Los desterrados del siglo XXI: sombras contemporáneas de la oscuridad totalitaria

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Descripción





"Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común" – Artículo 1° de la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano.
"La finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del Hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión" – Artículo 2° de la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano.
"El principio de toda Soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo ni ningún individuo pueden ejercer autoridad alguna que no emane expresamente de ella" – Artículo 3° de la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano.
Fuente: www.conseil-constitutionnel.fr/conseil-constitutionnel/root/bank_mm/espagnol/es_ddhc.pdf
Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (2016). Tendencias globales desplazamiento forzado en 2015. Forzados a huir
http://www.acnur.org/t3/fileadmin/Documentos/Publicaciones/2016/10627.pdf
United Nations, Department of Economic and Social Affairs (2015). Trends in International Migrant Stock: The 2015 revision (United Nations database, POP/DB/MIG/Stock/Rev.2015).
Diario El País (16/07/06), "Malta se niega a acoger a 51 inmigrantes rescatados en sus aguas por un pesquero español" - http://elpais.com/elpais/2006/07/16/actualidad/1153037819_850215.html
Diario El País (31/12/15), "Hungría anuncia que construirá una valla con Serbia contra la inmigración" - http://internacional.elpais.com/internacional/2015/06/17/actualidad/1434545285_775914.html
Diario El País (20/12/15), "La migración y la alerta terrorista fuerzan las costuras de Schengen" - http://internacional.elpais.com/internacional/2015/12/19/actualidad/1450551801_575115.html
Diario El País (27/05/15), "Bruselas reparte solicitantes de asilo e insta a España a que acoja a 4.288" - http://internacional.elpais.com/internacional/2015/05/27/actualidad/1432724517_589486.html?rel=rosEP
Diario Oficial de la Unión Europea (16/12/08), Directiva sobre los procedimientos y normas comunes en los Estados miembros para el retorno de nacionales de terceros países que se encuentren ilegalmente en su territorio - http://eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/TXT/?uri=celex:32008L0115
Los desterrados del siglo XXI:
sombras contemporáneas de la oscuridad totalitaria

Sharon Iael Salischiker Zelener
Licenciada en Ciencia Política (UBA - 2016) y Periodista (TEA - 2014)





Resumen: Los regímenes totalitarios del siglo XX significaron una ruptura sin precedentes con todas las formas de opresión política preexistentes. Pero si bien el hombre pudo salir de Auschwitz, las sociedades y los Estados que lo vieron nacer aún no pudieron deshacerse de los dispositivos de poder y las tecnologías de subjetivación y desubjetivación que instauró el Totalitarismo. La producción masiva de no-sujetos que organizaba en sus fábricas de la muerte no cesó con la caída de sus líderes sino que la distinción propia de la biopolítica entre vidas que merecen ser jurídica y políticamente protegidas y aquellas que pueden ser eliminadas sobrevivió a las décadas del 30 y 40, e incluso al siglo XX. La aparición de miserias políticas, sociales o económicas generan contextos favorables para la reactualización de las soluciones totalitarias y la crisis migratoria mundial es el reflejo de ello. Como se demostrará en este trabajo a partir de las reflexiones teóricas de Hannah Arendt y Giorgio Agamben, los refugiados, los exiliados y los inmigrantes ilegales son, en cierto punto, la encarnación contemporánea de lo que el siglo pasado fue la víctima absoluta de los campos de concentración y exterminio.



INTRODUCCIÓN
Los regímenes totalitarios del siglo XX significaron una ruptura sin precedentes con todas las formas de opresión política preexistentes. Pero si bien el hombre pudo salir de Auschwitz, las sociedades y los Estados que lo vieron nacer aún no pudieron deshacerse de los dispositivos de poder y las tecnologías de subjetivación y desubjetivación que instauró el Totalitarismo. Como advirtió Hannah Arendt unos años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, la historia demostró que "las soluciones totalitarias pueden muy bien sobrevivir a la caída de los regímenes totalitarios" (Arendt, 1998: 368).
Para los teóricos de la biopolítica, si hay algo que distingue a la modernidad es la introducción de la vida, tanto en su aspecto biológico como de especie, en los mecanismos y los cálculos del poder político. Tanto Hannah Arendt como Michel Foucault sostienen que "se entra en un contexto moderno y biopolítico cuando el poder ya no mira más la vida y la muerte del individuo, sino el proceso vital de la sociedad y de la población en su conjunto" (Forti, 2014: 181). De acuerdo con Giorgio Agamben, en cambio, la política occidental fue siempre biopolítica desde sus comienzos, aunque la forma que adquirió la relación de inclusión y exclusión entre la vida y el poder fue variando de acuerdo a cada contexto histórico. De todas formas, los tres pensadores coinciden en que los campos de concentración y exterminio nazis y soviéticos significaron el "cumplimiento paroxístico en cualquier medida de una política que ha elevado la vida a categoría universal y a valor incontestable" (Forti, 2014, 182). El principal riesgo que corre la política desde que se orienta a partir del a priori de la "vida en sí" es su predisposición a distinguir entre una vida digna de ser garantizada y una vida de descarte desde sus discursos, prácticas e instituciones.
Los Totalitarismos se constituyeron a partir de la jerarquización al interior de la vida, de la búsqueda de un cuerpo social puro, que en el camino requirió de la eliminación – jurídica, moral, humana y biológica – de todos aquellos hombres que no encajaban en la idea fuerza que pretendían imponer en su impulso de conquista mundial y dominio total. De esta manera, los regímenes totalitarios crearon una masa de cuerpos superfluos, tan reducidos a su condición de mera existencia que se tornaron intercambiables, reemplazables y completamente desechables. Los dispositivos totalitarios no sólo le arrebataron a las víctimas su nacionalidad y con ella todos sus derechos. Al eliminar el espacio entre ellos y restringir su libertad de movimiento también se vieron imposibilitados de actuar y hasta de pensar.
Siguiendo a Foucault, "el hombre moderno es un animal en cuya política está puesta en entredicho su vida de ser viviente" (Agamben, 2003: 11). Cuando su posibilidad de actuar es restringida, no es sólo su vida política la que se ve impedida, sino su existencia misma. En el paradigma de la soberanía nacional, los apátridas y desterrados, encarnados en las figuras de los refugiados, los exiliados y los inmigrantes ilegales, en tanto se les niega el derecho de ser poseedor de una identidad nacional, pierden también la capacidad de constituirse como sujeto.
La producción masiva de no-sujetos que organizaba el Totalitarismo en sus fábricas de la muerte no cesó con la caída de sus líderes. Lamentablemente, la distinción entre vidas que merecen ser jurídica y políticamente protegidas y aquellas que pueden ser eliminadas impunemente sobrevivió a las décadas del 30 y 40, e incluso al siglo XX.
Como planteó Arendt, la aparición de miserias políticas, sociales o económicas generan contextos favorables para la reactualización de las soluciones totalitarias. Hoy, el mundo contemporáneo es testigo de la supervivencia de sombras que se extendieron más allá de la oscuridad que reinó durante el auge de los Totalitarismos. La crisis migratoria mundial es el reflejo de ello. Cada vez son más los cientos de miles que se suman a las masas de desplazados, de residentes no-ciudadanos, de hombres, mujeres y niños que deciden dejar sus hogares víctimas de una violencia estructural, política, económica o cultural en busca de una vida mejor, que pocas veces la alcanzan. Los refugiados, los exiliados y los inmigrantes ilegales son, en cierto punto, la encarnación contemporánea de lo que el siglo pasado fue la víctima absoluta de los campos de concentración y exterminio en tanto que – sin desestimar las enormes diferencias – representan "aquello que resta de la condición humana cuando la persona se ve obligada a vivir en los límites del derecho, en los espacios fronterizos donde la excepción se tornó norma y el campo opera como dispositivo biopolítico de control" (Bartolomé Ruiz, 2014: 1).
En este trabajo se buscará demostrar entonces cómo algunas prácticas e instrumentos totalitarios continúan vigentes en el escenario político actual a partir del marco teórico elaborado por los filósofos Hannah Arendt y Giorgio Agamben en base a sus reflexiones sobre el Totalitarismo y la categoría política de los refugiados.

LA OSCURIDAD TOTALITARIA DEL SIGLO XX

"Si pudiera encerrar todo el mal de nuestro tiempo en una sola imagen, elegiría una que me resulta familiar: aquella en que se ve a un hombre demacrado, de espaldas curvas, con la frente inclinada, en cuyo rostro y en cuyos ojos no se atisba ni la menor traza de pensamiento".
(Forti, 2014: 176)
2.1 Totalitarismo: dispositivos de poder y tecnologías de gobierno
En Los orígenes del Totalitarismo, la filósofa Hannah Arendt deja en claro que los regímenes totalitarios del siglo XX constituyeron una forma de gobierno novedosa que difirió sustancialmente de todos los tipos de opresión política conocidos hasta el momento. A través de la creación de instituciones políticas nuevas, la destrucción de las tradiciones sociales, legales y políticas vigentes, la transformación de las clases y del sistema de partidos en movimientos de masas, el desplazamiento del poder del Ejército a la Policía y el establecimiento de una política exterior encaminada a la dominación total, el Totalitarismo se constituyó como una forma particular de organización del poder que destruyó al poder entendido, en términos arendtianos, como acción concertada. Los regímenes totalitarios dispusieron de todos sus esfuerzos para eliminar la natalidad, la humanidad y la pluralidad, es decir las condiciones humanas que hacen posible la vida activa y por ende la vida contemplativa, destruyendo así la propia esencia del hombre (Arendt, 1998: 369).
El objetivo de todo Totalitarismo no puede definirse a partir de las ansias de poder característica de cualquier tiranía, sino que su verdadera motivación radica en la transformación de la naturaleza humana a partir de la dominación total. Siguiendo la conceptualización de Arendt entendemos que:

"La dominación total, que aspira a organizar la infinita pluralidad y la diferenciación de los seres humanos como si la Humanidad fuese justamente un individuo, sólo es posible si todas y cada una de las personas pudieran ser reducidas a una identidad nunca cambiante de reacciones, de forma tal que pudieran intercambiarse al azar cada uno de estos haces de reacciones" (Arendt, 1998: 351).

Con el fin de inhibir la capacidad de acción que les es propia y así dominar enteramente a los cuerpos, los cimientos de los regímenes totalitarios se asientan en la destrucción de la persona jurídica, moral y humana presente en cada uno de ellos.
Como afirma Hannah Arendt, el primer paso hacia la dominación total es matar en el hombre a la persona jurídica:

"Ello se logra, por un lado, colocando a ciertas categorías de personas fuera de la protección de la ley y obligando al mismo tiempo al mundo no totalitario, a través del instrumento de desnacionalización, al reconocimiento de la ilegalidad; ello se logra, por otro lado, situando al campo de concentración fuera del sistema penal normal y seleccionando a sus internados fuera del procedimiento judicial normal en el que a un delito definido corresponde una pena previsible" (Arendt, 1998: 359).

La muerte de la persona jurídica no sólo significa una ruptura en la relación entre delito y pena propia de todo Estado de Derecho, abriendo así la posibilidad de castigar aun cuando no se registre una transgresión a la ley. En tanto que el marco legal es lo que provee el espacio necesario para actuar, la muerte de la persona jurídica implica la destrucción de la capacidad de acción de los hombres y por ende de su libertad. Fuera de la ley, los hombres dejan de ser hombres para pasar a ser simples animales, depuestos del derecho a ser sujetos de derecho.
El asesinato de la persona en su carácter moral es el segundo paso en la transformación del quién en qué deseada por el Totalitarismo. La separación cada vez mayor de la realidad promueve una ruptura con todos los principios y torna discutible la frontera entre el bien y el mal, destruyendo así la estructura de la propia conciencia. Si para la víctima significa rendirse a toda posibilidad de resistencia, a los ojos del victimario la destrucción de la persona moral permite volver anónima su muerte, negándole el martirio en su propio lecho mortal.
Una vez que ya se atacó a la persona jurídica y moral, el único rastro de humanidad descansa en la individualidad. Para lograr su control absoluto, no alcanza con privar a los individuos de su libertad, sino también de sus instintos e impulsos. Con el fin de conseguir la dominación total, Arendt plantea la necesidad de destruir también al hombre en su singularidad a partir de diferentes técnicas que buscan degradar y deshumanizar a las víctimas mediante la internación en campos de concentración y la institucionalización de la tortura.
El resultado final de la combinación de estos tres dispositivos "es la reducción de los seres humanos hasta el último común denominador posible, es decir, a un haz de reacciones biológicas idénticas para todos" (Forti, 2014: 186).
El Totalitarismo, para desplegar los dispositivos recién mencionados, se sostuvo sobre tres tecnologías de gobierno: el estado totalitario, la policía secreta y los campos de concentración y exterminio. En primer lugar se produce la introducción del Totalitarismo al poder del Estado, cuya estructura se orienta hacia la concreción de la pretensión de la conquista mundial porque, como explica Arendt en On the nature of Totalitarianism, "el peligro real es el hecho de que un régimen totalitario no puede sobrevivir en el tiempo si la totalidad del mundo exterior no adopta un sistema similar, que permita que la realidad se convierta en un todo coherente" (Arendt, 1994: 352).
En segundo lugar, es a través de la policía secreta que el Totalitarismo busca la generación de una ficción que reemplace a lo real y se adapte así a la cosmovisión que le es propia y busca demostrar como fundamento último de todo su accionar.
En última instancia Arendt señala que los campos de concentración y exterminio son la institución central de todo régimen totalitario. Si bien los campos son pre existentes al Totalitarismo, la novedad de los campos nazis y soviéticos es que se constituyeron como un fin en sí mismo: la destrucción de la condición humana. Son espacios de excepción donde se puede experimentar sobre la naturaleza humana, constituyéndose así como un espacio donde ya no sólo todo está permitido sino que ahora todo es posible.

"Los campos son concebidos no sólo para exterminar a las personas y degradar a los seres humanos; sino también para servir a los fantásticos experimentos de eliminar, bajo condiciones científicamente controladas, a la misma espontaneidad como expresión del comportamiento humano y de transformar a la personalidad humana en una simple cosa, algo que ni siquiera son los animales" (Arendt, 1998: 352).

Es por medio del adoctrinamiento ideológico y del terror absoluto en los campos de concentración y exterminio que el Totalitarismo busca alcanzar su objetivo de la dominación total en tanto que, mientras que el terror arruina las relaciones entre los hombres y la ideología arruina todas las relaciones con la realidad, en conjunto producen hombres que perdieron la capacidad tanto para la experiencia como para el pensamiento.
El adoctrinamiento ideológico de las élites y la fuerza auto coactiva de la ideología conforman un pilar fundamental en este tipo de regímenes. La agresividad del Totalitarismo no precede del puro anhelo de poder sino por razones ideológicas, en tanto que busca hacer al mundo consecuente con la verdad que pregona. Es en beneficio de su propia ideología que el Totalitarismo se orienta hacia la conquista global y la dominación total. Necesita destruir cada rastro de dignidad humana, porque ninguna ideología que pretenda explicar todos los acontecimientos históricos del pasado, presente y futuro puede soportar la imprevisibilidad que procede del hecho de que los hombres sean creativos (Arendt, 1998: 354).
El terror total es, en definitiva, el medio más idóneo para la transformación de la naturaleza humana en pos de su superfluidad. Como bien describe la filósofa alemana, el Totalitarismo no se contenta con reducir el margen de acción política de los hombres habilitado por las leyes, sino que va más allá y reemplaza todas las fronteras y los canales de comunicación entre los individuos con un anillo de hierro que los mantiene tan estrechamente unidos como si su pluralidad se hubiese fundido en un hombre de dimensiones gigantescas. Presionando a los hombres unos contra otros, el Totalitarismo "destruye el único prerrequisito esencial de todas las libertades, que es simplemente la capacidad de movimiento, que no puede existir sin espacio" (Arendt, 1998: 373). De esta manera se entiende por qué el Totalitarismo puede ser definido como la negación más radical de la libertad (Arendt, 1994: 328).

El Totalitarismo como experiencia configuradora de la subjetividad
Mediante los distintos dispositivos de poder y tecnologías de gobierno desplegados por los regímenes totalitarios, éstos buscan, no la mera dominación despótica, sino la total transformación de la naturaleza humana a través del establecimiento de un sistema en el que "los hombres, en tanto que son algo más que reacción animal y realización de funciones, resultan enteramente superfluos" (Arendt, 1998: 367). El poder total al que aspira el Totalitarismo sólo puede ser alcanzado en un contexto privado de toda espontaneidad y pluralidad, en el que los hombres, despersonalizados jurídica, moral y humanamente, se convierten en seres reemplazables e intercambiables entre sí.
Los Totalitarismos configuran un sujeto caracterizado, paradójicamente, por su desubjetividad. El sujeto ideal de este tipo de regímenes es el ser humano puro, reducido a reacciones biológicas, carente de impulsos e imposibilitado a actuar y pensar, un ser para quien el espacio de sus elecciones posibles queda absolutamente eliminado. En Los nuevos demonios la filósofa italiana Simona Forti describe fielmente al musulmán, la víctima absoluta de los campos de exterminio nazis, como "una vida que ha sido desubjetivada – si se puede hablar así-, desposeída hasta de sus últimas identidades relacionales y simbólicas, reducida a mera procesalidad biológica" (Forti, 2014: 177).
En este escenario, es de esperar que las relaciones entre los hombres – si se pueden llamar así – también sufran transformaciones radicales. La esencia de la sociabilidad ya no está marcada por el aislamiento tiránico, donde los hombres, si bien pierden su lugar en el terreno político y sus capacidades para la acción y el poder en tanto que todo contacto entre ellos queda bloqueado, logran mantener sus capacidades para la experiencia, la fabricación y el pensamiento en la esfera privada. El sujeto totalitario está atravesado por la soledad, donde el hombre políticamente aislado es también abandonado por el mundo, quedando al margen de todo tipo de pertenencia (Arendt, 1998: 380).
"El campo de concentración, como puro, absoluto e insuperado espacio biopolítico" – escribe Giorgio Agamben – "aparece como el paradigma oculto del espacio político de la modernidad" (Agamben, 2003: 156), constituyéndose como el espacio paradigmático donde se hace visible la imbricación de la vida y el poder característico de la política occidental. El objetivo final de las fábricas de la muerte nazi no era simplemente el asesinato de los prisioneros, sino la producción en masa de las llamadas víctimas absolutas, cuya muerte alcanza no sólo al cuerpo sino a la memoria y a la propia existencia de aquellas. Retomando a Agamben, Simona Forti escribe:

"La finalidad de este lugar y de las prácticas que allí se realizan es la producción del homo sacer: esa vida que puede ser aniquilada sin cometer homicidio ni sacrificio, y sobre la cual puede descargarse ilimitadamente la violencia que terminará por reducirla, como dice Foucault, a cosa" (Forti, 2014: 195).

Para describir a la víctima de los Totalitarismos el filósofo italiano Giorgio Agamben recupera una figura del derecho romano arcaico, en la que la vida humana se incluye en el orden jurídico bajo la forma de su exclusión. La nuda vida, el producto emblemático de los campos de exterminio nazis, no es más ni menos que "la vida a quien cualquiera puede dar muerte pero que es a la vez insacrificable" (Agamben, 2003: 18). Al encontrarse totalmente desprotegida del marco legal, "el homo sacer puede recibir la muerte de manos de cualquiera sin que esto le suponga a su autor la mácula del sacrilegio" (Agamben, 2003: 96). En tanto que cualquiera puede darle muerte impunemente, porque no será condenado ni por homicidio ni por sacrificio, el homo sacer se halla expuesto a una violencia tal que excede a la esfera del derecho humano y del derecho divino.
Los Totalitarismos, en el intento de transformar la naturaleza humana en vidas nudas y sagradas, reemplazan las relaciones de poder por relaciones signadas por la violencia. De acuerdo con Michel Foucault, "una relación de violencia obra sobre el cuerpo o sobre las cosas, y fuerza, somete, tortura, destruye, impide toda posibilidad" (Forti, 2014: 192). Mientras que el poder requiere sujetos activos, abiertos a un amplio campo de respuestas y reacciones, los cuerpos sobre los que obra la violencia ven eliminada toda capacidad de resistencia. Como afirma Forti, los regímenes totalitarios son esa constelación dentro de la que se produce una forma específica de sometimiento que apaga la posibilidad misma de la subjetivación.
Siguiendo la tesis de Agamben, la producción de la nuda vida no es exclusivo de los Totalitarismos, sino que su constitución como elemento político original de la política occidental es justamente el aporte fundamental del poder soberano (Agamben, 2003: 230). La producción de nudas vidas, desnudas de toda protección, es el principal peligro que vislumbran tanto Arendt como Agamben y Foucault en los escenarios políticos contemporáneos. Siguiendo el marco teórico propuesto por estos autores, Simona Forti señala que "no sólo el racismo histórico de base biológica y étnica, sino en general el racismo como actitud mental que predispone a distinguir una vida digna de ser garantizada y potenciada y una vida de descarte, es el riesgo implícito en la biopolítica" (Forti, 2014: 182). El problema político que surge de la introducción del poder sobre la vida y la muerte es que desde el poder soberano se difunden discursos y se institucionalizan prácticas que establecen una jerarquía al interior de la vida, determinando una geopolítica de la vulnerabilidad corporal que decide qué vidas son válidas de ser vividas, y por ende deben ser jurídicamente protegidas, y cuáles, en tanto valen menos, merecen ser desechadas.
La jerarquización al interior de la vida, la decisión soberana sobre qué valor poseen cada una de ellas y la posibilidad de desamparar, desplazar y desechar impunemente a las que lo carecen constituyen la herencia totalitaria de la que la política contemporánea aún hoy no puede escapar. Como advierte Hannah Arendt al final de Los orígenes del Totalitarismo,

"La crisis de nuestro tiempo y su experiencia central han producido una forma enteramente nueva de gobierno que, como potencialidad y como peligro siempre presente, es muy probable que permanezca con nosotros a partir de ahora de la misma manera que las demás formas de gobierno que surgieron en diferentes momentos históricos y basadas en experiencias fundamentalmente diferentes han permanecido en la Humanidad al margen de sus derrotas temporales" (Arendt, 1998: 383).

SOMBRAS CONTEMPORÁNEAS DE LA OSCURIDAD PASADA

"Las soluciones totalitarias pueden muy bien sobrevivir a la caída de los regímenes totalitarios bajo la forma de fuertes tentaciones, que surgirán allí donde parezca imposible aliviar la miseria política, social o económica en una forma valiosa para el hombre"
(Arendt, 1998: 368)

El refugiado como encarnación del sujeto sin derechos
Hannah Arendt, al finalizar su trabajo Los orígenes del Totalitarismo, advierte sobre la posibilidad de que las soluciones totalitarias sobrevivan a los regímenes que las vieron nacer y señala los peligros que esto significa para las experiencias políticas venideras. Es en la figura de los apátridas y refugiados de la posguerra – colectivo al que ella misma pertenece- que Arendt reconoce las sombras de aquella forma de opresión política que había oscurecido al mundo del siglo XX.
Arendt trabaja la problemática de los refugiados en una doble perspectiva: por un lado autobiográfica y autorreferencial, y por el otro teórico-política. En 1943, desde su nuevo hogar en Estados Unidos, Arendt publica un breve artículo en Menorah, una revista de la comunidad judía angloparlante, donde hace referencia a su propia vivencia como "recién llegada". En We refugees (Arendt, 1994) la filósofa enuncia la transformación semántica que sufrió el término y las consecuentes repercusiones que tuvo en el plano político. Hasta ese momento, los refugiados eran aquellos que se vieron forzados a buscar refugio porque habían cometido algún delito o sostenido una opinión política opositora, pero a partir de las olas de refugiados judíos en pleno auge del nazismo esto mutó. Los nuevos refugiados eran perseguidos, no por lo que habían hecho o pensado, sino porque habían nacido dentro del tipo inadecuado de raza o del tipo inadecuado de clase o alistados por el tipo inadecuado de Gobierno (Arendt, 1998: 245). "Ahora refugiados son aquellos de nosotros que fueron tan desafortunados de llegar a un nuevo país sin medios y debieron ser ayudados por los Comités de Refugiados" (Arendt, 1994: 110). Sin papeles, sin recursos y sin motivos políticos para huir, grandes masas de personas abandonaron sus hogares en Europa y con ellos también sus derechos ciudadanos.
Antes de elaborar teóricamente estas ideas en Los orígenes del Totalitarismo, en los años cuarenta Arendt ya supo ver las implicancias políticas que traía aparejada la noción de refugiado. En tanto que el hecho de ser judío no implica un status legal propio, plantea que los judíos quedaban expuestos al destino de los hombres que, desprotegidos por una ley específica o una convención política, no son nada más que seres humanos. "Y no puedo imaginar una actitud más peligrosa que esa", sentencia Arendt, que vislumbra un escenario donde los seres humanos como tales dejaron de existir en tanto que los pasaportes, certificados de nacimiento y recibos impositivos pasaron de ser meros papeles formales a asuntos de distinción social "desde que la sociedad descubrió que la discriminación es un gran arma social con la que se puede asesinar hombres sin necesidad de derramar su sangre"(Arendt, 1994: 118-119).
Años más tarde, en el capítulo La decadencia del Estado-nación y el fin de los derechos del hombre de su obra sobre el Totalitarismo, Arendt logra formular teóricamente la paradoja que suscitaba el refugiado de la segunda posguerra: "los Derechos del Hombre, supuestamente inalienables, demostraron ser inaplicables —incluso en países cuyas Constituciones estaban basadas en ellos— allí donde había personas que no parecían ser ciudadanas de un Estado soberano" (Arendt, 1998: 245).

"Ninguna paradoja de la política contemporánea se halla penetrada de tan punzante ironía como la discrepancia entre los esfuerzos de idealistas bien intencionados que insistieron tenazmente en considerar como «inalienables» aquellos derechos humanos que eran disfrutados solamente por los ciudadanos de los países más prósperos y civilizados y la situación de quienes carecían de tales derechos. Su situación empeoró intensamente, hasta que el campo de internamiento —que antes de la segunda guerra mundial era la excepción más que la norma para los apátridas— se convirtió en la solución rutinaria para el problema del predominio de las «personas desplazadas»" (Arendt, 1998: 234).

Los refugiados, desposeídos de todo menos del hecho de ser humanos, debían haberse erguido como la encarnación de los Derechos Humanos, pero su aparición en el espacio público selló la crisis de este concepto. En el sistema del Estado-nación los pretendidos derechos sagrados e inalienables del hombre aparecen desprovistos de cualquier tutela y de cualquier realidad desde el momento en que deja de ser posible configurarlos como derechos de los ciudadanos de un Estado (Agamben, 2000: 161).
La tragedia a la que se ven sumidos los apátridas y refugiados no es propia del pos Totalitarismo, sino que el mecanismo de deshacerse de los hombres sobrantes negándoles su ciudadanía y estableciendo así estados de excepción donde sus derechos eran vedados fue utilizado también por estados democráticos durante todo el siglo XX. Tal como describen Arendt y Agamben, Francia, Bélgica e Italia habían dictado leyes privando de su nacionalidad a sus propios ciudadanos categorizados como enemigos, pero fue la Alemania nazi la que llevó esta situación a un extremo cuando distinguió, legalmente, a ciudadanos de primera y de segunda a través de las controversiales Leyes de Núremberg, que sirvieron de fundamento para todas las medidas antijudías que le sucedieron.
Fascismo y nazismo constituyeron una redefinición de las relaciones entre el hombre y el ciudadano, pero la ambigüedad entre ambos términos no es nueva, sino que se remonta al trasfondo biopolítico inaugurado por la soberanía nacional y las declaraciones de derechos en tanto que "las declaraciones de derechos" – afirma Agamben – "representan la figura originaria de la inscripción de la vida natural en el orden jurídico-político del Estado-nación" (Agamben, 2003: 161).

"Esta nuda vida natural que, en el Antiguo Régimen era políticamente indiferente y pertenecía, en tanto que vida creatural, a Dios, y en el mundo clásico se distinguía claramente – al menos en apariencia – en su condición de zoé de la vida política (bios), pasa ahora al primer plano de la estructura del Estado y se convierte incluso en el fundamento terreno de su legitimidad y de su soberanía" (Agamben, 2003: 162).

En su artículo Beyond Human Rights, Agamben demuestra que ya en la Déclaration des droits de l´homme et du citoyen de 1789 se presenta la paradoja que se torna evidente en la figura del refugiado, donde no queda claro si ambos conceptos presentan dos realidades paralelas o deben estar necesariamente imbricados. La ambigüedad queda resuelta ya en el primer artículo, en tanto que afirma que la nuda vida natural, es decir el propio nacimiento, se presenta como fuente y portadora de todo derecho. En el segundo queda demostrado que la vida natural se desvanece en la figura del ciudadano, en tanto que solo perteneciendo a una comunidad política es que estos derechos naturales son preservados. El tercer artículo reconfirma esta idea al pronunciar que porque la declaración inscribe al nacimiento el corazón de la comunidad política es que puede atribuirle la soberanía a la nación (Agamben, 1993: 93). Como resalta en Homo sacer,

"La ficción implícita aquí es que el nacimiento se haga inmediatamente nación de modo que entre los dos términos no pueda existir separación alguna. Los derechos son atribuidos al hombre (o surgen de él) sólo en la medida en que el hombre mismo es el fundamento, que se desvanece inmediatamente, (y que incluso no debe nunca salir a la luz) del ciudadano" (Agamben, 2003: 163).

Queda claro entonces que por el sólo hecho de nacer en un determinado territorio nos convertimos en ciudadanos, y sólo a través de la ciudadanía es que somos acreedores de los Derecho Humanos, supuestamente inalienables e inherentes a la condición de humanidad. El problema es entonces que la decisión sobre si un sujeto puede o no gozar de estos derechos depende directamente de la decisión arbitraria del poder soberano del Estado.
La travesía del refugiado está signada por la pérdida, pero ésta excede la negación de su derecho a ser sujeto de derechos. Tanto Arendt como Agamben se empeñan en demostrar que, si bien el fenómeno de los fuera de la ley se remonta a la primera posguerra y continuó luego en países democráticos mediante la desnacionalización de sus propios ciudadanos, aquellos desplazados por el nazismo adquirieron características propias. Con el abandono de su patria, la primera pérdida que sufrieron los fuera de la ley fue la pérdida de sus hogares, es decir de todo el entramado social en el que habían nacido y en el que habían establecido para sí mismos un lugar diferenciado en el mundo. "Lo que carece de precedentes" – dice Arendt- "no es la pérdida de un hogar, sino la imposibilidad de hallar uno nuevo" (Arendt, 1998: 245). Los emigrantes encontraron restricciones en cada país al que intentaron entrar, en cada comunidad política a la que quisieron pertenecer. El significado de refugiado se resignifica, siendo ahora caracterizado por su doble huída, su doble negación del hogar, entendido éste como su comunidad política. La soledad totalitaria logró sobrevivir al régimen nazi en tanto que sus dispositivos continuaron produciendo hombres abandonados totalmente por el mundo. Siguiendo a Arendt, la segunda pérdida que sufrieron fue la pérdida de la protección legal del Gobierno, tanto en su propio país como en el resto de los Estados soberanos. La pretensión de abarcarlo todo propia de los Totalitarismos necesariamente requería que la desprotección jurídica se extendiera a todo Europa. Además, el derecho de asilo, que históricamente se había utilizado informalmente en todos los rincones del viejo mundo, dejó de ser aplicado desde que las nuevas categorías de perseguidos, no sólo empezaron a ser muy numerosas, sino que no eran ajustables a los criterios que pre establecía la normativa.
Los refugiados se tornan así en un cuerpo superfluo, en una masa de personas totalmente desechables, que sobran en un rincón del planeta y su acceso es denegado en el resto del globo. En tanto que en el paradigma de la soberanía nacional sólo la identidad nacional les permite ser sujetos de derecho, los apátridas se encuentran en una situación límite, en la medida en que son incluidos en el orden jurídico a partir de su no pertenencia, de su exclusión de la protección de la ley. Como afirma Arendt,

"La calamidad de los fuera de la ley no estriba en que se hallen privados de la vida, de la libertad y de la prosecución de la felicidad, o de la igualdad ante la ley y de la libertad de opinión - fórmulas que fueron concebidas para resolver problemas dentro de comunidades dadas-, sino que ya no pertenecen a comunidad alguna." (Arendt, 1998: 246).

En Arendt, la noción de espacio es fundamental. Es el espacio público y el espacio entre los hombres lo que permite la acción en conjunto y por ende la acción política, en tanto que el espacio constituye el prerrequisito de toda libertad. Como plantea en Hombres en tiempos de oscuridad, la libertad de movimiento, es decir, el hecho de ir hacia donde uno quiera, constituye el fundamento tanto de la acción como del pensamiento (Arendt,1990: 19). Es por eso que el refugiado, que huye de su patria y es negado política y socialmente en el puerto de acogida, no sólo es la encarnación de un sujeto que, por no pertenecer a ningún Estado, no se beneficia de los - supuestamente inalienables- Derechos Humanos. Peor aún, el apátrida se ve sumido en un estado de soledad tal que, al igual que la víctima absoluta de los campos de exterminio, se convierte en una nuda vida carente de todo valor, expuesta a una muerte segura e inimputable, desde el momento en se le niega la posibilidad de pertenecer a un espacio que le permita desarrollarse como algo más que un mero ser viviente.

Apátridas y desterrados del siglo XXI
La libertad de movimiento es, para Hannah Arendt, la más antigua y esencial de todas las libertades. Tener la posibilidad de desplazarse por el mundo hacia donde uno quiera es el fundamento de la capacidad de autonomía, que le permite a los hombres decidir qué curso quiere tomar su vida y pensar y actuar en pos de alcanzarlo. La restricción de la libertad de movimiento es, por otro lado, la condición previa a la esclavitud. Pero, como señalan Arendt y Agamben, en el paradigma de la soberanía nacional sólo quien es reclamado por una comunidad política puede ser beneficiado con derechos y, por ende, disfrutar de su libertad, que es, en definitiva, el cimiento de toda humanidad.

"Si el desplazarse por el mundo y elegir el sitio dónde uno quiere vivir, es un acto de libertad, un derecho fundamental, cuya eliminación puede llevar a la esclavitud esto significa que cuando el ser humano es obligado, sin quererlo, a abandonar su lugar de origen, llámese patria u hogar, esa pérdida de libertad de movimiento, de la capacidad de decidir hacia donde se debe de ir y a qué comunidad pertenecer, hace que el ser humano pierda toda autonomía e incluso todo derecho" (Luquín Calvo, 2006).

De acuerdo con los datos publicados por el Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el desplazamiento global alcanzó en 2015 niveles sin precedentes como consecuencia del aumento de la persecución política, los conflictos armados, la violencia generalizada y las violaciones de derechos humanos. Al término del año pasado, había 65,3 millones de personas desplazadas forzosamente en todo el mundo, de los cuales sólo un tercio son refugiados protegidos por este organismo. Durante 2015, más de 12,4 millones de personas debieron abandonar sus hogares y buscar protección en otro lugar, dentro o fuera de las fronteras nacionales. Mientras que 3,2 millones de personas esperaban su solicitud de asilo, más de 200 mil refugiados fueron retornados a sus países de origen. En un mundo donde más de 10 millones de personas son apátridas, los países receptores sólo aceptaron a 107.100 para su reasentamiento. Si bien el cincuenta por ciento de los desplazados provienen de Siria, Afganistán y Somalia, en los últimos años creció también la movilización forzada de centroamericanos hacia México y Estados Unidos. Los números de personas que debieron dejar su hogar y con ello su comunidad política de pertenencia ascienden escandalosamente si consideramos, además de las motivaciones políticas, a todos aquellos que deciden emigrar en busca de mejores condiciones socioeconómicas de vida. Se estima que 243.700.236 personas viven actualmente fuera de su país de origen, aunque este número crece al tomar en cuenta que sólo un pequeño porcentaje de los inmigrantes lo pueden hacer de forma regular y legal.
En Europa cada vez son más los campos de internamiento para extranjeros donde disponen de las comodidades mínimas para sobrevivir mientras esperan a ser reconocidos como residentes o devueltos a sus países de origen. En otros rincones del mundo se construyen muros y vallas que niegan el derecho a la libertad de desplazamiento y se castiga desproporcionalmente a quienes lograron atravesarlos sin los papeles correspondientes. Todos los días, familias enteras arriesgan su propia vida en busca de seguridad y protección más allá de la frontera. En 2015, cerca de 3.770 personas murieron o fueron reportadas como perdidas en el Mar Mediterráneo, mientras que otras tantas sufren las precarias condiciones de vida en su situación de refugiado. Lo más grave es que a nadie le importa porque, al dejar atrás su comunidad de origen y ser rechazados en la comunidad de asilo, estas masas de personas, al no pertenecer a ningún Estado-nación que les preserve sus derechos, quedan totalmente desprotegidas y desamparadas. Como vaticinó Hannah Arendt,

"El peligro de las fábricas de cadáveres y de los pozos del olvido es que hoy, con el aumento de la población y de los desarraigados, constantemente se tornan superfluas masas de personas si seguimos pensando en nuestro mundo en términos utilitarios. Los acontecimientos políticos, sociales y económicos en todas partes se hallan en tácita conspiración con los instrumentos totalitarios concebidos para hacer a los hombres superfluos" (Arendt, 1998: 368).

Los dispositivos y tecnologías con los que los diferentes Estados soberanos gestionan la problemática migratoria global da cuenta de la supervivencia de ciertos instrumentos totalitarios. A pesar de las distancias, si hay algo que unifica a los desterrados de este siglo - ya sea que hayan dejado sus hogares de forma forzada o voluntaria, por motivaciones políticas o económicas-, con las víctimas del Totalitarismo es que todos ellos sufren de la negación de toda libertad y movimiento y su consecuente falta de derechos producto de su estado de soledad y abandono, de su no pertenencia a ninguna comunidad política.
Retomando las reflexiones de Los orígenes del Totalitarismo (Arendt, 1998) se puede plantear que estos regímenes tenían una cierta obsesión con el espacio. En tanto que el espacio entre los hombres es lo que permite el movimiento, la acción y el pensamiento, el Totalitarismo precisaba eliminarlo para permitir que su ideología se muestre consecuente con el mundo y avance por él libre de obstáculos. Por el objetivo de la dominación total el Totalitarismo se constituyó como un anillo de hierro que reducía los espacios públicos y privados al punto de eliminar toda pluralidad y espontaneidad humana. La falta de espacio es, justamente, lo que caracteriza a los apátridas y desterrados. Como planteó Arendt en relación a los refugiados del siglo XX, éstos no sólo eran forzados a desplazarse, en tanto que la organización política de los espacios los consideraban masas sobrantes, sino que su ingreso fue negado en cada lugar al que llegaron.
Al igual que en la época de la posguerra, que los barcos llenos de judíos que escapaban de la barbarie nazi eran reenviados a los puertos alemanes, hoy los Estados también buscan desentenderse de estas masas de recién llegados. Periódicamente se escucha en las noticias que las autoridades de países mediterráneos impiden el desembarco de las barcazas que transportan a cientos de personas que escapan de conflictos civiles y militares en África y Medio Oriente, en tanto que desde Europa del Este hasta Estados Unidos se levantan muros fronterizos para reducir el incesante flujo migratorio. En la era de la globalización, las fronteras internacionales parecen abrirse cada vez más a los bienes y capitales, mientras reducen el espacio para el libre flujo de personas, aún cuando esto signifique violar los tratados internacionales que dieron origen a la Unión Europea o a la zona Schengen. Mientras familias enteras se lanzan al mar en busca de un horizonte más próspero, los líderes de Europa discuten la implantación de un sistema de acogida de desplazados mediante cuotas que no hace más que reforzar el carácter superfluo e intercambiable de cada uno de ellos, que a los ojos de las autoridades más que hombres con historias son meros números a disposición de la burocracia.
Tras enfrentarse a las reiteradas negaciones para pertenecer a una comunidad política, estos grupos de desplazados se ven obligados a residir en campos de refugiados o internamiento. En términos de Arendt, estos lugares pueden ser descritos como el primer paso en el camino hacia el infierno.

"Al Hades corresponden esas formas relativamente suaves, antaño populares en los países no totalitarios, para apartar del camino a los elementos indeseables de todo tipo —refugiados, apátridas, asociales y parados-; como los campos de personas desplazadas, que no son nada más que campos para personas que se han tornado superfluas y molestas" (Arendt, 1998: 357).

Las políticas de confinamiento y control y la utilización de la decisión soberana para suspender legal e impunemente el orden jurídico-político en aquellos espacios no terminaron con el fascismo y el nazismo, sino que se pueden encontrar hoy en los Campos de Internamiento para Extranjeros diseminados por todo Europa, en las cárceles especialmente diseñadas para inmigrantes y en todos aquellos asentamientos establecidos en las fronteras que, más que ser un lugar de paso, se transformaron en la residencia permanente de los desplazados. Estos lugares se convirtieron en espacios de excepción, en los que las personas habitan en los límites del derecho, abandonados por toda cobertura de la ley. En tanto que carecen de pertenencia estatal, se encuentran desprotegidas jurídicamente, por lo que "las masas humanas apartadas en esos campos son tratadas como si ya no existieran, como si lo que les sucediera careciera de interés para cualquiera". Lo terrible de esta situación es que se establecen lugares donde los hombres pueden ser torturados y asesinados y, sin embargo, ni los atormentadores ni los atormentados, y menos aún los que se hallan fuera, pueden ser conscientes de que lo que está sucediendo es algo más que un cruel juego o un sueño absurdo (Arendt, 1998: 357).
Los prisioneros de los campos nazis no difieren en su esencia a las víctimas de este siglo. En términos de Agamben, los unos y los otros pueden ser concebidos como homo sacer en tanto que, como no están sujetos a ningún estado de derecho, están expuestos a ser eliminados impunemente en todo momento (Agamben, 2003). Por tal motivo se puede decir que:

"No constituían delito los abusos en los campos de concentración, espacio de excepción de todo derecho, como hoy no lo constituyen tampoco los abusos ocasionados en Guantánamo, territorio sin orden estatal en el cual los individuos no pueden reclamar ni defensa, ni juicio. No es delito la llamada Ley Patriótica Norteamericana, que permite mantener prisiones secretas en Afganistán e Irak, donde se tortura a los detenidos, siempre en nombre del Estado de Derecho. Tampoco atenta contra ningún derecho el proyecto de la Ley de Protección Fronteriza, Antiterrorismo y Control de Inmigración Ilegal Norteamericana, que propone criminalizar a los aproximadamente 11 millones de indocumentados, convirtiendo en delito residir en Estados Unidos "ilegalmente", infracción castigable hasta con seis meses de prisión" (Luquín Calvo, 2006).

En tanto que los refugiados perdieron los derechos de ciudadanía de su país de origen y el Estado en donde se encuentra el campo se niega a reconocerlos como ciudadanos, cualquier delito que se cometa contra ellos está fuera del derecho.
La desprotección jurídica que sufren los desplazados se explicita en la Directiva sobre los procedimientos y normas comunes en los Estados miembros para el retorno de nacionales de terceros países que se encuentren ilegalmente en su territorio, aprobada por el Parlamento Europeo en 2008. De acuerdo a esta normativa, los inmigrantes pueden ser privados de su libertad sin haber cometido ningún delito previo, con la posibilidad de ser retenidos hasta 18 meses mientras esperan su acogida o su deportación. Y, en caso de que la capacidad de los Centros de Internamiento para Extranjeros se encuentre cubierta, los migrantes pueden atravesar su detención sin fundamento penal en una prisión normal. Al igual que los campos del Totalitarismo, se puede pensar a estos centros como espacios de excepción, donde estar adentro o afuera del orden jurídico-político depende exclusivamente de la decisión del poder soberano. En tanto que para el sin-papeles se rompe la relación entre delito y pena, se lo puede concebir en una relación de bando, caracterizada por ser "abandonado por ella (la ley), es decir, que queda expuesto y en peligro en el umbral en que vida y derecho, exterior e interior se confunden" (Agamben, 2003: 44).
El campo, al día de hoy, continúa utilizándose como la técnica biopolítica de control social por excelencia. En estos espacios de excepción, el derecho es reemplazado por decisiones administrativas y el poder soberano es encarnado por la policía. Como no son ciudadanos, cuando un inmigrante ilegal es capturado no puede ser encarcelado siguiendo los pasos del derecho penal, no sólo porque no cometieron ningún delito sino porque tampoco están resguardados por ese código. Mientras que, ante una infracción, un ciudadano pleno se vería obligado a pagar una multa, los sin-papeles son castigados de forma arbitraria con la pérdida de su libertad. En definitiva, "el Centro de Retención es una nueva y refinada versión del campo, que cumple la misma función que históricamente se le asignó: vigilar, controlar y, en este caso, expulsar poblaciones indeseadas"(Bartolomé Ruiz, 2014: 16).
El problema radica entonces que en el Estado-nación no hay espacio alguno para el ser humano puro. En todos los países, el estatuto de refugiado o emigrante siempre fue pensado como una categoría provisional, que debía conducir a la naturalización o a la repatriación. Los inmigrantes ilegales, por su parte, aún siendo residentes del país de acogida, continúan estando expuestos a ver limitado su derecho al libre tránsito, estando siempre obligados a disponer de permisos de entrada y de salida para desplazarse libremente. La dificultad de ser ciudadano del mundo ya queda plasmada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde establece el derecho a emigrar pero nunca hace explícita la inmigración. Otra paradoja es que, si bien reconoce el derecho de asilo, si éste no es motivado por un delito la potestad de otorgarlo o no depende de la arbitrariedad del poder estatal. En lo que refiere a los inmigrantes, la declaración presenta lagunas legales en lo que respecta a la obligación de los Estados de permitir el ingreso y conceder la ciudadanía. Los desplazados, si bien son aceptados como residentes en los países de acogida, no son considerados sujetos de derecho. Su existencia, y la protección de la misma, se reduce a su mera supervivencia. Retomando a Agamben se puede afirmar que:

"Los trabajadores ilegales, los inmigrantes y refugiados pueden así sobrevivir en nuestros estados de derecho, pues estos les otorgan esa capacidad. Los trabajadores ilegales son necesarios para las grandes economías y para esa macro economía, poco interesa regularizarlos. Lo que sí importa es mantener este nivel de supervivencia, de discrecionalidad en la otorgación de determinados derechos en base a los intereses del poder. De esta manera, los millones de indocumentados que viven en los países desarrollados, constituyen un minusválido ejército de mano de obra, disminuido en sus salarios, condiciones de trabajo y prestaciones sociales. Una capacidad laboral barata y completamente desprotegida" (Luquín Calvo, 2006).

La desubjetivación y despersonalización a la que se ven sometidos los apátridas y desplazados y la contradicción que encarnan al ser desposeídos de los sagrados e inalienables derechos del hombre se manifiesta también en la incapacidad de los Estados y los organismos internacionales para afrontar la problemática. Los esfuerzos organizados por las Naciones Unidas, el ACNUR y demás organizaciones que dicen proteger los derechos de los desplazados se tornan contradictorios en tanto que, como señala Agamben, éstos no tienen carácter político sino únicamente humanitario y social.

"Las organizaciones humanitarias, que hoy flanquean de manera creciente a las organizaciones supranacionales, no pueden empero, comprender en última instancia la vida humana más que en la figura de la nuda vida o de la vida sagrada, y por eso mismo mantienen, a pesar suyo, una secreta solidaridad con las fuerzas que tendrían que combatir" (Agamben, 2003: 169).

A pesar de las buenas intenciones de los miembros de estas organizaciones, éstas no hacen más que servir a los intereses de la violencia estructural que generó la necesidad, en primer lugar, de esos desplazamientos forzados. En tanto que su intervención es únicamente humanitaria, las distintas ONGs buscan mitigar la situación de los refugiados sin posicionarse políticamente frente a ello, por lo que su tarea se reduce a atender a los meros seres humanos, sólo como elementos biológicos.
Cuando los refugiados no representan casos individuales sino un fenómeno de masas, quedan al total desamparo jurídico-político y sólo se convierten en objeto de ayuda y protección en tanto son considerados, no como sujetos de derechos, sino meras vidas humanas expuestas a una violencia impune e insacrificable. En los campos, su supervivencia sólo está garantizada por la policía y las organizaciones humanitarias, en tanto que el estado de derecho los abandonó desde el momento en que dejaron de pertenecer a una comunidad política nacional.

REFLEXIONES FINALES

La situación de desprotección jurídica, las limitaciones en el goce de las libertades y el total desamparo en el que se encuentran hoy millones de personas por el sólo hecho de no pertenecer a ningún Estado demuestran que, como planteó Hannah Arendt, las soluciones totalitarias podían sobrevivir a sus derrotas temporales. La jerarquización al interior de la vida, la decisión soberana sobre qué valor poseen cada una de ellas y la posibilidad de desabrigar, desplazar y desechar impunemente a las que lo carecen constituyen la herencia totalitaria de la que la política contemporánea aún hoy no puede escapar.
Es en la figura de los refugiados, exiliados e inmigrantes que Arendt reconoce las sombras de aquella forma de opresión política que oscureció al mundo unas décadas atrás. Para ella, "lo que prepara a los hombres para la dominación totalitaria en el mundo no totalitario es el hecho de que la soledad (...) se ha convertido en una experiencia cotidiana de crecientes masas en nuestro siglo" (Arendt, 1998: 382). En la medida que el nacimiento se convierte inmediatamente en nacionalidad y la ciudadanía se vuelve la única fuente y garante del derecho, en el paradigma de la soberanía nacional todos aquellos que de forma voluntaria o forzada decidan dejar atrás su hogar resultan desamparados y desprotegidos jurídica y políticamente. Los desplazados quedan desarraigados, en tanto no tienen en el mundo un lugar reconocido y garantizado por los demás, y se vuelven superfluos, en tanto que no pertenecen en absoluto al mundo. Así, las masas de apátridas sufren de una soledad similar a la que se vieron sometidas las víctimas del Totalitarismo, y consecuentemente las capacidades humanas que le permiten llevar adelante una vida activa y contemplativa quedan devastadas. Tanto los regímenes totalitarios como las democracias contemporáneas demostraron su éxito en el proceso de configuración de no-sujetos, de hombres que, después de pasar por los dispositivos biopolíticos de poder, quedaron reducidos a meras vidas humanas, carentes de los derechos y libertades que parecían ser innatos, inherentes e inalienables.
Como afirma Agamben, la tesis de una íntima solidaridad entre democracia y Totalitarismo no es una tesis historiográfica que autorice la nivelación de las enormes diferencias entre ambos. Sin embargo, en el plano histórico-filosófico, la continuidad entre ambos sí debe ser tenida en cuenta "porque sólo ella puede permitir que nos orientemos frente a las nuevas realidades y las imprevistas convergencias de este final de milenio, y desbrozar el terreno que conduce a esa nueva política que, en gran parte, está por inventar" (Agamben, 2003: 21).
La tragedia del siglo XX demostró que "es vano cualquier intento de fundar las libertades políticas en los derechos del ciudadano" (Agamben, 2003: 231), en tanto que, como reconfirmó la crisis migratoria actual, los derechos del hombre sólo pueden ser garantizados cuando éstos pertenecen a una comunidad política que se los preserve. En un mundo globalizado, donde la libertad de movimiento es un hecho para los bienes y capitales, la soberanía nacional así concebida sólo establece trabas para los desplazamientos humanos. Siendo la libertad una de las condiciones básicas de la humanidad, se torna urgente repensar el espacio político de Occidente, donde millones de personas se encuentran hoy abandonadas.
Si bien el Totalitarismo sigue impregnado en la política contemporánea, es posible pensar una salida. Como propone Agamben, "será preciso hacer del propio cuerpo biopolítico, de la nuda vida misma, el lugar en el que se constituye y asienta una forma de vida vertida íntegramente en esa nuda vida, un bíos que sea sólo su zoé" (Agamben, 2003: 239). Ahora que quedó demostrado que los Derechos Humanos no son más que una ficción, la respuesta parece ser ligar, de una vez y para siempre, el derecho a tener derechos al hombre y no al ciudadano. En tanto la pertenencia al mundo no sea requisito para la protección jurídica, la soledad no será más una condición que posibilite la emergencia de prácticas totalitarias que se esfuercen por destruir la propia esencia humana.


BIBLIOGRAFÍA
Agamben, Giorgio (2003), Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos.
Agamben, Giorgio (2000), "Beyond human rights. Means without End. Notes on Politics" en Theory Out of Bounds, Vol. 20. Minneapolis/London: University of Minnesota Press. Traducción propia.
Arendt, Hannah (1990), Hombres en tiempos de oscuridad. Madrid: Gedisa.
Arendt, Hannah (1994), "On the nature of Totalitarianism" en Essays in understanding. 1930-1954. Formation, exile and Totalitarianism. New York: Shocken Books. Traducción propia.
Arendt, Hannah (1994), "We Refugees" en Altogether elsewhere. Writers on exile. London/Boston: Faber and Faber, pp. 110-119. Traducción propia.
Arendt, Hannah (1998), Los orígenes del Totalitarismo. Taurus: Madrid.
Bartolomé Ruiz, Castor M.M. (2014), "Los refugiados, umbral ético de un nuevo derecho y una nueva política", La Revue des droits de l'homme [Online], 6 " 2014, ISSN: 2264-119X.
Forti, Simona (2014) "Biopolíticas hipermorales: Tanatopolítica y víctimas absolutas." Los nuevos demonios. Buenos Aires: Edhasa, pp. 175-231.
Luquín Calvo, Andrea (2006), "Desplazados, emigrantes, refugios y exilios: Hannah Arendt y la actualidad de su pensamiento" para XI Congrés Valencia de Filosofia. Valencia: Universitat de Valencia, pp. 167-177.

Sitios web consultados:
www.acnur.org
www.conseil-constitutionnel.fr/
www.elpais.com
www.eur-lex.europa.eu/es
www.un.org/es





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