Los evangélicos y lo político: análisis histórico y nuevos acercamientos
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Revista Praxis Evangélica, Nº 20, 2012, pp.105-‐119 – ISSN 1677-‐9878
Los evangélicos y lo político: análisis histórico y nuevos acercamientos Por Nicolás Panotto
Introducción La relación entre los evangélicos y la política es ciertamente compleja y paradójica. Por un lado, ha existido (y aún persiste con fuerza) un discurso fuertemente “apolítico” dentro de las iglesias, que insiste en la postura de que ellas no deben comprometerse en política (sea como sea que ello se comprensa), para no apartarse del “verdadero objetivo” que delinea la identidad de las iglesias: el cuidado y salvación de las almas, y el dar batalla a los complejos fenómenos que se gestan en el “mundo espiritual”. El trasfondo de estas ideas es igualmente complejo. Dentro de él, no podemos negar la fuerte influencia de las corrientes misioneras norteamericanas y europeas, que imprimieron en América Latina una disputa ajena a nuestro contexto, como fue la lucha entre fundamentalistas y liberales a inicios del siglo XX. Todo destello de ideología o visión política que pueda traslucirse en el discurso teológico, implicaba un acercamiento a esta última corriente. De aquí un gran desarrollo teológico que sostuvo y sostiene esta apoliticidad eclesiológica y discursiva, que derivo no solamente en una carencia de reflexión social por parte de la iglesia (un tema que ha denunciado la comunidad de la Fraternidad Teológica Latinoamericana –FTL-‐ desde sus inicios) sino que también solapó las funcionalidades y consecuencias políticas de esta supuesta apoliticidad. En otros términos, este discurso legitimó formas y modos de pensamiento socio-‐políticos nefastos para nuestras culturas, por el hecho de presentarse como baluartes de la buena moral y en defensa de una “sociedad cristiana”. Pero la práctica de las iglesias evangélicas ha mostrado otros matices, al menos en lo que respecta a cómo han asumido conciente o explícitamente lo político en su cotidianeidad. Como veremos más adelante, ellas han acompañado, en mayor o menor medida, los diversos procesos socio-‐políticos que ha atravesado el continente, en especial en las últimas cuatro décadas. Esto lo podemos ver en el lugar que las iglesias han asumidos frente a diversos sucesos, tales como las dictaduras militares, los procesos de reconstrucción de los regímenes democráticos, las oleadas neoliberales que asolaron el continente en la década de los ’90 y los nuevos procesos regionales en los últimos diez años. Estos acontecimientos han despertado diversas reflexiones teológicas y socio-‐ antropológicas, donde la FTL ha sido un actor importante. Lo que deseo hacer en esta presentación es un breve resumen y análisis de estos procesos, con el propósito de evidenciar los tipos de relación que se han construido entre el escenario político y las comunidades religiosas a lo largo de la historia reciente, como base para pensar sobre los desafíos que presenta nuestro contexto a la tarea teológica.
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Evangélicos y política en América Latina El involucramiento político evangélico: una visión histórica Aunque no es el espacio para hacerlo con la profundidad que merece, vale hacer un breve recorrido por la historia política del continente latinoamericano y su relación con la iglesia evangélica, para contar con un marco general desde dónde fundamentar nuestras reflexiones. Creo importante considerar cinco etapas, entendidas de la siguiente manera: 1. Nuevos procesos políticos en tiempos de posguerra (1960-‐1976) 2. Golpes militares (1968-‐1990) 3. Recuperación de procesos democráticos (1981-‐1990) 4. Ola neoliberal (1990-‐2000) 5. Crisis y nuevos procesos populares (2000 al presente) Con respecto al primer período, fue un tiempo clave donde comenzaron a dividirse las aguas dentro del pueblo evangélico, especialmente en lo referido a la respuesta frente a los procesos de revolución y transformación política dentro del continente. El surgimiento de la teología de la liberación en el mundo católico profundizó aun más las discrepancias, aportando a la polarización entre quienes resistían dicha corriente y los que deseaban entablar un diálogo constructivo. Fue así que buena parte de iglesias históricas se encolumnaron tras esta propuesta, mientras el resto de las denominaciones asumieron una visión crítica al respecto, y con ello al compromiso político que promovía, más aún en este caso, que representaba cierto aroma comunista (aquí los misioneros norteamericanos ejercieron una gran influencia). Es en este momento que nace la Fraternidad Teológica Latinoamericana como un intento de construir una visión matizada, aportando a la promoción del compromiso socio-‐político desde una perspectiva evangélica, pero mostrando resistencias y diferencias con las corrientes liberacionistas y ecuménicas.1 A este período le siguen los golpes militares, comenzando con Perú en 1968 y culminando con Chile en 1990 (eso sin contar la dictadura de Stroessner en Paraguay, que duró de 1954 a 1989) Vemos que, a grandes rasgos, la posición de las iglesias evangélicas fue complaciente con los gobiernos de facto. En una mayoría de los casos existió una connivencia teológica, ideológica y discursiva, alineada con la resistencia al “ateismo comunista” y con la defensa de la “sociedad occidental cristiana”. En algunos casos, como en Chile y Guatemala, existió un apoyo institucional más explícito. El regreso de la democracia coincidió con un fuerte crecimiento de la iglesia evangélica, especialmente en la vertiente Pentecostal. Este aumento de la figura pública de los evangélicos permitió la incursión de este sector religioso en las arenas político-‐partidarias.2 Hubieron intentos de formación de “partidos evangélicos” (como el caso de Argentina y Venezuela) como también se incluyeron 1
Ver René Padilla, “Liberation Theology: an appraisal” en Daniel Schipani, ed., Freedom and Discipleship. Liberation Theology in an Anabaptist Perspective, Orbis Books, Maryknoll, 1989, pp.34-‐ 50 (hay traducción al castellano); Samuel Escobar, La fe evangélica y las teologías de la liberación, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1987 2 Ver René Padilla, comp., De la marginación al compromiso. Los evangélicos y la política en América Latina, FTL, Buenos Aires, 1991
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gran número de diputadores y senadores. Cabe destacar que la mayoría de estas personas y agrupaciones pertenecieron a partidos y corrientes de centro-‐derecha, o con una clara línea liberal y neoliberal. La década de los ’90 trajo consigo una gran oleada neoliberal en la región (la cual no está totalmente desconectada del período anterior, ya que –como muchos/as afirman-‐ los golpes militares significaron, principalmente, la implantación y “experimentación” de las políticas neoliberales en la región) El descrédito de las políticas estatales en esta época evidenció también el fracaso de los intentos partidistas del pueblo evangélico, que poco a poco fueron menguando. De todas formas, podríamos decir que existió una connivencia entre la lógica neoliberal y parte de las iglesias evangélicas, no ya desde un compromiso directo (aunque ello tampoco valía la pena ya que la misma institucionalidad político-‐ partidaria se encontraba diluida) sino desde perspectivas teológicas, discursivas y eclesiológicas circulantes en ese entonces, tales como las mega-‐iglesias, la teología de la prosperidad y los programas empresariales de formación de liderazgo. Crecimiento, contabilidad, consumo, eficacia, resultados, son términos que representaron tanto el campo político como el evangélico en este período. La profunda crisis que trajo el neoliberalismo a partir de mitad de los ´90 conllevó a una reestructuración del escenario socio-‐político actual. Esta lógica socio-‐política aún persiste con gran fuerza e influencia en nuestras sociedades. Por mucho tiempo el neoliberalismo ha afianzado el poder de organizaciones y grupos de poder en la región, como también ha desarmado el tejido social y las estructuras económicas internas. Deshacerse de estas estructuras tomará demasiado tiempo. De todas formas, vemos en la actualidad nuevas búsquedas, vinculadas con la emergencia de nuevos actores socio-‐políticos y la reivindicación de políticas públicas estatales. Las comunidades evangélicas tienen actualmente un lugar central en esta pluralización del escenario político, ya no únicamente desde la participación partidaria sino desde un compromiso con la “cotidianeidad política” del continente, sea a través de ONGs, trabajo con municipios, asambleas barriales, etc.3 No hay que olvidar que esta re-‐politización que vive tanto el contexto social general como las propias iglesias, trajo consigo ciertas polarizaciones, que inscriben en su seno la tensión existente entre diversas posturas ideológicas. Aunque el panorama es más matizado que décadas atrás, sigue llamando la atención la presencia de fuerzas encontradas y hasta antagónicas dentro del campo evangélico, con una preponderancia de corrientes conservadoras y de derecha. Evangelio y política desde la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL)4 El pensamiento y aporte de la FTL ha estado presente a lo largo de estos procesos. Ya vemos en la “Declaración de Cochabamba” en 1970 –la cual sirvió como plataforma de inicio del movimiento-‐ una intencionalidad por discernir teológicamente desde la fe los nuevos escenarios socio-‐políticos. Es así que leemos: “Las ideologías de hoy, que nos desafían con creciente vigor, pueden ser también el aguijón que Dios quiere usar para que escuchemos Su voz”.5 Otro suceso 3 Joanildo Burity, “Religião, política e cultura” en Tempo Social, Nro. 20, 2, 2008 4 En este apartado realizaré un análisis del pensamiento de la FTL reflejado en la documentación
publicada a lo largo del período estudiado. 5 En Samuel Escobar, Evangelio y realidad social, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1988, p.219
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importante en esta época fue el Congreso de Lausana en 1974. Los aportes de René Padilla circulantes en aquel evento6 no trataban de política propiamente dicha, pero sí implicaron la profundización de un tema poco desarrollado hasta entonces dentro del campo evangélico en general: el compromiso social de la iglesia. Como mencionamos anteriormente, las voces de la FTL construyeron una “tercera vía” entre los discursos teológicos dominantes en aquella época: la teología de la liberación (en su expresión católica y protestante) y el fundamentalismo evangélico. Ya entrando en los ´80, vemos una sistematización de los aportes de la FTL, especialmente en lo referido a la participación partidaria de los evangélicos que, como dijimos, era creciente por esta época. La “Declaración de Jarabacoa” en 1983 es uno de los documentos más relevantes al respecto. El evento convocante para dicha declaración, titulada “La teología y la práctica del poder” (24 al 29 de mayo de 1983, República Dominicana),7 trató temas centrales como orden político, autoridad política, Estado, entre otros. En este caso, hay un intento de buscar bases bíblico-‐teológicas para la praxis e institucionalidad política naciente en ese momento, con el propósito de indagar en torno a fundamentos de la práctica evangélica en ellos como también exponer advertencias sobre el vínculo entre estos dos espacios. Aunque este documento representa un avance importante en la reflexión política evangélica, aún así posee grandes limitaciones en sus concepciones fundamentales, al querer aplicar ciertos elementos teológicos y prácticas hermenéuticas conservadoras para explicar el contexto socio-‐político vigente. También se evidencia una división entre política institucional y sociedad civil, y una circunscripción de lo político al primer ámbito. Por último, hay una fuerte relación entre la práctica política y el sentido de identidad nacional, que no permite ver la primera más allá de una circunscripción nacionalista. Ya pasadas las primeras experiencias partidarias del pueblo evangélico –las cuales no fueron muy positivas-‐, la FTL comienza a abrir el campo de análisis. En una compilación de ensayos, titulado De la marginación al compromiso editado por René Padilla, se analizan los factores del crecimiento de los evangélicos en el campo político, atribuyéndolo a la relación entre ciertas particularidades de lo eclesial y el campo socio-‐político: un congregacionalismo que fomenta lo comunitario, la respuesta de la iglesia frente a la crisis socio-‐económica, la visión laicista, entre otros. De todas formas, ya comienza a advertirse una des-‐ romantización de este involucramiento. Padilla lo expresa de la siguiente manera: “Aparte de la política de Jesús –la política del reino de Dios-‐, no hay política cristiana: solo hay cristianos que sirven a Dios en el campo político”.8 En el mismo Tercer Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE III, 1992), vemos que una de las plenarias se dedica al tema “Evangélicos y política en América Latina”, donde Robinson Cavalcanti dice: “La cuestión política entre nosotros en la década de los noventa no es más si debemos o no participar de las actividades políticas, sino cómo, porqué y para qué participar”.9 De aquí, Cavalcanti 6 Algunos de estos aportes se encuentran en René Padilla, Misión Integral. Ensayos sobre el Reino y la iglesia, Nueva Creación, Buenos Aires, 1986, caps.1-‐3 7 Todas las ponencias y ensayos de este evento están compilados en Pablo Deiros, comp., Los evangélicos y el poder político en América Latina, Nueva Creación, Buenos Aires, 1986 8 René Padilla, De la marginación al compromiso, p.17 9 Robinson Cavalcanti, “Evangelio y política en América Latina” en CLADE III, FTL, Buenos Aires, 1993, p.221
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hace un llamado a reflexionar sobre los fundamentos de la práctica política, especialmente en lo que refiere al necesario análisis social, las perspectivas ideológicas, las visiones utópicas, entre otros elementos. Pero en esta ponencia sigue existiendo una clara división de lo político con lo ciudadano o lo popular; o en palabras del mismo Cavalcanti, entre “acción política” y “acción social”.10 Con la crisis del neoliberalismo y de los modelos políticos tradicionales, el cuestionamiento de la FTL contra las instituciones partidarias se hace aun más evidente. Así encontramos en la obra titulada Iglesia, ética y poder una recopilación de escritos del teólogo anabautista John H. Yoder sobre la “alteridad de la iglesia” y la crítica de Cristo a los poderes, otro interesante ensayo de Lilia Solano sobre las lógicas de poder y su relación con perspectivas teológicas misionales y teologías sobre “mapeo espiritual”, y la advertencia de René Padilla sobre la “constantinización” de la iglesia evangélica, la cual había caído en el mismo error que la iglesia católica y su visión de “cristiandad”.11 Hay dos fenómenos a resaltar en esta etapa. En primer lugar, hay una búsqueda de nuevos abordajes sobre la politicidad de la iglesia. Ella ya no implica la relación de la iglesia con partidos o el Estado. Lo político de la iglesia, más bien, se encuentra en su misma identidad. De aquí podemos entender la gran difusión que tuvo un pequeño libro de José Míguez Bonino –publicado por la FTL en 1999-‐ titulado Poder del evangelio y poder político, donde se denuncia el mal uso del poder por parte de la iglesia y la romanización de la “incorruptibilidad” de la fe. Por ello, en esta obra Bonino ofrece diversos modelos de participación política desde la tradición protestante, enfocados en la acción de las comunidades eclesiales.12 En otras palabras, lo político de la fe ya no se vincula sólo al tipo de relación con el campo político institucional sino con la práctica socio-‐política transformadora de la comunidad de fe en su contexto concreto, quien también trabaja junto a otros movimientos, organizaciones e instituciones en dicha tarea.13 En segundo lugar, conectado al punto anterior, vemos que la reflexión socio-‐ política de la FTL comienza a ampliarse hacia otros campos y prácticas, donde vemos, por ejemplo, estudios desde la perspectiva de la misión integral sobre el impacto y lugar que poseen proyectos sociales y ONGs.14 También surgen
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Dice Cavalcanti: “La acción política, en contraste con otras expresiones de acción social (la filantropía y los proyectos comunitarios) busca lo macro, lo estructural, lo causal, y no lo micro, lo coyuntural, lo que es consecuencia. Esa acción se da a nivel de los cristianos como individuos, por la iglesia como institución y por los movimientos y entidades intereclesiásticos, movidos por los mismos principios, en la diversidad de sus vocaciones, carismas, necesidades y posibilidades”. Ibíd., p.225 11 J. Yoder, L. Solano, R. Padilla, Iglesia, ética y poder, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 1998 12 José Míguez Bonino, Poder del evangelio y poder político, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 1999 13 En este tiempo se hace muy conocido el libro de René Padilla y Tetsunao Yamamoti, eds., La iglesia local como agente de transformación. Una eclesiología para la misión integral (Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2003), el cual se presenta como una propuesta que viene a “llenar una laguna” en el pensamiento evangélico dentro del campo de la eclesiología. 14 Tetsunao Yamamoti, ed., Servir con los pobres en América Latina, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 1997; René Padilla y Tetsunao Yamamoti, eds., El proyecto de Dios y las necesidades humanas, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2006 (segunda edición)
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abordajes sobre diversas temáticas sensibles, tales como género,15 pueblos originarios16 y medio ambiente.17 En resumen, podemos afirmar que el abordaje de la relación entre evangélicos y política dentro de la FTL ha reflejado la necesidad de virar desde una visión institucionalista (o sea, de la relación entre lo religioso y otros elementos del campo político) a una visión identitaria, donde la politicidad de lo eclesial, de lo religioso y lo teológico ya no se inscribe solamente en la relación con instituciones políticas tradicionales sino con los elementos propios que constituyen la especificidad del campo religioso evangélico. En otras palabras, lo político se redefine en la ampliación de su comprensión, inscribiéndola en diversas prácticas que se relacionan con la búsqueda de relaciones justas, la construcción de sentido identitario, entre otros elementos. Más allá de esto, el paradigma de la misión integral desarrollado por la FTL tiene aún un largo trecho para profundizar aun más la reflexión en torno a los desafíos que presentan los nuevos escenarios políticos a la teología. Esto lo analizaremos a continuación. Pero me gustaría resaltar una pregunta: ¿desde dónde debemos juzgar esta “vuelta” a la iglesia local en el pensamiento teológico-‐ político de la FTL? ¿Es un intento de querer reposicionar a la iglesia como único agente de cambio social, o más bien nos ofrece una nueva clave hermenéutica para comprender nuevas formas de construir el sentido, los imaginarios y las prácticas políticas de las personas y los grupos, y desde allí abrir un espacio de diálogo y acción conjunta con otras expresiones? Nuevos escenarios socio-‐políticos y religiosos en América Latina Profundicemos, ahora, sobre las características de los nuevos escenarios que atraviesa nuestro continente. Podríamos mencionar muchos puntos, pero en este caso quisiera enfatizar sobre una característica específica que posee una variedad de consecuencias: la pluralización del campo político. La década de lo ’90 se caracterizó por la emergencia de un sinnúmero de nuevos actores políticos: los llamados movimientos sociales, ONGs (con el afianzamiento del Tercer Sector), agrupaciones representantes de minorías (étnicas, sexuales, etáreas, sociales, etc.) Dicha pluralización se vincula al fuerte cuestionamiento existente a los marcos filosóficos, ideológicos y prácticos modernos, que entienden lo político desde la tríada homogénea de Estado-‐Nación-‐Territorio. Esta pluralización ha impactado de manera particular en América Latina, continente que creó su cosmovisión política en una tensión subrepticia entre las burocracias estatales sostenidas por y legitimantes de los varones blancos pertenecientes a las clases dominantes, y la heterogeneidad de grupos identitarios que componen las diversas demarcaciones territoriales. Por ello emerge la importancia de términos como “interculturalidad” (presente en las últimas reformas constitucionales en Bolivia, Ecuador y Venezuela), lo cual abre la puerta al reconocimiento de distintos grupos 15 Catalina Padilla y Elsa Támez, La relación hombre-‐mujer en perspectiva cristiana, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2002; Nancy Bedford, La porfía de la resurrección. Ensayos desde el feminismo teológico latinoamericano, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2008 16 W. Horst, U. Mueller-‐Eckhardt y Frank Paul, Misión sin conquista, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2009; Lourdes Cordero y Marcelo Vargas, eds., Espiritualidades indígenas, interculturalidad y misión integral, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2010 17 R. Padilla, Z. Niringiye, R. Padilla, Semillas de nueva creación, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2010
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identitarios, con sus cosmovisiones, lenguajes, religiones y prácticas sociales. Los Estados nacionales pasan de ser un marco institucional cerrado y legitimante de una “identidad nacional”, a un espacio que abre instancias de reconocimiento y desarrollo de las heterogéneas identidades que componen un país. Esta pluralización no implica simplemente un fenómeno descriptivo o coyuntural. Lo plural, lo heterogéneo, lo diverso, siempre ha existido y seguirá existiendo, ya que ello es condicionalidad de la propia humanidad y su socialidad. Lo que sucede hoy es que se toma esta pluralidad desde una perspectiva epistemológica, o sea, se reconoce dicho escenario como constructor y deconstructor de sentido, en este caso político. ¿Qué significa esto? - Que la construcción de lo político tiene que ver con el reconocimiento de una heterogeneidad de cosmovisiones, que no se amalgaman armónicamente en un manto de unidad (sea ideológica, legal o institucional), sino que se encuentran en constante conflicto y litigio para mantener el campo político en movimiento. - Que las instituciones políticas no son absolutas en sí mismas sino que son funcionales a las búsquedas y construcciones identitarias del grupo que representan. Aquí la conocida distinción entre lo político y la política: lo primero implica la construcción constante de lo identitario, mientras lo segundo son las instituciones que historizan transitoriamente dicha búsqueda.18 La clave es que la política –o sea, las instituciones, las ideologías, los discursos, los proyectos, etc.-‐ están sujetos a los procesos de lo político, que representa la constitución propia de lo social. - Que la democracia no es ni una unidad homogénea que representa un pensamiento único, ni el gobierno de la mayoría sobre la minoría. Más bien, la democracia es la construcción de un espacio donde todas las partes son reconocidas y aceptadas en la medida de que su autoafirmación no anule la del otro en ningún sentido. Como dice el filósofo Ranciėre: “Esto es lo que implica el proceso democrático: la acción de sujetos que, trabajando sobre el intervalo entre identidades, reconfiguran las distribuciones de lo privado y lo público, de lo universal y lo particular”.19 - Que la importancia en la promoción de políticas públicas reside en la creación de un espacio de negociación, de diálogo y de litigio constructivo entre distintas particularidades identitarias (sean económicas, culturales, sociales, políticas, etc.) que ponen sobre la mesa su demanda específica. En este sentido, el Estado representa un marco institucional que puede tener un nombre específico –el partido político de turno-‐ pero cuya constitución reside en la pluralidad que lo representa, no en la particularidad que dirige su burocracia. En resumen, el Estado es central no para encarnar una identidad homogeneizada (territorial, nacional) sino un marco institucional que supera espectralmente toda particularidad, aunque a su vez las reúne en un espacio de negociación. - Que lo político no es “tarea” de especialistas o de ciertas instituciones, sino que es parte constitutiva de toda persona, todo grupo, toda comunidad. Más aún, lo 18 Ver Chantal Mouffe, En torno a lo político, FCE, Buenos Aires, 2007, p.16 19 Ver Jacques Ranciėre, El odio a la democracia, Amorrortu, Buenos Aires, 2007, p.89
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político va más allá de la ciudadanía (entendida como aquellos hombres y mujeres aceptados en un marco legal y nacional específico) Implica, por el contrario, el lugar de toda persona en la construcción constante de su identidad y “lugar en el mundo”, no de forma aislada sino en interacción constante con otros y otras.
Podríamos resumir estos elementos en dos redefiniciones necesarias para comprender tanto el escenario como la acción política en la actualidad. En primer lugar, que el escenario público se compone de una pluralidad de fuerzas en constante tensión. Esto significa que lo público no es un espacio homogéneo, controlado exclusivamente por algunas fuerzas hegemónicas sino también habitan una variedad de lo que algunos/as llaman contra-‐fuerzas públicas subalternas20, que representan una variedad de grupos y sectores, muchos de ellos en condiciones de desventaja y opresión, cuyos discursos y prácticas identitarias implican resistencias y caminos alternativos frente a las propuestas y formas hegemónicas de poder (discursiva, institucional, etc.) En segundo lugar, esto lleva a comprender que lo político implica promover, construir y facilitar dicho espacio de tensión entre las particularidades. Esto significa entender lo político desde la interacción de diversas partes, en la tensión constante que construye pero a su vez supera cualquier tipo de particularidad institucional e ideológica. Teología y política: hacia una teología pública evangélica latinoamericana Todo este escenario lleva a reubicar el lugar de lo religioso en el campo político, especialmente en dos sentidos. En primer lugar, las comunidades religiosas son vistas como un actor social importante en medio de este espacio de pluralización de identidades. Esto se evidencia en la mayor interacción entre gobiernos y organizaciones religiosas en torno a la implementación de proyectos sociales, la apertura de diversas organizaciones civiles hacia el tema religioso desde la reivindicación de la identidad, la visualización de lo religioso como una expresión más dentro de la diversidad de demandas identitarias y culturales particulares, una mayor participación de organizaciones religiosas en redes sociales e institucionales a nivel local, nacional o global, entre otras. Desde esta perspectiva, en segundo lugar, se evidencia que las comunidades religiosas son consideradas actores sociales en su capacidad intrínseca de generar sentidos e imaginarios políticos desde su discurso y práctica particulares. Aquí reafirmamos lo que decíamos al inicio: la politicidad de las iglesias no deviene sólo en su relación con instancias tradicionalmente políticas sino en la proyección de su discurso teológico, de sus instancias rituales y litúrgicas, en el poder significante de la simbología y gestualidad religiosas, en los tipos de estructuración institucional, entre otros elementos. Desafíos de una teología pública evangélica latinoamericana Estos escenarios demandan una serie de desafíos a la teología, a saber: - Construir una visión de la historia y de lo social que comprenda su complejidad y contingencia.
20 Benjamín Valentín, Mapping Public Theology, TPI, London, 2002, 120-‐129
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Fomentar un espíritu crítico sobre aquellas instituciones, ideologías, moralinas y pensamientos que se presenten como verdades que cooptan la dinámica social. Reconocer, aceptar y promover el pluralismo como una instancia de construcción democrática. Evidenciar la politicidad que posee lo religioso, desde cada particularidad como el campo mismo de las religiones como conjunto.
Desde el análisis que hemos realizado con respecto al pensamiento de la FTL, considero que existen ciertas limitaciones en su propuesta –especialmente desde el paradigma de la misión integral-‐ para responder a estos desafíos. Podríamos mencionar tres aspectos. En primer lugar, existe una falta de actualización en torno a ciertos abordajes contextuales, diálogo con otras ciencias y corrientes teológicas, uso de marcos teóricos, entre otros. En ciertos aspectos, la misión integral se ha estancado en las preguntas surgidas en su origen. En segundo lugar, hay temas ausentes dentro del campo de la teología sistemática, la hermenéutica bíblica, como también una carencia en la profundización del diálogo con otros campos sociales tales como género, minorías sexuales, movimientos sociales, entre otros. Por último, lo más importante, se carece de ciertas claves hermenéuticas que permitan encarar estos desafíos. Términos como pluralidad, heterogeneidad, inclusión, diversidad, diferencia, no están muy presentes en los abordajes de la FTL y la misión integral. De todas formas, creo que la clave reside en radicalizar algunos elementos teológicos ya presentes, realizar nuevos abordajes y agregar algunas nuevas perspectivas.21 De la cantidad de elementos que podríamos desarrollar al respecto, me gustaría enfatizar sobre dos núcleos que incluyen varios replanteamientos teológicos: La apertura de la historia en la alteridad de lo divino y la tensión del reino La comprensión y promoción de la heterogeneidad en el campo político implica una visión abierta, dinámica y contingente de lo social y lo histórico. Desde una perspectiva teológica, ello dependerá de la manera en que definimos la misma persona divina y su actuar en la realidad. Para este propósito, veo importante profundizar en dos aspectos. Primero, enfatizar la tensión que se produce en la dinámica trascendencia/inmanencia en la economía divina. Una visión supra-‐ histórica de Dios no nos enajena de la misma realidad, así como una visión inmanentista de lo divino clausura la acción divina, y por ende la nuestra, en un proyecto histórico, social o ideológico determinado.22 Por ello, lo central es comprender que la acción divina responde a la misma tensión que compone su persona: un movimiento constante entre las interacciones entre la Trinidad. Esto 21 Ver Nicolás Panotto, “Desafíos de la incidencia pública a la teología. Algunas preguntas sobre el concepto de 'misión integral'”. Ponencia ofrecida en el encuentro de reflexión pre-‐CLADE, organizado por la FTL Chile el 28 de julio de 2012, Centro Diego Medellín, Santiago de Chile. 22 En palabras de Ignacio Ellacuría, esto consiste “[…] en ver la trascendencia como algo que trasciende en y no como algo que trasciende de, como algo que físicamente impulsa a más pero no sacando fuera de; como algo que lanza, pero al mismo tiempo retiene […] Puede separarse Dios de la historia, pero no puede separarse de Dios la historia […] La trascendencia de la que hablamos se presenta como histórica y la historia se presenta a su vez como trascendente […]”. Ignacio Ellacuría, “Historicidad de la salvación cristiana” en Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino, comps., Mysterium Liberationis, Tomo I, UCA Editores, San Salvador, 1993, pp.328-‐329
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nos permite superar los dualismos como historia-‐cielo, trascendencia-‐inmanencia, política-‐cuestiones espirituales, para imprimir la tensión dinamizante de la persona divina en la misma historia. De esta manera, los proyectos históricos deben ser considerados transitorios.23 En segundo lugar, otro elemento teológico es la noción de reino de Dios. Ella ha sido muy característica de las teologías latinoamericanas y está en boga en nuestro tiempo. También ha sido considerado como una realidad futurista o la implantación histórica de un modelo socio-‐político específico. Pero el reino de Dios es tensión. El “ya y todavía no” hecho presente. Se hizo presente en la persona de Jesús, que “estuvo entre nosotros”, pero al mismo tiempo se compone de promesa. Es una tensión que llama a un compromiso concreto con la historia, pero cuya construcción se mantiene siempre en sospecha cuando su institucionalización no permite discernir la apertura intrínseca de lo nuevo que caracteriza el proceso de la historia, y con ello de la revelación divina. Esto nos invita a construir un campo democrático abierto en esa tensión histórica del reino: donde las dinámicas socio-‐políticas se abren en una visión igual abierta de la historia y de las identidades. Todo intento de homogeinización del campo político ejerce violencia contra la dinámica misma de la historia y la pluralidad de discursos, sujetos y experiencias que la constituyen; en otras palabras, cercena la misma democracia. Por ello es incompatible con la persona misma de Dios la imposición de cualquier régimen dictatorial o la unidimensionalidad de un pensamiento político único que se constituya hegemónicamente y, como suele suceder en el capo religioso, como única expresión de “lo que Dios desea”. En palabras de Jung Mo Sung, Lo que anhelamos es un horizonte utópico del Reino de Dios, recordando siempre que tal horizonte, como todo horizonte, apenas es alcanzable por los ojos de los deseos, pero es imposible de ser alcanzado por nuestros pasos humanos. Lo que podemos y debemos construir es una sociedad más justa, más humana, más fraterna…, la cual siempre convivirá con la posibilidad de errores y problemas, intencionales o no.24 La imaginación teológica como espacio inclusivo de pluralización discursiva Hablar de teología también implica hablar de una pluralidad de voces. Este aspecto muchas veces lo tomamos como algo coyuntural, cuando en realidad debe ser asimilado desde una perspectiva epistemológica, o sea, como modo de comprender la acción divina, y desde allí nuestras propias prácticas y discursos. Como decía Lutero, Dios se manifiesta en la naturaleza pero siempre se mantiene oculto. Por ello, todo lo que digamos de Dios nunca será absoluto sino que se mantendrá en la contingencia histórica y social que nos constituye como seres humanos. Esto mismo lo podemos ver en la constitución del texto bíblico. De esta manera, lo plural y lo heterogéneo debe estar siempre presente en nuestras maneras de construir lo teológico, que no es solamente una forma de describir a Dios sino, con ello, una redefinición de la historia, de las personas, de los fenómenos sociales y los proyectos políticos. En resumen, como creyentes que
23 Rudolf von Sinner, “A Santíssima Trinidade é a melhor Comunidade” en Estudos Teológicos, Vol.
48, no. 2 (2008), São Leopoldo (Brasil):Escola Superior de Teologia, 1961,p.51-‐73 24 Sung, Jung Mo, Sujeto y sociedades complejas, DEI, San José, 2005, p.49
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Revista Praxis Evangélica, Nº 20, 2012, pp.105-‐119 – ISSN 1677-‐9878
interpretamos la realidad desde la fe, lo heterogéneo debe mantenerse como una clave hermenéutica en tanto constituyente de ella y de la definición de lo divino. Por todo esto, la constitución plural y heterogénea del discurso político debe servir a la creación de un espacio de inclusión, donde diversas voces sean escuchadas, distintas experiencias sean recibidas, discursos sean tenidos en cuenta, con el propósito de construir un espacio democrático y promover una noción de lo político en tanto práctica de definición constante que deconstruye todo particularismo, y con ello toda noción socio-‐política que intente absolutizarse. Visiones homogéneas de Dios, promovidas en moralinas y cosmovisiones sociales determinadas por parte de la iglesia, han contribuido, como hemos visto, a promover políticas cerradas, excluyentes y dictatoriales. Asumir el misterio y la alteridad de lo divino, y con ello la pluralidad de voces que lo define históricamente, ayuda a promover, por un lado, cosmovisiones teológicas que permiten discernir los procesos socio-‐políticos emergentes y, por otro, prácticas eclesiales y teológicas dentro del seno de las iglesias y organizaciones religiosas, que promuevan la construcción de un espacio abierto, plural y democrático. Por último, ¿qué consecuencias trae este abordaje para el desempeño político de la iglesia evangélica en América Latina? Primero, en asumir una actitud de denuncia profética frente a todo régimen político, sea de la tendencia que fuere, que intente subsumir la heterogeneidad constituyente del campo socio-‐político en un pensamiento o cosmovisión homogeneizante. Segundo, promoviendo la construcción de instancias de diálogo entre distintas voces y expresiones identitarias (sean religiosas, políticas, culturales, etc.) que, por más resistencia que provoque a la tradición religiosa, deben ser atendidas como instancias alternativas y válidas frente a los discursos hegemónicos. Tercero, mantener una sana (tensional) distancia con regímenes políticos específicos, apoyando todo esfuerzo liberador e inclusivo, y cuestionando todo intento de absolutización. Cuarto, resignificar los discursos teológicos, prácticas litúrgicas y estructuras institucionales acorde a una visión abierta y plural de lo social, asumiendo que ello contribuye a la construcción de imaginarios socio-‐políticos democráticos entre los y las creyentes, y que abre espacios de diálogo con distintas instancias sociales.
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