LOS CABALLEROS FUNDADORES DE LA REAL MAESTRANZA DE SEVILLA EN 1670: CONTEXTUALIZACIÓN, PROSOPOGRAFÍA Y ESTUDIO CRÍTICO. Departamento de Historia Moderna, Universidad de Sevilla, 29 de marzo de 2011.
Descripción
Juan Cartaya Baños
LOS CABALLEROS FUNDADORES DE LA REAL MAESTRANZA DE SEVILLA EN 1670 Contextualización, prosopografía y estudio crítico
VOLUMEN I Tesis Doctoral Departamento de Historia Moderna Universidad de Sevilla 1
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JUAN CARTAYA BAÑOS UNIVERSIDAD DE SEVILLA DIPLOMA EN ESTUDIOS AVANZADOS DE HISTORIA MODERNA GRUPO DE INVESTIGACIÓN HUM202
LOS CABALLEROS FUNDADORES DE LA REAL MAESTRANZA DE SEVILLA EN 1670 CONTEXTUALIZACIÓN, PROSOPOGRAFÍA Y ESTUDIO CRÍTICO
TESIS DOCTORAL DIRIGIDA POR EL PROF. DR. D. FRANCISCO NÚÑEZ ROLDÁN
VOLUMEN I CONTEXTUALIZACIÓN PROSOPOGRAFÍA Y ESTUDIO CRÍTICO (ARAOZ-GUZMÁN DÁVALOS)
DEPARTAMENTO DE HISTORIA MODERNA UNIVERSIDAD DE SEVILLA 7
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PARA ROSARIO
Uiuamus [...] rumoresque senum seueriorum omnes unius aestimemus assis.
CARMINA CATULLI, V.
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Porque para escrevir dellos e hallado tantas cosas é tan excelentes [...], que antes me faltará á mí eloquente lengua para contarlos, ligera mano para escrevirlos, dulçe estilo para hermosearlos, que no á ellos fama de sus hechos, perpetua memoria de sus hazañas, é eterna gloria de sus obras: escriviré dellos sus prinçipios, medios é fines, trabajando siempre de llegarme á la verdad escreviendo lo que viere en corónicas, en previllegios ó en escrituras auténticas [...], é no será pequeña cosa aquello que para saberse á menester diversos libros, hallarlo junto en este, pues por nuestro descuydo ó poco cuydado no ay muchos en Hespaña que tengan todas estas coronicas, desde este tiempo hasta oy.
PEDRO BARRANTES MALDONADO, ILUSTRACIONES DE LA CASA DE NIEBLA (1541).
Deseo con él dezir á los Nobles lo que deuen saber, más que entretenerlos con dulze lenguage, y adulación fabulosa: pretendo alcancen con breuedad lo que en largo tiempo he juntado. Holgárame, que [...] todos quedaran satisfechos: mas esto es impossible, tanto por la variedad de parezeres, como porque este mi trabajo está falto de estilo leuantado, y lleno de muchos defectos. En lo vno, y otro tendrè yo la culpa, y no la materia; pero la bondad della, y la breuedad con que se trata, los suplirà: y tengo entera confiança en los Nobles, que no repararàn en lo malo, y sordido que tuuieren estos discursos, pues a ello les incita su Nobleza.
BERNABÉ MORENO DE VARGAS, DISCURSOS DE LA NOBLEZA DE ESPAÑA (1659).
Encontrar genealogistas que dieran color y apariencia a estas fábulas nunca fue difícil; en cambio, sí lo fue, y mucho, encontrar hombres que por puro amor a la verdad quisieran desbrozar esta maraña, tarea hercúlea.
ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTIZ, LAS CLASES PRIVILEGIADAS EN EL ANTIGUO RÉGIMEN (1979).
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INTRODUCCIÓN: EL PROPÓSITO Y LAS FUENTES
E
ste trabajo de investigación pretende realizar un análisis de los motivos que dieron lugar a la fundación de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla en
1670, al mismo tiempo que elaborar una prosopografía de los treinta y dos caballeros fundadores de ésta, identificando –en la medida de lo posible- las relaciones, vínculos, divergencias o afinidades que pudieran existir entre ellos. Para llevar a cabo este propósito se ha realizado en primer lugar un estudio prosopográfico del núcleo fundador1: un grupo humano compuesto por individuos de muy diversa procedencia dentro de un común estamento noble, sujetos sin embargo a unos rasgos relativamente homogéneos y coherentes 2, con
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El grupo estudiado es el publicado en 1907 por León y Manjón (Vid. León y Manjón, P. de, Historial de Fiestas y Donativos de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Sevilla, 1907. Existe reedición: Ediciones Guadalquivir, Sevilla, 1989), y contiene a los caballeros asistentes al cabildo de constitución de 1670: no incluimos aquí a aquellos que se adscribieron a la Corporación con posterioridad, incluso con una práctica inmediatez. Ya en el año siguiente, 1671, el número de hermanos había crecido hasta unos cincuenta. León y Manjón incurre en algunos errores y omisiones en su obra (en el caso de don Rodrigo y don Francisco de Vivero Galindo: omite al primero, y nombra al segundo como “Ribero”), que han sido subsanados en la edición, por la Real Maestranza de Caballería sevillana, de una nueva Relación de los Caballeros Maestrantes, 16702006, en donde las filiaciones de los fundadores aparecen correctamente reflejadas (agradezco, primero, el préstamo de la Relación a Javier Jaraquemada Ovando; y su obsequio, finalmente, a Felipe Gaytán de Ayala Queralt). Por tanto, hablamos de treinta y dos fundadores y no de treinta y uno. Estos son don Agustín y don Pedro Andrés de Guzmán Portocarrero, don Francisco y don Pedro Carrillo de Albornoz, don Pedro José de Guzmán Dávalos, don Francisco Bazán y Figueroa, don Juan Bruno, don Andrés y don Pedro Tello de Guzmán, don Fernando Solís y Barradas, don Francisco Fernández Marmolejo, don Juan de Saavedra Alvarado, don Francisco Gaspar de Monteser, don Juan Ponce de León, don García de Quirós (o Bernardo de Quirós), don Pedro de Pineda Salinas, don Rodrigo y don Francisco de Vivero Galindo, don Francisco de Araoz Montalvo, don Francisco de Vargas Sotomayor, don Juan y don Pablo de Esquivel Medina y Barba, don Antonio Federigui y Solís, don Juan Federigui y Arellano, don Juan de Córdoba Laso de la Vega, don Bartolomé de Toledo (o Ramírez de Arellano Enríquez de Toledo), don Lorenzo Dávila Rodríguez de Medina, don Fernando de Medina Cabañas, don Juan de Mendoza Maté de Luna, don Adrián Jácome de Linden, don Juan Alonso Mojica [Mújica Butrón] Bocanegra y don Fernando de Esquivel Guzmán. La relación, completa en AMS, Sección XI, Papeles del Conde del Águila, rollo 73 (microfilme), f. 99 y ss. 2 Vid. Domínguez Ortiz, A., Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen. Colección Fundamentos, 31, Ediciones Istmo, Madrid, 1979. Reflexiones acerca del trabajo de Domínguez Ortiz sobre la nobleza española, en Soria Mesa, E., “La nobleza en la obra de Domínguez Ortiz. Una sociedad en movimiento”. Historia Social nº 47, 2003, pp. 9-27, y en Colás Latorre, G., y Serrano Martín, E., “La nobleza en España en la Edad Moderna: líneas de estudio a partir de “La
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ocupaciones que oscilaban entre la pertenencia efectiva al cabildo ciudadano, a la administración colonial, al ejército, a las armadas, a la Casa de la Contratación o al Consulado de Mercaderes sevillano; con patrimonio suficiente para emprender negocios comunes o para abonar los derechos reales necesarios para costear la provisión de sus cargos o sus títulos; con una densa y apretada relación familiar y matrimonial entre sí, en un claro –y antiguo- conuiuium y connubium; con orígenes muy diversos aún dentro de la propia aristocracia sevillana (antiguos linajes castellanos o locales como los Guzmán, Saavedra o Tello de Guzmán frente a nuevas familias de origen extranjero, florentinos como los Federigui o flamencos como los Jácome); poseedores –algunos- de títulos nobiliarios de cierta antigüedad ya por entonces (los marqueses de la Algaba y de Ardales, condes de Teba), o beneficiarios de otros creados de nueva data durante el reinado del último Austria, Carlos II, otros (los marqueses de la Mina, Rianzuela, del Moscoso y de Paterna del Campo; los condes de Montemar, Valhermoso o Villanueva, etcétera); unos mayorazgos, y otros segundones; continuadores de antiguos linajes y estirpes nobiliarias unos, e iniciadores otros de nuevas casas nobles. Algunas de estas familias prosperarán con éxito; otras desaparecerán o se empobrecerán, debido a los cambios y avatares de la desigual fortuna. En cualquier caso sus líneas principales terminarán entroncando con otros linajes, sumándose así a otras familias nobiliarias o dando lugar a otras nuevas, en un proceso de renovación progresiva que –por permanente- aún hoy no ha terminado, en una época en la que la nobleza como estamento lleva cerca de dos siglos desaparecida3. Sociedad Española del siglo XVII” de don Antonio Domínguez Ortiz”. Manuscrits 14, 1996, pp. 1537. 3 Vid. Powis, J., La aristocracia. Siglo XXI de España Editores, S.A., Real Maestranza de Caballería de Ronda, Fundación Cultural de la Nobleza Española, 2007. En esta breve pero influyente obra se concluye categóricamente que “en su sentido más antiguo y poderoso –el de una autoridad innata que sitúa a un grupo de personas por encima de los demás-, la aristocracia ha dejado de existir”. Convenimos en que a día de hoy ha dejado de existir sin duda el modelo aristocrático que tradicionalmente hemos entendido como tal: sin embargo, una “nueva aristocracia” formada por magnates, grandes empresarios, políticos, etcétera –sin título nobiliario la gran mayoría- ha escalado las posiciones que antes ocupaba la antigua aristocracia titulada. Sobre este asunto, es de interés la lectura de la necrológica de Alfonso Escámez, marqués de Águilas, publicada en ABC (21/5/2010) por el duque de Aliaga como representante de la Diputación de la Grandeza de España, que exhibe en la misma una sucesión de argumentos de interés, en defensa de la indudable porosidad del estamento. Queda sin embargo el prestigio social (en muchos casos el
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Todos estos individuos, y por extensión, los grupos familiares o linajes a los que pertenecen comparten una serie de rasgos que tratamos de analizar en este trabajo, que son indisociables del propio colectivo y que se ven reforzados por un imaginario, una base teórica cuidadosamente formulada durante los tiempos medievales, cuyo contenido apenas varió desde entonces –aunque en diversos aspectos hubiera de adaptarse a los importantes cambios sufridos por la sociedad española ya en la Edad Moderna-, siendo acogido con entusiasmo tanto por las familias cuya condición nobiliaria era ya, por esas fechas, venerable, como por los numerosos recién llegados al estamento: que son –estos últimos- admitidos en el mismo, recibiendo un sitio, accediendo en una o dos generaciones a la compra de oficios, de villas y señoríos, y que adoptan plenamente como propio el ideario del grupo que les acoge, solapándose entre aquellos con tanta facilidad que a veces resulta difícil distinguir entre unos y otros4. Esta cohesión se advierte en la estructura de la corporación que supone el sujeto del presente trabajo: la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Como bien sabemos, las corporaciones como colectivos sirven para aunar esfuerzos comunes y para sumar individualidades único activo de más de un titulado), al que siguen siendo muy sensibles las capas superiores de la burguesía. El repertorio aristocrático tradicional no ha perdido aún todo su encanto, lo que puede comprobarse, por ejemplo, en la efectiva resurrección de corporaciones de carácter honorífico (caso de las órdenes militares o caballerescas) que vuelven a día de hoy a conocer momentos dulces y que ofrecen un plus social a sus integrantes, además de realizar en muchos casos encomiables actividades de acción asistencial. Acerca de la concepción actual de la nobleza – observada desde el punto de vista de uno de sus integrantes, autor prolífico y a la vez miembro controvertido y conspicuo de dicho estamento- Vid. Ceballos-Escalera y Gila, A. de, marqués de la Floresta: “Reflexiones sobre la Nobleza española del siglo XXI”, en Palacios Bañuelos, L., y Ruiz Rodríguez, I. (Dirs.), La Nobleza en España. Historia, presente y perspectivas de futuro. Actas del VI Curso de Verano Ciudad de Tarazona (Madrid, Universidad Rey Juan Carlos I, 2009), pp. 307324. Merece la pena leer las opiniones expuestas por el autor, se compartan (en parte o en su totalidad) o no. 4 Una cuestión latente a lo largo de todo este trabajo es la importante relación de buena parte de los linajes que estudiamos –y por extensión, de la nobleza sevillana de la época- con el colectivo converso. Lejos de querer ofrecer sobre tal cuestión una interpretación deformada o peyorativa, es nuestra intención plantear tal problema desde una óptica contemporánea a los hechos que estudiamos, por lo que manejaremos términos –y adoptaremos puntos de vista- que podían ser habituales en tal momento, y que no significa que compartamos; no tendría sentido alguno, obviamente, a día de hoy. No olvidemos que el hecho de que algún miembro de un linaje hubiese sido reconocido como confeso o judaizante podía inhabilitar a los miembros del mismo para todo tipo de ejercicios: por ello, el disimulo o el solapamiento, como veremos, estaban a la orden del día. Acerca de tal solapamiento y la consiguiente asunción de afinidades y mentalidades, nos ofrece información de interés Rábade Obradó, Mª del P., “La invención como necesidad: genealogía y judeoconversos”, En la España Medieval, Anejo I, Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, Madrid, 2006.
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diversas, lo que ofrece como resultado final un sinfin de potencialidades. En esta institución sevillana, una comunidad nacida en los últimos años del siglo XVII, se aunaron inicialmente los afanes e intereses de treinta y dos caballeros de muy diverso origen -un origen en ocasiones controvertido, directa o indirectamente-, y a los que prontamente se irían sumando, en un número creciente, otros muchos; la propia corporación agruparía y cohesionaría a todos ellos, hasta el punto de que, desdibujados con el tiempo esos diversos orígenes, formaron un conjunto fuertemente unido y percibido como tal, tanto en su interior como desde fuera. Esta relación, además de darse en sí por la pertenencia de estos caballeros sevillanos a la propia corporación se llevaría a cabo igualmente, como ya hemos mencionado –al menos entre buena parte de los linajes de los fundadores- a través de alianzas matrimoniales cuidadosamente concertadas y meditadas (entre los Saavedra, Federigui, Esquivel, Araoz, Jácome, Solís, Toledo Ramírez de Arellano, Vargas Sotomayor, Carrillo de Albornoz, etc.), a través de negocios comunes (teniendo como soporte en muchas ocasiones a la propia Casa de la Contratación o al Consulado sevillanos) o gracias a su pertenencia a diversas instituciones (como ejemplo el cabildo de la ciudad, del que muchos de ellos formarán parte), hermandades o cofradías (Soledad del Carmen calzado, Rosario de Regina Angelorum, Santa Caridad, Casa de la Misericordia o hermandad de las Doncellas, etcétera). Es decir, una gran red de intereses, alianzas, afinidades y familiaridad entre sí que dará lugar a la institución que, como tal, legitimará a todos ellos como individuos pertenecientes con pleno derecho al estamento nobiliario ciudadano, igualando así a aquellos que presentaban un antiguo origen noble y que no necesitaban dicha afirmación, con otros cuya llegada al estamento superior de la nobleza era cuando menos reciente; equiparando también a linajes antiguos y esclarecidos con otros que, años atrás, dejaban un manifiesto rastro de sospecha5; y permitiendo en suma que esta tupida red de intereses a la que aludimos diera finalmente lugar a la creación de la propia institución maestrante. 5
Caso de los Araoz, Esquivel, Contador de Baena, Marmolejo, Medina, etcétera: varios de los linajes fundadores de la institución tuvieron manifiestos orígenes conversos o problemas con la Inquisición. Véase Gil, J., Los Conversos y la Inquisición sevillana... (8 vols.), Universidad de Sevilla, Fundación El Monte, Sevilla, 2000-2003, y sobre los que luego volveremos a tratar nuevamente.
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Esta es en resumen la tesis que mantenemos en el presente trabajo, una tarea cuya realización entendemos como necesaria, ya que nunca se había planteado una investigación prosopográfica acerca de este colectivo –los fundadores de la institución- con anterioridad, siendo dichos caballeros fundadores desconocidos en buena parte incluso para los propios miembros contemporáneos de la corporación.
Por ello, y para poder percibir a este grupo, a este primer cuerpo social maestrante en la profundidad que merecen sus propias individualidades, realizamos este estudio crítico que deseamos haya resultado ser lo más profundo posible, acerca de estos treinta y dos “Caualleros zelosos de lo mejor” que en 1670, formando un “lucidíssimo número de Hermanos”, teniendo como “Patrona, y Tutelar à Nuestra Señora de el Rosario” dieron en crear este “cuerpo sólido”, esta hermandad caballeresca, teniendo inicialmente “como exercicio principal el manejo de los cauallos”, entendidas estas prácticas ecuestres como los “exercicios mas proprios à la Nobleza”. Sujeto indirecto de este trabajo será por tanto esta Societas Equestris Hispalensis creada en su día para agrupar “a la primera Nobleza del Lugar”, y que ha sido ya estudiada con mayor o menor profundidad por otros autores antes que nosotros6. Nuestro estudio se centrará, sin embargo, en realizar un análisis que ha querido ser exhaustivo acerca de las personas y personalidades, de las redes familiares, de contacto o de influencia, de los recursos y del patrimonio, o de los oficios -además de un largo etcétera mientras ha sido
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Acerca de la historia de la corporación sevillana, véanse Núñez Roldán, F., La Real Maestranza de Caballería de Sevilla (1670-1990): de los juegos ecuestres a la fiesta de los toros. Universidad de Sevilla, Secretariado de Publicaciones, Sevilla, 2007; y León y Manjón, P. de, Op. Cit. Asimismo, pueden consultarse los Anales de la Plaza de Toros de Sevilla (1730-1835) del marqués de Tablantes (Sevilla, 1917), en relación con dicho período específico. Dentro de la controvertida obra de Piferrer (Vid. Piferrer, F., Nobiliario de los Reinos y Señoríos de España, tomo II, Madrid, 1868, pp. 5-7) figura una breve introducción histórica sobre la institución, redactada por don Miguel de Carvajal, secretario por aquellas fechas de la misma. También en Márquez de la Plata, J.Mª., “Las Maestranzas de Caballería”, Revista de Historia y de Genealogía Española, Año II, nº 4, 15 de Abril de 1912, pp. 113- 118. En una próxima nota ofreceremos algunas referencias añadidas sobre esta cuestión. Evidentemente, dados los diversos intereses que las animaron a la hora de ser redactadas, y a la obvia distancia cronológica existente entre ellas, dichas obras difieren sensiblemente entre sí en sus interpretaciones de los hechos y en el tratamiento de la documentación.
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posible-, de estos primeros caballeros maestrantes sevillanos7. Este estudio prosopográfico se ve complementado por una síntesis previa acerca de lo que era, y suponía, ser noble en la Sevilla del siglo XVII: un breve recorrido histórico por la historia del estamento nobiliario en la ciudad desde 1248, y un análisis – somero, lógicamente- de su mentalidad, sus fuentes de ingresos, sus propiedades y sus deudas, sus comportamientos, sus oficios y su imaginario colectivo.
No se trata, evidentemente, de un estudio áulico ni hagiográfico, sino de un trabajo crítico y académico sobre las fuentes que hemos recopilado; hacemos nuestra aquí la cita de don Bartolomé Moreno de Vargas que ha abierto estas páginas. Los datos históricos están reflejados como tales, de tal manera que veremos en estas páginas tanto grandezas como miserias, rasgos familiares o individuales que en un momento dado fueron percibidos como tales (favorables o desfavorables),
y
que
intentaron
prontamente
ser
olvidados,
o
que,
contrariamente –por positivos- fueron de inmediato proclamados o magnificados. El papel, sin embargo –humilde, imprescindible y último testigo de todos estos hechos-, aguanta pacientemente el paso del tiempo: littera scripta manet. El manejo escrupuloso de la documentación, que hemos procurado en todo momento, nos ofrece a día de hoy datos que hasta ahora resultaban desconocidos, desvirtuados o que quizá no deseaban conocerse o recordarse, tanto como otros destacados por ofrecernos muestras evidentes de la valía o el mérito de sus protagonistas. La conservación de soportes documentales tales 7
Por tanto, el presente trabajo se orienta, tal y como expone en su reciente obra El árbol de sinople el profesor Juan J. Iglesias (Iglesias Rodríguez, J.J., El árbol de sinople. Familia y patrimonio entre Andalucía y Toscana en la Edad Moderna. Universidad de Sevilla, Secretariado de Publicaciones, 2008) hacia “dos corrientes historiográficas muy en boga [...]: la historia de la familia y la microhistoria”, buscando por tanto una “aproximación demográfica”, una “aproximación a través de los sentimientos”, “a través de la economía doméstica”, etcétera, encuadrando todo ello dentro de este esquema microhistórico que, elevado a un nivel superior, entronca con el análisis de realidades colectivas y estructurales. Acerca de estas redes sociales –en concreto las conformadas por diversos linajes de origen converso-, Vid. Martz, L., A network of converso families in Early Modern Toledo. Assimilating a minority, University of Michigan, 2003. Aunque la obra se ciñe a la ciudad de Toledo, es de muy recomendable lectura; de hecho, muchos de sus postulados se adaptan como un guante a la sociedad sevillana contemporánea a los hechos que la autora describe en la ciudad castellana. También, como un interesante estudio que determina formas de trabajo e interesantes hipótesis a rasgos generales, Vid. Imízcoz Beunza, J.Mª, “Las redes sociales de las élites. Conceptos, fuentes y aplicaciones”, en Soria Mesa, E., Bravo Caro, J.J., Delgado Barrado, J.M. (Eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, Vol. 1, Nuevas Perspectivas, Universidad de Córdoba, 2009, pp. 77 y ss.
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como testamentos, inventarios, reclamaciones y peticiones, pleitos, relaciones de méritos o expedientes muy diversos8 nos acerca –lejos de los oropeles propios o prestados- a la realidad cotidiana de un colectivo notable, pero a la vez más controvertido y diferenciado de lo que hasta ahora se había percibido, algo que entendemos como un raro mérito más que como una característica negativa9. Hemos procurado dejar de lado prejuicios y opiniones previas desde un principio: por ello, ideas de las que partíamos inicialmente se han demostrado inválidas, y otros rasgos nuevos y a veces inesperados han ido apareciendo a medida que íbamos avanzando en nuestro trabajo, que ha ido –en buena parteconformándose a sí mismo, con una cierta autonomía, en una suma de relaciones de causa y efecto. Esto nos ha obligado a desechar por no pertinentes líneas y métodos de investigación que, pese a nuestros planteamientos iniciales, no resultaban válidos, adoptando otras vías que son finalmente las responsables del resultado que ofrecemos en estas páginas. Hemos tratado de poner en su sitio a una institución sobre la que se ha opinado y elucubrado no poco, y desgraciadamente no siempre con criterio. Este trabajo destruirá algunos mitos, pero también aportará un buen bagaje de datos reales y contrastados, que pueden servir –repetimos- como un punto de partida para futuros historiadores 8
Acerca de dichas fuentes, véase la relación expuesta por Mendo Carmona, C., “Fuentes documentales para la investigación nobiliaria en la Edad Moderna”, En la España Medieval, Anejo I, Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, Madrid, 2006. 9 Uno de los hechos más destacables, en este caso, es la capacidad de adaptación, de supervivencia incluso de determinados linajes ante momentos de crisis o de persecución: hablamos aquí fundamentalmente de aquellas familias cuyo origen proviene de linajes conversos, que soslayaron las persecuciones bien durante el primer gran pogromo de 1391 inspirado por Ferrant Martínez, arcediano de Écija, que según Saus (Vid. Sánchez Saus, R., Linajes sevillanos medievales, Editorial Guadalquivir, Sevilla, 1991) portaba tal vez él mismo sangre conversa, al pertenecer con mucha probabilidad al linaje de los Martínez de Medina (acerca de la actividad de Martínez y el asalto a la judería de 1391, Vid. Montes Romero-Camacho, I., “El antijudaísmo o antisemitismo sevillano hacia la minoría hebrea”, II Encuentros Judaicos de Tudela. Los caminos del exilio, Tudela, pp. 73157), o tras la instauración del Santo Tribunal en Sevilla en 1481, de las cuales salieron fortalecidas, integrándose incluso con sus propios perseguidores como después veremos, y haciendo valer su inteligencia, capacidad y habilidad al alcanzar o conservar puestos relevantes que les permitieron mantener su influencia dentro de las élites de una ciudad, Sevilla, en la que el recuerdo de la sinagoga era todo menos halagüeño: estos matrimonios de conveniencia caracterizarían a la subsiguiente sociedad sevillana. Acerca de los conversos –a los que mencionaremos en este trabajo repetidas veces- Vid. Porras Arboledas, P.A., “Nobles y conversos, una relación histórica difícil de ser entendida aún hoy: el caso de los Palomino, conversos giennenses [sic]”, En la España Medieval, Anejo I, Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, Madrid, 2006. Otros trabajos –además de la ingente obra de Juan Gil (2000-2003), a la que volveremos a aludir en breve- que mencionaremos posteriormente sirven para ampliar la percepción de esta realidad social.
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interesados en el tema. Hay ya diversos precedentes en este modelo de estudio historiográfico, publicados en estas últimas décadas, que analizan cuestiones similares a estas y desarrollan importantes análisis sobre diversos personajes o grupos sociales10: los estudios acerca del colectivo nobiliario a día de hoy han superado aquellos en los que sólo se ponían “de relieve los [hechos] que enaltecen a los personajes y las ilustres casas, y por el contrario se pone sordina a los que podrían deslustrarlos. El escandaloso acaparamiento de cargos es alegado como prueba de relevantes servicios a la nación; las flaquezas humanas, los errores, incluso la traición manifiesta son caritativamente disimuladas; los genealogistas pasan [sobre ellas] como por encima de ascuas [...]; el dinero que costó adquirir muchos títulos hay que averiguarlo en memorias confidenciales o en documentos secretos, pues ningún historiador nobiliario suele descender a tan prosaicos detalles”, como lamentaba, ya en el último cuarto del pasado siglo XX, Domínguez Ortiz11. Baste recordar a día de hoy el trabajo de Iglesias Rodríguez sobre los Fantoni, que ya hemos mencionado; de Vila Vilar sobre los Corzo y los Mañara12, o el realizado por Lohmann Villena y esta última autora sobre los Almonte13, acerca de estos conocidos linajes de mercaderes posteriormente reconvertidos en parte principal de la nobleza ciudadana en los años finales del siglo XVII14. Igualmente, queremos recordar aquí –de nuevo- la magna obra de Gil (2000-2003) sobre los conversos sevillanos, sin la cual -pese a sus errores y defectos, que no desvirtúan sin embargo su evidente valor- sería hoy prácticamente imposible comprender la sociedad de la ciudad de los siglos XVI y 10
Una exhaustiva información acerca del estado actual de la investigación histórica sobre el estamento nobiliario nos la ofrece Soria Mesa, E., “La nobleza en la España Moderna: presente y futuro de la investigación”, en Casaus Ballester, Mª.J. (Ed.), El Condado de Aranda y la nobleza española en el Antiguo Régimen, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2009. Recoge diversos modelos de estudio, incluso plantillas utilizables para los mismos, Molina Recio, R., “La historiografía española en torno a las élites y la historia de la familia. Balance y perspectivas de futuro”, en Soria Mesa, E., y Molina Recio, R., (Eds.), Las élites en la época moderna: La Monarquía Española, Vol. 2, Familia y redes sociales, Universidad de Córdoba, 2009, pp. 9 y ss. 11 Vid. Domínguez Ortiz, A., Op. Cit., 1979. 12 Vid. Vila Vilar, E., Los Corzo y los Mañara: Tipos y arquetipos del mercader con América. Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Sevilla, 1991. 13 Vid. Vila Vilar, E. (con Lohmann Villena, G.), Familia, linajes y negocios entre Sevilla y las Indias. Los Almonte. Fundación Mapfre Tavera, Madrid, 2003. 14 Es igualmente de interesante lectura sobre este asunto el artículo de Miralles Martínez, P., y Molina Puche, S., “Socios pero no parientes: los límites de la promoción social de los comerciantes extranjeros en la Castilla moderna”, en Hispania, Revista Española de Historia, 2007, vol. LXVII, nº 226, pp. 455-486.
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XVII; el estudio histórico y genealógico de Sánchez Saus sobre la nobleza sevillana medieval, publicado en 1991 y que ya hemos mencionado; o la prosopografía de Campese Gallego sobre los comuneros sevillanos del siglo XVIII15, que nos han servido como buenas y cercanas referencias. Hemos podido contar, asimismo, con otros textos básicos de gran ayuda en cuanto al desarrollo y la aplicación de una metodología consistente, como las conclusiones de las sesiones de trabajo sobre prosopografía e historia medieval desarrolladas escaso tiempo atrás en Zaragoza16, que hemos utilizado como modelo de consulta aunque no se encuentren vinculadas en forma directa al estudio de las fuentes en la Edad Moderna17. En cuanto a otros estudios específicos sobre la nobleza como colectivo, y que nos han sido asimismo de gran utilidad para trazar la base del tapiz que conforma este trabajo, baste recordar aquí la obra clásica –ya mencionada- de Domínguez Ortiz acerca de las clases privilegiadas españolas en el Antiguo Régimen; la reciente y muy acertada de Soria Mesa18 o trabajos como los de Heras Borrero19, Carrasco Martínez20, el ciclo dirigido por Carmen Iglesias sobre la nobleza española en la Edad Moderna21, el desarrollado también a cargo de Soria Mesa acerca de las élites, que tuvo lugar recientemente en Córdoba22, o
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Vid. Campese Gallego, F.J., Los comuneros sevillanos del siglo XVIII: estudio social, prosopográfico y genealógico. Fabiola de Publicaciones Hispalenses, Sevilla, 2004. 16 VV.AA., La prosopografía como método de investigación sobre la Edad Media: sesiones de trabajo. Seminario de Historia Medieval, Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2006. 17 Otras obras, dedicadas al estudio de élites sociales de épocas históricas anteriores, aportan igualmente interesantes ideas y procedimientos para el trabajo prosopográfico: baste recordar, por ejemplo, las dedicadas al estudio de las élites romanas por Cebeillac-Gervasoni (2000), Rodríguez Neila y Navarro Santana (1999) o Saquete Chamizo (1996); además de las desarrolladas –como editores, y ya en un periodo histórico más cercano o directamente correspondiente con el de este estudio- por Chacón Jiménez y Monteiro (2006) acerca de las élites hispánicas entre los siglos XV al XIX, o la obra de López Beltrán (1998) sobre La Paz, capital de la actual Bolivia, en el siglo XVII. Las referencias completas acerca de las mismas figuran recogidas en la bibliografía que cierra este trabajo. 18 Soria Mesa, E., La nobleza en la España moderna. Cambio y continuidad. Marcial Pons Historia, Madrid, 2007. 19 Heras Borrero, F.M. de las, Aproximación a la nobleza española: estudio histórico desde la Reconquista hasta la caída de los Austrias. Instituto Salazar y Castro, CSIC, Madrid, 1981. 20 Carrasco Martínez, A., Sangre, honor y privilegio: la nobleza española bajo los Austrias. Editorial Ariel, Barcelona, 2000. 21 Iglesias, C. (Dir.), Nobleza y Sociedad en la España Moderna. Actas del ciclo organizado por la Fundación Central Hispano y la Fundación Cultural de la Nobleza española. Ediciones Nobel, Oviedo, 1996-1999. 22 Soria Mesa, E., et alii (Eds.), Las élites en la época moderna: La Monarquía Española (4 Vols.), Universidad de Córdoba, 2009.
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títulos como los de García Hernán23, Valverde Fraikin24, Álvarez Santaló y GarcíaBaquero González25 o Herrero García26, etcétera, sobre elementos específicos y formales, característicos o definitorios del estamento; además de otros muchos estudios y trabajos más, que mencionamos en la bibliografía final. Acerca de las propias Maestranzas como instituciones históricas, además de las obras ya indicadas de Núñez Roldán, de Rojas Solís, marqués de Tablantes, y de León y Manjón, es también preceptivo mencionar los trabajos de Arias de Saavedra27, Liehr –este con la problemática añadida que implica el hecho de no haber sido traducido a nuestro idioma28-, Rumeu de Armas29, el ya antiguo de Pascual de Quinto30 o el coetáneo –de menor densidad, y más específico- realizado por Conde y Cervantes31, además de algunos otros, igualmente más específicos o – contrariamente- más genéricos32. A estos hay que añadir un reciente artículo de gran interés sobre la Maestranza granadina, obra del profesor Soria Mesa33. 23
García Hernán, D., La nobleza en la España moderna: introducción y estudio. Editorial Istmo, Madrid, 1992. 24 Valverde Fraikin, J., Títulos nobiliarios andaluces: genealogía y toponimia. Granada, 1991. Siendo este sin embargo un estudio eminentemente genealógico, aunque ofrece muy escasa información acerca de los linajes que estudia: aporta, quizá sin demasiado sentido, referencias toponímicas acerca de los propios títulos donde debería haber más datos genealógicos, y se echan de menos algunos de estos últimos tan esenciales como por ejemplo las fuentes utilizadas o las fechas. 25 Álvarez Santaló, L.C., García-Baquero, A., La Nobleza Titulada en Sevilla, 1700-1834. Aportación al estudio de sus niveles de vida y fortuna. Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1981. 26 Herrero García, M., Ideología española del siglo XVII: la nobleza. Imprenta de la Librería y Casa Editorial Hernando, Madrid, 1927. 27 Arias de Saavedra, I., La Real Maestranza de Caballería de Granada en el siglo XVIII. Universidad de Granada, 1988. 28 Liehr, R., Sozialgeschichte spanischer Adelskorporationen: die Maestranzas de Caballeria (16701808). Steiner, Wiesbaden, 1981. Hay solo una breve recensión de la obra en castellano: Izquierdo Fernández, F., “Liehr, Reinhard: Sozialgeschichte spanischer Adelskorporationen: Die Maestranzas de Caballería (1670-1808)" (Book Review), Hispania (Madrid), 42 (1982) p. 703. Agradecemos a María José Rodríguez Ruiz su traducción del alemán de una parte de dicha obra, en concreto la correspondiente a la fundación de la Maestranza sevillana, que hemos utilizado como fuente en este trabajo. 29 Rumeu de Armas, A., “La ciudad de Ronda en las postrimerías del Viejo Régimen. La Real Maestranza de Caballería”, Hispania, 151 (1982), pp. 261-327. 30 Pascual de Quinto, M., La Nobleza de Aragón. Historia de la Real Maestranza de Zaragoza. Zaragoza, 1916. 31 Conde y Cervantes, J.I., Los Caballeros de las Reales Maestranzas en la Nueva España. Ed. PreTextos, Valencia, 2007. 32 Vid. Fuertes de Gilbert y Rojo, La nobleza corporativa en España: nueve siglos de entidades nobiliarias. Ediciones Hidalguía, 2007, pp. 224 y ss. Este trabajo recoge en su bibliografía otras obras sobre el tema, de mayor o menor calado: nos remitimos a la misma. 33 Soria Mesa, E., “Ascenso social y legitimación en la Granada moderna: la Real Maestranza de Caballería”, en Gómez González, I., y López-Guadalupe Muñoz, M.L. (Eds.), La movilidad social en la España del Antiguo Régimen, Granada, 2007. Debemos hacer notar la deuda que en particular
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¿Cómo olvidar, obviamente, aquellos textos –a los que podríamos nombrar como “clásicos”- y que por su propia y venerable antigüedad, o por la autoridad exhibida por sus redactores, pueden considerarse también a día de hoy casi como otras fuentes primarias? Baste recordar aquí las obras –familiares para los estudiosos de la nobleza, o los genealogistas- de Salazar y Castro, Ortiz de Zúñiga, Argote de Molina, Pellicer de Tovar, Moreno de Vargas, Salazar de Mendoza, etcétera; o ya más cercana a nosotros, la monumental compilación inconclusa de Fernández de Bethencourt: todas ellas han sido ávidamente consultadas y utilizadas, eso sí, críticamente; al igual que otros registros tal vez de menor calado, pero que han sido útiles para el desarrollo de nuestra investigación. Son sin embargo las fuentes documentales la base sobre la que hemos querido estructurar este trabajo: desde los protocolos notariales o los documentos procedentes del fondo familiar Arias de Saavedra, conservados respectivamente en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla, Archivo Histórico de Protocolos de Madrid y en el Archivo General de Andalucía; hasta los expedientes matrimoniales, padrones parroquiales y libros sacramentales, conservados en diversos archivos eclesiásticos, tanto del propio Arzobispado hispalense como de diversas parroquias de la ciudad o de otros lugares, además de los manuscritos genealógicos de la Biblioteca Capitular y Colombina; obviamente, hemos consultado la documentación conservada –no demasiada sobre este período, sin embargo- en el Archivo de la Real Maestranza de Caballería, al igual que diversa documentación que, custodiada hoy en los Archivos Histórico Nacional y General del Ministerio de Justicia, se remite a diversos expedientes de nobleza, concesión de títulos y hábitos de órdenes militares, que probaron algunos de los primeros caballeros maestrantes, además de
otra documentación de
contenido económico (establecimientos de
tenemos con este trabajo, que ha determinado en buena parte el devenir y el enfoque del que aquí presentamos. Acerca de la nobleza granadina, vid. del mismo autor “La creación de un grupo. La nobleza titulada del Reino de Granada en el siglo XVIII”. En Díaz López, J.P., et alii (Eds.), Casas, Familias y Rentas. La nobleza del Reino de Granada entre los siglos XV-XVIII. Editorial Universidad de Granada, 2010, pp. 113 y ss.
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mayorazgos34, percepciones de rentas, adquisiciones de juros y de títulos de deuda, etcétera), profesional (memoriales, relaciones de méritos) o familiar (capitulaciones matrimoniales, testamentos, dotes, etcétera) de la sección Nobleza -en Toledo- del Archivo Histórico Nacional; igualmente hemos consultado –para algunos individuos específicos, vinculados o relacionados de algún modo con el Santo Oficio- la sección Inquisición del mismo archivo, añadiéndose a las mismas fuentes un número relevante de documentos conservados en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia (Colección Salazar y Castro) o –ya en la Biblioteca Nacional- los conocidos Porcones35. También hemos consultado diversos documentos procedentes de las Reales Chancillerías de Granada y de Valladolid, del Archivo General de Simancas – fundamentalmente del importantísimo fondo que supone el Registro General del Sello-, un importante volumen de documentación del Archivo General de Indias sevillano (dada la vinculación de muchos de los primeros maestrantes sevillanos a la Casa de la Contratación, a las armadas de Indias o al gobierno colonial, como anteriormente hemos indicado), y del Archivo Municipal de Sevilla (dada la pertenencia de otros al cabildo municipal, como caballeros veinticuatro), como actas de cabildo, escribanías, blancas de la carne o la colección Papeles del Conde del Águila, además de diversa documentación conservada en otras instituciones, como las hermandades de la Santa Caridad, la Soledad –de la parroquial de San Lorenzo- o la Anunciación (las Doncellas). Fondos todos ellos detallados e identificados –al igual que las fuentes anteriores- en las citas a pie de página36.
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Acerca del mayorazgo, es de obligada consulta la obra de Clavero, B., Mayorazgo. Propiedad feudal en Castilla (1369-1836). Siglo XXI de España Editores, 1989. 35 García Cubero, L., Las alegaciones en derecho (porcones) de la Biblioteca Nacional. Tocantes a mayorazgos, vínculos, hidalguías, genealogías y títulos nobiliarios. Con un índice de personas, geográfico y de títulos nobiliarios, Biblioteca Nacional, Madrid, 2004. 36 En esto hemos sido, creemos, fieles seguidores de un predecesor ilustre en semejantes estudios del estamento nobiliario, Gonzalo Argote de Molina, que en su Nobleza del Andaluzía (1588) nos dice: “En lo antiguo de los linages donde faltan repartimientos, y no ay noticia por falta de escrituras de la nobleza dellos, suelen servir […] heredamientos, libros de términos, los antiguos de los Baptismos, donde se haze memoria de los Padrinos y de los Ahijados, las Instituciones de Cofradías. En los registros antiguos de Escribanos, testamentos, cartas de dote, cartas de Venta de heredamientos. calendarios particulares de Acaecimientos de varios autores, é recogido muchos, que an sido de grande importancia para la puntualidad de los tiempos, y relaciones de casos particulares. El Libro del Bezerro es excelente para esta materia, y los libros de la Contaduría de Su Magestad de los Situados, donde a cada uno en su naturaleza se les haze merced con la
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En cuanto a los fondos privados a los que hemos podido tener acceso, no podemos evitar transcribir –pero aquí en positivo- la queja que enunciaba don Antonio Domínguez Ortiz hace más de treinta años, recogiendo la antigua protesta de Lope de Vega: “la terca, ignara y tradicional resistencia que generalmente defiende su acceso”, no ha mostrado en esta ocasión su poco amable rostro, y debemos decir que en general solo hemos recibido facilidades de aquellas personas o instituciones a las que les hemos solicitado estudiar (y reproducir en ocasiones) documentos de sus archivos: vaya por su amabilidad nuestro agradecimiento. Debemos hacer sin embargo una excepción con un archivo parroquial sevillano, excepcionalmente muy concreto y cuyo titular, usando quizá de un trasnochado y en exceso celoso sentido de la propiedad, desgraciadamente no nos permitió acceder a sus fondos archivísticos bajo ningún concepto, lo que ha provocado que algunos documentos relevantes no hayan podido ser localizados, transcritos ni estudiados. Ha sido en este caso la excepción, ya que otros párrocos (los de las parroquiales de San Ildefonso, Santa María Magdalena, San Bartolomé o San Lorenzo, por ejemplo) han facilitado con mucha generosidad nuestra labor37.
Y ahora, quisiéramos hacer una precisión que entendemos necesaria: unas líneas atrás hemos hecho alusión a una importante ciencia auxiliar de la Historia; hablamos concretamente de la Genealogía, tan poco comprendida, tan censurada y desprestigiada, tan escasamente utilizada incluso por los mismos historiadores, memoria de sus servicios, y particularmente el Archivo de Simancas […]”. Como vemos por la propia cita de Argote, las cosas no han cambiado demasiado desde entonces a hoy en día. 37 Agradecemos especialmente a José María Cordón García de Leániz su inestimable ayuda y colaboración en la parroquial de Santa María Magdalena, que asimismo custodia los fondos de la desaparecida parroquia de San Miguel de Sevilla. Igualmente transmitimos nuestro agradecimiento por su amable atención y su más que cordial disposición a don Eloy Sancho Cano, archivero de la parroquial de San Bartolomé, que muy amablemente nos proporcionó la posibilidad de consultar los libros de entierros de la misma, gracias a los cuales localizamos documentación de gran importancia para este trabajo, como el testamento de don Rodrigo de Vivero Galindo o las últimas voluntades de diversos miembros del linaje de los Ramírez de Arellano, posteriormente marqueses de Gelo. El material (en general, diversas partidas) procedentes de parroquias como San Marcos, incendiada esta en 1936 y hoy desaparecido aquél al arder por tanto sus archivos, lo tomamos de las transcripciones realizadas por los párrocos en su día para diversas pruebas de órdenes militares. Ha ocurrido lo mismo con los fondos de la parroquial de San Vicente –evidentemente, aquellos que afectaban a individuos vinculados de un modo u otro a dichas órdenes-, ya que desgraciadamente, al no obtener autorización para ello por parte de su párroco, no hemos podido realizar la consulta de dicho archivo parroquial.
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en una no muy loable costumbre que ahora, afortunadamente, comienza a remitir38. Ciertamente hay que reconocer el uso espurio de esta disciplina, sometida a diversos y muy variados intereses incluso hoy en día, cuando los motivos que pudieron provocar en su día falsificaciones y mixtificaciones, tropezando, como indicaba el propio Ortiz de Zúñiga, en “la lisonja, la pasión y la equivocación” –en las que el mismo, interesadamente (por motivos que después mencionaremos) tampoco dejó de tropezar-, ya han, en la práctica, remitido; o deberían haberlo hecho. Lejos de aquellas “ostentosas futilidades coleccionadas por los genealogistas” en el pasado, entendemos que hoy en día, y honestamente utilizada, la Genealogía puede ayudarnos a comprender y recrear relaciones y redes sociales que fueron, en su día, generadoras y motores de muchas y muy diversas actividades humanas: la afinidad, la relación de parentesco o de intereses, la misma vecindad determinaron la coincidencia o la fusión de diversas familias y grupos, conformando así lo que entendemos como una clase. Y en ello no será, como veremos, una excepción este primer grupo de caballeros sevillanos. Así es que hemos utilizado por tanto, y mucho, la documentación genealógica en el presente trabajo: esto nos ha permitido llegar, como se verá, a interesantes conclusiones que nos descubren y evidencian –entre otros datos- un riquísimo mundo de enlaces, contactos y redes de parentesco familiar. No podríamos haber realizado este estudio prosopográfico, sin duda alguna, sin la ayuda del importantísimo material genealógico que hemos manejado para el mismo, procedente en buena parte también de archivos públicos y privados: un buen ejemplo de este material podrían ser los fondos de contenido genealógico (por ejemplo, para la demostración del derecho a la posesión de un mayorazgo) contenidos en el Fondo Arias de Saavedra del AGA antes mencionados, los expedientes de órdenes militares del AHN o la variadísima documentación preservada en la Colección Salazar y Castro de la BRAH. Además de estas fuentes primarias, como ya hemos indicado, hemos manejado para nuestros estudios genealógicos una importante colección bibliográfica, teniendo en cuenta las 38
Baste recordar trabajos como los de Soria Mesa (1995, 1997, 2000, 2007), Sánchez Saus (1991) o Carriazo Rubio (2002). Las referencias sobre estos trabajos pueden verse completas en la bibliografía final.
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virtudes y defectos que han aquejado tradicionalmente en nuestro país a este tipo de literatura: López de Haro, Salazar y Castro, Pellicer de Tovar o Fernández de Bethencourt han proporcionado datos realmente valiosos, una vez contrastados: hemos huido de otros genealogistas más fantasiosos y menos prestigiados, a los que podríamos aplicar el conocido juicio de Fernán Pérez de Guzmán: “Hombres de poca vergüença a quienes más les plaçe relatar cosas estrañas e marauillosas que uerdaderas e çiertas”39. Pero tampoco olvidemos que este trabajo que ahora presentamos pretenderá, ante todo, mostrar al lector –desde un punto de vista histórico- una información que no se queda en la simple sucesión de nacimientos, matrimonios o defunciones. Así, la genealogía ha resultado ser, aplicando este criterio, un excelente y esencial bastidor sin el cual el cuadro –es decir, este estudio- no habría podido montarse, y mucho menos ser colgado40.
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Recogido en Salazar y Acha, J. de, Manual de Genealogía Española, Ediciones Hidalguía, Madrid, 2006, p. 26. 40 Hacemos nuestras las afirmaciones en defensa de esta disciplina vertidas por Sánchez Saus, R., en su artículo “La Genealogía. Fuente y técnica historiográfica”, en Les Archives et les Sciences Genéalogiques, International Council of Archives, vol. XXXVII, pp. 78-92. Salazar y Acha, en su obra citada, abunda en esta cuestión al afirmar como “fundamental la dignificación del estudio de esta ciencia auxiliar y reconocer su valor como técnica instrumental para [el estudio de] la historia política, social y de las mentalidades” (p. 36). También entendemos como absolutamente válida la afirmación de Genicot (recogida asimismo por Salazar y Acha (p. 35), según la cual “la genealogía permite esclarecer las más variadas cuestiones referentes a política, religión, sociedad, cultura, acciones individuales o corrientes colectivas, hechos, creencias y mentalidades y, especialmente, la comprensión de las estructuras de poder”. Nos ofrece “numerosos datos de carácter demográfico o sobre comportamiento humano en cada época y sociedad determinada, pero permite también el desarrollo de otras reflexiones de orden muy diverso: ya sea el análisis de las estructuras internas de los linajes, de la permeabilidad social, de los mecanismos de ascenso y perpetuación [...], etc.”
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ABREVIATURAS41
AAPS
Archivo de la Audiencia Provincial, Sección Histórica, Sevilla
AAU
Archivo del Ayuntamiento de Umbrete, Sevilla
ACA
Archivo de la Corona de Aragón
ADMS
Archivo Ducal de Medina Sidonia, Sanlúcar de Barrameda
ADT
Archivo Diocesano, Toledo
AFCA
Archivo de la Fundación Casa de Alba
AGA
Archivo General de Andalucía, Sevilla
AGAS
Archivo General del Arzobispado de Sevilla
AGI
Archivo General de Indias, Sevilla
AGMJ
Archivo General del Ministerio de Justicia, Madrid
AGMS
Archivo General Militar, Segovia
AGN
Archivo General de Navarra
AGNL
Archivo General del Notariado, Lima
AGS
Archivo General de Simancas
AHN
Archivo Histórico Nacional, Madrid
AHNN
Archivo Histórico Nacional, sección Nobleza, Toledo
AHPC
Archivo Histórico Provincial, Córdoba
AHPNM
Archivo Histórico de Protocolos Notariales, Madrid
AHPSe
Archivo Histórico Provincial, Sevilla
AHSC
Archivo de la Hermandad de la Santa Caridad, Sevilla
AHUS
Archivo Histórico de la Universidad de Sevilla
AMM
Archivo Municipal, Málaga
AMMC
Archivo Municipal, Medina del Campo
AMNM
Archivo del Museo Naval, Madrid
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Debido al extenso número de archivos parroquiales consultados, fundamentalmente de la ciudad de Sevilla, no hemos considerado necesario incorporarlos a estas abreviaturas, y figurarán en notas al pie con su denominación completa. Debido igualmente al ingente volumen de documentos utilizados y consultados para el presente trabajo, aparecerán únicamente referenciados en las notas al pie. En la bibliografía final, sin embargo, sí se consignarán las fuentes secundarias (artículos, trabajos y diferentes obras de referencia) consultadas para la realización del mismo.
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AMS
Archivo Municipal, Sevilla
AMV
Archivo Municipal, Vergara
APCS
Archivo de Protocolos, Cazalla de la Sierra
APLL
Archivo de Protocolos, Llerena
ARChG
Archivo de la Real Chancillería, Granada
ARChV
Archivo de la Real Chancillería, Valladolid
ARMC S
Archivo de la Real Maestranza de Caballería, Sevilla
ASF
Archivio di Stato, Firenze
BCC
Biblioteca Capitular y Colombina (Institución Colombina), Sevilla
BFV
Biblioteca Foral de Vizcaya
BL
British Library, London
BNM
Biblioteca Nacional, Madrid
BOM
Biblioteca del Obispado, Málaga
BRAH
Biblioteca de la Real Academia de la Historia
BUO
Biblioteca de la Universidad de Oviedo
CODOIN
Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España
DRAE
Diccionario de la Real Academia Española
DSA
Digital Stadsarchief Antwerpen
FCDM
Fundación Casa Ducal de Medinaceli
FRR
Florentine Renaissance Resources, Brown University
FSS
Fundación Sancho el Sabio, Vitoria
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33
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Iª PARTE
CONTEXTUALIZACIÓN
“LA GENEROSA UNIÓN DE LA PRIMER NOBLEZA”: UNA VISIÓN ACERCA DEL ESTAMENTO NOBILIARIO EN LA SEVILLA DE 1670
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I. LA NOBLEZA SEVILLANA DESDE LA CONQUISTA DE LA CIUDAD HASTA LA FUNDACIÓN DE LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA: SÍNTESIS DE UNA EVOLUCIÓN HISTÓRICA (1248-1670)
I.1. Algunas motivaciones para la fundación de la institución
E
l corporativismo, ese afán común de desarrollar intereses y afinidades mutuos, se desarrolló con virulencia especial en la Sevilla de los Siglos de
Oro, dando como resultado la creación de no pocas corporaciones –de índole civil o eclesiástica- que, subsistiendo algunas de ellas hasta el día de hoy, han dedicado o continúan dedicando sus esfuerzos a diversos menesteres y cuidados religiosos, asistenciales o académicos42. Una de ellas, que goza actualmente de excelente salud y supone indirectamente el sujeto de este trabajo 43, es la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, esta Societas Equestris Hispalensis creada, como bien nos indican sus primeras Reglas de 168344, en el año de 1670: año en el que varios caballeros sevillanos, “con afortunado designio pensaron en formar una Junta, que se compusiesse de la primera Nobleza del Lugar”, con el fin de que, instando a la nobleza sevillana a vivir “expuesta al Exercicio fiero” ecuestre y guerrero, percibido como su principal vocación, obligación y naturaleza45, se 42
No solo durante el siglo de Oro: también con anterioridad, ya desde la baja Edad Media, existían corporaciones con estas cualidades (Vid. Diago Hernando, M., “Las corporaciones de caballeros hidalgos en las ciudades castellanas a fines de la Edad Media. Su participación en el ejercicio del poder local”, Anuario de Estudios Medievales, 36/2, 2006, pp. 803-838). 43 A diferencia de otras instituciones similares de índole nobiliaria –lo que incluye a otras Maestranzas hoy desaparecidas, caso de las de Carmona (1728), la de Antequera, fundada en ese mismo año, la de Jerez de la Frontera (1739) o la de Palma de Mallorca (1758)- la de Sevilla ha llegado hasta nuestros días y hoy conserva su preeminencia en la vida de la ciudad, participando activamente (a través de la fiesta de los toros y del mecenazgo, principalmente) en la vida de ésta, gracias a la importante financiación que obtiene por el arrendamiento de la explotación de la plaza de toros de Sevilla, uno de los ruedos con más solera de España. 44 Regla de la Ilustrissima Maestranza, de la Muy Ilustre, y siempre Muy Noble y Leal Ciudad de Sevilla, tomando por Abogada a la Siempre Virgen María Nuestra Señora del Rosario, dirigida al Señor D. Álvaro de Portugal y Castro, Hermano Mayor de dicha Maestranza. Con licencia. En Zaragoza, por los Herederos de Juan de Ibar. Año de MDCLXXXIII. 45 Una vocación, obligación y naturaleza tal vez caídas en el olvido: nos remitimos a las pruebas de ello aportadas por Núñez Roldán, F., La Real Maestranza de Caballería de Sevilla... Sin embargo, sobre este tema de la vocación militar de la nobleza –muy relevante para comprender alguna de las motivaciones que pudieron contribuir a la fundación de la propia Maestranza, buena parte de cuyos fundadores desarrollaron oficios militares- volveremos a tratar posteriormente en este trabajo. Vid. igualmente sobre esta cuestión García Hernán, D., “La función militar de la nobleza
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revivieran, imitándolas, las pasadas glorias de otras hermandades u órdenes caballerescas por entonces desaparecidas o en desuso, como las del Rosario de Toledo o la de la Banda46, o la asimismo sevillana congregación de San Hermenegildo, sita en los tiempos de la tardía Edad Media en las cercanías de la antigua Puerta de Córdoba47, y que no debemos confundir con otra, a todos efectos nonata, impulsada por Gonzalo Argote de Molina y que en 1573 había solicitado al Consejo de Castilla la aprobación de sus reglas, retomando esta antigua advocación ya extinta para entonces48. en los orígenes de la España Moderna”. Gladius, XX, 2000, pp. 285-300. Esta cuestión (la del abandono por parte de la nobleza de sus deberes militares) la planteaba en su día Domínguez Ortiz (vid. Domínguez Ortiz, A., “La movilización de la nobleza castellana en 1640”. En VV.AA., Nobleza y sociedad en la España Moderna, Oviedo, 1996). Otros trabajos más recientes tratan este asunto, como es el caso de Andújar Castillo, F., “Milicia y nobleza. Reformulación de una relación a partir del caso granadino (siglos XVII-XVIII)”. En Jiménez Estrella, A. y Andújar Castillo, F., Los nervios de la guerra. Estudios sociales sobre el ejército de la Monarquía Hispánica (s. XVI-XVIII): Nuevas perspectivas. Granada, 2007, pp. 251-276. Un ejemplo de las prácticas descritas en este artículo por Andújar Castillo las apreciaremos en el epígrafe dedicado a los Saavedra. De hecho, buena parte de la relación de la nobleza (hablamos fundamentalmente de las oligarquías ciudadanas) con el mundo de las armas se limitó en exclusiva a ejercer la recluta y leva de soldados con el fin de percibir a cambio del servicio hábitos o títulos, con lo que el pago efectivo del mismo se justificaba, aunque era difícil encontrar voluntarios para servir en los ejércitos: “Fue más fácil acceder a las mercedes regias por la senda del dinero, e incluso de la inversión monetaria en los gastos que suponía el reclutamiento de ‘hombres para la guerra’, que por la vía del servicio personal en la carrera de las armas [...]. Un grado de capitán ennoblecía a su poseedor” (ibidem, pp. 253-254, 258, 260. Véase también el epígrafe Carrillo de Albornoz de este trabajo, para un ejemplo de lo que afirmamos). Acerca de este sistema de asientos privados para la realización de los reclutamientos, vid. nuevamente Andújar Castillo, F., “Empresarios de la guerra y asentistas de soldados en el siglo XVII”, en García Hernán, E., y Haffi, D. (Eds.). Guerra y Sociedad en la Monarquía Hispánica. Política, estrategia y cultura en la Europa Moderna (1500-1700). Vol. II. Madrid, 2006, pp. 375 y ss. 46 Sobre la orden de la Banda, la reciente edición de Sempere y Guarinos, J. Herrera Guillén, R. y Villacañas Berlanga, J. L. Libro de la Orden de la Banda: basado en los manuscritos de Juan Sempere y Guarinos (Granada, ca. 1808). Biblioteca Saavedra Fajardo, Murcia, 2005. A esta edición se une un breve artículo en la misma biblioteca del propio Villacañas Berlanga (2005), que bajo el título “La conciencia de la ética caballeresca”, glosa las Reglas de dicha orden de caballería. 47 Vid. Morgado, A. de, Historia de Sevilla..., pp. 115-116: “Los Conquistadores de Sevilla y Cavalleria de aquel tiempo honravanse grandemente, de renovar la gloriosa memoria de vn tal Principe, haziendose todos ellos hermanos de la hermandad, y Cofradia, que a su devoción fundaron. Y entre otras cosas, con que pretendían solenizar la devida veneración del inclito Sancto, tenían ellos junto a esta Puerta de Cordova, por de dentro de la ciudad al largo del Muro, vna Tela armada continuamente, donde se juntavan todos los mas de los dias a Iusta, y Carrera [...]”. Ortiz de Zúñiga nombra la antigua cofradía, mencionando la cita de Morgado (vid. Zúñiga, Anales..., I, p. 186): “Tambien hallo atribuida á los caballeros Conquistadores con igual antigüedad otra Hermandad ó Cofradía instituida en reverencia del Rey Martir San Hermenegildo; de ella hace mencion Alonso Morgado”. Sin embargo, ni Zúñiga ni Morgado aportan más información sobre la misma. Según León y Manjón (Op. Cit.), reformaba sus Reglas en 1536: sin embargo en 1573 ya estaba extinta, al solicitar Argote al rey su refundación. 48 Acerca de la hermandad de San Hermenegildo, ofrecen abundante información Montoto de Sedas, S., Sevilla en el Imperio, (siglo XVI), Sevilla, 1938; y Artacho y Pérez-Blázquez, F. de, La
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Esta nueva corporación nacida en los últimos años del siglo XVII, cuyo “exercicio principal sería el manejo de los cauallos” y la práctica “del arte de la Gineta” buscaría la formación en las artes de la milicia49 y de la equitación “para la educación de los Nobles […] trasladada à Christiana pureza” al poner la institución bajo la advocación de la Virgen del Rosario; e integraría por tanto a “un número de personas, de un cuerpo ilustre, oficioso, y dispuesto en una regulada proporción de partes, que se ocupen de los exercicios mas proprios à la Nobleza”: un grupo social esencialmente exclusivo, aristocrático, “de entre la misma nobleza, la más ilustre”, formado por tanto por personas en las que debían Nobleza sevillana a través del Privilegio de Oratorio, Fabiola de Publicaciones Hispalenses, Sevilla, 2002, que la toma del anterior. Argote de Molina, como es bien sabido, trató de refundar la extinguida hermandad de origen medieval, exigiendo que los nuevos cofrades fueran nobles e hidalgos: esto provocó la cólera del Cabildo sevillano, que impidió la aprobación de sus Reglas, temiendo que quisieran “los dichos cofrades hacer hidalgos y deshacer a los que lo son, y que hubiere nota de infamia en el pueblo de los que no fuesen recibidos por cofrades, y que fuesen tenidos por hidalgos sólo los que fuesen recibidos”, además de que aquellos vecinos de Sevilla que no fuesen hidalgos “pretendiesen probarla [la hidalguía] con el testimonio de haber sido cofrades ellos y sus padres y abuelos”, acusando a los promotores de instar la creación de la nueva cofradía con el fin “de hacer y deshacer hidalgos”. Estas prevenciones no se dieron, sin embargo, en 1617 y 1670, cuando la hermandad de la Soledad y la propia Maestranza, respectivamente, admitían con preferencia –o con exclusividad, en el segundo caso- a nobles e hidalgos entre sus filas. En cualquier caso, volveremos con posterioridad a tratar sobre dicha corporación frustrada, que no debe confundirse (al igual que tampoco la primitiva) con la creada en el primer cuarto del XVII por el licenciado Cristóbal Suárez de Ribera, cuya sede era la ermita u oratorio dedicada a su patrón, el príncipe visigodo, y que no poseía carácter caballeresco: “Díxe como [...] no tuvo efecto, como allí se dixo, la nueva Hermandad, intentada formar por los caballeros, hallando la Ciudad inconvenientes á sus estatutos; pero [...] poco ántes del presente dispertó Dios un Ministro suyo, que lo fuese de la gloria accidental de su siervo San Hermenegildo; este fué el Licenciado Christobal Suarez, hijo de esta Ciudad, Sacerdote docto, virtuoso y exemplar, devotísimo del Santo, que formó vivo deseo de constituirle digno templo que incluyese su venerable cárcel, deseo tan temprano en el, que desde su niñez lo proponia en sus pueriles entretenimientos, que conformes á su religiosa índole, eran formar altares y capillas siempre á la devocion de San Hermenegildo, que creció en su edad y estado eclesiástico: dió principio á su efecto por el año de 1500 [se trata de un error: la fecha correcta es 1600]; [...] con limosnas propias y solicitadas de los que seguían la carrera de las Indias, le ayudó [a] levantar un muy decente templo arrimado á la muralla, en que está la torre de la cárcel de la parte de afuera, para que el Cabildo de la Ciudad le dio competente sitio, y le hizo otras mercedes, el qual se acabó en este año de 1616 [...] y gozóla su fundador hasta 13 de Octubre del año de 1618 en que pasó á mejor vida”. Vid. Zúñiga, Anales..., IV, pp. 254-255. 49 Que aún se percibía como una ocupación principal del estamento, como nos indica el tratadista Baltasar Álamos de Barrientos (Discurso político al rey Felipe III..., Madrid, 1598, pp. 110-113): “Que los incline [a los nobles] Vuestra Majestad a la milicia, que es su propio oficio y con el que han conservado y aumentado las grandes monarquías, y repartiendo entre los que sirvieren en ésta y no entre otros las haciendas que se instituyeron para eso. Que esto es un gran secreto de la conservación de los imperios, que haya premios conocidos para la gente de guerra, y que no se den y no se empleen sino en ellos. Que esto los consuela en sus grandes trabajos, y los animará a servir y morir por Vuestra Majestad”.
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“concurrir […] todas las calidades acostumbradas” y del que quedaría automáticamente excluido el resto, conformando un “cuerpo místico, unido en el vínculo de una conforme voluntad”.
Tomando por tanto al hilo la lectura de estas tardías Reglas (puestas por escrito trece años después de la fundación de la hermandad, aunque sabemos que algunos años antes, en 1677, se habían redactado formalmente algunos acuerdos puntuales recogidos
en cabildo)50 podemos apreciar con
claridad
las
motivaciones y los intereses que pudieron mover –al menos directamente- a estos primeros miembros de la institución sevillana a la hora de decidir la creación de esta nueva corporación: la práctica, como decimos, de las actividades ecuestres y de las armas; y la devoción a una determinada advocación mariana, la del Rosario, preferida de la nobleza desde el hecho famoso de armas de Lepanto. Esta práctica de las armas había sido instada por el propio Felipe II años atrás51, y daría lugar, entre otras fundaciones, a la de la primitiva hermandad del Espíritu Santo de Ronda en agosto de 1573, que se quiere germen de su futura Maestranza, y en Sevilla al intento de recreación de la ya mencionada de San Hermenegildo; y el segundo motivo fundacional, la unión de personas nobles y principales en hermandades dedicadas al culto y a la pública devoción, no era tampoco un fenómeno ajeno a la Sevilla del momento: baste recordar el peso de la aristocracia hispalense en algunas de las cofradías más notorias de la época, como las de la Veracruz, la de la Asunción de Nuestra Señora, la de la Antigua, Siete Dolores y 50
La documentación sobre este período es muy escasa, virtualmente casi inexistente; apenas restan referencias en los archivos de la Real Maestranza sobre las actividades de la corporación a finales del siglo XVII, a excepción de un denominado “Libro de las Antigüedades”, en estado fragmentario, rescatado en su día de un vendedor ambulante por José Gestoso y donado por este, a instancias de León y Manjón, a la Maestranza, y en donde se recogen algunos fragmentos de actas y breves crónicas sobre las actividades ecuestres y sociales de la institución. No olvidemos que la Maestranza sevillana se refundaría, a todos los efectos, en 1725; y que no se convertiría en una corporación indudablemente prestigiosa hasta posteriomente a dicha fecha. Esto último puede apreciarse por el hecho contrastado de que en los expedientes de órdenes militares no se alegará la pertenencia a la corporación como un acto positivo hasta ya bien entrado el siglo XVIII, tras la concesión, por Felipe V, de los privilegios de la institución (1730). Un ejemplo de ello sería el expediente para la orden de Santiago de don Miguel de Espinosa Tello de Guzmán (AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2779, año de 1732), en el que se hacía hincapié que el aspirante “Es uno de los indiuiduos de La Maestranza de esta ziudad Y en la que son admitidos los Cavalleros de Mas lustre”. Posteriormente volveremos con más detalle sobre estas cuestiones. 51 Real Cédula de 6 de septiembre de 1572.
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Compasión, la de San Cosme y San Damián -o de los Caballeros52- o la de María Santísima de la Soledad (del Carmen calzado, y que posteriormente marcharía a la parroquial de San Lorenzo), al igual que desde 1673 se haría evidente dicha vinculación de la propia Maestranza con la hermandad que rendía culto a la advocación del Rosario sita en el convento dominico de Regina Angelorum, en la calle de la Feria53.
Con lo cual, vistos algunos de los motivos –que no todos; posteriormente esperamos determinar con cierta credibilidad algunos más- y el propósito que empujaron a dicha fundación, solo resta determinar quiénes son aquellos que la pondrán por obra, y que pertenecen a un grupo social que puede suponer, a primera vista –y habremos de determinar aquí si ese es el caso- lo más granado del momento en la sociedad de la ciudad: ricos en bienes y nobles de sangre, de 52
Acerca de la cofradía de la Asunción y de la de San Cosme y San Damián, Vid. Hermoso Mellado-Damas, Mª. M., Las cofradías de “los Caballeros” y el Concejo de Sevilla en el siglo XVI: de nobles a mercaderes. en Soria Mesa, E., y Bravo Caro, J.J. (Eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, Vol. 4, Cultura, Universidad de Córdoba, 2009, pp. 205 y ss. También, sobre el corporativismo religioso de la nobleza, Vid. López-Guadalupe Muñoz, M.L., “Ver y ser vistos. Élites granadinas en las manifestaciones populares de piedad”, en Soria Mesa, E., y Bravo Caro, J.J. (Eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, Vol. 4, Cultura, Universidad de Córdoba 2009, pp. 281 y ss. 53 Vid. Halcón, F., “La Hermandad del Rosario del convento de Regina Angelorum”, en Actas del IV Simposio de Hermandades y Cofradías de Sevilla y su provincia, Fundación Cruzcampo, Sevilla, 2003. También ARMCS, Hermandad del Rosario, Lib. 12: Libro en el que se sientan los caualleros Hermanos que tienen voto en nuestra Hermandad del Ssmo. Rosario en este Colegio de Regina Angelorum de Sevilla. Año de 1712. El 3 de diciembre de 1679 ingresaban en la Hermandad del Rosario un buen número de fundadores, como don Bartolomé de Toledo, don Juan de Córdoba Laso de la Vega, don Juan de Esquivel Medina y Barba, don Juan de Mendoza, don Pedro José de Guzmán Dávalos, don Francisco Carrillo de Albornoz, don Juan Federigui y don Lorenzo Dávila. El cronista González de León recoge en 1839 cómo, en el convento de dominicos de Regina, había “varios enterramientos y capillas ilustres, siendo una de ellas la de la Maestranza de Caballería de esta ciudad”. Nos aporta también una visión canónica, llena de errores y poco veraz acerca de la fundación y el devenir histórico de la corporación, haciendo también caso omiso de su fundación efectiva en 1670: “Antiquísimo es el origen de este cuerpo, si se atiende à que los caballeros conquistadores, pocos años despues de la conquista se reunian para adiestrarse en el arte de la equitacion, en la tela esterior y interior de la puerta de Córdoba; que el año de 1571, formaron la hermadad [sic] de san Hermenegildo, por la cual se obligaron al manejo del caballo, y á amaestrarse en la milicia de aquellos tiempos. A cuyo efecto, y para adiestrarse también en la lid de los toros, se construyó por estos tiempos el toril de Tablada. Tuvo esta hermandad de caballería de la nobleza, sus vicisitudes como todas las cosas humanas, hasta que el año de 1725, se reorganizó y pareció en forma delante del rey don Felipe V. que la honró y privilegió, y el mismo rey, estando en esta ciudad en 1750 le aprobó las nuevas ordenanzas porque se rige, y le concedió el uniforme. La capilla la labraron y estrenaron el año de 1670 porque este año erigieron y tomaron por patrona á nuestra señora del Rosario y formaron hermandad para su culto” (Vid. González de León, F., Noticia Histórica del Origen de los Nombres de las Calles..., Sevilla, 1839, pp. 117 y 413).
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mayor o menor volumen dichos bienes y de más lejana o más reciente antigüedad su propia nobleza, los apellidos que desfilan por esta primera lista de hermanos de la Maestranza sevillana -Tellos, Ponces de León, Carrillos, Guzmanes, Bazanes, Saavedras, Esquiveles, Jácomes o Federiguis- son todos ellos sujetos de una compleja historia, la del estamento nobiliario sevillano, que pese a la existencia de diversas obras en torno al mismo, o incluso a aproximaciones más antiguas o contemporáneas nunca ha sido escrita en su globalidad54. No es esa la intención de este trabajo, aunque sí deseamos en unas breves páginas determinar cómo, en el siglo XVII, esta clase social había sufrido profundos cambios en la ciudad en la que se había implantado en 1248: estos linajes medievales sevillanos, estudiados recientemente y en profundidad55, conocerían sucesivos cambios y renovaciones, debido a causas bien distintas, de las que ahora trataremos56.
I.2. Una ciudad vacía en 1248 54
De hecho, ya en el siglo XVI autores como Ortiz de Zúñiga desechan la posibilidad de escribirla, debido a los impedimentos, reticencias, obstáculos y problemas diversos que percibían a la hora de materializar su intención: “Han tenido los que han formado historias de las ciudades de España, por parte esencialísima tratar de sus nobles familias; escribiéronla algunos con acierto y brevedad, pero fue materia comprensible; no así en Sevilla, cuya numerosidad ha sido y es tanta, que en estilo genealógico que describa orígenes y sucesiones, la tendré siempre por casi imposible, si ha de ser con el acierto y desapasionada verdad que requiere; no pueda ésta proceder sin registro de papeles, molestísimo y sospechoso (sin excepción), y sin tropezar mil veces en la lisonja, la pasión y la equivocación: esto me hizo retirar la pluma, habiendo corrido no poco, porque no habiendo penetrado la dificultad (como es ordinario) en los principios, la hallé inaccesible en los medios” (Ortiz de Zúñiga, D., Anales Eclesiásticos y Seculares..., I, Sevilla, 1677). En cualquier caso, Ortiz de Zúñiga no profundizó ni dio tampoco demasiados detalles acerca de su propia familia, de probada ascendencia conversa –a través de su madre, doña Luisa del Alcázar, descendía de los Alcázar, los Caballero y los Illescas, linajes confesos de vieja data- por obvios motivos. El veinticuatro sevillano y alcalde mayor don Juan Ramírez de Guzmán escribía años atrás una obra manuscrita, su Libro de algunos ricos hombres y caballeros hijosdalgo… y relación de sus linajes y descendencias (BCC, ms. 57-6-40), que nunca llegó a ser impreso, al igual que el manuscrito de Martín Farfán sobre los “Farfanes Godos” o el de los Marmolejos de la calle Abades de Sevilla (el de Melgarejo sobre los Tellos sí lo sería, en cambio: nos remitimos acerca del mismo a notas posteriores). A esta enumeración de obras escritas en la época hemos de añadir la ya citada de Argote de Molina (1588). 55 Vid. Sánchez Saus, R., Linajes sevillanos medievales. Editorial Guadalquivir, Sevilla, 1991. Caballería y linaje en la Sevilla medieval: estudio genealógico y social. Diputación Provincial de Sevilla, 1989. Asimismo, Sánchez Saus estudia algunos linajes específicos (Farfán de los Godos, Cerón, Melgarejo…) en La nobleza andaluza en la Edad Media. Universidades de Granada y Cádiz, 2005. 56 Acerca de buena parte de estos cambios nos ofrece una muy interesante visión Dewald, J., La nobleza europea 1400-1800. Real Maestranza de Caballería de Ronda, Diputación Permanente y Consejo de la Grandeza de España, Editorial Pre-Textos, 2004.
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Para conocer cuál es el origen de esta nobleza sevillana que aparece en la ciudad tras la conquista de la misma en 1248, no dejará de ser oportuno realizar aquí una breve recapitulación de los hechos que llevaron a la toma definitiva de la ciudad en esa fecha por los castellanos57, recapitulación que al fin y al cabo nos ayudará a determinar la composición de esta –cronológicamente hablando- “primera nobleza” sevillana, instalada en la ciudad y en el alfoz colindante tras su recuperación de manos musulmanas.
Fernando III, rey de Castilla y León, comenzaría a presionar a la ciudad a partir de 1246, año en el que Ibn al-Yadd (Ibn Alchad) de Sevilla, que había firmado una alianza con el rey castellano por un año, fue asesinado por sus propios consejeros, que otorgarían el poder al régulo o reyezuelo Saqqaf (Axataf), jefe de la guarnición ciudadana. En Jaén, tras convocar a consejo, el rey propone el asedio de la ciudad: se ve firmemente apoyado en sus designios por la orden de Santiago y su maestre, el portugués Paio Peres Correia, el conocido Pelay Correa de las crónicas. Los preparativos se sucederán durante el verano de ese año, pasando el monarca con sus caballeros a Córdoba y dejando una guarnición en la capital jiennense. Presionando las villas cercanas a la capital –caso de Carmona, en donde taló los árboles de su vega con impunidad- recibió allí el auxilio de Muhammad I de Granada –Abu ‘Abd Allah Muhammad b. Yusûf b. Nasr-, su aliado, que se sumaría con quinientos hombres de armas a las fuerzas comandadas por el rey, su hermano Alfonso de Molina y su hijo Enrique, al mando de un pequeño grupo de no más de trescientos caballeros. Tomada Alcalá de Guadaira, las puertas de Sevilla se abrían ante sus ojos: no obstante, sucesos ajenos a la campaña –la muerte en Burgos de su madre, la boda en Valladolid de su hijo Alfonso- estuvieron cerca de forzar el regreso del rey a Castilla, lo que finalmente no se produjo: tras pasar por Córdoba se retiró a Jaén a pasar el invierno, mientras Alfonso de Molina y Pelay Correia hostigaban el Aljarafe sevillano, y Fernán Ordóñez, maestre de Calatrava, y Muhammad b. Yusûf de 57
Relatada con detalle por González Jiménez, M., Fernando III el Santo: el Rey que marcó el destino de España. Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2006.
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Granada hacían lo propio con los alrededores de Jerez de la Frontera. No abandonó sin embargo sus nuevas conquistas: a cargo de Alcalá quedó Rodrigo Álvarez, y el maestre santiaguista aseguraría –desde su campamento en Albaida del Aljarafe- la cornisa que domina la urbe sevillana. Meses después, la conquista de Sevilla tomaría carácter de cruzada al ordenar el pontífice Inocencio IV la cesión de las tercias de fábrica de las iglesias de Castilla y León para contribuir a la financiación de la campaña, el 15 de marzo de 1247. Cientos de caballeros – muchos de ellos serían el germen de esta nueva nobleza sevillana- atenderían la llamada del rey castellano-leonés, acudiendo a las armas no sólo desde Castilla o León, sino desde otras regiones o reinos de España (Cataluña, Aragón) u otros reinos vecinos. Finalmente, conquistada Carmona en los últimos días de 1247, y asegurado su alcázar bajo el mando de Rodrigo González Girón, las tomas se suceden alrededor de la capital sevillana: Constantina, Lora –que queda bajo la autoridad de Fernán Royz, maestre de la orden hospitalaria de San Juan-, Cantillana, Gilena, Gerena y Alcalá del Río. Cercada, la ciudad se abre inerme ante los conquistadores: el golpe de gracia a las esperanzas de los sevillanos lo dará la aparición de la flota del almirante Ramón Bonifaz, que derrotará a la flota ceutí y tangerina, amarrando en San Juan de Aznalfarache. El 20 de agosto de 1248, instalado el real a la altura de Tablada, Fernando III da por comenzado el asedio, del que no se retirará hasta la toma definitiva de la ciudad, el 23 de noviembre.
¿Quiénes han acompañado al rey en la jornada sevillana? Las órdenes militares, como hemos visto, no han perdido la ocasión y se encuentran, al completo, en el cerco de la ciudad y en los preliminares de su asedio: Santiago, con Pelay Correa, su maestre; Fernán Ordóñez y los calatravos; Per Yáñez y la orden de Alcántara; Fernán Royz y los sanjuanistas; Per Álvarez Alvito y los templarios. Vemos aquí, por tanto, cómo un importante grupo nobiliario –los freires de las órdenes- se encuentran en gran número en la conquista de la ciudad: esa presencia se verá recompensada tras la caída de esta por el rey, que concederá a aquellas
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importantes beneficios58. Pero no son los únicos: además de milicias concejiles como la de Madrid y aliados musulmanes como el señor de Niebla, un numeroso grupo de próceres, caballeros y ricoshombres –Rodrigo Froylaz, Alfonso Téllez, Fernán Yanes, Lorenzo Suárez Gallinato, Garci Pérez de Vargas, Diego López de Haro, Arias Pérez de Butrón, Alfonso de Aragón al mando de los aragoneses, Bernat Vidal de Besalú con los catalanes, Rodrigo Gómez de Galicia o el conde de Urgel don Pedro- acompañarán al rey y recibirán su parte en el repartimiento que seguiría a la toma de la ciudad59. Como nos cuenta la Grand e General Estoria:
En Seuilla, jueves, primero día de mayo, era de mil e doçientos e noventa e un annos, con sabor e con gran voluntad que ouo el muy noble e muy alto don Alfonso, por la graçia de Dios rey de Castilla, e de León, de Galiçia, de Seuilla, de Cordoba, de Murcia, e de Jaen, de facer servicio a Dios, e por onra del muy noble rey don Ferrando, su padre, e por gala donar al infante don Alfonso, su tio, e a sus hermanos, e a sus ricos omes, e a sus Ordenes, e a sus fijosdalgo, e a todos aquellos que le ayudaron a ganar la muy noble çiudad de Seuilla, el servicio e el aiuda que ficieron al rey don Fernando su padre e a él en ganarla e conquerir la Andaluçia, e por poblar e asosegar la sobredicha noble de la ciudad de Sevilla ouo
58
Vid. Segura Graiño, C., “La formación del patrimonio territorial de las Órdenes militares en el alto valle del Guadalquivir (s. XIII)”, Anuario de estudios medievales, 11 (1981). Acerca de la actuación, estructura, historia e intencionalidad de las órdenes militares medievales, pueden consultarse innumerables obras de referencia. Algunas, que proponemos, podrían ser las de Ayala Martínez, C. de, Las Órdenes Militares en la Edad Media, Cuadernos de Historia, Arcolibros, 1998; del mismo autor, Las Órdenes Militares hispánicas en la Edad Media (siglos XII-XV), Marcial Pons Historia, 2007. De Demurger, A., Caballeros de Cristo. Templarios, hospitalarios, teutónicos y demás Órdenes Militares en la Edad Media (siglos XI a XVI), Universidades de Granada y Valencia, Granada, 2005. También de Rodríguez-Picavea Matilla, E., Los monjes guerreros en los reinos hispánicos. Las órdenes militares en la Península Ibérica durante la Edad Media. La Esfera de los Libros, Madrid, 2008, este último de carácter más divulgativo. Acerca de estas entidades en el período específico que estudiamos en este trabajo, vid. Wright, L. P., “The Military Orders in Sixteenth and Seventeenth Century Spanish Society. The Institutional Embodiment of a Historical Tradition”. Past & Present, No. 43 (May, 1969), pp. 34-70. 59 Ferrant Mexía, en su Nobiliario Vero..., (Sevilla, 1492), nos habla de los “nobles generosos e hijosdalgo que fueron en ganar el andaluzía con el rrey don ferrnando e con los otros rreyes que se sometieron a tributo. porque la tierra se anparase de los moros [...]. De cuya causa nasçió esta tan grande nobleza de los onbres generosos que quedaron en el andaluzía como es dicho. Los quales uinieron de castila uieja de galizia de uiscaya d asturias d las montañas de alaua de lepusça [Guipúzcoa] de nauarra y assí de las otras partes. segund que por las corónicas e por la espiriençia paresçe en los mismos linages de los onbres generosos que oy día son”. Sobre los conquistadores de la ciudad, vid. Argote de Molina, G., Elogios de los conquistadores de Sevilla..., González Jiménez, M., Menéndez-Pidal de Navascués, F. y Sánchez de Mora, A. (Eds.), Área de Cultura, Ayuntamiento de Sevilla, 1998.
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de saber todas quantas alcarias e quanto heredamiento auia e de figueral e de olivar, e de huertas, e de vinnas, e de pan [...] e diólo el rey por la medida de los pies que era más cierta que la de la tierra, e fiço sus donadíos muy buenos e muy grandes e partiólo desta guisa: primeramente heredó al infante don Alfonso de Molina, su tio, e a sus hermanos, e a las reinas, e a sus ricos omes, e a obispos e a Ordenes, e a monasterios, e a sus fijosdalgo, e desi a los de su criazón que fueron del rey don Fernando, su padre, e desi a los de su compagna e a otros omes muchos; e tomó heredamiento para sus galeas e para su çillero que fiço, e para su almacén, e desi heredó hi docientos caualleros hijosdalgo en Sevilla e dioles su heredamiento apartado [...]60.
Es bien conocido el exhaustivo estudio realizado en la década de los cincuenta por Julio González61 acerca de la asignación de bienes y de tierras tras la conquista, el denominado “repartimiento fernandino” –en realidad, en buena parte alfonsí-, que tuvo lugar entre 1248-1253, seguido por los posteriores de 125557 y 1263. Este reparto propició la creación de una nueva aristocracia sevillana en sustitución de aquella, de origen árabe y credo musulmán, que hubo de emigrar62. Evidentemente, no toda esta nueva aristocracia recibiría el mismo trato en el reparto: algunos beneficiarios, incluso, venderían años después las prebendas recibidas, desvinculándose definitivamente de la ciudad63.
60
Vid. González, J., Repartimiento de Sevilla (Ed. de Sánchez-Prieto Borja, P.), Fundación José A. de Castro, Madrid, 2001. Acerca de los repartimientos de tierras tras la conquista, vid. Cabrera, E., “The Medieval Origins of the Great Landed Estates of the Guadalquivir Valley”. The Economic History Review, New Series, Vol. 42, No. 4 (Nov., 1989), pp. 465-483. 61 González, J., Repartimiento de Sevilla (Ed. González Jiménez, M.), Área de Cultura, Excmo. Ayto. de Sevilla, 1998. 62 Un buen ejemplo es la familia del pensador tunecino Ibn Jaldún: VV.AA., Ibn Jaldún: el Mediterráneo en el siglo XIV. Auge y declive de los imperios. Catálogo de la exposición, Fundación El Legado Andalusí, Fundación José Manuel Lara, 2006. 63 Como es el caso de los descendientes de Per Ibáñez de Badona: en 1248, el que sería repostero de Alfonso X y cuñado del arzobispo don Remondo, recibiría tierras en Pilas y Alocaz, pasando a vivir a Segovia; tan solo su hija doña Juana Ibáñez residía en 1292 en Sevilla, casada con Garci Martínez de Segovia: tras 1292, no hay más noticias de ella, de su marido o de Fernando Sánchez, su hijo. Referencias en Sánchez Saus, R. (Op. Cit., 2005). Asimismo, la nobleza que finalmente permaneció en Sevilla, adquirió a un precio irrisorio fincas que “muchos repobladores modestos se vieron obligados más pronto o más tarde a vender, por efecto de malas cosechas, por reveses familiares de cualquier tipo o por falta de las imprescindibles reservas de capital” (Vid. Céspedes del Castillo, G., “La Casa de la Contratación y el comercio con Indias en el siglo XVI”, Ciclo de conferencias Sevilla en la Edad Moderna: Nobleza y cultura. Real Maestranza de Caballería de Sevilla, 1997, p. 16).
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En cualquier caso, no les faltarían oportunidades para prosperar a los que aquí quedaron: la existencia de la frontera permitió el mantenimiento de los ideales caballerescos y la obtención de recompensas e incentivos económicos gracias a los botines y a las mercedes reales64. Esto –la suma de una mentalidad nobiliaria, apoyada en el ejercicio de las armas, y de una situación de liquidez económica gracias a sus posesiones- configuró una aristocracia intermedia, de corte urbano, poseedora de tierras, casas, alquerías y de diversos bienes –si no con abundancia, sí suficientes para poder mantener un cierto nivel y estilo de vida-, alejada por igual de las grandes casas (de las cuales algunas radicaban en Sevilla sin embargo, como sería el caso de los Ponce de León –después duques de Arcos-, o de los Guzmanes –de Niebla o de la Algaba-, a los que podríamos añadir otros linajes, como el de los Stúñiga) y alejadas también de los paupérrimos nobles e hidalgüelos de otras regiones españolas, debido fundamentalmente a que – descendiendo o no de los primeros caballeros de la conquista- este colectivo buscó siempre la estabilidad y la seguridad económica, realizando para ello, si era preciso, operaciones mercantiles y tratos comerciales: entre estos últimos, prácticamente
podríamos
incluir
las
vinculaciones
y
capitulaciones
matrimoniales65. Por ello, estos primeros “doscientos caballeros de linaje”66, con el tiempo, irían vinculándose por alianzas con otros linajes, ya de pecheros u “hombres buenos” enriquecidos, que llegarían a ennoblecerse –inicialmente como
64
Vid. Rodríguez Molina, J., “La frontera entre Granada y Jaén fuente de engrandecimiento para la nobleza (siglo XIV)”. En Segura Graíño, C. (Ed.), Relaciones Exteriores del Reino de Granada. IV Coloquio de Historia Medieval Andaluza. Almería, 1988, pp. 237-250. 65 “Las casas nobiliarias fueron acrecentando sus patrimonios por diversos medios, entre los que no se han de olvidar ricas dotes, obtenidas por matrimonios con doncellas de inferior nivel social pero de familias adineradas; o bien entrando al servicio del rey de Castilla a cambio de percibir “raciones”, “quitaciones”, u otros emolumentos. Pero no se debe omitir el comercio como fuente directa e indirecta de ingresos para la nobleza [...]. La ciudad de Sevilla fue el centro de negocios y el puerto fluvial de toda la Baja Andalucía [...].” (Vid. Céspedes del Castillo, G., Op. Cit., 1997, p. 17). 66 La lista de los caballeros alfonsíes nos la ofrece Ortiz de Zúñiga (Ortiz de Zúñiga, D., Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, metrópoli de Andalucía. Sevilla, 1677. Ed. facsímil, Guadalquivir Ediciones, Sevilla, 1988), aunque no es un listado completamente fiable; Zúñiga lo alteró por motivos personales, al interesarle asociar a sus antepasados Alcázar con los caballeros heredados por Alfonso X, una pretensión común, como indica Soria Mesa (Soria Mesa, E., Señores y oligarcas. Los señoríos del Reino de Granada en la Edad Moderna. Universidad de Granada, Servicio de Publicaciones, Granada, 1997), a las oligarquías urbanas. Recibirían casa principal en la ciudad, veinte aranzadas de olivar o higueral, seis de viña, dos de huerta y seis yugadas de heredad para pan.
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caballeros de cuantía- en el futuro67, o de ricos oficiales reales de origen judío, y recientemente convertidos al cristianismo: una constante que se advierte a lo largo del discurrir de los tiempos en esta aristocracia sevillana es su firme voluntad de mantener unos niveles de ingresos que garantizaran, en cualquier caso, el mantenimiento de su estatus, manteniendo una estructura que Dewald (2004) adjetiva como “extraordinariamente flexible”68; pero sobre esa cuestión volveremos más adelante69.
También, como ya hemos mencionado, algunas familias abandonarían sus posesiones en la ciudad o en su entorno, regresando a sus solares de origen. No se daba desde luego una coyuntura muy favorable en aquel momento para Castilla – ya bien entrada la segunda mitad del siglo XIII-, lo que pudo empujar a algunos de estos grupos familiares a consumar su regreso definitivo a sus lugares de procedencia: la revuelta mudéjar de 1264, en la que este colectivo se rebeló contra la autoridad del rey Alfonso, aliándose con los musulmanes granadinos y los bereberes norteafricanos70, y puso en serio compromiso el dominio castellano sobre Andalucía y Murcia, provocando, además, una terrible represión a renglón seguido (lo que no favoreció la prosperidad en la zona, abandonada a su suerte 67
Los caballeros de cuantía, cuantiosos o “caballeros pardos”, sin ser nobles o hidalgos, podían mantener económicamente armas y caballo, y son el germen de una nobleza media-baja que sería reconocida como tal –sorprendentemente, ya que su propia condición no era, de hecho, nobiliaria por principio- ya en la Edad Moderna. En el padrón sevillano de 1384 (editado por Álvarez, M., Ariza, M., y Mendoza, J., Un padrón de Sevilla del siglo XIV: estudio filológico y edición, Área de Cultura, Excmo. Ayto. de Sevilla, 2001) aparecen numerosos miembros de este grupo social, sobre el que después volveremos a tratar. Véase también Centenero de Arce, D., “La reconstrucción de una identidad hidalga: los caballeros de cuantía de la ciudad de Murcia durante los siglos XVI y XVII”, en Soria Mesa, E., y Bravo Caro, J.J. (Eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, Vol. 4, Cultura, Universidad de Córdoba 2009, pp. 95 y ss. 68 Vid. Dewald, J., Op. Cit., p. 13. 69 Esto, obviamente, no quiere decir que los linajes originales se mantuvieran inmutables, a lo largo del tiempo, aplicando estos criterios: hace falta algo más que la firme voluntad de ser rico para obtener efectivamente dicha riqueza. Evidentemente, muchos de estos linajes se extinguen o pauperizan: otros, sin embargo, subsisten gracias -como decimos- a sus cuidadosas inversiones y alianzas, estas últimas llevadas a cabo por la vía del matrimonio también con miembros de minorías sociales como los judeoconversos, que aportaron a dichos enlaces una fundada solvencia económica. 70 Desde 1275 aumentará la presión de los benimerines en la frontera andaluza, hecho que favorecerá el nacimiento de una auténtica “nobleza andaluza”, que desde entonces tendrá sus principales intereses en la misma frontera. “Esas décadas a caballo entre los siglos XIII y XIV, sometidas a una tremenda presión musulmana, asisten al nacimiento de la nobleza andaluza” (Vid. Sánchez Saus, R., “La Monarquía y la nobleza andaluza en la Edad Media”, en Monarquía y nobleza andaluza. Ciclo de conferencias, Real Maestranza de Caballería de Sevilla, 1996).
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por buena parte de su mano de obra) pudo ser una de las causas que provocaran dicho abandono71. A esto habremos de añadir la inseguridad añadida que supusieron las banderías formadas durante la guerra civil entre su heredero don Sancho y los infantes de la Cerda; guerra que continuó tras desheredar don Alfonso a don Sancho en 1282, y condición esta que no impidió que don Sancho IV, el Bravo, fuera jurado como monarca en 1284, premiando a aquellos nobles que le habían apoyado en detrimento de su sobrino Fernando de la Cerda, el Desheredado. Sin embargo, los que quedaron en Sevilla fueron prontamente vinculándose al gobierno de la ciudad y a su administración en el concejo municipal: las regidurías y veinticuatrías se reservarían a estos linajes72, que se harían de esta forma con el mando local, creando un auténtico entramado de poder entre ellos, aunque supeditado –sin embargo- a su efectiva dependencia de las grandes casas: en los inicios del nuevo siglo, se enfrentarían linajes como los de Guzmán, la Cerda y Ponce de León con los Tenorio, Coronel73, Rojas o Biedma por la tutela del nuevo rey Alfonso XI. Este conflicto de influencias pondrá sobre el tablero el gran poder alcanzado por estos linajes mencionados, y por otros como los Manzanedo o los Saavedra. En esos mismos años acceden al patriciado linajes recientemente enriquecidos como los Pineda, Peraza o Martel.
71
Vid. Ruzafa, M. (Coord.), “Los mudéjares valencianos y peninsulares”, Revista de Historia Medieval, Departamento de Historia Medieval, Universidad de Valencia, 2003. 72 Cargos que también habrían de ostentar, como decimos, conocidos miembros de familias conversas que serían perseguidas tras la instauración del Santo Tribunal en Sevilla. 73 Hay que decir que los Coronel que hacen su entrada en la Edad Moderna no tienen relación alguna con los que aquí citamos, que desaparecerían con las persecuciones de Pedro I. Vid. Ladero Quesada, M.A., “Coronel, 1492: de la aristocracia judía a la nobleza cristiana en la España de los Reyes Católicos”, Boletín de la Real Academia de la Historia, CC-I, 2003. El 15 de junio de 1492, los Reyes Católicos dieron el extinguido linaje de los Coronel a don Abraham Seneor, rabino mayor de las aljamas, tras su bautismo en Guadalupe que apadrinarían los propios reyes: desde ese momento, el rabí Abraham Seneor y su yerno el rabí Meir Melamed pasarían a llamarse respectivamente Fernán Pérez Coronel y Fernán Núñez Coronel, ocupando puestos de relevancia en la corte. Vid. Carrete Parrondo, C., “R. Abraham Seneor (Fernán Pérez Coronel): conjeturas tradicionales y realidad documental”, Sefarad, 46: 1/2 (1986), p. 111. También, del mismo autor, “La hacienda castellana de Rabbi Meir Melamed (Fernán Núñez Coronel), Sefarad, 37: 1/2 (1977), p. 339. Acerca del entorno –las élites judeoconversas que prosperaron bajo el gobierno de los Reyes Católicos por su vinculación directa con los monarcas-, Vid. Rabadé Obradó, Mª.P., Una élite de poder en la corte de los Reyes Católicos: los judeoconversos. Ed. Sigilo, Madrid, 1993. El propio rey católico descendía, a través de los Enríquez (concretamente de Alfonso Enríquez, hijo del maestre de Santiago don Fadrique), a la vez de judíos y de una relación ilegítima con su concubina la Paloma.
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I.3. El movimiento nobiliario en la Sevilla bajomedieval
A lo largo del siglo XIV, la nobleza sevillana sufrirá cambios y mutaciones de importancia, que afectarán a su situación y a su futuro devenir: el diezmo de sus individuos durante el reinado de Pedro I (durante las revueltas de 1353-55, 1360 y la guerra del 66), la extinción biológica de los linajes o su empobrecimiento durante la crisis generalizada de la centuria, la aparición de nuevas familias durante el reinado de Enrique de Trastámara o la consolidación de otras más antiguas que hasta entonces habían tenido menor relevancia, a partir de la década de 138074; todos estos hechos, en suma, generarían un nuevo panorama dentro del espacio ocupado por las familias de los patricios sevillanos: caso de los Afán, Aponte, Biedma, Bolante, Coronel, Maté de Luna, Orozco o Tenorio. Otros linajes que sufrieron persecución o vieron amenazado su propio estatus nobiliario conocieron mejor fortuna durante el siguiente reinado, el de Enrique II el de las mercedes: un ejemplo de ello serían los Ponce de León75 o los Guzmán, emparentados estos últimos de hecho con el nuevo rey por su ascendencia materna. Otros linajes ciudadanos, que habían tomado partido por el rey asesinado, serían desplazados y proscritos por el nuevo monarca, caso de los Monsalve, Tello o Saavedra: el mismo maestre de Calatrava, don Martín López de Córdoba, sería ajusticiado por orden real en la plaza de San Francisco, cortándole cabeza, manos y pies, como ejemplo y aviso para navegantes acerca de lo que podía ocurrirles a los miembros de estos linajes nobles que no se acomodaran a los nuevos tiempos76. Estas nuevas familias de la nobleza sevillana, que Saus 74
Sánchez Saus (2005) pone como ejemplo de esta situación a Martín Fernández Cerón, Ruy Pérez de Esquivel y Alonso Fernández Melgarejo. Sin embargo, las relaciones entre estos nuevos nobles sevillanos serán mucho más profundas y complejas: han sido estudiadas por el mismo autor en su reciente obra Las élites políticas bajo los Trastámara. Poder y sociedad en la Sevilla del siglo XIV. Universidad de Sevilla, 2009, en la que alude a la impregnación del ideal aristocrático por parte de estos nuevos grupos familiares, que se hicieron con la gestión del cabildo sevillano. 75 Vid. Carriazo Rubio, J. L., La memoria del linaje: los Ponce de León y sus antepasados a fines de la Edad Media, Universidad de Sevilla, 2002. 76 De hecho, solo seis de las familias nobiliarias importantes de 1300 formaron parte de la nueva categoría de “grandes” creadas por Carlos I en 1520, aunque esta mítica creación se ve hoy discutida por autores como Soria Mesa, que aprecia estos hechos más cercanos al reinado de Felipe II. Estos antiguos linajes –Lara, Haro, Traba, Meneses... darían paso a los miembros de la
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(2009) resume en ocho linajes77 conocerán diversos orígenes: extranjeros –este concepto incluye a los linajes oriundos de coronas españolas distintas a la castellana-, como los Portocarrero, Bocanegra, Monsalve, Tous, Segarra o Cataño (podríamos incluir aquí a los peculiares Farfanes, que sin alcanzar altos niveles económicos o relevancia social notoria –todo lo contrario, de hecho: su situación socioeconómica llegaría a ser precaria a finales de la Edad Media- se instalaron en Sevilla procedentes de Marruecos en 1390, y recibirían algunos privilegios en 1394, durante el reinado de Enrique III)78; familias hidalgas (Cerón, Lugo); grandes casas señoriales (Afán de Ribera, Sandoval, Stúñiga, Guzmán, Velasco, Enríquez, aunque este último linaje desaparecería ya en el siglo XV) o linajes ciudadanos, con orígenes o vínculos familiares en buena parte de los casos discutibles (Melgarejo, Pineda, Peraza, Fuentes/Fernández de Sevilla) que crearán – obviamente, con evidentes diferencias entre ellos- importantes redes colectivas de poder y riqueza en la etapa final de la Edad Media sevillana79. Debemos hacer
“nobleza nueva”, estudiada por Moxó y por otros autores (Vid. Moxó, S. de, “De nobleza vieja a nobleza nueva”, Cuadernos de Historia 3, Madrid, 1969. También Ladero Quesada, M.A., “La consolidación de la nobleza en la Baja Edad Media”, en Iglesias, Mª.C. (Dir.), Nobleza y Sociedad en la España Moderna, Fundación Central Hispano, Madrid 1995). Don Martín sería un conspicuo antepasado de uno de los primeros caballeros de la Maestranza sevillana, el I marqués de la Mina. Acerca de don Martín López de Córdoba, vid. Cabrera Sánchez, M., “El destino de la nobleza petrista: la familia del maestre Martín López de Córdoba”. En la España Medieval, 24, 2001, pp. 195-238. Tampoco don Pedro se había quedado corto a la hora de liquidar a buena parte de la nobleza sevillana, opuesta a su persona y partidaria de su hermanastro: buen número de familias se extinguieron, y no pocos miembros del estamento tuvieron que exiliarse para salvar sus vidas. Sobre el devenir y desarrollo de la nobleza del momento, vid. Ortega Cervigón, J.I., “La nobleza peninsular en época trastámara. Principales vías de investigación (1997-2006)”, elHumanista, Volumen 10, 2008, pp. 104-132. 77 Bocanegra, La Cerda, Coronel, Guzmanes de Niebla, de Olvera o Gibraleón, Ponce de León, Portocarrero y Tovar. A ellos añade los Stúñiga, Solier, Sarmiento y Velasco (Sánchez Saus, 2009, p. 151). 78 Los “godos farfanes” descendían de mercenarios cristianos al servicio de los emires bereberes del norte de África (Vid. Sánchez Saus, R., La Nobleza Andaluza en la Edad Media. Biblioteca de Bolsillo, Collectanea, Universidades de Granada y Cádiz, Granada 2005). Puede verse igualmente el manuscrito de Martín Farfán (Farfán de los Godos, M., Discurso de la Antiquísima Familia de los Caballeros Farfanes Godos, recojida de jurisconsultos, doctores y verdaderos chronistas, concilios y de S. Isidoro, arzobispo de la ciudad de Sevilla. BCC, ms. 58-3-23). 79 La nobleza andaluza, tras la crisis provocada por la guerra civil, asentó su poder con mayor firmeza gracias a la crisis institucional y política vivida en el reino castellano durante los reinados de Juan II y de Enrique IV: la carencia de un poder central fuerte le permitió extender un tupido tejido de influencias que provocaría diversos conflictos, como las banderías ciudadanas, que posteriormente los Reyes Católicos se afanarían en destejer. Sin embargo, las sucesivas guerras y conflictos no dejarían de pasarles factura: no pocos nobles sevillanos, por ejemplo, cayeron durante las guerras con Portugal, durante el reinado de Juan I. Vid. Montes Romero-Camacho, I.,
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aquí una obligada mención a aquellos linajes a los que podríamos denominar “protoconversos” (convertidos antes del asalto a la judería sevillana en 1391), como los Marmolejo, Martínez de Medina, Araoz, Almonte, Las Casas/Casaus, Alcázar o Cansino; algunos de estos linajes sufrieron –en el contexto de las luchas civiles entre los partidarios de Enrique IV y de Isabel I y de la instauración de la Inquisición, en la década de 1480- una importante persecución que provocó importantes alteraciones en dicho colectivo: se prendió “a algunos de los más honrados e de los más ricos veinticuatros e jurados e bachilleres e letrados e honbres de mucho favor”, tales como el jurado y veinticuatro Pedro Fernández Cansino, o el veinticuatro Diego de Susán (uno de los diez caballeros que en 1478, tras ser confirmado en su cargo por los Reyes Católicos, llevaría las varas del palio real en el bautizo del príncipe don Juan). Entre 1481 y 1486 se suspendió o sustituyó a Pedro Executor, Luis de Sevilla Abenhín, Tomás de Jaén, el ya nombrado Pedro Fernández Cansino, Pedro de Illescas, Pedro Díaz Rafaya, Fernando Gómez de Córdoba, Sancho Díaz de Medina, Francisco de Olivares, etcétera. En 1501, se publicó en Granada una pragmática que impedía que los condenados, reconciliados o sus descendientes pudieran acceder a cargos públicos, norma que –sin embargo- nunca se cumpliría estrictamente. Algunos de estos linajes conversos darían lugar a nuevas ramas familiares80, que –portando ya distintos patronímicos a aquellos por los que fueron conocidos, caso por ejemplo de los Roelas (antes Jaén, cuyos sambenitos colgaban de las barandas del Sagrario catedralicio en 1567 y que harían auténticos juegos malabares con sus dos apellidos), de los Suárez de Gibraleón (antes Benadeva), o de los Andrada, antes Bazo81- se integrarían con facilidad en el entramado nobiliario (el propio cura de Los Palacios afirmaba que “se mezclaron con fijos e fijas de caualleros christianos uiejos con la sobra de riquezas, e halláronse bienauenturados por ello”). Cambiarían incluso los nombres, como hemos visto en el caso de los Roelas, de “Un gran concejo andaluz ante la guerra de Granada: Sevilla en tiempos de Enrique IV (14541474)”. En la España Medieval, 5, 1984, pp. 595-651. 80 Vid. Bel Bravo, Mª A., “Matrimonio versus ‘Estatutos de limpieza de sangre’ en la España moderna”, en Hispania Sacra, LXI, nº 123, enero-junio 2009, pp. 105-124. Acerca de tales estatutos, y en concreto acerca de su uso en una institución (la Universidad de Sevilla), vid. Ollero Pina, J.A., La Universidad de Sevilla en los siglos XVI y XVII. Universidad de Sevilla, Fundación Focus, 1993. 81 Los Andrada descendían del veinticuatro Pedro Fernández de Andrada, cuyo padre, Rodrigo Bazo, fue penitenciado por el Santo Oficio.
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los Benadeva o de los Bazo; una costumbre criticada y denunciada en su tiempo, adoptando incluso apellidos de raigambre nobiliaria, adornándose “del nombre de sus padrinos que tuuieron en el baptismo [...], de claras e illustres genealogías”, según refiere el mismo cronista82. Un ejemplo de estas costumbres puede ser el que nos ofrecen los descendientes del propio Pedro Fernández Cansino: quemado su padre, su hijo Juan Fernández Cansino y sus nietos Pedro e Inés Marmolejo, y Alonso, Mayor y Lucrecia Melgarejo –en una generación, el peligroso “Cansino” ya había desaparecido- se habilitaron (esto es, pagaron por su rehabilitación) en 149483. Otros miembros de diversas familias conversas con oficios municipales se fueron adaptando a la nueva situación mejor o peor: Francisca de Herrera, “reconçeliada, muger del jurado Pedro Exsecutor, vezina en la collaçión de Santa María la Blanca, fija de Diego López [de Herrera] veinte e quatro”84, pagaría quinientos maravedís por su habilitación en la misma fecha, al igual que Pedro González de la Aduana, “reconçeliado, fijo de Ferrand Gonçález, alcalde”, pagaría 3.000 maravedís. Otros notorios conversos, como los descendientes del jurado Garci Sánchez de Araoz, pagarían también por su habilitación en 1494: “Fernando de Arahuz [Araoz], reconçeliado, vezino en la collaçión de Sant Bartholomé, fijo del jurado Garçía Sánchez [de Araoz]. Paresçió por sí e por su muger Ana de Carmona, reconçeliada, fija de Ferrando de Carmona”. Pagó por ella 5.000 maravedís. Pedirían también permiso para poder
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Bernáldez, A., Memorias del Reinado de los Reyes Católicos, que escribió el Bachiller Andrés Bernáldez (Ed. y estudio por Gómez-Moreno, M., y Carriazo, J. de M.). Real Academia de la Historia, Madrid, 1962. Acerca de este frecuente hábito, la alteración de los apellidos –cuyos motivos podían ser muy variados, como veremos: desde la necesidad de ocultar un comprometido origen hasta el cumplimiento de una cláusula necesaria para poder ostentar un mayorazgo-, Vid. Soria Mesa, E., “Tomando nombres ajenos. La usurpación de apellidos como estrategia de ascenso social en el seno de la élite granadina durante la época moderna”, en Soria Mesa, E., Bravo Caro, J.J., Delgado Barrado, J.M. (Eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, Vol. 1, Nuevas Perspectivas, Universidad de Córdoba, 2009, pp. 9 y ss. 83 Esta rama de los Melgarejo, de conocida estirpe judaica, sufrió más de una sátira debido a sus orígenes: en 1630 moriría asesinado don Fernando Melgarejo, “por mal nombre Barrabás”, un apodo que le hacía sujeto de muy claras alusiones: nos referiremos a Barrabás en el epígrafe Federigui de este trabajo. Asimismo, don Pedro Melgarejo casaría con una hija de Ruy Díaz de Gibraleón y de Juana de Illescas: como vemos, frecuentemente el círculo familiar no tenía más remedio que cerrarse sobre sí mismo. 84 Vid. Gil, J. (2000), I, Apéndice I: “Libro de las Habilitaciones de la Inquisición de Sevilla”, pp. 319-431. El veinticuatro Diego López de Herrera era antepasado directo de los Esquivel Medina y Barba, linaje fundador de la Maestranza del que posteriormente trataremos.
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portar armas, al ser discutida su condición hidalga en 155885. En cuanto a los Almonte/Domonte, -procedentes en teoría de Galicia y posteriormente de la villa de Almonte, en Huelva- la gran fortuna conseguida con sus negocios en el Perú los harían formar en las filas de la primera nobleza sevillana durante el siglo XVII, entroncando con varios de los linajes que estudiamos. Los orígenes del linaje eran, sin duda, judaicos: existe una muy clara correspondencia entre el uso de su patronímico, su procedencia geográfica (Almonte y el señorío de los Guzmán) y su vinculación directa con la casa de Medina Sidonia, rasgos idénticos todos ellos a los que caracterizaron a los Almonte penitenciados en los últimos años del siglo XV en Sevilla, uno de los cuales era secretario del propio duque, bajo cuya protección siempre estuvo la familia. ¿Son los mismos Almonte los documentados en Sevilla entre los siglos XV y XVI y los que aparecen de nuevo en la escena sevillana ya entrado el siglo XVII? Hoy podemos afirmarlo, tras el último trabajo de Pike86, al que sin embargo no se menciona -tal vez prudentemente- en el más reciente dedicado a aquellos, obra de Lohmann Villena y de Vila Vilar87. Los Almonte, en su ejecutoria litigada en Granada en 1625 alegaron descender de una “casa de Domonte”, en Villalba (Galicia). Los testigos fueron evidentemente favorables al reconocimiento de su condición hidalga: entre ellos figuraban personajes tan notorios como don Pedro de Escobar Melgarejo o don Fernando de Monsalve. De hecho, el patronímico Almonte o de la Fuente Almonte portado por los primeros representantes de la familia avecindados en Sevilla, se transformaría en un par de generaciones en un más
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Acerca de los Araoz, la curiosa anécdota recogida por Gil (2000): el 17 de junio de 1511, el jurado Pedro Sánchez de Araoz y su mujer Inés Gómez declararon cómo su hijo Bernabé, recién nacido el mismo día del apóstol homónimo, “naçió sin capullo en el mienbro uiril”, en el que no se halló – según tres testigos-, ni había, “ni paresçió cortadura ni llaga alguna”. Este tipo de documento, que forma parte del muy curioso grupo denominado como “testimonio de mienbro ueril” o, más gráficamente, “testimonio de capullo”, fue muy utilizado para asegurar que la intervención del cirujano se había llevado a cabo por una afección que obligaba a ella, como la fimosis, o tenía en el mismo “mienbro de la generaçión” un “cancre o corruçión” que obligara a cortar el prepucio. En una época en que la circuncisión se veía como un signo claramente judaizante, convenía garantizar ante notario la necesidad de su realización, o bien simularla. Los Araoz accedieron a la recién creada Maestranza en el mismo año de su fundación, 1670. 86 Pike, R., Linajudos and Conversos in Seville. Greed and Prejudice in Sixteenth- and SeventeenthCentury Spain. American University Studies, Series IX, History, Vol. 195. Peter Lang Publishing, Inc., New York, 2000. 87 Vid. Vila Vilar, E., y Lohmann Villena, G., Familia, linajes y negocios entre Sevilla y las Indias...
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cualificado Domonte88. Sin embargo, el matrimonio de uno de los antepasados de Juan de la Fuente Almonte, Diego de la Fuente Almonte, con Ana de las Casas (descendiente de un linaje también conflictivo: Francisco de las Casas, hijo de Fernando de las Casas, figura como reconciliado, con su hermano Juan, en el padrón de 1494-96) también apunta hacia la idea de un origen efectivamente converso. Su enterramiento original, en la capilla de Santa Bárbara del convento Casa Grande de San Francisco -en donde descansaban Hernando de la Fuente, su mujer Leonor de las Casas, su hija Jerónima de la Fuente, esposa de Gabriel de Santa Gadea y de su hija Ana de las Casas, con su yerno Diego García de Almonterelaciona ya con claridad a los Almonte ejecutoriados con su ascendiente, el jurado Pedro Fernández de Almonte (+1434), fundador de la capilla familiar89. Su descendiente Pedro de Almonte “reconçeliado, vezino en la collaçión de Sant Román, fijo de Alonso Ferrández [de Almonte], recabdador, defunto”, pagaría por sí y por su mujer, Leonor Sánchez, hija del jurado Diego García, 2.000 maravedís en 1494 en concepto de habilitación. Antón González de Almonte, “alcaide de Alpíçar [...], morador en la Palma”, pagaría nada menos que 12.000 maravedís. Los Almonte –ya nombrados como Domonte, y olvidado convenientemente el patronímico originario y sospechoso- accederían a la Maestranza en 1673. No podemos dejar de mencionar aquí a los los Alcázar, una de las familias más
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Una lectura detallada de su pleito y ejecutoria de hidalguía nos hace plantearnos de nuevo su origen converso, o al menos –a primera vista- no demasiado claro: la pretendida corrupción del patronímico “Domonte” originario; la providencial existencia de una anciana pariente de Galicia que los reconoce como miembros de su linaje; las contradicciones en las fechas (un Domonte fallece con ciento veinte años de edad, nada menos), la oportuna llegada “a las guerras de Granada” del primer “Domonte” en una fecha tan señalada como 1492, el año de la expulsión de los judíos; su oficio mercantil, etcétera; todo nos conduce a la clara determinación de unos orígenes que deseaban ser olvidados. Agradecemos a Fernando de Artacho el habernos proporcionado un original de dicho pleito, que obra en su archivo particular. Acerca de los Almonte, véase el epígrafe Córdoba Laso de la Vega de este trabajo. En cuanto a los Almonte (después igualmente Omonte o Domonte), onubenses (Domonte y Pinto) vid. Núñez Roldán, F., En los confines del Reino: Huelva y su Tierra en el siglo XVIII. Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1987, pp. 163 y ss. 89 Rivarola, cronista del siglo XVIII, recoge asimismo dicho dato (Vid. Rivarola, J.F., Monarquía Española, Blasón de su Nobleza, II, Madrid, 1736); aunque en su caso, lo utiliza como una prueba de la excelencia y la antigüedad del linaje de los Almonte, lo que no deja de ser hoy una singular ironía. Sobre este enterramiento, Vid. Pike, Linajudos..., p. 111, que aclara perfectamente la genealogía de estos Almonte, descendientes del jurado converso Pedro Fernández de Almonte, fallecido en 1434.
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representativas de este colectivo90 (a los Caballero, también de notable importancia en este período, nos referiremos posteriormente). Sólo decir que estuvieron muy estrechamente emparentados con otras familias conversas como los Gibraleón por matrimonio (Juana Rodríguez de Gibraleón, cuyo apellido era en realidad Benadeva, estaba casada con el jurado Francisco Ruiz del Alcázar, y era hija asimismo del jurado Juan Rodríguez de Gibraleón: pagó por su habilitación 6.200 maravedís en 1494). Los Benadeva fueron también una de las familias más perseguidas por el Santo Oficio tras su implantación en Sevilla en 148191. Una breve y demoledora coplilla recuerda el final, en ese mismo año y en la hoguera, de Pedro Fernández Benadeva:
Benadeva, dezí el Credo ¡Ax, que me quemo!92
Ya en los siglos XVI y XVII, los Alcázar, que habían adquirido el señorío de la Palma del Condado, tuvieron bastante éxito al hacer olvidar sus orígenes judaicos. Uno de los miembros más notables del linaje sería Pedro del Alcázar, arrendador de las rentas de propios de 1486, y que sería el alma de la “composición” abonada a la Corona por los conversos en 1509, que importaría 40.000 ducados, de los que él pagaría 800. Fue padre de Francisco del Alcázar, contra el que se dirigió en buena parte la revuelta comunera sevillana en septiembre de 1520 –al igual que contra su hermano Fernando y su pariente Pedro del Alcázar, casado con Juana de Araoz-, al considerar que estos –y otros descendientes de conversos- gozaban sin deber hacerlo de los cargos municipales, hasta tal extremo que parecía que “hera la çiudad regida” por los cristianos nuevos. El linaje de los Alcázar trató de conseguir hábitos de órdenes ya en el siglo XVII y efectivamente los obtuvo tras no poca controversia (caso, en Santiago, de Luis del Alcázar y Contador de Baena en 1641, y de Pedro del Alcázar 90
Que accederían a la Maestranza en 1677. Acerca de su condición judaica, vid. p. ej., Pike, “The ‘converso’ family of Baltasar del Alcázar”. Kentucky Romance Quarterly, 14, 1967. 91
Vid. Ollero Pina, J.A., “Una familia de conversos sevillanos en los orígenes de la Inquisición: los Benadeva”, en Hispania Sacra, 40 (1988), pp. 45-105. También en Ladero Quesada, M.A., “Sevilla y los conversos: los “habilitados” en 1495”, en Sefarad, 52 (1992), pp. 429-447. 92 Vid. Gil, J. (2000), I, p. 67.
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Zúñiga en el mismo año; Felipe del Alcázar Zúñiga –también en 1641- en Alcántara, además de Luis del Alcázar en la misma orden, y en el siguiente año; o Juan Antonio del Alcázar Zúñiga en 1639, en Calatrava)93, realizando las pruebas en Madrid para evitar muy probables problemas en Sevilla. No deja de parecernos sorprendente la coincidencia de fechas entre todas estas solicitudes: ¿Se trata de una maniobra familiar para acceder definitivamente, mediante la adquisición de hábitos, al estatus de la certeza y la seguridad nobiliarias?94 Considerando los riesgos que implicaba realizar las consiguientes testificales y el hecho de exponer públicamente su condición, podemos considerar que los Alcázar, que ya se sentían suficientemente seguros, optaron por realizar dichas probanzas con el fin de legitimar definitivamente su situación: la siguiente generación de la familia obtendría nuevamente hábitos en la década de 1680, algo más sencillo puesto que ya existían precedentes95. Fueron notables los malabarismos que debió realizar Diego Ortiz de Zúñiga –que descendía a su vez de los Alcázar, como ya hemos mencionado- en sus Anales para omitir el origen converso de éstos y justificar los orígenes del linaje, que remonta interesadamente al repartimiento fernandino96. Otro fenómeno interesante que podemos apreciar, al estudiar la nobleza urbana de Sevilla en los años finales de la Edad Media –al igual que ocurre en otros lugares de
la corona castellana-,
es la relevancia que irá teniendo
progresivamente el grupo de burgueses ricos, capacitados para poder armar a su costa a un caballero, y al que conocemos con el nombre común de “caballeros 93
AHN, Órdenes, Santiago, Exp. 238 (Luis del Alcázar y Contador de Baena); Exp. 240 (Pedro del Alcázar Zúñiga); Alcántara, Exp. 46 (Felipe del Alcázar Zúñiga); Exp. 44 (Luis del Alcázar Zúñiga); Calatrava, Exp. 71-72 (Juan Antonio del Alcázar Zúñiga). Sobre los Contador de Baena, posteriormente –y convenientemente- reconvertidos en Ponce de León, ofreceremos un buen número de datos. 94 Acerca de la llamada “inflación de los hábitos” (que se había dado durante la privanza del Conde-Duque), Vid. Elliott, J.H., El Conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia. Ed. Crítica, Barcelona, 1990, p. 153. 95 AHN, Órdenes, Calatrava, Exp. 73 (Melchor del Alcázar Zúñiga); Exp. 74 (Pedro Cristóbal del Alcázar Zúñiga); Alcántara, Exp. 47 (Andrés del Alcázar Zúñiga); Exp. 49 (Tomás del Alcázar Zúñiga). 96 Vid. asimismo Ortiz de Zúñiga, D., Discurso Genealógico de los Ortices de Sevilla. Ed. del Conde de la Marquina, Imprenta de la Ciudad Lineal, Madrid, 1929. De hecho, es virtualmente imposible remontar el linaje de los Alcázar más allá de un Pedro González del Alcázar, veinticuatro, fiel ejecutor y procurador en la primera mitad del siglo XV, dos siglos después de la conquista, y que era partidario del conde de Niebla, gran defensor de la minoría conversa (Vid. Saus, 1991, p. 30).
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cuantiosos”, “de cuantía”, o “caballeros pardos”, a los que ya hemos mencionado de pasada, y que formaban con frecuencia entre las tropas que realizaban las algaras en los territorios de frontera entre las áreas reconquistadas y las tierras bajo dominio musulmán. Regulada su situación por diversos monarcas97, prosperarían como ya hemos indicado y muchos de ellos terminarían asociándose con la aristocracia urbana, accediendo en ocasiones –y otras veces con frecuenciaa cargos municipales98, y gozando de privilegios fiscales reservados a la nobleza de sangre, tales como la exención de la moneda forera 99. Terminarían desapareciendo como tales, al solicitar diversas instituciones (como las propias Cortes) y varias ciudades y villas (por ejemplo Sevilla y Carmona) su desaparición, que tendría lugar mediante la real cédula de 28 de junio de 1619 100. Estos caballeros cuantiosos podemos verlos recogidos, pormenorizadamente, en documentos como el padrón de cuantías sevillano de 1384: en él aparecen los caballeros, “los que an de prestar”, en este caso dineros para armar tropas y barcos –galeras- con las que defender la costa y el alfoz sevillano de las incursiones de los ejércitos portugueses, en guerra con Juan I de Castilla. En este padrón, como veremos, no sólo aparecerán los miembros de grandes casas y linajes –don Álvar Pérez de Guzmán, don Pero Ponçe de León, don Anrique Anríquez-, sino también conocidos caballeros de la aristocracia local –Esquivel, 97
Vid. Torres Fontes, J., “Dos ordenamientos de Enrique II para los caballeros de cuantía de Andalucía y Murcia”, Anuario de Historia del Derecho español, nº 34, 1964. 98 Algo que ocurrió por ejemplo en la vecina villa de Alcalá de Guadaira, donde “en los caballeros de cuantía o de gracia, los que poseían un mayor índice de propiedad de la tierra, [...] recayó el monopolio del poder municipal local, ya que siempre fueron elegidos como oficiales los miembros de sus familias, conformando una oligarquía que se fue turnando en el poder periódicamente y que excluyó al resto de los pecheros del ejercicio del gobierno de la villa”. En Navarro Sainz, J.M., El Concejo de Sevilla en el reinado de Isabel I (1474-1504), Excma. Diputación de Sevilla, Servicio de Publicaciones, Sevilla 2007. También sucedió en Córdoba, caso que estudia, en su obra, Soria Mesa (2000). 99 Vid. Collantes de Terán Sánchez, A., “Los sevillanos ante el impuesto: de la repoblación al encabezamiento de las alcabalas”, Actas del Congreso Fiscalidad y Sociedad en el Mediterráneo Bajomedieval, Málaga 2006. 100 “[...] Atento a que los Caualleros Quantiosos del Andaluzía se fundaron en tiempo que hazían frontera a los moros de Granada; y oy por no auerla deuen cesar, pues en su lugar, para acudir a la defensa de los puertos, está ynstituída milicia general en los mismos lugares, y sólo siruen al ynterés particular de las justiçias ordinarias, cuyas molestias son en tanto daño de la crianza y labrança, y de las rrentas reales, que por euitarlas fuerçan a los que biuen en lugares obligados al dho. serbiçio a que no los desamparen, buscando otros libres y de señorío donde no contribuyan a él [...]”. Años después, en 1633, 1666, 1676 y en 1685 por último se trató de revitalizar la figura ya obsoleta del cuantioso, pero nunca se llegó a realizar este empeño.
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Coronel-, además de miembros de la propia familia real –el duque don Fadrique, su hermano don Tello- y miembros de otros linajes nobles residentes en la ciudad, como los Bocanegra genoveses. Es sin embargo más numeroso el grupo de los caballeros, en el que se incluyen hidalgos y cuantiosos, con una cuantía media de casi mil doscientos maravedís por cabeza. Sin embargo, el propio padrón identifica bajo el epígrafe de los “caualleros”, tanto a los que son tales como, además de a los cuantiosos, a artesanos suficientemente ricos como para “poder prestar”, lo que nos impide deslindar exactamente quienes son unos u otros cuando las denominaciones no están suficientemente claras. En cualquier caso vemos reflejados, en una mescolanza que podríamos intentar diferenciar por sus aportaciones o por sus lugares de residencia, tanto a conocidos linajes como los Bolante –“la muger e fijos de Gonçalo Royz Bolante [Gonzalo Ruiz Bolante] en tres mill marauedíes”- o los veinticuatros Martyn Ferrández Çerón [Martín Fernández Cerón] o Diago Fferrández de Mendoça [Diego Fernández de Mendoza], como a caballeros e hidalgos como Juan Márquez de Aracena, García López de los Molares, Johan Sánchez de Carrança [Juan Sánchez de Carranza], Ferrant Martynes de Medina [Fernán Martínez de Medina], o Alffon Ferrández del Marmolejo [Alfonso Fernández del Marmolejo], al lado de cuantiosos tales como Johan Ferrández, alfayate, Johan Gómez, “ferrador”, Alffonso Esteuan, “gallego”101, Nunno Gonçález Vinagre, o Alfonso Martín Rapado. Al lado de estos, figuran algunos caballeros en ausencia, como “ydo[s] a la hueste”: es el caso de Ferrant Ruyz Peraça [Fernán Ruiz Peraza] o Ferrant Gutiérres Tello [Fernán Gutiérrez Tello], lo que nos muestra un tejido social, cuando menos, complejo102.
Estos
linajes
sevillanos
se
enfrentarían
en
banderías
irreconciliables,
fundamentalmente durante los años comprendidos entre 1471 y 74, años en los que incluimos la guerra civil entre los partidarios de Enrique IV (en Sevilla muchos de ellos pertenecerían a linajes conversos, apoyando estos igualmente al 101
Es decir, cargador. Tejido social que -en cuanto al estamento nobiliario- equivalía, según Dewald (2004, p. 49), solo en Castilla al 10% de la población a mediados del siglo XV: este porcentaje se mantendría constante –teniendo en cuenta el aumento de población- durante los siglos XVI y XVII: en 1541 más de 108.000 familias pertenecían al estado noble, y en 1600 gozaban de dicha condición unos 650.000 individuos. 102
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duque de Medina Sidonia) y los de Isabel I, aliándose a una u otra de las dos grandes familias que habían surgido del movimiento nobiliario sevillano del siglo XIV103: bien vinculándose a los Ponces de León o bien a los Guzmanes, la nobleza sevillana tomará partido hasta 1492, año del fallecimiento de don Rodrigo Ponce de León y de don Enrique de Guzmán, los dos próceres de ambos linajes104: este hecho facilitará el control de la ciudad por parte de la reina Isabel de Castilla y provocará el sometimiento del estamento a la autoridad regia, ostentada desde entonces en la ciudad por los asistentes en nombre de los monarcas y haciendo pasar a la historia los tiempos de los bandos y de los acostamientos105. Sin embargo, lejos aún del control explícito de los soberanos –que se haría efectivo como hemos dicho a finales del siglo-, durante los primeros años de esta nueva centuria distintos linajes aparecerán como nuevos puntos de referencia en este mapa nobiliario, medrando o perdiendo sus expectativas y oportunidades: Sandoval, Stúñiga, Vergara, Maldonado, o Mosquera/Moscoso serán algunos de ellos106. Otro fenómeno, este biológico e inevitable, será el de la extinción de la varonía en linajes como el de los Monsalve, los Martel-Peraza, Mexía, Ribera, Coronel o Portocarrero. Esto fomentará el crecimiento y aumentará la importancia de las familias que recibirían los bienes y el prestigio de las extintas, tales como los Herrera, Guzmán de Orgaz o Pineda. Se producen también algunas situaciones anecdóticas que no tendrían posterior continuidad en el tiempo, como la llegada a Sevilla –tras la toma de Ronda en mayo de 1495- de un pequeño grupo de “principales” musulmanes como los Alháquime o Alcordí, que se acogerían a vivir en la ciudad hasta 1487, año en el que pasarían a África: tras 1492 vivirían también temporalmente en Sevilla algunos miembros de la casa real
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Pese a que la hegemonía de ambos linajes es indiscutible, no pueden dejar de destacarse otros que “en verdad contaron en el panorama nobiliario sevillano del siglo XV”: los Portocarrero, Ribera o Saavedra podrían incluirse con pleno derecho en esta lista (Sánchez Saus, R., 2009, p. 157). 104 Previamente se había logrado una concordia con las paces de Marchenilla entre el de Arcos y el Guzmán. 105 Vid. Soria Mesa, E., “La aristocracia de Castilla en tiempos de Isabel la Católica. Una cuestión de familia”. En García Fernández, M., y González Sánchez, C.A. (Eds.), Andalucía y Granada en tiempos de los Reyes Católicos, Universidades de Sevilla y Granada, Sevilla, 2006, pp. 151-171. 106 Caso de los Stúñiga, que pretendieron hacerse con el control de la ciudad entre 1414-21, no consiguiendo finalmente su empeño.
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nazarí, aunque asimismo pasarían posteriormente “allende el mar [...], para estar e uibir entre los moros de su ley”107.
I.4. Un Nuevo Mundo de posibilidades
Ya a finales de la décimoquinta centuria y durante los primeros años del nuevo siglo, con ocasión de los descubrimientos geográficos impulsados por la corona castellana108, y con la llegada a la ciudad de diversas familias de mercaderes de origen extranjero, la aristocracia sevillana continuará su renovación109 gracias a 107
Vid. López de Coca Castañer, J.E., “La emigración mudéjar al Reino de Granada en tiempo de los Reyes Católicos”. En la España Medieval, 26 (2003), pp. 203-226. 108 Descubrimientos y conquistas en los que debemos considerar una primera etapa, la de la conquista de Canarias, en la que la aristocracia sevillana intervino en forma directa: los Peraza, Martel (Gonzalo Pérez Martel) y las Casas se involucrarán directamente en este empeño ultramarino, que precedería a las conquistas americanas (Vid. Ladero Quesada, M.A., “Los señores de Canarias en su contexto sevillano (1403-1477)”. Anuario de Estudios Atlánticos (La Laguna) 24 (1977) 125-164. Incluido en Los señores de Andalucía. Investigaciones sobre nobles y señoríos en los siglos XIII al XV, Cádiz, 1998, pp. 487-520. También en Sánchez Saus, R., “Nuevos datos y sugerencias acerca del entorno sevillano de las primeras expediciones a Canarias”, En la España Medieval (Madrid) 25 (2002) 381-401. También Céspedes del Castillo afirma que “las expediciones a Canarias y la aparición de señoríos castellanos en el archipiélago se derivan asimismo de la necesidad de buscar ocupación productiva a buques pesqueros”, buques pertenecientes a comerciantes con los que no pocos nobles se asociaban, participando finalmente de los beneficios, entregando “cantidades en metálico a corredores de lonja o agentes comerciales que las invertían en sus negocios, devolviéndoselas a sus dueños junto con las ganancias obtenidas”. (Vid. Céspedes del Castillo, G., Op. Cit., 1997, p. 18). 109 Como bien nos indica Montoto de Sedas, S. (Op. Cit.), “en Sevilla y en el transcurso del glorioso siglo [el XVI], la Nobleza se renueva y aumenta hasta tal punto que es casi imposible historiarla […]. Así como la ciudad se transforma radicalmente en esta centuria, la Nobleza, clase más representativa de aquélla, experimienta al par, hondas mudanzas, no muy sentidas en su siglo, pero a través del tiempo en que el historiador de hoy las contempla, pueden apreciarse en toda su magnitud, y señalar la influencia que el desarrollo y la vida económica de Sevilla tuvo en su clase directora […]. Las riquezas fabulosas que de las Indias llegaban atrajeron a las orillas del Guadalquivir a comerciantes, mercaderes y negociantes del mundo entero [...]”. Aquí, Montoto cita un conocido texto de Tomás de Mercado (Summa de Tratos y Contratos..., 1587), según el cual “los mercaderes de esta ciudad se han aumentado en número, y en hacienda y caudales han crecido sin número. Hanse ennoblecido y mejorado su estado: que hay muchos entre ellos personas de reputación y honra en el pueblo […]. Porque los caballeros, por codicia o necesidad del dinero, han bajado (ya que no a tratar) a emparentar con tratantes; y los mercaderes con apetito de nobleza e hidalguía, han tratado de subir, estableciendo y fundando buenos mayorazgos”. Este fenómeno –el ennoblecimiento de las clases mercantiles- ha sido estudiado a nivel general y particular, siendo un buen ejemplo en ambos casos las obras de Ruth Pike: Enterprise and adventure: the genoese in Seville and the opening of the New World, Cornell University Press, 1966; Aristócratas y comerciantes: la sociedad sevillana en el siglo XVI, Ariel, Barcelona, 1978; “The ‘converso’ family of Baltasar del Alcázar”, Kentucky Romance Quarterly, 14, 1967; o Linajudos and conversos in Seville: greed and prejudice in sixteenth- and seventeenthcentury Spain, Peter Lang, New York, 2000. Esto no quiere decir que este “crecimiento social” se
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las nuevas aportaciones que supondrán para ella linajes como el de los Federigui, Bucareli, Corzo, Mañara, Vicentelo de Leca, Pinelo o Centurión110, consolidando con ello unos cambios que asociarían a la nobleza urbana con estos nuevos plutócratas, también rápidamente ennoblecidos mediante las compras de privilegios de hidalguía111, juros, mayorazgos, señoríos o hábitos, como recoge el cronista Luis de Peraza:
limitara a las nuevas familias recién llegadas a Sevilla a finales del siglo XV, o durante el siglo XVI: como sabemos, residían en la ciudad tras la conquista importantes núcleos de población extranjera que también se aclimataron y medraron, como nos muestra el padrón de 1384. Estos cambios –que serán muy profundos- afectarán de manera irreversible al estamento, y podemos resumirlos brevemente (siguiendo a don Antonio Domínguez Ortiz; vid. Domínguez Ortiz, A., “La monarquía, la nobleza andaluza y la sociedad en los siglos XVII y XVIII”, en Monarquía y nobleza andaluza, Ciclo de conferencias, Real Maestranza de Caballería de Sevilla, 1996, p. 42) en el absoluto control de las órdenes militares por el monarca; la pérdida de representación en las Cortes del estamento noble; la aparición de una nobleza cortesana, muy reglamentada –debido al uso del nuevo ceremonial borgoñón-, en la nueva capital, Madrid; la aparición de una nueva nobleza dedicada a los negocios, compradora de mercedes y señoríos; las repercusiones del nuevo concepto de Monarquía Hispánica, debido a su expansión territorial, que hará que muchos de estos linajes administren, gobiernen o controlen militarmente estos nuevos territorios; y la pérdida de la inmunidad fiscal de la nobleza, que asumirá impuestos como los millones y aportará contribuciones, en forma de donativos, a la corona. 110 Sobre los Federigui/Federighi, en Núñez Roldán, F., “Tres familias florentinas en Sevilla: Federighi, Fantoni y Bucarelli (1570-1625)”, Presencia italiana en Andalucía. Siglos XIV-XVII, Sevilla 1989. Sobre los Bucareli (o Bucarelli), vid. Reder Gadow, M., “La élite militar en Málaga en el siglo XVIII: D. Nicolás Manuel Bucareli y Ursúa, capitán general de la costa y reino de Granada y de los tres presidios menores de África”, en Soria Mesa, E., y Molina Recio, R., (Eds.), Las élites en la época moderna: La Monarquía Española, Vol. 2, Familia y redes sociales, Universidad de Córdoba 2009, pp. 347 y ss. Como ejemplo de la riqueza de esta nueva aristocracia de origen comercial puede servir Juan Antonio Corzo Vicentelo de Leca, el Corzo, que fundó el mayorazgo de Cantillana, Villaverde y Brenes el 26 de abril de 1567, vinculando al mismo las “casas de su morada” de la Puerta de Jerez, hoy palacio de Yanduri. En su testamento, elevado ante el escribano Benito Luis a 29 de abril de 1597, dejaba bienes por valor de un millón seiscientos mil ducados (Vid. Vila Vilar, E., Los Corzo y los Mañara: tipos y arquetipos del mercader con América, CSIC, Sevilla, 1991). Sobre los Centurión, véase Soria Mesa, E., “La formación de un gran estado señorial andaluz: el Marquesado de Estepa. Conflictos y lucha antiseñorial”. Actas de las II Jornadas sobre Historia de Estepa, marzo 1996, pp. 45-68. Asimismo Salazar y Acha, J. de, y Gómez de Olea y Bustinza, J., “Los Marqueses de Estepa. Estudio Histórico-Genealógico”. Actas de las II Jornadas sobre Historia de Estepa, marzo 1996, pp. 69 y ss. También Pulido Bueno, I., La familia genovesa Centurión..., Universidad de Huelva, 2004; igualmente, el Memorial de la calidad y servicios de don Cecilio Francisco Buenaventura Centurión..., Madrid, 1679, obra de don Juan Baños de Velasco. Acerca de los Fantoni, familia toscana finalmente asentada en Cádiz y entroncada por matrimonio con los Federigui, véase la obra ya mencionada de Iglesias Rodríguez, J.J., El árbol de sinople... 111 La venta de hidalguías, a la que nuevamente aludiremos más adelante, fue una práctica constante mediante la cual –al menos desde Fernando de Aragón- la Corona trató de rehacer su hacienda: Carlos I comenzó a venderlas tras su abuelo, le siguió su hijo Felipe II y continuó la práctica Felipe III. Felipe IV vendió algún número de ellas y finalmente la práctica decayó durante el reinado de Carlos II, que sin embargo –como ya hemos indicado- hizo un gran negocio con la venta de títulos.
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No sólo se venden, y no están en poder de sus propios señores, mas de los linajes de muchos de aquellos a quien se hizo la merced ninguna memoria ni rastro queda en esta ciudad”112.
También varias de estas familias sevillanas de origen extranjero, como los genoveses Cataño o Chirino tendrían complejas relaciones familiares con penitenciados, como Pedro Cataño, marido de doña María de Monsalve, que descendía de conversos al igual que los descendientes del mayordomo Fernando Chirino, marido de la reconciliada “Ysauel Gonçález Pinta, fija de Ferrand Pinto, defunto, vezino de Moguer”, que pagaría 5.000 maravedís por su habilitación en 1494. Con ellos habría que recordar a otras familias de conocido origen judeoconverso, como los Caballero, a los que ya hemos mencionado de pasada: el mariscal Diego Caballero y su mujer, doña Leonor de Cabrera, instituirían un primer mayorazgo a favor de su hijo Diego Caballero ante el escribano Mateo de Almonacid el 6 de marzo de 1555. Un segundo mayorazgo, a favor de su hija doña María de Cabrera, esposa de don Luis de Santillán, sería instituido ante el mismo escribano el 26 de agosto del año siguiente. Como anécdota, indicar que Pedro Caballero de Illescas sería uno de los firmantes de la petición del cabildo de la ciudad a Felipe II en 1573 que impidió la reorganización de la desaparecida corporación de San Hermenegildo, aunque el linaje accedería a la Maestranza sevillana en 1673, justo un siglo después de aquél primer intento frustrado. Los Caballero habían sido multados por herejía y judaísmo en 1488: Diego Caballero, antecesor homónimo del mariscal, pagaría en esa fecha la tremenda cifra de 130.000 maravedís como “penitençia e penitençias pecuniarias”. El propio mariscal fundaría en 1552 la conocida capilla –también llamada del Mariscal- en la 112
L. de Peraza, Historia de la ciudad de Sevilla, Ed. del Área de Cultura, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1997. Sobre este asunto incide don Antonio Domínguez Ortiz, en su prólogo a la obra de Soria Mesa, E., La venta de Señoríos en el Reino de Granada bajo los Austrias, Universidad de Granada, Granada, 1995, pp. 11-12: “Poco podían interesar aquellas compras a las viejas estirpes nobiliarias, como no fuera para redondear sus estados; los compradores debían salir, bien de los estratos nobiliarios inferiores y medios (hidalgos con pujos de caballeros, caballeros con aspiraciones a titular), bien de los nuevos ricos, de una burguesía no pocas veces de turbio origen que trataba de acceder a la aristocracia a través del escalón intermedio que era el señor de vasallos. A priori debía pensarse que los miembros de las oligarquías urbanas y los altos funcionarios debían estar bien representados en las listas de compradores [...]: se acredita [que] la mayoría de los regidores y oligarcas (algunos de claro origen converso) [figuraban] entre los compradores”.
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catedral sevillana, presidida por un magnífico retablo de Pedro de Campaña, en donde el pintor le retrataría con su familia. Los Caballero continuarían ligados a la capilla –como enterramiento familiar- en años futuros, y participarían en otras fundaciones piadosas, como la hermandad de las Doncellas, a la que luego nos referiremos; acabarían plenamente integrados en la élite social de Sevilla, encontrando durante esos años –en este caso, gracias al comercio con Indias- una consolidada ubicación en la misma.
Podemos mencionar también a otros linajes cuyo crecimiento se apoyaría en las labores de administración y en el funcionariado, como los Pinelo; o a otras familias que también probarían suerte y fortuna en el comercio sevillano: esta dedicación no sería novedosa, ya que la nobleza sevillana no había desdeñado acercarse, aunque quizá no demasiado de cerca, el ámbito de los negocios en épocas anteriores. No obstante, este afán por acumular riquezas y obtener beneficios del tráfico con Indias haría que se ironizara sobre la nobleza sevillana en otros lugares, menos favorecidos, de la Península113. Esas vinculaciones con el comercio entorpecerían (y en otras ocasiones, facilitarían) el acceso de esta reciente nobleza sevillana a confirmar su estatus mediante, por ejemplo, los codiciados hábitos de órdenes militares. Sin embargo, confirmadas o no las ínfulas nobiliarias de estos riquísimos miembros del estamento aristocrático sevillano mediante la concesión o denegación de estas deseadas dignidades, es cierto y podemos reconocer sin dificultades que su modo de vida y su actitud contribuían a que fueran, sin duda y casi sin excepción, notoriamente “tenidos por hijodalgos”, lo que les permitía instalarse cómodamente en un estatus de privilegio que les deparaba importantes beneficios, prestigio y diversas ventajas114. 113
Vid. el conocido diálogo de la comedia de Juan Ruiz de Alarcón, El semejante a sí mismo (Madrid, imprenta de Juan González, 1628), en el que el gracioso Sancho, hablando de aquellas cosas que pueden resultar imposibles (una mujer que no pida, una doncella que no quiera casarse), dice la conocida frase: “Es segunda maravilla/un caballero en Sevilla/sin rama de mercader”. 114 Mucho se ha mencionado entre dichas ventajas la de la devolución del impuesto de la blanca de la carne: al ser una cantidad ínfima de dinero, hay que hacer notar que muchos de aquellos que podían recibir su devolución renunciaban a la misma, que era solicitada en buena parte por miembros de linajes tal vez menos esclarecidos que deseaban hacerse con actos positivos para poder optar posteriormente a otros honores. Como es sabido, al no haber en Sevilla –a diferencia de en otros lugares de Castilla- carnicerías exclusivamente para hidalgos (en las que no se les
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¿Quiénes son estas familias nobles de la Sevilla del siglo XVI? Luis de Peraza, en su Historia de la Ciudad de Sevilla..., nos ofrece una lista de las mismas, aunque no completa115. En primer lugar menciona a los cargos administrativos más importantes de la ciudad, entre los que se hallan personajes como el conde de Orgaz, los duques de Medina Sidonia, Arcos y Béjar, los condes de Gelves, de Teba y de Palma y los marqueses de Tarifa y Villanueva. En segundo lugar, los veinticuatros de la ciudad: Guzmanes, Ponces, Monsalves, Cárdenas, Méndez, Castillos, Mendozas, el linaje de Enríquez y las familias de los
Riberas, Saavedras, Tellos, Medinas, Ortices, Zúñigas, Sandovales, Torres, Gallegos, Roelas, Santillanes, Herreras, Pinedas, Marmolejos, Casaus, Segarras, Moscosos, Esquiveles y Solises.
Este grupo se verá acompañado por otros linajes sin plaza en el cabildo, pero igualmente aquilatados según el autor, como los Peraza, Sotomayor, Farfán o Montesdeoca116. Montoto (1938) recoge igualmente otro listado, confeccionado por Gonzalo Argote de Molina –un cronista en buena parte interesado-, al que se añaden otros nombres relevantes de la nobleza sevillana de la época, y que el propio Montoto amplía con una numerosa lista de enterramientos, patronatos, cobraba dicho impuesto), los nobles sevillanos reclamaban su derecho a estar exentos del pago de dicha contribución, con lo que reclamaban su devolución al Cabildo ciudadano. Al devolverles la pequeña cuantía del tributo, el propio Cabildo reconocía así su condición hidalga (Vid. Díaz de Noriega y Pubul, J., La Blanca de la Carne en Sevilla, CSIC, Madrid, 1975). Se añaden a estas ventajas el hecho de poder participar en el gobierno municipal como jurados o veinticuatros, oficios reservados a los nobles, aunque no dejaron de producirse abusos y fraudes de ley en estos asuntos. 115 Añade a esta lista otra de viviendas y casas principales de Sevilla, en número de treinta y dos, pertenecientes a diversos títulos, como los duques de Medinasidonia o Béjar, las de los marqueses de Castilleja de Talhara y Tarifa, las de los condes de Gelves o de Orgaz y otros grandes señores titulados, y las “casas de su morada” de don Guillén Peraza, del señor de Ardales, de don Gonzalo de Zúñiga, de Ruy López de Ribera, etcétera. 116 La relación completa incluye a “otros Mendozas, Carrillos, Perazas, Suárez, Avellanedas, Cerezuelas, Cuadros, Carranzas, Sotomayores, Mexías, Cataños, Ponces, Villalones, Villalobos, Serranos, Ochoas, Mosqueras, Aguados, Cabreras, Cangas, Maldonados, Ruices, Escobares, Morales, Fuentes, Vergaras, Sousas, Torquemadas, Orozas, Quiñones, Aguilares. Hay los antiguos Farfanes, Montedocas, y Padillas. Son asimismo muy antiguos los Coronados, los Niños, los Lugos, los Estupiñanes, los Bermudos, los Fontañones, los Valtierras, los Ojedas, los Pinelos y Espíndolas [...], Barbas, Villafrancas, Marteles, Fuentes, Porras, Gutiérrez, Cuevas, Sánchez Virueses, Castillos, Gómez, con todos los demás desto”.
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mayorazgos y capellanías117, y clasifica finalmente a la aristocracia de la ciudad en seis categorías: Grandes, señores de título, nobles vinculados al gobierno y la administración, caballeros de órdenes, veinticuatros y jurados, y por último hidalgos y caballeros sin puestos de representación. Como apuntaba un anónimo contemporáneo, la nobleza se componía “de los Infantes, Grandes, Señores, Caualleros e Hijosdalgo”118. Entre estos últimos, el autor incluye a los “nuevos hidalgos”, que accedían a esta categoría tras comprar el privilegio, y que provenían básicamente del comercio, en donde habían obtenido sus recursos119. 117
Lista en la que figuran, además de los recogidos por Peraza, los duques de Alcalá y de Veragua, los marqueses del Valle, de la Algaba, de Alcalá y de Villamanrique, los condes de Olivares, Gelves, la Gomera y del Castellar; el Señor de Ojén y Rianzuela, don Fernando de Solís; el Señor de Guadalcázar, don Francisco de Córdoba, los linajes ya conocidos de Medina, Roelas, Cerón, Mexía, Barba y Marmolejo, Esquivel, Abreu, Santillán, Sandoval, Tello, Melgarejo, Pineda, Monsalve, Añasco, Ribera, Moscoso, Leyva, Torres, Vergara, Castro, Polanco, Agüero, Almansa... una verdadera selva nobiliaria, a la que Montoto añade las familias de los Céspedes, Cervantes, Morillos, Hinestrosas, Alcázares, Ulloa, López de la Cueva, Ramírez de Guzmán, Cataños, Dávalos, Barreras, Alfaros, Araoz, Cabeza de Vaca, León Garavito, Monsalve, Coronado, Andrade, Enciso, Arguijo, Maldonado, etcétera. Añade, como familias nobles de origen extranjero, a los ya mencionados Bucareli, Mañara y Vicentelo de Leca. 118 Acerca de los diversos niveles en los que se estructuraba el estamento aristocrático, es de interés la consulta de Pérez, J., “La aristocracia castellana en el s. XVI”, en Iglesias, Mª.C. (Dir.), Nobleza y sociedad en la España Moderna, Fundación Central Hispano, Madrid, 1995, pp. 54-56. 119 Recursos que provenían, en buena parte del crédito: “Aparecieron instrumentos de crédito más flexibles y menos sujetos a controles, como los vales de riesgo, las escrituras en confianza emitidas sin registro oficial de ninguna clase. Proliferaron las escrituras de cambio, que implicaban promesas de pago en diferentes divisas y lugares, con lo que al negocio del crédito se añadía la especulación [...]” (Vid. Céspedes del Castillo, G., Op. Cit., 1997, p. 35). ¿A dónde se destinaron estos recursos? Paradójicamente, buena parte de ellos terminaron en manos del estado: Como ya hemos indicado, la venta de hidalguías (aunque rendía poco dinero) se utilizó por la corona para obtener ingresos por parte de las grandes ciudades, que pagaban para evitar una molesta acumulación de vecinos exentos del pago de impuestos, aunque en realidad poco quedaba ya por entonces de las tradicionales exenciones fiscales nobiliarias. En cuanto a la venta de otras dignidades, hacemos nuestra la afirmación expuesta por Domínguez Ortiz (Op. Cit., 1996, p. 53), coincidiendo en que Felipe IV y Carlos II “practicaron ampliamente las ventas de hábitos, de villas de realengo y de títulos de Castilla [...]. Las ventas de hábitos y de vasallos llegaron a su punto máximo con Felipe IV, mientras que Carlos II prodigó la concesión de títulos mediante donativos que, tras varias oscilaciones, acabaron fijándose en treinta mil ducados [...], una cantidad asequible a un rico hacendado o un afortunado mercader, por lo que los petulantes fueron muchos, en especial en la Baja Andalucía”. Esta inflación titularia se desarrollaría durante el gobierno de los monarcas de la Casa de Austria: Tras 1480, a los 49 títulos existentes los Reyes Católicos añadieron solamente diez más, aunque fueron más generosos con los privilegios de hidalguía: entre 1475 y 1480, la reina Isabel concedería 300 nuevos privilegios, y 450 más durante la guerra de Granada. Las leyes de Córdoba de 1492, sin embargo, tratarían de definir más claramente los parámetros necesarios para acceder a la hidalguía. Vid. Ladero Quesada, M.A., “La consolidación de la nobleza en la Baja Edad Media”, en Iglesias, Mª.C. (Dir.), Nobleza y Sociedad en la España Moderna, Fundación Central Hispano, Madrid 1995, p. 25. Sin embargo, una real cédula de 1593 de Felipe II había ordenado revisar a las Chancillerías las hidalguías concedidas u obtenidas desde 1570, y había detallado también en la misma los procedimientos que ambas audiencias debían seguir para la certificación o admisión de nuevos hidalgos.
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Esta burguesía ascendente, que “in domestico et externo cultu, nobilium mores et vitam usurpare insolenter”120, no veía reparos en acceder a los cargos reservados a la nobleza municipal y a otras distinciones: “en cuestión de un par de generaciones, los descendientes de mercaderes enriquecidos eran ya nobles, por su modo de vida, por su mentalidad y además por su nacimiento” 121. Bien sirve el ejemplo, recogido por Ollero Pina (2005) del corredor Bartolomé Díaz,
hombre perniçioso [que] ha tenido ofiçios muy baxos, porque ha sido moço desportilla y de curar [cuidar] la mula de un [...] Luna, sedero, y es casado con una hija de un carniçero que se dezía Andrés Martín [...]
siendo además “criado y paniaguado de los Espinosas [...] lo qual no se ha de permitir que en un cabildo tan illustre entre un hombre semejante”, al que se le intentó impedir alcanzar una juraduría al no poder alegar limpieza de oficios, aunque terminaría emparentando con los mismos nobles que le rechazaban122. No obstante, el cambio de condición podía estar asegurado si se disponía del suficiente numerario: una hidalguía de privilegio podía costar unos 5.000 o 6.000 ducados entre 1552-1609123, aunque ciudades como Sevilla se opusieron enérgicamente a esa práctica de las ventas, sobre todo tras recibir de golpe a un nutrido número de hidalgos en un corto plazo de tiempo, como ocurrió en 1567124. Este tipo de prácticas provocaron quejas y reclamaciones de las Cortes
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Esta acusación de imitar a la aristocracia es sus modos de vida y costumbres la lanza el P. Melchor de la Cerda en su Apparatus latini sermonis secunda pars per Chronographiam et Prosopographiam, Sevilla, 1598. Recogido por Ollero Pina, J.A., “Interés público, beneficio privado. La oligarquía municipal en la Sevilla de Cervantes”, en La ciudad de Cervantes: Sevilla, 1587-1600 (Ed. de Núñez Roldán, F., Sevilla, 2005). 121 Vid. Céspedes del Castillo, G., Op. Cit., 1997, p. 37. 122 Como recoge Ollero Pina (2005, pp. 99-142) su hija Mariana casaría con el caballero veinticuatro Antonio de Espinosa. Posteriormente nos encontraremos de nuevo con él, al aludir a la genealogía de los Monteser: y nos dará, por cierto, un cierto juego don Bartolomé para ejemplificar gracias a él un ascenso social controvertido y fulgurante. 123 Vid. Thompson, I.A.A., “The purchase of nobility in Castile 1552-1700”, Journal of European Economic History, 8, 1979. Acerca del ennoblecimiento de la clase mercantil sevillana, es de interés la lectura del muy conocido artículo de Domínguez Ortiz, A., “Comercio y blasones. Concesiones de hábitos de Órdenes Militares a miembros del Consulado de Sevilla en el siglo XVII”, Anuario de Estudios Americanos, XXXIII. 124 Entre abril y octubre se recibe a Alonso Caballero, Pedro de Villarreal, Juan Núñez de Illescas, Rodrigo de Illescas, Luis Sánchez Dalvo y Alonso de Barrionuevo: recogidos en Ollero Pina (2005).
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solicitando del rey la interrupción de las mismas, como ocurriría en 1563, 1578 y 1592; rogando también evitar el acrecentamiento de los cargos públicos, volviéndolos a su número original: Sevilla pagaría, en 1582, 50.000 ducados a la hacienda real para frenar la venta de hidalguías (aunque algunas se seguirían dispensando excepcionalmente). Esta interrupción en la venta de privilegios provocó la queja de los pecheros más ricos, que veían bloqueada una vía de ascenso a la nobleza; queja que expusieron ante el Cabildo sevillano en 1586, alegando que
estando
libres
todos
los
naturales
destos
reynos
para
procurar
sus
acresentamientos y prinçipio de noblesa por los términos que pudiesen, la çiudad en perjuyzio suyo avía fecho asiento con su magestad para que solos ellos no lo pudiesen hazer, en lo qual an reçibido grande agrauio125.
En cualquier caso, esa puerta continuó cerrada; y evidentemente, forzó a los emprendedores a buscar otras vías de acceso que les facilitaran el asalto del estamento deseado. ¿Cuáles fueron dichas vías? Desde luego, varias opciones podían barajarse para acceder a aquél: una de ellas era la falsificación genealógica, recreando una nueva y fabulosa genealogía gracias a la colaboración –o la anuencia- de un rey de armas, un cronista, un escribano o un genealogista complaciente126. Esta costumbre de garantizar las armas –picaresca incluida o no-
Cuatro de estos nuevos hidalgos, al menos, tenían irrefutables orígenes conversos (Caballero, Dalvo y los dos Illescas). 125 AMS, Sección X, Libros de Actas Capitulares, 14 de abril de 1586. 126 Acerca de los Reyes de Armas, ¿qué podríamos decir? Según Mexía (1492), “El rrey de armas o faraute deue ser noble en sangre o al menos fijodalgo o muy generoso [...]. Otrosí deue ser onbre que haya leýdo muchas coronicas [...], otrosí cómo al tal noble se le deue dar e proporçionar las armas e escudo que el prínçipe da”. Existen estudios especializados sobre ellos, como el de Ceballos-Escalera y Gila, A., Heraldos y Reyes de Armas en la corte de España, Prensa y Ediciones Iberoamericanas, Madrid 1993. Sin duda, muchos de ellos –evidentemente con propósitos que podríamos denominar como “alimenticios”- asociaron a personajes imaginarios o míticos de una inexistente historia medieval a los aspirantes a obtener un escudo de armas. Por ello, un “García” podía recibir las armas de un linaje homónimo al que efectivamente le correspondieran; e igualmente, podía verse vinculado, como orgulloso descendiente, a un distante –e inexistenteinfante o magnate medieval igualmente homónimo. También se dan casos de vinculación con linajes homófonos. Vid. Guillén Berrendero, J.A., “Blasones y esmaltes. Don Juan Alfonso de Guerra y Sandoval y el oficio de un Rey de Armas”, en Soria Mesa, E., y Bravo Caro, J.J. (Eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, Vol. 4, Cultura, Universidad de Córdoba 2009,
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, no se limitó a los siglos XVI o XVII: continuó dándose en siglos posteriores, incluso tras la confusión de estados127. Estas genealogías ficticias creaban problemas: al carecer de una base real, distintos autores podían ofrecer versiones diferentes, incluso múltiples, basadas en la ficción histórica y que se remontaban hasta el último antepasado conocido del que se guardaba memoria (que en el caso de linajes de ascendencia conversa, solía coincidir en fechas con el pogromo de 1391, la instauración –en el caso de Sevilla, en 1480-81- del Santo Tribunal, o con la expulsión de 1492). A partir de ahí podían fabricarse otras versiones, incluso míticas: el apellido Chirino, por ejemplo, podía hacerse remontar hasta el mítico Quirino romano, en una significativa mezcolanza de “semihéroes, hombres de la antigüedad, reyes y emperadores mostrados como trofeos” 128, y en una costumbre tan usual que la vemos reflejada por los cronistas de la época:
Y ansí como el linage de los Carrillos, que eran dos hermanos, hijos ó desçendidos de un emperador de Alemaña, y viniendo á la guerra de los moros á Castilla, se quedaron asta oy en ella. Y ansí como los Manrriques, que tanbien dizen ser venidos de Alemaña á la guerra de los moros, y como el linage de los Coroneles, que tanbien dizen desçender de los Emperadores de Roma, de uno que vino á Hespaña á estas guerras de los moros, y casó y pobló en Hespaña; y como los del
pp. 185 y ss. Para evitar el intrusismo profesional, se prohibiría el ejercicio de esta actividad a quienes no tuviesen patente de tales (Novísima Recopilación..., L. XI, Tít. XXVII, l. I). 127 De hecho, el último “Rey de Armas” español, don Vicente de Cadenas y Vicent, ha estado activo hasta su fallecimiento, no mucho tiempo atrás (diciembre de 2005). El mismo señor CeballosEscalera, marqués de la Floresta, es hoy cronista (y él mismo defiende que su figura es equivalente a la de un Rey de Armas), de la Comunidad Autónoma de Castilla-León. Sobre los genealogistas profesionales, linajistas o linajudos en la Sevilla de los siglos XVI-XVII, vid. Pike, R., 2000. 128 (Vid. Atienza Hernández, I., “La construcción de lo real. Genealogía, casa, linaje y ciudad: una determinada relación de parentesco”, en Casey, J., y Hernández Franco, J. (Eds.), Familia, parentesco y linaje, Murcia, 1997). Disentimos de la opinión de don Faustino Menéndez Pidal de Navascués, que afirma que “los mitos no pretenden hacer historia, sino rasgo recordable que manifiesta la excelsitud del linaje [...]. Desde este punto de vista [es] como debemos juzgar las leyendas genealógicas y heráldicas: sus autores pretendían en ellas un valor apologético, no directamente histórico. Es pues alancear molinos de viento rebatirlas con argumentaciones históricas” (Vid. La nobleza en España: ideas, estructuras, historia, Madrid, Fundación Cultural de la Nobleza Española, 2008). Entendemos que aunque el valor apologético sin duda fuera significativo, la intención final era la de situar, mediante el uso de argumentos falsos y de argucias genealógicas, al linaje en posesión de unas certezas en absoluto honestas, en suma, con fines muy claros y aún más evidentes: sin duda también y desde luego, el análisis de las motivaciones que condujeron en su día a la generación de dichas mixtificaciones es de evidente interés histórico.
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linage de los Toledos, desçendidos de Don Esteban Illán, quera desçendido de los Emperadores de Constantinopla, y vino á Hespaña en los tiempos antiguos [...]129.
Todo ello contribuiría a crear una compleja red de leyendas, simulaciones, encubrimientos y mixtificaciones130, ayudadas incluso por clérigos o párrocos que no tenían en ocasiones mayores reparos en modificar las partidas originales131; otra, la alteración de probanzas o testificales, en las cuales los testigos declaraban aquello que convenía a los interesados, siendo habitualmente amigos, parientes o dependientes de ellos aunque afirmaran lo contrario, registrándolo los escribanos sin pudor alguno132. A veces simplemente bastaba con desarrollar, en una villa suficientemente alejada de Sevilla, un modo y un estilo de vida “nobiliario” – posesiones, rentas, caballos, coches, capillas y patronatos, etc.- que hiciera que sus vecinos los tuvieran por nobles notorios: en no demasiado tiempo, serían recibidos como tales por el concejo, y esa garantía les permitiría dar el salto ya como hidalgos a la ciudad, práctica que denunciaba, en 1587, el veinticuatro sevillano García de Cerezo133; o bien, demostrando una limpieza de sangre 129
Vid. Barrantes Maldonado, P., Ilustraciones de la Casa de Niebla (Ed. Cádiz, 1998). Asimismo, Atienza Hernández, I., “La memoria construída: nobleza y genealogía de la Casa y la Villa de Osuna”. Apuntes 2: Apuntes y documentos para una Historia de Osuna, Nº 2, 1998, pp. 7-26. 130 Acerca del ocultamiento, nos remitimos de nuevo a Rábade Obradó, Mª.P., “La invención como necesidad...” 131 Estas adiciones y modificaciones llegaron a institucionalizarse, alterando a posteriori datos en partidas más antiguas; dichas modificaciones solían realizarse tras un mandamiento específico del juez eclesiástico o el provisor de la diócesis, que estaba encargado de incoar e instar el expediente de enmienda. No quiere esto decir que estas prácticas fueran mayoritariamente fraudulentas: básicamente se utilizaban para instar o validar cambios de apellidos o residencia, etcétera. Sin embargo, hay que reconocer que su simple existencia podía facilitar los fraudes, que como es sabido tuvieron lugar en no pocos casos. Véase para el caso de Sevilla, en el AGAS, la sección Modificaciones y enmiendas de partidas. 132 Estas prácticas han sido estudiadas pormenorizadamente y ejemplificadas por Soria Mesa, E., La nobleza en la España moderna: cambio y continuidad, Marcial Pons, 2007. 133 AMS, Sección X, Libros de Actas Capitulares, 1587. Sobre estas extendidas argucias, ver Artacho Pérez-Blázquez, F., La Nobleza sevillana a través del Privilegio de Oratorio, Fabiola de Publicaciones Hispalenses, Sevilla, 2002. Un caso conocido, recogido por don Antonio Domínguez Ortiz, es el de don Guillermo Clarebout, avecindado en Camas (Vid. Domínguez Ortiz, A., “Sevilla en el siglo XVII”, en Historia de Sevilla: el Barroco y la Ilustración. Universidad de Sevilla, 1976). La expresión burlesca “un hidalgo del Aljarafe” se utilizaba en el siglo XVII para cuestionar la nobleza de los hidalgos empadronados en dichas villas –muchas veces mercaderes venidos a más-, que compraban en ellas propiedades, viviendo como nobles, y eran empadronados como tales: después daban el salto a Sevilla. Los Clarebout lograron su objetivo de integrarse en el núcleo de la aristocracia sevillana, como harían tantos otros inmigrantes flamencos como los Omazur, Jácome (Jacobs), Lila (Lille), Colarte (Colaert) o Maestre (Meester), o en Cádiz los Conique (Conincq). Un buen número de ejemplos de estos procedimientos los veremos en la prosopografía
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efectiva o simulada, acceder a cargos –una familiatura, por ejemplo- dentro del Santo Oficio de la Inquisición, alegando posteriormente dichos méritos134. Pero está claro que este tipo de ardides los utilizaban, básicamente, aquellas familias emergentes que deseaban –o tal vez necesitaban- garantizar ante la sociedad su limpieza de sangre o de oficios, sus buenas costumbres y su condición nobiliaria, para alcanzar el deseado estatus y una cierta tranquilidad social, máxime cuando ya diversas instituciones –colegios mayores universitarios como los de Valladolid, Salamanca o Sevilla; o cabildos como el de la propia capital andaluza desde 1515exigían, cuando menos, pruebas de dicha limpieza de sangre e incluso de nobleza para ingresar en ellos135. Evidentemente, para alcanzar cualquier cargo público, prebenda, dignidad o beneficio el aspirante había de formar dentro del grupo: fuera, no había nada para él. Por tanto, si juzgamos en términos estrictos de rentabilidad, podemos pensar que para un “burgués” –comerciante o labrador enriquecido- del siglo XVI o XVII podía resultar una buena inversión la de destinar una parte relevante de su capital para garantizar la obtención de un estatus nobiliario que le permitiría abrir puertas hasta entonces cerradas para su linaje, lo que era frecuentemente criticado por escritores y moralistas; Suárez de Figueroa, irónicamente, aconseja a un candidato a caballero usar de aquellos medios que –gracias a la emulación, la mímesis y el disimulo- pudieran hacerle conseguir sus fines:
posterior. Acerca de estas prácticas, que continuaban desarrollándose en épocas más tardías, vid. Pérez León, J., “El fraude en la hidalguía: intrusiones en el estado de hijosdalgo durante el s. XVIII”. Estudios Humanísticos. Historia. Nº 9, 2010, pp. 121-141. Estaban asimismo a la orden del día de manipulación de diversos documentos, como los padrones de distinción de estados o las probanzas de filiación o de nobleza, con el fin de romper de un modo un otro la barrera estamental que impedía el acceso a la condición deseada: “En este sentido la riqueza se erigió en un factor determinante para el desarrollo de tales estratagemas” (Ibidem, p. 124). Este reconocimiento de la condición hidalga estaría sometido inicialmente a la consideración de los concejos municipales o –caso de que tal condición fuera discutida- al dictamen emitido al efecto por las Chancillerías en forma de real carta ejecutoria, siguiendo con ello la legislación promulgada por Enrique III; aunque desde el 30 de enero de 1703 las competencias para determinar tal condición las tendrían únicamente las Chancillerías de Valladolid y de Granada, con el fin de proteger al depauperado erario real frente a la evasión de impuestos. 134 Acerca de la preceptiva limpieza de sangre, es de interés la lectura de Hernández Franco, J., Cultura y limpieza de sangre en la España Moderna. Puritate sanguinis, Universidad de Murcia, 1996. 135 Vid. Ollero Pina, J.A., Op. Cit., 1993. Podemos citar esta obra como un estudio ejemplar de los procesos de limpieza de sangre, en el capítulo correspondiente de la misma.
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Persuado tratéis al volver a España de introduciros en la caballería con los ardides que muchos. Compraréis un caballo, y tomando liciones de andar diestramente en él, pondréis cuidado en ser admitido en algún juego de cañas, que con vuestras inteligencias no será difícil, y más si comprásedes oficio público. Acabadas, procuraréis no desamparar la plaza, sino, quedándoos en ella, la pasearéis muchas veces, quitando por instantes el sombrero a las damas, porque os conozcan. En otras fiestas y salidas públicas, como acompañamientos de reyes o cualesquier otros personajes, sed solícito y cuidadoso en no hacer falta. Antes os convendrá salir entonces muy lucido, para que, siendo posible, obliguéis a que os miren todos. En las procesiones del año será acertadísimo poneros en estremo galán, y, sobre todo, en la del Corpus, con rico cintillo y muchas cadenillas, recorriendo a menudo las calles por donde ha de pasar; que en tales días cobran grande estimación los bien vestidos. En las de la Semana Santa tendría por conveniente, ya que no fuese fácil llevar el pendón, asir una borla, o cuando no, arrimarse mucho a él, con cetro en la mano, con túnica flamante, sombrero, zapatos y guantes por estrenar, con cuello y puños muy bien abiertos. Saldréis, sin ser necesario, a recorrer de cuando en cuando la procesión, con título de que la ordenáis, sólo para dar lugar a que os vea la muchedumbre. No puede ser dañoso tener plaza en alguna de las congregaciones y esclavitudes de la Corte; y en ella, oficio de mayordomo o consiliario, para poder en días festivos señalaros con más particularidad con el bastón dorado, o con cualquier otra insignia propia del cargo que tuviéredes. Poned cuidado en que tal vez en las conversaciones se os suelte, como al descuido, un a fe de caballero; y si os pareciere que se altera el auditorio con blasfemia semejante, no os vuelva a salir de la boca en muchos días136.
Estas inversiones comprenderían también, una vez alcanzada la deseada condición nobiliaria, la compra de dignidades, oficios y beneficios municipales o eclesiásticos: su “enorme influencia en el marco local” provocó que esta burguesía urbana –parte ya de la clase de los caballeros en Sevilla- acaparara “los puestos de mando de los municipios”. Con ello, “la posesión de regidurías vitalicias [...] puso
136
Vid. Suárez de Figueroa, C., El Pasagero. Advertencias utilísimas a la vida humana, Imp. de Luis Sánchez, Madrid, 1617.
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en sus manos las procuraciones en Cortes” también137. Así, los Corzo, los Vicentelo, los Tello, los Portocarrero o los Araoz fueron compradores de puestos en el Cabildo vendidos por los Cerón, Vergara, Rivera o León Ayala: en 1543, se estimaba el valor de una veinticuatría en un millón de maravedís; de una juraduría en cerca de doscientos cincuenta mil y por una fiel ejecutoria cerca de quinientos mil138. Un ejemplo más tardío de estas transacciones lo tenemos en 1687, cuando don Alejandro Jácome de Linden resignaba su oficio de alcalde mayor de Sevilla, ya que según decía
[...] por ocupasiones presisas que tengo no puedo usar ni exercer el dho ofisio. Y para que aya Persona que le sirua en aquella manera y forma que mejor en dro. lugar aya Renunsio al dho ofisio de alcalde mayor que asi vso y tengo en mi caveza y lo pongo en manos de Su magd. que Dios gde.
A la vez, en otra escritura anexa al documento, recibía sesenta mil reales a cuenta y parte de pago por el mismo139. Estos precios dejaban evidentemente los cargos municipales en manos de aquellos muy ricos que podían permitirse pagarlos, con la excepción de varios de ellos vinculados a las grandes familias, que sin embargo nombraban sus tenientes140; algo que igualmente ocurriría en la catedral sevillana, cuyos beneficiados formaban parte de la nómina de esa nueva nobleza compuesta por miembros significados y relevantes del Consulado sevillano, grosarios del comercio indiano, inversores en tierras, títulos o juros vinculados a 137
Vid. Domínguez Ortiz, A., 1979. Vid., Cuartas Rivero, M., “La venta de oficios públicos en la España del siglo XVI”, IV Symposium de Historia de la Administración Española, Madrid, 1983. Recogido en Ollero Pina, J.A., “Interés público, beneficio privado. La oligarquía municipal en la Sevilla de Cervantes”. En La ciudad de Cervantes: Sevilla, 1587-1600 (Ed. de Núñez Roldán, F.). Universidad de Sevilla, Fundación El Monte. Sevilla, 2005. 139 AHPSe, Leg. 2766, 1687, f. 1717: Alejandro Jácome de Linden renuncia su cargo de alcalde mayor de Sevilla. En f. 1718: Pago a don Alejandro del cargo de alcalde mayor, entrega de sesenta mil reales por cuenta y parte de pago. 140 Los seis Alcaldes Mayores eran el duque de Medina Sidonia, el de Arcos, el de Béjar, los marqueses de Tarifa y Villanueva y Martín Cerón; la Escribanía Mayor se asociaba con los Pineda; el marqués de la Algaba era Alférez Mayor; el Alcaide del Alcázar era el conde de Olivares, y el del castillo de San Jorge el duque de Medina de las Torres, etcétera (Vid. Morales Padrón, F., Historia de Sevilla. La ciudad del Quinientos. Universidad de Sevilla, 1977). No obstante, estas cifras –tan elevadas a lo largo del siglo XVI- se recortan a la baja ya en el XVII, tasando el precio de la veinticuatría en 2.625.000 maravedís en 1600 y 2.400.000 maravedís en 1638 (Vid. Aguado de los Reyes, 1994). 138
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su vez a recién creados mayorazgos141, tales como los Conique, Corbet, Domonte, Panés, Neve, Bucareli, Munive, Vadillo, Mañara, Verástegui, Corzo, Clarebout, Maestre, Vázquez de Leca y Vicentelo de Leca, Federigui, etcétera, y que enlazarían con diversos linajes nobiliarios de la ciudad, o darían lugar en otras ocasiones a la creación de nuevas familias tituladas: sus descendientes –los marqueses de Paterna, Moscoso, Vallehermoso, Miraflores, Villapanés o Sandín, o los condes de Cantillana, Peñaflorida o Santa Coloma, entre otros- son pruebas evidentes de la consecución favorable de dichos empeños142. No habrá muchos cambios en esta dinámica (al contrario, dichas actitudes y prácticas se verán acrecentadas durante el siglo siguiente) hasta el traslado de la Casa de la Contratación a Cádiz en 1717143, a pesar de que ya mediado el siglo XVII la riqueza 141
La creación de mayorazgos, vinculando bienes muebles o inmuebles al heredero varón –o mujer, caso de no existir aquél- del linaje, es una constante a lo largo de los siglos XVI y XVII: algunos ejemplos, recogidos en Montoto, S. (1938), pueden ser los siguientes: Melchor Maldonado de Saavedra y doña Ana de la Barrera, 1561; Pedro García de Jerez Bohórquez y doña Isabel de Alfaro, 1554; don Pedro Ponce de León y doña Catalina de Robera, 1554; don Pedro de Guzmán y doña Francisca Niño, 1556; Juan de Céspedes y doña Leonor de Figueroa, 1557; don Lucas de Carvajal y doña Luisa Cardoso, 1589; don Juan de la Barrera y doña Elvira de Herrera, 1568; don Juan de Cabrera y doña Beatriz Tello, 1589; don Francisco de Mazuela, 1577; don Francisco de Guzmán y doña Brianda de Guzmán, en 1576 y de nuevo en 1586; Garci Tello de Sandoval, 1566 y 1570; Gonzalo Hernández de Vargas y doña María Sotomayor en 1562 y 1586; Hernando de Vega, en 1573; Jorge de Medina y Barba, 1559; doña Isabel Alvarado y doña Beatriz de Moscoso, en 1577; Francisco de Segarra y doña Catalina Laso, en 1560 y 1561; Francisco Duarte y doña Catalina de Alcocer, 1545 y 1554; don Francisco del Alcázar y doña Leonor de Prado, en 1528 y 1531; Baltasar de Jaén y doña Leonor Juárez, 1557; Cristóbal de Bustamante y doña Ana de Espinosa, 1579; doña Elena de Menchaca, en 1529 y 1554; Álvaro de Fuentes Guzmán y doña Beatriz de Ayala, en 1571 y 1579; Diego Jiménez Bazo e Isabel Álvarez en 1556; don Gómez de Solís y doña Beatriz de Esquivel en 1526; don Jorge de Portugal y doña Isabel Colón en 1539, etcétera. Buena parte de estos mayorazgos que enumeramos revertiría en los caballeros que biografiaremos. 142 Muchos de estos títulos fueron obtenidos, por compra, durante el reinado de Carlos II. Según Soria Mesa (2007), Carlos I otorgaría 49 títulos durante su reinado; Felipe II, 57; Felipe III, 63; Felipe IV, 329, con una frecuencia de más de siete títulos por año; y Carlos II, 411, con una frecuencia de más de 11 por año. De hecho, en sólo un año -1679, en el que Carlos II necesitaba efectivo para celebrar sus bodas- se vendieron en Sevilla los condados de Torrepalma y Villanueva, además de doce marquesados, entre los que estarían los de Rianzuela, Dos Hermanas y la Motilla. El exceso en la venta de títulos provocó que en 1692 se ordenara considerar como vitalicios y no transmisibles aquellos que se habían vendido por menos de treinta mil ducados. Se pasaría, sin solución de continuidad, de 55 títulos en 1520 a 528 en 1700, a la muerte del último monarca de la Casa de Austria (Dewald, 2004, p. 55). Siguiendo a Domínguez Ortiz (Op. Cit., 1996, p. 53), podemos afirmar que, efectivamente, los extranjeros participaron en una importante medida en la adquisición de estas mercedes, debido a la “gran participación de la colonia extranjera atraída por el comercio americano; con la particularidad [...] de que si numéricamente ostentaron la primacía los franceses, seguidos de los portugueses, fueron los italianos y flamencos los que arraigaron con más fuerza [...]. La hispanización de estas familias extranjeras fue rápida y completa”. 143 Esto provocaría la creación de nuevos linajes con similares parámetros en la villa gaditana: un caso conocido es el de los marqueses de Villarreal de Purullena (Vid. Ravina Martín, M., y Martín
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iba disminuyendo en la ciudad tras la terrible peste de 1649, entrando en una adversa situación socioeconómica, y hallándose “disminuidos [en] mucho los caudales indianos [...], sin que en tantos años de comercio se hayan visto apenas dos Corzos”144, lo que nos indica la reducción del volumen de negocio en la Sevilla que aún era puerta de las Indias: un empobrecimiento que provocó incluso disturbios como el conocido motín de la Feria de mayo de 1652 y que iría a peor ya en la década de 1680, cuando Sevilla deje de ser, en favor de Cádiz, la base principal de las flotas.
Este es, en suma, el sustrato sobre el que se configuraría esta nobleza que comenzará a formar en las filas de la recién creada Maestranza de Caballería sevillana. No añadiremos aquí a otros linajes de nobleza más –o menos, quizás lo más frecuente- encumbrada que llegarían a la ciudad entre los años finales del siglo XVII y las centurias posteriores, por razones obvias: a su llegada no habían podido aún prosperar lo suficiente145, y los siglos siguientes exceden la cronología de este estudio.
Mila, V., Inventario del Archivo del Marqués de Villarreal de Purullena, Junta de Andalucía, Consejería de Cultura, 2006. Sobre el paso de la Casa de la Contratación de Sevilla a Cádiz, vid. Alonso Díez, C. S., “El traslado de la Casa de Contratación a Cádiz”, Revista da Facultade de Letras, Historia, nº 13, 1996. 144 Por alusión al rico mercader –al que ya nos hemos referido- Juan Antonio Corzo Vicentelo. Vid. Suárez de Figueroa, C., Op. Cit. 145 En buena parte hidalgos procedentes de la Montaña santanderina o del País Vasco, muchos de ellos no llegaron siquiera a consolidar su sueño de prosperidad: algunos, solos y enfermos, con escasos bienes aparte de las ropas que llevaban, sus ejecutorias –atesoradas como un bien precioso-, algunas monedas y sus armas, fallecían desposeídos y desheredados, ajenos a la riqueza de la ciudad que no había llegado a abrirles sus puertas, testando sobre sus escasos bienes en los hospitales de la ciudad, sin haber llegado a vislumbrar la riqueza y fortuna, o el mínimo buen pasar, deseados (Vid. Núñez Roldán, F. La vida cotidiana en la Sevilla del Siglo de Oro, Ed. Sílex, Madrid, 2004).
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II. “DE DOS TAN GLORIOSAS FUENTES”: IDEOLOGÍAS Y MENTALIDADES NOBILIARIAS. LA VOCACIÓN CABALLERESCA.
II.1. La hidalguía y la caballería desde la tratadística medieval
U
na vez realizado este breve seguimiento histórico del estamento nobiliario sevillano desde sus orígenes en 1248 hasta los años últimos del siglo XVII,
cuando casi llegando al último cuarto del mismo se fundaría la corporación maestrante, habríamos de preguntarnos: ¿Cómo reconocemos, o más bien, cómo se reconoce entre sí este colectivo? Evidentemente se impone ante todo una definición del mismo, que podemos hallar en primer lugar expuesta en las Partidas alfonsíes, y que es bien conocida:
Fidalguía [...] es nobleça que uiene a los omes por linage. E por ende deuen mucho guardar, los que an derecho en ella, que non la dañen nin la mengüen. Ca pues el linage faze que la ayan los omes assí como herençia, non mucho aya [de] querer el fidalgo que el aya de ser de tan mala uentura que lo que en los otros se començo e heredaron mengüe o se acaba en el146.
Ya se había hablado mucho por entonces sobre la nobleza y más concretamente sobre la caballería147, su actividad primera y más reconocible, tanto, que suponía “todo un género de vida”148: tanto autores españoles como extranjeros (principalmente franceses o de habla francesa) habían tratado de definir y concretar los aspectos formales de la mentalidad y la actividad caballerescas. Sería así al menos desde el Livre des manières, compuesto por el obispo de Lisieux Étienne de Fougères a finales del siglo XII y que plantea un primer tratamiento teórico de la condición caballeresca, dotándola de un bagaje social y cultural, y asimilando su función principal como buen eclesiástico a la defensa de la santa 146
El término “fidalgus” aparece por vez primera en el fuero de Castroverde de Campos (1197). Se la definía como “una palabra que venía a indicar el código y la cultura de un estado militar que consideraba la guerra como su profesión hereditaria” (Vid. Keen, M., La Caballería, Ariel, Madrid, 2008, p. 328). 148 Vid. Salazar y Acha, J. de, Op. Cit., p. 25. 147
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Iglesia. Sobre estos valores abundaría San Bernardo de Clairvaux con su más que conocido De laude novae militiae, escrito en alabanza del Temple cuando aún estaban muy lejanas las hogueras que consumirían al gran maestre de la orden y a varios de sus principales caballeros por orden del rey de Francia Felipe el Hermoso. También Juan de Salisbury, que recordaría en su Policraticus la importancia de la formación guerrera de los jóvenes y de la disciplina, volviendo la mirada al pasado heroico de los romanos, haría hincapié en “la caballería como una profesión instituida por Dios”149. Igualmente la tratadística, las obras de carácter preceptivo dotarían de contenido –que se vería repetido hasta la saciedad en la bibliografía futura- al ideal de la caballería y a la condición propia de la nobleza: el anónimo Ordene de chevalerie (s. XIII), el Livre de Chevalerie de Godefroy de Charny (cir 1350), el Doctrinal de Caualleros de Alonso de Cartagena, las obras de Alfonso de Palencia, Juan de Lucena, Joan Ferrer y el Libro del Orden de la Caballería de Ramón Llull (escrito a caballo entre los siglos XIII y XIV) coinciden ya en enumerar buena parte de los elementos que se convertirían en los rasgos canónicos del oficio caballeresco, como la dedicación de sus componentes a las hazañas épicas, realizadas no sans grans travaulx et hardement150. En ellos se recoge igualmente el ritual del ingreso en la caballería, comprendiendo vela de armas, calzado de espuelas, ceñido de espada y la conocida collée que coronaba el acto, y que en rigor no cambiaría en muchos siglos. Prueba de ello es el acta de la profesión en la orden de Calatrava de don 149
Vid. Keen, M., Op. Cit., p. 17. El ideal caballeresco comprendería también no sólo el imaginario específico, el bagaje ideológico del caballero; sino también la existencia de bienes muebles e inmuebles de prestigio, asociados con su condición: la escenografía doméstica sería uno de los marcos en donde discurrirían la vida y las actividades cotidianas del caballero. Por tanto, “las armas y los ornamentos religiosos, que habían sustentado gran parte de los ajuares ornamentales de las residencias nobles medievales, mantuvieron un protagonismo similar en la Edad Moderna andaluza. No es extraño. En definitiva, para esos caballeros, se trataba de continuar defendiendo un mismo orden social que pretendían inmóvil [...]. Las armas, ya fueran de parada o curtidas en el campo de batalla, habían de permanecer por siempre en el imaginario y la memoria de la nobleza.” (Vid. Urquízar Herrera, A., Coleccionismo y nobleza. Signos de distinción social en la Andalucía del Renacimiento. Marcial Pons Historia, Madrid, 2007, p. 70). Un buen ejemplo de esto sería la vinculación, entre los bienes del mayorazgo de don Gil Ramírez de Arellano, abuelo materno del I marqués del Moscoso, de una “espada que pertenesçio a los Señores Rreyes de Nauarra y que uiene en la possession deste mayorasgo por la deçendencia que tienen los Señores desta casa de Remírez de Arellano de los dhos. Rreyes” (AGA, Fondo Arias de Saavedra, legajo 3761, nº 9). 150 Charny, G. de, A Knight's Own Book of Chivalry, trad. Elspeth Kennedy, Philadelphia, University of Pennsylvania Press (The Middle Ages Series), 2005.
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Adrián Jácome de Linden Esquivel, el menor en días, hijo del I marqués de Tablantes, que tomaba el hábito el 26 de julio de 1700:
[...] Preguntandole si quería rezeuir el auito y caualleria de calatraua y el suso dho respondio que si y Volviendole a preguntar si le auia de Guardar y mantener Respondio que si y otras preguntas que le hizo por un libro de las difinisiones de la dha orden de Calatraua y fho esto Dn Pedro Jacome de Linden y Dn Joseph federigue le calzaron las espuelas y el dho señor Don fernando de Roxas y mendoza su padrino le ziño la espada y el dho señor Dn Alexandro Jacome se la saco de la Bayna y con ella le echo tres Bendissiones en la caueza y ombros Diziendo Dios todo poderoso lo hiziese Buen Cauº y el Señor san Benito y Señor san Bernardo fueren sus abogados y luego le bolbio a enuainar la espada y el dho fr. Dn. Diego de los Rios Villegas como tal Prior de dho Conutº y en Cumplim.tº de las dhas Reales Zedulas le hizo a el dho Don Adrian Jacome de Linden Diferentes Preguntas de las que diponen las Difiniziones de la dha orden y auiendo satisfho a ellas Reziuio Juramt.º del dho Dn Adrian Jacome a Dios y a la cruz y por Santa maria y por los Santos Euangelios puestos a las manos con un misal y auiendolo echo prometio defender el misterio de la Purisima concepcion de Maria Santissima ntra Señora confessando que fue conzeuida sin pecado original y fho el dho juramento mando a el dho Don Adrian Jacome de Linden se incasse de rodillas y auiendolo hecho se leyo las Reglas del dho orden de Calatraua y le vistio vn manto Blanco con la ynsignia de dho orden y le dio su bendision y el dho Dn Adrian Jacome de Linden se Leuanto y abrazo a los dhos señores [...] y demas cavalleros que estauan presentes [...] y se hizieron otros actos y zeremonias con las quales [...] quedo armado cauallero y como tal se sento con los demas Caualleros en un lugar ynferior151.
Pero su fondo es mucho más profundo de lo que quizás pueda parecer en un principio: la caballería, según Llull, fue creada cuando
[...] Faltó en el mundo caridad, lealtad, justicia y verdad; comenzó enemistad, deslealtad, injuria y falsedad, y de ahí nació error y turbación en el pueblo de Dios, que fue creado para que los hombres amasen, conociesen, honrasen, 151
AHPSe, Leg. 2801, 1700, f. 874.
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sirviesen y temiesen a Dios. Al comenzar en el mundo el menosprecio de la justicia por disminución de la caridad, convino que justicia recobrase su honra por medio del temor; y por eso se partió todo el pueblo en grupos de mil, y de cada mil fue elegido y escogido un hombre más amable, más sabio, más leal y más fuerte, y con más noble espíritu, mayor instrucción y mejor crianza que todos los demás. Se buscó entre todas las bestias la más bella, la más veloz y capaz de soportar mayor trabajo, la más conveniente para servir al hombre. Y como el caballo es el animal más noble y más conveniente para servir al hombre, por eso fue escogido el caballo entre todos los animales y dado al hombre que fue escogido entre mil hombres; y por eso aquel hombre se llama caballero. Una vez reunidos el animal y el hombre más nobles, convino que se escogiesen y tomasen de entre todas las armas aquellas que son más nobles y más convenientes para combatir y defenderse de las heridas y de la muerte; y aquellas armas se dieron y se hicieron propias del caballero. Quien quiere, pues, entrar en la orden de caballería debe meditar y pensar en el noble principio de la caballería; y conviene que la nobleza de su corazón y su buena crianza concuerden y convengan con el principio de la caballería, pues, si no lo hace así, sería contrario a la orden de caballería y a sus principios152.
Llull, desde un punto de vista cargado de idealismo, continúa enumerando los deberes del caballero: defenderá la fe de Cristo, a los débiles, las mujeres – solteras, casadas o viudas- y a los huérfanos; será fiel a su señor temporal; practicará la caza para ejercitar su cuerpo, y acudirá con la misma intención a justas y torneos; asumirá tareas de gobierno, defendiendo –en su función de bellator- a la sociedad en general; evitará la traición, el orgullo y la lujuria, practicando la largueza, la sinceridad y la humildad. Será rico y su linaje será esclarecido, ya que
Si por la belleza de las facciones y por un gran cuerpo armonioso, por tener rubios los cabellos o llevar un espejo en la bolsa, el escudero debiese ser armado caballero, podrías entonces hacer escudero y caballero al bello hijo de un payés o a una mujer hermosa; y si lo haces, deshonras y menosprecias la antigüedad de
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Llull, R., Libro del Orden de la Caballería, Ed. Alianza, Madrid, 1986.
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un linaje honrado; y la nobleza que Dios ha dado mayor a hombre que a mujer la rebajas a vileza; y por tal menosprecio y deshonor envileces y rebajas la orden de caballería. Hidalguía y caballería convienen y concuerdan entre sí; pues hidalguía no es otra cosa que continuado honor antiguo; y caballería es orden y regla que se mantiene desde el tiempo en que fue instituida hasta el tiempo presente. De donde, como hidalguía y caballería convienen entre sí, si armas caballero a hombre que no sea hidalgo, haces que sean contrarias hidalguía y caballería en lo que haces; y por eso aquel a quien armas caballero es contra hidalguía y caballería; y si lo es, y es caballero, ¿dónde está la caballería?153
Todas estas premisas volveremos a encontrárnoslas en la preceptiva futura: y también en fechas inmediatamente posteriores veremos cómo comienzan a aparecer los primeros lamentos por la desvirtuación de la propia caballería, como bien nos expone mosén Diego de Valera154:
Ya son mudados por la mayor parte aquellos propósitos, con los quales la cavallería fue comenzada: estonce se buscaba en el cavallero sola virtud, agora es buscada cavallería para no pechar; estonce a fin de honrar esta orden, agora para robar el su nombre; estonce para defender la república, agora para señorearla; estonce la orden los virtuosos buscavan, agora los viles buscan a ella por aprovecharse de solo su nonbre, Ya las costunbres de cavallería en robo e tiranía son reformadas; ya no curamos quánto virtuoso sea el cavallero, mas quánto abundoso sea de riquezas; ya su cuidado que ser solía en conplir grandes cosas es convertido en pura avaricia; ya no envergüençan de ser mercadores e usar de oficios aun más desonestos, antes piensan aquestas cosas poder convenirse; sus pensamientos que ser solían en sólo el bien público, con grant deseo de allegar riquesas por mares e tierras son esparzidos, ¿Qué diré? En tanta contrariedad son nuestras cosas a las primeras que remenbrarlo me fase vergüença155.
153
Vid. Llull, R., Op. Cit. Valera, D. de, Espejo de verdadera nobleza. Biblioteca de Autores Españoles. Prosistas castellanos del siglo XV (I). Edición y estudio preliminar de Mario Penna. Madrid, Atlas, 1959, p. 107. 155 Esta crítica al estamento sería desarrollada, entre otros, por algunos de los humanistas más influyentes del siglo XVI, entre otros Erasmo, Moro o Vives (Dewald, Op. Cit., p. 63). Una de las obras más importantes, que llegaron a caracterizar el imaginario nobiliario de la época y que se 154
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Abundando en estos conceptos, y según Ferrand Mexía, que en 1492 da a la imprenta en Sevilla su Nobiliario dedicado a Fernando el Católico,
la alta nobleza es produzida de dos tan gloriosas fuentes. La una santa diuina e bienauenturada de ynfinita profundidad de grand mar. La qual es Dios glorioso el qual es prinçipio e causa de todas las cosas el qual las crió todas buenas e nobles. La otra fuente es la silla rreal tenporal de donde fue nasçida, p[ro]duzida esta alta nobleza de quien entendemos tratar [...]156.
Pensamos que esta idea –la de la nobleza generada a partir de los cauces real y divino, uno de los pilares de una sociedad estamental aceptada por las clases que la componían, sin la cual “la sociedad sería una masa invertebrada incapaz de gobierno”157- seguía siendo en 1670 parte integrante fundamental del credo de este colectivo, lo que podremos fácilmente comprobar en las Ordenaciones de la cofradía de San Jorge de Zaragoza, germen de su futura Maestranza, impresas en 1675:
Crió Dios al hombre con la Ley y luego le intimó la del árbol, en que comprehendió las demás; que después de tantos siglos graduó de divinas en la Universidad del Monte Sinaí, con la expediçión de sus dos Tablas, eligiendo á los Nobles por defensores dellas, legisladores de los humanos y gobernadores de la plebe; como sugetos que por su nativa ynclinaçión a obrar bien no necesitan leyes158.
convertiría en un auténtico manual de estilo, sería El Cortesano, de Castiglione, cuyas maneras serían imitadas a lo largo de toda Europa (Ibidem, p. 65). 156 Nobiliario Vero, fecho e ordenado e conpilado por el onrrado cauallero Ferrant de Mexía veynte quatro de Jahen…, Sevilla, 1492. Mexía es contemporáneo de otros importantes tratadistas europeos, caso de Gilberto de Lannoy (Instruction d’un jeune prince, vid. Viesser-Fuchs, L., “The manuscript of the Enseignement de vraie noblesse made for Richard Neville, earl of Warwick, in 1464: an example of Anglo-Burgundian literary contact”, Manuscripts in transition. Recycling manuscripts, texts and images, Leuven University Press -Medievalia Lovaniensia-, Leuven, 2006), Johannes Rothe (Der Ritterspiegel, Voltmedia, Paderborn, 2005) o mosén Diego de Valera, con su Espejo de Verdadera Nobleza (1441), al que ya hemos aludido. 157 Domínguez Ortiz (1973) destaca precisamente este hecho, el de un modelo social estructurado en estamentos indiscutidos, y aceptados sin reservas por el grupo social al completo. 158 Quinto, P. de, Op. Cit.
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Una desigualdad social originada por voluntad divina, y defendida como tal por un sinnúmero de teóricos y de tratadistas:
Todos los hombres por naturaleza son yguales, pero por divina disposiçion vemos que unos mandan y otros obedesçen, aunque la ambiçion y el desseo de dominar aya sido odioso a Dios [...]. Con todo, para refrenar la malicia de los hombres y para conservar a cada qual en su justiçia y para que huviese paz y se sustentassen en la república, ha sido y es de Dios permitido el dominio, y de su Providençia proveýdo159.
Poseedora de un “monopolio sobre estas cualidades personales”160, la nobleza practicará un credo ideológico al que habríamos de sumar –y aquí citamos textualmente- “en lo económico [...] una virtual indiferencia sobre los modos de adquisición de una fortuna cuyo disfrute constituye una condición ‘sine qua non’ de pertenencia a la élite. El equilibrio entre patrimonio urbano y rural es rasgo común del grupo oligárquico, aunque sea la posesión de tierras la que le otorga su verdadero peso y la que le proporciona el mayor porcentaje de ingresos. También suelen ser reseñables los procedentes de juros y mercedes reales de carácter personal o hereditario, los sueldos y quitaciones por el desempeño de cargos y oficios en los distintos niveles administrativos, y los beneficios derivados de la actividad mercantil y financiera”161. Esta afirmación, realizada en relación con el patriciado sevillano de mediados del siglo XV, se mantiene sin variaciones dos siglos más tarde, al igual que las afirmaciones que Mexía –por las mismas fechasexponía en su Nobiliario: la nobleza como don de Dios y del monarca, y la riqueza como medio indispensable para sustentarla.
II.2. Síntomas de cambio en un poroso estamento
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Camos, M.A., Microcosmia y gobierno universal del hombre christiano..., Barcelona, 1592, pp. 142-143. 160 Vid. Martínez Millán, J., y Fernández Conti, S., La Corte de Felipe II. Alianza Universidad, Madrid, 1994, p. 515. 161 Sánchez Saus, R. Op. Cit., 1991.
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¿Quiere esto decir que la nobleza, en dos siglos, no había cambiado en absoluto su mentalidad, los parámetros por los cuales se rige como grupo? Evidentemente, al menos en Sevilla, esta mentalidad se habría visto alterada tras la convulsión que supondría para la ciudad el Descubrimiento, y tras él, la creación –al firmar los Reyes Católicos una real provisión fechada en Alcalá de Henares a 20 de enero de 1503-, de la nueva Casa de la Contratación y Negociación de las Indias. Este fundamental acontecimiento, que centralizaría en Sevilla el comercio con Indias y atraería a la ciudad a multitud de nuevos habitantes de toda clase y condición, se vería acompañado por la fundación, el 23 de agosto de 1543, del Consulado o “Universidad de Cargadores a Indias”. En 1646 la Casa Lonja comenzaría también a desarrollar su actividad comercial, que hasta entonces había tenido lugar en las gradas catedralicias. Todo esto nos hace plantearnos, con Pike (1978), si estos acontecimientos provocaron unos cambios de mentalidad tan importantes que “las creencias tradicionales magnificando la virtud y el valor como la base de la nobleza cayeron en desuso. Una sociedad adquisitiva estaba emergiendo, y un espíritu de lucro sobrevolaba la ciudad [...]. Si la vida sevillana estaba caracterizada por el materialismo y la codicia, ningún grupo social reflejaba esto más que la nobleza local”. Estas conclusiones, tan drásticas, chocan frontalmente con el idealista texto escrito por Mexía al que antes hacíamos alusión, en el que el veinticuatro jiennense destaca las “magnificençias naturales, e adqueridas, e [los] grandes e altos fechos”, de un estamento que, al contacto con la riqueza que daría a la ciudad su gran protagonismo durante los dos primeros siglos de la Edad Moderna, se “dexaría abajar, a tratar e enparentar con mercaderes y gentes de comerçio, ya que el poder del oro haze de los pecheros nobles”. Estos mercaderes, retratados por Cervantes en su Coloquio de los Perros, son los que “procuran [a sus hijos] títulos y ponerles en el pecho la marca que tanto distingue la gente principal de la plebeya”, -en alusión a las veneras de las órdenes militares162- y que 162
Órdenes militares que, según Mexía (1492), “no rresçiuían onbres en ninguna [...] saluo que fuesse noble o, al menos, hidalgo, [y que estuviera en posesión] de una rrenta, çenso, fazienda que le rrinda diez mil marauedís”. En 1653, el capítulo de la Orden de Santiago pidió al rey “que no se dé hábito de su Orden, ni Vuestra Majestad lo conceda, a quien notoriamente no fuera caballero limpio ni tenga caudal de su patrimonio para poder luzir y honrar la Orden [...], saluo a los soldados que con sus seruiçios y acçiones ualerosas esclareçen su sangre y les es debida esta honra por militar, que es el fundamiento con el que se establecieron”. Los reyes de la Casa de Austria
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se convertirán, en una o dos generaciones, en la nueva nobleza sevillana. Algunos de ellos se habían enriquecido con holgura –y otros con desmesura- en Indias, lo que nos recuerdan los irónicos versos de Lope:
- ¿De dó viene el hijodalgo? - Viene de Panamá,/corto cuello y puños largos. - Viene de Panamá,/la daga en banda, colgando. - Viene de Panamá,/guante de ámbar adobado. - Viene de Panamá,/gran jugador del vocablo. - Viene de Panamá,/enfadoso y mal criado [...].
Estas críticas, como ya hemos comentado, se repiten desde Tomás de Mercado a otros muchos autores, que moralizan sobre la “prostitución” de la condición noble a cambio de los beneficios materiales que les otorgaban estas alianzas desiguales163. Esto no quiere decir, sin embargo, que los nobles tuvieran absolutamente vedado comerciar: si el comercio al por menor les estaba prohibido, no ocurría lo mismo, sin embargo, con el “trato gruesso” con las Indias: la posesión de tierras, de fincas o de ingenios estaba bien visto y no solía ser habitualmente reprochable; podemos confirmar este aserto en el caso del veinticuatro Lorenzo de Vallejo, que en 1590 accedía a su plaza en el Cabildo
insistieron en conceder hábitos, premiando diversos servicios, a personajes destacados en el campo de las armas (tales como el capitán Julián Romero, distinguido en acciones bélicas como la de San Quintín) o que habían ayudado a la Corona económicamente de modo significativo, además de utilizarlos para premiar otros méritos. En alguna ocasión, el propio rey –caso, por ejemplo, de Felipe II en relación con el capitán Romero- hubo de insistir personalmente, haciendo que al Consejo de Órdenes aceptara al candidato, cuyas probanzas no estaban demasiado claras. Quevedo, gran sarcástico, afirmaba que el Consejo de Órdenes “sin orden, por dinero,/aprobará las pruebas de Lutero” (Vid. Egido, T., Sátiras políticas de la España moderna, Madrid, 1973, p. 134: la toma de la sátira quevedesca La libra verdadera de los Consejos y Juntas de España). Sobre las órdenes y su ingreso en las mismas, vid. Domínguez Ortiz, Comercio y blasones... No pocas sátiras dejaban a su paso los caballeros de órdenes: “Con la Cruz en los pechos/y el diablo en los hechos”, puede ser una clara muestra de la muy negativa percepción que buena parte de la sociedad tenía de unas instituciones desvirtuadas sensiblemente para tales fechas (vid. Joly, B., “Voyage de Barthélemy Joly en Espagne, 1603-4” (Ed. Barrau-Dihigo, L.). Revue Hispanique, XX (1909), p. 589. 163 Esta obsesión por el ennoblecimiento, que en su día calificaba Braudel como “la traición de la burguesía”, ya puede apreciarse como concepto, siglos atrás, en la Edad Media alemana: “La nobleza de los nobles me ennoblece”, afirmaba el poeta Von Sevelingen en el s. XIII, haciendo alusión a los matrimonios desiguales.
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haciéndose notar –casi como un mérito y no estrictamente como una incompatibilidad- que Vallejo tenía
trato de cargar para las Yndias y un yngenio de açúcar en Puerto Rico, que conforme a esto adeuda cantidad de mrs. en los almoxarifasgos desta çiudad [...], y así [...], si a vuestra magestad no le paresçiere ynconviniente que los veinte y quatros regidores desta çiudad tengan tratos, en las demás calidades de la ynformaçión consta que el dicho Lorenso de Vallejo las tiene.
¿Pero obedece, realmente, a la realidad esta visión –quizás interesadamente simple- de una nobleza volcada en el comercio, a la realidad de los comportamientos, de las actitudes del colectivo nobiliario en este siglo? ¿Está realmente
esta
nobleza
sevillana
orientada
monotemáticamente
al
enriquecimiento, al afán de lucro, entendido este como el motor que mueve sus acciones y sus vidas? Tal vez esto no sea así; al menos, tal vez no sean estos los únicos motivos, los únicos motores que impulsan a una clase social tan compleja. Ciertamente, no podemos decir que la nobleza renegara del lucro, que la afirma o la sustenta como estamento; pero en los primeros años del siglo XVI –y en décadas siguientes- este se vería como el fruto de la pacífica y abundante posesión de capitales y rentas, por supuesto, pero procedentes en general de las propiedades agrícolas, muchas veces vinculadas, para evitar su pérdida o dispersión, a mayorazgos dotados con abundancia como hemos visto con anterioridad. De hecho, una constante en la actividad inversora será, incluso para la nueva nobleza emergente, la reinversión de las fortunas ganadas con el comercio en grandes latifundios164, juros y títulos de renta, además de dotarse de grandes viviendas y de todas las comodidades y lujos que, asociados con el modo
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Acerca de esta compra de propiedades agrícolas, un buen ejemplo puede ser la realizada a 24 de abril de 1576 por don Gonzalo de Céspedes Laso de la Vega: en esa fecha, el prócer sevillano adquiriría a Felipe II la villa de Carrión, perteneciente en el pasado a la orden de Calatrava, por una cantidad cercana a los tres millones de maravedís, traspasando “perpetuamente por juro de heredad para agora y para siempre jamás a uos el dicho Gonçalo de Céspedes, para uos y para vuestros herederos, y succesores, o para quien de uos, o dellos ouiere título, o causa, la dicha uilla de Carrión de los Ajos, con el señorío, y vasallaje della, y con la jurisdiçión ciuil e criminal, alta, baxa, mero, mixto, imperio della y de sus uezinos y términos [...]” (Real Carta y Provisión de Felipe II, 1576. AMS, Papeles del Conde del Águila, t. 39, nº 21).
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de vida nobiliario, los mostraran ante los demás –en un costoso juego lleno de exhibicionismo- tal y como “la calidad de sus personas requería”, dejando a un lado, olvidada, la actividad comercial que propició la riqueza165, en un proceso bien conocido y estudiado, que implicaba primero la compra del señorío y posteriormente la obtención del título: veremos muchos ejemplos de ello en las prácticas de estos primeros linajes maestrantes sevillanos166. Incluso podríamos determinar diferentes niveles de comportamiento: por un lado, la nobleza ya establecida, antigua, conformada por grandes próceres o títulos del reino, que no se rebaja a tratar directamente asuntos comerciales, que no se mancha las manos; pero que dispone, para efectuar los inevitables tratos, de personas bien dispuestas a dedicarse en su nombre a ello –cargadores, mercaderes o tratantes, mayordomos y agentes-, obteniendo con ello pingües beneficios. Otra cuestión, bien distinta, será el caso de esa nobleza baja y media, compuesta por hidalgos y caballeros, cuya seguridad económica no es comparable evidentemente con la disfrutada por los cabezas de las grandes casas: ahí se impone descender a los 165
Tenemos buenos ejemplos en las compras de lugares de abolengo y realengo (algunas frustradas, como la venta de Villafranca de la Marisma por Felipe IV a los duques de Arcos) por los dos primeros y el penúltimo Austria: Carrión de los Ajos –después de los Condes, villa a la que ya nos hemos referido-, Cantillana, Brenes, Gerena, El Pedroso, Dos Hermanas cambiarían de manos durante esos años (Concretamente sobre Carrión, vid. Infante-Galán, J., Los Céspedes y su señorío de Carrión, 1253-1874, Excma. Diputación Provincial, Sevilla, 1970). Otro ejemplo, este del efectivo abandono de los negocios familiares sería el caso de los herederos de Juan Antonio Corzo Vicentelo y de Tomás Mañara: según Vila Vilar (1991), “tenemos aquí un caso típico de cómo el sentido empresarial de dos hombres [se refiere aquí al propio Juan Antonio Corzo y a Tomás Mañara] se pierde completamente en la generación siguiente [...]. Si se quería ser alguien en la sociedad sevillana había que someterse indefectiblemente a unas pautas de comportamiento que transformaran al rico mercader en un rentista, con lo cual se alcanzaba rápidamente el nivel social apetecido”. En el caso de Juan Antonio Corzo, su hija doña Bernardina casaría en 1589 con el conde de Gelves y duque de Veragua, don Jorge Alberto de Portugal, llevando una dote de 240.000 ducados. Tras enviudar, doña Bernardina Vicentelo casaría primero con don Alonso de Sandoval, marqués de Villamízar; y al enviudar de nuevo, con el señor de Hijares, don Fernando de Toledo. Su hermano, don Juan Vicentelo, Alcalde Mayor de Sevilla, moriría arruinado en 1599 tras una frenética carrera dilapidadora. Su hijo –del anterior-, don Juan Vicentelo y Toledo, accedería al condado de Cantillana en 1612. En cuanto a los Mañara, la muerte prematura de la mayoría de los descendientes de don Tomás, sumada al fallecimiento de su propia esposa provocó el abandono de todo afán mundano por parte del único heredero varón del linaje, el caballero calatravo don Miguel Mañara, tras haber pertenecido al cabildo ciudadano y formar parte activa del Consulado sevillano: moriría en olor de santidad en 1679. Ambos linajes se vincularán directamente, por matrimonio, a dos familias fundadoras de la Maestranza de Sevilla: los Dávila Rodríguez de Medina y los Tello de Guzmán Medina. 166 Acerca de estos modos de inserción o consolidación del linaje dentro de la élite, vid. Molina Puche, S., “De noble a notable: las distintas vías de acceso a la élite en Castilla (siglos XVI-XIX)”, en Soria Mesa, E., y Delgado Barrado, J.M., (Eds.), Las élites en la época moderna: La Monarquía Española, Vol. 3, Economía y Poder, Universidad de Córdoba 2009, pp. 223 y ss.
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niveles del emprendedor, del negociante, del comerciante; pero una vez obtenida la riqueza deseada, se buscará asimismo, con el tiempo, el distanciamiento. Algo que también harán, como ya hemos dicho, los propios mercaderes ennoblecidos y convertidos, en la práctica, en tanto o más aristócratas que los nobles pertenecientes a los linajes más antiguos y prestigiosos167.
A veces, sin embargo, las tornas se volvían: es conocido el caso del jurado Pedro López de San Román, recogido en los Avisos de Jerónimo de Barrionuevo para el año de 1655. El marqués de Tabara, presidente del Consejo de Órdenes, le afeó haber ocultado, en su probanza para un hábito de Santiago, su condición de corredor y cargador de Indias. San Román respondió
que él era cristiano viejo, hijodalgo de todos cuatro costados, y que esotro [su condición de mercader] no le obstaba, siendo limpio de toda mala raza, lo que a otros muchos que le traían el hábito, les faltaba168.
Sin embargo, otros importantes grosarios del Consulado obtuvieron hábitos: de Santiago, Pedro Luis de Legaso, Juan Antonio Mañara, Diego Domonte, Luis Bucareli y Rodrigo de Vadillo. De Alcántara, Adriano de Legaso y Manuel Bécquer. De Calatrava, don Miguel Mañara, Juan de Horozco, Francisco Bucareli
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Como bien indica Dewald, “a la pregunta de qué es un noble, el siglo XVI aportó respuestas nuevas y algo confusas. Ya no podía darse por sentado que un noble fuera un guerrero ni que viviera en una hacienda; estaba más claro que nunca que el noble no descendía necesariamente de una familia solariega y que había un ingreso constante de nuevas familias en el estamento” (Op. Cit., p.71). Es de muy interesante consulta la obra del abate Coyer, La Nobleza Comerciante, traducida al español para la Real Sociedad de Amigos del País (Imp. Ibarra, Madrid, 1781), en la que –uno o dos siglos después de los hechos que relatamos- se intenta justificar con muy diversos argumentos la idoneidad de la actividad comercial para su práctica por parte de la nobleza: en particular, la leyenda explicativa del grabado que abre la obra no tiene desperdicio: “Explicación de la Estampa del frente. El Caballero que se vé en ella, cansado de vivir en el infortunio, é inutilidad, enseña sus Títulos de Nobleza, un Escudo de Armas, un Timbre, ó Morrión, y un Pergamino, que hacen presente su nacimiento, de lo que no ha sacado ningún fruto: se quiere desembarazar de ellos: embárcase para servir á la Patria, y enriquecerse buscando su fortuna en el Comercio”. 168 Vid. Paz y Meliá, A. (Ed.), Avisos de don Jerónimo de Barrionuevo, Ed. Atlas, Madrid, 1968-69. Barrionuevo añadía que “[...]le fue retirado el hábito y fue enviado preso a la cárcel de Ocaña”, lo que Domínguez Ortiz, posteriormente, rebatiría como incierto.
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y Pedro de Villavicencio169. No podemos dejar de hacer aquí una breve alusión acerca de este “negocio de los hábitos”, una auténtica obsesión para la época, y sobre la que volveremos repetidas veces a lo largo de este trabajo170. Auténticos anacronismos ya en los siglos XVI y XVII, habiendo perdido su función militar tras la Reconquista y que nunca recuperaron como colectivo (se intentaría en 1551 hacer que garantizaran la seguridad de las costas mediterráneas, amenazadas por los turcos, sin éxito; y su intervención puntual en la campaña catalana de 1642 – contra los franceses, cerca de Lérida- fue un completo fracaso171), las órdenes militares perdieron también su independencia al ser adscritos los maestrazgos a la Corona por Fernando el Católico. Utilizadas por los monarcas para premiar servicios u obtener fondos, hasta tal extremo que Felipe IV llegaría a convocar un consejo de teólogos para descargarse de la responsabilidad de incurrir en simonía al vender dichas mercedes172, concedidas ya por entonces incluso a niños de muy corta edad173 y otorgadas al menos desde 1621 con verdadera desmesura174, dispensándose incluso las pruebas mediante bulas papales (en algunos años como 1639, llegaron a otorgarse diecisiete dispensas), garantizada su obtención en la mayoría de los casos gracias a la cercanía o la afinidad entre los testigos y el pretendiente, que se negaba con desparpajo en las testificales (al igual que se negaba la condición mercantil de los solicitantes que eran comerciantes 169
Las órdenes militares fueron, desde la Edad Media, “el poderoso brazo derecho de la Iglesia militante. Su organización, tal y como se reflejaba en sus reglas, representaba una fusión real de ideales eclesiásticos y militares [...]. Las [reglas] de las órdenes militares las ponían en este aspecto aparte de la caballería ordinaria” (En Keen, M., p. 76-77). 170 Para este período, la situación la describe muy claramente (salvo errores puntuales, a veces sin embargo de importante volumen, caso de afirmar que los hábitos nunca se concedían a descendientes de conversos) el artículo ya clásico –publicado en 1969- de Wright, L.P., The Military Orders in Sixteenth and Seventeenth Century..., que hemos mencionado en páginas anteriores. 171 Vid. Wright, L.P., Op. Cit., pp. 41, 59. También, Postigo Castellanos, E., “Notas para un fracaso: la convocatoria de las Órdenes Militares, 1640-1645”. Las Órdenes Militares en el Mediterráneo Occidental (s. XII-XVIII). Casa de Velázquez, Instituto de Estudios Manchegos, 1989, pp. 397-414. 172 Vid. Peñafiel y Araujo, A. de, Obligaciones y excelencias de las tres Órdenes Militares..., (Madrid, 1643), f. 88. 173 Caso de Luis Bucareli y Federigui, con diez años en 1630, cuando se le concedía el hábito (AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 1261). Otro caso destacable sería el de Miguel Mañara, con tres años en el momento de la instrucción de su expediente (AHN, Órdenes Militares, Expedientillo nº 9993. Vid. asimismo Wright, L.P., Op. Cit., pp. 52 y 67). Veremos algunos ejemplos de estos hábitos infantiles en la prosopografía que sigue. 174 Entre 1621 y 1655 se concederían un total de 3.072 hábitos, una media al año de más de 90 (Ibidem, p. 55).
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notorios175), habían perdido igualmente su función religiosa: una bula de Paulo III en 1540 permitiría que los caballeros de Alcántara y Calatrava contrajeran matrimonio, perdiéndose también la prescripción de rezar las horas canónicas, conmutadas por otras prácticas de devoción corrientes. Sin embargo, pese a su evidente desvirtuación, se habían convertido en objeto de deseo –“por ellos [los hábitos] se pierde el sueño”176-, al garantizar no sólo a su poseedor, sino también a su linaje tanto la opinión de nobleza como la de limpieza, aunque no dejará de haber excepciones a esto177.
II.3. Ferrant Mexía y su Nobiliario (1492)
Pero volvamos a la teoría: con los “dedos de la mi mano temblosa y espantada de la grandeça de aquella esencia magnífica de nobleza”, comenzaba Ferrant Mexía en 1492 la redacción de su Nobiliario178, haciendo ver a sus lectores cómo todos los hombres “naturalmente, deseamos e apeteçemos nobleza”, alcanzándola según los medios de los que pudiesen disponer. Advierte acerca de cómo la nobleza, “una fidalgía que viene a los onbres por linaje”179, ganándola “los onbres por la onrra d los padres”, puede considerarse como “un loor e mereçimiento de onor desçendido de lexos por los claros p[ro]genitores”, además de ser un
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Posiblemente uno de los ejemplos más notorios de este hecho son las pruebas para Calatrava de Jorge Fúcar en 1615, en donde todos los testigos (desde el obispo de Augsburgo hasta abajo) negaron con rotundidad su evidente condición de banquero y comerciante (AHN, Órdenes Militares, Calatrava, Exp. 985). Llama la atención lo pautada, lo normalizada que podía llegar a ser una prueba de hábito, que seguía –al menos, según hemos podido apreciar en nuestro trabajo- un itinerario y un desarrollo muy claro en la presentación de probanzas y testificales, en general – salvo sorpresas- estático por definición, al que algún autor, como el profesor Andújar Castillo en su intervención durante la defensa de esta tesis, ha visto claramente marcado por lo que define como peso del ritual en la formalización y desarrollo de dichas pruebas. 176 Vid. Wright, L.P., Op. Cit., p. 43. 177 Las veremos por ejemplo en el caso de los Solís, en la segunda parte de este trabajo. 178 Los Mexía harían una profesión de su dedicación genealógica: Pedro Mexía, descendiente de Ferrant Mexía, abriría en Lima a mediados del siglo XVI una oficina en donde “se fabricaban ascendencias a tanto el folio”. Su actividad tendría continuidad en Sevilla años más tarde, en donde oficiaría como linajudo y testigo en muchas pruebas de órdenes (Vid. Pike, 2000, y Domínguez Ortiz, 1973). 179 Sobre este tema, es de interés la lectura de Beceiro Pita, I., “La conciencia de los antepasados y la gloria del linaje en la Castilla bajomedieval”, en Pastor, R., (Comp.), Relaciones de poder, de producción y parentesco en la Edad Media y Moderna. Madrid, 1990.
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evidente exponente de la “uirtud del linage en q[uan]to el linage ouo prinçipio e fundamiento”, requiriendo, como elementos formales e inherentes a ella, de la existencia necesaria de las siguientes premisas: tener “auctoridad o prinçipado”; gozar de una suficiente “calidad”, descendiendo de un “claro linage” sin mezcla o mancha; además de ello, dar ejemplo a los demás, sean nobles o villanos, con las “buenas costumbres” que honran a la aristocracia; que además, disfruta de un holgado sustento gracias a sus “antiguas rriquezas”. Esta nobleza, recibida –o adquirida- “por linage, por sabiduría o por buenas costunbres”, y ocupada en “la defensión de la cosa pública [...] de dos maneras: la una defendiendo, la otra señoreando”180, dedicación esta última –la del gobierno- a la que ya hacía alusión Llull, diciendo cómo “por lo tanto, para gobernar a todas las gentes que existen en el mundo Dios dispone que haya muchos caballeros”181. Así pues, el estamento se conforma principalmente “por caualleros, los quales deuen ser muy exçelentes así en linage como en cuerpo y en coraçón”182, y por señores que gobernasen, siendo estos “más sabios que todos, e más exçelentes, e [de] mayores fechos”. Sobre esta nobleza de mérito y de espada recaería también la antigua obligación de “defender [la fe cristiana] del engaño de los ereges y del tuerto de los judíos”. Serán asimismo “en juyzio muy mansos e muy piadosos, deuen ser de buena uida y deuen ser de buen seso [...] y no deuen tomar ninguna cosa por fuerça d los sus subjetos o súbditos”, respetando los juramentos y compromisos adquiridos, ya que es sabido que “la uirtud fue prinçipio de la nobleza”. Esta virtud se traduce en “gentileza, urbanía [urbanidad], cortesía, fidalgía y genealogía”, rasgos que diferencian a los nobles del pueblo llano. A esto hay que añadir 180
De hecho, la nobleza se diferenciaría, en la época, como “teológica”, “natural”, “civil”, y “política”, dando una especial relevancia a esta última, que justificaba teóricamente el poder ejercido por el estamento aristocrático: Vid. Quintanilla Raso, Mª. C., “La Nobleza”, en Nieto Soria, J. M., (Dir.): Orígenes de la Monarquía Hispánica: propaganda y legitimación (ca. 1400-1520), Ed. Dykinson, 1999. Un estudio de interés sobre la identidad nobiliaria –con ciertas matizacionesen Menéndez Pidal de Navascués, F., “El linaje y sus signos de identidad”, En la España Medieval, Anejo I, Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, Madrid, 2006. 181 Vid. Llull, R., Op. Cit. 182 Esta descripción del caballero como excelente en linaje, “cuerpo y coraçón”, se nos ofrece ya en obras de gesta muy anteriores, como el anónimo Girart de Roussillon compuesto en el siglo XII: “Oíd sus cualidades: es noble, cortés, educado, franco, de buena familia y de bellas palabras, diestro cazando en bosques y riberas [...]. Nunca negó su riqueza a nadie sino que todos tuvieron de él lo que quisieron. Nunca demoró el hacer actos honrosos. Amó intensamente a Dios y a la Trinidad” (Ed. París, 1953).
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lealtad de coraçón, uerdad de boca, fidelidad de obra, [ya que] la fidalgía es guía de los fidalgos por do uan dereçhamente a la uía de fidelidad, [siendo por tanto] noble el q noble es de por sí e de noble e claro linage, [...] fidalgo de todos quatro costados.
No obstante, pese a indicar muy claramente los requisitos que deben concurrir en la nobleza, no cierra las puertas a aquellos que, por sus virtudes o méritos, fueran capaces de acceder a ella: así, cuando un plebeyo desarrolle un oficio honorable, demostrando con ello su buena condición y su fidelidad, aun siendo de oscuro linaje, considera que “es çierto que [estos] no serán nobles, pero terná comienço o prinçipio de nobleza para los que dél uinieren”183. Como se ha afirmado, y con toda la razón, “la nobleza a finales de la Edad Media estaba continuamente estimulada por sangre nueva”184. Esto permitirá crear, en el caso de estos nuevos linajes, un “solar conoçido” de nueva planta, y el comienzo de una historia familiar ahora nobiliaria. Historia familiar que por otra parte debería ser conocida por los propios nobles como una condición virtualmente obligatoria, ya que “todo onbre noble generoso o fijo dalgo deue sauer fazer rrelaçión de aquél linaje donde desçiende, al menos fasta su quinto abuelo”185, conociendo asimismo “qué armas son las de su linage [...] e sauidas uerdaderamente, sabe las blasonar”. El hecho de que Mexía trate –e insista de manera específica- en las armas y blasones que 183
Acerca de los oficios honorables, dice el mismo Mexía: “Ca para ser noble teniendo las uirtudes e buenas costunbres conuiene que tenga estado o manera por la qual sea rreseruado o escusado de offiçio uil y no conuiniente. E no solamente offiçio de manos, [sino tampoco] officio baxo o torpe”. Esta visión acerca de la limpieza de oficios, como vemos, cambiaría unos años más tarde, accediendo comerciantes y mercaderes a la nobleza con más que relativa facilidad. 184 Vid. Keen, M., p. 205. Continúa afirmando cómo el “matrimonio, buen servicio, adquisición de riquezas y ennoblecimiento principesco, todo esto conducía a un gran número de hombres que no tenían derecho por linaje al rango de la nobleza”. 185 Vid. Keen, M., p. 52: “Al lado de la composición de los cantares y de las novelas hemos de añadir otra actividad literaria que procedía también de la nueva cultura de las cortes y que tenía gran importancia porque otorgaba a las actitudes caballerescas una forma clásica. Se trataba de escribir la historia de las familias, y el tema lo proporcionaban las valientes hazañas de los miembros del linaje [...]. La genealogía por la cual un señor justificaba el derecho a su patrimonio era algo muy importante [...]. Por lo general se hacía hincapié en el linaje paterno, aunque algunas uniones, en especial dignas o importantes en el aspecto territorial que se habían adquirido por medio del matrimonio, eran anotadas con sumo cuidado [...]. El apellido de la familia, el sobrenombre, servía para señalar la unidad del linaje.” Esta afirmación, que el autor hace suya vinculándola a los primeros siglos de la Edad Media, tiene, obviamente, una evidente aplicación en tiempos posteriores.
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deberán portar los caballeros no es casual: la heráldica era –aún en el siglo XVuna auténtica ciencia en manos de reyes de armas, heraldos y farautes, y había comenzado a tener importancia a partir de finales del siglo XIII. Inicialmente satisfacía la necesidad de reconocer al caballero, cubierto de pies a cabeza por su armadura, gracias a una combinación más o menos fantástica de imágenes, figuras y colores (inicialmente sin embargo los diseños eran muy sencillos: una cabra para Cabral, unas botellas para Botelier). Evidentemente, en el tráfago de la guerra, la justa o el torneo se hacía imposible el reconocimiento de los sujetos en el campo, con lo que los símbolos heráldicos (que posteriormente devendrían en simbolismos ignotos y en barrocas figuraciones, o en el simple trasunto de recuerdos históricos o míticos, como en el caso de los Zúñiga navarros, que portaban unas cadenas en recuerdo de su participación en la jornada de las Navas) cumplían necesariamente dicha función identificadora:
[...] Ved al que está a su lado, ¡qué bien ataca y qué bien justa! La mitad de su escudo es verde, y lleva un leopardo pintado; la otra mitad es de azur. Es el envidiado Ignaure, tan agradable como enamorado. ¿Y aquél que lleva pintados en el escudo esos faisanes pico con pico? Es Coguillant de Mautirec186.
Pero ya con el tiempo habrían de identificar no sólo al individuo, sino también a su gens o linaje: los lobos de los López de Haro o los calderos de los Lara en el siglo XIII cumplirían la misma función –y si no exactamente igual, sí muy parecida- que las águilas explayadas o las lises en oro de los sevillanos Jácomes y Esquiveles en 1670: inicialmente trazadas sobre los escudos de madera o metal, bordadas sobre las sobrevestas o reproducidas en los clipearii franceses, flamencos y alemanes –el armorial de Bigot, el Wappenboek de Gelre o el Clipearius Teutonicorum-, o en los rolls británicos como el de Glover, y acuñadas en sellos y monedas posteriormente, y por último reproducidas hasta la saciedad en ejecutorias, vajillas, tapices, puertas de carruajes, joyas, altares y retablos o piedras armeras de fina labra, las divisas heráldicas se habían convertido en uno más –y no poco relevante- de los símbolos que hacían reconocerse al estamento, 186
Troyes, C. de, El caballero de la carreta, Biblioteca Medieval, Ed. Siruela, Madrid, 2001. p. 115.
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llegando “a representar el orgullo de nacimiento, la posición social y la cultura de la nobleza en un campo más amplio”187. Aún hoy cumplen dicha función, aunque ya muy deslucida, al haberse convertido en un producto de consumo más o menos masivo188. Sistematizado por tanto ya desde el siglo XIV gracias a los blasonarios y armoriales como hemos visto, el derecho a ostentar divisas heráldicas se convertiría en un objeto de deseo: elementos de prestigio, los escudos de armas se multiplican en los artesonados, en los arneses de las caballerías, en las fachadas y en los enterramientos familiares, mencionándose en mayorazgos, vínculos y fundaciones189. Según Mexía, las armas “nasçen de la rrayz de la gloriosa nobleza” y, como hemos visto, también se identifican con ella plenamente, en una simbiosis que llega al día de hoy. Y hasta aquí los comentarios de nuestro esforzado tratadista de Jaén, que en su obra expone un verdadero vademecum acerca de este estamento. ¿Qué nos ha dicho Mexía, en suma, acerca de los rasgos esenciales de la condición nobiliaria, de los pilares que sostienen y justifican toda su mentalidad? ¿Y qué queda de todo ello en la mentalidad nobiliaria de los siglos XVI y XVII? Las ideas están claras, y son las siguientes: la nobleza, la hidalguía, se obtiene ante todo al descender de un linaje sin mancha; un noble, para serlo, debe tener mando o autoridad, calidad190 y debe gozar de riquezas heredadas que le permitan mantener con dignidad su condición; el noble participa en los esfuerzos del Estado o de la colectividad defendiendo militarmente a la sociedad o administrándola; el estamento 187
Vid. Keen, M., Op. Cit. Según Serlio, “las armas dan gran ornamento al edificio, y demás desto son de gran utilidad, porque pruevan y señalan en las partes que están puestas, quiénes son los señores de los edificios, y perpetúan sus nombres y memorias” (Serlio, S., Tercero y quarto libros de Arquitectura, lib. IV, fol. 77v.). Vid. también Urquízar Herrera, A., “Políticas artísticas y distinción social en los tratados españoles de nobleza”, en Soria Mesa, E., Bravo Caro, J.J., Delgado Barrado, J.M. (Eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, Vol. 1, Nuevas Perspectivas, Universidad de Córdoba, 2009, pp. 225 y ss. 188 Baste recorrer los pasillos de un gran almacén para apreciar este detalle: al lado de los Quijotes y Sanchos de madera o pasta producidos en serie, de los damasquinados de Toledo, de los abanicos de plástico con encajes de fibra y de las muñecas típicas, vestidas con falsos trajes regionales, nunca faltarán los llaveros heráldicos “con el escudo de su apellido”, o las láminas listas para enmarcar que, bajo el escudo en brillantes colorines, exponen los altos hechos del apellido al que se asocian. Qué decir también de los versátiles registros en donde se inscriben nuevas armas fantásticas o imposibles, o del campo por roturar en el que, en este y otros sentidos, se ha convertido la Web. 189 Un ejemplo de ello podremos verlo en el epígrafe Medina Cabañas de este trabajo. 190 Según el Diccionario de Autoridades (edición de 1729), calidad “se llama la nobleza y lustre de la sangre: Y assí el Caballero ó hidalgo antiguo se dice que es hombre de calidad”.
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nobiliario está formado por caballeros y por grandes señores, que tienen su asiento y solar en sus propiedades rurales, aunque pueden también residir en las ciudades; los nobles deben defender la fe cristiana de la herejía y el judaísmo; deben ser corteses y gentiles, no abusando de aquellos que no gozan de su misma condición social; deben ser fieles, conocer su linaje, su genealogía y sus armas; y por último deben ser virtuosos, y mostrar buenas costumbres191. Caso contrario, se enfrentarían a la pérdida de sus privilegios e incluso a la muerte afrentosa, ya que en el caso de perder, podía perderse más que la buena fama o la estimación, sino también la vida y la propia condición noble: sólo recordar el caso famoso de la ejecución en Sevilla de don Alonso Téllez Girón, quemado con su paje, acusados ambos de asesinato y sodomía, el miércoles 30 de abril de 1597 tras haber muerto a la esposa del primero, doña Inés de Guevara. Don Alonso era alguacil mayor de la ciudad y administrador de los ducados de Osuna y Alcalá. Ariño nos da más datos sobre ello:
1597 [...]. En lunes 28 de abril el lic. Pedro Velarde Alcalde del Crimen de la Chansilleria de Granada [...] procedió contra D. Alonso Telles Girón sobre la muerte de Dña Inés de Guebara su muger defunta y sobre lo demás conttenido en su proceso: lo condenó a que fuese llevado por las calles públicas de Sevilla [...] hasta el campo fuera de la puerta de Gerez donde se le diese primero garrote y luego [fuese] quemado por el pecado nefando [...] y castigado en perdida de todos sus bienes; y como la oyó [la sentencia] el don Alonso Girón era lástima vello que se messaua las baruas y se echaba en el suelo, porque aunque sabía que yba a morir, no entendió que hauía de morir tan disfamadamente [...]. Yba D. Alonso en mula de silla, vestido de luto y con él su page con quien cometía el delito con 191
Vid. asimismo Quintanilla Raso, Mª. C. (Op. Cit.), en relación con la nobleza bajomedieval y con el mismo estamento en las décadas de la Edad Moderna: “La esencia básica de la acción propagandística nobiliaria era la difusión de un mensaje –ética caballeresca, valor heroico, elegancia cortesana, liderazgo social, capacidad genésica, poder en general- con utilización de lenguajes o formas de comunicación diversas –oral, escrita, gestual, mixta- , mediante tácticas de persuasión, o coerción incluso. Es preciso tomar en consideración [...] las reglas que regían la vida noble [...]: una base de notoriedad, en definitiva, de ostentación [en la que] el linaje representa una magnífica caja de resonancia de la acción publicitadora y propagandística; [...] las fórmulas de tratamiento, que sancionaban la jerarquización nobiliaria interna; [...] el “solar”, [...] formando parte de la fórmula de reconocimiento de la hidalguía; las armas de linaje; [...] y otros elementos que tenían su propio sentido de preeminencia y exclusividad: [...] el mayorazgo o jefatura del linaje, etcétera”.
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opa blanca en albarda, a los quales dos quemaron en el quemadero de la Ynquisición en treinta deste mes de abril192.
En agosto de 1567 había sido ejecutado –también en Sevilla- don Alonso Enríquez de Guzmán por el mismo delito:
En 29 de dicho ajusticiaron a Don Alonso Henrriques de Guzmán por el pecado nefando y a un mancebo con quien estando preso lo comettia193.
Estos delitos y la infamia subsiguiente se pondrían, ya desde dos siglos atrás, visualmente de manifiesto mediante la celebración de un complejo ritual –que en numerosas ocasiones se vería seguido asimismo de la ejecución del infamado-, y que consistía básicamente en que las “espuelas fueran cortadas cerca de los talones”, el escudo le fuera “arrancado de su cuerpo” y sustituido por otro, invertido como símbolo de deshonor, que debería portar el caballero al ser conducido al patíbulo. Moreno de Vargas, tratadista nobiliario al que a continuación nos referiremos por menudo, afirma que
la perpetuidad desta nobleza suele faltar, y la pierden los hijosdalgo, cuando cometen delitos graves, que contengan ynfamia.
II.4. La tratadística en el siglo XVII: Moreno de Vargas y sus Discursos de la Nobleza de España (1659)
¿Siguen estando vigentes estos valores dos siglos después? Esta clase social, a la que siempre se ha tachado de inmovilista, ¿ha mantenido inalterables estos principios desde 1492, el año en el que Ferrant Mexía publica su Nobiliario? Ciento treinta años después, en 1622, don Alonso López de Haro dará a la prensa 192
Ariño, F. de, Sucesos de Sevilla, de 1592 a 1604 (Ed. facsímil). Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Sevilla, Sevilla, 2005, pp. 42-45. 193 Recogido en Garza Carvajal, F., Quemando mariposas: sodomía e imperio en Andalucía y México, siglos XVI-XVII. Ed. Laertes, Barcelona, 2002.
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su más que conocido Nobiliario Genealógico...194, en donde hace notar su deseo – al dedicar su obra al nuevo monarca, Felipe IV- de que esta sirva para hacer
notoria la antigüedad y calidad que tienen las casas y deçendencias de los Señores y Caualleros, con los católicos triunfos, y heroicos hechos, heredados de sus mayores en seruicio de los Católicos Reyes de España, siruiéndoles de recuerdo el acudir á su Real seruicio con la fidelidad que deuen, gozando en ella de las excelencias de sus mayores, imitando sus hazañas, y aguardando de V. M. mayores mercedes.
Esta nobleza española, que según Haro es “la más alta y assentada del mundo [y] una de las más calificadas, antiguas, y altas del mundo”, y que “va subiendo de padre á hijo, abuelo y bisabuelo, cuya claridad trae consigo una luz gloriosa de grandes hechos y virtudes”, es
tan poderosa, por las muchas y grandes virtudes y propensión a ellas que consigo trae, que obliga á los que la tienen á usar della: de manera, que si algunos, como acontece, por auerse criado fuera della, tomaron inclinaciones [hacia ella].
Asimismo expone que su intención, al dar a la prensa la obra, no ha sido otra que la de procurar “que se tenga noticia [de] los grandes seruicios” que este estamento ha prestado a los reinos hispánicos, haciendo que
sus deçendientes entiendan la obligación que tienen a guardar su ley y su Rey, y mirar por la virilidad de su República, y a morir por ella, cuya cabeça es el Rey, y los Caualleros los miembros principales junto con ella,
siendo también preceptivo a los nobles tener siempre presente “el recuerdo de las excelencias de sus mayores”, procurando con ello “ajustar los buenos hechos” a los ejemplos recibidos: este cumplimiento de sus deberes y la asunción de las 194
López de Haro, A., Nobiliario Genealógico de los Reyes y Títulos de España, dirigido a la Magestad del Rey Don Felipe Quarto nuestro señor, compuesto por Alonso López de Haro, criado de Su Magestad y Ministro en su Real Consejo de las Órdenes. Madrid, por Luis Sánchez, impresor real, 1622.
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responsabilidades que conlleva les facilitaría vivir “seguramente en seruicio de Dios”, gozando de una “verdadera, firme y santa amistad con Él”, defendiendo la religión católica y procurando su acrecentamiento. Es decir, que si despojamos el texto de López de Haro de la floritura barroca, hija de su tiempo, con la que adorna sus exposiciones y sus conclusiones, apreciamos prácticamente los mismos parámetros que Mexía exponía ciento treinta años antes: se trata de un pensamiento inmóvil, que continúa basándose en la claridad del linaje, el conocimiento de las hazañas pasadas, la disposición a acometerlas en el futuro, la fidelidad al monarca y el servicio a la divinidad. Sin embargo, no deja de llamar la atención la “necesidad”, que López de Haro alega al ofrecer al público –un público noble, como se colige por la introducción- su obra: según justifica, la publica principalmente para que la aristocracia de su tiempo guarde memoria y no olvide los hechos gloriosos que protagonizaron sus antepasados, emulándolos en el presente y en el futuro, ya que no deja de ser grande el riesgo de que, al desconocer tanto hazañas como obligaciones y compromisos, la nobleza pierda su virtud, ya que “ningún ejemplo tanto obliga, ni da valor [...] auiendo de ser más amable la uoluntad con obras”. ¿Quiere esto decir que esta justificación que Haro alega en su obra, planteada esta como el memento de una clase que ha olvidado en buena parte sus orígenes, podría hacernos pensar que una centuria después se han relativizado –dentro del mismo estamento- estos valores tradicionales de la aristocracia? Este descuido, que tal vez incluso podríamos considerar como abandono, se ve aún mas evidenciado por don Luis de Salazar y Castro –el primero en importancia de los genealogistas españoles- que en la introducción a su gran obra dedicada a la casa de Lara, publicada en Madrid setenta años más tarde195, justifica su empeño debido a –entre otros descuidos- “el vso ya olvidado de los blasones, ò escudos de armas”, y el desconocimiento de su propia condición, perdido “por la inadvertencia de sus antecessores, ò el natural descuydo de la nación”. Esto hace que Salazar y Castro recuerde a sus lectores – que pertenecen igualmente al estamento aristocrático- cómo
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Salazar y Castro, L. de, Historia genealógica de la Casa de Lara, justificada con instrumentos y escritores de inviolable fe..., Madrid, Imprenta Real, 1696.
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la verdadera, y sólida Nobleza es la uirtud propia, y aquél es justamente llamado Noble, cuyas virtudes le hacen señalado, y recomendable entre los otros hombres.
Espejo de virtudes, la nobleza debe seguir siendo el estamento referente por su heroicidad, por su honestidad, por su fidelidad, por su ejemplo. Este código moral que obliga a aquél que porta su condición noble, es –como nos dice don Luis en su obra sobre la casa de Silva196- “la vnica distinción que tienen entre sí los hombres, y de ella nace, que conociendo todos un mismo origen, vnos tengan estimación grande, y otros carezcan enteramente de ella”. No deja de ser significativo este empeño de los grandes genealogistas españoles del siglo XVII en recordar a los propios nobles los rasgos y condiciones, los privilegios y las obligaciones de la nobleza. ¿Intentan, tal vez, recordar que el ser noble no sólo conlleva ventajas fiscales y libera de determinadas obligaciones –pechos, contribuciones-, sino que también implica el cumplimiento de un código moral, exigente y quizá ya en desuso entre sus contemporáneos? No nos resultaría tan extraña la caída en el olvido de este código; ya que la condición nobiliaria, al concederse no sólo por méritos personales, logros administrativos o hechos notables de armas –sino antes bien, al ser un objeto vendible como tantos otros-, había perdido ya a finales del siglo XVII buena parte de su contenido como referencia, ejemplo e ideal de comportamiento. Sin embargo, pese a esa pérdida de contenido (que más adelante, ya en el siglo XVIII, devendría inevitablemente en una pérdida de prestigio), hemos de reconocer que –valorando estos hechos con un mínimo de realismo- la nobleza siguió siendo un crucial motor de la sociedad española en el ocaso del siglo XVII: como ya hemos observado en páginas anteriores, el acceso a los puestos administrativos y de gobierno, las prebendas y las carreras eclesiásticas, la pertenencia a colegios mayores, universidades u otras instituciones educativas, como los colegios de nobles197, o a
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Salazar y Castro, L. de, Historia genealógica de la Casa de Silva, dónde se refieren las acciones más señaladas de sus Señores, las Fundaciones de sus Mayorazgos, y la calidad de sus alianças matrimoniales..., Madrid, imprenta de Melchor Álvarez y Mateo de Llanos, 1685. 197 Lynch, J., Los Austrias (1598-1700), Ed. Crítica, Barcelona, 1993, recoge –de Domínguez Ortiz, 1973- el siguiente testimonio acerca del Colegio Imperial de los jesuitas de Madrid: “Las repúblicas bien gobernadas han librado la mayor parte de su felicidad en la buena educación de su juventud,
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la oficialidad en la milicia; el hecho de poder formar en determinadas corporaciones civiles o religiosas, etcétera, estaba determinado por la calidad, la condición, el estado, el oficio o la limpieza de sangre. Por tanto, acceder a este estamento privilegiado suponía, para muchos, una garantía de prosperidad: e intentaban llegar a él invirtiendo en ello sus esfuerzos, sus influencias –pocas o muchas- y, por supuesto, sus recursos; a esto hemos de añadir la asunción (por parte de aquellos que tienen la fortuna de acceder al estamento nobiliario) de una mentalidad, que no por vacía de contenido o incluso cuestionada198 dejaba de ser una seña elemental de identidad del colectivo, que le permitía reconocerse entre ellos mismos y distinguirse así de los demás: suma de arcanos y de códigos, muchos de ellos incomprensibles o en desuso, pero que caracterizaban como tal al estamento nobiliario, dándole forma y sentido como cuerpo, y justificando a sus componentes al buscar la posesión de la excelencia199. Estas señas de identidad podemos seguirlas por menudo, como vemos, en las obras de los múltiples tratadistas que durante los siglos XVI y XVII tratarán acerca de lo que podríamos denominar una “teoría de la nobleza”, y que apenas diferencian sus conclusiones de las expuestas siglos antes. Tratadistas como el regidor perpetuo de Mérida, don Bernabé Moreno de Vargas (cir 1576-1648), licenciado en leyes por Salamanca en 1598, regidor de la Santa Hermandad, alcalde ordinario de la villa extremeña y gobernador de Hornachos, que daría a la prensa en el año de 1636 uno de los grandes bestsellers sobre nobiliaria de su época: varias veces reimpresa –incluso hoy-, su obra Discursos de la Nobleza de España200 es un texto de y aunque interesa que se extienda mucho a la gente común, mucho más importa que no les falte a los hijos de los príncipes, y gente noble, porque es la parte más principal de la república [...]”. 198 Y como tal la vemos reflejada en las obras de múltiples escritores de nuestros Siglos de Oro, en donde la crítica a este estamento solía –siempre envuelta en la perífrasis o en la ironía- llegar a ser feroz: la compra de hidalguías, la dudosa limpieza de sangre, la ostentación, el endeudamiento, el afeminamiento incluso de la nobleza –o de los advenedizos que aterrizaban en ella- como clase o poniendo como ejemplo a individuos particulares son temas que se deslizan entre las obras de Lope, Quevedo, Villamediana o Moreto; y otros escritores, moralistas y juristas también criticaban los deslices del estamento, como Matienzo, Zamora, Moreno de Vargas, Alemán, Salas Barbadillo, Antonio López de Vega, Suárez de Figueroa, Cortés Osorio o Dámaso de Frías. 199 “Los españoles apetecen más que otra cosa el honor y la estimación, y cada uno procura adelantarse... esto se ve en que apenas hay hijo que siga el oficio del padre; el hijo del zapatero aborrece aquél ministerio; el [hijo] del mercader quiere ser caballero, y así corre en los demás” (Recogido en Lynch, J., Op. Cit.). 200 Moreno de Vargas, B., Discursos de la Nobleza de España... dedicados al Señor Don Francisco Sánchez Márquez, Cauallero de la Orden de Santiago..., Madrid, 1659.
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referencia para averiguar actualmente qué pensaba acerca de su propio estamento un reconocido sujeto del mismo, conocido erudito y miembro en este caso del cabildo emeritense. Y de hecho, no es casualidad que nos remitamos a don Bernabé como referente, precisamente por la importancia que a su obra concedería, de manera explícita, la Junta de Recibidores de la propia Maestranza sevillana: en sus Instrucciones para uso de los responsables de las nuevas admisiones de caballeros en la corporación, publicadas en 1914, aconseja su redactor –el marqués de Tablantes- la lectura detenida de la obra del tratadista emeritense:
Para el mejor conocimiento de todo esto [se refiere al origen de la propia nobleza] entre los muchos tratados [...] nos merece preferente atención el “discurso de la Nobleza de España”, de Moreno de Vargas, por lo que se recomienda su lectura y estudio a los Sres. Recibidores201.
Moreno, ya en el incipit de su obra, declara con absoluto convencimiento: “la Nobleza ò es hija del valor propio, ò apacibilidad de la Fortuna; valor que nos la adquiere; ventura, ò felicidad que nos la presenta”. A esta defensa de la nobleza adquirida por el mérito, añade: “más parece excederlos [los méritos] con la Nobleza adquirida, que tiene su calidad en la gloria de la virtud propia, que sucederlos por la Nobleza heredada, que tiene su crédito en la fuente de la virtud agena”, una visión que coincide con la expuesta, allá por el siglo XIV, por el legista italiano Bartolomeo de Sassoferrato en su tratado –al que tantos autores han acudido como fuente, y Moreno de Vargas no es una excepción- De insigniis et armis, fijando y determinando por primera vez una tipología de la nobleza202. De hecho, el autor explica en su Prólogo cómo
auiendo [...] leýdo los libros que de la Nobleza tratan, y halládome más confuso de lo que antes estaua [...], me fue forçoso para quedar con algo que tuuiesse 201
Rojas Solís, R. de, Marqués de Tablantes, Instrucciones que en materia de prueba, podrán tener en cuenta los Sres. Recibidores..., Sevilla, 1914. 202 Rodríguez Velasco, J.D., “El ‘Tractatus de Insigniis et Armis’ de Bartolo y su influencia en Europa: con la edición de una traducción castellana cuatrocentista”, en Emblemata, revista aragonesa de emblemática, nº 2, 1996, pp. 35-70.
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resoluçión uerdadera, ò por lo menos regulada à la Razón, hazer estos Discursos de la Nobleza.
Así, don Bernabé –a lo largo de las más de doscientas páginas de su tratado y de sus veinticuatro capítulos o discursos, manteniendo en muchas ocasiones posturas sorprendentemente modernas acerca del concepto de la noblezarealizará un completo recorrido sobre la filosofía que afirma y justifica la existencia del estamento con gran afán didáctico, ofreciendo una perfecta síntesis del ideario nobiliario en boga, que como ya hemos demostrado con anterioridad apenas había cambiado desde los últimos años de la Edad Media:
[...] Porque à todos ha hecho Naturaleza iguales, más la suerte, El brío, el braço fuerte, Letras, uirtud, y la Real potencia, Hacen esta enxempción, y diferencia [...].
Antes hemos mencionado y repetido lo que supuso para la nobleza tradicional, aquella que según don Bernabé se adquirió mediante “el brío, el braço fuerte” o bien por el mérito de las “Letras, [o de la] uirtud”, el hecho de encontrarse en práctica igualdad de oportunidades y méritos, o incluso con la ventaja que daba el dinero, a unos recién llegados cuya virtud no era otra que la de poder comprar su nueva condición203, aportando fondos a un monarca enormemente necesitado de ellos. Aún así, el rey “premia”, “concediendo” graciosamente el estatus nobiliario a estos, al igual que él mismo o sus antepasados habían hecho con aquellos que realizaron cualquier “heroïco memorable hecho”. Este premio es 203
Aquí Moreno dice, a lo que parece con resignación: “Si el Rey quisiere que vno sea noble, y hijodalgo, y otro Cauallero, otro Conde, otro Marqués, otro Duque, y Grande: quién duda sino que lo serán [...]. Y assí uemos, que en muchas cartas de hidalguía, que los Reyes han concedido a algunos, dizen en ellas, que los hazen hijosdalgo, y les conceden nobleza, e hidalguía [en vez de] quitar a fulano, y a sus descendientes de todo pecho, y quiera que gozen como hijosdalgo de todas las honras, e priuilegios a ellos deuidos, sin tratar de darles la dignidad, e honra esencial de la hidalguía. Bien es uerdad que el hombre á quien el Rey concedió nobleza, e hidalguía, no mudó aquí su naturaleza, y sangre de plebeyo, hijo de padres oscuros”. No obstante justifica al monarca, ya que no se debe “presumir que [los reyes] las concedan de ligero, sin causa justa, y meritoria [las hidalguías]”, haciendo un auténtico retruécano –tal vez inevitable- de su argumentación inicial.
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según Moreno la base de la nobleza, “porque el premio incita los ánimos á seguir la uirtud, y á emprender hechos heroycos”, y porque son los laureles nobiliarios “premios de honra, y fama” concedidos a los “hombres, que fueron valerosos, y señalados en la uirtud militar, y gouierno de la República”, por lo que “Nobles se llaman aquellos, que son conocidos por buenos [...] porque en ellos, comúnmente, se hallan muchas uirtudes, y excelencias”. ¿Tanto en unos como en otros? ¿En los que lo merecen y en los que lo adquieren? Esta es la cuestión que subyace en el fondo, realmente; y sobre la que Moreno no considera necesario indagar demasiado.
Definida la nobleza, ¿cuáles son sus tipos? Ya los conocemos: la sobrenatural o teológica, que procede de la amistad con Dios; la natural primera, asociada con la bondad del hombre y de la naturaleza; la política, “calidad concedida por el Príncipe”, que es el único que puede concederla; y la nobleza moral, que corresponde a aquellos hombres virtuosos y buenos por sí mismos y por sus méritos propios, a los que su “uirtud leuanta, y ennobleze el linage”. Un linaje que en muchas ocasiones no deja de ser dudoso, debido a la práctica imposibilidad de comprobar debidamente las ascendencias; aquí, don Bernabé se lamenta:
¡Quántos hombres habrá en España del estado llano, y común, que desciendan de los nobles Godos! [...] Y por el contrario, ¿quántos avrá tenidos por nobles, que sus passados no lo ayan sido? Porque todo esto causa el tiempo, la pobreza, y la riqueza, la uirtud y el vicio, con el que los vnos se escurecieron, y los otros se aclararon, [...] porque la nobleza deste mundo es cosa in[e]stable, y mortal, como las otras que en èl ay.
He aquí, dos siglos antes, claramente expuesta la teoría de Pareto acerca de la Historia como cementerio de aristocracias204, y la justificación teórica del desembarco en la condición nobiliaria de tantos advenedizos: “Rebolued los 204
Vilfredo Pareto, economista y sociólogo italiano (1848-1923), expone esta teoría en su Tratado de Sociología General (1916). Una teoría recogida por Soria Mesa (2007) y Powis (2007). La “estabilidad biológica” de la nobleza (vid. Dewald, J., Op. Cit., p. 32), aunque buscada y ensalzada, se demostró como una entelequia imposible: de hecho, no pocos ejemplos de tal ficción ofrecemos en este trabajo.
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passados del noble, que yo os asseguro que le halléis algún agüelo humilde”205. Lo que no quita que en general, sus contemporáneos entiendan que aquellos “que son nobles por linage, son más calificados, y estimados, que los primeros de sus linages”, postura que Moreno rebate, apoyándose en diversos ejemplos y autoridades, y criticando ferozmente el uso de las falsificaciones genealógicas, tan frecuentes en sus tiempos:
Lo peor es que, quiçá, los prinçipios de las noblezas de los que más hablan, no son tan limpios, y ligítimos, como los que ellos estiman en poco, por muchas más patrañas que cuenten de sus genealogías, inuentadas más con ganas de gloriarse, que de dezir, y apurar la verdad dellas.
Critica los malos usos, al haber “algunos adquirido esta nobleza por caminos iligítimos, y malos”, lo que la desvirtúa absolutamente; y deplora, aunque entiende como inevitable el hecho de que en España haya habido “grandes declinaçiones, y mudanças en los linages, deshaziéndose unos, y leuantándose otros, porque ninguna cosa puede estar permanentemente en un estado”, pese a que la propia nobleza –y en algunos casos, de manera numantina- había intentado resistirse al imparable ascenso de una burguesía que cada vez se le asimilaba más perceptiblemente. Un ejemplo de ello: en fecha tan temprana como el siglo XIV, se estipula que para participar en justas y torneos, el caballero debía demostrar su ascendencia por los cuatro costados206. Resignado, el tratadista admite que “por lo mucho que el dinero puede, y esto es de hecho, por la buena opinión que los ricos tienen en el mundo, se ha de entender [...] que las riquezas dan nobleza”. Así, Moreno nos hace ver
Cómo, y más en particular vemos oy, que haziéndose Regidores, y Repúblicos, hablando alto, y graue, tratando sus personas como Caualleros, y teniendo otros 205
Otros autores inciden en esta idea: Francisco Garau, en su El sabio instruido de la naturaleza..., (Madrid, 1667) nos muestra cómo “si fuéramos consultados en la suerte del nacimiento ninguno naciera humilde, ninguno pobre, todos fuéramos de la familia del César; [...] no hay noble en cuya ascendencia no se tope con la humildad [...]. No hay rey que no tenga algún abuelo esclavo, ni esclavo que no tenga algún abuelo rey. Todo esto lo ha mezclado una larga variedad en los tiempos y, ayudada dellos, de arriba baxo, todo lo revolvió la fortuna” (pp. 9-15). 206 Vid. Keen, M., p. 128.
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por sus amigos, y haziendo cosas semejantes [...] van adquiriendo reputación de nobles, de tal manera, que después sus hijos continuando lo propio, vienen á sacar posessión de hijodalgo, y á sacar ejecutorias [...] ganando su posessión de hijosdalgo, y obscureciendo su villanía.
Como bien nos indican diversos autores, “cada vez era más necesario el dinero para llevar una vida que los contemporáneos juzgaran aceptable para el rango nobiliario”207, quedando los nobles empobrecidos como epítomes del hazmerreír social. No es desde luego el único en protestar por esta situación, considerada inmoral por otros tratadistas, como Castillo de Bobadilla:
Entonçes no havía tantos Señores de Vassallos particulares como ahora, que los ay a cada caso, mercaderes y otros, sin las dichas calidades que havían de tener para serlo, y ser respetados de los vasallos; y es cosa indigna que la autoridad real del vasallaje se conceda a todos, y ande tan común; y estos tales indignos de esta dignidad, havían de ser quitados della; y quando la pidiessen, punidos208.
Concluye Moreno de Vargas, casi lapidariamente:
No son pocos los que por ser ricos tuuieron buena negociación para sacar executorias de hijodalgo. Las quales [...] se podría dezir con más verdad, fueron dadas por manos de los testigos y recetores, que por las del Rey.
“La nobleza sin riqueza es como la fe sin obras”, se decía allá por 1584 209, en una época en la que, comprándose y vendiéndose todo título y tratamiento,
casi todos los Caualleros, e Hijodalgo que quieren, se llaman Don. Y aún hazen esto muchos que son plebeyos, y otros que son de linages maculosos, sin atender á que no les quadra bien el alto nombre de Señor [...] usando de prenombres, que denotan nobleza, y competen a solos los nobles.
207
Vid. Dewald, J., Op. Cit., p. 15. Recogido en Soria Mesa, E., Op. Cit. (1995), p. 29. 209 Zilletus, F., Tractatus de juris universi..., Vienna, 1584. 208
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Este controvertido uso del don, privativo durante no poco tiempo de la nobleza militar era un elemento más que –como bien recuerda Domínguez Ortiz-, al lado de “la costumbre y el ambiente social, establecía [...] entre la nobleza de sangre y la de privilegio [obtenida esta última por compra], una barrera que sólo la riqueza, los cargos, las alianzas y, sobre todo, el tiempo pudieron salvar” 210. Y no es Moreno de Vargas el único que critica la generalización de estos usos. Otros autores no dejan pasar tampoco la ocasión de hacerlo:
Que el prenombre don acompañe a la nobleza, justo es, pero que se constituya en esa preeminencia por su arbitrio qualquiera oficial y hombre común, quando en tiempo de los godos [se] duda [...] si le usavan los reyes, es usurpar al que lo merece, y confundir con público daño la diferencia que ay entre buenos y malos211.
Esta distinción incluiría también a las órdenes militares, que excluían de ellas a los hidalgos de privilegio:
Primeramente ordenamos que el que huviere de tener el hábito de nuestra Orden sea hijodalgo de sangre, y su padre, madre, abuelos y abuelas, y no de privilegio212,
según insta la Regla de Santiago, aunque el modo de acceso a tales distinciones – los hábitos de órdenes- era también no poco criticado:
210
Vid. Domínguez Ortiz, A., 1979. Albornoz, D.F., Cartilla política y christiana, Madrid 1666, ff. 42v-43r. También apunta su crítica a dichos usos Pedro Fernández Navarrete (Conservación de monarquías..., Madrid, 1626, pp. 472473), reprochando el hecho de que “en Castilla haya muchos holgazanes y aun muchos facinerosos, [gracias a] la licencia abierta y el abuso de que hay que cada cual se llama don, pues apenas se halla hijo de oficial mecánico que por este tan poco sustancial medio no aspire a usurpar la estimación debida a la verdadera nobleza; de que resulta que, obligados e ympedidos con las falsas apariencias de caballería, quedan sin aptitud para acomodarse a oficios y a ocupaciones yncompatibles con la vana autoridad de un don”. 212 Ruiz de Vergara, F., Reglas y Establecimientos Nuevos de la Orden y Cavallería del Glorioso Apóstol Santiago..., Madrid, 1702. Vid. también Mackenzie, D., “Las primeras versiones impresas de las Reglas de las Órdenes militares peninsulares”, Anuario de estudios medievales, 11 (1981) p.165. 211
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Y no sólo ay oy ésto, sino que los premios de honor causan ynfamia a muchos, y no ay ninguno que honre al que lo merece. Y puédese dezir esto porque los hábitos de las Órdenes Militares y los demás premios no honran a ninguno ni le dan honra, porque si no la tuvieran no se la dieran. Sólo son unas ynsignias y testimonios, de que los que los alcançan por sus passados huvieron honra213.
Defiende también don Bernabé la nobleza intrínseca del oficio de las letras – además del de las armas, por supuesto214-, barriendo aquí para su casa, al que le reconoce implícitamente la posesión de la “nobleza natural”, y de la “nobleza política” cuando tuvieren grado de doctor, maestro (magister), licenciado, etcétera, y en donde incluye a “todos los hombres de letras, de cualesquier facultades, y ciencias que sean, [que] consiguen en razón de sus saberes nobleza”: así, los letrados, retóricos, jurisconsultos, abogados la poseen 215 “aunque no se excusen de pechar”, condición que elimina una de las evidentes ventajas de la nobleza y que desluce lógicamente las argumentaciones del autor, aunque disfruten de otras ventajas –no ser condenados a tormento, no ser encarcelados por deudas, etcétera216. Como vemos, aquí Moreno de Vargas define, y sienta las premisas, de lo que entendemos por “nobleza de toga”: una visión interesada, al ser el mismo autor un conocido letrado. No era el único en hacerlo; uno de estos letrados decía en pleno siglo XVI: 213
Peñalosa, B. de, Libro de las cinco excelencias del español..., Madrid, 1629, f. 96. Se trataba de una crítica muy extendida: Diego de Saavedra Fajardo abunda en ella (Idea de un príncipe político christiano..., Milán, 1642, pp. 157-158), haciendo ver que “los reyes de España fundaron las religiones militares, cuyos hábitos no solamente señalasen la nobleza, sino también la virtud. Y así se debe cuidar mucho de conservar la estimación de tales premios, distribuyéndolos con gran atención a los méritos; porque en tanto se aprecian, en cuanto son marcas de la nobleza y del valor. Y si se diesen sin distinción serán despreciados y podrían reírse”. 214 A la que define como “Cauallería de espuela dorada”, obtenida tras la vela de armas, el calzado de las espuelas, el ceñido de la espada, la pescozada y la invocación al Apóstol Santiago, para que este haga del aspirante “un buen Cauallero”. Montaigne, en sus Essais, un siglo atrás, defiende que “la apropiada, exclusiva y esencial vida para un noble [...] es la vida de un soldado”. En Montaigne, M. de, Essais..., II, p. 7. 215 Con cierta facilidad, pudieron contagiarse “los valores y actitudes de la antigua nobleza a aquellos grupos dominantes de principios de la Edad Moderna [...]. Los más importantes de todos ellos eran los juristas y los administradores, cuyo ambiente era profesional y no militar, y los patricios mercantiles de los pueblos y de las ciudades [...]. El resultado de todo ello fue que las aspiraciones y las perspectivas de estos precursores de la más alta noblesse de robe de los últimos tiempos se contagiaran de la mentalidad caballeresca que prevalecía en las cortes donde servían”. Vid. Keen, M., p. 340. 216 Una buena síntesis de dichos privilegios la realiza Domínguez Ortiz (1979).
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Harta feliçidad me pareçe hauernos descubierto la espiriençia un tan facil medio, a lo menos no dificultoso, para mejorar de estado que es el estudiar [...]. Según lo que corre en este tienpo, con mas façilidad se podrá andar de capa estudiando bien en los collegios que peleando muçho en las uatallas [...]217.
Expone cómo la nobleza puede derivar también de la mujer218, pudiendo ser incluso esta más clara que la obtenida por la vía paterna, y justificando la costumbre –extendida en España y Portugal- de la asunción de los apellidos maternos, ya que “es forçoso [que] esta nobleza se deriue a los hijos, los quales, según su naturaleza, han de heredar aquella sangre, y ánimo noble”. También se les supone dicha nobleza a los vecinos de algunas villas y lugares, a los vizcaínos “por su grande antigüedad, e inuincible fortaleza”, a los que tengan un determinado número de hijos, a los descendientes de sangre real, de ricoshombres o de infanzones, en los que se aprecia aquella, tan prestigiosa, “nobleza de los Godos”, además de a los hijosdalgo notorios, en propiedad o en posesión, de sangre o de privilegio, definidos como
los que tienen su nobleza, e hidalguía muy notoria, y es de todos los de la Prouincia, ò Comarca, conocida: y esta notoriedad ha de ser causada, ó por ser
217
Vid. Pérez, J., “La aristocracia castellana en el s. XVI”, en Iglesias, Mª.C. (Dir.), Nobleza y sociedad en la España Moderna, Fundación Central Hispano, Madrid, 1995, p. 64. 218 Acerca de la nobleza transmisible por vía femenina, vid. Márquez de la Plata, V.Mª., y Valero de Bernabé, L., Nobiliaria española. Origen, evolución, instituciones y probanzas. Prensa y Ediciones Iberoamericanas, S.A., Madrid, 1991. Los autores recuerdan que “también la mujer transmitía su nobleza a los hijos, si bien para que estos se vieran beneficiados de la misma debía ir unida a la del padre, salvo en los casos excepcionales [...] en los que bastaba con la nobleza de la madre”, como sería el caso de “las mujeres hijosdalgo del linaje de Antona García, denominadas las Antonas, y las que llaman de los “Linajes de Salamanca”, al igual que “las nodrizas de los infantes reales”, que transmitían su nobleza a sus maridos e hijos, “las infanzonas hermúneas del ilustre linaje de Bernabé, según especialísimo privilegio concedido por las Cortes del Reino de Aragón en 1384”, “las mujeres de los Pueblos de Teverga”, o “las hembras del linaje de Viñals en Gerona” . Aquí podríamos añadir a los diviseros del solar de Tejada, a los que el hecho de descender –por vía de varón o de hembra- de un divisero inscrito en el solar, les permite a su vez su inscripción en el mismo y por tanto la adopción de dicha condición. En 1789, el jurista Trenco López de Haro dio a la prensa su Discurso jurídico en que se demuestra que la nobleza y linage ilustre ó de línea real, segun fuero y antigua costumbre de España, se conserva y propaga por los ilegitimos, y por las hembras, las quales ennoblecen á sus maridos..., (Imprenta de Benito Cano, Madrid) en el que exponía diversos argumentos para justificar la transmisión de la nobleza por dichas vías.
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descendientes de casa, y solar, conoçido de todos por ser noble, o por ser dados por hijosdalgo, y dello tener sus executorias, como lo dize la ley del Reyno219,
aunque dicho solar sea simplemente la habitación, más o menos acomodada, donde mora el hijodalgo. Hijodalgo al que, como ya nos han expuesto Mexía, Haro, Salazar y como tampoco deja de recordarnos Moreno de Vargas, “le conuiene tener uirtud, valor, y hazienda”, imitando “la uirtud de sus mayores y de sus passados”, “ser buenos, y virtuosos, afables, y comedidos”, además de ricos, que es “cosa conuiniente á los nobles, [...] porque la nobleza sin hazienda es como muerta”, y es causa de que los nobles, por mucho que lo sean, “sean desestimados: y aunque sean buenos, y virtuosos, no los estiman los hombres, ni les oyen sus razones, por discretas que sean”, una visión muy pragmática acerca del alcance y la influencia reales de una nobleza pobre que se veía constantemente ridiculizada socialmente, frente a aquellos que “por sus riquezas”, sin ser nobles, “son más estimados”; la puerta de la promoción social está abierta, por tanto, a aquellos que con dinero hayan podido engrasar sus bisagras: como dice don Bernabé no sin cierta reluctancia, “muchos hombres doctos afirman que la nobleza tuvo su origen en la riqueza, y que el ser rico, es ser noble, por escuro que sea su linage”, aunque es más conveniente que dicha riqueza sea heredada, afirma matizando, ya que “que la nobleza deste mundo no es cosa, sino tener riquezas antiguas”, riquezas que les permitirán no realizar “oficios viles y baxos, [...] infames y mecánicos, [ya que teniéndolos] no goçarán de dichos privilegios” de nobleza, ideas que se ven reforzadas por la legislación consuetudinaria, como el Fuero Juzgo:
219
Según Moreno, ejecutoria es “la carta de merced que los Reyes dieron al primero de cada vno de sus linages”. Acerca de las ejecutorias de hidalguía, un excelente trabajo es el de Ruiz García, E., “La Carta Ejecutoria de Hidalguía: un espacio gráfico privilegiado”, En la España Medieval, Anejo I, Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, Madrid, 2006. El interés suscitado por estos documentos –algunos de ellos verdaderas obras de arte, y en cualquier caso interesantes fuentes de información sociológica, heráldica y genealógica- ha generado la realización de muestras y exposiciones, algunas de valor por la calidad de sus fondos, como es el caso de El documento pintado: cinco siglos de arte en manuscritos. Ministerio de Educación y Cultura, Museo Nacional del Prado, AFEDA, Madrid, 2000.
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Si algún ome nobre vinier a pobredat e non podier mantener nobredat, entonçes seerá uillano; e quantos fijos e fijas touier en aquél tienpo, todos seerán uillanos220.
En suma, estos privilegios se resumen en tener oficios honrosos y de gobierno, tanto en la vía civil como en la militar; testificar en sus casas y no en las Audiencias; tener asiento en iglesias y lugar preeminente en procesiones; ejercer el cargo de alcaides o de castellanos; tener asiento en las Chancillerías; no ser presos ni ejecutar parte de sus bienes por deudas, garantizándoles también su sustento221; la cárcel en donde fueren presos –por otras causas- será diferente a la de los penados del común; no recibirán en ella tratos ignominiosos, no se les dará tormento, serán libres “de todos los pechos, cargos, tributos, pedidos, martiniegas y contribuciones”, serán francos “de todas las cargas personales” –por tanto, poseerán inmunidad fiscal- y asimismo estarán dispensados de la obligación de prestar hospedaje; conocen y reconocen a sus ancestros y usan “de las Armas, y escudos que los nobles tienen en señal, memoria, y representación de sus noblezas, y de las hazañas de sus passados”, armas que, concedidas, implican la nobleza para quien las recibe, pudiéndolas grabar en las “Sepulturas, lucillos 222, Capillas, y entierros [...] en las portadas, y entradas de las Casas, Solares y Palacios”.
Otros tratadistas de la época intentarían, como nuestro buen –y exhaustivo- don Bernabé, definir y caracterizar aquellos rasgos que calificaban a este prestigioso 220
(Libro I, Ley 16, título V). Fuero Juzgo en latín y castellano, cotejado con los más antiguos y preciosos códices..., Real Academia Española, Imp. de Ibarra, Madrid, 1805. 221 Acerca de este privilegio, un breve ejemplo de una carta, escrita en 1628 por Juan y Miguel Fernández de Barrena, vecinos de la villa navarra de Arróniz, y “pressos en las Cárzeles Reales de la çiudad de estella”, alegando cómo “bien que Conforme a las leyes deste Reyno los hijos dalgo no pueden ser pressos por deudas Cibiles y los suplicantes lo están siendo como son hijos dalgo notorios, hijos legítimos, y naturales de Pº Fernández de Barrena y María De ossés difuntos sus padres, Vecinos de la dicha Villa y nietos por la parte paterna de Juan fernández de barrena su Abuelo y Visnietos de Hernando fernández de barrena Vezinos y naturales del Lugar De barbarín en la Valle de santesteuan Los quales dhos. sus padres abuello y Vissabuelo y demás de sus deçendientes an sido, como al pre[sen]te son Los suplicantes, hijos de algo notorios” (AGN, Serie Tribunales Reales, Procesos, ante el escribano Martín Fernández de Mendívil, 1628). Se garantizaba asimismo a los hidalgos un fondo “para alimentos” del que no podía privárseles. 222 “La Caxa de piedra, dentro de la qual sepultan los cuerpos de los nobles” (Diccionario de Autoridades, 1734).
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estamento: el jesuita Juan Cortés Ossorio, en su Constancia de la Fée, y aliento de la Nobleza Española...223; el monje de Sahagún fray Juan Benito Guardiola, autor del Tratado de Nobleza...224; o Tomás de Llano, con su Nobiliario de Casas y Linages...225; algunos tan imaginativos, como Juan Matute de Peñafiel, con su Prosapia de Christo... y origen de los linages del mundo...226, o, por contraste, el solvente don Pedro Salazar de Mendoza y su fundamental Origen de las Dignidades Seglares de Castilla y León...227. Todos ellos, y muchos otros228, tratarán de desvelar a sus contemporáneos las esencias de esta nobleza, referente esencial de la sociedad de su tiempo, y permitiendo que en la actualidad nos acerquemos a su comprensión229.
II.5. Un ideario, en resumen: honra, poder, religión, caballería
¿Qué queda en el siglo XVII de esta mentalidad medieval, que pudiera antojarse arcaica, que sostiene al elemento aristocrático? ¿En qué ocupan sus tareas estos “caballeros famosos”, que dos siglos antes volcaban sus afanes –como nos dice Jorge Manrique- en “los trabajos y aflicciones contra moros”? ¿Ha quedado vacío de contenido, efectivamente, el ideario nobiliario? No tal, en realidad: de hecho, veremos como la influencia, el número y el poder de la nobleza se reactivarían en
223
Cortés Ossorio, J., Constancia de la Fée, y aliento de la Nobleza Española... (Madrid, 1684). Guardiola, J.B., Tratado de Nobleza, y de los Títulos y Ditados que oy día tienen los varones claros y grandes de España... (Madrid, 1591). 225 De Llano, T., Nobiliario de Casas y Linages de España..., (1653). 226 Matute de Peñafiel, J., Prosapia de Christo... y origen de los linages del mundo..., (Baza, 1614), obra no poco controvertida, en la que el autor –rizando el rizo de la hagiografía cortesana- traza las ascendencias míticas de Felipe III y del duque de Lerma, su todopoderoso valido. 227 Salazar de Mendoza, P., Origen de las Dignidades Seglares de Castilla y León..., (Ed. Madrid, 1657). Publicaría además (Toledo, 1620) el Crónico de la Casa de los Ponces de León..., además de la historia de los cardenales Tavera y Mendoza. 228 Acerca de las obras escritas por los tratadistas y memorialistas nobiliarios, y por los genealogistas españoles de los siglos XVI-XVII, es de obligada consulta la obra de Soria Mesa (1997), que transcribe el manuscrito de Salazar y Castro en el que comenta su biblioteca genealógica, anotándolo con sumo detalle. Véase también Franckenau, G.E., Bibliotheca Hispanica Histórico-genealógica-heráldica. Lipsiae, 1724. 229 Unas esencias –y sobre todo, una mentalidad- que ya en el siglo XVIII eran plenamente compartidas por la burguesía urbana, de manera que “la clase media y la nobleza compartían vestimenta, modales y lenguaje” por esas fechas. “Parecía cada vez más posible ser caballero sin haber nacido noble, y quizá sin llegar a serlo” (Dewald, p. 85). 224
110
un último canto del cisne –el reinado del último Austria, Carlos II- hasta la llegada de la nueva dinastía230. El nuevo centralismo borbónico, tras la guerra de Sucesión,
controlaría
las
actividades
y
las
aspiraciones
del
colectivo
manteniéndolo firmemente bajo su autoridad, imitando en ello a Luis XIV, que recortó cuidadosamente las alas de la nobleza gala deseoso de evitar nuevas revueltas aristocráticas como la de la Fronda francesa, un siglo atrás. Esta nobleza española de finales del siglo XVII, que asiste a la descomposición del imperio hispánico mientras malvive o derrocha, endeudándose o hipotecando las rentas de sus mayorazgos, y que es fiel reflejo de la crisis en las que se hallan inmersas la sociedad y el estado231, sigue manteniendo sin embargo firmemente –como hemos visto en los ejemplos anteriormente expuestos- los parámetros en los que se había movido, hasta entonces, su mentalidad: el servicio militar o civil al rey232; la calidad del linaje –mantenida a través de cuidadosas alianzas matrimoniales, de lo que dan fe los expedientes eclesiásticos y las dispensas solicitadas por consanguinidad233-; la limpieza de sangre, siempre defendida y más cuando dicha 230
Vid. Domínguez Ortiz, A., “El ocaso del régimen señorial en la España del siglo XVIII”, Revista internacional de sociología, 10: 39 (1952: jul./sept.) p.139. 231 Vid. Jago, C., “The "Crisis of the Aristocracy" in Seventeenth-Century Castile”. Past & Present, No. 84 (Aug., 1979), pp. 60-90. 232 Aunque, como hemos visto en un punto anterior, no cumpliera a veces por completo con dichos compromisos. No quiere ello decir que esa resignación de sus obligaciones fuera una constante: afirmar esto sería tan falso como mantener a ultranza lo contrario. Sin embargo, no podemos evitar recordar cómo ningún noble sevillano “se meneó”, como afirmaba un cronista con gracejo, para tomar las armas en la jornada catalana de 1642, aunque –recordamos- sí lo hicieran varios individuos del estamento noble en la campaña portuguesa de 1643. Se acusaba “a la caballería y a la nobleza [...] por el abandono de lo que había sido la audacia, la disciplina y las tradiciones [...], por el relajamiento de las costumbres de los nobles, por las extravagancias de su modo de vida, por su arrogancia y vanagloria, por su amor al lujo y su incesante búsqueda de fondos para mantener las grandes y continuas pérdidas” (Vid. Keen, M., Op. Cit, p. 319). Los mismos caballeros de hábito que no acudieron a la llamada regia pagaron al presidente de la Audiencia sevillana, don Juan de Santelices, la cantidad de cincuenta ducados cada uno como penalización por dicha causa, según recoge en su obra el profesor Núñez Roldán (2007). 233 Muchos autores se han pronunciado sobre la cuestión de los matrimonios aristocráticos: según Powis, “el matrimonio era una oportunidad para pensar las cosas minuciosamente y para –con suerte- obtener beneficios. Generación tras generación, la herencia de una familia estaba expuesta a una inevitable erosión conforme cada heredero principal hacía sus provisiones para las hijas e hijos menores. Los arriesgados mundos de la guerra y de la política podían ofrecer algunas fuentes de beneficios y, por lo mismo, de compensación, pero parece que fueron los nobles quienes estimaron que un matrimonio inteligente era la clave principal para resolver el problema” (Vid. Powis, J., La Aristocracia, Siglo XXI Editores, 2007). También otros autores, como Soria Mesa, han analizado con profundidad dichos comportamientos matrimoniales: “El matrimonio venía a ser no tanto el sacramento que consagraba la unión de dos personas, como el eje que conectaba entre sí dos conjuntos familiares de distinta procedencia, uniéndolos por firmes lazos que permitían, en numerosas ocasiones, una eficaz sintonía de intereses”. (Vid. Soria Mesa, 2007).
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limpieza podía no ser, en reiteradas ocasiones, totalmente segura234; la riqueza, expresada en un modo de vida lujoso –evidenciado como ya hemos visto con la posesión de grandes casas, ricos muebles y ropas, caballos o los muy prestigiosos coches235, en una suma de excesos frecuentemente criticados:
Púdreme, sobre todo, hallar tan continua blasfemia en lenguas de quienes apenas pueden ser caballos, cuanto más caballeros [...]. El coche de cuatro caballos, la vistosa librea para muchos criados, el costoso alquiler de la casa, de sus colgaduras y ornato; y a tres meses, sombra todo, todo humo [...]. Tienen creído consiste la nobleza del más antiguo solar en la afectación de su traje, en el lucimiento de sus vestidos; como si estos exteriores no fuesen también propios de sastres, de zapateros, de albañíes. Hablan a lo caballero, con soplos, gestos, papitos y pausas, imitando de los señores los más exquisitos modos de decir y hacer [...]. No se podrán llamar a engaño sus cuerpos cuando se conviertan en polvo, pues gozan sin cesar en la tierra tan grande cantidad de galas, tanta copia de regalos. Corrompíame del todo la sangre ver las calcillas, por otro nombre atacadas, de que se adornan [...]. Lo que llevaba con mayor molestia era el destierro de las calles más públicas, por no encontrar tanto indigno a caballo, tanto pícaro en coche [...]236.
Añadido a esto, se procuraba de manera activa mantener el nivel económico del linaje en las siguientes generaciones gracias a la institución de los mayorazgos; asegurar la defensa de la fe –defendida por el Santo Tribunal, brazo armado de la 234
Baste como ejemplo este texto de Quevedo, en el que ironiza –tan cáusticamente como siempre- sobre la obsesión genealógica de algunos nuevos nobles: “No revuelvas los huesos sepultados,/que hallarás más gusanos que blasones,/en litigios de nuevo examinados:/que de multiplicar informaciones/puedes temer multiplicar quemados,/y con las mismas pruebas Faetones”. Acerca del encubrimiento, necesario para aquellas familias cuyos orígenes no estaban muy claros, Vid. Soria Mesa (2007). igualmente, Rábade Obradó, Mª.P., La invención como necesidad... 235 El coche, concretamente, llegó a convertirse en una obsesión criticada sin cesar en la época (de Los coches, entremés de Luis Quiñones de Benavente (cir 1581-1651): “Aldonza: -¿Coche?; ¡Gran vocablo!/ Antonia: -¡Coche!; ¡Sabroso embuste!/Juana: -¡Dulce hechizo!/Vinoso: -Ardiendo está el primero que los hizo”). Vid. también López Álvarez, A., “Coches, carrozas y sillas de mano en la monarquía de los Austrias entre 1600 y 1700: evolución de la Legislación”, en Hispania, Revista Española de Historia, 2006, vol. LXVI, nº 224, pp. 883-908. También, “El nuevo cortesano barroco: la institucionalización del coche y las licencias para su uso (el caso de Murcia, 1611-1621)”, en Soria Mesa, E., y Bravo Caro, J.J. (Eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, Vol. 4, Cultura, Universidad de Córdoba 2009, pp. 269 y ss. 236 Vid. Suárez de Figueroa, C., Op. Cit.
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Iglesia, del que muchos miembros del estamento forman parte-, mediante la piedad personal o corporativa, expresada mediante símbolos externos o mediante la devoción privada, con preferencia en sus capillas o iglesias –patronatos o capellanías- propias, o en sus oratorios particulares237. En este último supuesto, podemos indicar que, de los treinta y dos primeros fundadores de la Maestranza sevillana o entre sus directos ascendientes, hemos podido localizar un buen número de oratorios abiertos para el culto privado: los Vivero Galindo mantenían uno en su domicilio en 1648; los Federigui otro, en 1650; los Medina, otro más en 1654; don Francisco Fernández Marmolejo, señor de Castilleja de Talhara y abuelo del homónimo fundador de la corporación sevillana, tenía uno en su casa de San Vicente, en 1656; su nieto pidió licencia en 1673 para mantenerlo. Los Córdoba eran propietarios de otro, en 1668; poseían también, en 1674, dos más: uno en sus casas frente a Montesión y otro en Palomares. Los Ponce de León, señores de Castilleja del Campo, tenían otro en su finca de dicha villa en 1672; los Esquivel uno en San Marcos, en 1673; los Araoz poseían otro, abierto al culto en ese mismo año; los Monteser uno, en 1677 (los Tapia otro en 1674, en su casa de la calle de las Armas238) y los Vargas Sotomayor otro, en sus posesiones de Brenes, en 1675239.
Por último, garantizar la buena fama, expuesta a las candilejas de la propia sociedad mediante el muy traído y llevado tema de la honra, convertido de hecho
237
Acerca de los oratorios, Vid. Artacho y Pérez Blázquez, F. de, Op. Cit, 2002: En Sevilla, entre 1603 y 1670 –incluido el último año-, se solicitaron 186 al ordinario eclesiástico. Su dotación, su mantenimiento con dignidad, etc., hacían precisa la riqueza –y eran útiles para justificar en no pocos casos la nobleza- de sus poseedores. Sin embargo fueron no poco criticados, al entenderse no pocas veces que a sus propietarios no les movía “otra cosa sino pereza y aver hecho parte de authoridad y estado el no yr a la yglesia a oír missa con la gente común. Porque, si el amor de Dios los llevara y no la vanidad, refrenaran en sus cassas las offenssas que a Dios se hazen y hizeran tanta uentaja a las otras en seruille quanto les hazen en las riquezas que Dios les dio, por donde auían de selle más agradeçidos” (según el arzobispo de Granada, don Pedro de Castro, recogido en Urquízar Herrera, A., Op. Cit., p. 83). 238 Mencionamos aquí a los Tapia por su más que estrecha relación con los Monteser (y con otros linajes, como los Vargas Sotomayor), como se verá en la segunda parte de este trabajo. 239 En el AGAS, sección Oratorios, podemos hallar dichas referencias: los Vargas Sotomayor en leg. 6º, nº 643; Monteser, leg. 3º, nº 300; Córdoba, leg. 5º, nº 545, leg. 5º, nº 548 y leg. 4º, nº 408; Tapia, leg. 5º, nº 538; Arauz, leg. 5º, nº 522; Esquivel, leg. 6º, nº 644; Ponce de León, leg. 5º, 623; Marmolejo, leg. 2º, nº 129; Medina, leg. 1º, nº 121 y leg. 5º, nº 562; Vivero Galindo, leg. 3º, nº 216; Federigui, leg. 5º, nº 556 (Recogemos las referencias de Artacho, F. de, Op. Cit., 2002).
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en un leitmotiv de la literatura del período240, y en el prestigio que obligaba a la nobleza a dar ejemplo de desprendimiento y de largueza, a lucir en la calle cortejos, galas y arreos, cabalgando “a cauallo e traer armas e [...] uestir seda e paños finos e traer plata e oro en uuestras personas”, como haría en 1598 -al proclamar como rey en Sevilla al nuevo monarca, Felipe III- el marqués de la Algaba, alférez mayor de la ciudad, que se presentaría al público
[...] con el Estandarte Real en la mano, vestidas calzas blancas bordadas, los forros de tela de oro y jubón de lo propio; coleto de ámbar y botas blancas con correas; espuelas y espada doradas, y un capotillo de terciopelo negro con pasamano de oro y plata, forrado de tela de oro y con muy ricos botones; vestidas las mangas izquierda y derecha con una manga de malla; llevando una banda roja atravesándole el cuerpo y un sombrero de terciopelo negro con cordón de oro, plumas blancas y rojas, y un mazo de martinetes negros; así, tan lujosamente vestido, el Marqués montó en su caballo, no menos ricamente enjaezado con gualdrapa de terciopelo negro guarnecida de oro y plata [...].241
Desempeñando por tanto un papel brillante y relevante en ciudades como Sevilla, en donde el estamento acopiaba fortunas y títulos, lo que les impelía a servir de objeto de emulación y de espectáculo al público, que admiraba el valor con el que los próceres locales, emulando a los caballeros de tiempos pasados242 lucían su 240
Tan sólo recordar obras como El Alcalde de Zalamea calderoniano: es el honor vertical el que está relacionado con el estamento al que pertenece el personaje de la obra, mientras que el honor como tal, el que corresponde a todos los hombres por el hecho de serlo, iguala a todos independientemente de la clase social a la que pertenecen. En el honor entra en juego la virtud y la dignidad humana, de la que es parte esencial la propia limpieza de sangre. 241 Vid. Guichot y Parody, J., Historia del Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de Sevilla..., 1897 (ed. Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Sevilla, 1990), tomo II, p. 145. 242 Estos entretenimientos caballerescos, tradicionales entre las prácticas de la nobleza española durante la Edad Media, continuaron teniendo gran aceptación entre los aristócratas de los siglos XVI y XVII. Acerca de estas prácticas, una buena referencia es el estudio realizado por MenéndezPidal de Navascués, F., (Ed.) El libro de la Cofradía de Santiago de Burgos..., Bilbao, 1977. El armorial de la cofradia de Santiago de la Fuente (Burgos), es uno de los pocos armoriales iluminados españoles que ha llegado hasta nuestros días. El autor –los autores, en realidad- de este Armorial son anónimos aunque se supone que su creación es contemporánea al siglo XIII. La sencillez de las representaciones, no exentas de cierta tosquedad en sus perfiles y trazos es común al resto de los armoriales manuscritos europeos, pero eso no quita que estemos ante un armorial de gran belleza heráldica, con finos trazos primorosos en su conjunto y figuras ecuestres de gran elegancia y movimiento con un estilo perfectamente definido. En él se distinguen claramente los nombres y los blasones de los caballeros que formaron parte de la cofradía de Santiago de la
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habilidad a lomos de los nobles brutos, cargando las suertes, alanceando o estoqueando a las reses bravas en los festivales, caballeresca costumbre y ocupación consagrada a posteriori por la creación de las Reales Maestranzas, en una ciudad en la que la nobleza protagonizaba para diversión del vulgo alegres y barrocas
cabalgadas
en
grupo
para
conmemorar
diversos
y
felices
acontecimientos –como la canonización del Santo Rey en 1671243-, tal y como nos narra Torre Farfán:
Alegró la Nobleza de la Ciudad las Calles aquella misma Noche con vn Passeo Publico à Cavallo, con todas las Galas, y Lustre, que ministrò el Deseo, aunque lo estorvasse la Brevedad [...].244
Ya desde 1670, año de la creación de la Maestranza sevillana, la aristocracia de la ciudad sería importante protagonista de relevantes festejos públicos –la propia canonización de San Fernando un año más tarde, o las bodas del rey Carlos II en 1680-, ofreciendo a los sevillanos de todos los estados bellos espectáculos ecuestres y lidia de reses bravas en la plaza de San Francisco, en funciones públicas como las de 1675, 1680 o 1687, emulando aquellas organizadas por la ciudad en épocas anteriores, con motivo de visitas o festejos reales, por la celebración de victorias militares, o como acción de gracias por la concesión de señaladas mercedes religiosas: visitas reales como las de Alfonso XI en 1327, Enrique IV en 1456, Carlos I en 1526, Felipe II en 1570 y Felipe IV en 1624; victorias
Fuente (Burgos) en la Edad Media. Se conserva en un códice que fue propiedad de la citada cofradía, fundada en tiempos de Alfonso XI, llegando hasta tiempos de Felipe IV. Originalmente el códice constaba de noventa y cuatro hojas en pergamino, de las que hoy sólo quedan setenta y tres. En él, junto a las reglas de la agrupación y las listas de cofrades, se hallan los retratos ecuestres de estos, que conforman el armorial propiamente dicho. Además de todos estos detalles que pueden resultar prácticamente de orden técnico, debemos reconocer que la gran belleza de este códice hace de su contemplación un auténtico disfrute: mediante sus expresivas miniaturas, podemos asistir a las alegres cargas a caballo con cañas y bohordos o a los juegos de engarce de sortijas, y ver cómo, arremetiendo de frente a sus contrarios o acometiendo los obstáculos que deberá vencer para salir triunfante, la aristocracia militar halla el sentido de sí misma. 243 La devoción al Santo Rey ha sido siempre muy cara a la nobleza sevillana: el rey conquistador y caballero por excelencia –como recordaba su propio hijo, Alfonso X, en el epitafio que compuso para el sepulcro de su padre- compartía dichos afectos con santos muy vinculados a la profesión caballeresca, como San Jorge o San Hermenegildo. 244 Torre Farfán, F. de la, Fiestas de la S. Iglesia Metropolitana y Patriarcal de Sevilla, al nuevo culto del Señor Rey S. Fernando..., Sevilla, 1671.
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como la de Lepanto, en 1571; y mercedes o fiestas religiosas como la publicación, en 1617, del decreto de Paulo V en favor de la tesis concepcionista o la canonización –ya mencionada- de San Fernando en 1671. El cronista Peraza nos dice cómo
es esta plaça [la de San Francisco] la más prinçipal que ay en toda la cibdad, será de longura de dos tiros de ballesta y de un tiro de naranja de anchor; en ella se fazen las fiestas más principales de Reyes ó Duques o grandes señores que hazen en Sevilla245.
En 1545, con ocasión del nacimiento del príncipe don Carlos, primogénito del que sería Felipe II,
se ordenó que se hiciesen fiestas y regocijos en esta dicha ciudad [...] para el día de la Magdalena, que era el primer día que avía de aver fiesta en la plaza y se avían hecho muchos andamios, espeçialmente el andamio para el Regimiento246.
Siguieron celebrándose funciones en 1620, 1625, 1649, 1651 y 1658 y en años siguientes, aunque como vemos la frecuencia de las repeticiones se va espaciando, debido a la crisis en la que se vio inmersa Sevilla tras la peste del 49. Una vez creada la nueva Maestranza, estos festejos, justas, lidias de toros y juegos de cañas, definidos estos últimos como
Juego ò fiesta de a caballo, que introduxeron en España los Moros, el qual se suele executar por la Nobleza, en ocasiones de alguna celebridad [...]247 245
Peraza, L. de, Historia de la imperial ciudad de Sevilla, Colección clásicos sevillanos, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1997. 246 AMS, Obras Públicas, Varios, 336-341. 247 Entrada del Diccionario de Autoridades, 1726: “Fórmase de diferentes quadrillas, que ordinariamente son ocho, y cada una consta de quatro, seis ù ocho, Caballéros, según la capacidad de la plaza. Caballéros, ván montàdos en sillas de ginéta, y cada quadrilla del colór que le ha tocado por suerte. En el brazo izquierdo llevan los Caballéros una adarga con la divisa y mote que elige la quadrilla, y en el derecho una manga costosamente bordada, la qual se llama Sarracena, y la del brazo izquierdo es ajustada, porque con la adarga no se vé. El juego se executa dividiéndose las ocho quadríllas, quatro de una parte y quatro de otra, y empiezan corriendo paréjas encontradas, y después con las espadas en las manos, divididos la mitad de una parte y la mitad de otra, forman una escaramuza partida, de diferentes lazos y figúras. Fenecida esta, cada
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serían reconocidos como una de las actividades primordiales que celebraría la nueva institución, dando a la joven aristocracia sevillana248 un eficaz marco de encuentro, afiliación y cohesión, facilitándoles la práctica de una actividad tan cara a la mentalidad caballeresca –de hecho, una de sus señas de identidad-, una actividad con la que la nobleza de la ciudad se dedicó
à conseguir eminencia en el principal exercicio de su Polìtica obligación, puesto que la imperiosa deste Arte, propriamente Regio, tiene la más Nobleza sin explendor en las más Ciudades de España, à quienes por la carencia desta habilidad pudiéramos [...] negar el título, y la aureola de Caualleros,
según nos recuerda, en el prólogo a las Reglas de 1683, don Carlos de Aragón; actividad caballeresca que, aun cambiando sus formas externas, no ha perdido vigencia incluso hasta el día de hoy. Así podemos reconocer fácilmente un continuum claro entre la práctica medieval del alanceamiento –que vería sus inicios allá por el siglo XII- y el uso del rejón y de la espada ya en el siglo XVII249: estas técnicas debemos entenderlas como meros elementos formales de un hecho mucho más complejo (en este caso el modo de diversión por excelencia del estamento caballeresco), que nos permitirá identificar modos, fórmulas, códigos y maneras de comportamiento, permitiendo al historiador “introducirse en el
quadrilla se junta aparte, y tomando cañas de la longitud de tres à quatro varas en la mano derecha, unida y cerrada igualmente toda la quadrilla, la que empieza el juégo corre la distancia de la plaza, tirando las cañas al áire y tomando la vuelta al galópe para donde está otra quadrilla apostada, la qual la carga á carréra tendída y tira las cañas á los que ván cargados, los quales se cubren con las adargas, para que golpe de las cañas no les ofenda, y así sucesivamente se ván cargando unas quadrillas à otras, haciendo una agradable vista”. 248 En general, los fundadores de la Maestranza son jóvenes (con algunas excepciones, por supuesto) cuando se produce su creación en 1670, hecho que recalca como positivo León y Manjón, en su obra citada. No deja de ser curioso que esta “virtud” tan conspicua –la de la juventud de los fundadores- recogiera una tradición de corte medieval, en la que el ingreso en la caballería se producía en torno a los dieciocho años (Vid. Keen, M., p. 49), y que recogía una costumbre procedente del mundo germano: según Tácito, “entre los germanos esto [la entrega de las armas] era el equivalente a nuestra toga, la primera distinción pública del joven”. Obviamente, la buena forma física era necesaria para la práctica, con unas mínimas garantías, de un deporte –la tauromaquia a caballo- tan arriesgado. 249 Vid. Campos Cañizares, J., El toreo caballeresco en la época de Felipe IV: Técnicas y significado socio-cultural. Real Maestranza de Caballería, Universidad de Sevilla, Fundación de Estudios Taurinos, Sevilla, 2007.
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estudio de la sociedad en la que se produce este género de acontecimiento” 250, obteniendo una muy valiosa información que, correctamente utilizada, permite contextualizar con mucho más detalle a buena parte de los miembros de esta compleja clase nobiliaria, como bien indica Gibello Bravo (1999)251. Buena parte del bagaje social del caballero está formado, ya en el siglo XVII, por su habilidad en el uso de las armas y su destreza en las habilidades hípicas252, aunque ambas fueran cada vez menos utilizadas en la práctica de las artes de la guerra: practicadas en plazas y tablados, se eludían en los campos de batalla.
II.6. La preceptiva de la caballería en plaza
Para los cavalleros [...] ninguna cosa avía de ser de más contento que el exerciçio y arte militar, por ser su propio offiçio y aver procedido della la verdadera nobleza [...]. Como no ay guerras en España, hanse hecho los cavalleros más ciudadanos de lo que solían ser nuestros passados, cuando por su valor y esfuerço echaron los moros arraygados ya de tantos años en ella [...]. No pretenden agora los cavalleros honrras ni intereses con tanto trabajo, contentándose con una medianía en sus casas, sirviendo a damas y ocupándose de juegos y conversaciones domésticas [...]. Differentemente por cierto se entretenían nuestros passados, exercitándose en la paz en justas y torneos y en otros exerciçios militares. Haziéndose diestros en la guerra, yendo a reynos estraños a provarse en las armas con otros cavalleros253.
Vemos cómo apenas hay solemnidad que se precie –sobre todo en la corte, ya que en Sevilla dicha actividad, como después veremos, se realiza de forma más bien
250
Vid. Campos Cañizares, Op. Cit., p. 43. Gibello Bravo, V.M., “La violencia convertida en espectáculo: las fiestas caballerescas medievales”, en Fiestas, juegos y espectáculos en la España medieval, Actas del VII Curso de Cultura Medieval de Aguilar de Campóo, Palencia, Polifemo, Madrid, 1999. 252 Ya en el siglo XII, Godofredo de Monmouth, en su Historia de los Reyes de Bretaña, nos dice cómo “los caballeros miden sus fuerzas en viriles juegos ecuestres que imitan los combates reales”, haciendo alusión con ello a los torneos artúricos (Monmouth, G. de, Historia de los Reyes de Bretaña, Penguin, 1966, p. 161). 253 Escalante, B. de, Diálogos del arte militar..., Sevilla, 1583, ff. 1r-2v. 251
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esporádica254- que no se vea solemnizada con un juego de cañas, la formación de lucidas cuadrillas y la práctica caballeresca de la lidia de los toros, de lo que dan buena muestra algunos ejemplos conservados en la literatura y en otras artes liberales. La nobleza, por tanto, utilizará dichos espectáculos como un óptimo vehículo propagandístico e ideológico, en que se plasmarán de cara al público y en un ostentoso despliegue de derroche y de valor, las cualidades que debían formalmente adornar de manera ideal al caballero, mostrado aquí como un ejemplo de virtud heroica. Estas cualidades se verán glosadas, con mayor o menor fortuna, por escritores y poetas áulicos integrantes o ajenos al propio estamento, que derrocharían epítetos en sus escritos –desgraciadamente muchos de ellos de un muy dudoso valor- para hacer, más aún si cabe, patente y claro el mensaje que se quería transmitir. Un buen ejemplo lo tenemos en estos fragmentos de la mano del poeta sevillano Carlos de Cepeda y Guzmán, que allá por 1671 exponía, en un lenguaje terrible, culterano y cuasi jeroglífico, el valor y los méritos de algunos de los caballeros fundadores de la Maestranza sevillana:
[...] Un Don Pedro, un Don Miguel, un Don Andrés la componen [la cuadrilla], con el blasón de ser Tellos, ilustres anotaciones [...]. Otra cuadrilla Don Pedro de Guzmán rigió, y hallóse en ella lo memorable vinculadas descripciones. Don Francisco de Pineda y Don Pablo Esquibel orlen con Don Fernando Mendoza de tal héroe las acciones [...].
Estos festejos implicaban incluso, como bien podremos ver, la utilización y el diseño de un complejo ritual protocolario, tanto en el desarrollo del propio 254
Buena parte de estas fiestas las recoge Alenda y Mira, J., Relaciones de solemnidades y fiestas públicas de España, tomo I, Sucesores de Rivadeneyra, Madrid 1903.
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festejo como en sus preliminares y en su final; en sus precedencias y tratamientos; en el uso de diversas prendas y colores; en el número de pajes y criados de a pie que servían y acompañaban a los caballeros; en la riqueza y adorno de estos mismos, además del exorno y la decoración de los tablados y balcones; o incluso en la ubicación, asimismo piramidal por también estamental, de los propios espectadores, recreando –en una plaza pública- la disposición de toda la estructura social del momento, con lo que las fiestas caballerescas se convierten, como vemos, en un fiel reflejo de las formas y las mentalidades de la época; y en un óptimo vehículo para transmitir al público los valores que adornaban a la clase social dominante, siguiendo (aquí de manera práctica) las indicaciones de la tratadística nobiliaria, de la que ya hemos hablado con anterioridad255. Todas las virtudes –y también las reglas y las obligacionesplanteadas sobre el papel, tomarán una forma concreta y espectacular en el uso de los deportes nobiliarios, plasmando así públicamente, de manera palpable y evidente, la práctica de la ya conocida teoría del comportamiento nobiliario expuesta por tantos tratadistas. Tratadistas que también crearán opinión en el propio desarrollo técnico y formal de los festejos, en las formas de la monta y del acoso, en el uso de las suertes y los lances: baste recordar textos tan influyentes como los de los preceptistas Pedro Jacinto Cárdenas y Angulo256, del orden de Alcántara y que dedica al caballero de Santiago don Miguel Baietola, obra editada por el fiscal santiaguista don Gregorio de Tapia; o la obra del propio Tapia, Exercicios de la gineta257; o las anónimas Advertencias para los Cavalleros que salieren à torear..., tal vez atribuible a Nicolás de Menacho258, además de las Advertencias y obligaciones para torear con el rejón..., de Trexo259, el Discurso de la caballería del torear... de Messía de la Cerda260, las Advertencias para torear..., 255
Acerca de las fiestas, celebraciones y fastos de la época, vid. el completísimo trabajo de García Bernal, J.J., El fasto público en la España de los Austrias. Universidad de Sevilla, Secretariado de Publicaciones, 2006. 256 Cárdenas y Angulo, P.J., Advertencias, o precetos del torear con rejón, lanza, espada..., Diego Díaz de la Carrera, Madrid, 1651. 257 Tapia, G. de, Exercicios de la gineta..., Diego Díaz de la Carrera, Madrid, 1643. Acompañan a esta obra una colección de magníficos grabados de Mª Eugenia de Beer. 258 BNM, Mss., R. 31417. 259 Trexo, L. de, en la imprenta de Pedro Tazo, Madrid 1639. 260 Mesía de la Cerda, P., Discurso de la caballería del torear..., Imp. de Salvador Cea, Córdoba, 1653.
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de la mano del señor de la villa de Fuentepelayo don Alonso Gallo 261, las Reglas para torear... de Juan Gaspar Enríquez de Cabrera262 o las Advertencias para lo mismo de don Diego de Contreras Pamo263; a las que podemos sumar las Reglas para torear... de don Juan de Valencia, del orden de Santiago264, las Reglas del torear... de don Gaspar de Bonifaz265 o las Advertencias para torear con el rejón... de Villasante Laso de la Vega266. Estas preceptivas darán un cuerpo teórico, concreto y bien compacto a la práctica de los deportes caballerescos que posteriormente, ya en 1670, tendrán carta de naturaleza en la ciudad hispalense gracias a la creación de su Maestranza: deporte entendido como suma de un
conocimiento, i ciencia, pero no tan dificultosa, que no se reduzca a pocos precetos [...] que sólo tengan de teórico lo que basta para la inteligencia de la prática [...]267
en un toreo basado en la destreza, la habilidad y la inteligencia gracias a las cuales los caballeros podrían burlar sin dificultades a los brutos astados, estoqueándolos, alaceándolos o rejoneándolos con gran lucimiento ante un público enfervorizado, que guardaría en la memoria estas hazañas ecuestres, hazañas cuyo “exercicio [estaba] tan oluidado, y [era] tan de la obligación de los
261
Gallo, A., Advertencias para torear..., en la imprenta de Diego Díaz de la Carrera, Madrid, 1653. Enríquez de Cabrera, J. G., Reglas para torear..., 1652. BNM, Mss., R. 22882. 263 Contreras Pamo, D. de, Advertencias para torear..., BNM, Mss., R. 100252 (2). 264 Valencia, J. de, Reglas para torear y para poderlo errar..., Madrid, 1639. 265 Biblioteca Nacional, Madrid, R. 11693 (nº 27). 266 Villasante Laso de la Vega, J., Advertencias para torear con el rejón..., Imprenta de Antolín, Valladolid 1659. Como podemos ver, la tratadística era en buena medida abundante, con una gran mayoría de obras impresas en Madrid, aunque varias de dichas obras verían la luz en Sevilla, como un anónimo Tratado de la gineta (1668), y en fechas anteriores el Tractado de la cavallería de la gineta de Aguilar (1572, BNM, Mss., R. 13756), la edición de Argote de Molina del Libro de la Montería de Alfonso X (1582), el Tractado de la cauallería de la gineta de Chacón (1551, BNM, Mss., R. 30975 (2), el De la naturaleza del cauallo (1580, BNM, Mss., R. 2348), y los ya mencionados Libro (1599, BNM, Mss., R. 5818) y Nuevos discursos de la gineta de España (1616, BNM, Mss., R. 4977) de Fernández de Andrada, además del Tractado de la cavallería de la gineta y brida..., de Suárez de Peralta (1580, BMN, R. 3818). Curiosamente, podemos hacer notar la relativa abundancia de textos escritos en Sevilla durante el siglo XVI, concretamente desde 1551; en cambio, en el siglo siguiente sólo tres tratados sobre el tema (el de Fernández de Andrada en 1616, el anónimo de 1668 y El espeio del cavallero en ambas sillas..., obra de Antonio L. Ribero de 1671, BNM, R. 12673) verán la luz en las imprentas sevillanas. 267 Cárdenas y Angulo, P.J., Op. Cit. 262
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que tienen buena sangre”268. Por ello, los tratadistas que exponían en sus obras las reglas de la monta y de la lidia defendían
que el torear a caballo sea vna acción en que se muestra, y acredita el brío, y la valentía de vn Cauallero es tan conocida por sí misma, como justamente admirada de todas las naciones269.
Este brío, esta valentía, se verán acompañadas por la posesión –por parte del caballero- de la indispensable presencia de ánimo, la
quietud del ánimo, que llaman grandeza de él, [que] tiene su lugar en lo que es lo más, que viene a ser obrar en el riesgo sin alteración: [tomando] la suerte despacio y con sosiego, así para obrarla con magisterio, como para ostentar que cuanto está más cerca del enemigo, le turba menos270,
habiendo de lidiar al bruto “con suavidad y con alegría sonrisueña [...], con gravedad”271, con el fin de obtener el juicio favorable de sus pares y del público, haciendo gala de las muy alabadas prudencia, modestia y cordura, que junto al ánimo y valor –de los que ya hemos hablado-, habían de formar el carácter del caballero en plaza, acompañado por sus valiosos caballos guzmanes, manriques o valenzuelas272, aderezados y aliñados del modo más vistoso posible, “por ser esto lo primero que mira el pueblo, y lo más que hermosea al cauallo”273. Así, los caballos llevarán ricos aderezos de campo –que sin embargo no estorbaran la comodidad de la lidia-, “caparazón y cabezada de sus dos mucerolas lisas o su 268
Gallo, A., Op. Cit. Trexo, L. de, Op. Cit. 270 Villasante Laso de la Vega, L., Op. Cit. 271 Ibidem. 272 Acerca de la raza y yeguadas españolas en el siglo XVII, es de interés la consulta de la obra de Luis de Bañuelos (1605) Libro de la gineta, i deçendencia de los Cauallos guzmanes, que por otro nombre se llaman balençuelas..., BNM, Mss., 1/33442. El uso de caballos de gran valor en estos juegos viene ya de antiguo: el valor de un caballo podía igualarse, en no pocos casos, a la mitad del salario anual de un oficial, y en ocasiones a su paga completa. Buena parte de los fundadores de la Maestranza sevillana serían criadores de caballos, como don Francisco Marmolejo –que criaba yeguas de vientre-, el I marqués de la Mina –que mantenía una interesante correspondencia sobre dichos temas con el duque de Pastrana-, don Juan Bruno Tello de Guzmán y don Francisco de Vargas Sotomayor, que poseía una numerosa yeguada en Palomares. 273 Trexo, L. de, Op. Cit. 269
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cuerda morisca, muy limpios y por sí bien hechos”, adornándose también muchas veces –pese a críticas de preceptistas y jinetes- con lazos, cintas, borlas, cascabeles y encaladas: costumbres estas que venían de tiempo atrás, como podemos comprobar en los relatos que describen los ricos arneses portados por los caballeros con ocasión de justas y torneos, como el celebrado en Pleurs en 1177, bajo los auspicios del conde de Champaña274. Adornos a los que tampoco eran ajenos los propios caballeros, vistiendo de alegres y concertados colores, con ricas ropas llenas de bordados: el 21 de febrero de 1680 se corrieron por los maestrantes sevillanos diversos juegos de toros y cañas, en los que la cuadrilla de don Francisco Carrillo vistió de anteado, la del marqués de la Mina de pajizo, de blanco y oro la del marqués de Dos Hermanas, de verde la de don Jacinto Sirman, de fuego la de don García Ponce y de caña la del conde de Villanueva. Con ocasión de las fiestas, en 1687, por la llegada a la ciudad del Almirante de Castilla, el poeta Miguélez y Leca glosaría en sus versos cómo
Lo exquisito de las galas, lo rico de las libreas, el número de lacayos, los timbales, las trompetas [...]. Treinta y dos ligeros brutos, que rico adorno enjaeza, con las pendientes adargas lucidos lacayos llevan. La variedad de colores, los bordados, las empresas, los pendientes y encintados, fue florida Primavera275.
274
Vid. Salisbury, J., Op. Cit. Asimismo, vid. Fernández Vales, S.Mª., “Noticias deportivas y sociales en el siglo XVI: ostentación del poder de la nobleza en torneos y justas”. Revista científica de información y comunicación, nº 4, 2007, pp. 212-235. 275 Miguélez y Leca, M., Descripción de la jornada del Excmo. Sor. Almirante de Castilla..., Sevilla, 1687.
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Pero este despliegue no se limitaba a las lides en plaza: El 28 de diciembre de 1682,
fueron a dar las pasquas a nro. hermº m[ay].or como es costumbre de la maestranza por ausencia de los diputados fueron Dn Franco. marmolejo fiscal y Don Diego Domonte y erasso secretario y Dn Fran.co carrillo portero salieron en caballos ensintados de aire y con caballos a la mano para el festejo que después se ejecutó, llebaban los dos picadores y herador también a caballo y remataban los coches de respeto y en esta orden pasearon algunas calles asta benir a cassa del hermano m[ay].or que tenía conbocada p. llamamiento a toda la herm.d y en sus Caballerizas le dio las pasquas Dn. fran.co marmolejo y despues subieron a su casa donde festejó a todos con grande explendides y regalos particulares a los oficiales actuales y pasados y generalmente a toda la maestranza, de su casa bolbio a salir la hermd. en paseo público asta el río donde mudaron caballos y aciendo plaça de los coches de respecto y de los que estaban esperando este acto se corrieron muchas parejas y acabadas bolbieron todos acompañando al hermº m[ay]or. asta su Casa y bolbió en ella a regalar y festejar a todos assí Caualleros del lugar como de la maestranza276.
Los caballeros alegrarían las calles sevillanas con sus cascabeleos y sus corvetas en otras muchas ocasiones y por muy diversos motivos: festejos y carreras, alcancías, manejos y cañas por las calles el 29 de febrero de 1672; el 1 de marzo, martes de carnestolendas; el 23 de junio, noche de San Juan; en la Alameda, el 4 de junio, con “Penachos Borceguíes y cascabeles”; por la celebración de las bodas de Antonio Federigui y Adrián Jácome, el 19 de julio, en la calle del conde de Castellar; etcétera. El 29 de septiembre de 1673 correrían cañas en la plaza de San Francisco: la cuadrilla de don Agustín de Guzmán, hermano mayor, de encarnado y plata, estaba formada por don Francisco de Monteser, don Diego Enríquez y
276
ARMCS, Fragmento de los Libros de Fundación de la Ilma. Maestranza de Sevilla, rescatados de inmemorial pérdida, por el Excmo. Sr. Dn. José Gestoso y Pérez, f. 98r. Gestoso –como indicamos anteriormente- recuperó en 1907 algunos fragmentos de los libros de actas fundacionales de la Maestranza, que figuraban como perdidos desde 1795, entregándolos a León y Manjón. Desde entonces, se conservan en los archivos de la institución.
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don Pedro de Pineda. Otros festejos les seguirían en los años siguientes, como unas cañas públicas el 22 de septiembre de 1687, siendo como a las cinco de la tarde [que] entraron en el sitio del hospital de la sangre a Donde con su balla estaba formada la plaza para esta funçión los Caualleros padrinos el Señor marqs. de la mina y el Señor Dn andrés Tello y después de aver dado una buelta a la plaza se juntaron y fueron a rrequerir sus puestos como es estilo que allandolos preuenidos iço su seña cada uno al suyo y salió corriendo Dn. Adrián Jácome parejas con su compañero y luego se le siguieron todas las demás Cuadrillas asta tomar sus puestos Con aquella Buelta que siempre se egecuta i salio desafiando la quadrilla de Dn Adrián Jácome como la del primer puesto y aunque este por rrazon i establezida costumbre le deue tener y tiene en todas las funçiones Públicas el her.no mayor o el oficial inmediato en el cabildo que celebró nra. her.dad el día 6 de Sep.bre [...].
Cubiertos con ricos sombreros emplumados, ataviados con hermosas capas o capillas bordadas, coletos o jubones de piel, calzas atacadas, medias de seda anudadas con lazos, borceguíes blancos de dos suelas ajustados a las piernas, espuelas ricamente labradas, espinilleras protectoras o gregorianas, inventadas por el preceptista don Gregorio Gallo (del que recibían su nombre), salían a la plaza los caballeros recibiendo todas las miradas, como protagonistas –durante los instantes de la lidia- de los afanes y los deseos colectivos, entrando
[...] en la plaza [...] jinetes sobre muy hermosos caballos y con gran número de criados diversamente vestidos con libreas abigarradas de falsos galones. Los llevan en mayor o menor número, con arreglo al gasto que quieran hacer; uno, llamado Saavedra, tuvo en dicha fiesta cincuenta que llevaban librea verde277.
Se acompañaban igualmente de estaferos o mozos de espuela, “vestidos de tafetán de color, que van al lado de ellos llevando haces de las mismas lanzas [rejones] que son de madera de pino o abeto [...], y de unos cuatro o cinco pies de 277
Recoge este texto Campos Cañizares, J., El toreo caballeresco en la época de Felipe IV: Técnicas y significado socio-cultural. Real Maestranza de Caballería, Universidad de Sevilla, Fundación de Estudios Taurinos, Sevilla, 2007. El Saavedra al que se refiere es el primer marqués del Moscoso.
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largas”278. La salida se realizaba, asimismo, conforme a una rigurosa preceptiva que exponen diversos tratadistas de la época:
[...] podrá el caballero entrar en la plaza derecho en la silla, sin menearla a ningún lado de espacio, la capa encima de los hombros, cuando la guarda hubiese despejado o dado lugar a que se vea la persona y lucimiento de lacayos y demás adorno, que será según la ocasión y la fantasía del dueño [...]. El entrar en la plaça no ha de ser tarde, ni temprano, y nunca ha de ser antes que se recojan las guardias, porque no luce el cavallero, ni el cavallo, ni los lacayos. [El caballero deberá] mesurar el rostro, bajar los párpados de los ojos poniéndolos por encima de las orejas del caballo, sin angustiar la cara, que se puede hacer todo [...]. La gorra, quitarla despacio, y bajándola con sosiego, la apoyará en la liga derecha: esto toca sólo al rey; a las damas, bajar mucho el sombrero, pero no llegar a lo antecedente, porque aunque se debe a las señoras lo que se ve en que hay de lo supremo a lo grande, queda con proporción lo dicho [...]. [Por último], deviendo cumplir con este precepto279 podrá medir la hora a la que quiere entrar en la plaça, que es lo que está en su mano: porque en entrando ya sus acciones no han de ser reguladas a su voluntad, sino por las leyes del exercicio en que se ha empeñado280.
Leyes que permitirían al caballero enfrentarse al astado mediante diversas técnicas y suertes, como la lanzada de frente o de rostro a rostro, al estribo, a la grupa o a las ancas vueltas, en las que incluso, por la velocidad y la violencia de la embestida del toro podía llegar a romperse el asta de la lanza; o bien hermosear el espectáculo con el uso de los lucidos rejones, entrando con su caballo al toro al paso, quebrando el hierro con un complejo juego de la mano y del brazo, dejando el petral del caballo a la voluntad de las astas de su contrincante, de cara a cara; se utilizaba también la suerte del estribo, estrechándose el caballero a los terrenos del toro; también se utilizaba con el rejón la suerte de las ancas vueltas, con las que escasas veces podía quebrarse el propio rejón, o con la suerte de 278
Ibidem. El de continuar toreando mientras hubiera presidencia en plaza. 280 Reelaborado a partir de diversos textos recogidos por Campos Cañizares, Op. Cit., sin duda un extenso y excelente estudio para comprender la dinámica del toreo a caballo durante la época caballeresca. 279
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varilla, en la que se astillaban las cañas de pino seco. Se utilizaban asimismo suertes como las llamadas “a las caderas”, atravesadas, cruzadas y “en movimiento”, lo que puede darnos una clara idea de la complejidad de la lidia, realizada en el centro de la plaza, en los rincones, en los mismos toriles y en los aledaños de los tablados, dándole muerte con la propia lanza o vara larga, con los rejones o con unos rejoncillos conocidos como iáculos, ayudándose incluso, y muy a menudo, de su propia espada, sobre todo al socorrer a otros caballeros caídos, a los peones y lacayos o incluso a los propios guardias.
II.7. El compromiso con una religión triunfante
Pero el caballero no sólo se exhibía en público con ocasión de los festejos taurinos, ya que había más que suficientes ocasiones –paseos, procesiones, desfiles, funciones públicas, visitas- en las que podía dar, con su simple presencia en la calle, fiel testimonio de su condición. Y tal vez aquí nos preguntemos –y no con poca lógica, por otra parte-, ¿qué tiene que ver la simple presencia del caballero en las calles de la ciudad con la práctica de su ideología nobiliaria? Realmente no poco, ya que en dicha presencia el caballero siempre afirma su condición y expone ante el público su representatividad, bien caracterizada a través de un atavío concreto y característico, del uso de las armas de defensa o de paseo281, de la exhibición de ricas joyas o de coloristas veneras que le vinculaban a las prestigiosas órdenes militares; y si el momento lo requería y su salida pública era, por ejemplo, con motivo de algún acontecimiento ciudadano, el caballero 281
Una breve digresión acerca –debido al uso de tales armas de defensa- de los duelos, tan enraizados en la mentalidad aristocrática de la época: el hecho de “limpiar el honor” propio o ajeno, mancillado por una burla, vejación u otro cualquier hecho percibido como ofensivo, era (como es bien sabido) más que frecuente, tirándose de la espada en muchas y repetidas ocasiones. Acerca de los duelos en la España de los Siglos de Oro, vid. Chauchadis, C., “Libro y leyes del duelo en el Siglo de Oro”, Criticón, 39, Toulouse, 1987, pp. 77-113. Buena parte de nuestros fundadores (o de sus directos ascendientes) se vieron envueltos en repetidas ocasiones en tales enfrentamientos: don Rodrigo de Vivero, ya de avanzada edad, protagonizaría uno en 1701; don Lope de Mendoza (padre de don Juan de Mendoza Maté de Luna), que era además alguacil mayor de Sevilla, otro en 1676; en 1636, don Francisco Antonio de Monteser (padre del fundador don Francisco Gaspar de Monteser), huía de Sevilla a Madrid tras verse involucrado en un duelo en la Alameda, saldado con una muerte: él mismo moriría en otro, atravesado por un criado del embajador de Portugal tras una disputa, en 1668.
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podía mostrar a todos –con su ubicación en el cortejo, o gracias al atuendo e insignias que portaba- el puesto relevante que ocupaba en la administración y gobierno de la ciudad, determinado según un riguroso protocolo; o bien su vinculación directa con algún colectivo asimismo prestigioso, como la Inquisición o la Santa Hermandad; o bien su compromiso con la fe triunfante282 desde su participación con una vara, un estandarte o cualesquiera otra insignia, en las multitudinarias procesiones de Semana Santa o del Corpus o en cualquiera de las que, extraordinariamente, se celebraban para impetrar algún favor o agradecer alguna gracia; procesiones en las que, como bien sabemos por diversos testimonios, se codiciaban extremadamente los puestos más relevantes y lucidos283. De esta vinculación de la nobleza sevillana a diversas hermandades y 282
Esta vinculación entre la nobleza, la caballería y la Iglesia provenía de mucho tiempo atrás: autores medievales como Adalberón de Laón consideraban, ya en el siglo XII, la obligación de nobles y caballeros de proteger a la Iglesia y a los pobres: Vid. Laon, A. de, Poème au Roi Roben, París, 1979. De hecho, ya en la Edad Media llegó a formularse un tipo específico de piedad específicamente caballeresca, la Ritterfrömmigkeit, que estructuraba una relación de dependencia entre la Iglesia y la nobleza, a través de una relación de patronazgo (en Keen, M., p. 79). Esta relación entre la nobleza, la caballería y la ideología religiosa podía plantearse asimismo con ocasión de diversos rituales, como la ceremonia de armar caballero, a la que se le concedió un importante simbolismo cristiano. Los túmulos, los monumentos funerarios, los mausoleos, los sitiales de coro decorados con las armas de los caballeros –recordemos las armas de los caballeros del Toisón en la catedral de Barcelona- “daban su última lección, la de que el hombre que nace para la profesión de las armas podía salvar su alma en el desempeño honorable de su profesión; y realmente éste era su deber, no sólo con sus antepasados y descendientes, sino también con Dios” (Vid. Keen, M., p. 246). 283 Como contraste, la conocida anécdota que tuvo lugar en 1671 con ocasión de las fiestas dedicadas a la canonización de San Fernando, y que nos narra en su biografía de don Miguel Mañara el P. Granero: “Las fiestas habían de culminar con una magna procesión el 25 de mayo, a la cual se dio orden que concurriesen ‘todas las religiones y comunidades por retiradas que fuesen’. Naturalmente también la Santa Caridad. El Arzobispo y la Curia organizadora se encontraron ante un conflicto de mayúscula importancia: el conflicto de precedencias [...]. El Ilmo. Spínola [el arzobispo Spínola y Guzmán] trató personalmente del asunto con el Hermano Mayor de la Santa Caridad. Pero el Hermano Mayor zanjó en pocas palabras el asunto, suplicando al prelado concediese a la Hermandad el lugar ‘inferior de toda la procesión y de menos autoridad’, porque así convenía a la humildad que ella profesaba. El arzobispo quedó estupefacto. Fueron necesarias las insistencias conmovidas de Mañara para que, al fin, accediese. Al día siguiente de la entrevista, uno de los capellanes llevó un pliego del Vicario a la Santa Caridad. ‘Reconociendo el buen celo y cristiana humildad de dicho Hermano Mayor y Hermandad y la buena edificación que causarán, en acto tan solemne, personas tan señaladas deponiendo reparos de precedencia, por la presente, gratificando resolución tan pía, condescendemos y permitimos que, por esta vez, en dicha procesión general, vayan en el lugar que piden; que, calificado con tan bien parecida demostración, no será ya el inferior. Y queremos que, no por eso, se entienda quedar en parte alguna defraudado el derecho y acción que a su lugar (que según su antigüedad y posesión de actos repetidos) les toca y tienen y deben tener’ [...]. Hizo época aquella decisión de Mañara y su propuesta de que la Hermandad se alinease inmediatamente detrás de la Tarasca, iniciando el desfile” (Vid. Granero, J.M., Don Miguel Mañara, Leca y Colona y Vicentelo (un caballero sevillano del siglo XVII). Estudio biográfico. Sevilla, 1963).
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cofradías, como las del Rosario de Regina, la Santa Caridad o la Soledad, entonces en el convento del Carmen calzado, tenemos no pocas noticias; y más concretamente aún acerca de la vinculación a algunas de estas corporaciones de muchos de los caballeros fundadores de la que, desde 1670, sería la Maestranza sevillana. Esta tradición de las cofradías caballerescas comienza, probablemente, con la institución de la orden de la Banda en torno a 1330; y se reproduce a lo largo de la geografía europea con la veneración a diversos santos, como San Jorge, en el caso de la que tuvo su asiento en Gerona desde el siglo XIV o en el Franco Condado allá por 1430; o en Alemania, la hermandad del Escudo de San Jorge, allá por 1406. Otras corporaciones veneraban a San Mauricio (orden del Creciente), al Espíritu Santo (orden del Lazo) o a San Juan Bautista (Martinvogel). Trasunto de ellas fue la sevillana de San Hermenegildo, activa aún en el siglo XV y posteriormente desaparecida, que trató de revitalizarse a finales del siglo XVI. Posteriormente nos referiremos a algunas de ellas, estrictamente caballerescas – en cuanto a que su motivo fundamental era la práctica de ejercicios militares en honor a una figura religiosa-, o con otros motivos distintos, tales como la práctica de la beneficencia y la caridad, como será el caso de la catedralicia hermandad de las Doncellas, del hospital de la Misericordia o el de la hermandad de la Santa Caridad, con más de una veintena de maestrantes inscritos en los últimos años del siglo XVII y en los primeros del XVIII en los libros de asiento de esta última. Sin embargo, quizás la corporación que recibiría un mayor número de caballeros procedentes de esta nueva Maestranza sevillana sería la hermandad de la Soledad antedicha, radicada en el convento del Carmen calzado (y hoy, tras la desamortización del recinto en el siglo XIX, en la parroquial de San Lorenzo). Conformados los cuerpos rectores de la cofradía por un importante grupo de ricos burgueses sevillanos y por algunos miembros de la antigua nobleza ciudadana, como bien ha demostrado en fechas recientes Cañizares Japón284, y que serían ennoblecidos –casi corporativamente en lo que se refiere a los ricos burgueses, cargadores a Indias- en los años finales del siglo XVII y en los inicios del XVIII, buena parte de los primeros maestrantes formarían, como decimos,
284
Vid. Cañizares Japón, R., Op. Cit., p. 100.
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entre sus filas: Córdoba, Vivero, Pineda, Tello de Guzmán, Medina o Esquivel – además de los omnipresentes Guzmanes- se integrarían, al igual que ya habían hecho en la Caridad, las Doncellas, la Maestranza o el Rosario de Regina285, entre las filas de la cofradía soleana. Así, don Juan de Esquivel Medina y Barba sería fiscal de la cofradía en 1668; don Fernando de Esquivel y Guzmán sería mayordomo en 1648 y hermano mayor en 1655; don Gaspar de Solís Manrique, abuelo del I marqués de Rianzuela, sería asimismo hermano mayor en 1620; don Alonso Tello de Guzmán lo sería entre 1643 y 1644, y don Juan Bazán y Figueroa – padre del primer secretario de la Maestranza en 1670, don Francisco Bazán y Figueroa- entre 1657 y 1660; los hermanos Córdoba Laso de la Vega entre 1660 y 1662; don Agustín de Guzmán Portocarrero, marqués de la Algaba, entre 1673 y 1674; don Fernando de Solís Pérez de Barradas, entre 1676 y 1677; don Francisco Marmolejo en 1679, al igual que don Antonio Federigui lo sería en 1685-86, o don Pedro Carrillo de Albornoz entre 1687 y 1689. Don Francisco Carrillo de Albornoz sería alcalde de la cofradía entre 1670-1671; don Antonio Federigui accedería al mismo cargo en 1673-74, al igual que don Francisco Marmolejo lo haría en 167879, el I marqués de la Mina y el I marqués de Rianzuela en 1679, don Francisco de Pineda en 1680-82, etcétera, ya que la enumeración de los cargos ocupados en los gobiernos de la hermandad soleana por los primeros miembros de la Maestranza podría hacerse tediosamente reiterativo: baste decir que cinco hermanos mayores de la Maestranza entre 1670 y 1688 (Agustín de Guzmán, Fernando de Solís, Francisco Marmolejo, Pedro de Guzmán Dávalos y Antonio Federigui) también lo serían de la Soledad entre 1673 y 1686. Además de ellos, formarían entre sus filas miembros de los linajes de Araoz, Jácome de Linden (uno de ellos hermano mayor en 1706), Domonte o Villacís, relacionados de manera conspicua con la corporación caballeresca286. Esta cercanía hizo que muchos miembros de estos linajes tuvieran en sus viviendas recordatorios de esta devoción: don Juan Bruno Tello de Guzmán, por ejemplo –y no era el único: también será el caso de don Francisco de Vargas Sotomayor, y de don Rodrigo de Vivero Galindo- tenía entre los cuadros de su casa un “verdadero retrato” de la Virgen de la Soledad, de dos 285 286
Y anteriormente en la Vera Cruz o en la Antigua, Siete Dolores y Compasión. Vid. Cañizares Japón, R., Op. Cit.
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varas de alto. También dicha devoción se evidenciaba a la hora de la muerte: don García de Córdoba Laso de la Vega pediría ser sepultado “en la capilla de Ntrª. Srª. de la Soledad del conu.tº de el Carmen calçado, por ser hermano”, dejando una manda de dos mil misas en su memoria; su viuda, doña Isabel Tello de Guzmán Ribera, pedía poco antes de su fallecimiento ser enterrada
en la capilla de nuestra señora de la soledad A quien tengo particular debozion y cariño y espero de su misericordia A de ser Mi Ynterzesora con su dibina Magestad para que mi alma goze de su ynfinita gloria [...]287.
¿Casualidades? Sin duda, no; las hermandades, en este caso la de la Soledad, se habían convertido en un elemento más del imaginario nobiliario, tan característico como la pertenencia a una orden militar, a un cabildo municipal o a un cuerpo tan esencialmente aristocrático como la propia Maestranza sevillana, y parte integrante por tanto de su propio bagaje ideológico: por esta misma causa figuran aquí, como un elemento más (y no un componente cualquiera), sino como un importante, casi esencial activo formal de la ideología de la nobleza sevillana durante los siglos de oro: como bien ha recordado el profesor Álvarez Santaló, “en todas partes, Dios”288 se hacía presente en la ciudad. De hecho, para formar parte de algunas de las mismas se hacía deseable la condición nobiliaria, o necesaria la limpieza de sangre y de oficios, tal como proclaman las Reglas de la misma hermandad de la Soledad de 1706, reformadas a instancia del I marqués de Tablantes, que era, además, maestrante y regidor de la ciudad:
Primeram.te hordenamos y mandamos que qualquiera que quiera ser hermano nuestro no haia de ser mulato morisco, ni de casta de judíos, sino xristiano viejo de buenas costumbres y fama [...]289
287
Véase el epígrafe Córdoba Laso de la Vega de este trabajo. Vid. Álvarez Santaló, L.C., “Y en todas partes, Dios”, en Núñez Roldán, F., (Dir.), 2007. 289 Regla de la Hermd. de Nra Señora de la Soledad sita en el Conuto. Casa grande de Nra Señora del Carmen de la Antigua obserbansia, legajo 33, sin foliar. Archivo Parroquial de Nuestra Señora de las Nieves, Olivares. 288
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además de exigir a sus cofrades una desahogada situación económica: de hecho estas prácticas restrictivas y endogámicas resultarían contraproducentes, al provocar –tras la crisis de estas instituciones durante el siglo XVIII y los inicios del XIX- su desorganización o su desaparición290, aunque sin embargo –incluso hoy en día- los descendientes de aquellos nobles o prósperos burgueses que formaron en su día en aquellas exclusivas corporaciones continúan perteneciendo a otras que han tomado el lugar de aquellas, tanto de penitencia –la actual hermandad de la Quinta Angustia sería un buen ejemplo- como de otro tipo (por ejemplo, la hermandad del Señor San Onofre), ambas con un mayor o menor grado de apertura hacia otros grupos sociales: hoy tampoco hay nada nuevo, desde luego, bajo el sol.
290
“Solo un siglo después, parte de ese esplendor comenzaría a venirse abajo: la caída de Sevilla como centro del monopolio con las Indias, la hostilidad incluso de las instancias oficiales, abren en el siglo XVIII un periodo de lenta decadencia que tendrá su expresión más clara en la terrible epidemia que ataca a la ciudad en 1800 y en la invasión francesa que la sigue, y que hacen que cofradías antiguas y señeras lleguen a consumar su pérdida, o su desaparición [...]. Toda esta creatividad y riqueza se vería comprometida al trasladarse la Casa de la Contratación a la vecina Cádiz, perdiendo la ciudad su más importante fuente de ingresos y entrando en una dinámica de deterioro y decadencia que afectará también a la celebración y a las propias hermandades y cofradías: en 1768 se prohibiría procesionar de noche, siguiendo a una mentalidad ilustrada que despreciaba tales excesos, y en 1777 se prohibirían antifaces y disciplinantes. En 1783 se promulgaría un decreto general de extinción, que conllevaría –como ya comentábamos- la redacción de nuevas reglas para poder procesionar y seguir existiendo como corporaciones. La desaparición de los propios gremios, la epidemia de fiebre amarilla de 1800 y la francesada de 1808 serían sucesivos golpes de gracia de los que algunas cofradías de las más señeras –Vera-Cruz, refundada sin embargo tras la guerra civil de 1936-39; Santo Crucifijo, o Antigua, Siete Dolores y Compasión- no se recuperarían jamás, desapareciendo o extinguiéndose definitivamente: en algunos casos, sus antiguos titulares desfilan hoy con otras hermandades, como es el caso del Nazareno titular de la Hermandad de la Candelaria.” (Vid. Cartaya Baños, J., Historia de las hermandades de penitencia de Sevilla. Unidad Didáctica realizada para la FERE y el Consejo General de Cofradías de Sevilla, 2006).
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III. “UN DIGNO Y CONUINIENTE PASSAR”: EMPLEOS, OFICIOS, CAPITALES Y RENTAS DE LA ARISTOCRACIA SEVILLANA EN EL SIGLO XVII.
III.1. “La nobleza sin hacienda es cosa muerta”
P
arafraseando y recordando al buen don Bernabé Moreno de Vargas, del que tanto nos hemos servido en el capítulo anterior, hemos de reconocer con él
que “la nobleza sin hazienda es cosa muerta”, y que para poder sustentar dicha condición como se requiere, “no es [necesaria otra] cosa, sino tener riquezas”, antiguas o modernas, qué más da291. Estas afirmaciones del regidor emeritense son, trasladando el elevado lenguaje del tratadista nobiliario al lenguaje cotidiano del refranero, equivalentes al añejo y castizo refrán “No hay Don sin din”, refrán tan claro –y tan musical- que huelgan sobre él mayores aclaraciones. ¿De dónde procede ese “digno y conuiniente passar”, que permite a la nobleza vivir holgadamente –o no tanto-, y que se convierte en el leitmotiv de tantas cartas, reclamaciones, memoriales y lamentaciones escritos por miles de atribulados servidores de la Corona, con el fin de obtener de la administración “una ayuda de costa con la que remediarse”, al estar “tan pobres, que no tienen con qué poderse sustentar”?292 291
Vid. Moreno de Vargas, B., Op. Cit. De hecho, la condición de poseer una economía saneada sería una obligación para los maestrantes ya reflejada en las nuevas Reglas redactadas en 1794: tener recursos suficientes para mantener dignamente caballos y arreos evitaría escenas bochornosas como las producidas en 1734, en que hubo caballeros que ni siquiera pudieron llevar monturas propias, cayendo la corporación en el ridículo público. Por ello, ya no sólo se pediría como condición evidente para formar en las filas de la institución la pertenencia a un claro y noble linaje, sino que asimismo se exigiría estar en posesión de medios suficientes para mantener el estatus social. 292 Esta expresión se repite constantemente en los memoriales enviados por los funcionarios de la administración –de cualquier rango o categoría: desde el gobernador, capitán general o maestre de campo hasta el más modesto escribano-, que solicitan al rey o a los Consejos compensaciones económicas por los servicios prestados. Francisco de Vivero Galindo, gobernador de Cumaná, preocupado por la pobreza en la que se encontraban él mismo y sus soldados, escribía al rey acerca de “la necesidad que Padezen en esta Probinsia los soldados cassados a causa de las muchas criaturas que tienen y de la manera que Va. Magd. lo puede mandar Remediar”, haciéndole ver al monarca que “a más de ser tanta limosna la que les hará, será justissima por ser de los mejores soldados para mar y tierra de quantos he visto”. Asimismo, Vivero escribía al rey también acerca de sus apuros económicos: “Estoy muy gastado, y enpeñada mi hazienda y patrimonio por acudir a buestro real serbizio, que con el sueldo que V. Magd. me haze merzed de mandarme dar no me puedo sustentar en esta tierra, por ser [todas] las cossas muy caras [...]. V.
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Evidentemente, no todos los nobles tienen que recurrir a estas continuas reclamaciones que les permitan “affrontar una descanssada uejez”293, sino que – bien debido a las herencias, al éxito en los negocios, a los rentables matrimonios concertados o a las cuidadosas inversiones realizadas- no pocos de ellos poseen importantes capitales y desahogadas rentas que les permiten vivir conforme a su condición como consumidores de prestigio, y preservar a la vez el grueso del patrimonio para sus descendientes, mediante la fórmula, que ya hemos mencionado, del mayorazgo294. De hecho, hoy se estima que –en contra de lo que afirmaba la historiografía tradicional- la nobleza supo adaptarse al nuevo modelo de capitalismo comercial, diversificando sus inversiones, colocando sus productos agrícolas, invirtiendo en nuevos tipos de negocio y enfrentándose “a un nuevo mundo económico de diversas y decisivas maneras”, adaptándose con éxito a dichos cambios295.
Así, el caballero veinticuatro sevillano don Pedro de Menchaca, viudo de doña Bernardina Marmolejo, que fallecería en 1630296 -pariente cercano de varios de los linajes fundadores o prontamente ingresados en la Maestranza tras su creación, como los Ponce de León/Contador de Baena, Zúñiga o Alcázar, además de los
Magd. me haga merzed de mandarme dar una buena ayuda de costa conque pueda pasar y acudir a mis obligaciones [...], que en ello rrezibiré mucha merzed.” AGI, Santo Domingo, 187, R. 14, N. 73. 293 Esta frase, extraída de la correspondencia de don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, duque de Alba, nos muestra cómo incluso los más altos cargos de la administración reclamaban mercedes a la Corona, en compensación por los gastos suplidos y por el esfuerzo económico que constantemente realizaban. El propio duque reclamaba continuamente al monarca –Felipe IIayudas económicas para liquidar las deudas que contraía a cargo de la Corona, pagando a sus soldados y financiando anticipadamente de su bolsillo campañas militares (Vid. Maltby, W.S., El Gran Duque de Alba, Ed. Atalanta, Madrid, 2007). 294 El mayorazgo, establecido como tal por las leyes de Toro de 1505 –retomando privilegios anteriores otorgados a la nobleza por los reyes Trastámara-, vinculaba al heredero varón mayor de un linaje una serie de bienes (casa solar, fincas y alquerías, objetos de valor, incluso villas enteras y títulos nobiliarios). En ocasiones los mayorazgos podían estar asociados al cumplimiento de determinadas mandas testamentarias y condiciones, como el cambio de los apellidos del beneficiario, etc. El mayorazgo, al igual que otras fundaciones –estas de carácter piadoso, como los patronatos o las capellanías- es una institución económica típica del período; fue abolido mediante la ley de desvinculación de 1820. 295 Dewald, Op. Cit., p. 99. 296 Recoge dichos datos Aguado de los Reyes, J., Riqueza y Sociedad en la Sevilla del siglo XVII, Fundación Fondo de Cultura de Sevilla, Universidad de Sevilla, 1994.
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propios Marmolejo por matrimonio- legaría a sus hijos un capital estimado en casi trece millones de maravedís de plata entre bienes muebles e inmuebles, raíces –como el oficio de la veinticuatría, valorado en algo más de tres millones de maravedís- y agrarios. El coste de su muerte –entierro, apertura del testamento, etcétera- había sido de 1.365.795 maravedís, legando entre sus bienes muebles plata labrada por valor de cerca de 55.000 maravedís297, muebles por valor de más de cuarenta mil (entre los que se encontraban, por ejemplo, un escritorio procedente de Alemania por valor de casi cuatro mil, un escritorio de caoba de pies torneados “con sobremesilla”, por 10.200, una cama de granadillo entera, por valor de 2.992, otra de borne labrada entera por 3.400, etc.), carruajes y caballerías (una litera, un coche de mulas, una silla de mano...) por un valor cercano a los cuarenta mil maravedís, ropa (ropillas, mantos, ferreruelos, jubones...) por cerca de catorce mil, armas (“un adereço de espada y daga antigua”, “otro adereço de espada y daga con tiros leonados”, etcétera) por cerca de cinco mil maravedís, menaje doméstico por 6.407, ropa de la casa por cerca de 150.000, además de una biblioteca por valor de algo más de tres mil quinientos (entre los que se encontraban, además de varios libros de contenido devoto tampoco demasiados, en cualquier caso-, el Guzmán de Alfarache, el Orlando Furioso, la Crónica del Rey don Pedro y la Crónica General de España, además de varias obras del comediógrafo Terencio, etcétera), y obras de arte por un valor tan sólo de 281 maravedís: no parece que a don Pedro por lo que vemos en su inventario de bienes, le entusiasmaran demasiado este tipo de objetos, ya que sólo aparecen catalogados “una pintura de Nuestra Señora dorada, pequeña” por valor de 272 maravedís, y “una imagen pequeña de bulto de San Francisco”, con un valor de sólo 68 maravedís.
III.2. Coleccionistas y entendidos
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Piezas de valor entre las que había “un caracol de las Indias guarnecido de plata sobredorado”, por 3.400 maravedís, “dos candeleros de plata grandes”, por algo más de catorce mil, un jarro de plata por 5.100, etc.
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No sería este el caso de don Nicolás Omazur, comerciante flamenco de sedas natural de Amberes y vecino de la collación de San Isidoro. Formaba parte Omazur del numeroso grupo de flamencos avecindados en Sevilla, un colectivo – al menos, durante su generación- endogámico pero dispuesto a escalar puestos en una sociedad que iba abriéndose paulatinamente al capital que procedía de las provincias flamencas298. En sus contratos y certificados, y en su propio testamento, confirman significados personajes de ese origen como fray Juan Bautista Pluyms, dominico, “Administrador perpetuo de la Casa Pía y Hospitalidad de la Ylustre Nación Flamenca de esta ciudad”, o el capitán don Diego Maestre, hijo del señor Toussaints Meester y doña Magdalena Aernout, que fue cónsul flamenco en Sevilla, “Alguacil Mayor y Perpetuo del Señorío de la Villa de Dos Hermanas”, caballero veinticuatro de la ciudad en la década de los ochenta del siglo XVII e iniciador en Sevilla de una representativa familia, vinculada posteriormente a la propia Maestranza sevillana299. Omazur moriría el 2 de junio de 1698, dejando a su segunda mujer, doña Luisa de Keyser, a sus dos hijas habidas en su segundo matrimonio –Luisa y Josefa- y a sus cinco hijos habidos de su primer matrimonio con doña Isabel Malcampo, de la que había enviudado en 1689 –Nicolás, Pedro, Isabel, Ignacia y María-, una importante fortuna en la que destacaban, a diferencia del legado de don Pedro de Menchaca, las obras de arte. Gracias a dos inventarios, uno realizado en 1690 y otro ocho años más tarde300 sabemos de la extensión y la calidad de su excelente colección pictórica, con unas doscientas treinta piezas: poseyó obras de Alonso Cano, 298
Omazur tuvo la prudencia, para garantizar su estatus ante el Concejo sevillano, de hacer reconocer sus armas y su condición noble ante el Rey de Armas de la nación flamenca, Joseph van den Leene, en 1678. Dicho documento, al igual que el propio testamento de Nicolás Omazur (1699) se encuentran transcritos en las pruebas de caballero para la Real Orden de Carlos III realizadas a nombre de su descendiente, don Ramón de Moscoso (AHN, Estado, Carlos III, Exp. 1037). Siguiendo a Domínguez Ortiz (Vid. Domínguez Ortiz, A., “Monarquía, nobleza y sociedad en la Baja Andalucía durante la Edad Moderna”, en Sevilla en la Edad Moderna: Nobleza y cultura. Ciclo de conferencias, Real Maestranza de Caballería de Sevilla, 1997, p. 45), “los negociantes extranjeros hallaban muchas facilidades para que se les reconociera su auténtica o supuesta nobleza”. 299 Desde 1768, año en que ingresaría en la corporación don Francisco Maestre Tous de Monsalve. 300 Inventario de la colección de pinturas de don Nicolás Omazur, 15 de Enero, 1690. AHPSe, Oficio 16, 1690, libro I, ff. 776-780. Inventario de la colección de pinturas de don Nicolás Omazur, 26 de Junio y 8 de Julio de 1698. AHPSe, Oficio 16, 1698, libro II, ff. 385-93; ambos inventarios se encuentran recogidos en Kinkead, D., “The Picture collection of Don Nicolas Omazur”, Burlington Magazine, February 1986.
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Ribera, Valdés Leal, Camprobín, Pedro de Orrente, Herrera el Joven, Antoon Van Dyck, Teniers, Jan Brueghel, Mattia Preti, Giorgio Bassano, Mario dei Fiori, Abraham Blomaert, dos cuadros provenientes del taller de Rubens (uno de ellos acabado por el pintor), y obras de pintores menores, como Núñez de Villavicencio. Fue propietario de La vieja friendo huevos, de Velázquez (otra obra del mismo autor se contaba en su colección), y a su muerte poseía treinta y un cuadros que había comprado a su amigo Murillo (en vida y en la subasta de sus pinturas realizada a la muerte del artista), al que le unía una gran amistad, hasta el extremo de mandar grabar en Amberes a su fallecimiento en 1682 el conocido autorretrato del pintor realizado entre 1670-72301. La temática de la colección de Omazur era muy variada: gran cantidad de obras religiosas (algo explicable, ya que Omazur disfrutaba del privilegio de tener un oratorio privado en su casa), bodegones y naturalezas muertas, paisajes de escuela flamenca, retratos y obras de temática mitológica y de género, en donde predominaban las escuelas española y flamenca. Añadido a esto, una espléndida biblioteca302 –don Nicolás era un excelente latinista- y varios instrumentos musicales: entre otros, “una vigüela de mano con incrustaçiones de marfil”. Vemos aquí, en suma, el inventario de las posesiones de un intelectual, un coleccionista, un conocedor: pero en absoluto un hombre desvinculado de las realidades y necesidades de su tiempo. Conocido –y muy rico- comerciante, consiguió vincular a parte de su familia con la aristocracia sevillana del momento: su hijo, Nicolás Omazur Malcampo, casó con Clemencia de Zuleta Dávila Ponce de León, hija de Miguel 301
En Angulo Íñiguez, D., Murillo, Editorial Espasa-Calpe, Madrid, 1981, que recoge interesantes datos, algunos de ellos recopilados con anterioridad por Cea Bermúdez. El grabado lo realizará el calcógrafo real Richard Collin, y en él figura un texto latino que reconoce la gran amistad que unía a ambos: “Nicolas Omazurinus Antuerpiensis tanti viri simulacrum in amicitiae symbolon in aes incidi mandavit anno 1682”. El caso de Murillo es singular: retrató al menos a uno de los fundadores de la Maestranza sevillana, don Juan de Saavedra –dicho retrato se conserva aún hoy en Córdoba, en el palacio de Viana-, y probablemente algunos de los retratos de caballeros sin identificar que existen en diversas galerías en Europa o América pueden representar a otros caballeros de la institución, caso del existente en el Metropolitan de Nueva York, un caballero de Alcántara, quizás un Federigui. 302 Acerca de las bibliotecas particulares –a las que nos referiremos repetidas veces en este trabajovid. Méndez Rodríguez, L., “Lecturas y miradas de un humanista: la colección del canónigo Luciano de Negrón”. Archivo Hispalense, Tomo 83, nº 252, 2000, pp. 115-138. También, Bouza Álvarez, F.J., “Cómo leía sus libros Pedro Fajardo, tercer marqués de los Vélez”. En Díaz López, J.P., et alii (Eds.), Casas, Familias y Rentas. La nobleza del Reino de Granada entre los siglos XVXVIII. Editorial Universidad de Granada, 2010, pp. 377 y ss.
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Zuleta de Reales y María Dávila Ponce de León303, y emparentada muy cercanamente con los Córdoba Laso de la Vega, fundadores de la Maestranza; su hija pequeña, habida con Luisa de Keyser, Josefa Estefanía Omazur y Keyser casó con don Gómez de Moscoso y Martel: un nieto de ambos, Ramón de Moscoso, sería nombrado caballero de la orden de Carlos III en 1798. Como vemos por estos matrimonios, los Omazur ya se habían integrado en el núcleo de la aristocracia local304. No era don Nicolás el único coleccionista de obras de arte entre la nobleza y la burguesía sevillanas: pocos testadores podían legar tal volumen –en cantidad y en calidad- de obras artísticas como el próspero Omazur (tal vez uno de los pocos que hubieran podido competir ventajosamente con él fuera el canónigo don Justino de Neve, asimismo mecenas de Murillo –a quien encargó los lienzos de la iglesia de Santa María la Blanca- y promotor del hospital de los Venerables Sacerdotes305). También algunos de nuestros primeros maestrantes poseyeron obras –e incluso colecciones completas- de valor: en el inventario de bienes de don Francisco Marmolejo, realizado a su muerte en 1705, entre un importante número de lienzos, tapices, mobiliario y obras de arte, figuran un Tiziano (un Ecce Homo), y probablemente dos Murillos, incluyendo casi seguramente entre ellos el muy conocido Mujeres en la ventana306. También don Francisco de Vargas Sotomayor heredaría de su abuelo, el veinticuatro don Juan de Vargas, parte de su extraordinaria –en número y calidad- colección pictórica307, y otros fundadores colgaban de sus paredes un respetable número de obras de arte, como don Juan de Saavedra Alvarado o don Rodrigo de Vivero 303
Nicolás Omazur Malcampo casó en 1700, aportando al matrimonio según el acuerdo de dote (22 de enero de 1700, AHPSe, Oficio 16, 1700, libro I, ff. 199-201) la cantidad de 40.000 ducados. Su prometida aportó al mismo otros 12.000. Los Zuleta de Reales –al igual que los Dávila Ponce de León jerezanos- se habían vinculado efectivamente con la Maestranza perteneciendo a la misma desde 1694. Actualmente, los Zuleta de Reales –Grandes de España- ostentan el título de duques de Abrantes. 304 En ese sentido los propios Malcampo (el patronímico flamenco original es Maelcamp) resultaron aún más activos: A través de sucesivos matrimonios con familias tituladas, recibiendo varios títulos nobiliarios y rehabilitando otros, acumularon una impresionante nómina de los mismos, que han terminado sumándose a los poseídos por el ducado de Alburquerque: duques de San Lorenzo de Vallehermoso, marqueses de Casa-Villavicencio y San Rafael, condes de Joló y vizcondes de Mindanao. 305 Emparentado a su vez por el matrimonio de don Juan de Saavedra y doña Francisca de Neve con los Saavedra Alvarado, marqueses del Moscoso. 306 Véase el epígrafe Marmolejo de este trabajo. 307 Véase el epígrafe Vargas Sotomayor de este trabajo.
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Galindo. No obstante, si otros testadores no poseían un número de obras tan excepcional, no quiere decir que prescindieran del prestigio que proporcionaba tener colgadas en sus paredes lienzos firmados por grandes artistas: don Francisco Feijóo de Aguilar308 poseía al contraer matrimonio un cuadro representando a San Juan Bautista de la mano de Tiziano, valorado en 20 escudos; un Buen Pastor y otro San Juan de José Antolínez, en 16 pesos escudos; dos floreros grandes de la mano de Camprobín -8 escudos- y una Lucrecia de Zurbarán, por 4 escudos. Doña Francisca de la Fuente 309 poseía doce cuadros con la Historia de los Siete Infantes de Lara, también de la mano de Zurbarán; don Pedro Joseph Velázquez310 poseía “un lienço pintura de Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción de mano de Murillo”, valorado en 1.600 reales; al igual que el doctor don Jerónimo Jiménez, presbítero311, poseía un cuadro “de San Gerónimo... de la mano de Carreño [de Miranda], pintor que fue de cámara de Su Magestad”. Tal vez no hubiera cantidad, pero sobre la calidad no hay duda alguna: la había, y mucha; hasta el punto que no pocas de estas obras se amayorazgaban, vinculándose definitivamente a un patrimonio inalienable.
III.3. Las bases de la riqueza
¿Y cómo se pagan todos estos bienes de prestigio? Evidentemente, para ello son necesarios capitales y rentas importantes. Esto nos obliga a plantearnos una nueva pregunta: ¿De dónde proviene, concretamente, la riqueza de la aristocracia sevillana? Volvamos al año de 1630, y en él repasemos de nuevo el inventario de los bienes de nuestro veinticuatro don Pedro de Menchaca. Don Pedro –que según recordamos, poseía a su muerte algo más de doce millones y medio de maravedís de plata-, repartía dicho capital entre algo más de cinco millones en bienes muebles (a los que ya nos hemos referido, sumándole a estos cerca de 308
AHPSe, Oficio 7, 1690, libro I. (Algunas de estas referencias han sido obtenidas de Kinkead, D., “Artistic Inventories in Sevilla: 1650-1699”, Boletín de Bellas Artes, 2ª época, nº XVII, Sevilla 1989). 309 AHPSe, Oficio 5, 1690, libro I. 310 AHPSe, Oficio 18, 1690, libro II. 311 AHPSe, Oficio 24, 1690, libro I.
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trescientos mil maravedís en dinero en metálico y algo más de cuatro millones en bienes agrarios: aperos, ganado, dotación de sus fincas), y el monto más importante de su hacienda, cerca de siete millones y medio de maravedís en bienes inmuebles: el valor de su veinticuatría –que ya hemos mencionado, algo más de tres millones de maravedís-, cerca de dos millones trescientos mil invertidos en tierras, 365.289 maravedís en edificaciones realizadas en esas mismas fincas y algo más de un millón en inmuebles urbanos. Vemos aquí como la proporción de los bienes inmuebles es significativamente superior al de los muebles, y cómo dichos bienes constituyen en este caso la base del capital productivo familiar: sin duda, el veinticuatro Menchaca –además de realizar transacciones económicas con relativa frecuencia y de importancia, lo que nos indica el elevado monto de su capital en efectivo-, vivía básicamente de las rentas que percibía por sus propiedades agrícolas, un rasgo bastante habitual en este colectivo312, aunque tal vez sea aquí don Pedro más una excepción que un ejemplo, ya que el valor más significativo dentro de los bienes inmuebles –dentro del reparto de los capitales entre conceptos diversos- que poseían los miembros de los estamentos más privilegiados en la Sevilla del XVII (los mercaderes y la nobleza, además del clero) era, sin lugar a dudas, la deuda en cualquiera de sus formas, que llegaba a totalizar –según el estudio de Aguado de los Reyes- el 57,6% del activo. Esto nos muestra cómo las cuantías más importantes de los capitales familiares eran las partidas compuestas por deudas o empréstitos, en una proporción “apabullante”, viviéndose “del interés o de la renta en cifras sorprendentes”313. Esta deuda a cobrar –generalmente impuesto el capital a largo plazo- se repartía, fundamentalmente, en diversas deudas “a favor” –un 41% del total-, deudas que según podemos ver por los protocolos conservados contraía todo el mundo, prestando dinero y recibiéndolo con auténtica fruición, no importando su condición social o económica: campesinos, labradores, artesanos, mercaderes, sacerdotes, clérigos, nobles e instituciones prestaban y solicitaban 312
Según el muy detallado estudio de Aguado de los Reyes (1994), la media de los capitales estudiados se repartía entre el valor de los bienes muebles (47,8%) y el de los inmuebles (52,2%). Entre los bienes inmuebles se incluyen las diversas formas de deuda, un tipo de inversión muy habitual entre las clases altas de Sevilla, como ahora veremos. 313 Vid. Aguado de los Reyes, Op. Cit.
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dinero con una regularidad realmente constante314, “por hacer buen servicio”, fijando los plazos de pago en fechas regulares, como el día de Santiago o la Navidad. Además de estas deudas, contraídas para la compra en general de diversos bienes muebles, o por ajustar el pago de otros de modo fraccionado, son los juros de deuda pública315 –en una proporción del 31%- , y los censos316 y tributos en una proporción del 28%. Estos juros de renta eran objetivo primordial de destacados comerciantes –algunos de ellos vinculados a la aristocracia localasimilados a la nobleza de la ciudad, de la que sus propios descendientes formarían parte: Tomás Mañara, Martín de Tirapu, el alcalde mayor de Sevilla Juan de la Fuente Almonte, el veinticuatro Juan Cerón, Juan y Miguel de Neve, Antonio María Bucareli, Francisco de Contreras Chaves, Antonio Montero de Espinosa, Lope de Olloqui, Juan de Munive o el caballero de Santiago, don Rodrigo de Vadillo317, adquirirían dichos juros, fundando algunos de ellos mayorazgos sobre los mismos, como hizo en 1649 Juan de la Fuente Almonte, asimismo caballero de Santiago, esposo de doña María de Verástegui: vincularon
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Baste un ejemplo: el presbítero trianero don Matías de Soto Sánchez, en sólo un año, había llegado a firmar en la escribanía trianera de Zúñiga (Oficio 23) más de treinta escrituras de préstamo, con cuantías variables. Don Matías –que no tenía personalmente mayor vinculación con el mundo mercantil o de los negocios, aunque sí lo tendría su familia con la nueva aristocracia titulada- formaba parte del clero secular que atendía la parroquia de Santa Ana. 315 Los juros de deuda pública se pagaban, desde el decreto de 14 de noviembre de 1560, a unos intereses comprendidos entre el 5 y el 7,1%. Los juros –de tres tipos: vitalicios, perpetuos y “al quitar”- comenzaron a funcionar financiando a la Corona ya en el siglo XIII, aunque tomarían su forma (de compromiso formal de pago frente a un valor numerario, más un interés, a un plazo determinado) en el siglo XIV. (Vid. Artola, M., La Hacienda del Antiguo Régimen, Alianza Editorial, Madrid, 1982). Durante el gobierno del conde duque llegó a retenerse un 50% del valor de la renta de los juros por parte del Estado, para reponerse de las pérdidas que las guerras continuadas habían generado en la hacienda. Esta deuda pública formó en buena parte la base de los capitales de los sevillanos más acomodados entre los siglos XVI y XVII, a veces sin mayor remedio, ya que se compensaba con juros el secuestro de capitales particulares llegados de Indias, utilizados por la Corona para mantener su política exterior: el emperador Carlos llevó a cabo ocho secuestros por valor de 3.5 millones de ducados; Felipe II secuestraría otras ocho remesas por valor de 5.8 millones de ducados. Un ejemplo: el cargador Ruy Díaz de Segura padeció dichas prácticas en 1523, recibiendo juros de deuda pública que cobraría posteriormente, cuando se tomaron mercancías y oro de cinco naos venidas de Indias para financiar “el exército de Fuenterrauía” (AGI, Indiferente, 1961, L.3, f.24v-26). 316 Es el derecho real que grava a un inmueble para garantizar el pago de los cánones o réditos que debe efectuar el dueño de aquél en razón de haber reconocido a otra persona un capital a perpetuidad, o por tiempo indefinido y correspondiente a los réditos y que da derecho al censualista para perseguir la finca acensuada cuando el censuario no paga los cánones vencidos. 317 Los aragoneses Vadillo se instalaron en Sevilla en los últimos años del siglo XV. El primer miembro de la familia avecindado en la ciudad, mosén Diego de Vadillo, era pariente lejano de Fernando el Católico.
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a dicho mayorazgo, fundado en favor de su hija doña Feliciana –además de las casas donde moraban en el barrio de San Vicente-, varios juros sobre rentas del almojarifazgo sevillano, alcabalas y algunos derechos sobre la Casa de la Moneda318: el texto del instrumento notarial dice cómo
hicieron e instituyeron de ciertos sus bienes vínculo y mayorazgo en cabeza de la señora doña Feliciana Domonte y Verástegui, su hija única, mujer que al presente es del señor Garcilaso de la Vega, caballero de la Orden de Santiago [...]. En la primera parte que se ha de componer de las casas principales donde al presente vive el señor Juan de la Fuente Almonte que son en esta ciudad en frente en la iglesia del Señor San Vicente con todo lo que le pertenece que su valor es veinte mil ducados de plata, los catorce mil de su primero costo y los seis mil que se ha gastado en obras que de nuevo se han hecho319. Item de doscientas y seis mil doscientos y cincuenta maravedíes de renta en un juro situado a veinte el millar en el Almojarifazgo mayor de esta ciudad a finca de quince cuentos, en cabeza del dicho señor Juan de la Fuente Almonte. Su data en diez y siete de junio del año de seiscientos y veinte y cuatro. Item un juro de doscientos y nueve mil trescientos y setenta y cinco maravedíes de renta sobre las alcabalas de esta ciudad por privilegio, en cabeza de la señora doña María de Verástegui. Su data en tres de marzo de seiscientos cuarenta, a finca de quince hasta cuarenta cuentos. Item de un juro de doscientas y treinta y cuatro mil ochocientas sesenta y cinco maravedíes de renta a razón de veinte el millar, situado sobre los millones de esta ciudad en la segunda situación de los doscientos mil ducados por privilegio, en cabeza del dicho señor Juan de la Fuente Almonte, en veinte y dos de mayo de seiscientos y treinta [...].
Los fundadores de la corporación sevillana serán también importantes propietarios de juros: don Francisco de Vargas Sotomayor los poseía de los estados de la Algaba, igual que don Francisco de Vivero recibía rentas de los estados de Villanueva del Río; don Bartolomé de Toledo, marqués de Gelo, las percibía de los estados del duque de Arcos, y don Lorenzo Dávila de los del duque 318
Referencias en Vila Vilar, E., (1991 y 2003). Esta casa, como veremos, sería en su día propiedad de don Gaspar de Monteser, abuelo del fundador de la Maestranza, don Francisco Gaspar de Monteser. 319
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de Medina Sidonia; don Andrés Tello de Guzmán, de las salinas de Andalucía; y lo mismo venía a suceder, en general, con el resto. Aunque no sólo los juros, sino también el arrendamiento del cobro de impuestos suponía unos saneados ingresos para estos aristócratas sevillanos, entre los que se encontraban algunos fundadores de la Maestranza sevillana como don Lorenzo Dávila y Medina, primer conde de Valhermoso, cuyo abuelo Luis de Medina Orozco había comprado en 1635 la alcabala de la villa de Salteras320. El I marqués de Tablantes, don Adrián Jácome de Linden, renunciaba a sus derechos sobre las alcabalas de Alcalá del Río cediéndolos al monarca en 1695, con el fin de liquidar el precio de su título321. También los Medina Cabañas eran propietarios de la alcabala de Pilas, que Fernando Díaz de Medina amayorazgaba en cabeza de su nieto en 1599322, y don Juan Ponce de León poseía, por herencia de don García de Baena, las tercias reales de la villa de Álora, que Baena había adquirido a Felipe II en 1577 323, etcétera. En una situación similar se encontraban los dos Guzmanes de la Algaba y don Francisco Marmolejo, que también disfrutaban de rentas provenientes de las exacciones impositivas324. Podemos concluir, por tanto, haciendo nuestra la afirmación de Aguado: “la Sevilla del diecisiete [...] vivía del préstamo, se prestaba a corto y largo plazo, a perpetuidad; todos prestaban con mayor o menor intensidad”325. Sin embargo, como hemos visto, no sólo la deuda compone el activo: también los bienes raíces –el inmovilizado- son relevantes, importando un 18,2% de la media de los activos totales, y repartido entre el 6,7% correspondiente a los bienes rústicos (tierras, caseríos), el 8,4% correspondiente a las “cassas prinçipales”, “cassas de su morada”, y otros bienes inmuebles vividos o alquilados a terceros. Por último, los oficios públicos, enajenables y por ello con un importante valor económico –como ya hemos visto en los primeros epígrafes de
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AHN, Consejos, 11.553, Exp. 41 (923), Real Provisión de Felipe IV a favor de Luis de Medina. Véase el epígrafe Jácome de Linden de este trabajo. 322 Véase el epígrafe Medina Cabañas de este trabajo. 323 Véase el epígrafe Ponce de León de este trabajo. 324 Saltillo, Marqués del, Historia Nobiliaria Española…, tomo I, p. 204; tomo II, p. 206. 325 Podríamos incluir aquí las conocidas inversiones a riesgo, basadas en el regreso de los navíos a puerto sin incidencias: de hecho, “si se considera su participación [la de la nobleza] en los aspectos crediticio y financiero, a través de escrituras de riesgo y de seguros marítimos, su importancia se hace decisiva en la primera mitad del siglo XVI” (Vid. Céspedes del Castillo, G., Op. Cit., 1997, p. 25). 321
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este capítulo, o como hemos comprobado en el caso de don Pedro de Menchaca-, que suponían un porcentaje comparativamente pequeño, al disfrutar de ellos una pequeña minoría: tan sólo un 3% de dicho porcentaje global. Evidentemente, aunque estas costumbres inversoras solían ser constantes, hay que reconocer variaciones y fluctuaciones según los diversos períodos: la inversión en deuda se mantuvo constante a lo largo del siglo, con apenas cambios durante el mismo; en cambio, la proporción bienes inmuebles/bienes muebles sí varió: en el primer cuarto (1600-1625), esta era de un 21,1% y un 21,8% respectivamente sobre el capital total; en el segundo y tercero, en cambio, la relación había cambiado (un 15,1% y un 27,4% respectivamente). En cualquier caso, los inventarios de bienes confirman la voluntad de inversión en bienes productivos, aunque los bienes de consumo y de prestigio –de los que anteriormente hemos ofrecido diversos ejemplos- formaban también parte relevante de las propiedades de los miembros del estamento nobiliario, siempre deseosos de mantener, mostrándolo al exterior, su estatus y riqueza. Hay, sin embargo, muchos niveles dentro de dicha riqueza: desde el gran capital atesorado por don Rodrigo de Vadillo, del orden de Santiago y alcalde mayor de Sevilla –al que veremos aparecer en la segunda parte de este trabajo relacionándose en diversos negocios con algunos de sus contemporáneos que figurarán en la prosopografía-, viudo de doña Gregoria de Legarda, que dejó tras su muerte en 1638 un capital de cerca de ochenta millones de maravedís, hasta el exiguo patrimonio dejado en 1614 por el simple hidalgo don Francisco Villalobos, casado con doña Valentina Alonso, que dejó un capital que no llegaba a los 210.000 maravedís y que estaba comprometido por las deudas en casi sus tres cuartas partes326.
¿Y qué ocurre con la tierra, uno de los bienes tradicionalmente adscritos a propietarios pertenecientes al estamento nobiliario? La tierra “cumplía a la vez una labor simbólica y práctica [...]. Tenía una solidez de la que carecían otras 326
Las referencias, de Aguado (1994). “Los patrimonios nobiliarios se componen principalmente de bienes inmuebles, con poco dinero en efectivo; de ahí que la limitada participación de la nobleza en el comercio [durante el siglo XVI] se debiera a escasez de capital de inversión, no sólo a prejuicios respecto a actividades mercantiles impropias del noble”. (Vid. Céspedes del Castillo, G., Op. Cit., 1997, p. 27).
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formas de riqueza. Parecía vincular a la nobleza con el pasado de su nación de forma permanente y, al igual que la genealogía, otorgaba estabilidad a su identidad como grupo social”327. La tierra, sin embargo, había dejado de ser una actividad económica fundamental para muchos de estos nuevos nobles, que hacían su fortuna en el comercio: servía, simplemente, como base de un prestigioso señorío y los ingresos realmente importantes venían de otra parte, aunque entre nuestros primeros maestrantes es una constante la posesión (o el arrendamiento vitalicio) de diversas fincas, haciendas y cortijos, algunos de gran valor328. Evidentemente, diversos linajes sevillanos serán –al igual que importantes inversores en juros- grandes latifundistas, poseyendo el señorío de villas enteras, como hemos visto ya en el caso de los Céspedes; pero no serán los únicos. Varias veces hemos traído a estas páginas el caso de Juan Antonio Corzo Vicentelo, uno de los más importantes grosarios del siglo XVI. Sus herederos se beneficiarían del mayorazgo que instituyó –con su mujer doña Brígida Corzo- en 1581, sobre las villas de Cantillana, Brenes y Villaverde329, elevada la primera al rango de condado por Felipe III en 1612, como ya hemos mencionado. Este ejemplo –uno más- puede servirnos eficazmente para comprender el funcionamiento del mayorazgo hereditario, y los derechos que confería a los herederos de los fundadores del mismo. En este documento, el escribano Juan de Velasco da fe de los bienes del mayorazgo de don Juan Antonio Vicentelo, que este instituyó ante otro escribano público sevillano, Benito Luis, a 6 de febrero de dicho año:
327
Dewald, p. 104. Es de gran interés la lectura y descripción pormenorizada de las diversas fincas amayorazgadas por los Medina a finales del siglo XVI en Pilas (véase el epígrafe Medina Cabañas de este trabajo). En otros epígrafes de la prosopografía ofreceremos numerosos detalles acerca de la estructura, aprovechamiento y valoración de dichas propiedades agrícolas de los fundadores de la Maestranza. En cuanto a los arrendamientos, veremos más adelante cómo -por ejemplo- don Francisco Gaspar de Monteser tendría arrendado al cabildo catedral sevillano la finca del Helillo o del Galillo, en Salteras, que explotaba pagando un canon vitalicio. Monteser tenía también dos ingenios de azúcar en Nerja y Torrox, que heredaba de los Tapia. El segundo marqués de Castilleja del Campo, propietario de la gran explotación del Torviscal en Utrera, que vivía retirado en sus propiedades de Constantina, la arrendaba anualmente para su explotación –y a un crecido precioal marqués de Vallehermoso. 329 Adquiridas el 26 de abril de 1577. 328
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Primera de las dichas nuestras villas de Cantillana, Brenes y Villaverde, con todos sus vasallos, términos y jurisdicción civil y criminal alta baja mero mixto, imperio y con todos los bienes, títulos y fortalezas, hechos y derechos, posesiones y las demás cosas a ellas y a cada una dellas anejas y pertenecientes y con las rentas de las barcas y preheminencias que nos pertenece para las tener y poseer, nos y nuestros sucesores e no otra persona ni personas algunas. Perpetuamente o según y como los ovimos e compramos de su majestad que nos fue dada o despachada carta de venta en forma, escrita en papel, y formada de su real mano e refrendada de Pedro Escobedo su secretario y librada de alguna de su Real Consejo de Hacienda e contaduría [...], en la cual está inclusa e incorporada la posesión que se dio a mi el dicho J. Antonio de las dichas villas, e los demás autos que sobre ello pasaron y con todo lo demás que en las dichas villas y sus términos comparemos y acrecentaremos hasta el día de nuestro fallecimiento de cada uno de nos [...]330.
Este instrumento permite vincular, como vemos, la posesión de tres villas completas, con sus almas y riquezas con el fin de garantizar en el futuro la continuación de la preeminencia del linaje: preeminencia que, como ya hemos comentado, se vería comprometida por la ruina y la bancarrota que llegó a declarar su único hijo varón, que hipotecaría las rentas de su mayorazgo en 1595: él mismo moriría cuatro años más tarde, aunque su hijo don Juan Vicentelo y Toledo, primer conde de Cantillana, consolidaría la influencia del linaje para años futuros. Como bien podemos imaginar, buena parte de los primeros maestrantes sevillanos eran propietarios de diversos mayorazgos: de hecho, la alienación de algunos de los mismos –en el caso, por ejemplo, de don Juan de Saavedra Alvarado, primer marqués del Moscoso- les permitiría disponer del necesario numerario para poder pagar sus nuevos títulos nobiliarios331. Don Juan de Esquivel Medina y Barba era propietario de tres mayorazgos en 1681: mil seiscientas fanegas en Burguillos compuestas por huertas y cultivos de secano, 330
AAPS, leg. 142 (Recogido en Vila Vilar, 1991). Don Juan de Saavedra vendería una dehesa, la del Juncal Perruno, en Aznalcázar (que provenía del mayorazgo de los Neve) para poder afrontar el pago de la concesión del título de marqués del Moscoso. Como bien indica Dewald (p. 123) “La tierra solía subastarse en grandes lotes, por lo que solo los ricos tenían recursos para pujar [...] estas familias se incorporaron rápidamente a la antigua nobleza y pasado un tiempo fueron totalmente aceptadas en ella”. 331
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incluyendo el mayorazgo de Juliana, además de otras cuatrocientas –para trigo y dehesa- en Bollullos; los cortijos de Campellar y Campellar Mayor en Cazalla de la Sierra, con viñedos, molinos de trigo y de aceite, bodegas, huertas, colmenas, montes para la caza y arboledas de castaños332. También Lorenzo Dávila y Medina, cuyo linaje también titulaba por primera vez con el condado de Valhermoso, poseería otro mayorazgo en Salteras333. Los dos Guzmanes, don Pedro Andrés y don Agustín; el primer marqués de la Mina, Pedro José de Guzmán Dávalos; el primer marqués de Tablantes, don Adrián Jácome; el primer marqués de Gelo, don Bartolomé de Toledo; el primer marqués de Rianzuela, don Fernando de Solís, y otros fundadores de la corporación como don Francisco Marmolejo, don Juan de Córdoba Laso de la Vega, don Francisco de Vargas Sotomayor, don Francisco Marmolejo o don Francisco Carrillo de Albornoz (este último obtendría igualmente el condado de Montemar), etcétera, serían importantes propietarios de tierras334. En cualquier caso, no solo la tierra o la deuda, sino también los edificios en propiedad, las viviendas familiares, las casas o solares arrendados o cedidos por censo podían vincularse al mayorazgo, como hemos visto en el caso, por ejemplo, del fundado por Juan de la Fuente Almonte; en este aspecto, los Vargas Sotomayor serán un ejemplo de importantes propietarios inmobiliarios, con un gran número de casas, locales y corrales de vecinos esparcidos por las collaciones de Santiago el Viejo y de San Roque335; el II marqués de Castilleja del Campo, don Juan Ponce de León, poseía más de treinta inmuebles en la ciudad de Málaga, y otros varios en Sevilla y Constantina 336. Las tierras, sin embargo, poseen un mayor significado simbólico que otros bienes: son 332
AHN, Consejos, 9891, Exp. 2. Recogido también parcialmente en Liehr, R., Op. Cit., p. 162. AHUS, Est. 109, nº 155, tratado 3: Comp. Juan Joseph de Padilla y Velázquez, Por Soror María de San Jacinto, religiosa professa en el conuento de Santa María de Gracia desta ciudad, con Doña Ana Tello de Guzmán y Medina, viuda del Conde de Valhermoso, Don Lorenzo Dávila y Medina, tutora y curadora de los menores sus hijos, y entre ellos de Don Joseph Dávila, Conde actual, sobre la succession del vinculo, que del tercio, y quinto de sus bienes fundaron el veintiquatro Luis de Medina Orozco, y Doña Isabel de Sandier, su mujer, como vacante, por fin, y muerte de Doña María Rodríguez de Medina… 334 Lorenzo Dávila y Medina poseería el señorío de la Pozuela (AMS, Papeles del Conde del Águila, t. 61, nº 11); los Federigui, Paterna del Campo; el marqués de la Mina fue señor de buena parte de Salteras; Fernando de Solís Barradas, de Rianzuela, en Bollullos de la Mitación; Bartolomé de Toledo, de Gelo y de Bolaños, villa esta última en León; etcétera (Vid. Liehr, Op. Cit, pp. 165-167). Véase también la prosopografía posterior. 335 Véase el epígrafe Vargas Sotomayor de este trabajo. 336 Véase el epígrafe Ponce de León del mismo. 333
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la base del señorío o del título, y muchas veces a ellas está unido el subconsciente del propio estamento: en ella radican el “sentimiento, los recuerdos, el orgullo y la ambición [...], el espíritu de familia [...]. El noble está arraigado en un lugar [...]. Hay sentimiento familiar, un sentido de continuidad con los muertos y con los que están por nacer”337, aunque se hubieran adquirido recientemente o fuera inevitable, finalmente, su venta. Las tierras serían también, en algunos casos, las causantes de que sus dueños buscaran nuevos “mercados para los productos de sus haciendas [...] ante una demanda variable y nuevas condiciones de producción”338, acoplándose a las nuevas reglas del capitalismo mercantil en boga, aunque habitualmente desdeñaban llevar directamente el seguimiento de la producción, dejado en manos de administradores: aunque habría excepciones a esta habitual costumbre, sin embargo339.
III. 4. Oficios y beneficios. La compra de los títulos nobiliarios
También los cargos públicos, los oficios en el Cabildo, de gran valor representativo, podían llegar a vincularse. Eso hizo el 6 de diciembre de 1647 el cargador de Indias don Tomás Mañara: él mismo y su mujer, doña Gerónima Anfriano Vicentelo –parientes cercanos, por tanto, del Corzo- instituyeron en esa fecha mayorazgo en favor de su hijo Miguel, caballero de Calatrava, en el que vinculaban al mismo
el offiçio de provinçial juez executor de la Santa Hermandad desta dicha çiudad de Sevilla y su tierra y provinçia y la alcaldía maior della despachado en toda forma firmado de la real mano de su magestad y refrendado de Don Sevasttián Anttonio de Contreras y Mitartte su secrettario su datta en Madrid en quinze días del mes de abril del año de mill y seiscientos y treinta y siette340.
337
Vid. Dewald, J., Op. Cit., pp. 34 y 36. Ibidem, p. 127. 339 Por ejemplo, hay constancia documental de que don Fernando de Medina Cabañas y don García de Quirós administraron en buena medida sus respectivas propiedades ellos mismos. 340 AHPSe, Oficio 24, libro 3 (1647). Recogido en Vila Vilar, E. (1991). 338
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Este oficio lo había adquirido en remate público a cuenta de Mañara don Lope de Mendoza Ponce de León, y había formado parte de los bienes de don Antonio Petruche, su suegro341: en 1647, se valoraba el mismo “en más de treintta mil ducados”. Para hacernos una idea del valor comparativo del mismo oficio, el precio en el que se tasaba la casa familiar de los Mañara –el magnífico palacio del barrio de San Bartolomé-, adscrita al mayorazgo, era de “treçe mill ducados de plata doble que se pagaron por ella [...] más de otros veintte mill ducados de vellón” que Mañara gastaría en su rehabilitación. Como vemos la compra de oficios era una constante, esperando los compradores una lógica rentabilidad por su inversión: en 1689, don Juan Bautista Federigui –a cargo de una escuadra de galeones- había tenido que prestar a la hacienda real cien mil pesos para poder aprestar su propia escuadra342. El maestre de campo y capitán de la compañía de la ciudad de Sevilla, y primer fiscal de la Maestranza sevillana, don Francisco Carrillo de Albornoz, que había sido provisto del cargo de gobernador de Cartagena de Indias como sustituto de don Diego de los Ríos, entregaba a las arcas reales 18.000 pesos por su título de gobernador343. Al no poder hacerse
341
Véase el epígrafe Mendoza Maté de Luna de este trabajo. AGI, Indiferente, 2585. Acerca de la compra de oficios, vid. Andújar Castillo, F., “Los contratos de venta de empleos en la España del Antiguo Régimen”, 2011, en prensa. Agradecemos al profesor Andújar Castillo habernos proporcionado para su consulta este trabajo, aún no publicado, que supone una interesante contribución acerca de los oficios beneficiados (“vendidos en cualquier manera”: AGS, Consejo y Juntas de Hacienda, Leg. 1590), es decir, obtenidos mediante su compra directa o mediando la entrega de una cantidad en préstamo, para su disfrute de forma vitalicia o pudiendo transmitirse por juro de heredad. Como vemos, todos los cargos que obtuvieron de uno u otro modo los fundadores de la institución sevillana fueron venales, lo que era habitual en aquél momento: “verdaderas fortunas se pagaron por los oficios de otras instituciones e instancias de gobierno también enajenados a perpetuidad, como los de la Casa de Contratación de Sevilla o los de las Casas de Moneda, así como los alguacilazgos de las Chancillerías y de las principales ciudades” (ibídem, sin paginar). Andújar recoge en su trabajo la definición de “beneficiar” ofrecida por el Diccionario de Autoridades (1726, p. 593): “Se llama también conseguir y obtener algún empleo, ministerio y cargo, mediante la anticipación y desembolso de alguna cantidad de dinero, o cosa de estimación y precio: y porque esto redunda en beneficio de quien le da y confiere, se dice beneficiar”. Llegaban a realizarse contratos, en los que la Administración se obligaba -por ejemplo- a no reformar (es decir, cesar o vaciar de atribuciones) el cargo beneficiado (vid. el epígrafe Carrillo de Albornoz de este trabajo). De hecho, como veremos, los cargos incluso se vendían con notable anticipación a las fechas en las que realmente habrían de ejercerse, o imponiendo una sucesión de candidatos que habrían de ocuparlos; y era muy habitual que en los decretos de concesión (lo veremos en breve en el caso de los títulos nobiliarios) no figurara el precio de compra de aquella, omisión que expresamente habían solicitado los compradores (“que no se expresare en los títulos el precio en que compraron”). 343 AGI, Panamá, 240, L. 21 y 24. Acerca de las compras de cargos y los frecuentes sobornos, un autor contemporáneo nos dice: “No hay Ley, estatuto o decreto que sea obedecido, seguido, o tan 342
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cargo de su gobierno por haber quedado ciego, se le dará la merced de una alcaldía mayor –Xicayán, en la hoy República de Nicaragua- con sus rentas, y se le devolverán 6.000 pesos, menos de la mitad de la cantidad que había entregado y que además no recibiría hasta 1699. Algunos años antes, en 1683, al tomar posesión de su gobernación de Antioquía en el Nuevo Reino de Granada, Carrillo entregaría otros 12.000 pesos de a ocho reales a la hacienda de Carlos II, 6.000 en concepto de donativo –esto es, no recuperables- y otro tanto como empréstito a cuenta, que recuperaría cuando llegara “el tessoro que viniesse del Pirú”. Sin embargo, aquí se aseguró de que si no llegase a cubrir la plaza recuperarían, él mismo o sus herederos si fallecía anticipadamente, los doce mil pesos en su totalidad, tanto el préstamo como el “donativo” por haber sido agraciado con el puesto. De hecho, los cargos llegaban a venderse anticipadamente, por la acuciante necesidad de liquidez de la Corona: el 23 de septiembre de 1683, Ruy Díaz de Rojas –compañero de don Rodrigo de Vivero en el Consulado de Mercaderes- pagaba 10.000 pesos (5.000 como donativo y 5.000 como empréstito) para sustituir a Carrillo de Albornoz cinco años más tarde, cuando cumpliera su gobierno –que terminaría en realidad el 30 de octubre de 1690-, y que obtuvo su nombramiento a un precio notablemente más bajo que el que Carrillo había pagado344. Don Francisco no recuperaría, sin embargo, su inversión: según alegaba en 1691, su servicio al monarca le había dejado completamente empobrecido345. De este chalaneo no se escapan tampoco, como hemos mencionado, los títulos nobiliarios; apenas concedidos ya por méritos sino por la compra directa de los mismos, consagrando la autoridad señorial de los beneficiarios sobre sus villas y lugares en propiedad, adquiridos por pasadas (o inmediatas) generaciones de emprendedores antepasados, muchos de los fundadores de la corporación optaron a la adquisición de aquellos, endeudándose incluso para poder hacerse con los honores de manera hereditaria 346, como sería poderoso como un real, un doblón, o un escudo; el real rinde a los enemigos, el escudo defiende de ellos, y el doblón influencia a la Justicia” (Vid. Domínguez Ortiz, Op. Cit, 1979). 344 Las subastas de cargos durante el reinado de Carlos II fueron una constante, según recoge en su obra (1973) Domínguez Ortiz. 345 AGI, Panamá, 241, L. 22. 346 Recordemos que aquellos títulos por los que se pagaran menos de 30.000 ducados serían vitalicios, aunque al no conseguir con dicha limitación la liquidez deseada, se bajó la postura
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el caso de don Juan de Esquivel Medina y Barba, agraciado por Carlos II con el título de marqués del Campellar en 1682, que envió un memorial al rey Carlos II en ese mismo año
supplicando a Su Magestad le conseda facultad para ymponer un censo sobre sus bienes para el pago de la media annata347 que debe abonar para sacar el título de Marqués de Campellar, de que el Rey N.S. le hiso mersed para sí y los subsessores de su Casa y mayorazgo, sirbiendo a Su Magd. con veinte mill reales de a ocho348.
Algo similar habría de hacer don Juan de Saavedra, I marqués del Moscoso, que solicitaría también la autorización real para vender, en 1680, bienes por valor de 40.000 ducados para pagar la media annata y los gastos por la concesión del título –por el que pagó 35.000 ducados-, procedentes de los mayorazgos de Neve (la dehesa del Juncal Perruno en Aznalcázar), Alvarado (la dehesa de Pozacivera en Badajoz), y de Saavedra (censos y juros por diverso valor) 349. Hubo de hecho momentos en los cuales se produjo una verdadera inflación de concesiones: al estar la hacienda real necesitada de numerario para la celebración de las bodas del rey Carlos II en 1679, se benefició –es decir se vendieron dichas dignidades- a un buen número de caballeros sevillanos, que fueron concretamente don Fernando de Solís, marqués de Rianzuela; don Pedro José de Guzmán, marqués de la Mina; don Pedro Manuel de Céspedes, marqués de Villafranca de Céspedes; don Juan de Céspedes, marqués de Carrión; don Juan de Saavedra, marqués del Moscoso; don Alonso de Pedrosa, marqués de Dos Hermanas; don Francisco de Vargas, marqués de Castellón; don Francisco Bucareli, marqués de Vallehermoso; don Francisco de Santillán, marqués de la Motilla; don Francisco de Peralta, marqués de Íscar; don Nicolás de Córdoba, marqués de la Granja; don Juan mínima para convertirlos en transmisibles a 22.000 en 16 de marzo de 1680. Posteriormente, el precio volvería a subirse a 30.000 ducados: hay constancia de ello en 1692, como en breve veremos. 347 La hacienda española creó en 1631 la tasa o impuesto denominado media annata, que consistía en la obligatoriedad para cada funcionario, bien civil o militar, de hacer efectivo el pago de la cantidad correspondiente a la mitad de las ganancias percibidas en su primer año de empleo. La tasa sería declarada ilegal y dejaría de ser recaudada por el fisco a mediados del siglo XIX. 348 AHN, Consejos, 9891, A.1682, exp. 2. 349 AGA, Fondo Arias de Saavedra, legajo 3754, nº 38. A estos añadirían otros bienes, como después veremos, para completar el pago final de la cantidad.
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Vicentelo, marqués de Brenes; don Alonso Verdugo, conde de Torrepalma, y don Juan Federigui, conde de Villanueva350. Para la consecución favorable de estas pretensiones no dejaba de tener notable importancia, como es lógico, que el candidato al título (además de engrasar con sus doblones las bisagras del portazgo que le permitía acceder a la concesión) aportara, si ello fuera posible, el relato exhaustivo de los pasados méritos –y presentes, si los hubiera: aunque muchas veces no había los suficientes, o incluso no existía ninguno- que sustentaban, con los fundamentales servicios económicos, una petición presentada habitualmente por un agente en la corte que actuaba como intermediario, y que formaba a menudo parte del grupo que, finalmente, tomaba la decisión de la concesión. Estos memoriales, muchas veces impresos, justificaban a los ojos de los solicitantes y de la opinión pública la concesión final de sus solicitudes351. Esto podemos apreciarlo de forma meridianamente clara al leer el escrito de la mano de uno de los más importantes genealogistas del momento, el cronista de Felipe IV don José Pellicer de Tovar, defendiendo en 1651 los méritos del mismo don Juan de Saavedra Alvarado, caballero de la orden de Santiago, alguacil mayor de la Inquisición de Sevilla, señor de Poveda, Moscoso y de los mayorazgos de Loreto y Alvarado. En este Memorial de la Calidad, y Servicios... de uno de los primeros maestrantes sevillanos, gentilhombre de boca de Carlos II y I marqués del Moscoso desde 1679, cuyo primogénito sería hermano mayor de la corporación desde finales de 1688 hasta 1690, podemos ver muy claramente como funcionaban dichos mecanismos: en el documento, el cronista expone detalladamente la genealogía y los méritos de su representado, que habla por su boca, representando
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BRAH, Salazar y Castro, nº 38858, vol. K-14, f. 249r: Relación de los títulos de Castilla que se beneficiaron a caballeros de Sevilla en 1679, con ocasión del casamiento del Rey nro. sr. Don Carlos segundo. Figuran también en la Relación los títulos concedidos en 1680, 81 y 88, que serían en 1680 a don Diego Jalón y Baeza, marqués de Valdeosera, y a doña Catalina de Gaviria, marquesa de las Torres de la Pressa; en 1681, a don Tomás Ponce de León, marqués de Castilleja del Campo; a don Luis del Alcázar, marqués de Torralba; y a don Bartolomé Ramírez de Arellano y Toledo, marqués de Gelo y Torregrosa. En 1688, titularían don Martín Rodríguez de Medina como marqués de Buenavista y don Luis de Torres Monsalve como marqués de Campoverde. 351 Vid. Soria Mesa, Op. Cit., 1997.
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a V.M. en este Memorial, la Calidad, i Servicios de las Casas que Possee, hechos a estas Coronas, i de que es Legítimo Heredero; Para que Sirviéndose V.M. de Mandar se Vean, Sea también seruido de Premiarlos, con El Título que Pretende de Conde, ò Marqués de Vna de sus Villas en estos Reinos, para su Persona, i Casa; Pues en El, y en Ella, concurren todas las Calidades, i Requisitos Necessarios, que pueden, i deven concurrir para semejante Pretensión; y que a todas Luces le constituyen Digno desta Merced. Conviene a saber Antiguedad de Sangre, No solo derivada de Ricos-Omes desde su Primer Origen, i Conservada en El su Varonía de Saavedra por el espacio de Novecientos Años; Pero Ilustrada con Casamientos tan ensalçados, que no se hallarà Casa en España de las mas Esclarecidas, i de Mayor Estatura, de Quien por sus Abuelas, no le toque algún Costado, por Ellas también tiene diversas vezes Repetidas en la Suya Muchas Líneas Reales. A esta Calidad tan segura, se Añade la Cantidad de sus Mayorazgos, i Rentas, para mantener con Decencia, i en Decoro, i Lucimiento esta Dignidad; Merecida Igualmente, por los Servicios hechos a V.M. por su Padre, i Abuelos, Cuyas Personas Vnicamente Representa, como Sucessor Suyo Primogénito352.
En suma -como vemos en este texto-, las cosas podrían decirse más altas, pero no más claras: no solo riqueza, sino también nobleza heredada harían recaer –años más tarde, eso sí- el ansiado, acariciado y hondamente deseado título de marqués del Moscoso en la familia. No pocas veces, sin embargo –y como ya hemos mencionado-, los títulos se recibían directamente por compra de los mismos, sin necesidad de alegar mérito alguno: lo que sucedió de manera paradigmática en el entorno de 1679, cuando para pagar las bodas de Carlos II se vendían en toda España un número estimado en treinta y cinco nuevos títulos nobiliarios, comprados en no pocos casos por individuos cuyo origen y condición eran si
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Pellicer de Tovar, J., Memorial de la Calidad, y Servicios de Don Juan de Saavedra Alvarado Remírez de Arellano, Cavallero del Orden de Santiago, Alguazil Mayor del Santo Oficio de la Inqvisición de Sevilla. Señor de las Villas de Poveda, y Moscoso, y mayorazgos de Loreto, y Alvarado. En Madrid, año MDCLI. Debemos agradecer a Fernando de Artacho el habernos proporcionado copia del mismo, como de tantos otros documentos y libros que nos ha permitido amablemente consultar y reproducir, procedentes de su biblioteca y archivo particulares. El documento también se encuentra en AGA, Fondo Arias de Saavedra, legajo 3754, nº 36.
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acaso someramente investigados353, caracterizándose buena parte de estos despachos por lo que ocultaban, más que por la información que ofrecían sobre los solicitantes, sus linajes y sus méritos propios o heredados354. Con el fin de determinar algunas cuestiones relativas al pago de dichas dignidades, en 1692 se enviaba una carta a asistentes y corregidores que no podía expresar las cosas más claramente:
Saued que por justas causas, y Consideraçiones que e tenido por decreto señalado de mi Rl. mano de treynta de Agosto proximo passado he resuelto que todos los titulos de Castilla que desde primero de henero del año de ochenta a esta parte se huuieren beneficiado en estos reynos en menos Cantidad que la de treynta mill Du[cado]ss. de Uellon no passen de los posseedores que oy los tienen sino que los goçen por su Uida y que los que quisieren mantenerlos perpetuos en sus Cassas hayan de reynteg[r]ar la Cant.d que faltare Cumplimiento a los treynta mill Duss. De Uellon [...] para lo qual les Conçedo el termino de seis meses desde la fecha del Referido Decreto y passado quedara desde luego Uitaliçio el titulo para el que le tiene y por que muçhos que Compraron esse honor, façilitaron no se Expresare en los titulos el preçio enque Compraron mando que todos los que tuuieren sus titulos desde el diçho año de ochenta los pressenten sin Exçepcion de perssº
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Esta dinámica continuaría en los siglos siguientes: un ejemplo podría ser los que se vendieron para financiar la marcha de la corte a Sevilla en 1729, como el título de marqués de la Encomienda. Los abusos en las concesiones provocaron que desde febrero de 1749 se investigaran “las circunstancias de los pretendientes”, para intentar evitar que los títulos cayeran en manos que individuos que no tuvieran un origen aceptable o que no pudieran sostener la dignidad. La concesión podía llevarse a cabo usando de la instancia de la Cámara de Castilla o bien por la vía del decreto ejecutivo –en el que de hecho poco importaban las calidades del pretendiente, sino la calidad de su contante-, dentro de un contexto que se ha denominado como “economía de la merced”, como expone Felices de la Fuente, Mª del M., “La Cámara de Castilla, el Rey y la creación de títulos nobiliarios en la primera mitad del siglo XVIII”. Hispania, Revista Española de Historia, 2010, Vol. LXX, nº 236, pp. 661-686. 354 Vid. asimismo Felices de la Fuente, Mª del M., “Silencio y ocultaciones en los despachos de los títulos nobiliarios. Análisis crítico de su contenido”. Chronica Nova, 36, 2010. Acerca de la dinámica en la creación de títulos durante los reinados de los Austrias menores, es de obligada consulta el artículo de Rodríguez Hernández, A.J., “La creación de Títulos de Castilla durante los reinados de Felipe IV y Carlos II: concesiones y ritmos”. En Díaz López, J.P., et alii (Eds.), Casas, Familias y Rentas. La nobleza del Reino de Granada entre los siglos XV-XVIII. Editorial Universidad de Granada, 2010, pp. 167 y ss. Según este estudio, se evidencian claros picos en las concesiones de títulos, con años como 1679, 1689-91 o 1693 (este último un año verdaderamente inflacionista) como los más destacados, en los que la venalidad en la concesión de estas dignidades estuvo a la orden del día.
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alguna para que se pueda aueriguar los que eran berdaderam.tº conçedidos por la Calidad de las perssº por meritos o por benefiçio355.
En Sevilla, tras recibir la carta, el Asistente conde de Adanero exhortó al conde de Benagiar, al marqués de Brenes, al de Paterna, al de Villaalegre, al de las Torres, al de Castellón, al conde de la Peñuela, al marqués de Medina, al de Vallehermoso, al de la Moralera, al del Vado, al conde de Villanueva, al marqués de Valdeosera, al de Íscar, al de Aguiar, al conde de la Laguna, al marqués del Moscoso, al marqués de Carrión, al de Nevares, al de Torralba, al de Dos Hermanas, al conde de Santa Gadea, al de Castillejo, al de Buenavista, y a los marqueses de la Motilla, la Serrezuela, Gelo, la Sauceda, Campoverde y Villafranca a presentar su documentación en regla356.
Además de estos títulos y dignidades (recibidos, como vemos, por muy diversas causas), procede preguntarnos además qué oficios son aquellos que desempeña la nobleza sevillana, oficios –como hemos visto anteriormente- vinculados en buena parte a su propio estatus nobiliario. En el grupo fundacional de la Maestranza vemos aparecer a ocho almirantes o generales de Armada; seis gobernadores o capitanes generales en los reinos de Indias o (en el caso del segundo hermano mayor) en el norte de África; varios capitanes, maestres de campo o tenientes generales; un alguacil mayor de la Inquisición; varios alcaldes mayores y 355
La cursiva es nuestra. AHN, Consejos, 9017, 11 de septiembre de 1692. También AHN, Consejos, 9270E. En 1695 (18 de abril), se reducirá finalmente el precio de los títulos beneficiados de 30.000 a 22.000 ducados. A este servicio económico se sumaba el pago de lanzas, medias annatas y los derechos de la Real capilla, que importaban un monto de 2.250 ducados (1.500 por el condado o el marquesado, y 750 por el vizcondado previo, obligatorio desde 1631) en el caso de la media annata, 3.600 reales por las lanzas –este pago era de carácter anual- y 2.400 reales para la capilla. La disposición de liquidez, como podemos percibir claramente en la prosopografía que sigue, era una cualidad esencial para los aspirantes, que de otro modo no hubieran podido hacer frente a los diversos pagos que habían de afrontar. Como vemos, en la misiva se hacía una clara distinción entre los títulos concedidos por la calidad del linaje, por los méritos y servicios de aquél a quien se concedía o directamente por la compra de la dignidad. 356 El marqués de Brenes alegaba que “hauia resiuido el beneffº que pago por el quarenta mill dssº y por sus seruisios de ueinte años”: era el único que alegaba méritos, una condición que como vemos no resultaba relevante en la concesión de títulos beneficiados. Otros alegaron que lo habían recibido –y pagado- antes de 1680, y que por tanto no les afectaba la nueva norma; otros no se encontraban en sus viviendas para recibir la comunicación del Asistente: el marqués de Gelo, por ejemplo, se encontraba en sus propiedades; y el de Castellón (era ya el segundo marqués) estaba sirviendo en la Armada del Mar Océano.
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caballeros veinticuatro; funcionarios de la Audiencia; contadores, jueces o diputados de la Contratación o de la Universidad de Mareantes; todos ellos también cuidadosos –o quizá descuidados- administradores de su patrimonio, propio o heredado. En resumen, de estas labores administrativas y de gobierno se ocupan una buena parte de los caballeros fundadores de la institución sevillana, como sería el caso de don Pedro José de Guzmán Dávalos, primer marqués de la Mina, presidente de la Audiencia de Panamá, capitán general de Tierra Firme y Veragua y general de artillería; o el de don Juan Bruno Tello de Guzmán Medina, teniente de contador mayor, juez oficial de la Contratación, gobernador y capitán general de Yucatán; o el ya mencionado de don Francisco Carrillo de Albornoz, capitán de la compañía de milicias de la ciudad de Sevilla, maestre de campo y gobernador de Antioquía de las Indias, que regresó “muy pobre y con mala salud” –de hecho, virtualmente ciego- a España en 1691; o del segundo hermano mayor de la corporación, don Pedro Andrés de Guzmán Portocarrero, quinto marqués de la Algaba, séptimo marqués de Ardales y octavo conde de Teba, gentilhombre de cámara de Carlos II, primer caballerizo del rey y mariscal de Castilla, y gobernador y capitán general de Orán, donde murió trágicamente el 9 de marzo de 1681: en este grupo de los primeros fundadores de la institución maestrante podemos apreciar un abanico diverso de cargos, oficios y beneficios propios de la aristocracia sevillana en los siglos XVI y XVII, paradigmas de las ocupaciones a las que podía aspirar un miembro significado del estamento noble en la ciudad durante los siglos de oro: los altos puestos militares, las funciones palatinas –para aquellas casas más destacadas, aunque no dejó de haber excepciones-, las magistraturas,
la
Iglesia,
la
administración
estatal
y
municipal,
los
corregimientos, las procuradurías, los canonicatos y beneficios, las encomiendas de órdenes o en Indias serán los objetivos profesionales del colectivo nobiliario sevillano. Estos cargos, muchos de ellos potencialmente muy lucrativos –como los virreinatos americanos o italianos- eran muy apetecidos por sus posibilidades económicas (no solo por la autoridad que conferían), al permitir el posible acopio de nuevos ingresos por parte de sus beneficiarios, que muchas veces, además, desvinculaban bienes de sus mayorazgos para poder pagar los gastos que suponían la adquisición, el desplazamiento y la toma de posesión de los nuevos 156
cargos y mercedes concedidos. Esto no quiere decir, sin embargo, que el estamento nobiliario sólo recibiera beneficios de la administración: todo lo contrario, ya que en muchas ocasiones se le exigió que pagara a su costa diversos y costosos servicios a la Corona. Debemos detenernos aquí un momento, para indicar –ya que volveremos sobre dicho sistema repetidas veces- en qué consistía la adquisición temporal de cargos dentro de las transacciones que las élites socioeconómicas llevaban a cabo con la administración real. El beneficio “se define como la entrega de un dinero, donado o prestado, a la real hacienda para obtener el nombramiento de un cargo”357. Por ello, el aspirante al mismo entregaba crecidas cantidades a la administración, siempre voraz y necesitada de dinero, para poder ser beneficiado con aquél, pagando además de ello otros impuestos como la media annata. En años como 1687 llegaron a venderse por el Consejo de Indias ochenta y cuatro nombramientos, lo que pone muy en claro que tal vez no eran los méritos el factor decisivo a la hora de otorgar un cargo, sino más bien la capacidad adquisitiva del aspirante358. No sólo se vendían los cargos que estarían seguidamente en activo, sino también por anticipado las plazas futuras. El sistema era sencillo: el aspirante elevaba al monarca un pliego con sus méritos, en donde también ofrecía una puesta económica, avalada normalmente –la petición y la oferta- por algún miembro de la administración, quizás incluso de alguno de los Consejos en los que se debatiría la petición, y que cobraba su corretaje por usar de su influencia. Una vez concedido el nombramiento y antes de poder tomar posesión del mismo, el postulante habría 357
Vid. Sanz Tapia, Á., “Andaluces en cargos políticos hispanoamericanos (1674-1700)”, Estudios sobre América: siglos XVI-XX, Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, 2005. Vid. asimismo Maruri Villanueva, R., “Poder con poder se paga: títulos nobiliarios beneficiados en Indias (16811821)”, en Revista de Indias, 2009, vol. LXIX, nº 246, pp. 207-240. En teoría, el beneficio es una provisión vitalicia y la venta es a perpetuidad. Es interesante hacer esta salvedad, ya que en buena parte de la documentación que hemos manejado el término beneficiado se entiende como equivalente al de vendido, sobre todo en el caso de los títulos nobiliarios: quien beneficiaba la adquisición podía optar a convertirlo en vitalicio completando las cantidades que faltaban en el pago que había realizado inicialmente para que la dignidad pudiera convertirse en transmisible. Los títulos beneficiados no sólo los vendía la administración, sino también instituciones (por ejemplo, conventos o monasterios) o particulares que habían recibido la merced de la Corona, que les adeudaba diversas cantidades o a las que quería socorrer, evitando el Estado engorrosos desembolsos. 358 La compraventa de cargos en Indias llegaría a convertirse en un auténtico mercado de oportunidad: vid. Sanz Tapia, A., ¿Corrupción o necesidad? La venta de cargos de gobierno americanos bajo Carlos II (1674-1700). CSIC, Madrid, 2009.
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de liquidar en contante la oferta que había realizado. Era una práctica no solo admitida, sino también extendida: de más de mil provisiones a un total de 874 aspirantes, 250 fueron obtenidas únicamente gracias a las compensaciones económicas que el postulante había ofrecido a la hacienda real, sin mediar mayores méritos, aunque no sería así en el caso del resto. También ocurriría al revés: en otros 290 casos el puesto se proveyó solo debido a los méritos y servicios del solicitante, lo que nos deja un 20% de los cargos provistos solo por dinero, otro 20% provistos por servicios y un 60% por ambas causas. Los mismos beneficiarios revendían los cargos o utilizaban agentes para ello, usándose incluso los futuros nombramientos como dotes para los matrimonios. Algunos de nuestros primeros maestrantes se encontraron entre los que usaron de esas prácticas: la presidencia de Panamá le costaría a Juan Baltasar Federigui, conde de Villanueva, el préstamo de 50.000 pesos aunque nunca llegaría a ostentarla, cambiándola con el marqués de la Mina por una almirantía de los galeones; el gobierno de Yucatán, la donación de 32.000 pesos a Juan Bruno Tello de Guzmán359; el de Cartagena, la donación de 18.000 pesos a Francisco Carrillo de Albornoz, al igual que la alcaldía mayor de Xicayán, en Nicaragua, por la que pagaría la misma cantidad, como ya hemos mencionado. Fernando de Mendoza Maté de Luna, hermano del teniente general don Juan de Mendoza, recibiría por sus servicios la presidencia del Tucumán en 1680360. Pedro José de Guzmán Dávalos, marqués de la Mina, obtendría la presidencia de Panamá como compensación por renunciar a la almirantía de los galeones, que ya había pagado361, y que recaería en don Juan Baltasar Federigui; el marqués del Vado del Maestre, Diego de Córdoba Laso de la Vega, pagaba por el gobierno de la Habana 14.000 pesos362, al igual que también pagaban Francisco Dávila y Medina, hermano del conde de Valhermoso363, su pariente Alonso Rodríguez de Medina364 359
En 1682 pagaba por el gobierno de Yucatán y Campeche dicha cantidad. AGI, Contaduría, 235. AGI, Contratación, 5795, L.1, 200. 361 Utilizaría las rentas de sus cinco mayorazgos para liquidar los pagos. AGS, Dirección General del Tesoro, In-13, 10-200. 362 Beneficiaba en 1693 el gobierno de la Habana y Cuba por dicha cantidad. AGS, Dirección General del Tesoro, In-24, 173-66. Había sido nombrado general de la flota de Nueva España en 1678. 363 AGS, Dirección General del Tesoro, In-24, 171-47. Pagó 5.000 pesos por las provisiones de Ixtepexe, Justlahuaca e Icpactepec. 360
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o don Francisco de Vivero Galindo. Esta costumbre, evidentemente, abría las puertas a todo tipo de corrupciones, abusos y exacciones, frente a las que de poco servían los juicios de residencia, ya que el receptor del cargo buscaba recuperar a toda costa su inversión, en un sistema viciado desde el principio y que no pocos disgustos les costaría a algunos de nuestros biografiados, caso del marqués de la Mina o de don Francisco de Vivero, como después veremos.
III.5. Los cargos ciudadanos
El cronista Juan de Mal-lara, en su Recibimiento... nos indica claramente muchos de estos cargos, vinculados al Cabildo ciudadano, a la Iglesia –o a la Inquisición en su brazo laico- o a la administración local en cualquiera de sus formas, a los que podían acceder los integrantes de la aristocracia sevillana, y que se vendían o se heredaban, como ya hemos indicado, sin importar la mayoría de las veces la cualificación del beneficiario por mucho que se dijera que era “persona benemérita”365. Nos dice Mal-lara, acerca de “el primero y de más importancia, para la defensión de la fe [...], el Sancto Officio de la Inquisición”, cómo
ay de ordinario, tres, o quatro inquisidores, un fiscal, un juez de bienes confiscados, seis consultores, y theólogos, clérigos y frailes, para calificar las proposiciones, otros tantos y más consultores juristas, que assisten a la vista, y 364
Pasaba a Indias en 1673 como diputado de la avería. Obtendría Guachinango en 1686 por 4.000 pesos, ejerciendo el cargo entre 1687 y 1692. 365 La formación académica y teórica que ilustraba a esta nobleza sevillana –y que en teoría le permitiría desempeñar dichos cargos- no era, desgraciadamente, demasiado notable. Salvo algunos ejemplos aislados, los estudios se realizaban en las propias casas supervisados por tutores particulares; algunos miembros del estamento estudiarían en Universidades como Salamanca o Alcalá, o en el Colegio de Santo Tomás sevillano (fundamentalmente los destinados al clero), convirtiendo “a los colegios mayores [...] en el más poderoso instrumento del predominio políticosocial de la clase noble”. Asimismo, los Colegios Imperiales y de Nobles de la Compañía de Jesús realizaron una muy importante función educativa. El seguimiento de los expedientes, por ejemplo, de limpieza de sangre de la Catedral sevillana (Vid. Salazar Mir, A. de, Los expedientes de limpieza de sangre de la Catedral de Sevilla, Hidalguía, Madrid, 1995), nos muestra a un importante número de licenciados, bachilleres, doctores y diplomados en diversas disciplinas. Evidentemente, para el acceso a los beneficios eclesiásticos había que presentar en general –aunque siempre se daban excepciones, y muchas de ellas notorias- sólidas referencias académicas. Vid. igualmente Biersack, M., “Ser y parecer”. La nobleza española y el saber culto en el siglo XVI”. Congreso Internacional Imagen y Apariencia. 19-21 Noviembre, 2008.
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determinación de los processos, quatro secretarios, un receptor, un alguazil, un abogado del fisco, un alcaide de las cárceles secretas, un notario de secreto, un contador, un escrivano del juzgado del juez de bienes, un nuncio, un portero, un alcaide de la cárcel perpetua, dos capellanes; sirven también un médico, un çurujano, un barbero, un despensero, y más de cincuenta familiares en esta ciudad [...].
Evidentemente, dentro de los oficios que nos describe el cronista algunos eran más “proprios á la Nobleza” que otros, tales como los alguacilazgos o las familiaturas, desempeñados por buen número de los sujetos que estudiamos en el presente trabajo, como don Agustín de Guzmán, don Tomás Ponce de León o don Juan de Saavedra366:
Nos los Ynquisidores Apostolicos contra la heretica Pravedad y apostasia [...]. Por quanto para las cosas y negocios tocantes a nuestra Santa fee catolica y religion christiana y al Santo Officio de la Ynquisicion ay necesidad y conviene que en este nuestro distrito y jurisdicion tengamos personas de confiança que sean nuestros comissarios y subdelegados para las cosas y negocios que se ofrezcan al Santo Oficio de la Ynquisicion que devan inquirir y acer informacion y darnos avisso y noticia de ello y porque para este efecto conbiene que en la ciudad de Seuilla con todos los demas lugares que estan en su comarca tengamos comissarios que sean perssonas en quien concurran las calidades asi en limpieça como en lo demas que para ser ministros de este Sancto officio y hacer lo que por nos hos fuere cometido y encomendado son necessarias. Por ende por el tenor de la pressente vos elegimos y nombramos y constituimos y diputamos por comissarios deste sancto oficio y os damos poder y facultad para que con todo
366
Cargos para los que se exigía, cuando menos, una limpieza de sangre que según el linajudo Francisco Morovelli de Puebla estaba, en buena parte, “contrahecha por las malas pruevas que sobre aquella se an hecho, al no ynteresar el yndagar ueramente el linage de muçhos de los que hoy son de las familiaturas del Sancto Oficio de esta çiudad [...], lo que luego les sirue para traer con falsedades el háuito [de una orden militar]”. Según Domínguez Ortiz, la limpieza de sangre podía llegar a constituir un sucedáneo de la nobleza, “más fácil y más barato de adquirir [...]. Esta es también una de las raíces de la apetencia extraordinaria que se desató desde mediados del XVI por ostentar la calidad de familiar de la Inquisición, menos prestigiosa que la de caballero de hábito pero mucho más barata y fácil de conseguir”. A un número de unos 16.000 caballeros de hábito, correspondían unos 50.000 ministros de la Inquisición (Vid. Domínguez Ortiz, A., Op. Cit., 1997, p. 49).
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secreto y rectitud hagais ynformacion por ante notario o escrivano qual por nos fuere nombrado que sea christiano viejo fiel y legal en su oficio y de confiança de todos los crimines delictos y eccessos que se ofrecieren y cometieren contra nra. santa fee catholica y religion christiana haviendo peligro en la tardança de las tales ynformaciones hareis ynformacion de todos y qualesquiera casos que se ofrezcan conforme la cartilla e ynstruction de molde que os damos con este titulo y de ningun casso que se os diere noticia y supieredes tendreis que avissar a este tribunal sin o hacer ynformacion y remitirla las quales ynformaciones podais haçer en la dicha ciudad verificando las personas que en el dicho delicto fueren culpadas y sospechosas de manera que se pueda saver la verdad mandando para ello secretamente parecer los testigos y [...] echas las tales ynformaciones y diligencias [...] las embieis firmadas de vuestros nombres y signadas del escrivano o notario ante quien passare originalmente cerrado y sellado en publica forma en manera que aga fee con persona de confiança para que por nos visto se provea lo que fuere justicia y por la presente mandamos en virtud de Sancta obediencia y so pena de excomunion mayor a qualquier provissor y vicario general visitador y otras quales quier personas e Justicias eclesiasticas y seglares de todo el dicho nuestro districto que uos ayan y tengan y honrren por tales comissarios de este Sancto oficio y nos guarden y hagan guardar todas las franqueças livertades, exempciones e ynmunidades que conforme al derecho e ynstructioness del Sancto Officio son concedidas a los comissarios y ministros del sancto officio de la Ynquisicion [...]367.
Como vemos en el texto, la virtual impunidad que el fuero inquisitorial concedía a sus familiares y cargos permitía gozar de exenciones y de ventajas -tanto legales como sociales- más que evidentes, y por ello no poco codiciadas. Más de uno (caso del primer marqués del Moscoso) harían uso de ellas cuando les pareciera conveniente, para eludir los tribunales ordinarios. Pero sigamos con la relación de Mal-lara:
367
AGA, Fondo Arias de Saavedra, legajo 3775, nº 20.
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Ay Audiencia Real, donde ay un regente, seis oidores, quatro alcaldes del crimen, un fiscal, cinco relatores, más de cincuenta abogados, quatro secretarios, quatro receptores, dos alguaziles, quatro porteros, doze procuradores368.
En esta Audiencia sevillana ostentarían cargos los Araoz durante varias generaciones369. El número de oidores se ampliaría a ocho en 1572, que se agruparían en tres salas –de alcaldes, de lo criminal y de lo civil- entendiendo, como tribunal de apelaciones, en una muy amplia jurisdicción. Se hallaba, no obstante, muy limitada por el numeroso grupo de jurisdicciones particulares – eclesiástica, militar, la jurisdicción propia de los caballeros de órdenes, etcéteraque disminuía en notable grado su efectividad. Y continúa describiendo a los cargos eclesiásticos:
El arçobispo y cabildo hazen un Senado por sí (el eclesiástico) en que ay onze dignidades, que son deán, arcediano de Sevilla, chantre, thesorero, maestre escuela, arcediano de Écija, de Xerez, de Niebla, de Reina, prior, arcediano de Carmona, quarenta canónigos, quarenta racioneros. El arçobispo provee un visitador, el juez de la iglesia visitador de monjas, juez de testamentos, visitadores del arçobispado, juez de peccados públicos, en cada uno de los tres consistorios, un fiscal, un abogado, [un maestro mayor] de todas las fábricas del arçobispado, el mayordomo mayor dellos, quatro notarios mayores, alguazil mayor, que trae vara, diez alguaziles, que no la traen y muchos procuradores.
Estos beneficios y prebendas serían codiciados por los miembros más noveles de las familias nobiliarias, que verían en hacer una rápida carrera eclesiástica un medio para beneficiarse ellos mismos y a sus linajes: “la Iglesia ofrecía carreras y
368
El principal oficial de la ley en la ciudad, el alguacil mayor, se ayudaba de dos asistentes (uno de ellos asignado de manera específica al arrabal de Triana), contando asimismo con los alguaciles de a caballo o de los veinte, cuerpo formado por hidalgos reclutados en las collaciones. El tema de la jurisdicción era realmente complejo: podían contarse unas veinte jurisdicciones diversas en la Sevilla de la época, lo que provocaba frecuentes conflictos. Acerca de la función de la nobleza en los cargos judiciales, Vid. Castillo de Bobadilla, J., Política para Corregidores..., Ed. Fähndrich Richon, X., Barcelona, 2003: “Es necesaria la nobleza en el juez porque con ella templa el rigor del derecho, es cortés, placable, humano, oye a todos, a todos se acomoda y agrada, así al actor que vence como al reo condenado [...]”. Recogido en Domínguez Ortiz, 1979. 369 Véase el epígrafe Araoz de este trabajo.
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riqueza [...]. Ocupar un cargo eclesiástico llegó a ser un signo de estatus nobiliario [...]. Las categorías menores de la jerarquía eclesiástica también tenían rentas asignadas y atraían igualmente el interés de los nobles” 370, algo que podemos apreciar fácilmente hojeando los expedientes de los candidatos a los beneficios eclesiásticos sevillanos hoy depositados en los archivos del Arzobispado de la ciudad. Algunas familias de las que estudiamos ostentaron diversos cargos eclesiásticos que proporcionaban jugosas sinecuras: ejemplos de ello serán los Leca, los Federigui, los Ramírez de Arellano o los Dávila371. En cuanto al Ayuntamiento372 –cuyos cargos más relevantes, veinticuatros y jurados, estaban obligados a probar su hidalguía desde 1515- nos dice el cronista:
El Cabildo desta ciudad de más de su assistente, que siempre suele ser señor de título [...], tiene alguazil mayor, y su teniente; los alcaldes mayores [...], que lo eran los señores y grandes que en ella avía. Hay alcaide de los alcáçares, alférez mayor, escrivano de cabildo. Veinticuatro regidores, aunque está crescido el número, el teniente de escrivano de cabildo [...]. Luego los jurados [...]. El assistente tiene dos tenientes, un alcalde de la justicia, un executor de la vara, que assiste con los fieles executores, un teniente de la tierra [...], y la cárcel pública373.
370
Dewald, p. 250. Evidentemente, no todos los cargos eclesiásticos estaban ocupados estrictamente por nobles, aunque sí lo estaban los más codiciados. Sí se exigía, sin embargo, limpieza de sangre para el acceso al cabildo catedralicio, a los colegios mayores, etc., como anteriormente indicábamos. 371 Inventariados por Salazar Mir, A. de: Los expedientes de limpieza de sangre... Acerca de la estrecha relación entre ambos cabildos sevillanos, el eclesiástico y el municipal, Vid. Campese Gallego, F.J., “Familia y poder en los cabildos sevillanos del siglo XVIII”, en Soria Mesa, E., y Molina Recio, R., (Eds.), Las élites en la época moderna: La Monarquía Española, Vol. 2, Familia y redes sociales, Universidad de Córdoba 2009, pp. 81 y ss. 372 Acerca del Ayuntamiento sevillano y sus funciones, es de obligada consulta la muy reciente y completa obra de Márquez Redondo, A.G., El Ayuntamiento de Sevilla en el siglo XVIII (2 vols.). ICAS, Cajasol Obra Social, Sevilla, 2010. 373 Como hemos visto en las páginas anteriores, el Cabildo sevillano era un centro relevante de poder en el que era inevitable que se formaran facciones o banderías: las enemistades –o afinidades- manifiestas entre, por ejemplo, los caballeros veinticuatro (debido, entre otras causas a su pertenencia a la clientela de Ponces –duques de Alcalá- o Guzmanes –duques de Medina Sidonia o marqueses de la Algaba), llenaron páginas y páginas de las actas municipales. Estos cargos, como hemos indicado con anterioridad, eran venales y pasaban de una familia a otras mediante su venta; este hecho propició el acceso a los estamentos superiores de las clases mercantiles y profesionales enriquecidas.
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Un medio, el municipal, que es aquél en el cual –como nos indica Domínguez Ortiz (1979)- “mejor puede estudiarse la influencia y el poder de la nobleza [ya que ésta] tenía un monopolio –si no legal, sí práctico-, de los cargos concejiles”, cargos en los cuales se comenzó a exigir desde temprano la necesaria condición hidalga del aspirante en un buen número de ciudades: Sevilla lo haría como decimos en 1515, y solo la nobleza sevillana tendría acceso a prácticamente todos los cargos, tanto los reservados a los nobles (veinticuatrías) como originalmente a los pecheros (juradurías), salvo el de Asistente, que no podía ser vecino de la ciudad, o el de alguacil mayor, que desde 1556 tampoco podría estar avecindado en ella; cargos muchas veces vinculados a grandes casas, que los delegaban libremente en sus tenientes: “Sevilla [...] es ciudad donde no puede Reseuir el vso de este enpleo [de veinticuatro] a quien no fuese Cauº hijo de algo”, como decía un testigo en unas probanzas de la década de 1680374. Había igualmente ocho alcaldes mayores y cinco ordinarios, letrados y con funciones judiciales y administrativas. Los veinticuatro –cuyo número había aumentado a lo largo del siglo debido a las ventas de oficios- tenían responsabilidades administrativas y fiscales, inspeccionando, por ejemplo, cárceles o mercados. Los jurados –o representantes de las collaciones- servían diversos oficios, como el control de los accesos de la ciudad, la alcaldía de los Alcázares o de la Santa Hermandad. Además de estos cargos, podemos mencionar también a mayordomos y fieles ejecutores, encargados del cumplimiento de los acuerdos municipales. Unos cargos codiciados y representativos, destinados por lo común a unas pocas –y siempre las mismas- manos, cuyos propietarios no desdeñaban lucir su relevante condición en recibimientos, desfiles, proclamaciones, procesiones y cualquier acto público en donde fueran corporativamente solicitados, tanto en una proclamación regia, como la de Felipe III, en donde
[...] rompían la marcha los atabales, trompetas y ministriles, seguidos de los alguaciles, y detrás de éstos, los Caballeros de Sevilla que habían sido invitados para asistir á la solemnidad, todos ellos lujosamente vestidos y luciendo ricos 374
Las de don Bartolomé Ramírez de Arellano, después marqués de Gelo (véase el epígrafe Toledo Ramírez de Arellano de este trabajo).
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aderezos375; después, los maceros de la Ciudad con dalmáticas nuevas de damasco, sayos y sombreros de brocado carmesí con guarniciones de dos pasamanos muy anchos de oro y plata, y pectorales y mazas con las armas de la Ciudad; seguían luego los Alcaldes y el Alguacil mayores, los caballeros Veinticuatro y los Jurados por órden de antigüedad, todos ellos muy galanes y bien vestidos, y ginetes en muy buenos caballos; después, cuatro reyes de armas, descubiertos, con mazas doradas sobre el hombro, y cotas de damasco carmesí en las que estaban bordadas las armas reales de Castilla; seguía luego el Marqués de la Algaba llevando el estandarte de la Ciudad, y á su lado izquierdo, Collazo de Aguilar, que hacía el oficio de Asistente, y detrás cuatro lacayos vastidos de terciopelo negro guarnecido de oro y plata, calzas largas y faja de pasamanos de oro y plata; finalmente, marchaban á vanguardia y retaguardia de la comitiva veinticuatro alabarderos y dos compañías de arcabuceros [...],376
como en las solemnidades que se celebraron para la proclamación de su hijo, Felipe IV, al ser proclamado rey por la ciudad el 6 de junio de 1621:
[...] Formaron, pues, las ocho compañías en la plaza un género de escuadrón, según la capacidad del sitio, sumamente vistoso, gobernándolo D. Rodrigo Tello de Guzmán, Maestre de campo de esta milicia; en cuerpo, de negro, con muchos diamantes, jubón de tela de plata y botas blancas con espuelas, en una [yegua] pía blanca y negra, con su bastón; pareciendo tan gran caballero y soldado como es D. Juan Tello de Guzmán, haciendo oficio de sargento mayor, con el mismo traje [...]. Subieron al tablado el señor Asistente, el Alférez mayor, don Juan Ramírez de Guzmán, Alcalde mayor perpetuo, y don Francisco de Céspedes, veinticuatro [...], Gaspar de Vargas Machuca, veinticuatro y procurador mayor, y los cuatro Reyes de Armas [...]. Estuvo la plaza de San Francisco, en este día, como de la grandeza de la ciudad de Sevilla debía esperarse [...]377.
375
Acerca de la importancia del vestido y el adorno (a la que ya hemos aludido en el epígrafe anterior) Vid. Giorgi, A., “El vestido o la representación moderna de la élite española”, en Soria Mesa, E., y Bravo Caro, J.J. (Eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, Vol. 4, Cultura, Universidad de Córdoba, 2009, pp. 153 y ss. 376 Vid. Guichot, J., Op. Cit., tomo II, pp. 145-146. 377 Nájera, H. de, Relación..., recogida en Guichot, J., Op. Cit., tomo II.
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O durante la visita del monarca a la ciudad en 1624, de la que nos aporta cumplida memoria la Relación de Pizaño378:
[...] Sábado siguiente fueron a besar la mano a S.M. en el Real Alcázar el Deán y Cabildo eclesiástico, el Tribunal de la Inquisición; la Audiencia, y el Cabildo de la ciudad en la forma que exige el ceremonial de palacio: presidiendo el Sr. Asistente, como siempre se acostumbra, y llevando a su lado izquierdo a D. Martín Ortiz de Zúñiga, Alférez mayor, y al derecho, como Alguacil mayor, al duque de Alcalá, y seguía inmediatamente el Alcaide de los Alcázares [...]. Fueron todos con muy ricas joyas de cintillos, cadenas, plumas y rosas de diamantes, y vestidos muy galanes. Al Cabildo acompañaban los alguaciles de los Veinte, a quienes seguían los escribanos públicos y la Justicia; después los corredores de lonja, y sucesivamente los escrivanos de Comisiones, los dos Contadores de Sevilla, los Fieles ejecutores y los últimos los porteros del Ayuntamiento [...]. El lunes siguiente, en la noche se juntaron en el barrio del Duque los cavalleros de la mascarada, y fueron al Alcázar en donde [la] corrieron [...].
También durante las festividades en honor de la Inmaculada Concepción, el 7 y 8 de diciembre de 1617:
[...] El día 7 llegó a la Santa Iglesia la Corporación municipal con muy lucido aparato, á caballo, precediéndola danzas y otras ostentaciones festivas, para asistir á las Vísperas de Pontifical que celebró el Arzobispo. Al siguiente día, fiesta del Misterio [de la Purísima Concepción], repitióse la solemnidad religiosa, á la que asistió también el Ayuntamiento con el mismo aparato suntuoso de la víspera379.
Lo que nos amplía Arguijo, cronista de la fiesta, dando pormenorizados detalles de cómo los capitulares sevillanos participaron activamente en las fiestas de cañas y toros ofrecidas para la ocasión:
378
García Pizaño, L., Breve relación de la venida de S.M. el Rey don Felipe IV, el año 1624..., Sevilla, 1625. 379 Vid. Guichot, J., Op. Cit., p. 172.
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[...] y después de un torneo que pareció digno de volverse a hacer para que el pueblo todo se gozase en él, se hicieron últimamente las fiestas de toros y juegos de cañas con librea, que antes estaban acordadas [...]. Dio el Ayuntamiento doce toros para este regocijo, y vistió sus trompetas, ministriles y atabales para que acompañasen a D. Melchor del Alcázar, que tomó a su cargo todo lo demás de la fiesta. Poco después de medio día estuvieron todos los Tribunales en sus respectivos sitios, dispuestos y aderezados como siempre se acostumbra en fiestas Reales. Las ventanas y tablados con las damas y cavalleros de esta gran ciudad, y mucho número de gente del pueblo; la plaza estaba adornada con el mayor lucimiento de colgaduras, como otras veces se ha visto. Habiendo hecho su entrada y paseo con acompañamiento de ministros, primero el Alguacil mayor de la Real Audiencia, don Francisco Araoz, y poco después D. Sebastián de Casaus, Alguacil mayor de Sevilla, entró el último el Conde de Salvatierra, Asistente, acompañado de sus dos Tenientes y del Alcalde de la Justicia, ejecutor de la vara, y todos los alguaciles de los Veinte. Subido que hubo en su asiento, mandó echar el primer toro en la plaza. Corriéronse siete antes de hacer su entrada los cavalleros; de ellos tres fueron bravos y regocijados, embistiendo con los peones, y trompicando a muchos sin muerte de ninguno380.
Algo similar ocurriría en septiembre de 1630, con las festividades y regocijos por la beatificación de Fernando III. El domingo 22 de dicho mes,
[...] a la tarde desde su casa, que era la de los duques de Medina Sidonia, pasó el Asistente a la del Cabildo, a caballo, acompañado de los principales regidores, con muy lucidas galas, joyas y libreas: al mismo tiempo llegó el marqués de Villamanrique, a recibir de nuevo el estandarte [de San Fernando], acompañado del conde de la Torre y de don Juan de Leyva, que había de llevar a su lado a título de borleros. Ordenóse el acompañamiento, comenzando los clarines, trompetas y atabales, a quien seguían los alguaciles y otros ministros de justicia de la ciudad, todos con tantas galas, que bastaron a hacer ostentoso el día [...]. Seguía luego [...] la ciudad, comenzando sus maceros; después los Srs. Regidores y jurados, y por último el asistente [...]. Terminado el acto, pasó el marqués de Villamanrique a restituir el estandarte a la real capilla; y el Asistente con la 380
Vid. Arguijo, J. de, Op. Cit.
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ciudad a dejarle en las casas de su cabildo, y de ella a la suya acompañado de lo más de la nobleza y los mismos regidores, todos ya como particulares381.
Esta solemnidad y la dignidad de que hacían gala los regidores sevillanos no se veían, sin embargo, acompañadas por una correcta gestión de los recursos las más de las veces, lo que les reprocharon los monarcas en no pocas ocasiones, tal y como haría Felipe III en 1599, aludiendo al mal gobierno de las rentas de la ciudad de Sevilla:
[...] Tengo entendido que las dichas rentas están muy mal administradas, y que por consecuencia se disminuyen y defraudan de muchas maneras y por muchas vías; que en la cobranza, cuenta y razón de lo que dellas procede, y que en el pago de los juros y libranzas que están consignados en ellas, no hay la provisión conuiniente, ni se haze con la rectitud deuida. Que a los ministros y ofiçiales del Cauildo y Regimiento de dicha ciudad, y a otras personas poderosas e influyentes, se les prestan cantidades de dineros, se les anticipan pagas de juros, y se usa de otros procederes ilícitos. Que los receptores de las rentas de la ciudad de Sevilla convierten en su propio beneficio y aprovechamiento mucha parte dellas; y que con haber tenido ese Concejo mas de doscientos mil ducados de utilidad conocida, no paga sino tarde y mal a aquellos de sus acreedores que tienen situados en las dichas rentas [...], á quienes se deben más de 400.000 ducados [que] no han conseguido cobrar, ni alcanzar justicia por estar la hacienda de esa ciudad muy distribuida y quebrantada, y los receptores en quiebra, faltos de crédito y de fianza; de lo qual alcanza responsabilidad a ese ayuntamiento y a sus capitulares [...].382
Corrupción, mala gestión, prevaricación en la administración pública eran algunos de los rasgos que adornaban al cabildo municipal sevillano –y por antonomasia hemos de suponer que no a pocos de sus integrantes- durante el periodo que estudiamos, y que provocarían en la ciudad algún que otro motín más que sonado, como el ya mencionado de la Feria en 1652, al grito de “muera el
381 382
Vid. Ortiz de Zúñiga, D., Anales... (la entrada correspondiente al año de 1630). Real Cédula de 23 de agosto de 1599, en Denia.
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mal gobierno”. Años atrás, Olivares se quejaba, en un memorial a Felipe IV, del pésimo estado de las cosas en la que era la ciudad de donde procedía su propia familia:
[...] sin duda el [lugar] más prinçipal destos Reynos [...], y que tanto me toca, por ser yo y todos los míos naturales dél [...], se halla hoy en tan miserable estado que por uentura no le a tenido peor en justiçia, haçienda y gouierno,
provocado, entre otras causas, por la corrupción, la venalidad y la multitud de jurisdicciones que chocaban constantemente entre sí383. Aunque –como en todas las cosas de la vida- otros ejemplos hay que pueden dar fe de lo que parecería lo contrario, como cuando el 10 de marzo de 1618 el río
[...] salió [se desbordó] por tercera vez y con mayor pujanza el sábado [...], creciendo más y más su desbordamiento el domingo y lunes siguiente. El Asistente, Sr. D. Alonso de Bracamonte y Guzmán, acudió con presteza al remedio, mandando tapar los husillos –por donde desagua la ciudad, y por donde las aguas del río penetran en ella en las grandes avenidas- y calafatear las puertas de la misma más cercanas a la orilla del río. En estos trabajos su señoría pagó de su persona, sin darse un momento de descanso así de noche como de día, acompañado del Teniente mayor, de los señores veinticuatro, de muchos jurados y de gran número de ministros de justicia [...].384
Años más tarde, en enero de 1626, y siendo terribles en aquel momento las avenidas del río –que duraron dos meses y arruinaron varias collaciones de la ciudad-, salieron al socorro de la población ambos Cabildos,
[...] con sus limosnas y auxilio personal de sus individuos [...], proporcionando pan y otros mantenimientos; y alquilando muchos barcos a 200 y 300 reales por
383
Vid. Domínguez Ortiz, A., “Sevilla en la época de Velázquez”, recogido en VV.AA., Velázquez y Sevilla. Estudios. Junta de Andalucía, 1999, p. 25. 384 Vid. Guichot, J., Op. Cit., p. 174.
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cada día, con los cuales repartía el pan y sacaba de sus casas a los afligidos y exánimes vecinos, gastando sólo en esto más de seis mil ducados [...]385.
Volviendo al cronista Mal-lara, seguimos con él su relación de los oficios municipales sevillanos con los cargos de la Santa Hermandad, dignidades –no pocos de nuestros primeros maestrantes gozaron de dichos oficios, como los Federigui o los Marmolejo, y colateralmente los Mendoza- atesoradas, vendidas y legadas como una parte integrante más del patrimonio familiar:
En la ermandad ay un provincial, dos alcaldes, uno del estado de los hijosdalgo, otro de los buenos hombres llanos, un alguazil executor, un escrivano, muchos quadrilleros [...].
Y en cuanto a la Casa de Contratación386,
ay una audiencia de los juezes y officiales de ella, que son fator, thesorero, y contador, los quales tienen diversos officiales [...]; ay un juez assesor, un fiscal, un relator, dos secretarios principales, y ocho escrivanos, un alguazil, dos porteros, un alcaide de la cárcel [...], ay un piloto mayor, dos cosmógraphos, dos visitadores de las naos, un cathedrático [...]. Ay un receptor de averías, y un contador dellas, y un escrivano de las armas.
Ya en 1587, la Contratación contaría con tres letrados propios con rango de oidores, bajo la autoridad de su Presidente. Entre nuestros primeros maestrantes, don Juan Bruno Tello de Guzmán o don Rodrigo de Vivero formaron entre los cuadros de la Casa387. Y continúa con el consulado de los mercaderes:
385
Ibídem, p. 198. “Individuos del estamento adquirieron por compra o por merced oficios en la Casa de Contratación, lo que pudo suponerles cierta autoridad o influencia en asuntos mercantiles, pero limitados ingresos a través de unos sueldos constantemente mermados por la inflación” (Vid. Céspedes del Castillo, G., Op. Cit., 1997, p. 23). 387 Un cargo importante en la misma –el de juez de bienes de difuntos- sería desempeñado por don Gaspar de Monteser, abuelo de don Francisco Gaspar, fundador de la corporación maestrante: posteriormente (véase el epígrafe Monteser de este trabajo) veremos cómo se desarrolló su controvertida labor al cargo de dichas responsabilidades. 386
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en él [hay] un prior y dos cónsules, que conoscen de algunas differencias y pleitos, que se offrescen entre mercaderes de los que tratan en las Indias, y onze consiliarios, para tratar y consultar los negocios de qualidad, tocantes al dicho consulado, y universidad de mercaderes.
Oficio este, el de mercader –al menos en el comercio al por mayor- al que no desdeñaron allegarse algunos de los primeros fundadores de la corporación nobiliaria sevillana, como sería el caso de don Juan de Saavedra, que recogería así el testigo dejado en sus manos por su suegro, Miguel de Neve, llegando a participar incluso en nombre de este y en el suyo propio como representante legal de su mujer, entre los años de 1655 y 1672, en las reuniones del consulado de mercaderes sevillano388. No era el único en dedicarse a esos empeños, ya que don Juan Ponce de León389, don Francisco de Araoz, don Pedro de Pineda, don Adrián Jácome o don Juan de Córdoba estuvieron presentes también, según reflejan las actas de los mismos, en dichos cabildos y reuniones390, interviniendo activamente en defensa de sus intereses. Los nobles habían advertido la rentabilidad de las prácticas comerciales –al igual que habían apreciado también los beneficios que dejaban la banca y los préstamos al Estado o a particulares-, y se sumaron, 388
AGI, Consulado, Actas, vols. VI (1655-1663), f. 68r y 75r; VII (1664-1669), f. 242v; VIII (16701672), f. 58v. Para una relación muy completa, Vid. Vila Vilar, E., “Una amplia nómina de los hombres del comercio sevillano del s. XVII”, en Actas del IX Congreso Internacional de Historia de América, Tomo I, Editora Regional de Extremadura, 2002, pp. 293-313. Además de ellos mismos, otros miembros de dichos linajes se dedicaron a estas actividades: en las actas del Consulado (AGI, Consulados, leg. 1-13) figuran don Gaspar y don Luis de Araoz (el primero en 1682-1686 y el segundo en 1659), Guillermo Bécquer (abuelo de los Jácome), en 1624, 1630-32, 1635-40, 1642 y 43; el alférez mayor don Alonso de Cabañas (1677), Fernando y Juan Antonio Dávila entre 1661 y 1666; don Diego Domonte entre 1644 y 1651; Francisco de Esquivel en 1630 y 1655; Pedro de Esquivel Guzmán en 1639 y 1647; Luis Federigui en 1609 y 1610; Luis Fernández de Medina en 1637; Adrián Jácome en 1662; el veinticuatro Alejandro Jácome de Linden en 1664, 1667 y 1673; Rodrigo de León Garavito (emparentado con los Medina Cabañas a través del linaje materno de éstos) entre 1596 y 1617; Francisco Marmolejo, en 1680; Juan Antonio de Medina, veinticuatro, desde 1630 hasta 1651; Luis de Medina en 1623 y 1624; Francisco de Monteser, en 1680; Miguel de Neve, suegro de don Juan de Saavedra Alvarado, entre 1624 y 1646; Pedro de Pineda Salinas, veinticuatro, en 1677 y 1681; Luis Rodríguez de Medina, entre 1632 y 1642; Alonso Rodríguez de Medina, entre 1664 y 1692; Antonio de Sandier (emparentado con los Dávila Rodríguez de Medina), en 1627 y 1632; Juan y Rodrigo de Tapia Vargas (emparentados con los Monteser y con otros linajes de los que daremos cuenta) entre 1600 y 1640; Gaspar de Vargas, veinticuatro –tío paterno de don Francisco de Vargas Sotomayor-, en 1673; Rodrigo de Vivero Galindo, entre 1693 y 1700. Muchos de ellos ocuparon, además, cargos de relevancia en la Casa, tales como el de consiliario o el de cónsul. 389 López Martínez, C., “La Hermandad de la Santa Caridad y el Venerable Mañara”, Archivo Hispalense, I, nº 1, Sevilla 1943, p. 41. 390 AGI, Consulado, Actas, volúmenes V al IX (para los años de 1648-1654, 1673-1676 y 1694-95).
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primero con una cierta suspicacia y luego con verdadero entusiasmo, al ejercicio de una actividad económica verdaderamente rentable: la nobleza intermedia de Sevilla se había “sumergido en el comercio”391. En realidad, buena parte de este colectivo noble sevillano no desdeñó vincularse, más o menos directamente, a un trato americano que aún suponía en 1670 una notable fuente de riquezas: no dejaron de hacerlo tampoco otros fundadores de la Maestranza, como los Jácome, Medina, Mendoza, Mújica Butrón o Federigui, que percibieron –ellos mismos o sus directos ancestros- no pocas ventajas de dicha actividad392, exportando muy diversos productos, entre los que se contaban los que procedían de sus propias explotaciones agrarias, con lo que se conseguía cerrar un círculo ideal de producción-distribución que sólo reportaba ventajas para los exportadores393. Las familias de algunos de ellos, de hecho, habían llegado a Sevilla con el fin de participar de alguna manera en el comercio ultramarino, caso de los Jácome, los Federigui o los Vivero: los nobles –nuevos nobles, en buena parte de los casoshicieron frente al auge del capitalismo de mercado394, adhiriéndose a los pingües beneficios y ventajas que este deparaba: buena parte de los linajes fundadores de la propia Maestranza descienden directamente de unos orígenes claramente mercantiles, como los Monteser, los Vivero, los Jácome o los Federigui. Estas actividades comerciales no dejaron de ser criticadas en su día, como ajenas sustancialmente al estamento nobiliario:
391
Pike, R (1978), p. 22. Gil-Bermejo García, J., “Mercaderes sevillanos (una nómina de 1637)”, Archivo Hispalense, LIX, nº 181, Sevilla 1976, pp. 183-197; ampliado por la misma autora en un nuevo artículo, “Mercaderes sevillanos (II), una relación de 1640”, Archivo Hispalense, LXI, nº 188, Sevilla 1978, pp. 25-52. También en Chaunu, H. y P., Seville et l’Atlantique (1504-1650), tomo V, París, 1955-56. Los Federigui, como después veremos, asentados primero en Cádiz –en donde enlazarían con otros linajes de origen italiano y ocupación mercantil, como los Fantoni-, harían su fortuna en el comercio con México y Santo Domingo, comenzando los tratos ya en los años finales del siglo XVI. Algunos de estos próceres sevillanos alegaron, en sus pruebas nobiliarias (caso de los Jácome para Calatrava), la frecuente actividad comercial de destacados miembros del estamento, como el marqués de Villanueva del Río, el de Valencina, el conde-duque de Olivares o don Luis de Haro, validos estos últimos de Felipe IV (AHN, Órdenes Militares, Calatrava, Exp. 1307: pruebas para don Adrián Jácome de Linden, 1669). 393 García Fuentes, L., “Sevilla y Cádiz en las exportaciones de productos agrarios a Indias en la segunda mitad del siglo XVII”, en Actas del I Congreso de Historia de Andalucía, Andalucía Moderna (siglos XVI-XVII), tomo I, Córdoba 1978, pp. 401-410. También en “Exportación y exportadores sevillanos a Indias, 1650-1700”, Archivo Hispalense, LX, nº 184, Sevilla 1977, pp. 1-39. 394 Vid. Dewald, J., Op. Cit., p. 36. 392
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[...] En Castilla de pocos años acá el que tiene riquezas ese tiene la honrra y como el noble vee que se guarda y usa esto y que si es rico lo onrran, dexa de hazer lo que es obligado conforme a su estado, exercitándose en mercadurías y otros viles ofiçios que les son vedados por derecho y no sostiene el ávito de la nobleza [...] y esto causa no tener cuydado de mandar que cada estado conozca su preheminençia [y así] no se darían tanto a adquirir bienes especiales los plebeyos. Los quales como se veen ricos tienen manera de como hazer mayoradgo de sus bienes, y an offiçios reales y biven honrradamente de manera que alcançan la estima en su pueblo, y sucédeles en lo mesmo sus hijos y nietos, los quales pruevan de su padre y agüelo benir en ábito onrrado y quedarse por hijosdalgo395.
Finalmente, Mal-lara termina nombrando algunos cargos más, de menor relevancia, como los “juezes de los daños, del almoxarifazgo, alcalde de sacas, y otros muchos”. Por tanto, como bien vemos en la relación del cronista de la gran entrada de Felipe II en la ciudad el 1 de mayo de 1570, la ciudad estaba atendida y administrada por una muy nutrida burocracia, entre la cual formaban con naturalidad los miembros del estamento noble; estamento al que habían accedido –algunos desde antiguo y otros en fechas más recientes- miembros de linajes más o menos comprometidos al lado de otros cuya limpieza era, en principio, indiscutible. Esto propició no pocos roces, pullas, enfrentamientos y protestas. Las renuncias, compras, ventas y venalidades diversas relacionadas con los cargos municipales estaban a la orden del día, lo que a veces hizo que los mismos monarcas cuestionaran la transmisión de los propios cargos, como les ocurrió en 1531 a los veinticuatros Gaspar Suárez y Diego López, descendientes de penitenciados: la emperatriz Isabel reprochó al cabildo sevillano haber recibido en el concejo a ambos como tales. Y no podemos decir que esta realidad se limitara al ayuntamiento de la ciudad: también la Audiencia, la Casa de la Contratación y el cabildo catedral se saltaban, cuando convenía, a la torera las pragmáticas y las prohibiciones.
395
Vid. Historia de la Nobleza..., (finales del s. XVI), Mss. 3084, ff. 3v-4r, BNM. Recogido por Carrasco Martínez, A., Sangre, honor y privilegio. La nobleza española bajo los Austrias. Ariel Practicum, 2000.
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III.6. Puesto su afán en la Corte
No podemos tampoco dejar de lado el hecho de que buena parte de estos aristócratas sevillanos –al menos aquellos que disfrutaban de una mayor riqueza e influencia- gozaban, además de cargos de relevancia en el cabildo local, también de oficios (no pocos de ellos eran sin embargo títulos honoríficos, sin mayor representatividad) y prebendas en la corte396: los marqueses de la Algaba o el marqués del Moscoso son buenos ejemplos de ello (en el caso de los primeros, los cargos de caballerizo mayor y de mariscal de Castilla; en el del segundo, el de gentilhombre de boca397). Se produce un hecho que ha sido definido como un “acaparamiento por parte de la nobleza alta y media de los altos cargos de la Monarquía [...], que tendrá en sus manos los oficios cortesanos, la alta administración territorial, los cargos en la administración central, los puestos diplomáticos, la dirección de la milicia en sus distintos niveles y muchos oficios de la administración local”398. La corte, un confuso aglomerado de “sirvientes, 396
“Corte y nobleza son, pues, dos términos íntimamente unidos en la historia moderna de Europa [...]. Una vez producido el fenómeno de la curialización nobiliaria, la armonía entre el monarca y la nobleza estaba asegurada, en tanto en cuanto el primero dispusiera de una cuantiosa reserva de mercedes de todo tipo, y fuera sumamente cuidadoso en su distribución. [En el] caso de la monarquía hispana, el soberano controlaba un amplio abanico de recursos para otorgar mercedes a sus fieles servidores [...]. [La corte de Madrid] se convirtió en polo de atracción de todos aquellos actores de la sociedad política que deseaban iniciar una carrera o culminar largos años de servicio itinerante de forma adecuada, con la riqueza personal y el engrandecimiento de su linaje”. Vid. Martínez Millán, J., y Fernández Conti, S., Op. Cit., pp. 545-549. Acerca de la corte y la situación de los cortesanos en la misma, vid. Parker, G., Op. Cit., pp. 486 y ss. 397 El oficio de gentilhombre de la boca era menos relevante que el de gentilhombre de la cámara: de hecho, al segundo se ascendía desde el primero. Don García de Quirós, otro de los fundadores de la Maestranza, descendía directamente de un guardarropa mayor de Felipe II; don Bartolomé de Toledo estaba emparentado, por su familia materna, también con servidores reales. Don Juan Baltasar Federigui sería, en su primera juventud, paje real; también estuvieron vinculados al servicio regio los Bazán y otros linajes fundadores. 398 Vid. Barrios Pintado, F., “La nobleza y la monarquía en el inicio de la modernidad”, en Monarquía y nobleza andaluza, Ciclo de conferencias, Real Maestranza de Caballería de Sevilla, 1996. El autor nos indica cómo “de cualquier modo, serán siempre titulados los que ocuparán los principales cargos palatinos inmediatos al monarca: mayordomo mayor, sumiller de corps y caballerizo mayor, por solo citar los más significativos, ya que frecuentemente eran títulos los mayordomos de semana, caballerizos y los gentileshombres de la Boca, de la Casa y de Cámara”. (Op. Cit., p. 31). “El cursus honorum para un miembro masculino de la nobleza comenzaba con el oficio de paje, seguía con el de costiller y terminaba en la esfera de los gentileshombres, de la casa, de la boca, de la cámara y, finalmente, sumiller de corps. Círculos separados de acceso lo constituían los puestos de mayordomo, incluido el mayor [...], caballerizos [...] y los capitanes de la guardia” (Vid. Martínez Millán, J., y Fernández Conti, S., Op. Cit., p. 550).
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proveedores, funcionarios principales y favoritos que vivían alrededor del rey”399 era el ámbito donde podía medrarse, podían conseguirse favores o, con la misma rapidez, perderlos: don Pedro Andrés de Guzmán regresó muy desengañado de aquella tras ser despedido de su cargo de caballerizo mayor por don Juan José de Austria, enemigo incansable de la reina viuda doña Mariana y de su valido, el duende Valenzuela400. El noble buscaba en la corte poder, éxito, relaciones y riquezas; y también nuevas experiencias, además de –en la práctica- el cultivo y la satisfacción de necesidades asociativas y psicológicas, que le facilitarían el ejercicio de una serie de actividades preceptivamente aristocráticas. El costoso traslado de un linaje a la corte era, en rigor –como bien nos recuerda Domínguez Ortiz- “una decisión arriesgada, una especie de apuesta de todo o nada; si recibía buena acogida [...] hallaría oportunidades para ventajosos enlaces, para obtener ricas prebendas”401.
III.7. Las casas de morada, asiento del linaje
Continuando con la enumeración de los bienes de esta nobleza sevillana de finales del XVII, volvemos nuevamente a mencionar uno de ellos –evidentemente necesario, pero también “de prestigio”- que compone una parte relevante del patrimonio nobiliario: la “casa poblada”, las “cassas de su morada”, el solar familiar en suma, que podía hallarse tanto en la villa cabeza del señorío o bien en la ciudad, el lugar en donde –finalmente- terminan, nacen, se hacen y deshacen los linajes en la Edad Moderna. Linajes cuya presencia en la ciudad se asociaba al haber estado, desde tiempo inmemorial, asentados en determinadas calles o collaciones: los marqueses de Villanueva tuvieron sus casas en la antigua plaza de San Bartolomé; los Solís, en el Duque (eran patronos de la iglesia de San Antonio 399
Dewald, p. 179. Gracias a la concesión de mercedes en la corte –o de su retirada- se ganaban amigos o se hacían enemigos con la mayor facilidad: sobre estos premios, Vid. Elliott, J.H., El Conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia. Ed. Crítica, Barcelona, 1990, p. 151. 401 Domínguez Ortiz, A., “La nobleza como estamento y grupo social en el siglo XVII”, en Iglesias, Mª.C. (Dir.), Nobleza y sociedad en la España Moderna, Fundación Central Hispano, Madrid, 1995, pp. 124-125. 400
175
Abad, teniendo su casa tribuna a la propia iglesia), al igual que algunos miembros del linaje de los Tellos (otros residían en la calle de Gallegos, en la Magdalena o en la collación de San Andrés); los marqueses de la Algaba, en la Feria; la casa de los Quirós estaba en la Gavidia (fue destruida por un incendio en el siglo XVIII), aunque tuvieron otras viviendas en la collación de San Román; y los Saavedra se vincularon largo tiempo a San Martín, aunque el linaje de Moscoso habitaba en la antigua calle del Correo, “una calle angosta, con dos vueltas”, en la parroquia de San Pedro, en una casa fuerte perteneciente primero a los Pineda –también había sido inicialmente de los Pineda el hoy palacio de las Dueñas, que vendieron en 1483-, en donde en 1451 Francisco de Villafranca labró una torre que subsistió hasta que en 1811 fue derribada para trazar sobre ella la nueva plaza de la Encarnación. Los Medina Cabañas vivieron en la parroquia de San Lorenzo, al lado de la que hoy es calle de Hombre de Piedra (la antigua calle del Arquillo de los Roelas); e igualmente en la calle de la Magdalena, en donde tuvo sus casas Martín Fernández Cerón. Durante algún tiempo residieron también en Santa María la Blanca, al igual que los Dávila. Los Vargas Sotomayor en Santiago el Viejo, aunque tuvieron casas también en la calle Castellar y en la collación de San Roque; los Ramírez de Arellano, marqueses de Gelo, en San Bartolomé enfrente de los Mañara, en San Miguel y durante algún tiempo en Santa Catalina, en donde también vivirían los Esquivel Medina y Barba, que asimismo residieron en San Martín; los Marmolejo en la antigua calle nombrada con su propio apellido, en la parroquia de San Isidoro, y en las collaciones de Santa María y San Vicente; los Carrillo de Albornoz, en San Martín y en San Lorenzo; don Juan Alonso de Mújica cambiaría varias veces de residencia, de la collación de San Pedro a la de San Miguel, y de ahí a la de San Lorenzo; y en la parroquia de San Andrés residió don Pedro de Pineda, en la antigua calle de Quebrantahuesos. Los Jácome en San Marcos y San Vicente, al igual que los Esquivel Guzmán, que también tenían inmuebles en San Lorenzo. Los marqueses de Paradas (Gutiérrez Tello) tuvieron sus casas en la calle de Cadenas, también en la collación de San Andrés 402. Estas
402
Vid. González de León, F., Noticia Histórica del origen de los nombres de las calles de esta M.N.M.L.Y M.H. Ciudad de Sevilla..., Imprenta de D. José Morales, Sevilla, 1839. Buena parte de las
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viviendas, que en Sevilla comenzaron a adaptarse al gusto italiano en el siglo XVI, son el escaparate en donde la familia exhibe su riqueza, su gusto y su poder, recogiendo un precedente muy caro al mundo helenístico y grecolatino 403. Antes del XVI, sin embargo, hay en la ciudad ejemplos extraordinarios de grandes mansiones palaciegas habitadas por importantes familias, como es el caso de los Stúñiga en el hoy palacio de Altamira404 o el caso de los Ponce de León en su gran palacio de la collación de Santa Catalina405. Sin embargo, será el modelo italianizante el más imitado a la hora de levantar las grandes casas de las que se admiraba el cronista Alonso de Morgado406, siguiendo el ejemplo de viviendas como la de los Pinelo407: una gran fachada coronada por un balcón representativo o por una loggia; ventanas enrejadas abiertas a la fachada; apeadero, patio de honor y jardín trasero o segundo patio para uso íntimo. Este modelo se repetirá desde la Casa de Pilatos –el palacio de los duques de Medinaceli- hasta Dueñas, el palacio de los duques de Alba. Se verá seguido por otras grandes casas-palacio, tal vez no tan amplias y extensas como las dos últimas mencionadas, pero sí de gran representatividad, tales como las ya mencionadas de los Domonte y de los localizaciones que indicamos las extraemos de los protocolos notariales sevillanos, documentos en los que los otorgantes hacían referencia a la collación en la que residían. 403 Sobre este referente clásico en donde el mundo doméstico –como reflejo de la mentalidad individual y colectiva- es a su vez un espacio enormemente representativo, Vid. Clarke, J. R., The Houses of Roman Italy, 100 b.C.-a.D. 250, ritual, space, and decoration. University of California Press, 1991; Gazda, E. K. (Ed.), Roman Art in the private sphere. New perspectives on the Architecture and Decor of the Domus, Villa, and Insula. Ann Arbor, University of Michigan Press, 1994; y por último, Hales, S., The Roman House and Social Identity. Cambridge University Press, 2003. 404 Los Stúñiga, duques de Béjar, habitaron dicho palacio (construido sobre antiguas viviendas de la judería sevillana) desde el siglo XIV. Tras una agitada historia –en la que fue convertido incluso en casa de vecindad ya en el siglo XIX- ha pasado a ser actualmente sede de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. En el siglo XVII se realizó la gran reforma de la fachada rematada por buhardillas, aunque en su interior sigue conservando elementos estructurales de época mudéjar, como la gran qubba del “cuarto real” o “del duque”. Conserva igualmente una espléndida colección de artesonados medievales asimismo mudéjares. Vid. Morales Méndez, E., “La nobleza sevillana: sus luchas y su arquitectura”. Laboratorio de Arte, 7 (1994), pp. 51-80. 405 Hoy sede social de la empresa pública de aguas de Sevilla, ha sufrido también grandes transformaciones a lo largo de su historia, convirtiéndose parte de su solar en convento de la orden tercera franciscana y derribando su fachada. Su construcción data del siglo XIV, período del que quedan escasos restos. Vid. Gabardón de la Banda, J.F., El conjunto monumental del Palacio de los Ponce de León y el Convento de los Terceros de Sevilla, Ed. Fundación EMASESA, Sevilla, 2005. 406 Morgado, A., Historia de Sevilla..., 1587 (Ed. 1978): “Todos los vecinos de Sevilla labran ya las casas a la calle, lo cual da mucho lustre a la ciudad. Porque en tiempos pasados todo edificar era dentro del cuerpo de las casas, sin curar de lo exterior [...]”. 407 Vid. Falcón Márquez, T., “La Casa de los Pinelo de Sevilla”, Actas del XIV Congreso Nacional de Historia del Arte, Málaga, 2002.
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Mañara. La primera, propiedad de Juan de la Fuente Almonte y sita en la collación de San Vicente –conocida hoy como palacio de Monsalud408- la adquirió en la almoneda de los bienes de don Gaspar de Monteser409, caballero de Santiago y tesorero de la Casa de la Contratación, institución a la que había defraudado grandes sumas: este a su vez la había heredado de su suegro, don Rodrigo de Tapia, adquiriéndola Tapia en 1620 a los herederos de Diego Ochoa y Constanza del Canto, sus propietarios documentados en 1516. Almonte la compró por 14.000 ducados de plata en 1631, y le haría mejoras y reformas por valor de otros 6.000. Entre las mejoras, una nueva portada –que no es la conservada actualmente, reformada por los marqueses de Villamarín, descendientes de Fuente Almonte, en el siglo XVIII- y las dos grandes piedras armeras de los Domonte y los Verástegui, esculpidas por el cantero Martín de Anitua. La gran casa, de dos plantas, apeadero, caballerizas, dependencias para el servicio, escalera principal y tres patios, destaca aún hoy por su imponente aspecto: era, sin duda, un espléndido estuche para conservar en su interior bienes muebles como aquellos a los que anteriormente nos hemos referido, al tratar de los inventarios de don Pedro de Menchaca o don Nicolás Omazur. Almonte –que en los últimos años de su vida murió endeudado y hubo de vender, para subsistir, varios de sus bienes muebles que no estaban vinculados- guardaba en su casa un valioso servicio de plata, diversos cuadros de temática religiosa (San Francisco, San Pedro y San Pablo, Santa María, la Pura y Limpia Concepción, Santa Ana y la Virgen, la Virgen de la Antigua, San Miguel) y profana (veinticuatro de una serie de antiguos emperadores romanos con sus consortes; nueve de reyes y príncipes de España hasta don Baltasar Carlos, diversos paisajes y bodegones, algunos de ellos posiblemente flamencos) hasta un total aproximado de sesenta, una –para la época- nutrida biblioteca, un oratorio lujosamente dotado con diversos cuadros, 408
Y convertida en la actualidad en una vivienda de apartamentos de lujo. Las referencias sobre la casa, de Gómez, T., “Historia de un palacio del siglo XVI. La casa de los Domonte”, Sevilla 92, 19, Diputación Provincial de Sevilla, 1986. 409 El linaje de los Monteser será, igualmente, fundador de la Maestranza sevillana en 1670. Se vincularon asimismo con los Tapia Vargas, mercaderes enriquecidos de linaje converso, que habían solicitado un “permiso de armas” en 1558 para poder portarlas; ellos mismos poseían un “asiento de negros” –esto es, un contrato con la administración para la trata de esclavos- que contribuyó en buena medida a enriquecerlos (AGI, Contaduría, 358-363). Posteriormente volveremos sobre ellos.
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imágenes y láminas (Nuestra Señora, San José y el Niño Jesús; Santa Inés; un Crucificado; San Cristóbal; una talla de una Inmaculada y otra de un Crucificado, otras dos en mármol de San Juan Bautista y de Nuestra Señora), además del frontal de altar y otros ornamentos sagrados. A ello hay que sumar los muebles y adornos de la casa, algunos de valor, como un escritorio de ébano y marfil y varias piezas de porcelana china.
En cuanto a la segunda, la vivienda del cargador Tomás Mañara, adquirida en subasta en 1623 al jurado Diego de Almansa, se hallaba ubicada en la collación de San Bartolomé y pasó a su propiedad tras el pago de trece mil ducados, como ya hemos mencionado. De espléndida factura, decorada con profusión de mármoles de Carrara obra del escultor genovés Antonio María Aprile de Carona410, Mañara invertiría en su restauración y acondicionamiento la descomunal suma de 20.000 ducados, más de lo que había pagado por la propia casa. Recibía una paja de agua de los caños de Carmona, un auténtico lujo para la época, y poseía –al igual que los Domonte, los Omazur, los Vargas, los Marmolejo y los Tello de Guzmán, o como otros muchos miembros del estamento aristocrático sevillano- un rico oratorio en el domicilio, tan magníficamente provisto que descollaba entre otras fundaciones similares de la ciudad411. A esto hemos de añadir una serie de bienes muebles de gran valor, recogidas en el inventario realizado a la muerte de don 410
(Carona, cir 1500-Génova, cir 1550). Hijo de Giovanni Antonio de Carona, trabajó en la catedral de Santa María Asunta de Savona. En Génova realizará con Pace Gaggini el sepulcro de los marqueses de Tarifa. Realizará asimismo el del obispo Francisco Ruiz para San Juan de la Penitencia de Toledo. Ya en Sevilla –en diciembre de 1525- realizará varios trabajos de índole funeraria para diversos miembros de la aristocracia de la ciudad, a imitación del túmulo de los Enríquez de Ribera. Esculpió diversas columnas, portadas y elementos arquitectónicos para la Casa de Pilatos y el Alcázar sevillano. Las piezas para la casa de la collación de San Bartolomé le fueron encargadas a Aprile por el jurado Juan de Almansa. Curiosamente, los Almansa habían emparentado con Juan Antonio Corzo, pariente a su vez de los Mañara. Vid. Palomero Páramo, J., “Antonio María de Aprile y la marmolería de la casa de don Juan de Almansa, en Sevilla”, en Presencia italiana en Andalucía. Siglos XIV-XVII. Actas del III Coloquio Hispano-italiano, CSIC, Sevilla, 1989. 411 En el inventario del oratorio figuraban “un cáliz de plata sobre dorado, con su patena, unas vinajeras son sus salbillas, todo de plata, ocho candeleros de plata [...], un cuadro grande, que está de testera en el altar, de Santo Tomás entrando el dedo en el costado a Nuestro Señor, una imagen pequeña de nuestra Señora, de bulto, con una corona de plata; un Santo Cristo de marfil, con su dosel bordado de plata sobre terciopelo negro”; cinco cuadros pequeños con escenas de la vida de Cristo; una Verónica, una tabla de la Virgen, el Niño y san Juan Bautista; varios relicarios, un Agnus Dei, un Nacimiento, numerosas láminas enmarcadas en ébano, frontales de altar y casullas de damasco, etcétera.
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Tomás Mañara412 en 1649: una importante colección de tapicerías flamencas (la historia de San Pablo, la historia de Grecia, la historia de David...), camas de damasco y terciopelo, alfombras orientales, “cairinas”, colchas y cojines de seda y terciopelo, diversas imágenes de devoción (un niño Jesús que le regaló el marqués de Monesterio; un San Jerónimo regalado por el “padre fray Francisco de la Cruz, guardián de San Francisco”; un San Juan Bautista “de cera, que me dio a mí [...] doña Ana Mañara, mi hija, monja en el convento de Santa Clara de esta ciudad”), varios escritorios y bargueños –contadores- de ébano y marfil, dos biombos chinos, un importante número de cuadros religiosos (San Miguel, el Santo Cristo, San Sebastián, David, Santa Susana, Salomón, la Virgen con el Niño, Jesús Nazareno, la Resurrección, la Concepción, la resurrección de Lázaro, la aparición de Cristo a la Magdalena, San Lucas, Santa Catalina, San Pedro frente a Simón mago, el Nacimiento, el martirio de San Pedro, San Francisco, San Juan Bautista, Santo Tomás, San Jerónimo, la Virgen del Pópulo, San Juan [Evangelista], la Visitación y la conversión de San Pablo) y otros profanos, entre los que se hallaban retratos, paisajes, temas mitológicos o bodegones (el Triunfo del Amor, el robo de Proserpina, “otro grande, de montería de leones”, una serie de emperadores romanos a caballo, el incendio de Troya, un retrato del cardenal don Gonzalo413, otro, “con el retrato del señor don Tomás Mañara estando vivo [y] otro, que le retrataron después de muerto”, dos retratos de sus hijos Juan Antonio y Miguel, nueve cuadros de paisajes adquiridos a don Alonso Ramírez de Arellano, unas ninfas en el baño y varios bodegones). Además de ello, distintas joyas de gran valor, algunas vinculadas al mayorazgo (“una bandilla [de oro]
412
AHPSe, Oficio de Hermenegildo de Pineda, 1649, legajo 2, ff. 847r-853v. Recogido en Sacra Congregatio Pro Causis Sanctorum, Officium Historicum 71, Hispalen. Beatificationis et Canonizationis Venerabili Servi Dei Michaelis Mañara, Equitis de Calatrava el Fundatoris Nosocomii vulgo “de la Santa Caridad” (+1679). Positio Super Virtutibus ex Officio Concinnata. Typis Polyglottis Vaticanis, 1978. Según Urquízar Herrera (Op. Cit., p. 166-167), la inversión en ricos bienes muebles “para los adinerados sin estatuto de nobleza, era la forma más fácil de ocultar sus diferencias jurídicas” con los nobles. “Esta circunstancia alcanzó su expresión más favorable en los mercaderes de la Carrera de Indias. Como era de esperar, las familias de comerciantes de procedencia italiana que residían en Sevilla estaban en la mejor posición posible para desarrollar un cierto coleccionismo. Los medios de los Vicentelos, Lecas, Centuriones, Negrones o Mañaras estaban cubiertos por los copiosos beneficios que les rendía su actividad”. 413 Don Gonzalo de Mena y Roelas (1394-1401).
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esmaltada en azul, cuajada de trescientos y cuarenta y dos diamantes [...] que costó más de dos mil ducados”, un
San Miguel de diamantes, pequeño; un niño IHS de diamantes, pequeño; un Agnus Dei de oro y diamantes y rubíes, con dos laminitas en medio, la una de la limpia Concepción y la otra de San Joan Bautista,
además de otras muchas preseas, broches y sortijas de oro, perlas, coral o esmeraldas), un gran número de piezas de menaje y servicios de plata (“setenta y dos platillos de plata trincheros [...], catorce platones de diferentes tamaños [...], cuatro fuentes de plata de diferentes tamaños; dos palanganas”; siete salvillas, saleros, azucareros, pimenteros, tazas, jarros y candeleros, canastos, cucharas, pomos para olor, etcétera), ropa blanca y de mesa, ropa de vestir, “cosas estravagantes” entre las que se incluían diversos muebles, “cosas de caballería” como dos coches, mulas y caballos, sillas y jaeces, menaje y “cosas de cocina”, etcétera414. Buena parte de estos bienes revertirían en don Pedro y don Andrés Tello de Guzmán, fundadores de la Maestranza sevillana, a través de la herencia de su madre doña Isabel Mañara, hija única superviviente (y finalmente, última heredera) de don Tomás.
III.8. Criados, esclavos, servidores
¿Qué ocurre con los criados, y sobre todo con los esclavos, que como otros bienes son valorados y sumados en los inventarios, o figuran como otras propiedades 414
Comentaremos otros inventarios de bienes a lo largo de este trabajo, algunos realmente interesantes –incluso podríamos decir notables- como el de don Gil Ramírez de Arellano, abuelo materno del I marqués del Moscoso, que incluía, entre una buena colección de cuadros profanos y religiosos, mobiliario, plata y joyas, etc., una extraordinaria biblioteca con más de tres mil títulos (en AGA, Fondo Arias de Saavedra, legajo 3761, nº 9). Acerca de las bibliotecas nobiliarias, vid. Dadson, T.J., “Las bibliotecas de la nobleza: dos inventarios y un librero, año de 1625” en Egido, E., y Laplana, J.E. (Eds.), Mecenazgo y Humanidades en tiempo de Lastanosa. Homenaje a la memoria de Domingo Ynduráin, 2008, pp. 253-302. También, Martínez del Barrio, J.I., “Educación y mentalidad de la alta nobleza española en los siglos XVI y XVII: la formación de la biblioteca de la Casa Ducal de Osuna”. Cuadernos de Historia Moderna, 12, Universidad Complutense, Madrid, 1991, pp. 67-81.
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legados en los testamentos? Evidentemente, para atender una casa de tal importancia era necesario un importante número de asistentes, pajes y sirvientes libres o esclavos, tales como la
esclava mulata nombrada María Aldona, de edad de treinta años poco más o menos; una esclava mulata nombrada Isabel, de edad de veinte y dos años poco más o menos; otra esclava negra nombrada Margarita, que sirve en la cocina, de edad de treinta años poco más o menos; [o] un mulatillo nombrado Mateo, de edad de doce años,
que figuraban en el inventario del rico cargador. El total de sirvientes o de personas adscritas al servicio de la vivienda de Mañara rondaba los veinte415, y realzaban con su presencia la importancia de la vivienda nobiliaria. Los servidores de una casa aristocrática vivían en contacto constante con la familia, falleciendo muchas veces dentro de la misma, y siendo enterrados incluso en las mismas fundaciones familiares. A veces, no obstante –y no es este el caso de los Mañara-, el trato que recibían no era tan benevolente, provocando incluso sonadas tragedias416. Esta necesidad de un servicio abundante, común al estamento nobiliario en su práctica totalidad, podemos apreciarla en la solicitud realizada por el primer marqués de la Mina, don Pedro de Guzmán Dávalos –gobernador y capitán general de Tierra Firme y Veragua, y presidente de la Real Audiencia de Panamá-, para que se le permitiera marchar a Indias acompañado por dieciséis criados (diez hombres y seis mujeres), además de un capellán, para atender al servicio de su casa según las necesidades de su rango:
El Gen.l de la Artillería Dn. Pedro de Guzm. Daualos Marq.s de la Mina. Gou.n y Cap.n Gen.l de la Prou. de Tª firme y Veragua y Press.te de la Rl. Aud. de Panamá, Con Dª Juana Espínola y Guzmán su muger. Y Dª Micaela de Guz.m Daualos su Hija [pide permiso para llevar] Diez Criados y seis Criadas en Virt.d de lyz.ª de su
415 416
Archivo de la Parroquia de San Bartolomé, Sevilla: Padrón de confesiones, 1643. Vid. Núñez Roldán, F. (2006).
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Mag. Y un Capellán n[ombra]do. Dn. Juan de nauas en Virt.d de auto, Y franja q dio de traer a prov[isió]n dentro de dos meses417.
Don Pedro llevaba como servidores a Juan Murillo Calderón, de la villa de Aguado, en Extremadura; Luis de Aranguren, vizcaíno, de veinte años; Juan López Coronado, natural de Yébenes; Agustín Sánchez, natural de Sevilla, con treinta y seis años; Pedro de Aranguren, de Ceanuri, con dieciocho años; Joseph de Alazano, de Durango, con dieciséis años; don Bernabé Bañuelos, madrileño, el único casado y al que acompañaba su mujer, doña Feliciana de Arias, "mediana de cuerpo, trigueña, pelo castaño"; don Juan Salvador Rojo, sevillano, de veintitrés años; don Jacinto Jiménez de Araoz, sevillano, de "buen cuerpo, blanco, ojos azules"; don Antonio de Santamaría, de Madrid; doña Mariana de Contreras, sevillana, de cuarenta y seis años, "mediana de cuerpo, gruesa, pelo entrecano"; doña Josepha Manuela de Ocaña, sevillana, de veintiún años; doña Mariana Ferrer, natural de Alcalá del Río; doña María de Ortega, de Osuna, de treinta años; y, finalmente, doña Juana de Sotomayor, hija de don Pedro de Sotomayor, de Utrera, "de veinte y quatro años, alta, trigueña, pelo castaño". Su solicitud fue resuelta favorablemente el 16 de noviembre de 1689,
[...] como Pareze de la Real cedula que Presento se le concede lisençia al dho. mi Parte [don Pedro de Guzmán, aquí representado por su procurador ante la Casa de la Contratación] Para pasar a aquella tierra Con su muger y hijos sin les pedir ymformazion alguna y Para su serbisio asi mismo se le da Para poder llebar Diez criados y seys criadas presentandolas estos en esta cassa en la forma que seacostunbra.
En esta somera relación podemos con cierta facilidad determinar, por sus edades, condiciones –el uso del título de don por parte de algunos de sus acompañantes nos aporta para ello algunas claves- y demás, el papel que no pocos de ellos desempeñaban en el servicio del marqués y de su familia inmediata: mayordomo, pajes –estos más jóvenes, de unos dieciséis años y de buena presencia, 417
AGI, Contratación, 5451, nº 70.
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provenientes de un origen más esclarecido-, secretario, dueña o señora de compañía, camareras, etcétera. Todos ellos eran (y así se consideraban) necesarios, imprescindibles de hecho para mantener y evidenciar el prestigio, la relevancia si se quiere del señor al que servían418. En cuanto a los esclavos, la relación resulta ambivalente: doña Mariana de Monteser legaba a su heredero universal, su sobrino Francisco Gaspar, una “esclava blanca”, Manuela del Espíritu Santo, pidiéndole que posteriormente la liberara y le diera cien ducados “por lo bien que la hauia seruido”419. Es frecuente ver mandas similares en los testamentos de los primeros fundadores. A veces, sin embargo, las cosas eran diferentes: doña Isabel Tello de Guzmán se quejaba a la muerte de su marido, don García de Córdoba Laso de la Vega, de que entre otros bienes sin demasiado valor le dejaba la carga, más que la ayuda, de “un esclauo mulato que se emborracha”, además de una esclava negra, ya vieja, de los que desconocemos sus nombres420. Tampoco parecía ser muy valioso “Françisco negro, porque es uiejo y enfermo y quebrado”, que sería valorado a bajo precio entre los bienes del almirante don Alonso de Mújica Butrón421. E incluso tenemos otros indicios, aún menos favorables, de abusos y de malos tratos: posiblemente Juan, un esclavo que había huido de la casa de don Fernando de Medina, “herrado en ambos carrillos con una ese y un clavo” –el terrible jeroglífico que conformaba en la carne el vocablo esclavo-, y que había sido capturado y preso en Antequera por los alguaciles de la ciudad, había escapado de su amo para no volver a recibir los 418
Durante el reinado de Felipe IV, grandes nobles como el conde duque de Olivares –con doscientos sirvientes-, el duque de Osuna –con trescientos- o el de Medinaceli –con setecientosmuestran a las claras la importancia de los servidores y los séquitos numerosos, sobre todo para el alarde público, además de para garantizar la comodidad y seguridad personales (Dewald, p. 74). Diego de Hermosilla (Diálogo de la vida de los pajes..., Madrid, 1575, pp. 32-33), nos aporta alguna información añadida sobre ello: “En casa de los grandes señores [...] ay de ordinario muchos ofiçiales, como son camarero, secretario, mayordomo, maestre sala, cavallerizo, contador y thessorero, los quales por la mayor parte los dan siempre a los pajes que se críen en sus casas, ansí para servirse dellos como para honrarlos y aprovecharlos. Ay tanvién beedor, botiller, repostero de estrados, repostero de plata, comprador, despensero, repartidor y escrivano, que llaman de raçiones [...]”. Del mayordomo confía el señor la açienda y gobernaçion de su casa: del camarero los adereços de su persona y cassa y la mesma persona en alguna manera [...]; de la fidelidad del secretario, la honra que se atraviesa en los negoçios de ynportançia que el señor trata, y pasan por su mano. [De los oficios domésticos], el primero es el de capellán mayor, y luego el chançiller, y tras él, el camarero, y después el mayordomo”. 419 AHPSe, Leg. 611, f. 1036 (1675). 420 AHPSe, Leg. 2662, f. 519 (1669). 421 Véase el epígrafe Mújica Butrón de este trabajo.
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azotes que le dieron al recuperarlo tras una fuga anterior422. Esclavos que la mayoría de las veces eran “adquirido[s] de buena guerra y no de paz”, como sería el caso de Joseph Francisco de Paula, un turco “de buen cuerpo blanco pecoso en la cara de edad de diesinueue a ueynte años” –posiblemente un circasiano-, vendido el 14 de marzo de 1702 por don Lope de Mendoza a don Martín Antonio de Bandarán, vecino de Logroño423.
III.9. El matrimonio, un buen negocio
Además de los bienes muebles –joyas, muebles, cuadros o esclavos, ya que como tales debemos considerar a estos últimos- e inmuebles –casas, haciendas, villas y lugares enteros-, las inversiones en juros y títulos de renta, etcétera, uno de los mejores negocios realizados por la aristocracia y en los que se apoyaba en buena medida el incremento o la consolidación –incluso la recuperación- de sus fortunas era, sin lugar a dudas, el matrimonio424, por lo que se realizaban habitualmente
largas
negociaciones
previas,
que
incluían
detalladas
capitulaciones en las que se establecían, claramente, derechos, deberes y propiedades con las que se dotaría a los contrayentes425. En ellas se acordaban los plazos de pago, la cuantía total de la dote, los bienes vinculados a ella, las rentas
422
AHPSe, Leg. 2707, f. 479 (1671). AHPSe, Leg. 2806, f. 531. 424 Vid. Powis, J., Op. Cit, y Soria Mesa, E., 2007. 425 Como las capitulaciones matrimoniales firmadas el 25 de abril de 1579 para acordar el matrimonio entre don Luis de Guzmán, II marqués de la Algaba, y doña Inés Portocarrero, hija de los primeros marqueses de Villanueva del Fresno (BRAH, Salazar y Castro, nº inv. 47528). Sus descendientes, don Agustín y don Pedro Andrés de Guzmán, serían respectivamente el primer y segundo hermanos mayores de la Maestranza sevillana. Otros muchos linajes sevillanos formalizaron documentos similares: don Luis Méndez de Haro y Sotomayor, señor de El Carpio, con su suegro don Pedro Portocarrero, para casar con su hija Beatriz, en Sevilla, a 3 de diciembre de 1508: BRAH, Salazar y Castro, nº inv. 20309; doña Beatriz Laso de la Vega, viuda de don Pedro de Villasís, veinticuatro de Sevilla, padres de doña Elena de Menchaca, con don Alonso Portocarrero, el 24 de mayo de 1605, también en Sevilla: BRAH, Salazar y Castro, nº inv. 20545; las firmadas en la misma ciudad a 14 de febrero de 1665 entre don Juan Tello de Guzmán Medina y doña Francisca María de Villegas: BRAH, Salazar y Castro, nº inv. 74366; o, por último, las capitulaciones acordadas a 2 de septiembre de 1581 entre don Juan Antonio Vicentelo, “el Corzo”, su mujer doña Brígida Corzo y don Jorge Alberto de Portugal, que convertirían a su hija, Bernardina Vicentelo, en la nueva condesa de Gelves: BRAH, Salazar y Castro, 74389. Veremos muchos ejemplos de dichas capitulaciones matrimoniales en la prosopografía posterior. 423
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que esta habría de generar, etcétera. Un ejemplo de ello: cuando don Juan Gutiérrez Tello, hijo de don Juan Tello de Guzmán –pertenecientes ambos a uno de los linajes fundadores de la corporación caballeresca sevillana 426, con tres miembros que ingresaron en la misma en 1670-, firma en 1633 sus capitulaciones matrimoniales con doña Isabel Mañara, hija de don Tomás, recibiría una dote de 35.000 ducados, cinco mil al contado y 1.500 de renta anual a cobrar sobre el almojarifazgo sevillano. El novio aportaba al enlace otros 5.000 ducados y unas casas en la collación de San Andrés427. En otro ejemplo palmario, don Juan de Saavedra, I marqués del Moscoso, gastaría en las bodas de su primogénito el equivalente a las rentas de dos años de varios cortijos grandes428. Los matrimonios solían concertarse con bastante frecuencia dentro de la propia familia, para –como ya hemos indicado con anterioridad- salvaguardar, conservar o vincular las propiedades familiares, conservándolas en el seno de la propia unidad familiar, fenómeno bien estudiado por Soria Mesa (2007): un ejemplo de ello sería el matrimonio entre los viudos don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, natural de Guadalajara como buen Mendoza, y doña Luisa Portocarrero y Bocanegra, marquesa de la Guardia, hija de los condes de Palma429, vecina de Sevilla y sobrina esta del contrayente, que casarían en 1618 “para que no se perdiesse la numerossa dote que aquella [la marquesa] hauía lleuado a su despossorio con el Sr. Marqués” de la Guardia, del que había enviudado430. Era de hecho un matrimonio con altos índices de consanguinidad, casi incestuoso: no sólo los novios eran tío y sobrina –él contaba con cuarenta años y ella con veintidós-, sino que el contrayente era primo hermano de su futuro suegro, don Luis Antonio Portocarrero, además de ser como era hermano de su futura suegra. Igualmente una boda podía servir para solucionar de modo expeditivo problemas de liquidez económica, tal como le ocurriría en 1666 a doña Juana de Barradas, viuda de don Francisco Gaspar de Solís, Manrique y Cerón, 426
Sus descendientes serían los futuros marqueses de Paradas. Más referencias acerca de este enlace en el epígrafe Dávila Medina de este trabajo. 428 Véase el epígrafe Saavedra Alvarado de este trabajo. 429 Don Luis Antonio Portocarrero y doña Francisca de Mendoza y Luna. AGAS, Vicaría General, Matrimonios Apostólicos, legajo 09091, expediente 49. 430 Se refiere aquí a su difunto marido, don Rodrigo Mexía Carrillo de Fonseca, titular del marquesado de la Guardia. 427
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señor de Ojén y Rianzuela, padres ambos de don Fernando Solís y Barradas, después primer marqués de Rianzuela y uno de los fundadores de la Maestranza de Caballería. Su marido, don Francisco Gaspar, había fallecido el 3 de abril de 1664 y había dejado a doña Juana, una
señora principal, y de mucha calidad [...], más pobre porque tiene quatro hijas, y un hijo, y no tiene dote competente para poderse casar conforme a su estado, calidad y condición431.
Pero ante esta contrariedad salió, “por ampararla”, su compadre, concuñado y asimismo viudo don Luis Federigui, señor de Paterna del Campo, que había enviudado el 21 de noviembre de 1663 de doña María de Solís, hermana del fallecido Señor de Ojén y Rianzuela –y estos últimos padres asimismo de otro de los primeros caballeros maestrantes, don Antonio Federigui y Solís, después primer marqués de Paterna del Campo-, que casaría con doña Juana aunque esta no tuviera “dote, o, con el que tubiere tal qual sea por ampararla”, aumentándole
el dho. su dote en treçientos ducados de renta en cada un año, por los días de la uida de la dha. Sra. Dª. Juana, con los quales [...] queda bastantemente dotada, haciéndose este casamiento conforme a su estado, calidad y condiçión.
Don Luis firmaría la carta de dote ante el escribano Tomás Carrasco Orellana, en el verano de 1666, y detallaba en la misma la gran solvencia que poseía y que le permitiría pagar, sin problema alguno, los trescientos ducados anuales de dote de su prometida: 6.000 ducados de renta anual fijos, más la villa de Paterna del Campo –valorada en más de cuarenta mil ducados- y otros bienes por valor de otros cincuenta mil. Sin embargo, esta “pobreza” (muy relativa, en cualquier caso) que alegaba doña Juana, la contrayente, no era siempre cierta en otros casos: en 1692, don Juan de Córdoba Laso de la Vega casaría con su prima doña Clemencia de Córdoba, hijo él de don Luis de Córdoba y de doña María de la Puente 431
El expediente matrimonial, instado por parentesco espiritual al ser los nuevos contrayentes compadres –don Luis era padrino de una de las hijas de doña Juana-, en el AGAS, Vicaría General, Matrimonios Apostólicos, legajo 09097, expediente 10.
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Verástegui432, e hija ella de don Diego de Córdoba Laso de la Vega, I marqués del Vado del Maestre, caballero de Alcántara y miembro del Consejo de Guerra, y de doña Águeda Catalina Veintimiglia. Sorprendentemente, ambos alegaban ser “pobres, y que no poseen bienes algunos, y que biuen y passan de su yndustria y trauajo”433: tales términos –y más hablando de quienes hablamos- resultan, como poco, extravagantes. Estos ejemplos pueden indicarnos también con bastante claridad la fuerza –y lo intrincado- de los lazos tanto familiares como económicos que se habían establecido entre muchos de los miembros del estamento nobiliario sevillano, incluyendo entre ellos –como vemos- a los propios fundadores de la Maestranza434.
III.10. La muerte y sus números
El nivel económico, el estatus y la riqueza podían mostrarse cumplidamente, al igual que en el momento alegre del matrimonio, en el luctuoso de la muerte: bien con ocasión de la propia defunción, o debido al fallecimiento de un miembro relevante del linaje, deudo o allegado. Una muerte entendida como inevitable aunque también como ejemplar:
Primeramente encomiendo mi ánima a Dios nuestro Señor que la crió y redimió con preciosísima sangre, por cuyos méritos pido y suplico a Su Divina Majestad la quiera perdonar por su infinita bondad y misericordia [...], considerando la contingencia y poca seguridad de esta vida y cuanto conviene el hallarnos prevenidos en la hora de la muerte y libres de los cuidados de este mundo para 432
AGAS, Vicaría General, Matrimonios Apostólicos, legajo 09100, expediente 72. Alegaban igualmente el hecho de que “por la mucha comunicaçión y trato que los dhos. an tenido ha resultado sospecha aunque falsa de hauerse conoçido carnalmente y de lo dho. a Resultado ynfamia pues si no se casara quedara la dha. Contraiente sin casarse con otro y Resultara Grandes escándalos en la Ciudad”. Esta fórmula, habitual en los expedientes por consanguinidad –no indica, de hecho, que dicho “trato carnal” insinuado se hubiera producido realmente-, permitía asegurar la concesión de la deseada dispensa, y evitar en buena parte sus costes: una picaresca, como vemos, a la que no era ajena por entonces ningún estamento social. 434 Veremos más adelante alguna documentación reveladora, como la relación de gastos en las que incurrió el I marqués del Moscoso al casar a su primogénito, don Juan, con doña Ana Josefa de Zúñiga, hija del marqués de Valencina, en 1664. Los gastos totales de la boda importaron la cuantía de 148.474 reales de vellón (AGA, Fondo Arias de Saavedra, legajo 3772, nº 36). 433
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acudir sólo a los del alma que son los más importantes [...]. Es mi voluntad que mi cuerpo sea enterrado en el colegio Regina Angelorum de esta ciudad, en una sepultura dentro de la capilla de Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción, cuya sagrada imagen ha sido mi amparo toda mi vida y espero con suma confianza [...] lo ha de ser en la hora de mi muerte435.
Una muerte que podía (y de hecho, lo hacía con frecuencia) llegar de improviso,
[...] considerando la Vida Vmana quanto es breue y a todo ser natural y muy zierta como por esperienzia lo uemos que muchos hombres sim pensamientto de morir con fuerça y Jubentud y buena salud la muerte yncantos los toma y oprime sim poder dispensar de sus cosas lo que a la salud de sus ánimas y conçienzia como catolicos y berdaderos christianos combiene [...]436
y que era contabilizada en los libros de entierros437, en los legados, mandas pías, en los gastos por funeral y acompañamiento –cantores, niños de la Doctrina, hombres en trajes de luto, cruz y ciriales- y en las misas, cantadas o rezadas en parroquias y conventos de la ciudad o de la propia collación de residencia, y recordada –en buena memoria- gracias a las capellanías, patronatos y otras diversas dotaciones económicas, como las que don Juan de Saavedra Alvarado otorgaba en su testamento, firmado ante Pedro de las Rivas en 1673 438, y en el que el marqués daba diversas limosnas a las cofradías de su parroquia, a los pobres de las cárceles y para la redención de cautivos, encargando, además de la misa de su funeral –que sería cantada- cuatro mil misas rezadas en diversos cenobios: lo mismo harían todos nuestros fundadores, salvo aquellos (como, por ejemplo, don Fernando de Solís) que fallecieron abintestato; o los que a su muerte se hallaron 435
Testamento de don Francisco Domonte y Robledo, marqués de Villamarín (AHPSe, legajo 11994). Don Francisco sería testigo en las pruebas del hábito de Santiago del III conde de Montemar. 436 AHPSe, Leg. 14054, f. 180, 7 feb 1685. Testamento de don Tomás Ponce de León, marqués de Castilleja del Campo. 437 Que recogen prolijos datos, tales como la fecha del deceso, los nombres del párroco o teniente párroco que celebró las exequias, el del propio difunto y el de su cónyuge –o el de los padres, caso de ser el difunto soltero-, el coste del entierro y si testó: caso de hacerlo, fecha y escribano (Vid. Morales Padrón, F., Los Archivos Parroquiales de Sevilla, Real Academia Sevillana de Buenas Letras, Sevilla, 1982). 438 AGA, Fondo Arias de Saavedra, legajo 3768, nº 16.
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con su situación económica comprometida, como los primeros marqueses de Gelo y de la Mina, o don Agustín de Guzmán, marqués de la Algaba. También advertimos ese afán de perpetuarse en la posteridad y de ganar el cielo en los enterramientos, capillas y fundaciones dotadas ad perpetuam rei memoriam: los Esquivel, los Jácome, los Saavedra, los Vargas Sotomayor se enterrarían en San Lorenzo, San Vicente, San Agustín, en la propia catedral o en el santuario de Loreto, en Espartinas; los Pineda lo hicieron en el Salvador; los Medina en San Bartolomé y en el convento de Madre de Dios, al igual que los Quirós y los Vivero Galindo; los Marmolejo en el convento de San Francisco, al igual que los Almonte o los Contador de Baena (Ponce de León): un auténtico refugio funerario para descendientes de conversos. O también podemos advertirlo en las mandas que, por ejemplo, don Pedro de Menchaca dispuso para su propio entierro439: música, cera, paños mortuorios, novena y cuatrocientas misas en el convento Casa Grande de San Francisco, responsos en los conventos de San Agustín, el mismo San Francisco, el Carmen, San Francisco de Paula, el doblado de las campanas de la Iglesia Mayor, las mandas pías a particulares y a instituciones religiosas, como la Sacramental de San Martín. Otro ejemplo podemos ofrecerlo en las mandas de doña Inés de Guzmán y Acuña, marquesa de la Algaba a la muerte de sus sobrinos, los dos primeros hermanos mayores de la Maestranza sevillana: a su fallecimiento, “fue su voluntad y mandó se diesen lutos a sus criados de escalera Arriba y a todas sus criadas y que a los criados de escalera abajo se les dejasen las libreas y lutos qº les abia dado”, con el fin de que, incluso en sus puestos de servicio, solemnizaran su muerte440. Toda esta meticulosa organización nos muestra el afán de los fallecidos por ser recordados una vez desaparecidos, haciendo cumplir a sus deudos sus deseos, y marchando –de manera ejemplar, y en paz con Dios- de este mundo al venidero, limpia el alma y pagadas sus deudas.
III.11. El peso de la deuda
439 440
Vid. Aguado de los Reyes, 1994. El testamento de doña Inés de Guzmán, en AHPM, protocolo 6.330.
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Deudas que podían implicar una importante carga financiera, muchas veces insoportable: hemos visto ya como la venta en almoneda pública de los bienes familiares podía llegar a ser dolorosamente frecuente. En 1599, tras la muerte en la ruina de don Juan Vicentelo, hijo del Corzo, su viuda doña Mayor de Toledo – madre del futuro primer conde de Cantillana- rogaría poder aplazar la almoneda del camarín y del oratorio de su vivienda, ya que los objetos reunidos en ambas habitaciones eran tan valiosos que “no hay dinero en esta ciudad que me pueda comprar”, por lo que pedía que la venta se demorara hasta la llegada de la flota de Indias, que traería efectivo suficiente para atraer compradores. La venta sería pregonada por la ciudad, con el fin de que “llegue la noticia de ella a personas que podían comprar, porque los bienes son de calidad y cantidad”, entre los que se hallaban objetos tan delicados como “muchas cosas de vidrio, y barro, porcelanas, mesas de piedras, figuras de cera y otras cosas muy delicadas”, además de otros bienes, como cinco caballos, una yegua y un coche441. Esta situación –almoneda, remates públicos, impagos, concurso de acreedores-, y la carencia y escasez crónica de liquidez que la provocaba podía ocurrir con frecuencia –como vemosdentro de los niveles económicamente más desahogados de la nobleza sevillana. Otro ejemplo de ello lo tendremos en el año de 1681, cuando a la muerte del marqués de la Algaba don Agustín de Guzmán y Portocarrero concurran varios acreedores a los bienes de su testamentaría442, asunto sobre el que hablaremos posteriormente en extenso, aunque no podemos dejar de reseñar el hecho de que sus acreedores llegaron a franquear las puertas de su casa, aún durante el período del luto. Pero no nos engañemos: no creemos que los montos de estas deudas preocuparan demasiado en vida a don Agustín de Guzmán, ni tampoco tras su muerte a doña María Antonia Portocarrero, su madre y heredera. No al menos cuando la cuantía de las deudas –en vida o post mortem, en lo que se ha dado en llamar el pasivo segundo o coste de la muerte443- podía llegar a ser aún mucho más extremada, aunque (como bien hemos indicado) estos extremos constituyeran una excepción, que podía llegar a ofrecerse con más facilidad en las 441
AAPS, legajo 142, ff. 885r-886v (6/12/1599). Recogido en Vila Vilar, E., 1991. Acerca de los bienes de los Vicentelo, Vid. Urquízar Herrera, Op. Cit., pp. 168-169. 442 AGI, Contratación, 874. 443 Vid. Álvarez Santaló y García-Baquero González, Op. Cit., y Aguado de los Reyes, Op. Cit.
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grandes casas, más ricas, pero también con mucho más copiosos gastos, hasta el punto de perder la administración efectiva de sus bienes y tener que cederla a manos ajenas444. Un ejemplo de ello –de este gastar con desmesura- lo tenemos en los dispendios realizados por el VIII duque de Medina Sidonia, don Manuel Alonso de Guzmán el Bueno, con ocasión de la visita a los estados ducales y al coto de Doñana del rey Felipe IV en 1624445: el duque se endeudó y comprometió su hacienda considerablemente, ofreciendo al rey una suntuosa recepción, levantando “una ciudad provisional, [renovando] la casa-palacio existente en el Bosque, arreglando treinta habitaciones y [haciendo] una caballeriza de doscientos pesebres, cochera para todos sus coches, un granero [...], pajar, guadarnés [...], dos nuevas cocinas [...], un horno y una despensa”, además de arreglar casas de vaqueros, otras caballerizas, guadarneses y almacenes, un embarcadero, tiendas y barracas que consumieron 8.000 tablas, 1.500 pinos, 100 velas de navío y 60.000 clavos. Esto vino seguido de la preparación de una meticulosa –y costosa- intendencia, que aportó diez baúles con mantelerías y servilletas, 400 cuchillos y 300 cucharas, vidrios de Venecia, búcaros, loza de China, velas, bujías y faroles, tapicerías y bufetes; y en cuanto a los víveres, hablamos de treinta y dos cargas diarias de pescado, de 500 arrobas de peso por día, durante los dieciséis días de preparativos y fiestas; 700 fanegas de harina flor; 80 botas de vino añejo y 10 de vinagre; 200 jamones, 100 tocinos, 400 arrobas de aceite, 300 arrobas de frutas secas; 600 arrobas de diversos pescados, entre los que destacaba el atún de las almadrabas ducales; 1.400 pasteles y empanadas salados; manteca de Flandes, de vaca y de cerdo, quesos -300-, barriles de aceitunas -1000-, fruta fresca (naranjas, melones, limones en un número total de 444
Domínguez Ortiz (1973) recoge los casos de las casas de Osuna, Pastrana, Infantado, Veragua, Terranova, Malagón, Benavente, Sessa o Escalona. Acerca de la procedencia y situación de algunas de las rentas y haciendas nobiliarias en este período, vid. Soria Mesa, E., “Las rentas de la nobleza española en la Edad Moderna. Una nueva fuente para su estudio”. En Rodríguez Cancho, M. (Coord.), Historia y perspectivas de investigación. Estudios en memoria del profesor Ángel Rodríguez Sánchez. Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2006, pp. 69-74. 445 Acerca de este viaje nos dan información diversas relaciones, entre otras la que bajo el título Bosque de Doña Ana a la presencia de Filipo Quarto..., publicó Pedro de Espinosa en Sevilla, en 1624. Recoge dicha relación e interpreta dicha visita Camacho Martínez, R., en su ponencia “Felipe IV en el bosque de Doñana: un viaje regio...”, en el congreso Andalucía Barroca (2007). En este viaje tuvo un importante papel don Pedro Vallejo de Cabañas, un conspicuo antepasado de los Medina Cabañas, fundadores de la Maestranza.
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11.400 piezas), otros pescados frescos (400 barriles) llegados desde Huelva, cien mil huevos, leche de cabras –de un rebaño de 600-, además de cabritos, perdices, conejos, gallinas, pollos, capones y pavos y piezas de caza. Todo este asombroso despliegue se vio completado con fuegos artificiales, juegos de toros y cañas, partidas de caza y regalos costosos hechos por el duque al rey y a los miembros más prominentes de la corte, entre los que destacaron varios valiosos caballos de las cuadras ducales: estos gastos dejaron comprometida la hacienda ducal durante no poco tiempo.
Era también desgraciadamente posible, como indicábamos, la intervención estatal de los recursos familiares: tanto don Agustín de Guzmán, marqués de la Algaba, como los primeros marqueses de la Mina y de Gelo tendrían intervenidas sus haciendas a su muerte, gestionadas por procuradores estatales que procuraban administrar en lo posible aquellas para hacer frente a las cuantiosas deudas que los titulados o sus ancestros habían acumulado, o bien para garantizar –caso del de Mina- el pago de importantes multas que se le habían impuesto. Pero estos ejemplos son también excepcionales: según ha demostrado Aguado de los Reyes (1994), el peso de la deuda que aquejaba a los miembros del estamento noble sevillano medio no llegaba a ser, en general, tan grave. Se ha calculado en una media en torno al 15% del capital total inventariado, aunque el endeudamiento había aumentado ya pasada la segunda mitad del siglo, llegando a subir en un punto. La liquidez era una constante, aunque buena parte de los capitales se hallaban comprometidos por diversos juros, censos o tributos debidos: don Pedro Tello de Guzmán, de la orden de Santiago y alcalde mayor de Sevilla sumaba, a su muerte, compromisos de pago que sumaban más de catorce millones de maravedís, con tributos que oscilaban entre 9.000 y 243.650 maravedís de renta anual –el primero a doña Catalina de Serpa, mujer de don Pedro Gutiérrez de Padilla, y el segundo a don Melchor de Torres, del Consejo de Su Majestad446. En suma: pese a la importancia de muchas de las deudas contraídas, la carga financiera podía ser –salvo excepciones- en general, llevadera 446
AHPSe, Escribanía 8, año 1614, libros 2º (ff. 951 y ss.) y 3º (ff. 952 y ss.). Recogido en Aguado de los Reyes, 1994.
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de soportar. Era sin embargo una situación inevitable: la “largueza en el gastar”, una característica de la aristocracia que se percibía por muchos moralistas y tratadistas como reprochable y a la que incluso se intentó poner coto con la emisión de diversas pragmáticas que apenas tuvieron efectividad, era uno de los rasgos definitorios del estamento nobiliario de la época: como recordamos, algunas páginas atrás mencionábamos que en la nota de gastos por el casamiento del que sería, años más tarde, II marqués del Moscoso, y que ya hemos mencionado, se gastó el dinero –equivalente a la renta de dos años de diversos cortijos- en la compra de telas, “bestidos de franzia”, encajes y puntas, “gargantillas y perendenges”, comida, la celebración de una corrida de toros en Madrid y el coste de las amonestaciones y capitulaciones, además de otros gastos añadidos447. El mantenimiento de un abundante número de servidores, parásitos y clientes, casas abiertas con grandes medios y un mayor despliegue, objetos de lujo, ropas caras, coches y todos los signos de distinción imaginables, mandas piadosas, capellanías, limosnas, donativos y patronazgos eran realidades –y necesidades- inalienables de la propia clase social, aunque costaran al linaje su propia supervivencia económica (un ejemplo de esto podremos verlo en breve, en el caso del linaje de los Federigui). Con ello se continuaba con una generosa tradición de mecenazgo nobiliario en la mejor tradición de la largueza, la generosidad –largesse-, medieval; se mantenía el estatus, el prestigio y la honra, como observaba un agudo comentarista veneciano:
La palabra economía es un lenguaje desconocido para los españoles; el desorden se convierte en un punto de honor y reputación448.
Y con esto último –el honor y la reputación- cabían pocas bromas449.
447
AGA, Fondo Arias de Saavedra, legajo 3772, nº 36. Bellegno, C., Relazione di Spagna..., 1670. Recogido también por Domínguez Ortiz, A., Op. Cit., 1979. 449 Esta dinámica económica seguiría manteniendo rasgos similares en siglos posteriores: tierras, cargos y empleos, bienes de prestigio, bienes inmuebles y deuda continuarán centralizando la actividad inversora de la nobleza en años futuros (Vid. Álvarez Santaló, L.C., y García-Baquero González, A., 1981). 448
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IV. “PARA EXERÇITAR LA MAESTRÍA DE LOS CAUALLOS”: MOTIVACIONES EN LA CREACIÓN DE LA MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE SEVILLA.
IV.1. El caballeresco mundo de las armas
S
i hay algo que nos haya preocupado desde el momento en que emprendimos este trabajo de investigación ha sido explicar el largo tiempo transcurrido
entre la emisión de la Real Cédula de Felipe II450 e incluso de otra, posterior, de Felipe III (1614), en las que se instaba a la nobleza a recuperar sus casi perdidos valores militares, y la creación efectiva –cincuenta y seis años después de la redacción de la cédula de 1614 y casi un siglo después de la promulgada por el Rey Prudente- de la Maestranza de Caballería sevillana. Por ello, no hemos podido dejar de preguntarnos la causa de la tardía creación de la misma. ¿Quién tuvo la iniciativa? ¿Por qué se desarrolló ésta? ¿Por qué, de todo el significativo estamento nobiliario sevillano, fueron precisamente estos treinta y dos caballeros, y no otros, sus fundadores? ¿Se había perdido, realmente, “el uso y 450
Madrid, 6 de septiembre de 1572. Es llamativa la confianza que el rey depositaba en el estamento noble a la hora de instarle a recuperar los valores caballerescos: esta confianza y afinidad con dichos valores podrían provenir del hecho de que el mismo monarca intervendría – en su juventud- en numerosos pasos de armas y justas, como los celebrados en Binche con motivo de su visita, en 1539 (como el “Torneo de la espada encantada y el paso tenebroso”). Vid. Pizarro Gómez, F.J., Arte y espectáculo en los viajes de Felipe II. Editorial Encuentro, Madrid, 1999, p. 23. Según el duque de Alcalá (1559), “Su Majestad se preçia más de ser cavallero que ningund hombre del mundo y assí tiene muy grand quenta con los que le siruen y le hazen amistad” (Vid. Martínez Millán, J., Fernández Conti, S., Op. Cit., p. 237). Zúñiga, su ayo, hacía saber al Emperador que el todavía príncipe era “el más gentil hombre de armas desta corte, que esto se puede dezir sin lisonja, que esta semana passada hizieron una escaramuça de cavallos lijeros, el y el duque de Alua en el campo. [Era] de combatir a pie y a cavallo muy bien”. Adulaciones aparte, es bien cierto que su educación se vería en parte comprometida por esta causa: “Va afloxando el exerciçio [de las letras] por entender en exerciçio de armas y cavallería”, aunque nunca entraría directamente en acción, e incluso evitaría tales ocasiones (Vid. Kamen, H., Felipe de España. Siglo XXI de España Editores, S.A., 1997, pp. 6, 14, 68, 73). En 1554, estando en Inglaterra, “reintrodujo las justas y los torneos que cortesanos al igual que plebeyos tanto habían echado de menos, comenzando en diciembre [...] con un combate a pie “con barrera” en el que los ingleses se enfrentaron a sus homólogos españoles, incluido Felipe (que consiguió el primer lugar en la lucha con espadas). Un ciudadano londinense consideraba el torneo celebrado en el campo de justas de Westminster en marzo de 1555 “la mayor justa que se haya visto nunca”, con Felipe en persona a la cabeza de un grupo de contendientes. Sin embargo, las tentativas por interesar a los ingleses en el juego de cañas fracasaron: el mismo ciudadano londinense describía despectivamente el espectáculo como consistente en “lanzar varas una detrás de otra” (Vid. Parker, G., Felipe II. Ed. Planeta, 2010, p. 125).
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costunbre de las armas [...] y la destreça en el manejo de los Cauallos”, lo que justificaría por tanto la creación de una institución que velara por la conservación de esas viejas habilidades militares, que estaban por enconces cayendo en desuso? Son preguntas que están en el origen de esta tesis y en su desarrollo, de manera que trataremos de responder a las mismas en este epígrafe y en la prosopografía posterior.
Como bien sabemos, el mundo de las armas es el contexto natural del caballero. Las crónicas, las novelas de caballería, el romancero y la poesía culta recogen en sus páginas hazañas, hechos, duelos, torneos y combates: desde el conocido passo honroso de Suero de Quiñones451, en el que el paladín rompería lanzas con sus contrarios sobre el puente de Hospital de Órbigo, hasta las melées nobiliarias en las que se habían convertido los multitudinarios torneos (véanse las maravillosas miniaturas del libro del rey René de Anjou452), el caballero se había convertido, desde su consagración como héroe militar ya en los siglos XI-XII, en un referente social, inseparable “del mundo de la guerra, del guerrero a caballo [...], de la aristocracia, porque los caballeros por lo general eran hombres de alto linaje”453. Sin embargo, todo esto había comenzado a cambiar. ¿Cuándo? Algunos autores cifran la decadencia de la caballería –al menos, como fuerza militar ofensiva- en la guerra de los Cien Años, cuando la nobleza francesa fue masacrada masivamente en los campos de Crécy y de Agincourt454 por los bowmen ingleses y sus arcos largos; o debido a la creación de los ejércitos permanentes –que ya no huestes- durante el siglo XV; y por el uso indiscriminado de las plebeyas ballestas y de la artillería: una decadencia que se convertiría en estertor con la muerte en 1524 de Pierre Terrail, monsieur de Bayard y espejo de caballeros, chevalier sans peur et sans reproche, y que había armado como tal al propio Francisco I de 451
Pineda, J. de, Libro del Passo Honroso defendido por el Excelente Cauallero Suero de Quiñones, Salamanca, 1588. 452 http://www.princeton.edu/~ezb/rene/renehome.html [Consulta: 17/10/10]. 453 Keen, M., La Caballería, Ariel, Madrid, 2008. 454 Acerca de este conflicto, existen diversos estudios de gran interés que se aproximan al mismo desde un punto de vista militar: baste citar a Curry, A., The Hundred Years’ War 1337-1457, Osprey Publishing, 2002; Bennett, M., Agincourt 1415. Triumph against the odds, Osprey Publishing, 1991; Nicolle, D., Crécy 1346. Triumph of the longbow, Osprey Publishing, 2001; Rothero, C., The Armies of Crécy and Poitiers, Osprey Publishing, 1981, etcétera.
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Francia455. En cualquier caso, la caballería había recibido una sucesión de golpes mortales que la harían desaparecer como fuerza principal de los ejércitos, aunque no como un referente moral y de comportamiento: aún Enrique II de Francia moriría como consecuencia de las heridas recibidas durante un torneo, en 1559. Como decimos, la literatura (una literatura en buena parte consumida y alentada por los miembros del propio estamento noble) trata como un repetido leitmotiv, como un tópico consagrado, al caballero y a las cualidades que lo adornaban: la capacidad de realizar proezas, prouesses; la lealtad y fidelidad, sea al señor o a la dama, la loyauté; la liberalidad –largesse-, cortesía –courtoisie- y nobleza y franqueza de espíritu: noblesse o franchise. Así, no es de extrañar que el modelo caballeresco (incluso si nos referimos a un ejemplo ficticio, como el consabido Amadís o sus colaterales Palmerín, Belianís, Florisel o Florambel), en buena parte refugiado en la ficción literaria456, siguiera constituyéndose como un referente cultural incluso bien entrado el siglo XVII, lo que criticaban las pragmáticas reales y los calificadores de la Inquisición457, aunque según los inventarios de bienes post mortem, estos textos ocuparan un lugar privilegiado en las estanterías de sus dueños458. En cualquier caso, podemos considerar que efectivamente el mundo caballeresco por antonomasia, el mundo cortés de los torneos y de las hazañas se había diluido definitivamente ya en el siglo XVII, dando paso a nuevas costumbres, a nuevos actores –que sin embargo habían procurado asimilarse a la aristocracia- y, formalmente también, a nuevos hábitos sociales. Tal vez esto pueda explicar los sucesos que pretendemos exponer a continuación.
IV.2. La Real Cédula de 1572
455
Vid. Hare, C., Bayard: The good knight without fear and without reproach. Echo Library, 2007. Sólo recordar la decadencia de esta literatura, reflejada vgr. en el Quijote cervantino: entre otras, las obras “que compuso el famoso Feliciano de Silva”, como el Lisuarte de Grecia (Sevilla, 1514), el Amadís de Grecia (1530), el Florisel de Niquea (1532), el Rogel de Grecia (1535), o la Cuarta Parte de don Florisel de Niquea (1551). 457 Vid. González Sánchez, C.A., Atlantes de papel. Adoctrinamiento, creación y tipografía en la Monarquía Hispánica de los siglos XVI y XVII. Colección “Memoria del tiempo”, Ed. Rubeo, Barcelona, 2008. 458 Vid. Aguado de los Reyes, J., Op. Cit. 456
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Así es que volvamos ahora a los orígenes de la decisión real que instaba a las ciudades de la Corona a la creación y la fundación de estas instituciones caballerescas, es decir, a la cédula de 1572. ¿Cuáles son los motivos que instan a Felipe II a dirigirse de esta manera a ciudades, villas y lugares? Según el tenor y la redacción del propio documento, estos aparecen meridianamente claros: Se anima a la nobleza local a recuperar su “propio offiçio, ministerio y ocupaçión” militares,
cumpliendo con la obligación de su estado y con lo que asimismo deuen, [que es] el uso y exerciçio de las armas y de estar muy dispuestos y aparexados para las occasiones de nuestro serbiçio y de la causa pública,
unas obligaciones que, según recoge la propia cédula, podían difícilmente en ese momento asumir como propias:
agora [...], mucha parte de la Nobleza y Caualleros estauan dessarmados y sin Cauallos y con mui poco uso y exerciçio de las Armas y Actos militares [...], con tan poco aparejo y disposiçión y tan impedidos que lo pudiessen mal hazer459.
Entre otras causas, por la “larguíssima paz” que imperaba en España desde años atrás460. Para ello, el monarca propuso la creación de hermandades caballerescas en las que dichas actividades se volvieran a practicar:
459
Hasta tal punto era tal la realidad, que en buena parte de los inventarios que hemos consultado en la realización de este trabajo se aprecia la dejadez en la que habían decaído las antes bien pertrechadas y atendidas armerías: “de la misma manera en que ya entonces los torneos y los lances empezaban a fosilizarse como ceremonias de exhibición de valores pasados, las armerías de los palacios que estaban por venir tenían más de exposición de objetos simbólicos que de logística militar” (Vid. Urquízar Herrera, A., Op. Cit., p. 74). Un ejemplo: en el inventario de los bienes heredados a la muerte de su abuela materna, doña Catalina González de Medina, por el I marqués del Moscoso, se mencionan como en mal estado buena parte de los arreos del guadarnés y más de la mitad de los efectos militares custodiados en una exigua armería. Lanzas y picas desmochadas, arreos hechos jirones y corazas y golas milanesas oxidadas fueron las armas familiares con las que se encontró don Juan de Saavedra en 1643, al heredarlas (AGA, Fondo Arias de Saavedra, legajo 3774, nº 70). 460 Vid. Kamen, H., Felipe de España. Siglo XXI de España Editores, S.A., 1997, p. 113.
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Sería mui conbiniente que en las Ciudades, Villas y Lugares de estos Reynos los Caualleros y hombres prinçipales y de qualidad fundassen e instituyessen entre sí algunas Cofradías, Compañía o Orden debajo de la advocaçión de algún Santo, con tales Ordenanzas [...] que se ordenassen fiestas en algunos días señalados de justas, torneos y juegos de cañas y otros exerciçios Militares.
Estas prácticas se llevarían a cabo con el fin, como decimos, de
procurar que la Nobleza y Caualleros de nuestros Reynos sean instruídos y criados en la uirtud, costumbres, uso y exerciçio de las armas y actos militares, conforme a lo que su Estado, profesión y sangre les obliga.
Para ello, tanto “los Regidores y Personas del Cauildo”, como “algunos otros Caualleros zelosos de nuestro serbiçio y del bien y benefiçio público y del honor y auctoridad de su Estado”, deberían reunirse y acordar la creación de dicha institución. Una vez creada, y para comprobar el efectivo cumplimiento de dichas órdenes reales, los cabildos municipales deberían enviar al monarca una “muy particular relación de lo que resulta y pareçe [...], porque queremos tener dello particular quenta”. Y bien, sólo nos queda preguntar: ¿Es casual este interés del monarca en el rearme de la nobleza, precisamente en este año de 1572? Puede verse claramente que no: no olvidemos que el 7 de octubre de 1571, algo menos de un año antes, la Liga Santa había vencido en Lepanto a la flota otomana; y cuatro años atrás, en diciembre de 1568, había estallado la muy cruenta rebelión de las Alpujarras461, demostrando de manera meridiana hasta qué punto se encontraban expuestas –ante el enemigo interno formado por la hostil minoría morisca, y ante los piratas turcos y berberiscos que con su ayuda asaltaban las ciudades costeras del levante español- las ciudades de la mitad sureste de la península. Sin duda, aquí tenemos un motivo –de nuevo la guerra santa, en este caso también 461
En esta campaña tomaron parte diversos miembros de la nobleza sevillana: caso de don Luis Ponce de León, de la orden de Santiago, hijo de don Pedro Ponce de León y doña Catalina de Ribera. Según Pacheco, “fue el primero que en Sevilla metió despojos de la guerra de Granada, enuiando doze Moras todas con Marlotas de seda, adereçadas con mucho oro y perlas, que fueron uistas con admiración de toda esta Ciudad” (Vid. Pacheco, F., Libro de Descripción de Verdaderos Retratos de Ilustres y Memorables Varones, Sevilla, 1599). Don Luis moriría en los inicios de dicha campaña.
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defensiva462- que posiblemente animó al rey a pedir la colaboración de la nobleza en este esfuerzo; un esfuerzo del que, como ya hemos indicado y como queda muy claro en el texto de la propia cédula, buena parte del estamento se había desentendido:
hauía gran Nobleza y número de Caualleros, cuyo propio offiçio, ministerio y ocupaçión, cumpliendo con la obligaçión de su estado y con lo que assimismo deuen, era el uso y egerciçio de las armas y de estar muy dispuestos y aparexados para las ocassiones de nuestro serbiçio y de la causa pública, y que assí en los tienpos antiguos acostumbraron a estar muy en orden de Cauallos y armas y muy usados y egercitados en los actos militares, y que agora [...] mucha parte de la Nobleza estauan desarmados y sin Cavallos con muy poco uso y exerciçio de las Armas y Actos militares, lo qual iua de cada día en tanta diminuçión y quiebra, que [...] la fuerça de nuestro serbiçio y y la seguridad y defensa de los Reynos [...] se hallauan con tan poco aparejo y disposiçión que lo pudiessen mal hazer.
Este desentendimiento por parte de la nobleza de sus obligaciones (y no sólo militares) las expone, en una fecha ya algo más tardía, Suárez de Figueroa al quejarse de cómo a los nobles,
462
E igualmente ofensiva: recuérdese el episodio de la Gran Armada de 1588, años después. León y Manjón subraya “la conveniencia reconocida por el prudente monarca don Felipe II de que la juventud noble [...] pudiera pronta y fructuosamente hacer uso de las armas si volvían a reproducirse acontecimientos como la rebelión de los moriscos de las Alpujarras [...]”. Era habitual que las milicias urbanas aportaran contingentes a los ejércitos reales: el 17 de febrero de 1521 –en plena guerra de las Comunidades-, los procuradores de las villas y ciudades de Sevilla, Córdoba, Jaén, Jerez, Écija, Martos, Arjona, Porcuna, Torredonjimeno, Carmona, Cádiz, Antequera, Gibraltar, Andújar y Ronda juraron y prometieron estar “en paz y sosyego y no consentiremos que nynguno de las dichas Ciudades y Villas confederadas haya escándalos ny alborotos”, socorriendo a la autoridad real frente a las rebeliones, “escándalos y alborotos y levantamientos por boz de Comunidad [...] o [si] los nueuos Cristianos o los Moros se leuantaren o uinieren a ellos”. Para esta ayuda militar, Sevilla señalaría un grupo de 250 caballeros y 1.200 peones, aunque el 2 de septiembre del año anterior había estallado la revuelta en la ciudad, a la que se sumaron significados miembros de la nobleza, que en buena parte dirigieron su animosidad contra los conversos sevillanos, caso de los Alcázar: entre ellos se hallaban don Juan de Figueroa, hermano del duque de Arcos; don Juan y don Francisco Ponce de León, don Juan y don Pedro de Guzmán, y algunos miembros de las familias de los Tello y los Perafán, sumando en total unos cien caballeros. La revuelta terminó al día siguiente, 3 de septiembre de 1520, concluyendo sin éxito.
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si les tratan de servir a su rey con hacienda y persona, tuercen el rostro y estrechan el ánimo, alegando corta salud y largo empeño. O responde a bien librar, el que se precia de más alentado, no ser posible salir a la guerra sin plaza de general, por desdecir de quien es servir en puesto menor. Por manera que, sin valor, anhelan por las honras debidas al valeroso. Ni se avergüenzan cuando sin algún mérito cansan, importunan, muelen por el hábito, por la encomienda, por la llave463, por cubrirse464 y por otras dignidades de Presidencias y Consejos. Necesidad tiene el Rey de señores que sirvan, que gobiernen, que peleen, que derramen sangre465.
IV.3. Un siglo crítico para las vocaciones militares
Esta realidad podemos verla confirmada por la Real Cédula de 28 de junio de 1619 en el que se abolían las obligaciones –en su origen reservadas a los cuantiosos- de mantener en servicio armas y caballo, realizando “periódicos alardes y otros deberes propios de una milicia fronteriza”, consagrando la pérdida de vocación militar de la nobleza, “que había [...] convertido sus bien surtidas armerías en montones inservibles de armas oxidadas”, un fenómeno “especialmente grave en Andalucía, donde la frontera terrestre había desaparecido, pero [que] seguía teniendo una frontera marítima”466, lo que demostraban los ataques piráticos de berberiscos e ingleses. Una prueba evidente de esta quizá incómoda realidad es el hecho de la escasa respuesta a las llamadas a filas, en los años críticos de la década de 1640, que apenas obtuvieron eco en la ciudad por parte del estamento noble, que se despreocupó absolutamente de prestar su auxilio a la monarquía frente a la revuelta de Cataluña. Puede alegarse la escasa simpatía que la nobleza española –y por extensión la sevillana- sentía por don Gaspar de Guzmán, CondeDuque de Olivares467, que se demostró en no pocas ocasiones, tal como ocurriría
463
De gentilhombre de la real cámara. Como Grandes. 465 Vid. Suárez de Figueroa, Op. Cit. 466 Las citas, de Domínguez Ortiz, A., Op. Cit., 1996, p. 44. 467 Cuya familia era, sin embargo, de esclarecido origen sevillano; aunque Quevedo no dejó de recordarle su ascendencia conversa como descendiente –a través de su abuela doña Francisca de 464
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en 1638, al negarse los veinticuatro sevillanos a acudir a las Cortes convocadas en Madrid para el mes de julio con voto decisivo, por lo que fueron, colectivamente, apresados y condenados por el Asistente de la ciudad468; o bien la vinculación que Ribera Niño- de su bisabuelo Lope Conchillos, secretario de Fernando el Católico y de Carlos I. El Conde-Duque deseó crear una nobleza de servicio, útil para los designios de la monarquía (que, al fin y al cabo, eran los suyos propios), dando forma a este proyecto con la redacción de su Gran Memorial de 1624, aconsejando a Felipe IV la disminución del poder y la capacidad económica de los nobles, a diferencia del diverso designio que deseaba para la clase de los caballeros, insistiendo al rey en que debía “traerla muy favorecida, procurando encaminar la mayor parte della a la guerra, donde es utilísima, y en esa profesión conviene tenerlos muy validos, así en la mar como en la tierra, y que esperen que con su proceder han de conseguir los primeros puestos honrosos militares sin que los arrebaten los grandes señores [...]. Va al aumento de esta Monarquía en asentar en los ánimos de los nobles, y aún de los no nobles, para la profesión militar que su virtud los pueda poner en las primeras líneas, y cuánto se pierde en que no lo entiendan así” (Recogido en Domínguez Ortiz, A., Op. Cit., 1996, p. 48). Se llegó incluso a más extremos: el rey Felipe IV favorecería a aquellos nobles que armasen regimientos –tres mil hombres- para su servicio (Dewald, p. 149), algo que deseó hacer, en una escala más reducida –aunque no llegara a concluirlo- don Juan de Saavedra, futuro marqués del Moscoso, para ganar el favor del rey y así recibir el deseado título. 468 En Guichot, J., Op. Cit., pp. 239-240. Finalmente acudiría a las Cortes a regañadientes, como diputado por Sevilla –y llevando un voto decisivo y no consultivo, como deseaba el Conde-Duquedon Fernando Caballero de Illescas. Ese malestar nobiliario, al menos en Andalucía, tomaría cuerpo tres años más tarde con la revuelta del duque de Medina Sidonia, que pretendió independizar sus dominios de los de la corona castellana (véase el epígrafe Dávila Medina de este trabajo). En cualquier caso las Cortes dejarían de convocarse a partir de 1665, y antes incluso de esta fecha los nobles asistirían a las mismas como individuos particulares o representantes de sus propias villas o ciudades, y no como integrantes de dicho estado; por lo que –como vemos- la influencia política del estamento se limitaba al ámbito local, con la excepción de los linajes que medraban en la corte (Vid. Domínguez Ortiz, A., “La nobleza como estamento y grupo social en el siglo XVII”, en Iglesias, Mª.C. (Dir.), Nobleza y sociedad en la España Moderna, Fundación Central Hispano, Madrid, 1995, pp. 120-121). Sin embargo, en no pocas ocasiones la nobleza sevillana tomó partido frente –aunque también lo haría al lado- del poder establecido: puede recordarse el enfrentamiento entre el Cabildo sevillano y el valido Luis Méndez de Haro, sucesor de Olivares. En 1660 eran convocados los procuradores de las ciudades a Cortes, encontrando fuerte oposición el valido en el grupo de veinticuatros comandados por don Fernando Ortiz Melgarejo, hijo del también veinticuatro don Fernando Melgarejo, Barrabás –que había sido muerto posiblemente por comisión del mismo Olivares, a quien se opuso con fiereza-, pese a que otros capitulares como don Jerónimo Federigui (que había sido elegido procurador mayor de Sevilla en la corte madrileña en abril de 1654) aconsejaban mayor prudencia, nombrándose finalmente los procuradores, que serían el mismo Melgarejo y el jurado Pérez del Castillo, y sobre los que había una fuerte prevención en la corte. De hecho, lo primero que hicieron los dos procuradores sevillanos al llegar a Cortes sería pedir las cuentas de los ingresos y gastos del Estado, a lo que se adhirió la ciudad de Toledo. Haro intentó sobornar a los procuradores, lo que no consiguió; y comenzó un cruce de réplicas y contrarréplicas epistolares que no llegarían a nada más que a la expulsión final de Melgarejo de Madrid, con la prohibición expresa de acercarse a la corte, y excluyéndole por tanto de su procuraduría, a la que también renunciaría el jurado Pérez del Castillo. También le prohibiría residir a menos de veinte leguas de Sevilla. La ciudad intentó que le fuera levantada la sanción, lo que no fue posible. Visto lo ocurrido, algunos capitulares como don Diego Caballero de Illescas y don Luis Federigui consiguieron mover la opinión del Cabildo para lograr una nueva elección, lo que finalmente se hizo tras la resistencia del bando de los Melgarejos, que quedarían privados de su capitán al morir éste en Lopera (Jaén). Sobre estos sucesos, Vid. Velázquez y Sánchez, J., La Cruz del Rodeo..., Sevilla, 1864, p. 73 y ss. También Elliott, J.H., El Conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia. Ed. Crítica, Barcelona, 1990, p. 167, y el epígrafe
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parte de dicha nobleza –por relación familiar, afinidad o por algún tipo de relación clientelar- pudiera haber tenido con don Gaspar Alonso Pérez de Guzmán, IX duque de Medina Sidonia, que intentó llevar la revuelta a Andalucía en 1641: el caso es que “nadie se movió” entre la nobleza sevillana para participar en la jornada catalana, pese a los requerimientos reales como el que se enviaría, impreso, a don Francisco de Saavedra el 25 de marzo de 1642:
Después de auer el Rey nuestro Señor (que Dios guarde) usado todos los medios que se han uisto para reduzir a la Prouincia de Catalunia a Su obediencia, y a lo que a sus naturales conuiene, mouido del zelo del Seruicio de Dios, del mayor bien de la Religion, y del amor q bien conserua à aquellos vassallos, y particularmente a los fieles (q son muchos) se ha resuelto de salir en persona, y ir à Aragón para assegurar, y alentar aquel Reyno, y el de Valencia, que con tantas finezas lo merecen, y a boluer por un camino, ò por otro a los Catalanes a lo que deuen [...] y para esto partirà desta Corte a los veinte y tres de Abril deste año precisamente de que me ha mandado Su Magestad avise a V.m. para que le venga a servir en esta jornada, conforma a su obligación, en ocasión tan grande, que no admite dilacion, ni escusa [...]469.
Y esta dejadez no era ninguna novedad: veinte años atrás, varios tratadistas mostraban su desconfianza ante la crisis de esta vocación militar en el estamento noble, propiciada en buena parte –según entendían- por la falta de ocasiones en la que demostrarla: Federigui de este trabajo. Como muestra de lo contrario, el 10 de septiembre de 1701, en el Alcázar, los capitulares jurarían pleito homenaje a Felipe V ante el conde de Valhermoso, que juraría el primero, tomando partido por el bando ganador en la guerra de Sucesión: entre los títulos que juraron se encontraban buena parte de los primeros maestrantes: don Juan Baltasar Federigui, conde de Villanueva; don Diego Tello de Guzmán Medina, marqués de Paradas; don Alonso de Vargas, marqués de Castellón; don Bartolomé de Toledo, marqués de Gelo; don Pedro Carrillo y Esquivel, conde de Montemar; don Adrián Jácome, marqués de Tablantes; don Antonio Federigui, marqués de Paterna y alguacil mayor, entre otros (BL, SL. 3958 (33 y 34). Hay copia en AMS, Papeles del Conde del Águila. Véase asimismo el epígrafe Dávila Medina de este trabajo. Esta fidelidad se vería premiada por la Corona con la concesión de diecinueve nuevos títulos nobiliarios en Andalucía en el año de 1711, otorgados esta vez por servicios y no –como ocurrió en fechas anteriores, como en 1679- por compra (vid. Andújar Castillo, F., “Nobleza y fidelidad dinástica: la hornada de títulos nobiliarios andaluces de 1711”. En Díaz López, J.P., et alii (Eds.), Casas, Familias y Rentas. La nobleza del Reino de Granada entre los siglos XV-XVIII. Granada, 2010, pp. 37 y ss). 469 AGA, Fondo Arias de Saavedra, legajo 3775, nº 33.
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Porque no solo no ay moros que echar della... [de España] y se acavaron de todo punto todas las diferencias y ocasiones de guerras... Ya no ay ocasión de fabricar casas fuertes y solariegas, ni merecen títulos, dignidades, ni que les encomienden lugares y fortalezas, y que por sus grandes hechos se las perpetúe [...]. Léanse las historias de España y se hallará en ellas que casi toda nuestra nobleça política se originó de las guerras destos reynos470.
No obstante, hemos de decir que –una vez destituido don Gaspar de Guzmán de su valimiento en 1643- y según nos cuenta Ortiz de Zúñiga en sus Anales, varios miembros de la nobleza sevillana sí “se movieron de aventureros”471 en las posteriores campañas portuguesas, como el marqués de
La Algaba, y el Marqués de Valcarrota [sic], Señor de la Villa sitiada, Don Juan Vicentelo, Conde de Cantillana, Don Diego de Portugal, Caballero de Alcántara, Don Alonso Fernández Marmolejo, de Santiago, Don Joseph de San Vicente, y otros, con mucho lucimiento; y con las Milicias de esta Ciudad, y otros Caballeros, salió en persona el Conde de la Puebla del Maestre, Asistente y Maestro de Campo General, que esperó en Fregenal, hasta que perdida Villanueva del Fresno del todo, se malogró esta campaña472.
Campaña en donde algunos caballeros de los que nos ocupamos intervinieron activamente, como después veremos. En cualquier caso, según se deduce de la 470
Peñalosa, B. de, Op. Cit., ff. 94r-95v. “Existían también los ‘aventureros’, personas de cierto rango que se unían al ejército para una campaña o incluso una misión determinada. Ente éstos podía haber capitanes a cuyas compañías se les había asignado un papel pasivo en la una o en la otra y que pedían permiso para dejar temporalmente sus unidades a fin de incorporarse a título individual a las operaciones. Tanto ellos como los entretenidos, particulares y reformados daban tono al ejército con su experiencia, su sentido del deber y ‘porque llevan la mira a ganar reputación y buen nombre’, frente a los soldados normales de los que se maliciaba que ‘no llevan intento de ganar fama ni opinión” (Vid. Albi de la Cuesta, J., De Pavía a Rocroi. Los tercios de infantería españoles en los siglos XVI y XVII. Balkan Editores, 2005, p. 75). 472 Muy mala fama tenían en su tiempo las milicias concejiles: “hombres levantados sin pagas, sin el son de las cajas, concejiles que tienen el robo por sueldo y la codicia por superior... ningún ejército he visto hecho tan a remiendos, tan desordenado, tan costosamente proveído y con tanto desperdiciamiento de tiempo y de dinero; los soldados, iguales en miedo, en codicia, en poca perseverancia y ninguna disciplina; gente concejil, aventurera” (Vid. Albi de la Cuesta, J., Op. Cit., p. 31). 471
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información que sobre dicha intervención de la nobleza sevillana en la campaña nos aporta el cronista, parece probable que su poca disposición a intervenir en ella (y los escasos resultados obtenidos en la misma) estuviera en parte –aunque este no sería el único motivo- determinada por la hostilidad que la aristocracia de la época sentía por el conde duque, cuyo “mal gobierno” habría provocado las diversas revueltas: toda la nobleza española reaccionó favorablemente a su caída, aunque el mal estaba ya hecho. En años posteriores, el estamento noble (o al menos una parte significativa del mismo) intervendría sin embargo en otras campañas: cuando en 1693 se pedía que todos los títulos de Castilla sirvieran con 300 ducados como donativo para aplicarlo a la recluta de caballería en Cataluña, el asistente, conde de Valdeláguila, no los pedía al marqués de Paterna por estar sirviendo como capitán del tercio de las milicias de Sevilla, pagando los gastos a sus expensas, desde Sevilla a Jerez y Medina Sidonia y a Gibraltar, acompañado de otros caballeros sevillanos,
[...] no hauiendo ninguno que no se empeñasse y Uendiese sus alhajas para portarse con decoro a cuya Imitazion y por ynduzimiento suio fueron a seruir con sus personas armas y cauallos otros muchos Cavalleros deudos y amigos destos mismos Capitanes entre los quales fueron los Marqueses de Paradas, el de Brenes y el conde de Uillanueua unos y otros dignos por este relebante seruº y por hauer quedado enpobrezidos con los referidos gastos de que se les Condone esta porzion de tresçientos ducados473.
En cualquier caso, esta obligación nobiliaria (que se remontaba a la anubda recogida en las Partidas alfonsíes474) se había desnaturalizado –con algunas excepciones, como hemos visto- en los años medios del siglo XVII, lo que puede verse por la escasa respuesta que tuvo, por parte de la nobleza castellana (y no solo en Sevilla) la pretensión de su alistamiento a filas dentro del contexto de la
473
AHN, Consejos, 4465, A.1694, Exp. 69. Vid. González de Fauve, M. E., “La anubda y la arrobda en Castilla”, CHE, 49-50 (1964), pp. 542. También Powers, J. F., A Society Organized for War. The Iberian Municipal Militias in the Central Middle Ages, 1000-1284. Berkeley, University of California Press, 1988. 474
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Unión de Armas475: los descendientes de los nobles castellanos que habían combatido a los moriscos, que habían luchado en Flandes, las Indias o Italia “se niegan en redondo a ir al frente”, o reducen “sus deberes castrenses al espacio ‘provincial’ [...] en el que habitaban”. Desde 1635, Grandes y títulos realizan levas con escasa respuesta, tanto de dicho colectivo como del de los hidalgos –se realiza incluso un padrón en 1642 en ciudades, villas y lugares de Castilla-, los cuales se excusan en general (salvo honrosas excepciones) por “grabe enfermedad”, “por estar ympedidos”, “ser pobres”, “por sus seruiçios” anteriores o por ostentar un oficio público, por lo que –siempre que pueden- pagan un servicio en dinero o alistan a pecheros en su nombre476. Como algún autor nos hace apreciar, “la violencia también había perdido parte de su atractivo para la nobleza, que ahora barajaba nuevos conceptos sobre la vida nobiliaria. Numerosos nobles vivían pacíficamente”477, sin un mayor trato con el oficio de las armas: el propio Felipe II, que en 1572 instaba a la nobleza a recuperar sus perdidos valores militares, “luchó como administrador”478 y no como guerrero, y otros monarcas posteriores hicieron lo mismo, o ni eso siquiera, si recordamos el caso de su sucesor. Sin embargo, “los nobles sabían que el Estado tenía necesidad de ellos, de sus tradiciones y de su destreza militar [...] los oficiales aventajados podían prosperar bastante”479 (lo que vemos claramente en relación con algunos de los linajes que posteriormente estudiaremos en la prosopografía, como por ejemplo –por citar uno de ellos- el de los Dávila Medina). Hay que recordar que varios de los miembros de los linajes que conformaron la recién nacida 475
Vid. Rodríguez Hernández, A.J., “Los servicios de la nobleza y el reclutamiento señorial en Andalucía durante la segunda mitad del siglo XVII”. Los señoríos en la Andalucía Moderna. El Marquesado de los Vélez / coord. por Francisco Andújar Castillo, Julián Pablo Díaz López, 2007, pp. 639-654. 476 Sobre el tema, Vid. Domínguez Ortiz, A., “La movilización de la nobleza castellana en 1640”, en VV.AA., Nobleza y sociedad en la España Moderna, Oviedo, 1996; y para una visión más específica, Hernández Franco, J., y Molina Puche, S., “El retraimiento militar de la nobleza castellana con motivo de la guerra franco-española (1635-1648). El ejemplo contrapuesto del Reino de Murcia”. Cuadernos de Historia Moderna, Vol. 29, Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, Madrid, 2004. Una fuente primaria de mucho interés es la obra de Marcos de Isaba, Cuerpo enfermo de la milicia española..., Madrid, 1594. En ese mismo año de 1642, don José Carrillo de Albornoz –padre de los primeros condes de Montemar- había recibido la comisión de levar una centena de infantes: no pudo conseguir más allá de una decena larga, con la que se presentó en Cádiz para embarcar con ellos con destino a Flandes. 477 Dewald, 2004, p. 173. 478 Ibidem, p. 178. 479 Ibídem, p. 203.
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Maestranza participaron activamente en la organización y reclutamiento de milicias, como don Luis de Guzmán o -como narra Zúñiga en sus Anales- don Francisco de Guzmán, hermano de los marqueses de la Algaba, que levantó con otros nobles sevillanos cuatro tercios para la guerra con Portugal de 1657. No dejaron de intervenir tampoco activamente en la represión del motín de la Feria de 1652: en dicho suceso tomaría parte don Juan Bazán, señor de la Granja, padre de don Francisco, primer secretario de la Maestranza, entre otros caballeros, fundadores de la institución o antepasados directos de aquellos. También allí el futuro I marqués del Moscoso, don Juan de Saavedra Alvarado, obtuvo su cargo de
Capitán de vna de las compañías de Cauallos que en aquella ciudad se formaron para quietud de dhas. alteraçiones, y teniendo conssiderazion a la fineza y lealtad conque os empleastes en esta ocassion y al çelo que profesais a quanto puede ser de mi seruiçio en cumplimiento de Vtras. obligaçiones confiando que assí lo continuareis, he tenido por bien elegiros y nombraros [...] por Capitán dela dha. Compañía con el pie de Cauallos corazas Spañolas [...] [y] que el tiempo que siruieredes este puesto gozeis de çiento y diez escudos de sueldo al mes [...], gosando de las preheminençias y exempçiones que os tocan por dho. cargo480,
para el que había sido nombrado por el Asistente sevillano, marqués de Aguilafuente y maestre de campo general de las milicias de Sevilla. También participaron en diversas campañas los hermanos Carrillo de Albornoz, los Tello de Guzmán, don Juan Alonso de Mújica Butrón y los Vivero: esta coincidencia en los oficios de un buen número de los caballeros fundadores nos llevará, posteriormente, a determinar una primera motivación en la fundación de la Maestranza sevillana.
IV.4. Se ordenasen fiestas en algunos días señalados
480
AGA, Fondo Arias de Saavedra, legajo 3775, nº 38.
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Añadida a esta necesidad defensiva expuesta en la real cédula de 1572, el rey Felipe deseaba –como hemos visto- que también
se ordenassen fiestas en algunos días señalados de justas, torneos y juegos de cañas [...], ayudando con lo que se pudiesse y fuesse justo para las dichas fiestas [...], y qué aparejo y disposiçión hay en esa çiudad para ello, y qué fauor, autoridad y calor conuendrá que Nos demos y en qué de Nuestra parte podemos hazer merçed y assistençia, y qué fiestas y exerciçios se podrían instituyr y ordenar.
Hasta ahí, los motivos del monarca. ¿Cuál sería la respuesta de Sevilla a la petición? ¿Qué “aparejo y disposiçión” poseía, o estaba dispuesta a prestar, la ciudad? Como bien sabemos, en Sevilla había existido una importante tradición festiva y caballeresca tras la conquista en 1248481. En diversos años se llevaron a cabo multitud de festejos para celebrar diversos acontecimientos, recogidos en diversas crónicas y documentos, y a los que ya hemos aludido: en 1327, para Alfonso XI; o en 1456, para Enrique IV. Igualmente, en 1454, para celebrar “la justa por las alegrías del nasçimiento del señor ynfante don alffon”, mandó el cabildo al veinticuatro y procurador mayor Pedro Fernández Marmolejo y al jurado Antón González de Almonte a comprar “el paño que entendiessen que fuesse menester para la tela en que hauían de fazer las dichas justas”, comprando finalmente “dos pieças e media de paño asul e pardillo” por un valor total de 4.250 maravedís, que pagaron a Pedro de Jerez, trapero y Francisco Martínez, tundidor, a 25 de febrero de dicho año482. También en 1469, ante la presencia de los reyes católicos, como recoge en su crónica el cura de los Palacios y transcribe León y Manjón483. Años
481
Dichas prácticas se habían visto reguladas en buena parte por las Partidas de Alfonso X, que, al reservar la lidia de las reses bravas en Castilla a los caballeros, “sientan, por consiguiente, las bases jurídicas que permitieron la elaboración de este brillante juego que habrá de ser el toreo caballeresco”. Vid. García-Baquero González, et alii (2001). 482 AMS, Varios Antiguos, nº 266. 483 “Fueron fechas en Sevilla muy grandes fiestas, e justas, e torneos, por los cavalleros cortesanos, e por los cavalleros de estos reynos; e justó el rey, e quebró muchas varas, e estava la sala [...] acerca de las Atarazanas, en el compás entre ellas y el río [...]”. Buena parte de estos festejos los recoge Toro Buiza, L., Sevilla en la historia del toreo, Colección Tauromaquias, vol. 3, Universidad de Sevilla, 2002.
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más tarde, a 13 de mayo de 1474, el cabildo ordena a su mayordomo, Juan Fernández de Sevilla484,
que para la fiesta del cuerpo de dios [...] fagades poner y pongades en las paredes de la yglesia mayor de seuilla desta çibdad la tela en que justen por onrrar la dicha fiesta los fijos dalgo gentiles onbres desta çibdad. asy mismo fagades conprar y conpredes las lanças que para la dicha justa fueren menester e asy nos, uos mandamos que fagades alinpiar la plaça de sant françisco por donde a de passar la proçesion del dho. día segund la costunbbre de los años passados,485
una costumbre que por lo que nos indica el mismo documento se venía celebrando desde algún tiempo atrás: “y asy mismo uos mandamos que les desdes las dhas lanças que sobraron de la dha justa passada [...] que se fiço el dho. día del cuerpo de dios”. Una justa se haría el día del Corpus, y se repetiría la misma en otra fecha cercana, no especificada en el documento; Juan Fernández de Sevilla gastaría “en la dicha fiesta e telas e justa segund suso dicho” la suma de 26.000 maravedís486. Esta costumbre –la de celebrar justas y torneos, fiestas y juegos de cañas y toros se mantendría durante el siglo siguiente, durante las bodas del Emperador en 1526, en donde
hubo justas en las que S. M. en persona tomó parte en la Plaza de San Francisco: torneos, juegos de cañas y otros marciales ejercicios, en los cuales lucieron su destreza y apostura los caballeros sevillanos487.
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Juan Fernández de Sevilla, converso, sería uno de los miembros del Cabildo que podría huir de la persecución desatada tras la implantación de la Inquisición en Sevilla: había desempeñado el cargo de “ballestrero de maça” de la “cassa del Cauildo de los Caualleros de Seuilla” hasta su huida a Portugal en los primeros años de la década de los 80 (Vid. Gil, J., Op. Cit.). 485 AMS, Varios Antiguos, nº 266. 486 En estas fechas -según indica León y Manjón, Op. Cit., p. 21- estaría todavía activa la antigua hermandad de San Hermenegildo, al realizar una transacción –la cesión de unas casas a censo perpetuo- a Juan Ruiz de la Puebla, ante el escribano público Alonso Ruiz de Porras (1467). Modificó sus Reglas en 1536 desapareciendo poco después, ya que en 1573 Argote de Molina planteaba su refundación. 487 Vid. Guichot y Parody, J., Historia del Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de Sevilla..., (ed. Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Sevilla, 1990).
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Igualmente, en 1570 la ciudad celebraría con agasajos similares la visita de Felipe II, siendo asistente de Sevilla el conde de Priego, don Fernando Carrillo de Mendoza: se comisionó al veinticuatro Francisco Duarte de Mendicoa, factor de la Contratación, para que se “acudiesse a cuantas neçesidades pudo imaginar”488. Entre otras, las de celebrar sonadas fiestas, “que uniuersalmente se hizieran, dando muestra, de su alegría”, entre las que también se hicieron “espectáculos públicos, toros, cañas, fuegos artificiales y de saluas y otros regoçijos”. Regocijos que se repetirían, por ejemplo, en 1592, para celebrar el nombramiento de don Rodrígo Vázquez de Arce como presidente del Consejo de Castilla, y que recoge Ariño en sus Sucesos de Sevilla489 en un conocido romance:
En la plaza de Sevilla/un miércoles en la tarde ante la Audiencia y Cabildo/solenes fiestas se hacen [...]. Luego en este punto asoman/en caballos alazanes Dos embozados que a todos/suspenden para miralles. Veinte lacayos robustos/con ellos delante salen, Morado y blanco el vestido/espadas doradas traen [...]. Pasada más de una hora/los toros al coso salen, Donde mostrando su fuerza/bien cara venden su sangre [...]. Los que han de jugar las cañas/aguardan fuera en la calle; La ciudad cuando lo supo/manda que los toros paren [...]. En estas cuadrillas vienen/los caballeros Guzmanes Que asombran al mundo todo/con su valentía y sangre. Vienen Ponces de León,/Enriques y Portugales, Vicentelos, Saavedras,/los Zúñigas y Duartes [...]. Don Fernando Ponce y León/derecho al toro se parte, El rejón enarbolado/dando muestra cuánto vale [...]. Don Juan Vicentelo el Corzo/echó después tan buen lance, Quel hierro y dél hasta un palmo/le dejó al toro en la carne [...].490 488
Vid. Mal-lara, J. de, Recibimiento que hizo la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Sevilla..., (ed. Fundación José Antonio de Castro, 2005). Volveremos a hablar acerca de don Francisco Duarte de Mendicoa en la segunda parte de este trabajo. 489 Vid. Ariño, F. de, Op. Cit. 490 En el último lance –el de Vicentelo, el Corzo- se alude a la lanzada “de rostro a rostro”. Para conseguirla el caballero debía permanecer quieto, los ojos del caballo vendados con una cinta de
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Como vemos, estas celebraciones se venían realizando en la ciudad antes –y después- de la emisión de la cédula real de 1572. Pero, de hecho, no existió (salvo el intento de Argote de Molina de revitalizar la ya desaparecida hermandad de San Hermenegildo) impulso alguno, por parte de la ciudad, de crear la institución caballeresca que el rey solicitaba. Entonces, ¿cuál fue la reacción del cabildo sevillano ante la petición real? El día 26 de noviembre de 1572, reunido el Ayuntamiento de la ciudad, sería “leýda en este Cauildo la çédula Rreal de su magestad sobre lo de la Cofradía de caualleros”, y tras el debate que siguió a su lectura, “llamados para ello muchos caualleros de fuera del ayuntamiento”, se trataría “si conuendrá que en esta çibdad se aga la cofradía o compañía” que el rey deseaba491. Sin embargo, la opinión común no sería favorable al cumplimiento de los deseos del rey Felipe, ya que “auiéndose tratado y conferido [este asunto], a pareçido que de haserse podrían Resultar algunos yncombinientes”. Estos inconvenientes no se precisan –aunque ahora trataremos de determinar cuáles podrían ser algunos de ellos-, dulcificando el cabildo la negativa con buenas razones, indicando que
[...] los caualleros desta çibdad y la nobleza della no tienen neçesidad de otro premio ni fuerça para seruir a su magestad en las ocasiones que se ofreçieren.
Pese a la negativa se pide al rey, sin embargo, que “sea seruido de mandar que con su santidad se aga ynstançia que derogue el proprio motuo de pío quinto que proyuio los toros”492, ya que, al haberse prohibido estos juegos ecuestres, “no se terciopelo; citaba de lejos al toro e, instantes previos al encuentro, le botaba la lanza en la aguja o en el pescuezo, desviando simultáneamente al caballo para la mano izquierda mientras la fiera envainaba todo el hierro llegando, en algunas ocasiones, muerta al caballo (Vid. García-Baquero, A., Romero de Solís, P., Vázquez Parladé, I., Sevilla y la Fiesta de Toros. Ayuntamiento de Sevilla, Servicio de Publicaciones, Sevilla, 2001). La elegancia de los lances caballerescos se ponía de manifiesto frente al “desorden” y al “tumulto” provocados por la lidia popular a pie, evidentemente con no pocas dosis de clasismo –lo que por otra parte era de esperar en una sociedad estamental-. Baltasar del Alcázar recoge esta visión en su poema (cir 1599) A la fiesta de toros en Los Molares, en donde define al espectáculo como “miserable, ciuil, horrendo y feo”. 491 AMS, Libros de Actas Capitulares, cabildo de 26 de noviembre de 1572. 492 El 1 de noviembre de 1567, Pío V había promulgado la bula De Salutis Gregi Dominici, en la que prohibía –con duras penas eclesiásticas- la práctica de los espectáculos taurinos: en ella se prohibe la participación en dichas fiestas, negando incluso entierro en sagrado a los que pudieran perder
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hasen fiestas ny exerçicios de los que con la ocasión de los toros se hasían y acostumbrauan hazer”, petición que habrían de poner por escrito Gonzalo de Céspedes, Rodrigo de Monsalve, Juan Núñez de Illescas y Melchor del Alcázar. Sin embargo, aun no creando la corporación solicitada por el rey, sí se ordenaría “que la cibdad mande poner vna tela en la puerta de córdoua donde otras vezes a estado493 o en otra qualquier parte donde pareçiere”, contratando
dos o tres armeros salariados los quales siendo armeros de la çibdad sean obligados a limpiar y adereçar las armas de los cavalleros que quisieren justar o tornear y armarlos.
Se mandaría también que se hicieran
tres fiestas en el año la vna el día de san clemeynte aviendo toros en que aya doze toros y treynta y seys cavalleros que juegen del cauildo o de fuera vestidos de tafetanes o de paño [...] y la otra fiesta sea el domyngo antes de caRnestoliendas su vida en las mismas, calificando las fiestas taurinas como “espectáculos en que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública [y que] no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana”. La bula había sido promulgada por el pontífice con la intención de “abolir tales espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del demonio”, siguiendo con ello una costumbre –la de la condena por parte de la autoridad papal- de buena parte de las diversiones caballerescas, consideradas “detestables mercados y ferias [...] en los cuales los caballeros solían reunirse para demostrar su fuerza y su audacia temerarias”. En este caso, la condena la lanzaba el papa Inocencio II en 1130, durante el segundo Concilio de Clermont, a aquellos caballeros que participasen en torneos, excomulgándolos y negándoles incluso el entierro en suelo sagrado: las cosas no habían cambiado demasiado cuatro siglos después. En 1575, debido a la presión de Felipe II, Gregorio XIII excluye en su Exponis Nobis Super a los legos de la excomunión general, aplicándola solo a los eclesiásticos. El 13 de enero de 1596, Clemente VIII –en su Suscepti Numeris- condenará solamente al clero regular, y ya no al secular: como vemos, la Santa Sede (ante las presiones del rey católico) fue reculando progresivamente en su postura, hasta que las bulas iniciales se convirtieron en un virtual papel mojado. 493 Y donde seguiría estando en un futuro. Según Guzmán de Alfarache, “Había una tela puesta junto a la puerta que llaman de Córdova, pegada con la muralla. Aún en mis tiempos la he visto y la conocí, aunque maltratada, donde se iban a ensayar y corrían lanzas los caballeros”. Alemán también nos aporta referencias sobre los adornos y los arreos de las monturas: “Los más caballos llevaban solamente sus petrales de caxcabeles, y todos con jaeces tan ricos y curiosos, con tan soberbios bozales de oro y plata, llenos de riquísima pedrería, cuanto se puede exagerar. Baste por encarecimiento ser en Sevilla, donde no hay poco ni saben dél [...], animando con alaridos los caballos, que heridos del agudo acicate volaban, pareciendo los dueños y ellos un solo cuerpo, según en las jinetas iban ajustados [...]. Pues en toda la mayor parte del Andalucía, como Sevilla, Córdoba, Jerez de la Frontera, sacan los niños –como dicen- de las cunas a los caballos, de la manera que se acostumbra en otras partes dárselos de caña. Y es cosa de admiración ver en tan tiernas edades tan duros aceros y tanta destreza, porque hacerles mal tienen por su ordinario ejercicio” (Vid. Alemán, M., Guzmán de Alfarache, Libro I, cap. VIII, pp. 220-221).
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en maxcara o syn ella, [...] y le Regoçijen y exerçiten sus perssonas y cauallos y la otra fiesta sea el día de santiago de la misma forma [...] y si no oviere lisençia para coRer toros se hagan las dichas fiestas syn ellos y que todas estas fiestas se hagan en la plaça de san françisco [...].
Así, por tanto, se acuerda finalmente no crear ninguna hermandad, aunque sí se ajustan diversas “fiestas [...] assí de gineta como de justas y sortija y torneo”, contratando y adquiriendo la ciudad “tela y ministriles y lanças y armero” para poder celebrarlas dignamente. Aún así, el asistente conde de Barajas insistió en la creación de la nueva cofradía, “porque della Redundarían grandes benefiçios a esta çibdad”, pero la propuesta no sería admitida por los miembros del cabildo. Es decir, sí a la celebración de juegos y fiestas puntuales; no a la creación de una nueva corporación. Estas obligaciones contraídas sí serían respetadas por la ciudad, como prueba el hecho de que se instalara la tela para justar en las cercanías de la puerta de Córdoba, y la contratación, a 27 de septiembre de 1575 – tres años más tarde: no se dieron por lo que vemos muchas prisas-, del jinete Andrés de Grijalva, que recibiría treinta mil maravedís de salario al año por
Residir en esta çibdad vsando y exerçiendo el dicho offiçio de la gineta y enseñando el arte della a los caualleros moços que lo quissieren de aprender494.
Sin embargo, nunca llegó a fructificar la constitución de una nueva –o refundadacorporación caballeresca495. No quiere ello decir, sin embargo, que no se 494
AMS, Papeles del Conde del Águila, tomo 7, nº 17. León y Manjón, en su obra antedicha (1907) afirma que “las Reales cédulas de Felipe II y Felipe III en 1572 y 1614, respectivamente, recomendando la práctica de estos ejercicios, no tenían ni podían tener aplicación a Sevilla, y por eso tal vez no llegó alguna de ellas a su Cabildo, no obstante tener carácter general”. Como sabemos ambas cédulas llegaron al cabildo sevillano, aunque no se les dio cumplimiento en su totalidad; hay que entender las afirmaciones de León y Manjón en el contexto en el que fueron producidas, ya que se buscaban a toda costa pruebas de la mayor antigüedad de la Maestranza sevillana frente a la de la corporación maestrante de Ronda. Por ello, Manjón –y otros maestrantes sevillanos, como Fernando de Gabriel, el marqués de Valencina o el marqués de Tablantes- intentaban aportar pruebas convincentes acerca de la continuidad que en Sevilla habían tenido los juegos caballerescos. Sin embargo, como veremos, estos estaban ya en franca decadencia entrado el siglo XVII, la hermandad medieval de San Hermenegildo estaba ya extinta por entonces y la nueva corporación propuesta por Argote de Molina nunca llegó a cuajar. Prueba de ello –es decir, de la evidente disociación entre la pretérita corporación caballeresca y la nueva fundada en 1670- es el hecho de que los patronos de la 495
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produjeran relevantes funciones –algunas periódicas y otras extraordinarias- y fiestas a caballo: varias, y de gran vistosidad y lucidez, llegaron a celebrarse en la ciudad durante los años finales del siglo XVI y durante los primeros del siglo siguiente496, lo que sabemos gracias a los datos que nos aportan Rodrigo Caro497 y Ortiz de Zúñiga498, entre otros. Sin embargo, se produce un punto de inflexión a mediados del XVII: la devaluación de la moneda en 1642, las malas cosechas y el hambre de 1647 y 48, la peste de 1649 o el motín de 1652 no favorecieron precisamente la celebración de grandes festividades públicas499, lo que comprometió lógicamente la continuidad de estos festejos, que se celebraron desde entonces muy espaciadamente, con varios años de intervalo entre sí. De hecho, el que las crónicas se hagan eco de los mismos es una buena prueba de que se habían ya, por entonces, convertido en sucesos excepcionales500.
IV.5. Una máquina de fabricar hidalgos
segunda fueran la Virgen del Rosario y San Jorge, y no San Hermenegildo, al que ni siquiera se mencionaba como cotitular de la recién creada Maestranza. 496 Caso, por ejemplo, de la realizada el sábado, 21 de agosto de 1623 por la visita a Madrid del príncipe de Gales y sus pretendidos esponsales con doña María de Austria. 497 “En el lugar del amphiteatro antiguo, ficieron los seuillanos a una milla de la ciudad, en la Vega de Tablada, un edificio de aquella traça bien grande, labrado de ladrillo, al qual llamaron toril, porque seruía para acossar allí los toros, y este edifiçio no tiene gradas para desde ellas ver lidiar los toros, sino unas puertas a trechos, tan angostas que apenas cabe un hombre, y luego unas bovedillas para recogerse los que ivan huyendo del toro [...]. En este toril se exercitaua esta común afiçion de los españoles de lidiar toros y allí solían acudir muy de ordinario los caualleros seuillanos al exerciçio de la gineta [...]” (Recogido en León y Manjón, Op. Cit., p. 22). 498 “En Sevilla florecía la profesión de los exercicios de la gineta entre sus cavalleros mozos, con notable bizarría; abundaba de generosos cavallos y la frecuencia de regocijos públicos les daba digno empleo, habiendo sido estos muy propios de la nobleza desde el tiempo primitivo, ya en lo militar, ya en lo festivo [...]”. (Ibidem). 499 Unos años antes (1637), don Francisco de Contreras, jurado de Sevilla, informaba al rey cómo “el estado en que se halla esta ciudad es tan apretado, que la principal obligación es dar quenta a Su Magestas de su despoblación y mucho número de sus vecinos que de seys años a esta parte se han ydo a bivir a los Reynos extrangeros, y otros an passado a los de las Yndias, por causa de los muchos accidentes que en estos tiempos han sobrevenido [...]”. 500 Sin embargo, según recoge el marqués de Tablantes (Anales de la Plaza de Toros..., pp. 29-32), tras la fundación de la nueva institución se sucederían –al menos, durante una década; aunque tampoco en gran número- los festejos caballerescos en la ciudad: en 1675, por el cumpleaños de Carlos II; en 1680 (los días 28 y 29 de enero, en el Arenal, y el 19 de febrero por las bodas reales); el 27 de septiembre de 1687; y en 1689, por las nuevas bodas del monarca.
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Vista la negativa del ayuntamiento sevillano, ¿cuál podría ser la causa de la misma? Como anteriormente hemos mencionado, un grupo de caballeros sevillanos encabezados por Gonzalo Argote de Molina, dirigirían una carta al rey Felipe el 28 de septiembre de 1573, en la que participaban al rey cómo
algunos Cavalleros, zelosos de la onrra de Nº Sr. y deuotos deste santo [San Hermenegildo], avemos tratado de ynstituir una Cofradía de su vocaçión para juntarnos a solemnizar su fiesta [...],
pidiendo a Felipe II que les hiciera “merçed de fauorecerla con su liçencia y Auctoridad Real, reçibiéndola en su protección y amparo”. Los caballeros eran Ruy López de Ribera, Pedro Ortiz de Sandoval, don Francisco Martínez de Córdoba, Juan Alonso de Medina, Luis Ponce de León, don Francisco Tello, don Francisco Barba Marmolejo, Francisco Duarte, Melchor Maldonado, don Francisco Santillán, don Pedro de Villacís, don Pedro de las Roelas, Pedro de Pineda y Antonio de Esquivel, además del propio Gonzalo Argote de Molina, de cuyos descendientes, varios serían fundadores de la Maestranza sevillana en 1670501. Sólo nos quedaría recordar cómo la solicitud sería contestada y rebatida 501
Nótese como Argote solicita la institución de una corporación de nuevo cuño: una prueba más de la extinción de la cofradía caballeresca homónima, que ya había desaparecido para esas fechas. Los Villacís, que provenían de Valladolid, habían llegado a Sevilla en 1503: Pedro de Villacís, el primer miembro de la familia avecindado en Sevilla en dicho año, hizo su fortuna cobrando a los conversos sevillanos las multas –fardas- que les había impuesto el Santo Oficio, y percibiendo un octavo –y posteriormente, un sexto- de los cobros por su labor. Curiosamente, en el infructuoso empeño de la creación de la nueva hermandad de San Hermenegildo figurarían descendientes de aquellos conversos o de linajes emparentados con ellos (Barba Marmolejo, Maldonado, Esquivel, Pineda) en muy buena amistad y concordia con el descendiente directo del procurador general de la Inquisición sevillana. Don Pedro de Villacís casaría con doña Elena de Menchaca –hija del comendador de Santiago don Francisco de Menchaca-, cuya hermana doña María Laso de la Vega casaría con don Juan de Vivero, señor de Fuensaldaña, que llevaba sobre sus espaldas su origen no precisamente limpio. Sus hijos (los de don Pedro) se asentaron muy firmemente en la sociedad nobiliaria sevillana: Francisco, que murió muy joven, casó con doña Isabel Ponce de León, hija del señor de Carrión don Luis de Guzmán y de Inés de Sotomayor. Su hija Luisa de Menchaca casó con el veinticuatro Francisco de Casaus, y su hijo Juan casó con doña Beatriz Laso de la Vega, hija de don Gonzalo de Abreu. Su nieto don Pedro, también veinticuatro, casaría con doña Bernardina Marmolejo, hija del veinticuatro don Alonso de Céspedes, y su bisnieto don Francisco de Villacís recibiría el hábito de Santiago, sería presidente de la casa de la Contratación y llegaría a ser primer conde de Peñaflor en 1620. Casaría con doña Mencía de Saavedra. Otro de los oficiales de la Inquisición sevillana que enlazaría por matrimonio con un linaje de origen converso sería Martín Hontañón de Angulo, alguacil mayor en 1499: su hija, doña Aldonza Portocarrero, casaría con el veinticuatro Álvar Pérez de Esquivel, hijo del asimismo veinticuatro Juan Pérez de Esquivel. El mismo caso ocurriría con los descendientes del alguacil Francisco Sotelo: su bisnieta Catalina
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por el propio cabildo sevillano unos meses más tarde502; y por las razones que los miembros del cabildo sevillano alegan para solicitar al rey que negara su licencia a Argote de Molina y sus compañeros, podemos determinar cuáles fueron los motivos que, un año antes, consideraron como “yncombinientes” para ratificar la petición de la real cédula, y que podemos identificar claramente con la oposición del ayuntamiento, primero, a que un particular diera principio a una corporación cuyo impulso, según la cédula de 1572, debería partir “de los Regidores y personas del Cauildo” –con lo que se dejaba en evidencia a éstos por no haber obedecido fielmente la orden regia-, y segundo, por entender que dicha corporación limitaría o enajenaría los derechos antiguos y adquiridos de los capitulares en la ordenación de las fiestas locales –las tres que se habían acordado por San Clemente, Carnestolendas y Santiago, además de las otras que se contemplaranademás de (y este sería el tercer motivo) convertirse dicha cofradía, de facto, en una especie de “fábrica de hidalgos”, rechazando en su seno a aquellos aspirantes que no fueran de dicha condición –un requisito no muy bien visto por aquellos “hombres nuevos” que aspiraban a obtener la condición hidalga-, lo que el cabildo veía como peligroso y fuera de lugar, entre otras causas porque
para que aya exerciçios y Actos Militares no pareze que se deue hazer diferençia de estados: antes conuiene que todos en general se exerçiten en ello [...].
En suma, la negativa vendría determinada por todas estas causas, que según entendían los capitulares podían menoscabar sus privilegios y atribuciones, por lo que se instaba a Felipe II que “no permita semejante Cofradía”, desechando la petición de Argote de Molina. Años después, ya en 1614, la ciudad recibiría una nueva real cédula503 –esta de Felipe III- en la que se instaba de nuevo al cabildo a “exerçitar la cauallería”, ya que los usos de la misma habían caído de nuevo en el
Niño de Sotelo casaría con el veinticuatro Diego Caballero de Cabrera, y Francisca Niño de Sotelo lo haría con don Antonio de Vivero Deza (al igual que los Vivero por su origen converso, los Deza sufrieron diversas tribulaciones con la Inquisición por su relación con el incipiente luteranismo sevillano). No puede dejarse de hacer notar también aquí lo que Gil (2000) define como “los sorprendentes vínculos que se establecían a veces entre perseguidos y perseguidores”. 502 AMS, Manuscritos y Libros, Procura Mayor, tomo I, nº 25. 503 Real Cédula de 12 de agosto de 1614.
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abandono, lamentándose el monarca de lo “poco que se exerçita la carrera y cauallería”, buscándose fórmulas “para que el dicho exerciçio de la cauallería permanesca”. La ciudad responderá al rey con una fórmula similar a la empleada en 1572, contratando a un “picador de cauallos”504 y asegurándose de que el campo de prácticas, cuyo acceso se había cerrado con llave –campo que Guzmán de Alfarache había visto “maltratado” algún tiempo atrás por el desuso- estuviera en buenas condiciones para los ejercicios ecuestres, para que “quando se vbiere de hazer algún exerciçio por los caualleros del lugar [...] que esté linpio y desenbaraçado este sitio”, y poco más. Esta inquietud por el escaso interés en la realización de ejercicios ecuestres y militares se vería recogida dos años más tarde por el jinete Pedro Fernández de Andrada, veinticuatro de Sevilla, en su añadido al Libro de la Gineta de España...505, en el que el autor se lamentaba del “mal estado en que está la cavallería [...], porque por averse dexado el exerciçio se a perdido el arte”. Un arte que, sobre todo en la ciudad de Sevilla, había casi por completo desaparecido:
nos ha pareçido ante todas cosas dezir y representar el estado en que está en estos Reynos el exerciçio de la cauallería de la gineta, particularmente en esta çiudad de Sevilla y qué ha sido la causa dello y remedio que podría tener para lo de adelante [...]. Afirmamos que de todo punto está perdido y acabado el exerciçio porque los caualleros que lo deuerían fomentar y exerçitar no acuden a él ny lo quieren sauer,
debido, entre otras causas, a que
los Cavalleros mancebos [...] estén tan deslunbrados, y olvidados de la antigua y loable Cavallería de la Gineta, de quien sus antepassados tanto se preziaron: que 504
AMS, Libros de Actas Capitulares, 25 de agosto de 1614. Vid. Fernández de Andrada, P., Libro de la Gineta de España..., Sevilla, 1599. Del mismo autor, Nuevos discursos de la gineta de España..., Sevilla, 1616. Andrada se hallaba muy quejoso de que la aristocracia sevillana abandonara las “habilidades de la gineta”, por el manejo de la brida, que sin embargo se había practicado durante la Edad Media con preferencia por los caballeros cristianos; eran los moros los que montaban sus caballerías a la jineta. Como ya hemos visto, muy diversos tratadistas se interesarían por revitalizar la monta a la jineta, como también sería el caso de Iván Arias Dávila Puertocarrero, que daría a la imprenta, en Madrid y en 1590, su Discurso para estar a la gineta con gracia y hermosura... 505
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con razón las naciones estrañas se nos quieren anteponer, y preferir en los actos, y exerciçios de subir, y pelear a cavallo [...] con lo qual an venido a perdernos el respecto, que tan justamente an tenido siempre a nuestra naçión.
Tal vez sea necesario limar en algo las apreciaciones del muy conocedor Andrada, aunque está claro que el autor recoge una idea de la que está evidentemente convencido: escribe su obra, de hecho, con la intención de que “los Cavalleros moços” aprendan las habilidades ecuestres necesarias a su condición, montando “a cauallo guardando el orden de la Gineta”, y vuelva a retomarse por parte de la nobleza una de sus ocupaciones esenciales, el manejo del caballo y de las armas, que desde siempre la había distinguido como tal: no en vano el caballero es no sólo “el hidalgo antiguo, notoriamente noble”, sino también
el soldado de a caballo [...], porque así salían à servir à la guerra [...], que si no siéndolo se preciasse de Caballero, ni sería perfecto Caballero, ni Christiano506.
El uso de la jineta era muy apto –más que para la guerra, en la que se usaba la brida- para “la plaza y demás regocijos”, es decir, “para lo que an de seruir y siruen en las funciones de carrera, cañas y toreo, que se vsa y se a vsado en España”507. El caso es que desde estas fechas –el segundo cuarto del siglo XVIIhasta 1670, no hay apenas interés en la ciudad por recuperar del olvido las tradicionales prácticas caballerescas, que se limitarán a la celebración de algunas funciones anuales o esporádicas, en celebración de diversos acontecimientos –ya hemos mencionado algunos de ellos- o en fechas previamente acordadas, como también hemos indicado anteriormente. Bien es verdad que las cosas no estaban precisamente para muchas fiestas, aunque se celebrarán funciones puntuales con gran lucidez, como la que tuvo lugar el 19 de diciembre de 1617 con ocasión de la
506 507
Diccionario de Autoridades, 1729. Vid. Campos Cañizares, J., Op. Cit.
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promulgación, por el papa Paulo V, del decreto en favor de la Purísima Concepción. Sobre ella, nos cuenta Arguijo508:
Poco después de medio día [...] y habiendo hecho su entrada y paseos con acompañamiento de ministros, primero el Alguacil Mayor de este Real Audiencia D. Francisco Araoz, y poco después D. Sebastián de Casaos, Alguacil mayor de Sevilla; últimamente entró el conde de Salvatierra, Asistente, acompañado de sus dos tenientes, Alcalde de la Justicia, executor de la vara, y todos los alguaciles de los Veinte; y [...] mandó luego echar toro en la plaza [...]. Antes de las tres avisó D. Melchor del Alcázar que llegaban ya los caballeros de las fiestas a las puertas de la plaza [...]. El Marqués de Ayamonte y D. Melchor del Alcázar entraron compañeros los primeros [...]. Entraron los segundos D. Bernardo de Saavedra, del Hábito de Santiago; Don Fernando Melgarejo, Veintiquatro de Sevilla [...]. Siguiéronles D. Alonso de Anaya, del Hábito de Santiago, y D. Luis Antonio de Figueroa [...]; D. Gaspar de Virués y D. Diego de Virués [...]; D. Bernardo de Moscoso y Pedro López de Mesa [...]; D. Juan Ramírez de Guzmán y D. Fernando Ponce, el mozo [...]; Juan Contador de Baena y D. García Contador, su hijo [...]; D. Fernando de Cabrera y D. Christóbal Durán [...]; D. Lucas de Jáuregui y D. Francisco de Jáuregui [...]; D. Fernando Ponce, el mayor, y D. Juan Suárez [...]; D. Fernando de Losada, del Hábito de Santiago, y D. García de Quadros [...]; D. Fernando Maldonado y D. Sebastián de Olivares [...]; D. Luis del Alcázar y D. Bernardo de Añasco [...]. Dieron fin a la entrada D. Luis Portocarrero, hijo del Conde de Palma y D. Alonso de Godoy, Caballero del Hábito de Santiago, Señor de las Quemadas.
Las suertes de toros fueron muy vistosas, lidiando a los brutos con lanzas y garrochones –intervino en la lidia incluso Juan de Cazalla, enano de la servidumbre de don Melchor del Alcázar, en lo que Arguijo define como “un gracioso entremés” o suerte cómica de carácter jocoso- y posteriormente tomaron los caballeros
508
Vid. Arguijo, J. de, Relación de las fiestas de toros y juegos de cañas con libreas que en la ciudad de Sevilla hizo don Melchor del Alcázar en servicio de la Purísima Concepción de Ntra. Sra..., Sevilla, 1617. Recogido parcialmente en León y Manjón (1909).
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las adargas para el juego de cañas y, dividiéndose en dos puestos, guió uno el Marqués de Ayamonte, apadrinado por D. Gómez de Figueroa, del Hábito de Calatrava, y de D. Juan de Córdoba, su hermano, del Hábito de Santiago, y el otro, D. Melchor del Alcázar, con otros dos padrinos, que fueron D. Juan de Saavedra y don Fernando de Saavedra y Monsalve, Veintiquatros de Sevilla, todos quatro con capas y gorras en caballos enjaezados,
ofreciendo a los espectadores un lucido espectáculo. Como vemos, lo más granado del estamento noble sevillano concurría a dichas celebraciones, continuando con la tradición establecida de festejar con juegos caballerescos las grandes ocasiones del calendario. Sin embargo, estos festejos llegarían a decaer en la ciudad en la segunda mitad del siglo, e incluso antes habían dejado de realizarse como complemento a la celebración de sonadas solemnidades, como ocurriría en 1630 con ocasión de la beatificación de San Fernando: según nos relata Ortiz de Zúñiga, el domingo 22 de septiembre repicaron las campanas de la catedral y de todas las iglesias y conventos de la ciudad. La noche del sábado precedente se realizaron fuegos y luminarias, y a la mañana del mismo domingo 22 se hizo una procesión a caballo del asistente y los regidores con el pendón del Rey Santo; a estos seguían “Alguaciles y otros Ministros de Justicia de la Ciudad, todos con tantas galas, que bastaron á hacer ostentoso el día”. Seguía al cortejo una lucida compañía de la nobleza, con diversas religiones, que cruzaron en su procesionar los diversos arcos y decorados efímeros colocados a lo largo del recorrido. A la llegada de la procesión a la puerta de San Miguel de la catedral repicaron nuevamente las campanas y las naves ancladas en el río dispararon una salva de artillería. Tras unas breves palabras del Asistente, se hizo entrega al deán de la bula papal, y se entonó un tedeum. Al día siguiente se realizó una misa solemne en acción de gracias, y con ello concluyeron las festividades por tal ocasión. No tuvieron lugar como vemos fiestas ecuestres o caballerescas como en años anteriores se habían celebrado. Lo que el mismo León y Manjón admite, lamentando cómo “precisa reconocer que en el tercer cuarto del siglo XVII decayó en toda España y en Sevilla misma, la afición y la práctica de los ejercicios
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militares”, y los juegos ecuestres509. Esto provocó, según el mismo autor, que se impusiera “que algo viniese como continuación de ambas510 a recoger sus tradiciones y a conservar sus prácticas entre la Nobleza sevillana”. Sin embargo, aunque León y Manjón da por supuesta dicha necesidad –la de la creación de una nueva corporación caballeresca que continuara dichas tradiciones-, no parece que tal empeño fuera considerado como algo sustancial dentro de los afanes y deseos del estamento nobiliario sevillano: de hecho, hemos visto que nunca llegó dicha hermandad extinta de San Hermenegildo a refundarse de manera efectiva, en buena parte porque conspicuos miembros de la propia nobleza sevillana no desearon que eso ocurriera; y hemos apreciado también como diversos profesionales de las artes ecuestres –caso de Fernández de Andrada- se lamentaban del escaso interés existente entre los jóvenes nobles sobre la práctica de las mismas511 y de otras habilidades militares, aunque algunos de ellos se hallaran encuadrados en las milicias sevillanas, aún existentes en 1670 (por lo que tampoco podemos decir, con León y Manjón, que la creación de la nueva Maestranza llenara el hueco que estas habían dejado con su desaparición, ya que nunca habían desaparecido512).
509
Hechos que provocarían ya en el siglo siguiente –el XVIII- el surgimiento, casi sin competencia, del toreo a pie. 510 Alude aquí a la primitiva hermandad de San Hermenegildo y a las milicias urbanas de la ciudad –existían las milicias concejiles de la ciudad desde la Edad Media, y fueron reclutadas de nuevo en siglos siguientes-, alistadas estas últimas años antes, en 1596, con ocasión del saqueo de Cádiz por los ingleses. 511 No quiere ello decir que alguna parte de la nobleza sevillana no estuviera involucrada en la realización efectiva de empeños militares, como ya hemos indicado: salvo excepciones a las que antes nos hemos referido, un grupo del estamento noble sevillano –y desde luego sus milicias ciudadanas- sí tomaron parte efectiva, con más o menos éxito, en diversos acontecimientos militares, aunque la nobleza nunca lo hizo colectivamente, sino de manera individualizada, y particularmente aquellos miembros del estamento cuya carrera era efectivamente la militar: así, diversos caballeros sevillanos participarían en 1625 en la defensa frente a los ingleses de Cádiz – bien conocida por el lienzo alusivo a ella obra de Francisco de Zurbarán, hoy en el Prado-, comandada por don Fernando Girón; y en 1641, 1657 y 1661 acudirían –aunque como ya hemos visto, “de aventureros” y no corporativamente- a la defensa de Portugal. 512 De hecho no sólo no llegarían a desaparecer, sino que se reclutarían nuevamente en los primeros años del siglo XVIII, con ocasión de la Guerra de Sucesión: AMS, Sección V, Tomo 260, padrones de vecindades, soldados y cumplimiento pascual (1702, 1704, 1705) levantados para el socorro de Cádiz frente a los ingleses por el marqués de Aguiar, y posteriormente por el conde de Mejorada. Las milicias urbanas sevillanas continuarían existiendo durante los siglos XVIII y XIX.
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IV.6. Los fundadores y el oficio de las armas
Sin embargo, sí hemos de hacer notar un hecho que sin duda alguna está relacionado, en modo directo, con el plausible interés de varios de los miembros fundadores de la institución en la creación formal de ésta: y es el hecho de que buena parte de los fundadores ostentaron diversas dignidades militares. En el caso de don Pedro Andrés de Guzmán, por ejemplo, la de mariscal de Castilla, hereditaria en su familia513 y un cargo vinculado de modo evidente a la actividad ecuestre y militar, lo que nos puede indicar su especial empeño –y el deseo similar, por parte de buen número de los caballeros fundadores vinculados personal y profesionalmente al oficio de las armas como capitanes, capitanes generales, generales de la artillería, almirantes de las armadas o maestres de campo- de recuperar dichas tradiciones perdidas, frente a una nobleza local que mayoritariamente se había desentendido de ellas. De hecho, el mismo oficio de mariscal tenía -según Salazar de Mendoza514- no pocas connotaciones guerreras aún por entonces, tal vez ya diluidas en las fechas que tratamos, pero que no dejaban de tener su prestigio y su importancia:
[Mariscal] quiere dezir [...] con mucha mano, y autoridad, en las cosas de guerra, [y se ocupa de] exercitallos [a los soldados] en los actos de la guerra, tener las llaues de las puertas, visitar y rondar de noche las guardas, proueer de bastimentos el exército [...], y con esto quedó ofiçio muy cualificado, y con mucha auctoridad [...]. Unos se llamaron Mariscales de Castilla [...], conforme era la parte por donde se hazía la guerra [...]. Ha venido a parar este ofiçio en dignidad, de que gozan oy algunos señores que tienen estos títulos [...]. El ofiçio que solían exercitar en la guerra, hazen los Maestres de Campo generales. Pertenéceles el gouierno, e regimiento de la cauallería, e infantería”.
513
La dignidad de Mariscal de Castilla fue instituida por el rey don Juan I en 1382, con ocasión de la guerra de Portugal: el primero que la obtuvo fue don Fernando Álvarez de Toledo, señor de Valdecorneja. El oficio del Mariscal de Castilla era asistir al rey en los consejos de guerra, campañas y desafíos, aposentar los ejércitos en los alojamientos, para lo que tenía jurisdicción sobre los maestres de campo. Durante el reinado de Carlos II se producirá lo que Janine Fayard ha denominado “el más alto punto de la aristocratización de la sociedad española” (Fayard, J., Les membres du Conseil de Castille à l’èpoque moderne..., p. 546). 514 Vid. Salazar de Mendoza, P., Op. Cit.
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Pero no era don Pedro Andrés, como ya hemos mencionado, el único de los fundadores de la Maestranza sevillana que ostentó en su día responsabilidades militares, aunque en el caso de la mariscalía hubieran devenido en honoríficas: recordemos un poco y con más detalle este hecho, al que hemos aludido de pasada en páginas anteriores. Los hermanos Carrillo de Albornoz estuvieron presentes en la campaña portuguesa, en donde se distinguieron, y coincidieron sirviendo en ella con otros fundadores como don Francisco de Vivero Galindo y don Juan Alonso de Mújica; añadido a ello, don Pedro Carrillo y don Francisco de Vivero serían almirantes de armadas (este último participaba también en los años 40 en la campaña de Cataluña), don Francisco Carrillo maestre de campo y Mújica capitán de caballos corazas. Don Lorenzo Dávila desempeñó un generalato distinguido, participando en campañas como la de Cataluña de 1690 y posteriormente en la guerra de Sucesión, al mando de los regimientos sevillanos. El padre y el abuelo de don Francisco Gaspar de Monteser (que no pasaría de ser, sin embargo, capitán de un pequeño navío de la flota de Indias) también estuvieron vinculados con las armas: su abuelo se halló en el socorro de la Mámora, y su padre capitaneaba una compañía de caballería pesada. Don Fernando de Esquivel Guzmán, don Juan Baltasar Federigui y don Agustín de Guzmán serían almirantes o generales de armadas; don Juan de Mendoza y el primer marqués de la Mina, generales de la artillería (el último, además, gobernador de la plaza de Panamá, en la que los combates contra los piratas ingleses y holandeses eran una constante). Don Juan de Saavedra Alvarado fue asimismo capitán de caballos corazas –al igual que don Juan Bazán, padre de don Francisco-, y don Juan Bruno Tello de Guzmán se distinguió comenzando una exitosa carrera militar desde abajo, que culminaría como gobernador colonial y miembro del Consejo de Guerra del rey. El resto de los linajes fundadores, salvo alguna que otra excepción, contaron con miembros en el ejército o en las flotas de Indias. Por todo ello, creemos que no es descabellado proponer que una de las primeras motivaciones que movió a estos caballeros (relacionados además de múltiples maneras entre sí) fuera la de crear algo parecido a una “hermandad de armas”, que fortaleciera en la nobleza local los hábitos y las prácticas bélicas, en 223
un momento en el que, en general, buena parte de la nobleza –y no solo sevillana- se había desentendido de ellos. Asimismo, la intención de recuperar esos perdidos valores militares la vemos claramente reflejada en las primeras Reglas de la corporación:
Aprenda el Noble los juegos del ocio, lo que será prouecho en los combates de la guerra [ya que] sólo serán idóneos [para el oficio de las armas] los que en su cotidiano exercicio fundan su confiança.
Aprendizaje al que todos sus fundadores se prestarían con una
dispuesta aceptación [a] su exercicio principal [...], el manejo de los cauallos [...]: El ensayo, y la imágen más propria de la guerra, para la educación de los Nobles, dispuesta en el juego de las Cañas [...]; en los espectáculos de los toros [...], y en la agilidad y labirinto de los manejos.
No en vano –como decimos- un buen número de ellos formaba parte activa del estamento militar, lo que se aprecia claramente en la orientación primera de la corporación: la de instruir y ejercitar a “la juventud aristócrata local en el arte de la caballería, muy particularmente de la escuela jineta, que era la considerada típicamente española [...]. Los maestrantes continuamente llevaban a cabo [la] práctica de los ejercicios ecuestres, en principio como preparación para la guerra. Dentro de tales ejercicios contaban los juegos de cañas, alcancías y [...] fundamentalmente, toros”515. Así, aprenderían516 o desarrollarían –muchos de ellos eran consumados jinetes o propietarios de importantes yeguadas- unas habilidades que tendrían ocasión de lucir públicamente en ocasiones tan 515
Vid. Flores Hernández, B., “La Real Maestranza de Caballería de México: una institución frustrada (1790)”. Red Caleidoscopio, México, 2006, p. 31. Estos deportes, como indica Keen, M. (Op. Cit, p. 282): “se estaban alejando cada vez más de la actividad primordial a la que originalmente estaban unidos, o sea, la verdadera lucha en la verdadera guerra”. 516 Consta, por ejemplo, que el I marqués de Gelo practicaba la monta a la jineta en el picadero y escuela que los duques de Alba mantenían en su palacio de las Dueñas: un testigo en las pruebas para su hábito de Santiago decía que “a uisto yr a cauallo al dho. don bartolome Ramires Y siendo niño Yr a la escuela de la jineta a casa del señor marques de Villanueba del Rio que tenía Picadores y maestros para sus Cauallos” (véase el epígrafe Toledo Ramírez de Arellano de este trabajo).
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relevantes como la de la canonización de San Fernando, un año después de la creación de la institución caballeresca, el 15 de junio de 1671:
Entraron á torear con garrochones el Marqués de la Algaba, Conde de Teba y Hardales, Comendador de Turón en la Orden de Santiago, Don Pedro Andrés de Guzmán, y Don Agustín de Guzmán su hermano de compañeros, y de compañeros también Don Fernando de Solís, Señor de Ogén y Rianzuela, y Don Antonio Federigui, Señor de Paterna del Campo, Caballero del Orden de Alcántara, su cuñado y sobrino, cada dos con cien lacayos, y quatro lacayuelos en trages de Turcos y Moros cautivos [...], en cuyos vestidos el oro y la plata regateaban á la vista el color de los fondos517.
IV.7. Una tercera motivación subyacente
En cualquier caso, creemos también que estas razones (la educación en el manejo de las armas y el común interés de muchos fundadores por el mundo ecuestre) tal vez no fueran las únicas que empujaron a este selecto grupo de caballeros a la hora de crear una nueva corporación dedicada al fomento de las actividades caballerescas. No nos queda más que preguntarnos cuál podría ser, en tal caso, la motivación añadida de los treinta y dos caballeros fundadores de la nueva institución ecuestre sevillana, creada en 1670 y formalizada mediante su primera junta corporativa el 21 de abril de 1671518. Tal vez podamos intuir dicho motivo acercándonos al propio colectivo que conforma la nueva institución, el grupo fundacional de treinta y dos caballeros de 1670. Tienen, entre ellos, muchos elementos en común; varios son, como ya hemos dicho, parientes entre sí –o lo serán, a través de diversos matrimonios-, o afines por distintas causas: su pertenencia a las milicias o al ejército, como capitanes o maestres de campo, o a 517
Vid. Ortiz de Zúñiga, Anales..., Tomo V. Junta que se realizaría, sin duda, para prever entre otras cuestiones las formas de la participación de los caballeros de la nueva Maestranza en las festividades por la canonización de San Fernando: el 15 de junio de ese año tuvo lugar una gran función en la plaza de San Francisco en la que participaron don Pedro Andrés y don Agustín de Guzmán, don Fernando de Solís y don Antonio Federigui, como hemos visto. 518
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la administración de los territorios coloniales como gobernadores, presidentes u oficiales de las Reales Audiencias o capitanes generales, tales como don Francisco Carrillo de Albornoz, don Pedro José de Guzmán Dávalos, don Juan Bruno Tello de Guzmán, don Pedro Andrés de Guzmán, don Lorenzo Dávila, don Juan de Mendoza, o don Francisco de Vivero; a la oficialidad de las flotas y armadas de Indias, como el mismo don Francisco de Vivero y don Juan Federigui, don Pablo y don Fernando de Esquivel, don Pedro y don Andrés Tello de Guzmán, don Pedro Carrillo de Albornoz o don Agustín de Guzmán; a la Casa de la Contratación –el mismo don Juan Bruno Tello de Guzmán o don Rodrigo de Vivero 519- o al Cabildo, la Audiencia o el tribunal de la Inquisición sevillanos, como don Juan de Mendoza, don Fernando de Medina, don Francisco de Araoz, don Pedro de Pineda, don Antonio Federigui, don Juan de Saavedra o don Francisco Marmolejo; también a diversas órdenes militares, como Santiago, Calatrava o Alcántara (don Fernando de Solís, don Juan de Saavedra, don Antonio y don Juan Federigui, don Juan de Córdoba, don Bartolomé de Toledo, don Adrián Jácome o don Fernando de Esquivel). Forman asimismo como hermanos en corporaciones similares (caso de la hermandad de la Soledad, o de la Santa Caridad, con veinticuatro de los treinta y dos caballeros recibidos como hermanos entre 1665520 y 1700521, como indicábamos en un epígrafe anterior) y también varios de ellos gozan, reciben o adquieren de nueva concesión diversos títulos nobiliarios, o están relacionados familiarmente con casas tituladas: entre los fundadores se cuentan los dos marqueses de la Algaba, de Ardales y condes de Teba; el marqués de la Mina; el conde de Montemar; el marqués de Rianzuela; el marqués de Moscoso; el marqués de Castellón; el marqués de Paterna del Campo; el marqués de Gelo de Torregrosa; el conde de Valhermoso; el conde de Villanueva o el
519
“El negocio de Indias, aunque también tenía sus quiebras, seguía siendo atractivo para la nobleza andaluza en sus dos vertientes (que muchas veces se fundían): la mercatura y los altos cargos (general y almirante en los galeones de la Armada de la Guarda)”. (Vid. Domínguez Ortiz, A., Op. Cit., 1997, p. 57). Acerca de los costes de los oficios de Indias, Vid. Sanz Tapia, Á., “Andaluces en cargos políticos hispanoamericanos (1674-1700)”, Estudios sobre América: siglos XVI-XX, AEA, Sevilla, 2005, pp. 613-631. 520 Don Juan de Esquivel Medina y Barba, I marqués del Campellar. Dichas entradas figuran recogidas en el archivo de la propia hermandad, en su Libro de Asiento de Hermanos. 521 Don Adrián Jácome de Linden, I marqués de Tablantes.
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marqués de Tablantes522. De hecho, la circunstancia de que buena parte de los fundadores de la institución fueran beneficiados con un título por Carlos II no era, tampoco, algo ajeno a la gran mayoría de la nobleza titulada sevillana, que obtuvo títulos masivamente durante el reinado de este último monarca, como recordaremos. Puede servirnos como botón de muestra el manuscrito, escrito un siglo más tarde, en 1770, de la mano del conde del Águila y hoy en la Biblioteca Nacional, en el que detalla los títulos nobiliarios avecindados en la ciudad en dicho año523, y que exponemos en la siguiente tabla, contemplando sólo de la misma los concedidos hasta el año de 1700: TÍTULO Marqués de Aguiar Conde de Benagiar Marqués de Caltójar Marqués de Campoverde Conde de Cañete del Pinar Marqués de Carrión de los Céspedes Conde de Casa Alegre Conde de Casa Galindo Marqués de Castilleja del Campo Marqués del Cazal Marqués de Cierrezuela y vizconde de la Motilla Marqués de Cueva del Rey Marqués de Dos Hermanas (primero vizconde) Marqués de Gandul Marqués de Gelo y Torregrosa Conde de Gerena Marqués de La Granja Marqués de Iscar Conde de Jimera de Libar Conde de Lebrija
PRIMER POSEEDOR José de Rivera Tamariz Alonso A. Tous de Monsalve Manuel Fernández de Velasco y Tovar Luis Torres de Navarra Monsalve Francisco J. Núñez de Villavicencio Sandier Juan A. de Céspedes Laso de la Vega José Fernández de Santillán Quesada Venegas Juan Fernández Galindo Laso de la Vega Tomás Ponce de León y Cueto
AÑO DE CONCESIÓN 1689 1686 1695
José P. Ximénez de Enciso Zúñiga Ignacio Moreno de Vargas Cortés
1627 1690
Juan Fernández de Henestrosa Ribera Alonso de Pedrosa
1690
Miguel de Jáuregui Guzmán Bartolomé Ramírez de Arellano Toledo Pedro de Ursúa Arizmendi Nicolás Fernández de Córdoba Ponce de León Francisco de Peralta Clout Esteban Chilton Fantoni Luis Pérez de Garayo López de Robles
1698 1681
522
1688 1688 1679 1679 Por Felipe IV
524
1680
1673
1650 1679 1679 1684 1696
De hecho, prácticamente una tercera parte de los fundadores poseían un título nobiliario adquirido durante el reinado de Carlos II, a excepción de los dos Guzmanes de la Algaba. 523 Publicado por Atienza Navajas, J. de: “Títulos nobiliarios avecindados en Sevilla en el año 1770”, Hidalguía, Madrid, 1970. El manuscrito al que alude se encuentra en BNM, Manuscritos, 18760-15. 524 En realidad, se hizo efectivo el 16 de enero de 1713.
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Marqués de Medina Conde de Miraflores de los Ángeles Marqués de la Motilla Marqués de Nevares Marqués de Paradas Conde del Paraíso Marqués de Paterna del Campo Conde de Peñaflor Conde de Santa Gadea Marqués de la Sauceda (previamente vizconde) Marqués de Sortes Marqués de Tablantes Marqués de las Torres de la Pressa Marqués de Valdeosera Marqués de Villafranca Marqués de Villamagna Conde de Villanueva Marqués de Villarrubia de Langre Conde de Cantillana Marqués de Pozoblanco Marqués de Torralba Marqués de Valencina
Juan A. Rodríguez de Valcárcel de las Quentas Juan Torres de Navarra Vega Francisco Fernández de Santillán Quesada Venegas Jerónimo de la Vega Valdés Fernando de Villegas Gómez Bueno José R. Ximénez de Enciso Fernández de Santillán Antonio Federigui Solís Francisco de Villacís Ponce de León Martín de Padilla Manrique, conde de Buendía Diego Tello de Portugal Medina Diego Pérez de Guzmán de la Bastida Adrián Jácome de Linden Bécquer
1691 1689 1679 1690 1675 1700 1690 1620 1586 1682 Por Felipe IV 1695
Catalina de Gaviria Zubizarreta
1680
Francisco Antonio Bucarelli Villacís Pedro Manuel de Céspedes Fajardo Alonso Álvarez de Toledo Mendoza Juan Bautista [Baltasar] Federigui León [Arellano] Juan de Garay Otaños
1670
Juan Vicentelo de Leca Toledo Francisco de Velasco Estrada Luis del Alcázar Zúñiga Luis Ortiz de Zúñiga Ponce de León
525
1680 1624 1679 1649 1611 1697 1693 1642
Como claramente podemos apreciar, en el arco cronológico que contiene al reinado del último monarca de la Casa de Austria se otorgan –tan solo en esta lista, que no comprende a todos los titulados sevillanos del período que indicamos-, de 43 títulos recogidos en ella, un montante de 33: es decir, un 76,74% del total. Vemos (y bien claro) cómo el número de títulos existentes hasta entonces en la aristocracia sevillana estuvo cercano a cuadruplicarse entre 1665 y 1700: quien podía y quien tenía recursos o méritos para ello no dejó de aspirar al 525
Según los Anales de Ortiz de Zúñiga, el título ya estaba vigente en 1635, aunque el decreto real se firmó el 14 de marzo de 1645.
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codiciado título, que la administración carolina abarató hasta extremos por entonces desconocidos. Buena parte de los beneficiarios eran, ciertamente –caso, por ejemplo, de los marqueses del Moscoso o de la Mina- vástagos segundones de grandes linajes: pero entre ellos no dejaron de infiltrarse descendientes de mercaderes, negociantes y comerciantes (muchos de ellos de origen extranjero), hidalgos rurales (buena parte de ellos con el dudoso marchamo aljarafeño) e incluso miembros conspicuos de linajes de origen más o menos turbio.
¿Son escasas todas estas afinidades? Parece que no. Ante todo, es fácil reconocer que todos ellos comparten un buen número de rasgos comunes, y pertenecen ya plenamente al estamento nobiliario sevillano, desde épocas más antiguas o más recientes, y con un mayor o menor grado de relevancia social. Este hecho, la mayor o menor importancia de dichos linajes adscritos en un principio a la propia corporación maestrante, nos aporta también algunos instrumentos de interpretación acerca de la forma en la que la institución se constituyó en sus inicios, apoyada en el paraguas nobiliario indiscutible que ofrecían a la mayoría de sus miembros –descendientes muchos de ellos de linajes discutibles por su limpieza de sangre o cuestionables por la dedicación al comercio de sus antepasados más próximos, o incluso de ellos mismos-, los grandes linajes de Guzmán526 (los dos primeros hermanos mayores, los ya nombrados marqueses de la Algaba y don Pedro José de Guzmán Dávalos) y de los Saavedra de la rama del Castellar527: estos linajes legitimaron al resto, los “accomodaron e ygualaron”, y los hicieron pertenecer (y ampararse también) a lo que sería un cuerpo sólido, en 526
No obstante, el claro linaje de Guzmán –la rama de Niebla, en este caso- no estaba tampoco limpio de mácula: el primer duque de Medina Sidonia tuvo, en su concubina Catalina Gálvez, de ascendencia judeoconversa, a su hijo ilegítimo Álvaro Pérez de Guzmán (+1490). Vid. AHN, Órdenes Militares, Santiago, expediente (nº 3786) de don Álvaro de Guzmán y Lugo (1575), y expediente (nº 3773) de don Silvestre de Guzmán y Fernández de Lugo, veinticuatro de Sevilla (1599). Los mismos Espinosa, banqueros sevillanos de ascendencia judeoconversa, enlazaron por matrimonio con los Guzmanes algabeños, como después veremos. 527 Que igualmente se encontraban emparentados con otros linajes fundadores de la corporación, caso de los Marmolejo –Vid. AHN, Órdenes Militares, Santiago, exp. nº 7340, don Juan de Saavedra Marmolejo; exp. nº 4926, don Francisco Marmolejo de Saavedra; exp. nº 1522, don Rodrigo Marmolejo y Santillán, Saavedra y Venegas-, a través de Violante de Abreu, esposa de Fernán Arias de Saavedra e hija de Francisco Fernández Marmolejo, con lo que también compartían con ellos ancestros conversos, aunque dudamos que esa circunstancia siquiera les llegara a inquietar, dada su influencia social y su poder económico.
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donde la calidad de sus miembros se convertiría en indiscutible gracias a los requisitos exigidos por las Reglas posteriores, y por las propias normas de recibimiento y de admisión. En poco tiempo528, linajes que no pertenecían a la alta nobleza (letrados, oligarcas locales, militares, segundones o nobles “de segunda fila”) que habían comprado tan sólo una o dos generaciones antes señoríos y prebendas se encontrarían (en lo que se ha llamado un “vertiginoso ascenso”, previo pago del valor del mismo a la hacienda real, por supuesto) con un título nobiliario en sus manos, y estarían encuadrados en una institución de prestigio en la que no cabrían preguntas acerca de su pasado familiar, tormentoso –según los parámetros de entonces- en no pocos casos, y que a partir de ahí sería convenientemente olvidado. No deja de sorprendernos cómo esta fuerte voluntad de integración se marcó, además, en un calendario pautado con rara precisión: en unos escasos años, buena parte de los fundadores de la Maestranza ingresarían, como ya hemos visto, en diversas instituciones prestigiosas amparadas y apadrinadas por diversos miembros del estamento aristocrático de la ciudad, accederían a diversos puestos de mando y relevancia en el cabildo y en otros ámbitos de administración, mando o gobierno, y se instalarían definitivamente en esa seguridad nobiliaria a la que ya hemos aludido con anterioridad529. Y una cuestión más, que no deja de ser importante: ¿estamos hablando realmente de la nobleza “más ilustre”, como quieren las primeras Reglas de la corporación? Realmente, creemos que no, al menos no en sus inmediatos inicios: tal afirmación no pasaba en su momento de ser una declaración más o menos bienintencionada, ya que los primeros componentes de la institución formaban parte mayoritariamente de una nobleza media, conformada por segundones –aunque algunos de ellos provinieran de grandes casas, bien es cierto-, miembros de linajes locales cuya relevancia, en buen número de ocasiones, podía llegar a verse comprometida por sus arriesgados enlaces matrimoniales dentro del potente colectivo converso local, y un importante grupo compuesto por mercaderes 528
Entre 1677-99. Según Yun Casalilla, “Uno de los rasgos de esta nueva nobleza titulada que llegó a controlar jurisdicciones y rentas [...] es la diversidad de sus orígenes, lo que contrasta, precisamente, con la similitud entre los distintos procesos de ascensión, caracterizados todos por la responsabilidad que directa o indirectamente tuvo el Estado [en ellos]”. Vid. Yun Casalilla, B., Sobre la transición al capitalismo en Castilla..., Salamanca, 1987, p. 321. 529
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recientemente enriquecidos, en buena parte extranjeros (no se trata sin embargo de una nobleza provinciana: es importante este matiz, sobre el que posteriormente insistiremos)530. En realidad, los únicos fundadores realmente relevantes –y con peso específico en 1670, el año de la fundación de la institucióneran los dos Guzmanes de la Algaba. Don Pedro José de Guzmán Dávalos y don Juan de Saavedra Alvarado provenían, bien es cierto, de líneas segundonas de grandes casas: pero ese mismo hecho provocó que sus alianzas matrimoniales no fueran tan cuidadas, quizás, como las de las ramas principales de sus linajes (hablamos de nuevo, cómo no, de sus alianzas con los ubicuos y comprometidos conversos). Y es cierto también que sólo tras la fundación –y en muchos casos más de una década después- buena parte de los fundadores accederían a honores de importancia, muchos de ellos sin embargo adquiridos, y que no disfrutaban cuando la corporación fue creada. Años después, sin embargo (y desde luego después de 1730), la percepción habría cambiado, y la deseada y buscada cohesión que la propia corporación daba al estamento era ya una realidad indiscutible. ¿Y por qué este afán de generar dicha cohesión? ¿Qué provoca esta búsqueda de seguridad? De un golpe de vista apreciamos con facilidad palmaria posibles motivos: varios de los fundadores (caso de los Marmolejo, Araoz, Pineda, Ponce de León, Medina Cabañas, Monteser o Esquivel531, a los que ya nos hemos 530
Véase el epígrafe Guzmán Dávalos de este trabajo. Veremos asimismo repetidos estos linajes en otras corporaciones, caso de la hermandad de las Doncellas de la catedral sevillana. Fundada por un hijo del ajusticiado en el quemadero Pedro Fernández Benadeva, el relevante converso micer García de Gibraleón, canónigo de la catedral sevillana desde enero de 1513 –a cuya canonjía renunciaría en mayo de dicho año-, tomaría dicha hermandad carta de naturaleza en febrero de 1517, aunque la fundación no se haría realmente efectiva hasta marzo de 1530, ante la desconfianza del cabildo catedralicio. Dicha hermandad concedía, de ahí su nombre, varias dotes a doncellas sin recursos cada 15 de agosto. Según indica Juan Gil (2000), la fundación pudo ser una argucia de micer García para garantizar el reparto de fondos hacia las familias conversas más necesitadas, lo que el autor justifica realizando un seguimiento a los primeros beneficiarios de las dotes entre los años 1531-36, y que serían efectivamente miembros de dicho colectivo en una mayoritaria parte. En cualquier caso, ya Ortiz de Zúñiga la nombra en su época como una cofradía formada principalmente por nobles: el estatuto de la corporación de 1667 exige que sus hermanos, en un número máximo de 120, “sean personas principales, ricas y honradas”. Dentro del grupo fundacional de la Maestranza, varios de sus hermanos eran asimismo cofrades de la hermandad de las Doncellas: don Lorenzo Dávila (1682), don Fernando de Esquivel (1672), don Juan de Esquivel (1682), don Francisco Marmolejo (1672), don Pedro de Pineda (1672), don Juan Ponce de León (1673), o don Juan de Saavedra (1682). Junto a ellos, otros miembros de linajes vinculados con la Maestranza (Araoz, Federigui, Jácome, Medina Cabañas, Melgarejo, Monsalve, Tello, Dávila, Vivero, etc.) formarían antes o después en dicha corporación. Agradecemos a Fernando de Artacho el habernos facilitado los datos que 531
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referido) comparten una ascendencia discutida o discutible; su limpieza de sangre se vio cuestionada en uno u otro momento debido a sus vinculaciones –o a su descendencia directa-, de linajes conversos, algo, por otra parte, habitual entre la aristocracia sevillana: pocas familias podían asegurar que no contaban con ancestros conversos o “irregulares”, según las normas de limpieza de sangre, dada la política matrimonial seguida por las oligarquías municipales sevillanas durante la baja Edad Media. De hecho, la protección real –a la que los mismos Reyes Católicos no fueron ajenos- propició que “la corte de Isabel y Fernando [fuera] un hervidero de conversos antiguos, conversos recientes y judíos practicantes y – todos ellos- gozando de la más íntima confianza y simpatía de los soberanos” 532. Estos hechos eran bien conocidos: el receptor de la Chancillería granadina Pedro Gerónimo de Aponte, que en su día glosaba el archiconocido Tizón de la Nobleza de Mendoza y Bobadilla, indicaba cómo era, por tanto,
fácil colegir que si las casas de los señores de Castilla, Aragón, Portugal y Navarra son todas emparentadas [...], dificultosamente se podrá hallar quien tenga sangre sin alguna mancha, y si alguno presumiere que puede ser el escogido, será por no ser su estirpe conocida [...]. Con lo que esto asentado por cierto como lo es, quién podrá ser el que jactanciosamente presuma de su limpieza, sino quien se halla hecho depósito de su ignorancia [...]533.
Algunos ejemplos: los Medina Cabañas estaban vinculados por matrimonio con los León Garavito, que eran ascendientes maternos de don Fernando de Medina Cabañas, veinticuatro de Sevilla y fundador de la Maestranza, a través de su madre doña Felipa Bernarda de León Garavito. Formaron, curiosamente a la vez, en las filas de los conversos y de los familiares de la Inquisición. “Uno de los más anteceden acerca de esta hermandad, que forman parte del trabajo que actualmente realiza sobre la misma. 532 Vid. Salazar y Acha, Op. Cit., p. 242. El propio autor añade, con toda la razón, cómo, en 1492, un importante número “de judíos ricos e influyentes toma el bautismo para evitar la expulsión, con lo cual el primitivo problema converso se acrecienta. Forman parte de la clase más elevada de los hebreos, la más culta y rica y, por lo tanto, la más peligrosa para la comunidad de los cristianos viejos. Un sentido de autodefensa les impulsa a apoyarse mutuamente, e incluso a comportarse como una mafia o grupo de presión con cuya protección se puede aspirar a cargos y honores”. 533 Aponte, P.G. de, Discurso... sobre la limpieza de los linajes de España, adición a Mendoza y Bobadilla, F. de, El tizón de la nobleza española, Barcelona, 1880.
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típicos apellidos de origen judío en toda España”534, el linaje de los Garabito/Garavito contó tanto con penitenciados como oficiales del Tribunal, como Antonio de León Garavito, oficial del tribunal de la Inquisición de Lima en 1639; o Andrés de León Garavito, cuya familia era de origen sevillano, caballero de Santiago y oidor de Panamá en 1640: le fue concedido el hábito en 1625 y no llegaría a serle despachado hasta 1639, y fue un expediente denso de instruir, con más de seiscientas páginas535. Aquí debemos hacer un inciso, para apreciar de primera mano hasta que punto llegaban los encubrimientos y las simulaciones: los instructores del expediente, hartos de buscar pruebas inexistentes en Sevilla, llegaron a la interesante conclusión de que la genealogía aportada por el pretendiente estaba, en buena parte, falseada. De hecho, de la pesquisitoria hecha en Sevilla (en la collación del Salvador) habían concluido los instructores que las pruebas aportadas por el pretendiente no eran nada sólidas: “afirman tres testigos [que] ablan mal de la limpieça y otros dudan de las ydalguías de leones e yllescas”, calificándolos como “hijosdalgos de pribilegio [esto es, no de sangre], y no limpios”536. Un testigo de Niebla afirmó “que eran christianos nuebos”. Los apellidos alegados ni siquiera aparecían en los libros del Cabildo de Niebla, aunque sí se conservaba, desgraciadamente para las pretensiones de don Andrés, el sambenito de un Juan de León, su antepasado, en la parroquial. También había sambenitos de los Illescas en Gibraleón, donde habían sido reconciliados, y también los Cazalla –por parte de su abuela materna- estaban dando problemas a los pesquisidores: Francisco de Cazalla, vecino de la collación de San Vicente de Sevilla, había sido reconciliado entre 1494 y 96; Fernando de Cazalla, hijo de Juan de Cazalla, difunto en 1494, había sido condenado con anterioridad, y su hijo Rodrigo pagaría mil maravedís por su habilitación en las mismas fechas. Los instructores indicaron en su informe:
534
Vid. Soria Mesa, E., Op. Cit., 2007. AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 4444. Si bien era frecuente que ya en el siglo XVIII – época en la que a los expedientes acompañaban gran cantidad de documentos e instrumentos- el volumen de los mismos fuera muy sustancioso (600-700 folios), en la primera mitad del XVII y aún más tarde no solían pasar de los 200. Cuando el número de páginas era tan elevado, mala cosa. 536 En páginas anteriores hemos aludido a la compra de la hidalguía por parte de algunos Illescas al rey Felipe II, por lo que protestó el Cabildo sevillano. 535
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Aduertimos a V.A. que los más testigos exsaminados en xibraleón son christianos nuebos por no hauer otros con quien poder haçer aberiguaçión [...]
por lo que acordaron, ya que no sacaban nada en claro (o tal vez sacaban demasiado), “no exsaminar más t[estigo]s en esta uilla supuesto que no hallamos más raçon de la que ua aberiguada”, aconsejando finalmente “no passar más en adelante con este negoçio”, suspendiendo las probanzas. Tampoco los testigos sevillanos tenían mucha más fiabilidad, a juzgar por las repetidas quejas de los informantes, quejosos de que “no era pusible encontrar en esta çiudad quien diga uerdad desinteresada en ella”. Don Andrés era hijo del doctor don Francisco de León Garavito y de doña Isabel de Illescas, de Sevilla (ambos de linajes conversos), y nieto de Diego de León Garavito, de Niebla –no hay mucho más que decir, creemos, al ser la villa feudo de los Medina Sidonia, los grandes protectores de este colectivo-, de Isabel Fernández de Villalobos (de linaje también penitenciado en el pasado: Francisco de Villalobos había sido habilitado en 1494, y sus padres habían sido condenados), y de Antonio de Illescas, natural de Gibraleón, un auténtico nido de conversos: desde luego, ante este panorama no podemos menos que compadecer a los instructores del expediente, obligados a comulgar con ruedas de molino. De hecho detuvieron las pesquisas en 1626, al hallar unas pruebas tan concluyentes del origen converso de los León Garavito y los Illescas, aunque finalmente don Andrés recibiría su hábito en 1639, en una muestra evidente de cómo habían decaído las probanzas en las concesiones de hábitos, pese a la norma de los tres actos positivos537 y a las resoluciones de 1652 y 1666.
De todos modos, y como bien hemos visto en el caso que acabamos de exponer, el proceso desde la concesión real de un hábito hasta su obtención final podía convertirse –y así llegaba a ocurrir con cierta frecuencia- en un engorroso y lento procedimiento, en el que pruebas y más pruebas llegaban a repetirse y verificarse 537
En 1623 se establecieron unas reformas que tomaron cuerpo en la ley 35 del título VII, libro 12 de la Nueva Recopilación. Se acordaba, entre otras cuestiones, que bastara con la realización de tres informaciones diversas sobre un mismo linaje para evitar la acumulación de pruebas intrascendentes.
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en muchas y sucesivas ocasiones, generando numerosos costes y demoras, que además redundaban en poco sobre el prestigio de los solicitantes. Algo de esto padecieron algunos de nuestros primeros maestrantes, cuyas pruebas tal vez no estaban tan claras como ellos quisieran, y para los cuales la demora en la instrucción y resolución de los expedientes podía redundar en la pérdida de fama y de prestigio, como alegaban, en el procedimiento de resolución sobre su solicitud de un hábito de Calatrava, don Alejandro y don Adrián Jácome de Linden:
[…] dizen, que V. Mag. Fue servido de hacerles merced, y honrarlos con dichos habitos, i para que sus pruebas se concluyesen en el estilo, y forma ordinaria que se acostumbra, presentaron en el vuestro Real Consejo de las Ordenes sus Genealogias, en cuia virtud se formaron, i actuaron en sus orígenes, i naturalezas, aunque según se induce, no con la claridad, y distinción suficiente que piden materias semejantes para su calificación, i assi se despacharon segundas pruebas; que aun no bastando para desenmarañar, ô dar luz â puntos ordinariamente tan intricados, i confusos como son los Genealogicos, y que con mayor facilidad suele ocurrir donde abundan los instrumentos, como aquí es patente, se nombraron nueuamente informantes para entrar en las terceras diligencias, y examen que se an echo, al parecer con todos los requisitos necesarios, sin que asta ahora se aya reconocido su efecto, por no auerle tomado determinación, ô expediente, que son los términos en que su pretensión se halla: de que forzosamente resulta el desconsuelo que tan larga detención ocasiona, padeciendo el crédito de los pretendientes en los puntos mas delicados de le [sic] reputación: atento â lo qual se â determinado el dicho Don Alexandro [Jácome] â salir de Sevilla, i dexar su Casa, i venir personalmente â los pies de V.M. sin reparar en la distancia, ni en la falta que haze en ella, y manifestarse con el rendimiento, y sumission debida en Vuestro Real Consejo en su nombre, y en el de su sobrino [Adrián Jácome] de quien es tutor, haciendo rendida instancia con las razones que â ambos les asisten, para que vistas sus pruebas, y reconocidos con tan suprema integridad los
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Papeles, i demás instrumentos que apoian, i califican su limpieza, i Nobleza, sea V. Mag. seruido demandar que se les despachen sus habitos538.
Finalmente el ansiado hábito les sería concedido, tanto a Alejandro Jácome como a su sobrino Adrián Jácome de Linden, primer marqués de Tablantes y fundador de la maestranza sevillana539, demora que pudo deberse, quizás, a la prevención que en el Consejo de Órdenes podía existir contra unos inmigrantes flamencos que se dedicaban al comercio de paños y tapices, aunque después devinieran en mayoristas de textiles y de lana esquilada, que obtenían en Écija y vendían en Flandes, oficio que acrecentarían gracias a su enlace con los Bécquer, que poseían un lavadero de lanas en la misma villa sevillana540.
Pero no eran los pretendientes originarios del extranjero (entendiendo por tal, en este caso, a los naturales de los otros reinos y señoríos –no castellanos o peninsulares- de los reyes españoles) los únicos a los que podía afectar el “desconsuelo”, la pérdida de “crédito” o de “reputación”, a la hora de verse dejados en evidencia públicamente con la demora de sus expedientes de hábitos, como hemos visto en el documento anterior: volviendo de nuevo a la minoría de ascendencia conversa, en buena parte natural de la propia ciudad -y como sin duda recordamos-, miembros del linaje de los Araoz fueron reconciliados en el siglo XV541, y los propios Esquivel descendían de conversos, entre otros por su ascendencia Toledo542. Además, anteriormente los mismos Esquivel habían emparentado con los Araoz: Constanza Fernández de Araoz, casada con el veinticuatro Pedro de Esquivel (encargado de la aduana de Sevilla en 1485), era 538
Biblioteca Foral de Vizcaya, Reserva General, R-4448(2): Memorial al Rey N.S. en el que don Alexandro y don Adrián Jácome de Lynden presentan al Real Consejo de las Órdenes sus genealogías… (Sevilla, sin fecha). 539 AHN, Órdenes Militares, Calatrava, Expedientillos, N. 10771 y 10765. 540 AHN, Órdenes Militares, Calatrava, Exp. 1307 (1669). También en AHPSe, Escribanía 12, año 1673, ff. 415r-420r. 541 Vid. Gil, J., Op. Cit. 542 En BRAH, Salazar y Castro: Tabla genealógica de la familia Toledo, vecina de Sevilla. Empieza en Fernando Ruiz de Toledo, oidor, secretario y refrandario del rey Juan II, hijo de Moisés Maimón, judío de Toledo. Termina en su sexto nieto Pedro de Esquivel y Vicentelo. Nº Inv. 28329. Sobre este documento volveremos posteriormente. Los Esquivel figurarían en el padrón de la composición del 15 de septiembre de 1510: Juan de Esquivel pagaría, con Juan López de Esquivel, su mujer y su yerno Gonzalo Hernández, 200 ducados.
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hija del jurado Garci Sánchez de Araoz y de María Fernández, condenada esta última por la Inquisición: también había sido habilitado su hijo. Igualmente enlazaron con otras familias; Juan de Esquivel estaba casado en 1510 con doña Isabel Melgarejo, que descendía a su vez de los conversos Almonte, a los que ya hemos citado con anterioridad. Estos Almonte enlazarían por matrimonio con otros significativos linajes miembros del Cabildo sevillano, como los Pineda (a través de Elvira de Almonte, hija del secretario del duque de Medina Sidonia Antonio González de Almonte, condenado –ya difunto- en el auto de fe de 4 de febrero de 1524) y los ya mencionados Esquivel (su hija Isabel, ya nombrada, y su hermana Catalina). Algunas de estas familias, asimismo –caso de nuevo de los Araoz y los Esquivel-, tenían relación con los Fernández de Sevilla, concretamente con Alonso Fernández, inculpado de herejía; y acerca de los cuales ya hemos comentado en estas páginas sus dificultades con el Santo Oficio. No serán las únicas familias relacionadas –bien por descendencia, bien por matrimonio- con el importante grupo de linajes conversos sevillanos: a través de los Esquivel, la relación se amplía a los propios Guzmán –estos colateralmente, aunque también enlazarían con los Espinosa, un asunto que levantó no poco polvo en la Sevilla de la época-, a los Tello (descendientes estos últimos, al igual que Marmolejos, Melgarejos y Cerones del contador mayor don Nicolás Martínez de Medina, converso de muy vieja data543, además del contador Francisco Fernández Marmolejo), y a los Solís544. El veinticuatro don Juan de Guzmán, procurador de la ciudad en 1515, era hijo de don Alonso de Guzmán y doña Beatriz de Esquivel. Él mismo y su hermana doña Juana casaron con dos hermanos, María y Garci, hijos ambos de don Juan Gutiérrez Tello. Otro linaje problemático, como recordamos, según los parámetros de la época fueron los 543
Fue veinticuatro de Sevilla y procurador de la ciudad en las Cortes de 1400; señor de Gelo, viviría en una suntuosa casa en la collación de San Miguel. Negoció con Enrique III el perdón por el asalto a la judería de 1391. Casó con Beatriz López de las Roelas. Moriría en Medina del Campo en 1434. La familia sería, como indica Sánchez Saus (1991) protoconversa, al convertirse antes de finales del siglo XIV. Sus descendientes femeninos entroncarán con los Tello, Cerón, Marmolejo, Melgarejo y Mendoza. Su linaje por varonía, según parece –su hijo Diego, posiblemente el único varón, fue monje jerónimo- se extinguió con él. 544 Hecho que se puso de manifiesto en las pruebas de Santiago del veinticuatro don Gaspar Antonio de Solís, que dieron al prior del convento de Santiago de la Espada “harto enojo y pena”, al comprobarse que la madre de don Gaspar, doña Beatriz de Esquivel, descendía de confesos (AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 7810).
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Illescas545, antepasados de varios caballeros de la nueva Maestranza, entre otros, de los Ponce de León (en realidad, Contador de Baena por varonía): doña Isabel de Illescas, esposa del veinticuatro don Guillén de Casaus, abjuró de levi en 1562, y contaba entre su genealogía con un buen número de penitenciados, a los que posteriormente nos referiremos. En esta lista podemos incluir también a los Roelas, como ya hemos indicado, miembros asimismo del Cabildo546; o a los Medina, que finalmente habían conseguido -tras casi un siglo de litigios- ganar una ejecutoria de hidalguía en 1630547. La obsesión por la limpieza de sangre hacía calificar a los linajes como “confesos... por çiertos quartos que tenían confesos”, como en breve veremos de nuevo. Ese “quarto de christiano nuevo” anulaba socialmente al linaje, con lo que este adoptaba las defensas que podía548. Otros miembros de la nobleza sevillana auxiliaron y ayudaron a los conversos – manteniendo sin embargo con dicho colectivo una relación ambivalente-, como don Pedro Portocarrero549, y algunos otros miembros de dicho estamento se distinguieron entre el grupo de luteranos sevillanos desmantelado en 1560: don
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Sobre los Illescas, sólo recordar el expediente de Santiago de don Andrés de León Garavito del que anteriormente hemos tratado. Posteriormente volveremos con ellos, cuando tratemos de los Contador de Baena/Ponce de León, los Pineda y los Medina Cabañas. 546 Citando a Salazar y Acha (Op. Cit., p. 245), “los nombres de los penitenciados se inscribieron en letreros llamados sambenitos, que se colocaban en las paredes de las iglesias para su vergüenza y ejemplo de los feligreses. Luego se taparon para evitar las murmuraciones constantes, lo que dio lugar a la expresión tirar de la manta, operación que se realizaba siempre que se debía hacer una información de limpieza”. El mismo autor recoge una alocución del procurador abulense en las Cortes de 1618 abogando por una transformación de los duros estatutos de limpieza, alegando cómo era “terrible caso que con sólo decir tres o cuatro testigos que oyeron a sus mayores que el pretendiente fulano por parte de un abuelo tenía tal raza, baste para quitarle la honra a él y a toda su familia, aunque lo contrario digan muchos otros testigos [...]. Y esto es tan cierto que ya en nuestra España no hay más limpieza que ser un hombre bienquisto o tener potencia o traza conque comprarla o que se sea de tan oscuro linaje que no haya noticia en nadie de sus antepasados y ser tenidos por tanto de cristianos viejos [...]” (p. 246). 547 Véase el epígrafe Medina Cabañas de este trabajo. 548 De hecho, los linajistas y genealogistas manejaban con mucha soltura “libros verdes”, o registros de denunciados y penitenciados, además de otras obras, muy conocidas, como el Tizón de la Nobleza de España, del cardenal Francisco de Mendoza Bobadilla (1560): muchas de estas obras resultaban ser el extremo opuesto de las hagiografías nobiliarias; se buscaba principalmente otro tipo de visión parcial, vinculada con las máculas –en relación con la limpieza de sangre- de los linajes aristocráticos. Por ello hay que trabajar con dichas fuentes con la debida precaución, algo que no las invalida sin embargo como referencias de trabajo. 549 Vid. Gil, J., Op. Cit. Un buen ejemplo de esta ambivalencia lo tenemos en la propia revuelta comunera de 1520: miembros de una misma familia –los Ponce de León- figuraron en la revuelta, o avisaron en cambio a los conversos sevillanos de lo que se estaba preparando, con el fin de que se pusieran a seguro. En cualquier caso, significados nobles –como don Juan de Guzmán- se enfrentaron a los oficiales del Santo Oficio –caso de Villacís- en frecuentes conflictos de intereses.
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Juan Ponce de León, hijo del conde de Bailén550; doña Ana de Deza, sobrina nieta del arzobispo fray Diego de Deza; y tal vez doña María Enríquez de Ribera, hermana del duque de Alcalá y esposa de don Pedro Portocarrero, marqués de Villanueva del Fresno551. Esta relación, que hoy puede parecernos una suma intrascendente de cotilleos y de cuchicheos podía llegar a ser, en su tiempo, una auténtica bomba de relojería activada por manos más o menos interesadas. Actualmente nos resulta difícil comprender hasta qué punto podía ser relevante para una familia el mantenimiento de su pública fama, asociada, generalmente, con su noble origen y su claro linaje: esta obsesión por un linaje limpio no sólo alcanzaba a los estamentos más relevantes de la sociedad, sino que también se hacían eco de la misma las clases populares, en donde un limpio origen garantizaba una cierta cohesión social. Pero en determinados niveles sociales, contar con dicha “limpieza de sangre” podía llegar a ser difícil, y eso ocurría con cierta facilidad, al menos en Sevilla –y por supuesto, en otros lugares- en aquellas capas consideradas, dentro de la propia sociedad, como privilegiadas. La causa, básicamente, la hemos visto reflejada en la propia relación antedicha, y en otros ejemplos que han ido apareciendo anteriormente en este trabajo: desde antiguo – al menos desde el siglo XIV- un influyente grupo de conversos ennoblecidos había ido ocupando importantes cargos en la administración, recibiendo mercedes y favores y enriqueciéndose seguidamente. A ellos hay que sumar aquellos linajes mercantiles asimismo ennoblecidos que, como hemos visto en anteriores páginas, también se asimilaron al estamento noble desde el siglo XVI. Estas incorporaciones, más o menos advenedizas, abrieron una espita por la que accedió, mezclándose con una más o menos clara sangre aristocrática, una suma de sangres nuevas, más jóvenes –o simplemente diferentes- y por tanto
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En el caso de los Ponce de León, recordar como doña Constanza Sarmiento, mujer de don Hernando Ponce de León, veinticuatro y provincial de la Santa Hermandad de Sevilla, fue también penitenciada y reconciliada en 1560, por su vinculación con el movimiento protestante sevillano: doña Constanza era hija del veinticuatro Sancho de Herrera. El prestigioso patronímico –Ponce de León- sería adoptado como propio y principal por un linaje fundador de la Maestranza, el de los marqueses de Castilleja del Campo, que eran en realidad, por varonía, Contador de Baena y descendientes directos de un linaje de contadores conversos al servicio del conde de Cabra. 551 Acerca de la represión del luteranismo sevillano, cuyos personajes más activos estaban no poco vinculados a importantes linajes conversos de la ciudad, Vid. Thomas, W., La represión del protestantismo en España, 1517-1648, Leuwen University Press, 2001.
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heterogéneas, entre las que figuraban con frecuencia antepasados que podían ser considerados “inconfesables”. Y aquí se nos plantea la cuestión: ¿Podía considerarse como confeso o converso un linaje en cuya ascendencia hubiera un relajado, un reconciliado, un penitenciado? En rigor, en los siglos XVI y XVII esa consideración se tomaba como una afirmación, lo que obligaba a aquellas familias –en un número realmente importante, dada la lógica multiplicación de descendencias y parentescos- a magnificar sus esfuerzos para hacer olvidar estas incómodas relaciones. Esta realidad, ley de vida al fin y al cabo, activó un entorno realmente escabroso de “dissimulaçiones y escassas uerdades”, en el que las familias procuraban ocultar en lo posible a aquel antepasado (que podía ser incluso muy lejano) más o menos incómodo o forjarse un pasado mítico, un entorno en el que los pesquisidores, generalmente los informantes de la Inquisición o de las órdenes militares, debían moverse por una maraña de testimonios contradictorios y más o menos interesados: y aquí entran en acción los genealogistas profesionales, algunos con sus ribetes de extorsionadores552, capaces de demoler de un plumazo la “pública voz y fama” de un linaje, a través de su testimonio o del uso de un socorrido memorial anónimo:
En Vltimo dia de nouyº Auiendo salido de examinar Un testigo sobre las prueuas que Por mandado de UA estamos Haziendo de Don francº Marmolejo Natural de Seuyª Hallamos en el coche en que Andauamos Un pliego con el sobrescrito de nros. sres. que abierto pareçio ser Vn memorial de cosas tocantes al linaje del
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Acerca de los genealogistas profesionales en la Sevilla de los siglos XVI y XVII, Vid. Pike, R., 2000. La autora expone una serie de ejemplos realmente notables, en los que los propios linajistas -linajudos- servían como testigos en diversos expedientes de hábitos, determinando su testimonio la percepción de crecidos sobornos económicos, las lealtades políticas o familiares y las amistades o enemistades manifiestas. Manejando un material en potencia peligroso –antes hemos hablado de auténticas bombas de relojería- su testimonio podía detener en seco la incoación de un expediente, y dar al traste con las expectativas del beneficiario. Necesarios y odiados a la vez, rentistas de lo que podríamos definir como negocio de los hábitos, su dominio de la información los llegó a hacer tan peligrosos que algunos de ellos tuvieron un mal final: el licenciado Bartolomé Niño Velázquez, por ejemplo, moriría apuñalado en 1606. Al enterarse de su muerte el Asistente de la ciudad, don Bernardino de Avellaneda, retiraría de casa del genealogista asesinado todos los libros y documentos genealógicos que le pertenecían, que sin ser previamente examinados fueron pasto de las llamas. En 1654, los linajudos sevillanos llegaron a usar abiertamente y sin disimulo del chantaje público, fabricando además documentos falsos. El cabecilla era un tal don Luis de Cabreros, conchabado –entre otros coautores- con un escribano de la Inquisición; todos terminaron cumpliendo penas de cárcel en África o pagando cuantiosas multas.
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Pretendiente Formado de un nombre al pareçer supuesto y con testigos Citados, auiendo tomado acuerdo sobre lo qº deuiamos Hazer, nos resoluimos a ponelles en las prueuas y ir aVeriguando lo que contenia con los testigos citados, iauiendo llegado a examinar A uno de Ellos, qº se llama Fernan carrillo gallegos clerigo Presuitero [...] se a excusado i tomado resoluçion de no dezir, con pretexto de tener Hecho juram.tº y boto de no deponer en tales ynformaçiones, y Por ser clerigo no Hallamos camino como apremiarle con efeto, ni tampoco excusa para dejarlo de examinar553.
Evidentemente, hoy estas reacciones nos causan sorpresa; pero en la época se trataba de cuestiones muy serias. Como antes hemos indicado, tener “un quarto de confesso” por un lejano abuelo podía –además de mancillar la fama- hundir y aniquilar una carrera, o las expectativas de un futuro. Y, de hecho, los informantes no se reprimían a la hora de destapar esos trapos considerados sucios: la sospecha de que uno de los antepasados investigados no fuera hijo legítimo554, que otros tuvieran ascendencia conversa, morisca, o pertenecieran, lejos de la nobleza, a la masa del común555, podía generarles interesantes fuentes de ingresos, y no menos grandes quebraderos de cabeza a sus extorsionados. Sin embargo, (fueran en su momento conversos o no) algunos de estos linajes elevaban efectivamente su ennoblecimiento incluso hasta el siglo XIV: no podemos dejar de mencionar de nuevo aquí -como evidente paradigma de esta 553
AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 4926. Caso, por ejemplo, de nuestro conocido don Pedro de Villacís, colector de las fardas o penitencias pecuniarias de la Inquisición sevillana: según las declaraciones del conocido –y peligrosísimo- genealogista sevillano don Fernando Ortiz de Zúñiga y Leyva en el expediente de Santiago de don Francisco de Villacís, el 25 de mayo de 1599, afirmó (y parece ser que con mucha soltura) que el colector vallisoletano había sido abandonado tras su nacimiento en la puerta de una iglesia, y era, por tanto, un expósito, un “hijo de nadie”. 555 Caso asimismo de don Perafán de Ribera, en cuyas pruebas (1608) el mismo genealogista recordaba inoportunamente su descendencia directa de Pedro I de Castilla y de una mujer cuyo padre portaba el sobrenombre de “desplegamanteles”; o el caso de don Juan Gutiérrez Tello (1614), en el que cuestionaba la ascendencia de su abuela materna, doña Magdalena Boti. Don Fernando Ortiz de Zúñiga y Leyva –conocido también como don Fernando de Leyva-, que había herido múltiples (y poderosas) sensibilidades, sería arrestado en 1617, confiscados sus bienes y documentos –quemados también estos últimos en la plaza de San Francisco públicamente- y posiblemente moriría cumpliendo pena en Orán años después. Estas actuaciones judiciales volverían a tener lugar durante las investigaciones abiertas en 1654 y 1670: en el primero de ambos años, un buen número de linajudos sevillanos que habían cobrado numerosos “poyos” o sobornos, terminarían condenados en los presidios (de praesidium: fortalezas y destacamentos militares) españoles del norte de África. 554
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afirmación, aunque un siglo más tarde- la promoción indiscutible de los Coronel por los Reyes Católicos en 1492.
¿Podemos, sin embargo, considerar que en el año de 1670 este factor (la estrecha relación familiar entre linajes en cierto modo “contaminados” por la presencia de antepasados conflictivos, algo inevitable en un estamento poroso, dúctil y heterogéneo como la nobleza sevillana, a diferencia de la nobleza -no titulada y con menos recursos económicos- ubicada en los solares del norte de la Península556) podía resultar finalmente una importante motivación para la creación de esta nueva institución en la que todos ellos se apoyaran y legitimaran mutuamente? No debemos olvidar, evidentemente, que muchos de estos linajes conflictivos ya habían recibido hábitos, títulos y señoríos que habían hecho olvidar en buena parte su pasado; pero no olvidemos tampoco los problemas que las familias de algunos de los primeros caballeros fundadores hubieron de soslayar durante la incoación de los expedientes de algunos de sus hábitos años atrás557. Estas “descomodidades” pudieron efectivamente tener no poca influencia en la creación de una institución que, concediendo a todos un prestigio por igual –y realizando ella misma probanzas que constituirían con el tiempo actos positivos de pleno derecho-, acallara de una vez las maledicencias y murmuraciones, fruto de una tradición oral que, desaparecidos desde la década de 1670 los maldicientes linajudos, desaparecería igualmente de la memoria de las calles558.
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Baste sólo mencionar el ejemplo del hábito de Santiago concedido (1641) al maestre de campo don Juan Álvarez de Eulate, natural y vecino de Eulate (Navarra): las pruebas no sobrepasan las 70 páginas, las conclusiones acerca de su nobleza son indiscutidas en su totalidad por testigos e informantes (don Juan Rodríguez de Salamanca y don Antonio de Castro), y el hábito se le concedió al año siguiente de la instrucción del expediente, que había sido informado favorablemente sin reparo alguno (AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 340). 557 Vid. Pike, R., 2000. 558 No deja de ser significativo el hecho de que, en esas fechas cercanas a 1670, y tras la desaparición definitiva del mapa de los linajudos, buena parte de estos linajes cuestionados configuraran una verdadera red de reconocimiento y participación social a través de su ingreso en diversas corporaciones o su creación de otras nuevas: desde ese momento, como decimos, la seguridad y la tranquilidad social serían ya una realidad para aquellos.
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IV.8. La consolidación de una institución
Por tanto, vemos aquí muy claramente expuesta –y aún podremos verla con más claridad en la prosopografía que sigue- una fuerte red de intereses comunes, de afinidades, de coincidencias tan evidentes que sería extraño que no hubiese terminado cuajando en un ámbito de actuación común, en una corporación, una entidad propia, conformada por todos ellos: parientes cercanos, socios, compañeros de milicia y armas, hermanos de las mismas hermandades, sucesores o antecesores en similares cargos públicos, y que habían logrado –buena parte de ellos- hacer olvidar unos orígenes considerados por entonces comprometidos. ¿No es esa una suficiente motivación, la creación de dicho espacio común, en el que puedan desarrollarse tales afinidades, y la defensa de sus comunes intereses? No es un hecho que a día de hoy nos resulte ajeno, incluso en nuestra misma ciudad559, y por tanto sí lo entendemos afirmativamente como tal: por ello, “no cabe dudar de su espíritu de cuerpo; [ya que] en este sentido se nos muestra [la Maestranza] como una institución típica del antiguo régimen”560. De hecho la creación de este tipo de instituciones, ya desde la Edad Media, venía determinada por el interés por parte de sus promotores “de dar expresión visible y recordatoria a los conceptos de lealtad y de alianza, que eran conceptos clave en el vocabulario de la política y del arte de gobernar”561, creando dichas instituciones, e incorporando a ellas a nuevos caballeros, con no poco sentido oportunista: en 1458, René de Anjou admitió en la orden del Creciente a caballeros napolitanos que le apoyarían en su demanda de la corona de Nápoles; Carlos el Temerario, duque de Borgoña, utilizó la orden del Toisón como una herramienta política para garantizar la fidelidad de diversos señores borgoñones en su conflicto con Francia. Sus objetivos estaban bien claros: se buscaban alianzas y ventajas económicas y familiares, el mantenimiento del estatus social privilegiado y la 559
Baste recordar el importante número de asociaciones –de muy diverso tipo y condiciónexistentes hoy en Andalucía, o en la propia Sevilla, con motivaciones muy diferentes entre sí. Sobre el tema del asociacionismo (aunque contemplando un aspecto muy concreto del mismo), es interesante el estudio antropológico de Cantero, P., Domus Viri..., Excma. Diputación Provincial de Sevilla, 2002. 560 Vid. Flores Hernández, B., Op. Cit., p. 33. 561 En Keen, M., p. 255.
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potenciación de actividades caballerescas restringidas a las clases altas, como bien nos indica un anónimo autor de finales del siglo XVI:
Las cortes de los emperadores y reyes están o han sido tenidas y estimadas quanto la cavallería reside en ellas, y ansí se han instituýdo los cavalleros de las órdenes de Su Magestad, digo de Calatrava, Alcántara, Santiago, Sant Juan, la de Christus de Portugal, la de Sant Miguel en Francia, los de la Jarretera, los del Tusón en Borgoña, los Theutónicos en Alemania, y otras muchas562.
En el caso de la Maestranza sevillana, creemos que resulta palmaria la intención, por parte de sus creadores, de llevar a cabo la integración efectiva de sus miembros dentro de una institución sólida, cerrada y homogénea, creada con el propósito formal de la práctica de actividades militares -con una intencionalidad esta última similar a la de las Turniergesellschaften y Rittergesellschaften alemanas de los siglos XIV y XV-, de varios linajes vinculados de un modo u otro a la nobleza urbana sevillana, pero que por una u otra causa pudieran considerar sus orígenes, su itinerario familiar o sus actividades como cuestionables. Y esta institución será la nueva Maestranza, que como ya hemos indicado unirá no sólo a los individuos sino también a sus linajes, dando comienzo a una institución esencialmente nobiliaria, en teoría endogámica, por definición restringida y en la que el plural y diverso estamento nobiliario sevillano se equiparó y unificó de una manera sorprendentemente eficaz, creando incluso un efecto llamada –dado su prestigio, adquirido fundamentalmente tras las concesiones de Felipe V y la reconstitución de la propia corporación en 1724, ya que en los inicios del siglo XVIII decaería de nuevo- dirigido hacia otros miembros del estamento noble incluso originarios de otras localidades, que formarían también dentro del cuerpo maestrante tras su admisión en el mismo, al llegar a este “con las calidades necessarias [...], aunque sean Caualleros forasteros, que residan en sus lugares 563”, como recogen sus primeras Reglas. Vemos, de hecho, como los ingresos de 562
BNM, Manuscritos, 11458. El primero de estos “caballeros forasteros” sería el príncipe de Astillano, don Nicolás de Guzmán, duque de Medina de las Torres, marqués de Heliche y de Toral, duque de Sabioneta, virrey de Nápoles y vecino de Madrid en 1674, que cumplía sus funciones de gentilhombre en la corte. 563
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nuevos hermanos se van sucediendo desde 1671 hasta el final del siglo: veinticuatro caballeros ingresan en ese año, trece en 1672, otros trece en 1673, cuatro en 1674, once en 1675, uno en 1676, cuatro en 1677 y diez en 1678: no ingresaría ninguno en 1679. La década de 1680 oscila entre los nueve recibidos en 1687 y los dos caballeros que accederían a la corporación en 1684; y la década de 1690 vería –en 1694- formar a veintidós nuevos miembros en sus filas, por oposición a 1691, año en el que sólo ingresaría un nuevo hermano, y 1692, en el que no lo haría ninguno. Estos nuevos hermanos ingresarán individualmente o en grupos familiares, y según las fechas accederán a la Maestranza miembros pertenecientes a las primeras familias fundadoras (otros Araoz, Córdoba, Medina, Pineda, Ponce de León o Saavedra serían recibidos como hermanos en 1671; otros Guzmanes en 1672; Carrillo de Albornoz en 1673, al igual que Jácome y Federigui564; nuevos Saavedra en 1674 y 1675; Ponce de León en 1675, 1687 y 1688; Medina en 1682 y 1687; Córdoba y Guzmán en 1686; Tello de Guzmán en 1687, etcétera) o nuevos linajes, emparentados o no con los anteriores (Monsalve, Ribera, Rodríguez de Medina, Andrade, 1671; Caballero y Domonte, en 1673; etcétera). En cualquier caso, el éxito definitivo –al menos, en cuanto a la calidad de los ingresados- se alcanzaría en 1681, año en el que ingresan, en bloque, dos Pimentel (el marqués de Malpica y el conde de Benavente) y don Juan Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, al que seguiría en 1688 el duque de Arcos, don Joaquín Ponce de León. Antes de que el siglo terminara, la representatividad de la institución (gracias a la indudable notoriedad de muchos de los caballeros que la integraban) estaba asegurada para el futuro, aunque aún no lo estuviera para el presente565, y ello serviría como reclamo para futuros ingresos: formar 564
Otros Federigui ingresarán en 1687. Pese al paréntesis de la guerra de Sucesión, que “impidió [...] la continuación de las actividades y la desorganización del instituto caballeresco”, además de la supresión de los ejercicios y funciones ecuestres públicas y del cambio de la moda. Esto “cortó el hilo a la continuada tarea de sus actos por más de veinte años, pudiendo decirse con toda verdad que la Maestranza renació en el año de 1725 por el fervor y celo de algunos de sus hermanos” (Vid. Núñez Roldán, F., 2007). De hecho, recordamos nuevamente como hemos comprobado en no pocos documentos (caso de los expedientes de órdenes) el hecho de que la pertenencia, por esas fechas, a la Maestranza era considerada como un hecho poco menos que irrelevante, ya que nadie, ni los solicitantes (todos ellos miembros de la corporación) ni los testigos entrevistados, la menciona como un mérito, o hace constar su pertenencia a ella como un acto positivo más que certificaría su nobleza, a diferencia de otras pruebas que sí se incorporaban de forma exhaustiva, tales como recibimientos 565
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parte del cuerpo de caballeros de la Maestranza sevillana se consideraría, ya aproximadamente desde la década de 1730, como un signo inequívoco de representatividad y de nobleza tanto del individuo como del linaje, condiciones ambas no poco estimadas, tanto por entonces como a día de hoy. La posesión de estas “calidades necessarias” por los nuevos candidatos (“assí hereditarias en el esplendor de la nobleza ilustre, como adquiridas, y natiuas en lo generoso de sus costumbres”) permitirían en el futuro la renovación de la corporación.
de hidalgos, parentescos más o menos directos con caballeros cruzados en dichas órdenes, padrones, exenciones de impuestos, oficios por el estado noble, etcétera (un ejemplo aclarador en AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2040: don José Conde Carrillo de Albornoz, III conde de Montemar, año de 1717). Podemos aventurar –y creemos que sin riesgo de equivocarnos- que por aquellos años (al menos hasta pasado el primer cuarto del siglo XVIII, en el que ya en la década de los 30 se comienza a recoger como mérito en las testificales el hecho de formar parte de la cofradía caballeresca: ver, como ejemplo, AHN, Órdenes Militares, Calatrava, Exp. 7159, año de 1764, de don Adrián Rodríguez de Valcárcel Jácome), es decir, hasta la concesión de sus privilegios por Felipe V, la Maestranza no pasaba de ser una institución local con un cierto prestigio, pero aún no se había convertido en la potente institución nobiliaria que sería después, sobre todo dos siglos más tarde, ya en el XIX, época en la que se intentará comenzar a reivindicar su antigüedad (y por ello se la vinculará a la antigua cofradía de San Hermenegildo) y la preclara condición de sus componentes, que en realidad, en el año de su creación no habían accedido en su mayoría a sus dignidades futuras.
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IIª PARTE
PROSOPOGRAFÍA Y ESTUDIO CRÍTICO
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NOTAS SOBRE LA PROSOPOGRAFÍA566
C
omo bien es sabido, la complejidad que supone realizar este tipo de biografías colectivas provoca también diversas reacciones en el autor y en el
lector: por parte del autor se busca ofrecer a aquél la mayor cantidad de información posible, ordenada, organizada, categorizada para poder acceder con facilidad a su comprensión; uno de los principales temores del autor es no atar todos los cabos, no establecer todas las relaciones posibles, dejar sueltos esos jirones de información que, convenientemente vinculada a otros datos, nos ofrecerá finalmente un “paisaje” completo en el que podamos apreciar vinculaciones, parentescos, contactos, relaciones dentro de esa red social que supone un colectivo, estudio del que ya hay meritorios precedentes567. El lector – si es interesado y conocedor, sea profesional o lego- intentará extraer de dicho estudio hasta la última migaja, hasta la última gota de información posible: y apreciará (es probable que con severo juicio) los fallos y las ausencias que pueda percibir en el trabajo que se le presenta. Este doble esfuerzo –el del autor por cumplir y el del lector por fiscalizar- hace que el trabajo en la prosopografía, “ciencia lábil y engañosa” sea a la vez ingrato y fascinante, absorbente y no poco duro, pues en la época histórica de la que nos ocupamos no quedan apenas 566
Siguiendo a Vones-Liebenstein, U., “El método prosopográfico como punto de partida de la historiografía eclesiástica”, en Anuario de Historia de la Iglesia, XIV (2005), pp. 351-364, entendemos que “en el esquema habitual de la prosopografía se incluyen, junto con el nombre de una persona, los datos de su vida y su cargo, igual que su pertenencia a una familia, sus relaciones de parentesco, sus posesiones y títulos” (p. 356). 567 Además de la repetidamente mencionada obra de Gil acerca de los conversos sevillanos –y de otras referencias que anteriormente hemos indicado sobre diversas obras con diverso contenido prosopográfico- puede consultarse, como modelo, el texto de Lockhart, J., Los de Cajamarca, un estudio social y biográfico de los primeros conquistadores del Perú, Milla Batres, Lima, 1987. Igualmente, a Lohmann Villena, G., Los regidores perpetuos del Cabildo de Lima (1535-1821). Crónica y estudio de un grupo de gestión. Diputación Provincial, Sevilla, 1983. También en la reciente investigación medievalista se incide cada vez más en el uso de un modelo prosopográfico: las revistas Medieval Prosopography y Prosopon son buenos ejemplos de ello. Este tipo de estudios prosopográficos y el análisis de redes detallan vínculos familiares y de parentesco, de amistad, de patronazgo, relaciones profesionales y administrativas, económicas, asociativas, que nos ofrecen un paisaje en el que pueden valorarse muy diversas cualidades: el tamaño del grupo, su composición, el rango de sus individuos y sus relaciones entre sí, además de la densidad con las que estas se establecen, su duración, etcétera.
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resquicios para las suposiciones o las interpretaciones gratuitas o especulativas: los datos son los que son, están en los archivos y abundan en ellos. No hay más que decir: hay que extraerlos cuidadosamente, combinarlos, barajarlos y relacionarlos entre sí, y finalmente obtener de ellos las conclusiones que los mismos nos permitan. Ese, y no otro, es el trabajo del historiador. Pero es también el caso que dichos datos –abundantes, sí, y numerosos, como ya hemos indicado- pueden estar también incompletos o fraccionados, y esto puede provocar numerosas confusiones, dudas y vacilaciones en el atribulado historiador que deberá encontrarles un sentido. Como muestra, un ejemplo: bien sabemos que la costumbre de utilizar unos apellidos “permanentes” y en un cierto orden es un uso relativamente reciente, vinculado a la creación, en los últimos años del siglo XIX, de un Registro Civil a imitación del francés, aunque a día de hoy nuevos proyectos legales pretendan cambiar estas disposiciones568. Hasta entonces, no sólo el uso de unos determinados apellidos, sino también su orden entre sí dependía de multitud de factores que pueden confundir con facilidad a aquellos que por primera vez se enfrentan a una investigación de este calibre. Los apellidos, de hecho, ni siquiera tienen por qué indicar un origen común o una relación familiar entre personas que, en realidad –aunque porten el mismo, y este sea más o menos definitorio o colorista, y en teoría incluso único- no tienen ni han tenido contacto o relación alguna entre sí. Así, vemos que un personaje nombrado en ocasiones como don Bartolomé de Toledo se apellidaba en realidad Ramírez de Arellano, Toledo y Enríquez, alternando la sucesión de los patronímicos familiares según el momento y la conveniencia; y otro, conocido como don Juan de Saavedra Alvarado, sería en realidad Arias de Saavedra Ramírez de Arellano, debido a la obligación que –al ostentar la posesión de determinados mayorazgos- creaban las cláusulas estipuladas en los mismos, que condicionaban la conservación de un apellido o el uso de unas armas determinadas. Y como esto, mucho más. Por ello la investigación prosopográfica 568
Aunque hay constancia de que anteriormente a la creación del propio Registro, diversas instituciones aplicaban ya normas específicas para la regulación de los dos apellidos, de manera sin embargo discontinua y no global. En cuanto a las nuevas disposiciones legales acerca de la asunción de los apellidos paterno y materno, véase http://www.congreso.es/ public_oficiales/L9/ CONG/BOCG/A/A_090-01.PDF [Consulta: 6/11/10].
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supone, en esta época, la necesidad obvia de -sorteando estos frecuentes cambios en los patronímicos y en unas identidades constantemente fluctuantesdeterminar realmente con quién estamos tratando569, y a partir de ahí poder sacar conclusiones. Y no hablemos de la homonimia, aún más desesperante, que nos indica hasta qué punto un individuo no era nada sin la familia que lo rodeaba y que provoca –en no pocas ocasiones- confusiones difíciles de resolver.
Como ya indicamos en la introducción a este trabajo, las fuentes consultadas han sido muchas y diversas: sacramentales, notariales, contractuales, etcétera; y procedentes de muy diversos archivos, algunos en Sevilla y otros fuera de la ciudad. Hemos utilizado igualmente material genealógico, tanto de obras impresas (Haro, Salazar y Castro, Rivarola...570) como manuscritas (Ramírez de Guzmán, Melgarejo...), y por supuesto otras diversas fuentes secundarias, que siempre que hemos podido hacerlo, hemos contrastado en lo posible. Evidentemente, las valiosísimas fuentes primarias son las que, finalmente, nos darán una visión clara acerca de los personajes, familias, sus relaciones y su contexto: el material conservado, tal como expedientes de órdenes militares, peticiones de devolución de blancas de la carne, partidas sacramentales, padrones
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Cambios tan frecuentes como que en un mismo año, y en distintos documentos, un individuo podía firmar de muy diversas maneras. 570 Teniendo también en cuenta que la aportación, más o menos afortunada, de estos tratadistas genealógicos ha sido lógicamente contrastada con otras fuentes: no son infrecuentes errores y omisiones en dichas obras –de hecho, unas plagian a otras, con sus defectos y errores-, y en algunos casos (como el de Rivarola) toda precaución y cautela son pocas. Un ejemplo: trabajando con el linaje familiar de los señores de la Granja –antepasados de don Francisco Bazán y Figueroa, primer secretario de la Maestranza- tanto Salazar y Castro como Rivarola (que le copia) le omiten en la relación de descendientes de dicho linaje. Sin embargo, el trabajo con la documentación sevillana de la blanca de la carne –y otros documentos de la colección del conde del Águilapusieron las cosas en su sitio: don Francisco Bazán y Figueroa, hijo de don Juan Bazán, señor de la villa de la Granja (que había solicitado la devolución de la blanca varias veces entre junio de 1650 y julio de 1670, año en que falleció) pidió a su vez la devolución de dicho impuesto en abril de 1672. Así, el descendiente desaparecido figuraba de nuevo con todos los derechos dentro del grupo familiar, restituyéndole a un lugar del cual había sido desplazado, simplemente, por la omisión equivocada o interesada de los tratadistas. También nos permite determinar que el Francisco Bazán, gobernador colonial al que Liehr (1981) hace fundador de la corporación no es la misma persona. La blanca de la carne nos ha servido, también, para determinar el esquema primero de las relaciones familiares en otros casos, como el de los Quirós o los Monteser, linajes tal vez menos conocidos.
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parroquiales, protocolos notariales571 etcétera, nos permite ofrecer un importante bagaje de información que, correctamente organizada, puede permitirnos trazar el lienzo sobre el cual se pintarán, finalmente, los trazos –más o menos hábiles, eso lo dejamos a la discreción del lector- que darán forma a la obra final.
Es nuestra intención también que esta prosopografía no aluda sólo a personas, sino también a sus linajes: por ello, agrupamos a estos caballeros fundadores según sus familias y relaciones de parentesco, que son –como ya apuntamos con anterioridad- muchas y diversas. Así pues el estudio no solo incluirá a los propios caballeros, sino también a sus ascendientes –al menos, aquellos que haya sido posible determinar y caracterizar-, haciendo hincapié en la evolución histórica de cada linaje hasta la entrada del mismo en la corporación maestrante. Evidentemente, la diversidad de orígenes que existe entre estos diversos linajes habrá condicionado nuestra aproximación a los mismos. Por ello, en cada epígrafe –Saavedra, Esquivel...- se hará referencia al caballero o caballeros fundadores que pertenecían a aquél, se biografiará a cada uno de dichos caballeros, y se recogerá (en forma más o menos sintética) diversa información sobre la historia, las referencias y las relaciones entre sí de estos linajes. Ocurrirá, como es fácil de imaginar, que los datos de los que podremos disponer en el caso de unos linajes y caballeros o en el de otros, podrán verse posiblemente descompensados: este hecho era fácilmente predecible y, en rigor, resulta positivo al demostrar precisamente –con dicho exceso o defecto de volumen de información- la mayor o menor importancia de cada linaje. Está muy clara, y así lo defendemos en este trabajo, la heterogeneidad de buena parte de los integrantes del núcleo fundador de la corporación maestrante: es virtualmente imposible, por ejemplo, comparar en extremos de igualdad un linaje como el de los Guzmán de la Algaba, Teba y Ardales con otro como el de los Monteser, que sin embargo llegarían en su momento a enlazar por matrimonio; las diferencias
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Vid. García Valverde, Mª.L., “Fuentes eclesiásticas y notariales para el estudio de las élites. La fundación de la capellanía de Juan Suárez”, en Soria Mesa, E., y Bravo Caro, J.J. (Eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, Vol. 4, Cultura, Universidad de Córdoba 2009, pp. 139 y ss.
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son tantas –y tan extremas- que la misma documentación que se conserva incide constantemente sobre ellas.
A estas alturas entendemos que debemos hacer también una puntualización genérica, y que creemos necesaria, aunque pueda parecer una obviedad: el estudio histórico (y por extensión, el genealógico con mayor motivo) depende para su realización de las fuentes disponibles. Esto podemos apreciarlo con claridad meridiana en este trabajo, ya que acerca de aquellos linajes –o personajes- sobre los que existe una mayor documentación hemos podido presentar un amplio espectro de información; en cambio, sobre otros las referencias son más escasas. Un ejemplo: el hecho de que hoy, en el Archivo General de Andalucía, se preserve el rico archivo privado de los Saavedra, nos permitirá ofrecer sobre el primer marqués del Moscoso y su linaje un volumen casi ingente de información; al igual que, por ejemplo, el que don Pedro José de Guzmán Dávalos, primer marqués de la Mina, desarrollara relevantes actividades públicas y el curso de las mismas fuera igualmente controvertido, ha podido generar un importante cauce de información gracias al cual podemos contextualizar con facilidad al personaje. El hecho de que unos linajes optaran a diversas dignidades o cargos –caso de hábitos o canonjías- nos permitirá, en los instrumentos realizados al efecto, poder atisbar un complejo y extenso mundo de prestigio y de relaciones, o, por el contrario, de conflictividad familiar. En cambio, con otros linajes no hemos tenido la misma suerte: archivos volatilizados (caso de los Guzmanes de la Algaba), cambios bruscos en la suerte familiar (caso de los Monteser), el hecho de que el individuo fuera final de su linaje o simplemente no tuviera descendencia directa (caso de don Francisco Bazán), que su sucesión haya desaparecido absolutamente de los registros (caso de don Juan Alonso de Mújica), provocan que el volumen de información se reduzca sustancialmente, y en algunas circunstancias incluso desaparezca, al no haber nadie interesado en conservarla. A ello hemos de añadir el hecho de que, en fechas determinadas –hablamos de la baja Edad Media- el número de instrumentos se reduce sensiblemente; y sólo queda el criterio y el testimonio (en realidad, la opinión parcial) de los escasos genealogistas que se preocuparon en 253
su día por intentar poner en pie las ascendencias de aquellos linajes que estudiaban, filiaciones que de hecho muchas veces entran en conflicto entre sí.
Pero, ¿quiénes son nuestros biografiados? Don Francisco de Araoz, Alguacil Mayor de la Audiencia de Sevilla (un cargo hereditario en su familia) descendía de un linaje asentado en la ciudad al menos desde el siglo XV, vinculado al gobierno municipal de esta como jurados, y penitenciados por la Inquisición como judaizantes tras la llegada del Santo Tribunal a la ciudad. Don Francisco Bazán descendía de un añejo linaje extremeño, muy vinculado a la Orden de Santiago, que recibió en su día oficios de prestigio en la corte de Felipe III, aunque no dejarían de tener sus roces con los inquisidores de Llerena. También los Solís, procedentes de Cáceres y emparentados con los Bazán por matrimonio, tendrían similares características: sus relaciones familiares con los conversos Esquivel y Araoz les darían, sin embargo, algún que otro serio disgusto. Los Carrillo de Albornoz –Pedro y Francisco- vinculados a la milicia, a las flotas de Indias y al gobierno colonial, y cuya familia recibiría una generación más tarde la Grandeza de España, remontan sus orígenes al enlace entre la descendiente natural de una rama de los prestigiosos Carrillo, ricohombres medievales castellanos, y el heredero de un irrelevante linaje procedente de un pequeño lugar de Ávila, cuyo patronímico originario se desechará por sus descendientes debido a su escaso lustre. Los Córdoba Laso de la Vega llegaron a Sevilla desde Galicia (cuando aún eran Moscoso) ya en los inicios del siglo XV; muy vinculados a la orden de Santiago, no dudaron –cuando la ocasión así lo requirió- en entroncar con linajes no poco comprometidos (caso de los conversos Almonte, después promovidos mediante la falsificación de una ejecutoria en mucho más aquilatados Domonte), que les proporcionaron una solvencia y una liquidez que estaban dejando de tener. Los Dávila, provenientes de Huelva, comenzaron su andadura sirviendo a los todopoderosos Medina Sidonia en su feudo de Sanlúcar: convertidos en la “mano derecha” del IX duque, conseguirían salvarse de la caída de aquél con grandes beneficios, abandonando a su señor cuando fue necesario para garantizar su propia seguridad; posteriormente se reconvertirían en un modelo de nobleza militar a seguir, gracias a su relevante actuación en la guerra 254
de Sucesión. Los Esquivel, documentados en la ciudad desde la baja Edad Media, formarían también parte de un importante grupo –junto a los Marmolejo y a los cuasi plutócratas Medina, etcétera- de oficiales del Cabildo municipal: estos administradores de la ciudad, que copaban los cargos concejiles ya desde el siglo XIV se hallaban vinculados muy de cerca al importante colectivo protoconverso, que perspicazmente había cambiado de credo antes del progromo de 1391. El origen extranjero (jenízaro) de los Federigui y de los Jácome los marcó, junto a su oficio mercantil, desde su llegada a la ciudad; finalmente naturalizados castellanos, sus riquezas y su indudable habilidad les abrieron las puertas, primero, de la posesión de señoríos territoriales; y segundo, de la adquisición de títulos nobiliarios. El origen de los Guzmanes se pierde entre las nieblas de la historia: grandes magnates de temprana ricohombría, son dos linajes muy diferentes (en realidad, tres) los que aquí estudiamos: los Guzmanes de la Algaba, cuyo tronco seguro será el maestre de Calatrava don Luis de Guzmán; los de Teba y Ardales, cuyo origen podemos remontar a Pedro Suárez de Toledo, señor de Bolaños y servidor de Pedro I; y los ascendientes del primer marqués de la Mina, en este caso la casa de Medina Sidonia. Intentamos en nuestro trabajo desbrozar (en lo que nos ha sido posible) esta “selva guzmana” aún hoy de difícil comprensión, dada su complejidad. Otro linaje de notable relevancia será el de los gallegos Saavedra, marqueses del Moscoso, procedentes como una rama menor del linaje de sus parientes mayores, los condes del Castellar, título este con el que el emperador Carlos premiaría el incondicional apoyo del primer conde en las difíciles Cortes de Castilla de 1538. Los Mendoza Maté de Luna llegarían a Sevilla con la conquista en 1248: tras sufrir en su día una caída de fortuna, se vincularán matrimonialmente con ricos linajes conversos ciudadanos –caso de los Quadros, los Cisbón o los Núñez Romero-, que los pondrían económicamente a flote y les permitirían recuperar parcialmente su perdida representatividad, vinculándose finalmente a la Casa de la Contratación como generales de artillería de las Armadas. También llegarían a la conquista de la ciudad los Tello de Guzmán, muy vinculados al almirantazgo castellano y posteriormente a la conducción de las flotas de Indias (además de a poderosos linajes mercantiles de origen extranjero como los Mañara, con los que enlazarían 255
por matrimonio). Los Monteser (muy cuestionados por su oficio mercantil, su fuerte vinculación con linajes conversos o sus controvertidas actuaciones en los cargos que ocuparon, entre las que no dejaron de hacer notar su presencia el desfalco y el tráfico de influencias) ascendieron desde la banca y el comercio a interesantes cotas de reconocimiento y de representatividad social. Los Mújica Butrón (descendientes en este caso de una unión natural), remontan sus orígenes a una guerrera Vizcaya medieval, en donde se distinguieron como cabezas de facción e implacables caudillos militares, muy vinculados también a la Orden de Santiago. Los Pineda, escribanos perpetuos del Cabildo sevillano desde el siglo XIV, son en realidad Salinas, por devenir su varonía de este linaje de emprendedores mercaderes sevillanos, cuyos negocios unieron Sevilla y Nombre de Dios en el último cuarto del siglo XVI: no dejaron tampoco de relacionarse con otros linajes conversos o de importantes mercaderes, como los Valladolid, los Illescas o los Ximénez de Enciso. Los Ponce de León no son tales Ponce, sino Contador de Baena, un linaje cordobés (después asentado en Málaga y Sevilla) vinculado –como servidores de la misma- a la casa de los condes de Cabra, penitenciado en su día por la Inquisición y muy fuertemente asociado a otros linajes cuestionados, como los Illescas o los Dalvo, sujetos a su pesar de las persecuciones contra los conventículos luteranos de Sevilla en las décadas de los 50 y 60 del siglo XVI. Los Quirós o Bernardo de Quirós (en realidad tan solo Bernardo, ya que no tenían nada que ver con el homónimo y prestigioso linaje de Valdecarzana, del que adoptaron gratuitamente el patronímico), provenientes del valle del Lozoya en Segovia y muy vinculados a la corte desde el reinado de Felipe II, se imbrican en una red de honores e influencias que les llevará, a lo largo de los reinados del Rey Prudente y de sus sucesores Felipe III y Felipe IV, a ostentar títulos honoríficos de cierta relevancia en el servicio del Alcázar madrileño, haciendo olvidar con ello los incómodos sambenitos familiares que aún colgaban de las naves de la parroquial de Torrelaguna, villa en la que conservaban por entonces su solar. Rasgos similares podremos advertir en sus parientes los Vivero Galindo (un linaje mercantil procedente de Llerena, enlazados por matrimonio con los almirantes Galindo de Abreu y Torralba), en los Toledo Ramírez de Arellano (después marqueses de Gelo y cuyo origen ya era difuso y oscuro en 256
1629, aunque estaban emparentados sin embargo con la ilustre casa de Aguilar) o en los Vargas Sotomayor cordobeses, veinticuatros de la ciudad andaluza al menos desde el siglo XIV, y que alegaban descender del “esforçado cauallero” Garci Pérez de Vargas, adalid de Fernando III.
Recordemos también cómo, en la introducción a este trabajo, hemos defendido la importancia de la Genealogía –así, con mayúsculas- para poder clarificar y desentrañar la madeja de relaciones existentes entre todos estos linajes de la nobleza sevillana de fines del seiscientos: linajes relacionados entre sí en muchas ocasiones –baste solo ver la frecuente repetición de individuos y patronímicos en los árboles genealógicos adjuntos-, sobre todo en el caso de aquellos cuyo origen era la propia ciudad de Sevilla, y su ámbito de actuación con preferencia el Cabildo ciudadano572: entre los Araoz, los Esquivel, los Solís, los Medina, los Mendoza Maté de Luna o los Marmolejo –y entre estos últimos y los Saavedrahay algo más que un contacto superficial a lo largo de los siglos573; los Jácome, Solís, Bazán o Federigui –y también los Esquivel, los Carrillo de Albornoz y los Saavedra- se unen por matrimonios y alianzas de modo indisoluble en una o dos generaciones contiguas; y los controvertidos Contador Dalvo (Ponce de León) cierran el círculo sobre sí mismos –a lo largo de tres generaciones sucesivas- en una profunda y repetida endogamia, propia de un linaje cuyo origen converso obligaba a trazar ese tipo de argucias. La estructura familiar “tenía un peso considerable en la opinión de los nobles sobre sí mismos [...] en muchos aspectos 572
Vid. Álvarez Borge, I., “Parentesco y patrimonio en la baja y media nobleza castellana en la Plena Edad Media (c. 1200-c. 1250). Algunos ejemplos”. Anuario de Estudios Medievales, 39/2, julio-diciembre de 2009, pp. 631-666. 573 Según Sánchez Saus (2009), ya en el siglo XIV “los oficiales mayores del concejo [de Sevilla] [...] y los caballeros veinticuatro o regidores del cabildo sevillano conforman un grupo bastante homogéneo [...]. Se genera un fuerte atractivo de los modelos culturales y de los estilos de vida de la nobleza [...], [pese a] las dificultades existentes para construir pasados de apariencia noble a linajes que, sin embargo, desde principios del siglo XV mostraban todos los signos propios de la nobleza [...]. Es posible que ya desde tiempos cercanos a los que estudiamos hubiera poco interés en las familias en desvelar enlaces que habrían podido poner al descubierto orígenes más modestos que los presumidos”. Esta realidad, de la que el autor se hace eco en los años de transición entre los siglos XIV al XV, cobra absoluta actualidad para la época que aquí estudiamos (finales del siglo XVII). La homogeneidad buscada (y como decimos, no conseguida en no pocos casos) a través de las alianzas matrimoniales, los negocios comunes, la pertenencia a diversos organismos prestigiosos o la fundación de instituciones representativas, tales como la propia Maestranza, y el interés de algunos de estos “nuevos linajes” (o no tan nuevos), por ocultar sus orígenes, hacen de este momento un fiel trasunto de épocas anteriores.
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nobleza era familia [...]. El noble obtenía su identidad de su linaje, por lo que estaba obligado a preservar esta herencia”574 para el futuro. Esto entrañaba beneficios evidentes: estas redes de familiaridad se convertían igualmente en apoyos e influencias. Un ejemplo: cuando don Luis Dávila y Medina instaba en 1675 su expediente para un canonicato en la Catedral de Sevilla, don Juan Tello de Guzmán y Medina –después marqués de Paradas- testificaba que, conociendo al pretendiente y a sus padres “de trato y comunicazion”, lo tenía “por uno de los caualleros mas sobresalientes que tiene Seuª y de mas limpia sangre por todos quatro costados”, con “muchos actos positibos asi de limpiesa como de noblesa con muchos parientes q. lo an gosado y gosan q de ser tantos no los menziona”575. Lógicamente, don Luis Dávila no tardaría en obtener la plaza que deseaba.
Un hecho singular –y del que damos cuenta en las páginas que siguen- es la cercana relación familiar, entre muchos de los linajes que hemos estudiado, a través de su descendencia común del conde de Arcos don Juan Ponce de León, que sembró Andalucía de hijos ilegítimos (los que tuvo hasta que finalmente contrajo matrimonio con su barragana Leonor Núñez, ya viuda de su servidor Juan Paraíso), casándolos con diversos miembros de linajes sevillanos –entre los que se contaban diversos regidores de la ciudad- y con titulares de los que entonces eran aún pequeños señoríos de la zona (la Algaba, el Castellar), lo que hace que buena parte de nuestros primeros maestrantes se hallen emparentados entre sí a través de este antepasado común a no pocos de ellos 576. Es de interés por tanto hacer notar en este momento la cuestión de los hijos bastardos y naturales: en la siguiente prosopografía aparecerá un buen número de ellos. De hecho, dos de los fundadores de la corporación sevillana –don Juan Bruno Tello de Guzmán y don Francisco Gaspar de Monteser- serían naturales. No parece, sin embargo, que tal hecho les estigmatizara en exceso: acogidos ambos por las familias de los padres que rechazaron en su día el matrimonio con las “señoras de 574
Dewald, Op. Cit., p. 238. AHAS, Catedral, Pruebas, Exp. L-25, Leg. 44, 1675. 576 Vid. Ladero Quesada, M.A., “La consolidación de la nobleza en la Baja Edad Media”, en Iglesias, Mª.C. (Dir.), Nobleza y Sociedad en la España Moderna, Fundación Central Hispano, Madrid 1995, p. 33. 575
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calidad” en quienes los habían concebido, realizaron (en el caso de Tello de Guzmán) notables carreras en el ejército y en el gobierno; o se beneficiaron (caso de Monteser) de las herencias y de la consideración de sus parientes. En otros casos (como el de don Alonso de Mújica, progenitor de don Juan Alonso) será el padre de un fundador el hijo ilegítimo -en este caso bastardo-, lo que no le impidió cruzarse en una prestigiosa orden militar como la de Santiago. Estas páginas, como decimos, estarán salpicadas de este tipo de descendientes: don Pedro Andrés de Guzmán, don Lope y don Juan de Mendoza, don Bartolomé de Toledo, don Francisco de Araoz –y solo nombramos algunos, por no extendernos demasiado- tendrían hijos naturales o bastardos con mujeres de similar o de muy diferente calidad y condición, algunos muy queridos, criados incluso al lado de sus padres y junto a sus medio hermanos, con los que llegaron a tener una verdadera relación fraterna (y que como tales son mencionados con mandas específicas en los registros de últimas voluntades, encargando a los herederos legítimos su atención y cuidado) y otros apenas recordados, dejados a la custodia mercenaria de un siervo de confianza o de un criado, despachados –si acaso- con pequeñas cantidades de dinero otorgadas “por una sola vez” en los testamentos de sus negligentes progenitores, y siempre y cuando cumplieran unas determinadas condiciones, como la de tomar estado religioso.
La prosopografía –y su exposición gráfica en las genealogías que la complementan- nos mostrará asimismo, más allá de relaciones familiares, la cercanía en los negocios o en los oficios: caso, por ejemplo, de don Pedro Andrés de Guzmán, marqués de la Algaba y caballerizo real de Carlos II, don Juan Bazán y Figueroa, gentilhombre de la cámara de don Juan de Austria, don Juan de Saavedra Alvarado, gentilhombre de cámara de Carlos II, o los Bernardo de Quirós, también asentados en la corte como servidores reales, desde un Juan Bernardo de Quirós, guardarropa mayor de Felipe II577, además de un largo etcétera. Unos oficios –en este caso los cortesanos- a los que se refería, con no poca ironía, el lúcido Diego de Saavedra Fajardo: 577
Podemos añadir aquí a los Toledo, marqueses de Villamaina, recordados en la obra literaria de Quevedo.
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El remedio [para aplacar a la nobleza] es mantenella desunida del pueblo y de sí misma con la emulación [...], y multiplicar e igualar los títulos y dignidades de los nobles, consumir sus haciendas en las ostentaciones públicas, y sus bríos en los trabajos y peligros de la guerra; divertir sus pensamientos en las ocupaciones de la paz y humillar sus espíritus en los oficios serviles de palacio578.
Una corte no poco criticada, y definida como una
escuela donde se enseñan y ejercitan todas las facultades buenas y malas [...]. La corte es monte de tres tabernáculos: uno templo suntuoso y devoto de la religión christiana; otro receptáculo del mundo y la carne; y el otro chiquero donde se engordan y ceban los siete puercos579 mortales, [donde] el demonio es muy agradado y seguido; donde los altares del templo de Venus y Cupido están siempre humeando con sacrificios de necios y tontos; donde el dios de los epicúreos tiene la mesa más llena, y Baco tiene la mejor y más combativa bodega; y [...] donde los bellacos [son] más y más principales580.
Otras cuestiones pueden también dilucidarse a través del seguimiento de los linajes que exponemos: el problema converso al que aludíamos en la primera parte de este trabajo se desliza, portado por Illescas, Garavitos, Medinas, Tapias, Roelas, Contadores, Dalvos y otros, a través de buena parte de los árboles genealógicos de nuestros primeros maestrantes. También vemos cómo los linajes jenízaros581 seguirán, primero, la conocida dinámica matrimonial que les hará enlazarse entre sí y con los miembros de sus respectivas naciones: cuando el reconocimiento social del linaje se haya hecho efectivo, no implicará mayor
578
Op. Cit., p. 605. Por pecados. 580 Carta de Eugenio de Salazar a Juan de Castejón, ca. 1567, Epistolario Español, Biblioteca de Autores Españoles, tomo 62, Madrid, 1965, p. 286 (como otros textos similares, tomamos la referencia de Carrasco Martínez, A., Op. Cit.). 581 Esto es, el de las familias inmigrantes –naturalizadas o no-, procedentes de Flandes, Italia, etc., tan numerosas en Sevilla durante los siglos XVI-XVII, cuyos descendientes, nacidos en Sevilla, podían naturalizarse como tales. 579
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problema su mezcla con los miembros de la élite local 582. Otros linajes, de orígenes más antiguos o más ilustres (Guzmanes, Saavedras), o simplemente procedentes de una geografía nacional distinta (Mújica Butrón) desarrollarán sus dinámicas propias583.
Como bien ha indicado Sánchez Saus (2009), y hemos recordado en páginas anteriores, el estamento nobiliario sevillano se renovó significativamente en la década de los ochenta del siglo XIV, como había ocurrido anteriormente con el conflicto entre petristas y enriqueños; en estas fechas accederán al cabildo los Marmolejo, los Medina, los Esquivel o los Pineda584, cuyos descendientes son sujetos de este trabajo. “Las bases del poder local fueron ocupadas de forma perdurable por un puñado de linajes”, como no podía ser de otra forma (recordemos, por ejemplo, la escribanía mayor del cabildo que aún en el siglo XVII estaba en manos de los Pineda). Otros linajes, como el de los Mendoza sevillanos (reconvertidos posteriormente tras su alianza con los Maté de Luna), gozarían también de honores y prebendas por aquellas fechas. Los enlaces entre estos linajes, como decimos, se remontan a muy vieja data: el entramado –casi indisoluble- entre los Esquivel, los Marmolejo y los Medina (Martínez de Medina, en este caso) es un paradigma incontestable de esta arraigada costumbre, que venía abonada –entre otras causas- por el goce, por parte de estas familias, de un más que desahogado nivel económico585. Esta renovación, como ya hemos expuesto en el primer epígrafe de nuestro trabajo, continuaría en los siglos siguientes, incluyendo en ella a nuevos linajes de origen extranjero, y daría como resultado la amalgama con la que hemos trabajado en esta prosopografía.
582
Podemos apreciar este caso en los Bécquer (que enlazarían con Jácomes y también con Esquiveles), los propios Jácome, Vicentelos, Federiguis, Bucarelis, etc. 583 Caso aparte serán los procedentes de Granada (Pérez de Barradas, Tapia) o Málaga (Contador de Baena, Córdoba Laso de la Vega). 584 Sánchez Saus, R., 2009, p. 163. 585 En 1384, Mendozas, Medinas y Riberas pagaban 10.000 maravedís de cuantía; Esquiveles y Marmolejos, 6.000. Este desahogo económico (con sus lógicos altibajos) será también una constante en sus descendientes, los fundadores de la Maestranza en 1670. La compra de señoríos – una de las fuentes de ingresos constantes del colectivo- podemos remontarla ya a fechas muy lejanas: Ruy Pérez de Esquivel, por ejemplo, compraría El Coronil en 1377; Alonso Fernández Marmolejo compraría la Membrilla en los últimos años de la década de los 80 del mismo siglo.
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El repertorio armero que encabeza a cada capítulo lo tomamos de la excelente colección diseñada por Mr. Nicolas Hobbs, cuyo trabajo acerca de la genealogía de los Grandes de España y otros linajes enlazados merece aquí una mención –y un agradecimiento- especiales, al autorizarnos a reproducir dichos diseños en esta obra586; dichos diseños de Mr. Hobbs los hemos completado con algunas adiciones propias cuando lo hemos considerado necesario, aunque procurando siempre un previo contraste y validación de dichas armas. Hemos procurado huir también de esa enumeración de datos casi ininteligible tan cara y tan practicada por algunos autores, siguiendo unas reiteraciones –de tipo ascendente o descendente- que pueden llegar a hacerse penosas. Como muestra, recogemos un fragmento de las Bienandanzas e fortunas..., de Lope García de Salazar, con el que ejemplifica esta situación Salazar y Acha587:
[...] E del que ay memoria que más valió fue Sancho Ortis de La Yseca, que caso con fija de Juan Sanches Marroquín de Montehermoso e ovo en ella a Diego Sanches Marroquín [...] e Diego Sanches Marroquin fiso fijos a Sancho Ortis Marroquín e a Ruy Sanches Marroquín e a Gil Sanches Marroquín e Sancho Ruis fiso fijo a Diego Sanches Marroquín que ovo fijo a Sancho Marroquín e deste linaje ay muchos buenos en aquél valle [el de Gorieso]588.
Por ello, además de preceder a cada epígrafe un árbol genealógico familiar589, figura al lado de cada propia biografía individual un estudio histórico-genealógico del linaje590 y de su línea específica: como bien sabemos, una línea es “el conjunto 586
Merece la pena echar un largo vistazo a su excelente web: http://grandesp.org.uk. Salazar y Acha, J. de, Op. Cit., p. 214. 588 De hecho, este texto nos indica también la gran variedad de apellidos que podían adoptarse, diferenciándose entre sí de dicha manera, individuos pertenecientes al mismo linaje y a una misma línea. 589 El árbol, lógicamente, se centra en la línea estudiada. Se introducen en el mismo algunas fechas aclaratorias, según el siguiente código de correspondencias: cir, fecha circa o aproximada; v., vivía en dicha fecha; n., nacido; c., casado; t., testó; +, fallecido. 590 Aunque daremos referencias en algunos casos sobre los linajes matrilineales, serán los agnaticios (esto es, aquél “al que las Partidas llaman linaje derecho, y que también es denominado linaje recto, directo o de varonía. Pero cabe también hablar de linaje agnaticio puro o de agnación rigurosa, es decir, el que está formado siempre por varones, para diferenciarlo del linaje agnaticio fingido, llamado también media agnación, que es aquél en el que la última hembra impone a su descendencia el uso de sus armas y apellido, haciéndole abandonar los de su varonía” (Salazar y Acha, J. de, Op. Cit., p. 92). 587
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de personas que, dentro de cada linaje, provienen de uno de sus miembros formando una descendencia diferenciada”591; y finalmente cierran esta prosopografía unas conclusiones, a modo de síntesis y como interpretación de la información aportada. Confiamos –como ya indicábamos anteriormente- que este trabajo pueda servir para abrir una vía futura que continúe estas apasionantes (porque lo son, y mucho, para un historiador) investigaciones acerca de la nobleza sevillana, tanto en cuanto al mismo autor –al que aún le quedan ganas de más- como a otros historiadores contemporáneos o futuros.
591
Salazar y Acha, J. de, Op. Cit., p. 89.
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ARAOZ
LINAJE DE DON FRANCISCO DE ARAOZ MONTALVO
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I
C
omo hemos venido repitiendo desde las primeras páginas de este trabajo, uno de los leitmotivs del mismo (y por tanto una de las características
inherentes a la nobleza sevillana del período que estudiamos) es el fuerte componente de enlaces, por buena parte de los miembros intermedios del estamento, con diversos linajes de origen converso que tienen lugar en un importante arco temporal que abarca –en fechas extremas- los últimos años del siglo XIV hasta ya bien entrado el siglo XVII, cuando una importante mayoría de los mismos ha conseguido amalgamarse, si queremos llamarlo de ese modo, con un núcleo de familias relevantes –o que comienzan a serlo- dentro del versátil y muy dúctil colectivo nobiliario sevillano. La cuestión, o el problema, si queremos percibirlo como tal, afecta en primer lugar (y en grado mayor también) a aquellos linajes más cercanos al desempeño de funciones municipales: no olvidemos que la oligarquía local sevillana, desde el siglo XIV y al menos hasta 1481, estaba compuesta de un buen número de individuos con estas características, y los enlaces de conveniencia eran, lógicamente, los más habituales. Tampoco es, de hecho, 1481 el año en el que los conversos sevillanos se verán desplazados de estas funciones (caso de que alguna vez hubieran llegado a estarlo). Recordemos el pago de las habilitaciones o fardas por linajes tan relevantes en dicho ámbito como los Caballero o los Alcázar o incluso el hecho de que una de las principales motivaciones de la revuelta de los comuneros sevillanos en septiembre de 1520 fuera desplazar a los descendientes de conversos del gobierno municipal, que seguían ostentando pese a las prohibiciones592.
592
Aunque ya nos hemos referido a estos hechos en páginas anteriores, es de interés la lectura acerca de la dinámica de la revuelta comunera en Sevilla (acaudillada por el hermano del duque de Arcos don Juan de Figueroa), de Pérez, J., La revolución de las Comunidades de Castilla (15201521), Siglo XXI de España Editores, 1977, pp. 393 y ss. Acerca de estos hechos, Pedro Mexía redactaría una Informaçion de lo ocurrido en Seuilla el domingo 16 de septiembre de 1520, a petición de los hijos del veinticuatro Garci Tello, en el que se destacaba el papel de estos últimos en la disolución de la revuelta. Figueroa, recordaremos, se rebelaba contra Medina Sidonia y sus aliados, los conversos nuevos ricos.
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Así pues, no es difícil que cuando lleguemos a un linaje que remonta sus orígenes sevillanos al repartimiento o a fechas casi inmediatamente posteriores, caso – como podremos apreciar en las siguientes páginas- de los mismos Araoz, los Esquivel, Marmolejo, Mendoza Maté de Luna o Medina, y vinculado por sus oficios a las funciones municipales, nos encontremos con dicha cuestión latente siempre en el fondo. Anticipamos que esta dinámica (propiciada por los enlaces matrimoniales también con acomodadas familias mercantiles de similar origen, sobre todo la de los Illescas, cuyo éxito en dicho sentido –y en otros- podría considerarse como paradigmático) se repetirá en otros casos que veremos en próximas páginas, como será el de los Monteser (aunque aquí por otras causas, al igual que en el caso de sus parientes Quirós), los Pineda o los Solís: el dinero siempre se encontraba en el trasfondo de dichas alianzas, que permitían sustentar económicamente con la dignidad que precisaban y a la que aspiraban, a familias muchas veces de gran antigüedad que necesitaban, valga el vulgarismo, una nueva inyección de fondos. Muy bien documentados al menos desde el siglo XV593, nos aparece por primera vez con el de los Araoz en estas páginas un linaje –uno más, como habremos de concluir al término de la lectura de este trabajo- de indudable origen converso, como bien ha demostrado Gil (2001)594. Carriazo (1953)595, estimaba que tenían su origen en Cuenca, de donde llegarían a Sevilla mediado el siglo XIV, lo que a día de hoy no ha podido comprobarse596. Tenían su morada y capilla en San Bartolomé, como recogen Saus (2006) y Ortiz de Zúñiga en sus Anales, lo que avalaría su condición, al ser dicha collación el asiento de la antigua judería 593
Además de aparecer dicho linaje en la obra, ya mencionada, de Sánchez Saus sobre los linajes medievales sevillanos (1991), el autor trató la figura de Garci Sánchez de Araoz, jurado de Sevilla y autor de unos Anales estudiados en su día por Carriazo, en un artículo publicado en Archivo Hispalense en 1995, y que recoge de nuevo en su recopilación de 2006, ya nombrada. Figuran recogidos también –aunque de pasada- en el manuscrito de Ramírez de Guzmán hoy en la Colombina. 594 Vid. Gil, J (2001), III, pp. 270 y ss. 595 Carriazo Arroquia, J. de M., “Los anales de Garci Sánchez, jurado de Sevilla”, Anales de la Universidad Hispalense, XIV, 1953, pp. 3-63. 596 Etimológicamente, Araoz (ara-otz) significa en euskera valle frío. Su topónimo original procede de Guipúzcoa, tal vez origen de dicho linaje en el pasado. Hay una investigación sobre el apellido, según la misma originario de Hernani, en BRAH, Salazar y Castro, E-21, fº 254-256, nº 31557.
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sevillana: pero no es esta prueba –todo lo circunstancial que se quiera- la que avala nuestras afirmaciones, como ahora veremos. Garci Sánchez de Araoz, jurado de Sevilla, que moriría en el entorno probable de 1485 y al que podemos considerar como tronco del linaje, abriría un camino que llevaría a los Araoz desde la persecución inquisitorial hasta las puertas de la nueva Maestranza: la posesión de la juraduría y también de la zobairía o escribanía de la aduana sevillana que había heredado de su suegro, los enlaces matrimoniales de sus descendientes o la fundación de un costoso patronazgo serían los primeros pasos que llevarían a los Araoz a encajar definitivamente entre la oligarquía de la ciudad. En posteriores matrimonios –caso de la siguiente generación con los Prado y con los Esquivel, vinculados también familiarmente a los ubicuos conversos Alcázar y Caballero- continuarían enlazando con otras familias conversas, algo que podremos ver aún más claramente en el caso similar (pero este más extremo) de los Contador de Baena o de los Medina597. Sin embargo, este encaje pudo verse impedido en su momento por los problemas que tuvieron diversos miembros de esta familia con el Santo Tribunal: así, Mari Fernández, la mujer del propio Garci Sánchez, sería condenada por la Inquisición; su hijo Juan Fernández de Araoz, también jurado de la ciudad, sería reconciliado y su propio
597
Estos enlaces se encuentran recogidos –entre otra documentación alusiva- en un manuscrito, posteriormente impreso, hoy en el AMS, Sección XI, Papeles del Conde del Águila, rollo 73 (microfilme), folios 7-18 y 43-45, alusivo a la genealogía del linaje de Solís, en concreto a la ascendencia del Señor de Ojén y Rianzuela don Francisco Gaspar de Solís Manrique. En el mismo se establece claramente la relación de los descendientes de Garci Sánchez con varios de dichos linajes antes nombrados: se menciona a “Costança Fernandez, hija del dicho Iurado Garci Sanchez de Arauz, fue casada con Pedro Rodriguez de Esquibel, vezino de Seuilla, y Veintiquatro de la dicha Ciudad: los quales tuuieron solos dos hijos varones, llamados Diego, y Alonso de Esquibel [...] como consta del testamento que otorgò esta dicha Costança Fernandez, su fecha el año de 1526. en el qual se manda enterrar en San Bartolome en la Capilla de sus padres, donde estan ellos y su marido enterrados [...]. Costança Fernandez de Arauz fueron ella, y sus padres vezinos y naturales de Seuilla. Otra es, que su padre se llamò Garci Sanchez de Arauz, y que fue Iurado, y su madre se llamò Maria Fernandez [...]. Otra es, que se enterrò en San Bartolomé, Parroquia de Seuilla, en el Entierro y Capilla de los Arauzes, que es muy conocido [...]”. Serían también parientes –por los Prado- de los Maldonado de Saavedra, emparentados por matrimonio con los Mújica Butrón. Por los Prado entroncarían igualmente con los Solís: don Francisco Gaspar de Solís, de Calatrava, era bisnieto de doña Gracia de Prado, tía bisabuela de don Luis de Araoz. También, a través de su abuela Catalina de Tapia, Francisco de Araoz Montalvo estaba emparentado con los Monteser.
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suegro, Alonso Fernández de Sevilla, condenado por judaizante598. Enlazaría también –a través de su hija Francisca- con los Suárez (o Benadeva), de los que ya hemos hablado anteriormente. Su hijo Fernando también sería reconciliado, al igual que su mujer Ana de Carmona; y también sería reconciliado Gutierre de Prado, el suegro de su otro hijo, Pedro Sánchez de Araoz, casado con Inés Gómez de Prado: como bien dice la sabiduría popular, verde y con asas.
Este Pedro, hijo tercero de Garci Sánchez y que continúa el tronco del linaje que estudiamos, sería igualmente jurado de la ciudad y se dedicaría profesionalmente a la trapería, oficio muy vinculado, como indica Pike (1972) a la minoría conversa. Comerciaría repetidas veces en las Indias, comprando y vendiendo ropa y géneros textiles con diversos mercaderes como Luco Bautista Adorno, Cristóbal de Santiago o Alonso de Prado, su suegro; dedicándose también al préstamo activamente, actividad que en el futuro seguiría siendo una constante en la familia, como después veremos599. Moriría en septiembre de 1519, cuando su mujer presentaba el inventario de bienes de su esposo600, al que se le adeudaban cantidades que en 1535 aún no se habían cobrado totalmente. Su juraduría pasaría a su primogénito el capitán Alonso de Araoz601, que la renunciaría en 1558 a favor de su sobrino Alonso Caballero602. Hermano del capitán Alonso y quinto hijo de Pedro Sánchez e Inés Gómez de Prado, Pedro Araoz de Prado, casado con doña Ana Leardo Santander603, sería a su vez padre de don Francisco Araoz de
598
Recordamos la conservación, por parte de los Araoz, de algunas inveteradas costumbres hebreas como la circuncisión, a la que nos referíamos –con un claro ejemplo- en la primera parte de este trabajo. 599 AHPSe, Escribanía XV, 1506, 2, f. 512v; Escribanía V, 1503, f. 145v y 150v; Escribanía IV, 1507, 4, f. 279r, etcétera. Recogidos por Gil (2001). 600 AHPSe, Escribanía VI, 1519, 2. 601 Se le devuelve la blanca en 1562, al haber gozado de la condición de jurado (AMS, Varios Antiguos, 2306). 602 AHPSe, Leg. 19851. La renunció el 4 de abril de 1558. 603 Acerca de los Leardo, mercaderes italianos asentados en Sevilla desde la década de 1520 (caso de Franco Leardo) y con interesantes ramificaciones en Nueva España, emparentados por matrimonio con linajes conversos como los Pinto y los Alemán y vinculados a las expediciones de Sebastián Caboto, véase AGI, Contratación, 5280, N. 79; AGI, Indiferente, 1961 (Legs. 2 y 3), 1962 (Leg. 5), 420 (Leg. 10), 421 (Leg. 11), 422 (Leg. 14), etcétera; AGI, Pasajeros, L. 6, E. 4037 y L. 8, E. 2649; AGI, Justicia, 697 (N. 4) y 707 (N. 2); AGI, Patronato, 42, N. 1; AGI, Escribanía, 272 y 273.
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Prado604, casado con Ana Ramírez de Montalvo, que continuarían el linaje. Se trataba también de una familia ilustrada: su primo -su homónimo don Francisco de Araoz- sería un conocido y notable bibliófilo; el propio Ortiz de Zúñiga alude a la calidad de la biblioteca formada por este don Francisco605, que participaría, con otros caballeros sevillanos, en las fiestas ecuestres en honor de la Inmaculada Concepción de 1617:
[...] Poco despues de mediodía estuvieron todos los Tribunales en sus sitios, dispuestos y aderezados como siempre suelen en fiestas Reales; las ventanas y tablados con las Damas, Señoras y Caballeros de esta Cíudad, y mucho número de pueblo, adornada la plaza con el mayor lucimiento de colgaduras, que otras veces se ha visto: y habiendo hecho su entrada y paseos con acompañamiento de Ministros, primero el Alguacil Mayor de esta Real Audiencia Don Francisco Araoz, y poco despues Don Sebastian de Casaos, Alguacil mayor de Sevilla: últimamente entró el Conde de Salvatierra, Asistente, acompañado de sus dos Tenientes, Alcalde de la Justicia executor de la vara, y todos los Alguaciles de los Veinte; y habiendo subido á su asiento, mandó luego echar toro en la plaza606.
Don Francisco y doña Ana Ramírez de Montalvo serían padres de don Luis de Araoz Montalvo, caballero de Santiago y alguacil mayor de la Real Audiencia, casado con doña María de Castañeda Villaseñor el 21 de agosto de 1645 607. Padre a 604
Rizando aún más el rizo de los enlaces con linajes conversos, otra hija suya, Ana de Araoz, casaría con el jurado Pedro del Alcázar. A Francisco de Araoz, esposo de Ana Ramírez de Montalvo, se le devolvía la blanca en 1636 y 1638. En 1639 se le devolvería a su mujer, ya viuda. 605 Anales..., IV, p. 176: “Don Francisco de Araoz, Alguacil mayor de la Real Audiencia, dió arte á bien componer una librería, y supo igualmente juntar la suya, que fué muy copiosa y selecta”. Un buen estudio sobre la colección y el método de clasificación bibliográfico de don Francisco, en Solís de los Santos, J., El ingenioso bibliólogo don Francisco de Araoz. De bene disponenda bibliotheca, Matriti 1631, Universidad de Sevilla, 1997. Más datos sobre él en Salazar y Castro, L. de, Árboles de costados de las Primeras Casas de estos Reynos..., Madrid, 1795, p. 138. 606 Ortiz de Zúñiga, D., Anales..., IV, p. 270. 607 “En Lunes ueinteyun dias del mes de Agosto de mill seiscientos quarenta y cinco años por ante mi el maestro Gonzalo Basquez de Luna comisario del Stº oficio de la Ynquisicion y cura de esta Yglesia del Sr. Sn. Bizente de seuilla auiendo precedido una amonestacion segun derecho en esta dha Yglesia y en la de Sn. Martin de esta dha. ciudad como consto por fee de Diego de Chaues cura de ella y en Virtud de no aver resultado Ympedimento alguno y demandado de su merzed el Sr. Dº. Dionisio Perez de escohosa Juez de la Stª Iglesia su fha. en veinte y uno de este mes de Agosto del año de la fha. refrendado de Christoual Lopez notario en que dispensa en las dos ultimas amonestaciones se desposaron por palabras de presente que hicieron Verdadero y legitimo matrimonio Dn. Luis de Araoz y Montalbo Cauallero del orn. de Sntiago natural desta
273
su vez de doña María de Castañeda, don Tomás de Castañeda Villaseñor había sido en 1620 veedor de la flota de Nueva España608: en 1622 pide una plaza –que nunca se le concedió- de almirante de la misma, alegando sus servicios:
[...] después de hauer sido soldado abentajado en las compañías de don Juan Desquibel y don Juan de beamonte en los galeones de la guarda de la carrera de las yndias fue behedor de la flota de nueba españa del cargo de don juan de benabides [...]. Y estando un hijo suyo sirbiendo de soldado abentajado en una de las compañías de la flota murió en San Juan de Ulúa Y Alonso castellon su aguelo sirbio en las Probinçias del piru mas de veyntiocho años continuos con sus Armas y caballo [...]609.
dha ciudad Hijo de D. francº de Araoz y Prado y de dª Anna Ramirez de Montalbo y Dª Maria de Castañeda y Villaseñor naturales desta dha ciudad Hija de Dn. thomas de Castañeda y Villaseñor y de Dª Cathalina de tapia fueron testigos Dº Franº de Medina y Salazar Dn Lope de Tapia y Dn. Fran.cº Antonio de Monteser todos tres Caualleros del orn. de Santiago y Vecinos de esta dha. ciudad de todo lo qual doi fee fho ut supra=Gonzalo Bazquez Cura”. Expediente de Calatrava de don José Araoz y Sotomayor, AHN, Órdenes Militares, Calatrava, Exp. 143 (1760). Referencias sobre su matrimonio en AMS, Libros de Actas Capitulares, Oct. 1701. A don Luis se devolvería la blanca entre 1641 y 1666 en repetidas ocasiones. Doña María de Castañeda era hija a su vez de Tomás Castañeda Villaseñor y Catalina de Tapia: nuevamente –como indicábamos líneas atrásaparecen por aquí los Tapia, antiguos conversos granadinos, que habían creado un verdadero entramado de relaciones en la ciudad, relacionándose con familias de orígenes similares (aludiremos de nuevo más adelante a su enlace con los Espinosa/Monteser). Doña María de Castañeda había nacido en 1608. “Por ser doña María mayor [...] entró en posesión de los Mayorazgos de la Casa, como por faltar varones sin sucesión [...]. La Bóveda o enterramiento de esta rama de los Castañeda existía en 1772, en la parroquia de San Vicente de Sevilla, frente a la capilla del Bautismo [...]. Doña Constanza de Villaseñor, abuela de doña María, madre de don Tomás [de Castañeda], testó ante Diego Rodríguez en 7 de noviembre de 1596” (Vid. Castañeda y Alcover, V., “Algunas noticias genealógicas acerca del linaje de los Castañeda”, Hidalguía, EneroFebrero de 1957, nº 20, pp. 21-30). Los Castañeda emparentarían igualmente con los también conversos Alcázar: don Pedro de Castañeda y doña Andrea Ortiz del Alcázar –hija esta de doña Luisa del Alcázar-, padres del familiar del Santo Oficio don Juan de Castañeda, eran tíos a su vez de don Luis de Araoz. Más detalles sobre su filiación, en el expediente de Calatrava de don José Araoz y Sotomayor, AHN, Órdenes Militares, Calatrava, Exp. 143 (1760). 608 AGI, Indiferente, 450, L.A6, f.39-39v. 609 AGI, Indiferente, 161, N.70. Recibiría un nuevo nombramiento como veedor de la flota en 1623 (AGI, Indiferente, 450, L.A7, f.104-104v). Estos parcos méritos personales intentaron incrementarse aludiendo a las desventuras pasadas por su abuelo Alonso Castellón: preso por Almagro, luchó contra Gonzalo Pizarro, recibiendo cuatro arcabuzazos que le dejaron tullido por el resto de su vida: nunca llegó a recibir merced alguna, tal vez por relacionársele con el caído en desgracia Benavides, ajusticiado en la plaza de San Francisco en 1634, tras perder la flota que comandaba, y en la que también iba embarcado don Diego Ponce de León, abuelo del I marqués de Castilleja del Campo. En 1579, su propio padre, hijo del licenciado Castañeda y de Isabel de Cartagena, pasaba al Perú como mercader (AGI, Pasajeros, L.6, E.1635). Los Cartagena emparentarían con los Neve, y estos a su vez, por matrimonio, con los Saavedra.
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Finalmente don Luis de Araoz sería, a su vez, el progenitor de don Francisco de Araoz Montalvo, uno de los fundadores de la Maestranza sevillana, que casaría con doña María de Guzmán Ribera. Hasta aquí vemos claramente la línea genealógica que nos lleva, desde la segunda mitad del siglo XV, hasta los años finales del XVII; y apreciamos también como, en estos dos siglos, un linaje muy vinculado al Cabildo y a la administración de la ciudad desde la juraduría ostentada por Garci Sánchez –en manos de los Araoz como veinticuatros estarían cargos municipales y oficiales de importancia, como una escribanía del Cabildo, la alcaidía del castillo de Triana, una alcaidía de la Santa Hermandad por el estado noble o el alguacilazgo mayor de la Audiencia-, y que ostentaría asimismo cargos por el estado noble en localidades como Palomares o Carmona o el señorío jurisdiccional de otras como Bormujos, en nombre del cabildo sevillano, se había asimilado con toda seguridad a otros linajes urbanos cuya nobleza y limpieza eran, en teoría, indiscutidas: tan lejos de la memoria colectiva estaban los problemas familiares con la Inquisición por su activo judaísmo que, en la incoación del expediente de Santiago de don Luis de Araoz Montalvo en 1644 el único problema serio –como nos indica Domínguez Ortiz610- que encontraron los informantes fue el carácter controvertido y pendenciero de su tío Alonso Rodríguez de Montalvo, al que no se le despachó por ello el hábito calatravo, como “hombre de muçha condiçion y amigo de pendençias”. No fueron mayor inconveniente para su obtención –aunque no dejó de aludirse a alguno de estos hechos en las probanzas- ni el preocupante apellido Prado (que todavía constaba como portado por conocidos conversos) ni su dedicación activa al comercio –don Luis figuró en las juntas del Consulado sevillano hasta 1658- ni, por supuesto, las repetidas penas impuestas a los recalcitrantes Araoz y sus parientes en los últimos años del siglo XV y los primeros del XVI, ya virtualmente olvidadas por entonces611. 610
Vid. Domínguez Ortiz, A., Comercio y Blasones... Es no poco interesante apreciar, en algunas páginas del expediente de don Luis, alusiones al controvertido “asunto de los hábitos”, tales como esta: “que la causa de no averse despachado su ábito [se refiere al tío del pretendiente, don Alonso Ramírez de Montalvo, que no recibió el de Calatrava: AHN, Órdenes Militares, Calatrava, Exp. 2155 y expedientillo nº 9853] no fue falta de limpieça, ni de nobleça, en ninguno de sus apellidos, porque todos son notoriamente nobles i limpios, sino auer sido hombre rígido, de mala condiçion i muchos enemigos, que en la ocassion 611
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II
Este pasado controvertido no salió, por tanto, a plena luz al realizarse las pruebas de admisión en la orden de Santiago de don Luis de Araoz Montalvo en 1644 612: los informantes de las mismas, don Ramón de Vega y don Juan García Guerrero hacían constar cómo a don Francisco de Araoz, padre de don Luis, y a este mismo se les había devuelto en repetidas ocasiones la blanca “antigua” de la carne; y como don Francisco, don Alonso y don Pedro Araoz de Prado habían obtenido la vara de alcaldes de los hijosdalgo de Palomares, donde tenían “muçha haçienda raíz”, con la que “se tratan y se an tratado con con mucho lucimiento y autoridad con los frutos y rentas de sus mayorazgos”, obteniendo –por otras líneas familiares- diversas familiaturas de la Inquisición, además de los hábitos (de Calatrava y Alcántara) que ostentaban sus parientes Quintanilla. Don Alonso Ramírez de Montalvo, su tío, había sido también veinticuatro de Sevilla, aunque como decimos su fiero carácter le había granjeado numerosos –y poderososenemigos. Los testigos, igualmente, concordaban en la idoneidad de don Luis
de su Auito, se quissieron bengar dél enuaraçandole el despacho [...].” Vemos –como ya habíamos indicado en nuestras referencias a los linajudos-, como la ocasión de la concesión de un hábito podía traer no poca cola para su postulante. Sin embargo, merece la pena que nos detengamos en la instrucción del expediente de don Alonso Ramírez de Montalvo: realmente, el problema por el cual nunca recibió la ansiada distinción no fue solo su desacomodado genio, sino también su entorno familiar. El asunto de este hábito se mezclará con la política, y en concreto con el enfrentamiento que mantenían en el cabildo sevillano los partidarios de Olivares y sus contrarios (vid. el epígrafe Pineda en este trabajo). Morovelli, uno de los más relevantes linajudos del momento y enemigo acérrimo del pretendiente, fue el caballo de batalla que dirigió la ofensiva contra Montalvo, cuestionando la limpieza de los Quintanilla de Lora del Río, de los Prado y de los Sarmiento (estos últimos a su vez descendían de los conversos Dávila, concretamente del secretario de los Reyes Católicos, Alonso Dávila). El entorno familiar de estos últimos linajes era, realmente, conflictivo: enlazados con los Alcocer, entre otros linajes de origen converso –además, por supuesto, de los Araoz-, con los Susán y con los Benadeva, conformaba un completo repertorio de linajes conversos y penitenciados (Vid. Pike, Linajudos..., pp. 84 y ss). Finalmente, el hábito nunca se concedió: y no creemos, en vista de todos estos inconvenientes, que la única causa de no haberse expedido fuera el mal carácter del pretendiente. 612 AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 529. Sin embargo, como veremos, el expediente no dejó de tener sus problemas.
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para recibir su hábito613, al tener “hacienda creçida eredada de sus padres y abuelos”, “haber emparentado con lo más notorio y calificado” de la ciudad, ver
a los demás caballeros de esta ciudad acompañarse del dho. pretendiente en actos públicos y otras muchas ocaçiones con toda la nobleça de seuilla y titulos della uiendolos a ellos a su lado y a el a los suyos con mucha familiaridad y amistad [...] en todas las fiestas y conçiertos de actos públicos que no se haçe si no es entre los mismos caualleros, y demás de la notoriedad pública voz y fama que ay en esta çiudad614
y no tener mancha ni baldón alguno en su limpieza de sangre, ni haber sido penitenciados en el pasado, como demostraban las repetidas pruebas de limpieza que se habían realizado a diversos miembros del linaje (con lo que vemos, obviamente, el valor real de dichas pruebas); al igual que mantenían que los Araoz y sus parientes nunca habían dedicado sus oficios a la mercadería o al comercio, afirmaciones estas últimas no poco paradójicas, como hemos visto. Una vez examinados los testigos –que no se salieron del guión originalmente acordado para sus testimonios- los informantes revisaron los libros de cabildo sevillanos, comprobando las blancas de la carne615. Pasarían después a la parroquial de San Martín (donde los Araoz habían terminado instalándose, tras
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Se trataba –entre otros- de varios significados testigos en diversos expedientes de órdenes instados en la ciudad por esos años: don Diego Ponce de León, del hábito de Santiago; don Juan de la Fuente Almonte, de Santiago y alcalde mayor de Sevilla (a quien ya conocemos); don Diego Caballero de Cabrera (exponente de una de las más notorias familias conversas de Sevilla, los Caballero, ya emparentada en el pasado con los Araoz); don Tomás de Castañeda y Villaseñor, que será suegro de don Luis (también emparentados los Castañeda en el pasado con los propios Araoz, volvieron a enlazar con ellos gracias al matrimonio de doña María de Castañeda con el propio don Luis); el deán don Francisco Monsalve; el marqués de Valencina, del orden de Calatrava, don Luis Ortiz de Zúñiga Ponce de León; el caballero de Calatrava don Juan de Villacís y Sandoval, hijo del conde de Peñaflor; el licenciado Francisco Jorge del Carpio, clérigo de menores (los Jorge habían sido conocidos mercaderes sevillanos de origen converso en el siglo XVI); o don Francisco de Guzmán Ribera (cuya hija doña María de Guzmán Ribera casaría con Francisco de Araoz, hijo del aspirante al hábito, con lo que podemos apreciar la muy relativa imparcialidad de los testimonios). 614 Prueba de ello es su ingreso en la hermandad de la Santa Caridad en 1678 (AHSC, Libro de Asiento de Hermanos..., f. 246). 615 En 1636 y 1639 se había devuelto a don Alonso Ramírez de Montalvo; en 1638, a don Francisco Araoz de Prado; a don Luis de Araoz, en 1641.
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su traslado de la controvertida collación de San Bartolomé) 616, en donde tomarían nota del bautismo de don Luis617. De ahí pasarían a la villa de Palomares, en donde entrevistarían nuevos testigos618, y en donde don Luis gozaba de una cuantiosa renta y propiedades, como la importante hacienda de Torrequemada619, y en donde el linaje era considerado como noble desde tiempo inmemorial. Pasarían a pedir posteriormente los padrones y libros de elecciones, por los que se colegía que Pedro Araoz de Prado había sido recibido como alcaide de la Hermandad en 1625, y Francisco Araoz de Prado cuatro años más tarde. Estos testimonios sin embargo no parecieron suficientes al Consejo de las Órdenes, que al no ver claras las pruebas envió a dos nuevos informantes –don Melchor Pérez de Varáiz y el licenciado Bartolomé Fernández Nieto- para rehacer las testificales del pretendiente620. Nada menos que noventa y dos testigos más621, además de los 616
Collación, la de San Martín, en la que se avecindaban otros fundadores de la institución como don Francisco Carrillo de Albornoz. 617 “En viernes cinco dias de el mes de março de mil y seiscientos y diez años yo el bachiller marcos rodriguez beneficiado y cura de esta iglesia de el Sr. San martin de seuilla baptiçe a luis hijo legítimo de don fran.co araoz de prado y de dª. Ana ramirez de montaluo su muger. fue su padrino don Pedro araoz de prado presbitero uecino de esta collaçion, de chatecismo y exorcismos, y fuele amonestada la cognacion espiritual en fe de lo qual lo firme fecho ut supra el Bachyller marcos rodriguez”. 618 El hacendado don Diego de Ribera y Casaus, el pechero Luis Sánchez, el alguacil Alonso García, Lorenzo Martín, Pedro Gallegos y Juan García. 619 Se indica en el expediente que, al gozar don Luis de una cuantiosa renta eclesiástica, no le fue posible –debido a una incompatibilidad aneja a su disfrute- gozar en repetidas ocasiones de la alcaldía por el estado noble de la villa (un juro a su favor por 150.000 maravedís en AGS, Contaduría de Mercedes, 1408, 10). Uno de los testimonios nos muestra –tal vez impremeditadamente- cuál era el mecanismo utilizado en repetidas ocasiones para conseguir ser calificado como miembro del estado noble, lo que posteriormente permitiría dar el salto para la obtención de nuevos honores: “Y si no fuera tan conoçida su nobleça y sangre se les ubiera repartido [los pechos o tributos] y empadronado como se ace y á echo con otros que tienen hacienda en este término y se an querido introduzir por hijos de algo nobles y no se les a consentido por no ser hijos de algo de sangre [...].” 620 Lógicamente no enumeraremos a los testigos en su totalidad debido a su elevado número, aunque destacamos a algunos de ellos, por su obvio interés: testificaron Francisco de Rioja, el conocido poeta sevillano y testaferro de Olivares; el dominico fray Juan Ponce de León; don Diego de Ribera y Casaus; Juan de Tapia (sobre los Tapia, no poco controvertidos, hablaremos con mayor detalle más adelante); Miguel de Chaporta (socio, por cierto, de los Araoz y de otros fundadores en no pocos negocios, y futuro consuegro de don Francisco Carrillo de Albornoz); el veinticuatro Luis de Medina; el conocido genealogista don Juan Ramírez de Guzmán; Juan de Sotomayor, alguacil mayor de la Cruzada; don Ginés Hidalgo de Valdelaguna, abogado de la Real Audiencia; don Fernando de Almonte y Ribera (aparecen aquí de nuevo nuestros ya conocidos Almonte, frecuentes testigos en numerosos expedientes de órdenes); los veinticuatros Jerónimo Ortiz de Sandoval y don Francisco de Jáuregui; Baltasar Gómez de Espinosa, caballero de Santiago; don Miguel de Jáuregui y Guzmán, de Calatrava, señor de Gandul y Marchenilla y veinticuatro de Sevilla; Juan Contador de Albo, veinticuatro de Sevilla (aparecen aquí, aunque nos hemos referido a ellos unas líneas más atrás, los Contador de Baena; ejemplo también de linaje
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que ya habían sido entrevistados en la primera tanda de interrogatorios, que incidieron de nuevo, al igual que los primeros, en la “conocida calidad” del pretendiente y de su familia, “gente noble y prinçipal” sin diferir en cosa alguna de los testimonios aportados por el primer grupo. Sin embargo, los informantes insistieron durante el interrogatorio en preguntarles si sabían o habían oído
que se aya murmurado o aya abido algún rrumor de que se ayan despachado los actos positibos de limpieça, que diçe a oydo que tiene el pretendiente, y si para conseguirlos, se a murmurado que an sido adquiridos por fabor, o an culpado algun ministro de la ynquisiçion por aberles ayudado juzgando, que no an sido lejitimamente adqueridos.
Fueron también interrogados repetidamente acerca de la limpieza de los Prado (por lo que se veía, a los Araoz no se les cuestionaba). Tal insistencia no deja de ser, como poco, sorprendente, al igual que el más que denso número de testigos entrevistados, y nos indica que los informantes venían posiblemente prevenidos: cuando el río sonaba...622 El caso es que, aunque los informantes ofrecieron una valoración positiva de las pruebas del pretendiente, en el Consejo se exigió la converso, un capítulo de este trabajo versa en exclusiva sobre ellos). Seguirían los testimonios de don Luis de Ávila, de Santiago; del contador mayor de la Inquisición Francisco López de la Torre; de don Gonzalo de Saavedra Monsalve, veinticuatro de Sevilla; de don Cristóbal de Aranda y Torres, alcalde mayor de la ciudad; de don Rodrigo Ortiz de Vadillo, veinticuatro y perteneciente a la orden de Santiago; de don Juan de Cárdenas y Saavedra Manrique; de Juan de Segura Alemán (de nuevo nos aparecen testigos vinculados al planeta converso sevillano: los Segura y los Alemán habían sido cuestionados desde muy tempranas fechas por sus orígenes judaicos); de don Fernando de Medina Guzmán, veinticuatro y alguacil mayor de la Audiencia; de don Luis de Medina, de Calatrava; de don Francisco de Valdés Godoy, juez oficial alguacil mayor de la Casa de la Contratación; o de don Alonso Martel, de Santiago. Como vemos, todo un completo retrato de la sociedad sevillana del momento. 621 El número habitual de testigos interrogados pasaba escasamente de veinte en cada villa de su naturaleza; en algunas de ellas, incluso, no llegaban ni siquiera a la decena. Por ello, este elevado número no deja de sorprendernos: no pocas dudas tendrían sobre la concesión del hábito en el Consejo de Órdenes al mandar a los informantes realizar una pesquisa tan amplia. 622 No era extraño que sonara, y mucho: los Prado procedían de Toledo, en donde había sido condenado por la Inquisición el doctor Pedro García, cuya nieta Gracia de Prado era antepasada común de los Araoz, los Castañeda, los Caballero o los Alcázar sevillanos (AHN, Inquisición, L. 574, ff. 65r-65v). Los Prado –mercaderes y traperos, es decir, comerciantes en ropas y telastuvieron una abundante relación comercial, además de familiar, con estos linajes y con otros – como los Marmolejo- vinculados a su común sangre conversa (Vid. Gil, J. (2001), V, pp. 102-109). Tampoco sería extraño que para la ocasión (y con este entorno familiar más todavía) llegara en su día algún anónimo al Consejo, dadas las prevenciones que los informantes estaban teniendo con el expediente.
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revisión de las probanzas que, para Calatrava, había realizado en 1624 don Alonso Ramírez de Montalvo y cuyo hábito nunca se le concedió. Finalmente, en febrero de 1645 se acordó la concesión a don Luis de Araoz, tras un proceso que, como vemos, puede servir de ejemplo por lo tedioso de su instrucción: pese a las dificultades, los Araoz habían conseguido la tan anhelada dignidad. La obtención del hábito abriría para los Araoz la posibilidad de garantizar –por fin- la seguridad y tranquilidad dentro de un estatus privilegiado al que, en realidad, no habían dejado de pertenecer desde su ingreso en el cabildo sevillano623: los inconvenientes causados por la Inquisición siglos atrás habían sido finalmente olvidados624 –recordemos cómo don Luis de Araoz alternaba naturalmente con los próceres sevillanos de más lustre allá por los años de la realización de su expediente-, y no fueron óbice para que, por ejemplo, su hijo Francisco ingresara en otras corporaciones de prestigio, como la hermandad de la Santa Caridad, en esos momentos en proceso de una virtual refundación llevada a cabo por su hermano mayor, don Miguel Mañara, y en donde sería recibido como hermano en 1678625. Desde este momento, los Araoz abrirán su espectro matrimonial, alcanzando enlaces de mayor calidad: un ejemplo de ello sería el matrimonio de don Francisco de Araoz con doña María de Guzmán Ribera, descendiente de una rama de los prestigiosos Guzmanes sevillanos626. Don Francisco y doña María 623
Ejemplo de ello es que el conocido bibliófilo sevillano don Francisco de Araoz casara con doña Isabel de Toledo, hermana del primer conde de Cedillo, otro linaje de reconocidos conversos, emparentados con otros linajes que estudiamos, como los Ramírez de Arellano Toledo (Vid. Salazar y Castro, Árboles de Costados..., p. 138). Nieto de este don Francisco sería asimismo don Francisco de Medina Araoz y Toledo, conde de la Ribera, del que nos dice Ortiz de Zúñiga, Anales..., III, p. 300, que “los Condes de la Ribera (en quienes se conserva única varonía de los Medinas antiguos de Sevilla) tienen el estimable grado de proceder por varonía de conquistadores, y tan antiguo aquí su domicilio. Es suya la vara del Alguacilazgo mayor de la Real Audiencia, y otras inferiores, y casa á la Parroquia de San Vicente, uno y otro por apellido y mayorazgo de Araoz”. Hay árbol de costados del último –del que su tío don Luis era administrador- en BRAH, Salazar y Castro, D-20, fº 204, nº 21943. Otro en D-21, fº 336, nº 22771. Y en D-22, fº 11, nº 22835, y D-50, fº 102, nº 29591. 624 Diversos testimonios de ello en los expedientes de las blancas de la carne: AMS, Libros de Actas Capitulares, septiembre de 1651, junio de 1655, mayo de 1666; AMS, Libros de Cuentas de Propios, junio de 1641, septiembre de 1651, junio de 1666; AMS, Libros de Escribanías de Cabildo, Sección IV, tomo 42, nº 24, expediente de veinticuatro de Juan Antonio de Andrade y Salazar, 1697. AMS, Varios Antiguos, 482-483, legajo 2º, expediente de veinticuatro de Francisco Suárez de Urbina, 1683. 625 AHSC, Libro de Asiento de Hermanos..., f. 246. 626 Don Pedro de Guzmán Ribera instaría expediente de Calatrava en 1624: AHN, Órdenes Militares, Expedientillos, N.9860. Su sobrina doña Catalina de Guzmán Ribera casaría con don
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serían, igualmente, consuegros de Alejandro Jácome de Linden, calatravo y alguacil mayor de la Audiencia de la ciudad, y de Leonor Manuel de Céspedes 627, con lo que su relación se ampliaría hacia el linaje de los nuevos marqueses de Tablantes. La abundante documentación conservada sobre ellos nos muestra que los Araoz no volvieron a ser cuestionados por estos asuntos628.
Toda esta tranquilidad y seguridad, evidentemente, había que pagarla: para ello, al igual que para poder realizar enlaces concertados, el dinero –se obtuviera como se obtuviese- era el bagaje fundamental con el que podían alcanzarse tan deseados extremos. Los Araoz se convirtieron en importantes propietarios rurales629, invirtiendo en fincas y en tierras en diversas localidades sus ingresos, que les permitirían como decimos concertar enlaces ventajosos y dotar con largueza a sus descendientes, como podemos apreciar en sus capitulaciones matrimoniales, firmadas con los Jácome, los Guzmán Ribera o los Cervantes Mendoza630. El dinero que lo había pagado todo provenía, en buena parte, del Diego Laso de la Vega en 1694 (AHN, Órdenes Militares, Casamiento Calatrava, Exp. 333). Don Pedro de Guzmán Ribera, hijo de don Juan de Ribera y de doña Catalina de Medina Villavicencio, poseía dos mayorazgos: uno en Paternilla de los Judíos (Espartinas) y otro en Lebrija. Más información sobre los Guzmán Ribera sevillanos, en las pruebas de Santiago de Juan de Guzmán Ribera (1738). AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 3799. Los Guzmán Ribera descendían de los señores de la Serrezuela, don Pedro de Guzmán y doña María Dávalos (Vid. Ramírez de Guzmán, J., Libro..., ff. 81 y ss). 627 Hay blanca de la carne de sus nietos entre 1728-30 (Díaz de Noriega y Pubul, J., La Blanca de la Carne..., I, p. 199). Nos referiremos posteriormente a él, cuando hablemos del primer marqués de Tablantes. 628 Figuran diversas blancas de la carne de don Francisco (AMS, Libros de Actas Capitulares, agosto de 1679, mayo de 1681, octubre de 1683. AMS, Libro de Cuentas de Propios, agosto de 1679, abril de 1681. AMS, Libros de Escribanía de Cabildo, Sección IV, tomo 9, nº 34, años 1679, 1681, 1683) y de su viuda María de Guzmán Ribera, tutora de su hijo Luis Antonio de Araoz Guzmán y Ribera (AMS, Libro de Actas Capitulares, abril de 1684; AMS, Libros de Cuentas de Propios, diciembre de 1680, abril de 1684, junio de 1690, octubre de 1693. AMS, Libros de Escribanía de Cabildo, Sección IV, tomo 9, nº 34, año 1684). 629 AHPSe, Leg. 2766, año 1687, f. 1557: Juan de Mendoza Maté de Luna y María Pinto de León, vecinos de San Vicente, venden a don Francisco de Araoz una casa, lagar, bodega, vasijas, etc. del patronato de don Juan Pinto de León y doña María Fernández Machado su mujer, con un tributo de 7.159 reales de vellón en la villa de Manzanilla. 20 de noviembre. 630 AHPSe, Leg. 2787 (1695), f.234, Ante doña María de Guzmán, viuda de don Francisco de Araoz, vecina de San Marcos, se firman las capitulaciones con los Jácome para el matrimonio de don Luis y doña Leonor Rosa Jácome de Linden, vecina de San Miguel, hija de don Alejandro Jácome y de doña Leonor Manuel de Céspedes, su primera mujer. La dote tendrá una cuantía de 6.700 ducados de vellón, en dinero y en el valor de unas casas en la calle Ancha de San Martin, en tributos (p. ej. del almojarifazgo) y en objetos decorativos y para la casa. El novio llevaba el usufructo de los mayorazgos que fundaron el P. Luis de Araoz por poder de su sobrino don Pedro Araoz de Prado, el fundado por don Luis de Araoz y doña María de Castañeda y el propio de doña
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préstamo: don Luis de Araoz se convertía en un emprendedor banquero y prestamista, actividad en la que destacaría hasta su muerte, y que le permitiría realizar con su hacienda números muy redondos631, que complementaría con la Maria de Castañeda, al que sucedió por muerte de don Francisco su padre, y que se componían de una hacienda “que llaman Torrequemada, con casa, bodega, lagares y vasijas” en el Aljarafe; cien aranzadas de tierra en Almensilla, en viñas puestas en arrendamiento a siete reales anuales por aranzada; ochenta más en Bollullos; unas casas en Almensilla arrendadas en 14 ducados, dos casas principales en San Martín, a 3.000 reales anuales, un juro en las alcabalas de 1.000 ducados de renta anual, un juro de millones de 10.000 reales de renta, otro sobre los estados del duque de Veragua de 1.800 reales, otro del estado de Osuna de 3.400 reales, otro más de 70 ducados, un patronato en la Casa de la Misericordia por 2.000 ducados anuales, casas en la calle Francos y en la de las Escobas, y otra en la calle de Castellón. Su madre adjudicaba al hijo diversos enseres, muebles y joyas; le daba 2.000 ducados en arras a la prometida y 200 ducados anuales de renta. El novio le garantizaba a su madre una renta de 300 ducados al año. Véase también AHPSe, Leg. 598, 1671, f. 266, capitulaciones entre don Joseph de Araoz Montalvo, segundo hijo de don Luis de Araoz, de 19 años y doña Ana María de Cervantes y Mendoza, de 17 años, hija de don Alonso de Cervantes y Mendoza y de doña Leonor de Casaus y Quintanilla, en las casas de los Araoz en San Marcos, el 25 de enero. Casaban el 2 de febrero. Daban sus padres a don José como capital 30.000 ducados, en una hacienda en Espartinas, en la calle Real, y viñas en Bollullos de la Mitación, con casa, bodega, lagar y 6.000 arrobas de vasijas, con 17 aranzadas de viñas en el pago de las Perdidillas, hacienda que sus padres compraron en 12 de enero de 1655 ante Juan Manuel de Dueñas, con una atarazana comprada a doña Violante Pioli, ante Juan Manuel de Dueñas el 2 de febrero de 1662. El nuevo matrimonio residiría en Carmona. Les ofrecían también 400 ducados anuales de renta hasta un total de 8.000; un tributo de 5.000 ducados sobre la villa de Morón; otro tributo de 2.000 ducados sobre los bienes de doña Feliciana Ossorio Pacheco, vecina de Sevilla; y otros 3.000 ducados entregados el dia del matrimonio, en alhajas y menaje. los Cervantes daban por dote a su hija unas casas en Carmona, “en la costanilla que baja a la calle de s. felipe”, la renta del cortijo de la Dehesilla de los Escuderos en Carmona, del mayorazgo de su suegra, mas 4.000 ducados en moneda. Como arras, la novia recibía 2.000 ducados. 631 Hemos de decir que los protocolos de la Escribanía 1 de Sevilla están trufados durante un importante número de años de préstamos y cartas de pago signados por don Luis. Algunos ejemplos: AHPSe, Leg. 597, 1670, f. 1316, don Luis de Araoz, alguacil mayor de la Audiencia, presta a Antonio de Lumbreras, vecino de Huévar, 2.400 reales de vellón, el 3 de diciembre. En f. 1245, da carta de pago a Gaspar de Paredes, por 600 pesos de a ocho reales de plata, el 1 de diciembre. En f. 300, da carta de pago al duque de Veragua, como poseedor del mayorazgo que en el había renunciado su sobrino Martín de Araoz, de 1.815 reales de vellón por la renta de un año de un tributo de 150 ducados de renta anual sobre sus estados, el 28 de agosto. En f. 99 da carta de pago a Sebastián Mejía por 1.400 reales de vellón como pago de dos bueyes, el 4 de agosto. AHPSe, Leg. 601, 1672, f. 877, recibe de Alonso Camacho, alguacil de vara de la Audiencia, 4.000 reales en precio de su oficio, el 12 abril. En f. 431, daba carta de pago a los albaceas de don Alonso Fernández Marmolejo por 2.000 reales de vellón, el 10 de febrero. En f. 136, da poder para cobrar en Indias por venta de generos, el 16 de enero. AHPSe, Leg. 602, 1672, f. 290, da carta de pago a Gaspar de Paredes por 600 pesos, el 23 mayo. En f. 502, arrendaba a don Pedro Galeazo de Peralta una casa de su mayorazgo en la calle Ancha de San Martín por dos años, por 2.000 reales al año, el 11 de junio. En f. 545, da carta de pago a don Sebastián de Guzmán Cárdenas y Zúñiga, del orden de calatrava, de 4.626 reales de vellón, el 21 de junio. En f. 989, recibía del conde de Gerena 2.400 reales de vellón por la renta de un año de una casa en la calle de San Martín del ultimo año que la vivió el conde, el 24 de julio. En f. 1.005, da carta de pago a don Ignacio de Aguirre por 1.000 reales de vellón, el 28 de julio. AHPSe, Leg. 605, 1673, F. 871: da carta de pago a su sobrino el conde de la Ribera, don Francisco Carrillo de Guzmán y Toledo, de los numerosos préstamos que le había hecho, hasta un monto total de 5.000 ducados, el 16 de junio. Arrendaba también una casa principal en San Martín a Sancho Muñoz de Ludeña, de la orden de Santiago, en 18 de mayo, por cuatro años y 3.000 reales de renta anual, f. 432.
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administración de los bienes de otros caballeros, como don Francisco de Vivero Galindo o el conde de la Ribera, su sobrino632. Estas actividades dejarían interesantes réditos, que permitirían a don Luis y a su hijo, don Francisco, dejar sustanciosos legados para la posteridad en sus testamentos: don Luis daba poder para testar a su esposa ante Bernardo García el 4 de febrero de 1676, antes de fallecer unos días más tarde633. Su hijo mayorazgo, don Francisco, fallecería sólo unos pocos años más tarde -el 8 de julio de 1683- en Madrid, a donde se había desplazado en seguimiento de sus intereses. ¿Cuáles eran estos intereses que hicieron desplazarse a don Francisco a la corte? sabemos que su dedicación “profesional”, si así queremos denominarla, se limitó en vida a ejercer el cargo que poseía en propiedad en la Audiencia sevillana, además de cuidar con detalle de sus intereses patrimoniales, vinculados fundamentalmente a sus propiedades rurales heredadas y a los juros que poseía634; este interés repentino en marchar a la corte en búsqueda de un beneficio nos hace pensar (lo que honestamente reconocemos que no podemos avalar con pruebas) que, como tantos otros 632
Sobre la administración de los bienes de don Francisco, véase el epígrafe Vivero Galindo de este trabajo. AHPSe, Leg. 602, 1672, en f. 309, tenia un poder del conde de la Ribera, y habia recibido en nombre suyo de don Cristóbal de Aguilar, vecino de Triana, 692 reales de vellón por rentas sobre ciertos bienes, el 25 de mayo. 633 AHPSe, Leg. 615, 1676, f. 453, testamento de don Luis de Araoz Montalvo, otorgado por su viuda, doña Maria de Castañeda, vecina de la collación de San Marcos, por el poder que su marido le otorgó el 4 de febrero de 1676. Había muerto el 25 de febrero, y fue sepultado en la iglesia de Montesión, con misa cantada, un novenario y manda de mil misas rezadas. Mejoraba a su primogénito Francisco con el mayorazgo, que heredaria su hermano José si no tuviera descendencia, o su hija Ana Manuela, casada con don Gaspar de Andrade y Salazar, y si no la hubiera ella tampoco, recaería en su sobrina doña Francisca de Medina Salazar, casada con el calatravo y almirante de galeones don Gonzalo Chacón, muy relacionado a través de diversos negocios con otros fundadores de la Maestranza, como el marqués de la Mina o don Francisco Gaspar de Monteser. Había dejado en los almacenes de Pedro Esteibar por cobrar 1.000 arrobas de aceite, que tenía en depósito, y detallaba cómo, en su día, daba a su mujer 2.000 ducados en arras, en las capitulaciones matrimoniales firmadas ante Luis Álvarez en agosto de 1645. Sus albaceas serían el canónigo Rodrigo de Quintanillla, don Leonardo de Navas, don Gonzalo Chacón y su propia viuda. 634 AHPSe, Leg. 623, 1679, f. 1.007: don Francisco de Araoz, poseedor del mayorazgo de su bisabuelo Pedro Araoz de Prado, da a tributo a Francisco Cabezas, vecino de Palomares, un solar con un pozo llamado del Albarcoque, de una aranzada, en el pago de Almensilla con cargo de cuatro gallinas, 18 de septiembre. Felipe IV le daba a su abuelo, Francisco de Araoz, licencia para poner sus bienes a tributo el 10 de septiembre de 1633. En leg. 634, f. 498, 1683, da poder a Juan de Salazar para cobrar rentas de los reales servicios de millones de Sevilla, el 24 de marzo). hizo también algunas otras incursiones, muy breves, en la vida municipal de la ciudad, usando de los habituales tejemanejes de cesiones y retrocesiones de cargos capitulares (AHPSe, Leg. 2750, 1682, f. 619, pide se le despache titulo de veinticuatro por haber renunciado en él don Luis Verdugo Guardiola y Guzmán, del orden de Santiago, en 24 de enero de 1681; él mismo lo renuncia el 28 de febrero, apenas un mes después).
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caballeros de la ciudad, quizás don Francisco recorría días antes de su muerte los pasillos de la corte buscando el favor de un título nobiliario, que nunca obtendría al fallecer repentinamente. Algún tiempo después le llegaban estas noticias (las de su muerte) a su viuda, que
Hauiendo tenido Notiçia qº el dho su marido Auia falleçido en la Villa de Madrid en el Correo de esta semana reziuio vn Pliego de Carttas y en el vn traslado del Poder qº la Dio el dho su marido para qº Hiziese y otorgase su testamento [...]635,
que otorgaría de seguido, mandando hacer igualmente el inventario de bienes de don Francisco, no excesivamente detallado, sin embargo636, que puede darnos 635
AHPSe, Leg. 635, 1683, f. 894, poder para testar de don Francisco de Araoz Montalvo, vecino de Sevilla, residente en Madrid. Otorgado Ante Juan de Medina, en Madrid, el 8 de julio de 1683. Se abría el testamento en dicha ciudad, el 12 de julio de 1683. Otorga el poder a a su mujer, doña María de Guzmán Ribera. Mandaba doscientas misas rezadas por su ánima, y declaraba como su sucesor en sus mayorazgos a su hijo Luis, de trece años, nombrando por su tutora a su madre, para la que pedía se le pagara su dote sin pedirle razón, “de lo mejor de sus bienes”, con las arras. Nombraba como su albacea testamentaria a su tía doña Josefa de Monteser, a su madre doña María de Castañeda y a su mujer doña María de Guzmán, a don Juan de la Torre Carbonera –lo veremos aparecer en otros testamentos, como el de don Agustín de Guzmán Portocarrero-, don Alonso Fajardo, don Antonio de Figueroa y don Manuel Enríquez. Dejaba una lista aparte de sus deudas, y pedía se vendiesen y rematasen sus bienes para cumplir con los pagos, que eran los siguientes: a don Francisco Eminente debía cerca de 700 pesos; al mercader de telas inglés Diego Burquinel una cantidad indeterminada, “corta”, sin embargo, según indicaba. Pedía se preguntara en las tiendas de la calle de los Francos de Sevilla “si debía alguna cantidad” a otros mercaderes. Algunas cantidades para comprar cebada, que le debía a don José Álvarez Pellicer; al capitán Joseph Ruiz Calzado otras cantidades que no indicaba; al capitán Juan Ruiz de Ahumada, en Cádiz, 50 pesos; a los comerciantes de la calle Nueva de Cádiz, “habría de ajustarse quánto les debía”; pedía se ajustara la cuenta a su criado Juan José, y se le ofreciera seguir sirviendo a su hijo, dejandole cincuenta arrobas de vino de legado, dejando otros legados menores para sus criados. Doña María de Guzmán, que aceptaba la herencia, declaraba que sus padres le ofrecieron de dote ante el escribano Juan Manuel de Dueñas 4.000 ducados en parte de un tributo de 8.000 ducados, mas 2.000 ducados en el valor de unas casas en la collación de Santa Catalina, cuatrocientas botijas de aceite y otras cuatrocientas de vino de la hacienda de Paternilla, un estrado, almohadas, sillas, taburetes y “unas calabaças de perlas”. En Sevilla, el 1 de septiembre de 1683. 636 AHPSe, Leg. 635, 1683, f. 897, inventario de bienes de don Francisco de Araoz, el 1 de septiembre de 1683, ante Bernardo García. Entre otros, figuran “Vna colgadura de Bruzelas Paños de Cortes Ystoria de lucrezia”, una alfombra, una cama de granadillo con colgadura verde, otra colgadura de cama “de damasco carmezi con caracol de oro”, almohadas de terciopelo y damasco, dos contadores de concha, ébano y marfil y otros dos menos valiosos, un bufete de caoba, un par de escritorios, varios lienzos –entre otros, una serie de un Apostolado, una Entrada en Jerusalén, una Santa Catalina, un Moisés, un Daniel ante los leones, varias Vírgenes-, algunos espejos y un biombo, sillas de vaqueta, un arcón y diversas arquetas, colchones, sábanas, unos tapices con la historia de Tobías y una esclava llamada Catalina, además de trece yeguas, un escaparate para ropa, cuatrocientas arrobas de vino procedentes de la hacienda de Torrequemada junto a un número indeterminado de arrobas de mosto, además de las cantidades pendientes de cobrar de los juros sobre millones y los tributos de don Francisco.
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una idea de la abundancia de bienes con los que nuestros Araoz veían, en las últimas décadas del siglo, asegurado su porvenir. Dejaba igualmente alguna incómoda manda, que su viuda cumpliría sin embargo escrupulosamente:
Declaro tengo Vna hija que la huue siendo casado en cierta muger que por la decençia no la nombro, y se llama la dha mi hija Dª maria de Castañeda que reside en la dha Ciud. en compañia de su madre y la conoze mui bien don Henrrique de Rivera mi hermano. y por el paternal amor Cariño y Voluntº que la tengo a la dha Dª Maria de Castañeda mi hija y por amor de Dios la mando Dos mill Ducados de vellon por Vna bez para ayuda de tomar estado de Religion o matrimonio a su Voluntad [...].
Finalmente, y como conclusión –a modo de balance final de todo cuanto hemos expuesto en este epígrafe- sólo queda decir que los tres mayorazgos de los que gozaron, los juros y tributos, los censos, las haciendas de Torrequemada y Paternilla, los hábitos de órdenes; el estatus social en suma que aportaban las riquezas, las relaciones, los cargos que ostentaban, el prestigio y la imagen pública que ofrecían ante la atenta mirada de la sociedad entre la que se encuadraban nos indican claramente que, como vemos, nuestros Araoz habían conseguido finalmente su ansiado objetivo. La asimilación era un hecho, y olvidados los pasados y ya muy lejanos conflictos, podían mirar al futuro con una cierta tranquilidad: la que les daba verse a sí mismos
acompañarse a los demás caballeros de esta ciudad [...] con toda la nobleça de seuilla y titulos della [...] con mucha familiaridad y amistad [...]637,
como miembros ya de pleno derecho de la versátil aristocracia sevillana del momento, junto a la cual formaban en la que se convertiría –tal vez al principio involuntariamente- en la agrupación por excelencia que acogería en el futuro a los más relevantes miembros de esta clase social en la ciudad andaluza.
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Reiteramos parcialmente la cita por lo ilustrativa: en AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 529.
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BAZÁN
LINAJE DE DON FRANCISCO BAZÁN Y FIGUEROA
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I
N
o tan conocidos como sus famosos parientes los almirantes, nos ocuparemos a continuación de los Bazán de Jerez de los Caballeros, que
disfrutaron del señorío de la Granja y de otros mayorazgos, como el de los Bolsicos638, y cuyo descendiente, don Francisco Bazán y Figueroa sería el primer secretario de la Maestranza sevillana; su hermana, doña Lorenza, recibiría de Carlos II el marquesado de la Granja en 1679, un año inflacionista, como recordaremos, dentro del calendario de concesión de títulos carolino. Nos encontramos aquí también de lleno con el problema de la homonimia, que llevaba a Liehr (1981) a identificar a Francisco Bazán con el homónimo gobernador de Yucatán en 1654, lo que, según entendemos, no es correcto639. 638
BRAH, Salazar y Castro, D-34, 27450, 5; 27451, 6; 27452, 7. El señorío de la Granja había sido fundado por Garci Pérez, alcalde de Casa y Corte y del consejo de Alfonso XI y Pedro I, I señor de la Granja y dehesa de Bobrales en Jerez de los Caballeros en 1346, y su mujer doña Aldonza Fernández de Bazán (Vid. Índice de la Colección de D. Luis de Salazar y Castro, tomo XLV, p. 127, T-71, nº 71.590. También en Valle Jaraquemada, F. de, Linajes de la Baja Extremadura. Fabiola de Publicaciones Hispalenses, Sevilla, 2007, p. 78). 639 Casaba éste (el gobernador) con doña Constanza de Rojas y Guzmán, y tuvo numerosa descendencia que le acompañaba en su viaje a la Nueva España, como declaraba en su expediente de pasajero a Indias: AGI, Contratación, 5431, N.1, R.4. También AGI, Indiferente, 2077, N.319. El expediente de Santiago de su hijo Gabriel Francisco de Bazán, en AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 916. Esta rama de los Bazán procedía de Toro. Acerca de la homonimia que indicamos entendemos que hemos de hacer alguna aclaración: teniendo en cuenta que el único dato que inicialmente poseíamos acerca de “don Francisco Bazán”, del que no se nos ofrecía en los registros que manejábamos ninguna referencia añadida, hemos en primer lugar rastreado –en el mismo ámbito y espacio temporal- de qué Francisco Bazán podría tratarse. En principio teníamos dos posibilidades: la primera sería la hipótesis manejada por Liehr en 1981, Francisco Bazán, señor de Peñalba, gobernador de Yucatán en 1654, padre de doña Mencía Bazán, esposa del primer marqués de Cortes de Graena, don Antonio Lope Pérez de Barradas Portocarrero. Aunque existía una relación familiar cierta con un linaje colateral a los que estudiamos (esto es, los Barradas de Guadix, vinculados por matrimonio con los Solís, como después veremos), no había otros puntos de encuentro con el resto de caballeros fundadores y la cronología hacía díficil –aunque tal vez no inviable- dicho supuesto: don Francisco era una generación anterior a la fundación de la propia Maestranza; su hijo, Gaspar de Bazán Herrera y Rojas nacía en agosto de 1631 (AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2900). Desechado el señor de Peñalba, hemos adoptado como más plausible la solución que aquí exponemos. Las afinidades son mayores y más repetidas; hay trato muy cercano entre estos Bazán, señores de la Granja, y otros linajes de la Maestranza con los que enlazan directamente por matrimonios, o tienen una cercana relación familiar, en fechas próximas a la fundación de la institución (caso de los Solís, los Saavedra, los Federigui y los Córdoba Laso de la Vega), además de coincidir explícitamente don Francisco en algunos momentos con otros fundadores, como se verá; e incluso un detalle que nos parece de interés nos ha convencido más aún de nuestra hipótesis: los Bazán no tienen continuidad en la Maestranza, al igual que tampoco la tuvo don Francisco, señor de la Granja, que no dejó descendencia; si la hubiera dejado, es muy plausible que alguno de sus descendientes –como hicieron, en general, los de los otros fundadores que sí tuvieron continuidad, o como de haber sido el mismo señor de
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Transcribimos a continuación algunas noticias sobre el linaje, que nos servirán de hilo conductor a lo largo de la relación que realizaremos sobre el mismo:
Juan Bazán, Señor de la Granja, que muriò año 1483 en la Batalla de la Axarquia de Malaga, fue Padre, ò Abuelo de Juan Bazàn, Señor de la Granja: contraxo matrimonio con Doña Mayor de Sylba, hija de Vasco Fernandez de Sylba, Segundo Señor de San Facundo, y Doña Juana de Mendoza y Sandoval, Padres de Don Pedro Bazàn, Capitan en Flandes; y Don Fernando Bazàn, Señor de la Granja, casò con Doña Mencia de Aguilar, hija de Don Rodrigo de Orellana, y Doña Isabel de Aguilar, Señores de Orellana la Vieja; segunda vez con Doña Ana de Guzmán, hija de Don Juan de Benavides, (hermano del Primer Marquès de Javalquinto) y Doña Isabel Bazàn su muger, (hermana del Primer Marquès de Santa Cruz) Padres de Don Francisco, Sucessor, y Doña Juana, muger de Fernando de Vega y Cárdenas, Cavallero del Orden de Santiago, y Señor del Mayorazgo de su Apellido en Xerez: Del primer matrimonio fue hija única Doña Isabel de Aguilar, que fue segunda muger de Don Fernando de Monroy, Cavallero del Orden de Alcántara, Señor de Monroy, y las Quebradas. El Don Francisco Bazàn, hijo unico varon de Don Fernando, y fue Cavallero del Orden de Alcantara, y Señor de la Granja, casò con su sobrina Doña María de Monroy, hija de Don Fernando, y Doña Isabel su media hermana, Padres de Don Juan Bazàn, Señor de la Granja, Gentil-Hombre de la Camara de Don Juan de Austria640, casò en Sevilla con Doña Cathalina de Solìs, hermana del Primer Marquès de Riansuela Don Francisco Gaspar de Solís, y hija mayor de Don Francisco Gaspar de Solìs Manrique y Ceròn, Señor de Riansuela, y Hojèn, Cavallero del Orden de Calatrava, y Ventiquatro de Sevilla; y de Doña Lorenza Ceròn de Hinestrosa su primera muger. De este matrimonio naciò Don Juan641 Bazán, que muriò sin hijos, y Doña Lorenza Bazàn, Primera Marquesa de la Granja [...]642. Peñalba, que tuvo varios hijos varones- hubieran seguido su ejemplo, lo que no sucedió. Formó parte con su padre, don Juan Bazán, de otras asociaciones en las que también se agruparon los primeros caballeros, caso de las hermandades de la Santa Caridad o de la Soledad; su propio padre, yerno de don Francisco Gaspar de Solís –abuelo este último, por tanto, de don Francisco-, combatió, al lado de otros miembros de la joven nobleza sevillana, algunos de ellos (caso de don Juan de Saavedra) también fundadores, en el motín de la Feria. Todo ello, unido, nos ha hecho decantarnos por esta opción en detrimento de la expuesta por Liehr. 640 Se refiere, obviamente, al hijo natural de Felipe IV. 641 Rivarola, de quien tomamos la referencia, copia aquí –errores incluídos- a Salazar y Castro, que nombra al descendiente varón de don Juan Bazán y doña Catalina de Solís como Juan. En cambio, las referencias recogidas en la blanca de la carne nos confirman a don Francisco como único hijo
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El error a la hora de transcribir, primero por Salazar y Castro y luego por Rivarola –que copiaba sin complejos al anterior- la descendencia correcta de don Juan Bazán y Figueroa y de doña Catalina de Solís nos provocó no pocas desazones hasta conseguir hallar, en el sorprendente cajón de sastre que aún son los poco explorados papeles del conde del Águila del Archivo Municipal de Sevilla, el pequeño pero exhaustivo manuscrito titulado Casa de los Solises de Sevilla, y en donde, al igual que en la documentación de la blanca de la carne custodiada en el mismo archivo, se nos ofrece la descendencia veraz de aquellos:
Dª Cathalina de Solis Manrique que casó con Dn. Juan Bazán, y Figueroa Sor. de la Granja, Menino de la Reyna dª Ysauel643, y Gentilhombre de la Cámara del Sor. Dn. Juan de Austria. Los quales tuvieron por hijos a Dn. Francisco Bazán, que casó con dª Leonor de Cordova, Ponze de León, y murio dho. Dn. Fran.co sin succezion. Los referidos Dn. Juan Bazan, y Dª. Cathalina [tuvieron] por Hija à Dª. Lorenza Bazán y Figueroa, Marquesa de la Granja, que casó con Dn. Nicolás de Córdova [Laso de la Vega], Ponze de León, Gral. de Galeones, y de las Galeras de Nápoles, de el Consº de Guerra de SM [...].
varón de Juan Bazán y Figueroa, señor de la Granja (que había muerto en 1670), y de Catalina de Solís Manrique. Era, por tanto, bisnieto del veinticuatro de Sevilla Fernando Bazán, y nieto del calatravo Francisco Bazán (las blancas de la carne de don Juan Bazán, en AMS, Libros de Actas Capitulares, junio de 1650, marzo de 1656, septiembre de 1658, julio de 1670. AMS, Libros de Cuentas de Propios, julio de 1650, marzo de 1656, septiembre de 1658, junio de 1663, julio de 1670. AMS, Libros de Escribanía de Cabildo, Sección IV, tomo 9, número 34, 1663). Las blancas de la carne de don Francisco, en AMS, Libros de Actas Capitulares, abril 1672; AMS, Libros de Escribanía de Cabildo, Sección IV, tomo 9, nº 31 y 34, 1672 (las blancas de la carne de su madre, doña Catalina de Solís Manrique, en AMS, Libros de Actas Capitulares, agosto de 1686; AMS, Libros de Cuentas de Propios, agosto 1686, noviembre 1693. AMS, Libros de Escribanía de Cabildo, Sección IV, tomo 9, nº 64-74, 1670; y nº 34, 1686). Su filiación correcta se nos confirma en AMS, Papeles del Conde del Águila (microfilme), rollo 73, número 5º, manuscrito titulado Casa de los Solises de Sevilla, como ahora veremos. 642 Rivarola, J.F., Monarquía Española, Blasón de su Nobleza, II (Madrid, 1736), p. 301. 643 Se trata lógicamente de doña Isabel de Borbón, hija de Enrique IV de Francia y de María de Médicis, primera esposa de Felipe IV. Su cercanía como menino de la reina con otros servidores del Alcázar madrileño lo puso sin duda en relación con otros linajes cercanos a la corte, que también serían fundadores de la institución sevillana (véanse los epígrafes Quirós, Guzmán, Saavedra y Toledo Ramírez de Arellano de este trabajo).
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Una vez garantizada la filiación de don Francisco, hijo primogénito de los señores de la Granja don Juan Bazán y Figueroa y doña Catalina de Solís Manrique 644, pasemos a ocuparnos ya con mayor detalle de su propio linaje, que, procedente de Extremadura y anteriormente, según quiere la tradición, del valle del Baztán navarro645, entroncaría ya en Sevilla con otras familias fundadoras de la corporación maestrante, como los Solís, los Federigui, los Saavedra o los Córdoba646. Alejándonos ya del origen baztanés de los propios Bazán, el primer miembro del linaje del que recoge algunos datos la historiografía 647 es el V señor de la Granja don Juan Bazán, del que Moreno de Vargas648 nos cuenta cómo fallecería en la retirada tras la toma fallida de la aldea del Molinete, en la que la orden de Santiago –de la que el finado era comendador de Almendralejo- sufrió sensibles pérdidas:
[...] El año siguiente de 1481 se comenzó la guerra de Granada, y de los primeros que fueron á ella fue el maestre D. Alonso de Cárdenas con los caballeros de su orden y gente de Mérida y de los otros lugares de la provincia de León. Hallóse en la toma del Alhama y Álora; recibió él y su gente muy gran daño en las sierras del Axerquia, y en la subida de una de ellas muy áspera murieron peleando, como
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Los padres de la última eran señores de Rianzuela (véase el epígrafe Solís de este trabajo). La filiación correcta la aporta igualmente Figueroa y Melgar, A. de, Estudio histórico sobre algunas familias españolas, I, Madrid 1965, p. 546. 645 De hecho las armas del linaje recogen los escaques de un tablero de ajedrez que conforma el escudo del valle, usado con frecuencia por otros linajes hidalgos procedentes de aquél, caso, por ejemplo, de los Azpilcueta: "un juego de agedrez escaqueado de blanco y negro", por el valor demostrado por los baztaneses en guerra con el reino de Francia. El 22 de mayo de 1397 Carlos III el Noble declaró que los habitantes del valle "sean mantenidos en sus condiciones de fidalguía e infançonía". 646 De hecho la propia sobrina de don Francisco, la II marquesa de la Granja doña Mariana de Bazán y Córdova, casaría con su primo don Fernando de Solís Manrique, a su vez II marqués de Rianzuela, en Madrid, el 7 de julio de 1687 (Vid. Salazar y Castro, L. de, Casa de Lara II, p. 419). 647 En BRAH, Salazar y Castro, D-34, 27450, 5; 27451, 6; y 27452, 7 se nos dan algunas noticias acerca de los primeros poseedores del señorío de la Granja. Se trata de una genealogía que llega hasta Juan Fernández de Bazán, padre de Aldonza Fernández de Bazán, mujer del licenciado Garci Pérez de Valladolid, I señor de la Granja por Alfonso XI, en 1346. El II señor será su hijo García Bazán, padre a su vez de Juan Bazán, III señor, confirmado por Juan I en la era de 1413, y que testó en Jerez de los Caballeros en el año de 1434. Este Juan sería padre de Fernando Bazán, IV señor, casado con Mayor de Silva, aunque una información de 1589 dice que su mujer fue Catalina Mesía, lo que nos parece más probable a tenor de los futuros matrimonios que concertaría este linaje. Fueron padres de un nuevo Juan Bazán, de la orden de Santiago, V señor, al que nos referiremos de seguido, y que fallecería en las lomas de Málaga en 1483. 648 Vid. Moreno de Vargas, B., Historia de la Ciudad de Mérida (Reimp. Mérida, 1892), p. 418.
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buenos caballeros [...], Juan Bazán, señor de la Granja en Jerez de los Caballeros y otras muchas personas de cuenta [...]649.
Otros actos del finado, sin embargo, no habían sido tan heroicos: Juan Bazán no había sido ajeno a la tradición, orlada de diversas rapiñas, de la nobleza de su tiempo; en 1484, un año después de su muerte, los Reyes Católicos emplazan a sus herederos650 a devolver al vecino de Sevilla Juan de los Ríos unos puercos que este traía a la dehesa del Berrocal y de los que Bazán se había apoderado por la fuerza651. El pleito seguía coleando en 1489652. Había casado con Leonor Mexía, y esta viuda emprendedora compraba los llanos de la Granja y las dehesas de los Bolsicos, Conejera de Santa Cruz, Almendrera y Tercio de Valluengo, que conformarían una parte sensible del futuro patrimonio familiar. Ambos procrearon a un nuevo García Bazan, VI señor, que fallecería sin hijos legítimos, y que casaría con Leonor de Sotomayor; y a Fernando, VII señor, de la orden de Santiago, casado con María de Cárdenas, hija del comendador santiaguista de los Santos de Maimona don Francisco de Cárdenas y de su mujer Beatriz Manuel.
Por lo que puede seguirse, la familia estaba firmemente asentada en su ámbito extremeño: Juan Bazán, nuevo señor a la muerte de su padre don Fernando, casaría con doña Mayor de Silva, hija de Vasco Fernández de Silva, II señor de San Fagundo y de su esposa Juana de Mendoza Sandoval653. Fueron padres de un 649
Recoge también el hecho la Crónica de don Enrique IV (Ed. 1878), y otros tratadistas, como Ortiz y Sanz, J., en su Compendio Cronológico de la Historia de España..., Imprenta Real, Madrid, 1798, p. 515. También Porras Arboledas, P.A., La Orden de Santiago en el siglo XV: la provincia de Castilla, Ed. Dykinson, 1997, p. 28. El hecho sería incluso recogido en los romanceros de la época. También Salazar y Castro, en Casa de Silva, I, p. 611. 650 Se trata de su hijo Hernando Bazán, VII señor de la Granja, que sucedería a su hermano mayor, García, a la muerte de éste: Salazar y Castro, L. de, Casa de Silva, I, p. 611. Fundaría mayorazgo el 26 de mayo de 1509. Casaría con doña María de Cárdenas, hija del comendador de los Santos en la orden de Santiago don Francisco de Cárdenas. Su padre, el V señor, había casado con doña Leonor Mexía, hija de don Pedro Mexía, Rapapelos, y de su mujer doña Isabel Mexía. 651 A 29 de octubre de 1484. Emplazamiento a los herederos de Juan de Bazán, vecino que fue de la villa de Jerez de Badajoz, a petición de Juan de los Ríos, vecino de Sevilla, por razón del robo de unos puercos que el dicho traía a la dehesa del Berrocal. AGS, Registro General del Sello, LEG, 148410, 54. 652 AGS, Registro General del Sello, LEG, 148906, 47. El querellante era ahora Diego de los Ríos, hijo de Juan de los Ríos, que ya había fallecido por entonces. 653 Hija esta última del trece de Santiago y comendador de Calzadilla Diego de Vera y de su esposa Marina Gómez de Figueroa. Vid. Salazar y Castro, L. de, Casa de Silva, I, p. 610. Sobre Vasco
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nuevo señor (el noveno), Fernando Bazán, al que Salazar hace caballero de Alcántara654, casado a su vez en un primer matrimonio sin descendencia con Mencía de Aguilar, y de segundas nupcias con Ana de Guzmán o de Benavides Bazán655, hija de don Juan de Benavides y de doña Isabel Bazán, hijo este del IV señor de Jabalquinto Juan Benavides Manrique, y aquella del I señor del Viso y Santa Cruz don Álvaro de Bazán656 y de doña Ana de Guzmán (hija esta del I conde de Teba Diego Ramírez de Guzmán y de su esposa doña Brianda Fernández de Córdoba y Mendoza, línea por la que emparentan, lejanamente, los Bazán con los dos primeros hermanos mayores de la Maestranza sevillana).
Sucedería en el señorío su hijo don Francisco Bazán, caballero de Alcántara en 1626657, que casaría con su sobrina María de Monroy658, hija de don Fernando de Monroy, señor de Monroy y las Quebradas, e Isabel de Aguilar, que descendía de un segundo matrimonio del señor de la Granja don Fernando Bazán con Mencía de Aguilar, hija a su vez del VIII señor de Orellana la Vieja don Rodrigo de Orellana Portocarrero y de Isabel de Aguilar Figueroa659. Las testificales del Fernández de Silva nos dice Salazar y Castro que “Sucedio este Cavallero en su casa, y segun la cuenta que hacemos desde la separacion de la troncal de la Oliva, fue el segundo que la poseyo, Vivio en Xerez, como sus ascendientes y aunque Alonso Lopez de Haro le llama Cabeça del linage de Silva en aquella Ciudad, es cierto, que no fue bien informado, porque en los Señores de la Higuera se ha considerado siempre siempre la primogenitura de los Silvas de Extremadura”. 654 Casa de Lara, I, p. 419. 655 Casa de Silva, I, p. 611. En Casa de Lara, pp. 415 y 419, la nombra como Ana de Benavides Bazán. 656 En Casa de Lara, I, Pag. 463: “Señor de Finelas y gerafe, el Viso y Santa cruz, Capitan general del mar de Poniente y de las Galeras de España, que fundo con su madre el Monasterio sancti Spiritus de Granada de la orden de Santo Domingo, donde ambos yacen, siendo descendientes suyos los marqueses de santa cruz, y de Javalquinto, los Condes de santistevan del Puerto, de Fernan Nuñez, de Garciez, de Coruña, y otras ilustres casas”. Salazar también lo nombra en su Casa de Farnesio, p. 569. Fue el padre del notorio almirante don Álvaro de Bazán, I marqués de Santa Cruz. 657 AHN, Órdenes Militares, Alcántara, Exp. 169. Las pruebas se realizaron en noviembre de 1626. Don Francisco era natural de Jerez de los Caballeros. Las pruebas se hicieron en Villanueva de la Serena y Llerena, y en Baeza, por su familia materna. “Muy grandes cavalleros e hijos de algo” en opinión general de los testigos, hubo sin embargo algunos de ellos que dijeron lo contrario, como veremos. En Baeza testificaron que don Juan de Benavides era hijo natural de don Juan de Benavides, señor de Jabalquinto, y de doña María de Quesada, natural de Baeza “muger muy prinçipal y limpia y de la casa de garçiez”. 658 Salazar la nombra, en sus Casas de Silva y de Lara, indistintamente como Ana y como María. Bazán pleiteaba en 1632 contra don Pedro Alfonso de Orellana: AHN, Consejos, 24867, Exp. 4, don Francisco Bazán, caballero de Alcántara, con don Pedro Alfonso de Orellana, sobre los mayorazgos que vacaron por muerte de Pedro de Orellana, marqués de Orellana. 659 Casa de Lara I, p. 419. Casa de Silva I, p. 611. Don Francisco Bazán recibiría el hábito el 26 de marzo de 1626: AHN, Órdenes Militares, Alcántara, Exp. 169.
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hábito de don Francisco –como suele ocurrir en buena parte de los expedientes de órdenes- nos aportan jugosos datos sobre la familia e incluso, por qué no, acerca de sus amistades y enemistades con diversos personajes de su entorno, caso del contador de la Inquisición de Llerena, Álvar Díaz Moriano, “hombre mal yntençionado y enemigo del pretendiente y de su casa”, que afirmaba que
[...] caro les Auia costado al inqº Uallejo y Al secretario holgin [los oficiales del Santo Oficio de Llerena] pues por auer ocultado unos papeles tocantes a esto los auian priuado a entranbos
de sus cargos en la instrucción del hábito de Santiago de su pariente don Diego de Vega Bazán660, ya que según el tendencioso Moriano,
[...] los baçanes de la casa de la granja no eran linpios porqº desçendian de leonor mexia hija del ess[criuan]º her[nan]dº de leon a quien quemo la estatua el stº Offiçio de Llerena como constaua de su sant benito que estaua en la yglesia de aquella çiudad,
filiación no poco comprometida que a día de hoy no queda aún del todo clara661: sin lugar a dudas la envenenada insinuación no dejó de dolerle al aspirante, que era posiblemente lo que el contador pretendía. Don Francisco sería mayordomo del infante don Carlos de Austria662 y fallecería en Jerez, donde se retiraría a la 660
AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 8603 (1616) y Expedientillo 186 (1611). Según otros testigos, Leonor Mexía era hija de Pedro Mexía, Rapapelos, y de Isabel Mexía. Muerto Rapapelos, Isabel Mexía casó con Hernando de León con el que tuvo dos hijas, pero los testigos afirmaron que ninguna de ellas era Leonor, ya que “era impusible” que de haber sido así se hubieran concedido hábitos a sus descendientes. Moriano fue el único, entre todos los testigos que concurrieron a las pruebas, que haría tal afirmación. Esta opción –la de un segundo matrimonio- nos parece probable, aunque no podemos asegurarla: hay otros ejemplos de este tipo de enlaces en varios apartados de este trabajo (véanse Monteser y Quirós). 662 Nacido el 15 de septiembre de 1607 y fallecido el 30 de julio de 1632, este infante de España, quinto hijo de Felipe III y Margarita de Austria, ocupó el primer puesto en la línea de sucesión al trono de su hermano el rey Felipe IV hasta el nacimiento del príncipe Baltasar Carlos en 1629. Nunca mantuvo buenas relaciones con el valido de su hermano, el Conde-Duque de Olivares, y fue utilizado por varios nobles contrarios a éste para intentar derrocarle; no obstante, don Carlos siempre se mostró poco atraído por los asuntos políticos. Estuvo a punto de subir al trono durante la gravísima enfermedad que sufrió Felipe IV y de la que finalmente se recuperó. A partir del nacimiento de su sobrino, el príncipe Baltasar Carlos, su papel político, si es que alguna vez fue importante, se disipó completamente. Don Carlos murió en 1632 a los 25 años de edad 661
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muerte de su señor, en 1647. El siguiente señor de la Granja, padre de nuestro don Francisco Bazán, sería don Juan Bazán y Figueroa663, gentilhombre de la cámara de don Juan José de Austria, casado con doña Catalina de Solís Manrique, proveniente de un histórico linaje extremeño del que posteriormente trataremos con detalle664. Don Juan intervino, como nos relata Ortiz de Zúñiga, en la represión del famoso motín de la Feria, en cuyo final tuvieron no poca parte algunos de los caballeros que estudiamos:
[...] Reforzábanse los cuerpos de guardia, del resto de la Ciudad, y ya sus cabos iban reconociendo la gente sospechosa, y asegurándola por varios medios, y algunos mas militares cerraban sus bocas calles con terraplenos y otras defensas, que se tuvo á maravilla no haber sido imitado por los de la Feria: ayudó en parte ser el dia lluvioso, que tenia la gente mas fácilmente parada, y pensando los de la junta lo conveniente a lo actual y futuro, despacháron avisos pidiendo socorros á los Señores de Andalucia y para asegurar el campo resolvieron formar un trozo de caballería, principalmente de la nobleza, de que el Asistente, como Maestro de Campo General, nombró por Gobernador á Don Francisco Gaspar de Solís, Señor de Ogen y Rianzuela, Caballero de la Orden de Calatrava, por Comisario á Don Juan Marroquin, soldado antiguo y experimentado, y Capitanes de ocho Compañias Don Juan Bazan, Señor de la Granja, yerno del Gobernador; Don Diego Tello de Guzman, Don Pedro Osorio de los Rios, despues Caballero de Calatrava, Don Juan de Saavedra Alvarado, Alguacil mayor de la Inquisicion, y Don Pedro de Legaso, Caballero de la Orden de Santiago, y, de la misma Don Alonso Fernandez Marmolejo y de la de Alcántara Don Alonso Verdugo de Albornoz, y Don Joseph de San-Víctores de la Portilla, que de sus parientes y amigos prestamente formáron trozo de mas de trescientos caballeros muy
convirtiéndose en uno de los más enigmáticos personajes de aquel período debido a su extraña y puede que enfermiza personalidad. Francisco de Quevedo a su muerte le dedico el soneto titulado Túmulo al serenísimo Infante Don Carlos. 663 Casa de Lara, I, p. 674. Casa de Silva, I, p. 611. 664 Era hija del III señor de Rianzuela y Ojén, don Francisco Gaspar de Solís Manrique, y de doña Lorenza Cerón de Hinestrosa, hija esta a su vez del señor de Arenales Juan Fernández de Hinestrosa y de doña Ana Cerón, señora de la Torre de Guadiamar. Los Bazán, por tanto, estaban igualmente emparentados con los Solís por esta causa y también con los Federigui: el I marqués de Paterna, Antonio Federigui Solís, era hijo de María de Solís Manrique.
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lucidos, nombrando sus Tenientes y Alferez los mas caballeros muy conocidos, como lo fueron los Ayudantes665.
Dentro de los mecanismos de ascenso social de los que ya hemos tratado, uno de los más habituales era la conversión de un señorío de vasallos en título de Castilla: no pocos casos de esta ascensión hemos hecho notar, y volveremos sobre ellos en otros capítulos de esta prosopografía. Los Bazán no fueron una excepción, y pretendieron optar a la conversión de su señorío en marquesado al menos desde 1643, y posteriormente, de nuevo, diez años más tarde666. Finalmente, doña Lorenza Bazán, casada con don Nicolás Fernández de Córdoba y hermana superviviente de don Francisco, logró el marquesado de la Granja en 1679667. Tampoco fueron una excepción –en relación con otras familias nobles de la época- al concertar lo que podríamos nombrar como matrimonios de Estado: dos hermanos (don Francisco y doña Lorenza) casarían con otros dos (don Nicolás y doña Leonor María de Córdoba Ponce de León). El comportamiento sería similar en el caso del ámbito asociativo: tras la refundación de la institución por parte de don Miguel Mañara Vicentelo de Leca (emparentado con buena parte de esta nueva nobleza comercial sevillana, como los marqueses de Paradas, los de Brenes o los condes de Cantillana), la Santa Caridad se convertiría en foco de atracción de buena parte de los miembros de esta clase social. A ello no serían ajenos los Bazán, ingresando don Juan y su hijo don Francisco en dicha hermandad en 1670668. Esta afinidad con quienes eran sus iguales podremos apreciarla por la frecuencia con la que don Juan intervendría como signatario y apoderado de diversos conocidos, amigos y parientes de Madrid o de Jerez de los
665
Vid. Ortiz de Zúñiga, D., Anales..., V, p. 93. AHN, Consejos, 9270. AHN, Consejos, 4433, A.1653, Exp. 9. 667 Rivarola, Monarquía Española..., II, p. 302. La concesión fue el 30 de agosto de dicho año (Vid. Atienza y Navajas, J., “Títulos nobiliarios avecindados en Sevilla el año de 1770”, en La obra de Julio de Atienza..., Hidalguía, 1993, p. 151). Una filiación muy completa de don Nicolás, en Ramos, A., Casa de Aguayo, p. 293. También recoge algunas noticias Hariza, J. de, Descripción Genealógica de los Excmos. Sres. Marqueses de Peñaflor, Écija, 1772, p. 29. Con este matrimonio (y el de su hermano don Francisco con doña Leonor) entroncarían los Bazán con los Córdoba: ambos eran hijos de don Luis de Córdoba y Moscoso, proveedor general de la artillería, juez oficial factor de la Contratación y teniente de capitán general de la Carrera de Indias; descendían de los señores de la Estrella Alta y del II señor de Baena, don Pedro de Córdoba. 668 AHSC, Libro de Asiento de Hermanos..., ff. 150 y 152. 666
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Caballeros, por cuyos intereses velaba con frecuencia ejerciendo una activa representación de los mismos en Sevilla669, pleiteando también cuando era preciso en defensa de los suyos propios670. Pero dejemos a don Juan hablarnos de su patrimonio, que detallaría minuciosamente en su testamento671, otorgado poco antes de su muerte, que ocurriría el 26 de octubre de 1671, sobre las nueve y media de la noche672: en él decía ser “hijo de don françisco bazan, mayordomo del ynfante don carlos, y de doña mº de monroy”. Como todo un símbolo de la mentalidad que compartía con aquellos que ingresaron con él mismo en la fundación de Mañara, pediría ser enterrado en la iglesia de la Santa Caridad
[...] en la sepultura junto a la puerta, porqº es mi uoluntad qº todos me pisen por la soberbia y uanidad en qº è faltado a la virtud de ser humilde y sea lleuado mi cuerpo en las andas de los pobres, sin pompa ni acompañamiento.
Preocupado por su salvación futura dejaba como manda quinientas misas rezadas, que encargaba mandar decir por su ánima a su esposa, doña Catalina de 669
AHPSe, Leg. 2706, 1671, f. 316: don Juan Bazán otorga poder al contador don Esteban Tomás Asensio para cobrar diversas rentas. 11 de febrero. AHPSe, Leg. 2706, 1671, f. 653, don Juan Bazán, como heredero de doña Antonia de Monroy, su tía, monja carmelita descalza en Madrid, otorga a la condesa de la Roca, doña Catalina de Vera y Tovar, un poder para cobrar las rentas de su legado. 7 de abril. Un nuevo poder sobre un juro de las rentas reales de 27.877 maravedís de un tercio de la renta anual, en f. 702. 10 de abril, seguido de otro por valor de 55.754 maravedís. AHPSe, Leg. 2707, 1671, f. 1157, había recibido poder de la condesa de la Roca ante Juan Antonio de Sarabia en Madrid el 17 de junio de 1670, por ello cobra de las rentas reales 51.608 maravedís de un juro de 375.000 maravedís de merced sobre la renta del servicio ordinario, 3 de junio. Otro poder más en f. 1158. AHPSe, Leg. 2707, 1671, f. 1197, da poder a don Gabriel de Caso para cobrar 72.000 reales de plata doble del legado de doña Antonia de Monroy, 3 de junio. AHPSe, Leg. 2707, 1671, f. 292, percibe en nombre de la condesa de la Roca 62.500 maravedís sobre el servicio ordinario. Otro de 2.500 maravedís en f. 301. AHPSe, Leg. 2708, 1671, f. 782, nueva carta de pago a la condesa de la Roca de don Juan Bazán. En f. 799, un nuevo poder a la condesa de la Roca para cobrar de don Luis de Fontecha y Mendoza, vecino de Toledo, 8.400 reales de vellón por el arrendamiento de la hierba de la dehesa de la Granja por un año, 25 de agosto. En f. 1030, con poder de Fernando de Vega y Bustos, alférez mayor de Jerez de los Caballeros, en 5 de abril de 1666, había recibido 39.286 maravedís de la renta del almojarifazgo de Sevilla, 12 de septiembre. En f. 1350, había cobrado de don García de Castro, administrador de las rentas de la fundación de la Infanta doña Juana de Castilla 125.000 maravedís en virtud de poder del capitán de caballos don Marcos García Rabanal, redidente en Madrid, 3 de octubre. otra carta de pago en f. 15, por otros 125.000 maravedís, 9 de octubre. 670 AHPSe, Leg. 2707, 1671, f. 1240, don Juan Bazán da poder a don Juan Lucas Cortés, abogado de los reales consejos, en el pleito que seguía con la marquesa de la Lapilla sobre el mayorazgo de los Figueroa, 9 de junio. 671 AHPSe, Leg. 2709, 1671, f. 311 y ss. 23 de octubre. 672 AHPSe, Leg. 2709, 1671, f. 306 y ss., fe de muerto de don Juan Bazán, a 26 de octubre.
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Solís, hija de don Francisco Gaspar de Solís, señor de Ojén y Rianzuela, y doña Lorenza Cerón673, y a sus hijos Francisco y Lorenza. Seguidamente detallaba su patrimonio, que desde luego no era escaso: sus bienes amayorazgados eran las dehesas de la Granja y de Bobrales, en Jerez de los Caballeros y la de la Parrilla, en Badajoz; por la casa de Figueroa, la dehesa de Malpica, los molinos del Guadiana y de Ribera de Olivenza, 150 escusas674 en la dehesa de Setefilla de la Rueda que poseía por muerte del primer marqués de la Lapilla; las fincas de Sarteneja y Simonete, y en la catedral de Badajoz el patronazgo de la capilla de la Encarnación, fundada por el comendador Lorenzo Suárez de Figueroa, y que poseía por descendiente de doña Isabel de Aguilar. De estos notables bienes sería legitimo sucesor su hijo, don Francisco: se habia comprometido a dar a este último y a su mujer, doña Leonor María de Córdoba y Chaves, 2.000 ducados de alimentos al año675, administrando en compensación los bienes que ya poseía el matrimonio (y que provenían de la herencia de doña Leonor) en Sevilla, Valladolid, Palencia y Tudela, habiendo
[...] puesto cobro con muchos pleytos a la dha. hazienda, è reedificado dos azeñas con mucha costa, cuia renta a crecido y se espera tenga maior crezimiento adelante y les e dexado en mucho aumento todas las posesiones y fincas qº ai en dhas ciudades676. 673
En las capitulaciones con su mujer, sus padres la dotaron en 13.000 ducados, 5.000 al contado, 3.000 en alhajas y 2.000 en dinero. Don Juan se quejaba de que no había recibido los 9.000 restantes, por lo que pleiteaba contra los bienes de su suegro. Para evitar dichos pleitos entre hermanos, don Fernando de Solís, cuñado de don Juan, se obligó a darle cada año 300 ducados, que efectivamente indicaba había recibido. Él mismo, por dichas capitulaciones, daba a su mujer 400 ducados anuales, y pide a sus hijos que se le aumenten hasta 800 ducados anuales provenientes de sus bienes libres, “por el mucho amor que le tengo, y ser razon se la asista con lo necesario para la decencia qº requiere su calidad”, lo que confiaba “al amor de ambos” sus hijos. Sin embargo, en AHPSe, Leg. 2770, f. 614, doña Catalina de Solís Manrique, viuda de don Juan Bazán, puso pleito a su sobrino, Francisco Gaspar de Solís, hijo de Fernando de Solís, por alimentos en valor de 300 ducados cada año sobre un juro de los estados de Arcos, que cobraba hasta la muerte de su hermano y que su sobrino dejó de pagarle, 11 de agosto de 1689. 674 DRAE: “Derecho que el dueño de una finca o de una ganadería concede a sus guardas, pastores, etc., para que puedan apacentar, sin pagar renta, un corto número de cabezas de ganado de su propiedad, y esto como parte de la retribución convenida”. 675 AHPSe, Leg. 2709, 1671, f. 257, don Francisco Bazán y su mujer reconocen haber recibido de su padre, con quien habían estado viviendo en su compañía, 2.000 ducados de alimentos anuales, como estipulaban sus capitulaciones matrimoniales, 26 de octubre. 676 Acerca de dichos bienes, véase AHPSe, Leg. 2706, 1671, f. 308, don Francisco Bazán y su mujer, doña Leonor María de Córdova Gudiel y Ossorio, hija de don Juan Fernández de Córdova Gudiel y
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Entre otros bienes, doña Francisca poseía la hacienda que había sido de doña Isabel de Peralta y Córdoba en Calabazanos (Palencia), que administraba don Gonzalo Flores y que estaba hipotecada en 500 ducados de plata doble, de los cuales habían quedado 85.835 maravedís pendientes a su muerte, y por los que se seguiría pleito en la Chancillería vallisoletana entre su administrador y los numerosos acreedores que compartían dicho censo, entre otros el convento de Santa Clara de la villa, en 1670677. A su hija doña Lorenza, casada con el general de galeones don Nicolás de Córdoba, le señaló por bienes para su matrimonio la mitad de la encomienda de 1.200 ducados de renta que el rey le habia señalado por sus servicios en la ocasión de la Feria- en el Perú por dos vidas678: lógicamente quería que ella le sucediera en la totalidad del beneficio, pidiendo a su yerno que intentara conseguir la perpetuidad del mismo. Al casar, señalaba a su hija por bienes en Badajoz una suerte de tierra nombrada las Encinas Beodas, y otra, la Fuente del Encinar, que poseía por bienes libres; y los frutos de la dehesa de la Parrilla, que estaba vinculada a un segundo mayorazgo del que tenía facultad para desvincularla679. Dejaba ajustadas sus cuentas y mandaba pagar sus deudas, que no detallaba, vendiendo sus bienes libres. Y se preocupaba también por la posteridad, dejando clara la intención de la familia de pasar a un nivel de doña María Antonia Gudiel y Ossorio, nieta de don Luis Gudiel Ossorio y de doña Antonia Ossorio de Chaves, poseedora de los mayorazgos de doña Antonia Gudiel, había recibido de los tesoreros de las rentas reales 187.500 maravedís, por la mitad de la renta de un año. 11 de febrero. Un nuevo poder, en f. 491. En f. 348, otorga un nuevo poder para cobrar rentas. AHPSe. Leg. 2707, 1671, f. 74, daba carta de pago por su mujer Leonor María Gudiel Osorio y Peralta, poseedora del mayorazgo de Diego Ferrer, por 50.000 maravedís por la mitad de renta de un año sobre las rentas de las alcabalas, el 9 de junio. AHPSe, Leg. 2708, 1671, f. 1040, da nueva carta de pago por 50 ducados a don Juan Fernández de Córdoba Ponce de León y Cárcamo, vecino de Córdoba, por la renta de un año por el uso de diversos bienes, el 26 de septiembre. 677 ARChV, Registro de Ejecutorias, caja 2936, 33. 678 Junto a la encomienda, recibiría una merced de hábito para un hijo. 679 Aportaba en su extenso testamento numerosos detalles sobre sus circunstancias familiares: Vivía con ellos su hermana Margarita Bazán, que le había asistido en su enfermedad, y le dejaba una manda para que tomara el estado que deseara “el dote y propinas qº necesitare”, al haber él utilizado los legados que su padre le había dejado. Le señalaba además 300 ducados de vellón de renta anual. Su padre había declarado en su testamento por su nieta a doña Ana María Bazán, hija natural de su hermano don Fernando, a la que pedía entrara por religiosa en el convento de la Santísima Trinidad de Jerez de los Caballeros, del que era patrono, pagando su dote “por el afecto y obligaçion que le tenia”. Sus albaceas serian su primo, el licenciado don García Fernando Bazán, del consejo del rey y oidor de la Audiencia de Sevilla –que por cierto posteriormente litigaría con su hija la sucesión a los mayorazgos familiares-, el agustino fray Juan de San Agustín, el padre Juan Bernal de la Compañía de Jesús, don Miguel Mañara y don Diego de Mendoza.
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superior dentro del estatus nobiliario, para lo que esperaba que el rey tuviera a bien concederles algún significativo honor (es decir, un título nobiliario sobre su señorío), en pago por sus servicios “y los de sus passados”:
[...] y al dho don francº bazan mi hijo constituio por heredero de todos los seruicios mios y de mi casa, qº emos hecho a su magd. y a los señores reies sus antecesores, y en su consideracion pido y supp.cº a su magd. se sirua de remunerarlos en la persona del dho mi hijo, a quien tambien dexo una merced de abito de las tres ordenes militares conque su magd. me honro para qº use della, y continue siempre en su Rl. seruiçio [...]
lo que finalmente, como ya hemos indicado, conseguiría su hija, ya que su primogénito don Francisco no disfrutaría largo tiempo de su herencia: moriría siete meses más tarde680, de lo que parece una fulminante enfermedad que lo acabaría en pocos días: el 9 de mayo de 1672 daba poder para testar a su madre681, y cinco días después añadía un breve codicilo legitimando a su hermana como única sucesora de los mayorazgos familiares682. Igual que su padre y siguiendo su ejemplo, encargaba ser sepultado
[...] en la iglesia de la santa caridad de n. sr. jesuchristo qº esta fuera de la pta del azeyte juntamente donde yaze el cuerpo del sr dn juan bazan mi padre sin pompa, con la mayor vmildad.
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BRAH, Salazar y Castro, D-34, 27450, 5; 27451, 6; 27452, 7. Don Francisco Bazán, señor de la Granja y vecino de la collación sevillana de San Miguel, murió sin sucesión el 16 de mayo de 1672. Libro Sacramental de Entierros, parroquia de San Miguel, 1672: “En 17 de Maio tubo la fabrica del enttº de don francº basan 005 [rs]”. 681 AHPSe. Leg. 2711, f. 1241, Fernando Bazán, que “por la gravedad de su enfermedad no podia hacer su testamento”, daba su poder a su madre doña Catalina Solís. Declaraba que había casado con doña Leonor de Córdova, habiendo “gastado y consumido” su dote. Declaraba algunas pequeñas deudas, entre otros con Giraldo, mercader de telas de la calle de los Francos. 682 AHPSe, Leg. 2711, f. 4, cuaderno 1º de 1672, declaración de don Francisco Bazán, vecino de San Miguel, “estando enfermo”. Había otorgado poder para testar a su madre ante Juan Muñoz Naranjo el 9 de mayo de 1672, y “se le olvido indicar quien sucedia por su fin y muerte” en sus mayorazgos, que sería su hermana, doña Lorenza Bazán. Debía estar por entonces acabándose: el 9 de mayo todavía había podido firmar; algunos días más tarde, el 14 de mayo, su firma al pie del documento no era poco más que un tembloroso garabato. El 16 fallecería, enterrándose el 17.
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No sin cierta controversia, su hermana doña Lorenza acudiría, como estaba previsto, a la sucesión683: en ella finalmente se materializó el deseo –tan poco compatible sin embargo con la extrema humildad a la que se acogieron en su fin su padre y su hermano- tan largamente acariciado por la familia, de un título de Castilla que hiciera entrar al linaje en el Olimpo nobiliario; aunque debido a la lógica matrimonial, el tan ansiado título pasaría a ser ostentado por varonía, ya en la siguiente generación –tal vez irónicamente in ictu oculi-, por los Fernández de Córdoba con los que entroncaban, últimos beneficiarios al cabo de tantos esfuerzos684.
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AHPSe, Leg. 2711, f. 15, cuaderno 1º de 1672. Declaración de doña Lorenza Bazán, vecina de San Juan de la Palma: su hermano, difunto, le daba poder el 5 de diciembre de 1671 ante Juan Muñoz Naranjo (libro 3, f. 71). Don Francisco hizo una declaración sobre su sucesión en los mismos el 14 de mayo de 1672 –documento al que ya hemos aludido-, dando doña Lorenza un poder a don Antonio Federigui y a Sebastián Fernández Izquierdo, vecino este último de Jerez de los Caballeros, para pedir la sucesión de su mayorazgo, el 16 de mayo de 1672. AHPSe, Leg. 605, 1673, f. 401: doña Lorenza Bazán nombra capellán a don Sebastián en su capellanía en la iglesia de San Miguel de Jerez de los Caballeros, fundada por don Fernando Bazán, el 16 de mayo. En AHPSe, Leg. 606, 1673, f. 810, le daba poder a su capellán Sebastián Fernández Izquierdo para “reconocer y ber jurar” en su nombre a los testigos que se presentasen en el pleito que sobre su mayorazgo mantenía con don García Bazán. 21 de septiembre. Algunos de estos pleitos se eternizarían: AHN, Consejos, 35088, Exp. 1, pleito entre Juan de Gareta Gijón y Fausta de Barrón Fonseca, marqueses de la Lapilla, contra Francisco Gaspar de Solís y Mariana Fernández de Córdoba Bazán, marqueses de Rianzuela, sobre la tenuta y posesión del vínculo y mayorazgo fundado por Juan Rodríguez de Fonseca, regidor de Toro (Zamora). Ante el escribano de cámara, Tomás de Zuazo Aresti. 684 AGMJ, Caja 100-1, Exp. 884. Marqués de la Granja. Madrid, 12 de junio de 1679. Contiene un interesante historial de méritos y servicios de don Nicolás de Córdoba.
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CARRILLO DE ALBORNOZ685
LINAJE DE DON PEDRO CARRILLO DE ALBORNOZ I CONDE DE MONTEMAR DON FRANCISCO CARRILLO DE ALBORNOZ II CONDE DE MONTEMAR
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En realidad, como se verá en las siguientes páginas, el linaje por varonía ostentaba el apellido Conde, figurando como tal en diversos documentos que relacionaremos seguidamente.
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omo bien indica Soria Mesa en su ya mencionada –y reiteradamente, en este trabajo- obra sobre la nobleza española (2007), “no existieron reglas
concretas que fijasen el orden exacto en la sucesión de los apellidos familiares. Nada estaba claramente codificado, o [...] existían amplios márgenes para la improvisación”686 en tal sentido. En el caso de este linaje Carrillo de Albornoz (que en realidad, por su varonía es Conde y no Carrillo), se adopta por todos los descendientes del mismo el apellido de Carrillo, que los prestigia y lustra con mucha más eficacia que el más común que portaron en su día sus antepasados por linea de varón, y que queda aparcado definitivamente ya en el último cuarto del siglo XVII. En este caso, como vemos, se cumple un hecho no poco frecuente: el que “los varones escogieran los apellidos de sus madres, entre otras cosas debido a que su ascendencia por esta línea era de superior calidad a la paterna”687. Esta costumbre por lo demás no dejaba de ser habitual, y de hecho era más que frecuente: la adopción de apellidos intentaba garantizar, en algunos casos, la conservación –aunque se tratara de forzar de modo ficticio una varonía ya perdida o quizás ni siquiera propia- del prestigioso patronímico que nombraba al linaje: ejemplos de ello hemos visto recientemente en el caso de la casa de Alba, alguno de cuyos descendientes ha dejado de lado su apellido paterno, Martínez de Irujo, adoptando el Fitz-James Stuart materno (ya se había perdido tiempo atrás el antiguo Álvarez de Toledo, y el Silva que le seguiría). Así pues, los primeros condes de Montemar no harían una excepción dentro de las costumbres adoptadas por otras familias de la nobleza española: para tratar de garantizar sus discutidos derechos a una herencia y asegurar a su descendencia la continuidad temporal de un linaje no poco prestigioso, aunque descendieran de aquel por vía natural, frente a otro considerablemente más oscuro -caso del paterno, cuya nobleza u origen incluso pudieran cuestionarse-, se optó por poner en valor al segundo frente al primero, aprovechando la ocasión (o la excusa) que les daba la defensa de sus derechos en un pleito, en este caso contra los Centurión, 686 687
Soria Mesa, E. (2007), p. 278. Ibidem, p. 287.
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marqueses de Estepa, por la posesión de un señorío. No será el único caso que veremos aparecer en estas páginas: apreciaremos posteriormente el cambio por el que optaron los Guzmanes toledanos o la obligatoriedad, en el caso del linaje de los Saavedra, marqueses del Moscoso, de portar los apellidos de Alvarado y de Neve para beneficiarse de los sustanciosos mayorazgos aportados por estos linajes, y que incluían cláusulas mediante las cuales resultaba imprescindible para los herederos llevar dichos apellidos para poder heredar sin trabas los bienes adscritos a aquellos. Por tanto, gracias a esta factual ficción, se permite la perpetuación del linaje preeminente frente al que resulta ser, por necesidades biológicas, simplemente un accidente advenedizo (y necesario, por supuesto). La adopción del apellido Carrillo de Albornoz se produce, en este caso, dos generaciones después del enlace matrimonial entre Francisco Claudio Conde, natural de Maello (Ávila), en donde este linaje poco relevante tenía sus orígenes, de hecho muy recientes688, con la hija natural del señor de Ocentejo doña Magdalena Carrillo de Albornoz689: el abandono del patronímico Conde se llevaría a cabo para demostrar el derecho, por parte de los descendientes de Francisco Claudio Conde y de Magdalena Carrillo, a los señoríos de Ocentejo, Valtablado y Paredes que habían quedado vacantes, por los que litigaron (como ya hemos indicado) a lo que parece sin éxito con los Centurión, marqueses de Estepa690. Y posiblemente –ya que nunca se consiguió sacar nada en limpio de tal pleito- dicho litigio sirvió al menos para justificar ante el mundo la adopción de un apellido eminente y el abandono de otro cuyas referencias no eran, en principio, de recibo. Vemos aquí una dinámica que podremos igualmente apreciar en otras ocasiones: el enlace de un linaje no demasiado preclaro con otro más esclarecido –aunque se tratara, en este caso, de casar con un miembro no legítimo, aunque sí reconocido tácitamente, como era el caso de doña 688
Es repetida la ausencia del “don” en los documentos que afectan a los individuos del linaje, y las pruebas aportadas sobre su nobleza no resultan en absoluto concluyentes, como apreciaremos. 689 Seguimos aquí la genealogía expuesta en la Revista de Historia y de Genealogía Española, nº 1, “Ascendencia del capitán general Conde-Duque de Montemar”, obra de Santiago Otero Enríquez (1912), pp. 400-416. La obra presenta algunos errores, pero por lo demás aporta fuentes muy interesantes, aunque en sus conclusiones procura (lógicamente, dado el medio de publicación y su fecha) omitir algunas noticias que pudieran ser poco halagüeñas para los descendientes del conde duque. 690 BNM, Porcones, Cª 1435, nº 17.
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Magdalena691- permitía el acceso del primero a un estatus nobiliario superior, que se consolidaría en las siguientes generaciones gracias a los servicios militares y de gobierno aportados (y estos últimos adquiridos en parte mediante un cuantioso donativo que nunca se recuperó) a la Corona y a la compra subsiguiente de un título nobiliario. En este caso –nos referimos al pleito con los Centurión-, los antes Conde y ahora Carrillo no tuvieron el éxito esperado; pero la adopción del prestigioso apellido les permitiría, más adelante, lograr por otras vías sus objetivos iniciales692.
¿Quiénes son estos Conde, naturales de Maello, en donde se hallaba su solar original? Las fuentes más antiguas que nos dan noticias de ellos no son precisamente numerosas, ya que se basan principalmente en una declaración de 1634 otorgada en Madrid, acerca de la legitimidad, limpieza y naturaleza del interesado693 -prueba por cierto bastante cuestionable, como luego veremos-, en la que este relaciona muy brevemente su genealogía, y posteriormente en algunos expedientes de órdenes militares, a los que en breve nos referiremos con más detalle694. En los libros parroquiales de la de San Juan Bautista de Maello, que comienzan a registrar los bautismos en 1593695, no hemos encontrado rastro alguno de la familia, al estar tal vez por esas fechas a caballo entre la villa y 691
Según el testamento de doña Magdalena, otorgado en Madrid a 26 de agosto de 1635 ante el escribano público Juan de Quintanilla, se declaraba como hija natural “de don Álbaro Carrillo de Aluornoz, señor de Oçentejo y Baltablado, y de María Reyna, difunctos los dos”. 692 “Aunque el dho. pretendiente, su P[adr]e y abuelo paterno poco o nada an usado el dho. apellido de Conde q. es el de su varonía, sino delde Carrillo Y Albornoz [...]”. AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2040, f. 20v. 693 Francisco Claudio Conde, a 27 de septiembre de 1634, ante el teniente de corregidor Hernando de Salazar Velasco, en Madrid. 694 AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2040, pruebas de don José Conde Carrillo de Albornoz, conde de Montemar (1717). Exp. 2041, pruebas de don Álvaro Conde Carrillo de Albornoz (1717). 695 Libro 1º de Bautismos, 1593-1620, parroquia de San Juan Bautista, Maello (Ávila). Libro 1º de Matrimonios (1602-1620), en estado muy fragmentario. Tampoco hay referencias en el 1º de Defunciones y Misas Perpetuas (1602-1617), lo que resulta al menos peculiar, ya que no figuran en los libros sufragios o capellanías fundadas por los miembros del linaje, algo sorprendente dados los hábitos de la época. El libro de Defunciones y Misas correspondiente a 1636 –año del fallecimiento de Francisco Claudio Conde- ha desaparecido, con lo que no podemos comprobar si se encargaron sufragios por su alma en el solar del linaje, con el que ya, al parecer, los Conde no guardaban relación alguna. No aparecen tampoco como testigos o padrinos en bautizos o matrimonios: los Conde de Maello se habían desvanecido de los registros de la villa ya en el último cuarto del siglo XVI. Según consta en los registros parroquiales, los invasores franceses destruyeron diversos libros durante la Guerra de la Independencia, lo que puede explicar las carencias que hemos observado, aunque tal vez no sea esa la única explicación.
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Madrid (aunque barajaremos posteriormente otras hipótesis sobre esta cuestión), pasando en años futuros a Sevilla: por los libros se deslizan Torreños, Toledanos, Almohallas, Sagrameñas, Juárez, Grandes, Asenjos, Duques, Capitanes, Pueblas, Llorentes, Jorges, Elviras, Cristóbales y Andreses696, pero ni rastro de nuestros Conde, que habían desaparecido absolutamente de su solar originario ya a finales del siglo XVI, y de los que no quedó ni rastro en su lugar de origen: Madrid, la corte, con sus posibilidades más inmediatas a la hora de prosperar y de mimetizarse, los había absorbido por completo. El primer individuo conocido del linaje es un Pedro Conde, el Viejo, nacido y vecino en Maello, donde moriría hacia 1560, siendo sepultado en la parroquial de San Juan. Según se estima pudo nacer en los primeros años del siglo XVI, ya que –según afirman algunos testigos, aunque apoyándose en los consabidos “se dice”- se halló en las guerras de las Alpujarras697. A su regreso, y a lo que parece en agradecimiento por haber salvado la vida en ellas, pudo donar un retablo o parte del mismo –en en que él y su mujer María Ruiz figurarían representados como donantes- a la ermita local de la Consolación del que hoy no existen referencias. Su hijo homónimo, Pedro Conde el Mozo, nacido asimismo en Maello, marcharía a Valladolid para casar allí con Isabel de Dueñas, regresando tras su matrimonio a su villa natal, en donde nacería su hijo Francisco Claudio, y trasladándose posteriormente a vivir a Madrid, a unas casas de su propiedad en los Caños del Peral. Desde aquí, la relación con Maello se interrumpe: no deja de ser probable que para afrontar los gastos de la instalación y de la estancia en la corte se vendieran los bienes que aún subsistían en Ávila, pero no deja de ser tampoco sorprendente la radical desvinculación de los Conde con su cuna natal, en la que tras su partida no
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Jorge y Puebla, al igual que Toledano, son apellidos de indudable raigambre conversa. De hecho, en los libros parroquiales no dejaba de anotarse que los descendientes de estas familias –y de algunas otras- eran hijos de cristianos nuevos, de los que había, al parecer, un número relevante en Maello por esas fechas (finales del siglo XVI). Había también en la villa una pequeña colonia flamenca, con apellidos como Chaveynte o Fleeyel. 697 Acerca de la repoblación del área de Granada tras la guerra de las Alpujarras (y de como sirvió tal hecho a diversos linajes para inventarse un pasado), Vid. Martín Quirantes, A., “Ascenso social y falsificación documental. Los verdaderos orígenes de los repobladores del Reino de Granada en época de Felipe II”, en Soria Mesa, E., y Bravo Caro, J.J., (Eds.), Las élites en la época moderna: La Monarquía Española, Vol. 4, Cultura, Universidad de Córdoba, 2009, pp. 311 y ss.
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subsistía rastro alguno sobre ellos698. Alguna información más podemos obtener del expediente de Santiago (muy posterior, sin embargo, a las fechas de las que ahora nos ocupamos) del primer duque de Montemar, maestrante de Sevilla699. Los testigos –que eran amigos y conocidos tanto en Sevilla como en Madrid-, fueron (como era costumbre) dando diversa información a las preguntas preestablecidas que les realizaban los informantes del expediente700; así, el conde de Cañete, don Nuño Carlos de Villavicencio, testificaba que
[...] todos [los que usaba el pretendiente] son sus legítimos apellidos, pero q. an usado y firmado no el de Conde aunque es el de su varonía, sino el de Carrillo de Albornoz q. le toca legítimam.te porq. la Visabuela paterna del ptret.te se llamó dª Mag.na Carrillo de Albornoz Y an usado estos apellidos por el pleito que an seguido el [...] abuelo del pret.te con el Marqués de Estepa sobre el dro. q. tenían al estado de Ozentejo y Baltablada, Y por pedir el fundador q. los an de usar los q. tubieren dho. derecho de los apellidos de Carrillo Y Albornoz, los an usado y no el de Conde, que es el de la Varonía [...].701
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Hemos de decir que los únicos documentos que efectivamente relacionan a los Conde con Maello son –todos ellos- posteriores al abandono de la villa por parte de la familia. 699 Sin duda, el miembro más eminente del linaje: gran general, fue recompensado asimismo con la orden del Toisón, convirtiendo el condado de Montemar en ducado. 700 Don Bernabé de Orozco y don Diego de Sotomayor en Sevilla; don Diego Castañón y don Alonso Ponce Alemán en Madrid. 701 AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2040, ff. 11v.-12r. También se encontraba en pleito el estado de Beteta. El hecho de no usar del apellido Conde, propio por varonía, llevaría a algunos tratadistas (no sabemos si interesadamente, aunque entendemos tal opción como muy probable) a omitir, silenciar o equivocar el origen cierto de los condes de Montemar: un caso paradigmático será el de Rivarola y Pineda, J.F. de, Monarquía Española. Blasón de su Nobleza, Madrid, 1736, tomo II, pp. 425-438 –obra por otra parte en cierta manera útil, aunque propagadora de más que numerosos errores en las filiaciones-, en las que omite toda alusión a los Conde antedichos, haciendo descender a los Montemar de un Alonso Carrillo de Albornoz avecindado en Sevilla en 1540, con el que no tienen nada que ver: “Don Joseph Carrillo de Albornoz, Sucessor en el Mayorazgo, y Patronato de esta Casa, en la propia Ciudad, donde contraxo matrimonio. Fue Padre de don Pedro Carrillo de Albornoz, conde de Montemar [...]”. Estos errores sucesivos se siguen copiando incluso en la actualidad (Vid. Castán y Alegre, M.A., “Figura señera de la caballería española...”, Hidalguía, 314, 2006, que fusila sin pudor alguno a Cerro Nargánez, R., “José Carrillo de Albornoz y Montiel...”, Pedralbes: Revista de Historia Moderna, nº 18, 2, 1998). Dos árboles genealógicos, incompletos sin embargo, conservados en la colección Salazar y Castro de la BRAH, dan fe de la filiación de esta rama de los Carrillo: Nº 27665, D-34, F.124v (tabla genealógica de la familia Conde de Madrid), y Nº 23357, D-25, f. 38, segunda foliación (tabla genealógica de los condes de Montemar).
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Añadía el conde más información acerca de la calidad del solicitante y de sus antepasados, que se hallaban
[...] emparentados en esta dha. Ciud. de Sev.ª con las más lustrosas familias, concurriendo en las funciones públicas como tales cavalleros notorios, donde tienen muc.os par[ien]tes títulos de Castilla como son el Conde de Venagiar, el de tous, el Marqués de Tablantes y muchos Cavall.s de las ordenes de [sic] militares, como son Dn. Antº. y Dn. Josef de Espejo cavalleros del orden de Sn.tiago702.
En cuanto a los oficios desempeñados por los miembros más inmediatos de la familia, certificaban también, como era lógicamente la intención, la nobleza y calidad del propio pretendiente, ya que
[...] el dho. Dn. Josef Conde Carrillo es Conde de Montemar y lo fue su P[adr]e y tio [...] Dn. P[edr]o Conde Carrillo de Albornoz que fue Gene.l de Galeones y el dho. P[adr]e del pretendiente le honrro Su Magd. con el titulo de Ml. de Campo y Govern.or de Antioquia y Cartagena [...], Y asimismo el abuelo paterno del dho. pret.te arriba espresado fue sargento maior, todo lo qual prueba lo lustroso desta familia, fuera de distinc. y de nobleza q. de ellas tiene mu[cha]s assi de la blanca de carne ser la unica distinc.on q. ay en el archivo de Seuª. como otras en diversos lugares [...]. Y dha. nobleza la depone por público y notorio, pública voz y fama, como también [su] limpieza de sangre [...], aviéndose mantenido el dicho Conde de Montemar y el dicho su Pº no solo sin oficios indecentes sino con grande honrra y explendor703. 702
Ibidem, f. 12r. A los títulos de Castilla emparentados con los Carrillo de Albornoz otros testigos añaden a los marqueses de Valdeosera, los marqueses de Nevares y los condes de Mejorada. 703 Ibidem, f. 12v. Como recordaremos, mencionábamos páginas atrás que no se cita como mérito del pretendiente el hecho de pertenecer a la Maestranza sevillana: siendo las pruebas de 1717, coincidieron en el tiempo con la primera época de decadencia de la corporación, de la que saldría en el segundo cuarto del siglo, lo que determinaría por tanto la omisión de la pertenencia a una institución que, por el momento, no era tan relevante como llegó a ser posteriormente, no considerando la pertenencia a dicho cuerpo en aquel momento como un acto positivo de nobleza. También se indica en el expediente cómo “sus padres, abuelos paternos y maternos son y fueron legítimos, y sin bastardía alguna y de legítimo matrimonio” (f. 20v), corriendo un oportuno velo sobre la condición de doña Magdalena Carrillo de Albornoz, su bisabuela paterna e hija, de hecho, de una doncella de servicio del señor de Ocentejo, como aquella misma confirma en su testamento, siendo doña Magdalena la que aportaría al linaje las nuevas armas y apellido. Asimismo se afirma su limpieza de sangre, hecho que no deja de ser discutible, dada su descendencia –por parte de su abuela materna- de los Esquivel sevillanos, de los que trataremos.
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Las informaciones continuaban transcribiendo las distintas partidas bautismales y matrimoniales que ambos informantes hallaron en los libros parroquiales de San Vicente y San Marcos, en donde se certificaba la condición de bautizados de los miembros de la familia, comenzando por don José, el pretendiente al hábito, que había sido cristianado en San Vicente el 19 de octubre de 1671, siendo su padrino don Juan de la Torre Carbonera, juez de la Contratación, caballero de Santiago, y que sería albacea testamentario del primer hermano mayor de la nueva Maestranza, don Agustín de Guzmán Portocarrero. Continuaban relacionándose las de los distintos miembros de la familia bautizados en San Vicente, como sería el caso de su padre, don Francisco704, además del desposorio de sus abuelos paternos705. La pesquisa continuaría en San Marcos, donde se desposó, en 1679, don Francisco Carrillo de Albornoz, II conde de Montemar, con
Asimismo se justificaba que su abuelo paterno, don José Conde, no gozara de la blanca de la carne, “por aber estado enfermo casi todo el tiempo q. uibió en esta ciud. no tendría el dho. [...] blanca de carne, q. solo la buelbe al cav.º que la pide”, aunque el testigo, don Pedro de Vargas Sotomayor –hijo del fundador de la Maestranza don Francisco de Vargas Sotomayor, I marqués de Castellón- indicaba que sabía por fuentes fidedignas que en Madrid era considerado un “cavallero conocido”, constando así en los libros de asiento de la corte, teniendo “muchos goces de nobleza en las Villas de la Rinconada, Pilas, y Umbrete”, del Aljarafe sevillano, como indicaba también el capitán de caballos don Juan de Sandiel (emparentado, por cierto, con los primeros condes de Valhermoso, también fundadores –con los Carrillo- de la nueva Maestranza). Sí se devolvió, en cambio, la blanca al I y al II condes de Montemar en 1667, con treinta y nueve síes y un no; y a don Nicolás Carrillo de Albornoz, hijo del II conde, en 1715. Se nombra también al pretendiente al hábito como conde, al haberle cedido su padre el título en esas fechas. 704 “En sauado dies y ocho dias del mes de Junio de mill seisçientos y treinta y nuebe años yo el lizenciado Juº Anttº Cura desta Yglessia de Sr. Sn. Vizente de Seuilla Baptissé á fran.co hijo de D. Jossephe Carrillo de Albornoz y de Dª Yzabel Mª de Esquibel y Guzman fue su Padrino D. Pº de Esquibel vezino de esta Collazion al qual le amonesté el parentesco espiritual Lo firmé fecho ut supra.= Juº Antonio de Miranda Cura”. 705 “En lunes quinze dias del mes de febº de mill seysçientos y treynta y ocho años yo el Bachiller Christobal Rodriguez Claros cura de la Yglessia de Sr. Sn. Vizente desta Ziudad de Seuilla habiendo preçedido lo nezessario en derecho y con mandamiento del Sr. Juez de la Yglessia desposse por palabras de pressente que hizieron verdadero matrimonio a D. Joseph carillo y Albornoz natural de Madrid hijo de D. Fran.co Carrillo y de Dª Magdalena Carrillo y Albornoz Con Dª Ysabel María de Esquibel natural de la villa de Pilas hija de D. fran.co de Esquibel y Guzmán y Dª Catalina Vizentelo testigos D. Benito Yañes Piego hoidor de la Real Audienssia desta ziudad y D Juº de Bergara y D Fernando de Esquibel y por verdad lo firmé ut supra=Bachiller christoual Rodriguez claros cura”. Figura también el entierro de doña Isabel de Esquivel, viuda ya de don José Conde, y fallecida sin testar el 3 de junio de 1668, desde su morada en la calle del Espejo hasta la parroquia de San Lorenzo, donde los Esquiveles tenían su capilla propia. No se enterraría junto a su marido, que había preferido hacerlo en el convento de San Agustín, otra fundación de los Esquivel.
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doña Leonor Ana de Montiel, en su primer matrimonio706. Doña Leonor era a su vez hija de don Teodosio de Montiel707, abogado y relator de la Audiencia sevillana, y de doña Isabel de Segura, y nieta del licenciado Luis de Montiel y de su mujer doña Elvira de la Peña Villegas, vecinos de la collación del Salvador, y del licenciado –y también abogado de la Audiencia de Sevilla- Francisco Dávila Sotomayor y de doña Leonor de Segura708, vecinos de la collación de San Pedro; y fallecería tras haber dado poder para testar, el 16 de abril de 1673, pidiendo ser sepultada en el enterramiento familiar de San Lorenzo, y nombrando por herederos universales a sus hijos, don José Carrillo –que contaba a la sazón con dieciocho meses de edad-, doña Isabel Carrillo, de tres años, y a doña Teresa Carrillo, de tres meses. Los informantes añadirían muy diversa documentación, fuentes en su mayoría de gran interés, como declaraciones y diversos testamentos de varias generaciones de la familia, lo que nos permitirá conocer una amplia
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“En Seuilla en ueinte y tres de Abril de mill seiscientos y setenta y nuebe años, yo el Lizenssiado Juº fernandez Murillo Cura y Beneficiado desta Yglessia del Sr. Sn. Marcos hauiendo precedido todo lo dispuesto por el Stº Conssilio de Thrento en esta dicha Yglessia y en la del Sr. Sn. Vizente desta ziudad y no rezultando impedimento alguno como consta de una fee del Lizenciado Alonso Lopez de las doblas Cura de la dicha Yglessia despossé por palabras de presente que hizieron verdadero matrimonio á D. Fran.co Carrillo de Albornoz y Esquibel natural desta ziudad hijo de D. Josseph Carrillo de Albornoz y de Dª Ysabel de Esquibel y Guzmán juntamente con Dª Leonor Ana de Montiel natural desta ziudad, hija de D. theodosio de Montiel y de Dª Ysabel de segura lo qual hize en uirtud de mandamiento del señor Juez de la Yglessia su fecha en quinze dias deste dicho mes y año ante Luis Martinez Bexarano notario mayor de su Juzgado, fueron testigos el lizenciado Pº de Ribera Presuitero, D. Fernando de Esquibel cauº del horden de Calatraua y D. Fernando de Medina y Mendoza vezinos desta ziudad, y otras muchas Personas y lo firmé fecho ut supra=Lizenciado Juº fernandes Murillo cura”. Casaría nuevamente con doña Isabel de la Vega y Cabiedes. Las ramificaciones familiares alcanzaban también a otros linajes vinculados a la Maestranza sevillana: don Pedro de Saavedra Alvarado y Neve había casado con doña Isabel Carrillo de Albornoz y Montiel, uniendo así ambos linajes. Como vemos, varios caballeros fundadores signaron como testigos en los desposorios: entre otros don Fernando de Esquivel y Guzmán, tío materno del novio. 707 Bautizado en la de Santa Ana de Granada el 4 de noviembre de 1605. Se le había devuelto la blanca de la carne por acuerdo capitular el 30 de enero de 1640, por treinta y ocho votos afirmativos frente a trece negativos. A su hijo Luis Francisco de Montiel, veinticuatro de Sevilla, se le devolvería asimismo la blanca el 19 de agosto de 1693. Los Montiel poseían unas casas principales con dos tiendas en la collación de Santa María, en la plaza de la Lonja, y una heredad de viñas en Umbrete (AHPSe, Leg. 2708, 1671, f. 755). 708 Sobre la que no dejaría de haber controversias sobre sus verdaderos apellidos, al ser recogida en algunos documentos como Zúñiga y no estar claro si su segundo apellido era Ávila o Dávila. Segura, en cualquier caso, era un apellido de sospechosas connotaciones. En cualquier caso, los tres testigos nombrados para certificar el apellido verdadero de doña Leonor y doña Isabel de Segura determinaron que era, efectivamente, Segura y no Zúñiga el apellido familiar, al igual que Dávila.
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información, y muy por menudo, sobre aquella709, que en algo más de un siglo desde la muerte de su primer miembro conocido, en la pequeña villa –de ciento y pico vecinos- de Maello de Ávila, había llegado a disfrutar de los privilegios de la primera nobleza de Sevilla.
II
El 1 de octubre de 1716, don Francisco Carrillo de Albornoz, Esquivel y Guzmán, II conde de Montemar, se presentó ante el licenciado don Juan Caballero de Soto, del Consejo de Su Majestad y Alcalde de la Real Audiencia, que estaba acompañado por el escribano público Bartolomé Pérez Bejarano, para exponer que
[...] su Pª[dre] que fue sargento m.r del partido de La villa de Coria vezino desta ziudad othorgó poder á Dª Ysabel de Esquibel y Guzman su Muger para que hissieze su testamento según le havía comunicado, señalasse entierro, nombrar albaceas y herederos y desp.s hiciese lo demas [...] para el qual pasó ante Rodrigo de Abreu ess.no pubº que fue de esta Ciuº en treinta de Abril del año mil seisc.tos y cinq.ta y nuebe, abiendo muerto debajo de esta disposi.on [...].
Don José Carrillo710, el primer miembro del linaje en asentarse en la ciudad de Sevilla, vecino de la collación de San Lorenzo en la calle del Espejo, y que estaba enfermo, había pedido en sus últimas mandas que lo llevaran a
[...] enterrar en el Comb.to de Sn. Agustin extramuros de esta Ciud. en la Capilla y Capítulo que es de los Esquiveles, Y el día de mi entierro se me diga una misa de requien cantada Y todas las demás misas que tengo comunicado con la dha. Dª Ysauel de Esquivel Y Guzmán [...]. Yo dejo por mis legítimos Y vnibersales herederos a Dn. Fran.co Carrillo Y Esquivel de edad de diez y ocho aº, y à Dn. 709
Entre otros el testamento de doña Catalina Vicentelo, madre de doña Isabel de Esquivel Guzmán, o el poder para testar –no pudo realizar su testamento debido a su enfermedad- de don José Conde Carrillo de Albornoz. 710 Nombramos ya a don José Conde como Carrillo de Albornoz en adelante.
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Pedro de Esquiuel y Guzmán Capitanes de Ynfantería q. están sirviendo a Su Magd. en la campaña fuera de edad el dho. dn. Pedro de diez y siete aº. Y à Dª Magdalena Carrillo de Albornoz de edad de quince aº y à Dn. Diego Carrillo de edad de trece aº y à Dn. Gaspar de Esquivel de edad de diez aº todos cinco mis hijos legítimos y de la dha. Dª Ysavel de Esquivel Y Guzmán mi mujer para que aian y hereden todos los bienes qº de mi quedaren igualm.te tanto el uno como el otro711.
Doña Isabel de Esquivel –que en breve habría de enviudar de don José Carrillo de Albornoz- era tenida por los testigos pileños, convocados para la instrucción del expediente de Santiago de su nieto (y al igual que ella, sus padres, don Francisco de Esquivel y doña Catalina Vicentelo) como
[...] hazendados en esta dicha villa [...], personas de mucho lustre [...], mui calificados y de conozida nobleza y en esta opinión han estado y están en esta villa sin cossa en contrario [...] y que a dicha Abuela Paterna que no solo le asiste la limpieza de sangre [...], también la calidad de la nobleza por haber sido una Señora mui yllustre, todo lo qual save no solo por noticias de crédito sino por la buena fama y opinión que tiene dicha Abuela Paterna en esta villa de dichas buenas calidades.
Había sido bautizada en la parroquia de Pilas el 19 de marzo de 1615, y descendía de una familia asentada en Sevilla tras la conquista fernandina acerca de la cual volveremos a tratar en este trabajo712. Don José, como tantos otros recién llegados
711
No deja de extrañar tampoco la ausencia de la figura del mayorazgo, tan querida por los miembros de los distintos estamentos de la nobleza española. No era corriente que en un linaje nobiliario heredaran todos los hijos por igual, sino que procuraban salvaguardarse los derechos del mayor. Posteriormente, los ya Carrillo de Albornoz solventarían con celeridad tal situación: don Pedro Carrillo fundaría mayorazgo en su testamento, del que se beneficiaría a su muerte su sobrino don José. 712 “En Juebes dies y nuebe dias del mes de Marzo de mill seiscientos y quinze años yo el Bachiller Andrés hernandes del Espada Benefiziado y cura de la Yglessia desta uilla de Pilas Baptizé a Ysabel hija de D. Fran.co de Esquibel y Guzmán y de Dª Catalina Vizentelo su lexitima Muger fuè su padrino D. Fernando de Medina todos uezinos de esta uilla aduirtiossele el parentesco espiritual y en fee de berdad lo firmé fecha ut supra=El Bachiller Andrés fernandes del Espada”. Doña Isabel era hermana de don Fernando de Esquivel Guzmán, a quien biografiamos en este trabajo (véase el epígrafe Esquivel del mismo), cuñado por tanto de don José Carrillo de Albornoz, y tío materno de don Francisco y don Pedro Carrillo, fundadores con él mismo de la Maestranza.
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a Sevilla, había procurado asentarse en el Aljarafe –ya hemos hablado anteriormente de tal repetida dinámica713-, ejerciendo en alguna villa del partido oficio propio de hidalgos, lo que le permitiría demostrar posteriormente (aunque en su caso, nunca llegaría a hacerlo) tal condición noble ante el Cabildo sevillano714. Así, los testigos confirmaron que en Umbrete los Carrillo –los hijos de don José, en este caso- y los Montiel habían ejercido
[...] diversos oficios de los cavalleros hijosdalgo como son Alcaldes y rejidores por dho. estado de los nobles, por hacendados [...], y se remite pª confirmación de lo que lleva dho. à los libros del cavildo de Vmbrete donde constará de todo lo declarado [...] y à hoydo de perzonas ançianas y fidedignas desta villa que también tuvo los mismos oficios por dicho estado de los nobles el dicho don Theodossio de Montiel,
condición que confirmaban igualmente los recibimientos de los libros de cabildo de la villa, de donde don Teodosio de Montiel había sido alcalde ordinario y regidor por el estado noble715, don Juan Francisco de Montiel regidor y alcalde de la Santa Hermandad716, don Francisco Carrillo alcalde ordinario717 y alcalde también de la Santa Hermandad718. Sin embargo, como ya hemos visto, don José Carrillo no disfrutaría de ninguno de esos oficios. Por ello, para obtener mayores informaciones acerca de la calidad del sargento mayor, se mandó comisión a Madrid con dos nuevos informantes, que tomarían testimonio a diversos testigos, entre otros al sevillano don Francisco de Robledo –en realidad, Almonte-, 713
Acerca del asentamiento de sevillanos en el Aljarafe –que venía llevándose a cabo desde la Edad Media, aunque con otras motivaciones-, Vid. Borrero Fernández, M., “Aljarafe y Ribera del Guadalquivir en la Edad Media”, Actas de las II Jornadas de Historia sobre la Provincia de Sevilla: Aljarafe-Marismas. ASCIL, 2005. 714 No ejercería ningún cargo en Umbrete, pero sí sería sargento mayor de las milicias de Coria. En el futuro, los Carrillo litigarían su condición hidalga contra el concejo de Umbrete (ARChG, caja 14414, pieza 040, año de 1680), ganando finalmente el pleito. Curiosamente, en el expediente se alega que don José Carrillo no había solicitado la blanca de la carne por hallarse enfermo durante el tiempo de su residencia en Sevilla, pero sin embargo llama poderosamente la atención el hecho de que vivió en la ciudad al menos diecinueve años, desde que se casó hasta su muerte: su hijo mayor tenía por esas fechas dieciocho años. Nunca llegó a solicitar, sin embargo, la devolución de la blanca: ¿Estuvo enfermo todo ese tiempo? La verdad es que cuesta trabajo creerlo. 715 AAU, Libro de Actas Capitulares (1646-1665), ff. 56-57, 81 y 89, 103, 110. 716 Ibidem, ff. 244, 324-326, 339. 717 A 21 de febrero de 1676. 718 19 de febrero de 1683.
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marqués de Villamarín y caballero de Santiago, gentilhombre de cámara, vecino en la calle de Jacometrezo. Don Francisco no conoció, lógicamente, a don José – abuelo del pretendiente-, pero sí dijo saber
[...] por público y nottorio y por lo que diferentes Veces ha oydo a perss.nas Ancianas y que lo conocieron q. se llamó Dn. Josseph Conde Carrillo de Albornoz, y que fue natt.l de esta Villa de Md. de donde salió a servir a Ittalia, y á oran y que se cassó Vivio y fallecio, en la ciudad de Seuilla, siendo Sarg.to Mayor; y tambien ha oydo que sus Padres y Visabuelos Patt.nos del Prett.º se llamaron fran.co Claudio Conde; y dª Magdalena Carrillo de Albornoz y que fueron natturales y Vecinos de estta Cortte, y fallecieron en ella [...]. Los tiene y siempre ha tenido, vistto y oydo y comunmente reputados en Público, como en secreto por hijos legittimos, havidos y procreados de legittimos matrimonios sin que en tiempo Alguno haya llegado a su nottizª les toque naturaleza, Basttardía o Illegitimidad719.
Afirmaba también la condición hidalga del sargento mayor, que
[...] fue Admitido, el abuelo Patt.no del Prettº. al Goze de tal Cauº hijodalgo en esta Villa de M[adri]d., mas ha de sesenta años, y le Pareze que Gozará también Assí estte como el Prettº. y su Padre de las Condisiones de noble en la Ciudad de Sevilla.
Según otros testigos, don José habría partido de la corte “siendo moço”, y regresado de Italia a Madrid “por los años de seyscientos y quarenta y ocho poco más o menos”, marchando de allí a Sevilla “a Reclutar”, donde casó, para no 719
AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2040, 2º cuaderno, f. 3r y ss. El marqués, en su testifical, afirmaba no tener relación alguna con el pretendiente, ni siquiera de amistad, lo que debemos decir que no es cierto: tanto los Robledo como los Carrillo, sevillanos, tenían parientes comunes y formaban en las filas de la propia Maestranza por entonces. Como ya sabemos, también es falsa la condición de legítima de doña Magdalena, habida fuera del matrimonio tras haber enviudado su padre. Sin embargo, el marqués afirmaba que doña Magdalena era “hija legittima de dn. Alvaro Carrillo de albornoz, sr. de ozentiejo y Valtablado”, omitiendo curiosamente a la madre de doña Magdalena en su testimonio; lo mismo hizo otro testigo, don Antonio Dongo, oficial de la Secretaría de Estado, añadiendo cómo los Carrillo eran “una de las familias emparentada [sic] con las Primeras de Casttilla”, insistiendo en ello sin duda para no ver cuestionado el origen materno de la bisabuela del pretendiente al hábito. No serán los únicos en hacerlo, como después veremos.
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regresar720. Nuevos testigos aportarían mayores informaciones, como que los Conde habían realizado también pruebas de limpieza –caso de la hermana de don José, doña Francisca, casada con don Antonio de Espejo, ayuda de cámara del Cardenal Infante y familiar del Santo Oficio- preceptivas para lograr la familiatura721, y cuyos hijos accederían a hábitos de Santiago. Evidentemente, ninguno conoció a don José (habían pasado más de sesenta años desde su partida de Madrid), con lo que sólo hablaban de el por referencias, abundando los “cree” y “supone”, en la testifical. Otros testigos hacían notar cómo eran
[...] todos [los miembros de la familia] inclinados a la Miliçia y hauer logrado por sus meritos Cargos y Premios honrrosos Así Políticos como Militares722
gracias a los cuales, como vemos, irían afianzando una primera nobleza de mérito –de la que no resulta arriesgado decir que posiblemente fuera su primer representante el propio sargento mayor, o incluso sus hijos-, consolidándose posteriormente su condición gracias a la compra del título y a la concesión de dos hábitos, esta última dos generaciones después723. Cierra la testifical nada menos que don Luis de Salazar y Castro, a quien nos hemos referido en este trabajo con anterioridad como el más solvente –y con mucha diferencia- dentro del ramo de los genealogistas españoles, comendador de Calatrava y cronista real, que se había ofrecido voluntariamente a deponer como testigo724. Ofrece nuevas noticias sobre don José Carrillo, como que “Siendo de hedad de diez y seis aº salió a servir 720
Ibidem. f. 6v. AHN, Inquisición, Toledo, Informaciones Genealógicas, leg. 385, nº 1744. Las pruebas de doña Francisca se realizaron en Maello, Barajas y Armallones. 722 AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2040, 2º cuaderno, f. 18 r. Testimonio del presbítero don Francisco del Castillo. 723 Llama, y no poco, la atención que en esta familia el hábito se consiguiera tras la compra del título. A veces las pruebas para dichos méritos solían facilitar desagradables sorpresas a sus solicitantes. En este caso, la posesión del título ayudaba a la concesión de aquél, teniendo en cuenta en este caso que el dudoso origen de un miembro de la familia se remontaba a su bisabuela, que no sería ya directamente investigada, a diferencia de sus abuelos. Llama la atención, como decimos, que los primeros de la familia en solicitar hábitos fueran los bisnietos, y no los nietos –don Pedro y don Francisco, los dos primeros condes- de doña Magdalena Carrillo. El proceso incluyó, por ejemplo, el ingreso de don Francisco en otra corporación de prestigio, la Santa Caridad, en 1670, de la que don José, su hijo, sería hermano mayor (AHSC, Libro de Asiento de Hermanos..., f. 154). 724 AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2040, ff. 20v. y siguientes. 721
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a su Magd. a los dominios de Ittalia”, pasando tras su vuelta a Madrid “aleuantar gentte Para la Guerra, á Andalucía”, en donde residiría hasta su fallecimiento. Elude también referirse a la condición de ilegítima de doña Magdalena Carrillo, sorteando dicho escollo con habilidad, ya que, sin comprometer su opinión completamente, dice que “se remitte Para mayor seguridad de lo depuestto, a lo q. declararen los demás testigos y Resultare de ynstrum.º Publicos”, sobre tal cuestión. Afirma haber visto el documento de recibimiento como hidalgo de don José en el Ayuntamiento de Madrid, justificando la existencia de una sola prueba escasa de hidalguía del mismo en los archivos de la villa, al haber estado don José “en tanto tiempo [en] repettidos Acttos de distinción, por haver estado ausente”. Y es significativa también la deposición de don Luis sobre la ascendencia de doña Magdalena: omitiendo de nuevo a su controvertida madre, cita de corrido hasta sus cuartos abuelos paternos. Es también don Luis quien nos da noticias sobre los Conde de Maello, nombrando a los padres –Pedro Conde e Isabel de Dueñas- y abuelos –Pedro Conde y María Díaz- de Francisco Claudio Conde, a los que erroneamente da por vecinos de Madrid, evitando ofrecer mayores referencias sobre el origen familiar en Maello, que por lo que vemos no parece demasiado esclarecido, y que tal vez fuera incluso comprometido. Rizando el rizo, tiene en su testimonio sin embargo a los Conde por nobles, ya que “de no serlo, no pareçe se effectuara el Casam.to con Muger tan Yllustre y Prinçip.l y de tan Alttos y poderosos Abuelos, como los de los de Dª Magdalena Carrillo de Albornoz”. Pero ya sabemos que precisamente, la condición de doña Magdalena no era ninguna garantía de la nobleza de los Conde: los hijos bastardos –que a diferencia de los naturales no eran reconocidos y carecían por tanto de derechos- se escondían muchas veces más de lo que se mostraban725. No parece, desde luego, que don Luis testificara –y más haciéndolo a petición propia- por simple casualidad: probablemente, las influencias del ya conde de Montemar (su padre le había cedido el título poco tiempo atrás) habían provocado y conseguido el testimonio, por lo demás no poco importante para sus fines, del prestigioso genealogista.
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Algunos de los lugares preferidos eran, por cierto, los conventos femeninos, abarrotados de hijas sin dote o de descendientes naturales de los más notables linajes.
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Posteriormente los informantes pasarían a diversas parroquias de Madrid a recabar las partidas necesarias para autentificar las filiaciones, al igual que al Ayuntamiento, a verificar la única prueba de hidalguía que la familia podía presentar. No encontrando partidas en la de San Marcos pasaron a la de San Ginés, en donde hallaron, en su libro quinto de difuntos, las partidas de defunción de doña Magdalena Carrillo726 y de Francisco Claudio Conde727, además de las de bautismo de varios de sus hijos. Seguirían sus pesquisas en la parroquial de San Luis, que no había comenzado a celebrar bautizos hasta 1630, con lo que en ella no había dato alguno de interés, al igual que tampoco los había en la de Santa Cruz, San Sebastián, San Juan, Santiago o Santos Justo y Pastor, aunque en esta última sí apareció el bautizo de su hija Francisca. Por ello continuaron la ronda de testigos para intentar averiguar dónde podían encontrarse dichos documentos, requiriendo el testamento de doña Magdalena al escribano público, y –tal vez no demasiado sorprendentemente- pasando como sobre ascuas por la declaración de la propia testadora de su ilegitimidad, que quedaba bien clara en su testimonio:
Yn Dei nomine Amen. Sepan quantos esta carta de testam.º vieren como yo Doña Magdalena Carrillo de Albornoz muger legítima de fran.co Claudio Conde y hija natural de Dn. Albaro Carrillo de Albornoz Sr. de las villas de Ozentejo y Valtablado Obispado de Cuenca y vezº que fue de la villa de Varajas del Rey en el dho obispado y de Maria Reyna mis padres Difuntos [...]728.
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En la que a su marido ni siquiera se le nombraba por su apellido. “Dª Magdalena Carrillo Muger de fran.co Claudio murió oy Juebes 30 de Agosto de 1635 reciuió todos los sacramentos en Calle de los tintes propias casas de su Marido testó ante Juan de Quintanilla que tiene su oficio a la puerta de Guadalaxara dejo por sus testamentarios al dicho su Marido, xptoual de Medina su hierno, que viue a las tabernillas de sn. fran.co y a Antonio de Espejo, dejo cien misas de alma y quatroçientas ordinarias dio a la fabrica diez y seis Reales mandose enterrar en sn. fran.co capilla de su hierno xptoual de Medina”. Las referencias a su testamento en la partida permiten, basándonos en dicho documento, componer la filiación completa de doña Magdalena según su propio testimonio. 727 “fran.co claudio Conde murio domingo 4 de septiembre 1636 en sus Casas Caños del peral recivio todos los sanctos sacram.tos testó ante Juan Luis Riuero ss.no que asiste en el oficio de Juan fran.co Sierra dejo por testamentarios a Don xptoual de Medina, Antonio de espejo y a Dn. fran.co Liaño sus hiernos que uiuen en la misma Casa dejo por su alma quinientas misas las ciento de Alma mandose enterrar en sn. francisco dio a la fabrica diez y seis reales”. 728 Año de 1635, a 26 de agosto, ante Juan de Quintanilla, folios 629-630v.
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Solicitaron posteriormente el testamento de Francisco Claudio Conde, que hallaron en la escribanía ahora ostentada por Baltasar de San Pedro y en su día por Jerónimo Sánchez de Aguilar, en donde figuraba como hijo legítimo del matrimonio José Carrillo. Este había sido provisto también de la vara de alcalde de la Mesta por el estado de los hijosdalgo madrileños a 30 de septiembre de 1650, aunque sobre esta distinción los informantes solo pudieron ver una copia del documento y no el original, solicitando este y no teniendo éxito en su solicitud. Entendieron, sin meterse en más averiguaciones, que los Conde “serían hijodalgos”, aunque no hubiera más datos sobre su nobleza en los libros de goces de Madrid, ya que “por descuydo o pereza, o por ocupados en empleos y logrando la estima.on pública y notoria de nobles derivada de sus mayores se contentan con ella”. Uno de los nietos de Francisco Claudio Conde, don José de Espejo, aportó entonces muy oportunamente –y suponemos que para rematar el asunto a su favor- un documento “que había estado en su poder desde que tenía uso de razón” acerca de la naturaleza noble del mismo Francisco Claudio y de sus antepasados, fechada en 1634 y que confirmaba las filiaciones aportadas por Salazar y Castro, añadiendo a ello el título de familiares de la Inquisición de don Antonio de Espejo, doña Francisca Carrillo, don Cristóbal de Medina y de doña Isabel Carrillo729, cuñado y hermana, respectivamente, de doña Francisca. Alguna información más podemos extraer de los expedientes de Santiago de los dos hermanos Espejo730, en los que se incide fundamentalmente en la limpieza –y no se aporta prueba alguna sobre la nobleza- de doña Francisca, su madre:
[...] está comprehendida la dha. Dª fran.ca carrillo abuela Patª por mug.r de familiar, y su limpieça se califica también con la familiatura de Xtoual de Medina cauº que fue de la orden de santº Reg[ido]r de M[adri]d y marido de Doña ysabel Carrillo herª entª de la dha. Dª fran.ca [...]. 729
AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2040, 2º cuaderno, f. 35r. Curiosamente, los mismos testigos de la testifical de 1634 omiten el origen en Maello de la familia, dándolos por naturales de Madrid. El escribano municipal que sería custodio de dicha causa –la de Francisco Claudio-, llamado Bernardo Sánchez Sagrameña, alegó que no aparecía en los registros municipales porque “se habría perdido”, no llegando el original nunca a manos de los informantes. Sagrameña, un patronímico poco corriente, es uno de los apellidos más repetidos en los libros parroquiales de Maello. 730 AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2747 y 2748.
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Posteriormente se pasa directamente a describir –con todo lujo de detalles, acompañándolas de genealogías exhaustivas y decenas de instrumentos contrastados- la nobleza de los Espejo y de los Molina, familias paterna y materna del aspirante; pero nada se dice acerca de doña Francisca o de su linaje paterno. De hecho, en los testimonios los testigos siguientes depondrán, efectivamente –y con no pocos detalles-, sobre la limpieza de doña Francisca: pero la supuesta condición noble de esta no figurará en los interrogatorios en mayor medida, salvo que los testigos creían que sería “tenida por muger noble [...], de linaje antiguo y puro y notoriamente prinçipal” gracias principalmente a la condición de su marido (que provenía de una familia notable de Olías, cruzada en Santiago desde larga data), incidiendo siempre en su limpieza de sangre; y aunque –y ya a estas alturas podemos extrañarnos de pocas cosas- sí aparece mencionado, entre la documentación del expediente, que se adjunta al mismo la pesquisa genealógica realizada a doña Francisca, esta ha desaparecido por completo del contenido de aquél: la carpetilla que la contenía, al final de las pruebas realizadas a don Antonio de Espejo, se encuentra a día de hoy vacía por completo, y no hay tampoco ni rastro de dicha pesquisa en el expediente de su hermano don José de Espejo731. Este último justificó la inexistencia de las partidas que faltaban, alegando que “siempre havia oydo a todos sus May.res q los dichos Vissabuelos hauian Vivido y se havian cassado en la Corte”, lo que hizo que los informantes, renunciando ya a continuar sus pesquisas (que posiblemente les hubieran llevado -de haberlas seguido- a un Maello de donde los testigos estaban alejándolos con todo cuidado, y en donde probablemente no encontrarían pruebas de hidalguía alguna acerca de tales Conde732), declararon las pruebas por suficientes y se olvidaron de más indagaciones, indicando que las informaciones debían de ser “al parecer Cierttas” dando por válidos los testimonios de los entrevistados. No dejaban los informantes de expresar de soslayo sus recelos por algunos de los 731
Sin embargo, y como en breve veremos, dicha pesquisa sí se encuentra –a día de hoy- entre la documentación inquisitorial (concretamente, del Santo Oficio de Toledo) preservada en el AHN. 732 De haberlas habido (recibimientos de hidalguía, disfrute de oficios por el estado noble, exenciones fiscales, padrones) sin duda no hubieran dejado de incorporarse al expediente. Estaba claro que en Maello poco habría, como a día de hoy hemos podido comprobar: y lo que hubiera, no sería quizás muy bueno.
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documentos aportados, pero finalmente decidieron dejar las cosas como estaban, pese a contar con pruebas fehacientes de que las cosas no eran tal y como parecían.
III
Hemos visto en las páginas anteriores como un linaje, usando de su entronque con otro por la vía del matrimonio –aunque con un miembro ilegítimo del mismo-, conseguía hacer olvidar un oscuro y posiblemente irrelevante origen (si no otra cosa), consiguiendo que en un par de generaciones se olvidaran en definitiva de ese Maello acerca del cual apenas tenemos mayores datos. Sin embargo, habrá que rebuscar para poder hallar algún dato de interés que pueda aclararnos algo acerca de estos controvertidos Conde y de su enlace con la hija natural del señor de Ocentejo y Valtablado. Y lógicamente, esa larga memoria –a la que poco o nada se escapaba- será la del Santo Tribunal: los datos que nos faltan los hallaremos en los archivos de la Inquisición, concretamente en el expediente instruido en 1626 para verificar la filiación de doña Francisca Conde, ya que su marido, don Antonio de Espejo, optaba a una familiatura en el Santo Oficio733. Las pruebas se realizaron tanto en Maello –lugar de origen de los Conde- como en Barajas –lugar de residencia de los Carrillo- y en Armallones (Guadalajara), de donde era originaria María Reina, madre natural de doña Magdalena. La historia es la siguiente: a la muerte de su esposa, doña María de Salazar, don Álvaro –cuya mujer le había dado dos hijos legítimos, don Álvaro Carrillo de Albornoz, que casaría con doña Juana Zapata, y doña María, casada con don Juan Álvarez de Toledo, señor de Cervera- buscaría consuelo (algo no poco humano) en dicha María Reina, doncella de su servicio y originaria de Armallones, de donde eran naturales sus padres, llamados Esteban Rey, labrador, y Juana Ibáñez. María Reina, dentro de lo que parece una relación bastante estable, daría dos hijas a don Álvaro: doña Magdalena, abuela del primer conde
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AHN, Inquisición, Toledo, Informaciones Genealógicas, leg. 385, nº 1744.
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de Montemar; y doña Jerónima, que moriría muy joven, deduciéndose de la testifical que las “trató como a hijas, viviendo en casa y sentándolas a su mesa”. Hasta tal punto llegó el grado de reconocimiento tácito por parte de don Álvaro de su condición de hijas, que “cuando Dª Magdalena estuvo en edad para ello, gobernó y dirigió la casa de su padre, como si hubiese sido hija legítima y señora de ella”. De hecho, las relaciones con su propio hermanastro no dejarían de ser buenas: concertaría su matrimonio –con un hombre de origen desde luego no notable aunque (a lo que parece) sí acomodado, ya que el propio origen de doña Magdalena hubiera dificultado lo contrario, al no haber sido reconocida explícitamente por su padre- y apadrinaría, con su mujer, a su sobrina Francisca, bautizada en la iglesia de los Santos Justo y Pastor de Madrid el 6 de febrero de 1591734.
En cuanto al origen noble de los Conde, hemos de repetir que bien pocas noticias tenemos de ellos con anterioridad al enlace concertado (y ventajosamente para ellos) con la hija natural del señor de Ocentejo: como ya hemos indicado, no existen en Maello mayores noticias sobre el linaje, que ya en la última década del siglo había desaparecido por completo de la villa, no dejando huella alguna en ella. Las primeras noticias documentales efectivas que tenemos sobre ellos, tras la instrucción del expediente inquisitorial de 1626, se remontan a las solicitudes de hábito de los dos hermanos Espejo –cuartos primos de los Conde Carrillo de Albornoz- y al propio expediente del después duque de Montemar. En realidad, como hemos visto, estamos lejos de poder determinar que Francisco Claudio Conde (del que no existe prueba nobiliaria alguna salvo los diversos “se supone” o “se cree” bienintencionados de los diversos testigos de los expedientes, y salvo la documental –el testimonio de 1634- presentada interesadamente por los propios Espejo, y no contrastada en los archivos de la villa madrileña, de donde habían desaparecido los originales) fuera realmente hidalgo; algo que pudo tener en cuenta el propio José Conde, tal vez sargento mayor por sus propios méritos indudables, adquiridos en Italia y en Orán, hacia donde partió –como tantos
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AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2747, f. 49r.
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otros aventureros- a la escasa edad de dieciséis años, huérfano al parecer, tal vez sin demasiados recursos, al no solicitar pruebas de nobleza en Sevilla (las de Madrid que lo asocian a una alcaldía de la Mesta están igualmente tan poco contrastadas como las anteriores: en 1716 no existían más que en una copia contemporánea, y como un simple apunte de dos líneas en ella). Sin embargo, don José pudo casar ventajosamente en 1638 en Sevilla –adonde había llegado apenas un año antes para la recluta- con doña Isabel de Esquivel, emparentada también con unos Vicentelo que casi acababan de conocer la ruina, y ese enlace facilitó que la siguiente generación (la de los dos primeros condes de Montemar) accediera sin problemas a cargos y títulos, olvidando aquellos orígenes que quizá no querían recordarse en su totalidad. No eran infrecuentes los matrimonios con doncellas hijas ilegítimas de grandes linajes, pero aquí no podía alegarse como compensación un preclaro origen paterno. Don José serviría al rey, ascendiendo desde los puestos más bajos al de capitán de infantería, y recibiendo como merced el cargo de sargento mayor de las milicias de Coria años después de su matrimonio, en 1642735. A su muerte en 1659 –su mujer le sobreviviría hasta 1668-, dejaría allanado el camino para que sus hijos y descendientes gozaran, sin limitación alguna, de los más ventajosos privilegios nobiliarios736.
¿Y los Carrillo? Los datos concretos sobre los señores de Ocentejo son claros y precisos, y se remontan hasta el reinado de Enrique II, en donde esa nueva nobleza surgida de las guerras civiles se estaba fraguando737. De hecho, la selectiva -en este caso con ciertas razones, según su criterio- memoria del genealogista don Luis de Salazar y Castro nos ilustra, casi de corrido, sobre el
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Real Cédula de 15 de enero de 1642, en Madrid. Su expediente profesional y el de sus hijos, en AHN, Nobleza, Baena, C. 93, D. 34. Las referencias posteriores sobre su carrera militar las extraemos de dicho expediente. 736 De hecho, el título de conde –y después el de duque- recaería sucesivamente en don Pedro, su hermano don Francisco, el hijo de este don José y posteriormente en los descendientes de don Diego Bernardo, cuarto hijo del matrimonio de don José Carrillo y doña Isabel de Esquivel. 737 En BRAH, Salazar y Castro, tabla genealógica de los Carrillo de Albornoz, D-29, fº 31v. Nº 25298. También otra tabla genealógica, en D-25, fº 38 (2ª foliación), nº 23357. Acerca de los Carrillo, señores de Ocentejo y Valtablado, su sucesión completa en Salazar y Castro, L. de, Casa de Lara, III, p. 384 y ss.
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ilustre linaje que nos ocupa (con la lógica salvedad ya mencionada de la condición natural de doña Magdalena), testificando en su comparecencia cómo
[...] estta fue hija [se refiere a doña Magdalena] de dn. Aluaro Carrillo de Albornoz Señor de Ozenttejo y Baltablado y nietta de dn. Gomez Carrillo de albornoz y dª Maria Giron de Sandoual y Viznietta de Aluaro Carrillo de Albornoz Señor de Ozenttejo; y [de] dª Theresa lasso dela Vega, hija de dn Diego Vrttado de Mendoza, Señor de la Cassa de Ynfantado, y quartto Abuelo del Carden.l Sandoual, Arzobispo de toledo738.
Al hilo de las noticias ofrecidas por don Luis en su testimonio, y también de su obra magna sobre la casa de Lara, se concluye que gracias al matrimonio de doña Urraca Gómez de Albornoz, señora de Portilla, Valdejudíos, Navahermosa y Ciruelos739 con Gómez Carrillo, señor de Ocentejo y Paredes, alcalde mayor de los hijosdalgo de Castilla, servidor del rey Enrique y ayo de Juan II740 dará comienzo el linaje. Doña Urraca incrementaría su herencia con el legado que le dejaría, a su muerte en 1382, su hermano don García de Albornoz, señor de Utiel y Beteta, de diversos bienes, según la siguiente cláusula:
[...] Ytem, mando a mi ermana Vrraca Gomes, muger de Gomes Carrillo, la casa de Nauaermossa, e la cassa del Aldeguela, e la cassa de Baldejudíos, e la cassa del Canpillo, e de Tinaxas, e la casa de Uillasençiella, con la heredat de Uilanchon741.
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AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2040, 2º cuaderno, f. 22r. Hay algunos errores, sin embargo, en la filiación proporcionada por el gran genealogista. 739 Hija tercera a su vez de don Álvar García el Viejo, V señor de Albornoz, Moya, Utiel, Torralba y Beteta, mayordomo mayor de Enrique II y de su mujer doña Teresa Rodríguez. 740 Hijo a su vez de Pedro Carrillo, señor de Nogales, caballero de la Banda y mayordomo mayor de Enrique de Trastamara. En 1340, Alfonso XI le hizo merced de Nogales (Badajoz) por su ayuda en el sitio de Tarifa: “Por fazer bien, e merzed a uos, pedro carriello nuestro uassallo, por mucho serbiçio que nos auedes fecho, e façedes cada dia, e señaladamente porque auedes estado muy grand tienpo en tarifa en nuestro serbiçio en esta guerra que auemos con los moros, e estades oy dia, damos uos la casa que dizen de nogales, ques en termino de badajos, con todas las heredades que a ella pertenescen de auer, que eran de lorenço ferrandes de la fuenseca ques en portugal [...]”. Carrillo vendería Nogales al Justicia Mayor del rey, don Enrique Enríquez, el 28 de enero de 1344, durante el sitio de Algeciras, por escritura otorgada por Juan Maté, escribano público de Sevilla. En dicha escritura Pedro Carrillo se nombra a su vez como “fijo de Gomes Carrillo”. 741 Salazar y Castro, L. de, Casa de Lara, III, p. 385. Salazar y Castro, que en la testifical del expediente de Santiago de don José Carrillo de Albornoz, conde de Montemar, se explaya en la
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Gómez Carrillo y Urraca de Albornoz tendrían varios hijos: don Alonso, cardenal y obispo de Sigüenza, que fallecería en 1434; doña Teresa, señora de los señoríos de su madre, casada con don Lope Vázquez de Acuña, del que procederá el linaje de los condes de Buendía, y el mayor, don Álvaro, señor de Ocentejo y Cañamares, como su padre alcalde mayor de los hijosdalgo castellanos y mayordomo de la infanta doña Catalina742. Casaría con doña Teresa de Vega, hermana de don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, hija del almirante mayor de Castilla don Diego Hurtado de Mendoza y de su segunda mujer, doña Leonor de Vega. Doña Teresa, señora de Cervera, testaría en 1414743, y habría fallecido antes de 1416. Fueron los hijos de este matrimonio doña Leonor Laso744, casada con el señor de Siruela y camarero del rey Juan II don Fernando de Velasco, y don Gómez Carrillo de Albornoz el Feo, señor de Ocentejo, Albornoz, Torralba, Beteta, Ribagorda, Paredes, Cañamares y Llanos745, que ostentaba igualmente la alcaldía mayor de los hijosdalgo y era maestresala de Juan II y Enrique IV, perteneciendo también al consejo real. Fue alcalde mayor de la Mesta, y usó por primera vez del apellido Carrillo de Albornoz al heredar dicho señorío –bien por herencia de su prima doña María de Albornoz o por cesión del mismo por don Álvaro de Luna, su primo segundo-, al menos desde el año de 1442. Testaría en 1457 (11 de agosto) ante Alonso González de Cifuentes. Casó con la hermana del I duque de Alba, doña Teresa de Toledo, hija a su vez de don Fernán Álvarez de Toledo, señor de Valdecorneja y I conde de Alba y de doña relación de la ascendencia de doña Magdalena, no la menciona como ya hemos dicho como descendiente en su obra, ni en la Casa de Lara ni en sus Árboles de Costados. 742 Salazar y Castro, L. de, Casa de Lara, I, p. 524. 743 Estando enferma, lo haría en la aldea de Titos (Cuenca) el 4 de junio de dicho año, ante Juan Fernández de Alcantud. Dejaría como herederos a su marido y a sus hijos, declarando que su marido le dio por arras 5.000 florines. En 1416, su marido Álvaro Carrillo renunciaría a cumplir las mandas testamentarias de su mujer hacia él, por excesivas, renunciando la mayor parte en sus hijos (AHN, Nobleza, Osuna, C. 1762, D. 17, 1-3). Doña Teresa se mandaba sepultar en la capilla de doña Urraca o en la de doña Mencía y doña Teresa Cisneros. Lega a su marido y sus hijos Cervera, Pernia y Campo de Suso. Compartiría el cargo de albacea testamentario de su esposa con su suegra, doña Leonor de Vega, y con frey Domingo de Vadillo. 744 En 1426 se realizaría escritura de partición de bienes entre ambos hermanos, sobre la herencia de sus padres (AHN, Nobleza, Fernán Núñez, C. 98, D. 55 y 56). Casa de Lara III, p. 506. 745 Participaría en 1443 en la concordia y alianzas que harían don Luis de la Cerda, conde de Medinaceli, e Íñigo López de Mendoza, como sobrino de este, “para el mejor seruiçio de Dios y del rey don Iuan Segundo” (AHN, Nobleza, Osuna, C. 1860, D. 5). También en Salazar y Castro, L. de, Casa de Lara II, p. 31.
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María Carrillo. De los siete hijos de este enlace -Juan, que murió sin sucesión; Pedro, Álvaro, Íñigo, Gómez746, Alonso y Leonor- seguiremos la línea del cuarto, Ínigo López Carrillo747, señor de Meilogo, que sería virrey de Cerdeña y moriría en 1491 durante el sitio de Granada748; casaría con doña Margarita de Villena, hija de los señores de Cevico don Martín de Tovar y doña Leonor de Villena, y tendría por hijos a doña Teresa, casada con el primer marqués de Velada749, y a don Gómez Carrillo de Mendoza750 (o de Albornoz), señor de Ocentejo y Valtablado, casado, según el Compendio de los Girones de Gudiel751 con la hija de don Alfonso Téllez Girón doña Marina (o María), habida en doña Guiomar de Sandoval. Tuvieron como hijos a don Alonso, canónigo de Cuenca, a doña María (casada con el señor de Cervera don Juan Álvarez de Toledo752) y a don Álvaro Carrillo de
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Recibiría la merced de repostero mayor de cera en 1491 (AGS, Registro General del Sello, 149106, 40). 747 Pleitearía en 1477 con su hermano Pedro, que se había apoderado indebidamente de la villa de Ocentejo, parte de su herencia (AGS, Cancillería, Registro del Sello de Corte, 147711, 313). Pedro había arrebatado también a su hermano Álvaro el lugar de Paredes, por lo que se comisionó en 1477 al corregidor de Huete, Juan de Ávila, para que consiguiera su devolución (AGS, Registro del Sello de Corte, 147708, 300). Doña Mencía de Mendoza haría concordia en 1497 entre sus hijos y sus cuñados, defendiéndose de la asusación de asesinato, por parte de su marido, del hermano de este, Juan. Para ello concederá la tutoría de sus hijos al obispo de Ávila, su cuñado Alonso Carrillo (AGS, Registro General del Sello, 149701, 1 y 149702, 1). Pedro había sido denunciado por sus hermanos por tal asesinato, requiriéndolo para emplazarse a su defensa en 1479 (AGS, Registro General del Sello, 147911, 84). El pleito sería enviado a la corte por Sancho Díaz, cura de san Nicolás de Toledo, en 1480 (AGS, Registro General del Sello, 148002, 119). 748 Salazar y Castro, L. de, Casa de Lara, I, p. 455. Sería sepultado en la capilla de San Ildefonso de la catedral de Toledo, bajo el siguiente epitafio: “Aquí yace Don Iñigo López Carrillo de Mendoza Viso-Rey de Cerdeña, sobrino del Cardenal Don Gil de Albornoz, y hermano del Obispo. Falleció año de 1491, en el Real de Granada” (Casa de Lara III, p. 389). 749 Ibidem. 750 Según parece, don Gómez Carrillo no se paraba en barras a la hora de defender su patrimonio: en 1526, se comisionó al bachiller Morales, teniente de corregidor de Atienza, a abrir una información sobre el intento de asesinato de Juan López, vecino de Esplegares, que acusaba a don Gómez de haberle tomado bienes suyos en Ocentejo y de haber ordenado su muerte, de la que escapó (AGS, Consejo Real de Castilla, 463, 9). Ver también Salazar y Castro, L. de, Casa de Lara I, p. 455. 751 Gudiel, J., Compendio de algunas historias antiguas de España... noticia de la antigua familia de los Girones y de otros muchos linajes. Alcalá 1577, árbol XII. 752 Entre 1545 y 1547, el señor de Cervera del Llano pleitearía con su suegro, Gómez Carrillo, por la quinta parte de la villa de Ocentejo, con su jurisdicción civil y criminal, que le reclamaba como heredero de su hija, María Carrillo (ARChV, Pleitos Civiles, Pérez Alonso (F), caja 692, 4). El pleito continuaría hasta 1557, dándose por conforme Álvarez de Toledo con la quinta parte de los frutos y rentas de la villa de Ocentejo y la mitad de Valtablado del Río, que por cierto nunca se le entregaría (ARChV, Registro de Ejecutorias, caja 891, 25). Abriría otro pleito con su suegra, doña Marina Girón, en 1556, intentando comprar las quintas partes de Ocentejo y la mitad de Valtablado, reclamando de nuevo la dote que se le debía (ARChV, Registro de Ejecutorias, caja 865, 29).
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Albornoz753, señor de Ocentejo y Valtablado, vecino y natural de Barajas, que casaría en 1559 con doña María de Salazar, teniendo –como hijo legítimo- a don Juan, que casaría a su vez con doña María Zapata, hermana del señor de Daracalde754 y mayordomo de los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia; y como hijas ilegítimas con María Reina, a Jerónima y a Magdalena Carrillo, esposa esta última de Francisco Claudio Conde. ¿Que nos queda, tras esta monótona enumeración de ascendencias y descendencias, títulos y cargos? Simplemente, la supervivencia de una rama segundona –aunque muy bien relacionada, gracias a cuidadosos y meditados enlaces matrimoniales755- de un muy relevante linaje asociado a la nobleza de servicio y militar que comenzó a prosperar allá por los años del rey Enrique II, en este caso vinculada en el origen de su encumbramiento al reinado de su padre Alfonso XI, y que tomó partido por aquel durante los terribles años de la guerra civil entre el antiguo conde de Trastámara y su hermanastro Pedro I de Castilla: una nobleza nueva, ya hoy muy estudiada, y que sería el germen de los grandes linajes castellanos que comenzarían a definirse en los tumultuosos años que llegan desde finales del siglo XIV hasta el reinado de los reyes católicos. Una familia que, como hemos visto, no se paraba en barras a la hora de defender sus intereses, llegando –como sería el caso extremo de Pedro Carrillo- al fratricidio si se hacía necesario. Salpicados de pleitos y reclamaciones, al igual que todas las grandes familias nobiliarias bajomedievales, los Carrillo de Albornoz verían sin embargo dividirse y repartirse significativamente su patrimonio, que iría reduciéndose con el tiempo, hasta la fragmentación definitiva del mismo. Esta nueva situación facilitaría sin duda enlaces más 753
En 1561, la viuda e hijos del ganadero Antón Ropero demandarían en Barajas al esclavo de don Álvaro Pero Sánchez, al matar al ganadero tras haber atacado un mastín de su propiedad a los galgos propiedad de su señor (AGS, Consejo Real de Castilla, 586, 14). En 1559, se ordenaría al corregidor de Huete inhibirse en la posesión, por parte de don Álvaro, de la villa de Paredes (AGS, Consejo real de Castilla, 757, 9). Don Álvaro mantendría también un pleito por sí y en nombre de su hijo Juan contra Mencía Carrillo de Albornoz y su nieta Luisa Carrillo de Cárdenas, marquesa de Este, sobre la propiedad del mayorazgo de Carrillo de Albornoz y sobre las villas de Torralba, Beteta y Cañamares. En el pleito se incorpora diversa documentación de gran interés, desde 1389 (AHN, Nobleza, Frías, C. 891, D. 5-75; C. 892, D. 1-19). 754 Tendrían como hijo a don Álvaro Carrillo de Albornoz, cruzado en Alcántara en 1615 (AHN, Órdenes Militares, Alcántara, Exp. 294). 755 La rama principal de la familia enlazará con notables casas, antiguas o más recientes (entre estas últimas pueden incluirse a los descendientes de Hernán Cortés). Vid. Casa de Lara, III. También en BRAH, Salazar y Castro: tabla genealógica, en D-25, fº 38 (2ª foliación), nº 23357.
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desiguales que los contraídos en el pasado, al menos para aquellos miembros de la familia menos relevantes, lo que hemos visto en el caso de doña Magdalena, abuela de los dos primeros condes de Montemar. Con estas bases el futuro estaba abierto ante aquellos descendientes de este linaje nuevo que -con no poco mérito y ambición-, consiguieron, en dos generaciones, alcanzar las más altas cotas nobiliarias: la Grandeza de España y el ingreso en la orden del Toisón de Oro.
IV
En 1717, uno de los testigos que intervinieron en las probanzas para el hábito de Santiago del entonces III conde de Montemar, ponía de relieve a los pesquisidores de la orden santiaguista cómo
[...] todos [los miembros de la familia estaban] inclinados a la Miliçia y [a] hauer logrado por sus meritos Cargos y Premios honrrosos Así Políticos como Militares756.
Y efectivamente, es cierto que tanto el primero, como el segundo (y los inmediatamente posteriores) condes y después duques de Montemar757 harían fructíferas carreras tanto en el ámbito militar como en el de la administración civil, dentro y fuera de la Península758. Sin duda, en este aspecto –el de la milicia y el gobierno- el miembro más conocido del linaje será el propio III conde y I duque, cuya carrera es bien conocida, y que descolló significativamente en su tiempo759. Sin embargo, el germen del éxito del conde duque ya se había plantado en las carreras de su tío Pedro, primer conde, y de su propio padre, don Francisco Carrillo de Albornoz –que accedería al condado tras la muerte sin descendencia 756
AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2040, 2º cuaderno, f. 18 r. Testimonio del presbítero don Francisco del Castillo, ya recogido en este trabajo. 757 El título de conde no desaparecería: se simultanearía con el de duque, con la precisión de que el título ducal –como reza en la real cédula de concesión- solo podría transmitirse por linea de varón. Al ducado de Montemar se añadiría el de Bitonto. 758 Don Francisco Carrillo sería gobernador de Antioquía (Colombia); su hijo don José gobernador de Barcelona, mariscal de campo, capitán general de Cataluña, etcétera. 759 Vid. Anónimo, Retrato de Españoles Ilustres..., Imprenta Real, Madrid, 1791.
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de su hermano menor como segundo titular del mismo-, que desarrollaron (sabiendo en ello utilizar tanto su habilidad militar y diplomática como su capacidad para los negocios y para contraer enlaces ventajosos) notables carreras, que pretendemos exponer a continuación. De hecho, y como hemos visto en el anterior epígrafe, el iniciador del oficio militar de la familia fue el progenitor de ambos hermanos, don José Carrillo de Albornoz, que en su día se encontró –como tantos otros militares españoles de la época- sirviendo al rey católico en los campos de Italia y del norte de África, además de en medio del avispero en el que Flandes había venido a convertirse. Así, en mayo de 1637 –cuando ya Carrillo había desarrollado buena parte de su servicio militar, aunque aún no había accedido a cargos de mayor responsabilidad- el rey le daría patente para levar y reclutar cien infantes con destino a los rebeldes Países Bajos, pidiendo a regidores y concejos que le facilitaran dicha leva,
[…] de modo que se haga çierto numero de ynfanteria [he] dado cargo a don Joseph Carrillo de Albornoz mi Capitán que haga y Lebante cien ynfantes por ende.
El caso es que sus gestiones no parecieron tener mucho éxito, porque el 24 de agosto del mismo año apareció por Cádiz, en la veeduría de la gente de guerra de la ciudad, para dar la razón de la leva y embarcar a Flandes con las cuatro compañías -cuatrocientos infantes- al mando de don José de Saavedra760: finalmente llevaba consigo a diecisiete soldados en vez de los cien que debería haber reclutado, de los que daba la razón en el presidio gaditano a Francisco de Losada y a Diego Ruiz de Villegas. A pesar de este fiasco, la dilatada experiencia militar de don José Carrillo de Albornoz facilitaría que Felipe IV le hiciera la merced de confirmarle la plaza de capitán de infantería española unos días antes de su llegada a Cádiz, el 12 de agosto de 1637:
760
Se trata de don José de Saavedra, caballero de Santiago y señor de la villa de Rivas, hermano del conde de Castellar.
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Ser.mo cardenal infante Don fernando mi her.no A Don Joseph Carrillo de Albornoz he hecho mrd. En consideraçion de su calidad y seruiçios de vna Compañía de Infanteria spañola Conque passa dessos stados a Continuallos, en cargo os que en casso que esto no tenga inconveniente no se la reformeis761 que yo holgaré dello Nro. Señor os g.de como desseo De Madrid a 12 de agosto 1637. Yo el Rey.
Posiblemente a juzgar por las fechas, don José Carrillo debió participar en la defensa de la plaza de Breda, cuyo asedio se demostró finalmente infructuoso para los holandeses, que hubieron de retirarse a Malinas el 11 de octubre de ese mismo año. La campaña del cardenal infante -que se mostraría como un auténtico rayo de la guerra- había comenzado dos años atrás, en 1635, como nos cuenta don Diego de Luna, gobernador del fuerte de Burque en Amberes:
Han sido tantos y tan varios los sucesos de la guerra del año 1635 en estos Estados, que en setenta años que ha que comenzó y dura la guerra en ellos, no se ha visto tan a riesgo de perderse ni, por el contrario, en breves dias mejorarse las cosas de S.M., en que se ha conocido que la Divinidad evidentemente vuelve por su causa cuando en mayores peligros está. Si en este año no se hubiera hallado en ellos el infante D. Fernando, que tan victorioso y felizmente llegó a ellos por el mes de noviembre pasado, es cierto que las provincias obedientes hubieran venido a poder de los rebeldes de Holanda y del rey de Francia, según las ligas y confederaciones que habían hecho y los gruesos ejércitos con que entraron en ellos, más S.A., con su valor y prudencia, las conservó y echó [a] los enemigos dellas, entrando con su ejército tras ellos hasta pasar el Val, río que habia muchos años que no habían visto las armas españolas […]762.
Ya en 1640 don José habría vuelto a Sevilla tras servir en los ejércitos reales, y a su regreso -ocupaba en ese momento el cargo de administrador de la tabla mayor del almojarifazgo sevillano-, participaría en la elaboración del censo de dicho año 761
“Los ‘reformados’ eran oficiales [...], cuyas unidades habían sido disueltas, por razones económicas o para completar otras, y que por tanto se habían quedado sin mando efectivo y sin el sueldo correspondiente”. Vid. Albi de la Cuesta, J., Op. Cit., p. 74. 762 Vid. Luna y Mora, D. de, Relación de la campaña del año 1635, que fue la primera que el Serenísimo Cardenal Infante don Fernando tuvo en Flandes..., Amberes, 1636.
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(se concluiría en 1642), mediante el cual se esperaba recaudar un importante acopio de recursos para sostener los cada vez mayores gastos de la monarquía. Por ello don José, ayudado por los oidores de la Audiencia don Bernardino Yáñez Prego y don Juan de Góngora, y por el joven veinticuatro don Juan Mañara, realizaría los censos y padrones como comisario de la ciudad de Sevilla y su reino, movilizando con tal fin a concejos y corregidores, cobrando impuestos -como el de la sisa del vino- para poder allegar, en última instancia, bastimentos para el ejército. Estos méritos le harían merecedor de la subsiguiente recompensa que llegaría en 1642, año en el que Felipe IV,
teniendo en consideraçion a lo que me ha seruido de doçe años a esta parte en orán Italia y flandes, hauiendose allado ultimamente en la ocassion de fuenterrauia763 procediendo como onrrado soldado […],
le proveería de un nuevo cargo, más bien honorífico y lejos de los riesgos -de los que no había tenido pocos don José durante su servicio activo- del inmediato campo de batalla. El rey escribiría al Conde Duque, como capitán de milicias de Sevilla, para que se le otorgara a don José Carrillo el título de sargento mayor de las milicias de Coria con veinticinco escudos de ventaja al mes, de los que el beneficiario pagaría acto seguido la media annata. Don Gaspar expediría dicha orden al conde de Salvatierra, maestre de campo general de las milicias sevillanas, que tomaría la razón el 21 de enero de 1642. Unos meses después, el 11 de marzo, don José recibiría la comisión de proveer a los ejércitos con un número suficiente de caballos pesados, recibiendo una real cédula por la que se le ordenaba
[…] que en la Ciud. de Seuilla y todo su Reinado y donde os pareçiese conpreis todos los Cauallos que hallaredes como Saueis son neçesarios para coraças atendiendo a que no vajen de siete quartas de alto y que sean bien atrauesados, nuebos y sanos conçertandolos con los dueños en los preçios que os pareçiere que valen,
763
En 1638. Acerca del sitio por los franceses de Fuenterrabía, Vid. Bernal de O’Reilly, A., Bizarría Guipuzcoana y Sitio de Fuenterrabía..., 1872.
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para crear un escuadrón de “Cauallería y nobleça”, que acompañara al rey en la jornada aragonesa: en Zaragoza se instalaría el ejército que marcharía a reducir a los catalanes a la obediencia, aunque tal designio se vio finalmente frustrado. Carrillo cumpliría con su misión satisfactoriamente: sin embargo, este servicio al rey –había adquirido, según nos consta, “quatroçientos cauallos muy buenos”- le costaría algún quebradero de cabeza al sargento mayor, ya que un año más tarde, en septiembre de 1643, el rey mandaría una nueva carta al Asistente sevillano, el conde de la Puebla de Llerena, instándole a devolverle su plaza, ya
que auiendo entendido que proueisteis su plaça de sargento Maior; e Resuelto que Vos ni otro juez alguno no inoueis en materia de su ofiçio ni paga de su sueldo pues la Ausençia que ha echo a ssido por causa demi seruiçio y que si en algo Huuieredes inouado no proçedais y assi os mando deis horden Para que sea puesto en possession de su plaça para que la sirua de la forma y de la manera que de antes lo haçia deponiendo a qualquier otro que ayais Nombrado en ella Pues no es justo que Hauiendo estado Ocuppado en cosas de mi seruiçio entrasse otro en ella […].
Una vez recuperada su plaza no sabemos ya más de las actividades de nuestro sargento mayor, salvo que esta se cubriría de nuevo provisionalmente en mayo de 1659 debido a su fallecimiento, siendo destinado para ese fin el capitán don Diego Solórzano Jaraquemada. No parece –ya por su edad y su situación- que continuaran a partir de su regreso de Cataluña sus actividades militares 764. Sus hijos continuarían esta tradición marcial –que continuaría en la siguiente generación, como sabemos-, y que les haría tomar parte igualmente en diversas campañas765. La primera noticia que tenemos de ello es la patente de capitán de infantería que se otorga a don Francisco Carrillo y Esquivel [sic] el 6 de marzo de 1657, con cuarenta escudos de sueldo al mes, para mandar dicha plaza en las 764
De hecho, el legajo consultado a estos efectos (AHN, Nobleza, Baena, c. 93, d. 34) compone una colección muy completa de memoriales, recomendaciones y expedientes de tres de los Carrillo –Juan, Pedro y Francisco-, desde 1637 hasta el último cuarto del siglo. 765 Además de nuestros dos biografiados, don José Carrillo y doña Isabel de Esquivel (que fallecería abintestato y sería enterrada en San Vicente el 3 de junio de 1668) tendrían como hijos a Magdalena (1642-1692), Diego Bernardo (n. 1644), almirante de galeones y sobre el cual posteriormente aportaremos más noticias y Juan Gaspar, llamado de Esquivel (n. 1649).
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[…] quatro compª de gente voluntaria que se han de leuantar en la Ciud. De Seuilla y otras partes de aquella juriss.on y reinado para agregar al Tercio del Mro. De Campo conde de arenales que se forma allí y conuiniendo que los cap.nes dellos sean personas de valor práctica y experiencia militar concurriendo estas y otras buenas partes en la de vos d. fran.co carrillo y esquibel E tenido por bien elegiros y nombraros por capitán de la dha compañía que se a de leuantar como viene Referido Por tanto mando al Conde de Villa umbrossa asistente de la Ciud. De Seuilla y mre. De campo Gen.l de las milicias della y su tierra que estando formada en el numero que pareçiere conueniente os ponga en posesión della […].
Aunque el escrito es, básicamente, un modelo en el que al beneficiario, por tanto, siempre se le suponía el valor y otras virtudes militares, sabemos –como ya hemos indicado en el anterior apartado- que ambos hermanos Carrillo, Pedro y Francisco, comenzaron su servicio desde muy temprana edad, con lo que en este caso la experiencia que se les suponía era efectivamente cierta. Dos años más tarde, don Francisco se encontraría sirviendo al maestre de campo, el baronet Gualterio Dongan, que mandaba un tercio de infantería en la armada del Mar Océano, lo que el maestre certificaba “firmada de mi mano y sellada con el sello de mis armas fecha campo sobre Gelves”, el 2 de enero de 1659. Sabemos algo más sobre las actividades de don Francisco a las órdenes de Dongan, gracias a los detalles que el propio certificado nos ofrece: en 1657, como sabemos, Carrillo sirvió a las órdenes del conde de Arenales, al mando de su compañía de voluntarios sevillanos en los sitios de Olivenza y Morón, pasando al año siguiente a servir en la plaza de Badajoz durante el sitio de la ciudad, y en el de Gelves, en el tercio del maestre de campo don Nicolás de Córdoba766. Se distinguió singularmente en el ataque al castillo de Barbacena:
[…] fue con çien hombres de dho terçio […] y en el ataque de dho Castillo trauajó toda la noche con su gente como Valeroso y Cuidadoso soldado y çeloso al seruiçio de Su Magd. Y auiendome mandado el Exmo. Señor Duque de Ossuna 766
Recordemos que don Nicolás era cuñado de don Francisco Bazán: casado con su hermana Lorenza, sería posteriormente I marqués de la Granja.
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arrimar los tablones al Castillo de día, el dho Capp.n andubo en ello con mucho cuidado y riesgo de su Persona auiendo reciuido muchas pedradas y muerto su Alferez […] a su lado de un balaço arrimando un tablón al Castillo que se rendió luego […].
Otros jefes de la campaña daban asimismo buenos informes sobre don Francisco: el conde de Arenales, don Juan Fernández de Hinestrosa hablaba de su “sangre y balor de tan honrado Cauallero”: había avanzado sobre Morón con una manga de cien mosqueteros para tomar la villa, lo que hizo; y abrió una mina en su castillo, llegando hasta picar la muralla. Arenales lo tenía “por buen soldado, y meresedor de toda la merced q. su magestad dios le g.de fuere serbido de haserle”. También le recomendaría el maestre de campo don Juan Enríquez, con quien había servido durante los últimos siete años: Carrillo, según Enríquez, había demostrado su valor singularmente […] en el Sitio y Campaña de Juromeña767 donde se señaló como baleroso soldado en el abanse que dio mi terçio a la estacada donde abiendo muerto de un mosquetaso el cap.tan que abía abansado por el cuerno derecho siendo el dicho don fran.co reformado sustentó el puesto y se fortificó en el con ygualisimo balor asta que le mudaron abiendo resiuido una herida en la mano ysquierda.
Certificaba también su valentía
particularmente en el sitio y toma de Oliuençia y en el de la Villa y Castillo de Morón […] y asimismo se halló dentro de Badajoz estando agregada su compª. A mi terçio quando el Revelde768 la sitió y quando ocupó el fuerte de Sn. Miguel salió con una manga de Arcabuçeros à estorvar que el enemigo passase a los callejones lo qual lo ejecutó con mucho cuydado y Viçarria […] y en el sitio que pusimos a la plaza de yelbes […] que el Revelde introdujo el socorro a la plaza se halló conmigo en la defensa de la linea adonde obró como muy baliente y
767
Castillo y fuerte de Juromenha (Portugal). Se refiere al pretendiente al trono de Portugal, el duque de Braganza (véase el epígrafe Dávila Medina de este trabajo). 768
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onrrado soldado […] de que quedó prissionero y muy mal tratado de algunos golpes […]769.
Todos estos méritos hicieron que en julio de 1659 el rey indicara al capitán general del ejército de Extremadura, duque de San Germán, que premiara tanto a don Francisco como a don Pedro Carrillo –que había participado con su hermano en los hechos de armas relatados-, haciéndoles merced de las primeras vacantes de compañías de caballos que hubiera disponibles: de hecho, el propio duque había pedido al rey la merced para los dos hermanos Carrillo de Albornoz. Un buen resumen de sus méritos nos lo hace cuatro años más tarde el contador principal del ejército de Extremadura, Jerónimo Gallo, que con un afán burocrático muy de agradecer recoge una síntesis muy completa de sus servicios:
[…] A seruido a Su Magd. En este dho exerçito seis Años tres meses y treçe dias sin ynterpolaçion en esta manera: los dos años siete meses y seis dias de capitán de una Compañía de ynfantería española de las del terçio que fue del Maestro de campo Conde de Arenales formada de jente Uoluntaria de la ciuª de Seuilla desde diez y nuebe de Abrill del año Passado de mill Seiscientos y cinquenta y siete que se Reçiuio al sueldo y seruiçio de Su Magd. Por quenta de este ejercito en la Villa de monesterio donde traya formado su asiento […] con quarenta escudos de sueldo al mes. En Virtud, de patente y zedula de suplimiento de Su magestad hasta la muestra de Ueinte y cinco de noviembre del Año de sesenta y Vno se rreformo dho terçio en Virtud de horden de su Alteça el serenisimo Señor el señor Don Juan770 […]. Y en Veinte y Siete de dho. Mes de noviembre del año de sesenta y vno passo a seruir a la compañía del Maestro de canpo Don Juº enrriquez y hasta el dia de la fecha lo queda Continuando […] y en dho. Tiempo ban ynclusos quatro meses y quinze dias que estubo prisionero en la plaça de Yelbes desde onçe de henero de mill y seysçientos y cinquenta y nueue que yntrodujo el socorro el rrebelde en dha. Plaça hasta Veinte y seis de Mayo siguiente que salio de dha. Prision […].
769 770
Estaría prisionero cerca de cinco meses. Don Juan de Austria, hijo natural de Felipe IV.
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El maestre de campo y veinticuatro don Francisco Tello de Portugal, del orden de Alcántara, completaría los testimonios sobre don Francisco añadiendo cómo aquél fue agregado a su tercio en 1658, en que entraría
[…] en los ataques del fuerte de Sn. xptobal, [a] oposision de los del enemigo [ocupándole] por la satisfaçion de su Balor y Cuidado […]. Y la noçhe de sn. Pedro que me toco hazer salida al ataque del enemigo se portó con ygual balor.
También el maestre don Diego de Vera lo avalaría. No tenemos más noticias de su actividad, que parece interrumpirse en 1666 ya que solicita una baja de dos meses “por allarçe alcançado de los gastos de la campaña y ymposibilitado por ahora de sustentarce” para “yr a su casa a recobrarçe” y proveerse de fondos, aunque nunca regresaría. A su regreso a Sevilla, su ciudad natal771 viviría algún tiempo en Umbrete, en donde la familia -como ya sabemos- tenía posesiones, y donde ejerció en diferentes ocasiones el cargo electivo de alcalde de la Santa Hermandad por el estado noble772. Su regreso le permiriría, tres años mas tarde, casar en primeras nupcias con doña Leonor Ana de Montiel en la parroquial de San Marcos, siendo por entonces don Francisco ya vecino de la collación de San Martín. Doña Leonor había nacido en Sevilla el año 1639, y era hija de don Teodosio de Montiel, natural de Granada, relator y abogado de la Audiencia de Sevilla, y de doña Isabel Dávila y Segura, vecinos ambos de la villa de Umbrete. Esta vecindad –como solía ocurrir a menudo- facilitaría sin duda el enlace entre los contrayentes, que así acrecentaban los patrimonios y las expectativas familiares. Sin embargo, cuatro años más tarde, doña Leonor –que estaba muy grave de salud-, daba poder para testar a su marido, otorgado en Sevilla el 16 de abril de 1673, ante el escribano Miguel Francisco del Portillo, disponiendo ser 771
Don Francisco Carrillo de Albornoz y Esquivel había nacido en Sevilla, siendo bautizado en su parroquia de San Vicente el 18 de Junio de 1639, como hemos visto en testimonios anteriores. Ya instalado en Sevilla, reclamaría repetidas veces la devolución de la blanca de la carne: AMS, Libros de Actas Capitulares, febrero de 1677, septiembre de 1681, julio de 1697; AMS, Libros de Cuentas de Propios, junio de 1677, septiembre de 1681, julio de 1693, julio de 1697; AMS, Libros de Escribanía de Cabildo, Sección IV, tomo 9, nº 31 y 34 (1677). 772 Referencias sobre estos cargos en el expediente de Santiago de su hijo, el futuro duque de Montemar. También pleitearía con Umbrete su hidalguía: ARChG, caja 14414, pieza 040 (1680). Tendría algunos problemas en el juicio de residencia que se le realizaba tras el desempeño de su cargo, como posteriormente veremos.
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enterrada en la parroquia de san Lorenzo, donde tenían capilla y entierro los Carrillo773. Los testigos daban fe de su defunción seguidamente:
[...] estando en la yglecia parrochial de el sr. san lorenzo en la Capilla que disen de los esquibeles junto del altar corateral [sic] de la Capilla mayor de ella en presencia de mi Miguel francº de portillo escribano puº de Seuª [...] parecio el Capp.ªn Alonso Rodriguez de medina Bezº desta ciudº en la collasion de san Bar.me como uno de los aluaseas testamentarios [...] de Dª leonor de Montiel muger lex.mª que fue de Don fran.cº Carrillo de Aluornoz que allí estaua difunta naturalm.te A lo que paresia de que doi fee774.
Casó tras el fallecimiento de doña Leonor don Francisco Carrillo en segundas nupcias con Doña Teresa Esmite de Silva775, hija del mercader hamburgués Gabriel Smit776 y de doña Ana de Silva Almoguera, natural de Málaga: había sido bautizada en San Bartolomé el 18 de septiembre de 1653, y llevaba una crecida dote de 14.000 ducados, falleciendo a los tres meses de su matrimonio y siendo enterrada el 1 de marzo de 1675 en la parroquial de San Martín; y por tercera vez volvió a contraer matrimonio con doña Isabel Maria de la Vega y Caviedes, que le llevó en dote mil ducados de renta en juros y varias casas777. Buena parte de esta dote la invertiría don Francisco en pagar la provisión de su cargo y los 773
Leonor de Montiel otorgaba poder para testar a su marido, Francisco Carrillo de Albornoz, en Sevilla el 16 de abril de 1673, ante el escribano Miguel Francisco del Portillo. AHPSe, Escribanía 15, leg. 9500, ff. 292 y ss. Eran vecinos de San Martín. Pide ser sepultada en la capilla de los Esquivel en San Lorenzo. Será albacea su marido, con el capitán Alonso Rodríguez de Medina y su hermano don Luis Francisco de Montiel, veinticuatro de Sevilla. Mejoraba a su hija Isabel Carrillo de Albornoz, de tres años. Sus herederos eran Joseph Carrillo, de 18 años; Isabel, de tres; y Teresa, de siete meses. Firmaba por ella don Alexandro Ramírez de Lezcano. 774 17 de abril de 1673: Depósito del cuerpo difunto de doña Leonor Ana de Montiel, AHPSe, Escribanía 15, leg. 9500, f. 321. El funeral de doña Leonor costaría 11.000 reales. 775 El 27 de junio de 1674, en la parroquial de Santa Cruz. 776 AGI, Contratación, 831, N. 30: Autos de Gabriel Smit, cesionario de Domingo García, vecino de Sevilla, con Alonso Esteban, vecino de Sevilla, sobre cobranza de 2.353 reales de plata de una escritura (1639). Entre 1649-1651, Smit tendría problemas por tratar con ingleses y holandeses, pese al bloqueo comercial: AGI, Contratación, 183A, Ramo 4, nº 7. 777 Los Vega Caviedes accederían al título de marqueses de Nevares en 1693 (Vid. Mayoralgo y Lodo, J.M. de, “Una familia sevillana de origen asturiano: los Vega Valdés, marqueses de Nevares”, Anales de la RAMHG, vol. 2 (1996), pp. 7-85). El primer marqués será don Jerónimo José de la Vega y Valdés, alcalde mayor de Sevilla. AHN, Nobleza, Baena, C.78, D.109: Escritura de ajuste y liquidación de los bienes propiedad de Isabel de la Vega Valdés, y que están en poder de su hermano, Gerónimo de la Vega Valdés, por hijuela de adjudicación. Los Vega Caviedes enlazarían también por matrimonio con los Jácome.
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empréstitos con los que socorrería a las endeudadas arcas reales, un dinero que no se le había devuelto aún nueve años después de finalizar su gobernación778. Según él mismo afirma, había servido
[...] en el Ejército diez y seys años, un mes y treçe dyas de soldado, capitán de Ynfantería y graduado de maestre de Campo; fue Gouernador de la prouinçia de Antiochía, y se halló en las guerras de la Extremadura y Portugal y en el sitio de Badajoz779.
El gobierno de Antioquía (en el Nuevo Reino de Granada, hoy Colombia), lo ostentaría de manera efectiva don Francisco desde agosto de 1685 hasta octubre de 1690. Había recibido su nombramiento en 1682780, recibiendo permiso para embarcar el ocho de mayo de 1683, aunque no se embarcaría hasta agosto de 1684781, con su tercera mujer que según la licencia era “mediana de Cuerpo, Pelo negro”, con dos criadas y dos criados que, por hallarse enfermos, no se incorporarían a la flota hasta su llegada a Cádiz. Dos años después de su arribada, ya en 1686, don Francisco realizará el consabido juicio de residencia a sus antecesores, don Antonio del Pino Villapadierna y don Diego Radillo de Arce 782, que había muerto en 1685 durante su servicio. La zona había sido muy castigada por un levantamiento de los indios chocoes, que habían sido reducidos con cierta 778
AGI, Panamá, 240, L.21, F.319V-321V: Real Cédula a los oficiales reales de Panamá, para que paguen a Francisco Carrillo de Albornoz, provisto gobernador de Antioquia para cuando termine su mandato Diego Radillo de Arce, seis mil pesos con que ha servido por vía de empréstito (29-11683). También en F.321V-322V: Real Cédula a los oficiales reales de Panamá, para que, en caso de que fallezca el capitán Francisco Carrillo de Albornoz antes de tomar posesión del gobierno de Antioquia, devuelvan a sus herederos los seis mil pesos con que ha servido por vía de donativo. AGI, Panamá, 241, L.24, F.208V-211R: Real Cédula a los oficiales reales de Panamá, para que de las alcabalas de aquella ciudad, paguen al maestre de campo Francisco Carrillo de Albornoz, los seis mil pesos que se le libraron por cédula de 29 de enero de 1683. AGI, Indiferente, 442, L.31, F.96R96V: Real Cédula a D. Juan Jiménez de Montalvo, Presidente de la Casa de la Contratación de Sevilla para que haga pagar a D. Diego Ignacio de Córdoba 9.900 presos de a 8 reales que ha suplido para gastos secretos de los 12.000 pesos del efecto de D. Francisco Carrillo de Albornoz. AHN, Nobleza, Baena, C.78, D.116-165: Cartas de pago, por diversos conceptos, emitidas a favor de Francisco Carrillo de Albornoz [II conde de Montemar]. (1688-1715). 779 AHN, Nobleza, Baena, c. 93, d. 34. 780 Nombramiento de don Francisco Carrillo como gobernador de Antioquía, en AGI, Contratación, 5795, L. 1, F. 393v-398v. 781 Expediente de información y licencia de pasajero a don Francisco Carrillo de Albornoz, AGI, Contratación, 5446, N. 41. También AGI, Pasajeros, L. 13, E. 2030. 782 AGI, Escribanía, 788A y 786B. AHN, Nobleza, Baena, C. 382.
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dificultad por los gobernadores anteriores, Bueso Valdés, Aguinaga y el propio Radillo de Arce783: en el conflicto se había esclavizado a los indios prisioneros, a los que el rey dio órdenes de liberar784. Había habido también roces con los oficiales reales, que no entregaban a tiempo las cuentas que debían enviarse al Consejo de Indias cada tres años, por lo que algunos fueron castigados por el nuevo gobernador, aunque no dejaron de reclamar a la Administración 785. Baste esto para apreciar que el destino de don Francisco iba a ser cualquier cosa menos un entretenimiento. Él tenía muy claro, sin embargo, cuál sería el cometido principal de su gobierno:
[...] dijo su merced [que] por cuanto de las materias de gobierno que están á su cuidado es de las de mayor importancia y que más se debe atender, la conservación, labor y buena administración de las minas de oro corrido, por ser de donde le resultan la mayor parte de quintos y derechos á Su Magestad y la permanencia de esta Prouincia, y que el presente, por la mala inteligencia que les han dado á las Reales leyes de Indias y á las Ordenanzas de esta Gobernación, se han seguido pleitos, y en lo de adelante se pueden temer mayores escándalos786.
A este interés por conservar el patrimonio real se añadiría la fundación de nuevos núcleos de población para tratar de solucionar el problema indio, concentrando a los anaconas tras su llegada y cediéndoles nuevas tierras para poblar, como sería el caso de la nueva villa de Nuestra Señora de la Estrella, fundada el 4 de septiembre de 1685, nada más hacerse cargo de la gobernación de la colonia 787. En
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AGI, Santa Fe, 204. AGI, Santa Fe, 51, R.1, N.24. 785 AGI, Santa Fe, 51, R.1, N.23. AGI, Escribanía, 1044C: 1686. Vicente de Salazar, vecino de la ciudad de Antioquia, distrito de Santa Fe, con Francisco Carrillo de Albornoz, gobernador de aquella provincia sobre haberle despojado de su casa y en razón de que se la restituyese. 786 Antioquía, 29-10-1689. En Aguilar Rodas, R., Gaspar de Rodas, gran gobernador de Antioquía. Panibérica, 2007, p. 122. 787 Vid. Ocampo López, J., Mitos y leyendas de Antioquía la Grande, Plaza y Janés, 2001, p. 254. Tomaría posesión el 8 de agosto de 1685 y cedería el gobierno el 30 de octubre de 1690. (Vid. Academia Antioqueña de Historia et alii, Gobernantes de Antioquía, Medellín, 2007). Mandó realizar a su llegada un censo de indios, a cargo del cura doctrinero Antonio Rodulfo de Vera. Desgraciadamente apenas queda documentación sobre el gobierno de Carrillo de Albornoz en Antioquía, ya que los legajos han desaparecido. Hay un vacío documental en dichos años en los fondos del Archivo de Indias sevillano, lo que ha limitado nuestras perspectivas de investigación. 784
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el destino también aumentaría la familia788. Don Francisco regresaría “muy pobre” a Sevilla en 1691, aunque recibiría algunas compensaciones regias, entre otras el gobierno de Cartagena de Indias, que no pudo servir debido a su ceguera789; y a la muerte de su hermano segundo el conde de Montemar, heredó este título que cedió casi seguidamente a su hijo mayor. Procuraba también garantizar la paz de la familia, evitando prudentemente disensiones entre sus herederos, al garantizar sus derechos para el futuro790. Estando “ciego y achacoso”, aunque aún le quedaba cuerda para rato791, dio poder para testar a sus tres hijos mayores -José, Nicolás y Álvaro-, otorgado en Sevilla ante Bartolomé Pérez, escribano público, el 26 de Julio de 1713792, aunque trece años atrás había 788
AHPSe, Leg. 658, 1695, f. 790: Yendo a su gobierno de Antioquía, estando en Cartagena de Indias en noviembre de 1684, doña Isabel de Vega Caviedes, su mujer, tuvo una hija llamada Sinforosa María, bautizada en la catedral de Cartagena el 30 de ese mes. Estando ya en Antioquía, su mujer tuvo a otro hijo, Pedro, bautizado el 5 de octubre de 1686. Ya en enero de 1688 tuvo otra hija, Gerónima, bautizada el 17. El 26 de octubre de 1695, tras su regreso, don Francisco mandó dar fe y legalizar dichas partidas. 789 AHPSe, Leg. 664, 1698, f. 201, don Francisco Carrillo “dice que Su Magd. el rey le ha hecho merçed de concederle la alcaldia mayor de xicayan para la persona que nombrare”, ya que él mismo no podía proveerla. porque ya era ciego por entonces, y le concedía que se le habilitara una libranza de 6.000 pesos en las arcas de Panamá, en recompensa por los 16.000 escudos conque sirvió al rey cuando le envió “al gobierno de cartagena que no a podido passar a seruirle por auer perdido la uista”. Da poder a Francisco de Ullate para que otorgue escritura de retrocesión del cargo al rey, 11 de agosto. 790 AHPSe, Leg. 657, 1695, f. 282: Don Francisco Carrillo y su yerno don Pedro Chaporta Mezeta, casado con su hija Isabel Carrillo, se conciertan para determinar las cantidades que han de pagar y recibir en concepto de dote y herencia de su esposa, doña Leonor de Montiel. Acuerdan la cantidad de 233.790 reales de vellón, de los que le tocaban a Isabel Carrillo, mejorada por su madre, 139.664 reales de vellón, y a cada uno de sus hermanos 41.562 reales de vellón. Chaporta y su mujer habian recibido a cuenta 8.878 reales, incluido en ellos el valor de Juana Ventura, esclava “de color parda” que también habian recibido, por lo que dan carta de pago. Para cubrir el resto del débito, su padre les entregaba una hacienda de viñas en Umbrete, de 17 aranzadas y un pedazo de pinar, con los bienes muebles y pertrechos de la casa incluidos. 5 de marzo. 791 Pese a su minusvalía física, no descuidaría sus intereses: AHPSe, Leg. 663, 1698, f. 348: da poder a don Francisco de Ullate, vecino de Madrid, para cobrar del Consejo de Indias las remuneraciones que se le debían por sus servicios, “assi politicos como militares qº tengo hechos a su magdº”. 24 de marzo. En f. 305, da poder al vecino de Umbrete Alonso de Barrios para defenderle en los cargos que le habían impuesto tras su juicio de residencia como alcalde ordinario de los hijosdalgo y regidor de dicha villa, 20 de marzo. AHPSe, Leg. 658, f. 600, da poder al marqués de Nevares para cobrar en Cartagena de Indias al conde de Santa Cruz de la Torre cualquier partida de oro y plata que le perteneciera y estuviera en poder de aquél. 7 de septiembre. AHPSe, Leg. 637, f. 565, da poder al marqués de Valdeosera para cobrar las rentas de un juro de la dote de Isabel de Vega Caviedes, su mujer. En f. 552, da poder al capitán Pedro Agustín de Valenzuela para administrar una hacienda de su propiedad de viñas en Umbrete. AHPSe, Leg. 656, 1694, f. 435: Don Francisco Carrillo, “ciego de la vista corporal”, da poder a procuradores para pleitos, 21 de agosto. 792 Menciona cómo su segunda mujer, Teresa Esmite de Silva, había traído en dote 14.000 ducados en alhajas, plata labrada, ropas y dinero. Al morir su mujer a los tres meses la devolvió a su madre, doña Ana de Silva, salvo algunas joyas pequeñas por valor de trescientos escudos y el dinero que
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realizado otro testamento793; en noviembre de 1716 prestaba declaración en las pruebas para la orden de Santiago de sus hijos José y Álvaro Carrillo794. Moriría en junio de 1731, en su casa de la collación de San Martín795.
Acerca de su hermano Pedro Carrillo de Albornoz, que había nacido en Sevilla el año 1640796, sabemos que empezó muy joven la carrera de las armas, en la armada del Océano, como nos indica en julio de 1678 don Enrique Enríquez de Guzmán, del orden de Alcántara, del Consejo de Guerra y capitán general de la guarda de la carrera de Indias, que recomienda a don Pedro Carrillo –como “persona de balor enteligençia y pratica en las cosas de la Mar y de la guerra”- para una plaza de entretenido en el buque Nuestra Señora de los Remedios y San Ignacio, al mando del capitán don Ignacio de Ubilla. Según la recomendación, esta se hacía al llevar don Pedro sirviendo le dieron para la boda. Su tercera mujer, Isabel de Vega, llevaba de dote un juro de mil ducados de renta de millones y unas casas en la callejuela de la Costanilla de San Martín, además de la mitad de una vara de alguacil de los Veinte. Fue enterrado en San Juan de la Palma el 5 de junio de 1731, aunque murió en San Martín, donde tenía su casa. 793 AHPSe, Leg. 2801, 1700, f. 898: Testamento de don Francisco Carrillo, vecino por entonces de San Miguel; pide ser sepultado en la capilla del Rosario de la parroquial y nombra como albacea al marqués de Vallehermoso, el 23 de julio. 794 Del primer matrimonio fueron hijos don José Carrillo de Albornoz, doña Isabel Carrillo de Albornoz y Montiel (nacida el año 1671, que casó primero con don Pedro Chaporta, y habiendo quedado viuda sin hijos volvió a casar con don Pedro de Saavedra Alvarado, por lo que los Carrillo de Albornoz entroncarán con los Saavedra del Moscoso) y doña Teresa Carrillo de Albornoz y Esquivel, nacida en Sevilla en septiembre de 1672 (casó con don Andrés Caballero de la Bastida, de la orden de Calatrava, sin descendencia). Hijos del tercer matrimonio de don Francisco Carrillo de Albornoz con doña Isabel María de Vega fueron don Nicolás Carrillo, capitán de Infantería, que empezó á servir en 1703 y se retiró muy pronto del servicio de las armas; fue también maestrante de Sevilla. El segundo hijo, don Alvaro Carrillo de Albornoz y de la Vega, sería caballero del orden de Santiago en 1716 (AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2041) y maestrante de Sevilla; nacido en esta ciudad el año 1682, empezó a servir el año 1698, se distinguió en la guerra de Sucesión y murió siendo mariscal de campo. Hijo tercero sería don Pedro Carrillo de Albornoz y de la Vega, que murió sin tomar estado como capitán de infantería en la batalla de Almansa. Las hijas del segundo matrimonio de don Francisco fueron doña Ana, doña Francisca, casada con don Jerónimo Federigui y Solis (con lo que igualmente los Carrillo entroncarán con estos dos linajes), doña Sinforosa, doña Jerónima y doña Magdalena Carrillo de Albornoz: esta última murió niña. 795 La casa la tenía arrendada al hospital de la Misericordia: AHPSe, Leg. 637, 1684, f. 644: don Francisco Carrillo arrienda sus casas en San Martín al hospital de la Misericordia, provenientes de la dotación de don Pedro Pérez de Guzmán. Había gastado 1.000 ducados en reformarlas tras la última inundación, y pedía por tanto que le bajaran la renta. El prior y los frailes le dieron una quita de 500 ducados por una vez, el 6 de septiembre. Tenía sin embargo otras propiedades en la collación, provenientes de la herencia de su mujer: AHPSe, Leg. 656, 1694, f. 185: don Francisco de Ayala Manrique arrienda a don Francisco Carrillo una casa en la Costanilla de San Martín por dos años y una renta mensual de 2 ducados, 28 de junio. 796 Sería bautizado en San Vicente el 25 de agosto de dicho año.
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muchos años a esta parte en las Armadas del ozeº y de la Carrera de Yndias con diferentes plazas entre la Ynfantería de la del ozeº asta ocupar el puesto de Capitán de Ynfanteria española de ella donde abeis prosedido con acreditado balor en las ocasiones que se an ofreçido […]797.
El futuro I conde de Montemar comenzaría su servicio “como buen soldado y de espiriençia” desde abajo, llegando a ser ya en 1678 capitán de infantería 798, dos años más tarde capitán de mar y guerra y siendo recompensado con posterioridad con el rango de maestre de campo, general y almirante general de galeones de la flota del Perú799, cargos por los que pagaría crecidas cantidades800, aunque no
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AHN, Nobleza, Baena, c. 93, d. 34. En 1684 capitaneaba el navío Nuestra Señora de la Estrella, del que era propietario (AHN, Nobleza, Baena, C.250: Documento sobre el pago de la construcción del galeón Nuestra Señora de la Estrella, San Lorenzo y San Antonio, etc, en las que aparece don Pedro Carrillo de Esquivel, capitán de Mar y Guerra de Su Majestad, en transacción con diversas personas), en la flota de don Gonzalo Chacón (AGI, Contratación, 1241, N.1, R.13: Registro de ida del navío Nuestra Señora de la Estrella, capitán de mar y guerra Pedro Carrillo de Albornoz, que salió de Cádiz, con la Flota de Gonzalo Chacón Medina y Salazar, para Tierra Firme). AGI, Panamá, 240, L.21, F.235R-238V: Real Cédula a los oficiales reales de Panamá, para que paguen a Pedro Carrillo de Esquivel quince mil ciento veinte y siete ducados, cinco reales y trece maravedís, que ha de haber por la fábrica y carena, en los astilleros de Vizcaya, del galeón Nuestra Señora de la Estrella, de setecientas setenta y una toneladas, para la Armada de la Carrera de Indias (1680). En 1683 aún no había cobrado: AGI, Panamá, 240, L.22, F.21R-23R: Real Cédula a los oficiales reales de Panamá, para que paguen a Pedro Carrillo de Esquivel, capitán de mar y guerra de la Armada de las Indias, quince mil ciento veintisiete ducados, cinco reales y trece maravedís, que ha de haber por la carena de su galeón. En 1686 era todavía capitán de mar y guerra (AGI, Contratación, 662, N.17: Contra Pedro Carrillo y Albornoz, capitán de mar y guerra, sobre que satisfaga 1.000 pesos, valor de un palo que tomó en La Habana, en la atarazana de Su Majestad), cargo para el que había sido nombrado en 1680 (AHN, Nobleza, Baena, C.36, D.9: Real Provisión de Carlos II concediendo a Pedro Carrillo de Esquivel el titulo de Capitán de Mar y Tierra en una de las Compañías de Infantería de la Armada que irán a las Indias. Adjunta certificado de juramento del cargo. También en AGI, Panamá, 240, L.21, F.179V-182R: Real Cédula a los oficiales reales de Panamá para que paguen a Pedro Carrillo de Esquivel, nombrado capitán de mar y guerra de la armada que ha de ir a Tierra Firme, veinte mil pesos que ha prestado a la real hacienda, más sus intereses, y que si ellos no pueden pagarlo lo hagan los maestres de la plata de dicha armada. Todavía no le habían sido devueltos en 1684: AGI, Panamá, 240, L.22, F.60r: Nota de haberse despachado Real Cédula a los oficiales reales de Panamá, para que paguen a Pedro Carrillo de Esquivel, capitán de mar y guerra de la Armada de las Indias, veinte mil pesos que ha prestado a la real hacienda, más sus intereses). Ver también AHN, Nobleza, Baena, C.78, D.106: Carta de poder otorgada por Pedro Carrillo de Albornoz, [I conde de Montemar], a favor de Marcos de Consuegra Camargo, caballero de Santiago, para que realice cualquier escritura de ajuste con Fernando Chacón, capitán del navío Nuestra Señora de la Estrella, en cuanto a la venta de los pertrechos de dicho navío, propiedad del otorgante. 9-3-1694. 799 Ya había sido promovido al cargo en 1691, año que firma como tal almirante, como albacea testamentario del conde de Gerena Miguel de Ursúa y Arizmendi (AGI, Contratación, 979, N.4, R.13: Autos sobre bienes de difuntos de Miguel de Ursúa y Arizmendi, caballero de la orden de 798
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dejaría de recibir, por los gastos en los que había incurrido, diversas ayudas de costa801. No desdeñaría, pese a su cargo –ya que siempre se halló a caballo entre Sevilla, donde por cierto solicitaría varias veces la devolución de la blanca de la carne802, y el virreinato americano-, mantener importantes operaciones comerciales con diversos corresponsales, entre los que se contaba su propio hermano803, pese a algunos reveses804. Compraba también –y vendía- esclavos con
Alcántara, conde de Gerena, vizconde y señor de Ursúa, varón de Oticoren, señor de los palacios de Arizmendi y Sentain, gobernador del Tercio de los Galeones y Armada, vecino de Sevilla). 800 AGI, Panamá, 240, L.22, F.304V-307R: Real Cédula a los oficiales reales de Panamá, para que paguen a Pedro Carrillo de Albornoz, provisto almirante de la armada que ha de ir a Tierra Firme del cargo del marqués del Vado del Maestre, treinta mil pesos con que ha servido por vía de empréstito, más sus intereses. AGI, Panamá, 231, L.9, F.166V-169V: Real Cédula a los oficiales reales de Panamá, para que paguen a Pedro Carrillo de Albornoz cuarenta mil pesos de a ocho reales de plata con que ha servido por la futura del puesto de general de galeones, más sus intereses al ocho por ciento anual, y que si no lo hicieren ellos por alguna razón, los paguen los maestres de la plata. 801 AGI, Panamá, 241, L.23, f. 222v-225r (1689): Real Cédula a los oficiales reales de Panamá, para que paguen a Pedro Carrillo de Esquivel, provisto almirante de la Armada de Tierra Firme, cinco mil pesos, que se le conceden de ayuda de costa por los gastos de la carena del galeón de su cargo. Al margen: "Ojo: por otra cédula de 27 de julio de 1695 que está asentada en Tierra Firme de partes de 691 a folio 114 se volvieron a librar al mismo don Pedro Carrillo estos cinco mil pesos en la misma caja de Panamá, con diferentes circunstancias, y se recogió y chanceló la original que contiene este asiento, respecto de lo cual no se ha de poder dar duplicado de ella en tiempo alguno". También en AHPSe, Leg. 656, 1694, F. 844: el 8 de noviembre, da poder a don Alonso Geneales de Molleda, vecino de Madrid, para pedir al Consejo de Indias el cobro de 4.000 ducados por el apresto de su galeón Nuestra Señora de la Estrella, por haberselo embargado el rey para que el buque hiciera viaje a las Indias. AHPSe, Leg. 657, 1695, f. 585, da poder a don Joseph de Espejo Molina y Carrillo, su sobrino, del orden de Santiago, gentilhombre de boca del rey, en Madrid, para cobrar de los albaceas de don Francisco de Argandona dos libranzas, una de 20.000 ducados por la carena de su galeón y otra de 4.000 ducados que se le habian librado en Indias también por la carena, el 6 de abril. Más referencias sobre estos virtualmente incobrables efectos, en f. 981. Asimismo el 16 de abril (AHPSe, Leg. 658, f. 411), da poder a don Rodrigo de Vivero Galindo para cobrar lo que importare del precio de 1.640 quintales de hierro que habia enviado a Tierra Firme, y de los oficiales reales las dos traídas y llevadas libranzas de carena de 22.000 ducados al 8% de interés, y la ayuda de costa de 4.000 ducados. 13 de agosto de 1695. 802 AMS, Libros de Actas Capitulares, febrero de 1677, septiembre de 1681, julio de 1697, septiembre de 1681, julio de 1693, julio de 1697. AMS, Libros de Escribanía de Cabildo, Sección IV, tomo 9, nº 31 y 34 (1677). 803 AHN, Nobleza, Baena, C. 78, D. 105: Carta de poder otorgada por el general Pedro Carrillo de Albornoz, I conde de Montemar, a favor de Manuel de Velasco Tejada, caballero de la orden de Santiago, para que pueda cobrar dinero en su nombre. 13-8-1695. AHN, Nobleza, Baena, C. 250: Varias cartas de obligación otorgadas por D. Francisco Carrillo y Albornoz, gobernador de Antioquía, en las Indias, y por D. Pedro Carrillo y Albornoz (1679-1684). Además, diversos recibos. Esto no era ninguna novedad: veremos un caso similar en los dos hermanos Vivero Galindo. AHPSe, Leg. 2813, año 1705, f. 740, don Pedro Carrillo da poder a Gerónimo de Sandoval y Laredo, “que haze uiage a la prouincia de nueua españa” de diputado del comercio, para cobrar una deuda de don Francisco de Valenzuela y Venegas, oidor de la Audiencia de México. 11 mayo de 1705. AHPSe, Leg. 2789 (1695), f. 687, da poder a Rodrigo de Vivero, a don Manuel de Velasco y Tejada y a don Juan de Tapia, de partida a Tierra Firme en la flota del conde de la Saucedilla, para cobrar de don Martin de Urrutia, vecino de Panamá, 1.640 quintales de hierro que dejo en su poder
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cierta frecuencia805. Por sus servicios –aunque pagando su precio, ya que se trataba de un título de beneficio-, Carlos II (por real cédula de 12 de Junio de 1694), le concedería para él y sus descendientes legítimos varones la dignidad de conde de Montemar806, que heredó su hermano mayor, don Francisco Carrillo, y que pagaba parte al contado y parte a plazos, abonando
[...] lo que debiere satisfazer por razon de dho titulo lo qual pagare en esta Ciudº llanamente y sin pleyto alguno con las costas de la cobranza un mes despues que aian llegado de buelta de biaxe a estos Reynos de españa o a qualquier parte o puertos della los galeones qº de proximo estamos aguardando de la Prouincia de
durante su viaje con los galeones del marqués del Vado del Maestre para que los vendiese. 7 de septiembre. 804 AGI, Escribanía, 1046B: María Múñoz Dávila, viuda de Pedro Múñoz, vecina de la villa de Niebla, con Pedro Carrillo de Albornoz, almirante de galeones, sobre paga de 59.000 pesos. Determinado en 1693. En el mismo legajo: Pedro Carrillo y Albornoz, almirante de galeones del cargo del Marqués del Vado, con Juan Lorenzo Panés, vecino de Cádiz, sobre paga de 30 pesos e inhibición de la justicia ordinaria en el conocimiento de esta causa. Pendiente en 1693. Diversas cartas de pago y escrituras de obligación, en AHN, Nobleza, Baena, C.78, D.90-104 y 169-187. En 1690, tomaba a riesgo 48.644 pesos escudos, contratando para ello catorce escrituras de obligación de pago, de las que doce corrían riesgo sobre su equipaje y dos sobre el buque y los fletes. “Estos elevados capitales obtenidos a riesgo eran empleados, bien en el carenado de los navíos de la Armada, o bien para hacer frente a las fianzas que la Corona les exigía depositar si querían poder desempeñar sus cargos en la flota, para lo cual el préstamo a riesgo se reveló como el instrumento ideal, puesto que les permitía obtener sumas considerables sin más garantía que su futuro empleo” (Vid. Carrasco González, Mª.G., Los instrumentos del comercio colonial en el Cádiz del siglo XVII (1650-1700), Ed. Banco de España, 1998, p. 103). 805 Vendia una esclava turca de 16 años a Manuel Gómez de Balboa, vecino de Antequera, llamada Teresa María, sin “ninguna tacha ni defecto enfermedad ni manquedad publicas ni secretas qº paresca auer tenido o tubiere la dha esclaua. Porqº se la uendo a uso de feria y mercado franco y en presio de siento y treinta y zinco pesos excudos de a diez reales de plata cada uno”. En AHPSe, Leg. 677, f. 704, año 1705, da libertad a su esclavo Francisco Bueno “mi esclauo que se a criado en mi cassa y es de color negro atesado y de treinta y seis aº poco mas o menos mediano de Cuerpo aBultado de Carnes: y a Ana Augustina su muger y de su color y de Buen Cuerpo y la misma hedad qº el dho su marido con poca diferencia que la compre ara quatro o sinco aº”. por biuenos seruisios q me an hecho”, el 2 de julio. En AHPSe, Leg. 2779, 1692, f. 1071, figurando como vecino de San Andrés, había comprado dos esclavas turcas en Cádiz, una la China, que se habia de bautizar como Isabel, y la otra Fátima, que se bautizaria como María, entre 22 y 24 años de edad. Le habían costado 300 escudos y las habia comprado para liberarlas y donarlas a su cuñada doña Isabel de Vega Valdés, mujer de su hermano Francisco, el 16 de mayo. 806 AGMJ, Leg. 250-2, Exp. 2315. Conde de Montemar. Madrid, 12 de junio de 1694. El marqués pedía que la distinción fuera transmisible. El expediente transcribe también su testamento. Vid. asimismo Vargas Ugarte, R., Títulos nobiliarios en el Perú, 1965, p. 40. También en otras obras de referencia, como el Elenco de Grandezas y títulos nobiliarios españoles, Instituto “Luis de Salazar y Castro”, Hidalguía, 1979, p. 382; o en Rezábal y Ugarte, J. de, Tratado del Real Derecho de las Medias-Anatas Seculares..., Madrid, 1792, p. 159.
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tierra firme con plata y rexistro de Su Magdº y particulares luego que aia llegado qualquiº nao dellos con la dha plata de rex[istr]º807.
Murió sin descendencia a últimos de febrero de 1707, dando poder para testar a su hermano don Francisco808. Don Francisco y don Pedro no serían los únicos en dedicar sus empeños a la carrera de las armas, ya que un tercer hermano, don Diego, realizaría también –al igual que su padre y sus hermanos- una destacada carrera militar:
[...] Así mismo consta que el Capitán de Mar y Guerra Don Diego Carrillo, tío del dicho Capitán de caballos Don José Carrillo de Albornoz ha servido a S.M. veinte y cuatro años y veinte y cuatro días de soldado con plaza sencilla en los egércitos de Extremadura y Cataluña, Capitán de Infantería española y Capitán de Mar y Guerra de los Galeones Nuestra Señora de Atocha y Nuestra Señora de Vegoña habiéndose hallado en las guerras que se tuvo con Portugal y las que hubo en Sicilia, obrando en todas las funciones con conocido valor y a satisfacción de sus
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AHPSe, Leg. 663, 1698, f. 47: Se obliga a pagar a don Joseph de la Barreda en representación de la hacienda real parte de las cantidades que debía como pago de su título. Al ser transmisible, entendemos que los pagos importaron una cantidad igual o superior a los 30.000 ducados. No se conserva carta de pago del mismo en el legajo conservado en el AGMJ. 808 26 de diciembre de 1707, ejecución del poder para testar dado a su hermano don Francisco (que había otorgado ante Juan Muñoz Naranjo el 26 de febrero de 1707), que lo hace en Sevilla ante Bartolomé Pérez. Ff. 1185 y ss. También en AHPSe, Leg. 2817 (1707), f. 223, 11 de febrero. Da poder para testar a su hermano Francisco, y pide ser enterrado en su parroquia de San Martin. Pide se funde mayorazgo de agnación rigurosa en su hermano. Nombraba como único y universal heredero a este, pidiendo que su herencia se invirtiera en “fincas siertas y seguras” por valor de 190.000 pesos escudos. Se le sepultó en la parroquial de San Martín. Tenía diversas deudas, que mandaba se pagaran: con los herederos de Pedro Muñoz Franco, vecinos de Beas, que le habían prestado 59.000 escudos, de los que pagó 30.000 y otros veinte mil pesos, perdonándose el resto de 9.000 pesos. A Gabriel de Morales, 5.000 pesos. A Cecilia de Ojeda, viuda de Antonio de Legaso, 1.000 pesos. A “unos de Segovia”, 1.000 doblones. Andrés van Dorne le debía 2.900 pesos, y había pagado 1.500. El conde de Cañete, 2.500 escudos. Don Alonso de la Rosa, 1.000 escudos. Martín Gilberto Mens y Melchor Rugen, 4.000 pesos en pertrechos para carena, además de otro buen número de acreedores. Le debían su sueldo de almirante de galeones, entre otras deudas. Nombraba por albaceas a su hermano, a don Juan Bruno Tello de Guzmán, “del Consejo de Su majestad en el Supremo de Guerra, mi primo”, a don Jerónimo Ortiz de Sandoval y Laredo y a su sobrino don José Carrillo de Albornoz, aunque en AHPSe, Leg. 2817 (1707), f. 290, don Juan Bruno Tello y el conde de Mejorada, sus albaceas testamentarios, renunciaron a su condición por hallarse “con ocupasiones presissas a que no pueden faltar”. 22 de febrero. En el poder se da testimonio de que había pagado su título en parte con un juro que rentaba 1.200 ducados de renta anual, “los quales cobra la haz.dª asta extinguirse”. Sería enterrado en San Martín el 28 de febrero de 1707.
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superiores809. También consta que el maestre de Campo Don Francisco Carrillo de Albornoz padre del dicho capitán de caballos Don José Carrillo de Albornoz días de ha servido a S.M. diez y seis años, un mes y trece soldado, Capitán de Infantería, Gobernador de las Provincias de Antioquia y graduado de maestre de Campo, y que se halló en las guerras de Extremadura y diferentes sitios, y entre ellos el de Badajoz, obrando en todas las ocasiones muy conforme a sus obligaciones. Consta también que el Sargento mayor Don José Carrillo de Albornoz abuelo de dicho Capitán ha servido a S.M: en Orán, Italia, Flandes y otras partes veinte y nueve años con diferentes empleos, habiéndolo empezado de Capitán de Infantería española y después de Sargento mayor de las Milicias de Coria por despacho de S.M. de quince de Enero de mil seiscientos cuarenta y dos, y que ha servido con particular aprobación de todos sus generales, y tenido diferentes comisiones de orden de Su Majestad, y en ellas cumplió con las obligaciones de su sangre810.
Sirva este texto como resumen de la carrera familiar: desde unos orígenes oscuros en Maello (Ávila), tras enlazar con una rama natural del prestigioso linaje de los Carrillo de Albornoz, el servicio de las armas les permitió -solo en tres generaciones- alcanzar las máximas recompensas: pese a la pérdida final del favor real por parte del que sería I duque de Montemar, no puede negarse que el balance final resultaría verdaderamente positivo: todos los miembros de la familia estuvieron “inclinados a la Miliçia”, logrando “por sus meritos Cargos y Premios honrrosos Así Políticos como Militares”, y cumpliendo –por tanto- “con las obligaciones de su sangre”, tras haber salido de la oscuridad de su cuna hasta las cumbres de la fama y los honores.
809
Sería también corregidor de Cajamarca la Grande y Cajamarquilla en Perú (AGI, Contratación, 5451, N. 151 (1689). También el AGI, Pasajeros, L.13, E.2709: Expediente de información y licencia de pasajero a Indias de Diego Carrillo y Esquivel, capitán, corregidor de Cajamarca la Grande con la agregación de Cajamarquilla, a Perú. 810 AGMS, legajo Ilustres: Relación de servicios del capitán de caballos corazas don Joseph Carrillo de Albornoz. También en AGS, Guerra Antigua, L.406.
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CÓRDOBA LASO DE LA VEGA
LINAJE DE DON JUAN DE CÓRDOBA LASO DE LA VEGA XIV Y XVIII HERMANO MAYOR
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I
T
ocaremos en este apartado de nuestro trabajo un nuevo linaje, estudiado por diversos tratadistas entre los siglos XVIII y XIX como una rama de
interés, aunque menos eminente, desgajada del frondoso y notable árbol de los Córdoba811. En este caso el apelativo Córdoba no será el que estrictamente pertenezca a esta progenie, ya que, como bien sabemos –recordemos el caso inmediatamente anterior de los Carrillo de Albornoz-, la adopción de unos u otros apellidos podía vincularse a motivaciones muy diferentes: entre otras la de recordar a perpetuidad la existencia de un origen prestigioso, o destacar (dentro de la auténtica tela de araña que suponían los parentescos entre las familias nobiliarias) algún enlace cuya importancia debiera recalcarse. Tal es el caso de estos Córdoba Laso de la Vega, cuya varonía Moscoso quedó preterida frente al más prestigioso apellido de Córdoba, aunque quedó –como podemos ver en la heráldica familiar- algún recuerdo de dicho origen: concretamente, la cabeza de lobo arrancada que simbolizaba a aquél linaje gallego. Sin embargo, hasta la adopción definitiva –que se llevaría a cabo en el siglo XVII- de este nuevo apellido, los miembros de esta familia intercalaron (al lado del original patronímico de Moscoso) los de Suárez de Figueroa o Laso de la Vega, de los cuales permaneció -debido a la voluntad testamentaria que lo vinculaba a un mayorazgo a él adscrito- el segundo, Laso de la Vega, al lado del de Córdoba ya como un único apelativo.
El linaje se instalaría en Sevilla en los inicios del siglo XV, vinculándose desde entonces a la orden de Santiago en donde disfrutaron de varias encomiendas virtualmente hereditarias, como las de Guadalcanal y Azuaga. Sus intereses económicos abarcarán villas como Carmona, Écija, Córdoba, Sevilla, Badajoz y Málaga, aunque en la sierra de Constantina disfrutarían de importantes 811
Entre otros Bethencourt: Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española..., VIII, pp. 92 y ss. Estudia también el linaje –solo desde el punto de vista genealógico- Ramos, A., Genealogía de los Excmos. Sres. Duques del Arco..., Málaga, 1780. Referencias más específicas, en Voltes Bou, P. “Hechos y linajes del Capitán General de la Armada don Luis de Córdova y Córdova”, Hidalguía, 18 (1956), p. 689 y ss.
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heredades: concretamente, además de en Azuaga, en Alanís y Guadalcanal. Su núcleo de actividad en Sevilla sería la collación de Santiago, en cuyo convento tuvieron su enterramiento812. Tronco del mismo es un Vidal de Moscoso, señor de Altamira y de la villa de su apellido, y progenitor del sucesor en los antedichos señoríos, el ricohombre gallego Pedro Vidal de Moscoso, que casaría con Teresa Sánchez de Ulloa813. Hijo segundo de este matrimonio, Sancho Sánchez de Moscoso moriría el 3 de abril de 1367 en la batalla de Nájera tras tomar el partido del pretendiente don Enrique: esta decisión, saldada con su vida, serviría sin embargo de punto de apoyo al linaje al beneficiarse en años futuros de la benevolencia real. Casaría con doña Aldonza (o Alduara) Vázquez de Arias Mosquera, señora de Godas814. Hijo primogénito de ambos, Suero Vázquez de Moscoso se establecería en Sevilla en tiempos del rey Enrique III815, ciudad de la que sería caballero veinticuatro816; ingresaría en la orden de Santiago, de la que sería comendador, casando con su prima y hermana del maestre de la misma orden, doña Teresa Suárez de Figueroa817. Lucharía en las guerras contra Granada comandadas por el infante don Fernando, recibiendo –como pago por su contribución con cinco lanzas al ejército formado con tal ocasión- 7.300 maravedís en 1408 y 1409818. Fue mayordomo de la ciudad entre 1410 y 1411, siendo encarcelado entre 1417 y 1419 por tomar partido en las luchas banderizas entre Ponces y Guzmanes, decantándose por los primeros819. Tras la muerte de su primera mujer casaba en segundas nupcias con Inés Gutiérrez de Haro, que poseía en señorío parte de la villa de los Molares, aunque también don Suero tenía propiedades en Carmona, lo que sabemos porque en 1421 donaba una casa
812
Sánchez Saus, R., Op. Cit. (1991), p. 209. Hija esta de Sancho Sánchez de Ulloa, señor de Ulloa y Monterroso, y de su mujer doña María Ruiz de Molina. 814 E hija del señor de Payo Muñiz Alonso Vázquez de Arias Mosquera y de su esposa Violante López de Arias Mosquera. 815 Ortiz de Zúñiga, D., Anales..., II, p. 362. 816 Carande, R., Sevilla, fortaleza y mercado. Sevilla 1975, p. 148. 817 El maestre era don Lorenzo Suárez de Figueroa, nombrado en Mérida el 28 de octubre de 1387. Fueron sus padres Gómez Suárez de Figueroa y Teresa López de Córdoba, señora de Monturque, que testaría en Écija a 26 de julio de 1389. 818 Vilaplana, M.A., “Un ajuste de cuentas del alcabalero mayor de Sevilla Pedro Ortiz (1420)”. Historia, Instituciones, Documentos, I (1974), pp. 417-501. 819 Carriazo Arroquia, J.M., Anecdotario sevillano del siglo XV, Sevilla, 1947, p. 81. 813
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en dicha villa. Ya habría fallecido, según indicaba su mujer en su testamento, para 1426820.
Hijo segundo del primer matrimonio de don Suero, Gómez Suárez de Figueroa Moscoso haría buena parte de su carrera en la orden de Santiago, de donde fue comendador de Azuaga. Casaría con la señora de la Lapa, el Carrascal y las Bejaranas doña Beatriz Sánchez de Melo821, que donaba sus señoríos de la Lapa y las Bejaranas el 4 de mayo de 1456 a sus hijos Rodrigo y Gómez 822 y testaba diez años más tarde, aunque su marido ya había muerto para 1435823. A partir de aquí, la genealogía familiar es en parte discutida por diversos autores 824, aunque nos parece claro que de don Gómez y doña Beatriz continuará la sucesión con varios hijos –tres varones y cuatro hembras-, de los que seguiremos al segundogénito, homónimo de su padre, un segundo Gómez Suárez de Figueroa Moscoso, señor de la Lapa e igualmente caballero de Santiago825, que cedía sus derechos sobre las Bejaranas a su hermano Rodrigo en 1457826. Tomaría el partido de los reyes Fernando e Isabel frente al bando de Enrique IV, acompañando al príncipe aragonés en 1474 y encabezando una embajada de aquél ante su pariente político, el duque de Medina Sidonia827. Durante la guerra de Granada tuvo la tenencia de Antequera, y fue capturado tras una escaramuza en la Axarquía, siendo posteriormente liberado828 y asentándose desde entonces en Málaga. Casó con
820
Se trataba de una antigua sinagoga. En BRAH, Salazar y Castro, M-5, f. 75. Testamento de Inés Gutiérrez de Haro, en BRAH, Salazar y Castro, M-43, f. 145v. 821 Hija de Garci Sánchez de Badajoz, II señor de Villanueva de Barcarrota y de Mencía Sánchez de Goes. 822 BRAH, Salazar y Castro, M-5, f. 173v-174. 823 BCC, Manuscrito 63-3-73, f. 192. 824 Adoptamos la versión de Saus (1991), que nos parece más acertada que la de Bethancourt, que toma de Ramos. Según ambos, hijo primero de don Gómez sería un nuevo don Suero –apellidado Vázquez de Mosquera Moscoso-, también veinticuatro de Sevilla, casado en segundas nupcias con doña Elvira Ortiz de Guzmán, de quien tuvo como hijo a don Cristóbal de Mosquera Moscoso, igualmente veinticuatro de la ciudad, regidor de Málaga, ahogado en un viaje a Bretaña; casaría con doña Mayor de Villafranca. 825 Ramírez de Guzmán, J., Libro de algunos ricohombres y caballeros hijosdalgo..., f. 239. 826 BRAH, Salazar y Castro, M-5, f. 173v-174. 827 Isabel de Mosquera, su prima hermana, estaba casada con el II Conde de Niebla don Enrique de Guzmán. 828 Ortiz de Zúñiga, D., Anales..., III, p. 138.
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doña Catalina Laso de la Vega en primeras nupcias829, de quien tuvo al I señor de Puertollano Gutierre Laso de la Vega, trece de Santiago, que casaría a su vez con Guiomar Manrique de Lara830. Hijo de ambos, el II señor de Puertollano don Luis Laso de la Vega –que poseía también el señorío de las Torres de Alhaurín-, contraería matrimonio con su tía segunda Francisca de Córdoba Mendoza831 y fallecería en 1589, habiendo sido menino de la emperatriz Isabel de Portugal. Hijo asimismo de los anteriores, el III señor de Puertollano y de las Torres de Alhaurín Gutierre Laso de la Vega casaba con doña Ana de Figueroa Mesía, hija del señor del Encinar y de Villaseca don Gómez de Figueroa y Córdoba y de Lucrecia Mesía de Alarcón, hija esta última del señor de Villanueva de Mesía, don Alonso Mesía, y de doña Juana de Alarcón832. Pertenecería también a la orden de Santiago, en donde se encargaría de la encomienda de los bastimentos833. La siguiente generación vería ya convertido Puertollano en vizcondado834.
829
Hija de Gutierre Gómez de Fuensalida Laso de la Vega y de María Arróniz Pacheco. Gutierre Gómez fundaría el mayorazgo de Puertollano; sería comendador de la Membrilla y Villaescusa de Haro, trece de Santiago, regidor de Málaga, gobernador de Granada y embajador de los Reyes Católicos (su interesantísima correspondencia diplomática sería editada en 1907: Fitz-James Stuart y Falcó, J., Duque de Alba, Correspondencia de Gutierre Gómez de Fuensalida, embajador en Alemania, Flandes é Inglaterra (1496-1509), 1907). Sería también maestresala y caballerizo de Carlos I. Don Gutierre impondría el uso del apellido Laso de la Vega a los descendientes de su mayorazgo, creado el 3 de noviembre de 1521 por facultad del Emperador, y confirmado en su testamento de 7 de agosto de 1534, ante Alonso Martínez Turégano, escribano público de Málaga. 830 Hija del alcaide de Málaga Íñigo Manrique de Lara, señor de Frigiliana y Nerja, comendador de Corral de Almaguer en Santiago, alcaide y regidor de Málaga y corregidor de Granada, capitán general de las Armadas del Mediterráneo, y de su esposa Isabel Carrillo. Don Gutierre se enterraría en el convento de la Paz de Málaga: en su túmulo figuraba revestido con el hábito de la orden (AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2098). 831 Hija a su vez de Juan de Córdoba y Lemos, alcaide de Casarabonela y de María de Mendoza Guzmán, hija del I conde de Teba; era también bisnieta del primer conde de Cabra. Recoge este enlace también Ruano, F., Casa de Cabrera en Córdoba..., Córdoba, 1779, p. 463. Por este matrimonio se vincularán lejanamente los Córdoba con los Guzmanes de la Algaba, Teba y Ardales. 832 Según una testifical en Granada (AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2098), esta última, al igual que su marido, también “lleuaua el hábito de santiago porque la uio con él [y por] entonçes se daua a mugeres”. El apellido Mesía, según los testigos, era “de los mas prinçipales de esta çiudad de Gra[nad]ª”. Eran, además, “deudos del marques de la guardia”. 833 AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2098. 834 En la persona del IV señor, don Luis Laso de la Vega (18 de marzo de 1633). Posteriormente sería promovido a condado, y los condes de Puertollano a duques del Arco. Don Luis Laso, caballero de Calatrava, gobernador de Martos y corregidor de Granada, fue gentilhombre de cámara del archiduque Alberto y del cardenal infante don Fernando. Vid. Molina Bautista, J.M., Historia de Alhaurín de la Torre en la Edad Moderna: 1489-1812, Ayuntamiento de Alhaurín de la Torre, 2005, pp. 132 y ss.
360
Hijo tercero del matrimonio, el comendador don Juan de Córdoba Laso de la Vega casaría en primeras nupcias con doña Luisa de Francia Domonte, falleciendo en 1657835. Había nacido en Málaga el 1 de marzo de 1586, siendo bautizado el mismo día en la parroquia de Santiago de la ciudad. Como tantos otros miembros de la familia haría carrera en la orden de Santiago, a la que accedería en abril de 1616, llegando a ser gobernador de Llerena836. Las pruebas se realizaron en Málaga, en donde se les consideraba
caualleros muy notorios y de los mas prinçipales desta çiudad de malaga [...], cosa muy sauida y entendida en la çiudad [...], no solamente en la dha. ciudad sino en toda la andaluzía [...] están y an sido siempre en muy buena opinión [...] por serlo tan notorios como lo son los de este linaje [que] tiene[n] deudo y parentesco con los duques de Sesa y los condes de cabra la casa de Vaena y conde de Palma [...] y duques de feria y con la casa del marques de hardales y que todo esto es muy sauido y entendido [...] que en diçiendo laso y bega figueroa y cordoua que toca a este linaje es deçir hijos de algo notorios y de linpia sangre sin raça ni mezcla alguna.
Sin embargo, pese a su buena fama, parece ser que los conflictos de los miembros del linaje con otros vecinos de Málaga habían sido moneda corriente: al confirmar su limpieza de sangre se indica que debe ser “çierta sin duda ninguna”, ya que pese a que los miembros de la familia “han tenido muy grandes encuentros y pesadunbres con personas desta çiudad de malaga”, las malas lenguas no habían podido acusarlos de ningún tipo de ascendencia conflictiva, al menos hasta entonces837. También se realizaron pruebas en Granada, resultando del mismo tenor. Don Juan marcharía a las guerras de Flandes a las órdenes de Filiberto de Saboya, recibiendo despacho de comandante de infantería española el 20 de enero de 1617, embarcando para ello en el puerto de Málaga, y consta
835
Fallecería el 15 de agosto de dicho año en sus casas junto a la Puerta Real de Sevilla, en la collación de la parroquia de San Miguel, sin testar. Sería sepultado en el convento Casa Grande de la Merced. El 18 de septiembre de 1657 su viuda pediría, ante Tomás Carrasco Orellana, la realización del inventario y la partición de sus bienes. 836 AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 2098 (1616). 837 “En la dha. ciudad todo se saue y se dice y se descubren las faltas toquen a quien tocaren”.
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acudiendo en octubre de 1640 como capitán de una compañía de caballos, por la orden de Santiago838. Su esposa, Luisa de Francia -hija de Pablo Martínez de Francia839 y de Beatriz de Almonte Medina- acercaría a su marido a ese ámbito que ya se nos está haciendo habitual, conformado por diversos linajes conversos pudientes económicamente y con los que las casas nobiliarias, desgastada su economía por los años, los numerosos descendientes y las deudas acumuladas no tenían rebozo alguno en enlazar, al menos mientras les fuera beneficioso económicamente: los Martínez de Francia aportarían a los Laso de la Vega un muy sustancioso mayorazgo en Palomares. Don Juan de Córdoba casó con doña Luisa –que sería su primera mujer- el 15 de noviembre de 1617: la novia había sido bautizada en la parroquia de San Pedro el 19 de diciembre de 1595, siendo apadrinada por su tío materno Diego de Almonte. Estos parentescos nos vuelven a llevar nuevamente a los Almonte (su madre era hermana del poderoso Juan de la Fuente Almonte), acerca de los cuales nos remitimos a los datos que hemos ofrecido sobre ellos en la primera parte de este trabajo: las argucias de Juan de la Fuente Almonte a la hora de obtener su ejecutoria de hidalguía ocultaban, como ya hemos indicado, el evidente interés por hacer olvidar el origen converso del linaje. Los Francia procedían de Paredes de Nava, localidad donde habían sido regidores por el estado de los hijosdalgo, aunque no existen evidencias anteriores en la villa acerca de ellos, salvo un enterramiento en la parroquial de Santa Olalla de Francisco Martínez de Francia, el padre del mismo Pablo Martínez. Daremos algunas noticias más sobre ellos en breve. Casarían igualmente dos hermanos con dos hermanas, en una dinámica frecuente y que ya conocemos (recordemos el caso de los Bazán): don Juan con doña Luisa; don Gómez de Figueroa, su hermano mayor, con doña Ana. Doña Luisa fallecería después del 16 de octubre de 1636, fecha en la que otorga poder para testar a su marido ante Miguel de 838
“Relación de los caualleros de hábito que son capitanes de las Compañías de la Nobleza, maestres de campo, sargentos mayores y capitanes de miliçia”, 12 de octubre de 1640. Recogido en Fernández Izquierdo, F., “Los caballeros cruzados en el ejército de la Monarquía Hispánica durante los siglos XVI y XVII: ¿anhelo o realidad?”, Revista de Historia Moderna Nº 22, Ejércitos en la Edad Moderna, Universidad de Alicante, 2004, p. 108. 839 Fue albacea de los bienes de Diego de Almonte, hermano de Juan de la Fuente Almonte, difunto en Indias en 1605 (AGI, Contratación, 937, N.5). Invertiría en diversos juros (AGS, Contaduría de Mercedes, 777, 16 y 779, 7. En esta última signatura se incluyen su testamento y el de su mujer).
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Burgos. En segundas nupcias, don Juan casaría con Juana Enríquez de las Casas, natural de Lima y hermana de don Luis Enríquez de las Casas, I conde de Montenuevo, mayordomo de la reina doña Mariana de Neoburgo; doña Juana testaría en 1694. Residiendo ya en Sevilla al menos desde 1617, año en el que casaba por vez primera, solicitaría la devolución de la blanca de la carne en 1631840. Otorgaba diversas cartas de pago entre 1625 y 1648 –lo que nos muestra una cierta continuidad en la ciudad, aunque salpicada de ausencias entre Málaga y sus destinos militares-, y fallecería en 1657841. Su hijo primogénito, don García de Córdoba Laso de la Vega, habido en su primera esposa doña Luisa de Francia, casaba en un primer matrimonio con María Feliciana Domonte Verástegui, hija de don Juan de la Fuente Almonte y de doña María de Verástegui, de la que no tuvo hijos: como era costumbre en estas familias el círculo se cerraba sobre ellas mismas, enlazando –como es el caso- con parientes cercanos para salvaguardar la posición y la herencia. Fallecida doña Feliciana, don García casaba en segundas nupcias con doña Isabel Tello de Guzmán Ribera842, que moriría en 1669, ya viuda de su esposo: en breve daremos noticias sobre este matrimonio. Estos últimos serían padres de nuestro don Juan de Córdoba Laso de la Vega, fundador de la Maestranza sevillana en 1670843. Don García, que pertenecía igualmente a la orden de Santiago844, sería teniente, y luego alcaide y guarda mayor, juez oficial real de la Audiencia y de la Casa de Contratación845, oficios que compró por 20.000 ducados al conde de Castrillo el 7 de septiembre de 1648, ante el escribano público Miguel de Burgos846. Sería también juez conservador del Consulado sevillano, y pertenecería al consejo real. Fue bautizado en la parroquial de San 840
AMS, Libros de Actas Capitulares, noviembre de 1631. AHN, Nobleza, Bornos, C.242, D.26. 842 Hija esta de Diego Tello de Guzmán Ribera y de Beatriz Laso de Quiroga. Bethancourt equivoca la filiación de doña Beatriz, nombrándola como “Saco de Quiroga”. 843 Casaría con Clemencia de Sotomayor; ambos serían padres de don Diego, don Juan, don Antonio y don Clemente Laso de la Vega y Sotomayor, de los que solo el tercero tendría sucesión. 844 AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 4377. 845 Su nombramiento, el 14-6-1648, en Madrid: AGI, Contratación, 5785, L.1, F.285v-286v. Nombramiento de Juan de Córdoba Laso de la Vega como teniente de alcaide y guarda mayor de la Casa de la Contratación (1646): AGI, Contratación, 5785, L.1, F.248V-249V. Más datos, en AGI, Contratación, 607 y 609, y AGI, Indiferente, 436, L.14, F.137-137v y 138. 846 En calidad de tal libraba carta de pago en favor del conde de Castrillo don García de Haro (AGI, Contratación, 5785, L.1, F.290-297). En 1647 litigaba con Alonso Salvador y otros vecinos de Sevilla contra don José de Olivares y don Jacinto de Cárdenas, dueño del navío nombrado la Santísima Trinidad sobre paga de maravedíes: AGI, Escribanía, 1026A. 841
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Lorenzo por su beneficiado Alonso Pérez de Salazar el 10 de diciembre de 1618; su padrino fue el general Francisco de Novoa, vecino de la collación de San Miguel. Antes de cumplir los siete años recibiría el hábito de Santiago, otorgado por Felipe IV el 1 de agosto de 1625. Las pruebas fueron validadas por el Consejo un año más tarde, el 17 de junio de 1626, en una instrucción que podemos definir como controvertida, y se trata desde luego de un eufemismo, por no decir cosas peores847:
durante
la
instrucción,
los
testigos
adoptaron
–mintiendo
descaradamente y siendo eficazmente aleccionados- la versión “canónica” del origen galaico de los Almonte, negando que tuvieran su origen en la villa homónima, y defendiendo la ficción de los Domonte de Galicia. En el “nuevo” árbol genealógico de los Almonte, creaban de la nada a un Gonzalo Rodríguez Domonte, casado con María Fernández de Baamonde, padres de Diego García de Almonte, casado con Leonor de Albo848, abuelos de Francisco García de Almonte, casado con Beatriz de Medina y padres a su vez de un nuevo Diego García de Almonte, casado con Ana de las Casas: todo un repertorio de linajes conversos eficazmente disimulado849:
Y el dicho Diego Garcia de Almonte, natural del Reyno de Galicia, de la casa solar, e Palacio Domonte, o Paço da Veiga, sito en la Feligresía de Mourense, junto a la villa de Villalva, estado de Andrade, y Condado de la dicha villa de Villalva, porque fue hijo legitimo, y natural de Gonçalo Rodriguez Domonte, y de Maria Fernandez de Vaamonde, señores que fueron de la dicha casa, de donde salio el dicho Diego Garcia de Almonte, y nos vino a servir a la conquista del nuestro Reyno de Granada, hasta que se cobró de los Moros, y de alli se avia ydo a vivir a la dicha villa de Almonte [...]850.
Testaría en su casa de la collación de San Vicente el 10 de julio de 1669 ante Tomás Carrasco Orellana, mandándose enterrar en la capilla de la Soledad del 847
Expediente de don García de Córdoba Laso de la Vega: AHN, Órdenes, Santiago, Exp. 4377. Sobre los muy controvertidos Albo, véase el epígrafe Ponce de León de este trabajo. 849 Estos últimos fueron padres de Beatriz de Almonte, casada con Pablo Martínez de Francia, y hermana de Juan de la Fuente Almonte. 850 Ejecutoria de hidalguía de Diego de Almonte y Juan de la Fuente Almonte (1620). Colección particular de don Fernando de Artacho, Sevilla. 848
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Carmen Calzado851: ya había fallecido en septiembre de dicho año. Su inventario de bienes era muy breve: económicamente, las cosas no parecían marchar muy bien por entonces a la familia. De hecho, trasmina de las escasas páginas del documento una sensación de decepción, quizás de amargura por parte de su viuda: rodeada de muebles y de cuadros ajados y deteriorados, relaciona ante el escribano “unas colgaduras de cama coloradas, de tafetán, uiejas”, veinticinco cuadros de diferentes devociones, “biejos y maltratados”, trece láminas estropeadas, “medianas”, una alfombra, “dos contadores viejos”, “dos escritorios viejos”, cinco bufetes grandes, sillas, una cama de granadillo, “quatro brocateles biejos”, dieciocho “almohadas viejas” de terciopelo -el término “viejo” se repite constantemente en el documento-, “un esclavo mulato que se emborracha” y que serviría probablemente para poco, y una esclava negra de la que ni siquiera aporta el nombre, en un síntoma de evidente distanciamiento por la escasez que a la muerte de su marido la rodeaba, y de amargura por la situación en la que se había quedado: sin duda, un exiguo legado para una viuda que veía cómo su estatus se le deshacía entre los dedos.
Pero estos hechos estaban aún lejos cuando, como ya hemos mencionado, don García casaba por segunda vez el 28 de octubre de 1652, en la parroquia de san Marcos sevillana, con doña Isabel Tello de Guzmán852, tras firmarse las 851
Testaría en su casa de San Vicente el 10 de julio de 1669 ante Tomás Carrasco Orellana. AHPSe, Leg. 2700, f. 835 y ss. Pide ser sepultado en la capilla de la Soledad del Carmen calzado, “por ser hermano”, dejando una manda de dos mil misas. Poseía en arrendamiento el diezmo de Palomares desde 1668, de lo que debía aun 14.000 reales. Sus deudas eran con don José de la Puente Verástegui, 1.120 pesos; al receptor de la avería Juan Bautista de Aguinaga y a don Florencio de Vozmediano, tres mil ducados de un tributo del duque de Medina Sidonia como dote de su hermana Luisa; el propio duque le debia 8.000 ducados. Declara sus hijos, Juan, Luisa, Diego y Beatriz. Juan sucedería en el mayorazgo de Pablo Martínez de Francia y Beatriz de las Casas, sus abuelos. Deja mandas y legados a su hija Luisa, y a Bernarda de Esquivel, que le servía. Tenía un hijo natural, Francisco de Córdoba, ausente en Indias, “que hube siendo soltero en muger soltera de calidad”. Sus albaceas serían su mujer y sus hijos Juan y Diego, don José de Veitia Linage y el deán don Francisco Domonte. El 18 de septiembre de 1669 su viuda, Isabel Tello de Guzmán Ribera, pediría ante Tomás Carrasco Orellana la realización del inventario y la partición de sus bienes, indicando cómo su marido había fallecido treinta días atrás. AHPSe, Leg. 2662, f. 519. 852 Se velaban en la parroquial de San Miguel: "en lunes dies i seis de febrero de mill i seiscientos i sinqtª i quatro años yo el Dºr don Fernando de Ahumada cura proprio i Beneficiado desta iglesia del sºr san Miguel de seuilla bele i di las bendiciones nupsiales de la iglesia a don garcia laso de la uega i cordoua cauallero de la orden de santiago uiudo de doña Maria felisiana de omonte con doña isabel tello de gusman i Riuera nl. desta ciudad hija de don diego tello de gusman i Riuera
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capitulaciones matrimoniales ante el escribano público Luis Álvarez853. Doña Isabel administraría con cuidado los bienes familiares tras su viudedad854, y testaría el 22 de diciembre de 1694, ante Juan Muñoz Naranjo, mandándose enterrar también en el convento del Carmen855, y falleciendo en los últimos días de 1695856. Pedía en sus últimas voluntades que se pagaran sus deudas: tenía
cauallero de la orden de santiago i de doña Beatris Laso de quiroga los quales se desposaron en la iglesia del sºr San Marcos desta ciudad como consta de una fee qº dello dio el Ldº Juº de Alarcon cura de la dha iglesia i fueron sus padrinos don luis de cordoua y doña luisa de cordoua uez.ºs desta parochia i lo firme ffº ut supra Dºr. don Fernando de Ahumada". 853 Partida matrimonial de Juan de Córdoba Lasso de la Vega e Isabel Tello de Guzmán y Ribera. AHN, Nobleza, Fernán Núñez, C.1506, D.4. Había sido bautizada en la parroquial de la Magdalena el 25 de mayo de 1619. Era única hija del caballero de Santiago (22 de marzo de 1624. AHN, Órdenes Militares, Expedientillos, N.792) don Diego Tello de Guzmán Ribera, ya difunto, y de doña Beatriz Laso de Quiroga. Era nieta de don Luis Tello de Guzmán, veinticuatro de Sevilla y escribano mayor perpetuo de su juzgado, y de su mujer doña Leonor de Ribera y Casaus. De nuevo los parentescos entre los fundadores de la Corporación sevillana se hacen evidentes, en este caso por el entronque entre los Córdobas y los Tello de Guzmán. Las capitulaciones en AHPSe, Escribanía 1, leg. 552., f. 527, 24 de octubre de 1652. El novio llevaba a la boda la posesión del mayorazgo de los Francia, estipulado en 13.170.094 maravedís, además de la mejora que en él hicieron sus padres del tercio y remanente de un quinto de sus bienes, que pasó ante Miguel de Burgos el 25 de febrero de 1643. Llevaba también sus oficios, que le habían costado 20.000 ducados que pagó al conde de Castrillo ante Miguel de Burgos el 7 de septiembre de 1648, y en Madrid, ante Juan Cortés de la Cruz, el 20 de octubre. Aportaba 12.000 ducados en joyas, muebles y dinero. Otorgaría a su mujer 300 ducados anuales para gastos de su cámara y 4.000 ducados de oro en arras. Ella aportaba al enlace al mayorazgo fundado por su bisabuelo Diego Ramírez de Ribera el 1 de agosto de 1576, ante Baltasar de Godoy. Llevaba además 30.996 reales, 2.000 ducados de contado y el resto en rentas adeudadas del mayorazgo, 10.800 reales de plata doble en joyas y piezas de plata labrada, y 2.400 ducados en alhajas, menaje, ropas y vestidos de su persona. Se firman en las casas de Beatriz Laso de Quiroga, viuda de don Diego Tello de Guzmán Ribera, del orden de Santiago, en la collación de San Marcos. Antes de quince dias estarían obligados por contrato a contraer matrimonio. 854 AHPSe, Leg. 2706, 1671, f. 743, da a Francisco Marmolejo, teniente de alcaide de los Alcázares, carta de pago por 48.979 maravedís de renta. El 11 de julio de 1690, constando como vecina de San Vicente, recibía de las salinas 7.978 maravedís, del mayorazgo de doña Leonor de Casaus y Ribera. 855 AHPSe, Leg. 2786, f. 1413. Era vecina de San Lorenzo. Pedía ser enterrada en el convento del Carmen, “en la capilla de nuestra señora de la soledad A quien tengo particular debozion y cariño y espero de su misericordia A de ser Mi Ynterzesora con su dibina Magestad para que mi alma goze de su ynfinita gloria”. Pedía ser enterrada con el hábito del Carmen, mandando doscientas misas rezadas. Mandaba su ropa blanca a doña Elena de Córdoba. Daba razón de sus cuatro hijos: don Juan, don Diego, doña Luisa, casada con don Diego de Zuleta Reales, y Beatriz, doncella. Dio por dote a Luisa 12.000 ducados, por capitulaciones ante Juan Muñoz Naranjo, a principios de 1677, con una casa principal en la parroquia de San Marcos, que venía de la herencia de Beatriz de Quiroga, fuera de su legítima. A su hija Beatriz le dejaba el remanente del quinto de sus bienes. Sus albaceas serían don Pedro Luis Ponce de León, de Santiago; don Diego de Zuleta y don Diego de Córdoba. Se devolvía a su hija Luisa la blanca de la carne en 1728 (AMS, Papeles Importantes, S. XVIII, tomo 22, expediente de veinticuatro de Francisco de Zuleta y Córdoba). 856 AHPSe, Leg. 2790 (1696), f. 160, inventario de bienes de doña Isabel Tello de Guzmán, 23 de enero. Había muerto el 27 de diciembre de 1695. Entre otros bienes, colgaduras, paños, una cama de granadillo, ropa de cama y de casa, objetos de oratorio, sitiales, escritorios, baúles, un cuadro de la Soledad –de la que era muy devota- de dos varas de largo y otros cuadros de diversas devociones.
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empeñadas en Francisco la Bandera, en los Humeros, “una joita y un relox en dozientos reales de vellon cuio yngenio se hizo por mano de Diego Moreno”, y también una sortija de diamantes en 50 pesos escudos. Pedía que no se comprendieran entre sus bienes los de su hijo Diego de Córdoba, que eran
[...] plata labrada Diferentes sortijas y Juguetes de esmeralda y Diamantes y otras alajas de Casa y cosas que le sobraron del ultimo viaje que hizo a las Yndias de Ropa de mesa peltre y otras cosas y sus Cajas de Ropa [...].
Diego, un buen hijo sin duda, la había socorrido al estar “corta de medios”, de lo que ella daba “Grazias y Maiores a El Altísimo por aberse dignado De aberme dado tal hijo”: un socorro que importaba mil ducados anuales, que pedía se le devolvieran. No dejaba, salvo el recordatorio inevitable de que sus bienes vinculados los heredaría su primogénito, ningún recuerdo o ninguna expresión de afecto para su hijo primero.
Don Juan de Córdoba Laso de la Vega, que sería en dos ocasiones hermano mayor de la recién nacida Maestranza sevillana, nacía en Sevilla siendo bautizado en la parroquial de San Miguel de la misma, el 31 de agosto de 1653857. Le sacaba de pila su abuelo paterno homónimo, don Juan de Córdoba, y sucedería a sus progenitores en los mayorazgos de los Córdoba y los Ribera, lo que provocó que su actividad económica fuera fundamentalmente rentista: el gran número de protocolos (la gran mayoría en la escribanía de la collación de San Miguel de Sevilla) que signaba a lo largo de su dilatada vida avalan este aserto858. Ostentó
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No debe confundírsele con su primo –de la rama de los marqueses del Vado del Maestre-, don Juan de Córdoba Laso de la Vega y de la Puente Verástegui, caballero de Calatrava en 1688 (AHN, Órdenes, Calatrava, Exp. 646). 858 AHPSe, Leg. 2770, f. 1213, don Juan de Córdoba da recibo a los almojarifazgos por su mayorazgo de los Martinez de Francia, a Bernardo de Paz y Castañeda, por 16.258 maravedís de un juro de 150.000 maravedís. 12 de junio de 1689. AHPSe, Leg. 2766, año 1687, f. 971: Recibe 1.000 escudos de don Diego Espinosa de los Monteros. 11 de septiembre. AHPSe, Leg. 2813, f. 929, da carta de pago al duque de Medina Sidonia por 4.512 reales y 109 maravedís, 20 de mayo de 1705. AHPSe, l. 2822 (1710), f. 335, da poder a su hijo Diego para cobrar en Sanlúcar adeudos del Medina Sidonia, por un monto total de 230.156 maravedís. 26 de marzo. AHPSe, Leg. 2730, 1677, f. 1510, tomaba posesión como sucesor de su padre de las rentas del mayorazgo de Pablo Martínez de Francia, sobre un juro del almojarifazgo de Indias de 220.000 maravedís de renta anual, de otro sobre las rentas de
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también el título –hereditario y suponemos que poco más que simbólico- de alguacil mayor de la villa de Álora (Málaga), sobre el que cobraba un censo aún en 1720859. Sería nombrado alcalde ordinario por el estado noble de Palomares el 1 de enero de 1678, poseyendo los heredamientos de los Francia en dicha villa 860. Casaría en la parroquia de san Vicente sevillana el 4 de octubre de 1688 con doña Clemencia de Sotomayor, hija de Diego García de Sotomayor y de su esposa doña Ana González, aunque el matrimonio se celebró en la vivienda de estos últimos sita en la calle del Clavel, siendo testigos los padres de la Compañía de Jesús Juan Quijano y Julián de Rosales861. Tendrían como descendientes a don Diego de Córdoba, casado con doña Micaela de Olloqui; don Juan de Córdoba, casado con doña Jacinta Sánchez Cabello; don Antonio de Córdoba, casado con doña María Josefa de Quevedo en primeras nupcias y en segundas con doña Magdalena de Valdés, y don Clemente de Córdoba Laso de la Vega. Tan sólo don Antonio, el tercer hijo del matrimonio, tendría sucesión: otros descendientes ni siquiera llegarían a la mayoría de edad862. Al igual que otros miembros fundadores de la corporación maestrante coincidió con ellos en otros ámbitos, tales como la hermandad de la Santa Caridad, en la que se recibía como hermano en 1681, como estaba haciendo buena parte de la nobleza sevillana863. En 1724 renunciaba a su cargo de hermano mayor de la Maestranza en la persona del marqués de Paradas, dada su avanzada edad, falleciendo en 1729 864: el 28 de febrero se realizaba propios de los Alcázares de 224.400 maravedís de renta anual y de otro en el almojarifazgo mayor de Sevilla para los herederos de Beatriz de Medina, etcétera. 859 AHN, Nobleza, Bornos, C.242, D.44. 860 Al igual que otros fundadores de la Maestranza sevillana, caso de los Araoz o los Vivero: Palomares era, desde luego, una de las poblaciones sevillanas con mayor inflación de maestrantes por aquellas fechas. 861 Certificación del matrimonio entre Juan de Córdoba Laso de la Vega y Clemencia de Sotomayor, en la Iglesia de San Vicente de Sevilla en 1688: AHN, Nobleza, Fernán Núñez, C.2118, D.8. 862 Partida de bautismo de Andrés y Manuel, hijos de Juan de Córdoba Lasso de la Vega y Clemencia María. AHN, Nobleza, Fernán Núñez, C.2101, D.66-1691. Partida de bautismo de Antonio Josef, hijo de Juan de Córdoba Lasso de la Vega y Clemencia de Sotomayor (1698): AHN, Nobleza, Fernán Núñez, C.2118, D.40. Hay blancas de la carne de Diego, Juan, Antonio y Clemente, hijos de Juan de Córdoba Laso de la Vega y Clemencia de Sotomayor, AMS, Libros de Escribanía de Cabildo, Sección V, tomo 310, nº 17 (1729). 863 AHSC, Libro de Asiento de Hermanos..., f. 283 (1681). Su padre había ingresado en la hermandad en 1665. 864 Muy decaída la Maestranza por entonces, durante el segundo mandato de don Juan de Córdoba –lo que se achacaba a la inexistencia de funciones ecuestres públicas, y a la definitiva caída en desuso de la monta a la jineta-, un año después (cabildo de 12 de noviembre de 1725)
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inventario de sus bienes865, entre los cuales se inventariaban veinticuatro sillones de vaqueta de moscovia, seis taburetes, tres bufetes de caoba “grandes, con sus herrajes”, cajones y bufetillos de caoba, “dos petrales de cascabeles y dos fustes de Picar”, objetos de menaje, alguna mesa y un catre de granadillo. En la finca de Palomares había a su fallecimiento catorce bueyes, diecinueve yeguas y tres potrancas, “dos caballos padres”, quince burras, carretas, varios arados con sus rejas, “nuebe Sortijas sueltas grandes y pequeñas, y algunas quebradas”, objetos de menaje y más muebles, además de un buen número de arrobas de vino almacenadas en toneles y pipas. La finca de Palomares, el principal bien del mayorazgo de su abuelo, se componía de la Haza de la Cruz, la Longuera, los Alcazeles, el Carambolo, los Gordales y los Amboles. Poseía además –ya por los Córdoba- la tercera parte de un cortijo en Málaga y las rentas de diversos juros: uno sobre los bienes del duque de Medina Sidonia, de 138.093 maravedís, y otro sobre un heredamiento en Gerena; percibía las rentas de otros juros y censos que le pagaban diversos vecinos de Peñaflor, Palomares y Coria sobre diversos bienes.
Finalmente, y como conclusión, vemos como a lo largo de un período de tres siglos se han ido reuniendo las bazas políticas y socioeconómicas que habría de jugar el linaje para llegar hasta su ascensión definitiva –en algunos de sus individuos, hasta la grandeza de España- ya en los años finales del siglo XVII y los iniciales del XVIII: elección de la opción acertada en las guerras entre petristas y enriqueños (cayendo Sancho Sánchez de Moscoso en la batalla de Nájera, conocería un renacimiento de la institución al cambiar su gobierno –sólo quedaba como oficial el propio hermano mayor- y entrar más de cuarenta caballeros nuevos, en su mayoría hijos o nietos de los maestrantes presentes, y sin ser obligados a presentar pruebas, recibiendo cinco años más tarde, en 1730, los privilegios que Felipe V le concedió y por los que se convirtió –posterior y no anteriormente- en una corporación de elevado prestigio. Las cuentas del entierro de don Juan de Córdoba, el 31 de diciembre de 1729, en AHN, Nobleza, Fernán Núñez, C.2118, D.52. En AHPSe, Leg. 2844 (1729), f. 103, testamento de don Juan de Córdoba, otorgado por sus albaceas. Pidió ser sepultado en San Miguel, en donde había sido enterrado el 5 de enero de 1729. Dejaba una manda de cincuenta misas rezadas. Pedía pagar sus deudas con sus bienes libres, entre otras la dote de Rosalía de Córdoba en el convento de San Clemente. Sucedía en su casa y mayorazgo su hijo Diego Andrés de Córdoba. Con el resto de bienes libres, todos sus hijos fueron declarados herederos por igual. 7 de marzo de 1729. Sus hijos eran Diego Andrés, Isabel Salvadora, religiosa en San Clemente, María Marina, Clemencia, Juan Manuel, Rosalía, Antonio José y Clemente. 865 AHPSe, Leg. 2844 (1729), f. 95: Inventario de bienes de Juan de Córdoba Laso de la Vega, vecino de la calle Castellón, en la collación de San Vicente. Había otorgado poder para testar ante Juan Muñoz Naranjo el 12 de marzo de 1725, en el que nombraba como albaceas a sus hermanos e hijos. 28 de febrero de 1729.
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verdadero bautismo de sangre de la “nobleza nueva” trastamarista) firme vinculación a linajes relevantes, bien por simpatía o interés político o por parentesco matrimonial (Ponces y Guzmanes, en el siglo siguiente); vinculación y dependencia permanente de una poderosa institución, en este caso la orden de Santiago, que aportaba a los miembros de la familia pingües prebendas, gobiernos y oficios, y que le permitiría enlazar con otros prestigiosos linajes santiaguistas (caso de los Mesía granadinos); y, por último, y en la más cara tradición aristocrática, parentescos matrimoniales de conveniencia económica, con los que el linaje salía reforzado -caso de los Almonte o los Martínez de Francia- y que les permitía restablecer sus finanzas, que se apoyaban principalmente (a finales del siglo XVII y comienzos del siguiente) en la explotación del mayorazgo heredado de los Francia que el linaje poseía en la villa sevillana de Palomares.
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DÁVILA
LINAJE DE DON LORENZO DÁVILA Y [RODRÍGUEZ DE] MEDINA I CONDE DE VALHERMOSO
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372
373
374
I
E
ste trabajo versa, en buena parte –como ya habremos podido apreciar, y continuaremos
observando
en
las
próximas
páginas-
acerca
del
establecimiento de sólidas redes familiares y de relación entre un importante número de miembros de una clase no poco relevante en la Sevilla del siglo XVII, un hecho que podemos percibir como incontestable si pasamos las páginas del mismo con una mínima atención. Hemos visto y veremos en capítulos siguientes los estrechos vínculos familiares y de consanguinidad que se establecen, se establecieron en el pasado (o se establecerían en los años futuros) entre nuestros primeros maestrantes, sus antepasados y sus descendientes, abriendo un amplísimo campo de relaciones de todo tipo, característico y propio de grupos sociales como los de los que nos ocupamos. Una red, al cabo: red de parentescos, de influencias, de afinidades; una red económica y social que encerraba en su interior a los miembros de una oligarquía local que sin embargo en muchas ocasiones
trascendía
el
simple
y
provinciano
localismo,
reinventada
constantemente a sí misma, renovada y ampliada con nuevas, diversas y a veces sorprendentes aportaciones. Por ello, el linaje del que ahora queremos dar algunas noticias no será tampoco una excepción a la regla anterior: se trata de los Dávila, procedentes del Condado onubense –de villas como Moguer, San Juan del Puerto o Trigueros-, muy cercanos (y después interesadamente alejados) al duque de Medina Sidonia como en breve veremos, y que terminarían asentándose en Sevilla tras una parada en Sanlúcar de Barrameda, en donde desempeñarían puestos de relevancia en el consejo ducal del Guzmán sanluqueño, siendo la capital andaluza la meta final en donde llegarían a alcanzar su premio último, un título nobiliario: un camino que, como veremos en las páginas que siguen, se verá calcado casi milimétricamente por un buen número de fundadores de la institución maestrante sevillana, en un itinerario, en general, bien conocido y estudiado a día de hoy.
Vinculados familiarmente –no podía ser menos- a otros linajes que aquí estudiamos, como los Pineda o los Medina Cabañas (en este caso a través de los 375
muy ubicuos Vallejo, naturales de Trigueros, y de los que daremos razón más adelante), hemos tenido a la hora de trabajar con las fuentes que hemos podido manejar acerca de los Dávila la desgraciada suerte, si queremos llamarla así, de que algunos de los documentos tal vez más relevantes para su estudio –sobre todo en cuanto al buen número de fuentes añadidas que aportan-, como serían los expedientes de órdenes militares (en este caso, de la orden de Santiago) que atañen a varios miembros de la familia hayan desaparecido a día de hoy, con alguna feliz excepción que nos ha sido, hemos de reconocerlo, de no poca utilidad866. Esta primera inmersión en las fuentes nos lleva a las pequeñas villas de Moguer, Trigueros, Gibraleón y San Juan del Puerto –asiento este el último de la familia antes del salto a Sanlúcar, capital de los estados ducales867-, villa situada en uno de los lados que conforman el casi perfecto triángulo equilátero compuesto por estas localidades, en las que se moverán a lo largo del segundo cuarto del siglo XVI y en años posteriores los diversos miembros de estas familias (los Dávila, los Estrada, los Vallejo) que finalmente darían el paso, primero, a la capital de los estados ducales, Sanlúcar de Barrameda; y por último a la meca sevillana, conservando sin embargo algunos intereses y una esporádica presencia en San Juan, a causa de algunas propiedades y fundaciones que aún conservaban o tutelaban. Esta desvinculación de su asiento inicial se vería determinada por el éxito que algunos miembros del linaje obtendrían sirviendo al duque de Medina Sidonia, dejando a un lado tras su ascenso la hoy provincia onubense, esa “zona [...] escasamente aristocrática, [poblada por] una sociedad muy homogénea, 866
Buena parte de los datos que expondremos han sido obtenidos del expediente para el ingreso en la orden de Calatrava de José Dávila y Tello de Guzmán, conde de Valhermoso, Exp. 750 (1733), hijo de don Lorenzo Dávila y Rodríguez de Medina. Hay, como es habitual, algún material de corte eminentemente genealógico en la BRAH, Salazar y Castro: árbol de costados del I conde de Valhermoso, nº 76008, leg. 20, f. 126, que no aporta mayor información. Desgraciadamente, los expedientes para la orden de Santiago de Martín Dávila Duque de Estrada y de Lorenzo Dávila y Estrada, padre y abuelo respectivamente del I conde, se han perdido como tantos otros: sólo se encuentran los expedientillos, en general muy breves por definición –poco más que un recibo por la cantidad exigida para el pago de las pesquisas llevadas a cabo por los informantes, y una breve reseña genealógica del pretendiente- que apenas nos aportan datos fuera de su estricta genealogía paterna y materna. 867 Que había sido fundada por carta puebla otorgada por el conde de Niebla en enero de 1468 sobre un antiguo y pequeño puerto de pescadores con el nombre de Puerto de San Juan, y que cambiaría su estatus de lugar a villa en 1551, dada su importancia económica y comercial, como centro distribuidor y receptor de muy diversos productos dentro de los extensos estados del de Medina Sidonia.
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modesta, poco conflictiva, que quizá buscaba en el mar y en la aventura oceánica el aliciente de una vida de excesivo corto vuelo en tierra”868. Esta constante podremos apreciarla suficientemente, según creemos, en las páginas que siguen: carentes de los alicientes que proporcionaba una frontera conflictiva para una rápida promoción social (caso de Jerez o Granada), muchos habitantes de la zona buscaron por otra parte –en la emigración a Indias o en otras actividades, como el comercio-,
el
deseado
ascenso
dentro
de
una
sociedad
aún
muy
compartimentada869.
Las primeras noticias que poseemos de estos Dávila nos llevan, como decimos, a un Moguer y a un San Juan del Puerto casi inmediatamente contemporáneos al Descubrimiento, y a una zona aledaña de donde saldrá una buena parte de los primeros pobladores de unas Indias recién descubiertas, descubrimiento y colonización en los que es muy posible que algún pariente muy cercano de nuestros Dávila tomara una importante parte870, aunque a lo que parece la cuna 868
Sánchez Saus, R., La Nobleza Andaluza en la Edad Media. Universidades de Granada y Cádiz, 2006. 869 Como veremos, también nuestros Ávila –que no Dávila, en rigor: el más antiguo miembro del linaje es un Martín de Ávila, avecindado en San Juan del Puerto en los años medios del siglo XVIse relacionaron muy estrechamente con otras familias, como los Estrada, vinculados casi desde sus inicios a la gran aventura americana: en eso no fueron una excepción en relación con otros linajes del mismo entorno. 870 Se trata en este caso de Bartolomé Ruiz de Estrada, tal vez padre (aunque no podemos asegurarlo absolutamente, y en cualquier caso posiblemente muy cercano pariente) de Martín Yáñez de Estrada, bisabuelo este último del I conde de Valhermoso. Martín Yáñez de Estrada, natural de Huelva, había casado con Leonor de Vallejo, natural de Trigueros. Aunque no es seguro que el Martín Yáñez del que hablamos sea efectivamente el hijo de Bartolomé Ruiz, sí entendemos como muy posible que formaran parte (aparte la homonimia) del mismo grupo familiar: véase AGI, Pasajeros, L. 3, E. 4326: El bachiller Nicolás Ruiz de Estrada, natural de Moguer, hijo de Martín Yáñez de Estrada y de Marina Alonso Roldana, al Perú, con su escribiente Francisco Roldán, natural de Moguer, hijo de Francisco Ruiz Cadera y de Elvira Martínez, soltero. También AGI, Pasajeros, L. 6, E. 1329: El licenciado Estrada, natural de Moguer, hijo de Martín Yáñez de Estrada y de Marina Alonso Roldana, al Perú. Igualmente, AGI, Pasajeros, L. 6, E. 1328: Marina Alonso la Roldana, natural de Moguer, hija de Rodrigo Alonso y de Juana Roldana, con doña Antonia, doña Juana y doña Isabel, hijas suyas y de Martín Yáñez de Estrada, al Perú. Acerca de las actividades de Bartolomé Ruiz, natural de Moguer, en el Perú, es de gran interés la consulta de la probanza contenida en AGI, Justicia, 417, N.1, en la que se detalla su paso a Indias con Pizarro como piloto (había sido reconocido como piloto experto en 1511, y formó parte de los conocidos “Trece de la Fama”, atravesando el primero la mítica línea establecida por Pizarro, “padeçiendo muchos trabajos y hambres”). En 1529 Carlos V le concedía la hidalguía y el título de caballero dorado, una dignidad que el Emperador concedería también a su pintor de cámara, Tiziano Vecellio. Sería regidor de Tumbes y moriría en Cajamarca, de fiebres, en 1532. Había casado en Moguer con Bárbola Martín: su hijo único sería Martín Yáñez. La evidente homonimia y la cercana coincidencia temporal y espacial entre ambos Martín Yáñez de Estrada (uno, el hijo de
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de este linaje sería la villa extremeña de Jerez de los Caballeros, lugar donde un pleito de hidalguía de 1526 sitúa sus orígenes871. En cualquier caso, lo que sí parece cierto es que nuestros Dávila llevaban una vida de prósperos hacendados en la villa de San Juan del Puerto (como tal aparece documentado Martín Dávila, bisabuelo del primer conde872, que había casado en Huelva con María de Solís Estrada873), en donde sus ingresos les dieron para dotar una capellanía en el convento local del Carmen, y en donde seguían asentados acomodadamente a finales del siglo XVI, poseyendo en la villa tierras de “labor, y ganados”, y siendo considerados como “personas de las mas prinçipales desta uilla”, “gente honrrada y muy prinçipal caualleros de hauito y nobles”, cuya “noblesa y calidad es muy notoria”874. Alternaban estas ocupaciones con el servicio a la casa ducal que era su
Bartolomé Ruiz; otro, el marido de Leonor de Vallejo) nos hacen relacionarlos entre sí como pertenecientes, casi sin lugar a dudas, a una misma familia común, si no se trata incluso de un mismo individuo (Vid. Medina, J.T., Bartolomé Ruiz de Andrade [error tipográfico, por Estrada], primer piloto del Mar del Sur. Estudio Histórico, Santiago de Chile, 1919). 871 ARChG, signatura 4498-010, pleito de hidalguía de Juan Dávila y sus hermanos, vecinos de Moguer (diciembre de 1526). Ver también BRAH, Salazar y Castro, nº 25678: tabla genealógica de la familia Dávila, vecina de Jerez de los Caballeros (Badajoz). 872 Según el expedientillo para la orden de Santiago de Lorenzo Dávila (AHN, Órdenes Militares, Expedientillos, 1155, año de 1626), sus padres eran el caballero de Santiago don Martín Dávila, natural de San Juan del Puerto, y doña María de Solís Estrada, de Huelva, hija de Martín Yáñez de Estrada (algunos juros por diverso valor –un total de más de 210.000 maravedís- de su propiedad en AGS, Contaduría de Mercedes, 749, 30; 447, 89; 447, 57. Un tributo contra la avería en 1614 a su nombre y al de su hija María de Solís, en AGI, Contratación, 1073, R. 2). Sus abuelos paternos eran Martín de Ávila, natural de Moguer, tesorero general del condado de Niebla, y Elvira de Arteaga, de San Juan del Puerto, y los maternos Martín Yáñez de Estrada, de Huelva y Leonor de Vallejo, de Trigueros. El origen de Leonor de Vallejo nos permite relacionarla con los muy activos Vallejo originarios de dicha localidad onubense, a los que nos referiremos de nuevo en este trabajo, como la hija menor de Fernando de Vallejo, casado con Isabel de Ribera: lo que hace a nuestra Leonor cuñada de Luisa de Casaus Dalvo y de María de Espinosa Monteser, primera y segunda mujer, respectivamente, de su hermano mayor Juan de Vallejo Solís, y vincula a estos Vallejo con otros linajes que estudiamos, como los Dalvo o los Monteser, de fuerte raíz conversa. Fernando de Vallejo era a su vez hijo de Juan de Vallejo, casado con Mayor de la Fuente, avecindado en la collación de San Román de Sevilla (Vid. Gil, 2001, V, p. 445-446). Volvemos nuevamente al resbaladizo entorno cuyo sujeto son estos tan ubicuos linajes conversos. 873 Martín Dávila moriría abintestato, haciéndose cargo su esposa de la tutela y curaduría de sus hijos menores: AGS, Contaduría de Mercedes, 757, 14: Cláusulas del testamento de don Martín Dávila. Discernimiento de la tutela y curaduría de los menores de don Martín Dávila a favor de doña María de Estrada y Solís, su esposa. Información que acredita que doña María de Estrada y Solís dio a luz una hija a los seis meses de la muerte de su esposo y que ésta, llamada doña Sebastiana Dávila, renunció a favor de su madre su legítima paterna. Testimonio de la renunciación de la legítima paterna hecha por doña Sebastiana Dávila a favor de doña María de Estrada Solís, su madre. 874 AHAS, Catedral, Pruebas, Exp. L-25, Leg. 44, 1675.
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patrona como alcaides de diversas fortalezas, como la de Trigueros875. Pronto darían comienzo a un cursus honorum que se traduciría en la recepción de hábitos, facilitados generosamente entre el cupo que el duque podía conceder a sus fieles876 y en el acceso a puestos de representación en la tesorería y en los consejos de los VII, VIII y IX duques, con el resultado que después se dirá. Esto propició el traslado primero de la familia de Moguer a San Juan del Puerto y de ahí a Sanlúcar, la capital de los estados ducales, en donde comenzarían (ellos mismos y sus familiares cercanos, como don Pedro de Vallejo Cabañas877) una importante carrera al servicio de la casi todopoderosa casa andaluza, aunque no dejarían de volver cada cierto tiempo por su San Juan de origen878. Veremos también como la endogamia –algo muy habitual por estos tiempos, en cualquier caso- se hace también presente en esta familia, con el matrimonio entre Lorenzo Dávila y Estrada, que había nacido en San Juan del Puerto en agosto de 1592879, y su prima María Dávila Bravo de Lagunas880: sus padres, Martín, tesorero del 875
Vid. Salas Almela, L., Medina Sidonia. El poder de la aristocracia. 1580-1670, Marcial Pons Historia, 2008, p. 88. Agradecemos al doctor Salas Almela la información que generosamente nos ha prestado acerca de este período, y los datos que nos ha aportado acerca de la vinculación entre los Dávila y la casa ducal. 876 Para Martín Dávila, AHN, Órdenes Militares, Expedientillos, 2217 (1639). Para Lorenzo Dávila, AHN, Órdenes Militares, Expedientillos, 1155 (1626). 877 Don Pedro Vallejo de Cabañas era tío de Lorenzo Dávila y Estrada: como tal aparece mencionado al depositar 300 ducados en el Consejo de Órdenes en 1626 para instar el expediente de su sobrino. Acerca de don Pedro Vallejo, antepasado de otro linaje maestrante (concretamente el de los Medina Cabañas), véase el epígrafe Medina Cabañas de este trabajo: activísimo agente del duque de Medina Sidonia en la corte y su mayordomo durante la jornada real a Doñana, alcanzaría gran peso político en el entorno ducal, llevando la agencia del Guzmán en Madrid durante los primeros tiempos de la privanza de Olivares. Esta relación familiar entre don Pedro de Vallejo y los Dávila, como vemos confirmada documentalmente, nos permite relacionar a los Vallejo de Trigueros con don Pedro, que había nacido en Sanlúcar al instalarse su familia en dicha ciudad. 878 Martín Dávila, hijo de don Lorenzo Dávila, había llegado a vivir en San Juan “algunos años, siendo pequeño”. AHAS, Catedral, Pruebas, Exp. L-25, Leg. 44, 1675. 879 “En miercoles diesinuebe dias del mes de agosto de mil quinientos i nobenta i dos años baptise io Diego peres conde clerigo cura en esta yglesia de san juº del ptº a lorenso hijo de don Martin de abila i de doña Maria su lejitima mujer fue su padrino fransisco abila besino de moguer i los demas besinos desta villa en fe de lo qual lo firme de mi nonbre fecho vt supra Diego peres conde”. 880 Hija de Pedro Dávila y Leonor Bravo de Lagunas, natural de Gibraleón, al igual que su madre. Sus padres habían casado en dicha villa, al igual que ella misma, que pasaría a vivir tras su matrimonio a San Juan del Puerto temporalmente. “En la Villa de xibraleon miercoles doze dias del mes de mayo de mill y quinientos y noventa y nueue años yo francº de abreu Vellerino Vicario desta Villa y su Vicaria Baptize a maria hija de don pedro de auila y de doña Leonor brauo de lagunas su legitima mujer fueron sus padrinos don Juan ortis de abreu y doña leonor brauo de lagunas su legitima muger todos Vezinos desta Villa fueles aduertido parentesco espiritual y en
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condado de Niebla como lo había sido también su progenitor –y como lo sería su propio hijo Lorenzo- veinticuatro de Sevilla (que según la blanca de la carne de su nieto Martín Dávila, había ostentado igualmente la tenencia de la alcaidía del castillo de Triana por el duque de Medina Sidonia, y era familiar de la Inquisición en San Juan del Puerto al igual que su hijo Lorenzo, que también pertenecía como tal al Santo Oficio881) y Pedro Dávila eran hermanos enteros, lo que determinó la lógica consanguinidad. Esta costumbre tan acendrada en la época, los matrimonios pactados dentro del mismo núcleo familiar –no olvidemos que estamos hablando de redes de muy cercana convivencia, cuyos rituales de comportamiento los seguían del rey al último villano- era un rasgo también habitual en nuestros Dávila, lo que podemos apreciar claramente por la documentación con la que tratamos, en la que se expone también el clarísimo acaparamiento de dignidades tan propio de estas pequeñas oligarquías emergentes, que estaban dando sus primeros –pero sin duda firmes- pasos para alcanzar las tan deseadas prebendas futuras882, pasos que no excluirían, como fee de lo qual lo firme que es ffº ut supra=françisco de abreu vellerino”. Sobre los Bravo de Lagunas, Vid. Argote de Molina, G., Nobleza del Andaluzía, libro segundo, ff. 319v-320r: “Por el mes de Iulio de mil quatrocientos y treynta y dos hizieron entrada en la tierra de ios Moros don Luys Gonçalez de Guzman Maestre de Calatrava, y el Adelantado Diego de Ribera, y en vn recuentro que con los Moros tvuieron, fue muerto Garci Bravo de Lagunas Regidor de Baeça peleando con los Moros. El qual era casado con hija de Pero Gonçalez de Mendoça hermana de Alonso de Mendoça. Sucedióle en el Regimiento Iúan Bravo de Lagunas su hijo por provision del Rey dada en Salamanca en doze de Agosto de mil y quatrocientos y treynta y dos [...]. Son las Armas dé los Cavalleros hijosdalgo deste linage de Bravo en campo azul vn Castillo Jaquelado de oro, azul, y roxo plantado (sobre Ondas azules y de plata, y la puerta del Castillo negra, y en ella vn Leon de oro Rampante, y en medio del Castillo vn Escudo azul con tres Lirios de oro, y sobre las dos Torres del Castillo dos Águilas las alas tendidas [...]. Los Bravo de Lagunas también se instalarían en Sanlúcar. Acerca de estos linajes, véanse las pruebas del coadjutor y medio racionero Luis Dávila y Medina, AHAS, Catedral, Pruebas, Exp. L-25, Leg. 44, 1675. En el expedientillo de Santiago de Martín Dávila, al que ahora aludiremos de nuevo, se hace notar la notoriedad de la nobleza de los Bravo de Lagunas. Sin embargo, el origen geográfico de estos Bravo –Gibraleón- nos retrotrae a otros linajes de la zona, como los León Garavito o los Illescas, que tuvieron no pocos problemas a la hora de hacer olvidar sus problemáticos orígenes (véase el epígrafe Medina de este trabajo). 881 Vid. Díaz de Noriega y Pubul, J., La Blanca de la Carne en Sevilla, II, p. 99. 882 Según el expedientillo para la orden de Santiago de Martín Dávila (1639), se nos enumera una sucesión de actos positivos de un numeroso grupo de parientes cercanos, lo que nos muestra un paisaje de enlaces matrimoniales y vinculaciones muy estrechas entre estos diversos linajes onubenses, vecinos de Huelva, Moguer, Gibraleón o San Juan del Puerto: don Diego Rodríguez Baltodano Prieto de Tobar, su tío paterno, caballero de Santiago (AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 7107), era nieto de Gonzalo Prieto, primo hermano de Martín Dávila su abuelo (su madre era doña Catalina Prieto de Tobar, de Moguer; y los padres de esta eran el regidor de Moguer Gonzalo Prieto de Tobar y su mujer Catalina Cotado). Don Juan Dávila, su tío abuelo paterno, era también familiar de la Inquisición de San Juan. Ana de Estrada, hermana de María de
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veremos, alcanzar sus propias expectativas a expensas del mismo duque, a cuya familia venían sirviendo nuestros Dávila desde muy antiguo, y a costa del cual alcanzarían pingües beneficios883. Esta relación de servicio y fidelidad de sus mayores, aquilatada a lo largo de los años, provocó que la carrera de don Lorenzo Dávila fuera a más en pocos años: de alcaide de Trigueros en 1607, pasaba a ser tesorero general del condado de Niebla en 1613, al igual que lo habían sido su padre y su abuelo; en 1624 se instalaba en Sanlúcar como contador mayor del Medina Sidonia, y recibía por merced del propio duque el hábito de Santiago al que anteriormente nos hemos referido. Sus buenos servicios en el cargo –que le permitieron también enriquecerse, como después veremos- le hicieron acreedor, en 1642, a la presidencia del consejo de la duquesa durante su estancia en sus dominios andaluces, con un salario de 137.000 maravedís y el derecho a percibir sesenta fanegas de trigo y cien de cebada libres de cargo 884. Su evidente competencia animó al duque a ascenderlo aún más, haciéndole gobernadorpresidente del consejo que regía la totalidad de sus estados; en ese nuevo puesto, sin embargo, y en una coyuntura tan delicada como la que provocaría la frustrada asonada andaluza –realizada al tiempo que la portuguesa, y de la mano de don Gaspar, el IX duque-, don Lorenzo terminaría traicionando (porque sus actuaciones no pueden definirse de otra manera) a su señor, y llegando incluso en sus responsabilidades económicas a estafar importantes cantidades a la hacienda ducal. Pero contemos con detalle esta historia, que no dejará de merecer la pena. Solís Estrada, era la madre del capitán Martín Rodríguez de Medina, alguacil mayor de la Inquisición de Burguillos (su expediente de Santiago con abundante información sobre estos linajes, en AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 7134). Sancho Bravo de Lagunas, fiscal de la Inquisición de Granada, era asimismo primo de María Dávila Bravo de Lagunas. Según la documentación, los Dávila tenían ejecutoria de nobleza en posesión, al igual que los Estrada o Duque de Estrada (Juan Dávila litigaba con Moguer en 1526: ARChG, signatura 4498-010. Como antes indicábamos, él y sus hermanos figuraban como naturales de Jerez de los Caballeros. Un nuevo Juan Dávila litigaba con San Juan del Puerto en 1609: ARChG, signatura 4599-024. También Alonso de Estrada litigaba con Huelva su hidalguía: ARChG, signatura 4780-002; y en 1606, otro Alonso de Estrada homónimo litigaba con la misma villa dicha condición: ARChG, signatura 4954-004. Martín Duque de Estrada, de Gibraleón, litigaba su hidalguía en 1655: ARChG, signatura 14412-169). Se despachaba el hábito el 19 de diciembre de 1640. 883 Vid. Salas Almela (2008), p. 88: “Don Lorenzo era descendiente también de una de las familias de criados de los duques con más antigüedad de servicio, cuyas noticias se remontan a principios del siglo XVI, es decir, al origen de la información aportada por los libros de acostamientos de la Casa ducal. Su padre había servido en diversas alcaidías de fortalezas del estado y él mismo inició su carrera como alcaide de la fortaleza de Trigueros en 1607 [...]”. 884 Vid. Salas Almela (2008), p. 88.
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Como es bien sabido, los duques de Medina Sidonia –estos virtuales “reyes del Andaluzía” con todo tipo de derechos señoriales y feudales a su favor- gozaban casi desde tiempo inmemorial de tal autonomía de gobierno que los convertía en los virtualmente efectivos monarcas de buena parte del sur de la península. Sus derechos incluían el cobro en sus tierras –más de 6.000 km2 en el siglo XVI- de importantes impuestos (caso de las alcabalas, las rentas de las carnicerías, del jabón, del aceite, del pescado y de los almojarifazgos, etcétera), por lo que el conflicto, es decir, el choque entre los intereses económicos de una Corona perpetuamente endeudada y a veces en bancarrota y los del pujante señorío andaluz estaba ya servido885. El de Medina Sidonia (en este caso aún el VII duque, don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga) no carecía de contactos en la corte -en la que de hecho mantenía una agencia propia para cuidar de sus intereses-, ya que incluso el mismo duque de Lerma, el poderoso valido de Felipe III, era el suegro de su propio hijo, matrimonio que en su día el de Denia celebró como un triunfo personal886. En 1615, gracias en buena parte a las instancias de Lerma y al apoyo interesado de algunos oficiales implicados en el asunto, como el secretario Juan de Ciriza, que sería agradecidamente compensado por sus desvelos en un apenas disimulado soborno, el conflicto se resolvería –si no en su totalidad, sí parcialmente- a favor de don Alonso. Es en este contexto en el que tendrá lugar un nuevo suceso en el que sí intervendrán directamente los oficios de don Lorenzo Dávila, ya que desde 1564 el ducado y la Corona tenían abierto un largo contencioso por la explotación de las salinas y la fabricación de sal en Andalucía, que en el resto de los dominios peninsulares era potestad de la administración. Inicialmente, se buscó una solución temporal mediante la cual el duque (que poseía numerosas salinas en sus dominios, y le proporcionaban muy 885
Vid. Salas Almela, L., “Nobleza y fiscalidad en la ruta de las Indias: el emporio señorial de Sanlúcar de Barrameda (1576-1641)”. Anuario de Estudios Americanos, 64, 2, julio-diciembre 2007, pp. 13-60. 886 Don Manuel Alonso Pérez de Guzmán y Silva, que sería VIII duque a la muerte de su padre en 1615, había casado en 1598 con Juana de Sandoval, hija del I duque de Lerma, Francisco de Sandoval y Rojas (1553-1625). En la disputa se vio implicado, por parte de la hacienda real, el licenciado Gil Ramírez de Arellano, abuelo del I marqués del Moscoso don Juan de Saavedra Alvarado, y a quien nos referiremos posteriormente (véase el epígrafe Saavedra en este trabajo) con mucho más detalle.
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buenas rentas) hubo de aceptar muy a disgusto un impuesto de dos reales por arroba de sal producida, firmándose un acuerdo que contemplaba algunas exenciones –como la de la sal necesaria para la garantizar la actividad de las almadrabas ducales- en agosto de 1574, tras diez años de pleitos: las salinas del duque (sobre cuyas rentas, como veremos, buena parte de nuestros futuros maestrantes impondrían juros y censos) le dejaban a este, al igual que el tráfico con el atún, buena parte de sus ingresos fijos. El problema volvería a plantearse a partir de enero de 1631, cuando la Corona proclamó la contribución única –o impuesto de la sal887-, frente a la que los agentes del duque reaccionarían no poco airadamente, al entender que se vulneraban sus derechos adquiridos, en un litigio que volvería nuevamente a extenderse en el tiempo, y en el que don Lorenzo participaría directa y activamente, recibiendo la confianza del duque por su “buen hacer”888, que se continuaría seis años más tarde al enviar desde Madrid a Sanlúcar –el duque acababa de enviudar de su primer matrimonio- a quien sería una de las más conocidas amantes del potentado, Margarita Marañón 889, y también a la hora de lograr la ampliación de las competencias del duque –ya por entonces el IX titular del ducado, don Gaspar- en la defensa del Estrecho, ante las ventajas que frente al Guzmán había conseguido obtener el duque de Arcos, que había conseguido la exención de sus estados de la jurisdicción de Medina Sidonia, capitán general de Andalucía, estados que según los agentes del Guzmán habían
887
Vid. Vázquez Lijó, J.M., “Sal para pesquerías en la España del siglo XVIII”, A Articulaçao do Sal Portugûes aos Circuitos Mundiais-Antigos e Novos Consumos..., p. 152: “Felipe IV intentó establecer en 1631 una única contribución, el llamado impuesto de la sal, de carácter universal (sin exentos) en sustitución de los millones. Pero esta importante reforma fiscal hubo de abandonarse al año siguiente ante todo por la amplia oposición tanto al gran incremento en el precio, que lo situaba en 40 reales/fanega, como a los acopios obligatorios hasta alcanzar los cupos de consumo asignados en las reales órdenes; una resistencia que en el País Vasco, y más en particular en Vizcaya, a diferencia de lo ocurrido en Sevilla y en Extremadura, tuvo carácter de revuelta popular, con algunas acciones violentas, en defensa de los fueros que amparaban un estatuto fiscal privilegiado”. 888 Vid. Salas Almela (2008), p. 200. 889 El avispado Lorenzo Dávila, por entonces su agente en la corte, mando a Sanlúcar a Margarita Marañón, buena conocida del duque y madre probable de su hija natural Luisa. En 1639, ultimadas las capitulaciones para su segundo matrimonio, el duque concedió a Margarita 20.000 ducados en censos en usufructo, con obligación de residir en un convento de Sanlúcar: la barragana elegiría el de dominicas de Madre de Dios. Años más tarde profesó en el cenobio bajo el nombre de Sor Margarita de la Cruz, y a partir de 1662 percibiría una renta anual de 4.000 reales. No sería la única beneficiaria del próvido duque, que proporcionó rentas vitalicias de 200 y 100 ducados también a las madrileñas Catalina de Ludena y Leonor de Cárdenas.
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“de estar a orden del duque”, lo que procuraba con éxito Dávila en enero de 1640890, en un proceso en el que don Gaspar buscaba con fruición el aumento de sus poderes y sus competencias, lo que incluía la propuesta de nuevos nombramientos en la infantería de las flotas de Indias, en concreto de sus mandos intermedios, y que solo conseguiría hacerla efectiva en ese año de 1640: nuevos desencuentros entre el duque, el rey y Olivares a partir de las reticencias del Medina Sidonia a intervenir personalmente en la campaña de Cataluña –el duque de hecho estaba comenzando a posicionarse en una oposición clara a su poderoso pariente, y evitó por todos los medios posibles su presencia cerca del monarca en tal ocasión- y el inicio de la revuelta de Portugal llevarían en unos años al fracaso, a la pérdida del favor y a la prisión de don Gaspar, sucesos en los que Dávila anduvo no poco implicado.
Es bien conocido el doble juego que el IX duque llevó a cabo en una conjura –la de Andalucía- que historiográficamente resulta indisociable de la contemporánea revuelta portuguesa, entre otras causas por la relación familiar existente entre el duque de Braganza (Juan IV de Portugal) y el propio duque sanluqueño, a través de
su
hermana
Luisa
de
Guzmán,
reina
del
Portugal
nuevamente
independiente891. Tras guarnecer con desesperante lentitud las fronteras y asentar sus reales en Ayamonte, rechazando también seguidamente el apoyo (concretado en una leva de efectivos de las milicias ciudadanas) del asistente sevillano don García Sarmiento de Sotomayor, el asunto se complicó con la interceptación de una carta que ponía al descubierto a Medina Sidonia y a Ayamonte, en la que se descubría su juego y su traición con las potencias francesa y holandesa; a ello se sumaba la carencia de apoyos para su proyecto entre los grandes andaluces, a excepción de unos pocos miembros de la escasamente representativa nobleza 890
Vid. Salas Almela (2008), p. 326. Acerca de estos hechos –que acabaron costándole la cabeza al marqués de Ayamonte, don Francisco Manuel Silvestre de Guzmán, primo del Medina Sidonia, en 1648, como ejemplo para los rebeldes aragoneses dirigidos por el duque de Híjar- véanse Salas Almela, L. (2008). Vid. asimismo Álvarez de Toledo, L.I., Historia de una Conjura. Diputación de Cádiz, 1995, en una versión (como casi todas las aportadas por la finada duquesa, controvertida), en la que exculpa al duque de sus evidentes responsabilidades en los hechos; también Domínguez Ortiz, A., “La conspiración del Duque de Medina Sidonia y del Marqués de Ayamonte”, Archivo Hispalense, 106 (1961), pp. 133-159, etcétera. 891
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baja e intermedia. Don Gaspar, viendo el juego perdido e intentando salvar los muebles, marchaba a Madrid en donde confesaba abyectamente sus culpas ante Olivares, descargando todo el peso de la responsabilidad en el de Ayamonte: incluso -ya preso este último-, Medina Sidonia, cubriéndose las espaldas, realizaría un rocambolesco tour de force al retar públicamente a duelo a su cuñado, mediante un impreso que se daría a la letra entre septiembre y octubre de 1641, impreso que se vería seguido de otros opúsculos escritos para la ocasión por algunos de sus más conspicuos sirvientes y criados, como sería el caso del propio don Lorenzo, que firmaba un manuscrito –una Carta política a la antigua y esclarecida nobleza de Portugal892- en el que avalaba las actuaciones de su señor. Evidentemente la cosa no llegó a ir a más, pese a que el de Medina escenificó durante varios meses el viejo –y ya un poco ridículo por entonces- ceremonial de origen medieval, con sus heraldos, hombres de armas y estandartes ondeando a los cuatro vientos. Finalmente, el duque (primero desterrado en Garrovilla, luego encarcelado en Coca y posteriormente en pérdida de su señorío de Sanlúcar, que revertiría definitivamente a la Corona) perdería su poder e influencia –se le intervendría, entre otras muestras evidentes de disfavor, su muy maltrecha hacienda-, aunque intentaría recuperarlos a largo plazo con el uso, entre otros medios, de las consabidas argucias matrimoniales893, aspiración que nunca lograría, falleciendo en 1664894.
A río revuelto, ganancia de pescadores: eso debió pensar don Lorenzo Dávila en los turbios tiempos en los que el duque penaba sus veleidades confabulatorias. En un primer momento el rey trató de alejar de su señorío al Guzmán, concediéndole el cargo de capitán general del ejército del Cantábrico, para tomar posesión del cual el duque habría de marchar a Vitoria; sin embargo, en vez de partir para el norte volvería fugazmente a Sanlúcar en junio de 1642, en donde se encontraría con Dávila, que había partido de Madrid un mes antes para preparar 892
BNM, Manuscritos, 2373, ff. 136r-145r. Casaba a su hijo don Gaspar Juan, X duque, con doña Antonia de Guzmán y Haro, la hija del nuevo valido don Luis Méndez de Haro, en 1658. 894 Ese favor lo recuperaría parcialmente el XI duque, don Juan Claros Pérez de Guzmán y Córdoba, que llegaría a ser virrey de Cataluña durante el reinado de Carlos II. 893
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una leva de 1.000 hombres a caballo que habrían de acompañar al Medina Sidonia a su nuevo puesto. La excusa para el regreso del duque al que aún era su señorío sería dicha leva y la separación de su mujer, doña Juana Fernández de Córdoba, a la que según su propio testimonio echaba mucho de menos. Parece ser que Dávila, entretanto, habría contactado con los espías de Olivares en la corte ducal –que no se fiaban de una nueva intentona del Guzmán- y, cubriéndose las espaldas, comenzaría a practicar un doble juego que le garantizara su futura inmunidad y el mantenimiento de su estatus: estos agentes comunicaban a sus superiores que habían logrado atraerse a un criado del duque
[...] muy leal vasallo de Su Majestad y ofrece en su servicio hacer milagros y dar cuenta a la persona que le ordenare de todos los designios del duque895.
Siguiendo su juego, Dávila se aseguró de ser enviado por su señor a negociar con Olivares, aunque tras pasar un par de días en Sevilla y recibir, sin duda, instrucciones del regente de la Audiencia sevillana -que estaba sobre aviso del suceso- volvería apresuradamente a Sanlúcar para instar de nuevo a su señor a partir de nuevo hacia Vitoria, armado
con cartas [...] a representarle el desacierto que hace [...], que es lastimosa cosa que su mal acuerdo le tenga expuesto al enojo de su Majestad por su inobediencia896.
Dávila, de acuerdo con el regente Santelices, pintaría muy negro el panorama al duque, advirtiéndole de las consecuencias que podría tener para él el hecho de no partir a donde el rey le mandaba: afortunadamente para él el éxito acompañaba sus gestiones, partiendo el duque para Vitoria a finales del mismo mes de junio. Seguidamente Dávila marchaba a Madrid, a recoger la recompensa por sus desvelos. De todo este episodio –en el que el duque queda no poco en ridículo, marioneta de unos y de otros, que le utilizaban para sus propios fines- don 895
Vid. Salas Almela (2008), p. 372. Actividad para la cual don Lorenzo estaba más que capacitado, al enterarse el primero y de primera mano de dichos designios. 896 AHN, Estado, Leg. 8753, Exp. 7.
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Lorenzo salía no poco reforzado (y también beneficiado) convirtiéndose virtualmente en el interlocutor por excelencia entre los dos Guzmanes, el de Medina y el de Olivares. Sin embargo don Gaspar sería apresado por orden del rey tras su llegada a Vitoria, en agosto de 1642, y casi al mismo tiempo el monarca mandó desalojar a la duquesa de su palacio sanluqueño: posteriormente el duque sería encarcelado en Coca, perdiendo su señorío de Sanlúcar en 1645. Esta situación, sin embargo, redundaría en el beneficio de Dávila: en la primavera de 1645, el duque otorgaba poder a un pequeño grupo de sus servidores para que pudieran administrar mancomunadamente sus rentas, y don Lorenzo Dávila sería nombrado presidente de dicho consejo, aceptando su cargo el 29 de abril. El empobrecimiento del duque tras la pérdida de su señorío, sumado a las cuantiosas
responsabilidades fiscales a las que aún tenía que hacer frente,
vaciaría de atractivos dichos cargos, cuyos ostentadores comenzarían a buscar otras compensaciones por su cuenta: don Lorenzo abandonaría un año más tarde su puesto “en medio de sospechas muy inquietantes de su falta de fidelidad al duque”897, instalándose posteriormente en Sevilla898. Tras su muerte, se abriría un largo proceso entre el duque y el heredero de don Lorenzo, Martín Dávila, que se negaba a presentar las cuentas de su padre a su señor el duque, suponemos que para no evidenciar las irregularidades cometidas, que habían sido múltiples: censos cobrados indebidamente, partidas de plata desaparecidas, etcétera, y que sumaban un monto defraudado a la hacienda ducal de casi 425.000 reales899. ¿Dónde había ido a parar esa pequeña fortuna que a costa del duque se había embolsado Dávila? Tenemos algunas noticias de ello gracias a las capitulaciones firmadas en Sevilla por don Lorenzo y por el veinticuatro sevillano Luis de
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Vid. Salas Almela (2008), p. 411. Un interesante documento puede aclararnos más este turbio episodio protagonizado por don Lorenzo Dávila: AGS, Patronato Real, Leg. 36, Doc. 27. En él figuran algunos datos acerca de los cobros por don Lorenzo de las rentas que el duque poseía en diversas villas, caso de Trebujena, llevados a cabo por Dávila con el duque ya preso. 898 AHAS, Catedral, Pruebas, Exp. L-25, Leg. 44, 1675. Se instalaba concretamente “en la calle de las armas”. 899 Vid. Salas Almela (2008), p. 412: Un ejemplo de las prácticas fraudulentas de don Lorenzo habría sido el cambio, en 1642, de todo el dinero de vellón que poseía (6.000 ducados), endosándoselo al duque, con lo que lograría evitar que la devaluación de dicha moneda le afectara directamente: los buenos contactos de Dávila en la corte le habían advertido a tiempo para que hiciera los cambios fraudulentos en su beneficio.
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Medina Orozco900 para pactar las condiciones matrimoniales entre sus hijos, don Martín Dávila901 -que en 1639, como recordaremos, y aún en buenos términos con el duque, había recibido de su mano un hábito de Santiago como el de su padre902- y doña Luisa Bernarda de Medina Sandier903, en las que don Lorenzo fundaba un mayorazgo bien nutrido de activos: una dehesa en Medina Sidonia -la de Valhermoso, sobre la que posteriormente titularían sus descendientes904-, un juro de 20.000 ducados sobre los reales servicios de millones en la tesorería de Sevilla, y un censo de 10.000 ducados sobre los bienes del duque de Medina Sidonia: el valor del mayorazgo importaba un total de 50.000 ducados. Don Lorenzo, además, se comprometía a dar a don Martín 2.000 ducados “en dinero de contado o en cossas que lo balgan” para ayudar a su hijo “a poner su cassa”, según los términos siguientes905:
[...] atendiendo a que las familias nobles e Ylustres se conserban Y ban en aumento con las fundasiones que en ellas se hasen de binculos Y mayorazgos Y los suseçores en ellas quedan con mayor lustre Y obligasion de serbir a dios nuestro Señor Y a sus rreyes y rredunda en grandes benefisios de la rrepublica Y considerando que de dibidirsse los bienes se pierden Y las memorias por lo qual Y 900
“en Lunes nuebe dias del mes de Abril de Mill y quinientos y ochenta y quatro años Baptiçe Yo juan tenorio de Robleda Cura deesta Ygª de sr. San Yllefonso a Luis hijo de Luis de Medina Jurado de seuilla y de Dª Germª [de Orozco] Melgarexo su Muger lexmª vezinos desta Collacion fue su Padrino francº Baptista veintino vezino de la Collaçion de la Ygª Mayor en fe de lo qual lo firme que es fho vt supra Juan tenorio de Robleda Cura”. Acerca de estos Medina (Rodríguez de Medina), véase AHN, Órdenes Militares, Santiago, Exp. 7132 (1643): Vicente Rodríguez de Medina Vicentelo. 901 Bautismo de Martín Dávila, en San Juan del Puerto: “en Lunes ocho dias del mes de Junio de mill y seiscientos y Veinte Años yo Martin Prieto de Abreu Presuitero vize Beneficiado dela Uilla de Jibraleon Bauptize a Martín, hixo legitimo de Don Lorenzo Dauila y Strada y de Dª Mª de auila su Lexmª muger en Virtud de Un Mandamiento del sºr Probisor de Seuilla, fueron sus Padrinos Dn. Juan de auila y Dª Ysauel Cauº su muger todos vezinos desta uilla aduirtiosele el parentesco espiritual en fee de lo qual lo firme de mi nombre fho. ut supra=Martín Prieto de Abreu”. 902 AHN, Órdenes Militares, Expedientillos, 2217 (1639). 903 Había sido bautizada el 1 de septiembre de 1625: “en Lunes primº deel mes de Seppº de mill y seisctº y veinte y cinco aº baptice yo el Ldº Ferndº de la bastida benefº y cura desta Yglesia de el señor San Nicolas de esta ciud. de Seuª a Luisa hija de el veynteyquatro d. Luis de Medina y de Dª Isabel de Sandier su muger fue su Padrino francº de Medina Vº de la collaº de san esteban al quie se le amonesto el parentesco espiritual y lo firme fho ut supra=fernando de la bastida Cura”. 904 No debe confundirse –dicha confusión ha sido frecuente, sin embargo- el título de Valhermoso (condado, beneficiado a los Dávila) con el de Vallehermoso, contemporáneo a aquel (marquesado, beneficiado a los Bucareli). 905 AHPSe, Leg. 1784, Oficio de Juan Gallegos, 26 de diciembre de 1644, f. 586. Don Lorenzo otorgaba su poder para representarle en las capitulaciones a Pedro Núñez de Villavicencio.
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por otras considerasiones que tengo Y por el amor Y boluntad que sienpre e tenido y tengo a don martin de abila duque de estrada caballero dell orden de santiago mi hijo lixitimo [...] Usando de la facultad que por las leyes Y prematicas destos Reynos se me consede en aquella bia Y forma que a lugar en derecho hago grazia y donasion pura perfecta e Ynrrebocable que el derecho llama entre bibos, a el dho. don martin dauila duque de estrada mi hijo de la dehesa que llaman de balhermosso [...].
En justa reciprocidad, el 21 de diciembre de 1644 don Luis de Medina y su mujer, doña Isabel de Sandier906, daban a su hija en dote un juro de 1.000 ducados de renta de las alcabalas de Sevilla, otro de 1.000 ducados de renta más en las de Sanlúcar, otro de 100 ducados en los millones, y 4.000 ducados en alhajas y joyas apreciadas, además de otros 2.000 ducados en concepto de alimentos, que se prorrogaría por otro año. Pero no eran estos los únicos medios con los que el nuevo matrimonio comenzaría su andadura: había que añadir a ello “una ysleta de seis casas que labró el dho dn Lorenço en Sn lúcar, entre las calles de la Bolsa y de Trasbolsa”, que habia comprado ante Juan de Lima en noviembre de 1629; una salina en la ría de Sanlúcar, comprada por don Lorenzo ante Luis López el 29 de diciembre de 1628; un molino de pan en San Juan del Puerto, que heredaría don Martín de su abuelo homónimo, un tributo de 600 ducados de principal en Sanlúcar sobre otras casas, además de otro juro de menor valor del que era titular su bisabuelo Martín Yáñez de Estrada. A la muerte de don Luis de Medina 907, la economía familiar se acrecentaría –aún más- con la aportación de un suculento mayorazgo del veinticuatro sevillano, del que daba cuenta su nieto don Lorenzo en su propio testamento: 906
“En domingo Veinte y seis de Junio de mill y seiscientos y cinco años Io el Lizdº Pedro de Miraual Aillon cura de el Sagrario de esta sancta Yglesia baptize a Ysabel hija de Jorge Sandiel i de su muger Dª Maria de Aiala fue su Padrino Arnao de Vrfaut Vecino de esta collaçion=Licdº Pedro de Miraual Aillon”. Jorge de Sandier, su padre, provenía de Cordes, en el Midi-Pirineos (Francia). Acerca de los Sandier, vid. AHN, Órdenes Militares, Exp. 7574 (1642), de Jorge de Sandier y Núñez de Valdés, nieto de Jorge de Sandier y de María de Ayala. Se harían con una veinticuatría ya en la década de 1630. 907 Libro I-II de Entierros, Archivo parroquial de San Bartolomé, Sevilla: "en martes treinta y uno de agosto de mil y seisientos y sinquenta y sinco años se enterro en esta iglesia a el beintiquatro luis de medina y lo traxeron de la colegial de nrº Sr. san Salbador y dexo poder para testar a doña ysabel de sandier su muger solisito su entierro Don jorge de sandier Caballero del abito de santiago derechos de fabrica de la entrada de la fabrica 2. de doble 2".
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[...] el que fundo Luis de Medina veinte y quatro desta dha. Ciudº mi señor y mi Abuelo Materno por Scriptura de testamento y fundazion ante el propio Joan Gallegos en el año de mill y seissº y Cinquenta y cinco a los ultimo del y se compone de las Alcaualas de la Villa de Salteras que compró del Sr. Rey Don Phelipe quarto Redimido el Çituado con todas las preheminençias y exempçiones que constan del Priuilegio que se le despachó en Madrid en veinte y uno de henero año de mill y seisçientos y treinta y seis [...] y mas se compone de Vnas Cassas Prinçipales y otras pequeñas en diferentes partes de dicha Villa de salteras con su bodega Viga y lagar atarazana toneles y tinajas Graneros Palomar Cortinal Calderas de Arrope y tanvien Molino de azeite con todos sus peltrechos y vasija=y trezientas y ocho fanegas de tierra de pan sembrar y hasta sesenta a setenta aranzadas de oliuar y diez o doze de uiñas todo Cerrado por Priuilegio de Su Magestad como consta en scriptura ante Joan Manuel de Dueñas escriuano Publico de Seuilla en dos de henero del año de mill seiscientos y quarenta=y mas pertenezen al dicho Mayorazgo cinco ofizios en la diçha Villa que son el de Alguazil Maior=fiel executor=Depositario General=Rexidor más Antiguo=y otro de Rexidor con facultad de poderlos tener todos çinco el posehedor de dho. Mayorazgo o nombrar thenientes por çedula de la Reyna nuestra sra. Doña Mariana de Austria Gouernadora destos Reynos dado en Madrid a veinte y uno de Dixiembre del año de mill seisçientos y sesenta y cinco=y unos tributos pequeños de dineros y de Gallynas en la dha. Villa=y otro tributo Corto sobre el derecho de quantias que paga esta dha Ciudad908.
El nuevo matrimonio (que se velaba el 12 de julio de 1645 909) se avecindaría en el Salvador –en dicha collación está documentado Martín Dávila en 1655, cuando el 25 de agosto daba un poder a Juan Bautista Martínez de Grimaldo para atender a 908
Lorenzo Dávila testaba el 4 de noviembre de 1711 ante Manuel Martínez Briceño: AHPSe, Leg. 683, f. 807 y ss. Su abuelo, Luis de Medina, veinticuatro y regidor perpetuo de Sevilla, enfermo en cama, daba poder para testar a su mujer Isabel de Sandier el 25 de agosto de 1655 ante Juan Gallegos (AHPSe, Leg. 1815, f. 412). Isabel de Sandier, hija de Jorge de Sandier y María de Ayala, testaba el 9 de julio de 1673 ante José Ruiz según el expediente de Calatrava de su nieto. Sin embargo, no hemos conseguido localizar dicho testamento en el AHPSe. 909 “En doze dias del mes de jullio deeste aº de 1645 Yo el Ldº Philipe Muñoz de Cazeres cura mas antº deesta yglesia Parrochial de Sor. Santiago el Viexo deesta ciudº de Seuª Vele y di las Vendicº Nupcº de Nra. Sta. Mº. Igª a D. Martin Davila duqº de strada Caurº de el hauito de Sº Santº juntam.te con Dª Luisa Bernª de Medina y Sandier en Virtud de mandam.tº deel Sr. Juez dela Yglesia y lo firme fho. en Seuilla en dho dia ut supra=Ldº Phelipe Muñoz de Cazeres Cura”.
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sus bienes de Sanlúcar910- y posteriormente en Santa Catalina, donde don Martín daba poder para testar en septiembre de 1676911. Según podemos colegir acerca de sus actividades, había heredado la veinticuatría paterna y administrado –no parece, sin embargo, que con mucho tino- su hacienda912, defendiéndola de las continuas
reclamaciones
del
duque
de
Medina
Sidonia
(que
exigía
insistentemente los pagos de los alcances que los Dávila le adeudaban, aunque nunca consiguiera su propósito): no se haría partición sobre sus bienes,
porque lo poco que auia quedado vnido y junto y por mi administrado [se refiere a su viuda] podria ser bastante para pasarlo con alguna desencia [...].
Doña Luisa le sobreviviría hasta 1692, año en el que –vecina por entonces de Santa María la Blanca-, estando enferma, otorgaba testamento en favor de sus hijos913. Pedía ser enterrada en la fundación de los Medina en San Bartolomé, en 910
AHPSe, Leg. 1815. Se trataba de un poder para cobrar las rentas “de las Cassas que tengo en una ysleta en la Ciudad de Sant Lucar de Barrameda en la Calle de la Bolsa y trasbolsa”. Cinco años más tarde (15 de noviembre de 1660) se le volvía la blanca de la carne. Daba un nuevo poder para lo mismo al veinticuatro don Bartolomé Pérez Navarro el 20 de febrero de 1676 (AHPSe, Escribanía 1, Leg. 613, f. 556). Don Martín funcionaba económicamente con diversos apoderados en sus propiedades gaditanas: también en el caso de la dehesa de Valhermoso, en Medina Sidonia (AHN, Nobleza, Baena, C. 53, D. 146: 1669, agosto, 16. Carta de poder dada por Martín Dávila Duque de Estrada a Juan de Hurtado, canónigo de Jerez de la Frontera, para concertar en su nombre el porcentaje del pago del arrendamiento que aquél tenía de unas dehesas en Medina Sidonia (Cádiz). 911 Ante Jacinto de Medina, el 3 de septiembre de 1676. AHPSe, Leg. 14038, f. 692. Daba el poder a su mujer y su hijo, el racionero Luis Dávila y Medina. Entre otros datos, en el testamento (f. 696) don Martín reconoce haber recibido un pago de don Tomás Ponce de León y de su mujer, doña Inés de Baena Núñez de Illescas Ponce de León, poseedora del mayorazgo de Violante Dalvo (los futuros marqueses de Castilleja del Campo: véase el apartado Ponce de León de este trabajo). Había recibido de las rentas de las alcabalas de ese año un total de 111.272 maravedís, y debía a su primo de Huelva don Diego de Guzmán Quesada más de 1.200 reales de vellón. Era por entonces tesorero de la hermandad de las Doncellas, dando su viuda a la hermandad el alcance de sus cuentas. Se le sepultaba el 5 de septiembre: "en 5 de sepº de 1676 trajeron a sepultar a la capª de S. Germº deesta Yglesia del señor S. Barm.e de la Parroquia de santacatalina El cuerpo difunto de D. Martin dauila Duque de estrada cauallero del horden de Santiago drºs de fabrica doble 2 entrada de voueda 4". 912 Sería también administrador de la hermandad de las Doncellas: AHPSe, Leg. 611, f. 1269, Martín Dávila, como tesorero de la hermandad de las Doncellas, arrienda al barbero Sebastián Caballero una casa en el Caño Quebrado, propiedad de la hermandad, por 40 reales de vellón mensuales, 30 de julio de 1675. 913 Testamento de Luisa Bernarda Rodríguez de Medina: AHPSe, Leg. 13047, f. 1345. A 11 de octubre de 1692. Sus hijos eran Lorenzo, por entonces maestre de campo de infantería española en el ejercito de Cataluña; Luis, el racionero; Martín, ya difunto para entonces; Francisco, gobernador en Nueva España de Indias; el padre Juan Dávila, de la Compañía de Jesús; en Cádiz, doña María, monja mercedaria; su hija Magdalena, ya fallecida, que había sido carmelita en el convento de las
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la capilla parroquial de San Jerónimo, en donde estaba enterrado su marido, que no había sido trasladado –como era su voluntad- a su fundación del convento del Carmen de San Juan del Puerto, y que yacía aún con sus suegros 914. Como vemos por las disposiciones de últimas voluntades de doña Luisa Rodríguez de Medina, sus hijos ya habían alcanzado cargos notorios en el ejército, la gobernación colonial o la Iglesia, en unas meditadas carreras que harían ascender, desde los puestos intermedios o tal vez más limitados que habían desempeñado sus mayores –confinados al servicio de una gran casa nobiliaria, pero sin mayor proyección externa- a un nuevo y más elevado nivel. Nuestro sujeto, don Lorenzo (que como era tradicional, llevaba el nombre de su intrigante abuelo) era bautizado el 10 de septiembre de 1646915. Pasaba a Indias como servidor del conde del Castellar, virrey del Perú en 1673, escasos años antes del fallecimiento de su padre916, orientando –como tantos otros de nuestros biografiados- su futuro hacia la carrera militar, que le llevaría posteriormente a la interminable guerra de Cataluña –la guerra de los Nueve Años: 1689-1697-, en donde ostentaría el cargo de maestre de campo. La campaña había comenzado con diversas escaramuzas entre los españoles, liderados por el virrey Villahermosa, y el ejército francés, mandado por el duque de Noailles. Villahermosa, a finales de 1689, conseguiría tomar Ripoll, en el entorno de Gerona917, y posteriormente Camprodón, toma esta
Teresas; doña Antonia, que era superiora de dicho convento; doña Bernardina, monja en el cenobio de los Reyes y doña Josefa, doncella, a la que su madre dotaba en 3.000 ducados mas la legítima. 914 Más documentación acerca de las últimas voluntades de don Martín, etcétera, en AGS, Contaduría de Mercedes, 738, 26: Juro a favor del monasterio de Nuestra Señora de la Concepción de Méjico de 70.000 maravedís. Contiene: Carta del pago de dote de doña Luisa de Medina. Renunciación de legítima hecha por doña Magdalena Dávila a favor de sus padres, don Martín Davila Duque de Estrada, y doña Luisa Bernarda de Medina. Renunciación de legítima hecha por doña Antonia Dávila a favor de doña Luisa Bernarda de Medina, su madre. Poder dado por don Martín Dávila Duque de Estrada, a favor de doña Isabel de Medina, su mujer, para testar en su nombre. Renunciación de legítima hecha por doña Bernardina Dávila a favor de doña Luisa de Medina, su madre. 915 “en lunes diez dias deel mes de Sepp. de mill y seiscº qtª y seis aº Yo el Ldº Juº Garcia Boza cura proprio y benefº de esta Yglesia de Sr. Sn. Miguel de Seuª baptize a Lorenzo Ignº hijo de D. Mrn. Dauila Duque de Strada Cauº deel orden de Santº con Dª Luisa Bernª Rodriguez de Medina su lex.mª muger fue su Padrino D. Pedro Villauicencio deel orden de Calatª Vº de la Parrochia de Sn. Barthº y le aduerti el parentesco Spiriº y lo firme fho vt supra=El Ldº Juº Garcia Boza”. 916 AGI, Pasajeros, L. 13, E. 673. 7 de noviembre. 917 Vid. Espino López, A., El frente catalán en la Guerra de los Nueve Años (1689-1697), Tesis Doctoral inédita, Departamento de Historia Moderna y Contemporánea, Facultad de Letras, Universidad Autónoma de Barcelona, 1994, p. 573.
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última tras la que se ejecutaría al gobernador de la plaza, Diego Rodado, para dar ejemplo a las desmoralizadas tropas918. Posteriormente se perdía la comarca de Vic, mientras el duque de Noailles forrajeaba impunemente por la región919, y Villahermosa y sus generales veían como sus efectivos se reducían sensiblemente, bien por enfermedad o por las constantes deserciones920. Reducidos los efectivos franceses al enviar buena parte de las fuerzas galas a Saboya, Noailles se replegaría hasta la frontera, mientras los españoles le perseguían en su retirada estratégica. Ya en agosto de 1690 los franceses habían salido por completo de Cataluña, aunque la situación de otras plazas, caso de Milán, obligaba a los españoles a enviar tropas como refuerzo, desguarneciendo la región y desaprovechando la pequeña ventaja que habían conseguido ganar. Villahermosa sería sucedido en el virreinato por el duque de Medina Sidonia, y sería durante su gobierno cuando, como aventajado al lado del magnate y posiblemente olvidadas o dejadas de lado las anteriores rencillas –al fin y al cabo, ya habían pasado casi cuarenta años desde los desfalcos de su emprendedor abuelo-, don Lorenzo hacía su entrada de la mano del duque en el ejército de Cataluña, coincidiendo con los envíos de tropas al Ampurdán921, peleando, además de con los franceses, contra una ladina burocracia que tenía desabastecido al ejército, por lo que el propio duque (con el fin de alimentar a sus tropas), hubo de acudir a su crédito personal922. Noailles cruzaba de nuevo la frontera con la intención de sitiar la Seo de Urgel, defendida por el sargento general Agulló con poco más de novecientos hombres –los franceses eran unos 16.000- mientras que en el norte de Cataluña las cosas llegaron a ponerse bastante feas: desasistida, también la Seo capitulaba en los primeros días de junio. Así las cosas, el virrey trató como prioridad la defensa de Barcelona, Gerona y Rosas, enviando al propio Dávila para comprobar la eficacia de los preparativos que se estaban realizando con tal fin, mientras la Generalidad catalana pedía al monarca el envío de nuevos refuerzos que apoyaran 918
Ibidem, pp. 576, 578-579. Ibidem, p. 586. 920 Ibidem, p. 587. El ejército constaba, sobre el papel, de más de quince mil efectivos: sin embargo, el nuevo virrey, duque de Medina Sidonia, se quejaba en febrero de 1690 de que solamente tres mil de ellos podían ser operativos en caso de emergencia (p. 598). 921 Ibidem, p. 594. 922 Ibidem, p. 596. 919
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al duque, sumándose a la petición el Consejo de Ciento923. El controvertido mando militar del duque no le ayudó, precisamente, a cubrirse de gloria: durante la campaña no dejó de hacer gala de irresolución, indecisión y bisoñez, evitando el combate con los franceses y dedicando sus empeños a objetivos secundarios, menos comprometidos, por lo que se sucedieron las críticas de las instituciones catalanas y de los embajadores aliados sobre su actuación y la de sus generales a sus órdenes, lo que se traducía tambié