Los Franciscanos de Propaganda Fide en Chiloé Colonial

July 13, 2017 | Autor: Rodrigo Moreno | Categoría: Chiloe
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Descripción

LOS FRANCISCANOS DE PROPAGANDA FIDE EN CHILOÉ COLONIAL1 Rodrigo Moreno Jeria

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Resumen El presente trabajo busca poner en valor el complejo desafío que tuvieron los franciscanos, primero de Chillán y luego de Ocopa, al asumir las misiones más australes del Imperio Español tras la expulsión de los jesuitas en 1767 – 1768. A existir una metodología misional ya definida por más de un siglo por los religiosos de la Compañía, los frailes de Propaganda Fide se hallaron en la disyuntiva de continuar la tradición o hacer correcciones a un modelo pastoral que tradicionalmente se consideraba exitoso, pero que no representaba necesariamente los nuevos objetivos que tenían los misioneros seráficos. De igual forma se intentará visualizar las problemáticas surgidas en los dos primeros años de la misión que obligaron a un sorpresivo reemplazo de los frailes del Colegio de Chillán por un importante contingente de Santa Rosa de Ocopa. Además se analizará el final del proceso misional de Chiloé en tiempos de las guerras de emancipación y los posibles efectos que ello conllevó. Abstract The present work aims to put in value to the complicated challenge that the Franciscans had, first in Chillán and then in Ocopa, by taking the southernmost missions of the Spanish Empire after the expulsion of the Jesuits in 1767 – 1768. Due to the existence of a missionary methodology already defined over a century by the Compañía missionaries, monks from Propaganda Fide found themselves in the dilemma of continuing the tradition or making corrections to a pastoral model that traditionally considered itself as successful, but that did not necessary represent the new objectives that seraphic missionaries had. In the same way it will try to visualize the difficulties aroused in the two first years of the mission that forced to an unexpected replacement of the monks of the Chillán School by an important contingent of Santa Rosa de Ocopa. Besides, the end of the missionary process of Chiloé in times of the emancipation wars and the possible effects that this entailed will be analyzed.



Palabras claves Franciscanos, Propaganda Fide, misiones.

El concepto “propaganda” ha sido muy usado en el mundo político y comercial en el siglo XX, aunque en los últimos años ha sido asociado con la publicidad y el marketing, conceptos que si bien no son sinónimos, se han ido fusionando paulatinamente. Sin embargo, no muchos asocian el concepto propaganda con un significado religioso, si bien es cierto que durante más de tres siglos esta palabra fue utilizada casi exclusivamente por la Iglesia Católica, haciendo referencia a la necesaria campaña de propagación de la fe que se llevó a cabo a partir del siglo XVII. De hecho, su origen etimológico apunta al

1. Este trabajo fue posible de realizar gracias a una investigación financiada por ICALA Stipendienwerk, Osnabrück, Alemania, beca C. 2. Doctor en Historia de América, Universidad de Sevilla. Profesor Titular Universidad Adolfo Ibáñez, Miembro de Número de la Academia Chilena de la Historia.

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concepto propagar, en este caso el Evangelio, en un contexto en que se hacía necesario dar un mayor impulso a la expansión de la Iglesia en América y Asia, mientras que en Europa, quebrada religiosamente, se comenzaba a vivir una de los más cruentos conflictos de los que se tiene memoria, la Guerra de los 30 años. Cuando el papa Gregorio XV creó en Roma en 1622 la Sacra Congregatio de Propaganda Fide, la intención del pontífice era dirigir y coordinar la actividad misionera de la Iglesia, con especial atención en las grandes empresas evangelizadoras que se desarrollaban en ultramar.3 Y al poco tiempo del nacimiento de esta importante institución eclesial, su asociación a la orden franciscana se fue haciendo más constante, puesto que fue en ella en que recayó la responsabilidad de llevar a cabo una campaña de formación de misioneros que estuvieran al servicio de la evangelización. Si bien existieron colegios de la congregación a partir de 1628 en Roma, que apuntaban a la formación intelectual y religiosa para el clero secular, fue en el marco de las competencias que tenía esta, en cuanto a promover la formación de misioneros para la Iglesia, es que nacieron, al alero de la orden seráfica, los denominados Colegios de Propaganda Fide, los cuales respondían una necesidad de la institución y de los propios franciscanos, quienes deseaban reimpulsar el fervor misionero en la orden que tantos frutos había dado a la cristiandad en el siglo XVI. 4 El primer colegio se fundó en San Antonio de Varatojo en Portugal en 1679 y desde entonces comenzó a extenderse esta práctica, primero por la península, como los casos de La Hoz y Sahagún, hasta llegar a América con las fundaciones en Querétaro en 1686, Zacatecas en 1707, Santa Rosa de Ocopa en 17255 y Popayán en 1755, por citar algunos. Chile no estuvo exento de esta política eclesiástica, y prueba de ello es que en 1690 el monarca Carlos II mostró interés por fundar un colegio en la gobernación,6 motivado por dar mayor impulso a la actividad misionera en la frontera de Arauco, Valdivia y Nahuel Huapi, siempre necesitadas de una mayor cantidad de religiosos, los cuales, fuera de permitir progresos en la fe de los indios, posibilitarían coincidentemente la pacificación de los territorios. Rápidamente se puso en marcha el proyecto de establecer un colegio de misioneros, para la cual el P. Basilio Pons, Comisario General del Perú, visitó Chile para definir el convento donde se establecería. Cabe recordar que estaba vigente el mandato en el cual las provincias franciscanas del Virreinato del Perú estaban obligadas a ceder hasta dos conventos establecidos para que allí se pudiese disponer de posibles fundaciones de colegios de Propaganda Fide.7 La realidad franciscana hacia fines del siglo XVII en el país mostraba la existencia de 13 conventos y el número de religiosos llegaba a 165.8 De estos conventos, y después

3. La Congregación de Propaganda Fide fue fundada por la Constitución Inescrutabili Divinae del 22 de junio de 1622. 4. BSÁIZ, Félix; Los Colegios de Propaganda Fide en Hispanoamérica, Lima, 1992, pp. 28,29. 5. Primero como hospicio de misiones y luego como colegio en 1757. 6. BARRIOS, Marciano; Presencia Franciscana en Chile, Publicaciones Archivo Franciscano, Santiago, 2003, p. 88. La Real Cédula del monarca está fechada en Madrid el 13 de febrero de 1690. SÁIZ, Félix, “Los misioneros franciscanos de Ocopa en Chillán y Chiloé”, en: MILLAR, René, ARÁNGUIZ, Horacio; Los Franciscanos en Chile, una Historia de 450 años, Academia Chilena de la Historia, Santiago, p.118. 7. Ibídem, p. 117. 8. Manuscritos Medina (MM), vol. 169. Informe de la Real Audiencia al Rey, 12 de junio de 1696.

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de evaluar el emplazamiento, se decidió en 1692 que la fundación estaría en el de San Francisco del Monte, en las cercanías de Santiago, el cual comenzó a funcionar como tal en 1697, pero que después de cinco años no pudo mantener la continuidad, fracasando esta primera iniciativa.9 Valga hacer notar que la ubicación de este primer intento no era el óptimo desde el punto de vista geográfico, puesto que estaba muy lejano de los centros misionales, a casi 500 kilómetros de distancia de la frontera mapuche. Posteriormente, en 1729 se intentó fundar nuevamente un colegio de Propaganda Fide en Chile, esta vez como consecuencia del impulso misional que se estaba gestando en el entonces Hospicio de Misioneros de Ocopa. En esta oportunidad la elección recayó en el convento Hospicio de Curimón, sin embargo, el proyecto no se pudo concretar porque si bien la provincia franciscana chilena accedía a facilitar el convento, lo hacía siempre y cuando continuase con la jurisdicción del colegio y sus misioneros, punto que escapaba absolutamente de la naturaleza misma de los colegios y del mandato pontificio de la congregación en Roma.10 Por esta razón, y a la que se puede sumar en cuanto a la persistencia de falencias como el bajo número de misioneros y la lejanía de la posible fundación con relación a la ubicación geográfica de las misiones, es que no se insistió en ello y nuevamente la idea de tener un lugar de formación tan necesario en la realidad chilena, quedó a la espera de una nueva oportunidad. Fue durante la década de 1750 cuando surgirá nuevamente la oportunidad de reimpulsar la idea de la fundación. En primer lugar, la llegada de un importante contingente misionero a Ocopa entre 1752 y 1754 compuesto por 83 religiosos11 posibilitó el viaje al año siguiente de tres frailes a Chile con el objetivo de crear decididamente un colegio de Propaganda Fide. Se trataba del P. José Seguín, quien para entonces era el Comisario General de las misiones del Perú, quien en compañía de los PP. José Gondar y José Iglesias, finalmente fundaron el 28 de junio de 1756 el Colegio de San Ildefonso de Chillán, en los terrenos del antiguo convento que desde 1580 estaba emplazado en dicha ciudad, fronteriza a los centros misionales de la Araucanía.12 Cabe hacer notar que la decisión de fijar el colegio en Chillán pasó por un análisis más acabado del que se había realizado en las fallidas experiencias de San Francisco del Monte y Curimón, ya que se evaluó seriamente la posibilidad de establecer el colegio en el convento de Chiloé y también en la ciudad de Los Ángeles, pero el primero fue desechado por su lejanía del archipiélago con los territorios donde los franciscanos hacían misiones efectivas, es decir, en la región de Arauco y Valdivia, y porque posiblemente en Chiloé no se iban a establecer misiones, ya que allí la Compañía de Jesús tenía desplegada una gran actividad apostólica. De hecho, el convento franciscano de Castro, si bien era la fundación religiosa más antigua del archipiélago, cumplía funciones pastorales principalmente entre los habitantes de la ciudad. Para el caso de la naciente Los Ángeles, se desechó tal opción porque la ciudad

9. BARRIOS, Marciano; Op. cit., p. 88. LAGOS, R. , Historia de las misiones del Colegio de Chillán, Barcelona, 1908, p.94. 10. SÁIZ, Félix; Op. cit., pp.115-117. 11. Originalmente eran 87 los que salieron de España pero tres murieron en la travesía y uno desembarcó en Panamá y regresó a la Península. Ibídem, p.119. 12. BARRIOS, Marciano; Op. cit., p.89.

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estaba inserta en territorio indígena y siempre corría el riesgo de transformarse en una zona no segura, por las sublevaciones que de tanto en tanto hacían los mapuches. Por lo anterior es que se optó por Chillán y desde entonces comenzó a desarrollarse un reimpulso misional de los franciscanos, cuyos frutos no tardarían en llegar.

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Tras el extrañamiento de los jesuitas, concretado en Chiloé a comienzos de 1768, una de las tareas prioritarias de la Corona fue buscar un urgente reemplazo de estos misioneros para que así la acción evangelizadora, educacional y cultural no se viera interrumpida, en la que hasta entonces había sido considerada como una de las mejores misiones que la Iglesia desarrollaba en los territorios de Chile. La salida de la Compañía de Jesús representaba un duro golpe a una perseverante labor que la orden había desarrollado durante 160 años en el archipiélago, misión que cumplía funciones mucho más allá de lo pastorales puesto que significaba integrar en la fe y occidentalizar a una numerosa población indígena, mestiza y criolla, que por condicionamientos geográficos y económicos vivía en gran dispersión. Además, la condición estratégica del archipiélago, considerado el “Cabo del mundo”, hacía de este territorio un lugar que merecía la mayor preocupación para las autoridades hispanas peninsulares y virreinales. Por esta razón, inmediatamente después de la salida de los jesuitas, se dispuso por petición del obispo de Concepción el reemplazo de los misioneros ignacianos por franciscanos del Colegio de San Ildefonso de Propaganda Fide de Chillán, medida lógica si se entiende que para el archipiélago se requería como requisito sustancial un gran celo apostólico que no siempre se hallaba en los religiosos y en el clero secular. De hecho, Chiloé tenía para entonces tres curatos servidos por clérigos, los cuales no estaban en condiciones de asumir tareas apostólicas de mayor complejidad como lo era, por ejemplo, mantener la difícil misión circular que la compañía había establecido de forma permanente durante casi 150 años. De igual forma, los propios religiosos franciscanos del viejo convento de Castro, así como los mercedarios de la misma ciudad, ya sea por su escaso número y por carecer de las habilidades particulares para realizar la misión entre los indígenas de manera permanente, no estaban en condiciones de reemplazar a los 13 jesuitas que trabajaban en Chiloé al momento del extrañamiento.13 Por lo anterior, la responsabilidad asumida por el Colegio de San Ildefonso era de vital importancia para garantizar la continuidad de la misión, porque eran los religiosos franciscanos de Propaganda Fide los más idóneos para asumir ministerios que requerían preparación y experiencia.

13. En realidad eran 14 misioneros pero uno de ellos, el citado P. Antonio Friedl, estaba postrado desde hacía un tiempo y por lo tanto, no participaba de las acciones pastorales hacia el año 1767. Archivo Histórico Nacional, Fondos Varios, t. 41. MORENO, Rodrigo; Misiones en Chile Austral: Jesuitas en Chiloé, CSIC – Universidad de Sevilla, Sevilla, 2007, p.145.

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Tampoco debe extrañar que este diagnóstico lo hiciera el obispo de Concepción, el citado franciscano fray Pedro Ángel de Espiñeira, quien sabía que los únicos capaces de asumir en las misiones del archipiélago eran sus antiguos compañeros de Chillán. Por esta razón es que tras la referida petición y posterior aceptación por parte del superior, los frailes de Chillán asumieron la evangelización del archipiélago, arribando a Chacao en enero de 1769, casi justo un año después de la muerte accidental del P. Juan Vicuña, el último misionero jesuita.14 De manos del Gobernador de la Provincia, don Carlos de Beranger, fray Andrés Martínez, superior del contingente franciscano, recibió formalmente el colegio y las misiones que tenía la Compañía de Jesús según la orden del Virrey Amat, referidas en carta de 9 de diciembre de 1768.15 Durante el mes de febrero, los franciscanos asumieron formalmente las instalaciones del colegio jesuita e iglesia de la ciudad de Castro16 y las misiones en Achao17 y Chonchi,18 y tres meses más tarde también recibieron la iglesia de Chacao, con lo que se cubría al menos las necesidades básicas de la población urbana, sin embargo, quedaba pendiente la atención de la mayoría de la población indígena que estaba dispersa en el archipiélago, tarea que enfrentaron en la primavera de ese mismo año, siguiendo la costumbre jesuita de salir a navegar en una misión circular marítima en los meses en que por razones climáticas era factible de realizar. Si bien es cierto que hasta aquí el papel de los franciscanos de Chillán estaba cumpliendo con los objetivos planteados por la autoridades y las necesidades básicas de la población, el problema es que el contingente de religiosos era muy escuálido como para cumplir de buena forma todas las actividades pastorales y educacionales que hasta al año anterior cubrían los jesuitas. De hecho, era lógico que seis sacerdotes y dos hermanos traídos desde Chillán no pudieran reemplazar a los 13 religiosos de la compañía.19 Por esta razón, las autoridades procuraron conseguir más refuerzos, pero desde Chillán no era posible, por lo que en primera instancia el obispo de Concepción intentó procurar el refuerzo del contingente de mercedarios, ya que esta orden tenía vasta experiencia en el archipiélago, con predicación del evangelio en los centros urbanos, acompañando en algunas ocasiones a los jesuitas en la misión circular establecida en la Isla Guafo.20 Sin embargo, en esta oportunidad la iniciativa no tendría éxito, puesto que si bien fueron enviados cuatro religiosos de la Merced al archipiélago para apoyar a los frailes seráficos, solo estuvieron un año trabajando, abandonando dicha empresa con serios cuestionamientos a la idoneidad y conducta tal como consta en una representación a la

14. El P. Juan Vicuña fue el último jesuita que trabajó en misiones, pero murió antes de ser ejecutada su orden de extrañamiento en los primeros días de febrero de 1768 en el Golfo de Sigueicas. AGI Indiferente General, 412. 15. MM, t. 325, fs. 90-90v. 16. MM. t. 325, fs. 106 – 109. 17. MM. t. 325, fs.128 – 131. 18. MM. t. 325, fs 136 – 138. 19. El contingente de san Ildefonso de Chillán que arribó a Chiloé estaba compuesto por los padres fray Andrés Martínez, Miguel Ascasubi, Domingo Ondarza, Francisco Arroyo, Narciso Villar y Juan Zeldrán. A ellos se sumaron los legos Íñigo del Río y Esteban Rosales. Cfr. URBINA, Rodolfo; Las Misiones Franciscanas de Chiloé a fines del siglo XVIII: 1771 – 1800, UCV Valparaíso, 1990, p.10. 20. MORALES RAMÍREZ, Alfonso; Historia de la Orden de la Merced en Chile, p. 266.

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Junta de Temporalidades que hizo Fray Cristóbal Francisco contra los religiosos.21 Tras dos años en el archipiélago, y luego de realizar dos misiones circulares, los franciscanos de Chillán no pudieron continuar a cargo de la empresa chilota. El escaso número de religiosos y la gran necesidad de operarios hacían imposible la continuidad de los frailes. También se consideraba inconveniente la difícil comunicación entre la ciudad de Chillán y Chiloé, ya que para entonces la única comunicación posible era por vía marítima que se hacía directamente desde Callao. De hecho, esta realidad explica en parte las razones del por qué desde 1768 la autoridad virreinal había decidido tomar el gobierno directo del archipiélago, puesto que era más directa la relación de Chiloé con el Perú que con la gobernación de Chile. Por todo lo anterior, los argumentos presentados por los franciscanos de San Ildefonso eran razonables. Sin embargo, y tal como lo afirma Rodolfo Urbina, hubo otras razones para suspender las actividades del colegio de Propaganda Fide de Chillán en la zona, las que se vinculan a las tensas relaciones entre el P. Andrés Martínez y el gobernador de Chiloé don Carlos Beranger.22 Las diferencias existentes entre ambos aceleraron el abandono de los frailes y también explicaría la nula resistencia de la autoridad local al retiro de los religiosos. Fue en 1771 cuando se produjo la deserción de los frailes de Chillán y rápidamente se gestionó su reemplazo. Para entonces era claro que no podría venir de Chile la ayuda requerida porque no había otra orden que pudiese asumir la misión con un número razonable de misioneros, y si hubiese, persistirían los graves problemas de comunicación entre la gobernación y el archipiélago austral. Por esta razón, fue el propio virrey Amat, quien compartiendo la opinión del obispo de Concepción y del gobernador de Chiloé23, pidió a los frailes del Colegio de Propaganda Fide de Ocopa que se hicieran cargo de las misiones del archipiélago. El padre Guardián y el Discretorio de Ocopa aceptaron la solicitud de asumir las misiones de Chiloé, que les había llegado por vía del Comisario de Misiones Fray Juan Matud, petición que no tenían muchas posibilidades de rechazar, puesto que en ese mismo año de 1771, el propio monarca había expresado la necesidad de que Ocopa asumiera las conversiones insulares, estimando que dicho colegio tenía el contingente suficiente para asumir dicha responsabilidad. Esta apreciación era real en cuanto que el año anterior se había registrado el paso de 22 sacerdotes y seis hermanos desde Europa en dirección de dicho colegio, incrementando notoriamente el número de religiosos en aquella comunidad.24 Finalmente, luego de los preparativos, 15 sacerdotes y un hermano seglar se embarcaron en el Callao y tras un tortuoso viaje no exento de peligros, arribaron al puerto de San Carlos el 17 de diciembre de 1771. Al día siguiente fueron recibidos por don Carlos Beranger, quien al igual que en el procedimiento seguido con los frailes de Chillán, entregó

21. Archivo General de Indias, Audiencia de Chile 304. También en Urbina, Op.cit., p.10. 22. URBINA, Rodolfo; Op. cit., p. 11. 23. Cfr. REHBEIN, Antonio; “Situación de la Iglesia en Chiloé, años 1768 – 1772”, en Anuario de Historia de la Iglesia de Chile 4, 1986, p. 107. 24. SÁIZ, Félix; “Los misioneros franciscanos…”; Op. cit., p. 127

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las misiones que antes pertenecieron a los jesuitas expatriados y que por breve tiempo estuvieron a cargo de los frailes de Chillán, quienes procedieron en los días siguientes a revisar los inventarios y traspasar las casas e iglesias a los nuevos misioneros.25 La realidad que recibieron los frailes de Propaganda Fide de Ocopa no distaba de lo que había sido Chiloé en todos los siglos coloniales. Un territorio pobre, con población disgregada y un clima riguroso para todo aquel no fuese oriundo de esta tierra insular. Además, el aislamiento y desarraigo propio de un territorio prácticamente incomunicado de los dominios de España durante gran parte del año, incrementaban las dificultades que ofrecía esta realidad austral. Por esta razón no era fácil ser misionero en Chiloé, porque los riesgos y la precariedad siempre serían fieles acompañantes de cualquier empresa o correría que asumieran los nuevos frailes llegados desde la sierra peruana. Por esta razón, la elección de los frailes en Ocopa que pasarían a las nuevas misiones había sido rigurosa bajo el principio de que se debía seleccionar a quienes fueran “calificados de suficiencia, conducta e idoneidad”.26 En cuanto al escenario pastoral que asumieron los frailes, Chiloé contaba para entonces con 81 capillas disgregadas a la largo de la costa este de la isla grande y en las 26 islas del llamado mar interior, más la tierra firme de Carelmapu, en la boca occidental del canal de Chacao. Si bien se les suele llamar pueblos a los lugares donde estaban dichas capillas, la verdad que solo unos pocos podían recibir esa denominación, puesto que bajo el esquema de la misión circular de tiempos jesuíticos, más que pueblos, se pretendía establecer lugares de reunión al alero de las iglesias de madera, respetando así la dispersión natural en que vivía su población, principalmente por razones económicas. En cuanto a la población, se estimaba que para aquellos tiempos habitaban en Chiloé unas 27 mil almas, cifra estimada según las cifras que entregó el padrón de 1787 que fijó la población del archipiélago en 26.685 personas.27 Este gran número de habitantes mostraba otra cara de Chiloé, ya que se presentaba frente a las adversidades aludidas como un espacio misional de gran proyección, idea que seguramente rondó en más de algún fraile que quiso pasar a esta nueva empresa apostólica del colegio. Y si bien es cierto, que en la población incluida españoles, mestizos e indígenas, eran tantas las necesidades de todos ellos, que para cualquier ministerio que se asumiera en Chiloé, siempre existiría campo para realizar un apostolado fructífero. El P. José Sánchez, natural de Valencia, fue el primer superior o presidente del Hospicio de Castro, en donde quedaron adscritos todos los misioneros venidos de Ocopa aunque por razones pastorales se dividieron residencialmente en las cabeceras de misión ya existentes. Los frailes se dedicaron desde el comienzo a retomar las acciones pastorales con la fuerza que podía imprimir un número razonable de religiosos. Se continuó la misión circular en la primavera de ese mismo año de 1772 y también se fortaleció el trabajo

25. Ibíd. p. 128. Los frailes de Chillán, tras cumplir con el procedimiento de traspaso, se embarcaron en la nave “Nuestra Señora de los Dolores”, la misma que había transportado a sus hermanos de Ocopa. 26. URBINA, Rodolfo; Op. cit., p.13. 27. Cf. URBINA, Rodolfo; Población encomienda y tributo en Chiloé, PUCV, Valparaíso, pp.49-51.

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educacional en las siete cabeceras de misión que se proyectó fortalecer,28 realidad muy debilitada en los últimos años, por la ausencia de jesuitas y el escaso número de frailes de Chillán. En cuanto a la citada misión circular, se procuró fortalecer la institución de los fiscales, realidad que para entonces tenía más de un siglo y medio. Si bien los franciscanos tenían vasta experiencia en el trabajo con fiscales, quizá en Chiloé diferían un tanto en cuanto al grado de autonomía con que estos últimos trabajaban en sus comunidades, principalmente por la ausencia de los misioneros. Por esta razón, los frailes, consientes de que había que mantener el modelo, paulatinamente procuraron aumentar el número de cabeceras misionales con residencia, con el objetivo de que fuese el fraile y no exclusivamente el fiscal sobre quien cargase la mayor responsabilidad pastoral. Un aporte interesante de los frailes de Ocopa en el método de la misión circular de Chiloé fue incentivar el desarrollo de las fiestas patronales en las capillas misionales. Es decir, de la clásica correría jesuita en que principalmente se llevaban las imágenes religiosas a cada capilla, montando en muchas de ellas unos verdaderos retablos transitorios, con la llegada de los franciscanos se procuró llevar imágenes de culto que rápidamente se transformarían en centros devocionales. Tal es el caso de la imagen del Nazareno de Caguash, llegada a la isla del mismo nombre gracias a la gestión de fray Hilario Martínez e instalada en la nueva capilla que él terminó en 1782. Esta imagen se transformó en un centro devocional de tal magnitud que aún hoy es una de las fiestas patronales más populares, no solo en Chiloé, sino en la religiosidad popular del país. Lo interesante es que su fiesta es el 23 de agosto, es decir, en un período en que no se realizaba la misión circular.29 De esta forma, lo que ya se esbozaba con los jesuitas, en cuanto a recurrir en visitas permanentes de los misioneros en fechas devocionales, con los franciscanos de Ocopa este proceso se terminó por reafirmar de tal forma que la mayoría de las fiestas religiosas que perduran hasta hoy en el archipiélago son un claro legado de la orden seráfica. Por otra parte, el uso de las cabeceras misionales como centro de estudio de lenguas y gramática indígena, así como de preparación catequística, fue otro de los aportes que los de Ocopa cumplieron con esmero.30Sin embargo, como toda empresa humana, la trayectoria de los frailes en Chiloé no estuvo exenta de dificultades. En primer lugar, en los años en que el Colegio de Propaganda Fide estuvo a cargo de las misiones australes de Chiloé, fue imposible aumentar el número de operarios de la misma, ya fuese por la falta de adaptación de algunos frailes que regresaron al Perú o por las escasas vocaciones sacerdotales en la propia isla o por la dificultad que significaba el

28. Las cabeceras estipuladas en un comienzo por los frailes de Ocopa fueron Castro, Chonchi, Quinchao, Queilen, Quicaví, Carelmapu y Calbuco. Urbina nos agrega que dicho plan finalmente no se puedo concretar en cuanto a lograr la residencia permanente de frailes en todas ellas. Urbina, La misiones… Op.cit., p. 50. 29. Sobre las fiestas patronales véase Guarda O.S.B., Gabriel, Iglesias de Chiloé, PUC, Santiago, 1984. También VÁZQUEZ DE ACUÑA, Isidoro; Costumbres religiosas de Chiloé y su Raigambre Hispano, Centro de Estudios Antropológicos, Santiago, 1966. 30. SÁIZ, Félix; “Los misioneros…” Op. cit., p. 132.

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reclutamiento de misioneros en territorios tan hostiles desde el punto de vista geográfico y climático. Y esto último pese a que los franciscanos, por su propia condición de tales, no sufrían en demasía con la endémica pobreza del archipiélago, y es más, los de Ocopa resistieron mejor que los jesuitas, menos acostumbrados a las carencias temporales. Por ejemplo, en el 1771 eran 15 sacerdotes y dos legos, ya que el hermano fray Íñigo del Río, del grupo chillanejo, permaneció en las misiones para trasmitir las experiencias misionales a sus hermanos de hábito.31 Tiempo más tarde, en 1782 el número había descendido a 11 individuos y si bien para 1786 nuevamente había 16, para entonces, con una población estimada en cerca de 27.000 almas, el número de frailes era indiscutiblemente insuficiente. Hacia 1791 los frailes eran 18, el número más alto alcanzado en la historia misional de Chiloé, pero para entonces eran 11 las cabeceras de misión por lo que el número seguía siendo escaso, especialmente si se toma en cuenta que por ese tiempo, el P. González de Agüeros señalaba que los frailes podrían asumir los curatos siempre y cuando recibieran los derechos parroquiales.32 Además, siempre estuvo en los planes realizar una expansión misional a los llanos de Osorno por el norte, a Magallanes y Tierra del Fuego por el sur, proyectos que nunca prosperaron, pero que de haber sido realidad, hubiesen requerido un contingente de frailes que era imposible de proveer. De ahí en adelante, el número de frailes descendió hasta llegar a 11 individuos en 1814, aunque solo seis estaban en actividad, número que se mantuvo hasta la supresión de las misiones en tiempos de las guerras finales de la Independencia.33 Otra dificultad que debieron enfrentar fueron las malas relaciones con el gobernador Francisco Hurtado, quien desde su llegada al archipiélago en 1786 se enfrentó constantemente a los religiosos con el propósito de someterlos a la jurisdicción de los curatos y disminuir la influencia que los misioneros tenía sobre los indios en la misión circular. Este conflicto fue duro y profundo, llegando a ventilar en medio de las acusaciones, imperfecciones en el proceder de algunos de los frailes, no siempre presentes en informaciones oficiales.34 Tal como afirma Urbina, lo que siempre pretendió Hurtado era eliminar la llamada República de los indios, única forma de promover una verdadera reconstrucción del Estado y sociedad chilota, por lo que la presencia franciscana, de gran influencia social por aquellos años, no ayudaba en la consecución de dichos anhelos políticos.35 De todas formas, y tal como lo señala Sáiz, en la suma y resta, es decir, en el conflictivo escenario que la orden tuvo que enfrentar bajo el período del gobernador– intendente Francisco Hurtado, el balance que pueden sacar los misioneros y el resultado

31. URBINA, Rodolfo; Op. cit., p.59. 32. Apuntaciones sobre necesidades de Chiloé, 30 de marzo de 1793. Archivo General de Indias, Lima 1607. También lo cita URBINA, Rodolfo; Op. cit., p. 30. 33. Memoria de fray José Lasala, Madrid 16 de octubre de 1816. AGI, Lima 1608. 34. URBINA, Rodolfo; Op. cit., pp.41-48. 35. bíd., p.103.

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de sus acciones pastorales fue positiva.36 Entra las múltiples ideas para mejorar las misiones del archipiélago estuvieron el referido proyecto de creación de un obispado en el sur que permitiría superar el constante aislamiento de los religiosos y clérigos para con la autoridad eclesiástica residente en Concepción, sin embargo, esta día no llegó a prosperar.37 Tampoco lo hizo el proyecto para fundar un colegio de Propaganda Fide en la ciudad de Castro, el cual hubiese podido generar mayor número de vocaciones locales y evitar así la excesiva dependencia de Ocopa y España. Desgraciadamente, esta iniciativa tampoco prosperó, al menos hasta los tiempos de la emancipación. Finalmente, no se puede dejar de mencionar el importante legado que dejaron para la posteridad los misioneros de Santa Rosa de Ocopa en el plano pastoral y educacional, pero de manera especial, merecen especial atención las contribuciones realizadas por fray Pedro González de Agüeros, quien con sus contribuciones cartográficas imponentes y su monumental obra publicada en Madrid en 1791, hizo que Chiloé pudiese finalmente traspasar las fronteras del anonimato y legar las futuras generaciones un referente histórico de valor incalculable.38 De igual forma, las intrépidas incursiones del fray Francisco Menéndez en la región de Nahuel Huapi y la Patagonia, traspasaron las fronteras de la historia misional y se transformaron en una de las fuentes más importantes para el estudio de los pueblos australes y sus vastos territorios. En ambos frailes se puede extraer un parte de lo que fue la obra de los frailes de Ocopa en Chiloé, un capítulo importante de los colegios de Propaganda Fide en el sur del Mundo.

36. SÁIZ, Félix; Op.cit., p. 136. 37. Sobre la posible fundación de un obispado en Valdivia y Chiloé Cfr. GUARDA, Fernando; “En torno a la Erección de un obispado en Valdivia a mediados del siglo XVIII”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, 69, 1959, pp.152 – 167. 38. GONZÁLEZ DE AGÜEROS, Pedro; Descripción Historial, Madrid, 1791.

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