¡Los condenados de todo el mundo, uníos! ¡Ni una vida más para el capital!

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Descripción

¡Los condenados de todo el mundo, uníos! ¡Ni una vida más para el capital! Dr. Carlos Rivera Lugo Recuerdo mi visita a la capital argelina de Argel allá para mediados de la década del setenta del siglo pasado en gestiones propias de la diplomacia revolucionaria del movimiento independentista puertorriqueño ante el gobernante Frente de Liberación Nacional (FLN). Sobre todo, mi memoria tiende a privilegiar la visita al legendario barrio popular “El Casbah” y mi caminata por sus tortuosas callejuelas, centro de la sublevación popular contra el colonizador francés. Me sentí de repente remontado a algunas de las intensas escenas de esa obra singular de la historia de la cinematografía mundial La Batalla de Argel, del director italiano Gillo Pontecorvo, que documenta con el más rotundo realismo el periodo de radicalización de la confrontación entre el colonizado y el colonizador. Fue el periodo en que el argelino daba testimonio heroico a aquella verdad ineludible, la que Hostos reconoció en lo que llamó la profecía de Bayoán: “Mataréis al dios del miedo; sólo entonces seréis libres”. La independencia de Argelia se había conseguido apenas en 1962 luego de una cruenta y sangrienta lucha de liberación, proceso que lideró el FLN con una heroicidad singular y cuyas lecciones fueron analizadas magistralmente en la obra Sociología de una Revolución (1959) escrito por ese apasionado intelectual orgánico de las transformaciones descolonizadoras que se vivían durante ese periodo, el martiniqueño Frantz Fanon. Éste, psiquíatra de profesión, se adhirió al FLN en la primavera de 1957 y subsiguientemente cumplió varias responsabilidades para el Gobierno Provisional de la República Argelina. Lamentablemente murió de leucemia a finales del 1961, apenas con 36 años de edad, sin haber podido presenciar el momento de la victoria final. Aún así, pasó de inmediato a la historia. Se adentró como ningún otro en la deconstrucción de la psicología del colonizado y la constitución de la subjetividad de éste por parte del colonizador. Sobre ello habló también magistralmente en su obra Piel negra, mascaras blancas (1952). Sin embargo su obra cimera fue Los condenados de la tierra,   la cual terminó poco tiempo antes de morir, sabiéndose él también ya irremediablemente condenado. Ésta fue una obra-fuerza para los 1    

pueblos coloniales explotados, como en su momento lo fue El Manifiesto Comunista para el proletariado europeo.    

Decía Fanon, que el mundo colonial es “un mundo cortado en dos”. Por un lado, el

colonizado, condenado a la opresión y a la violencia de todo un orden que le niega y, por otro lado, el colonizador o el colono, quien apuntala al régimen basado en la explotación del colonizado. Más allá, el colonizador también fabrica al colonizado bajo el despliegue represivo de su fuerza policial o las demás instituciones encargadas de la reproducción permanente de los contenidos de su conciencia alienada. Es decir, el imperialista construye la otredad conforme a sus intereses. Se impone así una cohabitación entre el colonizador y el colonizado como si fuese el resultado de un orden íntimo y natural inescapable. El colonizador controla así cuerpos y mentes de los colonizados. Como bien han señalado estudiosos desde el psiquíatra francés Albert Memmi (Retrato del colonizado, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2005) hasta el escritor puertorriqueño René Marquez (“El puertorriqueño dócil”, en El puertorriqueño dócil y otros ensayos 1953-1971, Editorial Cultural, San Juan, 1993, pp. 151-215), el colonizador somete así al colonizado a la obediencia o docilidad. Y, sentencia Fanon, que para desmantelar toda esta construcción histórica malévola, hay que atreverse a “cambiar el orden del mundo”, es decir, desordenar lo establecido mediante una lucha sin cuartel contra todas sus manifestaciones. Sólo a través de esa praxis emancipadora el colonizado rehace su ser, aunque para ello tiene que confrontar los demonios de la dominación que lleva dentro de sí. La violencia incrustada por el régimen colonial en el corazón de cada colonizado, esa violencia que está siempre presente a flor de piel, halla por fin su autor: el colonizador. Hasta el momento, el colonizado cuando reacciona violentamente a la violencia de sus circunstancias totalitarias de vida, dirige su ataque a otro de su misma condición. Parafraseando a Albizu: Las luchas fratricidas entre los mismos colonizados es siempre el triunfo del Imperio. No obstante, las miras del condenado a la condición de inferioridad impuesta por el colonialismo logran irse afinando por medio de la lucha con la identificación finalmente de su enemigo real. De ahí en adelante, la violencia poseerá una fuerza redentora y constitutiva de otro porvenir que le permitirá reanudar la marcha de una 2    

historia propia, más allá de los designios europeos que nos pretendió endilgar Hegel, como si en nuestro caso la dialéctica estuviese suspendida y nos tocase habitar eternamente en ese tiempo muerto que constituye el colonialismo. Hablando de la experiencia argelina, nos dice Jean-François Lyotard: “Cuando un pueblo colonizado abandona las armas de la crítica por la crítica de las armas, no se contenta con cambiar de estrategia. Destruye, él mismo e inmediatamente, la sociedad en la que vivía, en el sentido de que su rebelión anula las relaciones sociales constitutivas de esa sociedad. Esas relaciones sólo existen cuando son toleradas por los hombres que viven en ellas. Desde el momento en que éstos actúan colectivamente fuera de ese marco, producen conductas que ya no encuentran lugar en el seno de las relaciones tradicionales, entre los individuos y entre los grupos; entonces, toda la estructura de la sociedad, por ese simple hecho, queda desarticulada”. (“El contenido social de la lucha argelina, en Socialisme ou Barbarie, diciembre de 1957-febrero de 1960). Más allá del proletariado clásico del marxismo, empantanado y cooptado éste en su trinchera economicista, Fanon encuentra en “los condenados de la tierra” los nuevos sujetos que irrumpen para poner en marcha nuevamente el motor de la historia universal. Hubo así sus habanas y argeles, guineas y congos, como testimonio del fuego imparable. Le siguió el heroico Vietnam. Esta gran humanidad ha dicho ¡basta! y ha echado a andar, declaró un barbudo comandante en jefe ante más de un millón de hijos e hijas del pueblo, un pueblo que dejó de estar ausente de su propia historia. Dos, tres, muchos Vietnam, fue la consigna legada por ese otro comandante guerrillero que ofrendó su propia sangre para sellar la autenticidad de su compromiso internacionalista. Quisimos tomar el cielo por asalto y se nos olvidó la admonición de esos exquisitos maestros de la dialéctica, integrantes de la Escuela de Frankfurt, de que el cielo está siempre acompañado por su infierno, y que más allá de la positividad de los hechos, está la dialéctica negativa de las verdaderas fuerzas de la historia, siempre ocultas a la inmediatez de nuestras prejuiciadas miradas.

Como consecuencia, el pensamiento se nos reificó y si bien

simpatizábamos con el florecimiento de mil escuelas de pensamiento, como nos invitó un chino sabio, en la práctica tendíamos porfiadamente hacia la totalidad uniformizadora. De 3    

ahí que la realidad, así como la esperanza, se nos fue achicando. Y el hombre nuevo templado al calor de la guerra, del que tanto nos habló Fanon, pareció burocratizarse en medio de los fríos retos de la aspirada construcción de la nueva sociedad. Pero, Fanon no vivió para ver como la obra postcolonial terminó en unos casos por traicionar los objetivos de las rebeliones que le dieron origen, como sucedió con el tiempo en cierta medida en Argelia, o como ocurrió con el nuevo orden económico y político internacional que pareció, a comienzos de la década del setenta del siglo pasado, estar arropando el planeta durante la era de la descolonización, fue perdiendo su ímpetu frente a la contrarrevolución neoliberal, la crisis del socialismo real y el repliegue ideológico de la izquierda en general. En medio de todo ello, hubo también quienes pretendieron hallar en la alienación propia del pensamiento y las prácticas postcoloniales, centradas en la reproducción continua de unas independencias cojas de miras sociales, la negación misma de las identidades construidas, incluyendo la del estado-nación.

El problema, según estos

ilustrados intérpretes de la llamada postcolonialidad, es que los condenados llegamos tarde a la Modernidad, justo cuando ésta empezaba a estallar en mil pedazos. La contranarrativa de los pueblos coloniales o recién independizados se confrontó con la narrativa ascendente y seductora de una postmodernidad bajo la cual el poder se hizo algo virtual, polivalente y acentrado. Luego de luchar tanto por tomar el poder, éste se le desapareció de golpe y porrazo para anidar en un mercado cuya configuración era transnacional y supraestatal. La soberanía pasó así también a anidar en otra parte: en manos de una hiperburguesía, la nueva forma agrandada del colono. Como el enigmático “sueño con serpientes” del cantautor cubano Silvio Rodríguez, nos aterrorizó la posibilidad de que al haber matado al colono, sólo se le potenció, habiéndose hecho éste mayor. Y por si eso fuera poco, también la historicidad de nuestra praxis desapareció. Como propuso una de las voces críticas más articuladas de la postcolonialidad, Homi Bhabha, de la nación se pasó a habitar en lo local, la historia cedió ante el empuje de lo cotidiano y lo temporal. En fin, nos dice, advino “una forma de vivir que es más compleja que la ‘comunidad’; más simbólica que la ‘sociedad’; más connotativa que el ‘país’; menos 4    

patriótica que la patrie; más retórica que la razón de Estado; más mitológica que la ideología; menos homogénea que la hegemonía; menos centrada que el ciudadano; más colectiva que ‘el sujeto’; más psíquica que la civilidad; más híbrida en la articulación de las diferencias culturales y las identidades que pueden ser representadas en cualquier estructura jerárquica o binaria de antagonismo social”. (The Location of Culture, London & New York, Routledge, 1994, p. 140). Es el fin de la cultura nacional y el advenimiento de la cultura transnacional, como expresión de las fuerzas económicas dominantes. Todas las esencialidades quedan expulsadas de este nuevo mundo globalizado para dar cabida a una única esencialidad: la del ciudadano-consumidor del mercado. El fetichismo del capital es la nueva religión. Al respecto nos dice Néstor García Canclini: “¿A qué conjunto nos hace pertenecer la participación en una sociedad construida predominantemente en procesos globalizados de consumo? Vivimos en tiempos de fracturas y de comunicaciones fluidas con los órdenes transnacionales de la información, de la moda y del saber.

En medio de esta

heterogeneidad encontramos códigos que nos unifican, o al menos permiten que nos entendamos. Pero esos códigos compartidos son cada vez menos los de la etnia, la clase o la nación en que nacimos. Esas viejas unidades, en la medida en que subsisten, parecen reformularse como pactos móviles de lectura de los bienes y los mensajes. Una nación, por ejemplo, se define poco a esta altura por los límites territoriales o por su historia política. Más bien sobrevive como una comunidad interpretativa de consumidores”. (Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización. México, Grijalbo, 1995, pp. 65-66). Ese dualismo que Fanon describió como condición de los procesos de constitución de la subjetividad y modo de vida de los pueblos coloniales, como pueblos ausentes de sí mismos, con el tiempo advino, durante las últimas tres décadas del siglo XX, en condición universal del ser humano. El capital, la verdadera fuerza y relación matriz de poder detrás de la colonización, se encargó de extender sus tentáculos a niveles insospechados mediante la colonización total del mundo de la vida en todos los rincones del planeta. La sociedad toda fue colonizada y proletarizada a partir de este ejercicio disciplinario de nuevo tipo: el 5    

biopoder, aquel que se apodera de cuerpo y mente, aquel que no se conforma con someter al otro sino que quiere además recibir su consentimiento y agradecimiento. De ahí que en el actual contexto mundial de la subsunción de la vida toda bajo los predicados salvajes del capital, toda lucha contra ese mundo maniqueo de colonizadores y colonizados, burgueses y proletarios, ricos y pobres, aún desde un contexto colonial o neocolonial, no puede andarse por las ramas. Está forzada a confrontar su carácter sistémico.   El Imperio se encarna hoy, sin muchas mediaciones, en el orden civilizatorio capitalista. La rebelión, pues, no puede limitar su aliento a las formas históricas envejecidas y trascendidas de la soberanía. El verdadero proceso político constitutivo se da en un terreno abierto de fuerzas, insisten Michael Hardt y Antonio Negri, “separada de la lógica de la soberanía nacional”.

El estado-nación de la Modernidad es, según éstos, “el regalo

envenenado de la liberación nacional”. Y abundan: “El fin del colonialismo es también el fin del mundo moderno y de los regímenes modernos de dominio. El fin de los colonialismos modernos, por supuesto, no dio paso a una era de libertad sin reservas, sino que, en todo caso, produjo nuevas formas de dominio que operan a escala global”. Sin embargo, advierten: “Sospechamos que las teorías postmodernas y poscolonialistas pueden terminar en un punto muerto porque no reconocen adecuadamente el objeto contemporáneo de su crítica, esto es, se equivocan respecto de quién es hoy el enemigo…En suma, ¡qué ocurre si un nuevo paradigma de poder, una soberanía postmoderna, ha llegado a reemplazar el paradigma y el dominio modernos a través de las mismas jerarquías diferenciales de subjetividades híbridas y fragmentarias que esos teóricos defienden?” Y concluyen Hardt y Negri que “parece que las estrategias del poder han burlado a los teóricos posmodernos y postcolonialistas, quienes defienden una política de la diferencia, la fluidez y la hibridación para poder luchar contra las oposiciones binarias y el esencialismo de la soberanía moderna. El poder evacuó el bastión que ellos atacaban y dando un rodeo se les apareció por detrás para unírseles en el asalto, en nombre de la diferencia”. (Imperio, Paidós, Barcelona, 2002, pp. 130-132, 135-136). En el presente contexto, el pensamiento parece ir recuperando su problematicidad y criticidad.

La dialéctica histórica se niega a seguir en suspenso y se fuga hacia la 6  

 

realización de sus potencialidades más allá de lo dado. La diferencia se libera de cierto extrañamiento posmoderno y poscolonial para afirmar una nueva comprensión de lo común que desborda la limitada forma burguesa.

Afirmar la diferencia es combatir lo que hoy

niega la posibilidad de redefinir y refundar lo uno a partir de lo múltiple. En ese sentido, Sartre tuvo razón cuando dijo que “la verdadera cultura es la revolución y ésta se forja al rojo”. (“Prefacio”, Los condenados de la tierra, FCE, México, 2007, p. 11). La soberanía de los condenados, como forma nueva de una subjetividad común, no se atiene a otros referentes que no sean apalabrados por sus propias voces y hechura de sus propios actos.

No conocen otra forma de lo político que no sea expresión de su

autodeterminación como apropiación histórica de un destino potencial de un modo históricamente superior de lo común que anida en las actuales circunstancias. Por eso la democracia es hoy el ejercicio de lo común. Por eso se va transformando en democracia radical y absoluta: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. El pueblo va comprendiendo la incapacitación y el descrédito de sus representantes tradicionales. Quiere gobernarse a sí mismo. Se ha hecho movimiento constitutivo. Los condenados de la tierra han descubierto que son poder constituyente y que su rebelión es la fuerza constitutiva de lo nuevo. Que lo nuevo, además, requiere de una ampliación significativa de la esfera de lo público, más allá del Estado y de procesos de prescripción normativa que trasciendan la racionalidad formal que ha aprisionado hasta ahora el verdadero contenido sustantivo de lo jurídico como expresión de lo justo. En ese sentido, el poder constituyente se mueve, incluso, más allá del Derecho para crear otro Derecho que emana como producto de la efectividad creciente de sus actos, es decir, que nace, como advierte Sartre, “cada día en el fuego mismo”. La descolonización plena de nuestras mentes y cuerpos, con la correlativa producción de una nueva subjetividad política realmente democrática, rompe así con las lógicas verticales del poder propias del orden capitalista-colonial. La marcha es ahora inexorablemente de abajo hacia arriba, del Sur hacia el Norte, del negro o indígena hacia el blanco, del trabajador o marginado hacia el capitalista, desde lo trascendente hacia lo inmanente. Es por ello que, como bien sentenció Fanon, ese necesario o, mejor aún, 7    

deseado cambio radical en el orden del mundo sólo es posible al margen de los cantos de sirena de la burguesía, sea ésta nacional o global. Todas las luchas se funden en una misma resistencia, tanto contra las dominaciones exteriores como las interiores. El futuro se forja con el más profundo de los alientos o se queda sin aliento para seguir patinando nuevamente en el punto muerto histórico de un orden civilizatorio ya podrido. De lo que se trata es de matar a la nueva bestia responsable por la colonización actual de nuestro modo de vida: el capitalista y la relación de poder en la que se apuntala. No hay conciliación posible. La rabia popular que crecientemente se manifiesta en numerosos rincones del planeta contra los desmanes del capital –desde las movilizaciones de los pueblos indígenas hasta las tomas de centros laborales en Europa y Estados Unidos, incluyendo los llamados a castigar a los capitalistas responsables de la presente crisis económica global - es testimonio de la reactivación de la dialéctica que niega en vez de afirmar la falsedad de nuestras circunstancias contemporáneas. Es la potenciación de la dialéctica hasta sus últimas consecuencias. Evoco ese llamado, a modo de ritual de despojo mágico, con el que finaliza Fanon Los condenados de la tierra: “Debemos olvidar los sueños, abandonar nuestras viejas creencias y nuestras amistades de antes. No perdamos el tiempo en estériles letanías o en mimetismos nauseabundos…Abandonemos a esa Europa – y yo añadiría también a ese Estados Unidos de Norteamérica- que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo. Hace siglos…que en nombre de una pretendida ‘aventura espiritual’ ahoga a casi toda la humanidad”. En fin, nos puntualiza, “hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo”. (Los condenados de la tierra, FCE, México, 2007, pp. 287, 292).

Facultad  de  Derecho  Eugenio  María  de  Hostos   VII  Coloquio  Académico  “Ni  una  vida  más  para  la  toga”   Mayagüez,  Puerto  Rico   Abril  de  2015  

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