantes escalonadamente entre 1680-1686 (España) y 1726 (Francia) y mantenida grosso modo hasta la década de los ochenta, lo que influirá notablemente en el desarrollo económico. La posible influencia que el incremento de moneda y de los medios de pago en general (a los que nos referiremos en breve) pudo tener sobre la inflación secular, tradicionalmente mantenida por los cuantitativistas, hay que situarla -indica Guy Lemarchand15- en un contexto de incremento demográfico y de la actividad económica -monetarización creciente de la economía, multiplicación de los intercambios por el desarrollo de los transportes, desarrollo de la reinversión...-, especialmente en los países más desarrollados. La evolución de las prácticas bancarias y la creciente utilización del crédito agilizó la disponibilidad de capitales para las operaciones comerciales. Hay que señalar a este respecto, en primer lugar, la generalización del uso del cheque (orden escrita dada a un banquero para realizar pagos y transferencias), por más que a mediados del siglo todavía hubiera bancos, incluso en Inglaterra, que exigieran la presencia física del mandante para tales órdenes. Pero, sobretodo, el Setecientos asistió al triunfo de la letra de cambio, documento, como es bien sabido, por el que un deudor -normalmente, el comprador de una mercancía- reconocía su deuda con un acreedor -el vendedor de dicha mercancía-, comprometiéndose a hacerla efectiva en un momento posterior a la operación, naturalmente- y lugar determinados. Medio de pago e instrumento de crédito en una pieza, su éxito se debió a la 14

Provincias Unidas, Estado formado por las siete provincias del norte de los Países Bajos (Frisia, Groninga, Güeldres, Holanda, Overijssel, Utrecht y Zelanda), cuyos destinos quedarían unidos a partir de la Unión de Utrecht, acordada el 23 de enero de 1579, y se prolongarían como Estado independiente hasta la ocupación francesa en 1795.

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generalización de su negociabilidad, practicada desde el siglo XVI en Italia, admitida poco a poco en otros países y legalmente reconocida en los más importantes a lo largo de la segunda mitad del XVII y primer tercio del XVIII. La letra de cambio podía, pues, endosarse (transferirse a un nuevo acreedor, estampándose en ella el compromiso firmado del primer acreedor a saldarla en caso de impago del deudor original) y descontarse (hacerla efectiva en un banco antes del plazo consignado, recibiéndose por ella una cantidad ligeramente inferior a la estipulada). En cuanto a las instituciones financieras, la gran innovación estuvo representada por los bancos públicos. Ya en el siglo XVII se había extendido el modelo norteitaliano de banco municipal: tras el Banco de Cambio Municipal de Ámsterdam (1609) se crearon, entre otros, los de Hamburgo (1619), Rótterdam (1635) y Estocolmo (1656). Su aparición supuso un golpe casi mortal para las tradicionales ferias de “clearing” en las que banqueros de diversos y distantes lugares liquidaban sus cuentas -normalmente, en el mismo lugar y a continuación de las ferias comerciales-, ya que cumplían sus mismas funciones, pero de forma continua. El Banco de Ámsterdam, por referirnos al más importante, centralizó el cambio de moneda, emitiendo la suya propia; aceptaba depósitos y realizaba transferencias, siendo ésta, en la práctica, su mayor utilidad, ya que al poseer el monopolio de los pagos de letras superiores a 600 florines, todos los mercaderes se obligaban a tener cuenta abierta en él. Desde 1682 admitió depósitos de metales preciosos, emitiendo a cambio certificados o recibos negociables (billetes, de hecho). Pero, como los demás bancos municipales, no era banco de préstamo ni de descuento, ni pudo hasta 1781, emitir certificados de depósito por valor superior al del metal precioso depositado.

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Guy Lemarchand, destacado ideólogo del Instituto de Investigaciones Marxistas de Paris.

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Las limitaciones de los bancos municipales fueron superadas por los nuevos bancos nacionales, concebidos en el marco estatal y como pieza clave de una ambiciosa política de control de la moneda, el crédito y las finanzas públicas. El modelo fue el Banco de Inglaterra, fundado en 1694, durante la Guerra de la Liga de Augsburgo, contra Luís XIV, como una sociedad anónima que suscribió un empréstito a largo plazo del Estado garantizado por el Parlamento, a la que se permitió emitir billetes en cantidad idéntica a la del empréstito suscrito. Aunque las primeras décadas de su existencia no fueron fáciles, terminó afianzándose. Su primer cliente fue siempre el Estado, otorgándole préstamos a largo plazo, comprando sus títulos, pagando sus efectos en sus cajas -se convirtió, pues, en el gran instrumento de canalización de la deuda pública consolidada- y efectuando sus pagos al exterior, evitando en lo posible el envío de moneda, mediante el giro de letras de cambio sobre Ámsterdam. Pero actuó también como banco de depósito, transferencia y descuento y fue el más serio banco emisor de billetes (en régimen de monopolio desde 1742); la práctica prudente de la sobreemisión aseguró una circulación monetaria superior a la moneda efectiva existente, lo que tuvo un indudable efecto dinamizador sobre la economía, aunque el elevado valor de sus billetes (no inferior a 10 libras hasta 1793) restrinja su circulación a los medios del alto negocio. Tratando de imitar al de Inglaterra se crearon el Banco Real de Escocia (1727), el Banco de Copenhague (1736), el de Prusia (1765), los de Moscú y San Petersburgo (1769) o el de San Carlos en España (1782) -al caso francés aludiremos más adelante-. Avalados por grandes depósitos en metálico, cumplieron, en general, un positivo papel como sostén de las economías nacionales; ahora bien, en algunos casos (Rusia o España, por ejemplo), la inmoderada sobreemisión monetaria llevó a la depreciación de sus billetes, a la inflación y hasta a la quiebra de las entidades. Las brillantes innovaciones en la cúpula, sin embargo, no deben hacernos olvidar que para la mayoría de la sociedad, y especialmente para el mundo rural, las 20

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prácticas tradicionales continuaron plenamente vigentes. Las necesidades de numerario (normalmente, para asuntos extraordinarios) en estos ámbitos se resolvían, como en el pasado, mediante ventas anticiparlas de cosechas -en condiciones desfavorables para el agricultor-, préstamos a intereses, muchas veces usurarios, camuflados o no, o mediante alguna forma de préstamo hipotecario, como los censos consignativos españoles. La extensión, limitada a algunas de las ciudades más importantes, de instituciones de préstamo inspiradas en los ya antiguos "huisen van leening" holandeses o los "montes de piedad" italianos (instituciones de préstamo al consumo contra la pignoración de prendas), de origen muchas veces caritativo, introdujo un elemento de diversificación, pero, en conjunto, apenas restó protagonismo a los prenderos y prestamistas privados, de variada tipología social: nobleza local, labradores ricos, escribanos y notarios, orfebres, administradores de rentas, recaudadores de impuestos, comerciantes e incluso instituciones eclesiásticas y paraeclesiásticas (titulares en España de la mayoría de los censos consignativos) Ahora bien, superponiéndose a este fondo tradicional, en las ciudades de mayor actividad comercial se multiplicaron los bancos privados, frecuentemente, casas comerciales que de la práctica conjunta de comercio -y crédito habitual cuando se manejaban letras de cambio-, pasaron a especializarse en la segunda actividad. Y en las capitales políticas y comerciales más importantes se llegó a configurar un grupo minoritario, cerrado, ramificado internacionalmente y muy cohesionado por sus relaciones profesionales y, a veces también, por su identidad confesional, hubo, por ejemplo, entre ellos judíos -y también se alude historiográficamente a la internacional hugonote16 de las finanzas-, una auténtica aristocracia del dinero que manejaba y controlaba los hilos del gran comercio y de las altas finanzas.

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Hugonotes, nombre dado a los protestantes calvinistas de Francia a partir de mediados del siglo XVI.

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Pero sólo en Inglaterra se articuló una red bancaria eficiente y tupida, con centro en el Banco de Inglaterra, e integrada por los bancos privados londinenses (unos 70 a finales del siglo XVIII, muchos de ellos con corresponsales en toda Europa), que solían tener abierta cuenta corriente en aquél, reforzando su posición de banco central, y -gran peculiaridad inglesa- los bancos provinciales (Country Banks). Estos últimos, fundados por mercaderes, hombres de leyes, funcionarios financieros o por los nuevos industriales, que proliferaron desde 1760 (aunque el primero se fundó en 1716, en Bristol; en los años noventa se aproximaban a 400), aunque de pequeño tamaño, contribuyeron decisivamente, por sus relaciones con los establecimientos londinenses, de los que a veces actuaron como sucursales, a extender y profundizar -a nacionalizar- los circuitos financieros, participando además en la formación de ciertas firmas industriales. La posterior evolución de algunos de ellos (Lloyd´s Bank, de Birmingham, o Barclay´s Bank, por ejemplo) les llevaría a desempeñar un brillante papel en la historia de la banca. La financiación del comercio y los aún débiles apoyos a la industria en desarrollo no fueron las únicas actividades de la banca. Una gran parte del dinero que circulaba en Europa se destinaba a sufragar las necesidades de los Estados, multiplicadas, sobretodo, en la segunda mitad del siglo XVIII. El aumento de la presión fiscal acompañó al incremento de los gastos estatales y, como es bien sabido, en más de una ocasión provocaría gravísimos problemas en diversos Estados; baste recordar, a título de ejemplo, que estuvo entre las causas de la sublevación de las trece colonias americanas y de la convocatoria de los Estados Generales, en Francia, en 1789. Pero no bastaba; las generalmente obsoletas estructuras fiscales y su inadecuada administración -solían dominar los impuestos indirectos, recaudados mediante arrendamientos- impedían la rápida disponibilidad del numerario. Si exceptuamos el caso de Inglaterra, donde el sistema de empréstitos perpetuos reembolsables en un plazo no fijado y emitidos a interés moderado, la presión fiscal se mostró eficaz para captar capital nacional y 22

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extranjero (holandés, fundamentalmente), la mayor parte de los países tuvo que recurrir a los préstamos a corto o medio plazo de la banca internacional para como era lo habitual- poder seguir gastando por encima de sus ingresos. Ginebra, Francfort, Génova y Ámsterdam se configuraron como las plazas dominantes de las altas finanzas en el último cuarto del siglo. Ginebra, plaza secundaria durante gran parte de la centuria, terminó siendo, en rivalidad con el mismo París, uno de los principales proveedores de capital de la Monarquía francesa. Y, por cierto, muchas de sus grandes fortunas pertenecían a descendientes de los expulsos hugonotes franceses, que habían iniciado sus préstamos a la Monarquía francesa... en tiempos del mismísimo anticristo Luís XIV17. La banca genovesa invirtió preferentemente en empréstitos franceses, austriacos y de los Estados italianos, multiplicando su montante global por 20 entre 1725 y 1785. El radio de acción de Francfort, limitado hasta 1780 a la Alemania central y meridional, se amplió notablemente desde entonces, aunque sin abandonar los Estados alemanes su posición de primer cliente. En los dos primeros casos, la hipertrofia de la función bancaria llevó consigo cierto letargo de otras actividades económicas, aunque hay señalar que en esta época se estaba dando en Suiza cierto proceso de industrialización, basado en la industria textil y en la relojería. El papel financiero de Francfort, ejercido básicamente por banqueros judíos de origen alemán -entre ellos, los Rothschild18, cuya posterior importancia es bien conocida- y por hugonotes procedentes de otros países europeos, prolongaba una dedicación comercial mucho más activa que en Génova. Lo mismo ocurría en Ámsterdam, la principal plaza financiera durante casi todo el siglo -hasta la guerra civil de 1787 y, más aún, hasta la ocupación francesa de 1795-. 17

Luis XIV (1638-1715), rey de Francia (1643-1715), conocido como el Rey Sol, impuso el absolutismo y emprendió una serie de guerras con el fin de dominar Europa. Su reinado, el más largo de toda la historia europea, se caracterizó por un gran desarrollo de la cultura francesa. 18 Casa Rothschild, término utilizado para referirse a las diversas ramas de una familia de la banca internacional. Los miembros de la familia descienden del financiero alemán Mayer Amschel Rothschild (1743-1812). Durante 200 años la casa Rothschild ejerció una gran influencia en la historia económica europea. Los miembros de la familia, presentes en las principales capitales financieras de Europa, han sido coleccionistas de arte, políticos y líderes de la comunidad judía internacional.

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La abundancia de capitales, aún tras la habitual financiación de las actividades mercantiles, y la paralela caída de los tipos de interés empujó a los banqueros de Ámsterdam -entre ellos, casas tan conocidas como los Hope, de origen inglés, los Braunsberg, los Hasselgreen o los Van Brienen- a prestar a los gobiernos extranjeros, y raro fue el Estado, desde la Rusia de Catalina II19 hasta el americano en proceso de independencia, que no recurrió a ellos. La compleja y eficiente organización bancaria holandesa era capaz de movilizar con bastante rapidez recursos procedentes de casi toda la República (sobretodo, de la provincia de Holanda, aunque la mayor parte de los beneficios recaería siempre en Ámsterdam). Según los cálculos de un contemporáneo, hacia 1780, nada menos que la tercera parte de los capitales, holandeses -estimados en total en 1.000 millones de florines- estaban invertidos en préstamos a los Estados extranjeros. Los capitales privados, más abundantes que en el pasado -aunque todavía en poder de círculos restringidos-, buscaron nuevas formas de inversión. La tierra continuó siendo la inversión preferida y su precio ascendente reflejaba dicho aprecio. Mantuvieron igualmente su importancia los títulos de deuda pública y los préstamos a particulares -destacando, como hemos señalado, los préstamos hipotecarios-. Pero cada vez más intensamente se tendió a comprar títulos de renta o acciones (y, sobre todo, obligaciones) de las grandes compañías comerciales o bien participaciones en algunas de las múltiples sociedades y compañías creadas en los países más desarrollados progresivamente a lo largo del siglo, y cuyos títulos eran negociables: sociedades de canales y carreteras inglesas, compañías de seguros (con la ventaja de que no precisaban disponer del capital, sino de la capacidad de conseguirlo cuando fuera necesario), de

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Catalina II la Grande (1729-1796), emperatriz de Rusia (1762-1796), continuó el proceso de occidentalización iniciado por Pedro I el Grande y convirtió Rusia en una potencia europea.

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transporte, mensajería o de abastecimiento de diversos productos, entre otras. Las Bolsas cobraron así mayor importancia. A las Bolsas ya existentes, entre las que destacaba la de Ámsterdam, se sumaron las de Hamburgo (1720), París (con sede fija desde 1724) y Viena (1771). Sin embargo, sólo alcanzó proyección mundial, en competencia con Ámsterdam, el Stock Exchange de Londres, organizada en 1711 y operando en local independiente desde 1773, donde se cotizaban menos valores, pero más variados que en la plaza holandesa. La especulación bursátil, con sus propias técnicas, cobró carta de naturaleza propia en el mundo de los negocios. E hizo su aparición un nuevo tipo de crisis, cuyas repercusiones económicas podían llegar a ser graves por proyectarse, desde el ámbito de la especulación financiera, donde se originaban, sobre el comercio y las actividades industriales. La primera de ellas fue la denominada crisis de las Burbujas -Bubbles, en inglésde 1720. El fenómeno comenzó en Francia, al ponerse en práctica (1716) el sistema económico, concebido por el exiliado escocés John Law20 para salvar al país del caos financiero en que se encontraba a la muerte de Luís XIV. El sistema comprendía un banco emisor de billetes (Banque Royale), una compañía monopolística de comercio (Compagnie des Indes) y un centro de recaudación de impuestos (la Ferme générale des impôts) que garantizaba al banco. El aspecto más peligroso del proyecto, la elevada sobreemisión de billetes por la Banque Royale, no fue momentáneamente grave, dada la escasez de moneda circulante. En 1719 el proyecto se amplió a la consolidación de la deuda pública, vendiendo acciones de la compañía contra títulos de la deuda aceptados a su valor nominal, cuando circulaban, en la práctica, a menos de la mitad de su precio nominal. La demanda de acciones, lógicamente, se disparó, elevándose su cotización en

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John Law (1671-1729), financiero escocés que participó de forma activa en la política económica de Francia a comienzos del siglo XVIII.

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cuatro meses ¡en un 3.600 por 100! (de 500 a 18.000 libras), mientras la deuda pública se reducía drásticamente. El éxito francés inspiró un proyecto similar en Inglaterra, a partir de la ya existente Compañía de los Mares del Sur, autorizándose en marzo de 1720 el cambio de títulos de la deuda, muy elevada tras la Guerra de Sucesión española, por acciones de aquélla. Los buenos resultados, igualmente, no se hicieron esperar, tanto en la reducción de la deuda (más del 80 por 100) como en el aumento de la cotización de las acciones (740 por 100 en seis meses). La euforia contagió al mercado de valores en general, se crearon nuevas compañías (algunas, como no podía ser menos, fantasmas) y el afán de especulación se extendió a las plazas más importantes de Europa. Pero el boom desembocó rápidamente en un estrepitoso fracaso. La crisis también empezó en París. El reparto de un dividendo muy bajo por la Compagnie des Indes, en la primavera de 1720, fue seguido por la venta masiva de acciones (frecuentemente, por cierto, para invertir su producto en las burbujas de Londres o Ámsterdam). Law pudo detener el desastre momentáneamente a base de comprar él mismo acciones. Pero en Londres los sucesos se precipitaron. Por una parte, el Gobierno británico trató de controlar legalmente el boom especulativo (Bubble Act, Ley de las Burbujas, agosto 1720). Y paralelamente, por mera, pero fatal coincidencia, muchos inversores extranjeros vendieron sus acciones (también, al parecer, para invertir en burbujas holandesas, consideradas más rentables). El inicio de la depreciación de las acciones tuvo los mismos efectos que en Francia. Todo el mundo se apresuró a vender, y las acciones de los Mares del Sur se redujeron al 22 por 100 de su valor en un mes y medio. El desastre se extendió a los títulos de otras compañías y a los centros financieros del Continente. La recuperación exigió la puesta en práctica de drásticas medidas y sus consecuencias fueron dispares en los distintos países. En Holanda, donde el 26

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fenómeno había sido más breve y menos intenso, bastó con liquidar las escasas compañías especulativas que sobrevivieron a la crisis. En Francia, Law sólo pudo salvarse huyendo a Venecia -donde murió el 21 de marzo de 1729, pobre y olvidado por todos-. Se disolvieron la Banque y la Compagnie, retirándose los muy devaluados billetes y títulos de crédito en circulación -ni se presentaron todos los que, al parecer, había ni se aceptaron todos los presentados-, convirtiéndolos en nuevos títulos de deuda a bajo interés. La nueva Compañía de Indias, creada en 1723, no tendría nada que ver con la anterior. Y el recuerdo del sistema Law y de las ruinas que provocó su fracaso- impediría la creación de un banco central en Francia hasta 1776 o, más propiamente hablando, hasta 1800. En Inglaterra desaparecieron todas las compañías surgidas con fines meramente especulativos. La Compañía de los Mares del Sur fue salvada por la intervención del Parlamento, que asumió parte de su deuda, y del Banco de Inglaterra, que compró un buen paquete de acciones, cuyo interés sería abonado por el Estado (dichas acciones tuvieron su origen, recordemos, en títulos de deuda), además de reformarse su estructura. La consecuencia más positiva, sin embargo, fue el cambio de actitud de los sucesivos gobiernos hacia la deuda pública, considerándose desde entonces el pago de sus intereses como una cuestión prioritaria. Ya en los años treinta, los propietarios de títulos de deuda inglesa eran reticentes a que el Estado les reintegrara el principal de la deuda. Aunque sólo en Inglaterra se había dado un paso decisivo hacia la creación de las finanzas públicas modernas. Los orfebres ingleses del siglo XVII constituyeron el modelo de partida de la banca contemporánea. Guardaban oro para otras personas, a quienes tenían que devolvérselo si así les era requerido. Pronto descubrieron que la parte de oro que los depositantes querían recuperar era sólo una pequeña parte del total depositado. Así, podían prestar parte de este oro a otras personas, a cambio de un 27

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instrumento negociable o pagaré y de la devolución del principal junto con un tipo de interés. Con el tiempo, estos instrumentos financieros, que podían intercambiarse por oro, pasaron a reemplazar a éste. Resulta evidente que el valor total de estos instrumentos financieros excedía el valor de oro que los respaldaba. Las crisis financieras, no obstante, tuvieron todavía repercusiones limitadas y no desplazaron en importancia a la crisis de subsistencia tradicional. Pero su misma aparición era un síntoma evidente de que el capitalismo financiero en desarrollo apuntaba a la transformación del mundo económico europeo.

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4. A partir de 1800. Hacia un nuevo modelo bancario.

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Superada la crisis del siglo XVII, la economía europea conoció durante el XVIII una etapa de expansión. Con diferencias cronológicas y de intensidad entre los diversos países, la oleada de crecimiento -más suave, por lo general, en una primera etapa y más acusada durante la segunda mitad del siglo, sin que falten problemas y tensiones en las dos últimas décadas- afectó a todos los sectores. Y a diferencia de lo que había ocurrido en el pasado, no desembocará en una nueva fase de recesión. Los cambios cualitativos que acompañaron a la expansión terminaron provocando el desbloqueo y abriendo el camino al crecimiento autosostenido. A partir de 1880 hay un incremento en los aranceles a causa de las guerras comerciales entre las grandes potencias industriales. Para la mundialización del comercio fue necesario crear un sistema de pago internacional, el Patrón de Oro21 (sistema de pago internacional). Desde mediados del siglo XIX la mayor parte del dinero se compone de moneda fiduciaria (papel moneda y cheque) que no tiene valor intrínseco, aunque es una promesa de pago, ya que con el aumento de la actividad económica se necesitaba más cantidad de monedas para hacer los pagos. Sólo la Banca Nacional puede crear dinero, aunque con las limitaciones de las reservas que tenga el Tesoro Público (El Estado), por lo que el monopolio de crear dinero pasa al Estado. La moneda británica, la Libra Esterlina22, se hizo tan fuerte que era convertible automáticamente en oro, por lo que se convirtió en moneda de pago internacional (los países con divisas más débiles debían comprar Libras Esterlinas para realizar sus pagos).

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Patrón oro, en economía, sistema monetario que permite convertir todos los medios de pago legales y cambiarlos por cantidades predeterminadas de oro. Hasta el siglo XIX casi todos los países del mundo basaban sus sistemas monetarios en el bimetalismo. La adopción generalizada del patrón oro durante la segunda mitad del siglo XIX fue en gran parte debido a la Revolución Industrial que acarreó un enorme aumento de la producción de bienes y amplió la base del comercio mundial. 22 La libra esterlina apareció en la Bretaña anglosajona en el siglo VIII cuando la principal unidad monetaria, denominada "esterlina" se hizo equivalente a 1/240 de una libra de plata y 240 esterlinas se conocían bajo el nombre de "una libra de esterlinas". La libra se pudo convertir en plata hasta el año 1717, siendo sustituida por oro por el gobierno británico. En 1797 el gobierno abandonó el patrón oro durante las guerras napoleónicas; el patrón oro fue restaurado en 1816; se abandonó de nuevo este sistema durante la I Guerra Mundial, y se volvió a restaurar en 1925, para abandonarlo definitivamente en 1931.

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En los inicios de la Revolución Industrial23 la banca se limitaba a aceptar depósitos y a descontar letras, por lo que se puede decir que no jugó un papel importante. Para la banca, que era muy prudente, la industrialización suponía un negocio arriesgado. Era una banca comercial, no financiera y, además, solían ser negocios familiares por lo que sus posibilidades de inversión eran limitadas. Por otra parte los capitalistas tampoco querían tener negocios con los bancos, se puede decir que había una mutua desconfianza. Desde una perspectiva global, y ateniéndonos estrictamente al período cronológico de la centuria, la impresión dominante es la de que prácticamente toda Europa vivía todavía en pleno "antiguo régimen económico" (Ernest Labrousse, historiador francés), caracterizado por el predominio de la agricultura, el papel secundario de la industria, la fragmentación del espacio económico y la inexistencia de un mercado nacional y el alto grado de autoabastecimiento. Sobre este fondo tradicional, el movimiento existía. No en toda Europa ni en todos los sectores económicos al mismo tiempo y con la misma intensidad. El dinamismo fue particularmente notable en el ámbito del comercio internacional y de las finanzas. Frente a ello, la agricultura y la industria no dejan de ofrecer mayores permanencias. En especial, el crecimiento agrario parece modesto, casi meramente cuantitativo. Pero, además de alimentar a una población en constante crecimiento, un examen más atento revela que también hubo intensificación y cambio. Por último, la industria se desarrolló considerablemente. Sin salir de su modesta posición -al menos, en el Continente- y, en buena medida, en el marco de las estructuras tradicionales. Pero cada vez con una mayor penetración del capital comercial en la esfera de la producción, lo que sería en ciertos casos la vía hacia 23

Revolución Industrial, proceso de evolución que conduce a una sociedad desde una economía agrícola tradicional hasta otra caracterizada por procesos de producción mecanizados para fabricar bienes a gran escala. Este proceso se produce en distintas épocas dependiendo de cada país. Para los historiadores, el término Revolución Industrial es utilizado exclusivamente para comentar los cambios producidos en Inglaterra desde finales del siglo XVIII; para referirse a su expansión hacia otros países se refieren a la industrialización o desarrollo industrial de los mismos.

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la industrialización. Y la conjunción de un cúmulo de factores de diversa naturaleza -de los que no se excluye el mero azar- hacía que en las últimas décadas del siglo se acelerara la producción en general, y la industrial en particular, comenzándose un proceso de aceleración y de mutación de las estructuras que puede denominarse con propiedad “revolución industrial”. Se estaba sólo en sus inicios y en el estrecho marco de un solo país y debería afianzarse en el transcurso del siglo siguiente. Banca e industrialización parecen ir inseparablemente unidas. El conjunto del crecimiento de los bancos en el siglo XIX corre parejo con el crecimiento industrial, y es imposible el uno sin hacer referencia al otro. Pero lo que hoy en día se nos presenta como una evidencia como tal en un período anterior. En los tres sectores del crédito (a corto, medio y largo plazo) la demanda de capital creció sin cesar. Al iniciarse el período de evolución, la demanda era escasa y relativamente dispersa; al final del mismo era considerable y, hasta cierto punto, se centraba en las unidades de gran producción. Con el nacimiento de las grandes instituciones financieras se compensó esta concentración de la demanda mediante una gradual concentración de los suministros. A principios del siglo XIX la situación era muy parecida a la de finales del siglo XVIII; los bancos privados se adjudicaban todavía el control del flujo monetario, por lo menos en el continente. En Inglaterra, las sociedades anónimas bancarias estaban empezando a extenderse (aunque no sin causar algunas alteraciones); en definitiva, se beneficiaba sobretodo la industria, especialmente por cuanto se refería al corto plazo. Pero enseguida empezó a evolucionar la situación con gran rapidez. El crecimiento de la industrialización provocó el aumento de la demanda de capital; el establecimiento de unos derechos de aduana protectores hacia 18201822 fortaleció a los industriales del Continente para hacer frente a la competencia 32

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inglesa y reportó beneficios suficientes para convertir la inversión en una propuesta rentable. Gracias al incremento de las sociedades anónimas las inversiones llegaron a ser lo bastantes estables para satisfacer las necesidades de los industriales y lo bastante móviles para satisfacer las de los inversores. Las sociedades anónimas se extendieron en Francia y Bélgica a partir de 1830, en Alemania desde 1840 y en casi todos los demás países a partir de 1850. En el siglo XIX el proceso de industrialización vino acompañado de una proliferación de número y variedad de bancos e instituciones financieras necesarias para proporcionar los servicios financieros que requería un mercantilismo económico cada vez más extendido y complejo. Aunque todos los sistemas de banca que van surgiendo tienen ciertas características comunes determinadas por las funciones que realizan, difieren es su estructura según la nacionalidad, ya que, la estructura viene determinada principalmente por la legislación y la particular evolución histórica. La relación de la banca y de otras instituciones financieras con otros sectores económicos, fundamentalmente con la industria, se establecía de tres formas: 1. El sector financiero, en su conjunto, desempeña un papel positivo y favorable al crecimiento económico. 2. Es neutral, es decir, no estimula ni frena las actividades industriales. 3. Hay situaciones en las que, las finanzas inadecuadas, obstaculizan el desarrollo industrial comercial. Entre 1850 y 1870, con el desarrollo de la gran industria, la banca termina entrando en el proceso industrial, pues las empresas son cada vez mayores y necesitan 33

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grandes inversiones. La banca empieza a invertir en las industrias mediante préstamos, contribuyendo a este comienzo inversor la Ley de Liberalización de las Sociedades Anónimas, lo que supuso que tanto las industrias como la banca pudieran pasar a manos de muchos accionistas, dejando de ser negocios familiares, a través de la compra de acciones, lo que significaba la ampliación del capital de la empresa en cuestión. Fue también decisivo el hecho de que sólo la Banca Nacional emitiese papel moneda, ya que supuso una gran pérdida de capital para las arcas de la banca privada. Así pues, la industria se convierte en la clave para obtener los beneficios que habían dejado de percibir con la prohibición de la emisión de dinero y que no eran suficientes con las transacciones habituales. En resumen, la banca, para seguir obteniendo beneficios suficientes deja de ser un negocio familiar y pasa a constituirse en sociedades anónimas que, en ocasiones, es propietaria, y muchas veces inversora, en las grandes industrias, evolucionando así hacia la gran banca.

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5. Evolución de la banca en España.

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El sistema bancario español se caracteriza por la coexistencia de instituciones con formas antiguas, tales como las casas de banca y los comerciantes-banqueros (aquellos cuyo ejercicio habitual es comprar, vender y descontar por cuenta propia o ajena letras, documentos de giro y valores cotizables en la Bolsa), con otras modernas, como los bancos con forma de sociedad anónima. La modernización del sistema bancario, entendida como la aparición de bancos en forma de sociedades anónimas, se produciría con posterioridad a la Ley de Bancos de Emisión y Sociedades de Crédito de 1856. La banca moderna, con sus amplias redes de sucursales, no se afianzó en nuestro país hasta 1920. Los Borbones (con los que se inicia el siglo XVIII) se preocuparon de remediar, dentro de una concepción monárquica absoluta, algunos de los defectos que padecía entonces el gobierno de España, particularmente en materia de hacienda. Para ello los reyes se sirvieron de ministros, que supieron realizar cumplidamente la obra intentada por los monarcas, tales como Ensenada24, Roda25, Campomanes26, Floridablanca27 y otros. Los Borbones se interesaron por el progreso material del país, procurando el desarrollo de la industria, el comercio, la marina, y a la vez intentaron luchar a favor de un enaltecimiento de las clases trabajadoras honrando el trabajo manual,

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Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada (1702-1781), político español, artífice de las grandes reformas administrativas de los reinados de Felipe V y Fernando VI. 25 Manuel Roda y Arrieta, marqués de Roda y Arrieta (1708-1782), político español, regalista radical y partidario del absolutismo. Doctor en leyes por la Universidad de Zaragoza, fue nombrado por Fernando VI ministro plenipotenciario cerca de la Santa Sede, y en enero de 1765 Carlos III le designó para la secretaría de Gracia y Justicia. 26 Pedro Rodríguez Campomanes, conde de Campomanes (1723-1803), político, economista e historiador español. Nacido en Tineo (Asturias). Fue uno de los reformistas ilustrados del reinado de Carlos III. Entre los cargos que desempeñó destacan los de ministro togado del Consejo de Hacienda (1760-1762), fiscal del Consejo de Castilla (1762), presidente de la Academia de la Historia (1764), y consejero y gobernador, primero interino y luego en propiedad, del Consejo de Castilla (1783-1791). 27 José Moñino, conde de Floridablanca (1728-1808), político e intelectual español, primer secretario de Estado y del Despacho (1777-1787), jefe de la Junta Suprema de Estado (1787-1792). Hombre clave de la Ilustración española, preocupado por los problemas del país, se comprometió a solucionarlos mediante la acción política. Su estilo de 'reformar desde el poder' le incluye dentro de la corriente del despotismo ilustrado del reinado de Carlos III.

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despreciado en épocas anteriores e imprescindibles para lograr la riqueza y bienestar del país. Carlos III, en gran medida, siguió la misma tónica, acentuando considerablemente las realizaciones. Se mejoraron las carreteras, se construyeron fábricas de nueva planta, se intentó repartir tierras a los económicamente menos favorecidos en algunas regiones del sur de España, se intentó repoblar extensiones de terreno que permanecían prácticamente desiertas, fomentó la construcción de sociedades económicas, que se preocuparon por todos estos problemas. Intentó mejorar la Hacienda a través de la emisión de vales reales y la fundación del Banco de San Carlos28; en el transcurso de la segunda mitad del siglo XVIII, la coyuntura sufriría seriamente las consecuencias de las guerras contra Inglaterra (1762-63 y 1779-83) y Francia (1793-95), que desbaratarían cualquier intento de presupuesto equilibrado y llevarían a la búsqueda de nuevos recursos, entre los que se hallarían los Vales Reales o la creación de instituciones que permitieran encauzar del mejor modo la riqueza del país, como el Banco de San Carlos. Así quedó liquidado el intento realizado en España de introducir dinero fiduciario combinado con el crédito bancario. En los Vales Reales está el origen del Banco de San Carlos, creado en el año 1782, ya que la idea de emisión de Vales había sido ligada desde el primer momento a la creación de un instituto bancario.

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Banco de San Carlos, entidad bancaria española creada por Carlos III el 2 de julio de 1782. Sus funciones básicas consistían en: convertir los vales reales y descontar efectos al 4%; contratar el suministro militar con una comisión del 10%, y pagar la deuda exterior, con un beneficio del 1%. Se pretendía que el capital fuera suscrito por particulares, pero los inversores se mostraron reacios. Por ello, se obligó a comprar acciones a funcionarios e instituciones diversas. En 1782 se celebró la primera junta, que nombró director a Francisco Cabarrús. Fueron emitidos billetes y se intentó atraer depósitos. El Banco realizó diversas inversiones y en 1793 abrió una oficina en París. En 1790, ante diversas irregularidades, Cabarrús fue encarcelado hasta su rehabilitación en 1796. Durante la guerra de la Independencia, Cabarrús permaneció fiel a José I, mientras que otros gestores se trasladaron a Cádiz. Reunificada la directiva en 1814, el Banco alargó su existencia, cargado de deudas, hasta 1829. El capital restante tras saldarlas se destinó al nuevo Banco de San Fernando.

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Las funciones específicas y principales de este Banco, puesto bajo la advocación de San Carlos, eran satisfacer, anticipar y reducir a dinero todas las letras de cambio, Vales de Tesoro y pagarés que voluntariamente se llevaran; tomar a su cargo los asientos del Ejército y la Marina; y pagar las obligaciones de giro a países extranjeros, aunque de momento se exceptuaba el giro a Roma. En los primeros años, con una coyuntura económica positiva, la marcha del Banco tuvo una favorable evolución. Pero muy pronto comenzaron serias dificultades. Uno de los fines principales del Banco era la reducción de los Vales Reales, labor que fracasó totalmente. Cuando no pudo contener la depreciación de los Vales, la Real Hacienda optó por sustraerlos de la actuación del banco. El Banco de San Carlos estuvo varias veces al borde de la quiebra. A partir del año 1823 el entonces ministro de Hacienda, Luis López Ballesteros29, tuvo que acudir numerosas veces al crédito exterior. En 1825 se reconocían al Banco créditos por un valor de 225 millones de reales. Así se llegó al año 1829, en que se realizó una transacción por la que el Banco recibía por todos sus créditos, que se evaluaban en 309 millones de reales, 40 millones de reales en efectivo, que tenían que invertirse en un nuevo Banco, el Banco Español de San Fernando, inmediato antecedente del Banco de España, cuyo proyecto había redactado Pedro Sainz de Andino30. 29

Luis López Ballesteros (1772-1853), político y economista español. Nacido en Villagarcía de Arosa (Pontevedra), hijo de un rico propietario que se había enriquecido en México, estudió leyes en la Universidad de Santiago de Compostela. En 1814, tras finalizar la guerra de la Independencia—durante la cual ejerció diversos cargos en Galicia— y producirse la primera restauración del absolutismo en la persona del rey Fernando VII, se trasladó a Madrid, donde realizó una gran carrera en la administración hacendística, alcanzando en pocos años el cargo de director de Rentas (1818). Apartado del ejercicio político en el transcurso del denominado Trienio Liberal (1820-1823) —si bien desempeñó brevemente, durante ocho días, el Ministerio de Hacienda, en enero de 1822— a partir de la segunda instauración de Fernando VII en el trono fue designado ministro de Hacienda, a finales de 1823. En este cargo permaneció hasta el nombramiento del último gobierno del Rey, en octubre de 1832. 30 Pedro Sainz de Andino (1786-1863), jurista y político español. Nacido en Alcalá de los Gazules (Cádiz), con 20 años se licenció en leyes por la Universidad de Sevilla. Iniciada la guerra de la Independencia, ejerció como fiscal desde 1810 y, finalizada ésta, en 1814 hubo de exiliarse en Francia debido a sus ideas liberales, contrarias al retorno del absolutismo con la vuelta de Fernando VII al trono español. El inicio del Trienio Liberal, en 1820, le permitió regresar a su país y ejercer de nuevo la función de fiscal hasta 1823 en distintas localidades catalanas. La segunda restauración de Fernando VII en ese año le envió por última vez al exilio francés, del que, no obstante persistir aquél en su absolutismo, regresó pocos años después llamado por Luis López Ballesteros, ministro de Hacienda desde diciembre de 1823 hasta octubre de 1832. Durante esos años, elaboró el Código de Comercio, la norma por la que se creó el Banco de San Fernando (ambos promulgados en 1829), así como la Ley de Enjuiciamiento Comercial (1830). En 1834, iniciado ya el reinado de Isabel II, fue el responsable jurídico de la creación de la Bolsa de Madrid (1834), con la que se pretendió favorecer la implantación y el desarrollo de empresas mercantiles y la inversión de capitales extranjeros. Fiscal y miembro del Consejo de Hacienda y de la Cámara de Castilla, se le nombró senador vitalicio y falleció, en 1863, en Madrid, sin haber ejercido nunca durante su dilatada trayectoria política y profesional el cargo de ministro.

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En 1829 se creó el Banco Español de San Fernando, banco oficial de emisión y descuento que reemplazó al Banco Nacional de San Carlos, creado en 1782. Este nuevo banco trataba de ser una solución al impago de los Vales Reales. El principal problema del Banco de San Fernando en los primeros años de su existencia fue encontrar empleo para su capital. La mitad del capital efectivo permaneció inactivo durante los cuatro primeros años: - Durante la guerra carlista (1833-1839) el gobierno se convirtió en cliente privilegiado del banco. Los adelantos al Tesoro se hicieron cada vez más frecuentes y voluminosos. - Desde 1840 el banco quedó ligado al engranaje crediticio de la desamortización; comenzó a descontar y cobrar los pagarés emitidos por los compradores de bienes nacionales y fincas desamortizadas. A imitación del banquero francés Lafitte, el marqués de Salamanca31 formó en Madrid el Banco de Isabel II. Este banco recibió en sus Estatutos la facultad de emitir cédulas al portador (con este término se intentaba burlar el monopolio de emisión de billetes bancarios, que gozaba el Banco de San Fernando en Madrid). Se configuraba como un banco de préstamos y descuentos, de carácter similar al de San Fernando, con algunas novedades, como los préstamos a sociedades mercantiles, industriales y de transporte con garantía de las acciones del propio banco, introducción en España de los préstamos en cuenta corriente, emisión de

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José de Salamanca, marqués de Salamanca (1811-1883), financiero y político español. Nacido en Málaga, estudió derecho en Granada. En 1831, participó en el fallido pronunciamiento de José María de Torrijos contra el régimen absolutista del rey Fernando VII. Durante la regencia de la viuda de éste, María Cristina de Borbón, madre de la reina Isabel II, fue elegido diputado por vez primera en 1836, razón por la cual se trasladó a Madrid, donde se asoció con el banquero José Buschental y comenzó a amasar su fortuna, que llegó a ser una de las mayores de Europa, con el arrendamiento del estanco de la sal. En 1841 comenzó su actividad gubernamental al recibir el encargo de negociar la deuda exterior ante Gran Bretaña y Francia. Promotor de diversos bancos, entró en contacto con hombres de negocios y políticos como Ramón María Narváez, con quien se enemistó en 1845 por el fracaso de una gran operación financiera.

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billetes de baja denominación, que contribuyeron a popularizar el papel moneda, y una política de apertura de sucursales. La competencia que representaba para el Banco de San Fernando el nuevo banco llevó a aquél a tomar una serie de medidas. Implantó los depósitos a la vista y gratuitos, aumentó las facilidades para el descuento de letras y la concesión de créditos con garantía y finalmente, la gratuidad de las operaciones en cuenta corriente. Para reforzar su posición y sus depósitos en 1845 el Banco de San Fernando suscribió un acuerdo de Tesorería con el Estado. El banco desembolsaría por cuenta del Estado 1/12 parte del gasto público mensualmente y a cambio ingresaría el total de la recaudación fiscal. La competencia degeneró en rivalidad agresiva y en 1847 Ramón Santillán, ministro de Hacienda, propuso la fusión de ambos bancos como solución a la rivalidad que amenazaba la supervivencia de ambos bancos. Para llevar a cabo la fusión se nombró ministro de Hacienda al marqués de Salamanca, que consiguió que la fusión se realizara ventajosamente para el Banco de Isabel II, ya que se aceptó el valor nominal de los activos de ambos bancos para formar el nuevo. El banco resultante no sería capaz de superar la crisis financiera de 1848. El Banco de Barcelona es el primer banco comercial privado en España, fundado en 1844. Este banco desarrolló operaciones de emisión y operaciones comerciales, como el descuento de letras, los préstamos con garantía, aceptación de depósitos y mantenimiento de cuentas corrientes. El banco abrió una serie de sucursales ya que podía establecer cajas subalternas en otras ciudades del antiguo principado y en las Islas Baleares.

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El banco alcanzó un gran éxito, pero también fue sacudido por la crisis financiera de 1848. Tras esta crisis la circulación monetaria se reduciría de manera importante en los diez años siguientes. La crisis financiera de 1848, de carácter general, afectó a todo el sistema financiero europeo. Los analistas de la época culparon de la crisis a la especulación y a un excesivo liberalismo económico. La ley de enero de 1848 atacaría las dos presuntas causas de la crisis. Esta Ley prácticamente prohibió la constitución de sociedades por acciones. Estas quedaban divididas en dos grupos: los bancos de emisión y las compañías de utilidad pública. Ambas estarían sometidas a tediosos y largos trámites administrativos y a una continua inspección por parte del gobierno. La Ley bancaria de 1849, inspirada en la legislación británica, prohibió la creación de nuevos bancos de emisión. Entre los años 1855-1856 se toman varias medidas legislativas de gran trascendencia para el ahorro y su canalización a través del sistema financiero. En primer lugar se promulgó la Ley de Desamortización, que puso en el mercado una gran cantidad de tierras y ofrecía a los ahorradores una forma segura de invertir sus fondos. En segundo lugar se promulgaba la Ley de Ferrocarriles, que convirtió el sector en un campo de inversión con protección oficial. Finalmente, las leyes de bancos de emisión y sociedades de crédito facilitaron la expansión del sistema financiero y sancionaron el establecimiento en España de tres grandes bancos extranjeros. El gobierno liberal de 1855 se decidió por la inversión los ferrocarriles buscando un crecimiento por “exceso de capacidad”, es decir, se esperaba que la construcción del ferrocarril al incrementar las posibilidades de servicios de transporte estimulara 41

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el desarrollo industrial. Pero en España, la construcción del sistema ferroviario se adelantó a la demanda y al terminarse las principales líneas, las compañías descubrieron que el tráfico apenas rendía para cubrir los costes variables. Los intereses, los dividendos y el capital fijo invertido en la construcción del sistema ferroviario no se podían pagar. En 1856 se promulgó la Ley de Bancos de emisión y sociedades de crédito. Esta Ley mantenía el principio de pluralidad de los bancos de emisión. El Banco de San Fernando pasaba a denominarse Banco de España. La emisión de billetes no podría exceder al triple del capital desembolsado ni al triple del encaje en metálico. Se prohibían los préstamos con garantía de acciones del banco y se obligaba a publicar balances mensuales en la Gaceta (equivalente al BOE). La liberalización del sistema bancario se completó con la Ley de Sociedades de Crédito, que regulaba la aparición y funcionamiento de bancos de inversión. La Ley autorizó a las sociedades de crédito una amplia gama de operaciones: préstamos al gobierno, recaudación de impuestos, promoción industrial y en algunos aspectos se les autorizaba a funcionar como bancos comerciales. El efecto de esta legislación liberalizadora fue la expansión del sistema financiero. Surgieron grandes sociedades de crédito, como el Crédito Mobiliario de los hermanos Pereire, con un capital nominal de 114 millones de pesetas. Esta sociedad creó bancos de emisión en Bilbao, Santander y Valencia y centró sus operaciones en las obras públicas y la inversión industrial, concretamente en ferrocarriles y en Gas Madrid. Otra sociedad importante fue la Sociedad Española Mercantil e Industrial, tras la cual se hallaba el capital de los Rotschild. Sus actividades se centraron en préstamos al gobierno y sobre todo en la compañía del ferrocarril Madrid42

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Zaragoza-Alicante (MZA). Su política se centró en la captación de capitales locales, más que en la inversión de capitales franceses. Paralelamente al desarrollo de las sociedades de crédito se produjo la multiplicación de los bancos de emisión (la mayor parte de ellos promovidos por comerciantes). Estos bancos de emisión tuvieron como actividad preferencial la extensión del crédito comercial (préstamos a corto plazo). Entre sus clientes predominó el Estado. Este predominio hizo que su aportación al desarrollo industrial fuese escasa. El sistema bancario surgido en 1856 tuvo como papel fundamental canalizar la inversión hacia los ferrocarriles en lugar de perseguir empleos productivos al ahorro privado. Otro efecto fue ensanchar los campos de inversión para los capitalistas españoles. Pese al crecimiento de los intermediarios financieros y la oferta de fondos prestables tras 1855, la industria española sufrió escasez de capital y aún se vio sujeta a una cierta desinversión durante la década de 1855-65. El hundimiento de los precios, la caída de las cotizaciones bursátiles, el descenso de la producción y el aumento del paro fueron algunos de los síntomas de la crisis de 1864; pero el más claro de todos ellos fue el hundimiento del sistema bursátil. La crisis bancaria afectó más intensamente a las sociedades de crédito que a los bancos de emisión, debido principalmente, al mayor carácter especulativo de aquéllas. Durante el sexenio de 1868 a 1874, con medidas de política liberal, tuvo lugar la derogación de la Ley de Sociedades por Acciones de 1848 y un decreto de 10 de 43

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diciembre de 1868 por el que se liberalizaba la legislación bancaria. Al año siguiente la Ley de 19 de octubre de 1869 declaraba “libre la creación de bancos territoriales, agrícolas y de emisión y descuento, y de sociedades de crédito, de préstamos hipotecarios...” Esta ley no fijaba límites a la emisión de billetes de banco, acciones, obligaciones y otros instrumentos de crédito. Al amparo de esta legislación surgió un nuevo tipo de bancos: los bancos hipotecarios, más dirigidos al préstamo agrario que hacia la inversión industrial. (Banco de Castilla, Banco Popular Español de Barcelona). Pero el más importante fue el Banco Hipotecario. La idea era crear un banco que adelantara dinero al gobierno sobre la garantía de los ingresos procedentes de la venta de bienes desamortizados. La creación del Banco Hipotecario estuvo vinculada a la concesión de un empréstito de 100 millones de pesetas por el Banco de París y los Países Bajos a un interés del 12% si el gobierno español accedía a la creación de un Banco Hipotecario; en caso contrario, el interés ascendería a un 16%. El Banco fue constituido en 1872. A partir de 1874 se inició la recuperación y reestructuración del sistema financiero. La primera medida trascendente fue la concesión del privilegio de emisión del Banco de España, a cambio de un crédito a fondo perdido de 125 millones de pesetas. La concesión del privilegio de emisión fue acompañada de una sugerencia al resto de bancos de emisión para que se fusionasen con el Banco de España. Para ello se estableció el derecho a canjear sus acciones por acciones del Banco de España a la par. Esta medida fue bien acogida por los accionistas, debido a la buena cotización de que gozaban dichas acciones. De los quince bancos de emisión existentes sólo cuatro decidieron permanecer independientes. 44

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Muchos de los bancos de emisión existentes anteriormente fueron incorporados al Banco de España, con lo que éste pasó de dos sucursales a 17 en 1874 y a 58 a finales de siglo. Los años de 1874 a 1900 fueron de reconstrucción para la banca privada, que habría de competir en adelante con el nuevo monopolista (Banco de España). Al principio del período sólo sobrevivían el Banco de Santander, el de Barcelona, el de Bilbao y el Crédito Mobiliario. Este período se caracteriza por el predominio de la banca mixta, la ruina de la banca andaluza, el menor peso de los negocios ferroviarios, el comienzo de la decadencia de la banca catalana y el despegue de la banca vasca. Tradicionalmente ha existido una diferencia entre bancos de emisión cuyo pasivo (billetes y cuentas corrientes) es exigible a corto plazo y, por tanto, se especializan en operaciones de crédito a corto plazo. Y sociedades de crédito cuyo pasivo (capital y obligaciones) le permite realizar préstamos a largo plazo. Siguiendo el ejemplo de Alemania, en España, algunos bancos como el de Bilbao y Santander, comenzaron a compatibilizar ambos comportamientos desarrollando así una banca mixta también en España.

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6. Evolución de la banca mallorquina.

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Los antecedentes de la banca mallorquina se iniciaron con la Taula Nummúlaria de Mallorca o Taula de Canvi, una institución financiera que, a imagen de la que existía en Barcelona, fue fundada, en el siglo XV, por la Universitat del Regne. No interfirió en las gestiones de avalistas y prestamistas ni en las transacciones propias de la banca que realizaban hacendados como Huguet Serra o Antoni de Verí ni en la labor de las cajas gremiales -la Caixa dels Mariners data de 1313-, pero se constituyó en la entidad financiera de las instituciones públicas, lo que le permitía cobrar los tributos que la Isla generaba. La Taula de Canvi estuvo en vigor hasta la promulgación del Decreto de Nueva Planta32, que contiene un paquete de medidas encaminadas a potenciar el modelo de Estado centralista propuesto por Felipe V frente al federalista de los Austrias. La primera banca de la que se tiene noticia, en Mallorca, data también del siglo XVIII y fue abierta al servicio público por el financiero francés Alexandre Canut, que se había establecido en Palma huyendo de la Revolución Francesa. La familia Canut decidió fijar definitivamente su residencia en la Isla y la Banca Canut -Can Canut, en lenguaje popular-, debido a sus relaciones comerciales con los principales bancos europeos, gestionó y avaló, durante el siglo XIX, infinidad de operaciones de exportación de productos mallorquines. Además, la familia Canut, en su día, contribuyó decididamente en obras tan determinantes para la modernización de la economía como son la desecación de la Albufera de Alcúdia y la construcción del trazado viario en toda la Isla. Los banqueros del siglo XIX son financieros, empresarios -normalmente relacionados con las compañías navieras y con las empresas de exportación- y ciudadanos 32

Decretos de Nueva Planta, serie de decretos que en la España de principios del siglo XVIII suprimieron el gobierno propio de los reinos de Aragón, Valencia, Mallorca y del principado de Cataluña. Fueron promulgados por Felipe V en respuesta al apoyo que las instituciones de estos territorios habían prestado al archiduque Carlos de Austria más tarde el emperador Carlos VI en la guerra de Sucesión. Obedecen, también, a la tendencia centralizadora que el rey había conocido en su Francia natal. Esta tendencia consideraba que la mejor forma de gobernar sus reinos y territorios era con unas mismas leyes y con unas instituciones similares que fueran totalmente dependientes de la Corona.

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dotados de una más que evidente inquietud cultural y cívica. Los ejemplos sobran. Basili Canut Choussat (1836-1869), escribió un tratado encaminado a incrementar la producción agrícola y ganadera. Gabriel Alzamora Ginard (1836-1891), presidente del Cambio Mallorquín, promovió la creación de la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Palma (1886). Lluís Planes Bordoi (18501927) destacó en su doble faceta de empresario y de compositor, y fundó la firma financiera Luis Planas y Compañía. En cualquier caso, este tipo de entidades financieras, que se justificaban en el prestigio moral y solvencia económica de los empresarios que las gestionaban, cederían su protagonismo a las cajas de origen gremial, auspiciadas por el Obispado -descontando Sa Nostra (1882) i La Caixa (en Mallorca desde 1913)-, y a los bancos de ámbito municipal, destinados a gestionar las operaciones generadas por el comercio de la comarca o del municipio que les daba nombre. De esta forma, en la primera década del siglo XX, bajo los auspicios del obispo de Mallorca, Pere Joan Campins (1859-1915), se abrieron multitud de cajas en poblaciones que oscilaban entre los mil y los cuatro mil habitantes. Citamos algunas como ejemplo, según el censo de 1860 reseñado por el Archiduque Luis Salvador en su Die Balearen (1869), Caimari (712 h, censo de 1989), Sa Pobla (3.637 H, censo de 1860); María de la Salut i Santa Margalida (3.976 h), Sant Joan (1.793 h.) En la misma época -finales del siglo XIX e inicios del XX-, proliferan los bancos de escaso capital y reducido ámbito de influencia, descontando el Banco de Crédito Balear (1872) La mayoría de ellos nacen para favorecer el comercio del pueblo en donde se ubican. Así tenemos el Banco Mallorquín (1879), Banco de Baleares (1881), Banco de Sóller (1890), Banco de Felanitx (1899), Banco Agrícola de Inca (1912), Banco Popular de Manacor (1913), Banco del Progreso Agrícola de

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Campos (1917), Banco del Crédito Agrícola de Llucmajor (1920), Banco de Sa Pobla (1922), Banco Agrícola de Pollença (1926) y Banco de Manacor (1930). No sería hasta después de la Guerra Civil que se produciría, de forma paulatina, la implantación, en Mallorca, de las entidades bancarias de ámbito estatal. La pérdida de liquidez por parte de la nobleza, que era la poseedora de la mayor parte de la tierra, conlleva su endeudamiento en beneficio de los comerciantes y precipita la inevitable parcelación de grandes propiedades que pasan a manos de los agricultores. Este hecho, puramente coyuntural, viene a completar la política de desamortizaciones que, en España, se llevaron a cabo durante el Trienio Liberal33 y los gobiernos de Mendizábal y de Madoz. De esta manera, se dinamizó la economía rural, que vivió épocas florecientes gracias al cultivo de la vid -hasta que la asoló la filoxera-, del trigo y del almendro. Los mercados de exportación eran, básicamente, los españoles, que se beneficiaban de la potente flota marítima mallorquina, en buena parte propiedad de Juan March Ordinas34. De hecho Juan March había propiciado las parcelaciones mencionadas y, dada su privilegiada posición en el campo del transporte, adquiría las cosechas y actuaba como mayorista en los mercados peninsulares. En la década de los sesenta, la industria turística –motor de la economía insularpasó a ser el motor de la economía de Mallorca y de Eivissa, y se convirtió en el pulmón del Estado después del Plan de Estabilización Económica de 1959.

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Trienio Liberal, también conocido como Trienio Constitucional, periodo de la historia de España que tuvo lugar desde 1820 hasta 1823, cuya denominación hace referencia al paréntesis liberal dentro del reinado absolutista de Fernando VII. 34 Juan March Ordinas (1880-1962), financiero español. Nacido en Santa Margalida (Mallorca), se dedicó desde muy joven a los negocios de compra-venta de productos agropecuarios que, a medida que se enriquecía, se extendieron a la industria y los terrenos. Consejero del Crédito Balear, fundó en 1909 el Monopolio de Tabacos de Marruecos e invirtió en el sector petrolero y naviero. Realizó importantes suministros a los aliados en la I Guerra Mundial y creó en 1926 la Banca March, diez años después de haber constituido la empresa naviera Compañía Transmediterránea. Miembro del Partido Radical, resultó elegido diputado en las primeras elecciones de la II República (1931). Fue encarcelado poco después tras ser acusado de llevar a cabo actividades económicas irregulares. En 1933 logró fugarse de la prisión de Alcalá de Henares (Madrid). Reelegido diputado en febrero de 1936, apoyó económicamente a quienes conspiraban contra la República y ya durante la Guerra Civil, iniciada en julio de ese año, colaboró financieramente con las fuerzas del general Francisco Franco. Posteriormente, ya durante el régimen de este último, realizó diversas operaciones financieras de gran calibre, como la compra de la Barcelona Traction. En 1955 creó la Fundación Juan March para el apoyo de la cultura y la ciencia. Falleció en 1962 en Madrid.

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La demanda creciente de plazas turísticas por parte de los agentes de los países centroeuropeos se tradujo en una revalorización espectacular del suelo en las zonas costeras y en la creación de puestos de trabajo destinados a atender, primordialmente, las necesidades de los sectores de la construcción y de la hostelería, sin descuidar aquellas otras industrias que abastecen una sociedad turística. Ello propició profundos cambios en la estructura social y afectó a la industria tradicional de las Islas, basada en una producción artesana y en unos sueldos a la baja. Respecto a los movimientos demográficos, el notorio aumento de la población en Palma y en algunos municipios de la costa –Calviá, Llucmajor, Alcúdia, Capdepera, etc.-, tuvo como consecuencia inmediata y espectacular el éxodo de la población de las zonas rurales. La agricultura, dado que los campos europeos estaban recuperándose, había entrado en una profunda crisis, determinada por el envejecimiento de los almendros –producto básico en la exportación- y por la falta de mercados en los que poder competir. Teniendo en cuenta esta circunstancia, se puede afirmar que el auge de la industria turística evitó otro período de emigración hacia Sudamérica tan cuantioso como el de las primeras décadas del siglo XX. El turismo, por tanto, no sólo evitó una previsible desertización, sino que atrajo la mano de obra sobrante en Extremadura y en Andalucía, produciéndose un espectacular cambio demográfico. Entre 1955 y 1975, la población de Mallorca pasó de 345.209 habitantes a 492.257. Según el padrón municipal, realizado en 1986, un 28’7% de los habitantes de las Illes Balears ha nacido fuera del archipiélago. Esta circunstancia, que llevó aparejada el crecimiento descontrolado de las plazas hoteleras, propició el aterrizaje, en las Illes Balears, de la mayoría de los bancos de ámbito estatal. Antes de 1960 únicamente se habían establecido con un escaso 50

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número de oficinas –a excepción de La Caixa (1913)-, el Banco Hispano Americano (1920), el Banco Español de Crédito (1936), el Banco de Bilbao (1946), el Banco Central (1950), el Banco de Santander (1953) y el Banco Exterior de España (1958) Ya entrados los años sesenta la lista aumenta considerablemente. Así abren sus puertas en Mallorca, el Banco Atlántico (1965), el Banco de Vizcaya (1967), la Banca Abel Matutes Torres (1970), la Banca Catalana (1972), el Banco Ibérico (1972), el Bankunión (1973) y el Banco Comercial Trasatlántico (1973) Luego, el decreto de liberalización bancaria de 1974, que permitía a las entidades financieras establecerse libremente en cualquier punto del Estado, propició la expansión de las redes bancarias hasta el día de hoy, en el que la Comunitat de les Illes Balears obtiene uno de los mayores índices en número de oficinas bancarias por cada 1.000 habitantes de la Unión Europea.

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7. Reflexión final.

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Como hemos visto, podemos concluir que los primeros antecedentes de la actividad bancaria se encuentran ligados a los templos de Mesopotamia (3400 a.C.) y en el Código Babilónico sobre préstamos y depósitos (1800 a.C.), que forma parte de una magnífica colección leyes (siglo XVIII a.C.) frecuentemente denominada Código de Hammurabi, que, junto con otros documentos y cartas pertenecientes a distintos períodos, proporcionan un amplio cuadro de la estructura social y de la organización económica. Lo cierto y verdad es que la banca, o dicho de otro modo, el sector financiero, en su conjunto, ha desempeñado a lo largo de la historia un papel positivo y favorable al crecimiento económico. Sin embargo, la misma historia nos demuestra que la banca ha estado presente en la economía de dos formas muy dispares; a saber: • Como agente pasivo, es decir, acompañando al desarrollo económico; basta revisar, por citar algún ejemplo, el fenómeno de la Revolución Industrial, a la que me he referido, y en la que a pesar de contener poco de revolución y menos de industrial, el protagonismo lo adquiere la sociedad en general. Son los fenómenos sociales los que actúan como un mecanismo de inyección que permitió abandonar una economía eminentemente agrícola, de subsistencia, y dar el salto cualitativo hacia otra dimensión productiva. Este crecimiento de la productividad se produjo por la aplicación sistemática de nuevos conocimientos tecnológicos y gracias a una mayor experiencia productiva, que también favoreció la creación de grandes empresas en unas áreas geográficas reducidas. Así, la Revolución Industrial tuvo como consecuencia una mayor urbanización y, por tanto, procesos migratorios desde las zonas rurales a las zonas urbanas. Es la expresión, si se me permite, del nacimiento de una nueva sociedad.

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• Como agente activo, creando instrumentos comerciales que han impulsado el desarrollo del comercio –en su momento, la letra de cambio, el cheque, etc.- y, por ende, de la economía en general. La banca, ha encauzado, en algunos episodios de nuestra historia, la liquidez hacia sectores o actividades que, a la postre, han experimentado una progresión exponencial. Citaría, como ejemplo, el caso de la hostelería balear, sobre la que, en la década de los años sesenta y setenta, desembocó gran parte de los recursos disponibles en la Comunidad procedentes del ahorro familiar. Por último, me llama poderosamente la atención el hecho de que, a pesar de los siglos transcurridos, los pilares de la actividad bancaria han permanecido invariables, que son: el tomar dinero en depósito, dar dinero en préstamo y, el último y quizás el más importante, la confianza depositada por unos en otros. Palma de Mallorca, 7 de julio de 2005.

Bibliografía. Historia económica de Europa – La Revolución industrial. Carlo M. Cipolla. Editorial Ariel. Historia Económica de la Europa Contemporánea. Vera Zamagni. Editorial Crítica. Los Templarios y el Origen de la Banca. Ignacio de la Torre Muñoz de Morales. Editorial Dilema. Historia Económica de la Europa Preindustrial. Carlo M. Cipolla. Editorial Crítica. Historia Económica y Social del Mundo – Inercias y Revoluciones (1730 – 1840). Pierre Leon. Editorial Encuentro. Bibliografías Electrónicas http://www.artehistoria.com http://www.cervantesvirtual.com

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