\"Los contratiempos de la emancipación de las mujeres (condición, consecuencia, medida y ardid)\"

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Descripción

Geneviève Fraisse Los contratiempos de la emancipación de las mujeres (condición, consecuencia, medida y ardid) El presente texto se publicó parcialmente en La philosophie et l’émancipation de l’humanité; Journée de la philosophie à l’Unesco, 2002, n°10, Unesco 2004; después en A côté du genre, sexe et philosophie de l'égalité, Le Bord de l'eau éditions, 2010. Se trata aquí de una versión aumentada.

De una representación de la historia lineal, no se sale uno simplemente. A la figura de la emancipación la aqueja la imagen del progreso, del sentimiento de la conquista asegurada, de una idea del acceso visto como un camino continuo. Esta linealidad asigna al pensamiento de la emancipación un valor moderno, democrático, el de la historia nueva de la libertad y la igualdad. Sin embargo, la afirmación de la emancipación se aclara siempre en un momento preciso, paso de un estado a otro, ruptura temporal. Este paso puede parecer natural, transformación del niño en adulto. No obstante, se estructura socialmente por la edad fijada de una mayoría legal, cívica o sexual. La ciudadanía, la responsabilidad penal, la edad del matrimonio, la orientación sexual, todos estos estados potenciales de un individuo tienen umbrales de edad variables según los países y también en el interior de un mismo país. Pero sí hay umbrales. Por un lado, las imágenes de continuidad progresiva, por otro lado, de umbral fijo, serían entonces las dos referencias algo opuestas de la representación espontánea de la emancipación. En efecto, sabemos que a partir de ahora a esto se debe añadir, como por necesidad, la idea de democracia inconclusa, gusto amargo de conquistas incompletas, de derechos frágiles, incluso reversibles. No obstante, la idea de emancipación amerita, todavía y siempre, ser aprehendida en toda su fuerza primaria. Si la noción de progreso es anticuada, la idea de democracia inconclusa perdió su fuerza de convicción; resta la importancia de la emancipación y su implícito, la imagen de la ruptura. La emancipación política contemporánea entonces se calcó del modelo de la emancipación individual, tomando prestado de él los corolarios del progreso y de la transformación. Los tiempos futuros siempre serán mejores; será necesario con mayor frecuencia un momento particular, paso, umbral o ruptura. Se piensa especialmente en la emancipación de los pueblos y la futura revolución (o “gran día”) que se debe preparar, o en la emancipación de las naciones y la proclamación de la independencia de las colonias, o en la revolución nacional. La emancipación de las mujeres es la tercera parte de la trilogía “pueblo, raza, sexo” (o “nación, raza, sexo”) que estructura la época contemporánea, siendo la emancipación y la liberación los términos superponibles sin que por ello puedan confundirse. Esta trilogía se puede relacionar con la Antropología kantiana que marca claramente esta triple distinción, inaugurando de esta manera las discusiones que, desde el siglo XIX hasta la fecha, se denominan en adelante “interseccionalidad”. En efecto, al identificar las categorías antropológicas de la sociedad moderna, se abría así la discusión política: las categorías de sexo, de raza, de pueblo (que significó más tarde nación, después clase) se interesarían en la dinámica republicana o revolucionaria. Puestas en el mismo plano, se cruzarían necesariamente en el pensamiento y en la historia. Observemos de paso que estas categorías, a la vez antropológicas y políticas,

se consideran de entrada como fuera de una naturalidad; son entonces, hablando propiamente, históricas. Y, sin embargo, es preciso, en primer lugar, distinguir la emancipación de las mujeres de las otras dinámicas, pues la ruptura futura, punto de no retorno, revolución, no tiene verdaderamente ninguna pertinencia para las relaciones entre los sexos. Se piensa en el fin de la esclavitud, del apartheid, de la colonización; pero ¿en el fin de la dominación masculina? El pensamiento de una ruptura radical (la revolución feminista particularmente) muy rara vez es un proyecto político teóricamente construido. Si se evoca esta ruptura, sigue siendo imaginaria, semejante a que las amazonas tomen el poder, o más cerca de nosotros, las guerrilleras relatadas por Monique Wittig, seguras de poder abandonar el contrato social de la heterosexualidad. El sueño de una ruptura se pensará, también eventualmente, en el modo de la inversión, como una ruptura imaginaria, la de una inversión de las relaciones: esclavitud de los hombres y toma de poder de las mujeres. De ahí, en lenguaje político banal, el esperpento de la inversión de los sexos para frenar la liberación de las mujeres. De ahí la dificultad de integrar a las mujeres como actrices en el proceso histórico y la facilidad de tenerlas a distancia. De esta manera, detener el tiempo de las mujeres más que mostrar su historicidad existe en todo relato excepcional (heroínas, crímenes, etc.). La historia de las mujeres mantiene una relación con la temporalidad política totalmente específica. Retrasadas o adelantadas La emancipación de las mujeres obedece entonces a un esquema original: se piensa en ella como progresiva al otorgarle una temporalidad espontánea y naturalista; se entendería, en efecto, que la democracia occidental avanza y los derechos de las mujeres con ella. Se piensa en ella así sin “paso” o umbral, sin revolución o inversión brutal. ¿Falsa confianza en el progreso o más bien lucidez en cuanto a un fin ilusorio de la dominación masculina? La imprecisión de las representaciones que ilustran la emancipación de las mujeres es preocupante. El esquema político no es ni un movimiento programado y progresivo ni una dialéctica arreglada entre dominadores y dominados, como lo fueron otras teorías emancipadoras, fin de los estados coloniales, abolición de la esclavitud o del apartheid. La desaparición de la dominación masculina, a la que algunos o algunas fingen creer, evidentemente no se dará para mañana. No solamente no existe el progreso lineal, sino que todavía sigue siendo problemático el análisis histórico. Así, la preocupación se explica por una doble falta de representación: queda por elaborarse la historia de las mujeres tanto en el pensamiento teórico como en la acción política; una relación sin conflicto entre los sexos que parece evidentemente irreal para pensar en el futuro. De ahí el interés (por ejemplo) del título del taller feminista de los que están en contra de la globalización en Florencia en noviembre de 2002: “Un conflicto necesario para un futuro común”. Un conflicto necesario entre los sexos expresa la idea de que la “guerra” de los sexos se debe traducir en práctica política, reconocimiento de una tensión; el futuro común indica la utopía, compartida entre hombres y mujeres, de una resolución de este conflicto. La emancipación de las mujeres podría entonces ser una historia como todas las historias, una historia política, y tendría un objetivo, como todas las utopías… Es preciso que señalemos ahora cómo esta emancipación se integra necesariamente a las otras, sin dejar de tenerla a distancia, como un síntoma o un corolario. Dejaremos momentáneamente de lado el trabajo del actor, más bien de la actriz, en el camino de la emancipación social o de la emancipación nacional. Convenimos en que las mujeres son sujetos de la historia, sujetos

por derecho propio y cada vez lo son más. Sin embargo, algunos evocan con regularidad el “papel” de las mujeres, cuando hay una guerra de liberación, por ejemplo, o cuando hay una insurrección política. Evocar consiste en exhumar la historia obligada de la participación de las mujeres o en colorear con colores femeninos la historia de los grandes hombres. Es una manera de dejarlas al margen. Más difícil todavía es saber qué camino toma la emancipación de las mujeres como objetivo político. Como rara vez se piensa en ella sola, se aferra a otras emancipaciones: del pueblo, de la raza, de la nación, de la clase, pero de refilón. No tomaremos la polémica sobre el menosprecio que mancha en general a la reivindicación feminista, desvalorizando así su sentido. Se observará que la polémica entre la especificidad de la “lucha de las mujeres” o la necesidad de articularla con otros combates políticos es recurrente, de hecho, repetitiva. Esta disputa nació en el momento de la Revolución francesa. Y en el transcurso de una generación, pienso haber asistido a dos momentos fuertes de esta polémica paradójica, la década de los años setenta (clase/sexo) y la primera década del siglo XXI (raza/género). La cuestión entonces es estructural: la categoría “mujeres” es una categoría diferente de todas las otras (mitad de la humanidad) y, al mismo tiempo, en la historia del pensamiento occidental, nunca se ha pensado en “las mujeres” solas (el hijo, el siervo, el loco, el esclavo, el proletario, el colonizado…). Se debe reflexionar en esta paradoja epistemológica y, por consiguiente, política. Se debe ampliar ya el problema, fuera del periodo histórico contemporáneo: las otras categorías que “lindan” con las mujeres varían siguiendo las épocas y los pensamientos en marcha. Aristóteles al designar a la familia ve al hijo y al siervo a un costado de la mujer; Spinoza, que se inquieta por la razón, apunta al niño y al loco en compañía de “la charlatana”... Es por eso que decido claramente dejar de lado las cuestiones de las categorías de antropología política en beneficio de una interrogación sobre la historicidad y sus dificultades. Se verá entonces, para el propósito que se tiene aquí, cómo funciona la dinámica emancipadora. Varias posturas se enfrentan desde el siglo XIX. La fórmula clásica del retraso de las mujeres en relación con los pioneros de la democracia, así como su necesaria educación para acceder a la emancipación, las deja en la puerta de la nueva historia que se está realizando. Serán ciudadanas, por ejemplo, cuando dejen de vivir bajo la influencia de la religión o cuando estén suficientemente instruidas… El tiempo histórico se encuentra pendiente de su transformación; se amerita su participación en la historia. Necesitan conquistar un lugar en la república para que ésta las reconozca por derecho propio. La segunda fórmula, según la cual la revolución social o la revolución nacional acarrearán de facto un cambio en la vida de las mujeres, es un ejemplo ilustrativo de la afirmación marxista que insiste en la jerarquía de las contradicciones del sistema capitalista. La relación de clase es una contradicción primaria; la relación de sexo, una contradicción secundaria. La emancipación de las mujeres, la resolución de la dominación masculina, es una consecuencia del desenlace de la contradicción principal: capitalismo y lucha de clases. Ahí ya no se trata de ameritar la entrada en la historia, es preciso ser paciente, esperar la recompensa de la historia. De esta manera, a las mujeres se les asigna un lugar rezagado, están atascadas a la orilla del camino de la historia emancipadora. Pero, si se les garantiza que recibirán la igualdad en el ámbito de la revolución, son las invitadas de un proceso histórico que las sobrepasa. En el primer caso, la historia no las espera, en el segundo, la historia las hace esperar. Ya sea retrasadas o adelantadas, no se encuentran en el momento apropiado del desarrollo histórico. En el segundo caso, retrasadas o adelantadas, se quiere imaginar realmente un

futuro, pero jamás un presente imbricado en los otros presentes. Es como una falta de historicidad. Se observará que este problema de la historicidad se encuentra en las otras categorías de la antropología política. En otro tiempo se hablaba mucho de “pueblos sin historia”. Además, siempre es un “mal momento” para emanciparse; argumento bien conocido de los dominadores. Subrayemos, no obstante, que, para las mujeres, el problema es original, pues poco importa el momento político, siempre es problemático. Incluso en plena modernidad siempre subsistirá una interrogación un poco solapada sobre el derecho de las mujeres de estar al mismo nivel en la historia. Una condición Nuestros dos siglos precedentes han comentado abundantemente los problemas de la temporalidad de la emancipación. Sin embargo, existen otros esquemas más raros. Charles Fourier, por ejemplo, desde el principio del siglo XIX, formula la utopía de una sociedad nueva en la que pone a la emancipación de las mujeres como una condición de la subversión y de la libertad de los pueblos. Ni por debajo de la historia por su retraso ni con el agradecimiento de la historia después de la Revolución futura las mujeres se encuentran inscritas en medio de los nuevos tiempos: “Los progresos sociales y los cambios de periodo se realizan en razón del progreso de las mujeres en dirección a la libertad; las decadencias del orden social operan en razón del decrecimiento de la libertad de las mujeres”. Fourier, pensador de la utopía socialista inscribe en la materialidad de la Historia su sueño de libertad. La prueba de ello es la presente tesis célebre de Fourier, resumida más adelante en unas cuantas líneas: “la extensión de los privilegios de las mujeres es el principio general de todos los progresos sociales”. No hay camino de emancipación, aquí de liberación y de utopía, si se pone de lado o se marginaliza a las mujeres como categoría social que puede soñar con la igualdad entre los sexos. Se encuentran en medio del proceso de emancipación; incluso son necesarias para éste. La radicalidad de esta tesis depende del reconocimiento de esta necesidad. Pero, todavía más, esta teoría implica, por consecuencia, una relación de historicidad entre los sexos. La historia se escribe, dice Charles Fourier, en la relación entre los sexos y con la relación entre éstos. Esta postura contrasta doblemente con las dos representaciones precedentes: las mujeres son necesarias para la libertad de los pueblos; los sexos también escriben la historia, en conjunto y en forma separada. En efecto, afirma Fourier claramente y asume sin ambages, son los hombres los que necesitan la libertad de las mujeres, su bienestar depende de ello, incluso el bienestar de las naciones. Se impone hacer un análisis de la instrumentalización de esta figura de la emancipación. El hombre necesitaría la emancipación de las mujeres para su propia emancipación. ¿Esta interpretación no es por ello problemática? Esto no es seguro. Antes de contestar a esta pregunta, es interesante leer una versión actual de ella, menos utópica quizás, y más pragmática sin duda, que la de Fourier; y, sin embargo, igual de radical. El economista indio Amartya Sen coloca a las mujeres en el centro de un desarrollo posible de los países más pobres. Haciendo referencia a los escritos feministas de Mary Wollstonecraft de 1792, señala el doble aspecto del derecho de las mujeres, cuando éstas, por un lado, son “pacientes” y susceptibles de recibir derechos, por otro lado, cuando éstas son “agentes”, en situación de ser actrices del desarrollo del otro. Mediante este doble significado, introduce a las mujeres en el centro de la dinámica del desarrollo de los países pobres: “ya no son las destinatarias pasivas de una reforma que afecta su estatus, sino son las actrices del cambio, las iniciadoras dinámicas de las transformaciones sociales, que

pretenden modificar la existencia de los hombres tanto como la suya”. Amartya Sen llega a esta aseveración después de una larga demostración, de libro en libro, que consiste en relativizar el análisis de las desigualdades en los ingresos y en insistir en las desigualdades de las “capacidades”, la capacidad de bienestar, de salud, de educación…; pues solamente las desigualdades en la capacidad pueden dar cuenta de la fuerte desigualdad entre los hombres y las mujeres, pueden explicar, por ejemplo, el fenómeno de las “mujeres faltantes”, es decir, de una mortalidad femenina desproporcionada en relación con la de los hombres en ciertos países. Con más claridad que Fourier, acepta hablar en función de la eficacia social, dándoles a las mujeres un papel a la vez para ellas mismas y para los otros; el ejemplo, más simple es el de los niños que son los primeros beneficiarios de un mayor bienestar de las mujeres. Es una instrumentalización lúcida de las mujeres y de su emancipación. “No veo, en el examen, ninguna prioridad tan candente para la economía política del desarrollo como el reconocimiento pleno y entero de la participación y del liderazgo femeninos en los campos político, económico y social. Es un aspecto crucial del ‘desarrollo como libertad’ ”. Esta instrumentalización pasa por el reconocimiento de las mujeres como “agentes”, dice, sujetos y actrices de la historia, diríamos nosotros. La relación entre los sexos adquiere entonces un sentido político, por lo tanto, histórico; y las mismas mujeres están en la historia, son contemporáneas de la historia que se está llevando a cabo. El filósofo utopista Charles Fourier y el economista del desarrollo Amartya Sen se encuentran muy cercanos, a dos siglos de distancia, Expresan una idea sobre la historia de los sexos poco común, idea que inscribe la emancipación de las mujeres en medio de toda historia que se está llevando a cabo. Reconocen también el carácter activo de su participación en la historia. Para el economista actual, se trata de todas las mujeres, de su derecho a la capacidad de actuar para su bienestar. Para Charles Fourier, esto significaba que las mujeres ya emancipadas debían responsabilizarse de la emancipación de todas las mujeres: “Las mujeres deberían producir no escritoras, sino libertadoras; Espartacos políticos, genios que concierten los medios de sacar a su sexo del envilecimiento”. Como una vanguardia, algunas mujeres ilustradas deberían cambiar el curso de la historia. No lo hacen, dice a principios del siglo XIX, como si ignorara la regresión que entonces se les impuso a raíz de la Revolución francesa. En la actualidad, nadie debería dudar de la importancia de las mujeres como actrices y sujetos de su historia, y de la historia que se está llevando a cabo. Resta comprender cómo actúan, cómo se ha vuelto suyo el pensamiento de la emancipación, cómo se lo han apropiado. Una de las tesis del sociólogo Pierre Bourdieu, en su libro sobre la dominación masculina, es comprender cómo ha producido la tradición una representación deshistorizada de esta dominación, cómo precisamente ésta ha ocultado la historicidad. El que concuerde yo con esta tesis se debe a que ésta permite un pensamiento histórico de la emancipación de las mujeres. Se dijo anteriormente cuánto podía pensarse esta emancipación fuera de toda historia, invalidándola implícitamente, la misma historia. Sin embargo, la demostración de Pierre Bourdieu sufre de una extraña facilidad en el tratamiento de las actrices del cambio, precisamente de las mujeres. Sus breves comentarios sobre el feminismo, sobre la historia del feminismo, muestran una especie de rechazo a implicar en su demostración a sujetos de la historia. Como sucede con frecuencia, Pierre Bourdieu se instala en una posición distante, como un analista exterior: “El inmenso trabajo

crítico del movimiento feminista” que el conjuga en pasado hace las veces de análisis en esa misma obra, y esta cita muestra poca curiosidad en cuanto al contenido de este trabajo crítico. Y allí también, a costa de una aproximación perjudicial (el feminismo se ha interesado en lo doméstico más que en la escuela o el Estado), invita al feminismo, ya no al pasado, sino al futuro: “este es un campo de acción inmenso que se encuentra abierto a las luchas feministas llamadas a ocupar así un espacio original y perfectamente asentado en el seno de las luchas políticas contra todas las formas de dominación”. Una vez más, las mujeres se encuentran en un contratiempo histórico: pertenecen al pasado o al futuro, jamás al presente. El sociólogo les da sus instrucciones de trabajo y de acción a partir de un punto de vista global. Su postura de sabio viene acompañada por un pensamiento del dominio político. La historicidad de la dominación masculina se encuentra disociada de facto de la realidad completamente histórica del pensamiento feminista. Las luchas feministas se convocan en el pasado para su producción crítica y en el futuro para la acción futura. No se encuentran activas en el presente, en el seno mismo del análisis del sociólogo que las deja siempre en las orillas, a un lado de su demostración. ¿Cómo se puede creer en su demostración y en su voluntad de reconstruir la historicidad de la historia de las mujeres cuando se le ve, en su obra misma, muy lejos de una apreciación del contenido del trabajo crítico del feminismo, de su aportación teórica como de la repercusión de sus acciones? Evocar sus contribuciones, esta participación, no puede ser suficiente; evocarlas simplemente, de manera abstracta, como un elemento externo a la demostración teórica, es negarles su pertinencia, su función histórica. Política de la temporalidad Entonces estamos lejos de conocer el camino de la emancipación de las mujeres. Las figuras recordadas aquí muestran su límite y manifiestan especialmente la dificultad de pensar cómo se trama, históricamente, la emancipación de las mujeres. Poner esta emancipación en el centro de la transformación de una sociedad y afirmar la calidad de las mujeres como agentes de esta transformación son los dos principios establecidos por Charles Fourier y Amartya Sen. Algunos dirán que los principios son evidentes. No obstante, los modelos a los que se enfrentan, tanto el del retraso que se debe subsanar como el de la consecuencia asegurada, aún persisten en la actualidad. La dificultad de Pierre Bourdieu de integrar el contenido teórico y práctico del feminismo en un pensamiento tan consciente como el suyo de las dificultades de historiar el conflicto entre los sexos se atribuye a la fragilidad de un pensamiento sobre la emancipación de las mujeres, en general despreciado y deslegitimado. Por otra parte, no se nos escapa que la inscripción de las mujeres en el centro del proceso de la historia revela siempre un uso instrumentalizado de su participación. Sin las mujeres, no hay felicidad ni bienestar posibles, concluyen Charles Fourier y Amartya Sen. Sujetos de su emancipación, las mujeres son también el medio, el instrumento de la emancipación ajena. Imposible, por consiguiente, escapar de la pregunta planteada más arriba: esta instrumentalización ¿es problemática? ¿Viene a obscurecer la esperanza de la igualdad de los sexos? El precio de la emancipación ¿sería que las mujeres sean a la vez el fin y el medio de una dinámica emancipadora? Es preocupante que su propio fin, la finalidad de su libertad, se acompañe siempre de argumentos que conciernen a otros más que a ellas mismas. Esta cuestión es esencial, pero su solución parece improbable. La libertad de las mujeres ¿es

una conquista por sí misma o una necesidad para el bien ajeno? Fuera de las reflexiones de Amartya Sen, las instituciones internacionales se apoderaron de sus conclusiones y abundan las metáforas para describir el desarrollo futuro: las mujeres son la “palanca”, la “mina”, en resumen el elemento determinante. La distinguida revista Equilibres et populations no duda en escribir, citando a Kofi Annan, entonces secretario general de la ONU: “la igualdad de los sexos no es un fin en sí, pero es indispensable para lograr los otros objetivos y ninguna estrategia de desarrollo podría ser eficaz si no concede a las mujeres un papel de primer plano”. Y, sin embargo, es preciso insistir en ello, ¡la igualdad de los sexos y la libertad de las mujeres sí es un objetivo en sí! Instrumento o finalidad, la emancipación de las mujeres se encuentra fundamentalmente atravesada por esta cuestión. Se puede alabar la radicalidad de la declaración de Charles Fourier o de Amartya Sen, se puede profundizar en la manera en que las mujeres se pueden integrar a la fábrica de la historia, pero la pregunta siempre está allí. Las mujeres son para ellas mismas y para otra cosa, son un fin y un medio. Moneda de cambio o más bien medio de cambio en la historia política tanto como en la teoría histórica. Nuestra tarea, mía y de otras personas, consiste en elaborar su historicidad con este tema que se resiste a todo pensamiento de emancipación y de subversión; este pensamiento de la mujer que permanece siendo objeto, lo que comprende el convertirse en sujeto de la historia y de su propia historia. Regresemos a mi propuesta preliminar: a la emancipación de las mujeres le es difícil ser contemporánea de los movimientos de la historia global. Se requiere como una condición de participación en el ejercicio de la democracia; o se considera como consecuencia de un proceso revolucionario. Antes o después del momento histórico mismo, se le atribuye eventualmente un papel, una función al servicio de la historia general. ¿Por qué no? Pero antes de ir más lejos, señalemos que las mujeres parecen seguir siendo las eternas “invitadas” de un proceso global, jamás por completo actual, siempre en situación de justificarse. De esto es preciso sacar la conclusión, o más bien ofrecer una perspectiva que la historia del feminismo conoce bien desde hace dos siglos: la temporalidad del pensamiento y de las acciones feministas no siempre ha estado en sincronía con el conjunto de movimientos políticos. Exactamente, son a la vez contemporáneos y están separados, parecen poder compartir una dinámica y, sin embargo, pueden ignorarse. Entonces viene de nuevo la cuestión de la comparación con otras categorías de dominados. ¿No hay también temporalidades contrarias tanto en el pensamiento de la descolonización como en el del postcolonialismo o del neocolonialismo? Probablemente. Sin embargo, si se debe precisar la especificidad de la cuestión de los sexos, una vez más es por su situación de globalidad, mitad de la especie humana. De ahí que la problemática se invierte. Ejemplo en el campo de la vida social: las mujeres desean trabajar, tener un empleo asalariado al mismo tiempo que hemos asistido, a principios de la década de los años 2000, a sueños o declamaciones sobre el fin del trabajo, la denunciación de la alienación y el sueño de tiempo libre. Si tienen esta voluntad de tener un empleo, claramente es porque de él depende su autonomía económica. Ejemplo en el campo del pensamiento: la construcción del sujeto mujer se reivindicó en lo más fuerte de la crítica del sujeto occidental, en el tiempo mismo de las reflexiones sobre la muerte del hombre. ¿Anacronismo o paradoja? Más bien contratiempo: los tiempos no son siempre buenos, no son los mismos para todos. Adecuarse a su tiempo es una imagen

inadecuada de la historia de la emancipación de las mujeres. Otro ejemplo de actualidad: el primer tratado europeo, firmado en Roma en 1957, dice en su artículo 119 que debe haber una igualdad de remuneración entre hombres y mujeres. El avance es notable comparado con las diversas constituciones nacionales. Incluso podemos felicitarnos de ello, incluido con ello el reconocer que ha sido necesario esperar a 1975 y 1976 para obtener las directivas relativas a la igualdad económica entre hombres y mujeres. Sin embargo, y especialmente, es preciso comentar la introducción de este artículo 119 de dos maneras. En primer lugar, se puede ironizar el hecho de que esta igualdad surgió para evitar la competencia de salarios, evidentemente desleal en vista del estado igualitario del mundo económico, entre hombres y mujeres. Al estar menos bien pagadas, las mujeres pueden servir de “esquiroles” en tiempos de huelga, por ejemplo. Entonces es en función de un sistema económico, el de la competencia, que se anunció el objetivo de la igualdad de los sexos por primera vez en Europa. Ironía de la historia, en cierto modo. Recuerdo, además, que la Convención europea de los derechos del hombre de 1950 sólo postula la igualdad de manera negativa con la enumeración de los “sin distinción de”. Señalo de paso que la igualdad económica es el apoyo ineludible de toda igualdad de sexos… Después, es mi segundo comentario, no se ignorará esta entrada subrepticia de la mención crucial de la igualdad de los sexos. Poco importa el origen, la causa, la finalidad de esta mención, el artículo 119 se puso, para terminar, al servicio de un objetivo político, el de la igualdad. ¿Ardid de la historia? ¿Entrar por la puerta pequeña para volver a salir por la grande? Así es también la historicidad: estar atrapado en una dinámica política, lejos de la transparencia moral donde uno desearía relegar la “cuestión de las mujeres”. Este último ejemplo ilustra simplemente el propósito del presente texto: la reflexión sobre la temporalidad de la emancipación de las mujeres. Si los sexos escriben también la historia, sería ilusorio ver en ello una simple suma de un tiempo (de acción, de escritura) a otros tiempos históricos, confluencia y sincronía de movimientos y de proyectos. El contratiempo es, me parece, la imagen más cercana de las distorsiones habituales y repetidas que constatamos a menudo cuando se trata de la historicidad de la cuestión de los sexos. El contratiempo expresa lo inesperado y lo inoportuno. El feminismo seguramente es intempestivo y eso lo hace siempre frágil ante las otras luchas. No obstante, aquí deseo decir más. El contratiempo no es solamente el instante o el accidente; tiene una duración, temporalidad sin coincidencia con otras duraciones, desfase grande o pequeño. Tenerlo en cuenta debe permitir inscribir esta temporalidad particular en la historia de todos. Traducción de la Dra. María Luisa Arias. Departamento de Lenguas Modernas del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad de Guadalajara, México. Sobre la temporalidad histórica, véase Reinhart Koselleck, L'Expérience de l'histoire, Seuil/Gallimard, 1997, Françoise Proust, L'Histoire à contretemps, le temps historique chez Walter Benjamin, Les éditions du Cerf, 1994, Peter Wagner, Modernidad, comprender nuestro presente, revista Lichnos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Núm. 5, 2011, pp. 90-95. Geneviève Fraisse, "les amis de nos amis", A côté du genre, op cit.

Charles Fourier, Théorie des quatre mouvements et des destinées générales, edición oficial de Simone Debout-Oleszkiewicz, Jean-Jacques Pauvert, 1967, p. 147. [Teoría de los cuatro movimientos y de los destinos generales. Barral editores, 1974]. Amartya Sen, Un nouveau modèle économique, développement, justice, liberté, éditions Odile Jacob, 2000, p. 253. 5

Pierre Bourdieu, La dominación masculina, traducción de Joaquín Jorda, Ed. Anagrama: Barcelona, 2000, p. 111. Ibid., p. 15. Equilibres et populations, No. 85, abril-mayo, 2003, p. 2 Geneviève Fraisse, «le devenir sujet et la permanence de l’objet», A côté du genre, op cit. Geneviève Fraisse, «inscrire les droits des femmes, expliciter les droits de l’homme», op cit.

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