Los Andes tarapaqueños, nuevas espacialidades y movilidad fronteriza ¿barrera geográfica o espacio para la integración?

August 9, 2017 | Autor: C. Ovando Santana | Categoría: Geografia Social, REGION DE TARAPACA, Imaginarios geográficos
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Descripción

CITA: Tapia, M. y C. Ovando. (2013), “Los Andes tarapaqueños, nuevas espacialidades y movilidad fronteriza ¿barrera geográfica o espacio para la integración?”. En Nuñez, A. y R. Sánchez Fronteras en movimiento e imaginarios geográficos. La Cordillera de los Andes como espacialidad socio-cultural, Instituto de Geografía, Pontificia Universidad Católica, Santiago de Chile.pp.243-274. Los Andes tarapaqueños, nuevas espacialidades y movilidad fronteriza ¿barrera geográfica o espacio para la integración? 1 Marcela Tapia Ladino Cristian Ovando Santana De manera aparentemente contradictoria los estudios sobre las fronteras han experimentado un “renacimiento” en el último tiempo luego de un amplio debate sobre el impacto de la globalización en el desdibujamiento de los límites (Guillén, 2001; Newman, 2006). Dicha contradicción da cuenta de interpretaciones que se oponen y a veces se enfrentan, lo que muestra las distintas dimensiones del fenómeno. Por un lado se encuentran quienes aseguran que asistimos al fin de las fronteras, su perforación y porosidad de los límites, frente a otras que advierten de la acentuación de las políticas de cierre y contención fronterizo en distintas latitudes (Garduño, 2002; Shamir, 2005). Desde otros sectores surge un discurso que discute a ambos cuerpos interpretativos y advierte que las viejas jerarquías nacionales y sus límites no desaparecen del todo, sino que surgen nuevas escalas – regiones fronterizas y transfronterizas- que ponen a prueba las nociones históricas que sustentaron la construcción de los estados nacionales (Sassen, 2007). Por tanto, el estudio de las fronteras requiere de una revisión del concepto y de la consideración de nociones como la escala y la jerarquía con el objeto de desestabilizar y discutir, a la luz de las nuevas dinámicas sociales –movilidad humana y uso de tecnologías, entre otros-, la centralidad del Estado-nación. Con todo, se trata de una discusión que está en curso, en el que las distintas disciplinas sociales discuten las ideas que han predominado en el estudio de los espacios fronterizos – casi siempre de arriba hacia abajo o del centro a los márgenes- que cada vez revelan nuevos aspectos, dimensiones o hechos históricos menos conocidos (Medina, 2006). En este sentido se advierte un creciente diálogo que traspasa los lindes propios de las disciplinas, reuniendo a geógrafos, cientistas políticos, historiadores, sociólogos y antropólogos, ampliando el debate sobre las fronteras y tensionando las nociones predominantes sobre lo nacional y lo fronterizo. Este trabajo quiere aportar al debate sobre fronteras a partir del estudio del surgimiento de nuevas espacialidades en la región fronteriza de Chile –Tarapacá- que colinda con Perú y Bolivia, a partir de los años 90 a la fecha. El contexto en que emergen estas espacialidades remiten a la proyección internacional y transfronteriza que se registra en Tarapacá en el marco de la inserción internacional de Chile en la economía mundial (Moyano, 2004; Ross, 1

Este trabajo corresponde a un avance de investigación del Proyecto FONDECYT 11110096 “Frontera, migración y movilidad humana fronteriza en la región de Tarapacá 1990-2007” y del Proyecto Anillo-CONICYT SOC1109 “Relaciones transfronterizas entre Bolivia y Chile: Paradiplomacia y prácticas sociales 1904-2004”.  Marcela Tapia Ladino es Doctora en América Latina Contemporánea, Profesora Asociada y Encargada del Área de Investigación del Instituto de Estudios Internacionales INTE de la Universidad Arturo Prat. Correo electrónico: [email protected]  Cristian Ovando Santana es © Doctor en Estudios Internacionales, Profesor instructor del Instituto de Estudios Internacionales INTE de la Universidad Arturo Prat. Correo electrónico: [email protected]

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2004; Tapia, J., 2003). Los datos señalan que en el periodo 1990 a 2004 Tarapacá experimentó un crecimiento promedio anual por sobre el 6% junto a Antofagasta y Atacama (Silva, Riffo y González, 2012). Dicho crecimiento es un punto mayor al nacional (5%) para el mismo periodo, dado fundamentalmente por el dinamismo inyectado por la minería del cobre con inversiones que han pasado de 5 millones de dólares en 1990 a 3.500 millones el año 2006 (Silva, et al., 2012). La expansión de la actividad cuprífera se ha visto reflejada en explotaciones como Doña Inés de Collahuasi, Cerro Colorado y Quebrada Blanca. Asimismo se suma el dinamismo que ha aportado la creación de la Zona Franca de Iquique (ZOFRI) en 1975 y la actividad comercial y portuaria asociada que tiene como destino preferente Bolivia (Sanchez, 2005). Esto último en el marco de las facilidades económicas dadas por los tratados limítrofes para el uso de puertos y tráfico de mercancías para el caso de Bolivia, ha sido el escenario propicio para la vinculación de ambas países. Desde el punto de vista geográfico la histórica región de Tarapacá2 ha tenido como escenario la Cordillera de los Andes por el oriente y la depresión intermedia por el norte donde comparte 580,8 Kms. con Bolivia y 167,6 Kms. de frontera con Perú, respectivamente. Desde la mirada histórica es un espacio de reciente configuración en la historia chilena debido a la anexión de la región después de terminada la Guerra del Pacífico y establecido los límites luego de un largo litigio con Perú (González, 2007, 2008, 2009a, 2009b). Más allá de los datos geográficos, es preciso señalar que por largo tiempo la Cordillera de los Andes fue conceptuada como el deslinde natural, es decir, como el lugar donde termina el territorio chileno y comienza otro, por lo que ha actuado como un marcador de lo nacional y de la identidad. De manera similar ha ocurrido con otros demarcadores geográficos en Europa como los Pirineos, los Urales o los Cárpatos en Europa por mencionar otros cordones montañosos (Sanz, 2008). En el contexto del surgimiento de actores internacionales no centrales como fenómeno creciente en América Latina (Gudynas, 2007; Tapia, J., 2003; Torrijos, 2000), el aumento de las migraciones fronterizas e internacionales y el creciente del control fronterizo tras el 11-S, han surgido tensiones entre distintas formas de concebir y representar los deslindes. En la región de Tarapacá, el surgimiento de procesos internacionales incipientes, emprendidos desde los actores subnacionales de frontera, han forjado un territorio transfronterizo con una continuidad territorial inédita a partir de proyectos de desarrollo que propician la integración (Aranda, Ovando y Corder, 2010; González, Rouviere y Ovando, 2008; Ovando y Álvarez, 2011). Pese a la presencia de estos procesos sociales de cambio, se registra un proceso inverso –paralelo- que consiste en el refuerzo de las fronteras políticas debido al aumento de actividades ilícitas y al crecimiento de las migraciones fronterizas en las últimas décadas (Martínez, 2003)3. Estos esfuerzos están reforzando una serie de ideas y representaciones tendientes volver a la noción de frontera percibida como límite nacional (Grimson, 2000) y la seguridad como centro de su definición. En el escenario descrito, es plausible argumentar la emergencia de nuevas espacialidades en tensión, entre la conceptualización oficial sobre frontera impuesta por el Estado nación chileno y la espacialidad que construyen y describen las personas que transitan, circulan y viven el espacio colindante del extremo norte chileno. En este estudio interesa analizar lo que ocurre en el norte de Chile desde dos ángulos que problematizan la noción clásica que ha imperado sobre la frontera, por un lado la perspectiva de lo institucional y lo oficial y por otra, de los actores no centrales de frontera y de quienes la cruzan, la transitan y la habitan (Polzer y Akoko, 2010). 2

El año 2007 la Región de Tarapacá fue dividida para crear la XV Región de Arica-Parinacota. Respecto de la implementación del Plan Frontera Norte el Intendente de Arica-Parinacota declaró a la prensa lo siguiente: "A través de esta iniciativa que busca proteger y blindar a nuestro país del narcotráfico y el contrabando en las zonas limítrofes con Perú, Bolivia y parte de Argentina, se consolida el concepto que siempre hemos transmitido: desde esta puerta de entrada al país tenemos la misión de proteger a toda la población nacional, y no sólo a quienes vivimos en el extremo de Chile" (UPI, 25 de enero 2012). 3

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1. Fronteras, espacio fronterizo y nuevas espacialidades El estudio del espacio fronterizo de los Andes tarapaqueños requiere de la conceptualización de algunas nociones que usaremos a lo largo del texto. En primer lugar interesa revisar el concepto de frontera, puesto que es una noción ampliamente utilizada en las distintas disciplinas sociales con diferentes acepciones y significados dependiendo del contexto y la pertinencia del significado (Garduño, 2002). Dentro de la variedad de conceptos sobre frontera se puede afirmar que hasta hace poco tiempo prevaleció la definición política que conceptualiza la frontera como un delimitador de territorio que contiene a la nación (Llopis, 2007; Pries, 2002). Esta idea tiene sus raíces en la tradición europea fundada en el Tratado de Westfalia de 1648 por la cual los estados soberanos definieron la demarcación como línea territorial. Esta tradición se vio reafirmada durante el siglo XIX con los movimientos nacionalistas europeos que concibieron a los Estados como los contenedores de la nación (Van Der Velde y Van Naerssen, 2010). Por largo tiempo el uso de esta noción ha producido una naturalización del Estado-nación, es decir, la idea que el Estado y la sociedad son coexistentes e idénticos (Faist, 2012: 52). Por tanto, los límites ha sido definidos como líneas que separan a dos o más naciones, de acuerdo a decisiones políticas, definidas y replicadas en tratados internacionales y textos legales. Dichas líneas fueron concebidas como símbolos claves de la soberanía nacional de acuerdo a lo cual se estableció el campo exclusivo de administración del Estado (Morales, 2010; Polzer y Akoko, 2010). Esta visión que ha dado por resultado la imagen de las fronteras como una delimitación geográfica rígida y literal, sustentada en una interpretación estado-céntrica de lo que ocurre en los límites de un territorio (Agnew, 2007: 65; Wimmer y Schiller, 2003). Así la frontera ha sido pensada fundamentalmente como institución política que delimita un territorio específico, un espacio donde impera la ley para los nacionales y donde habita una población con acceso limitado a los derechos y deberes emanados de la ciudadanía (Anderson, 2001). En los últimos años ha resurgido el interés por estudiar las fronteras especialmente desde algunas disciplinas como la antropología y la geografía, en un contexto en que todo parecía indicar el desdibujamiento de las fronteras y el tránsito hacia un mundo desterritorializado o al fin de los límites (Newman, 2006). Por lo que hoy las fronteras adquieren una nueva centralidad en tanto se constituyen en un laboratorio para analizar las fuerzas económicas mundiales que permiten estudiar la magnitud de las acciones globales y discutir su “aparente naturaleza infranqueable” (Garduño, 2002: 66). A partir de la revisión de las ideas convencionales sobre definición de los límites se han propuesto definiciones más amplias e inclusivas, entre ellas, la de zonas fronterizas para aludir a los espacios de “desarrollo de un conjunto de actividades al interior de cada estado y que tienen a la frontera como un centro vital de referencia” (Morales, 2010: 187). En la misma dirección se acuñó la noción de región fronteriza, es decir, “de un espacio que traspasa las líneas de separación y origina una integración entre los territorios colindantes” (Morales, 2010: 187). Se trata, por tanto, de zonas donde se sintetizan las acciones convergencia de espacios contiguos –dos o más Estados-, de contradicción donde se produce el cruce entre lo local y lo global y al mismo tiempo son el recordatorio de las consecuencias sociales y políticas del proceso de definición y redefinición de los límites (Newby, 2006). Estos aportes permiten reconocer en las fronteras una amplia zona donde ocurren procesos sociales, económicos, culturales y políticos con diferentes expresiones territoriales donde los temas clásicos de la soberanía dan lugar a nuevos focos de interés (Gudynas, 2007). Así, a partir de las nuevas miradas sobre los espacios y las regiones fronterizas se evidencia su complejidad y la necesidad de adoptar una epistemología y metodología que va más allá del concepto de fronteras nacionales. Es decir, un análisis que supere el nacionalismo metodológico, que considere las escalas, el carácter transterritorial del espacio y el lugar que ocupan los agentes sociales y políticos que actúan en el espacio fronterizo.

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A lo largo de la historia de Tarapacá se advierte que la frontera ha sido definida por la historia política y transformado continuamente por las relaciones sociales que establecen los actores limítrofes y las personas que la habitan, la circulan o la transitan. Esta particularidad del espacio fronterizo, su complejidad y multidimensionalidad, es recogida de manera parcial por los distintos agentes que la construyen desde el Estado central y desde los actores regionales. Especialmente poderosa ha sido la configuración de límites establecidos desde el Estado de acuerdo a una intencionalidad política fragmentaria que divide y establece espacios de inclusión y exclusión (Mancano, 2010). Esas lecturas espaciales fragmentarias promueven desigualdades y diferentes formas de exclusión que desembocan en ocasiones en tensiones. De acuerdo a Giménez esta variación en el uso y apropiación del espacio muestra que “la intervención humana sobre el espacio y el tiempo es siempre histórica, y como tal marcada por las tensiones entre proyectos portados por agentes específicos” (Giménez, V., 2011). Así todo territorio que converge en franjas fronterizas “responde a esta lógica de intervención de agentes históricos portadores de proyectos políticos definidos” (Giménez, V., 2011). En el sentido señalado, los espacios fronterizos son un ámbito que, tanto en el pasado como en el presente están más expuestos al contacto y a la internacionalidad que surge por la vecindad. Es decir, se trata de un territorio que es producido no sólo por quienes la controlan desde los dispositivos estatales, sino especialmente por quienes lo habitan o lo tienen como centro o referente y por quienes lo transitan y circulan para aprovechar las ventajas del cruce. Por tanto, se constituye en territorio fronterizo, noción que nos permite atender las identidades sociales territorializadas –como es el caso de los grupos étnicos que habitan la frontera- y los procesos de apropiación, arraigo y apego de los grupos sociales que buscan en ese ámbito su reproducción y satisfacción de necesidades (Giménez, Giménez, 2001). La interacción entre agentes de distinta jerarquía –local, regional, nacional y global- implica tensión, contradicción y en ocasiones integración a distintas escalas, de modo que “por encima de las apariencias que lo presentan como algo estático y estatal, la verdadera naturaleza del espacio social es dinámica (adaptable) y se resiste a ser capturada en territorios inmutables o con límites fijos” (Filibi, 2011: 25-26). En efecto, un caso paradigmático de fragmentación, tanto desde la práctica como desde el conocimiento, y muy pertinente para este trabajo, consiste en la literatura centrada “en las fronteras como límites del estado y en [cómo] la administración estatal de las mismas tienden a adoptar una visión propia del Estado según la cual la administración de las fronteras es competencia y responsabilidad del Gobierno nacional. Desde esta perspectiva, los gobiernos locales de las áreas fronterizas se consideran irrelevantes o simples extensiones de los gobiernos nacionales” (Filibi, 2011: 27) Resultado de estas representaciones sociales fragmentarias del territorio que comprende Tarapacá y su frontera adyacente, es decir, una tendiente al desarrollo de los espacios transfronterizos y otro más oficial que lo cautela, se conjetura la existencia de una franja fronteriza en contradicción. Por franja fronteriza se entiende a “zonas territoriales de amplitud variable que se extienden a uno y otro lados de la línea fronteriza, dentro de los cuales los agentes fronterizos negocian una variedad de comportamientos y sentidos asociados a la pertenencia de sus respectivas naciones o estados” (Giménez, Gilberto, 2009: 23-24). 2. Transnacionalismo, paradigma de la movilidad y paradiplomacia para el estudio del espacio fronterizo Este trabajo considera el enfoque transnacional como punto de partida para abordar el estudio del espacio fronterizo puesto que permite superar las limitaciones propias del nacionalismo metodológico (Wimmer y Schiller, 2003: 576) y por tanto, indagar en los distintos lazos –formales e informales- que establecen los habitantes, los migrantes, los

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comerciantes y los actores de frontera. Asimismo, el transnacionalismo es útil para analizar el espacio fronterizo porque permite superar las visiones dicotómicas contenidas en las teorías migratorias que establecen dos contextos separados, origen y destino; y discute los procesos de asimilación a los que regularmente se exponían los migrantes como resultado irremediable del abandono de sus países de origen. Por tanto, desde estos aportes es posible observar fenómenos que no son nuevos del todo, pero que fueron desatendidos por el sesgo del nacionalismo metodológico imperante en las Ciencias Sociales en los estudios de la movilidad humana. Entre ellas las ocupaciones, oficios y actividades que requieren de contactos habituales a través de las fronteras; los movimientos de población, que no suponen siempre establecimiento, sino tránsito y circulación; y los distintos “modos de ser” y “pertenecer” a que da lugar la movilidad humana entre los contextos que conectan (Levitt y Glick Schiller, 2004). Como se ha señalado la visión Estado-céntrica derivada del nacionalismo metodológico oscureció la comprensión de los fenómenos que ocurrían en los márgenes de los Estadosnacionales, especialmente porque en el caso de América Latina la incorporación de varios de estos territorios ha sido fruto de litigios y conflictos que a menudo han dado por resultado el avivamiento de los nacionalismos (González, 2002a, 2006b, 2008). Sumado a lo anterior la situación de marginalidad respecto a las capitales nacionales ha reafirmado la idea del espacio fronterizo como un lugar marginal donde todo se acaba y por tanto de menor interés investigativo. En la actualidad distintos estudios muestran cómo a pesar de lo estructurante que pueden ser las fuerzas de los Estados-nacionales ha existido y existe, convivencia, solidaridad e interdependencia entre espacios situados a uno y otro lado del límite (Agnew, 2007; Bartolomé, 2008; González, et al., 2008; Hernández, 2008; Solís, 2009). Es decir, a diferencia de lo que se pensaba, hasta hace poco “en muchos casos, la frontera no actúa como un efecto disolvente o separador, al contrario, la linde es el que ha originado determinados procesos de permeabilidad y tiene un importante efecto de convergencia” (Sanz, 2008: 56). Situación especialmente experimentada por quienes habitan o circundan el espacio fronterizo. Para el caso de la movilidad humana en específico, es preciso revisar algunos fenómenos particulares que se aprecian con más nitidez en los espacios fronterizos, y que no son suficientemente explicados por las teorías migratorias. La movilidad humana hasta hace poco era comprendida fundamentalmente como un medio para alcanzar unos fines ancladas en sociedades nacionales. Por tanto, lo que se aprecia en los espacios fronterizos son movimientos de población que ocurren en una interacción entre individuos y territorios que corresponden a distintos tipos de circulación. Este tipo de movilidades no son suficientemente definidas por los conceptos clásicos de la migración que casi siempre suponen un desplazamiento bidireccional cuyo fin es el establecimiento en el Estado-nación de recepción. Para comprender el tipo de movilidad señalado, son pertinentes las contribuciones teóricas provenientes de la geografía y antropología francesa, especialmente la que aporta el “paradigma de la movilidad” de Tarrius (2000). Este paradigma define la movilidad como el aquellos movimientos de personas “móviles” que generan territorios, en contraposición al “paradigma del lugar” que alude fundamentalmente a lo sedentario o al establecimiento. En este sentido se trata de una serie de movilidades que desde el punto de vista de las teorías migratorias son consideradas categorías residuales de la migración porque no tienen como fin la instalación o un proyecto migratorio que implique establecimiento, pero que sin embargo desde el paradigma de la movilidad generan e instauran territorio. Estas nociones son parte de lo que Tarrius denomina una “antropología del movimiento” que, como señala, vuelve obsoletas las diferenciaciones entre movilidades y migraciones: “las segundas realizan una dimensión de las primeras, exigiendo una atención particular a las diversas dimensiones de las relaciones entre espacios y tiempos señalados” (Tarrius, 2000: 48). Se trata de una propuesta epistemológica que se basa en una “concepción sobre la

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territorialidad entendida como objetivación materializada de los trayectos de los agentes sociales” (Mallimaci, 2012: 80). De acuerdo a esta interpretación algunas movilidades humanas no necesitan ser analizadas como efecto de un nuevo tipo de sociedad sino “que son productoras y estructurantes de formas de sociabilidad no localizadas” (Mallimaci, 2012: 81), y que por tanto dan lugar a territorios circulatorios que surgen como efecto y condición de prácticas de movilidad. Estos aportes permiten alcanzar una visión más amplia de la migración y los movimientos de población que son pertinentes para el estudio de los espacios de frontera y que constituyen el marco con el que abordamos el análisis posterior. Por último es pertinente para este trabajo aludir a las nociones provenientes de la paradiplomacia. Respecto de la paradiplomacia, se puede señalar que desde un enfoque posmoderno (Der Derian, 1987) se trata de un concepto novedoso que es útil para estudiar las dinámicas transfronterizas con alcance diplomático que están presentes en la región fronteriza de Tarapacá. Con mayor precisión, se trata de la diplomacia como heterología (Cornago, 2012), es decir, una categoría, que - siguiendo a Der Derian (1987)-, da cuenta de la pluralidad de actores estatales y no estatales que han contribuido a superar el extrañamiento entre las sociedades, en tanto asume desde la perspectiva de la alteridad u otredad el desafío de la diplomacia de constituirse como un vehículo para el mayor entendimiento entre las sociedades. Para el caso estudiado éstas corresponden a las sociedades de frontera vinculadas por la diplomacia bilateral chilena- boliviana. Por otra parte esta categoría va más allá, pues recoge un concepto clave y revalorizado hoy en día por las relaciones internacionales, y conectado con el paradigma de la movilidad, como es el territorio, “principio político dentro del nuevo orden global” (Keating, 2001: 12). Así la paradiplomacia, rescata la pluralidad de actores y la diversidad de discursos propios de la actividad diplomática, a pesar que los Estados naciones no las reconozcan, de modo que la perspectiva heterológica rescata los distintos sentidos que le atribuyen los actores a los territorios que habitan. Aún más, desde la paradiplomacia se destaca la continuidad territorial propia de las regiones fronterizas y los sentidos posibles que le atribuyen esa pluralidad de actores ubicados a distintas escalas en los territorios fronterizos. Este relato diplomático se inscribe dentro de aproximaciones superadoras del denominado “centralismo historiográfico, que negó lo heterogéneo y diverso, lo realmente existente en el nivel local y regional, para crear y justificar la creación de las historias nacionales, como síntesis de las nacientes identidades nacionales de la región latinoamericana” (Viales, 2010: 158-159). En este mismo sentido, la mayoría de las regiones fronterizas del Cono Sur de América sufrieron las políticas de “nacionalización”, para afirmar la soberanía territorial frente a los vecinos, lo que se hizo a veces con una torpe “desculturización” (Heredia, 2004: 232), fortaleciendo los relatos nacionales y desconociendo la pluralidad y diversidad emanadas desde las regiones. Desde esta perspectiva superadora, este planteamiento “no niega la existencia de un espacio (físico, social, temporal, identitario) de carácter nacional, pero sí pone el énfasis en la existencia, y en la necesidad de recuperar, espacios microhistóricos regionales…” (Viales, 2010: 158-159). 3. La formación de espacialidades contradictorias en el norte de chile y movilidad humana fronteriza A partir del establecimiento limítrofe de los Estados latinoamericanos en el siglo XIX, se comenzó a desarrollar un sentimiento de pertenencia hacia el Estado nación, proceso que fue promovido por las clases dominantes para forjar una identidad nacional que legitimara el poder de la unidad política en construcción. Transcurrido el siglo XX se aprecia una mayor toma de conciencia del lugar que le corresponde a las fronteras por parte de los Estados nacionales, hecho que sirvió para emprender procesos de nacionalización y establecimiento de entramados urbanos y jurídicos. En este proceso, la extensión de sistemas de educación estatal fue clave para crear un marco cognitivo compartido, en el que la extensión de los de sistemas de comunicación, de educación y de difusión de mitos nacionales permitió consolidar una sentido de unidad nacional ajustado a un territorio (Llopis, 2007: 104). Estos

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procesos han sido consignados por las historias nacionales, como es el caso de Chile (Figueroa y Silva, 2006; González, 2002a), sin embargo, hubo menos interés de parte de los cientistas sociales por estudiar los fenómenos que ocurrían en los márgenes de los países latinoamericanos. Recién en los últimos años, ha crecido el interés por investigar los fenómenos que ocurren en los deslindes, en aquellos espacios donde se registra el surgimiento de actores de frontera, debido entre otros factores, al aumento de las migraciones fronterizas (Nicolao, 2011). La frontera internacional que comparte Tarapacá con Bolivia ha tenido periodos de mayor o menor apertura y momentos de distinta intensidad en el conflicto por la demanda marítima del país altiplánico durante el siglo XX. No obstante este escenario, la historia regional consigna un constante trasiego de personas y mercancías que ha sido parte de la cotidianeidad de quienes habitan la región incluso antes de la fundación de las repúblicas (González, 2006a; Murra, 1975). De hecho, una vez establecida la demarcación a través del Tratado de 1904, este trajín fronterizo no se ha detenido y se ha vinculado con los ciclos económicos regionales, a las posibilidades y limitaciones dadas por marco jurídico y las oportunidades laborales existentes a uno y otro lado del deslinde (González, 1995, 2009c). En este sentido, las poblaciones cercanas a la frontera andina –Oruro e Iquique- han llevado a cabo intentos de integración a través de la solicitud de vías ferroviarias y carreteras que no han sido atendidas por los gobiernos centrales (González, 2011, 2012). Los estudios históricos permiten afirmar que los residentes de la zona fronteriza han desarrollado un conocimiento colectivo de un pasado bastante reciente, que han sido trasmitidos hasta los actuales habitantes y que forma parte de una compresión de la vida en la frontera. Por tanto, el dinamismo y la tensión propia de la configuración de una región fronteriza lo constituyen en un territorio que constantemente traspasan las líneas de separación –límites geopolíticosy dan lugar al mismo tiempo a la integración de los territorios colindantes. Respecto a las tensiones y contradicciones, éstas se reflejan especialmente en la proyección de la política exterior chilena respecto de los territorios que comprenden la frontera chileno boliviana, apreciándose divergencias entre los distintos actores que intervienen a nivel oficial. Éstas se refieren, especialmente, al uso que se le dan a dichos espacios sociales (Ovando y Álvarez, 2011), debido a la emergencia de un discurso y práctica local que reivindica el desarrollo transfronterizo presente entre la región de Tarapacá, Chile, y sus homólogas bolivianas, La Paz y Oruro de los cuales existen antecedentes históricos (González, 2011, 2012). Se trata de una opción concreta de iniciativas internacionales subnacionales que muestran algunos resultados visibles, sobre todo en el ámbito del municipalismo internacional y la cooperación descentralizada (Amilhat Szary y Rouvière, 2009). En efecto, según datos que aporta la Subsecretaría de Desarrollo Regional de Chile (SUBDERE), órgano dependiente del Ministerio del Interior encargado de promover la internacionalización de las regiones desde el centro y cautelar la legalidad de sus iniciativas, los municipios pertenecientes a la región de Tarapacá emprenden actividades paradiplomáticas con 16 contrapartes. Dentro de sus áreas prioritarias la integración transfronteriza es la dimensión que más se repite en las distintas iniciativas (SUBDERE, 2009). Ejemplo de una dinámica de desarrollo transfronterizo presente en la región de Tarapacá, que se construye en un contexto en que se superponen espacialidades contradictorias, lo constituye el proyecto de desarrollo Alianza Estratégica Aymaras Sin fronteras4. Este proyecto posee una particular mirada de la integración sub-regional en tanto 4

Alianza Estratégica Aymaras sin Fronteras, se trata de una agrupación intermunicipal constituida por 51 municipios de las áreas fronterizas de las regiones de Tacna y Puno en Perú, Arica y Tarapacá en Chile y La Paz, Oruro y Potosí en Bolivia. Promueven activamente desde 2001, año de su creación, numerosos proyectos relevantes de cooperación social, económica y medioambiental. Este proyecto pretende superar una serie de problemas propios de las comunidades fronterizas de la triple frontera norte: “carencias de servicios e infraestructura, barreras legales (arancelarias) y políticas para su desarrollo económico sostenible. La falta de planes comunes de gestión territorial que incorporen los usos culturales de la tierra. La falta de acuerdos transfronterizos fito-sanitarios para el intercambio de productos, que afecta y limita los intercambios verticales tradicionales de las comunidades Aymara (la crianza de alpacas y llamas, el comercio de quinua, carne de llama, los cultivos tradicionales y plantas medicinales y aromáticas El creciente despoblamiento de la zona por la falta de oportunidades que se ofrece y su

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apunta a buscar una integración que se nutre de la identidad Aymara (González, et al., 2008; Letamendia, F. C., Morata, Paredes, Condori y Alanaco, 2011; Rouvière, 2007), a la que se adscriben las comunas participantes en el proyecto. Por otro lado, se pueden destacar una serie de iniciativas que rescatan la importancia de los agentes sociales en la construcción simbólica y emocional del espacio fronterizo como experiencia cotidiana, experiencias en la misma tendencia del proyecto recién aludido.5 Estos procesos se ven reforzados por las reformas de descentralización que han permitido un mayor despliegue de los actores locales en la esfera internacional y la aparición de actores de distinto ámbito en la acción pública local que amplía su margen de maniobra. Situación que les permite hacer usos múltiples de su rol político-institucional (Amilhat Szary y Rouvière, 2009), toda vez que “…la resurrección de regionalismos, el nuevo auge del municipalismo, responden a causas muy actuales, demandan nuevas estructuras territoriales y exigen asumir proyectos socio-culturales que combinen identidades heredadas con aperturas a la diversidad” (Alburquerque, 2004). Sin embargo, Letamendia plantea que los factores que posibilitan la gobernanza en los espacios que comparten la triple frontera están escasa e irregularmente desarrollados por los Estados involucrados, no obstante, la homogeneidad Aymara se constituye en un factor de cambio (2011: 270). Por lo tanto, la evidencia señala que las fronteras pierden su significado cuando los actores locales interactúan de forma interdependiente entre ellas, dando cuenta de la existencia de regiones transfronterizas. Así, las fronteras tienen una influencia más limitada sobre el acondicionamiento del espacio, cuando las diferentes regiones de una parte y de otra de la frontera presentan grandes similitudes en términos geográficos, culturales, y económicos (González, 2006b; Tapia, J., 2003). Para el caso del Norte Grande de Chile en las localidades fronterizas del mundo andino, “la identidad se (re)construye gracias a la densidad cultural presente en las localidades que la comprenden. Ello ocurre generalmente cuando esas localidades son parte de regiones naturales supranacionales, donde los lazos familiares, históricos y culturales prevalecen por sobre los político –administrativos” (González, 2006b: 26-27). En la otra cara de la moneda, es decir, desde el centro político, se aprecia un discurso que promueve la descentralización y la inserción internacional de las regiones, aunque contradictorio, puesto que proliferan prácticas que enfatizan un notorio centralismo sobre todo de corte economicista (Ovando y Álvarez, 2011). En efecto, no es novedad remarcar el énfasis comercialista de la política exterior chilena (hacia las regiones) que se grafica, por ejemplo, en que los Comités de Fronteras sean efectivos y muestren avances en materias aduaneras, policiales y barreras sanitarias, pero no muy activos en la agenda propiamente regional (demandas), en torno a la integración transfronteriza. Dentro de las prácticas centralistas se pueden destacar, resultado de las presiones que imponen los socios comerciales, el aumento sostenido del control de las franjas fronterizas, reforzamiento de las fronteras sanitarias (Hevilla, 2007) y mayor control de la migración, el contrabando y el narcotráfico. Se trata de medidas que, por ejemplo, al amparo del Plan desconexión del circuito vial. La incursión de proyectos de desarrollo económico que desconocen y dejan de lado los usos y costumbres de los pueblos aymaras de la zona generando riquezas que no son aprovechadas por estas comunidades. La falta de estrategias transfronterizas de desarrollo económico que tomen en consideración el capital social, natural y cultural del pueblo Aymara (Vásquez, 2011).Dentro de las reticencias de sus respectivos Estados para autorizar su creación se encuentra no considerar en su nombre el apelativo “alianza trinacional” (González, et al., 2008). 5 Así queda de manifiesto en el acta de clausura del Seminario de Integración Fronteriza de la Triple Frontera (Bolivia, Chile Y Perú), el realizado el 9, 10 y 11 de marzo del 2008 en la ciudad de Tacna, Perú. Dentro del acta final se consideró que la cultura Aymara es un componente fundamental de la Triple Frontera y que partiendo de su identidad cultural originaria está abierta a la interacción con la cultura global. Que estamos convencidos de que la integración de la región transfronteriza de Bolivia, Chile y Perú es un elemento sustancial para el desarrollo de una comunidad transfronteriza. Que somos conscientes de que desarrollo económico y social de nuestras circunscripciones es el anhelo de las poblaciones de los tres países. Que el desarrollo macro regional requiere de la voluntad de las autoridades y población.

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Frontera Norte, apuntan a la intangibilidad y sellado de la frontera (Leyton, 2012)6.Otra preocupación clave desde este discurso de la seguritización del Cono Sur (Dammert y Bailey, 2005; Orozco, 2008), se asocia a los riesgos vinculados a la intensa movilidad fronteriza, puesto que las dinámicas de movilidad transnacional y poblamiento y despoblamiento de las franjas fronterizas constituyen para algunas autoridades –sobre todo las vinculadas al ministerio de Defensa- una amenaza a la seguridad 7. En síntesis, en esta frontera se combinan dos cuerpos de elementos. Por un lado, derivada de la transición desde anacrónicos esquemas geopolíticos agresivos, la persistencia de aprensiones nacionalistas hacia las fronteras contiguas (Atkins, 1991; Letamendia, F. C., et al., 2011) y la reticencia hacia fronteras más abiertas. Un rasgo que comparten las fronteras en transición; es decir, las que han experimentado procesos de largo repliegue e incipiente apertura8 “es la denominada territorialización dura; esta apunta a la existencia de controles fronterizos, límites jurisdiccionales, y un interés por la integridad territorial y los derechos soberanos de manera que la división entre actores que están dentro y fuera de la comunidad (“nosotros” y “ellos”) están en principio bien definidos” (Eskelinen, 2012: 125). Por otro lado, las estrategias adoptadas después del 11-S, junto a las derivadas de la lucha contra el crimen transnacional, han repercutido en la seguritización de la frontera. En contrapartida, en las zonas fronterizas, sobre todo del Cono Sur de América Latina, surge recurrentemente “el discurso hacia la hermandad inmemorial que articula una identificación transfronteriza como zona periférica y marginalizada en contra de las respectivas metrópolis nacionales” (Grimson, 2000: 29). Para superar esta mirada segmentada del espacio en que cada actor lo define y sitúa según sus intereses y sentidos -que restringen la complejidad y multidimensionalidad de los espacios-, éste se puede interpretar como “una dualidad dinámica espacio/red. Así, para comprender la lógica de un determinado espacio social es necesario comprender qué redes (económicas, políticas, sociales, religiosas, etc.) se hallan involucradas en su construcción” (Firibi, 2010:25,26). En contraposición a los rasgos descrito se aprecian en el territorio prácticas sociales fronterizas que apuntan en una dirección distinta. Se trata de redes informales económicas en torno a las ferias9 y el comercio transfronterizo, emprendido desde los municipios rurales limítrofes. Asimismo, se registran las prácticas asociadas al comercio y al turismo en el ámbito de las asociaciones municipales transfronterizas, la formación de redes transnacionales, Ongs y centros internacionales como el CESPI10 y las asociaciones

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El Plan Frontera Norte “busca (…) crear en el terreno, las condiciones para sellar los límites fronterizos nortinos, en especial aquellos vinculados a dos de los principales países productores de cocaína en el mundo: Perú y Bolivia. Tanto, (…) el espíritu de dicho principio es ser capaces de anticiparse a la fuente de riesgos o en su defecto, mitigarlos, disminuirlos, contenerlos. En función de lo anterior se presume como un hecho la naturaleza permeable de las fronteras (Leyton, 2012). 7 Al respecto: “…Con respecto al extremo norte de Chile, uno de los aspectos de mayor significación, dice relación con que la Región de Arica y Parinacota es la única que en estos años ha disminuido su población, principalmente por la baja en los índices de actividad económica y por el aumento del desempleo. En contrario, Tacna ha experimentado un sostenido crecimiento poblacional producto de las franquicias especiales determinadas por el gobierno peruano, una creciente migración rural desde la sierra peruana a la ciudad y una política del estado peruano dirigida a poblar su región fronteriza con Chile. Analizando la situación de Arica, podrían existir en la región más de 28 mil trabajadores indocumentados provenientes principalmente desde Perú y Bolivia. Lo anterior sin citar a los colombianos – que se aproximan a la cantidad de bolivianos indocumentados – que han sabido explotar las debilidades del sistema. Éstos recibirían un mejor salario que los trabajadores chilenos en esta área, lo que obviamente se traduce en insatisfacción personal y familiar que podría llevarlos a obtener recursos para vivir, a través de actividades ilícitas. Agrava lo anterior, que parte importante de los indocumentados que reciben su sueldo en la región, se trasladan a sus zonas de origen, invirtiendo sus recursos en su país y no en Chile .Otro aspecto que incide en la región del norte de Chile, dice relación con los gastos en salud que deben ser invertidos en personas indocumentadas que, ante una situación de riesgo vital, maternidad y otros, deben ser atendidos, produciendo una merma importante de recursos que podrían ser aprovechados por los chilenos que viven en la región de Arica y Parinacota..” (ANEPE, 2011). 8 Nos referimos a procesos que han tenido efectos estructurales: los efectos de guerras fronterizas, presencia de doctrinas militares con aprehensiones hacia las zonas contiguas, presencia de dictaduras militares que apelan al nacionalismo, etc. 9 Comercio ambulante, muchas veces contrabando, que se instala en las localidades fronterizas andinas periódicamente. 10 Centro de Estudios de Política Internacional( http://www.cespi.it/home.html) , promotor de la cooperación transfronteriza en América del Sur y contra parte técnica de Aymaras Sin Fronteras a través de programa “Fronteras Abiertas”.( http://www.fronterasabiertas.org/)

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nacionales municipales de los tres países que operan en red11. Estos actores operan desafiando las constricciones espaciales que impone el estado nación puesto que buscan contextualizar las interacciones de las comunidades Aymaras con sus características particulares. En efecto, en cuanto al asociativismo transfronterizo promovido por Aymaras Sin Fronteras, está claro que las fuerzas sociales que se encuentran detrás de este proyecto escapan de las narrativas de la diplomacia convencional. Como resultados de estas particularidades este proyecto constituye un desafío para los fundamentos básicos de la soberanía del Estado (Cornago, 2012). Para este mismo autor: esta nueva alianza es posiblemente un desafío a las fundaciones mismas de soberanía Estatal (Cornago, 2012). Al mirar desde la escala nacional, se constata la conexión entre actores nacionales y regionales del comercio internacional: directivos de la Zona Franca de Iquique, agentes de la cancillería encargados de dinamizar el comercio internacional a gran nivel, DIRECON12; agentes encargados de velar por la integridad del territorio en varias dimensiones: Servicio Agrícola Ganadero, Aduanas, Policía de investigaciones y sobre todo el coordinador y quien cautela las iniciativas transfronterizas, SUBDERE. 4. Frontera tarapaqueña y movilidad fronteriza Los antecedentes de las dinámicas migratorias y en el extremo norte se remontan al periodo prehispánico momento en que la movilidad era un recurso para aprovechar las posibilidades existentes en los distintos pisos ecológicos (Murra, 1975). Más tarde, durante la Colonia, los movimientos de población mantuvieron los recorridos ancestrales a los que se superpusieron nuevos tránsitos motivados por el auge de la minería de la plata del rico cerro de Potosí y la circulación de mercancías que abastecieron a las ciudades y enclaves mineros (Sempat Assadourian, 1982). A partir del nacimiento de las repúblicas durante el siglo XIX se fueron estableciendo los nuevos límites en clave nacional con periodos de apertura y cierre de las fronteras de acuerdo a los intereses comunes y tensiones derivadas del devenir de la diplomacia tradicional entre países. En el caso de la zona de estudio, tras el fin del conflicto del 1879, la frontera con Bolivia se configuró como un espacio de integración económica, en la que a diferencia del caso peruano, que estuvo marcada por el litigio diplomático de Tacna y Arica, “predominó la razón del mercado por sobre la razón de estado” (González, 2006a: 3). La confluencia de intereses privados por la consecución de mano de obra y de las arcas fiscales por recaudar recursos, favoreció el tránsito de trabajadores provenientes del otro lado de la frontera (Tapia, M., 2012b). La alta demanda de mano de obra y de bienes y servicios para sostener las faenas requirió de “fronteras abiertas” que facilitaran el tránsito de trabajadores y mercancías para satisfacer las necesidades de la industria salitrera (González, 2006a: 4). Asimismo durante este mismo periodo se registra una coincidencia entre los gobiernos de Bolivia y Chile por formar a profesores normalistas en la Universidad de Chile. Este intercambio muestra el interés por formar cuadros profesionales bolivianos en Chile y una apertura de las instituciones de educación chilena por acogerlos (Ojeda y Tapia, 2010). Respecto de la movilidad fronteriza, en la región se observan dos momentos de apogeo. El primero corresponde al periodo de auge de la explotación del salitre (1880-1930) y el segundo desde los años 90 del siglo XX a la fecha (Tapia, M., 2012a). Durante el boom del nitrato las oportunidades laborales de la minería atrajeron a nacionales y extranjeros de todo 11

En cuanto a las bolivianas: Mancomunidad de Municipios Gran Tierra de los Lípez (Potosí, Bolivia), Mancomunidad de Municipios Oruro-La Paz (Bolivia); en cuanto a las chilenas: Asociación de Municipalidades Rurales de Tarapacá y AricaParinacota (Chile); en cuanto a Perú: Asociación de Municipalidades Rurales Andinas de Tacna (Perú).(Vasquez,2011) 12 Agencia del Estado, Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales, encargada de implementar negociaciones en torno a tratados de libre comercio y acuerdos de complementación económica12 . Dentro de sus acciones en la región de Tarapacá, concretó la firma de acuerdo realizado en agosto del 2009, para que Zona Franca de Iquique sea incorporada al protocolo de acuerdo comercial que tiene Chile con MERCOSUR (ACE Nº35). Se espera consolidar el intercambio comercial con arancel cero entre ZOFRI y el mercado brasileño. Acuerdo que promueve rutas comerciales que no consideran comunas rurales.

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el mundo (González, 2002b). De hecho fue el censo de 1907, el que presentó el mayor porcentaje de extranjeros a nivel nacional con un 4,7%, respecto de la población chilena y mayor presencia de extranjeros peruanos y bolivianos en la región (Gavilán y Tapia, 2006). Para el caso de los bolivianos el cruce de la cordillera no fue un impedimento ni una barrera infranqueable que frustrara los sueños mineros. La Cordillera de los Andes por largo tiempo había sido un espacio recorrido y por tanto permanecía en la memoria de los arrieros, vaqueanos y muleros las rutas que unían las jornadas de viaje con las vertientes de agua que aseguraban la provisión para animales y personas (González, 2009c; Tapia, M., 2012b). Así por el expediente del enganche, el reclutamiento de hombres por parte de particulares, se proveyó de mano de obra venida del área circunvecina donde los peruanos y bolivianos fueron mayoría durante el periodo salitrero (Tapia, M., 2012a). En este segundo momento de auge migratorio fronterizo, de los 90 a la fecha, los movimientos de población a nivel regional han sido moldeados fundamentalmente por demanda laboral tarapaqueña y las normas específicas que regulan el tránsito y permanencia de los extranjeros de origen limítrofe. A diferencia del periodo de expansión del salitre, esta segunda fase de migración fronteriza se encuentra más afectada por la interacción entre el marco jurídico y el mercado laboral. Por tanto, la posición que alcanzan los inmigrantes peruanos y bolivianos que llegan a la actual Arica-Parinacota y a Tarapacá está marcada por las oportunidades laborales y del nivel de aceptación de las condiciones de trabajo, es decir, por el poder de negociación. Asimismo, estos movimientos son influidos por las alternativas de ingreso y estadía de acuerdo a los reglamentos específicos que regulan la entrada y el tránsito de personas en ambas regiones13. La articulación de ambos elementos viene estructurando patrones migratorios y de movilidad fronteriza particulares en Tarapacá de acuerdo al campo de posibilidades que se abre para ellos por el sólo hecho de cruzar la frontera. De acuerdo a dicha vinculación, se establecen posibilidades diferenciadas de inserción para mujeres y hombres de origen fronterizo que, de acuerdo a las características de género y extranjería, establece oportunidades claramente sexuadas y racializadas para unos y otros (Tapia, M., 2010: 113) . Las crisis económicas y políticas de las últimas décadas de los países fronterizos han motivado la emigración a países desarrollados del norte (Altamirano, 2004; De la Torre, 2004; Hinojosa, 2007) y de países en vías de desarrollo en América Latina como Argentina y recientemente Chile (Cortes, 2000; Hinojosa, 2000; Stefoni, 2003, 2009). En el caso peruano, la emigración internacional se ha intensificado desde los años 80 a la fecha, los principales destinos migratorios peruanos han sido, entre otros, Estado Unidos y Europa y recientemente Chile como destino intrarregional ocupando el cuarto lugar de preferencia14. En el caso de Bolivia, se ha señalado que el destino migratorio interregional histórico ha sido Argentina (Benencia, 2005; Ceva, 2006). Conocida es la importancia numérica de la población boliviana en Argentina cuyos antecedentes nos remiten a principios del siglo XX. Desde mediados del siglo XIX existen registros censales que advierten de una proporción cercana al 20% de población de origen fronterizo en Argentina sobre el total de extranjeros de ese país. En este contexto, Chile, hasta hace poco, no había sido el destino preferente de la migración boliviana, sin embargo el arribo reciente de dicha población al norte del país se relaciona con la atracción que ejerce la actividad comercial impulsada por la creación de la ZOFRI (1975), la necesidad de cubrir mano de obra agrícola -por la migración campociudad de los campesinos de origen aymara del interior de la región- y por las diferencias

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Ley de Inmigración del año 1975 es el marco general en que basan las autoridades regionales para gestionar los flujos migratorios, especialmente de origen sudamericano, sin embargo en los últimos años se han establecido normativas específicas para las regiones extremas. En el caso de Perú se encuentran el “Convenio de tránsito de personas en la zona fronteriza chileno-peruana de Arica y Tacna firmado en 1983 y “Acuerdo para el Ingreso y tránsito de nacionales peruanos y chilenos en calidad de turistas con documento de identidad” de 2005. 14 En el periodo 1995-2005 se estima que 1.665.850 peruanos migraron al exterior. Entre los destinos más importantes se ubican Estados Unidos con 514.491 personas, le sigue España con 238.990 personas, Argentina con 210.642 personas y Chile con 174.416 según fuentes peruanas (INEI, 2006: 26)

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salariales, a uno y otro lado de la frontera, motivan la búsqueda de trabajos temporales o permanentes en la zona (Rodríguez, 2005). De manera paralela a la migración con propósitos de establecimiento se registran movimientos de población cuyo propósito no es permanecer por mucho tiempo, sino aprovechar las oportunidades que se abren por el sólo hecho de cruzar la frontera. Entre estos se encuentran los movimientos formados una población “flotante” de peruanos que llegan a trabajar semanalmente a Arica en el marco del Convenio Tacna y Arica15. Según fuentes de prensa entre el año 2001 y 2008 la región Arica-Parinacota ha duplicado el movimiento migratorio de 2.614.653 personas a 4.640.658. Según la misma fuente “entre junio de 2008 y mayo de 2009 entraron y salieron 4.558.188 personas por las avanzadas o puestos fronterizos de la región, es decir, 438,364 más que por el Aeropuerto de Pudahuel y 2.755.727 más que por el Paso Internacional Los Libertadores (Rozas, 5 de junio de 2009) Aunque el Convenio Tacna y Arica impide trabajar a los peruanos, es por todos conocido que la mayoría cruza para laborar en la cosecha de verduras ybhortalizas de los valles de Lluta y Azapa, en la construcción y trabajos de albañilería y en el servicio doméstico puertas adentro. Algunos, cuentan con redes de apoyo previamente establecidas, otros vienen a través de agencias de empleo informales instaladas en Tacna y otros, el grueso, espera que los recojan en al Terminal Internacional de Arica (Barrios, 2010; Orellana y Rodríguez, 2002; Villegas, 2008). Como señala la prensa local: “En Diego Portales se instala desde las siete de la mañana y se va a eso de las nueve de la noche. “Después salen los ‘fumones’ y la cosa se pone un poco fea”, comentó, mientras va por el segundo vaso de gaseosa. -A veces te va bien, pero otras ni tanto. La poli te molesta mucho a veces. Deberían respetar un poco más. -Pero Mario, ¿te conviene venir desde Arequipa? -Claro. Acá por lo menos conviene, sale la plata para tu familia, para pagar el colegio, uniformes, cuadernos. No es igual que trabajar en Lima o Arequipa. Aunque es difícil venir y dejar la familia. Hay que decir también que la vida en Arica es más cara que en Perú, especialmente la comida y el alojamiento. -¿Cómo te tratan los ariqueños? -Mmmm…Hay personas buenas y malas, pero no puedo decir que todos son malos. Los bolivianos son peores en realidad, te hacen trabajar como esclavo. -¿Dónde duermes y comes? -Tengo un alojamiento, por acá, cerca del cementerio. Comemos en la Tía Lourdes, aunque es ‘ahí no más’ la comida. Tira a la olla un par de papas y listo jajajajaja. La comida acá es más o menos. Allá es mejor. El picante no les queda igual. -¿Cuánto pagas en el alojamiento? -500 pesos. -¿Cuánto ganas en un día normal? -Eso es relativo. Acá en el terminal, entre 10 y 15 lucas. Pero ya viene la cosecha de los tomates. Ahí hay pega para cargar. A fines de abril se gana harto en los tomates, choclos, cebollas y porotos. A veces me puedo hacer hasta 40 lucas diarias” (Álvarez, 15 de abril 2011). Son personas que en términos de Tarrius saben circular, van y vienen todas las semanas conocen los lugares donde pueden encontrar trabajo y las precauciones que deben tener 15

Con Perú existe el “Convenio de tránsito de personas en la zona fronteriza chileno-peruana de Arica y Tacna firmado en 1983 y “Acuerdo para el Ingreso y tránsito de nacionales peruanos y chilenos en calidad de turistas con documento de identidad” de 2005. Por este convenio los chilenos y peruanos que viajen con salvoconducto, primero y a partir de 2005 con DNI o carne de identidad podrán permanecer por periodos de hasta siete días en el Departamento de Tacna o en la Provincia de Arica. Este permiso impide realizar actividades con fines de lucro como trabajo temporal o permanente, tampoco permite viajar más allá de los límites señalados. En el caso de los peruanos para salir de la provincia de Arica deberán contar con pasaporte hasta por 90 días en calidad de turistas.

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para no ser sorprendidos trabajando y ser devueltos a la frontera (Orellana y Rodríguez, 2002). En este sentido se acercan a la definición de nómades o circulantes puesto que conservan su fidelidad con su lugar de origen y su integración en Arica es relativa e incluso distante. Algunos tienen afanes de quedarse y otros vienen por temporadas, ambos objetivos son parte de lo que Ramírez (2005) denomina repertorio de acción migratoria, es decir, de un conjunto de prácticas migratorias que describen trayectorias y establecen estrategias que siguen quienes migran o se constituyen en viajeros (Ramírez y Ramírez, 2005: 17). Estas prácticas de movilidad permiten alcanzar objetivos y ampliar fuentes de recursos de quienes, en este caso traspasa la frontera para establecerse o quedarse. Dentro de los circulantes también se encuentran quienes, que si bien que no se acogen a la totalidad del Convenio Tacna-Arica, sí cruzan la frontera diariamente para aprovechar las diferencias económicas y las posibilidades que surgen a uno y otro lado del límite. Este grupo de peruanos no necesariamente se establece en Arica sino que vienen a comerciar o a trabajar por el día y regresan a Tacna por la tarde. Es el caso de las comerciantes peruanas que vienen a buscar ropa usada para vender luego en la feria tacneña La Cachina, las que son conocidas como cachineras. Perú prohíbe la importación de ropa y calzado usado con fines comerciales, por lo tanto estas comerciantes se dedican al contrabando de prendas que casi siempre llevan puesta o dentro de su equipaje para evitar las sanciones o el decomiso. Cada una de ellas se dedica a desarmar fardos de ropa usada en las cercanías del terminal internacional de Arica, de cada fardo de ropa hacen 10 bolsas chicas, y luego a cruzan la frontera en tren o en micro. Como señala el siguiente relato: “como explica Pancha Samillán: 'llevo cinco años trabajando en este sistema y viajo de martes a sábado desde las ocho de la mañana hasta la una de la tarde. Nosotras ganamos poco por eso viajamos bien seguido para hacer dinero. Allá en Tacna tenemos a una casera que nos compra y nos paga una pequeña comisión'” (En: Orellana y Rodríguez, 2002: 28). También existe una variedad de comerciantes peruanos que llega hasta Arica con productos autóctonos o manufacturados para vender en el mercado informal; es el caso de vendedores asiduos al terminal agrícola o que venden en las calles de la ciudad. Se trata de productos como condimentos, conservas de pescado, utensilios de plástico, cigarros y alcohol. Asimismo, hay peruanos que cruzan la frontera para comprar en Arica bienes que por el cambio resultan rentables de vender en Tacna, entre ellos pañales, arroz, harina y cerveza. Todo este trajín fronterizo diario corresponde aun tráfico de hormiga de productos de distintos tipo que se comercializa regularmente en el mercado informal. En el caso de los bolivianos que han llegado y llegan a la región de Arica-Parinacota o Tarapacá, hasta hace poco (2007) lo hacían fundamentalmente como turistas -con hoja de pasaporte- por el paso Tambo Quemado o Colchane. De acuerdo a los avances de investigación, es posible distinguir dos tipos de movimientos migratorios de bolivianos a la región, por un lado una de tipo eminentemente rural y otro que tiene como destino las ciudades costeras. La primera ha venido a satisfacer la demanda de mano de obra para el trabajo agrícola y pastoreo en los valles interiores de la regiones de Arica-Parinacota y de Tarapacá. Estos movimientos se vienen registrando desde los años 70 involucrando a los sectores andinos, altiplánicos y zonas fronterizas con Bolivia rezagadas. Se trata de corrientes intrarregionales y fronterizas que han mantenido la relación con la agricultura, el comercio de productos agrícolas y el transporte de dichos productos (Gunderman y González, 2008). La relación con el espacio fronterizo ha permitido que los aymaras de uno y otro lado de la frontera tomen las oportunidades de la integración económica y comercial de las regiones del norte existente desde los años 80, especialmente en rubros como el comercio y el transporte. Estos cambios en las actividades económicas han motivado una intensa movilidad regional y migraciones que abarcan desde en el espacio alto andino hasta las zonas costeras (Gunderman y González, 2008). Los aymaras chilenos y bolivianos en muchos casos cuentan con documentación de ambos países –porque tienen con familias

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aquí y allá- y cruzan las fronteras sin mayores trámites. En otros casos, se valen de la documentación solicitada y en muchas ocasiones cruzan sin más por pasos no habilitados o por los propios pasos, como es el caso de Colchane porque sus comunidades no reconocen los límites para los animales y las actividades económicas. En los valles alto andinos de Tarapacá se registra una práctica de contratación informal (de palabra) de agricultores de origen boliviano aymara por parte de propietarios agrícolas chilenos, especialmente para trabajar la tierra y cuidar los animales (Arriaza, 2007). La migración de los valles interiores a la costa, que se registra desde los años 80, explica en gran parte el crecimiento de las áreas urbanas como es el caso de Iquique. Este crecimiento produjo la transformación de Alto Hospicio, espacio que en pocos años pasó de zona periurbana con fines agrícolas (Guerrero, 1995), a convertirse en una comuna urbanizada con casi 90 mil habitantes el 2012 según las estimaciones del INE. Esta migración interna ha producido la pérdida de población en los valles interiores y ha motivado el traslado de campesinos aymara bolivianos que vienen a trabajar en labores de pastoreo y chacra por jornales muy bajos o por vivienda y la posibilidad de cultivar para el autoconsumo. Sin embargo, esta migración interna no supone una pérdida total o abandono de los valles precordilleranos por parte de los chilenos. Desde el año 2009 está vigente el Acuerdo de Residencia de los Nacionales de los Estados Partes del MERCOSUR Bolivia y Chile, por el cual los nacionales de Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay pueden acceder a visas de residencia temporaria por un año prorrogable por igual periodo. Sin embargo, de acuerdo a las primeras indagaciones hechas en el trabajo de campo la población boliviana se acoge –por ahora- poco a este beneficio, por desconocimiento o por lo costoso del trámite y prefieren seguir entrando como turistas por Colchane, trabajar tres meses, “hacer frontera”, es decir, salir de Chile y volver a entrar por otros 90 días. En otros casos se produce el retorno a Bolivia hasta que surje una nueva necesidad. Según algunos estudios de nivel local, los inmigrantes bolivianos vienen por temporadas, principalmente provenientes de los departamentos bolivianos fronterizos de La Paz, Potosí y especialmente de Oruro (Arriaza, 2007; Ramos y Urbina, 2012). La mayoría mantiene relación con su lugar de origen, regresando a lo menos una vez al año, aunque mantienen contacto telefónico con sus familiares. Los oficios que desempeñan son fundamentalmente en actividades agrícolas para los que tienen asentamiento rural. Para quienes llegan, especialmente a Iquique, los oficios realizados son fundamentalmente trabajo doméstico, cocinerías y en el comercio formal o informal. Quienes llevan más tiempo y han accedido a visa temporal o sujeta a contrato se insertan en diversos oficios, especialmente en el servicio doméstico, como dependientes en ferias rotativas, en trabajos de albañilería y en atención de locutorios, entre otros. Otro patrón de movilidad fronteriza que se distingue entre la población boliviana, corresponde a al intenso flujo de comerciantes venidos de distintos puntos de Bolivia, que llegan semanalmente a Iquique para realizar compras a la Zona Franca de Iquique ZOFRI (Juge, 2007). Ellos llegan en buses por el paso de Colchane, pernoctan en el barrio boliviano de Iquique, compran al por mayor en los galpones de ZOFRI y regresan cargados de productos que envía por camiones o llegan personalmente para luego venderlos en las principales ferias bolivianas. Según un estudio reciente, se estima que llegan diariamente a Iquique 21 buses provenientes de Bolivia y los fines de semana 27, lo que supone que al año llegan a Iquique más de 20 mil personas, según valoraciones discretas (Uribe, 2010:170). CONCLUSIONES Según lo planteado en este trabajo, sostenemos que las relaciones sociales que dan sentido al espacio fronterizo, afectan su configuración y representación –una a escala territorial conectada con lo global, hacia lo transfronterizo y la movilidad; y otra de escala nacional

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hacia la frontera como contención y fragmentación. De modo que lo que ocurre en los márgenes se constituye en una forma de poder en ambos sentidos, por un lado que propician una idea del espacio como integración y convergencia y por otro, una noción del espacio como fracción o parcialidad que puja en sentido inverso. Analizar las contradicciones que se producen a distintas escalas, es decir, entre nuevas espacialidades cotidianas surgidas en el marco de la globalización y la movilidad humana y la representación de las fronteras en tanto versión oficial del espacio (estatutos, leyes y discursos oficiales) implica un reto que requiere de metodologías y epistemologías superadoras de lo nacional. Uno de estos desafíos supone considerar como unidad de análisis los espacios fronterizos como tal, sin perder de vista el lugar y la impronta que ejercen los Estados nacionales. Otro reto supone incluir en los estudios las contribuciones teóricas que invitan a superar el nacionalismo metodológico y las visiones estado-céntricas y centralistas que ha imperado en las Ciencias Sociales. En este sentido los aportes del transnacionalismo, la antropología del movimiento y la paradiplomacia se constituyen en un adecuado punto de partida para ampliar el conocimiento de los espacios de frontera. De este modo la atención hacia fenómenos de toda índole que ocurren en los espacios fronterizos como, las prácticas transfronterizas ancestrales, la acción de los gobiernos locales, las nuevas redes transnacionales en torno a organizaciones -por ejemplo de Aymaras Sin Fronteras- y las distintas formas de movilidad fronteriza, implican cuestionar el quehacer de las disciplinas sociales. A menudo los estudios políticos y sociales han puesto en el centro del análisis a las instituciones estatales o al propio Estado como agente y protagonista de la construcción social. Estas miradas han producido un sesgo sobre los alcances de lo estatal en los espacios fronterizos restándole relevancia como objeto de análisis y definiéndolos como una extensión de lo nacional en los márgenes sin mayor protagonismo. Así se ha negado y desestimado las dinámicas políticas, culturales y sociales propias de los espacios fronterizos En la actualidad asistimos a procesos de transformación de los espacios fronterizos, como ocurre en el norte de Chile, que no son nuevos del todo y que tampoco son únicos, pero que implican un desafío para la noción de Estado en que se han sustentado los países que comparten fronteras críticas o complejas con un fuerte componente nacionalista (fronterizos). El reconocimiento de dinámicas fronterizas distintas a las nacionales supone reconocer un cambio o transformación de la concepción de la nación y el Estado entendidos como comunidades imaginadas inmutables. Estas mutaciones devienen en la centralidad que adquieren los espacios de frontera -franjas fronterizas, espacios transfronterizos- y se constituyen en la oportunidad para que desde dentro, la región fronteriza y la teoría de la frontera pueda discutir la hegemonía del centro privilegiado, desnacionalizando y desterritorializando el Estado-nación. Bibliografía Agnew, J. (2007). No Borders, No Nations: Making Greece in Macedonia. Annals of the Association of American Geographers, 97(2), 398-422. Alburquerque, F. (2004). Desarrollo económico local y descentralización en América Latina. Revista de la Cepal, (Nº8), Altamirano, T. (2004). Transnacionalismo, remesas y economía doméstica. Cuadernos electrónicos de Filosofía del Derecho, 10, 1-31. Retrieved from http://www.uv.es/CEFD/10/Altamirano.pdf Álvarez, N. (15 de abril 2011). Migrantes en Arica; en busca del sueño americano (I Parte). El Morrocotudo. Retrieved from http://www.elmorrocotudo.cl/noticia/sociedad/migrantes-en-arica-en-busca-del-suenoamericano-i-parte-1

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