Los atropellos, una conversación con Eduardo Galeano

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Descripción

los atropellos una conversación con Eduardo Galeano por Eva Aparicio Asún

“la arena es un puñadito, pero hay montañas de arena” Atahualpa Yupanqui

Venía del verano boreal para cruzar por primera vez el Río de la Plata, en pleno invierno. Fue tan sencillo contactar con él, apenas un par de correos cruzados con la máxima humildad: “cuando llegués a Buenos Aires, avisame.” Así lo hice y en tres días, las olas de ese río que es un mar golpeaban con ímpetu el armazón del barco. Montevideo nos recibió con sol, con esa luz nostálgica que le había leído tan propia, y un viento del sur agresivo y parco, que nos cortaba la cara sin ningún miramiento. Muchos de mis referentes literarios se encontraban grabados en el imaginario adoquinado de la capital charrúa. Caminamos para entrar en calor y hacer tiempo, para conocer la ciudad de la otra ribera y terminar impregnados de la garúa que empezó a desgajarse del cielo cuando éste se tornó demasiado gris, tan de pronto. Habíamos quedado con Eduardo -así, tal cual y tan sencillo como su predilección por las letras minúsculas- en el Café Brasilero, una extensión de su oficina en el viejo Montevideo. Eran las cuatro de una tarde extrañamente bajo cero, cuando aquel individuo grande se dibujó en el quicio de la puerta que abría. Acudimos a su encuentro. Un beso a mí y un apretón de manos para mi compañero. Natural. Humano. Nos sentamos en su acostumbrada mesa, junto a la ventana y en ese instante comenzamos a hablar. No sabía muy bien cómo empezar la entrevista, pues al descubrir su mirada presagié muchas tristezas que habrían de venir con algunas preguntas. Yo quería continuar mi trabajo de investigación e intentar comprender por qué, acaso para qué, el Cono Sur se inundó de terror y muerte durante la década del setenta. La mayoría de escritores, o intelectuales, si nos instalamos en la terminología propia de aquel debate, estaban muertos y Eduardo Galeano era para mí un testimonio directo de excepción. Además, él había trabajado y conocido de primera mano a aquellos escritores que durante tres décadas habían quedado anotados en los márgenes de la historia de la literatura y que justo en esos momentos se estaban empezando a reeditar en Barcelona 1. Digo que en el instante en que enjugó las bolsitas de té en aquel agua surcada por espirales tornasoladas, que viraban en mil matices del blanco al ocre, y me miró de frente con sus potentes ojos azules, entonces, ahí, algo muy profundo tocó mi interior. Y es que no era únicamente una cuestión histórica. Tampoco cosas de la literatura. Se trataba de seres humanos, de sus amigos de juventud, de la vida que fue asediada y chupada2, por la sinrazón de un proceso ambiguamente legitimado por los mismos primates de siempre. Quedamos en silencio. Eduardo dio un sorbo lento a su té con leche, pestañeó con la misma cadencia, volvió a fijarme sus ojos y me instó: -Decime, qué querés saber... 1 Concretamente hablamos de Juan José Saer, que abandonó la Argentina en 1968 para instalarse en París, y de Haroldo Conti y Rodolfo Walsh, ambos desaparecidos y asesinados en Buenos Aires en 1976 y 1977, respectivamente. Los dos últimos fueron compañeros de Eduardo Galeano en la revista “Crisis” entre 1973 y 1976. 2 Término con el que se denominaba al secuestro y la desaparición de personas durante la última dictadura militar argentina.

Y lo que sigue es una transcripción literal de lo que me contó Eduardo Galeano aquella tarde de invierno, del otro lado del mundo. P.-¿Cuál era la noción de cultura a finales de los sesenta, principios del setenta, y cómo se contextualizó una revista como “Crisis”? R.- Las nociones de la palabra cultura son innumerables. Hay quienes confunden la cultura con la obra que cumplen los profesionales de lo que se llama cultura. Pero para nosotros, cultura era el conjunto de formas de comunicación que la gente inventaba para comunicarse entre sí y para crear vínculos que a su vez generaban ciertos símbolos, que eran símbolos culturales, aunque no fueran reconocidos como tales. Entonces, en la revista, tal y como aparece en algunas recopilaciones, se incluían grafitis, testimonios de cartas de los presos, testimonios de los obreros de las fábricas que nunca veían el sol, qué soñaban los previos3 de colectivos que a veces manejaban jornadas de 30 ó 40 horas sin dormir... P.- ¿Había, entonces, cierta inclinación por los temas sociales? R.-“Crisis” seguía un poco el modelo de una revista española muy buena que creo que se llamaba “Ciudadanos”. A veces, hacíamos análisis de los productos exitosos de pasada y eso aparecía en la revista, al lado de los poemas inéditos de Neruda o de los trabajos que el cine estaba recuperando de los últimos sobrevivientes de las culturas indígenas de la Patagonia, al sur del país, que no tenían ninguna distinción, pero que la tuvieron gracias a la revista, retratando ejemplos y contando cómo eran los últimos indígenas que quedaban vivos. P.- ¿Qué les interesaba a los escritores de “Crisis”? R.-Todo lo que tenía que ver con la naturaleza y su existencia nos interesaba. La revista tuvo éxito porque no tenía fronteras. Por primera vez ocurría que había una revista que no tenía ningún tipo de límites en el mapa de lo que se quería hacer, que quería reflejar una realidad, y, en este sentido, creo que estabámos en la frontera entre la vigilia y el sueño, porque el sueño también forma parte de la realidad. Lo que hizo la revista fue ocuparse también de los sueños, de la realidad en todas sus dimensiones, sobre todo vista desde el punto de los más luchados. Siempre se había supuesto, o se daba por supuesto en la cultura oficial, que esas voces eran voces que repetían la voz del amo; que no eran voces, sino ecos. P.-¿Qué es lo que hicisteis a este respecto? ¿Qué pretendían los escritores de “Crisis” con este proyecto? R.-Escucharlo y difundirlo. Este fenómeno fue posterior en el tiempo al boom latinoamericano. Ocurre después de su auge y no tuvo mucho que ver, aunque alguna gente que estaba vinculada con el boom colaboraron en el proyecto, como Cortázar o Benedetti. Pero la idea central era esa que te digo, que había que seguir con los sistemas generados, es decir, generar otra visión de las cosas, y en esa otra visión iba a tener mucha importancia la realidad vista por y desde las mujeres, los indios, y los opinados y no los opinadores, los que no tienen habitualmente el derecho de voz. Y en esto yo veía personalmente que nuestros buenos amigos de la Teoria de la Liberación se equivocaban en el hacer cuando decían “queremos ser la voz de los que no tienen voz”. Nosotros 3 Conductores de autobuses.

queríamos ser la voz de los que tenían voz, pero a los que nadie escuchaba. Esto era una diferencia esencial, pues nosotros, y yo personalmente -aunque creo que en este terreno no había nadie que discrepara con eso- creíamos que todos teníamos algo que decir. Lo que ocurre es que el micrófono está en otro campo, pero no hay nadie que no tenga voz P.-Háblanos del concepto “subversión”. ¿Por qué en un momento todo se calificaba como subversivo? R.-Yo creo que con toda razón, porque lo que nosotros proponíamos era muy subversivo desde el punto de vista del orden dominante y la cultura que representaba. Una de las primeras medidas tomadas por la dictadura militar estaba más o menos claramente dirigida contra nosotros, contra la revista y contra el grupo, contra todo lo que expresaba. Te hablo de prohibir la difusión de opiniones no especializadas, lo que señalaba una divergencia profunda que de algún modo implicaba cierta forma de subversión. La subversión no se ejerce totalmente a los balazos; en general, no se ejerce a los balazos, se ejerce más con palabras, aunque, todavía en aquel tiempo, había algunos sectores de la izquierda que se planteaban si era lícito hacerlo a los tiros o no, pues había un cierto desprecio a otras formas de proponer un mundo diferente. Pero bueno, por suerte, después el tiempo nos dio la razón y de algún modo todo eso sigue vivo. Ahora de otra manera, de otra forma, con otra gente, cada uno ha hecho también su camino y su labor...Los que quedaron vivos. P.-Chile, Uruguay, Argentina, ¿cuál fue el denominador común? R.-Lo que tienen en común las dictaduras en la región de Latinoamérica es que fueron dictaduras organizadas para acabar con los desafíos incómodos que estaba planteando una generación de estudiantes y militantes sindicales, de periodistas, de escritores, de todo tipo de gente. Pero sobre todo, yo creo que para “ellos” era muy importante el medio sindical y estudiantil; les preocupaba mucho. Con el pretexto de combatir a la guerrilla y la lucha armada, lo que hicieron fue decapitar a toda una generación. En el caso argentino fue peor por la repercusión que eso tuvo: 30.000 desaparecidos, no sé cuántos niños robados, por lo menos 500, todos los atropellos a la libertad... P.- ¿Quieres decir que todas esas dictaduras respondían a un fin común? R.-Las dictaduras actuaban coordinadas. Antes de que surgiera el Mercosur existió un Mercosur militar, el Mercorur de la represión. Pero a veces ocurrían cosas no previstas, por ejemplo, que la dictadura militar uruguaya no sabía qué hacer cuando empezó a recibir cadáveres en la costa, que venían de la otra orilla, todos desvencijados. Entonces, las primeras versiones oficiales decían que se trataba de coreanos, que eran marineros coreanos arrojados al agua, presos políticos. En realidad podrían ser coreanos o cualquier cosa, imaginate. Y eso para decirte que lo de la subversión no era verdad, que se trataba de un grupo, digamos una lucha entre dos ejércitos. Para nada. Era una operación implicada a escala continental para acabar con un desafío que el sistema consideraba peligroso, un desafío que entre otras cosas era también cultural. *Esta entrevista constituye un anexo a mi trabajo de investigación Literatura y política en Argentina, entre el boom y la posmodernidad y fue realizada en Montevideo, el 14 de julio de 2010, bajo consentimiento otorgado de publicación a tales fines por el entrevistado Don Eduardo Galeano.

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