Los físicos en el primer franquismo: conocimiento, poder y memoria

July 7, 2017 | Autor: Nestor Herran | Categoría: History of Science, History of Physics, Francoism, Sciences and Politics
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Los físicos en el primer franquismo: conocimiento, poder y memoria

Los físicos en el primer franquismo: conocimiento, poder y memoria Néstor Herran [email protected] Université Pierre et Marie Curie Xavier Roqué [email protected] Universitat Autònoma de Barcelona

Resumen Este artículo propone una interpretación sobre el desarrollo de la física durante el primer franquismo. Frente a la idea de que el régimen fue indiferente u hostil a la ciencia moderna, o que la ideología tuvo una función retórica, mostramos los modos en que las ciencias físicas usaron el régimen, y fueron usadas por él, para impulsar las relaciones internacionales, promover la economía autárquica y, en última instancia, generar poder. Estudiamos primero cómo estas relaciones transformaron la comunidad de físicos, moldeándola alrededor de campos como la óptica y las ciencias nucleares. A continuación nos fijamos en el trabajo oscuro, pero significativo, de los científicos y filósofos que remplazaron las interpretaciones progresistas de la física, que habían predominado antes de la guerra, por un modernismo reaccionario que abogaba por la integración de la ciencia en una cosmovisión cristiana. Este alineamiento cultural se correspondió con cambios institucionales que vincularon la física con las necesidades económicas del estado autárquico. Finalmente, proponemos una reflexión sobre el declive de la física autárquica y sus implicaciones para el desarrollo de la física en España. 1. Introducción Desde principios de siglo , numerosas tentativas de índole pública y privada, en la capital y en la periferia, intentaron establecer espacios para la práctica de la ciencia y la tecnología en España. Las iniciativas más importantes fueron lideradas por la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones (JAE), que creó y administró sus propios

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laboratorios, incluyendo un Laboratorio de Investigaciones Físicas que, desde su creación en 1910, se convirtió en el principal espacio de investigación en ciencias físicas del país. A finales de la década de los veinte, las negociaciones entre la Fundación Rockefeller y el Gobierno español permitieron la construcción en Madrid de un grandioso Instituto Nacional de Física y Química (INFQ), que se inauguró en 1932 (Sánchez-Ron, 1988; Sanchez-Ron et al., 2007; Puig-Samper, 2007). Antes de ello, la JAE había proporcionado formación en el extranjero a veintiún físicos, dando lugar a la primera generación de físicos modernos en España, liderada por Blas Cabrera, Esteban Terradas y Miguel A. Catalán (Roca-Rosell y Sánchez-Ron, 1990; Roca-Rosell, 2004; Sánchez-Ron, 1994). Durante este periodo se asoció la física a una fuerza progresista y modernizadora, cuyos practicantes no dudaron en participar en el discurso político. La imagen de la disciplina se construyó en la prensa, en conferencias y libros científicos, revistas populares y exposiciones. Aunque en algunos casos sus interpretaciones no estuvieron exentas de controversia (Herran, 2008), por lo general disfrutó de una importante preeminencia pública y despertó simpatías a lo largo de todo el espectro político. Thomas Glick, en su estudio de la visita de Einstein a España en 1923, ha utilizado la noción de discurso cívico para describir «el proceso por el cual una élite dividida pacta poner en suspenso, de mutuo acuerdo y en determinadas áreas, el hábito de hacer que todas las ideas sirvan para fines ideológicos» (Glick, 1986: 9). Escritores, periodistas, filósofos, científicos y políticos parecen haber conseguido discutir la relatividad sin comprometer sus posiciones ideológicas. Tras la guerra civil, el régimen franquista se esforzó por suplantar los vínculos de la física con la cultura política republicana, por otros nuevos, adecuados al nuevo orden político y religioso. Parafraseando a Jeffrey Herf, España, como Alemania, «podía ser a la vez científicamente avanzada y fiel a su alma» (Herf, 1984). No tan solo sus practicantes, sino también la propia disciplina debía ser depurada y realineada con las visiones del régimen sobre la esencia y el futuro de España. Este proceso se llevó a cabo mediante la depuración de la comunidad científica, la ocupación de instituciones y sociedades científicas, y la apropiación cultural de la física. Estas tres dimensiones de la reconstrucción de la física en España se corresponden con las tres secciones de este capítulo, que propone una interpretación del desarrollo de la física en el franquismo. En primer lugar, analizamos de qué manera el nuevo régimen transformó la comunidad de físicos españoles, privilegiando campos de investigación estratégicos como la óptica, la ciencia de los materiales y la física nuclear, y describimos los cambios institucionales que vincularon más estrechamente la física —y su cultura material— con las necesidades y objetivos de los militares y de la economía autárquica. A continuación, examinamos la obra de destacados ideólogos de extrema derecha, que trataron de reemplazar las lecturas liberales de la física hegemónicas en las primeras décadas del siglo  por interpretaciones modernistas-reaccionarias que acentuaban la dimensión espiritual de la física y defendían su integración en

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el esquema cristiano del mundo. Para finalizar, examinamos sucintamente el papel de la física en las relaciones internacionales del franquismo y de qué manera estas relaciones contribuyeron a la transformación de la física en los años finales de la dictadura. La imagen resultante nos muestra una física alineada con los discursos políticos, religiosos y económicos hegemónicos al final de la guerra civil, ante la cual tuvieron que posicionarse los físicos de las generaciones posteriores. 2. Depuración y reconstrucción: una física al servicio del régimen La guerra civil cercenó a la élite de físicos españoles, bien conectada y reconocida internacionalmente y, tal como sucedió en general en todos los ámbitos académicos, ayudó a los vencedores a moldear la comunidad científica según sus afinidades ideológicas. Hacia 1940, cerca de la mitad de los 580 catedráticos existentes antes de la guerra o habían muerto, o se habían exiliado o habían sido represaliados. Blas Cabrera, el líder de la disciplina en España, fue acosado por el nuevo régimen, que le arrebató su cátedra. Tras su paso por París, en 1941 se exilió a México, donde acabó enseñando física e historia de la física en la UNAM. De los siete catedráticos de física restantes de la Universidad de Madrid, cuatro más tomaron el camino del exilio. El profesor de geofísica, Arturo Duperier, partió al Reino Unido, donde trabajó con PMS Blackett en la Universidad de Manchester y el Imperial College, hasta su vuelta a España en 1953, donde murió seis años después. Manuel Martínez-Risco, catedrático de óptica y acústica, parlamentario de Izquierda Republicana por Orense, y presidente del Patronato de Óptica del Ministerio de la Marina, partió a Francia, uniéndose finalmente al CNRS. Antonio Doporto, director del servicio meteorológico de la aviación durante la guerra, llegó a ocupar la dirección del servicio meteorológico irlandés, mientras que los astrónomos Pedro Carrasco Garrorena y Honorato de Castro se establecieron respectivamente en Norteamérica (en México el primero y en Estados Unidos, Puerto Rico y México sucesivamente el segundo). La victoria del ejército rebelde no solo motivó el exilio, sino también la depuración del personal académico en universidades e instituciones públicas. Algunos físicos fueron privados de sus cátedras o reasignados, una táctica represiva destinada a romper los lazos familiares y sociales de los represaliados. Catalán volvió al INFQ apenas dos semanas después de la guerra y, tras comprobar que había sufrido pocos daños, intentó retomar sus trabajos en espectroscopia. Sin embargo, se le prohibió el acceso al instituto mientras se examinaba su expediente de depuración, y tuvo que ganarse el sustento en la industria química y farmacéutica antes de ser readmitido a su cátedra en 1945. Salvador Velayos, un discípulo de Cabrera, fue obligado a cambiar su cátedra de física teórica y experimental en la Universidad de Valencia por otra en Valladolid, mientras que Luis Bru, antiguo miembro del INFQ, tuvo que cambiar la Universidad de La Laguna por la de Sevilla.

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El énfasis se ha puesto habitualmente, y con justicia, en los exiliados; pero no hay que olvidar que las plazas vacantes fueron cubiertas rápidamente. Hacia 1940, el número de catedráticos había recuperado el nivel previo a la guerra, y en los cinco años posteriores a la guerra civil se crearon 155 nuevas cátedras, la mayoría de ellas para miembros de organizaciones católicas. El detallado estudio de Jaume Claret sobre la destrucción de la universidad lo ha llevado a concluir que «cuando nos referimos al yermo franquista siempre tenemos en mente a todos aquellos docentes que se perdieron, pero olvidamos que el yermo real y duradero lo crearon sobre todo aquellos profesores que permanecieron en España y ocuparon las vacantes. No porque todos ellos fuesen malos, sino porque la ideología pasó por delante de la ciencia y tuvieron cuarenta años para perpetuarse» (Claret, 2006: 360). Ninguna carrera proporciona un ejemplo más claro de las relaciones entre la obediencia política y el avance profesional en ciencias físicas que la de ingeniero naval José María Otero Navascués (1907-1983). Tras graduarse en la Escuela de Artillería Naval en 1928, Otero trabajó sobre la difracción de rayos X junto a Palacios en el INFQ, para luego completar su formación en Alemania entre 1929 y 1932, en el Instituto de Óptica de la Politécnica de Berlín y en los laboratorios de Zeiss (y de su filial militar, Nedinsco) en Jena. Estas visitas se integraban en la red de relaciones personales e institucionales que los militares españoles y alemanes habían tejido desde finales de la Primera Guerra Mundial (Presas, 2008; Presas, 2010), y que incluían el desarrollo y producción de armamento (gases tóxicos, usados en Marruecos, y explosivos), y la construcción de navíos y aviones. Durante su estancia en Alemania, Otero estableció estrechas relaciones con diversos académicos, ingenieros y compañías alemanas, relaciones que en muchos casos sobrevivieron tanto a la guerra civil como a la Segunda Guerra Mundial (Presas, 2000). Católico devoto y miembro leal del ejército rebelde, el nuevo régimen despejó el camino de Otero, permitiéndole desplegar su visión institucional y asumir el liderazgo de la reconfiguración de la física en las dos primeras décadas del franquismo. En 1946 propuso la creación de un Instituto Nacional de Física, que reuniera las instituciones españolas dedicadas a la investigación en física, entre las que incluía el Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica (INTA) o la Junta de Energía Nuclear (JEN). Tres años más tarde se creó el Consejo Nacional de Física, que Otero presidió entre 1950 y 1966, año en que fue disuelto. Durante todo ese tiempo disfrutó de reconocimiento internacional como representante de España en organismos como la Unión Internacional de Física Pura y aplicada (IUPAP), el Comité Internacional de Pesos y Medidas (CIPM, que presidió entre 1968 y 1976), y la Agencia Internacional de la Energía Atómica (IAEA, cuya conferencia general presidió en 1971). El haber mostrado las afinidades políticas adecuadas ayudó a que algunos físicos volvieran a sus cátedras tras la guerra. Esteban Terradas y Julio Palacios son los casos más destacados. En 1940 Terradas fue readmitido a una cátedra de la Universidad de Madrid y disfrutó hasta su muerte en 1950 de diferentes cargos institucionales, como la

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dirección del INTA y el Instituto de Electrónica del CSIC. Desde esa posición privilegiada, Terradas reemprendió el programa liberal de investigación e industrialización que había impulsado bajo la monarquía de Alfonso XIII (Roca-Rosell, 2005). Palacios, que había formado parte del servicio de espionaje de Franco en Madrid durante la guerra, ascendió meteóricamente en el nuevo régimen.1 En 1939 fue nombrado vicerrector de la Universidad de Madrid, y vicepresidente del Instituto de España, un intento infructuoso de establecer un consejo de investigación políticamente independiente, con responsabilidades sobre todos los centros de investigación en las ciencias físicas y naturales (Malet, 2009). Sin embargo, acabó perdiendo el favor político debido a su fidelidad a la monarquía y, sobre todo, su falta de beligerancia con el legado de la JAE, la bestia negra de la política científica franquista. El Instituto de España fue finiquitado por los promotores del CSIC, y desde 1947 Palacios se refugió en Lisboa, enseñando en la universidad y dirigiendo el laboratorio de física del Hospital del Cáncer de Lisboa. Los doctorandos de Otero y Palacios obtuvieron puestos en la universidad. Joaquín Catalá, que había visitado el instituto de Weidert en Berlín en 1942 y completado su doctorado en óptica con Otero (bajo la supervisión oficial de Terradas) en 1943, fue nombrado catedrático de física teórica y experimental en la Universidad de Valencia en 1944. Tras aprender a usar las emulsiones nucleares con C. F. Powell en Bristol, estableció en 1950 un grupo experimental pionero en el estudio de los rayos cósmicos y la física de altas energías. El grupo, inicialmente una sección del Instituto de Óptica Daza Valdés del CSIC, se convirtió finalmente en el Instituto de Física Corpuscular (IFIC) de Valencia. Tanto para su estancia en el extranjero como para establecer su instituto, Catalá recurrió a Otero y José María Albareda, el todopoderoso secretario general del CSIC. Este comportamiento clientelista era la norma y no la excepción en el sistema de investigación español, y queda bien retratado en la correspondencia entre Otero y Catalá (Ceba et al, 2011: 55): Creo haberle ya dicho que hablé con el Sr. Albareda, quien mostró mucho interés para que fuera a trabajar a Inglaterra y de decirle que eran también los planes que Vd. me había propuesto para este curso quedó encantado. ¡Por este motivo le ruego que no me olvide en sus proyectos...! ¡Estoy desesperado con esta monótona vida que nada tiene de científica y si no me aireo un poco me veo perdido! Ya sabe Vd. que estoy de corazón en esa sección de Óptica que Vd. ha creado y desearía trabajar, donde sea, por ella. En 1945, uno de los asistentes de Palacios en INFQ antes de la guerra, Armando Durán, fue nombrado catedrático de óptica y acústica en la Universidad de Madrid. Había completado su doctorado en óptica bajo la supervisión de Palacios en 1943, y 1. El informe de Palacios sobre sus actividades, titulado En la España Roja. Memorias de un agente del S.I.P.M. (1939), puede consultarse en el Archivo Histórico Militar (citado en Juliá, 2002). Véase también Julio Palacios, «Liberación de Madrid», en Riquer y Riquer (2010), vol. 2.

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trabajado en el instituto de Weidert en Berlín entre 1941 y 1943. Durán tuvo una larga y exitosa carrera en física y ocupó cargos en política científica y educativa. Dirigió el Instituto Leonardo Torres Quevedo del CSIC, y fue director general de Educación Técnica en el Ministerio de Educación Nacional, por citar unos pocos. Sus discípulos lo describen como una «persona sencilla y amable, llena de virtudes morales», que «hizo posible que más tarde se creara una base firme y sólida que permitió el crecimiento exponencial de la física y la química en España» (Calvo y Gómez-Reino, 2000), pero en modo alguno se le puede considerar como continuador de la tradición liberal representada por exiliados como Cabrera, y mucho menos como un pionero que tuvo que apañárselas sin recursos ni reconocimiento social. La relación genealógica entre Otero y los dirigentes de la física española en la década de los cincuenta queda también de manifiesto en el caso de Carlos Sánchez del Río y Sierra, hijo de Carlos Sánchez del Río Peguero, profesor de Derecho Romano en la Universidad de Zaragoza, miembro de la delegación provincial del Gobierno civil establecido por los insurgentes, y secretario de la Junta de la Ciudad Universitaria de Madrid después de la guerra. Tras licenciarse en Física en Madrid en 1946, Sánchez del Río obtuvo un doctorado en Óptica con Durán en 1948. Al ponerse en marcha, en secreto, el proyecto nuclear español, fue inmediatamente cooptado por Otero y Durán, a quien Otero había introducido como «un pariente suyo muy inteligente». Como profesor de física atómica y nuclear en la Universidad de Madrid desde 1953 (y, eventualmente, decano de la Facultad de Física) y miembro del consejo de la JEN, Sánchez del Río desempeñó un papel clave en el surgimiento de la física teórica y la energía nuclear en España, ocupando importantes cargos académicos y políticos: presidente de la RSEFQ, de la Sociedad Nuclear Española, del Consejo Nacional de Educación y del CSIC. 3. El derrumbe del discurso civil y la espiritualización de la física La guerra civil supuso una ruptura definitiva del discurso civil sobre la ciencia, que no se restableció con el triunfo del ejército rebelde. Durante el franquismo, por el contrario, la ciencia quedó subordinada al nuevo orden nacional-católico. Tal como sucedió en otros campos científicos, como las ciencias biológicas, esta apropiación requería cercenar sus vínculos con la cultura política liberal, reemplazándolos por vínculos acordes al nuevo orden político. El discurso civil sobre la ciencia había empezado a derrumbarse a principios de los años treinta, y la física no había quedado indemne. En 1923, Einstein había sido descrito como un científico alemán tanto por los periódicos liberales como los conservadores; diez años después, cuando se le ofreció una cátedra extraordinaria en la Universidad de Madrid, la prensa debatió sobre su condición de judío (Glick y Sánchez-Ron, 2006). Este cambio está relacionado con la extensión de perspectivas antiuniversalistas

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y antirracionalistas, como las representadas por Ostwald Spengler, cuya La Decadencia de Occidente se tradujo al castellano en 1927, seguida por Años Decisivos en 1934. Los vínculos con la física son explícitos en la carrera de su traductor, el filósofo Manuel García Morente, que previamente había traducido las obras de Moritz Schlick Raum und Zeit in der gegenwärtigen Physik (1919) y de Max Born, Die Relativitätstheorie Einstein (1920). El editor de Spengler, el filósofo y editor José Ortega y Gasset, era autor de otro manifiesto desencantado, El tema de nuestro tiempo (1923), que razonaba el fin de la modernidad, y también se había interesado por la física, a la que consideraba como «la cumbre» de la cultura occidental y a la que dedicaría varios ensayos (sobre Galileo, la relatividad, o el significado de la física contemporánea para la filosofía). El pesimismo cultural de Spengler era atractivo a los ideólogos de extrema derecha, que lo citaban a menudo al evocar los debates alemanes sobre tecnología y cultura. Su vehículo principal era Acción Española, una publicación antirrepublicana cuyos patrones y autores acabaron formando parte del establishment franquista (Morodo, 1985). En 1932-1933, la revista incluyó una extraordinaria serie de seis artículos sobre «Física y espíritu» escritos por José Pemartín (1888-1956), un ingeniero formado en París y miembro de una acaudalada e influyente familia de empresarios jerezanos. Pemartín afirmaba que, en las últimas décadas del siglo , invenciones sensacionales como la luz eléctrica y el teléfono, junto a teorías como la selección natural, habían creado «la superstición de la ciencia». Las élites burguesas y anticlericales se habían arrodillado ante la ciencia, el «ídolo naturalista». Esto les había permitido disfrutar de la riqueza adquirida «explotando a los trabajadores con el Taylorismo industrial y engañándolos con el liberalismo democrático». Pemartín compartía con la derecha alemana un sentimiento mezcla de fascinación y horror por los Estados Unidos y la Unión Soviética. La tecnología era asimismo un fetiche y una superstición. Pemartín destacaba el error de reducir la física a la tecnología, e invocaba el misticismo en su rescate: el desarrollo armonioso de la tecnología requería «una acción espiritual propiamente dicha en que el espíritu se concentra y se comprime, infinitamente, clavando en su propia sustancia la aguda punta unitaria que penetra hasta la síntesis de la Ciencia pura, hasta el gozo inefable del Arte, o el puro amor del misticismo» (Pemartín, 1932-1933, núm. 19: 33). Dada su relación con la tecnología moderna, tan solo el espíritu podría evitar que la física cayera en el mecanicismo y el positivismo. Como Ulrich Wendt en Die Technik als Kulturmacht (1906), aunque sustituyendo la física por la tecnología, Pemartín sostenía que la física debía volverse más espiritual; como Eugen Diesel en Der Weg durch das Wirrsal (1926), Pemartín pensaba que la des-espiritualización (Entgeistung) era la enfermedad del presente. Ideas como estas no eran la excepción. En un discurso ampliamente citado a estudiantes universitarios durante la guerra, el psiquiatra José López Ibor denunciaría en términos parecidos el «intelectualismo ilustrado» y el sueño de «un desfile de laboratorios, de seminarios y de bibliotecas con tubos de níquel y suelos. ¡Ciudad Universitaria de Madrid como tan moderna y tan sin espíritu!» (López-Ibor, 1938: 14-15).

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Durante la guerra, Pemartín se convirtió en el director de Educación Superior y Secundaria del Ministerio de Educación Nacional franquista y publicó un ensayo programático sobre el fascismo español, Qué es ‘Lo Nuevo’... Consideraciones sobre el momento español presente (Pemartín, 1937), descrito en 1939 por la oficina de información española en Nueva York como el Mein Kampf de Franco y como un ensayo sobre el «estado fascista de la España rebelde». El libro comparaba la organización del Tercer Reich y el Nuevo Estado español. También describía el «momento español presente» a partir de tres ejes de la verdad: el idealista-católico; el histórico-providencialista y el científico-realista. Como ensayo fundacional, proporciona un ejemplo claro de la metafísica de la ciencia y el poder que el régimen estaba a punto de imponer, una reencarnación de la trinidad del conocimiento: religión, política y ciencia (Kojevnikov, 1999: 19). Estas apropiaciones culturales de la física son relevantes para comprender la incorporación de la disciplina en los designios totalitarios del régimen. Según el decreto fundacional del CSIC, su objetivo era «restaurar la clásica unidad cristiana de las ciencias, destruida en el siglo » (Malet, 2008: 320). Para ello, la tradición universal y católica española (sic) debía combinarse con las necesidades de la modernidad. La promoción de la ciencia y de la alta cultura era clave para reconstruir el Imperio Español. En un influyente manifiesto sobre la política científica, el secretario general del CSIC, José María Albareda, argumentaba que la ciencia necesitaba ser guiada porque los científicos habían despreciado sus deberes respecto a Dios y la humanidad, estableciendo una «pseudo-ciencia atea» (Malet, 2009: 325). Si Albareda no tenía que dar más detalles sobre este concepto era porque sus lectores estaban familiarizados con su visión reaccionaria sobre la ciencia. Tales opiniones, en efecto, no eran del todo nuevas, pues se remontaban a los intentos de reconstrucción del tomismo en las últimas décadas del siglo , desplegados inicialmente alrededor de la termodinámica (Pohl-Valero, 2011). En 1877, el profesor de Física Bartolomé Feliú había defendido la «ciencia tomista» y advertido contra el crecimiento de la autoridad social de las ciencias naturales. Sus declaraciones encajaban en un intento más amplio para neutralizar la amenaza de una ciencia materialista y atea, reflejado en la encíclica el papa León XIII Aeterni Patris (1879). Así, en las primeras décadas del siglo , y como reacción a los discursos liberales y progresistas que asociaban la religión con la superstición y el atraso, los intelectuales conservadores instaron a «responder a la ciencia con la ciencia». El catolicismo debía reconciliarse con la ciencia si quería mantener su hegemonía en el mundo moderno (Herran, 2012). Otero proporciona un buen ejemplo del tipo de paradojas a las que se enfrentaba un físico católico en la España de Franco. Según su hagiógrafo, era «extremadamente crítico con el mundo moderno que rodeaba a la España de Franco [y] descifraba perfectamente el origen de la edad mecánica y la sociedad apóstata y pagana que los rodeaba y acosaba». Afortunadamente, la propia física proporcionaba una vía de escape a estos dilemas, porque el fin de la física clásica había bajado los humos al científico: «Se

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han ido para siempre los tiempos en que se pretendía que la Ciencia se separara de la Religión, época que tenía su ápice en el cambio de siglo, cuando la Física imbuida de una filosofía mecanicista, creía que con el descubrimiento de las leyes que rigen los fenómenos naturales era superfluo un Ser Divino que ordenase y hubiese fijado de antemano todas estas leyes que, en su armonía, no son sino el reflejo de la Sabiduría Divina... Hoy, la Ciencia más que nada nos acerca a Dios y, así, ocurre que, mientras en el siglo pasado abundaban los científicos que la soberbia de sus descubrimientos les había llevado al ateísmo, hoy, por el contrario, son raras la figuras cumbres de la Ciencia Universal no creyentes». Al revelar los límites del entendimiento humano, la mecánica cuántica podía integrarse fácilmente en el «esquema de la creación» (J. M. Otero, «Universitarias católicas cultivadoras de las ciencias», conferencia pronunciada en 1948, citada en de Andrés Martín, 2005: 22). El traductor de Spengler es un ejemplo del encumbramiento de esta visión inmediatamente después de la guerra civil. En 1940, García Morente fue ordenado sacerdote y predicó hasta su muerte (que se produciría dos años más tarde) la compatibilidad esencial entre ciencia y fe, retratando a santo Tomás como «el filósofo más moderno de nuestra generación» (García Morente, 1940: 71). La ciencia física, según él, era incapaz de explicar las entidades espirituales y metafísicas, «y cuando las ha tratado de administrar, como lo hizo en el siglo , ha llegado a conclusiones monstruosas» (García Morente, 1941: 184). Un joven físico y filósofo razonaba en los Anales de Física y Química que el progreso científico reciente había demostrado «la caducidad de algunas filosofías, y la enorme potencialidad explicativa de la filosofía escolástica, despreciada precisamente en otro tiempo en nombre de la ciencia. Es la venganza de la verdad» (Pániker, 1945: 575). Y el filósofo Xavier Zubiri (1898-1983), que había conocido a García Morente en las tertulias de Ortega, publicaba en 1944 la obra Naturaleza, Historia, Dios, una colección de ensayos que incluía «La idea de la naturaleza: la nueva física»: «El que esta física sea provisional no es un reproche, sino un elogio. Una ciencia que se halla en la situación de no poder avanzar, sin tener que retrotraerse a sus principios, es una ciencia que vive en todo instante de ellos. Es ciencia viva, y no simplemente oficio. Esto es, es ciencia con espíritu. Y cuando una ciencia vive, es decir, tiene espíritu, se encuentran en ella, ya lo hemos visto, el científico y el filósofo. Como que filosofía no es sino espíritu, vida intelectual». Estos puntos de vista marcaron a los científicos e ingenieros formados justo tras la guerra. Los estudiantes de ingeniería eléctrica del Instituto Católico de Artes e Industrias debían responder a preguntas de examen como «probar teológicamente que la existencia de Dios puede ser demostrada a través de la luz de la razón»; también se les pedía que discutieran el significado de la acausalidad en el libro de John von Neumann Mathematische Grundlagen der Quantenmechanik (1932), traducido al español por Ramón Ortiz Fornaguera, un discípulo de Terradas. En 1956, un conferenciante plenario en la Conferencia Nacional Ignaciana denunciaba la ofuscación de la tecnología moderna y la fe ciega en el progreso científico. Cargaba contra el materialismo

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dialéctico y la visión materialista y mecánica del universo, que había disuelto cuestiones éticas como las relaciones entre hombre y sociedad en una «mística social». La solución a este malestar radicaba en el humanismo científico: Afortunadamente, todavía queda un tercer punto de vista, el representado por la filosofía sana perenne, y más amplio y seguro todavía el representado por la concepción cristiana del mundo y del hombre que lo asume y completa. Esta concepción se puede sintetizar en la aceptación de Dios como inicio y fin de toda realidad y en la consecuente significación transcendente de todas las inquietudes y actividades humanas [...] A la vista de todos estos hechos parece justificado el afirmar que la creación de un verdadero humanismo científico solo podrá llevarse a cabo por medio de la integración de las actividades científicas dentro de un esquema cristiano del mundo, de un modo paralelo a la integración del humanismo renacentista dentro del orden cristiano llevado a cabo por San Ignacio (Sánchez del Río, 1956, en Sánchez del Río, 1995: 132). No eran las palabras de un ideólogo radical o de un agitador político, sino las del director de Investigación de la Junta de Energía Nuclear, director general de política científica del Ministerio de Educación y Ciencia y eventual presidente del CSIC Carlos Sánchez del Río, que recurría a la física espiritual casi veinte años después del fin de la guerra civil. 4. La apropiación de las instituciones y la física autárquica Del mismo modo que los físicos afines colaboraron con el régimen en el moldeado de la comunidad y la realineación cultural de la disciplina tras la guerra, tomaron las instituciones científicas, desde universidades a laboratorios de investigación pasando por sociedades científicas, dotándolas de nuevos significados políticos. El CSIC es un ejemplo bien conocido de instrumentalización de la ciencia: ya nos hemos referido a la ideología en la que se basaba su «defensa de Dios y de la Cultura Española», y a la relevancia de esta ideología para la física. Igualmente importante fue la proclamación en la ley de creación del CSIC de la intención de «sistematizar la investigación, aplicarla a desarrollar e independizar la economía nacional, y colocar la organización científico-técnica, en el primer plano de los problemas nacionales», un objetivo que abarcaba las nuevas instituciones de investigación y desarrollo dedicadas a la aeronáutica, la óptica y las ciencias nucleares.2 Junto a los institutos del CSIC, estas instituciones proporcionaron el contexto en el que se desarrollaría la física autárquica, la forma de física que prevaleció en España 2. «Ley de 24 de noviembre de 1939, creando el Consejo Superior de Investigaciones Científicas», Boletín Oficial del Estado, 28 de noviembre de 1939, 6668.

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desde el fin de la guerra civil hasta mediados de los años sesenta. Nuestra propuesta de caracterización puede entenderse a partir de tres aspectos. La física durante este periodo fue principalmente autárquica porque estuvo dirigida al desarrollo de tecnologías que impulsaran la autosuficiencia económica de España. También fue autárquica porque los físicos se comprometieron en el proceso de construcción del estado. Y, finalmente, fue autárquica en el sentido de autogestión, porque las normas de excelencia y las culturas de investigación nacionales prevalecieron sobre las internacionales, tal y como se refleja en los patrones de publicación y las carreras científicas. El hecho de que la autarquía económica nunca se lograra no menoscaba el argumento, sino que lo refuerza, pues pueden aplicarse matices similares a la noción de física autárquica en sus diversos significados. Es más, el fracaso posterior de la autarquía como política económica no impide considerar que desempeñó un papel clave en la construcción del régimen franquista. Justo después de la guerra, los laboratorios de la JAE, incluyendo el Instituto Nacional de Física y Química, se incorporaron al CSIC. En 1940, el INFQ fue dividido en dos institutos a partir de la tradicional división disciplinaria entre física y química, nombrados en honor de un astrónomo y un metalúrgico del Siglo de Oro del Imperio Español. Ambos institutos eran dirigidos, no obstante, por la misma persona, el casi octogenario profesor de farmacia José Casares Gil (1866-1961). Así, mientras que el INFQ había estado organizado en cinco secciones especializadas (electricidad y magnetismo, rayos X, espectroscopia, física-química y electroquímica), el Instituto de Física se organizó en tres: Óptica (bajo la dirección de Otero Navascués), Rayos X (Palacios) y Electricidad. En 1946, Otero logró que la sección de Óptica pasara a ser un instituto independiente, que tomó el nombre de otro filósofo natural de la España imperial, Benito Daza de Valdés. La física autárquica también se articuló alrededor del Patronato Juan de la Cierva (PJC), el más importante de los cinco patronatos del CSIC. El PJC acaparaba más de la mitad del personal y recursos del consejo en los años cuarenta, y tenía estrechos vínculos con el Instituto Nacional de Industria (INI), un instrumento central de la política autárquica creado en 1941. Hacia 1949, el CSIC había establecido siete institutos relacionados con la física, y un Consejo Nacional de Física coordinaba sus actividades. La investigación se focalizaba en áreas de interés industrial y militar: el diseño de instrumentos de óptica, el análisis cristalográfico de metales y la determinación de las propiedades eléctricas de materiales, como la ferro-resonancia, que parecían relevantes para el diseño de circuitos electrónicos. Los físicos no parecen haber sido inicialmente muy numerosos en el CSIC: en el periodo 1940-1955 solo representaban el 2 % del personal, en comparación con un 42 % de químicos. Sin embargo, estas cifras podrían ser equívocas, porque buena parte de la comunidad trabajaba en otras instituciones creadas en áreas estratégicas relacionadas con la física. Nos hemos referido anteriormente al Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica (INTA), creado en 1942 como un departamento del Ministerio

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del Aire. Desde 1944, el Laboratorio y Taller de investigaciones del Estado Mayor de la Armada (LYTIEMA) realizó investigaciones en óptica bajo la dirección de Otero, proporcionando vidrio óptico y desarrollando equipo militar bajo licencia de Zeiss, que luego serían fabricados por la Empresa Nacional de Óptica (ENOSA). Estos institutos estaban dirigidos por una élite de oficiales de alto rango e ingenieros de la Armada, como Juan Vigón Suerodíaz (1880 1955), jefe de estado mayor del Ejército del Norte durante la guerra civil y ministro del Aire; Juan Antonio Suanzes (1891-1977), un ingeniero naval que presidía el Instituto Nacional de Industria, y Luis Carrero Blanco, ministro de Presidencia del Gobierno. Como Otero, habían dirigido laboratorios militares antes de la guerra, y mantenían vínculos profesionales y personales con sus homólogos alemanes (Presas, 2008). Combinando un importante apoyo financiero del estado, e investigación orientada a la fabricación de artefactos, estas instituciones eran la plasmación de la Big Science en un régimen totalitario y empobrecido, que esperaba obtener ventajas de la guerra fría, y son una muestra de la importancia de los militares en la configuración del sistema español de investigación y desarrollo. Como en otros países, las ciencias nucleares constituyeron un mundo aparte en cuanto a niveles de inversión y valor estratégico. Sus promotores en España podían argumentar fácilmente que la construcción de un reactor nuclear experimental y la obtención de uranio requerían inversiones «del orden de los grandes gastos de un Estado, tales como los del Ejército y la Marina, y que deben juzgarse de acuerdo con la futura importancia de la física nuclear aplicada para la industria y la economía» (documento anónimo sin fecha de Presidencia del Gobierno, citado en Romero de Pablos y Sánchez Ron, 2001: 25). En 1948 se creó mediante Decreto Reservado la Junta de Investigaciones Atómicas, que en 1951 se convirtió mediante Decreto Ley en Junta de Energía Nuclear (Romero de Pablos y Sánchez Ron, 2001: 16-17 y 43-48). Entre 1946 y 1951 se dedicaron a formación e investigación, prospección y minería del uranio, y a intercambios internacionales, la considerable suma de 12 millones de pesetas: en 1946, el patronato Juan de la Cierva recibió alrededor de 16 millones de pesetas, lo que significaba cerca de la mitad del presupuesto total del CSIC. Hacia 1950, y bajo la lógica de la independencia tecnológica, la JEN se transformó en la institución científica más importante de España. Según los datos proporcionados por el Gobierno español en 1963, año en el que se elaboró el primer estudio completo sobre la financiación de la ciencia, los gastos en I+D se elevaban a 1.513,8 millones de pesetas, dos terceras partes de los cuales estaban dedicados a la energía nuclear, la investigación agrícola y biológica, y la geología y minería (Roqué, en este volumen). En paralelo a la ocupación de cátedras, estos desarrollos institucionales ayudan a explicar por qué la productividad en física, al margen de su calidad, no declinó, sino que continuó creciendo después de la guerra. Los Anales de Física y Química, órgano de la Sociedad Española de Física y Química (establecida en 1903), continuaron siendo la revista de preferencia de los físicos españoles hasta los años sesenta. El exhaustivo estudio de Valera Candel y López Fernández de esta revista y de sus cambios en los

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patrones de publicación entre 1903 y 1963 muestra que la guerra civil no tuvo efectos en la proporción de artículos de física en la revista, que permaneció estable alrededor del 25 %, pero que dicha continuidad no es extrapolable a los autores ni los temas tratados. Tan solo dos de los autores más prolíficos de los periodos 1931-1937 y 1940-1949 (Palacios y Bru) mantuvieron el ritmo de publicación, siendo su trabajo en cristalografía «el único vínculo significativo entre la física de antes y después de la guerra civil» (Valera Candel y López Fernández, 2001: 205). Si cruzamos los datos de los Anales con la información proporcionada por el ISI Web of Science, el contraste entre las pautas de publicación antes y después de la guerra es aún más evidente. Aparte de Palacios y Bru, cinco de los físicos que figuran en el periodo 1931–1937 (Cabrera, Catalán, Duperier, Velayos y Julio Garrido) publicaron un total de 63 artículos en revistas internacionales. En cambio, en el periodo de 1940-1949 tan solo aparecen tres físicos (Durán, Otero y Leonardo Villena) y 16 documentos. La tendencia continuó en la década de los cincuenta: el grupo de Catalá en Valencia publicó 57 artículos en el periodo 1950-1958, pero la mayoría de ellos aparecieron en los Anales y solo dos de ellos en revistas internacionales. Estos resultados coinciden con las conclusiones de Antoni Malet, quien ha descrito la política de publicaciones inflacionista del CSIC y ha señalado la existencia de «autores autárquicos [...] autores altamente productivos [...] cuando se trata de publicar en revistas españolas o en español, pero que apenas publican o no publican en revistas internacionales. » La distribución temática de los artículos revela también el impacto de la guerra. Los campos más representados en los Anales antes de 1936 eran el magnetismo, la química física, electroquímica, espectroscopia y difracción de rayos X, lo que corresponde a las cinco secciones del INFQ. Junto con la astronomía y la meteorología, estos campos redujeron drásticamente su presencia a partir de 1940, al mismo tiempo que ascendían la óptica y la física nuclear. En 1940-1949, los trabajos sobre óptica (36,5 %) superaban en número a los de cualquier otro campo, y a mediados de los años sesenta la física nuclear (33,7 %) había tomado el relevo (la suma total para el periodo 1940-1965 es del 25,4 % y el 16,1 %, respectivamente). Para Valera Candel y Fernández López, la ascensión de la óptica al lado de las poderosas ciencias nucleares era «desconcertante», pero deja de serlo si tenemos en cuenta los desarrollos que acabamos de mencionar. Así, junto con las tendencias generales de la disciplina, dinámicas de índole local explican los equilibrios entre áreas de la física, que reflejan asimismo el diseño institucional de la investigación científica en la España de Franco. Estas dinámicas debieran considerar también el desarrollo de la instrumentación y la metrología. Antes de la guerra, el Gobierno republicano había puesto en marcha algunas iniciativas en el ámbito de las ciencias aplicadas, como la creación de la Fundación Nacional para Investigaciones Científicas y Ensayos de Reformas, establecida en 1931, con el objetivo de promover el desarrollo tecnológico y vincularlo a la reforma social (López García, 2008; Romero de Pablos, 2008). En las ciencias físicas, sin embargo, predominaron investigaciones sobre problemas fundamentales, relaciona-

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das con programas de investigación internacionales. El know-how adquirido por los físicos en el extranjero, gracias a los programas de la JAE, se convirtió por lo general en la columna vertebral de sus investigaciones posteriores. Así, el trabajo de Cabrera sobre el magnetismo y su compromiso con magnetón de Weiss como la unidad natural del magnetismo llevan la impronta de su estancia en el laboratorio de Pierre Weiss en el Instituto Federal Suizo de Tecnología de Zurich, mientras que las investigaciones espectroscópicas de Catalán se vinculan directamente con su estancia en el laboratorio de Alfred Fowler en el Imperial College de Londres. A su regreso, los físicos españoles se habían readaptado a una cultura de la escasez en el ámbito experimental (término de Glick), lo que significa que o bien se esforzaron por obtener equipos grandes y robustos, que les duraran toda su carrera (esto explica, por ejemplo, la preferencia de Catalán por una rejilla cóncava de difracción de 21 pies en vez de una de diez pies, aunque la primera tomara mucho más tiempo para llegar), o cambiar a temas de investigación menos costosos (tras su trabajo en el laboratorio de baja temperatura de Heike Kamerlingh Onnes en Leiden, Palacios pasó a trabajar en España sobre la difracción de rayos X). El Laboratorio de Mecánica Industrial y Automática, dirigido por Leonardo Torres Quevedo, alivió en cierta medida la pobreza material de los laboratorios españoles mediante el diseño, adaptación, producción y certificación de instrumentos para los institutos de la JAE y universidades. Sin embargo, difícilmente podría ser considerado como un laboratorio físico nacional y, por lo general, los físicos tuvieron que importar los equipos más avanzados. Hasta la creación en 1954 de un Centro de Metrología Física (el Centro Metro-Físico), el INTA actuó como un laboratorio no oficial de metrología. Ahora bien, la restricción de las inversiones, junto con la política de privilegiar los instrumentos producidos en España, impidió la adquisición de equipamiento avanzado. Los instrumentos conservados de aquel periodo ofrecen testimonio de la escasez de material (Romero de Pablos, 2008: 134). Entre las excepciones, puede contarse el primer microscopio electrónico traído a España (un UEM-2A de la RCA), que fue inaugurado por Franco el 31 de enero de 1948 en el Instituto de Óptica dirigido por Otero Navascués. Y también hubo ambiciosos desarrollos técnicos autóctonos que en última instancia no tuvieron éxito, como el proyecto de José María Santesmases para construir una computadora digital española. Tras completar una tesis sobre circuitos ferro-resonantes y obtener una cátedra de física industrial en la Universidad de Madrid, Santesmases pasó seis meses de 1949 en Cambridge, trabajando con Maurice Wilkes en la calculadora electrónica EDSAC, y otros quince meses en el Laboratorio de Computación dirigido por Howard H. Aiken en la Universidad de Harvard, donde se desarrolló un circuito para el ordenador Mark IV. De vuelta a España, Santesmases se propuso construir una calculadora digital basada en el fenómeno de la biestabilidad ferro-resonante, pero tanto el Ministerio de Industria como dichos circuitos demostraron ser menos fiables de lo que esperaba. El proyecto fue complicándose y la llegada del transistor acabo dándole la puntilla (López García, 1994: 321-31). Aunque Santiago López considera este

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caso como un ejemplo de los prejuicios de la industria local con respecto a las tecnologías nacionales, para nosotros refleja más bien el cambio de prioridades y alianzas del final del primer franquismo, ejemplificado por el abandono de la política autárquica y el creciente acercamiento político y económico de España a los Estados Unidos. El programa nuclear de JEN sería otro buen ejemplo. Concebido inicialmente como un programa de desarrollo integral e independiente, el programa incluía la obtención de uranio, su tratamiento, la construcción de reactores, la formación de ingenieros nucleares y el establecimiento de instalaciones para la producción de isótopos radiactivos. Con el fin de obtener transferencia de tecnología, la JEN sostuvo intensas relaciones internacionales, primero con Italia y Alemania, y luego con los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Estas relaciones llevaron a abandonar la idea de desarrollo independiente. Los primeros ordenadores digitales que funcionaron en España fueron adquiridos a los Estados Unidos, mientras que la JEN se limitó finalmente a la tarea de adaptar la tecnología americana de reactores dentro del programa de Átomos para la Paz. La física autárquica se transformó con los intentos del régimen por superar su aislamiento internacional. Así, al finalizar la segunda Guerra Mundial, el Gobierno español concedió un crédito de 40 millones de pesetas para intensificar los intercambios culturales con el extranjero. El CSIC desempeñó un papel central en este plan, recibiendo fondos para becas de investigación en el extranjero (unas 340 entre 1945 y 1948, la mayor parte en los Estados Unidos), y para invitar a investigadores extranjeros a España (692 visitas entre 1944 y 1953). La física fue una de las áreas más privilegiadas en los programas de intercambio, junto a las matemáticas, la química y la medicina (Delgado, 2007). Las conferencias internacionales y las conmemoraciones institucionales, como la del décimo aniversario del CSIC en 1949, fueron importantes instrumentos de legitimación del régimen. La elección de científicos prestigiosos como miembros corresponsales de academias científicas proyectó también una imagen de normalidad institucional, y la participación en instituciones extranjeras era asimismo valorada. La legitimación y el reconocimiento internacionales dependían, no obstante, de los intereses de las instituciones extranjeras, y se alcanzaron en tanto sus intereses se correspondían con los españoles. Por poner un ejemplo, el British Council reanudó sus actividades en España poco después de acabar la guerra civil, con «dos objetivos principales: el mantenimiento y extensión de los contactos con líderes en los campos intelectual, artístico, médico, científico y técnico (muchos de los cuales reconocidos internacionalmente) y la promoción de una mayor comprensión de lo británico entre los numerosos estudiantes españoles y la clase media española».3 Un informe de marzo de 1943 registraba las actitudes ambivalentes tanto de los oficiales británicos como de los científicos españoles con los que contactaban. «Parece que ha habido un gran 3. K. R. Johnstone, «The British Council. Report on a Visit to Spain and Portugal, 17 Nov – 22 Dec 1947», n.d., Royal Society Archives, HD/8/4/67, en p. 2.

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cambio de actitud respecto de la Causa Británica desde el avance del Octavo Ejército en El Alamein», informaba Robert A. McCance, por entonces profesor de medicina en Cambridge. «Los españoles han decidido en su fuero interno que los aliados probablemente ganarán la guerra y se están preparando para ello».4 Cuando la victoria aliada se materializó, España quedó aislada debido a sus simpatías por el Eje pero dichas relaciones persistieron. El Instituto Francés actuó de forma parecida. A partir de 1946, los sucesivos attachés scientifiques de la Embajada Francesa (Marie-Louise Josien, Marguerite Cordier y, sobre todo, Claude Colin) dinamizaron el conocimiento de la física en Barcelona mediante un círculo de estudios sobre la ciencia. Entre 1955 y 1965 Colin dio clases de mecánica cuántica en la Universidad de Barcelona y fue el principal responsable de que en algunas promociones casi la mitad de los licenciados de física en Barcelona obtuvieran una beca para continuar sus estudios en Francia (Carpio, 2010, y Carpio en este volumen). Tal como se pretendía, estas acciones aumentaron la influencia francesa en el sistema de investigación español. Más que cualquier otra razón, fue la guerra fría la que ayudó a acabar el ostracismo del régimen de Franco, que se convirtió en un aliado de la estrategia de los Estados Unidos en el sur de Europa. El fin del aislamiento internacional también implicó el abandono gradual de la autarquía, que había sido económicamente desastrosa. 5. Conclusiones En este ensayo hemos intentado repensar las relaciones entre la física, la ideología y el poder en España durante las primeras décadas del franquismo. Algunos de los elementos de nuestra historia (la destrucción de la universidad, el impacto del exilio, el énfasis en la investigación aplicada) han sido reconocidos anteriormente; otros, en particular la justificación ideológica del estudio de la física moderna, no lo habían sido hasta ahora. Hemos intentado entender cuál fue el significado de la disciplina en el orden político y social del franquismo, en particular tras la guerra civil, y cómo los físicos contribuyeron y se adaptaron a dichos significados. Aunque esperamos que nuestro argumento sea corregido y expandido, creemos que ya no será posible asumir que los físicos se mantuvieron al margen, o que la dictadura no afectó de ninguna manera a la disciplina. Del mismo modo que la autarquía no comprende la totalidad del franquismo, la física autárquica no alcanzó al final de la dictadura, extinguiéndose durante los años sesenta, junto con los científicos y primeros dirigentes de la política científica franquista. En 1966 murió Albareda, secretario general del CSIC, y ese mismo año se 4. R. A. McCance, «Visit to Iberian Peninsula, 1 Feb – Mar 1943», n.d., Royal Society Archives, HD/8/4/7, en p. 2.

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desmanteló el Consejo Nacional de Física de Otero Navascués. Palacios murió en 1970, aunque su influencia hacía tiempo que se había desvanecido a causa de su postura antirrelativista, que no encontró eco. La creación de nuevas agencias estatales de investigación, siguiendo las recomendaciones de la OCDE, permitieron a una nueva generación de profesores de universidad desafiar la hegemonía del CSIC, poniendo en entredicho la identificación entre investigación y el consejo. En 1968 los dirigentes del CSIC todavía asumían que el programa de intercambio entre la Royal Society y España «estaba restringido exclusivamente a científicos del CSIC y no incluía a los de la universidad que no estuvieran conectados con el CSIC», tal y como informaba el oficial científico del British Council en España, Robert T. Taylor.5 Sin embargo, a principios de 1970 los científicos universitarios producían más de la mitad de los artículos en los Anales, en comparación con un 10 % en los años cincuenta. La demografía explica en parte estos cambios. Un informe de 1982 mostraba que había alrededor de 1000 físicos en España, de los cuales el 70 % trabajaba en universidades, un 17 % en el CSIC, un 11 % en otros organismos públicos y tan solo un 1 % en la industria (Segovia et al. 1982). El CSIC estaba experimentando a su vez cambios profundos, que llevaron a la victoria de la componente científico-académica del consejo, frente a los militares «modernizadores» y los sectores tecnológicos (Sanz Menéndez y López García, 1997: 80; Sanz Menéndez, 1997). La física autárquica, en cualquier caso, no puede considerarse como predecesora directa del desarrollo posterior de la física en España, sobre todo a partir de finales de los sesenta, cuando la expansión del sistema universitario, la aparición de nuevas agencias y prácticas de financiación y, sobre todo, la creación y renovación de la comunidad en las universidades la pusieron en una vía muy distinta. La nueva física que empezó a fraguarse mientras el régimen agonizaba fue desde muchos puntos de vista una reacción a la física autárquica. La publicación en revistas extranjeras se convirtió gradualmente en la norma, más bien que la excepción; las colaboraciones internacionales se basaron cada vez más en prácticas de investigación compartidas, y la aplicación práctica inmediata quedó relegada a favor de la física básica hasta el punto que, en los años noventa, los partidarios de una mayor integración entre universidad e industria usaban a menudo el argumento histórico de que dichos vínculos nunca habían cuajado en España. La física autárquica había desaparecido, y con ella la memoria de la forma de física intensamente ideológica, aplicada y militarizada que prevaleció en España al fin de la guerra civil.

5. R. T. Taylor en H. W. Thompson, 20 de febrero de 1968, Royal Society Archives, HWT/20/32.

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Agradecimientos Este trabajo ha sido elaborado en el marco de los proyectos HAR2008-05039/HIST «Bases para una historia de la física en España en el siglo » y HAR2011-27308 «Física, cultura y política en España», del Ministerio de Ciencia e Innovación. Agradecemos a la Royal Society el permiso para citar documentos en sus archivos. Referencias bibliográficas C, M. L.; G-R, C. 2000. «In Memoriam: Armando Durán Miranda (1913-2001)». Óptica Pura y Aplicada, 33 (1), 3-16. C, A. 2010. Ciència i política exterior francesa a l’Espanya de Franco: el cas dels físics catalans. Barcelona: Institut d’Estudis Catalans. C H, A.; N, V.; V, J. 2011. «Los orígenes de la investigación experimental en Física Nuclear y de Partículas en España». Revista Española de Física, 25 (2), 54-61. C M, J. 2006. El atroz desmoche. La destrucción de la universidad española por el franquismo, 1936-1945. Barcelona: Crítica. D A M, J. R. 2005. José María Otero de Navascués, Enríquez de la Sota, Marqués de Hermosilla. La baza nuclear y científica del mundo hispánico durante la guerra fría. México: Plaza y Valdés. D, L. 2007. «Dimensión internacional del CSIC». En P-S, M. A. (ed.) Tiempos de investigación, JAE-CSIC, 100 años de ciencia en España. Madrid: CSIC, 269-77. G M, M. 1940. «La razón y la fe en Santo Tomás de Aquino» (Valladolid: Universidad de Valladolid, 1940). En: G M, M. Obras Completas. II (1937-1942), vol. 2 (Madrid/Barcelona: Fundación Caja de Madrid/Anthropos, 1996). G M, M. 1941. «El espíritu científico y la fe religiosa» (conferencia en Pamplona, 12 de octubre de 1941, publicada en El Pensamiento Navarro entre el 14 y el 23 de octubre de 1941). En: G M, M. Obras Completas. II (19371942), vol. 2 (Madrid/Barcelona: Fundación Caja de Madrid/Anthropos, 1996). G, T. F. 1986. Einstein y los españoles: ciencia y sociedad en la España de entreguerras. Madrid: Alianza, reed. Madrid: CSIC, 2005. G, T. F.; S R, J. M. 2006. «Science frustrated: The ‘Einstein institute’ in Madrid». Minerva, 44 (4), 355-78. H, J. 1984. Reactionary Modernism: Technology, Culture, and Politics in Weimar and the Third Reich. Cambridge: Cambridge University Press. H, N. 2008. «“A Subversive Element”: Science, Politics and the Early Appropriation of Radioactivity in Spain». En: B S, J. R.; V T-

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