Los disfrazados

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25/1/17 17'57

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Miércoles, 25 de enero de 2017

Los disfrazados Héctor Ghiretti - Profesor de Filosofía Social y Política En un estudio realizado en 1989, Catterberg y Braun demostraron el escaso significado que tenían los términos derecha e izquierda para la mayoría de los argentinos. En 2012, otro estudio de Lodola y Seligson confirmó el dato. Fuera de minorías hiperpolitizadas, la Argentina sigue alineándose e identificando posiciones políticas según otros criterios. Esta evidencia teórica no hace sino confirmar lo que sabe cualquier analista o político que no pertenezca a los grupúsculos y partiditos marginales que se definen en esos términos. No obstante este dato empírico, muchos integrantes de este gobierno, asesores y también intelectuales identificados con él, han sido explícitos en ubicarlo a la izquierda del espectro ideológico-político. El primero que aventuró esta tesis fue el inefable Jaime Durán Barba, quien proclamó en abril de 2015 que el Pro era “el único partido de izquierda en la Argentina”. Durán privilegiaba los rasgos modernos y cultural-liberales del partido por encima de su estatismo. Otro intelectual vinculado al Pro, Alejandro Rozitchner, explicó que Cambiemos, la coalición de fuerzas políticas en el gobierno, “toma y realiza las banderas de la izquierda”. Más recientemente ha situado a Macri a la izquierda de Cristina, aunque se contradiga al sostener que izquierda y derecha son términos irrelevantes y hasta obsoletos. Quizá por efecto de antiguos influjos familiares, Federico Pinedo, presidente del Senado de la Nación, explicó en setiembre que “Mauricio Macri tiene que hacer un gobierno de izquierda de verdad para buscar más igualdad”. Jugando con estas distinciones, Marcos Peña, actual jefe de Gabinete, declaró a un periódico español que el gobierno de Cambiemos es “socialista y popular”, en referencia a las afiliaciones de los principales socios del gobierno: la UCR (asociada a la Internacional Socialista) y el Pro (asociado a la Internacional Popular, que nuclea a partidos de centro derecha de origen demócrata cristiano). Agregó que el gobierno “no necesariamente cree que el mundo se termina en la explicación de derecha e izquierda”. Finalmente, Santiago Cantón, secretario de Derechos Humanos del gobierno de la provincia de Buenos Aires, ha explicado que “el gobierno de Macri está a la izquierda de Obama”. Parece una obsesión por estar a la izquierda de algo. Es cierto, por otra parte, que el gobierno no se define corporativamente en esos términos: la mayoría de sus miembros prefiere evitar esas identificaciones, sabiendo que no son de comprensión sencilla para el común de los ciudadanos. Hernán Iglesias Illa, otro intelectual devenido funcionario, prefiere hablar de una “derecha con corazón”. Pero este discurso “izquierdizante” puede estar revelando algunos fenómenos profundos en el seno del Gobierno. http://www.losandes.com.ar/article/print/articulo/los-disfrazados

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¿Para qué quieren presentarse como un partido de izquierda? Como alguna vez afirmara Néstor Kirchner, “la izquierda te da fueros”. Es probable que el actual gobierno procure obtener la benevolencia de los intelectuales y ciertos formadores de opinión con un discurso afín a sus convicciones ideológicas. Después habría que preguntarse a quién quieren convencer de que el gobierno actual es de izquierda. Evidentemente, hay sectores en la sociedad argentina sensibles a ese discurso: clases medias ilustradas de los grandes núcleos urbanos, profesionales, universitarios, intelectuales, artistas. Finalmente sería interesante saber si pueden conseguirlo. En otro lugar hemos sostenido que -contrariamente a los intelectuales críticos que pensaban que el anterior era un gobierno de derecha oculto bajo un discurso y un estilo de izquierda, el kirchnerismo fue -y probablemente siga siendo- la izquierda posible en la Argentina, con todas sus contradicciones, miserias y fracasos. Sobre el gobierno de Cambiemos hay menos equívocos. Por esa razón, el discurso izquierdista no puede ser recibido por los sectores sensibles a ese tipo de apelaciones sino como una burda operación de intoxicación. Sabemos que alguien está disfrazado cuando por diversión o con propósitos aviesos asume una identidad que no es la suya. A veces, sólo a través de las máscaras se revelan las verdaderas identidades, pero eso nos llevaría muy lejos. Lo cierto es que no resulta una estrategia muy efectiva. Más parece una reacción de intelectuales acomplejados. Teniendo en cuenta que pertenecen a una fuerza política que se define como una ruptura explícita y sustancial con el pasado y también que poseen una cuidada política de comunicación, no se termina de entender muy bien por qué buscan esa identificación con la izquierda. ¿No sería mejor trabajar sobre una identidad política nueva, que evite estas regresiones a categorías de hace más de dos siglos, que funcionan bien en otros países pero aquí nunca prendieron? El “ala izquierda” de Cambiemos parece mostrar algo aún más profundo: una concepción de la comunicación política que no ha entendido del todo la transición de la lucha electoral al poder. Fascinados probablemente por el éxito obtenido en las elecciones presidenciales, no han sabido interpretar las exigencias propias de la comunicación desde el gobierno. En campaña electoral el peso principal de la comunicación está en lo que uno dice o representa, independientemente de lo que realmente piense o esté dispuesto a hacer. Por ejemplo: decir que se es de izquierda cuando en realidad se es de derecha. Es una comunicación política centrada en un objetivo puntual: obtener el voto. En el poder, la comunicación política debe equilibrarse entre lo que se dice o se representa y la propia labor de gobierno: lo que se hace y lo que se piensa. Es una comunicación que busca sostener esa adhesión del voto a lo largo del tiempo. Es mucho más difícil, admite menos imposturas, retóricas y puestas en escena. Cuando en el gobierno reconocen que tienen un problema de política de comunicación, se equivocan: en realidad tienen un problema con la política sin más, propia de la labor de gobernar. Lo mismo decían los intelectuales y asesores del kirchnerismo cuando perdieron el año pasado. Se equivocaban también: el problema era un gobierno desastroso que ellos nunca quisieron reconocer. A este error de diagnóstico se agrega que algunos han optado por presentarse públicamente con un disfraz que no les queda nada bien. ¿Se estarán divirtiendo? Porque así, no engañan a nadie.

Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Los Andes.

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