Los estertores de la resonancia

July 3, 2017 | Autor: Vanina Muraro | Categoría: Psicoanálisis Lacaniano
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Descripción

Los estertores de la resonancia Por Vanina Muraro

“Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje que da su nota blanca al azul de la fuente; él pasea su gracia no más, pero no siente el alma de las cosas ni la voz del paisaje. Huye de toda forma y de todo lenguaje que no vayan acordes con el ritmo latente de la vida profunda ...y adora intensamente la vida, y que la vida comprenda tu homenaje. Mira al sapiente búho cómo tiende las alas desde el Olimpo, deja el regazo de Palas y posa en aquel árbol el vuelo taciturno... El no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta pupila, que se clava en la sombra, interpreta el misterioso libro del silencio nocturno.” (Enrique González Martínez)

Quien haya apoyado contra su oreja la concha de un caracol, sabe que allí dentro habitan el mar y el viento, prisioneros por siempre. Pero a diferencia del mar eternamente encerrado en los caracoles, la resonancia, prolongación del sonido en el espacio una vez que aquel ha sido producido, disminuye gradualmente hasta desaparecer, se apaga. Las palabras que Freud le dijera a Dora, y que durante años repetimos los analistas a veces de un modo transfigurado -de la fórmula prudente que apela a la teoría: “a un reproche semejante suele corresponderle un autorreproche”-; la pregunta inclemente en que Lacan la traduce: “¿cuál es tu parte en el desorden del cual te quejas?”, apelando a conmover la posición del alma bella hegeliana de la joven e introducir la dimensión de la causa, imprescindible para la formalización del síntoma… esas fórmulas ¿aún son resonantes para los oídos de la histeria o han enmudecido? ¿Las interpretaciones se gastan o siguen siendo siempre tan reveladoras como lo fueron en sus orígenes?

Una promesa en relación a un saber En su libro El seminario repetido, Colette Soler desarrolla la tesis de que el dispositivo analítico es una invitación a que el sujeto repita, es decir, una suerte de repetición programada con un trasfondo de promesa, la promesa de una interpretación. Invitamos al sujeto a que diga, que suspenda su pensamiento y dé paso -como señala Lacan en Encore- a todas las necedades que se le ocurran; de ese modo nos aseguramos que repita. Pero esa puesta en marcha sólo se sostiene porque como lo expresa Lacan en “La dirección de la cura y los principios de su poder”- el analista deberá pagar con palabras y esas palabras el analizante las espera. La exigencia del cumplimiento de esa promesa no se hace esperar, a veces de un modo más imperativo que otras, pero no siempre el analista se encuentra a la altura. No simplemente porque esas palabras resultan a menudo frustrantes para aquel que las demanda, sino porque bien podrían ni siquiera rozarlo, no producir sonido alguno.

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En el texto citado, Soler señala un malentendido referente a la interpretación que se inaugura con el mismo Freud; malentendido que compromete la cuestión del saber: se trata de si debe interpretarse acaso desde ese lugar. Eso tuvo como efecto inmediato una serie de consecuencias en la comunidad analítica post-freudiana. En un polo situamos las críticas a Freud por el deslizamiento hacia el adoctrinamiento, especialmente en el caso del Hombre de las Ratas. El pronunciamiento respecto de dicho juicio por parte de Lacan lo podemos leer en L’etourdit. Allí indica que los seguidores de Freud no han advertido que éste no hace otra cosa que hacer que los sujetos repasen su lección en su propia gramática. Subrayando la salvedad de que respecto del dicho de cada uno de ellos, debemos estar dispuestos a revisar “aquellas partes del discurso que creímos poder retener de los precedentes”[2]. Una precisión fundamental, concerniente al método de investigación freudiano y a la posición del analista que consiste en evitar la comprensión escuchando cada caso como si fuese el primero. En el otro extremo, ubicamos las consecuencias que extrae Colette Soler en su texto, donde llama la atención sobre aquellas interpretaciones que invocaban insistentemente esos significantes y significaciones de corte esencialmente edípica instalados por Freud. Otro tanto -nos permitimos agregar- podemos verificar en la obsesión de los practicantes de la escuela inglesa a remitir en la interpretación, todos y cada uno de los detalles a algún afecto desprendido de la relación transferencial. La resultante de esa insistencia que recaía sobre los mismos significantes y significaciones, una y otra vez, fue -según Solerla pérdida de impacto, la debilitación de esa herramienta a causa del abuso. Evocamos en este punto la figura que proponen Perelmann, Chaïm y Lucile Olbrechts-Tyteca (1958) en el libro titulado Tratado de la argumentación. La nueva retórica, y que denominan “metáforas adormecidas”: “Un peligro de las metáforas lo constituye su usura. Ya no se percibe la metáfora como la fusión, la unión de términos tomados de campos diferentes, sino como la aplicación de un vocablo a lo que designa normalmente; la metáfora pasa de ser activa a estar ‘adormecida’, carácter que muestra mejor que este estado sólo puede ser transitorio, que estas metáforas pueden despertarse y volver a ser activas”[3].

El mismo destino adormecido tiene la “interpretación obvia” -sintagma que presentamos entre comillas por su imposibilidad lógica- ya que como Lacan lo destacara a menudo, la misma sólo puede tener efectos si es singular y, esencialmente, si es novedosa. Adormecida puede tornarse inaudible, como un sonido que está fuera de nuestro registro auditivo, un color invisible, etcétera. Pero otras veces, al contrario, tiene en el analizante un efecto opuesto: no resuenan, re-suena como una voz superyoica que insiste más allá de cualquier correlato, empujando al acting a su destinatario. Este desarrollo desemboca en un interrogante: ¿acaso para estar a la altura de cumplir la promesa en la que nos hemos embarcado, los analistas deberíamos ser siempre ocurrentes, renovarnos en forma constante?

Del malentendido a la estructura mínima de la interpretación Como respuesta al malentendido en torno al saber, Soler ubica la invención lacaniana de un operador: el sujeto supuesto al saber. Este instrumento es solidario de la concepción de que el saber -que siempre es un supuesto- puesto en juego en la interpretación, no es el saber del analista. El intérprete no coincide con aquel que sabe, aunque para devenir analista deba cernir su propio horror al saber. Soler advierte que: “Freud creó el malentendido sobre este punto porque interpretaba como el que sabía, produciendo todo un corpus de significantes y de significaciones. Por eso Lacan pudo decir que Freud no era supuesto saber, sino que él sabía” [4].

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Los desarrollos de Lacan producen una enérgica revolución en la concepción del quehacer interpretativo de su época. Desplazan la preocupación de los contenidos de la interpretación hacia la forma de la misma, y sobrevienen las interpretaciones que no se pronuncian en cuanto al enunciado de saber, por el contrario, apuntan al corte o al enigma. Ya no se trata de interpretar con el saber sino, más bien producir, en función de ese saber, un retorno sobre el remitente del mensaje. Es decir, de operar de tal modo de que el sujeto reciba su mensaje en forma invertida. El decir de los analistas se vuelve eficaz en tanto es capaz de realizar lo apofántico que, como señala Lacan en L’etourdit, por su sola existencia se distingue de la proposición. En ese mismo texto destaca una estructura mínima para la interpretación que debería rezar: tú lo has dicho, no soy yo quien te lo hago decir. Observamos en este breve enunciado que el interés no recae en aquello que ha sido dicho, sino que el sujeto se reconozca en ese decir, se vea concernido en su cadena. Propondríamos para la interpretación freudiana una estructura mínima equivalente. Según nuestra lectura, la misma coincide con la interpretación del inconsciente, que hasta su obra era un continente desconocido. Sabemos que la tesis de que el deseo está en la base de las formaciones del inconsciente es postulada por Freud muy tempranamente. La encontramos desarrollada en la Traumdeutung y él se ocupa de verificarla, como a una hipótesis que debe sustentarse en todos y cada uno de los sueños que albergan las páginas de ese tratado, a los fines de poder conservarla. Para ilustrarlo, tomaremos como ejemplo un sueño cuya primera referencia encontramos en un agregado que Freud hace a este libro en 1911. El mismo sueño, con algunas variaciones, en las que nos detendremos someramente, es consignado nuevamente en el texto contemporáneo “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”. Lo primero que quisiera destacar es que se trata del sueño de un hijo. Este hijo acaba de enterrar a su padre luego de una cruel enfermedad. La convalecencia ha sido larga y penosa, y esto ha sido ocasión, para el hijo, de desear -por piedad- la muerte del progenitor. El contenido manifiesto del sueño representa el retorno de su padre ignorante de su propia muerte. Transcribo a continuación el contenido manifiesto: “El padre estaba de nuevo con vida y hablaba con él como solía hacerlo, pero (esto era lo asombroso) estaba no obstante muerto, sólo que no lo sabía”[5]. La versión posterior agrega que el sueño se ha repetido varias veces, acentuando su carácter absurdo para el soñante, y que el padre se encuentra sufriendo aun muerto. Remitámonos nuevamente el texto sagrado: “El padre estaba de nuevo con vida y hablaba con él como solía hacerlo. Pero él se sentía en extremo adolorido por el hecho de que el padre estuviese muerto, sólo que él no lo sabía”[6]. A continuación de ambos relatos, Freud nos sorprende utilizando una técnica de interpretación diversa a la que él mismo aconseja para la elucidación de los sueños. Recordemos que sus consejos técnicos sugerían fragmentar el material del sueño para luego solicitar asociaciones al soñante sobre cada uno de los fragmentos. “Ahora bien, el primer paso en la aplicación de este procedimiento enseña que no debe tomarse como objeto de la atención todo el sueño, sino los fragmentos singulares de su contenido (…) Debo presentarle el sueño en fragmentos, y entonces él me ofrecerá para cada trozo una serie de ocurrencias que pueden definirse como segundos pensamientos de esa parte del sueño (…) en una interpretación en détail, no en masse; como éste, aprehende de antemano el sueño como algo compuesto, como un conglomerado de formaciones psíquicas” [7].

Esta tarea se efectuaba a fines de interpretar cada segmento hasta colegir el contenido latente que había sido desfigurado por el trabajo de la censura. De ese modo arribaríamos al sentido oculto que, como indicábamos, coincidía con el deseo inconsciente que había funcionado como motor de la formación onírica. En esta ocasión tampoco interpreta en una clave fija, como hace más de una vez, contradiciendo sus propios desarrollos, tal como observamos en el caso Dora, por ejemplo, para traducir el deseo que subyace a la formación del primer sueño -alhajero = genital femenino; fuego = mojado, etcétera-.

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Freud realiza una interpretación que coincide punto por punto con la indicación que le debemos a Lacan en su texto “La dirección de la cura y los principios de su poder”, que leemos en el apartado “¿Cuál es el lugar de la interpretación?”: “La interpretación, para descifrar la diacronía de las repeticiones inconscientes, debe introducir en la sincronía de los significantes que allí se componen algo que bruscamente haga posible su traducción -precisamente lo que permite la función del Otro en la ocultación del código, ya que es a propósito de él como aparece su elemento faltante” [8].

Ese algo que logra traducir toda la cadena, que hace de este contenido absurdo e insistente una pieza que con una claridad prístina denuncia que nos hallamos frente a la “moneda neurótica”, que hemos encontrado un tertium comparationis para esta estructura, consiste tan sólo en el agregado de las palabras: “según su deseo”. Retomemos ahora el sueño traducido gracias a esta adición. En el añadido de la Traumdeutung: “Se comprenderá este sueño si a continuación de estaba muerto se agrega a causa del deseo del soñante, y si se completa sólo que no lo sabía así: el soñante no sabía que tenía este deseo ”[9].

De este modo, Freud ilumina la ambivalencia hacia el padre propia del drama edípico y articula una serie de elementos: deseo de muerte hacia el padre (por piedad); revuelta y sentimiento de culpa que desnudan la concupiscencia del deseo así como la creencia en la hiper-potencia del mismo, como si realmente éste hubiese contribuido a acortar la vida del enfermo. Todos estos elementos dan cuenta de que la muerte del padre despertó las más tempranas mociones infantiles contra éste y produjo el sueño como figuración onírica de esta ambivalencia. Lacan, en “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”, dirá al respecto que el texto del sueño le sirve para ilustrar la relación de sujeto al significante: “…para ilustrar la relación del sujeto con el significante, por una enunciación cuyo ser tiembla con la vacilación que recibe de su propio enunciado”[10]. O bien, volviendo a “La dirección de la cura y los principios de su poder” se trata de “…que capte dónde el sujeto se subordina a él [el significante] hasta el punto de ser sobornado por él”[11]. Finalmente, consideramos que el carácter “resonante” de la interpretación no reside en su contenido. Al fin y al cabo, el ejemplo que hemos comentado no revela nada novedoso: la ambivalencia hacia el padre, por un lado; la subordinación al significante, por otro. Si aún resuena es por la forma que vehiculiza este mensaje, especialmente por la brevedad de su texto que convierte a esta interpretación en una flecha cuya dirección es limpia y certera: sin concesiones, sin explicación alguna que podría enturbiarla. Su estructura mínima la hace aún más potente: ella deja al desnudo que son los significantes del sujeto los que han hablado y el analista, lejos de ser ocurrente, ha sabido hacer resonar ese decir para producir la revelación de algo nuevo. Vanina Muraro [email protected]

Bibliografía -Freud, S. (1900-1901). "La interpretación de los sueños". En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu, Vol. IV y V, 1993. -Freud, S. (1911). “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”. En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu, Vol. XII, 1993. -Freud, S. (1925). “Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto”. En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu, Vol. XIX, 1993. -Lacan, J. (1972). “El atolondradicho”. En Lacan, J. Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012. -Lacan, J. (1958). “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos II, Buenos Aires: Siglo XXI, 1987. -Lacan, J. (1960). “Subversión del sujeto y la dialéctica del deseo”. En Escritos II, Buenos Aires: Siglo XXI, 1987. -Perelmann, Ch. Olbrechts-Tyteca, L. (1958). Tratado de la argumentación. La nueva retórica, Madrid: Gredos, Nueva Biblioteca Románica Hispánica, 1989. -Soler, C. (2009). El seminario repetido. Buenos Aires: Letra Viva, 2012.

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[1] Vanina Muraro es psicoanalista y miembro de la Escuela de los Foros del Campo Lacaniano. [2] Lacan, J. (1972). “El atolondradicho”. En Lacan, J. Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012, P. 516. [3] Perelmann, Ch.; Olbrechts-Tyteca, L. (1958). Tratado de la argumentación. La nueva retórica, Madrid: Gredos, Nueva Biblioteca Románica Hispánica, 1989, P. 619.

[4] Soler, C. (2009) El seminario repetido. Buenos Aires: Letra Viva, 2012, P. 85. [5] Freud, S. (1900-1901). La interpretación de los sueños En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu, Vol. IV y V, 1993. [6] Freud, S. (1911). “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”. En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu, Vol. XII, 1993. P. 230. [7] Freud, S. (1925). “Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto”. En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu, Vol. XIX, 1993. P. 125.

[8] Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos II, Buenos Aires: Siglo XXI, 1987, P. 566. [9] Freud, S. (1900-1901). La interpretación de los sueños En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu, Vol. V, 1993, P. 430. Cito a continuación la traducción del mismo sueño en la versión del texto de Freud, S. (1911). “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”. En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu, Vol. XII, 1993: “Ningún otro camino nos lleva a la comprensión de este sueño, que parece absurdo, si no es el de agregar ‘según el deseo del soñante’ o ‘a causa de su deseo’ a las palabras ‘que el padre estuviese muerto’, y añadir ‘que el [el soñante] lo deseaba’ a las últimas palabras”.

[10] Lacan, J. (1960), “Subversión del sujeto y la dialéctica del deseo”. En Escritos II, Buenos Aires: Siglo XXI, 1987. P. 781 [11] Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos II, Buenos Aires: Siglo XXI, 1987. P. 566.

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